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PRESENTACIÓN

Nos es grato presentar la revista Arqueología y Sociedad Nº 24, con un total de 18 artículos y 488 pági-
nas. En estos 42 años de existencia, la revista se ha constituido en uno de los referentes bibliográficos
más importantes no solo de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, sino del medio arqueoló-
gico nacional.
En este número, hemos modificado el formato, la edición y sobre todo hemos conformado un
comité científico asesor, a fin de lograr una mayor rigurosidad científica de los artículos publicados
y además que nuestra revista sea indexada en sistemas internacionales, y de esta manera pueda ser
considerada en un futuro no muy lejano, entre las 10 mejores revistas arqueológicas de sudamérica
o latinoamérica.
Los artículos que componen el presente número, son de variados temas arqueológicos, no solo re-
feridos a temas de arqueología andina, sino a temas latinoamericanos, como el artículo de Juan Yataco
y Camilo Morón: “Serie lítica del periodo Paleoindio de tipología Joboide, originaria de la península
de Paraguaná...”, referido a los análisis de un lote de material lítico Joboide (Venezuela), pero que se
encuentra en nuestro Museo de Arqueología y Antropología. El otro artículo referenciado es el de
los investigadores Divaldo Gutiérrez, José Gonzales y Racso Fernández sobre “Arte Rupestre africano
hallado en cuevas de Cuba”. De igual manera tenemos el artículo del Dr. Chamussy sobre el empleo
de armas arrojadizas identificadas en sitios arqueológicos del área andina, el interesante artículo de
Gori Echevarría en el cual analiza las ilustraciones desarrolladas por los investigadores de Tello en los
sitios intervenidos y el trabajo del Dr. Luis Salcedo sobre el Isótopo de Carbono, como instrumento
para la obtención de fechados más precisos.
Para el periodo Formativo andino tenemos dos artículos, el de Christian Mesía sobre la aplicación
de un nuevo método para el análisis de material cerámico, aplicado para el caso de Chavín de Huántar,
y el trabajo de José Luis Fuentes sobre las investigaciones desarrolladas en el sitio con disposición en
“U” de La Florida en el valle del Rímac. De igual manera presentamos el artículo de Lourdes Chocano,
sobre el resultado de los análisis iconográfico del Manto Blanco de Paracas, una de las invaluables
joyas de nuestra universidad.
Tenemos además el trabajo de Sara Marsteller y Giancarlo Marcone sobre la identificación de
contextos funerarios en el valle bajo del Lurín pertenecientes al Intermedio Temprano; así como el
trabajo de Martín Mac Kay sobre el hallazgo de cerámica Lima en las cuencas altas del departamento
de Lima. Posteriormente Ismael Pérez y Alex Salvatierra nos presentan parte del complejo sistema
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hidráulico que llevaba agua a la ciudad de Wari.
Arqueología y Sociedad

Para el periodo Intermedio Tardío tenemos tres importantes trabajos sobre la Costa Central. El
trabajo de Pieter van Dalen sobre un sitio amurallado Chancay en el valle del mismo nombre, el tra-
bajo de Lyda Casas y Camilo Dolorier sobre un sitio desaparecido ubicado en el actual distrito de
San Isidro en Lima, y el artículo de Marco Guillén sobre las investigaciones a largo plazo que viene
desarrollando en el sitio de Huantille en Magdalena. Estos dos últimos trabajos ayudarán a una mejor
comprensión de la sociedad Ychsma. Es importante también el artículo de Carlos Farfán sobre la sig-
nificación ritual de las huancas ubicadas en la Sierra de Lima.
Para el Horizonte Tardío tenemos dos artículos: el primero de Dorothy Menzel, Francis Riddell y
Lidio Valdéz sobre la importancia del sitio de Tambo Viejo en Ica; y el artículo de Mary Frame, Fran-
cisco Vallejo, Mario Ruales y Walter Tosso sobre los textiles recuperados en el sitio de Armatambo
en el valle de Lima. Para terminar presentamos un extracto del proyecto para la creación del Museo
Nacional Amazónico en la ciudad de Iquitos, proyecto elaborado por el arqueólogo Santiago Rivas, tan
importante para el desarrollo de la Arqueología y las Ciencias Sociales en el oriente peruano.
Como se ha podido ver, la composición del presente número es variado, son artículos de gran
aporte para la disciplina arqueológica, y esperamos que en adelante todos nuestros anhelos sobre el
perfeccionamiento de nuestra revista se hagan realidad.

Pieter Dennis van Dalen Luna


Director del Museo Arqueología y Antropología,
Universidad Nacional Mayor de San Marcos

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Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 9-42
ISSN: 0254-8062

Recibido: marzo de 2012


Aceptado: junio de 2012

Serie Lítica del Periodo Paleoindio de Tipología


Joboide, Originaria de la Península de Paraguaná
al Nor-Occidente de Venezuela, en la Colección
del Museo de Arqueología y Antropología de la
Universidad nacional Mayor de San Marcos
Juan Yatacoi
Museo de Arqueología y Antropología - UNMSM
capchajuan@gmail.com

Camilo Morónii
Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda
camilomoron@gmail.com

Resumen
El análisis lítico de una colección integrada por 27 piezas provenientes de la República Bolivariana de
Venezuela, conservada en el Museo de Arqueología y Antropología de la UNMSM, ha puesto al descubierto
la presencia de preformas bifaciales, desechos de talla, útiles y puntas sobre cuarcita. Estas han sido deter-
minadas del tipo Joboide (aprox. 13.664 calBC-14.850 calBC) proveniente del cerro Santa Ana, península de
Paraguaná. Debido a que estamos frente a una colección única en el Perú y su asociación Joboide, hemos
procedido a relacionar su asociación temporal con los fechados obtenidos del sitio Taima-Taima emplean-
do para ello la calibración radiocarbónica.
Palabras clave: Paleoindio, Venezuela, Cruxent, Paraguaná, Taima-Taima.

Abstract
The research of twenty seven archaeological pieces from collection of Venezuela Republic conserved in
San Marcos University Museum in the Archaeological and Anthropological San Marcos University Museum,
put in evidence the presence of bifacial performs, debris, stone tools and points of quarzites type. These
have been determined the type Joboide (13.664 calBC-14.850 calBC) coming from cerro Santa Ana, Peninsula
de Paraguaná. Due to be the only unique collection in Peru and their Joboide association, we have proceeded
to relate their temporal association with the radiocarbon dates obtained from Taima-Taima site using the
radiocarbon calibration.
Keywords: Paleoindian, Venezuela, Cruxent, Paraguaná, Taima-Taima.
i Curador Lítico del Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
(UNMSM).
ii Historiador y Etnólogo de la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda (UNEFM). Doctoran- 9
do en Antropología en la Universidad de Los Andes (ULA).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 9-42

1. Introducción
Los restos óseos de animales pleistocénicos en asociación con puntas de proyectil de tipología joboi-
de forman parte de las evidencias encontradas en distintos yacimientos arqueológicos asociados al
Pleistoceno Terminal en el occidente de Venezuela, José María Cruxent, ha sido uno de los principales
investigadores que ha dejado una serie de propuestas y definiciones bases en la arqueología venezo-
lana. Sus ideas hoy en día urgen ser reevaluadas, comprobadas y ampliadas.
Investigaciones efectuadas desde el 2010 en el Museo de Arqueología y Antropología de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima (MAA-UNMSM), han revelado la presencia
de 27 piezas arqueológicas catalogadas como de tipología joboide (Cruxent 1956, 1962; Cruxent
& Ruose 1956, 1958; Morón 2011), de seis yacimientos arqueológicos procedentes del cerro Santa
Ana, en la península de Paraguaná, al Nor-Occidente de Venezuela. Estas piezas fueron donadas
por Cruxent al Museo De Arqueología Antropología De La Universidad Nacional Mayor De San
Marcos hacia 1980. Somos conscientes que el tamaño de la muestra no puede ser el adecuado
para efectuar análisis detallados y llegar a conclusiones rigurosas; sin embargo, la colección es
inédita y conociendo los contados análisis líticos (Cruxent 1967, 1979; Ochsenius 1979; Szabadics
y Torrealba 2000; Oliver & Alexander 2003) de otros materiales que provengan de la península
de Paraguaná, esta se torna de gran importancia y la información que brindamos en el presente
artículo puede ser una referencia útil para futuras investigaciones. Recalcamos que viendo que
en la península de Paraguaná aún no se han realizado trabajos detallados sobre el instrumental
de tipología paleoindia procedente de la península de Paraguaná, y menos se han publicitado am-
pliamente estos hallazgos, hemos procedido a realizar el análisis de esta colección aplicando la
metodología de Cadena Operatoria logrando identificar al menos de manera preliminar segmentos
de la secuencia de reducción de estos artefactos bifaciales. Todo trabajo arqueológico carece de
valor sino se aborda, de manera conjunta, la temporalidad de los artefactos. Por tal razón realiza-
mos una calibración de los fechados radiocarbónicos del sitio más representativo de Venezuela,
Taima-Taima. Sabemos que materiales líticos desde el punto de vista morfotecnológico son del
tipo El Jobo los cuales guardan estrecha relación temporal con Taima-Taima y hemos creído con-
veniente abordar sus fechados y calibrados a años calendáricos nuestros empleando el programa
Oxcal 4.1 y la curva de calibración InCal09. Los resultados de la temporalidad obtenida son aso-
ciados a esta colección arqueológica.

2.Ubicación geográfica y geología histórica


del estado Falcón y la península de Paraguaná
Los materiales arqueológicos de tipología joboide en la colección del MAA-UNMSM fueron colectados
en la superficie de las laderas del cerro Santa Ana por J. M. Cruxent y Patrick Gallagher entre 1979
y 1980. El cerro Santa Ana es un promontorio localizado a 11o49’24,83’’N y 69o57’00,56’’O (vide, plano
ubicación, Mapa).
El territorio geopolítico que del estado Falcón corresponde con una de las ocho provincias fisio-
gráficas, descritas por Liddle (1928) para Venezuela y que aún hoy en día son consideradas válidas
(Schwarck 1956). La región de Falcón está comprendida entre el lago de Maracaibo al Oeste, la cordi-
llera de los Andes al Sureste y el mar Caribe al Norte. Está integrada por el territorio del estado Falcón
y parte de los estados Lara y Yaracuy. En ella aflora una amplia franja de sedimentos terciarios que
han sido plegados a lo largo de rumbos uniformes en sentido Este-Oeste. Estas estructuras tienen
expresión topográfica en una serie de sierras alargadas aproximadamente paralelas entre sí. Hacia el
Sureste, se convierten gradualmente en los contrafuertes andinos y en los terrenos de la depresión
del estado Lara; al Noroeste están bordeadas por una estrecha franja de planicies costeras áridas que
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incluyen la península de Paraguaná y el istmo de los Médanos de Coro.
Juan Yataco y Camilo Morón / La serie Joboide en la península de Paraguaná

Mapa de ubicación del cerro Santa Ana y El Jobo.


En la parte central de Falcón afloran sedimentos del Oligoceno, bordeados hacia el Norte y el Sur por
franjas de sedimentos del Mioceno. En la parte meridional se observan afloramientos importantes del
Eoceno, marino o continental, en contacto con extensos afloramientos de rocas cretácicas que se extien-
den más al Sur. Algunas masas de rocas ígneas intrusivas afloran en la región; la mayor está constituida
por rocas básicas en contacto con metasedimentos hacia la parte centro-occidental de la península de
Paraguaná. Constituyen allí una unidad topográfica característica: el cerro Santa Ana o Chamuriana,
según el toponímico indígena conservado en la tradición oral de la península (Hernández 1984, 1988
y 2000). Las rocas ígneas metamórficas son probablemente de edad cretácica (Schwarck 1956). Se ha
propuesto la hipótesis que el cerro Santa Ana sea un volcán alóctono (Villavicencio 1985; Bessada 2011:
Com. Pers.). Esta diversidad petrológica puede explicar, en parte, las diversas industrias líticas que han
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sido encontradas y descritas en la región coriana (Cruxent y Rouse 1956, 1958; Rouse y Cruxent 1963c;
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 9-42

Cruxent y Ochsenius 1979, Cruxent y Gallagher 1979; Szabadics 1997; Oliver 1999 y 2010; Szabadics y
Torrealba 2000; Morón 2007, 2010 y 2011). Decimos que puede adelantar o ser una explicación parcial, en
la medida que aún quedan por determinar las relaciones tipológicas y cronológicas entre las colecciones
del material lítico provenientes de los diversos yacimientos, así como la elaboración de una cartografía
georeferenciada precisa que comprenda tantos los yacimientos ampliamente estudiados, así como los
recientemente registrados (Morón 2007, 2010 y 2011).
La columna estratigráfica de Falcón abarca sedimentos que van geocronológicamente desde el
Cretácico hasta el Holoceno o Reciente, con espesores considerables de sedimentos terciarios, y fa-
cies diversas que van desde francamente marinas, hasta epicontinentales y continentales. A juicio de
Schwarck (1956): “Tanto por las estructuras características, como por la abundancia de conjuntos faunísticos,
esta región es, para los fines de estudio de paleontología y estratigrafía, una de las más interesantes del país.” Las
investigaciones de Cruxent y colaboradores, entre 1956 e inicios de la década de 1980, demostrarán in
situ su importancia para el estudio del poblamiento temprano y el paleoindio en Sudamérica.

3. Sobre el material lítico de la península de Paraguaná en custodia


del Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos (MAA-UNMSM)
El material lítico en estudio ha sido ingresado y catalogado como de tipología joboide por Cruxent.
Este dato se confirma mediante el inventario realizado en 1997 en el MAA-UNMSM. Asimismo, este
documento solo presenta una somera lista de los materiales sin mayores detalles (Ugarte 1997: 124).
Es a partir de las investigaciones realizadas desde el año 2010, donde se ha podido rastrear mayores
datos de los materiales arqueológicos. Los rótulos de las piezas y una serie de visitas realizadas por el
mismo Cruxent desde 1961 hasta de década de 1980 al MAA-UNMSM, pueden vincularse muy posible
con la custodia de esta colección (Caycho 1957-1958: folios 1086, 1087).
Los materiales líticos arqueológicos fueron recuperados en Venezuela en abril de 1979, bajo la direc-
ción de José María Cruxent y Patrick Gallagher (Centro de Investigaciones Antropológicas Arqueológicas
y Paleontológicas, CIAAP1). Los rótulos de las piezas han permitido vincular a José María Cruxent como el
director del trabajo de recolección. Además, nos ha brindado la localización geográfica de los artefactos
líticos, los cuales provienen de seis yacimientos arqueológicos (Centro de Investigaciones Antropológicas
Arqueológicas y Paleontológicas, CIAAP). Si bien han sido asociados a la tipología joboide, los artefactos
no proceden de la región de Pedregal (Cruxent y Rouse 1956: 172), sino de la península de Paraguaná. Por
tal motivo creemos pertinente denominar a esta serie lítica como Joboide de la península de Paraguaná
debido a que, presenta ciertas semejanzas con los materiales del tipo Jobo encontrados.
Sabiendo los datos, abordamos ut infra la morfotecnología del material lítico proveniente de El Jobo
para establecer asociaciones certeras frente al material joboide procedente de la península de Paraguaná.

3.1 Sobre el material lítico El Jobo


Las primeras exploraciones efectuadas por José María Cruxent e Irving Rouse en la región del Pedregal,
estado de Falcón, localizado al noroeste de Venezuela, pusieron al descubierto un conjunto de sitios ar-
queológicos precerámicos que contienen una serie de puntas de proyectil y artefactos cuarcita y cuarzo

1 La documentación consultada ha sido realizada por el segundo autor. La fuente exacta sin referencia
del año, es la siguiente: (s/f. sin fecha) Registro de Colecciones Líticas de Tipología Paleoindia en el
estado de Falcón. Tomos I y II. Centro de Investigaciones Antropológicas Arqueológicas y Paleontológi-
12 cas (CIAAP), Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda (UNEFM), Coro. Tomo I: Folios:
01-25. Tomo II: 19-72v.
Juan Yataco y Camilo Morón / La serie Joboide en la península de Paraguaná

cristalino. La denominación joboide se debe a las semejanzas tipológicas y la coincidencia cronológica


con el material de El Jobo, en el valle del río Pedregal (Cruxent & Rouse 1958, 1961: 79; Cruxent 1956:
412-414). A partir de esta noticia una serie de comentarios generales fueron brindados a partir de la
descripción morfológica de los artefactos generando controversias sobre el hallazgo (Cruxent & Rouse
1956: 177-178). Debido a estos descubrimientos, Irving Rouse y José María Cruxent realizaron una serie
de comparaciones morfológicas de las piezas de El Jobo con las puntas halladas en el sitio Ayampitin
procedentes de Argentina; luego se las comparó con puntas de proyectil del tipo Proto-Tehuelchense
procedentes del extremo norte de Patagonia y hasta con algunas puntas de proyectil descubiertas por
Tschopick en Huancayo, Perú (Rouse & Cruxent 1957: 412; Cruxent & Rouse 1961: 81).
José María Cruxent e Irving Rouse (1961), caracterizan a El Jobo por: “sus puntas de proyectil, cuchillos
y grandes raspadores o hachuelas, todos ellos de cuarcita”; además mencionan: “Designamos este material con
el término “Paleo Indio”, a causa de su extremo parecido con los complejos […] del valle de México y de las llanuras
de los Estados Unidos” (Cruxent & Rouse 1961: 45). Durante estos primeros hallazgos los autores ponen
de manifiesto que estos depósitos arqueológicos son superficiales y que no presentan prueba de an-
tigüedad geológica ni radiocarbónica y tan solo exponen datos tipológicos generales de los artefactos
(Cruxent & Rouse 1961: 79). Tratando de solucionar el problema temporal de este complejo, los autores
tomaron dos muestras de carbón, los cuales dieron como resultado fechas modernas (Cruxent & Rouse
1961: 46; 81, 277). A pesar de ello, los hallazgos de El Jobo fueron determinados de manera preliminar al
periodo temprano venezolano debido a su semejante asociación con contextos conformados por huesos
de animales pleistocénicos procedentes de Santa Isabel de Iztapan del valle de México y a su semejanza
de los artefactos liticos con el Ayampitín de Argentina (Cruxent & Rouse 1961: 80-81; 277).
Más tarde, con el hallazgo de los materiales liticos arqueológicos del complejo Manzanillo, se
realizan nuevamente similitudes tipológicas con los artefactos de tipología joboide y hasta con pun-
tas del complejo pre-proyectil del extremo Oeste de los Estados Unidos. Empero, nuevamente una
tipología general y fotografías sin mayores detalles son brindadas (Cruxent 1962: 577-578; cf. fig. 5, 6;
Cruxent s/f: 3-4, figuras I-IX).
No es hasta 1963, cuando se publican los primeros fechados radiocarbónicos de los sitios Muaco y
Rancho Peludo, los cuales dan credibilidad a los hallazgos de El Jobo (Rouse & Cruxent 1963a: 537-539;
1963b: 3-10). Además, se determina de manera provisional la existencia de cuatro complejos sucesivos
y se clasifica su ocupación por la presencia de una serie de artefactos, en donde los autores mencionan
lo siguiente:

“Estudios geológicos posteriores han permitido clasificar provisionalmente los sitio en cuatro com-
plejos sucesivos: Camare, Las Lagunas, El Jobo y Las Casitas, los cuales están correlacionados con las
terrazas superior, superior media, inferior media e inferior del río Pedregal, respectivamente. Los
sitios del complejo Camare carecen de puntas de proyectil, sólo tienen proto-hachas de manos burdas,
raspadores pequeños y grandes lascas de cuarcita. Los artefactos del complejo Las Lagunas son más
pequeños, la forma diagnóstica es una hoja bifacial que pudo haber sido usada como hacha de mano
o como cuchillo, o tal vez fue enmangada a un lanzador. El complejo el Jobo tiene puntas de proyectil
lanceoladas, a las cuales se añaden algunas puntas pedunculadas en el complejo Las Casitas” (Rouse
& Cruxent 1963b: 3).

Por otro lado, el sitio de Muaco localizado cerca de La Vela de Coro, en la costa noroccidental de
Venezuela y a 80 kilómetros del sitio El Jobo, se excavó una trinchera de 20 x 12 m y se llegó a una
profundidad de 2,5 m. Cruxent junto a José Arroyo y Gómez hallaron numerosos huesos de mastodon-
te, perezoso gigante y caballo sudamericano quemados y con huellas de corte antrópico. Al menos,
un fragmento de punta lanceolada de tipología joboide, un raspador, un cuchillo y percutores fueron
encontrados in situ, junto a los huesos de animales pleistocénicos. Es a partir de estas investigacio-
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nes que se toman dos muestras para fechados radiocarbónicos (O-999: 16,375±400 B.P.) y (M-1068:
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 9-42

14,300±500 B.P.), lo cual permite a Cruxent sugerir su ocupación durante el Pleistoceno Terminal. Sin
embargo, efectos tafonómicos pueden haberse detectado debido a la presencia de esquirlas de botella
de vidrio. Finalmente, los autores, con mucha cautela, ponen en discusión los datos obtenidos (Rouse
& Cruxent 1963a: 537; 1963b: 3-5; Cruxent s/f. 4, 5).
Seguidamente, las muestras de carbón y fechados obtenidos en 1961 del sitio Rancho Peludo lo-
calizado en la península de La Guajira son también controversiales y tomados con cautela por los
autores (Rouse & Cruxent 1963a: 538-539; 1963b: 5-7).
Una publicación medular de la arqueología venezolana fue realizada por Yale en 1963 “Venezuelan
Archaeology” y posteriormente traducida el mismo año al español bajo el título “Arqueología Venezolana”
(Rouse & Cruxent 1963 c; d). Poniéndonos en el contexto de la época y sabiendo que la tecnología lí-
tica estaba recién siendo estudiada, justipreciamos el valor que tienen estas publicaciones. Si bien es
una publicación base de la arqueología venezolana no se publican datos detallados que aborden una
definición clara de la morfotecnología y tipología lítica de la serie Joboide y estamos completamente
seguros que José María Cruxent ha dejado una serie de propuestas preliminares con respecto a los ar-
tefactos del tipo El Jobo que tienen que ser desarrolladas, estudiadas a mayor detalle y puestas al día.
Asimismo, se debe tener en cuenta al abordar este libro, que la versión inglesa (Rouse & Cruxent 1963
c) y su traducción al español por Erika Wagner (Rouse & Cruxent 1963d) han sufrido algunos cambios
al momento de hacer la traducción de la terminología lítica y se ha detectado una serie de errores con
respecto a la concordancia de las citas de algunas imágenes (cf. Rouse & Cruxent 1963c: 29-32; 1963d:
36-38). Con respecto a la serie el Jobo al menos fotografías y figuras en diferentes publicaciones pue-
den ilustrar y dar idea de algunos detalles generales de los materiales y que a nuestro juicio pueden
tratarse de preformas de piezas bifaciales, puntas bifaciales, puntas unifaciales de variadas morfo-
logías y hasta una serie de artefactos como raspadores, lascas procedentes de reducción bifacial y
unifaciales modificados (Vide, Cruxent & Rouse 1961vol. 2: 39, 40; plancha 20; Rouse & Cruxent 1963c:
fig. 5, plate 2, plate 3; 1963d: lámina 2-3; Cruxent s/f: figuras I-IX).
Debemos aquí mencionar las excavaciones efectuadas en Taima-Taima y que se asocian, en primer
lugar, al hallazgo de litos conformados por rodados que fueron clasificados como percutores, mortero
y hachuela (Cruxent, 1967: 8-15). Más tarde, el trabajo efectuado en 1962 ha proporcionado datos muy
tempranos de actividad humana en asociación con restos de fauna pleistocénica. Según los autores,
junto a huesos de mastodontes (Stegomastodon waringi y Haplomastodon s.p.), que muy posible fueron
fragmentados por el hombre, se encontraron también in situ tres fragmentos de puntas de tipología
jodoide, un cuchillo unifacial o raspador y posibles hendidores (Bryan et al. 1978: 1275). En 1976, un
equipo multidisciplinario trabaja en Taima-Taima y demuestra su prematura edad. Los datos más inte-
resantes provienen de la unidad I, en donde se trata la evidencia de actividad humana (Bryan et al. 1978:
1275; 1979: 47-48; Rouse & Cruxent 1963c: 36; 1963d: 44; Gruhn & Bryan 1984: 128-137). Si bien Cruxent
registra y describe cuatro puntas de proyectil solo una procede de la excavación la cual fue hallada en
la cavidad pélvica de un mastodonte. Esta pieza es definida como una sección media de punta joboide
sobre una arenisca cuarzosa, de forma rectangular, esta presenta una longitud de 40 mm, ancho de 20
mm y espesor de 10 mm. El soporte de la pieza al parecer es una lasca reducida bifacialmente y retocada
muy probable, según Cruxent, por presión (Cruxent 1979: 77-78). Por otro lado, Cruxent arguye que la
confección de las puntas de tipología joboide podían haber pasado por cuatro fases, primeramente la ob-
tención de una lasca alargada, seguido de una puesta en forma por percusión, luego el empleo de percu-
sión y empleo eventual de retoque y finalmente un delicado retoque en el borde la pieza por presión. La
premisa de Cruxent puede ser cierta, pero creemos que esta aún es preliminar y carece de detalles que
explique toda la secuencia de producción de las puntas de tipología joboide y ya el mismo investigador
da cuenta de la diversidad de las puntas de proyectil con respecto a la categoría tipo (Cruxent 1979: 79).
14 Cruxent describe al menos una lasca con presencia de córtex, se trata de la pieza nº 211/2, encontrada
in situ entre el cubito izquierdo y una costilla de mastodonte. En este caso llama la atención el tipo de la
Juan Yataco y Camilo Morón / La serie Joboide en la península de Paraguaná

materia prima siendo un chert de grano fino traslucido que aflora en los alrededores. Si bien Cruxent
no describe la pieza con mayores detalles y las asocia con otras piezas como la hallada en la excavación
de 1968 (pieza nº 3012), luego con otra procedente de superficie (pieza nº 3008) él intuye que la posible
función de ésta, pudo haber sido para modificar materiales blandos (e.g. madera y cortar tendones),
pero esto lo realiza sin brindar detalles traceológicos de los mismos (Cruxent, 1979: 79-83). Otros arte-
factos de dificultosa determinación han sido clasificados como “tools of expediency”, los cuales han sido
subdivididos en 6 categorías conteniendo tres raspadores (piezas nº215: nº74, nº221 y nº215/1: nº73), un
yunque (pieza nº218) y cuatro tipos definidos por la forma del mango, denominados por Cruxent como:
“Hand-held implements with straight butts” (conformado por las piezas nº223/2; nº214/4); “Hafted imple-
ments with horizontal handle” (piezas nº 229/3; 229/1); “Hand-held instruments with reduced butts” (piezas
nº229/5; nº219/2; nº215/2: nº75) y “Hafted instruments of hand-axe form” (pieza nº3005) (Cruxent, 1979: 83-
84). También, posibles artefactos de hueso con modificación (piezas nº215/3; nº215/4; nº214/6; nº214/7;
nº214/8) son tentativamente registrados como instrumentos añadiendo que estas presentan huellas de
uso y/o modificaciones, finalmente refiere un femur usado como yunque (pieza 214/1), el cual según el
autor pudo haberse empleado para el proceso de descarnado (Cruxent 1979: 85-87). No queda más que
expresar que la presente publicación de Taima-Taima carece de ilustraciones técnicas de los artefactos
liticos analizados y ya el editor dispensa la carencia de los mismos (Cruxent 1979: 77). Con este trabajo
queda claro la asociación temporal de los artefactos de la serie Joboide a fauna pleistocénica, llevando a
pensar lógicamente que el desarrollo de la zona norcentral de Venezuela se ha efectuado de manera in-
dependientemente y anterior al complejo Clovis de Norteamérica, pero no queda aclarado el argumento
de que esta sea una tecnología diferenciada (Bryan 1973: 245-254; 1975: 151-159 ; Politis 1991: 293).
Al suroeste del estado de Lara se localiza el yacimiento El Vano. En este lugar se ha puesto al descu-
bierto restos óseos de megaterio (Eramotherium rusconni). El estudio de los restos óseos pone en eviden-
cia huellas de corte y fractura, asociado con el descarnado y desmembramiento animal por actividad
humana (Quero 2003: 46-64). Estas evidencias aunadas con el descubrimiento en Taima-Taima, ponen de
manifiesto una posible actividad de caza especializada en lugares pantanosos de la región.
Entre 1984 y 1985, se han realizado estudios geocronológicos en la cuenca de El Jobo, Valle del río
Pedregal, con el fin de comprobar si los cuatro complejos sucesivos asociados a una serie de ocupacio-
nes humanas propuestos por Cruxent son valederos (Oliver & Alexander, 2003). Tenemos que aclarar
que nos ha sido imposible poder consultar el manuscrito en inglés presentado en la reunión Cumbre
89, organizada por el Center for the Study of the First Americans, celebrado en la Universidad de Maine,
Orono, EE.UU. Asimismo, el texto que abordaremos se trata de una traducción al español y como los
autores mencionan: “[...] hasta cierto punto, modificado y ampliado [...]” (Oliver y Alexander 2003: 85; el
subrayado es nuestro).
Como hemos dicho los autores desarrollan sus investigaciones entre 1984-1985 en la cuenca me-
dia del río Pedregal, efectuando análisis y sondeo de suelos (análisis de sedimentos aluviales del com-
plejo de terrazas I, II y III), difracción de rayos-x sobre rocas/grava, tectónica y fechados absolutos
en relación a un control de variables geológicas y geomorfológicas locales. Con esto les permiten
distinguir al menos una secuencia de tres pares de terrazas o superficies fluviales de distintas edades
en la cuenca de El Jobo, asimismo denotan y explican la presencia de terrazas huérfanas, erosión de
terrazas, plegamientos y la transformación de una vega inundable en una terraza aluvial. Además, es
interesante acotar que en el estudio de la vegetación, clima y ambiente se aborda el tema de fracturas
naturales en los peñones de cuarcita debido a causas térmicas (Oliver & Alexander 2003: 130-173). Al
explicar la formación de la terraza I y la presencia de los niveles I, IA y IB, se deja abierta la posibilidad
que al menos las superficies aluviales denominadas como IB, II, y III ya estaban accesibles a los grupos
paleoindios (Oliver & Alexander 2003: 179).
Con respecto a los sitios arqueológicos localizados en los alrededores de El Camare, mencionan a 15
Peñasquito (Cx-1010), La Pelona (Cx-1009) y Cerro de Fidel (Cx-1157). Si bien se abordan algunas des-
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 9-42

cripciones del material lítico y hasta se define preliminarmente al sitio el Peñasquito como un área de
cantera para la extracción de materia prima.
En otro sitio denominado como Piedra de Chispa (Cx-342), se ha podido identificar los talleres con
números consecutivos desde el T1 al T7. Pero es en el taller T1 donde se brinda detalles de la alteración
por causas naturales del material arqueológico que en un inicio se disponía de forma circular sobre el
terreno, cambiando su disposición debido a la exposición prolongada de lluvias en la zona, sufriendo el
material antrópico un desplazamiento vertical por erosión llegando en muchos casos a su desaparición
debido al movimiento de gravas, como también se ha registrado el afloramiento en superficie de nuevos
talleres (Ibídem: 198-200). Nos parece muy interesante este tipo de datos pues creemos que los sitios de
donde procede esta colección que abordaremos en este estudio pueden haber desaparecido.
Un dato fundamental de esta investigación es la identificación de la tradición Joboide en los al-
rededores de Coro, en el valle del río Eroíta y en los alrededores del Llano de Villa Bolivia. Se reporta
también otros sitios de importancia en asociación a puntas de proyectil tipo El Jobo que fueron descu-
biertos por Cruxent en la cuenca del río Pecaya, al suroeste del Valle de Quibor, Las Tres Cruces en la
sierra de Baragua y finalmente hacia el estado de Lara. Asimismo, los autores mencionan la presencia
Joboide en la península de Paraguaná. Con estos datos los autores proponen que el tallador Joboide
no es propenso a desplazarse más allá de esta área geográfica, empero mantienen abierto el posible
desplazamiento de este mismo grupo humano a otros entornos geográficos y que por condiciones
inciertas abandonan muy posible la tecnología Joboide remplazándola por otra (Ibídem: 203-205).
Las evidencias de las diversas tradiciones líticas paleoindias halladas en la península de Paraguaná
y su geología resultan interesantes en el reporte de Oliver y Alexander (2003). Refiriéndose al mate-
rial lítico y a los sitios arqueológicos, los autores reportan una serie de puntas similares a las Clovis de
Norteamérica en el sitio El Cayude, seguido de puntas del tipo Cola de Pescado, otras que guardan seme-
janza a las puntas del tipo Dalton norteamericano y finalmente se suma la presencia de piezas líticas del
tipo El Jobo y Las Casitas. Al referirse sobre la litología del lugar se hace mención a la presencia de una
gran variedad de materias primas. En Paraguaná se registra el empleo de artefactos elaborados sobre
chert, calcedonia, cuarzo cristalino, cuarzo lechoso, pizarras, esquistos y gabro, que fueron encontrados
y asociados en tierra firme en la Unidad I inferior en el sitio de Taima-Taima (Ibídem: 210-214).
Explican también que los sitios arqueológicos paleoindios reconocidos en Paraguaná, por Cruxent
y Gallagher entre 1970 a 1981 suman un total de diez, los cuales guardan estrecha relación con los ma-
teriales liticos encontrados en la cuenca de El Jobo. Sin embargo, en otros sitios e.g. Pilancón, Bariana,
Misaray, Las Cruces 1-2 y 3, localizados en las cercanías de Cerro Santa Ana, se menciona la presencia de
artefactos líticos (bifaces, raspadores, choppers y puntas de proyectil). Los tipos de materia prima que se
reportan en estos yacimientos son el gabro y rocas ígneas que afloran en los alrededores de Santa Ana.
Otros yacimientos contiguos se localizan en Cerritos y hacia el Norte de Santa Ana, cerca a Mesa de San
José de Cocodite, se reportan áreas de cantera y manufactura de artefactos del tipo El Jobo y Las Casitas
sobre piedras de cuarzo lechoso, cuarzo traslucido y hasta cuarzo cristalino, (Ibídem: 215-218).
Finalmente, el interesante hallazgo de marcadores temporales en la península de Paraguaná se evi-
dencian con la presencia de puntas del tipo Cola de Pescado, puntas Clovis, Folsom y Sandia en el sitio El
Cayude (sitios Nº 104 y Nº 106) (Szabadics 1997: 104-105: fotos 57-60; 111-114). Estos fueron reconocidos
en la colección lítica donada por Miklos Szabadics a la Universidad Francisco de Miranda y posterior-
mente revisadas por Oliver (Oliver & Alexander 2003: 218-19). Al menos dos fotografías, la primera de
una punta de proyectil sin acanaladura confeccionado según los autores sobre chert y dos Puntas Cola
de Pescado confeccionados sobre un chert de tonos amarillos y blancos y otro sobre cuarcita arenisca
del sitio El Cayude (Nº 106) fueron expuestas en la publicación (Oliver & Alexander 2003: 211, figuras
64 y 65). Una serie de datos concernientes a la materia prima y a la presencia de material lítico del tipo
Joboide en la península de Paraguaná han sido ya mencionadas (Szabadics 1997: 106: foto Nº 62; 108: foto
16
Nº 65), dejando como tema de discusión la posible contemporaneidad o discordancia temporal entre las
Juan Yataco y Camilo Morón / La serie Joboide en la península de Paraguaná

evidencias de puntas Clovis, Cola de Pescado y Joboides, asimismo se deja abierto el tema de su arribo o
ruta de migración desde el istmo de Panamá hacia la península de Paraguaná.

4. Análisis petrográfico del material lítico


de tipología joboide de Paraguaná
Los materiales líticos arqueológicos han sido analizados con una lupa de 10X a 20X de aumento. El
análisis petrográfico ha determinado que la arenisca cuarzosa empaquetada ha sido la materia prima
seleccionada para la elaboración de artefactos (100%). Se trata de una roca metamórfica, de colores
marrón (55,5%), gris (37,3%) y granate (7,4%). El grado de silicificación es alto, llegando a un 90% lo
cual le confiere la solidez y fractura concoidea de buena calidad. La presencia de diaclasas de cuarzo
no ha sido impedimento para la formación y finalización de piezas líticas. En la tabla 1, se detalla la
cantidad de piezas arqueológicas con los números de inventario catalogados por yacimientos, color,
tipo de roca y dureza.
Tabla 1. Análisis petrográfico del material lítico de la península de Paraguaná
Nº Pieza Yacimiento Color Tipo Roca Dureza (Mohos)
L-0022 Granate
L-0024 Gris Arenisca cuarzosa
CX405 2-2,5
L-0021 Marrón empaquetada
L-0026 Marrón
L-0023 Marrón
Arenisca cuarzosa
L-0025 CX433 Marrón 2-2,5
empaquetada
L-0027 Marrón
L-0014 Gris
L-0016 Gris
L-0017 Marrón
L-0018 Gris Arenisca cuarzosa
CX658 2-2,5
L-0019 Marrón empaquetada
L-0020 Gris
L-0015 Gris
L-0013 Gris
L-0001
L-0002
Arenisca cuarzosa
L-0003 CX903 Marrón 2-2,5
empaquetada
L-0004
L-0005
Arenisca cuarzosa
L-0006 CX943 Gris 2-2,5
empaquetada
L-0008 Gris
L-0009 Marrón
L-0010 Marrón Arenisca cuarzosa
CX945 2-2.5
L-0011 Granate empaquetada
L-0012 Gris
L-0007 Marrón 17
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 9-42

5. Tipología lítica del material lítico


El criterio técnico y morfológico ha sido empleado para la elaboración de la tipología del material líti-
co procedente de la península de Paraguaná (Querol et al. 1978: 14; Koslowsky et al. 1974: 20). Además,
se ha hecho empleo de manuales para las definiciones de los útiles (Merino 1994; Inizan et al. 1995;
Piel-Desruisseax 1989) y de las listas tipológicas clásicas europeas del paleolítico inferior y medio
(Bordes 1981; Sonneville-Bordes et al. 1956). La tipología lítica se clasifica en la tabla 2.

5.1 Definición tipológica


A. Útiles bifaciales y preformas
Los útiles bifaciales están compuestos por preformas que concuerdan con las registradas para el com-
plejo El Jobo. Asimismo, fragmentos de puntas foliáceas, conforman este tipo.

Tabla 2. Tipología preliminar del material lítico de Paraguaná


Grupo Tipología Cantidad %
A. Útiles bifaciales
A.1 Preforma de bifaz 7 25,9%
A.2 Fragmento Mesial de punta bifacial 5 18,5%
A.3 Fragmento Meso-Apical de punta bifacial 6 22,2%
A.4 Fragmento basal de punta bifacial 2 7,4%
B. Útiles Ordinarios
B.1.1 Punta Unifacial 1 3,7%
B.2 Útil a posteriori
B.2.1 LSPD modificada a posteriori 2 7,4%
B.3 Raspadores
B.3.1 Raspador Simple 1 3,7%
B.3.2 Raspador lateral 1 3,7%
C. Desecho
C.1 Desecho de talla 2 7,4%
Total piezas líticas 27 100%

A.1 Preforma de bifaz


Se trata de piezas burdas y gruesas que presentan inicio de reducción por percusión dura y en algunos
casos con presencia de córtex. Su recurrencia es la más alta (25,9%) y corresponden netamente a la
tipología joboide. Concuerdan con un estadio inicial de talla en donde los blanks seleccionados son
rocas de naturaleza muy posible angulosa y/o guijas. La reducción alterna ha sido la predilecta para
su reducción, observándose sobre su superficie negativos netamente amplios y profundos.

A.2 Fragmento mesial de punta bifacial


Se define este tipo por la presencia de piezas incompletas e identificadas como partes mesiales de
piezas bifaciales finalizadas (18,5%). A juzgar por sus secciones biconvexas, siluetas lanceoladas, sus
18 vistas laterales de forma paralelos rectos y reducción tecnológica muy posible por percusión blanda
confirman su fase avanzada de talla.
Juan Yataco y Camilo Morón / La serie Joboide en la península de Paraguaná

A.3 Fragmento meso apical de punta bifacial


Se trata de piezas fragmentadas identificadas como meso apicales de puntas reducidas muy posible
por percusión blanda y eventualmente percusión dura. Sus siluetas son triangulares, vistas laterales
de forma paralelos rectos y secciones biconvexas las delatan como piezas de talla avanzada y en algu-
nos caso de finalización.

A.4 Fragmento basal de punta bifacial


Al menos dos piezas (7,4%) han sido identificadas en este tipo. A juzgar por sus formas se les asocia
con la parte basal de piezas bifaciales. No tienen presencia de córtex. Una fractura transversal tecno-
lógica con terminación en lengüeta es observada sobre el tercio inferior de la pieza. Al menos una de
estas presenta negativos profundos y con evidencia de reducción alterna.

B. Útiles Ordinarios
B.1.1 Punta Unifacial
Se trata de una pieza unifacial (3,7%) sobre un fragmento de lasca laminar de forma rectangular alar-
gada, tallada por percusión dura, o blanda, y que necesariamente presenta retoque a presión en los
bordes. Se trata de una punta con trabajo unifacial finalizada.

B.2 Útil a posteriori (UP)


Se trata de piezas líticas que presentan pequeños retoques irregulares continuos tanto inversa como
cruzada, localizándose generalmente en los bordes de las lascas; estos pueden ser originados debido
a producto antrópico, natural, o posiblemente por uso (Bordes 1981: 67). Las siglas UP significan Útil
a posteriori.

B.2.1 LSPD modificada a posteriori (LSPD UP)


Lasca secundaria a percusión dura, que posee en uno o más de sus bordes, incluido en el extremo
distal, desprendimientos a posteriori. Su presencia es de un 7,4%.

B.3 Raspadores
Lascas que muestran en una o dos extremidades un retoque continuo, no abrupto, que determina un
frente mas o menos redondeado o parabólico, rara vez rectilíneo, y más raro aún cóncavo (Merino
1994: 67; Piel-Desruisseaux 1989: 92; Sonneville-Bordes et al. 1956). Esta presenta variantes definidas
por la tipología clásica, que a continuación se detalla:

B.3.1 Raspador simple


Lascas o fragmentos de lascas que muestran retoque a lo largo del borde o periferia de la pieza. A
pesar de su poca presencia (3,7%) se trata de un tipo bien definido.
B.3.2 Raspador lateral
Elaborado sobre una lasca, el retoque presenta una delineación convexa sobre su lado derecho. Si
bien su presencia es en baja proporción (3,7%), se trata de una pieza bien definida.

C. Desecho de talla
Lo conforma el 7,4% del material documentado. Presenta gran potencial para los análisis tecnológi-
19
cos. En cuanto ha sido posible, se ha tratado de determinar la procedencia del desecho. En vista de su
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 9-42

poca recurrencia hemos decidido solo crear de manera general este ítem. Sin embargo, hemos identi-
ficado muy posible un desecho de núcleo y desecho de útil.

6. El Yacimiento CX405
6.1 Ubicación
Sur-Oeste del cerro Santa Ana. península de Paraguaná.
6.2 Tipología
Tecno tipología lítica del sitio CX405
Grupo Tipo Nº %
A.2 Fragmento mesial de punta bifacial. 1 25%
Bifacial

A.3 Fragmento meso apical de punta bifacial 1 25%


B2.1 Lasca secundaria a percusión dura modificada a posteriori 1 25%
Útiles

B3.1 Raspador simple 1 25%


Total piezas líticas antrópicas 4 100%

6.3 Observación a los materiales líticos y tipología


El útil determinado como la lasca secundaria a percusión dura modificada con código de inventario
L-0026 del grupo B2.1 (Fig. 1), tiene una longitud de 46 mm, ancho de 32 mm y espesor de 8 mm.
Esta puede indicarnos muy posible evidencia de talla bifacial en el sitio. Sobre la dorsal de la pieza
se pueden observar dos negativos paralelos y una nervadura central las cuales delatan su soporte,
siendo éste un posible blank pseudo laminar. El tipo de talón es puntiforme y terminación distal en
pluma, lo cual la calificamos como una lasca exitosa. Su peso de 8,30 gr sin presencia de córtex, el
ángulo de expulsión es de 75o y su vista lateral de forma cóncava convexa evidencian al menos la
actividad de talla bifacial. Las modificaciones a posteriori se localiza en la periferia de la pieza, se
delinean de forma paralela irregular, posición cruzada y distribución continua. Los bordes modi-
ficados con ángulos agudos entre 30o y 40o pueden sugerir su uso muy posible frente a materiales
blandos.
El útil L-0021 del grupo B3.1, tipológicamente definida como un raspador simple (Fig. 2), a juzgar
por su forma puede ser definida como un útil compuesto (raspador-perforador). Empero, la presencia
de perforadores es nula en la colección. Sus medidas son de 41mm de longitud, ancho de 27 mm y
espesor 13 mm. Su peso es de 13,98 gr. Su silueta es triangular irregular, lateral y sección presentan
formas trapezoidales. No hay presencia de córtex y el blank seleccionado para su confección ha sido
una lasca relativamente gruesa, de talla bifacial y de puesta en forma. El ángulo de borde activo tiene
un rango entre 65o y 80o. El retoque es cóncavo convexo y de extensión corta, inclinación entre se-
miabrupta a abrupta localizando en toda la periferia de la pieza, finalmente su posición es unifacial
distribuyéndose de forma continua.
Dos fragmentos de piezas bifaciales pertenecen al grupo A.2 (L-0024) y al grupo A.3 (L-0022).
Ambas presentan fracturas transversales de tecnológica en lengüeta. Estas fracturas muy posibles
fueron originadas en la fase final de talla. El ángulo de borde bifacial en ambas piezas es de 70o y el
empleo de percusión blanda es la más posible.
La pieza L-0022 (A.3), tiene una longitud de 31 mm, ancho de 21 mm y espesor de 9 mm. Su peso
es de 5,14 gr. Su vista frontal y lateral es de forma triangular y su sección presenta forma bicon-
20
vexa.
Juan Yataco y Camilo Morón / La serie Joboide en la península de Paraguaná

Por el contrario, en la pieza L-0024 (A.2) estamos frente a un fragmento mesial de bifaz y presenta
dos fracturas transversales de origen tecnológico. Tiene una longitud de 32 mm, ancho 18 mm, espesor
de 10 mm y peso de 7,79 gr. Su silueta es rectangular, lateral paralelos rectos y sección biconvexa.

Figura 1. Lasca secundaria a percusión dura Figura 2. Raspador simple.


modificada.

Cadena Operativa
Se cuenta con dos fragmentos bifaciales y dos útiles. Con respecto a la materia prima, tenemos que
mencionar que la selección predilecta ha sido la arenisca cuarzosa empaquetada de coloración gris
a marrón claro. La uniformidad del tipo de roca puede demostrar que la selección de ésta ha sido
para la confección de piezas bifaciales. Su dureza entre 2 y 2,5 en la escala de mohs hace pesar que
su empleo ha sido muy posible para modificar materiales blandos. Se suma la evidencia de una lasca
pseudo laminar L-0026, en esta llama la atención la modificación que se observa en sus bordes, de
ángulos agudos, ya puede evidenciar que junto al raspador lateral L-0021, muy posible actividades
sobre material blando.

7. El Yacimiento CX433
7.1 Ubicación
Sur-Oeste del cerro Santa Ana, península de Paraguaná

7.2 Tipología
Tecno tipología lítica del sitio CX433
Grupo Tipo Nº %
A.1 Preforma de Bifaz 1 33,3%
Bifacial
A.2 Fragmento mesial punta bifacial 1 33,3%
Útil B3.2 Raspador lateral 1 33,3%
Total de piezas líticas antrópicas 3 100%

7.3 Observación a los materiales líticos y tipología


Dos piezas bifaciales y un útil conforman los materiales de este yacimiento.
Con respecto a la preforma de bifaz del grupo A.1 y con rótulo L-0023 (Fig. 3), se trata de una pre-
forma de punta bifacial que tiene una longitud de 50 mm, ancho de 19 mm, espesor de 15 mm y peso
21
de 11,45 gr. Sus superficies, tanto superior como inferior, la delatan como una pieza en proceso de ta-
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 9-42

lla pues presenta negativos profundos y nervaduras bien marcadas. Empero a juzgar por su tamaño y
peso podría tratarse de una pieza fallida y abandonada. Su silueta es lanceolada, la forma lateral y sec-
ción es biconvexa. Presenta reducción alterna haciendo empleo de percutor duro. El ángulo de borde
bifacial fluctúa entre 75o y 80o. No hay presencia de córtex por lo que su fase de talla es avanzada.
Un fragmento mesial también de una punta bifacial L-0025 del grupo A.2 ha sido determinada.
No hay presencia de córtex, presenta un peso de 18,03gr, longitud de 46 mm, ancho de 28 mm y es-
pesor de 12 mm. El ángulo de borde bifacial se ha determinado entre 65o y 70o. Su vista lateral indica
simetría entre sus superficies superior e inferior. La tecnología empleada ha sido la percusión blanda
y eventualmente percusión dura. Las fracturas son debidas a causa tecnológica con presencia de len-
güetas. Se trata de una pieza en fase final de talla.
El raspador lateral L-0027 del grupo B3.2 (Fig. 4), permite al menos identificar su soporte sobre
una lasca secundaria a percusión dura. El blank de lasca permite interpretar la selección de un frag-
mento de lasca gruesa para su posterior confección. Su longitud es de 68 mm, ancho de 25 mm, espe-
sor de 14 mm y peso de 23,45 gr. La silueta de la pieza es rectangular, su vista lateral es recto paralela
y sección triangular. La reducción ha sido empleando percusión dura. La delineación del retoque es
convexa, extensión corta localizándose en uno de los bordes lateral derecho de la lasca, su morfología
es irregular posición unifacial y distribución continua.

Cadena Operativa
La materia prima seleccionada para la confección de estos artefactos ha sido la arenisca cuarzosa em-
paquetada. Al menos la preforma de bifaz reducida a percutor duro conjuntamente con el fragmento
mesial de punta en fase final de talla, pueden indicarnos que la fabricación de bifaces puede estar
efectuándose in situ. El uso de lascas en la fabricación de los raspadores de morfología gruesa y burda
parece ser la predilecta. No tenemos más desecho que indiquen mayores indicios sobre los trabajos
efectuados en este yacimiento.

8. El Yacimiento CX658
8.1 Ubicación
Suroeste del cerro Santa Ana. Península de Paraguaná.

8.2 Tipología
Tecno tipología lítica del sitio CX658
Grupo Tipo Nº %
A.1 Preforma de Bifaz 1 12,5%
A.2 Fragmento mesial punta bifacial 1 12,5%
Bifacial
A.3 Fragmento meso apical de punta bifacial 2 25%
A.4 Fragmento basal de punta bifacial 1 12,5%
Unifaz B1.1 Punta unifacial 1 12,5%
Desecho de talla C Desecho de talla 2 25%
Total de piezas líticas antrópicas 3 100%

8.3 Observación a los materiales líticos y tipología


El material arqueológico de este yacimiento está conformado por la presencia de cinco fragmentos
22
bifaciales una punta unifacial y dos desechos de talla.
Juan Yataco y Camilo Morón / La serie Joboide en la península de Paraguaná

Figura 3. Preforma de bifaz. península de Figura 4. Raspador lateral sobre lasca. península
Paraguaná. Colección de José María Cruxent. de Paraguaná. Colección de José María Cruxent.

Una preforma de bifaz L-0019, grupo A.1, se encuentra fracturada en uno de sus bordes por causas
tecnológicas (Fig. 5). No tiene presencia de córtex, y la reducción centrípeta por talla alterna ha sido
empleada sobre esta pieza. Dos diaclasas de cuarzo se localizan en los bordes laterales de la pieza,
haciéndola inestable para la talla. Sus medidas son longitud de 99 mm, ancho 90 mm, espesor de 39
mm y peso de 317,36 gr la delatan como una pieza en fase posterior al decorticado. Siendo aún gruesa
y burda, el ángulo de borde activo varía entre 75o y 80o. La tecnología empleada durante su reducción
ha sido la percusión dura. Su silueta de forma rectangular, lateral biconvexo irregular y sección tra-
pezoidal hacen pensar en la selección de un blank con bordes angulosos, muy posible de forma tetraé-
drica. Se trata de una pieza en fase posterior al decorticado y/o inicio de puesta en forma.

23
Figura 5. Preforma de bifaz. península de Paraguaná. Colección de José María Cruxent.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 9-42

La pieza L-0018 es un fragmento mesial de punta bifacial del grupo A.2. Confeccionada muy posi-
ble sobre una lasca alargada (laminar), tiene una longitud de 42 mm, ancho 29 mm, espesor de 9 mm y
peso de 12,43 gr. El ángulo de borde bifacial fluctúa entre 50o y 55o. La tecnología empleada ha sido la
percusión dura en ambas facetas. La vista en perfil de sus bordes laterales delata la sinuosidad provo-
cada por reducción alterna. La no presencia de córtex, el grosor de la pieza y la forma biconvexa de su
vista en sección y paralelo recto en perfil evidencian su fase avanzada de talla. Dos fracturas transver-
sales localizadas en el tercio superior y tercio inferior parecen estar asociadas a causas naturales.
Dos piezas del grupo A.3, han sido de terminadas como fragmentos meso apicales de puntas bifa-
ciales. La pieza L-0016, presenta una fractura tecnológica clara. Su longitud es de 58 mm, ancho de 25
mm, espesor 12 mm y peso específico de 13,30 gr el ángulo de borde activo bifacial varía entre 65o a
70o. Imperfecciones en la roca son observadas notándose una diaclasa en uno de los bordes laterales.
La silueta es triangular, su lateralidad es de forma paralela recta y sección biconvexa. La tecnología
aplicada ha sido la percusión dura y eventualmente reducida por percutor blando. Aún se observa
en sus bordes la típica reducción alterna de piezas bifaciales. El eje de simetría aún es relativamente
burdo por lo que se trata de una pieza que está siendo regularizada y de fase avanzada de talla.
La pieza L-0017 ha sufrido una fractura natural debido a una diaclasa que contiene impurezas posible-
mente de oxido. El color de la pieza es un marrón claro. Su longitud es de 80 mm, ancho 36 mm y espesor
de 14 mm. Su peso es de 31,76 gr. No tiene presencia de córtex y el ángulo de borde activo bifacial varía
entre 55o y 60o. La tecnología empleada ha sido la percusión dura y eventualmente percusión con percutor
blando. Esta pieza se encuentra muy bien delineada lo cual hace pensar en etapas de finales de talla.
El grupo A.4, un fragmento basal de pieza bifacial con rótulo L-0014, tiene un peso de 12,68 gr.
Presenta una fractura transversal tecnológica. Ha sido reducida por percusión blanda. El blank ha
sido muy posible una lasca alargada y gruesa. Sus medidas son 59 mm de longitud, 18 mm de ancho y
11 mm de ancho. Se trata de una pieza delgada y en fase final de talla. Su sección biconvexa y lateral
paralelo recto indican que se trata de una pieza con buen eje de equilibrio. La delineación del retoque
es cóncavo convexo, extensión corta, inclinación abrupta localizándose en la periferia de la pieza. La
morfología de los retoques es paralela irregular, siendo su posición bifacial y distribución continua.
La punta unifacial del grupo B1.1 y con número de catálogo L-0020 ha sido obtenida a partir de
una lasca secundaria a percusión dura laminar (Fig. 6). La pieza no se muestra completa, teniendo
en la parte proximal de la lasca y/o basal del artefacto una fractura transversal en lengüeta debido
a causas tecnológicas. La longitud de la pieza es de 116 mm, ancho de 38 mm y espesor de 19 mm. El
máximo ancho y espesor se localiza en la parte mesial de la punta, su peso es de 77,57 gr. El ángulo
de borde activo varía entre 55o y 70o. La forma de la silueta es lanceolada alargada, el perfil es recto
convexo irregular, observándose algunas aristas pronunciadas sobre la faceta dorsal de la pieza. Vista
de sección es de forma recto convexa. La tecnología empleada en la faceta dorsal ha sido la percusión
dura y eventualmente percusión blanda. No se muestra presencia de córtex. La delineación de los re-
toques es convexa y presenta una extensión corta, tienen una inclinación semiabrupta, localizándose
en el izquierdo y derecho. La morfología de los retoques se muestra de forma paralela irregular y por
secciones se torna escamosa, su posición es unifacial y distribución continua.
En el grupo C contamos con dos desechos de talla. La pieza L-0013, bien debe de ser definida como
un desecho de útil. Al parecer es sospechosa de ser un desecho de pieza unifacial. Sin embargo, mayo-
res detalles no pueden ser referidos. Presenta una longitud de 69 mm, ancho de 57 mm y espesor de
25 mm. Su peso específico es de 61,06 gr. Se observa sobre una de sus facetas, una serie de retoques
paralelos, de delineación recta convexa, extensión corta, inclinación abrupta, localizándose sobre un
segmento del borde del desecho. La pieza L-0015, un desecho de talla pleno, tiene una longitud de 52
mm, ancho de 70 mm, espesor de 23 mm y peso de 79,71 gr. Su silueta y sección son de forma trapezoi-
dal, perfil cóncavo convexo y sus negativos y nervaduras centrípetas pueden indicarnos que proviene
24
de talla bifacial, muy posible de puesta en forma o fase posterior al decorticado.
Juan Yataco y Camilo Morón / La serie Joboide en la península de Paraguaná

Figura 6. Punta Unifacial. península de Paraguaná. Colección de José María Cruxent.

Cadena Operativa
La materia prima del yacimiento CX658 ha sido determinada como una arenisca cuarzosa empaque-
tada. Los colores de las piezas fluctúan desde un gris claro, coloración rojiza y en ocasiones llegando
a un marrón claro. La patina en estas piezas es brillosa y su fractura es concoidal de buena calidad. La
uniformidad en la selección de la materia prima muy posible con formas tetraédricas para confeccio-
nar piezas bifaciales es lo más probable. Al menos una punta unifacial L-0020 que presenta imperfec-
ciones en su simetría y puntas bifaciales como las piezas L-0014, L-0016, L-0017 y L-0018 sugieren que
ha sido la actividad efectuada para obtener este tipo de piezas. La preforma de bifaz L-0019 y dos de-
sechos L-0013 y L-0015, puede reforzar lo dicho anteriormente, evidenciando que se están elaborando
muy probable in situ, o al menos las fases finales de talla se realizan en el yacimiento. Asimismo, dos
desechos de talla se muestran en clara asociación con la reducción de piezas bifaciales.

9. El Yacimiento CX903
9.1 Ubicación
25
Cerro Santa Ana. Península de Paraguaná.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 9-42

9.2 Tipología
Tecno tipología del sitio CX903
Grupo Tipo Nº %
Bifacial A.1 Preforma de bifaz 5 100%
Total de piezas líticas antrópicas 5 100%

9.3 Observación a los materiales líticos y tipología


Se cuenta con cinco preformas de bifaz determinadas en el grupo tipológico A.1, de las cuales cuatro
han sufrido fractura tecnológica. La preforma de bifaz completa L-0001 (Fig. 7), ha sido modificado
con percutor de piedra en ambas facetas, las huellas de los negativos son profundos y las nervaduras
bien marcadas. La vista frontal de la pieza de forma romboidal irregular, el perfil paralelo irregular y
su sección de forma tetraédrica a romboidal nos da indicios del tipo de selección del blank. Asimismo,
se suma la presencia de córtex entre un 20% a 30% indicando con certeza que el blank seleccionado ha
sido un tipo de roca de naturaleza angulosa y que a juzgar por su forma puede haber sido de aspecto
tetraédrico. Sus medidas son de longitud de 127 mm, ancho de 75 mm, espesor de 25 mm y peso 376,68
gr. Su peso es el mayor de toda la colección pudiendo ser las dimensiones reales del blank de 150 x
100 mm aproximadamente. El ángulo de borde bifacial oscila entre 75o a 80o típico en las preformas
bifaciales. El empleo de la reducción alterna es evidente en esta pieza.
La preforma L-0004 (Fig. 8) llama la atención por estar modificada sobre una lasca gruesa y burda.
Esta presenta una fractura tecnológica en su parte mesial y tiene un peso de 365,7 gr. Su longitud es
de 119 mm, ancho 88, espesor de 41 mm. El máximo ancho y espesor se localizan en la parte mesial y
justo sobre la fractura transversal de la pieza. El ángulo de borde bifacial es abrupto llegando a medir
entre 75o a 90o. Su forma frontal es trapezoidal irregular, perfil rectangular y sección trapezoidal. La
pieza ha sido reducida haciendo empleo de percutor de piedra sobre la cara dorsal de la lasca, obser-
vándose sobre ella negativos profundos y nervaduras bien marcadas. Se trata de una pieza burda aún
en inicios de desbastado que esta siendo reducida unifacialmente.
La pieza L-0002 (Fig. 9), es una preforma bifacial típica, sus dimensiones son 148 mm de longitud,
ancho de 72 mm y espesor de 37 mm. El máximo ancho se localiza sobre su parte mesial y el máxi-
mo espesor sobre el tercio inferior. Su peso es de 366,68 gr el ángulo de borde bifacial es abrupto,
oscilando entre 75o a 90o. Su silueta es rectangular irregular, vista de perfil sus bordes son paralelos
rectos y de sección romboidal irregular. Se ha hecho empleo de la reducción por medio de percusión
con percutor duro, hay una pequeña presencia de córtex que puede llegar a ser un 3% del total de la
pieza. Sobre su base se observa una fractura transversal del tipo tecnológico, muy probable este tipo
de fracturas se deba al contenido de impurezas de la roca, en este caso se observa una diaclasa en la
parte basal de la pieza. La reducción alterna ha sido la típica empleada en su confección.
Otra preforma de bifaz presenta dos fracturas tecnológicas (L-0003: Fig. 10): una localizada en
la parte longitudinal sobre el borde lateral; y la otra sobre su parte basal es la pieza. Se trata de una
preforma sin córtex, sus dimensiones son de 160 x 68 x 35 mm. Tiene un peso específico de 295,39 gr.
El peso indica su fase de puesta en forma, su máximo ancho y espesor se localiza sobre el tercio su-
perior de la pieza y se configura aún con imperfecciones en el eje de equilibro de la pieza. Se observa
una diaclasa de cuarzo cruzando de forma transversal sobre el tercio superior de la pieza. El ángulo
de borde bifacial es típico de las preformas llegando a oscilar en este caso entre 75o a 90o. Lo cual es
ya recurrente entre las piezas analizadas. Los negativos profundos y amplios así como las nervaduras
marcadas y reducción alterna, reflejan el empleo de percusión dura durante su confección.
26 Estando frente a la pieza L-0005, definido como un fragmento de preforma bifacial de dimen-
siones pequeñas debido a una fractura transversal plena tiene una longitud de 79 x 77 x 29 mm. Su
Juan Yataco y Camilo Morón / La serie Joboide en la península de Paraguaná

Figura 7. Preforma de bifaz.

27
Figura 8. Preforma de bifaz sobre lasca.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 9-42

Figura 9. Preforma de bifaz.

28
Figura 10. Preforma de bifaz.
Juan Yataco y Camilo Morón / La serie Joboide en la península de Paraguaná

peso es de 184,31 gr. y el ángulo de borde bifacial es de 70o. Su forma es triangular irregular, en vista
lateral se observan bordes paralelos irregulares y en sección trapezoidal. La percusión dura ha sido la
predilecta durante su manufactura.

Cadena Operativa
El uso de la arenisca cuarzosa empaquetada de coloración marrón claro, fractura concoidal, pátina
brillosa la hace exclusiva para la talla bifacial. Sin embargo, el contenido de diaclasas de cuarzo vuelve
a este tipo de piezas inestables durante la talla. En muy posible que el blank elegido para confeccionar
los bifaces sean piezas relativamente grandes cuyas formas son triedros y tetraédricas y en algunos
casos se hace empleo de lascas de grandes dimensiones. La presencia de córtex en dos de las piezas
puede sustentar nuestras hipótesis, asimismo la pieza L-0001 la de gran dimensión y peso puede per-
mitir aproximarnos a reconstruir el blank elegido de al menos dimensiones de 150 x 100 mm. No se
tiene desechos de talla para poder establecer fases concretas de la manufactura de las piezas. Sin em-
bargo, al menos las preformas indican fase de decorticado, talla alterna y su puesta en forma.

10. El Yacimiento CX943


10.1 Ubicación
Cerro Santa Ana, península de Paraguaná.

10.2 Tipología
Tecno tipología lítica del sitio CX943
Grupo Tipo Nº %
Bifacial A.1 Preforma de bifaz 1 100%
Total de piezas líticas antrópicas 1 100%

10.3 Observación a los materiales líticos y tipología


Una única preforma de bifaz proviene de este sitio. El lítico L-0006, es una pieza incompleta,
definida tipológicamente en el grupo A.1, está modificada sobre una arenisca cuarzosa de pátina
brillosa, color gris claro y de buena calidad para la talla. Tiene una longitud de 119 mm, ancho de 75
mm, espesor de 54 mm y un peso de 338 gr. La presencia de córtex en un 45% en una de sus facetas,
delata el origen del blank de muy posible forma tetraédrica. El máximo ancho se localiza en la parte
mesial y su máximo espesor en el tercio inferior de la pieza. El ángulo de borde bifacial mide entre
70o a 80o. La forma de sus vistas frontal y lateral es triangular irregular y su sección romboidal irre-
gular. Su proceso de reducción por percusión dura es evidente y presenta una fractura transversal
por tecnología.

Cadena Operativa
Se dificulta la posibilidad de proponer la cadena operatoria del sitio, debido a que contamos tan solo
con la presencia de una preforma de pieza bifacial. La cuarcita areniscosa guarda uniformidad con la
materia prima de otros yacimientos aquí descritos.

11. El Yacimiento CX945


11.1 Ubicación
29
Cerro Santa Ana, península de Paraguaná.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 9-42

11.2 Tipología
Tecno tipología lítica del sitio CX945
Grupo Tipo Nº %
A.2 Fragmento mesial de punta bifacial 2 33,3%
Bifacial
A.3 Fragmento meso apical de punta bifacial 3 50%
Útiles a posteriori B2.1 Lasca modificada a posteriori 1 16,7%
Total de piezas antrópicas 6 100%

11.3 Observación a los materiales líticos y tipología


El grupo A.2 está conformado por la presencia de dos fragmentos mesiales de punta bifacial. La pieza
L-0008, se observa bien configurada estando en una fase final de talla (Fig. 11). Sus medidas son de 62 x
45 x 13 mm y peso de 37,73 gr. El ángulo de borde bifacial varía entre 75o a 80o. La silueta es triangular,
su forma latera es paralelo recto y sección recto convexo. Los negativos y nervaduras profundas se
asocia a la utilización de percutor duro y eventualmente percusión blanda. Se observan dos fracturas
transversales, una ubicada en a parte apical de la pieza y en su parte mesial, son típicas por tecnolo-
gía. Sobre sus bordes se observan una serie de retoques tenues , efectuados durante la finalización de
la talla. Estos se delinean de manera recta, extensión corta, inclinación abrupta, localizándose en los
bordes laterales izquierdo y derecho, su morfología es paralela irregular, posición bifacial y distribu-
ción continua.
La pieza L-0011 (Fig. 12) presenta dos fracturas en típica lengüeta debido a causas tecnológicas. A
juzgar por su peso de 13,03 gr, eje de equilibrio y forma, se trata de una punta finalizada. Sus medidas
son de 50 x 22 x 10 mm. El ángulo de borde bifacial oscila entre 55o y 60o, siendo esta de inclinación
semiabrupta. La tecnología empleada muy posible ha sido la percusión con percutor blando. Su silue-
ta es triangular, su vista de perfil indican bordes paralelos rectos convergentes y sección biconvexa
sin irregularidades en su simetría. Sus bordes laterales ligeramente muestran cierta sinuosidad en
zigzag lo cual prueba que se ha reducido la pieza de forma alterna ejerciendo presión en los bordes. La
delineación de los retoques son convexos y de extensión corta, disponiéndose sobre la pieza de forma
paralela irregular y distribución continua.
El grupo tipológico A.3 está determinado por la presencia de tres fragmentos meso apicales de
puntas bifaciales. Las medidas de la pieza L-0009 son de 73 x 27 x 9 mm. Tiene un peso de 19,07 gr. El
máximo ancho y espesor se localizan en la parte mesial de la punta. Se trata de una pieza finalizada
pues el eje de equilibrio es simétrico. El ángulo de borde bifacial fluctúa entre 55o a 60o. Su silueta es
triangular, perfil paralelo recto convergente, sección biconvexa. La tecnología empleada ha sido muy
posible la percusión blanda. La delineación de los retoques es convexa, extensión corta, localizándose
en toda la periferia de la pieza, la forma de los retoques sobre la pieza se disponen de manera paralela
irregular y continua en ambas facetas y bordes de la pieza. La fractura en lengüeta en la parte mesial
indican su origen por causas tecnológicas.
La pieza L-0010, fracturada también por causas tecnológicas tiene medidas de 67 x 26 x 12 mm, su
peso es de 22,32 gr. El ángulo de borde bifacial oscila entre 55o y 60o. Su simetría aún no es perfecta,
siendo su silueta triangular ligeramente irregular, su vista lateral es paralela convergente y su sec-
ción biconvexa. Sobre ésta es muy probable el empleo de percusión dura.
El fragmento de punta bifacial L-0012 (fig. 13), presenta medidas de 77 x 29 x 12 mm y un peso de
27,09 gr. Su ángulo de borde activo oscila entre 60o a 70o. La silueta de esta pieza es triangular, la forma
de su vista lateral es paralelo convergente y sección biconvexa. La percusión dura es muy probable
30 debido aún a la reducción alterna determinada en sus bordes laterales. La delineación de los retoques
Juan Yataco y Camilo Morón / La serie Joboide en la península de Paraguaná

Figura 11. Fragmento mesial de punta bifacial.

31
Figura 12. Fragmento mesial de punta bifacial. Figura 13. Fragmento meso apical de punta bifacial.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 9-42

Figura 14. Lasca modificada a posteriori.


es recta irregular, extendiéndose de manera corta, se localiza en toda la periferia de la pieza, su mor-
fología es paralela irregular y de posición bifacial. Esta pieza esta en fase final de reducción debido a
pequeñas irregularidades en su eje de equilibrio.
Una lasca modificada a posteriori L-0007 pertenece al grupo B2.1. Sus medidas son de 82 mm an-
cho 55 mm y espesor de 27 mm (Fig. 14). Su peso es de 126,14 gr. el ancho y espesor del talón miden 36
x 11 mm. El ángulo de expulsión es de 65o, el ángulo de borde activo distal es de 80o y el borde activo
del borde derecho mide 75o. Su silueta es rectangular, lateral rectangular irregular y sección de forma
trapezoidal. El talón es liso y bulbo prominente el cual respalda su obtención por percutor de piedra.
El borde distal es grueso, sin presencia de córtex y se observa sobre su dorsal el negativo de una lasca
reflejada. La arenisca presenta imperfecciones cruzando de forma lateral vertical una diaclasa de
cuarzo. La delineación del retoque es convexa de extensión corta sobre la dorsal, localizándose sobre
el borde derecho y distal de la pieza, finalmente de morfología paralela irregular y continua.

Cadena Operativa
La cuarcita areniscosa empaquetada ha sido la predilecta para la talla. Sus colores varían desde un
gris claro a un rojizo y marrón claro. La presencia de diaclasas al menos en las piezas L-0009 y L-0007
ponen en riesgo la talla final de las piezas. Se observa en este sitio la presencia de bifaces. No tenemos
desechos de talla que nos indique que su modificación se efectúe in situ. Sin embargo, algunas piezas
burdas y casi finales pueden indicar muy posible actividades de talla final (e.g. retoque y/o finaliza-
ción) de piezas bifaciales en este yacimiento. Las fracturas en lengüeta son debidas a causas tecnoló-
gicas más que por las impurezas en la roca.

12. Sobre la calibración de fechados radiocarbónicos


en la zona de convergencia intertropica
La edad radiocarbónica es comúnmente estimada y expresada en muchas publicaciones en años B.P.
32
(years before the present), teniendo por costumbre el uso del año 1950 A.D. como 0 B.P. Debido a una
Juan Yataco y Camilo Morón / La serie Joboide en la península de Paraguaná

serie de convenciones internacionales sabemos que el empleo convencional de las siglas B.P hacen
referencia a los fechados con valores no calibrados, mientras que BC/AD sugieren valores radiocarbó-
nicos calibrados en años calendáricos nuestros (Taylor, 1987: 4-6).
Durante el empleo del programa OxCal v.4.1 se ha preferido usar la curva de calibración InCal09
(Reimer et al. 2009: 1111-1150) utilizada para fechados del hemisferio norte debido a la edad temprana
de las muestras y al alcance de la curva de calibración. Además, se dispuso la obtención de datos a dos
sigmas para evaluar un margen amplio de tiempo durante la calibración.
Por otro lado, viendo que los fechados pueden estar alterados muy posible debida a la intensa ra-
diación solar, como también muy posible al efecto Suess ya detectada en muestras marinas del Cariaco
Basin procedentes de Islas Tortugas, Boca del Medio y Los Testigos (Ochsenius 1979: 18; Guilderson
et al. 2005: 57-65), se suma además la proximidad de los sitios a la zona de convergencia intertropi-
cal (Intertropical Convergence Zone, ITCZ). Sobre este último, diversas publicaciones ya han tratado
sobre la incertidumbre de las calibraciones de 14C desde los sitios que se localizan en el neo-tropico
y trópico, concluyendo que en el ITCZ debido a los cambios de estación se desplaza por efectos del
viento CO2 desde el hemisferio norte y de igual forma en otra parte del año el viento desplaza CO2
desde el hemisferio sur, jugando este fenómeno un rol determinante en la alteración de los fechados
radiocarbónicos en el Coriaco Basin (McCormac et al. 2004: 1188; Westbrook et al. 2004). Por estas razo-
nes, se ha priorizado la revisión de posibles efectos reservorio sobre muestras terrestre en el Cariaco
Basin. Sin embargo, no existen estudios que precisen una compensación a estas alteraciones (Hughen
et al. 1998: 489-490). Sabiendo estos datos realizaremos a continuación la calibración de los fechados
del sitio arqueológico de Taima-Taima debido a las asociaciones de resto de animales pleistocénicos
con material lítico Joboide y asociar su temporalidad a esta colección.

Taima-Taima
Sobre este sitio queremos simplemente abordar los fechados radiocarbónicos en conjunto, tomando
para ello el trabajo de Bryan y Gruhn y someterlos a la calibración (Bryan & Gruhn 1979: 55-56, tables
1 and 2). Los fechados de Taima-Taima proceden de diferentes perfiles ordenados por unidades y
niveles estratigráficos y expresados en años radiocarbónicos BP deslindando en estos los fechados
radiocarbónicos consistentes e inconsistentes (Bryan & Gruhn 1979: 56). Nos limitaremos tan solo
en corregir los fechados que han sido considerados como consistentes. Ocho fechados provienen del
perfil A de Taima-Taima tomados durante las excavaciones de 1968 de la esquina noreste, sección 38
asociadas a una serie de capas de arcilla distinguidas según las características del suelo como Unidad I
(grey sand) y Unidad III (black clay). Es en la unidad I donde se ha podido asociar los huesos de animales
y posibles actividades de matanza (Tamers 1971: 34-35). Los fechados han sido clasificados por Bryan
y Gruhn (1979: 55) de la siguiente manera:

Tabla 3. Fechados del Perfil A.

Perfil A (esquina NE, sección 38.


Unidad III, Black Clay) Perfil A, Grey Sand, Unidad I

Cod. Lab. Valor en BP. Profundidad Cod. Lab. Valor en BP Profundidad

IVIC-657 9650 80 0,65-0,75 cm IVIC-660 12660 120 1,50-1,65 m

IVIC-658 9650 100 0,75-0,85 m IVIC-661 12660 120 1,65-1,80 m

IVIC-659 10140 90 0,85-0,95 m IVIC-662 13390 130 1,80-1,95 m


IVIC-663 13130 130 1,95-2,10 m
IVIC-664 12730 120 2,10-2,25 m 33
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 9-42

Asimismo, ocho fechados más fueron obtenidos de la esquina SE del perfil B, sección 38, al igual
que en el perfil A han sido ordenados de manera secuencial teniendo en cuenta las profundidades de
donde fueron tomadas. Estas han permitido realizar comparaciones con el perfil A. En este caso los
fechados del perfil B clasificados por Bryan y Gruhn (1979: 55) son las siguientes:
Tabla 4. Fechados del Perfil B.
Perfil B (esquina SE, sección 38)
Cod. Lab. Valor en BP Profundidad Cod. Lab. Valor en BP Profundidad
IVIC-665 9860 110 0,65-0,75 cm IVIC-669 12770 120 1,65-1,80 m
IVIC-666 10030 90 0,75-0,85 m IVIC-670 12990 260 1,80-1,95 m
IVIC-667 10290 90 0,85-0,95 m IVIC-671 13180 130 1,95-2,10 m
IVIC-668 13390 130 1,50-1,65 m IVIC-672 14010 140 2,10-2,25 m
Finalmente los autores realizan un estudio detallado de los fechados y sus contextos finalizando,
con una tabla resumen en dónde se exponen los resultados de laboratorio más consistentes e incon-
sistentes procedentes de Taima-Taima, la tabla vertida es la que se muestra en la siguiente página.
Al someter los resultados de laboratorio considerados como consistentes al programa de cali-
bración Oxcal 4.1, se ha obtenido una superposición lógica de las mismas. Estos tienen un rango que
oscila aproximadamente desde los 8000 a 16000 cal BC., estos se exponen en la tabla 6.
En la unidad III, la muestra (IVIC-657), ha arrojado un fechado calibrado que oscila entre 9237-
8804 calBC. Si bien este guarda una relación secuencial el fechado se muestra alterado debido a que
este cae sobre un “plateux”. La muestra (IVIC-658) es un caso similar al anterior, pues se muestra
alterada, resultando la calibración en un rango que oscila entre 9245 calBC-8745 calBC. La muestra
(IVIC-665), ha arrojado un alcance temporal de 9266-8753 calBC. Luego, las muestras (IVIC-666) (IVIC-
659) e (IVIC-667), presentan los años calendáricos en orden consecutivos de 9766-9306 calBC, 10041-
9398 calBC y 10430-9768 calBC, todos con evidencias de alteraciones debido a que recaen nuevamente
sobre “plateux” (cf. tabla 6).
La unidad I está conformada por catorce muestras de laboratorio los cuales también han mostrado
un resultado secuencial lógico. Esta unidad tiene un margen temporal que fluctúa desde los 11464 a
14850 calBC. Un 95% de las muestras calibradas se presentan alteradas nuevamente por la presencia de
“plateux”, empero al menos las muestras IVIC-662 y IVIC-668, presentan solo ligeras alteraciones en
comparación a otras (cf. Tabla 7, fechados sombreados en gris).
Creemos que la investigación y las asociaciones de piezas tipo Joboide con huesos de animales
pleistocénicos realizada en Taima-Taima resultan creíbles, siendo este uno de los sitios más consis-
tentes. Si bien los fechados radiocarbónicos exhiben en gran mayoría alteraciones, una coherente
secuencia temporal se asocia con el orden estratigráfico de las excavaciones efectuadas lo cual da cre-
dibilidad a la asociación temporal Pre-Clovis en Taima-Taima. No olvidemos que las alteraciones pue-
den ser debidas a posibles efectos reservorios que afecten a las muestras terrestres y y estas altera-
ciones no han sido investigados a profundidad. Asimismo, el desplazamiento de CO2 y los fenómenos
climatológicos en el Cariaco (e.g. insolación, cambio estacional y desplazamiento del viento), pueden
jugar un rol fundamental para el entendimiento de tales alteraciones durante fines del Pleistoceno e
inicios del Holoceno en la península de Paraguaná.

13. Discusión y conclusión


Se ha preferido utilizar de manera cautelosa el término Joboide debido a las semejanzas con el
clásico material lítico definido por José María Cruxent referente al sitio clásico El Jobo procedente
34
de Pedregal.
Juan Yataco y Camilo Morón / La serie Joboide en la península de Paraguaná

Tabla 5. Fechados radiocarbónicos consistentes e inconsistentes de Taima-Taima.


Tomado de Bryan y Gruhn (1979: 56, table: 2).

Unidad estratigráfica y material


Datos consistentes Datos inconsistentes
datado

Valor en BP. Cod. Lab Valor en BP. Cod. Lab


9650 80 IVIC-657 - - -
9650 110 IVIC-658 - - -
Black Clay (Unit. III): organic carbon
content of “soil” 9680 110 IVIC-665 - - -
10030 90 IVIC-666 - - -
10140 90 IVIC-659 - - -
10290 90 IVIC-667 - - -
11860 130 IVIC-655 - - -
12580 150 IVIC-627 - - -
12620 120 IVIC-661 - - -
12660 120 IVIC-660 - - -
12730 120 IVIC-664 - - -
Convoluted Grey Sand (Unit. I): root
12770 120 IVIC-669 - - -
probably extending from surface of
Unit I. All IVIC dates on organic carbon 12980 85 SI-3316 - - -
content of “soil”, except IVIC 191-1 on
organic carbon content of bone. Others 12990 260 IVIC-670 - - -
dates on wood associated with mast-
13000 200 Birm-802 - - -
odon skeleton excavated in 1976
13010 280 IVIC-191-1 - - -
13130 130 IVIC-663 13880 120 USGS-247
13180 130 IVIC-671 14010 140 IVIC-672
13390 130 IVIC-662 14200 300 UCLA-2133
13390 130 IVIC-668 - - -

Bone probably from Cooble Pavement


14440 435 IVIC-191-2 7590 100 IVIC-191-B
(organic carbon)

El análisis efectuado nos ha permitido confirmar la presencia de preformas, esbozos, puntas bi-
faciales y unifacial en la península de Paraguaná. La materia prima de arenisca cuarzosa ha permiti-
do identificar segmentos de la cadena operativa lítica. Selección de grandes piezas con formas muy
posible triédricas, tetraédricas y posibles guijas para confeccionar piezas bifaciales a percusión dura
han sido la predilecta. La relación morfotecnológica de esta colección Joboide de Paraguaná frente a
líticos de El Jobo de Pedregal ha podido ser establecido preliminarmente. Estas comparaciones son
generales y se han establecido a partir de algunas fotografías y descripciones publicadas, las cua-
les guardan semejanzas por sus formas y dimensiones con la punta unifacial del sitio CX658 y las
35
preformas de bifaces identificadas en la colección analizada. El empleo de lascas alargadas reducida
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 9-42

Tabla 6. Fechados radiocarbónicos de Taima-Taima calibrados a dos sigmas, resultando en orden secuencial y
corroborando la propuesta por Bryan and Gruhn (1979: 53-58).

36
Juan Yataco y Camilo Morón / La serie Joboide en la península de Paraguaná

unifacial y bifacialmente pone en evidencia el tipo de soporte requerido para confeccionar toda una
gama de artefactos (e.g. Cruxent & Rouse, 1956: 174-175, fig. 2-3; Cruxent,s/f: 9-14, fig. II-VII; Cruxent
& Rouse, 1961: 39; fig. 37, plancha 20). Igualmente la materia prima determinada en nuestros estudios
guarda concordancia con la materia prima registrados en El Pedregal y la península de Paraguaná (cf.
Szabadics, 1997: 65-66, 71, fotos Nº 24-25, 71).
Por otro lado, resulta evidente que el trabajo de Cruxent y de Szabadics es seminal en la península
de Paraguaná y es necesario mayores investigaciones en la zona que explique la presencia de puntas
Clovis, Folsom y Joboide en esta área (Szabadics 1997: 104, 105, 114). El termino tipológico “hachas de
piedra” (Rouse & Cruxent 1963c: 30, 1963d: 37; Szabadics, 1997: 65-67; 80-83; Cruxent, 1967: 3) y “lascas
levallois” (Cruxen, 1983: 249-256) empleada sobre los materiales líticos de El Jobo debe de ser desecha-
da, debido a que no existe ninguna relación tecnológica con la industria lítica europea y más bien
estamos frente a preformas de bifaces, relacionadas al primer estadio de talla.
Los fechados radiocarbónicos y su calibración han sido satisfactorios. Las alteraciones de los fe-
chados al momento de la calibración pueden deberse a múltiples factores, pudiendo deberse a la toma
de la muestra, hasta el desplazamiento de CO2 por el viento en diferentes estaciones del año proce-
dentes desde el hemisferio sur y norte hacia la zona de convergencia intertropical en el Cariaco. Los
estudios de estas alteraciones de CO2 sobre el material terrestre merecen un estudio detallado para
poder determinar las compensaciones que se deben de tener en cuenta al momento de la calibración
radiocarbónica a años calendáricos nuestros. Estudios de estas alteraciones denominadas como efec-
to reservorio ya se efectúan en el Cariaco pero aplicadas exclusivamente para muestras marinas.
Las referencias geológicas también ha revelado que Cerro Santa Ana es tema de debate científico
y existen dos posturas teóricas sobre su origen. En primer lugar se argumenta que se trataría de un
volcán alóctono debido a la presencia de cristales contenidos en las rocas de basalto, mientras que
otros argumentan que estaríamos frente a una masa magmática que no llegó a erupcionar y se enfrió
lentamente. Al margen de estas explicaciones, el análisis geológico sobre los líticos ha determinado
que la materia prima empleada en la colección en estudio ha sido la arenisca cuarzosa, el cual coinci-
de con la formación ígnea metamórfica del cerro Santa Ana. Este dato guarda relación con la materia
prima documentada al sur oeste y de la base del cerro Santa Ana cuyos sitios están catalogados con
los rótulos CX405, CX433, CX658, CX903, CX943 y CX945. A partir de la determinación de la materia
prima podemos argüir hipotéticamente lo siguiente: Que los primeros habitantes de la península de
Paraguaná se asentaron cercanamente a la cantera de arenisca cuarzosa para aprovisionarse de ella.
Si esto se compara con la serie clásica de El Jobo localizado en El Pedregal, la recurrencia de este tipo
de materia prima para confeccionar preformas y puntas bifaciales es la misma. Muy posible el des-
plazamiento de este grupo humano desde la península de Paraguaná hasta El Pedregal o de manera
inversa puede ser evidencia del recorrido de este grupo humano con la misma tecnología.
Creemos que los materiales aquí analizados pueden ser asociados temporalmente con los ma-
teriales liticos de tipo Joboide hallados en Taima-Taima. Debido a que Taima-Taima ha sido deter-
minado como uno de los sitios representativos que presenta una cronología fiable hemos decidido
realizar la calibración de los fechados radiocarbónicos. Los veinte y un fechados determinados como
valederos han permitido obtener una sucesión de eventos que guardan relación con la estratigrafía
registrada en este sitio. Las muestras (IVIC-662) e (IVIC-668) muestran ligeras alteraciones durante la
calibración lo cual permite argumentar una ocupación y actividad Pre-Clovis con evidencias de líticos
del tipo Joboide en asociación a restos de fauna Pleistocénica. Sobre este punto es necesario recordar
que el paradigma Clovis viene siendo hoy reevaluado, debido al descubrimiento de artefactos líticos
entre mil a ochocientos años más tempranos que la clásica ocupación Clovis. Un caso con evidencia
de caza y huesos con huellas de corte se evidencia en el sitio Manis, donde se ha puesto en evidencia
la incrustación de una punta de proyectil entre la vértebra y la costilla de un mastodonte y cuyos 37
fechados radiocarbónicos llega entre 13860 a 13763 BP (Waters et al. 2011: 351-353). Por otro lado,
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 9-42

investigaciones efectuadas en una serie de cuevas sumergidas en la península de Yucatan se han ha-
llado restos humanos que datan entre 13610 a 13430 calBC, asimismo se ha reportado la presencia de
restos de fauna pleistocenica sin confirmar su asociación con los restos óseos humanos encontrados
(González et al. 2008: 1-24). Otro sitio reportado con artefactos pre-Clovis se localiza en el sitio Gault,
en Texas (Collins et al. 2008:70-72). Estas evidencias pre-Clovis, resultan ser de especial importancia
para poder evaluar la edad de la llegada y rutas de migración de los primeros americanos (Bryan 1986:
1-14). Otro sitio de edad muy temprana que contiene evidencias de los restos óseos de al menos seis
mastodontes, registrándose en áreas de matanza y descarnado ha sido reportado en el sitio de Monte
Verde en Chile (Dillehay 2000: 158), semejantes contextos se han reportado en Tibitó, en la Cueva del
Medio, cueva de Mylodont, las Buitreras y Palli Aike.
No somos capaces aún de poder determinar con seguridad si las puntas del tipo El Jobo son ex-
clusivamente un invento sudamericano. Si bien la cronología de Taima-Taima resulta ser pre-Clovis,
no necesariamente sería un indicador real para poder argüir una invención propia sudamericana.
Con esto no nos mostramos contrarios a las ideas de Bryan (1973: 245-254; 1975: 151-159), sino que
aún requerimos de mayores registros morfotecnológicos de toda la industria de El Jobo para poder
determinar y correlacionar con mayor precisión filiaciones y diferencias entre la industria lítica nor-
teamericana versus la sudamericana.
En conclusión, mayores estudios no solamente sobre tipología, sino también temas que aborden
las alteraciones de las muestras radiocarbónicas por efectos del clima, geología, estudios de los tipos
de rocas seleccionadas para la confección de utensilios, variaciones del mar en tiempos pleistocénicos
y la tecnología lítica son de suma urgencia en ésta área para el entendimiento del desplazamiento
humano de los primeros pobladores venezolanos. Al menos nuestros estudios han determinado la
selección de arenisca cuarzosa de muy posible grandes blanks de formas angulosas o guijas, mediante
los cuales se detecta solo el primer estadio de decorticado y obtención de preformas bifaciales, segui-
do de un último estadio conformado por talla final con la obtención de puntas bifaciales y unifaciales.
Asimismo, recalcamos que la tecnología del tipo Joboide documentada en el cerro Santa Ana de la
península de Paraguaná, guarda estrecha semejanzas con las descripciones tecnológicas y morfología
del complejo clásico El Jobo, localizado en el Pedregal a 90 km tierra adentro. Por lo tanto, creemos
que mediante la identificación de la misma tecnología y selección de la materia prima es posible
argumentar una ocupación y desplazamiento de un mismo grupo humano desde el cerro Santa Ana
hasta el Pedregal. Siempre bajo este argumento resulta evidente que recorrer grandes distancias para
los talladores Joboides no resulta difícil. Finalmente, las asociaciones temporales de los liticos del tipo
Joboide asociadas con las muestras más tempranas procedentes de Taima-Taima IVIC-662 y IVIC-668,
pueden ser asociadas con las piezas estudiadas en la presente investigación, por lo tanto, estas se
remontan a edades que fluctúan entre 13664 y 14850 calBC, siendo las más tempranas de Venezuela
y de clara edad pre-Clovis.

38
Juan Yataco y Camilo Morón / La serie Joboide en la península de Paraguaná

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42
Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 43-86
ISSN: 0254-8062

Recibido: marzo de 2012


Aceptado: junio de 2012

EMPLEO DE LAS ARMAS ARROJADIZAS DEL ÁREA


CENTRO-ANDINA: ¿ARMAS DE CAZA O DE GUERRA?
Vincent Chamussyi
Invesitagador asociado a CNRS - Université Paris I
chamussy@wanadoo.fr

Resumen
Todos los tipos de armas no se utilizaron de la misma manera y al mismo tiempo durante la prehistoria del
área centro-andina. El estudio de su invención o re-invención (o primera ocurrencia en una parte dada del
mundo, lo cual es casi sinónimo), su uso y su evolución, que nunca ha sido hecho de forma completa hasta
la fecha, proporciona informaciones fundamentales sobre las sociedades que las utilizaron, sus relaciones
mutuas y su medio ambiente. No obstante, la dificultad de diferenciar las armas de guerra de las de cacería
y de las herramientas es recurrente. Entre las armas arrojadizas, sostenemos que la mayoría ha sido usada
para la caza y el ritual, y que pocas han sido empleadas como armas de guerra hasta los Incas.
Palabras clave: Andes, armas, guerra, caza, herramienta, símbolo.

Abstract
All types of weapons were not used in the same way and at the same time during the prehistory of the
Central Andean Area. The study of their invention, or re-invention (or first occurrence, which is almost
the same) , use and evolution which has never been carried out so far, brings us crucial information on the
type of society who used them, their mutual relationship and with their environment. Nevertheless, the
difficulty to distinguish between war weapons, hunting weapons and domestic tools is recurrent. Among
throwing weapons, we contend that most of them have been used for hunting and ritual and few have been
used for war till the Incas.
Keywords: Andes, warfare, weapons, hunting, tool, symbol.

i Docteur en archéologie précolombienne. Chercheur associé CNRS- Université Paris I. Archéologie des Amé- 43
riques, UMR 8086.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86

La comparación entre las armas del Precerámico con aquellas descritas por los cronistas del siglo XVI
saca a relucir que las armas más usadas en el área centro-andina -ver mapa adjunto- no han evolucio-
nado mucho hasta la llegada de los españoles. Así, es a veces difícil determinar si un propulsor, una
honda una hacha de piedra provienen del Precerámico o de la época Inca, tal como lo atestiguan los
ejemplares conservados en el Museo Nacional de Arqueología Antropología y Historia (MNAAH) de
Pueblo Libre. La mayor innovación fue el uso del metal en reemplazo de la piedra, aunque éste nunca
fue sistemático; se encuentran armas de piedra y de madera hasta la época Inca. Los motivos de este
uso limitado pueden ser culturales (el metal era considerado como símbolo divino) o tecnológico
(desconocimiento del hierro). Pero ciertas armas -tales como el arco o la boleadora- aparecieron de
forma tardía, quizás por imitación de las poblaciones conquistadas por los Incas.
Las armas ofensivas pueden ser clasificadas en tres categorías: las armas “de estoque”, princi-
palmente representadas por los mazos y sus variantes, así como las lanzas, las armas “de corte” (ha-
chas, puñales y cuchillos), y las armas arrojadizas que comprenden las piedras redondas lanzadas con
hondas o con la mano, la jabalina o azagaya lanzada con la mano y el venablo lanzado mediante un
propulsor (estólica), la flecha lanzada con arco, las cerbatanas, la “bola” lanzada con “boleadoras”, y
las rocas o “galgas” que se dejaban rodar cuesta abajo sobre los enemigos. Todas estas armas podrían
haber servido para la caza y para la guerra, y varias de ellas, como herramientas. Para describirlas,
disponemos de tres fuentes de información: la evidencia arqueológica, la iconografía y los cronistas
(en lo que se refiere a los periodos más tardíos), los cuales revisaremos -para cada tipo de arma- en
este orden por periodo (Tabla 1 cronología adjunta) y por área.

Tabla 1. Cronología. Adoptamos la carta cronolígica de Rowe (1960: 628-631; 1962a:


40-54) y Menzel, Rowe y Dawson (1964), completamentada por Lanning (1967: 25) La
fechas son advertidas a.C. o d.C. sin calibración:

Horizonte Tardío 1476-1534 d.C.


Periodo Intermedio Tardío 1000-1476 d.C.
Horizonte Medio 800-1000 d.C.
Periodo Intermedio Temprano 200/400 a.C. - 800 d.C.
Horizonte Temprano 900-200/400 a.C.
Periodo Inicial 1800-900 a.C.
Precerámico IV (algodón) 2500-1800 a.C.
Precerámico Temprano y Medio 9000-2500 a.C.

Los descubrimientos arqueológicos de armas son escasos en el Precerámico, y consisten esencialmen-


te en armas de caza. Siguen siendo poco numerosos para el periodo Inicial, pero su cantidad aumenta
luego regularmente desde el final del Horizonte Temprano hasta alcanzar su más alto nivel entre los
Incas. Quizás la frecuencia de armas sea el mejor criterio para evaluar la importancia de la guerra en
los diferentes periodos, considerando además que por antonomasia el material más frecuentemente
utilizado (piedra y metal) no es perecedero, más aún porque las armas -siendo más comúnmente obje-
tos compuestos (mazas, hondas, hachas de piedra o de metal con mango, flechas, azagayas, o venablos
con armadura de piedra o de metal)-, pueden a menudo ser reconstituidas a partir de estos restos.
Las representaciones iconográficas de armas se encuentran en todos los periodos, pero su frecuen-
cia y el material en que se las representa cambia: durante el periodo Inicial y el Horizonte Temprano,
44
estas representaciones tienen un alcance ideológico. Al comienzo del periodo Intermedio Temprano,
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina

Mapa del área central andina. 45


Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86

su frecuencia disminuye en el norte y el centro, paralelamente a los temas ideológicos. Pero entre los
Mochicas, recobran importancia con el advenimiento de una nueva ideología ampliamente retomada
de Chavín; se las encuentra esencialmente en la cerámica o en los muros de adobe. En la sierra (Recuay),
la piedra domina, con numerosas figuras de guerrero grabadas o esculpidas en alto relieve. En el sur,
los temas ideológicos se prolongan durante el final de Paracas y el inicio de Nasca, pero se vuelven más
profanos y naturalistas hacia la mitad del desarrollo Nasca; las divinidades armadas son remplazadas
por imágenes de guerreros. El material de base sigue siendo -en su mayoría- textil, pero la importancia
de la iconografía plasmada sobre cerámica se incrementa. Durante los desarrollos culturales siguientes
(Lima, Lambayeque, Wari, Chimú, Incas), las representaciones guerreras son más escasas pues posible-
mente no se las considera tan útiles para la manipulación ideológica como en los periodos anteriores.
Las descripciones escritas por los cronistas se refieren básicamente al Horizonte Tardío, pero ciertos
autores sugieren que se puede llegar hasta más atrás en el pasado. Un fragmento de Bartolomé de las
Casas (1550), describe un periodo antiguo que Donnan (1978: 87) considera ser el periodo Intermedio
Temprano (400/200 a.C.-700 d.C.): “Las armas suyas principales eran hondas; no tenian flechas ni arcos, mas
de unas como rodelas para se defender de las piedras. Esto era en la gentes de las sierras; pero en los llanos que
llamaban yungas, peleaban algunos con flechas sin yerba: en otras partes con dardos hechos de unas cañahejas,
y en lugar de caxquillos, puntas de palmas o de güeso, y tirabanlos con amiento, los cuales eran en tirallos muy
diestros y certeros”. Guamán Poma (1613: 64) enumera las armas de los guerreros asociados a la tormen-
tosa época del periodo Intermedio Tardío, llamada en quechua “auqua runa”, que marcó la desintegra-
ción de los estados del Horizonte Medio: “[…] y peleanban con armas que ellos les llamaban chasca chuqui,
zuchac chuqui sacmana [lanzas], chambi [mazas], uaraca [honda], conca cuchona, ayri uallcanca [hacha],
pura pura [pectoral de metal], uma chuco [casco], uaylla quepa [trompeta de caracol], antara [zampoña].
Y con estas armas se uencían y auía muy mucha muerte y derramamiento de sangre hasta cautiuarze.”

¿Cómo diferenciar un arma de guerra


de una arma de caza o de una herramienta?
La cuestión de la origen de la caza sobre la guerra en la historia de la humanidad (Leroi-Gourhan
1964: 236-37) o de la perennidad de la guerra (Clastres [1977] 1997: 24) queda aún para resolver. En el
primero caso, las armas de caza habrían sido desviadas de su uso originario con la finalidad de ser em-
pleadas como armas de guerra -de lo cual contamos con un ejemplo conformado por los boleadoras,
inicialmente utilizadas por los patagonios para la caza del ñandu o del guanaco, antes de ser utilizadas
por los incas en contra de los españoles- lo cual no resuelve la dificultad recurrente de diferenciar un
arma de guerra de un arma de caza. No existe algún criterio, único y definitivo, en ese sentido sino
más bien, una serie de pistas que permiten optar por una u otra posibilidad:
1. Representación iconográfica
Es nuestra primera fuente, siempre y cuando se la interpreta correctamente, guardándose de
caer en las deformaciones ideológicas inducidas por la iconografía.
2. El tipo de sociedad
Dependiendo de su eventual estatuto guerrero, permitirá deducir -hasta cierto punto- el pa-
pel de las armas (percatándose de no caer en razonamientos circulares). En el caso de la área
centro-andina, hemos defendido la tesis -a través de toda una serie de argumentos- según la
cual la guerra era desconocida hasta la etapa más tardía del Horizonte Temprano (Chamussy
2009). En este caso, se podría deducir que las armas halladas antes de este momento tenían un
destino cinegenético más que guerrero.
3. Ethnohistoria y etnología
Los relatos de los cronistas y las descripciones de los etnólogos nos ofrecen indicaciones valio-
46
sas que nos permiten -en ciertos casos-, extraer inferencias acerca de épocas más remotas.
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina

4. Contexto del descubrimiento


- Una punta de flecha clavada en un esqueleto humano sugiere, desde luego, un arma de gue-
rra; lo mismo dentro o al lado de los restos de un animal evoca un arma de caza en el caso
de acompañar en la tumba a un cazador, un pescador o a un guerrero.
- Al hallarse piedras redondas en parapetos o en campos de batalla, existen fuertes posibilida-
des para que se trate de municiones de guerra, y para que las hondas sean armas de guerra. De
la misma manera, las puntas de flecha sin huellas de uso que se encuentran en grandes can-
tidades alrededor de ciertos sitios fortificados son probablemente el resultado de combates.
A la inversa, si bien se encuentran difícilmente las municiones empleadas en la caza -piedras
redondas o puntas de flechas- puede darse el caso de encontrar puntas de piedra o boleadoras
cerca de restos de camélidos no domesticados; se tiene luego posiblemente la prueba de que se
trata de armas de caza. Piedras redondas con ranura equinoccial, cerca de los restos de redes
pueden considerarse como ser pesos. Las piedras redondas encontradas cerca de hogueras
sugieren herramientas para machacar vegetales, pulir o bruñir puntas de piedra.
5. Morfología del arma
- Forma y dimensión: es el caso de las puntas Paiján, probablemente utilizadas como arma-
zones de arpones o para la caza de cérvidos. La forma de los arpones los distingue de las
azagayas o de los dardos.
- Depende del tamaño del objeto (siendo las armazones proporcionales al porte del animal,
ubicando el ser humano en una escala de estatura promedio).
6. Huellas de uso o ruptura.
- Permiten diferenciar las armas de las herramientas, aunque son menos elocuentes en la
distinción entre armas de guerra y armas de caza.
- Las hachas, cuchillos o puntas que servían a manera de herramientas domésticas pueden
llevar huellas de uso.
- Los puñales y puntas de lanza utilizados para la caza o la guerra presentan ocasionalmente
roturas a la altura del mango.
A continuación revisaremos las armas arrojadizas, aunque nos proponemos publicar ulterior-
mente el resultado de nuestras investigaciones referentes a las armas de choque.

Propulsor o tiradera
El propulsor es a menudo designado por su nombre mesoamericano: el atlatl, -ya que no hay nom-
bre alguno en quechua ni en aymara-, o también estólica, quizás proveniente de los Indígenas Cuna
de Nicaragua (Ravines 1990: 30); para otros autores, el origen de la palabra sigue siendo un enigma
(Carrión Ordóñez 1997). Es un arma destinada a lanzar un venablo que puede ser de grandes dimen-
siones, hasta dos metros (Boas 1938: 243-244; Leroi-Gourhan 1973: 60; Testart 1985: 117-120; Rozoy
1992)1. En general, cuenta con un solo gancho en cuya parte distal se coloca el extremo posterior del
venablo. El propulsor es fuertemente sujetado a la altura del hombro y, mediante un efecto de balan-
ceo y de proyección, el venablo es propulsado horizontalmente hacia el blanco. Para que sea eficiente,
se coloca un estabilizador sobre el venablo y se sujeta una punta de piedra o de hueso en la parte de-
lantera. Según Otterbein (2004: 64-66) un venablo lanzado con la mano puede alcanzar una distancia
de 25 m y hasta 100 m con un propulsor, pero su eficiencia se limita a un rango comprendido entre 45

1 Una revista trimestral le es ampliamente consagrada: “The Atlatl” theatlatl@gmail.com (The World Atlatl
Association, Inc, Margie Takoch y el sitio siguiente publica una bibliografía anotada muy completa sobre
el atlatl, http://web.grinnell.edu/anthropology/Atlatl de John Whittaker (2010), con más de 1000 entradas 47
entre las cuales algunas se refieren al periodo prehispánico correspondiente a América del Sur.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86

y 50 m. Según Testart (1985: 120, nota 18) su alcance pasa de 20 a 30 m cuando es lanzado con la mano,
y a 60-70 m cuando es lanzado con un propulsor. Es la primera arma compuesta inventada por el hom-
bre, y se la encuentra en el mundo entero, excepto en el África y en la Antártica (Raymond 1986: 153).
Su existencia es atestiguada en Eurasia desde el Paleolítico Inferior (Dennell 1997; Hoffecker 2005),
pero sobre todo en el Paleolítico Superior (Solutrense), así como en el Nuevo Mundo, hacia el séptimo
u octavo milenio a.C. (Lavallée 1995: 104; Otterbein 2004: 64). Otterbein añade que no se trata de un
invento local, sino que habría más bien llegado desde Asia con la primera migración humana2. No
obstante, parece haber caído en desuso muy rápidamente en Europa, frente al arco y las flechas, po-
siblemente durante el Mesolítico. Su descripción y su distribución en el área americana fue realizada
por vez primera por Uhle (1907; 1909) y De Mortillet (1910), mientras que se encontraron numerosos
especimenes provenientes del Arcaico chileno (Standen y Arriaza 2000: 243-244, Standen 2003: 175).
En la área centro-andina, las primeras estólicas nascas fueron muy rápidamente el objeto de estu-
dio (Urteada 1920; Uhle 1907, 1909; De Mortillet 1910; Means 1920). El propulsor andino tiene la parti-
cularidad de contar con dos ganchos, el uno pequeño (tope), en la parte distal, para sujetar el venablo,
y otro más grande (manija), en la parte proximal, sobre la cual el tirador colocaba el índice de manera
a tener un buen punto de apoyo (Métraux [1949]1963: 244-45; Mayer 1998: fig. 3689-3699; 3741; 3723).
Los ganchos pueden ser de piedra, concha (Fung Pineda 1969), hueso o metal (cobre, bronce arsénico,
oro o plata). Estos dos ganchos se ven muy bien en los propulsores de madera cubierta de metal con
ganchos de bronce en la tumba del Viejo Señor de Sipán (Fig. 1), o en las numerosas representaciones
pintadas de guerreros Mochicas, entre las cuales figuran las dos vasijas de asa estribo -muy parecidas-
del Museo Nacional de Antropología y Arqueología e Historia de Lima y del Museum für Völkerkunde
de Berlín (Donnan y McClelland 1999: fig. 6.52 y 6. 53).

Figura 1. Propulsor antiguo, señor de Sipan, Alva 2007: fig. 273.


Precerámico
En las pinturas murales de Toquepala, varios cazadores sujetan objetos que son, quizás, venablos
para propulsores, más aún tomando en cuenta que se puede ver en algunos algo parecido a plumas de
estabilización (Ravines 1968: fig. 6, 7 y 9). En la sierra peruana, Hostnig (2003, 2007) descubrió miles
de pinturas y grabados rupestres en la región de Macusani y Corani, al norte del lago Titicaca, que
representan la vida de los cazadores de guanacos de la época de Toquepala. Hostnig es categórico: el
arma de caza era la estólica, y el mazo servía para rematar al animal (Ibid. 2007: fig. 2); una escena en
el sector de Oqhotera representaría un conflicto entre dos grupos de cazadores “armados con dardos,
tipo cazadores portadardos”, luego de la invasión del territorio de caza de un grupo por el otro (Fig. 2).
Hostnig acota: “el dardo y la estólica, el mazo y quizás la lanza, deben haber conformado el arsenal de armas

2 Un venablo de propulsor de 10000 años de antigüedad acaba de ser identificado por Craig Lee con ocasión
48 del deshielo de un glaciar del parque de Yellowstone en los Estados-Unidos (Sciencedaily june 30, 2010, Live
Science 05 july 2010).
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina

empleado por los cazadores prehistóricos de la zona, que al pa-


recer desconocían el uso del arco y la flecha”.
En la costa del área centro-andina, su uso parece
ser desconocido en el Precerámico antes de la fase 6
de Lanning (2500-1800 a.C.)3. Esta ausencia en la costa,
cuando existía ya desde hacía mucho tiempo antes en
la selva amazónica (Métraux 1963: 229), está sin duda
ligada al hecho de que la subsistencia aquí era esen-
cialmente marítima y hortícola. La caza terrestre debía
desempeñar un papel muy débil, en tanto que la caza de
mamíferos marinos en las playas se realizaba con mazos
y no con hondas. Los propulsores más antiguos datan del
Precerámico fase 6 de Lanning y fueron hallados en los
sitios mencionados en la tabla 2.

Periodo Inicial y Horizonte Temprano


En el periodo Inicial y el Horizonte Temprano, se han
encontrado muy pocos propulsores arqueológicos en
los sitios de tradición Chavín, Cupisnique o Manchay
(Tabla 3).
Tampoco se encuentran muchos propulsores en la
iconografía. En una piedra grabada hallada por Mario Figura 2. Abrigo rocoso de Oquhera
Gonzáles en el campanario de la iglesia de Chavín en (Macusani) guerreros con propulsores
1956 (Rowe 1962: 23 y fig. 17)4, se observa un dios alado (Hostnig bulletin SIARD nº 17, 2003)
sujetando una cabeza-trofeo en la mano derecha, y en
la izquierda, un propulsor junto a lo que parecen ser largos venablos. Los dos ganchos del propulsor
se ven muy bien en este dibujo. Rowe (1974: 21 y fig. 4b y c) ve aquí la primera representación de un
guerrero que sin duda formaba parte de un desfile, tal como lo sugieren la fig. 4c y los comentarios de
Roe “Llevan también [...] atlatls o venablos [...] esto data la primera aparición de guerreros así como del culto de
cabezas-trofeo en Chavín”. Lumbreras (1980: 264) comenta también este dibujo: “[...] la imagen más cerca-
na de lo que puede ser un guerrero [...] Si se quiere, es posible proponer que esta representación implica la “caza”
de cabezas, como parte de una institución que indudablemente es de tipo guerrero. El personaje está alado”. En
un fragmento de cornisa del muro oeste, encontrado en 2001 por Rick (2008: 21 y fig.1.15), uno de los
tres personajes representados llevaría en la mano derecha una lanza, y en su mano izquierda, lo que
parecería ser un propulsor. En Chavín nuevamente, Roe (2008: 212 y fig. 7.11) ha sugerido reciente-
mente -según un análisis semiótico basado en una analogía etnológica con las creencias esotéricas
de los Shipibo (la tribu amazónica más cercana de Chavín)-, que los personajes mitad rapaces, mitad
jaguares de las columnas del Pórtico Blanco y Negro y de su hipotético lintel, así como aquellos del
textil de Carhua (costa sur), llevarían más bien en sus manos propulsores y venablos en donde Rowe
(1967: 84) veía mazos-espada (Ibid.: 87). Luego, en la fortaleza de Chanquillo, en la cuenca baja del río

3 Engel (1976: 83) revela haber encontrado un ejemplar en el abrigo rocoso de Tres Ventanas, en la cuenca alta
del valle del río Chilca, fechado por el investigador en 7000 a.C., pero esta datación única debe ser puesta en
tela de juicio. En la península de Paracas, en el sitio 104 también llamado Cabeza Larga u Osario, el autor nota
-entre los 60 esqueletos-, la presencia de dardos, flechas o láminas finas de madera dura, así como báculos
sólidos, pero, -según acota-, si bien la existencia del propulsor es posible, tampoco fue probada (Engel 1960,
1966a: 8).
49
4 El original se encuentra ahora en el nuevo museo de Chavín;
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86

Tabla 2: huellas de puntas de piedra pulida.


sitio valle AUTOR Cronología
San Diego, Rosario,
Casma S. y T. Pozorski 1987a: 60-62 70, 89 y fig. 40 Fin HT
Palka
Proulx 1985: 239-42 y lam. 10A y B; Daggett
Varias fases
varios Nepeña 1984: 182-86 y fig. 5.23 y 5.25 y cuadros 5-1,
del HT
6-1 y 6-2
Izumi y Sono 1963: 125 pl. 107ª-c, 167;
Kotosh (ph. Chavín6
Huallaga Izumi y Terada 1972: 249-250 y plate 52, 92 Fin del HT
Kotosh)
y 156
Huambacho Nepeña Shibata 2008 Fin del HT
Caylán Nepeña Chicoine e Ikehara 2008: 360 y fig. 17 Fin del HT
Tello 1960: 311
Lavallée 1969-70: lam.10
Chavín de Huántar Conchucos Huaráz PIT
Muelle 1957, fig. 26 & 30
Sayre 2010 : 152 y annexe J
Guitarero Huaylas Lynch 1980j Huaráz PIT
Huaricoto Huaylas Gero 1983 fig. 5; Burger 1985b y 2003a Huaráz PIT
Ticapampa Huaylas Muelle 1957, fig.15-20 Huaráz PIT
Huarijircon Conchucos Ravines 1970: 271-12 Huaráz PIT
Cerro Sechín Casma Muelle 1957, fig. 270 Huaráz PIT
Cuenca baja del valle Santa Muelle1957: fig. 30 y 31;MNAAH (Lima) Huaráz PIT
Chapdelaine et al. 2002:22 y fig. 37; 2009:
El Castillo Santa Suchim. PIT
186
Santiago de Chuco Tablachaca Pérez Calderón 1998 Huaráz PIT
Mujíca 1975: 312-52; Brennan 1978;
Cerro de Arena Moche Salinar PIT
Lumbreras 1980 : 271
Huaca Pedregal Huarmey Thomson 1964a: 543 Baños de Boza
Cuenca baja del valle Chancay Muelle 1957: 57 Baños de Boza

Tabla 3. Huella de propulsores en el periodo Preceramico Algodón.


sitio Valle o región Referencias
Otuma Península de Paracas Engel 1963a
Asia Costa sur Engel 1957, 1963b : 56 y fig. 132
Chira Villa Costa central Lanning 1967a : 68,: Cardenas Martin 1969
Los Chinos Costa centro-norte, río Nepeña Engel 1963a :18 ; 1963b : fig. 181
Engel 1958 ; Lanning 1967a : 68; Cardenas
Culebras, Rio Seco Costa centro-norte
Martin 1969
Áspero Costa centro, río Supe Burger 1992 : 29
Telarmachay Sierra de Junín Lavallée 1985b : 247-50

Casma, Ghezzi (2006: fig. 3.4, 3.8 y 3.9) descubrió recientemente representaciones de propulsores en
una decoración mural con fecha del final del Horizonte Temprano.
En conclusión, se puede afirmar que el uso del propulsor en el periodo Inicial y el Horizonte
50 Temprano en las costas norte y centro-norte, si se dio, era restringido; parecía tener un valor simbólico
y aparecía sobre todo en escenas ceremoniales. Si hubiese sido común, seguramente se habrían encon-
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina

trado muchos ejemplares, pues los ganchos de piedra o de hueso se conservan bien. Suponemos que
la importancia de la caza había disminuido, debido al cambio de modo de subsistencia de este periodo,
que presencia el pleno desarrollo de la agricultura irrigada, así como de la cría de camélidos y cuyes.
En la costa sur en cambio, en este mismo periodo, se encuentran numerosos propulsores en las
tumbas de Paracas Cavernas (Tello y Xesspe 1979: 179 y fig.40.2; 233 fig. 68.5). En el Cerro Uhle (Ica),
varios ejemplares completos de huesos de ballena con un gancho en “sperm whale tooth”, grabados en
forma de rostros humanos y parecidos a aquellos encontrados en Paracas, fueron también hallados en
tumbas (Morris y Von Hagen 1993: fig. 37). Carrión Cachot (1949: fig. 5) ilustra cierta cantidad de gan-
chos de estólicas tallados en hueso, encontrados en las tumbas de Paracas (Fig. 3) o de estólicas enteras
bordadas en mantos funerarios. Se acota asimismo la presencia de algunas representaciones de caza-
dores armados de propulsores en petroglifos fechados de este periodo, en particular en Chichictara,
en el valle del río Palpa (Llanos Jacinto 2009: 97 y fig.11.4).

Figura 3. Paracas, gancho de estólica (Carrion Cachot 1949: fig.5).

Periodo Intermedio Temprano


Para el inicio del periodo Intermedio Temprano (fase Blanco sobre Rojo), en la costa norte y centro-
norte, no se han encontrado huellas de propulsores, ni en el registro arqueológico ni en la iconogra-
fía. Las excavaciones de Elera (1992; 1998) en Puémape y en Puerto Éten (fase Salinar) o de Brennan
(1980; 1982) y Mujica (1975) en el sitio de Cerro Arena, así como las de las fases Layzón de Hucaloma y
Layzón o de la fase Sotera de Kuntur Wasi y Cerro Blanco, no arrojaron ningún resto de propulsor.
En los valles de la costa central, en Nievería (Rímac), Uhle (1907: 120-21) ha encontrado y descrito
tres propulsores con fecha del periodo Intermedio Temprano: uno de ellos tenía un cuerpo de madera:
“Gancho hecho de concha colorada (Spondylus pictorum), de forma similar a la cabeza de un loro”. Cinco otros
propulsores encontrados ulteriormente en Nievería son citados por Uhle, de los cuales un espléndido
ejemplar es detalladamente descrito (Ibid. 1909: lam. XXXVIII y XXXIX y fig.22). Willey y Corbett (1954)
encontraron en Cerro Trinidad (Chancay) un atlatl de 22 cm de largo “tallado en hueso, la base es recta
con una proyección en uno de sus extremos y preparado para sujetarlo al mango de la estólica [...] es del periodo
Interlocking”. Cárdenas Martin (1969) describe, en Nievería, una estólica de 54 cm de largo con un gancho
51
en oso “un poco alargarda y acanalada para adaptar al palo. Representa la cabeza y cuello de un gato”.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86

Algunos propulsores aparecen en las tumbas Gallinazo, en particular en el valle del río Virú (sitio
V-59 Strong y Evans 1952: 72 y lam. VII C y VII F; Larco 1945a: 15-16). Un mango de propulsor, con una
protuberancia que hace oficio de primer gancho, así como una pieza que era sin duda el segundo gan-
cho de madera dura de algarrobo, decorado con dos cabezas esculpidas de felinos, ha sido encontrado
por separado en la tumba de un guerrero en donde un mazo de madera de cabeza bicónica también
fue hallado. Finalmente, en la iconografía, en un geoglifo de la cuenca baja del río Santa, con fecha
de la fase Suchimancillo (Gallinazo), uno de los dos humanos levanta lo que parece ser un propulsor
(Wilson 1988: 797 y fig.2).
Los propulsores -generalmente con ganchos metálicos- se vuelven ya abundantes en la sociedad
Vicús (Mayer 1998: fig. 3689-3699), y luego sobre todo entre los Mochicas, en donde el mango -en
ciertos casos- está además cubierto de metal, tal como aquel encontrado en la tumba del Viejo Señor
de Sipán (Fig. 1). Uhle atribuye al periodo chimú cuatro propulsores hallados durante sus excavacio-
nes en las huacas del Sol y de la Luna (Uhle 1907: 122-126): tres al pie de la Huaca de la Luna sobre
la plataforma “Uhle”. Sin embargo, equiparamos la fecha de estos propulsores al periodo Mochica,
al igual que otros artefactos de la plataforma Uhle hallados por Chauchat y su equipo. Larco Hoyle
(tomo 1 2001: 211-213) ofrece una descripción minuciosa de numerosas estólicas que pudo encontrar
en los diferentes valles del Centro-Norte. Desde aquel entonces, los arqueólogos han encontrado muy
bellos ejemplares en las tumbas de la élite mochica recientemente descubiertas: Sipán (Alva y Donnan
1993: fig. 188; Alva 2001, 2007), Dos Cabezas (Donnan 2003) y sobre todo, El Brujo, en donde se han
encontrado -asociados a la “Dama de Cao”-, veintitrés estólicas en buen estado, con ganchos de metal
dorado sobre los cuales aparecen representaciones de figuras antropomorfas o aves (Franco 2009) y
otras dentro de una tumba removida encima del edificio; éstas corresponden únicamente al mango
de madera tallada con “animales lunares” con incrustaciones de conchas y crisocola (Franco, Gálvez
y Vásquez 2001: 142, foto 25).
No obstante, en la época de los Mochicas, no se trataba -al parecer- de un arma de guerra, sino
más bien de caza, pues casi nunca se la encuentra en la iconografía guerrera, mientras que casi siem-
pre aparece en las escenas de caza de venado, asociada al empleo de redes tendidas entre dos estacas,
tal como se lo puede ver en las numerosas escenas de caza reproducidas por Kutscher (1983: fig. 68-86)
y Donnan y McClelland (1999, fig. 4.88) (Fig. 4). En el corpus de las varias miles de representaciones
que hemos consultado, existen guerreros equipados con estólica, pero en cantidades muy escasas:
(McClelland 1999: fig. 4.105, 6.52 y 6.53; Lumbreras 1980: lam. 364). A la inversa, se encuentran muy
pocos ejemplares de caza de venado con porras (Kutscher 1983: fig. 87; Donnan y McClelland 1999:
fig. 6.85-6.88).
Esta especialización de armas entre los Mochicas ha sido asimismo notada por Verano (2001: 112-
113) y Bischof (2005: 77). Con el fin de demostrar que la caza es una actividad ritual, Donnan (1978:
266) compara un combate entre humanos en donde los guerreros están armados de porras y llevan
la chalchalcha5 colgada de la cintura, a una caza de ante en donde los cazadores están armados de
propulsores, y no llevan la chalchalcha (Ibid: fig. 265). Otra prueba según la cual el propulsor no es de
uso guerrero, es su empleo en escenas de juegos rituales pintadas en varias vasijas comentadas por
Kutscher (1958). En una escena de presentación de la vasija de sacrificio (Ibid. fig. 2; 1983, fig. 150), los
personajes llevan a la vez un propulsor y lo que Donnan llama un “báculo de piezas cruzadas”, del cual
un ejemplar ha sido hallado intacto en una tumba (Donnan y McCLleland 1978: fig. 115, 116). Ahora
bien: estos báculos -de los cuales cuelga una soga terminada por un “pétalo o volante”- se encuentran
entre las manos de personajes a punto de lanzarlos mediante un propulsor (Kutscher 1958, fig. 1). En
una botella asa de estribo Moche V (Ibid.: fig. 113), los dos personajes de la izquierda llevan báculos
de este tipo, mientras que los demás personajes levantan propulsores. En otra vasija (Fig. 5, Kutscher
52
5 Especie de protector de caderas cuyo uso todavía es motivo de debate.
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina

Figura 4. Moche IV. Caza de venado con propulsor. Donnan & McClelland 1999: fig. 6.82.

Figura 5. Badmington ritual (según Kutscner 1958: fig. 3).


1958, fig. 3), algunos personajes antropomorfos llevan a la mano este báculo de piezas cruzadas, mien-
tras que otros se preparan a lanzar un venablo sin punta, y que alrededor de ellos, vuelan “pétalos
o volantes” en suspensión, atados a la punta de una soga en cuyo extremo se encuentra una clavija.
Según Kutscher (1958) y Hocquenghem (1979), estos báculos de piezas cruzadas serían utilizados en
un juego ritual al que llaman badminton, durante el cual “pétalos de flores” (Bourget 2006) o “volan-
tes” (Kutscher 1958) serían lanzados, a veces emparejados a la escena de la presentación. No obstante,
los celebrantes no son guerreros, pues ninguno lleva la chalchalcha característica del atuendo de los
guerreros mochicas.
Entre los vecinos y contemporáneos de la sierra, los Recuay, valga recalcar que no consta ni un
solo ejemplo (arqueológico o iconográfico) de propulsor.
Se encuentran propulsores entre los Lima, pero dos ejemplares hallados en Nievería sólo tenían el
gancho distal, al igual que aquellos identificados en la Amazonía (Métraux 1963: 246).
En el sur, la tradición Nasca perpetúa la tradición Paracas, mientras que se siguen encontrando
propulsores de dos ganchos en grandes cantidades, muy similares a aquellos de Paracas Cavernas 53
(Silverman y Proulx 2002: 157-160), tanto en las tumbas como en la iconografía (Lavalle 1989: fig. 125;
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86

Proulx 2006), y mantos funerarios de Necrópolis (Tello y Xesspe 1979: 336 fig. 91): ver por ejemplo el
borde del manto del fardo 451 de Cerro Colorado, en el cual todos los personajes fantásticos sujetan
con la mano la cola de un mono, el cual a su vez lleva una estólica (Tello [1959] 2005: lam. XXXV à XLI),
o también los personajes que llevan una estólica en la una mano, y venablos en la otra. En el fardo 249,
una de las figuras pintadas en tela, lleva dos propulsores en una mano, y venablos en la otra. Se los
puede encontrar acompañados por sus respectivos venablos, como en las tumbas de Cahuachi (Orefici
1993: fig. 168; Kroeber y Collier 1998: 51, 79-80). Proulx menciona de 8 a 10 venablos -asociados a una
estólica- encontrados en la tumba 61 de Cahuachi: “Propulsores, o atlatl, han sido encontrados en numero-
sas tumbas Nasca; también son hechos de madera de huarango, con ganchos de metal o hueso, a menudo con la
forma de pájaros o animales. Estos propulsores suelen verse en manos de guerreros pintados en la cerámica tar-
día, a menudo con loros colocados aquí por algún motivo simbólico” (Proulx 2001: 127). Mayer (1998: fig. 3693
foto n°1) reproduce un propulsor y su pequeño gancho de cobre, encontrados junto a una pieza de ce-
rámica Nasca en una tumba cerca de Callango (Ica, Nasca III), cuyo origen dice ignorar. Sin embargo,
nosotros sí pudimos encontrarlo en una ponencia presentada en el 32° Congreso de Americanistas, en
Copenhague (Feriz 1958). Se trata de una pieza espléndida encontrada cerca de una momia y de una
vasija Nasca III en Callango, cuyo gancho proximal (maneja) de cobre representa un pájaro sujetando
una bola en el pico, mientras que el gancho distal (tope), esculpido en marfil, representa la cabeza de
una serpiente. Siendo el cobre escaso en la costa sur, el autor postula que el gancho viene de la costa
norte (Mochica). También cerca de Callango, cerca del esqueleto decapitado de un hombre joven,
DeLeonardis (2000: 371) encontró dos propulsores sin sus ganchos6. En Acarí, en la tumba de dos ni-
ños varones, Lothrop (y Maller 1957: 6, 42, 43 y lam. XIX y XX) ha encontrado tres de ellos hechos de
madera de chonta, de las últimas fases de Nasca.
Pero, al igual que entre los Mochicas, las estólicas y los venablos con puntas de obsidiana, cuyas re-
presentaciones conocidas son numerosas, servían aquí esencialmente para la caza, (Donnan 1992: fig.
93; Eisleb 1977: 207; Kroeber y Collier 1998: fig. 259, 272); ver en especial una vasija del Museo Amano
que representa al cazador, con la estólica armada en su brazo doblado, apuntando llamas (Proulx 2006:
fig. 5.262). A la inversa, nunca se encuentran representaciones de guerreros en combate levantando la
estólica; quizás los guerreros mencionados por Proulx en la cita anterior sean en realidad cazadores.

Horizonte Medio
Se puede citar un propulsor encontrado en Ancón con fecha del Horizonte Medio, así como una serie
de 18 propulsores, en madera de chonta o de hueso, en muy buen estado, hallados en una tumba en
Chaviña (Uhle, 1909: lam. XXXVIII, XXXIX). Éste postula la interesante hipótesis de su uso en calidad
de arpón para la pesca, pues los ha encontrado en una tumba ubicada a orillas del mar, mientras que
ninguno ha sido hallado en las tumbas localizadas tierra adentro; en cambio, junto a estos propulso-
res, ha encontrado venablos dentados; supone que el cabo de algodón que unía el arpón al propulsor
estaba fijado en el gancho proximal de este propulsor. Una vez más, no se trataba pues de armas de
guerra. En el lejano Altiplano, varios autores sugieren que la figura central de la puerta del sol en
Tiahuanaco levanta una estólica en la mano derecha (Uhle 1907: 123 nota 1; Métraux 1963: 244-45;
Bushnell 1965: 93-94; Bankes 1977: 1447; Bischof: 2005: 74); Mirando a la Fig. 6, este punto nos parece
indiscutible. Dos representaciones más del “Dios de los báculos”, casi idénticas entre sí, se encuentran,
la una en la estela 8 o Monolito de Ponce (Isbell y Knobloch 2006: fig.12.2) y la otra, en un fragmento de
cerámica encontrado en Conchopata en 1977 (Ibid.: fig. 12.5). En los dos casos, el personaje central de

6 Llanos Jacinto (2009: 244) dice que se trata de lanzas cuyas puntas habían sido retiradas. Estudiando atenta-
mente la figura 6 de DeLeonardis 2000, pensamos que se trata efectivamente de propulsores.
54 7 “El [báculo] que está en la mano derecha es probablemente un propulsor y tiene una cabeza de águila en la parte supe-
rior para representar el gancho”.
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina

Figura 6. Tiahuanco. Portada del sol, según Llanos 2009: fig. 12.2, según diseño de Miller 1996.

cabeza “radiante”, sujeta en la mano derecha una estólica, y en la izquierda, un cetro terminado en una
cabeza de felino, en tanto que los personajes circundantes sólo llevan báculos en forma de serpiente,
lo cual parece subrayar la importancia otorgada a la estólica del personaje principal. Más lejos todavía,
en Pacheco, cerca de Nasca, dos personajes (un hombre y una mujer) están representados en la misma
postura en una urna gigante (Morris y Von Hagen 1993: 113, 121 y fig. 101 y 102; Isbell y Knobloch
2006: 307); el hombre lleva lo que parece ser una estólica en cada mano, mientras que la mujer sujeta
lo que parece ser una planta terminada en una cabeza haciendo muecas. Fuera de esta referencia, no
encuentro sino el ejemplo dado por Tung et al. (2007: 223) de un guerrero de Conchopata quien lle-
varía en la mano derecha aquello que los autores llaman una estólica en la leyenda del dibujo, y en el
texto, “Una especie de lanza o estólica”, pero que se parece mucho más a un mazo de cabeza redonda
y extremidad proximal en forma de punta. Es no obstante preciso acotar que Isbell y Knobloch (Ibid.:
324-340), así como Makowski (2001), quienes analizan las diversas representaciones de “dioses de los
báculos” y su evolución en Pucara, Conchopata/Huari y Tiwanaku, nunca sugieren que se trata de una
estólica. El debate sigue abierto.

Intermedio Tardío y Horizonte Tardío


El propulsor parece desaparecer luego del armamento en el periodo Intermedio Tardío, al menos de
lo que se sabe hasta la fecha.
Su presencia entre los incas es motivo de controversia. Francisco de Jerez (1534) dice que, du-
rante la fiesta del Inti Raymi en la gran plaza del Cusco, algunos capitanes llevaban una estólica a
manera de arma nacional (Uhle 1907: 123). Por lo demás, Uhle escribe la página siguiente: “no quiero
negar que es probable que la estólica se hubiese usado en algunas partes del Perú al tiempo de la conquista; pero
es cosa inverosímil y no probada que esta arma hubiese estado en tan común uso durante los últimos siglos8.
Aceptando la teoría de que en el Perú el uso de la estólica era más común en los períodos primordiales que en
los que les sucedieron, encontramos en uso una nueva prueba que la estólica es una arma primitiva del hombre,
55
8 El subrayado es mío.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86

más primitiva que el arco, y que por eso suele caer en desuso en todas partes antes que este último.” (Ibid.: 124).
El autor piensa que su uso era poco común en el Tahuantinsuyu. y sugiere que se encontraba sola-
mente con las tropas originarias del Ecuador, “en donde la estólica aún era de uso común hasta los tiempos
de la conquista”(Ibid.: 123-124). De hecho, su nombre en quechua no ha sido registrado por los cronis-
tas, quienes lo llamaban “amiento de palo”, recordando el “amentum” romano (Garcilaso de la Vega).
Urteaga (1920) anota que durante la fiesta del “Raymi”, en la gran plaza del Cusco había simulacros de
combates con la estólica, y que ésta subsiste únicamente en calidad de “símbolos en el ceremonial político-
religioso” (Urteaga 1928: 117). Según Bischof (2005: 74), se halla prácticamente ausente del ejercito, y
no es utilizado más allá de su calidad simbólica en el ceremonial político-religioso. Quiroga Ibarrola
(1958: 388) quien hace el listado de todos los cuerpos de guardia del ejército inca, no cita las tiraderas,
y se puede suponer que el propulsor había sido ampliamente remplazado por el arco. Ravines (1990:
32) dice que formaba parte del armamento guerrero de los Incas, pero las numerosas citas de cronis-
tas a las que alude se refieren a combates y hechos de armas ubicados en el Ecuador o extremo norte
del Perú (en particular los combates de Tumbes y las islas), lo cual confirmaría que se trata de una
tradición de esta región del Tahuantinsuyu. Se puede luego concluir que su existencia está ligada a
las conquistas del Ecuador.

Azagaya y venablo (throwing spear)


Se trata del arma arrojadiza lanzada ya sea directamente con la mano (azagaya), ya sea por medio de
un propulsor (venablo), y es imposible saber de cuál de ellas se trata cuando se las encuentra en tum-
bas y en la iconografía, a no ser que esté representada al mismo tiempo que el propulsor, tal como en
la estela Chavín mencionada arriba, así como en los dos trozos de cornisa de la pared oeste de Chavín,
recientemente descubierta por Rick (2008: 20, fig. 1.15), en donde los tres personajes sujetan en la
mano derecha un venablo, mientras que uno de ellos lleva lo que parece ser un propulsor
Las azagayas armadas de puntas Paiján (8000 a.C.) eran probablemente usadas como armazón
de arpón (Chauchat 1992) o para la caza de venados de cola blanca o venado de Virginia, Odocoileus
virginianus (Gálvez y Quiroz 2008). Algunas puntas de obsidiana del Precerámico Final, tal como aque-
llas encontradas en Chilca (Engel 1988: 19) o en Asia (Engel 1963b), podrían haber sido armazones de
azagayas o venablos, esencialmente utilizados en la caza de animales de tamaño mediano tales como
los venados y los camélidos salvajes de montaña.
En el uso de los propulsores, vimos que se encuentran numerosas puntas de obsidiana en las tum-
bas de Paracas Cavernas fechadas del final del Horizonte Temprano, probablemente utilizadas como
puntas de azagaya o de venablo. Algunas presentan huellas de sogas de algodón enrolladas, posible-
mente destinadas a halar el venablo hacia sí cuando éste no había alcanzado su objetivo, o para sacar
al pez, en el caso de ser usado como arpón (Uhle 1909).
Según Proulx (2006: 172), en la tumba 61 de Canas (Intermedio Temprano) en el valle de Nasca,
Farabee ha encontrado ocho a diez venablos con sus respectivas puntas de obsidiana junto a un pro-
pulsor, mientras que Kroeber ha hallado fragmentos en las tumbas 10, 12 y 13 de Cahuachi. Cárdenas
Martin (1969) menciona un asta de venablo de madera con un mango de hueso finamente trabajado,
encontrada en la zona de Nasca: “Aquello representa una figura mítica tallada en el estilo grandilocuente de
Tiahuanaco, con ojos fantásticos, incrustada con turquesas que, con sus órbitas redondas, mira el más allá [...]
arma ceremonial [...] 58.5 cm de largo [...] mango sujetado al aspa por cuerdecillas cubiertas por una especie de
resina. Colección Norbert Mayrock”.
El venablo es representado en la iconografía de todos los periodos. Aparece frecuentemente en
varios ejemplares en la iconografía Nasca, en donde los personajes míticos y los guerreros llevan varios
de ellos en la mano, a veces atados entre sí (Proulx 2006: 172 y fig. 5.253, 5.257). Tello (1959): fig.113-
56
118) reproduce numerosos venablos que acompañan a los propulsores entre las manos de los cazado-
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina

res; se ve muy claramente en los dibujos la punta negra de la obsidiana que los equipa (Ibid.: 250). En
fin, en ciertas representaciones de sacrificios, aparece un instrumento de madera de huarango sujetado
en una mano, abombado en su parte central, junto a lo que parece ser un estabilizador en la parte
posterior (Fig. 7); Proulx (2006, fig. 5.124 5.253) lo llama “spear or dart” (venablo) y Llanos Jacinto (2009:
250), quien lo califica simplemen-
te de “arma” lo ha encontrado en
Cahuachi tanto en textiles (Ibid.
fig. 11.52a) como en vasijas (Ibid.
fig. 11.52b (A y B). Encontró ade-
más un ejemplar arqueológico
(Ibid. fig. 11.52 b (C) en una de las Figura 7. Venablo de huarango. Llanos 2009: fig. 11.52.
plataformas de Cahuachi.
De acuerdo a Means (1931: 65-66), quien interpreta el extracto de Las Casas anteriormente citado,
se trataba del arma predilecta en la costa durante un periodo anterior a los incas “the people of the
coasts, during this early period, used javelins in their wars, whereas the contemporary highlanders used slings
as their chief weapon of offense”.
Lo cierto es que casi nunca se ha encontrado punta de venablo o de azagaya alguna en los esque-
letos de los numerosos entierros, indistintamente del periodo, mientras que las huellas de traumatis-
mos atribuidos a armas de choque son numerosas. Conocemos dos excepciones: una punta de flecha
dentro del músculo del brazo de un varón de Paracas Necrópolis (Engel 1966, fig. 69) y otra incrustada
dentro de una vértebra de un hombre en Huancalevica fechada del final de Nasca (Ravines 1967).
Podemos también mencionar las puntas incrustadas en los huesos de entierros en Pacatnamú corres-
pondiente a una probable matanza (Donnan y Cook 1986 vol. 1).

Puntas de piedra tallada o hueso


La presencia de puntas de piedra tallada, -a menudo de obsidiana-, asociada a redes de intercambio
a larga distancia (Burger y Glascok: 2009), es frecuentemente aludida por aquellos autores quienes
defienden la presencia de la guerra en el periodo Arcaico (Aldenderfer 2005: 20, 29), aunque éste
reconoce que no encontró ninguna huella de estas puntas (ni tampoco de traumatismo alguno) en
las numerosas sepulturas que excavó y estudió en los sitios de sierra cercanos al lago Titicaca (Ibid.:
24). Sin embargo, el hecho siguiente -sumamente significativo por cierto-, amerita precisamente ser
subrayado: como lo vimos más arriba, en toda el área centro-andina, no se ha encontrado ningún
ejemplo de puntas de piedra, talladas o pulidas, clavadas en los esqueletos o cerca a ellos (salvo las dos
excepciones citadas más arriba). A la inversa, entre los Chinchorros (5000-1500 a.C.) del sur de Perú y
norte de Chile, se conocen varios ejemplos de puntas de piedras clavadas en cuerpos: en Villa del Mar,
cerca de Ilo, seis puntas estaban clavadas en el cuerpo de una mujer de 17 a 20 años de edad (Guillén
y Carpio 1999), mientras que en Chile, una punta de piedra ha sido encontrada, clavada en la columna
vertebral de un individuo (Arriaza et al. 2008: 48 y fig. 3.3). En Europa (Guilaine y Zammit 1998: 193-
202; Pearson 2005: 26 y nota 5) así como en América del Norte (Otterbein 2004, Lambert 2007), desde
el famoso hombre de Kennewick (Haas 2001: 335), en cuyo esqueleto se encontró una punta de flecha,
los ejemplos abundan (Cordier 1990). Tenemos pues la prueba que los propulsores y azagayas eran
usados como armas de caza y no de guerra en la área centro-andina.

Precerámico
Tan antiguas como el hombre, las puntas de piedra tallada llegaron con él a los Andes. Lo más pro-
bable es que hayan sido utilizadas como herramienta y arma de caza a la vez entre los cazadores-
recolectores. En función de sus dimensiones, podría ser un armazón de lanza, de venablo lanzado 57
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86

con propulsor o de azagaya lanzada con la mano, de flecha lanzada por un arco, cuchillo o puñal, o
también, un instrumento de trepanación. La historia de su evolución morfológica estaría aquí fuera
de nuestro propósito, pero es útil constatar que las bellas puntas talladas de tipo “cola de pescado”,
de tipo “Paiján” o puntas foliáceas un poco más tardías halladas en Lauricocha (Cardich 1958; 1964),
Pikimachay (MacNeish et al. 1980: 42; 78-94) así
como en bastantes otros lugares de los Andes, des-
aparecieron progresivamente de la parafernalia del
hombre andino de la costa norte al final del periodo
Arcaico, poco tiempo después de la extinción de la
megafauna pleistocénica, sin duda debido al cambio
en el modo de subsistencia (M. Cohen 1978).
En la costa central, la tradición de las bellas
puntas talladas de obsidiana o de cuarcita (Fig. 8)
ha perdurado por mucho más tiempo, por ejemplo
en los sitios del Precerámico Final de Chira Villa
(Lanning 1967: 78), Chilca (Engel 1988), Asia (Engel
1963b) y Río Seco (Wendt 1964, fig. 19, 20). Podría
tratarse de armazones de venablos lanzados me-
diante propulsores encontrados en el mismo sitio,
más aún a sabiendas de que, en Asia, según el autor,
había también restos de una aljaba de caña y algo-
dón (Engel 1963b: 56 y fig.133-135). En este caso, se Figura 8. Asia. Punta de obsidiana.
trataría probablemente de caza de animales peque- Engel 1963: fig. 35.
ños o de aves.

Periodo Inicial y Horizonte Temprano


Subsistieron más tiempo en la sierra (tanto peruana como boliviana, argentina o chilena), así como en
la costa sur, hasta el final del Horizonte Temprano al menos, seguramente a causa de la persistencia
de la caza de venados y camélidos (Dillehay, Bonavia y Kaulicke 2004: 20, 21; Klink y Aldenderfer 2005:
52-53; Tripcevich 2006). La forma que perduró en la costa norte es mucho más rudimentaria (Engel
1972: 115). La caza se volvió secundaria, en tanto que la fauna incluía en aquel entonces animales de
tamaños mucho menores (vizcachas, zorros del desierto y venados pequeños), para los cuales otros ti-
pos de armas son más adecuados, en particular la honda, que aparece precisamente en el Precerámico
Final. Las herramientas de piedra tallada pasaron luego a la esfera de los quehaceres domésticos, el
despedazamiento y faena de pieles, pero no requerían la bella forma funcional de las puntas foliáceas
o Paiján. Es luego interesante observar que la evolución de los medios de subsistencia -y no el uso
guerrero- hace evolucionar la forma y las dimensiones de las puntas (Dillehay 2000: 220).
Tal como se vio más arriba, en la sierra, la necesidad de estos implementos siguió vigente, pues la
caza de venados y camélidos permaneció pero, contrariamente a la costa, las mismas puntas bifaciales
triangulares o foliáceas podían servir tanto para la caza como para la faena de pieles o el despedaza-
miento de las mismas, así como lo demostraron las huellas de uso disimétricas en las puntas de los
niveles formativos de la cueva de Telarmachay en la región de Junín (Lavallée 1977). Se observa el
mismo fenómeno en la fase IV de Lauricocha en el Alto Marañón (Cardich 1964: 70 fig. 53-54), así como
en el Callejón de Huaylas (Lynch 1980). En los sitios de Ilave (río de la costa sur del lago Titicaca), y en
la cuenca alta del río Colca, se encuentran puntas de todos los tamaños, incluyendo puntas diminutas
de obsidiana de tipo 5d (largo comprendido entre 16 y 26 mm siguiendo la clasificación de Klink y
Aldenderfer 2005), que habrían podido servir como armazones de flechas, desde el Precerámico hasta
58 el Horizonte Tardío (Ibid.)
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina

Las puntas de obsidiana del sitio Hacha, río


Acarí (Riddell y Valdez 1988: 7 y fig. 2, Valdez 2000:
20) se encuentran en la costa sur, durante el perio-
do Inicial. Estos autores opinan que servían para la
caza de guanacos, pues han sido encontradas cerca
de restos de camélidos así como de representacio-
nes de camélidos sobre rocas (Valdez 2000, fig. 2).
No obstante, la mayor cantidad de estas puntas (de
diferentes tamaños), se encuentra en esta misma
costa, en el Horizonte Antiguo. En Paracas, bellas
puntas de obsidiana de bordes retocados (Fig. 9),
encontradas en las tumbas, debieron servir como
armazones de venablos lanzados mediante propul-
sores o para las lanzas que también se hallan pre-
sentes en las tumbas (Tello y Xesspe 1979: fig. 20,
39, 68); de hecho, según Xesspe y Carrión Cachot,
se trata de un instrumento de trepanación. Carrión
Cachot (1949: lam. XXIV) habla de cuchillos o de pu-
ñales, aunque el mango, roto en el punto de engan-
che, no permite clasificarlas dentro de una catego-
ría específica. En la cuenca media de Callango, en el
sitio de Ánimas Altas, hacia el año 100 a.C. sin cal.,
así como en otros sitios de la cuenca baja del río Figura 9. Sistema de enganche puntas talladas.
Ica, Menzel (1971: 83) da cuenta de la presencia de Paracas. Carrion Cachot 1949: pl XXIX.
centenares de grandes puntas de proyectil de ob-
sidiana, de las cuales varias tenían la punta rota, lo cual demuestra que habían sido utilizadas. Otras
puntas vienen de un sitio coetáneo al de Casa Vieja, a cinco kilómetros de Ánimas Altas (Massey 1986:
299 y fig. 7.6). En Cahuachi, durante la fase Nasca (tumba 6), se encontraron 8 a 10 puntas de piedra
talladas a manera de armazones de venablos lanzados con propulsores (Proulx 2001: 127).

Puntas de piedra pulida


Las clasificamos aquí de acuerdo a su definición morfológica. Desde luego, cuando es posible, los ar-
queólogos les atribuyen naturalmente un uso: puntas de proyectil, de lanza o venablo, puñal o hacha
(Muelle 1957; Lavallée 1969-1970; Lumbreras 1980; Brennan 1978: 321).
Cuando la punta es utilizada como arma, se trata de un arma ofensiva penetrante, puñal o cu-
chillo cuando no tiene mango o está conformada por un mango corto, y armazón de flecha, venablo,
lanza o pica si está ensamblada sobre un asta. Pero puede también dividirse en armas de retención o
armas arrojadizas, de acuerdo a las dimensiones de la punta, pues en el caso de un arma arrojadiza
(punta de flecha, o de venablo), el arma debe ser lo más puntiaguda y liviana posible, de manera a
conservar una fuerza de penetración suficiente desde cierta distancia, mientras que para ser usada a
manera de puñal o de pica, podía ser más pesada (Fig. 10) (Lavallée 1970: fig. 10).
Aparecieron en Kotosh en la fase Kotosh-Chavín (8 ex.) pero más aún a la fase Sajara-Patac con-
temporánea del Intermedio Temprano (17 ex.) (Izumi y Sona 1960: 117 lam. 107; Izumi y Tereda 1972:
249-250 y lam. 52, 92 y 156), es decir, según la evidencia arqueológica, de forma muy tardía en los
Andes, posiblemente en el final del Horizonte Temprano, y con mayor certeza al inicio del periodo
Intermedio Temprano, momento a partir del cual se vuelven rápidamente muy numerosas. El uso
de la piedra pulida, sin embargo, era conocido desde los tiempos precerámicos, en particular para
las hachas de piedra, las piedras de moler y los adornos personales (brazaletes, collares). Es luego 59
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86

probable que la punta de piedra pulida no aya sido


utilizada más temprano porque esta necesidad era
inexistente. Este hecho debe sin duda estar ligado
a la escasez o inclusive ausencia de animales de
grandes dimensiones cuya caza justificaba el uso
de armamentos de puntas de piedra.
Para una mayor claridad, presentamos la evi-
dencia arqueológica bajo la forma de la Tabla 4.
Muelle (1957), Daggett (1984: 182-186 y fig.: 5.23-
5.25) y Brennan (1978) proponen una descripción
muy detallada, la cual permite evidenciar que
las puntas encontradas en los valles de los ríos
Moche, Nepeña, Casma o en Chavín (Lavallée 1969-
1970), eran muy similares. Si bien algunos autores
las fechan del Horizonte Temprano, abogamos
(Chamussy 2009), que, por su asociación crono-
lógica con el encuentro entre las poblaciones del
Horizonte Temprano con aquellas del inicio del
periodo Intermedio Temprano, se las puede consi-
derar como elemento diagnóstico de esta fase.
Pero en el valle del río Nepeña, contrariamen-
te a Cerro de Arena, las había de diversos tamaños,
con un largo que podía variar entre los 3 y 16 cm,
el ancho de 3 a 15 cm y el grosor de 2 a 7 mm en la
base; eran muy puntiagudas mientras que ambos
lados eran afilados de manera tal a poder cortar
o picar; algunas llevaban marcas de colocación de
mangos. Desgraciadamente, Daggett no da ningún Figura 10. Puntas pulidas Huaraz,
Chavín. Lavallée 1970: lam 10.
detalle acerca de estos puntos de enganche de los
mangos o sobre las zonas de ruptura, lo cual no
permite saber si se trataba de cuchillos con mango, de venablos o de lanzas. Sin embargo, contra-
riamente a las puntas de Cerro de Arena, había aquí puntas cuyas pequeñas dimensiones habrían
fácilmente permitido su uso como armazones de venablos. Cabe resaltar que, al igual que Brennan,
Lumbreras (1980: 271) no aboga por su eventual uso doméstico o para la caza, y les otorga exclusiva-
mente una función de armas de guerra, lo cual es también nuestra tesis.

Tabla 4. Huella de propulsores o ganchos en el Periodo Inicial y Horizonte Temprano

Sitio Valle o cuenca Tipo Referencias


Mango de
Buena Vista* Chillón Benfer 2010: 48
madera
Curayucu 1 San Bartolo gancho Engel 1956; Lanning 1960
Arenal de Ventarrón **
Reque gancho Alva Menezes, comunicacion personal 2009
Quecher Yanacocha Cajamarca gancho Vasquez Sanchez, com. personal 2011
Propulsor
Chanquillo Casma Ghezzi 2008, fig.15
entero
* Re-ocupación del Formativo en un sitio Precerámico.
60 ** Una tumba intrusiva junto a cuencos de estilo Cupisnique.
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina

Arco y flechas
Se determina la presencia arqueológica del arco a partir del estudio etnológico comparado de los
pesos y medidas de puntas de flecha en relación a aquellos de los venablos lanzados con propulsores,
pues los materiales perecederos constitutivos del arco desaparecen totalmente (Blitz 1988: 125, 126).
Cuatro son las ventajas del arco sobre el propulsor (Otterbein 2004: 65): mayor alcance (150 metros)
: mayor discreción, sobre todo en medios forestales; posibilidad de llevar más flechas por ser más
livianas y cortas que los venablos; aprendizaje más fácil y rápido; en cambio, el arma no puede ser uti-
lizada en los combates cuerpo a cuerpo, como es el caso del propulsor que se utiliza con un solo brazo,
aunque la selección de una u otra arma no corresponda necesariamente a un progreso tecnológico y
dependa mucho del contexto (Ibid.: 133-134). Según Testart (1985: 119) “[...] la reticencia de sociedades
estatales de la América nuclear, de los Andes a México, a utilizar el arco y a preferirle el propulsor, este arcaísmo
aparente [puede] hallar su fundamento en la llegada tardía del arco pero también en la débil importancia eco-
nómica de la caza en estas sociedades, o también desde una voluntad, -no-reductible a imperativos técnicos sino
explicados por motivos ideológicos-, de preservar elementos culturales tradicionales”.
Es probable que el arco no haya llegado a América con las primeras migraciones. No se sabe si fue
motivo de un reinvento o si llegó con una de las olas migratorias siguientes (Ibid.: 119). Lo cierto es
que su presencia está formalmente atestiguada en el Ártico Canadiense entre 2500 y 800 a.C.
En la Suramérica, es probable que el arco y la flecha hayan comenzado a ser utilizados en la in-
mensa selva tropical húmeda que cubre los dos tercios del continente, pues se trata de un arma ideal
para la caza en medio forestal cubierto (Métraux 1963), aunque en el norte de Chile, en el sitio Morro
I (Arica), con fecha 3450-1750 a.C., cuatro ejemplares indiscutibles de arcos han sido encontrados,
lo cual parece confirmar la presencia precoz del arco en la costa norte de Chile (Standen 2003: 175-
207).
Algunos consideran su presencia como muy antigua en los Andes, en base a algunas representa-
ciones en petroglifos o pinturas rupestres: entre las más conocidas de ellas, las pinturas de Toquepala,
un personaje parece sujetar en sus manos un arco, o un báculo (Guffroy 1999: 28-30 y fig. 5 y 8). Este
último autor interpreta asimismo las pinturas del abrigo rocoso de Oqhotera (Fig. 2 supra), posible-
mente contemporáneo de Toquepala, como una batalla entre arqueros, aunque se vio más arriba
(propulsores) que el autor de su descubrimiento afirma que se trata de propulsores y no de arcos
(Hostnig 2003, 2007).
Velarde (1980: 68) estima que algunas puntas muy pequeñas de piedra, que no habrían podido ser
lanzadas sino únicamente mediante flechas muy livianas, dan cuenta de su presencia en el periodo
Inicial y Horizonte Temprano. Klink y Aldenderfer (2005: 52-54) piensan que la forma más pequeña de
puntas de obsidiana de su tipo 5d (largo comprendido entre 16 y 26 mm), está probablemente vincula-
da a la adopción de la tecnología del arco y la flecha de su periodo Arcaico Terminal (4400-3600 antes
del presente) en la sierra, y se irá acentuando durante el periodo Formativo. Llegan hasta proponer
que la presencia del arco podría estar ligada a guerras territoriales, tal como lo sugieren las pinturas
rupestres de Río Huenque. Pero fuera de estas hipótesis, hay que subrayar que no se tiene prueba
material alguna al respecto, pues los restos de los arcos como tales nunca han sido encontrados y, tal
como lo subrayan los autores (Ibid.: 52), estas puntas podían muy bien servir para venablos o azaga-
yas. En la cita ya mencionada de Bartolomé de las Casas (1550), quien describe un periodo Antiguo
que Donnan (1978: 87) estima ser el periodo Intermedio Temprano, se dice: “no tenían flechas ni arcos
[...] [en las sierras]”.
En el inmenso corpus iconográfico Mochica, no existe, -hasta donde yo sepa-, representación
alguna de arcos ni de flechas. Tampoco se encuentran las huellas arqueológicas pertinentes en ese
sentido en las numerosas tumbas recientemente excavadas por lo que se presume fuertemente que
61
esta arma no fue utilizada ni para la caza, ni para la guerra.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86

Al inicio del Imperio Wari (Horizonte Medio), el uso del arco es formalmente reportado en una
gran urna encontrada en Conchopata (Ayacucho), en la cual guerreros armados están representados
(Bischof 2005: 74-75). Uno de ellos, arrodillado en la posición clásica en una embarcación de totora
(Fig. 11), levanta un arco y flechas en una mano, mientras que en la otra sostiene un escudo rectangu-
lar decorado con figuras de felinos (Isbell 2001: 121 fig. 11). Bischof (2005: 76) escribe a propósito de
estas representaciones que “no se puede eliminar la alternativa según la cual no se trate de un acontecimiento
histórico en el sentido occidental del término, sino más bien de un suceso mítico tal como la llegada de ancestros
fundadores”; no obstante, Isbell (2001: 50) sugiere que la escena ocurre en el lago Titicaca durante un
cruce de armas entre las fuerzas de Tiahuanaco y de Wari.
En el imperio inca, el arco se denomina huacachi-
na, mientras que la flecha es llamada huacachi. En el
diccionario quechua de Holguín (1608), se lee: “Ppecta
o picta: arco para tirar; ayçasca piccta: arco flechado;
Huachhini: flechar; huachhi: flecha”, mientras que en
el diccionario aymara de Bertonio (1612), se anota:
“Micchi: arco para tirar, flecha para tirar; tirarla: Micchitha;
flechero: Micchiri”.
Su presencia es efectivamente reportada: “fue el
arma principal de los ejércitos del Imperio quechua [inca]”
(Urteaga 1928: 149); según Quiroga Ibarrola (1958: 387,
388), había compañías de “flecheros” en el ejército inca,
pero el arco no es citado por el cronista Francisco de
Jerez (1534). Al parecer, el uso del arco y las flechas
era reservado a grupos de combatientes específicos
sin duda originarios de regiones de selva tal como
los Chachapoyas, o del Ecuador, tal como los Cañaris
(d’Altroy 2008: 227), aunque, según el cronista Pedro
Sánchez de la Hoz (1534) citado por Bischof (2005: 75),
los españoles encontraron estas armas entre el ma-
Figura 11. Wari Conchapampa, guerrero con arco terial almacenado en la fortaleza de Sacsayhuaman,
y flechas balsa de totora, según Isbell 2001: fig. 11. luego de haberla conquistado. En la obra de Guamán
Poma de Ayala, el arco aparece únicamente entre las
manos de los capitanes sexto y decimotercero, ambos representados cazando felinos en las montañas
inhóspitas del Antisuyu (Guamán Poma 1613: 154-5; lam. 155 y 167), así como junto a un habitante del
Antisuyu haciendo sacrificios a sus ídolos ante un felino.
Al parecer, pues, aunque este punto sea aún motivo de debate, el arco y la flecha nunca fueron
utilizados a gran escala en el área andina, quizás a causa de la escasez de la madera adecuada para la
fabricación del arco en la sierra o en la costa (Métraux 1963: 229). Además, hay que subrayar la ausen-
cia total de huellas de heridas por flechas en los entierros del área centro-andina.

Honda
La honda (huaraca en quechua, korahua en aymara), arma de caza y de guerra, aparece por vez pri-
mera en el Próximo Oriente durante el Neolítico (Korfman 1973: 38; Ferrill 1997: 24, 25)9; su uso nunca
ha sido abandonado desde aquel entonces: Egipto (una honda ha sido encontrada en la tumba de
Tutankamon, enterrado en 1325 a.C.), Mesopotamia, Persia, Grecia (referencias por ejemplo en la

62
9 Un dibujo en un muro de Catal Hüyük representa a un guerrero alzando una honda.
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina

Iliada, Tucídides, el Anábasis de Jenofonte), romanos, cartaginenses, Edad Media. Es el arma de David
contra Goliat, del débil contra el fuerte. Ésta es sin duda la razón por la cual sigue siendo el arma de
la plebe, del pueblo, de la infantería. Fuera de Europa, se la encuentra en África y en Asia, excepto en
Australia (Heizer et al. 1952: 139).
En América, se trata quizás de un reinvento, pues no se encuentra ninguna huella de su presen-
cia entre los paleoindios de América del Norte o del Sur. En el actual territorio de Estados-Unidos, el
ejemplar más antiguo parece ser una honda de algodón encontrada en la tumba de un niño de seis
años en Lovelack Cave, Arizona (Ibid.), cuya fecha no es anterior a 2482±260 a.P. Según mencionado
por el autor, no era empleada sino como juguete por los niños, pero es muy común para la época his-
tórica (Ibid. fig. 68).
En un estudio reciente, Hernández (2002: 116) sugiere que la idea de la honda habría nacido del
manejo de la boleadora, al descubrir accidentalmente los cazadores de guanacos que podían guardar
en mano la cuerda que ata la boleadora.
Quién como Mejía Xesspe para describirla en mejores términos: “Consta con tres partes: una central,
de forma romboidal para contener la piedra arrojadiza; y dos cabos trenzados o torcidos, una de las cuales tiene
una asa para sujetar con el dedo meñique y otro una borla aplanada para impulsar la velocidad de la piedra. De
ahí que la waraka constituye un arma de combate, a distancia de diez a veinte metros o más, mediante el lanza-
miento de piedras redondas o angulosas” (Tello y Xesspe 1979: 349). Su alcance varía de 27 a 100 metros
(Keeley et al. 2007 tabla 1). El nombre quechua “huaraca”, tiende a ser generalizado por los autores
aunque algunos emplean el término “lazo” (Urteaga 1928: 128). Este último autor explica que la pala-
bra “lazo” se refiere al cinturón o cinta de tela que sujeta la huara o pantalón, dando origen al nombre
“huaraca” (Ibid.: 132).
Es preciso acotar que la honda tenía usos muy numerosos, pues también era utilizada por los
niños en la caza de pájaros (Salas 1930: 84), por las mujeres a manera de sacos para los granos que
llevaban consigo para la siembra, como gorro para los bebés (Quiroga Ibarrola 1958: 393; Salas 1950:
85) o a manera de tocado entre los nascas (Tello y Xesspe 1979: 417-418; Inca-Perú 1990 t. 2: fig.146;
Proulx 2006: fig. 5.256); inclusive servía para halar a las embarcaciones durante el cruce de ríos: los
dos extremos fijados en la embarcación, el nadador colocaba su cabeza en el soporte para poder libe-
rar los brazos (Garcilaso de la Vega, citado por Donnan 1978: 93). En Paracas, era usada para sujetar las
tablas alrededor de la cabeza del niño durante el proceso de deformación craneana.

Precerámico
Al igual que el propulsor, la honda no aparece en los sitios del área centro-andina antes del Precerámico
VI.10, mientras que era conocida en la selva (Métraux 1963). Es probable que no haya sido necesaria
aquí debido a una subsistencia esencialmente orientada hacia la pesca y la horticultura, sobre todo
en la costa. Las primeras hondas arqueológicas vienen no obstante de la costa; no hay testimonio
arqueológico alguno de aquella en los sitios de los abrigos rocosos de la sierra, sin duda por ser de un
material perecedero que no se pudo conservar sino en el clima seco de la costa.
Las más antiguas se hallan en Huaca Prieta (Costa Norte), hacia 1800 a.C., pero según su descubri-
dor, -Junius Bird (1948)-, y al igual que en el caso de Lovelack Cave en Nevada, se trataría de juguetes
de niños. Otras han sido encontradas en Chilca, (Engel 1988: 19). En Asia (en la Costa Sur) aparecen
en un pozo de almacenamiento así como en una tumba (Fig. 12), junto a dos propulsores, puntas de
obsidiana y cuarcita, un mazo y algunas lanzas dudosas (Engel 1963b: 57, fig. 40). Estas hondas, de

10 Engel (1991: 75) habla de una honda de hebras de lana en el sitio 514 de Paracas, cuyo fechado tiene por único
fundamento su superposición al sitio 96 (Precerámico sin algodón). Si bien no se ha encontrado algodón en 63
los vestigios de viviendas o tumbas, en nuestro criterio, este sitio debe ser del Precerámico Final.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86

Figura 12. Honda de Asia, según Engel 1963: fig. 140.

cañas entrecruzadas, son similares a dos más


encontradas en río Seco en la costa Centro-
Norte (Wendt 1964), así como a otra encontra-
da en Otuma en la costa sur (Engel 1963b: 57).
El soporte mide 13x4 cm aproximadamente,
mientras que los cordones se terminan cada
uno por un aro.

Periodo Inicial y Horizonte Temprano


Si bien la presencia de la honda se confirma para el fin
del Precerámico, extraña que no se encuentre ningún
ejemplar arqueológico de honda ni de proyectiles para
honda en las regiones norte y centro norte para el pe-
riodo Inicial así como el inicio del Horizonte Temprano,
con excepción de dos especimenes completos y dos frag-
mentos encontrados por Brown Vega (2008: 327, 2010:
177, 181) en Acaray, aunque este sitio es una fortaleza
que contó con dos ocupaciones muy distintas, la una si-
tuada hacia el final del Horizonte Temprano, y la otra,
en el periodo Intermedio Tardío; la autora (141-145) no
se pronuncia acerca de las dataciones de estas hondas.
Las únicas representaciones iconográficas son aquellas
de Pójoc, cerca de Chavín (Fig. 13), -dudosa, por cierto-
en donde Burger (1982: 30) interpreta el objeto sujetado
en la mano izquierda del personaje como una honda11,
aunque él mismo reconoce más adelante que nunca se
han encontrado representaciones de honda en el arte
Chavín, y de la fortaleza de Chanquillo, en la desembo-
cadura del río Casma en la llanura costera, con fecha del Figura 13. Pojoc, guerrero con pututu y honda
o shaman bebendo sustancia alucinógenica
final del Horizonte Antiguo, en donde Ghezzi (2006: 72 y (según Burger 1982: fig 19).
fig.3.4 h) encontró la representación miniatura de una
honda de cerámica, desprendida de la figura del guerre-
ro sobre la cual parece haber estado colocada. En nuestro criterio, este hecho se debe a la guerra acon-
tecida entre el final del Horizonte Temprano y del Horizonte Blanco sobre Rojo (Chamussy 2009: 263).
Se puede concluir que la honda es muy escasa o inexistente durante el periodo Inicial en la sierra y
las costas norte y centro norte y aparece al final del Horizonte Temprano por motivo de los primeros
enfrentamientos con las poblaciones Blanco sobre Rojo.
En cambio, en Paracas (Costa Sur), se trata de un arma de caza muy común. En Paracas Cavernas,
se encontraron muy numerosos ejemplares en los fardos funerarios (Tello y Xesspe 1979: 219 y fig.
63.2 y 64.1; 349 y fig. 95. B; 399; 418-419 y fig. 116). Xesspe las describe como armas de combate de 1,2 a
1,5 metro de largo, generalmente hechas de fibra vegetal (maguey) pero no hay certeza alguna de que
no hayan sido utilizadas únicamente como arma de caza. En la tumba 382 solamente, había 37 de fibra
de maguey (Carrión Cachot 1949: 51). No obstante, hecho destacable, no se encuentra ninguna repre-

64 11 Por nuestra cuenta hemos más bien planteado (Chamussy 2009: 100) la representación de un sacerdote inji-
riendo un alucinógeno con la mano derecha y llevando un cactus de San Pedro en la izquierda.
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina

sentación iconográfica de honda ni en los magníficos mantos funerarios, ni en las cerámicas, mientras
que todos los demás tipos de armas que se encuentran en las tumbas (propulsores, venablos, mazos)
están representados en la iconografía. Sin duda existe algún motivo que explique esta escasa repre-
sentación iconográfica: no cabe duda que la iconografía Paracas, al igual que la de Cupisnique/Chavín,
es un arte religioso y como tal, “basado en la analogía y la metáfora hasta un punto extremo” (Burger 1988:
130), lo cual excluye toda representación de la realidad. Los personajes representados en la iconogra-
fía de Paracas son todos “seres supremos” o dioses, con los atributos de poder sobrenatural que se les
asocia. No obstante, una de las atribuciones más comunes que se les da es su poder de regeneración,
simbolizado por la sangre derramada y las cabezas-trofeo, que permiten a la vegetación reproducirse;
los atributos necesarios para ejercer ese poder son el tumi y el báculo, explicándose así el origen de
las representaciones más comunes encontradas en la iconografía de Paracas: el dios de los báculos y
el dios con un tumi en una mano y una cabeza trofeo en la otra.

Periodo Intermedio Temprano


La situación se invierte y la honda es a menudo representada en la iconografía, tanto en Nasca como
entre los Mochicas. Entre estos últimos, nos encontramos en una situación exactamente inversa a aque-
lla de Paracas: en las tumbas de la élite se encuentran porras y propulsores, pero nunca se halla honda
alguna. En contrario, la honda es el arma más representada después del mazo en la cerámica pintada,
pero un examen atento de las numerosas reproducciones de vasijas Mochicas (fases I-IV) demuestra
que, por un lado, en la inmensa mayoría de casos, las hondas sólo son utilizadas para la caza (Kutscher
([19671950]: fig. 1; Bischof 2005: 77) y no en los combates entre humanos (Bourget 2001a); por otra par-
te, la honda no aparece nunca en las representaciones escatológicas que ponen en escena divinidades,
como por ejemplo en las numerosas figuraciones de la rebelión de los objetos, o aquellas de sacrificio
(Kutscher 1983; Bonavia 1994; Lavalle 1984; Hocquenghem 1987; Donnan y McClelland 1999; Alva 2001).
En particular, en la “parafernalia del guerrero”, tantas veces representada, la honda casi nunca es fi-
gurada. Existen sin embargo excepciones a esta regla. En una vasija de Berlín (Hocquenghem 1987: fig.
84), dos guerreros con cascos de diferentes tipos se enfrentan con sus porras, pero al parecer, hondas y
proyectiles se hallan dispersos en el suelo alrededor de ellos; un combate de dos guerreros, de los cuales
uno levanta una porra con la mano derecha y parece hacer girar una honda en la mano izquierda, es
representado en una nariguera de oro (Lumbreras 1980, lam. 368).
Curiosamente, entre los vecinos y coetáneos de la sierra, -los Recuay-, se encuentran pocas repre-
sentaciones de armas fuera del mazo (DeLeonardis y Lau 2004: 86). Las dos excepciones que conocemos
son aquella de un guerrero Recuay (Fig. 14) que forma parte de un combate entre Recuay y Mochica
en la vasija de Lührsen (Lau 2004), y la de un tazón evertido o compotera que se encuentra en el museo
Amano de Lima, la cual representa asimismo un combate entre Recuay y Mochica (Chamussy 2009:
lam. 36). Estos dos ejemplos parecen confirmar el texto de Las Casas y demostrar que, contrariamente
a los Mochicas, la gente de montaña utilizaba la honda en la guerra.
Los fardos funerarios de Necrópolis, contemporáneos del inicio de periodo Intermedio Temprano,
contienen cada uno varios ejemplares de hondas (con un total de 147) (Tello y Xesspe 1979: 475). Pero
según Yacovleff y Muelle (1934: 114), eran principalmente ceremoniales contrariamente a Paracas
Cavernas y no podrían haber sido utilizadas como armas pues, entre otras cosas, eran demasiado
cortas. En los suntuosos mantos funerarios de Brooklyn y de Göteborg, de estilo Nasca 1-2, ambos
provenientes de excavaciones clandestinas en Paracas, se encuentra la representación de un dios
con una honda en una mano y una cabeza-trofeo en la otra. Según la interpretación de Makowski, la
escena entera representa divinidades que presiden algún tipo de premisa agrícola. El autor establece
el vínculo entre esta divinidad femenina llevando una honda y un grabado de Guamán Poma (1613:
1168) llamado “cuidadores de cosecha”, lo cual lleva a pensar que la honda podría perfectamente
65
ser el arma de caza para los pájaros del campo en el momento de la cosecha (Makowski 2002; 2003:
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86

Figura 14. Guerrero Recuay con honda


(detalle segun Wilson 1988: fig. 339).

107). De hecho, sería legítimo preguntarse si, al igual que


entre los Mochicas, el papel esencial de la honda no era
más bien la caza de aves y de animales pequeños.
Entre los Nasca, se encuentran hondas en las tumbas
y en la iconografía, pero en cantidades pequeñas en com-
paración con las numerosas representaciones de propul-
sores y sobre todo, de cuchillos de sacrificio asociados a
las cabezas-trofeo. Es luego con cierta exageración que
Proulx (2001: 127), fehaciente partidario de la guerra nas-
ca, escribe: “las hondas eran las armas más comunes pues eran
fácilmente hechas y transportadas, inclusive por la persona más
humilde. Las tumbas Nascas -a menudo huaqueadas-, dan cuenta de una gran cantidad de hondas dejadas por
los huaqueros, quienes les otorgaban poco valor. La cerámica representa a menudo un hombre con una honda
enrollada alrededor de su tocado cuando no la usaba. Las hondas podían también ser usadas para la caza, para
repeler a los depredadores, así como para la guerra, y aparecen como una añadidura normal al traje masculino”.
En la iconografía, aparecen a menudo entre las manos de un llamado “guerrero” según Proulx (Fig. 15)
o enrolladas alrededor de su tocado a manera de turbantes decorativos (Seler 1923, fig. 141, 142, 149;
Kroeber y Collier 1998: 52). Otra representación de honda aparece en un bastón de mando pintado,
con fecha del principio de la fase Nasca (Lapiner 1976: fig. 467-468, museo de Göteborg) y en una jarra
Nasca 3-4, representando humanos llevando en una mano un
propulsor, y en la otra, un puñado de venablos y una honda
(Lapiner 1976: fig. 501), o también una vasija antropomorfa
del museo de Munich, cuyo personaje sostiene una honda
tendida entre sus dos manos y otra a manera de tocado (Inca-
Pérou 1990 t. 2: fig.146). En las excavaciones, la cantidad de
hondas Nasca es baja (Bischof 2005: 80). No obstante, en su es-
tudio del valle de la baja cuenca del río Nasca y del río Grande,
Proulx ha encontrado varias hondas en tumbas, algunas con
colores (Proulx 1998: 6, 25, 41, 98, 106, 121; 2007: RN-28, RG-
33, RG-45). En Chaviña (Acarí), Lothrop y Malher describen la
parte central de una honda encontrada en una tumba de un
personaje de élite, conjuntamente a propulsores (Lothrop y
Malher 1957: 39). O’Neale (1937: 201y lam. 48 a, c & d) describe
varios ejemplares originarios de Cahuachi. Kroeber y Collier
(1998: 52, 78, 80) han asimismo encontrado varias hondas en
las tumbas A1-5 y 1j-13 de Cahuachi, mientras que Strong
encontró una en 1953 (tumba 37 de una mujer) (Proulx 2006:
173), y otros sitios (Ibid: fig. 4.6). Figura 15: Guerrero nasca sujetando una
honda (Seler 1923, fig. 9).

Horizonte Medio
La presencia de municiones de honda en Galindo (Bawden 1982) así como en los sitios de Pacatnamú
y Charcape (J. & T. Topic 1987  : 49) deja presuponer el uso de la honda como arma de guerra en
el Horizonte Medio. Tenemos también la representación de una honda en los manos del Ídolo de
66 Pachacamac (Ángeles y Pozzi-Escot 2010: 190)
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina

Intermedio Tardío y Horizonte Tardío


En la Sierra norte, en la época de los señores de Cuismancu (Cajamarca) y Huamachuco, es decir,
durante el periodo Intermedio Tardío, la divinidad suprema local, Catequil, era representada llevando
una honda en cada mano, con la cual producía rayos y truenos (Silva Santisteban 1985: 23). Los habi-
tantes de Cusimancu tenían la costumbre de llevar -a manera de tocado y como señal distintiva-, las
hondas simbólicas de Catequil (Cobo 1653 [1964]: cap. XXIV: 123190; Silva Santisteban 1986: 23).
La honda meramente decorativa aparece en sepulturas incas (Yacovleff y Muelle 1932). La im-
portancia del significado simbólico de la honda entre los Incas es atestiguado por la representación
frecuente del dios del trueno y el relámpago, Illapa, quien aparece con una honda en una mano y un
mazo en la otra (Cobo 1653[1964]: cap. VII: 16440). El Inca Huayna Cápac no despreciaba el alzar él
mismo la honda, tal como lo muestra un grabado de Guamán Poma (1613: lam. 33), en donde se ve
al Inca llevado en andas por cuatro hombres; otro grabado del mismo Guamán Poma representa a
Pachacuti levantando una honda (Ibid.: lam. 108). Su uso ritual durante la fiesta del Capac Raymi es
largamente descrito por el Padre Cobo (1653[1964]: cap. XXV). En el curso de la ceremonia de investi-
dura de los orejones en la fiesta de Raymi, los parientes regalaron à los ‘impetradores’ una honda (Juan
Diez de Betanzos [1551] 1968, cap. XIV].
La honda inca, de 2 m de largo en promedio, era de lana y de cuero, a veces decorada con alambres
de oro y de plata para la nobleza, y se llevaba amarrada a la cintura o a manera de ornamento de tocado
(McIntyre 1973: 780). Había, en el ejército Inca, grupos especializados de ‘honderos’ (Quiroga Ibarrola
1958: 388) y Cieza de León estima que sólo la escolta del Inca contaba 5000 honderos (Urteaga 1928:
131). Según Means (1931: 318-19), habría sido llevada por los ejércitos incas al Ecuador, a Argentina
o Chile durante su conquista, pero nunca habría logrado remplazar completamente el arco y la cer-
batana en esas regiones, a pesar de que los Españoles la hayan descubierto entre las manos de los
Indígenas de la Puná (Zárate 1830 vol. 1: 28, citado por Means 1931: 319). Varios otros grabados de
Guamán Poma (1613: lam.161; lam. 157) representan enfrentamientos entre incas y Chachapoyas o
incas y mapuches, en donde se ve uno de los soldados incas levantar una honda. El Padre Cobo escribe:
“De lejos empleaban las hondas hechas de lana o de cabuya, en que eran grandes certeros. Usábanlos casi todos
los de este reino, particularmente los serranos que eran extremados honderos” (Cobo 1653 [1964]. Cap. IX). El
historiador peruano Víctor López de Mendoza (1980: 338) escribe que fue una de las armas predilectas
del ejército inca y que los soldados incas se lucían por la precisión y la fuerza con las cuales lanzaban
los proyectiles de piedra del tamaño de un huevo de gallina, con una fuerza tal que podían matar a un
caballo y su jinete. Fue de hecho con piedras envueltas en algodón incendiado enviadas con hondas
que los Incas prendieron fuego a los techos y sembraron el pánico entre los habitantes de Cusco, du-
rante el sitio de 1536 (Pedro Pizarro [1571] 1944: 103). Fue asimismo el arma que más hizo sufrir a los
españoles durante el sitio de Sacsayhuaman, y causó más particularmente la muerte de Juan Pizarro,
hermano del conquistador (Garcilaso t. I lib. 2 c. XXIV). Luego de la última retirada de Túpac Amaru,
en 1572, un general inca traicionó a su jefe y reveló a los Españoles que, en la fortaleza de Huaynuná
Pucara, “se habían preparado numerosos amontonamientos de piedras destinados a servir de proyectiles para
las hondas de los Indígenas” (Hemming 1971: 361). Se trata luego de un arma inca particularmente te-
mida por los españoles.

Proyectiles de piedra redonda


Estos proyectiles pueden servir tanto para la caza como en los combates de campo raso, o desde las
murallas de sitios defensivos y debían principalmente ser utilizados en los sitios defensivos, en donde
se tiene tiempo de recoger en las playas o en el lecho del río los proyectiles de forma y tamaño ade-
cuados, de llevarlos hasta el sitio y luego de almacenarlos (Ghezzi 2006: 72-75; Brown Vega 2008); de
67
hecho éstos son los únicos lugares en donde se los encuentra.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86

Korfman (1973) fue uno de los primeros en sugerir que los descubrimientos de cantos redondos,
-amontonados lejos de los lechos fluviales o de las playas-, eran proyectiles. Éstos son considerados
como una de las evidencias más contundentes de guerra (J. & T. Topic 1987: 48), pues sugieren una
premeditación propia de una logística puramente guerrera. Se encuentran a menudo amontonamien-
tos separados por una distancia de 2 a 3 m, espacio necesario para que dos honderos no se estorben
mutuamente. Lanzados desde lo alto de las murallas, su alcance es muy variable dependiendo de si
son lanzados con la mano o con una honda, y siguiendo el dispositivo de la muralla Un estudio muy
completo ha sido realizado por Brown Vega (2008: 135-138; Brown Vega y Craig 2009) en el caso de la
fortaleza de Acaray en el río Huaura (Costa Centro).
Generalmente de forma esférica y del tamaño de un huevo de paloma, el diámetro promedio de
estas municiones varía entre 2,5 y 8,7 cm, aunque las más grandes eran quizás lanzadas con la mano
(Brown Vega 2008 : 329) : tabla 5

Tabla 5: Dimensiones para las municiones de hondas.


Sitio Autor Dimensiones (cm)
Chanquillo Ghezzi 2006: 72 7,3 x 3,9
Ostra pile 1 Topic 1989 anexo 6,9 x 5,2 x 4
Ostra pile 2 Topic 1989 anexo 5,6 x 4,3 x 4,7
Acaray Brown Vega 2008: 329 y fig. 10.2 8,7 x 6,5
Galindo Bawden 1982; Topic 1989 anexo 6 x 4,4 x 3,1
3,1 x 2, 5 x 1,8
Chinchawas Lau 2001: 393
MV-42 (Moche) Chamussy (2009) 5x4x3

Los dos testigos arqueológicos más antiguos de amontamientos detrás de murallas se encuentran
ambos en la desembocadura del río Santa, el uno al norte del río, en Ostra (J. Topic 1989), y el otro
al sur de Chimbote, en Playa Catalán (Chamussy 2009: 190-91). Uno y otro provendrían del fin del
Precerámico. Además Engel (1966) pretende que ciertas piedras ovoides encontradas en Chilca eran
municiones de honda, mientras que Deza Rivasplata (1985) comparte esta idea en lo que se refiere a
algunas piedras de forma regular halladas en los estratos arcaicos de Tablada de Lurín. En Culebras,
Engel (1958) señala “proyectiles de piedra para hondas”, pero no encontró las hondas como tales.
Al igual que las hondas, no se encuentran testigos arqueológicos provenientes de periodo Inicial
o del comienzo del Horizonte Temprano. Recién en el Horizonte Temprano Terminal o al inicio del
periodo Intermedio Temprano se comienza a encontrarlas en grandes cantidades, en las fortalezas
de los valles de los ríos Moche, Santa y Nepeña. Su presencia es asimismo reportada por Brown Vega
(2010: 177) en tres fuentes del río Huaura, pero detrás de parapetos o en escondites, y sin relación
alguna con las cuatro hondas no fechadas halladas por la autora, y Ghezzi (2006: 74-75) para el mismo
periodo en Chanquillo. Éste las encontró en dos ubicaciones distintas: en el lado interior de las mura-
llas externas (supone entonces que cayeron de los parapetos), y al pie de la pendiente de la colina, por
lo que propone que se trata de municiones lanzadas sobre el atacante. Ninguna lleva huellas de otro
tipo de uso; un estudio comparativo con cantos recogidos en el lecho del río Casma, cerca de la forta-
leza, demuestra que su índice de esfericidad y es prácticamente el doble de una muestra recuperada
al azar en el lecho del río (Ibid.: 75, tabla 3.5).
Asimismo, durante nuestro trabajo de campo, hemos encontrado numerosos amontonamientos
de piedras redondas a lo largo de los muros que cierran el paso en los sitios defensivos de la Fase
Salinar en el valle del río Moche (Fig.16), así como en las faldas de Castillo Sarraque (V-72-74 río
Virú), alrededor de las fortalezas y murallas defensivas de los ríos Santa, Nepeña y Casma, fechadas
68 del final del Horizonte Temprano o inicio del Intermedio Temprano. En Chinchawas, sitio Recuay
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina

Figura 16. Moche, sitio MV-42, piedras


redondas detrás de un muro cerrando el paso
de una quebrada de acceso (foto Chamussy).

fortificado de la Cordillera Negra, Lau


(2001: 393) ha encontrado una gran can-
tidad de piedras redondas, la mayoría de
las cuales -supone- era municiones para
honda, y algunas, pulidores. En la ciudad
fortificada de Yayno (Conchucos), con
fecha de Recuay Medio (400-800 d.C.),
el mismo autor (2010a: 430, 2010b: 341)
ha encontrado unas cincuenta municio-
nes para hondas distribuidas en el sitio.
Bawden (1982) las ha encontrado regu-
larmente distribuidas a lo largo del muro de Galindo (sitio Moche V del río Moche), mientras que los
Topic hallaron otros ejemplares en sitios posteriores (Horizonte Medio), en Pacatnamú y Charcape,
en el valle de la cuenca baja del Jequetepeque (J. & T. Topic 1987: 49). Durante el periodo intermedio
tardío, se las encuentra en escondites de estructuras defensivas (Stanish 1992: 44-146).
Al incluir grupos de honderos (tal como se vio más arriba), el ejército Inca debió haber utilizado
una cantidad importante de municiones de piedra o de arcilla endurecida
En la iconografía, tenemos algunos ejemplos: entre los nascas, Proulx (2006: fig. 5.123) nos
muestra un guerrero llevando un haz de venablos en la mano izquierda, así como un báculo de plu-
mas en la mano derecha; alrededor de él se encuentran proyectiles redondos dispersos. También
se puede citar a un guerrero Recuay alzando una piedra redonda en la vasija de Lührsen, ya citada
(Lau 2004: fig. 7V).
Más tarde, los cronistas llamaron estos proyectiles redondos lanzados con la mano pururauca,
“balas de piedra que sueltan de encima del castillo para defenderlo” (diccionario quechua de Holguín 1608).
Adicionalmente, los purucaucas de los Incas, de dimensiones comprendidas entre el tamaño de una na-
ranja y aquel de un pomelo, eran el objeto de veneraciones, mientras que su uso conllevaba un carácter
más bien mágico antes que belicoso (López Mendoza 1980: 338). Guamán Poma (1613: pl. 153) nos indica
guerreros Chanca lanzando purucaucas de este tipo desde lo alto de una fortaleza con ocasión de un
ataque inca (Fig. 17). Pururauca (ladrones escondidos) es también el nombre dado por los Incas a las pie-
dras veneradas como guerreros (transformadas en guerreros), que ayudaron a los Incas a rechazar a los
Chancas durante la aparición de Wiracocha a Pachacuti (d’Altroy 2008 [2002]: 64, 165).

Galgas
En cuanto a las llamadas ‘galgas’ por los cronistas (Salas 1950: 86) lanzadas desde lo alto de las cimas
en los desfiladeros, no son detectables arqueológicamente, aunque se conocen numerosos ejemplos
de su uso en contra de los españoles, quienes las temían de forma notoria (Quiroga Ibarrola 1958: 394).
Durante el ataque final en contra del último refugio del Inca Tupac Amaru en Vilcabamaba en 1572,
el mismo general Inca traidor ya mencionado ofrece al general Toledo la descripción siguiente: “Sobre
una distancia de cinco kilómetros antes de llegar a la fortaleza, los Indígenas incas han asegurado las defensas
de algunos desfiladeros estrechos por medio de numerosos bloques de rocas”, lo cual incita a los españoles a
pasar por las cimas, con el objetivo de no ser sorprendidos (Hemming 1971: 361). Su uso es inclusive
reportado tres siglos más tarde, con ocasión de la guerra contra Chile (1879-1883), por el general pe-
ruano Cáceres (López Mendoza 1980: 339). 69
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86

Figura 17. Uso de pururaucas en la defensa de fortalezas inca.


Guaman Poma de Ayala 1613: pl. 153.

Boleadora o bola12
“Bola de piedra punteada o pulida [...] que puede o no presentar una ranura ecuatorial [...] estas bolas, envueltas
en un estuche de cuero o colocadas en la cintura mediante una soga que pasaba por la ranura, eran luego atadas a
la punta de una soga o de una tira de cuero y juntadas en haces de 2 o 3 piezas” (Leroi-Gourhan 1997: 151). Este
conjunto es proyectado haciéndolo girar a la manera de los gauchos de la pampa, lo cual tiene como
efecto el romper o atar los miembros de los animales perseguidos (Guilaine y Zammit 1998: 95).
En el cono sur, seria muy antigua, pues Dillehay habría identificado bolas en Monte Verde, el sitio
paleo-indio del sur de Chile, para el periodo I, con fecha 11 000-10 000 a.C. (Wilson 1999: 154 y fig.
5.15 (b), Bird, en el estrato II Periodo IV (6 000 a.C.) de la cueva Fell en Patagonia (Ibid: 152 y fig. 5.14
(d)), Laming-Emperaire, en el abrigo de Marazzi, tierra de Fuego chilena, con fecha 10 000 a.C. (Leroi-

12 La terminología no es fija, y se encuentra uno u otro nombre según los autores. Métraux (1963: 253) escribe:
« bolas (Spanish: boleadoras) ». Cabe resaltar que Testart (1985: 123-124) emplea una terminología un poco
70 distinta. Para él, la boleadora o cayo es una bola atada a una tira con la cual se hiere al animal, y las bolas son
el conjunto conformado por bolas ligadas entre ellas mediante tiras, y que se lanza sobre el animal.
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina

Gourhan 1997: 688-689), Cardich, en la cueva n° 3 de Los Toldos (Patagonia Argentina), con fecha 7500
a.C. (Ibid. 660) y Legoupil en Ponsonby (isla Guzmán) al 3° milenario a.C. (Legoupil 2003; Legoupil y
Pigeot 2009: 14).
Servía para la caza de guanacos, -cuyas patas se apuntaba-, tal como lo atestigua su descubri-
miento en numerosos campamentos de cazadores-recolectores de la pampa Argentina junto a restos
de guanacos cazados (Politis et al. 2005). Una variante de la boleadora de dos piedras era usada entre
los indígenas de la pampa Argentina para cazar el ñandú, razón por la cual se la llamó ñanducera o
avestrucera, también laques. En este caso el cazador apuntaba el cuello del ñandú con el objetivo de
asfixiarlo (Hernández 2002: 128).
Aparece tardíamente en la área centro andina, aunque algunos hayan creído reconocerla en di-
versos periodos desde el Precerámico. En un folleto sobre Caral (Shady Solís 2005: 14), se sugiere a
través de una ilustración que las boleadoras existían como armas de caza durante el Precerámico
Final. Pero pensamos que la pieza representada bien podría ser un peso de red, del cual numerosos
ejemplares han sido hallados en el Precerámico. Huapaya Manco (1978: 261-263, 268 y lam. IV) parece
caer en la misma confusión en los sitios de pesca del Precerámico Medio de Chorrillos, Avic y Nunura
I en la península de Ilescas. Es efectivamente preciso percatarse que «todas las bolas de piedra con
ranura ecuatorial» no son bolas, sino más bien -con mayor frecuencia- sobre todo en los sitios marí-
timos de la costa del Perú-, pesos de redes de pesca.
No se encuentran huellas de bolas hasta la época Nasca, en donde “la iconografía las pinta como una
serie de piedras alineadas a lo largo de una simple soga antes que en sogas múltiples” (Silverman y Proulx
2002: 57). Proulx reproduce tres dibujos de lo que llama bolas, los cuales dan cuenta de cinco a siete
piedras (Proulx 2006: fig. 5.122, 5.258, 5.268) y Luján (2010: 112) menciona una boleadora encontrada
en la tumba de una mujer de elite en Cerro Salazar al final del periodo. En los tres casos, el hombre
alza asimismo un propulsor en el cual se encuentra un ave. Lapiner (1976: fig. 502) y Llanos Jacinto
(2009: 221 nota 56 y fig. 11.60 D) refutan esta interpretación, viendo más bien aquí la representación
de una honda. De hecho, la presencia de cinco a siete bolas no corresponde a las boleadoras descritas
más arriba, tanto entre los Incas como entre los gauchos, las cuales constan de una a tres piedras. La
presencia del ave sugeriría que propulsor y honda serían armas de caza y no de guerra, interpretación
de Silverman y Proulx, pero no de Lumbreras (1980: 255), quien las considera como armas de guerra.
No se halla luego rastro alguno de bolas hasta los Incas, quienes la adoptaron bajo el nombre de
ayllo (“reunir” en quechua), término idéntico a aquel que designa al grupo social o linaje llamado
ayllu. Fue inicialmente utilizado para la caza de guanacos y vicuñas. Francisco de Jerez (1534), quien
describe las diferentes armas del ejército inca en marcha al inicio de la conquista, no las menciona.
En cambio, Cobo, un siglo más tarde (1653), escribe que los guerreros lanzaban un instrumento hecho
de “dos piedras redondas poco menores que el puño, asidas con una cuerda delgada y larga una braza, poco mas
o menos, tirandolo a los pies, para trabarlos”. Durante el sitio de Cusco, los Incas utilizaron esta arma, la
cual consistía en “tres piedras redondas que le tiraban a los caballos y los derribaban y algunas veces enreda-
ban al proprio jinete que con mucho trabajo lograba cortar las cuerdas que las unian” (López Mendoza 1980:
337). En Guamán Poma ([613: 182, 206), un arma de este tipo es representada entre las manos de un
adolescente cazando aves.
El diccionario quechua de Holguín (1613) la denomina ayllo o rihui, y la describe de la siguiente
manera: “Bolillas assidas de cuerdas para trauar los pies en la guerra, y para caçar fieras, a aves y tirar a trauar
pies y alas”. En los Andes, es también llamada liwi (Lumbreras 1980: 255; Bischof 2005: 74); se la emplea
todavía bajo este nombre en el chiaraje o tinku (combate ritual) que se da anualmente en una pampa
de Cusco (Arce Sotelo 2008:170). En Huarochirí (en la Sierra, entre Rímac y Lurín), en una sepultura
colectiva al parecer “post-colonial”, Hrdlička (1914: 12) ha encontrado “un ‘liburi’ o ‘bola’, una boleadora
con tres bolas irregulares y más bien pequeñas pero de metal pesado, arma muy similar a aquellas usadas por
71
los Patagónicos”, lo cual nos recuerda que en el manuscrito quechua de principios del siglo XVIII que
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86

narra los Ritos y tradiciones de Huarochirí (Taylor 1980: 69), se lee que los cinco pariacacas [dios tutelar
de Huarochirí y sus cuatro hermanos] luchan contra su enemigo Hualallo Carhuincho, lanzando rihui,
descritas como el arma empleada por los cazadores, que consistía en tres sogas de nervio de animal
en cuyos extremos se amarraban pedazos de plomo.
Las boleadoras (de una a tres bolas) aparecen luego probablemente en los Andes centrales úni-
camente con los Collas del lago Titicaca, quienes la habrían encontrado entre los coyas que vivían en
el altiplano al sur del Collasuyu, mientras que habrían sido adoptadas por el Inca Túpac Yupanqui y
Huayna Cápac, quienes las valoraban de forma notoria como deporte y arma de combate (Hernández
2002: 153). Según Fr. Martín de Murúa (1590 [1962] I cap. 54: 161001), ésta sería el arma predilecta de
los Collas, adoptada luego por los Incas; describe su uso en los ejércitos de Huáscar en la batalla de
Cotabamba: “Y con unos instrumentos con que enlazan los benados, que tienen unas pelotas de plomo, tiraron
a gran prieza a los que llevaban las andas, y dándoles en las piernas cayeron, dando con Huáscar en tierra”. Se
trataría luego de un proceso de adopción por los Collas -y luego por los Incas- de un arma de caza, con
la finalidad de enfrentar la enorme ventaja táctica de la caballería española. Según Bischof (2005: 74),
es un “arma de caza que en la época de la Conquista se usó contra los caballos”.
Una variante era la ‘bola perdida’ (Salas 1950: 82-83; Hernández 2002: 123) o ‘Wichi Wichi’ en que-
chua, arma arrojadiza de una sola soga terminada por una piedra también llamada ‘apaycha’, y toda-
vía utilizada en la provincia de Canas durante los combates rituales llamados ‘chiaraje’ (Alencastre y
Dumézil 1953; Arce Sotelo 2008: 172).

Cerbatanas
Con la cerbatana, el cazador lanza una flecha muy ligera y corta, (dart en inglés). Generalmente elabo-
rada a partir de un tubo de bambú, su alcance útil es de 30 a 40 m. Arma tradicionalmente utilizada por
los cazadores del bosque tropical húmedo hasta el día de hoy (Métraux 1963: 249) por su discreción (el
tirador no hace ningún movimiento) y la posibilidad de emplearla en medio de una vegetación densa,
es exclusivamente empleada como arma de caza y no de guerra en numerosos países, sobre todo en
América del Sur y en el Caribe.
Los primeros testimonios arqueológicos irrefutables de cerbatana se encuentran en tumbas
Mochicas y Nascas, lo cual permite presuponer que ésta fue traída desde la selva con cuyas poblacio-
nes existía seguramente algún contacto, pero no hay prueba alguna de que hayan tenido un uso dis-
tinto al de la cacería. El ejemplar del Peabody Museum de Harvard, encontrado cerca de Trujillo, mide
aproximadamente 5,4 m de largo, mientras que los dardos que la acompañan tienen un largo de 7,5
cm (Métraux 1963: 249). En la iconografía Mochica, es difícil distinguir una cerbatana de una simple
vara de madera o báculo. No obstante, la evidencia documental existe: cerbatanas son visibles en dos
vasijas de Trujillo reproducidas por Yde (1948 n° 104 y lam. II, 3), de las cuales una es citada en un artí-
culo de d’Harcourt y Nique (1934). En esta vasija Mochica, se ve un cazador (en modelado), escondido
detrás de una cortina, soplando en su cerbatana para cazar dos pájaros pequeños ubicados en un árbol
cercano; otros pájaros pequeños están colgados de su cintura. El otro ejemplo es una vasija pintada
representada en Wassermann-San Blas (1938, fig. 473) y Sawyer et al. (1954), que muestra asimismo
un cazador mochica resguardado detrás de un escudo, apuntando con su cerbatana a tres pájaros po-
sados en las ramas de un árbol. Larco Hoyle (1946: 163 lam. 31) lo describe de la siguiente manera: “la
cerbatana y el propulsor para [cazar los] pájaros tales como las palomas y los patos salvajes”. Coelho Penteado
(1972: 38-40), quien ha estudiado tumbas Nasca en el sitio de Chaviña, habría también encontrado
cerbatanas: “Es seguro que se encuentran hondas en las tumbas y las representaciones iconográficas, así como
cerbatanas, flechas, aunque no es seguro que se trate de armas de guerra; podrían ser utilizadas para la caza”.
Según Métraux (1963: 249), se encontró, asimismo, una representación de cerbatana en una tela
72
de Pachacamac con fecha del periodo Intermedio Temprano.
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina

Entre los Incas, ningún cronista ni historiador de la guerra parece evocar la cerbatana, y de
hecho su nombre tampoco aparece en los diccionarios quechua de Holguín (1608) o aymara de
Bertonio (1612). No hemos encontrado mención alguna de la cerbatana en el ejército inca, lo cual
permite presuponer que ni siquiera era usada aquí, inclusive entre los contingentes venidos de la
Amazonía.

Síntesis y conclusiones
¿Qué conclusiones podemos sacar al término de esta síntesis sobre las armas arrojadizas a lo largo de
la historia precolombina de los Andes centrales?
1. Existe una primera distinción funcional entre armas de caza y armas de guerra. Algunas armas
arrojadizas parecen ser casi exclusivamente utilizadas para la caza, tal como el propulsor y la
cerbatana. Otras, exclusivamente destinadas a la caza durante milenios, cambian de uso de forma
tardía: la honda parece ser reservada a la caza hasta el final del Horizonte Temprano, mientras
que la boleadora no se convierte en arma de guerra sino recién en la época inca (y quizás con sus
antecesores inmediatos). El arco había quizás sido utilizado entre los cazadores de la puna, pero
su uso como arma de guerra no es atestiguado hasta antes del Horizonte Medio. Las piedras re-
dondas y las puntas talladas bajo la forma de armazones de armas arrojadizas aparecen en todas
las épocas, y sirven tanto para la caza como para la guerra, aunque, al igual que el propulsor, la
honda y el venablo, no son empleadas como armas de guerra sino de forma tardía. Las puntas de
piedras pulidas que aparecen en las numerosas fortalezas entre el fin del Horizonte Temprano y
el inicio del Intermedio Temprano son usadas como armas de guerra, aunque quizás como parte
de armas de choque (puñales y lanzas).
2. Una segunda distinción, de orden funcional también, puede ser planteada entre armas y herra-
mientas: así, el hacha es primeramente una herramienta antes de ser un arma. Las hachas de pie-
dra pulida del Precerámico sirvieron en primer lugar para tallar estacas antes de ser usadas como
armas. Las puntas de piedra y los puñales o cuchillos son herramientas de uso común. Asimismo,
las piedras redondas de cierto peso han sido a menudo utilizadas como chancadores, tal como lo
demuestran las huellas de uso (Brown Vega 2008 : 329) o como pulidor o bruñidor (Lau 2001 : 393,
394 y fig.11.12, 11.13). En cambio, las demás armas arrojadizas no pueden ser usadas a manera de
herramientas de trabajo.
3. En definitiva, el punta capital que sobresale de nuestro estudio es que las armas arrojadizas eran
poco utilizadas para la guerra antes de los incas, lo cual puede significar una preferencia por el
combate cuerpo a cuerpo, con armas de estoque, como lo advertiremos en un próximo articulo
sobre las armas de choque.
4. Hemos resumido en la Tabla 6 los periodos de presencia de las diferentes armas de caza o de gue-
rra y/o de instrumentos. Como se puede ver, algunas armas aparecen momentáneamente, antes
de desaparecer luego. Éste es el caso del propulsor, el cual se presenta al final del Precerámico y
desaparece prácticamente hasta la mitad del periodo Intermedio Temprano en el norte (Mochica),
mientras que perdura en la Costa sur (Paracas y Nasca), y parece ser un signo de estatus nada más
entre los incas, como lo subrayan Uhle y todos los cronistas. Es también el caso de la honda, cuyo
uso es atestiguado en el Precerámico, pero que por lo visto desaparece en el Norte hasta el final
del Horizonte Temprano, mientras que sigue siendo de uso común en la Costa sur (Paracas), y es
luego omnipresente hasta la Conquista.
Una observación general derivada de lo que precede es un mayor conservadurismo en el empleo
de armas en la Costa sur: propulsores, hondas, puntas de piedra tallada son constantemente em-
pleadas; en el norte en cambio, se ve una movilidad mayor, con un uso adaptado más rápidamente
73
a un medio cambiante y probablemente también a los aportes por parte de nuevas poblaciones.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86

Tabla 6: Periodos de presencia de las diferentes armas de caza o de guerra y/o de instrumentos.

Horizonte Tardio
Periodo Inicial
periodo

Precerámico 6
Precerámico

Intermedio

Intermedio
Temprano

Temprano

Temprano
Horizonte

Horizonte

Tardío
Medio
arma

Proyectiles redondos
N
Honda
S
N
Propulsor
S
N
Punta tallada
S
Punta pulida
Boleadora ?
Arco
Cerbatana
5. En último término, se podría postular una distinción entre uso real (herramienta, arma de caza o
de guerra), y uso simbólico. Esa distinción es compleja y no depende solamente de la presencia/
ausencia en la iconografía o arqueología, pero sí en la contextualización de los dos. Esa distinción
aparecerá más claramente con el conjunto de la armas de choque y armas arrojadizas.
En la tabla 7, tentamos de sintetizar esta distinción en la base de nuestra documentación por periodo y
por área para las dos principales armas arrojizadas (propulsor y honda). La honda por ejemplo, es frecuen-
temente encontrada en las tumbas Paracas, pero nunca en la iconografía, lo cual significa que no jugaba un
papel simbólico importante. De igual manera, si el propulsor es frecuente en la iconografía Mochica, pero
que no se lo encuentra nunca en las tumbas, es porque tenía un papel en la caza ritual de venados (Fig. 4)
(Donnan 1997; 1999: fig. 4.58). El motivo es quizás el mismo en el caso de la honda Mochica, que debió servir
para la caza de aves. A la inversa, la honda aparece frecuentemente en las tumbas y la iconografía Nasca, lo
cual podría indicar que su papel simbólico se incrementó entre los nascas.
Tabla 7: Uso de los dos principales tipos de armas.
Testimonio Uso
Propulsor
arqueológico iconográfico real simbólico
Preceramico 6 caza (ver tabla 3) X
Escenas simbólicas
P. Inicial+ Costa norte escaso (tabla 4) Señal de poder X
H.Tempr. (Burger 1987)
sur (Paracas… caza caza X
Intermedio Costa norte (Vicús, Caza ritual
En tumbas de elite X
Temprano. Moche… ‘badmington’
Costa sur (Nasca… caza caza X
Horizonte. costa Caza y pesca ? X
Medio Sierra ? Señal de poder X
Intermedio Tardío +
74 Horizonte Tardío (inca) ? Señal de poder X
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina

Testimonio Uso
Hondas
arqueológico iconográfico real simbólico
Precerámico 6 caza X
Costa norte
(Cupisnique,
P. Inicial Chavín…
Sur (Paracas… caza X
Costa norte Guerra (fin del
Horizonte escaso X
(Santa-Huaura) Periodo
Temprano
Sur (Paracas..; caza X
Norte (Moche…
Intermedio Caza (ritual
Temprano Sur (Nasca… Yacovleff y Muelle caza X
1974
Horizonte Medio guerra X
Intermedio Tardío + Ilapa, símbolo de
guerra X X
Horizonte Tardío (inca) poder

Agradecimientos
Agradezco a mis amigos universitarios que me ayudaron en mis trabajos tanto en Francia: Eric
Taladoire, Patrice Lecoq, Nicolas Goepfert y Catherine Lara quien se encargo de la traducción, así
como en Perú: Prof. Segundo Vasquéz, Peter Kaulicke y Iván Ghezzi. Asimismo expreso un agradeci-
miento especial al corrector y al editor de la revista quienes han formulado muchas sugerencias parti-
cularmente útiles. Agradezco también a los habitantes de los valles del centro-norte y especialmente
Ian Mezzich de Chimbote.

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86
Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 87-106
ISSN: 0254-8062

Recibido: marzo de 2012


Aceptado: junio de 2012

ARTE RUPESTRE AFRICANO EN LAS CUEVAS DE


CUBA. LA NECESIDAD DE UN CAMBIO EN LAS
HERRAMIENTAS METODOLÓGICAS
Divaldo Gutiérrez Calvachei
Grupo Cubano de Investigaciones del Arte Rupestre (GCIAR)
llafer@infomed.sld.cu

José González Tenderoii


Grupo Cubano de Investigaciones del Arte Rupestre (GCIAR)
marinaglez@infomed.sld.cu

Racso Fernández Ortegaiii


Grupo Cubano de Investigaciones del Arte Rupestre (GCIAR)
itibacahuababa@yahoo.com

Resumen
Se presenta un análisis crítico de algunos de los presupuestos filosóficos, proyecciones teóricas, méto-
dos y propuestas que se han utilizado como herramientas para intentar demostrar la posible ejecución de
diseños rupestres cubanos por parte de individuos o grupos de africanos que, huidos de haciendas, inge-
nios, casas señoriales y convertidos en cimarrones, se refugiaban en los bosques y serranías del país, entre
los siglos XVI y XIX. Este análisis demuestra que, hasta hoy, la mayoría de tales enfoques no han obtenido
el resultado esperado, al estar concentrados en comparaciones morfológicas e inducciones mitologizadas
de escasos alcances. La voluntad de obtener respuestas más certeras y efectivas ante esta problemática
impone un rediseño de los presupuestos y métodos utilizados, así como un cambio en la forma de asumir
el abordaje de las estaciones rupestres de posible factura africana.
Palabras clave: Arte rupestre, petroglifos, africanos, esclavos, cimarrones, metodología.
i Investigador Asociado, Máster en Administración. Instituto Cubano de Antropología, Ministerio de Ciencia,
Tecnología y Medio Ambiente.
ii Investigador Asociado. Instituto Cubano de Antropología, Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Am-
biente.
iii Investigador Auxiliar, Máster en Antropología. Instituto Cubano de Antropología, Ministerio de Ciencia, 87
Tecnología y Medio Ambiente.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 87-106

Abstract
This paper presents a critical analysis of some philosophical elements, theoretical projections, methods
and proposals used to attempt to demonstrate the possible African origin of certain Cuban rock art design,
between the XVIth and XIX centuries. This analysis demonstrates that, until today, the majority of these
approaches have not obtained the expected results, because they have been concentrated on morphologi-
cal comparisons and mythological inductions of limited scope. In order to obtain more accurate and effec-
tive answers to this question becomes necessary a redesign of concepts and methods, as well as a change
in the way rock art sites of possible African origin are approached.
Keywords: Rock art, petroglyphs, Africans, slaves, Cimarron, methodology.

Introducción
Desde que el sabio cubano don Fernando Ortiz comenzara sus estudios sobre la presencia africana en
la formación de la mezcla cultural, psicológica e ideológica que hoy definimos como “cubanidad”, mu-
chos han sido los investigadores que han realizado aportes singulares a esta faceta de la antropología
cubana, entre los que cabría destacar a Rómulo Lachatañeré, José L. Franco, Rogelio A. Martínez Furé,
Miguel Barnet, Jesús Guanche y otros. La arqueología, como ciencia que busca la evidencia material
de las sociedades del pasado, tampoco ha estado ajena a esta situación: son significativos los trabajos
arqueológicos en sitios de cimarronaje, llevados a cabo por estudiosos del tema, como Gabino La Rosa,
Lourdes Domínguez, Enrique Alonso, Roger Arrazcaeta, etc.
Sin embargo, las investigaciones rupestrológicas han sido poco efectivas en el abordaje de la pre-
sencia africana en la confección y ejecución del arte rupestre en el archipiélago cubano. Para algunos
autores, esta “ausencia” está determinada por la falta de intención de enfrentar una respuesta aca-
bada al problema, al ser considerado el arte rupestre de manufactura africana como de escaso valor
(La Rosa 2007: 73).
El planteamiento anterior resulta per se una idea muy personal, pues la búsqueda de las relaciones
culturales o cronoculturales en el arte rupestre cubano no ha estado permeada de tal criterio. Tanto
es así, que el propio La Rosa cita en su trabajo a más de quince estudiosos cubanos que, desde 1839
hasta la actualidad, han enfocado de una forma u otra esta posibilidad (La Rosa 2007: 70-73).
Ahora bien, si el objetivo de la crítica radica en la búsqueda de una “respuesta acabada”, entonces
la rupestrología cubana ha considerado de escaso valor a casi la totalidad de su gráfica rupestre, pues
no existe tal respuesta para ningún grupo cultural de la historia cubana. Hoy no existe un método de
investigación que sea capaz de dar una respuesta acabada a la filiación del arte rupestre cubano con
grupos aborígenes arcaicos, agricultores, pre o post colombinos, castellanizados, etc. De hecho, la
rupestrología hoy, a nivel internacional, no está en condiciones de dar respuestas acabadas a casi nin-
gún enfoque cronocultural, pues aun ante la posibilidad de realizar dataciones absolutas de C14 por
AMS, estas dejan margen de dudas, relacionadas con su efectividad cronológica, y no necesariamente
tienen una implicación cultural (Nelson 1993 y Bednarik 2000).
Sin embargo, en los últimos años, han aparecido una serie de investigaciones que se han pro-
puesto demostrar que individuos de origen africano o afrodescendientes ejecutaron manifestaciones
rupestres en algunas estaciones cubanas. Al revisar estas investigaciones, se aprecia que en ellas no se
han tenido en cuenta las limitaciones tangibles de coherencia que hoy presenta la rupestrología, en-
tre paradigmas, teorías, métodos y resultados. Así, se presentan interpretaciones que enfocan el arte
rupestre desde un esquema cerrado preconcebido, que lógicamente aseguraría el resultado previsto,
al utilizarse presupuestos filosóficos tales como: “Dadas las condiciones del estudio y con los recursos
disponibles, el análisis de las evidencias de la Cueva de los Ídolos debe1 emprenderse sobre la base de
su posible correspondencia con los mitos y cultos de origen africano[…]” (La Rosa 2007: 79).
88
1 El resaltado en negritas es nuestro.
D. Gutiérrez, J. Gonzélez y R. Fernández / Arte rupestre africano en las cuevas de Cuba

Estos puntos de vista, generalmente, son portadores de una interesante acumulación de datos
comparativos entre morfología del dibujo rupestre y mitología africana; pero no se acercan, ni some-
ramente, al estado actual de la rupestrología. En ella los enfoques unidireccionales cedieron espacio
a métodos que aseguran la comparación entre manifestaciones diversas, de forma tal que puedan
evaluarse de manera objetiva sus similitudes y diferencias, a través de formulaciones estadísticas que
permiten el uso de tipos y categorías basadas no en caracteres aislados, sino en conjuntos de ellos,
factibles de analizarse mediante procedimientos de sistemática y filogenia –como la Cladística–, que
sustenten la formulación de hipótesis bien fundamentadas sobre el desarrollo de las formas “artís-
ticas” en un conjunto de unidades, y aseguren resultados fiables al momento de relacionarlas con la
información cultural que aporte el registro arqueológico.
De ahí que en las próximas páginas realicemos una revisión crítica de las posiciones, presupues-
tos filosóficos, métodos y resultados de algunas de las propuestas que han intentado establecer una
relación directa entre los grupos africanos y el arte rupestre del archipiélago cubano. La reflexión se
sustenta en el análisis de la compleja variedad morfo-estilística del arte rupestre del Caribe insular,
región etnocultural a la que pertenece Cuba, ya que aquellos estudios que aíslan el arte rupestre cu-
bano de este entorno regional conducen, generalmente, a un enfoque equivocado.
No obstante, vale dejar claro que los autores no asumen una posición prejuiciada ante esta pro-
posición, todo lo contrario: pensamos que es altamente coherente la hipótesis de que individuos de
origen africano o sus descendientes ejecutaran manifestaciones rupestres en el país. Se admite aquí
y, más aun, se defiende, que es probable que muchas de las asociaciones entre arte rupestre y grupos
africanos expuestas en los trabajos analizados sean históricamente correctas, solo que los métodos y
herramientas empleados para demostrarlas han sido insatisfactorios.
Antes de pasar a nuestro objetivo central, es oportuno dejar establecido que la trata negrera,
comenzada como paliativo para compensar el exterminio indígena, trajo forzadamente al territo-
rio cubano un nuevo sector poblacional, desarraigado socioculturalmente, compuesto por diferentes
núcleos étnicos. Sus miembros, en muchos casos convertidos en cimarrones huidos de las haciendas,
ingenios y plantaciones para luego apalencarse, debieron dejar en más de un lugar su huella cultural,
expresada en particular por medio del arte rupestre; tradición ancestral que poseían en sus regiones
de origen, donde el dibujo rupestre no es un objeto, sino un comportamiento: algo que se hace y que
se vive en la acción; la obra plástica en su función de estimulante durante la adoración de un orisha,
o la máscara en el movimiento de la danza.
Sin lugar a dudas, muchos de los códigos ideológicos relacionados con esta manifestación fueron
mutilados cuando se redujo y limitó la movilidad del africano, negándosele la libertad como derecho
natural e imponiéndosele asimilar nuevas lengua, religión y costumbres socioculturales. Ese indivi-
duo pudo reconquistar valores ancestrales al asumir el cimarronaje como forma de vida, de hecho,
así se expresó con la propia huida. El cimarronaje preservaría gran parte de sus códigos y valores, en
cánones debilitados por el doloroso estatus del esclavo, pero fortalecidos por el contacto general-
mente sistemático (al menos durante los años que duró la trata) con nuevos grupos que arribaban a
las plantaciones.

Construcción de una hipótesis. ¿Perturbadora o insatisfactoria?


En uno de los trabajos sobre esta temática, refiriéndose a algunos de los controvertidos petroglifos de
la Cueva de los Ídolos, en la provincia Artemisa, el destacado arqueólogo e historiador cubano Gabino
la Rosa Corso plantea: “No son necesarios grandes esfuerzos de la imaginación para comprender que
la presencia de un perro, y la posición que tenía dentro del recinto, le confería el papel de guardián
con el resto de las figuras; lo que en modo alguno, por la función asignada, puede vincularse con las
89
culturas aborígenes que poblaron la isla de Cuba” (La Rosa 2007:78).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 87-106

O sea, “la presencia de un perro”, su posición espacial y su “papel de guardián” aseguran una ab-
soluta desvinculación con las culturas aborígenes cubanas. Llama la atención que se pueda aseverar
tal planteamiento en el contexto arqueológico de las Antillas. Es necesario señalar que los estudios
sobre la presencia del perro en la arqueología del Caribe insular han aportado un relevante caudal de
información, que pone en dudas dicha afirmación. En la actualidad se posee el registro de más de 70
sitios arqueológicos aborígenes (37 de ellos cubanos), donde han aparecido asociadas evidencias de
grupos precolombinos y restos óseos de cánidos. También se cuenta con un total de 77 piezas de las
artes aborígenes representativas o relacionadas con el perro, y 13 conjuntos del arte rupestre con más
de 29 diseños de este mamífero, distribuidos por República Dominicana, Barbados, Jamaica, Puerto
Rico, Guadalupe, Martinica, San Eustaquio, San Kitts, Antigua, Montserrat, Santa Lucía, Granada y
Cuba (Fig. 1).

Figura 1. Mapa con la distribución de los hallazgos arqueológicos asociados al perro


precolombino de las Antillas (Composición elaborada por los autores).

Todos estos datos han permitido conformar una percepción del perro en el arte rupestre: de
una u otra forma, este personaje parece cumplir un papel protagónico hacia el interior del conjunto
en que aparece representado, papel que es resuelto por los ejecutores de diversas maneras, posible-
mente en dependencia del mensaje que se deseaba transmitir en el espacio particular en que fuera
ejecutado, y en relación directa con los restantes diseños asociados. Hasta el momento, el estudio de
las imágenes de perros en la gráfica rupestre antillana ha permitido aislar cinco tipos de asociaciones
significativas de la relación diseño-espacio (Tabla I).
Al analizar estas asociaciones, queda claro que la relación diseño-espacio, al menos para los mo-
tivos de cánidos presentes en el arte rupestre cubano y antillano, transporta una información social
compleja. Su presencia al inicio de una secuencia, o a la entrada de una estación, ha sido aislada
tanto para la Cueva de los Ídolos y la Cueva del Perro, en Cuba, como para la Cueva de la Línea o del
Ferrocarril, o la Plaza Ceremonial de Caguana, en la República Dominicana, por solo citar algunas de
las estaciones donde la imagen del perro forma parte de contextos rupestres y artefactuales que indi-
can una probable filiación aborigen. Por ello, somos de la opinión que el uso y manejo de la relación
espacial simple de un diseño caninomorfo no es un elemento resolutivo en el proceso de conforma-
ción de una propuesta sólida en cuanto al establecimiento de relaciones cronoculturales.
Por otra parte, y en este mismo orden, el estudio y análisis arqueológico de la figura de
90 Opiyelguobirán –numen identificado con el perro en el panteón mitológico de los aborígenes de las
D. Gutiérrez, J. Gonzélez y R. Fernández / Arte rupestre africano en las cuevas de Cuba

a ) Recibe al espectador a su entrada al espacio sagrado e ini-


cia el desarrollo de la secuencia gráfica
b) Es parte del grupo de diseños primarios (3 primeros) en la
secuencia de la estación, utilizando como punto de partida la
entrada de la cavidad
Distribución espacial del motivo perro
c) Es parte de los diseños de la estación, ubicándose en posi-
con relación a la estación y el conjunto ciones intermedias sin aparente carácter significativo, utili-
rupestre zando como punto de partida la entrada de la cavidad

d) Es un diseño independiente y solitario en las oscuras gale-


rías de difícil acceso
e) Se sobredimensiona la imagen logrando un efecto de prota-
gonismo por encima de todo el conjunto gráfico que lo rodea
Tabla I. Asociaciones diseño de perro-ubicación espacial que se han logrado aislar para el arte rupestre
del Caribe insular (Elaborada por los autores a partir de Fernández, et al., 2012, inédito).

Antillas–, realizado por numerosos investigadores, ha demostrado que esta deidad, y su representa-
ción plástica en el arte rupestre y otras artes aborígenes, al parecer, cumplía una función de guardián
entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Lo cual indica que este personaje se mantenía en el
área fronteriza y establecía la relación y el contacto entre el mundo de los vivos –la nueva generación–
y el de los muertos –los antepasados– (Fernández et al. 2012, inédito) o, como plantea José Oliver:

Opiyelguobirán tiene la obligación de mantener a los seres vivos y no vivos, en el mundo que le es apro-
piado. Controlando –por así decirlo– lo que entra y lo que sale de un dominio al otro. Este es un personaje
mediador que marca la separación y, a la vez, mantiene el balance entre ambos mundos al regular el
tránsito de espíritus en el tiempo (día vs. noche) adecuado (Oliver 1998: 114).

Más adelante, La Rosa, en el trabajo que hemos estado comentando, plantea, refiriéndose al pe-
troglifo del perro de la Cueva de los Ídolos: “En ese mismo sentido parece apuntar el tipo de perro que
se talló, cuya figura no guarda relación con las reconstrucciones arqueológicas que se han hecho del
famoso perro mudo de los aborígenes de la mayor de las Antillas” (La Rosa 2007: 78).
Resulta difícil comprender los presupuestos que dan origen a tal afirmación, pues la arqueología
no ha realizado una reconstrucción integral del perro precolombino de las Antillas, al menos que los
autores de este trabajo conozcan. Sin embargo, la paleozoología sí ha realizado la identificación de
este como representante de Canis familiaris, sosteniendo que el conocimiento actual de la morfología
de los restos de cánidos encontrados en Cuba permite asegurar que todas las variaciones morfoló-
gicas, señaladas por otros especialistas, son variaciones individuales presentes en numerosos ejem-
plares contemporáneos. Por su parte, las crónicas de Indias son poco precisas y contradictorias en
elementos morfológicos, o sea, que lo único que se puede afirmar, con algún grado de certeza, es que
el perro precolombino fue un animal muy similar al perro común de hoy.
Para finalizar estos comentarios, es imprescindible aceptar que, si de morfología se trata, nos pa-
rece bastante temerario el análisis morfológico-comparativo del diseño caninomorfo de la Cueva de
los Ídolos, propuesto por La Rosa (2007: 78); si se tiene en cuenta que en este solo se pueden identificar
algunos rasgos de la cabeza, lo que limita la comparación con las descripciones de los cronistas, con
otras figuras del perro en el arte rupestre y con los modelados en cerámica, que son, en definitiva, los
únicos elementos de comparación que posee hoy la arqueología de nuestra área geográfica.
En otro orden, algunos autores que siguen esta línea de investigación han intentado establecer 91
o definir los tipos, categorías o características que pueden identificar al arte rupestre de factura u
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 87-106

origen africano en las condiciones de las serranías de Pinar del Río. Este es el caso, por ejemplo, de la
colega María Rosa González Sánchez, que sostiene:
En primer lugar el entorno geográfico seleccionado por el cimarrón para asentarse debía reunir, entre los
requisitos más elementales, la distancia, es decir como mayor aislamiento posible de todo núcleo de población
colonial así como de cualquier vía de comunicación para poder enfrentar una subsistencia acosada. Por otra
parte, la inaccesibilidad, o sea, lugares de difícil acceso o poco accesibles al transeúnte, campesino o montero y
con pocas probabilidades de ser descubierto ocasionalmente y camuflaje, un lugar que reuniese características
topográficas y de vegetación que brindara protección (González 2008: sp.).
Un análisis simple de la cita anterior demuestra que está plagada de una contemporaneidad in-
aceptable, y en nada aplicable a un enfoque geoarqueológico o de arqueología del paisaje. El hecho
de que una estación rupestre esté en la actualidad en un lugar aislado de núcleos poblacionales y
vías de comunicación, sea inaccesible, intrincada y esté protegida por abundante vegetación, no le
reporta ninguna especificidad cultural agregada, pues sencillamente en épocas precolombinas la ma-
yoría absoluta de las cuevas y cavernas de las serranías pinareñas presentaba dichas características.
Probablemente, muchas de las estaciones de fácil acceso en la actualidad fueron, antes del siglo XV,
lugares mucho más inaccesibles que los que hoy consideramos apartados y pretendemos asignar a los
grupos de origen africano.
También la referida investigadora considera que la distribución espacial del arte rupestre, dentro
de las cavidades, es un elemento que puede aportar evidencias en pos de definir la filiación cultural:
“Tanto los dibujos como los rayados, se localizan en las áreas oscuras de las cuevas. Elemento este,
que generalmente predomina en todos los sitios con pictografías asociados a los cimarrones. Esta
característica difiere para los sitios con pictografías de aborígenes, donde se localizan las mismas en
las partes claras de la cueva” (González 2008: sp.).
Aun cuando este punto de vista pudiera ser correcto, observamos en el trabajo que, desafortu-
nadamente, no está sostenido por un estudio estadístico que más que argumentarlo, lo demuestre,
sin dejar margen a la duda. En este sentido, sin detenerse demasiado en este tema, baste señalar, en
primer lugar, que para argumentar criterios estadísticos estos deben estar sustentados en el análisis
y cálculo de muestras representativas, que permitan llegar a conclusiones sostenibles; de lo contrario,
nos alejamos del camino de la investigación para introducirnos en un peligroso ambiente especulati-
vo, antagónico con el de la ciencia.
Ahora bien, la necesidad de valorar muestras representativas, con la mayor cantidad de variables
medibles, que permitan relaciones sostenibles en el campo de la teoría y la praxis arqueológica, se
evidencia, por ejemplo, en una simple comparación entre las opiniones de los propios autores antes
citados. Así, La Rosa contradice lo comentado por González Sánchez: “[…] la figura del perro, la prime-
ra que se localiza a la derecha entrando al recinto, estuvo tallada en un bloque[…]. El bloque en que se
había tallado la mujer y el pequeño recipiente con una jicotea, se localiza en el costado izquierdo de
la cueva, o sea, al lado del perro[...]” (La Rosa 2007: 78).
Como ya indicamos con anterioridad, la colega González Sánchez plantea que el arte rupestre
vinculado con los cimarrones se ubica en las áreas oscuras de las cuevas. De estos dos planteamientos
nace un antagonismo: parte del arte rupestre de la Cueva de los Ídolos se encuentra en las cercanías
de los accesos a la cavidad y en áreas subumbrales, como se puede observar en las topografías de la
localidad publicadas por La Rosa (2007); mientras, según María Rosa González Sánchez, debía estar
en áreas de oscuridad, para cumplir con los supuestos patrones africanos. Esta dicotomía podría ser
salvada, tal vez, con el argumento de que se están analizando dos regiones diferentes del país.
Sin embargo, veamos otro ejemplo, en el que también se entra en contradicción. La Rosa consi-
dera la presencia de una “cruz de tipo cristiano” en la mano de una figura antropomorfa como un
92
elemento que aleja la posibilidad de una vinculación con las culturas aborígenes:
D. Gutiérrez, J. Gonzélez y R. Fernández / Arte rupestre africano en las cuevas de Cuba

El carácter y naturaleza de las tallas y petroglifos, la presencia de una cruz de tipo cristiano en la mano
de una de las figuras antropomorfas, de un perro guardián del recinto y otros elementos particulares
de cada una de las piezas alejan toda posibilidad de una vinculación con las culturas aborígenes y por
el contrario fundamentan el criterio de que se trata de un centro ceremonial de cultos de origen africa-
no[…] (La Rosa 2007: 79).

¿Cómo, entonces, conciliar ambas opiniones, para el caso particular del diseño rupestre rojo de
la Cueva del Cura2 (Viñales, Pinar del Río), donde aparecen dos figuras antropomorfas con cruces de
“tipo cristiano” en las manos (Fig. 2A), si este diseño está realizado en el área umbral, a unos escasos
tres metros de la entrada de la cueva? Y ahora sí estamos hablando de una misma región del arte
rupestre cubano.
Ante estos intentos de ubicar el arte rupestre en esquemas cronoculturales, a partir de supuestos
elementos “diagnósticos”, baste solo la figura 2B, donde se puede observar una figura antropomorfa
con una “cruz de tipo cristiana” en la mano: este diseño forma parte de la piedra ceremonial indígena
de Anamuya, en Higüey, La Altagracia, República Dominicana.

Figura 2. Diseños antropomorfos con figuras de cruz en sus manos, pertenecientes al arte rupestre antillano. (A)
Pictografía en rojo de la Cueva del Cura, Viñales, Pinar del Río, Cuba y (B) Petroglifo de la Piedra Ceremonial de
Anamuya, Higüey, La Altagracia, República Dominicana (Fuente: Archivos del GCIAR).

En trabajos más afortunados sobre este tema, se ha utilizado la presencia de objetos de los siglos
XVI al XIX –como machetes calabozos, cuchillos, ollas de hierro colado, piedras de chispa, así como
restos de fogones con evidencias de fauna postcolombina y otros elementos–, para argumentar la
filiación africana (cimarrona) en algunas estaciones del arte rupestre cubano (La Rosa et al. 1990 y La
Rosa 1992).
Ante tales argumentos, no pocos investigadores han reflexionado sobre el hecho incuestionable
de que, en la mayoría de los casos, dichas evidencias solo aportan información temporal y no cultural;
pues en su inmensa mayoría no son piezas de factura propiamente africana o cimarrona, sino obje-

2 Esta es una de las estaciones que la investigadora María Rosa González Sánchez considera de indudable 93
factura cimarrona (González 2008: sp.).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 87-106

tos típicos de la época colonial. Solo en aquellos casos donde las evidencias están representadas por
artefactos contenedores de cerámica transcultural, cachimbas o pipas y armas defensivas, es posible
establecer rangos mayores de certeza3.
Entonces, cabe preguntarse: ¿por qué no aparecen muestras de arte rupestre en sitios donde es
incuestionable la evidencia de haber constituido refugios de cimarrones? Sobre todo si admitimos que,
bajo las condiciones de asedio y persecución que sufrieron los africanos fugados al monte (cimarrones),
los sitios de habitación y rituales debieron en muchos casos confluir en espacios comunes. ¿Por qué no
hay arte rupestre en la Cueva del Buda, o en la Cueva del Tambor, donde el desarrollo de las espeluncas
permitía aislar las funciones de cada uno de sus recintos? ¿Por qué no hay arte rupestre en el Pan de
Matanzas, en la Cueva de la Caja o en la Gruta Cimarrón 5? Estos, por solo citar algunos ejemplos.
Otra situación, que obliga a reflexionar sobre los presupuestos filosóficos manejados en la bús-
queda de respuestas a la problemática planteada, es aquella que ha considerado la filiación africana de
los diseños rupestres en función de su tamaño. Durante las jornadas del 1er. Simposio Internacional
de Arte Rupestre, celebrado en La Habana, al evaluar la composición actual del arte rupestre cubano,
y repasar los dibujos de la estación Solapa de María Antonia, en Pinar del Río, algunos investigadores
cuestionaron si “un dibujo de ese tamaño podía haber sido elaborado por aborígenes, parecería más
bien de origen africano, realizado por cimarrones” (Enrique Alonso com. pers., 24 de noviembre de
2008).
En ocasiones resulta sorprendente escuchar este tipo de opinión, conociendo en sentido general
cómo se manifiesta el dibujo rupestre a lo largo de todo el país, y sobre todo si tenemos en cuenta que
el dibujo más grande de la Solapa de María Antonia tiene unas dimensiones de 116.0 cm. por 89.0 cm.;
mientras que el motivo central de la internacionalmente conocida Cueva No.1 de Punta del Este, en la
Isla de la Juventud, presenta una extensión de 154 cm por 105 cm. ¿Estamos ante un diseño de origen
africano en Punta del Este?
Un caso peculiar en este tema es la magnífica obra Exploraciones en la plástica cubana, de Gerardo
Mosquera (1983), en la cual su autor, a partir de comparaciones morfológicas, propone la hipótesis
de que los petroglifos de la Sala García Valdés, en la Cueva de Mesa, Gran Caverna de Santo Tomás,
Viñales, Pinar del Rio, son de factura africana, considerando la semejanza entre la morfología de sus
diseños y los que aparecen adornando algunos objetos del cimarronaje rescatados en Vuelta Abajo.
Es indudable que la temprana ejecución de esta monografía no permitió a su autor conocer que
el trabajo de los rupestrólogos cubanos ha ido definiendo y aislando un “estilo” o una forma de eje-
cución para este tipo de petroglifos, particularmente para el occidente de Cuba, determinándose que
su morfología y técnica de ejecución se repite en las cuevas de Mesa, de los Petroglifos, de la Iguana,
de la Cachimba y el Sistema Cavernario de Bellamar; así como en no pocos sitios de otras islas de las
Antillas. Así, este tipo de arte rupestre, que en 1983 era escaso y casi único para la Cueva de Mesa,
Gran Caverna de Santo Tomás, hoy es bastante común en numerosos sitios precolombinos del Caribe
insular.
Ahora bien, retomando temas anteriores, y analizando algunos de los planteamientos que se han
sugerido sobre la presencia de la “cruz de tipo cristiano” en la mano de una de las figuras antropo-
morfas en la Cueva de los Ídolos y en la Cueva del Cura –por citar solo estos dos ejemplos–, se hace
necesario dejar establecido que “la cruz” como motivo ha sido encontrada en numerosas estaciones
del arte rupestre cubano. Al respecto, se repite en muchos casos el criterio de considerarla cristiana,
dándole así un sentido o “valor” cronológico y cultural. Tal es el caso, por ejemplo, del petroglifo de la

3 El caso de las cachimbas o pipas necesita una revisión detallada en la actualidad, pues si bien este era un
artefacto considerado hasta hace muy poco ajeno a las culturas precolombinas del Caribe insular, el traba-
94 jo de investigadores dominicanos ha permitido conocer la presencia de pipas de factura aborigen en sitios
de la Española y Puerto Rico (Veloz, s/f).
D. Gutiérrez, J. Gonzélez y R. Fernández / Arte rupestre africano en las cuevas de Cuba

Cueva del Indio, en la provincia de Artemisa, donde: “Las investigaciones llevadas a cabo condujeron
a los arqueólogos a inferir la posible vinculación de la obra con manifestaciones de cultos de origen
africano, al observar una vez más la presencia del motivo cruciforme en el supuesto pecho[…]” (La
Rosa et al., 1990, según Pereira, 2008: 32).
Similar situación ha sucedido con el reciente hallazgo en la Cueva Grande, de Sierra de Cubitas,
Camagüey, de un diseño en forma de cruz, que parece una réplica exacta de la cruz de la Cueva de
Ambrosio, en Matanzas. Para esta localidad camagüeyana se ha planteado lo siguiente:

Resulta inevitable que surjan dudas con respecto al nexo con la cultura aborigen de semejante dibujo. El
símbolo del cristianismo es la cruz y la única explicación a este respecto es que se trate de pictografías de
origen en efecto, aborigen, pero correspondientes a una etapa de transculturación, de indios sometidos
al proceso ideologizante de la evangelización que comenzó casi inmediatamente después de la conquista
(Funes 2005: 62).

Ante esta inexplicable cruzada por el cristianismo en la rupestrología cubana, solo podemos aludir
que la cruz como figura ha sido utilizada por casi todas las culturas de la humanidad, sin llevar implícito
ningún apellido. El criterio de “cruz cristiana” es, por lo tanto, poco sólido y sostenible, pues parte de
un signo o símbolo utilizado en todo el mundo, del cual pretendió apropiarse el cristianismo. Su repre-
sentación aparece en el arte rupestre precolombino de las Antillas y de América en general (Fig. 3), de
forma abrumadora. Pero si alguna duda quedara al respecto, remitimos al lector a uno de los diseños
más interesantes del arte rupestre del hemisferio occidental: la piedra Huancor, en Perú (Fig. 3E), en la
cual se encuentran representadas tanto la cruz andina, presente también en la Cueva No. 1 de Punta del
Este, en la Isla de la Juventud, Cuba; como la cruz alunada, presente en la Cueva de Ambrosio, Matanzas,
Cuba. Un caso particular aparece en la imagen 3D, perteneciente a la Cueva de la Línea o del Ferrocarril,
Los Haitises, República Dominicana, donde vuelve a presentarse una figura antropomorfa con una cruz
en su mano. Lo llamativo del hecho es que aparece acompañada por motivos ornitomorfos, realizados
todos en negro, en una zona de oscuridad absoluta de la cavidad; este conjunto de caracteres se repite
casi de forma idéntica en la Cueva del Cura, en Viñales, Pinar del Río, Cuba.
Otros elementos han sido utilizados para alejar la vinculación entre culturas aborígenes y arte
rupestre de algunas estaciones cubanas, y proponer la presencia de ejecutores africanos o afrodecen-
dientes. Por ejemplo, la propuesta sobre la aparente relación entre la talla del perro, la talla de un ser
humano (una mujer) y la de un pequeño recipiente con una jicotea, presente en la Cueva de los Ídolos
(La Rosa 2007: 78).
Al respecto, se puede argumentar que la relación perro - humano - jicotea o tortuga (la definición
de jicotea en arte rupestre es algo arriesgada para asumirla como conclusiva) ha sido tratada en más
de una oportunidad en las investigaciones arqueológicas de las Antillas. Un caso singular, que ilustra
muy bien esta relación, es el de los elementos asociados dentro de un conjunto arqueológico en el sitio
aborigen de Golden Rock, en la isla de San Eustaquio, Antillas Menores, donde los restos de un cánido
precolombino aparecieron compartiendo el espacio funerario junto a un entierro humano aborigen
de tipo primario, todos rodeando a una tortuga marina (Van der Klin 1992: 61). En este sentido, tam-
bién es bueno recordar que la asociación perro - tortuga fue descrita de alguna forma para el hábitat
cotidiano de nuestros aborígenes, por el cronista Andrés Bernáldez, cuando refirió que el Almirante
Cristóbal Colón había visitado una aldea de la cual huyeron sus habitantes ante la llegada de los con-
quistadores, y en ella se encontraron como únicos animales numerosas tortugas junto a 40 perros
(Bernáldez 1870; citado por Jiménez y Fernández 2002: 80). Por otra parte, cabe citar, como respuesta
más acertada a la supuesta lejanía de las culturas aborígenes, lo planteado por Oscar Pereira: “Hay que
tomar en cuenta que las imágenes como la jicotea, la serpiente, el sol y la cruz son representaciones
también muy utilizadas por los indígenas precolombinos, tales iconos son elementos simbólicos de las 95
concepciones mítico-religiosas, tanto de las culturas africanas como aborígenes” (Pereira 2008: 31).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 87-106

Figura 3. Diseños rupestres de cruces en el arte aborigen de las Antillas y América. (A) Pintura rupestre de dos cruces
en negro de la Cueva de José María, La Altagracia, República Dominicana. (B) Cruz en color rojo de la Cueva de José
María, La Altagracia, República Dominicana. (C) Cruz de la Caverna de las Cinco Cuevas, La Habana, Cuba. (D) Pintu-
ra rupestre de la Cueva de la Línea, Hato Mayor, República Dominicana, donde se observa una figura antropomorfa
con una cruz en su brazo. (E) Petroglifo de la piedra Huancor, Perú, donde aparecen diversas variantes de figuras en
cruz (Composición elaborada por los autores a partir de Núñez Jiménez 1975, 1985 y López Belando 2003).

Quizás el más polémico de los planteamientos que han sido publicados en los últimos años, sobre
el tema aquí debatido, sea el del doctor Gabino La Rosa, cuando al referirse de forma particular a la
figura solar de la Cueva de los Ídolos, expresa:

[…] pero no una figura del sol como la que pudiera haber representado un aborigen antillano, habituado
a la síntesis y al lenguaje figurativo del ideograma. Es un sol y un rostro humano de expresión iracunda,
situado no casualmente en lo alto del conjunto de tallas y petroglifos. Por su posición y tratamiento es
fácil identificar en él a la deidad suprema de los yoruba: Olórum que es la manifestación de Olofin[…]
(La Rosa 2007: 81).

Es importante agregar aquí que este planteamiento es consecuente con lo afirmado por la inves-
tigadora Deisy Fariñas, hace casi 15 años, cuando, refiriéndose a la figura solar en cuestión, escribió:
“[…] un sol que es evidentemente africano, pues está representado con rostro humano y no con círcu-
los concéntricos como usualmente hacían los aruacos” (Fariñas 1995: 88).
Aun aceptando la relación propuesta por Fariñas y La Rosa, una vez más, el tratamiento morfo-
lógico condiciona la relación mitológico-cultural, y se incurre de nuevo en el mismo error, al desesti-
mar las amplias variantes que ofrece el arte rupestre aborigen de Cuba y las Antillas y, por tanto, de
nuestro marco geocultural. En este caso, al expresar: “no una figura del sol como la que pudiera haber
representado un aborigen antillano”, el autor no da detalles de los criterios asumidos para establecer
los caracteres diagnósticos que podrían permitir la clasificación de una figura solar como aborigen o
africana; lo que sí intenta Deisy Fariñas, al proponer para los grupos aruacos del Caribe una depen-
dencia entre diseños solares y círculos concéntricos.
Sin pretender extendernos demasiado en los problemas que presentan los criterios antes expues-
96
tos, se impone una reflexión. Por ejemplo, en ellos se desconoce la similitud evidente entre el diseño
D. Gutiérrez, J. Gonzélez y R. Fernández / Arte rupestre africano en las cuevas de Cuba

solar de la Cueva de los Ídolos y un precioso diseño so-


lar aborigen del arte rupestre de la Cueva de la Línea
o del Ferrocarril, Los Haitises, al norte de la República
Dominicana; lo cual lógicamente cuestiona la validez
de los argumentos de La Rosa y, por supuesto, impug-
na, en el campo del conocimiento, el criterio de los
círculos concéntricos.
Más adelante en su trabajo, La Rosa (2007), al refe-
rirse a la representación gráfica de la deidad Olórum,
expresa: “En otras representaciones de esta deidad se
le ha dibujado como un sol con sus rayos en forma
de pétalos y un rostro humano en el círculo central.
También se representa como un girasol” (La Rosa
2007: 81). Ante este planteamiento, baste como ejem-
plo de la utilización de dichas categorías morfológicas
en nuestra área geográfica y cultural, la reproducción
de dos preciosas pinturas rupestres del arte rupestre
aborigen de la isla de La Española (Fig. 4), elemento
que se repite en el arte rupestre antillano en general.
Por otra parte, si entre los caracteres diagnósti-
cos cronoculturales se asumen la presencia del rostro,
su expresión y la ubicación del diseño, entonces nos
enfrentamos a uno de los problemas cruciales que se Figura 4. Pictografía donde se representa una
detecta en la mayoría de los aportes al conocimiento figura solar con los rayos en forma de pétalos.
del arte rupestre cubano. Nos referimos al descono- (A) Cueva de la Línea, Hato Mayor, República
cimiento de la riqueza del dibujo rupestre antillano, Dominicana, en este caso está sostenida sobre
pues diseños rupestres solares con rostros son suma- un fardo, (B) Pictografía de la Cueva de José
mente abundantes en nuestra área geográfica (Fig. 5). María, La Altagracia, República Dominicana
Estas imágenes se distribuyen dentro de las estaciones (Fuente: Archivos del GCIAR).
tanto en los lugares más altos como en los más bajos. En cuanto a sus expresiones, basten las figuras
5A y 5C, para ver un rostro alegre; o la figura 5F, para uno iracundo o, finalmente, la figura 5D, para un
rostro asombrado. Así, de esta forma, el sol y las caras solares, con diversas expresiones faciales, son
numerosos en el arte rupestre aborigen del Caribe insular. El número de sus representaciones no está
documentado con exactitud; pero, para citar solo algún ejemplo, baste señalar que el investigador
Adolfo López ha logrado aislar 127 figuras solares, en una sola estación de la República Dominicana:
la Cueva de José María, al sureste de la isla de La Española (López 2003: 296), y ninguna de ellas está
representada por círculos concéntricos.
Lo más curioso de los diseños de la figura 5 radica en el hecho de que, si son comparados desde la
perspectiva morfológica, todos tendrán un singular parecido con las imágenes del sol que se emplean
en las cazuelas y coronas de Ochún, Yemayá y Oyá, deidades de la santería afrocubana (Guanche,
com. pers., junio 2009). Sin embargo, el problema surge cuando se sabe que ninguno de estos diseños
solares pertenece al arte rupestre cubano. Valga entonces el razonamiento de duda razonable sobre
las comparaciones morfológicas y su manejo mitológico como indicadores culturales aislados, inde-
pendientes o absolutos. Además, es este el momento de dejar establecido, ante el planteamiento de
que “[…] es fácil identificar […] a la deidad suprema de los yoruba: Olórum[…]” (La Rosa, 2007: 81), que
varios antropólogos cubanos, dedicados al estudio de las religiones afrocubanas, han señalado en más
de una ocasión que para los yoruba existe una considerable distancia epistemológica entre Olórum y
el sol (Guanche y Campos 2000: 27-28). 97
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 87-106

Figura 5. Diferentes imágenes solares con rostros del arte rupestre del Caribe insular
(Composición elaborada por los autores a partir de López Belando 2003).

Ahora bien, volviendo a Cuba y su arte rupestre (Fig. 6), valga citar lo planteado por Pereira, al
referirse a esta problemática:

Cabe mencionar que las culturas aruacas no representaron la imagen del sol y de la luna solamente con
círculos concéntricos, sino también con rostros humanos en su interior, lo cual se conoce en muchas
cuevas de nuestro país y el Caribe; por solo mencionar un caso, es la pictografía No. 4 de la Cueva de las
Mercedes ubicada en Camagüey, Cuba (Pereira 2008:31).

Para continuar estos comentarios críticos sobre los métodos utilizados para intentar demostrar
la presencia africana en la ejecución del arte rupestre cubano, nos referiremos al que probablemente
sea el caso más discutido en el país: el de las cuevas de Guara, al sur de la provincia Mayabeque.
Estas estaciones fueron dadas a conocer públicamente en 1975, por A. Núñez Jiménez quien, ya
entonces, consideró que la definición de la filiación
cultural para estas espeluncas era un serio proble-
ma. De esta forma, sus propuestas fueron desde los
aborígenes pre y postcolombinos hasta los históri-
cos (Núñez 1975: 9 y 103). Muchos son los autores
que han opinado sobre el tema; pero la última pro-
puesta detallada en este sentido fue la realizada por
La Rosa (2007), que al referirse a estas localidades,
nos dice: “Se trata de una escena en que el sujeto
percibe el movimiento y lo deja plasmado, nivel de
representación no alcanzado nunca en el arte abo-
rigen de Cuba. Además, en otras dos de las pinturas
Figura 6. Pictografía número 4 de la Cueva de las
rupestres existen escenas de caza de grandes ani- Mercedes, Sierra de Cubitas, Camagüey, Cuba, don-
98 males con cuernos” (La Rosa 2007: 72). de se aprecia una magnifica representación del Sol
y la Luna (Fuente: Archivos del GCIAR).
D. Gutiérrez, J. Gonzélez y R. Fernández / Arte rupestre africano en las cuevas de Cuba

En el parecer de los autores de esta crítica, otros diseños pictográficos cubanos y antillanos refle-
jan la congelación del movimiento mencionada por el autor citado. Tal es el caso de la escena de tres
figuras ecuestres en movimiento de la Cueva de los Generales, Camagüey, en la cual el artista, además,
representó el movimiento en una perspectiva “en punto de fuga”, de una calidad extraordinaria. Pero
si esto no bastara, dicha capacidad quedó demostrada en varios otros ejemplos de la plástica rupes-
tre antillana, como en la representación del típico chorro de agua que expulsan las ballenas, en una
de las pinturas más interesantes del arte rupestre aborigen de la Cueva de la Línea, en la República
Dominicana (Torres et al. 2011), o en el magnífico diseño de la caza de un ave mediante arco y flecha,
presente en una de las estaciones rupestres del Parque Nacional del Este, también en la República
Dominicana (Gutiérrez et al., 2008). En esta localidad, el arquero se representó en una columna es-
talagmítica de la cavidad, la flecha en otra estalagmita a unos metros de la anterior –dándole al con-
junto una sensación de la flecha en vuelo– y, en la pared de la cueva, frente a ambas formaciones, se
dibujó el ave, objeto de la caza.
Mención aparte merece la definición de “cuernos”, dada a los apéndices craneales que aparecen
en las figuras de cuadrúpedos indeterminados del arte rupestre de Guara. ¿Qué argumento demuestra
que dichos apéndices son cuernos y no, por ejemplo, orejas? ¿Qué se persigue con esta imposición
morfológica, que no deja otra posibilidad? ¿Por qué no se acude a planteamientos más consecuentes
con la realidad, como el de Oscar Pereira (2008: 33), cuando expresó que “[…] la imagen zoológica po-
see dos apéndices sobre la cabeza como si fueran tarros u orejas proyectadas hacia adelante[…]”?
Tal posición solo puede ser explicada por el afán de ubicar dichos animales en épocas postcolom-
binas, pues hasta hace muy poco no se tenía otra respuesta para la representación de grandes cuadrú-
pedos por parte de los aborígenes, como no fuera identificarlos con las especies introducidas a partir
del descubrimiento y la conquista. Tanto es así, que todavía existen investigadores que continúan
refiriéndose a los representantes del orden Pilosa como fauna del pleistoceno4 (Pereira 2008: 36).
Sin embargo, la arqueología moderna ha demostrado, por medio de la cronología absoluta y de
la zooarqueología, que los grandes mamíferos del orden Pilosa, como Megalocnus rodens, vivieron en
nuestro país hasta bien entrado el holoceno tardío. Así lo atestiguan los fechados C14 - AMS calibra-
dos de 4 960 + 280 años AP, para Parocnus brownii, del sitio Las Breas de San Felipe (Steadman et al.
2005: 11765); y el de 4 190 + 40 a. AP, para Megalocnus rodens, de la Solapa del Sílex (MacPhee, R. D. E.
et al. 2007: 96), esta última ubicada al sur de La Habana, con relativa cercanía a las cuevas de Guara.
Asimismo, otros trabajos recientes han sugerido, con muchos elementos, que además de la convi-
vencia temporal y espacial entre miembros del orden Pilosa y los aborígenes, es muy probable que
existiese una interacción cultural (Rodríguez 1988: 563; Izquierdo et al. 2003: 55). ¿Por qué, entonces,
emplear el término “cuernos”, con su intensa carga de inducción cronológica y hasta cultural, para
los diseños zoomorfos de las cuevas de Guara, si la evidencia arqueológica ha demostrado, para esta
localidad, tanto la presencia de artefactos históricos como de restos precolombinos?
Otro caso particular es el de la Cueva de las Avispas, del municipio Quivicán, provincia Mayabeque,
donde aparece un importante petroglifo antropomorfo con un diseño en su mano izquierda, que
ha sido interpretado como la representación de un arco. Sobre esta localidad y los debates que ha
suscitado, remitimos a los trabajos “Representaciones de arqueros en el dibujo rupestre de Cuba.
Consideraciones generales” y “Notas sobre los arqueros del arte rupestre cubano”, publicados, el pri-
mero, en el no. 19 de la revista Catauro (Gutiérrez et al. 2007) y, el segundo, en el no. 42 del Boletín del
Museo del Hombre Dominicano (Gutiérrez et al. 2008). Solo es de destacar que la insistencia entre líneas
que se puede entrever en algunos artículos sobre el arte rupestre cubano, donde se intenta vincular
la representación de figuras de arqueros con autores africanos o afrodecendientes, tropieza con la
realidad que impone el hecho de que la arqueología cubana solo ha logrado recuperar, hasta hoy, dos
99
4 Desde hace 1.64 millones de años hasta los 8000 a.C.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 87-106

evidencias materiales de esta arma herramienta: la flecha de Malpotón y la flecha de la Laguna del
Tesoro, y ambas son de manufactura aborigen (Gutiérrez, et al. 2008: 337).
Otro ejemplo de los problemas metodológicos que aquí se discuten se refleja en el desarrollo de
la tesis sobre la morfología de diseños rupestres y su similitud con deidades del panteón mitológico
africano o afrocubano, cuando generalmente se concluye con la asignación a estas imágenes de fun-
ciones vinculadas a las deidades supuestamente representadas.
Lo anterior queda explícito en el siguiente párrafo: “[…] sus funciones [de los petroglifos] nos
llevan necesariamente a que se trató de un centro de culto, en el que se efectuaron o preparó la ce-
lebración de algún tipo de rito de carácter mistérico de algunas religiones de origen africano que se
desarrollaron en Cuba[…]” (La Rosa 2007: 82).
Una sencilla organización de esta cita y de los comentarios anteriores nos esclarece un proceder
en función de un criterio que no se desprende de la investigación, sino todo lo contrario: el análisis se
encausó en pos de un resultado predeterminado:
1. La morfología de los grabados es similar a la representación de deidades del panteón afrocubano
(se obvian otras similitudes y otras relaciones).
2. A partir de esa relación se le asignan funciones compatibles con las de las deidades relacionadas.
3. Dicha relación entre morfología y funciones asegura su origen africano.
Ante tal enfoque reduccionista, donde no caben opciones paralelas ni duda razonable, la línea de
pensamiento es convertida en un círculo forzosamente cerrado. Entonces, surge una pregunta: ¿La
representación de una deidad afrocubana podría cumplir funciones entre nuestros pueblos aboríge-
nes; o las supuestas funciones de estas deidades podrían indicar o sugerir otro origen que no fuera el
afrocubano? O sea, toda la desagregación etnográfica está condicionada por un presupuesto inicial:
“estamos ante la representación de una deidad afrocubana”, y a este presupuesto se arriba solo por
comparación morfológica, cuando además se deja a un lado la inmensa cantidad de opciones que nos
ofrece el conocimiento del arte rupestre de todo el Caribe insular; región donde se desarrollaron los
procesos etnoculturales que dieron forma a nuestra identidad.
Por otra parte, al asignar a un diseño rupestre funciones relacionadas con una deidad, con su car-
ga de especificación restrictiva, y estas, a su vez, “asegurar” su origen cultural, se asume un proceder
que nos recuerda el funcionalismo anglosajón; corriente superada por la rupestrología cubana, pues
el criterio de función, al menos en arte rupestre, para que concluya con un enfoque satisfactorio, debe
cuidarse de no ser extremadamente específico, con relación a un fin en particular (Consens, 1997:
107).
Finalmente, resulta incómodo –teniendo en cuenta los problemas que hoy se reconocen como
limitantes en el estudio del arte– que surjan expresiones como la siguiente: “[…] lo que resulta incues-
tionable, es que los petroglifos y esculturas de la Cueva de los Ídolos no guardan relación alguna con
el arte aborigen de los grupos aruacos que poblaron la isla, y sí en cambio tienen una estrecha relación
con la cultura, mitos y cultos de origen africano” (La Rosa 2007: 82-83).
De todo lo anterior se desprende que, a pesar de que para el doctor Gabino La Rosa muchas de
sus deducciones tienen un carácter “incuestionable”, existen sólidos argumentos para afirmar que
muchos de los procedimientos y métodos de análisis, utilizados para llegar a dichas deducciones,
carecen al menos de una muestra que abarque un universo representativo del arte rupestre cubano
y caribeño. Así, muchísimas de la conclusiones propuestas no se ajustan para nada al conocimiento
rupestrológico que del Caribe insular que se posee en la actualidad, lo que sin dudas las convierte
en un resultado muy alejado de lo que se ha definido como “una respuesta acabada al problema”
(La Rosa 2007: 73).
Se registran otros casos importantes, dentro de toda esta problemática, cuando algunos investi-
100
gadores ofrecen opiniones y apreciaciones personales como conclusiones infalibles, aparentemente
D. Gutiérrez, J. Gonzélez y R. Fernández / Arte rupestre africano en las cuevas de Cuba

bien argumentadas, derivadas de un estudio supuestamente detallado que, por el contrario, nunca es
presentado. Pongamos un ejemplo. En el trabajo titulado “Cueva del Agua y del Hueso: patrimonio
arqueológico en La Habana” (Garcell 2009), refiriéndose al arte rupestre de la Cueva del Agua, en la
provincia Mayabeque, se puede leer lo siguiente: “Al comienzo de los estudios en el lugar se reportó
la existencia en las paredes de la espelunca de dos amplios conjuntos pictóricos, atribuido el primero
de ellos a las comunidades nativas con una economía de apropiación y el segundo a grupos humanos
de origen afrodescendiente que utilizaron también la cueva como asilo temporal” (Garcell, 2009: 108).
Nunca se informa quién los atribuyó de esa manera y bajo qué presupuestos.
Más adelante, se subraya de forma sencilla la supuesta significación de estos diseños: “Se destaca
el conjunto número 1, de 1,5 m de largo por 1,5 m de alto, compuesto por ocho figuras antropomorfas
y con un alto significado ritual-performativo” (Garcell 2009: 109). O se propone la relación de “zonas”
del diseño con la cosmogonía afrocubana: “Se pueden identificar en el conjunto la existencia de tres
zonas bien diferenciadas, las que podrían asociarse a niveles cósmicos del modelo mundo (mitopoéti-
ca) del hombre religioso de origen afrodescendiente” (Garcell 2009: 109).
Aun cuando las evidencias arqueológicas encontradas en la Cueva del Agua, durante muchísimos
años de trabajo, apuntan a su vinculación con distintos periodos de ocupación, hasta hoy ninguna
investigación ha demostrado, por ningún método, la filiación cultural del arte rupestre de esta locali-
dad. Tampoco lo logra el trabajo citado, donde nunca se explica cómo se llega a la conclusión del sig-
nificado ritual-performativo de los diseños; o cómo se asocian zonas del diseño con niveles cósmicos
de los modelos religiosos de individuos de origen “afrodescendiente”; ni se explica por qué “afrode-
cendientes”, y no africanos propiamente, de los miles que fueron traídos a nuestras tierras durante
la colonia. En fin, solo se dan supuestas conclusiones, pero nunca se nos introduce en la lógica del
análisis. De ahí la obvia imposibilidad de aceptar como científicamente desarrollada y argumentada
dicha propuesta.
Otro caso, relacionado con el anterior, muestra conclusiones del mismo tipo, pero diluidas dentro
de trabajos que sí son portadores de importantes resultados sobre el tema. Un ejemplo sería el artí-
culo “La confluencia del arte rupestre aborigen y de esclavos cimarrones en las cuevas de Cuba”, de
Oscar Pereira Pereira (2008). En él se puede leer, refiriéndose al arte rupestre de la Cueva de los Ídolos:
“Los correspondientes análisis realizados en la morfología y la técnica de ejecución empleada en los
petroglifos brindaron base a los arqueólogos para confirmar la hipótesis defendida por Fernando
Ortiz”5 (Pereira 2008: 36). Sin embargo, ni en este trabajo, ni en ningún otro, ha sido presentado un
análisis detallado de la técnica de ejecución de los petroglifos de la Cueva de los Ídolos, que permita
exponer argumentos serios para su definición cultural. Tales naufragios metodológicos pueden con-
dicionar en el lector una visión distorsionada de la realidad, aun en trabajos como el presentado por
Pereira, el cual es, sin lugar a dudas, el enfoque más serio, detallado, exitoso y comprometido con una
historia real, que se ha presentado sobre esta problemática de la rupestrología cubana.
El conjunto de los análisis hasta aquí realizados, sobre las propuestas de vinculación entre diseños
rupestres cubanos y esclavos africanos o descendientes de africanos, permite llegar a una conclusión
parcial: muchos de los investigadores que han estudiado el arte rupestre cubano en general, y el aso-
ciado supuestamente a un origen africano, en particular, pueden ser, y de hecho lo son, valiosísimos
investigadores, con un vasto conocimiento de la arqueología cubana; pero, a su vez, revelan un im-
portante desconocimiento del arte rupestre antillano y caribeño, además de evidenciar poco dominio
de los alcances y limitaciones que presentan los modelos teórico-metodológicos de la rupestrología
contemporánea.

5 Según el sabio cubano don Fernando Ortiz, era muy probable que estos diseños fueran realizados por cima- 101
rrones de origen africano (Pereira 2008: 36).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 87-106

El desarrollo de la rupestrología y una hipótesis en espera


La rupestrología moderna precisa describir aquello que constituye su objeto de estudio. Esta pudiera
parecer una simple tarea; pero nada más lejos de la realidad, puesto que tal operación implica un re-
conocimiento, para el cual se hace necesario un código en el cual “encajar” aquello que observamos.
Este código necesita definir y jerarquizar los criterios taxonómicos, cosa que, como hemos analizado
hasta aquí, no se ha efectuado, cuando de la posible elaboración de arte rupestre cubano por grupos
de origen africano se trata.
Lo que se ha hecho, hasta hoy, en la mayoría de las propuestas, es incorporar como herramienta
para la defensa de esta hipótesis un grado indescriptible de conceptualismos y apreciaciones perso-
nales, convertidas en teorías supuestamente sustentables, cuyas claves son generalmente imposibles
de descodificar. Como ya expresamos, ha primado el supuesto reconocimiento en líneas cruzadas de
cruces católicas; o la reconstrucción y comparación de una especie a partir de imágenes incompletas
o fraccionarias; o se les ha asignado la etiqueta de “cuernos” a apéndices que bien podrían ser orejas.
Peor aún, se ha asignado y personalizado una función mítica concreta, a partir de “una forma”; o se ha
insinuado a priori que las dimensiones de determinadas pintura rupestre pueden definir su filiación
cultural; o casi se les ha prohibido a nuestros aborígenes dibujar soles con caras en sus sitios ceremo-
niales; o sea, se ha preferido, “ante la duda, elegir”, en lugar de “ante la duda, abstenerse”.
A modo de conclusión: somos del criterio de que, frente a este conjunto de opiniones, a veces
discrepantes, la hipótesis de la posible ejecución de imágenes del arte rupestre cubano por africanos
traídos a nuestra tierra como esclavos y obligados a convertirse en cimarrones, o por sus descendien-
tes, ha presentado, hasta el momento, suficientes limitaciones metodológicas y de procedimientos,
como para sentirnos satisfechos con las propuestas presentadas y aceptar, como un hecho demostra-
do, los planteamientos formulados.
El cimarronaje (tanto por africanos originarios, como por su descendencia), en su relación con
el arte rupestre, fue portador de un conjunto de signos, símbolos e ideogramas que configurarían
una expresión artística de neoafricanidad, pues es el resultado de la adaptación y supervivencia en
nuevas condiciones socioecológicas. Por ello, tenemos que asumir que fue inevitable el contagio con
patrones y elementos impositivos de la cultura hispano-criolla. Esta realidad no ha sido explicada en
los estudios rupestrológicos cubanos.
La respuesta a este problema deberá ser mucho más seria y complicada, y depende de los enfo-
ques teóricos y metodológicos que apliquemos a los estudios. Llegar a la sugerida “respuesta acabada”
requiere de un esfuerzo para comprender que los lugares con arte rupestre no deben ser conside-
rados como un agregado de imágenes aisladas, sino como un conjunto en el que las conexiones son
claves para el entendimiento; asumiendo un cambio tanto en el modo de pensar, como en la manera
de enfocar la investigación.
Por ejemplo, en repetidas ocasiones se ha señalado, en el estudio de la Cueva de los Ídolos, aquí
comentado, que muchos de sus petroglifos estaban cubiertos de raíces y fueron destapados. ¿Por qué,
entonces, no se mantuvo ese estatus en un sector y no se tomaron muestras de dichas raíces? Ello
hubiera permitido realizar estudios de crecimiento de talus, que proporcionarían un acercamiento
a su cronología con algún margen de certeza, en lugar de especular acerca de que podrían tener una
antigüedad de un siglo antes del hallazgo de Von Bandat en 1938 (La Rosa 2007: 79). En este sentido,
es también llamativo el señalamiento de que la coloración de algunos petroglifos “es producto de
la humedad y la presencia de microrganismos” (La Rosa 2007: 79). Entonces ¿por qué no se acudió a
métodos más eficientes y no se trató de recuperar microorganismos que, por ejemplo, podrían haber
contenido líquenes, que permiten estudios de cronología absoluta por liquenometría (Gutiérrez y
Arrazcaeta 2011 [en prensa]), lo que nos aseguraría una posición mucho más sólida en cuanto a la
102
antigüedad de los petroglifos?
D. Gutiérrez, J. Gonzélez y R. Fernández / Arte rupestre africano en las cuevas de Cuba

En otro orden, se comenta, también en más de una ocasión, que los petroglifos de la Cueva de los
Ídolos resultan de hechura tosca y sin retoques, o de hechura defectuosa (La Rosa 2007: 80); pero la
realidad es que, hasta ahora, no se ha enfocado una investigación hacia la interpretación de las trazas
de ejecución de los diseños, de esta ni de ninguna otra de las estaciones que se han propuesto como
sitios rupestres asociados al cimarronaje, lo que permitiría acercarse a los posibles instrumentos con
que se realizaron. Esta línea de investigación aportaría importantes resultados, si aceptamos que el
abanico de opciones de herramientas e instrumental con que contaron los cimarrones entre los siglos
XVI al XIX es mucho más amplio y diverso que el accesible a los pueblos aborígenes del archipiélago
cubano.
Tampoco se han realizado proyectos de investigación encaminados a obtener acercamientos a la
localización, preparación y composición de los colorantes y herramientas utilizadas en la ejecución
del arte rupestre de las estaciones supuestamente vinculadas a los africanos y el cimarronaje. Esta
tarea solo ha sido llevada a cabo parcialmente para las cuevas de Guara (Arrazcaeta y García 2008:
64); pero resultados parciales y puntuales no aportarán soluciones ni respuestas a corto plazo. Se
trata, en nuestra opinión, de la necesidad de un proyecto donde se analicen un número importante
de variantes tecno-tipológicas, de los modos conceptuales y de procedimientos, presentes en el arte
rupestre de un grupo considerable de estaciones, como la Cueva del Cura, del Abrón, del Garrafón,
del Indio, de los Petroglifos, de María Antonia, de Camila, de los Ídolos, de las Avispas, de Paredones,
de los Muertos, de los Matojos, del Aguacate, de Ambrosio, etc. En definitiva, existen toda una serie
de recursos que nos permitirían elevar nuestro conocimiento sobre las especificidades, propiedades
y características de los elementos con los que se trabajó en las estaciones que hoy se proponen como
de probable factura africana.
Las implicaciones de estas propuestas metodológicas requieren no solo cambiar significativa-
mente la forma de pensar, sino también la forma de abordar y trabajar los sitios rupestrológicos: la
impaciencia por ver la morfología de un diseño no puede predominar ante la necesidad de conservar
su cobertura vegetal o microbiológica, pues en esta puede estar la respuesta acertada y definitiva a
importantes problemas teóricos.
Con el apoyo de estas propuestas y de muchas más, que son necesarias para la evaluación de cada
caso en particular, así como con la utilización de técnicas de análisis más depuradas, se lograrían
resultados de gran interés, que permitirían verdaderos acercamientos científicos a las distintas ma-
nifestaciones artísticas y a las supuestas manos africanas que las practicaron. A la perspectiva de la
recuperación morfológica hay que agregarle los requerimientos de la nueva rupestrología, y renun-
ciar definitivamente a la lectura iconográfica –realizada como si se pretendiera leer la leyenda de un
mapa–, pues el arte rupestre es un elemento dependiente de la estructura de la sociedad en que se
ejecutó y de su relación con el entorno. Ello hace posible, entonces, que un mismo signo pueda tener
significados diferentes según su utilización dentro de los estratos que determinan la ideología, o se-
gún su posición en la estación, o en correspondencia con su signo vecino, etc.
Es evidente que una figura de cruz puede tener numerosas implicaciones dentro de las estrati-
ficaciones sociales (en cualquier sociedad), que no podemos sintetizar en el concepto reduccionista
y contemporáneo de “cruz católica”. Para ejemplificar nuestra afirmación, baste solo decir que en
la actualidad un icono en forma de cruz, cuyos signos vecinos inmediatos, anteriores y posteriores,
sean números, es inmediatamente interpretado como un signo de sumatoria, y nada tendrá que ver
con una expresión ideológica o religiosa. Esta simple reflexión indica que, en todos los tiempos,
las representaciones han estado condicionadas por el propio funcionamiento de la sociedad y sus
necesidades, pero nunca estrictamente por su morfología, lo cual ha sido enunciado y repetido por
importantes especialistas, así como comprobado para muchas partes del mundo, como se aprecia
103
en las siguientes líneas:
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 87-106

La cruz aparece frecuentemente relacionada con los puntos cardinales Norte, Sur, Este y Oeste, al mismo
tiempo simboliza la elevación del alma o espíritu y la aspiración a la inmortalidad, deviene como la
unidad de la vida y la muerte, puede simbolizar la fecundidad, el espíritu, el principio masculino, está
relacionada con cultos fálicos; las cruces fueron utilizadas en imágenes de animales estilizados, así como
en emblemas religiosos desde el Egipto antiguo, el cristianismo, hasta nuestra época, etc. (Toporov et
al. 2002: 123 y 139).

Emprender esta nueva visión de una forma eficaz no será posible sin la ayuda de nuevas y potentes
herramientas, ligadas a la gestión de los datos seleccionados. Pero de nada servirá una nueva herramien-
ta, o un nuevo método, si las preguntas que realizamos al registro rupestrológico permanecen siendo las
tradicionales, pues no se pueden seguir proponiendo filiaciones culturales para el arte rupestre cubano
sin conocer a fondo las evidencias específicas en las que debería basarse la comprobación de sus presu-
puestos. Hace mucho que dejamos atrás los tiempos en que se podían asumir procesos de investigación
rupestrológica sin una fundamentación teórica que diera sentido al proceso de análisis.
Entonces, hasta tanto no se asuman estos presupuestos de forma teórica y práctica durante los
proyectos de investigación, la hipótesis sobre la posible ejecución de arte rupestre en las cuevas de
Cuba por africanos, traídos a nuestro país entre los siglos XVI al XIX, seguirá esperando por procedi-
mientos metodológicos y de análisis que la acerquen, al menos, a un discurso coherente. En la actuali-
dad, debemos considerarla una hipótesis en espera de su adecuada documentación científica.

Agradecimientos
Queremos dejar constancia escrita de nuestro más sincero agradecimiento al Dr. Jesús Guanche y la
Dra. Niurka Núñez, por la revisión de los originales y sus importantes sugerencias, imprescindibles
en la construcción final de nuestro discurso. Un agradecimiento impostergable para el Dr. Miguel
Barnet y todo el equipo de trabajo de la Fundación Fernando Ortiz, por su constante colaboración con
nuestro modesto trabajo. Finalmente, al colega y amigo MSc. Jorge Ulloa, por la ayuda prestada en la
elaboración definitiva de este proyecto.

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106
Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 107-136
ISSN: 0254-8062

Recibido: febrero de 2012


Aceptado: junio de 2012

JULIO C. TELLO Y LA ILUSTRACIÓN


arqueológica PERUANA
Gori Tumi Echevarría Lópezi
Arqueólogo, Universidad Nacional Mayor de San Marcos
goritumi@gmail.com

Resumen
El presente ensayo cubre una faceta poco estudiada de la trayectoria y desenvolvimiento profesional de
Julio C. Tello Rojas, el padre de la arqueología peruana y uno de los más conspicuos e importantes arqueó-
logos de América.
Para su propósito el autor examina el estado de la cuestión de la ilustración de corte antropológico-ar-
queológico en el Perú antes del asenso de Julio C. Tello en los estudios arqueológicos nacionales, evaluando
posteriormente la propuesta, surgimiento, y desenvolvimiento de una escuela de ilustración grafica pe-
ruana, formada y dirigida por este intelectual. El autor concluye que la escuela de ilustración arqueológica
peruana es una notable contribución de Julio C. Tello a los estudios arqueológicos y a la historia de arte del
país en conjunto.
Palabras clave: Julio C. Tello, arqueología, registro, ilustración, ciencia, ideología.

Abstract
This essay covers a little-studied facet of the career and professional development of Dr. Julio C. Tello
Rojas, the father of Peruvian archaeology and one of the most conspicuous and important archaeologists
of America.
For its purpose the author examines the state of the art of the anthropologic and archeological illus-
tration in Peru before the accession of Julio C. Tello in the national archaeological studies, evaluating from
here the proposal, emergence and development of a school of graphic illustration, formed and directed by
this Peruvian intellectual. The author concludes that the school of Peruvian archaeological illustration is
an outstanding contribution of Julio C. Tello to Peru’s archaeology and history of art.
Keywords: Julio C. Tello, archaeology, record, illustration, science, ideology.

i Arqueólogo, egresado de la Escuela de Arqueología, Facultad de Ciencias Socieales de la Universidad Nacio- 107
nal Mayor de San Marcos. Candidato a doctor en Historia del Arte, Facultad de Letras, UNMSM.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 107-136

Introducción
“[...] en el año de labor que ya llevaba a su lado, no había dejado de dibujar mo-
tivos arqueológicos ni los domingos, porque el antropólogo era insaciable pidien-
do dibujos y desarrollos de las figuras mitológicas que estudiaba diariamente”.
Hernán Ponce Sánchez, 50 anécdotas del sabio Tello, 1957.

El legado intelectual de Julio C. Tello es, desde una perspectiva general, bastante considerable y abar-
ca múltiples aspectos relacionados a la actividad académica e intelectual peruana; especialmente en
lo que concierne al aspecto universitario (Tello 1928), la creación y administración de Museos (Tello
1959; Tello y Mejía 1967), la vida política (Guzmán 1997), el estudio etnográfico (Tello 1923), y por
sobre todo la fundación y el desarrollo de la arqueología peruana en sus múltiples facetas técnicas.
En este último punto, la influencia de Julio C. Tello es tan grande que considero en muchos casos ha
obnubilado u ocultado el valor crítico de algunas de sus contribuciones intelectuales, más allá de sus
grandes e insoslayables logros científicos.
En la actualidad, estimando lo que se ha publicado respecto a este intelectual peruano es posible
ponderar que la valoración y crítica de Julio C. Tello puede dividirse en variadas posiciones intelec-
tuales, algunas de ellas opuestas. Podemos mencionar por ejemplo aquella que ha idealizado la vida y
personalidad del maestro Tello (Weiss 1948; Ponce Sánchez 1957; Mejía Xesspe 1967; Basadre [en Jave]
1981; Linares 1989-1990; Guevara 1997; Barrantes 1997; entre otros); aquella que niega u oculta los
logros académicos de Tello (Bonavia 1981; Ravines 1982; Matos 1999); aquella que relativiza o denosta
de los logros intelectuales de Tello (Rowe 1954; Burger 1993); y aquella que tiene una valoración más
objetiva basada en un conocimiento de su trayectoria y logros intelectuales (Carrión Cachot 1947,
1948a, 1948b; Chávez Ballón 1951; Ponce Sánchez 1957; Mejía Xesspe 1960, 1967; Porras 1963; Fung
1977; Basadre 1981; Morales 1993, 1997; Shady 1997, Bueno 2010; Kauffmann 2010; entre otros).
La variación en la apreciación intelectual de un personaje como Julio C. Tello refleja por sí misma
la dimensión e influencia de Tello en el mundo académico peruano, el que sobrepasa, como ya hemos
visto, los aspectos arqueológicos más puristas; no obstante, siempre será la arqueología la profesión
intelectual y científica que va a caracterizar el trabajo de este intelectual y sobre el que su influjo
será más trascendente. Esto es importante de recalcar, porque se puede suponer, al considerar la
bibliografía acerca del arqueólogo, que la mayoría, sino todos los aspectos de esta faceta académica
han sido ya cubiertos por la crítica y el examen hermenéutico (Astuhuaman y Dagget 2005); cosa que
no es verdad en absoluto.
La intención de este ensayo es examinar un aspecto poco atendido por la crítica a Julio C. Tello, el
que está centrado en la ilustración arqueológica. Como se verá más adelante, la ilustración usada por
Tello es una de las facetas menos tomadas en cuenta de su trabajo, el que se desarrolló de manera sobre-
saliente y sistemática durante la vida del arqueólogo, llegando a ser uno de los aspectos más destacados
de sus aportes técnico-académicos, con posteriores implicancias en el desarrollo del arte pictórico, la
museística y la ciencia del Perú; lamentablemente mínimamente ponderadas en la actualidad.
Esperamos poder demostrar aquí el importante logro académico de Julio C. Tello al iniciar una
verdadera escuela de ilustración arqueológica en el Perú y al haber influenciado la historia del arte en
el Perú del mismo modo. En esta consideración, rendimos tributo y homenaje a su trabajo y su tesón,
así como a la de sus discípulos, colaboradores y estudiantes, en su gran tarea de edificación nacional.

Antecedentes de la ilustración arqueológica peruana


Existe un consenso general en estimar el inicio de la arqueología en el Perú a inicios del siglo XX
(Porras 1963; Mejía 1967; Macera 1978; Matos 1990; Morales 1993; Altamirano 1994; entre otros), como
108
una arqueología de tipo “profesional”, cuyo interés específico no es la recolección o apreciación de
Gori Echevarría / Julio C. Tello y la ilustración arqueológica peruana

sitios u objetos, sino el estudio comprensivo del pasado peruano, incluyendo aspectos sustanciales
como la cronología de los restos y la clasificación y definición de las evidencias. No obstante, la “ar-
queología peruana”, comprendida en su acepción compuesta, surge, sin duda, a partir de la irrupción
de Julio C. Tello en el campo de estudio del pasado, no sólo a nivel profesional-científico, sino como
intervención fundamentada en un compromiso de construcción disciplinaria pensada y creada en el
Perú, para los peruanos. Cualquier intervención arqueológica previa a Tello estuvo centrada en com-
promisos externos, personales o institucionales, o en la ejecución contratista de alguna obra de corte
antropológica o arqueológica, y aquí podemos incluir a todos los viajeros ilustrados, exploradores e
investigadores del siglo XIX hasta inicios del siglo XX, cuya escala final (cima lograda en el desarrollo
del interés en el pasado peruano), a favor del conocimiento y ciencia extranjeros, es, inobjetablemen-
te, el alemán Max Uhle (1856-1944).
Para establecer un marcador cronológico podemos proponer el año de 1913 como el inicio de la
arqueología peruana, con la rigurosidad profesional y científica que amerita. En 1913, Julio C. Tello
regresa al Perú luego de su estadía en América y Europa, embarcándose inmediatamente en la ex-
ploración arqueológica de la costa central del Perú (en compañía de Alex Hrdlicka) y en la redefini-
ción y fundación del Museo de Arqueología y Antropología, segregada del Antiguo Museo Nacional
(Mejía 1967). Por supuesto la carrera académica de Tello se inicia antes, en 1900, con su ingreso a la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos, pero su papel en la arqueología nacional no tendría to-
davía repercusión relevante hasta aún después del retiro de Max Uhle de las actividades profesionales
en el campo arqueológico con su salida del Museo Nacional en 1911. Existe por lo tanto un traslape
temporal muy importante entre la aparición de Max Uhle en la escena peruana en 1896 y su salida
del Museo en 1911, que coincide grosso modo con la etapa formativa de Tello en San Marcos, América
(Harvard) y Europa.
La prosecución casi inmediata de los estudios arqueológicos de alto nivel en el Perú, durante el siglo
XX, ha marcado la apreciación del avance de la arqueología peruana de manera obvia, como se puede
ver por ejemplo en el cuadro propuesto por Altamirano para el desarrollo de la arqueología en el Perú
(1993: 27), que considera a Uhle como premisa fundacional (Fig. 1); no obstante, como dijimos, Uhle es
fundamentalmente el pico máximo del interés foráneo en el pasado arqueológico del Perú. Según el
maestro y arqueólogo Toribio Mejía Xesspe, cercano colaborador de Julio C. Tello, el interés encumbra-
do de Max Uhle se debe, coyunturalmente, en parte al abandono y destrucción del patrimonio arqueo-
lógico peruano durante el siglo XIX, que aceleró la formación de un “ambiente de conmiseración en los
círculos diplomáticos, sociales, literarios y artísticos del extranjero” para con las ruinas del Perú (Mejía
Xesspe 1967: XII), los que después generaron una serie de exploraciones, hechas por aficionados y luego
por investigadores científicos. Estas intervenciones bien pueden ejemplificar el desarrollo temprano
de la ilustración arqueológica y de la arqueología propiamente dicha, que se ejercía en el Perú hasta
ese tiempo. Muchos de estos exploradores son considerados “precursores” (Casa de la Cultura del Perú
1970), iniciadores o “padres” de nuestra arqueología, lo cual no tiene coherencia referencial en los tér-
minos concretos de una valoración objetivamente definida como las de este ensayo.
Una lista de estas intervenciones en los sitios arqueológicos peruanos, que antecedieron el sur-
gimiento de la arqueología peruana es provista por Mejía Xesspe, cuya utilidad en el examen de la
ilustración arqueológica justifica su inclusión aquí:
“[…] por orden cronológico: W. B. Stevenson, informe sobre sus viajes de 20 años en Sud América
(1825); Mariano E. Rivero, sobre antigüedades peruanas (1841); J. J. von Tschudi, so­bre sus excursiones
en el Perú (1846); Rivero y Tschudi, sobre antigüedades peruanas (1851); Sir Clement R. Markham, in-
forme sobre sus exploraciones y estudios (1856 y siguientes); A. de Montferier, informe sobre las cami-
nos del litoral norte (1857); Mateo Paz Soldán, sobre historia, antigüedades y geogra­fía (1862); George
E. Squier, sobre exploraciones y excavaciones en Perú y Bolivia (1863 y siguientes); Marcos Jiménez 109
de la Espada, informe sobre las ruinas inkaicas de Callo, Ecuador (1864); Thomas F. Hutchinson, sobre
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 107-136

Figura 1. Tendencias dominantes de la arqueología peruana en el siglo XX.


Según Altamirano 1993. Lima.

ex­cavaciones en la costa peruana (1871); Wilhelm Reiss y Alphons Stübel, des­cripción y estudio de
tumbas de Ancón (1874 y siguientes); J. John Shumacker, informe sobre exploraciones en Pachacamac
(1874); Charles Wiener, sobre exploraciones y excavaciones en el Perú (1875); Knut Hjalmar Stolpe,
noti­cias sobre excavaciones en las necrópolis de Ancón (1884); Ernst W. Midden­dorf, informe sobre el
resultado de sus viajes y observaciones, exploraciones y excavaciones en el Perú (1865 a 1888); George
A. Dorsey, informes sobre exploraciones y excavaciones en Perú y Bolivia (1891); Adolfo F. Bandelier,
exploraciones y excavaciones en Perú y Bolivia (1892 y siguientes); Enrique H. Brunning, noticias y
colecciones arqueológicas del litoral norte peruano (1892 y siguientes); Max Uhle, exploraciones y
excavaciones en Bolivia y Perú (1893 y siguientes); Eugenio Larrabure y Unanue, informaciones sobre
ruinas arqueológicas de la costa peruana (1893); etc.” (Mejía Xesspe 1967: XII). A estos autores pode-
mos agregar a Eugene de Sartiges (1834), Juan Mauricio Rugendas (1842) y Leonce Angrand (1847) que
110
visitaron y exploraron varios sitios arqueológicos en el Perú.
Gori Echevarría / Julio C. Tello y la ilustración arqueológica peruana

La lista es indicativa del interés académico o ilustrado de su tiempo. De estos autores son rele-
vantes, para ejemplificar el tipo de ilustración “arqueológica” efectuada en el siglo XIX: Mariano de
Rivero, George E. Squier, Thomas F. Hutchinson, Wilhelm Reiss y Alphons Stübel, Charles Wiener,
Ernst W. Midden­dorf, Leonce Angrand y Max Uhle.
El mismo Toribio Mejía Xesspe ha puntualizado adecuadamente que “Las fuentes documentales
sobre la arqueología peruana, en los siglos XVIII y XIX, se referían esencialmente a descripciones
someras de las ruinas y ponderaciones de las obras de arte, como la cerámica, metales y tejidos que
se hallaban en colecciones públicas y privadas” (Ob. cit., p. 21), y no le faltó razón. Una evaluación de
la muestra gráfica mencionada ejemplifica claramente que la ilustración de antigüedades era funda-
mentalmente anecdótica (de tipo folklórica y de curiosidades), a pesar del hecho de que los autores
sabían perfectamente que se trataban de restos antiguos o arqueológicos. La comprensión del pasado
peruano en el siglo XIX, salvo contadas excepciones, no tenía un nivel de apreciación sistémica, y
no comprendía una correlación ilustrativa como parte de una investigación meticulosa o metódica;
excepto como reflejo gráfico de un hecho, sitio, artefacto o rasgo artístico representativo; lo que con-
firma lo dicho por Mejía Xesspe.
Salvo Mariano de Rivero, cuyo libro Antigüedades peruanas (1841) constituye realmente un es-
tudio avanzado sobre el pasado peruano en el siglo XIX, los gráficos de alta calidad de los autores
segregados dos párrafos atrás (que han hecho que estos autores sean considerados “arqueólogos”
indistintamente) y los que son usados por Max Uhle (quien por primera vez planteó un estudio ar-
queológico riguroso mediante reflexiones teóricas del pasado), muestran todavía un nivel muy básico
de correlación formal entre ilustración
e investigación científica. La mayoría
de aportes gráficos conforman ilus-
traciones de un tipo generalizado, que
soporta, ya sea, un argumento intelec-
tual mediante un rasgo, sitio u objeto
selecto (Rivero, Middendorf, Uhle, por
ejemplo, Figs. 2, 3 y 4), o constituyen,
por su valor intrínseco, información de
primera mano para la apreciación del
fenómeno cultural pasado, a desme-
dro del texto que lo soporta (George E.
Squier, Thomas F. Hutchinson, Wilhelm
Reiss y Alphons Stübel, Charles Wiener,
Leonce Angrand, entre otros; Figs. 5, 6,
7, 8 y 9). Podemos afirmar que solo en
casos excepcionales la ilustración va
más allá de su función descrita, y cons-
tituye por sí misma un rubro especia-
lizado de información documental de
alto rango.
A nivel de producción técnica, la
mayoría de ilustraciones son dibujos a
tinta de calidades variadas que fueron

Figura 2. Material lítico y arquitectónico de


Tiahuanaco. Tomado de Peruvian Antiqui-
ties por Mariano Edward Rivero y John Ja- 111
mes Von Tschudi 1853: p294. New York.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 107-136

Figura 3. Fachada de edificio incaico, Cerro Azul, Cañete.


Tomado de Perú, Tomo I, por Ernst W. Middendorf 1973[1893]. Lima.

Figura 4. Pintura mural descubierta durante excavaciones en Pachacamac.


Tomado de Pachacamac, por Max Uhle 2003[1903]: figura 6. Lima.

Figura 5. Tejido de algodón. Tomado de Peru, Inci- Figura 6. Quilcas o petroglifos de Yonan. Tomado de
dents of Travel and Exploration in The land of the Two years in Peru, with exploration of its antiqui-
112 Incas por George E. Squier 1877: p. 76. New York. ties por Thomas J. Hutchinson 1873: p. 175. London.
Gori Echevarría / Julio C. Tello y la ilustración arqueológica peruana

Figura 7. Fardos funerarios de Ancón. Tomado de The Figura 8. Tejido no terminado de una tumba de El
necropolis of Ancon in Peru: a contribution to our Arenal de Pachacamac. Tomado de Pérou et Bolivie,
knowledge of the culture and industries of the em- Récit de Voyage por Charles Wiener: p. 65. Paris.
pire of the Incas, being the result of excavations
made on the spot, 1880-1887: Plate 14. Berlin.
procesados mediante litografías de pequeño y mediano formato, el cual era el procedimiento regular
de ilustración para publicaciones en el siglo XIX. No obstante, de manera excepcional y sobresaliente,
las ilustraciones de Wilhelm Reiss y Alphons Stübel (Fig. 10) procedentes de sus trabajos de Ancón en
1874 fueron realizadas mediante acuarelas de colores en láminas regulares que se hicieron in situ o
mediante el traslado de los objetos y fotografías al gabinete (Carlson 2000). Las reproducciones de las
acuarelas fueron hechas siguiendo procedimientos de impresión litográfica sucesiva, aunque los ori-
ginales existen independientemente. Este es probablemente el único trabajo en su género vinculado
al Perú que fue publicado durante el siglo XIX y constituye un aporte de primera línea a la ilustración
arqueológica que estuvo vinculada a la excavación, registro y dibujo de material cultural, mismo que
va a preceder, como veremos después, los trabajos ilustrativos de Julio C. Tello. Hay que puntualizar,
sin embargo, que este trabajo es excepcional en su propio género, pero no es el único en su tipo, ya
que Leonce Angrand (1972) (Fig. 11), viajero de tendencias costumbristas, va a realizar ilustraciones
en acuarela de diversos yacimientos arqueológicos en el Perú, enfocándose principalmente en el pai-
113
saje y monumentalidad de los sitios.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 107-136

Figura 9. Portada de Tiahuanaco. Léonce Angrand, Antiquités américaines: Extrait de la Revue


Générale de l’Architecture et des travaux publics, 1866. Tomado de Archaeological illustration
in the Americas, Dumbarton Oaks 2009: p. 34. USA.

Figura 10. Figura 7. Excavación de una tumba en Ancón. Tomado de The necropolis of Ancon in
114 Peru: a contribution to our knowledge of the culture and industries of the empire of the
Incas, being the result of excavations made on the spot, 1880-1887: Plate 5. Berlin.
Gori Echevarría / Julio C. Tello y la ilustración arqueológica peruana

Figura 11. Edificios Incas de Choquequirao.


Tomado de La imagen del Perú en el Siglo XIX
por Leonce Angrad 1972. Lima.

A pesar de todo, estas obras no constitu-


yeron ejemplos de ilustración regular para
los viajeros europeos en el Perú durante el
siglo XIX, siendo parte más bien del propio
acervo técnico de algunos exploradores y
viajeros. En cierto modo, esto confirma la
tendencia en la falta de sistematización del
registro gráfico tanto a nivel técnico pro-
ductivo como académico, constituyendo en
sí mismo un procedimiento de valor irregu-
lar por su variedad cualitativa; la que, vale
destacar, no tiene que ver necesariamente
con su aporte arqueológico1. En este senti-
do, el mismo Julio C. Tello, por ejemplo, valora la contribución de Wilhelm Reiss y Alphons Stübel
cuando dice: “[…] el excavador trata de asegurar la integridad del hallazgo, de reproducir los objetos
con la mayor exactitud y de formar así un archivo de testimonios fidedignos. Con ello se da un paso
firme hacia la verdadera ciencia de la arqueología. Puede considerarse como un modelo de esta clase
de trabajos la obra monumental de Reiss y Stübel ‘La Necrópolis de Ancón’ por la cual se obtiene un
claro concepto sobre el grado de cultura material que alcanzaron los primitivos pobladores de esta
región del litoral, pero nada enseña sobre la posición cultural y cronológica de esta cultura” (Tello,
1967: 193).
A este punto es necesario hacer una atingencia porque de lo que se está hablando básicamente
hasta ahora es de una ilustración terminada que constituye un arte concreto y final, por lo tanto,
sólo nos informamos de los intereses regulares de esta gráfica para una difusión abierta mediante
publicaciones. Esta ilustración no constituye data sobre el procedimiento regular de aprehensión de
la imagen a un nivel plano, ya sea registro regular de campo o gabinete; salvo aquellos cuyo ardid téc-
nico es reconocido explícitamente, como puede ser el caso de los acuarelistas principalmente. Esto es
importante para poder contrastar los aportes de Julio C. Tello en estos mismos tópicos. Es apropiado
decir, a partir de esto, que independientemente de lo que puede deducirse de las propias imágenes, no
existe antecedente ilustrativo arqueológico directo en el Perú, a nivel de registro de campo o gabinete
durante el siglo XIX (al menos una referencia conocida relevante), que haya servido de fundamento
explícito al trabajo de Tello.
Evaluando estos antecedentes, es necesario puntualizar que, independientemente del valor in-
trínseco de la ilustración en sí misma, no se puede considerar un trabajo de ilustración como una
justificación para el reconocimiento per se del “valor arqueológico” de las obras que las contienen, o
de sus autores al mismo nivel. La ilustración debe constituir consecuencia de una intención explícita
de complementar la información documental de un sitio u objeto arqueológico, lo cual regularmente
no pasa en el siglo XIX, salvo excepciones relevantes como ya hemos mencionado. La mayoría de las
ilustraciones constituyen, además, esquemas irregulares y su estimación técnica, en la actualidad, se

1 Aunque hubo preferencia por la gráfica directa, algunos autores tornaron a la fotografía como recurso grá-
fico principal, como Uhle, dejando la ilustración en un segundo plano del registro. Hay que enfatizar que la
técnica de ilustración para las publicaciones no parece haber condicionado su uso o desarrollo, como hemos 115
visto por los alemanes.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 107-136

ha reducido considerablemente por falta de data específica, como escalas o referencias explícitas. Si
hay ilustración “arqueológica” que valga estimar durante el siglo XIX, esta sólo puede ser revalida-
da sobre la base de parámetros más actuales, lo cual relativiza su valor nuevamente. La ilustración
“arqueológica” en el siglo XIX y épocas anteriores no constituía, en general, corolario técnico de un
procedimiento de investigación sistemático y regular durante su producción y esa debe ser la premisa
de su consideración regular o corriente.

Julio C. Tello, formación y trayectoria


Es bastante conocida la trayectoria de vida de Julio C. Tello y no vamos a abundar en muchos detalles
al respecto; no obstante amerita una reseña para poder entender los condicionamientos y las posibles
bases académicas que llevaron a Tello a desarrollar una ilustración arqueológica de alto nivel técnico,
que constituye, pensamos, una de las contribuciones más importantes de este intelectual a la arqueo-
logía peruana.
Julio Cesar Tello Rojas nació en el poblado de Huarochirí, provincia de Huarochirí, departamento
de Lima, el 11 de abril de 1880. Entre 1886 y 1892 estudió en la escuela local hasta que es trasladado a
Lima, estudia en el Colegio Lima que regentaba don Pedro A. Labarthe (Mejía 1967: VI), famoso peda-
gogo de su tiempo. Su último año de educación secundaria, en 1899, lo haría en el Colegio Guadalupe,
el más importante de Lima. En 1900 ingresa a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos asis-
tiendo a la Facultad de Ciencias como preludio a la Facultad de Medicina. En 1895 o 1896, debido
a la reprentina muerte de su padre, que lo deja en el deseamparo económico, Tello trabaja, simul-
táneamente a sus estudios en San Marcos, en la Biblioteca Nacional bajo la tutela del tradicionista
Ricardo Palma (Porras 1963: 80). En la Facultad de Medicina, Tello fue alumno de los reputados profe-
sores: Leónidas Avendaño, Daniel E. Lavorería, Guillermo Castañeda y otros, mientras estudiaba con
Sebastián Barranca ciencias naturales y antropología social (Mejía, ob. cit.), además de iniciarse, con
este mismo maestro, en el estudio de lenguas indígenas (Porras, ob. cit.). Porras anota además que se
inició en forma autodidacta por los estudios antropológicos.
En 1908, Julio C. Tello sustenta su tesis de Bachiller llamada La antigüedad de la sífilis en el Perú,
aprobada por aclamación y publicada por la Universidad San Marcos en 1909; un trabajo que él mismo
estimó como su mayor esfuerzo académico científico hasta ese entonces (Tello 1909). Ese mismo año
viaja a Estados Unidos como resultado de una beca obtenida gracias a la excelencia de la tesis men-
cionada. Tello estudia los cursos de antropología general y americana, bajo la dirección de los profe-
sores Frederic W. Putnam, Franz Boas, Roldand B. Dixon, Pliny E. Goddard y otros, especializándose
en etnología, lingüística, sociología y arqueología (Mejía 1967: IX). Se gradúa de Magister in Artibus
(Magister en Arte) el 28 de junio de 1911. Ese mismo año el gobierno le amplió la beca por un año y
viaja a Europa concurriendo a la Universidad de Londres y a la Universidad de Berlín para asistir a
los cursos del profesor Félix von Luschan; y finalmente a Francia para tomar los cursos de etnología y
sociología americanas (Mejía, ob. cit.).
En diciembre de 1912, Tello retorna al Perú desde el puerto de Liverpool, llegando al Callao
en enero de 1913. A partir de su arribo, Tello se pone inmediatamente al servicio del país desa-
rrollando exploraciones y organizando museos, labor que llevará a cabo ininterrumpidamente
por más de 30 años, prácticamente hasta su muerte en 1947. Raúl Porras (1963) y Toribio Mejía
Xesspe (1967) coinciden que son tres los aspectos que van a caracterizar la labor tesonera de
Julio C. Tello en pro del desarrollo del Perú: a. El estudio de los monumentos arqueológicos o in-
vestigación arqueológica; b. La organización de museos antropológicos o la creación de grandes
Museos; y c. La divulgación de conocimientos prehistóricos y la enseñanza universitaria. Mejía
(1967: XIV) apunta sobre el carácter académico de Tello: “Nada ni nadie pudo impedirle el ejer-
116
cicio de su vocación científica”.
Gori Echevarría / Julio C. Tello y la ilustración arqueológica peruana

Según Mejía Xesspe, Tello llevó a cabo más de treinta y tres importantes exploraciones arqueoló-
gicas a lo largo del norte, centro y sur andinos, exploraciones que incluían regiones geográficas ente-
ras y tenían una duración considerable que abarcaba, desde varias semanas, meses y hasta periodos
anuales (Pedro Rojas Ponce, conferencia 2008). Varias de las exploraciones llevadas a cabo son ahora
consideradas verdaderas escuelas de campo y constituyen la época más brillante de las exploraciones
arqueológicas peruanas. Para citar solo algunos ejemplos de estas campañas podemos mencionar la
primera expedición universitaria arqueológica al departamento de Ancash de 1919, donde se hace el
reconocimiento de la cultura Chavín y los troncos culturales Huaylas o Recuay, y del mismo Chavín
(Carrión 1947: 39; Mejía 1967: XV). Las exploraciones de 1925 al valle de Chincha y Pisco con el descu-
brimiento de la Cultura Paracas en Cabeza Larga y Cerro Colorado; las exploraciones y excavaciones
de 1933 en Cerro Blanco y Punkuri, sitios con arquitectura monumental Chavín en la costa; la de 1935 a
las cabeceras de los ríos Huallaga y Marañón con el subsecuente descubrimiento de Kotosh; la de 1937,
expedición arqueológica al Marañón con el descubrimiento de Cerro Sechín, Mojeke, Yanakancha,
Kumbe Mayo, entre otros sitios; y la expedición de 1942 al Urubamba donde se descubre el sitio de
Wiñay Wayna entre otros (Mejía, ob. cit.).
Por otra parte, su labor tesonera y sistemática en la organización y fundación de museos es tam-
bién altamente relevante y a considerar, pues desde 1913, en que arribó de su beca a Europa, Tello
no cejó esfuerzo alguno por constituir una institución que sirviera de repositorio y base para los te-
soros culturales del país y centro de investigaciones arqueológicas y antropológicas, que es el museo
integral en su perspectiva moderna. Entre otras, las principales acciones de Tello fueron, en 1919, la
fundación del Museo de Arqueología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; en 1924, la fun-
dación del Museo de Arqueología Peruana con base en las colecciones del Museo Víctor Larco Herrera;
en 1931, la creación del Instituto Nacional de Antropología en la Facultad de Letras de la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos; y en 1945 la estructuración de los museos nacionales del país, y la
creación del Museo Nacional de Antropología y Arqueología, donde en 1946 se reunieron las coleccio-
nes del Museo de Arqueología de la Facultad de Letras de San Marcos y el Museo de Magdalena Vieja
(Museo Nacional de Antropología y Arqueología de Pueblo Libre) dando lugar al museo integral más
completo del Perú (Mejía 1967: XX).
Además de estas labores, es muy conocido el valor que Tello daba a la formación académica uni-
versitaria y es proverbial el apasionamiento que ponía en las labores de enseñanza y renovación de los
estamentos universitarios desde 1919 en que se incorpora a San Marcos, vinculación que va a detentar
hasta su muerte. Tello participa activamente en la reforma universitaria (Carrión 1947: 38) y pro-
fesionalmente incorpora nuevas cátedras universitarias, como Antropología General, Antropología
Física, y Arqueología Americana y del Perú (Porras 1963: 84), poniendo al Perú a la vanguardia de los
estudios antropológicos y arqueológicos en América. Julio C. Tello, además, guardaba una profunda y
entrañable consideración por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Rebeca Carrión Cachot
dice: “Fue un militante luchador de la causa universitaria. Las experiencias alcanzadas en más de
cuatro años de estada en las célebres universidades de Harvard, Oxford y Berlín, las puso al servicio
de la Universidad de San Marcos” (1947: 37), y sabemos que Tello legó testamentariamente a esta uni-
versidad su inmenso archivo y su extraordinaria biblioteca (Tello 1983), una de las documentaciones
antropológicas más completas e importantes del mundo. El Dr. Manuel Chávez Ballón apunta: “[…]
el Dr. Tello simbolizaba y representaba a San Marcos, por su rebeldía, su nacionalismo, su espíritu
moderno, científico y democrático. Por esto Tello, fue uno de los más queridos y respetados maestros
sanmarquinos” (Chávez 1951: 1969).
Y la labor de publicación tampoco es menor. Julio C. Tello escribió abundantemente y muchos de
sus trabajos se publicaron en periódicos y revistas de su tiempo, independientemente de los artículos
académicos más integrales, folletos y libros de difusión que el arqueólogo produjo hasta 1947. Julio 117
Espejo Núñez recopiló, en una bibliografía “sintética”, ciento diecinueve entradas entre 1906 y 1947
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 107-136

haciendo la advertencia de que se trataba de un “primer intento de ordenamiento estrictamente


cronológico” de su caudal escrito (Espejo 1948: 13). La lista de Espejo incluye, como él mismo mencio-
na, libros, monografías, conferencias, declaraciones, comentarios, prólogos, artículos en periódicos y
revistas, nacionales y extranjeras. Hasta 1948 esta lista incluyó los clásicos: Introducción a la historia an-
tigua del Perú de 1921, Antiguo Perú. Primera época de 1929, Las primeras edades del Perú por Huamán Poma,
ensayo de interpretación de 1939, y Origen y desarrollo de las civilizaciones prehistóricas andinas también de
1939. Además, no hay que olvidar que Tello fue fundador y coeditor de tres revistas científicas: Inca,
Wira Kocha, Chaski donde se propició la publicación de variados tópicos antropológicos por diferentes
autores.
Después de la muerte de Tello se han venido publicando póstumamente parte de su legado cientí-
fico, primero al cuidado del maestro Toribio Mejía Xesspe, y luego por parte del Museo de Arqueología
y Antropología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, institución que resguarda su archi-
vo. Aquí se pueden incluir Arqueología del valle de Casma de 1956; Paracas. Primera parte de 1959; Chavín
primera parte de 1961, Paracas. Segunda parte. Cavernas y Necropolis de 1979 y a partir de 1999, la serie de
Cuadernos de Investigación del Archivo Tello que ya lleva nueve números hasta el año 2012, y la colección
de Clásicos Sanmarquinos. Tello es revisado y republicado en artículos incluidos en revistas científicas,
los que no ameritan mencionarse aquí ahora.
Desde 1913, y cubriendo los aspectos profesionales mencionados, Julio C. Tello desplegó una te-
naz labor multidisciplinaria y formó un valioso equipo de colaboradores, entre ellos un staff de dibu-
jantes de primer orden a quienes entrenó y educó en las labores de investigación arqueológica, ya
sea el registro y excavación de yacimientos, así como labores de gabinete. Entre los colaboradores de
Tello se pueden nombrar a Toribio Mejía Xesspe, Rebeca Carrión Cachot, Pedro Rojas Ponce, Hernán
Ponce Sánchez, Luis Cossi Salas, Cirilo Huapaya Manco, Pablo Carrera, Manuel Chávez Ballón, Julio
Espejo Núñez, Félix Caycho, Evaristo Chumpitaz, Vicente Segura, entre otros. La calidad de sus discí-
pulos ha sido ejemplar y ha honrado la memoria de Tello con su continua colaboración en el Museo
Nacional de Arqueología y Antropología, y en el Museo de la Universidad de San Marcos por muchos
años después de la muerte de Tello.
Es consustancial el hecho de que se demuestre la voluntad arrolladora y pasión científica de
Julio C. Tello respecto de la impresionante labor académica que llevó a cabo, la que hasta hoy
constituye el hito más elevado de la investigación arqueológica peruana. Tello creó una escuela de
arqueología de la nada, sentando las bases del ejercicio profesional de la arqueología nacional hasta
el día de hoy. Primero, fundamentando la necesidad de un museo que soportara sus investigacio-
nes y a la vez proponiendo la reforma universitaria (base institucional); creando y definiendo los
parámetros teórico- metodológicos de la arqueología nacional (base científica); y llevando a cabo
exploraciones y excavaciones sistemáticas controladas en los yacimientos arqueológicos dejados
por los antiguos peruanos (base material). Y no descuidó jamás el aspecto legislativo con la proposi-
ción de la Ley 6634, refrendada en 1929, que garantizaba la protección del patrimonio arqueológico
peruano (base legal).
Parte de este trabajo incluyó claramente el desarrollo de una escuela de ilustración arqueológica,
dependiente de la labor investigadora de Tello, la que, como vimos más atrás, no tiene antecedentes
conocidos en el Perú. Es muy probable que Tello haya adquirido racionalmente la idea de ejecutar
una ilustración arqueológica de alta calidad a partir de sus estudios en la literatura antropológica y
arqueológica del siglo XIX, y en sus experiencias con los investigadores norteamericanos o europeos,
que él pudo observar de primera vista. Tello, como lo demuestran sus propios escritos (Tello 1934),
conocía perfectamente el estado de la cuestión arqueológica de América y el viejo mundo, incluyendo
los trabajos en Pompeya, Egipto o México. Aunque es imposible hacer una revisión de todos los es-
118 tudios arqueológicos o antropológicos que pudieron haber servido a Tello de ejemplo o antecedente
especifico, es relevante ver que la ilustración técnica usada en América correspondiente a la etapa
Gori Echevarría / Julio C. Tello y la ilustración arqueológica peruana

de tiempo que antecede la emergencia de Tello (definida por Willey y Sabloff [1974] como “periodo
Clasificatorio-Descriptivo” entre 1840-1914), seguía manteniendo los mismos modelos formales de
representación figurada del siglo XIX, basada en la litografía, dibujos de monumentos y artefactos
primordialmente; y los mismos parámetros se muestran en general en la arqueología egipcia durante
los “años gloriosos” (1881-1914) de sus grandes descubrimientos arqueológicos (Reeves 2000). Salvo
mejor data se podría presumir que para 1913, en que Tello empieza a desarrollar su arrolladora carre-
ra arqueológica, él se ve compelido a crear, en el sentido más extendido del término, una metodología
propia, peruana, de ilustración arqueológica que comprendía múltiples técnicas y experiencias, pero
deliberadamente nacional.
Julio C. Tello fallece prematuramente el 3 de junio de 1947 a los 67 años de edad, fue enterrado
en el Cementerio General de Lima y luego de un año trasladado a una tumba especial en el Museo de
Antropología y Arqueología de Pueblo Libre, donde sus restos se conservan hasta la actualidad. Tello
fue en verdad, como ha dicho Mejía Xesspe, el “paladín de la arqueología peruana”, y supo imponerse
con pasión y razón contra todos los prejuicios sociales, y contra las ideas que atropellaban la natura-
leza y el desarrollo del hombre peruano. Dice Porras: “Cuando todos sostenían con el viejo Uhle que
la cultura era importada y había seguido el camino de la Costa a la Sierra, Tello irrumpió, como en
las sesiones de la Facultad, para sostener y probar que la cultura peruana era autóctona y que siguió
el camino inverso de la floresta a la sierra y de la sierra a la costa. Y puso su vida en demostrarlo”
(Porras 1963: 79).

La ilustración arqueológica en el trabajo de Julio C. Tello


Julio C. Tello es, como hemos tratado de demostrar, el primer arqueólogo peruano y el verdadero
pionero en la construcción de la disciplina arqueológica nacional en todas sus facetas académicas.
Aunque Porras considera a Tello como “[…] el primer arqueólogo científico peruano nutrido de cien-
cia y técnica europea[…]” (Porras 1963: 78), debe estimarse que su base intelectual parte de la escuela
de medicina profesional en la Universidad Mayor de San Marcos, y son los estudios multidisciplina-
rios en el Perú los que le valieron su beca a América y Europa. Aunque no se tienen referencias defini-
das aún acerca de los antecedentes más concretos para el desarrollo de una ilustración arqueológica
de base científica, es probable, como ya hemos mencionado, que Tello haya aprovechado más allá de
su propia creatividad, diversas corrientes ilustrativas del siglo XIX que fuera del Perú reconocieron
América continental (Dumbarton Oaks 2009), Europa y África, donde una tradición antropológica y
arqueológica se venía desarrollando y consolidando a partir de la segunda mitad del siglo XIX.
Considerando que Julio C. Tello tenía una propuesta particular y propia, pero de amplios antece-
dentes académicos, es posible distinguir y examinar algunos aspectos sustanciales de la ilustración
arqueológica en su trabajo; ya sea en el orden de los requerimientos básicos de la profesión, los de
índole ideológica e intelectual, los técnicos y metodológicos, y los coyunturales.

Aspectos del requerimiento profesional de la arqueología en la época de Tello


Ya habíamos dicho que Tello, a partir de 1913, es el primer arqueólogo profesional peruano que fun-
daba su interés sobre el pasado en la resolución de interrogantes concernientes al contexto cultural y
temporal de ese mismo pasado, por lo cual su pesquisa era genuinamente de índole científica. Como
tal, Tello sabía perfectamente que las tareas de investigación arqueológica, que cubren ya sea la ex-
ploración o prospección, la excavación y el registro de campo y de gabinete, requieren un número
de actividades relacionadas y ordenadas que permitan la consecución de datos para la realización
de inferencias sobre el pasado de los yacimientos estudiados. Sobre esta base, el registro de campo,
mediante cuadernos de notas, y el dibujo técnico y artístico constituían los pilares fundamentales de
119
esta recuperación de información arqueológica.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 107-136

A partir del reconocimiento de esta necesidad de recuperar información, Tello promovió el de-
sarrollo de un registro competente a dos niveles paralelos de aprehensión gráfica (usando indistinta-
mente premisas de corte puramente técnico y de valor artístico), que son: a. La ilustración de campo
y b. la ilustración de gabinete. Ambos tipos de ilustración son fundamentales y se desarrollan desde
que se inician los trabajos arqueológicos de cualquier clase. Como se sabe, el registro gráfico o ilustra-
ción técnica es un requerimiento obligatorio del trabajo arqueológico moderno, y esta condición es
claramente perceptible en los registros de Tello.
Una cuestión que debemos incluir aquí concierne a la diferencia entre los valores de la ilustración
ejercidas por Tello, que distingue los aspectos estrictamente técnicos de los artísticos, sin separarlos ne-
cesariamente, lo cual es importante reconocer para estimar mejor la contribución de Tello a este rubro
del quehacer arqueológico. Como es posible asumir, el registro técnico incluye un número de paráme-
tros controlados para la obtención de “datos” de campo o gabinete que puedan ser usados en investiga-
ciones subsecuentes, mientras que la ilustración o registro artístico aporta valores estéticos adicionales
de apreciación subjetiva, cuyo valor representacional supera al estrictamente cuantitativo.
En el campo, el registro técnico se puede advertir desde la planimetría inicial de la zona o el sitio
hasta las cuadriculas o áreas de excavación, ya sea dibujos de planta o cortes longitudinales de los
yacimientos (Fig. 12). Asimismo incluye el dibujo de los niveles de excavación, la ubicación tridimen-
sional de los artefactos, los rasgos hallados (Fig. 13), la estratigrafía (Fig. 14) y los artefactos o con-
textos individuales (Fig. 15). También es fundamental el registro gráfico de la asociación material, los
“contextos” o asociaciones significativas advertidas y cualquier elemento, cuyo valor informativo sea
relevante de registrar. En gabinete el registro técnico incluye el dibujo y descripción de los artefactos
recuperados con todas sus magnitudes, detalles especiales de su composición física e incluso recons-
trucciones hipotéticas de estos mismos materiales para una apreciación integral del objeto (Fig. 16).

Figura 12. Plano del Templo de Punkuri, valle de Nepeña 1933. Tomado de Cuadernos de Inves-
tigación del Archivo Tello No 4. Arqueología del valle de Nepeña. Excavaciones en Cerro
120 Blanco y Punkuri. Universidad Nacional Mayor de San Marcos 2005. Lima.
Gori Echevarría / Julio C. Tello y la ilustración arqueológica peruana

Figura 13. Descubrimiento del monolito grabado “Indio Bravo”, Templo de Cerro Sechín, 1937. To-
mado de Arqueología del valle de Casma. Por Julio C. Tello 1956: Fig. 47. Lima.

Figura 14. Descripción estratigráfica de


una tumba Nasca, dibujo por Toribio Mejía Figura 15. Entierro arqueológico incluyendo parte
Xesspe 1927. Tomado de Cuadernos de In- del ajuar funerario. Pachacamac, Acuarela por Pablo
vestigación del Archivo Tello, Arqueolo- Carrera, Archivo Tello. Tomado de Pachacamac, Ins-
gía de la cuenca del río Grande de Nasca. tituto Nacional de Cultura, 2006: p. 78.
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
2002: p. 256. Lima.
121
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 107-136

La ilustración artística, por otra parte, está asociada frecuentemente a todas las labores anterior-
mente señaladas al punto de incluir con eficiencia algún efecto estético superlativo. Es importante des-
tacar esto, porque la mayoría de los artefactos recuperados durante las excavaciones (para la arqueo-
logía peruana principalmente) muestran un gran peso estético, lo que Julio C. Tello debió advertir para
proponer el tipo de registro que implementó durante la mayoría de sus trabajos de investigación. Es
muy probable, y podemos adelantar esta conclusión aquí, que el condicionamiento natural de los yaci-
mientos y materiales arqueológicos peruanos ha sido uno de los agentes que ha coadyuvado a desarro-
llar, en Julio C. Tello, una ilustración gráfica de alto rango con una predisposición artística a ultranza.
Cualquiera sea el caso, como ya hemos dicho, el valor de la ilustración artística, en arqueología peruana,
implica a la vez un componente informativo y un componente estético relevante. No existen restric-

Figura 16. Reconstrucción gráfica de una chua


estilo Cusco Imperial, acuarela por Pedro Rojas
Figura 17. Sitio arqueológico en Ayacucho. Dibujo a tinta por
Ponce 1940. Archivo Tello, Universidad Nacio-
Pablo Carrera 1944. Archivo Tello, Universidad Nacional Mayor
nal Mayor de San Marcos.
de San Marcos.

122 Figura 18. Fragmento de cornisa reconstruida describiendo figura de cóndor o águila. Tomado de Chavín. Cultura
matriz de la civilización andina, por Julio C. Tello 1960: Fig. 36. Lima.
Gori Echevarría / Julio C. Tello y la ilustración arqueológica peruana

ciones para una ilustración artística y esta puede ir


desde la perspectiva paisajística (con información
geográfica intrínseca) (Fig. 17), los aspectos básicos
de la excavación, hasta el registro de los artefactos
y detalles en el gabinete (Fig. 18), con el valor docu-
mental que estos gráficos aportan.
Hasta el asenso de Tello en la arqueología pe-
ruana la ilustración arqueológica o antropológica
para el Perú era restringida y servía básicamente
como una documentación genérica de materiales
desagregados o como sustentación de la obten-
ción de un dato empírico en el mejor de los casos,
siendo evidente que los materiales registrados no
eran considerados gráficamente objetos artísticos
en sentido estricto, como puede ser visto en el tra-
bajo de Uhle (Fig. 19). Tello cambia notablemente
esta perspectiva ilustrativa al incluir un elevado
parámetro artístico en su registro de campo y
de gabinete e introducirlos en las publicaciones
científicas que estaba proponiendo.
Aunque se puede reconocer que existen re-
querimientos diferentes a la hora de realizar ilus-
traciones para publicaciones, hasta Julio C. Tello Figura 19. Fragmento textil de Pachacamac. Tomado de
estas no incluían criterios de valoración estético- Pachacamac, por Max Uhle 2003[1903]: Fig. 56. Lima.
artística, al menos como parte de una concepción
antropológica o arqueológica en el sentido cien-
tífico que estas implican (hubo grandes artistas viajeros y exploradores durante el siglo XIX) y es
aquí donde la contribución de Tello se hace patente, más aún si consideramos que este intelectual
dotó a su registro de campo de explícitos atributos artísticos. Julio C. Tello tenía conciencia de que la
ilustración para publicaciones, que es la que difunde básicamente, necesitaba ser expuesta de forma
clara y contundente, debiendo contener valores referenciales para la comprensión de los argumentos
que la generan en el texto, lo que se cumplió coherentemente, incrementando además su valía con
propiedades estéticas relevantes.
El requerimiento profesional de la práctica e ilustración arqueológica hasta 1913 fue comprendi-
do, equiparado y sobrepasado por el trabajo de Tello, cuyo peso aumentó conforme se sucedieron los
años. Julio C. Tello trabajó bajo estándares de apreciación técnico-científicas toda su vida, y fueron
estos requerimientos los que motivaron su desarrollo innovador, creativo y por qué no revoluciona-
rio en el campo de la arqueología. Por lo tanto, la fundación y desarrollo de una escuela gráfica debe
considerarse como una lógica consecuencia de su compromiso científico.

Aspectos ideológicos e intelectuales


Sin ninguna duda, Julio C. Tello notó el terrible estado de la cuestión antropológica y arqueológica en
el Perú, más aún a su regreso de América y Europa. Toribio Mejía Xesspe dice al respecto: “El estado de
los conocimientos antropológicos en el Perú hasta 1912 era poco halagador por varias razones, entre
ellas la falta de instituciones debidamente estructuradas y equipadas, la escasez de investigadores
con vocación científica, la ausencia de apoyo oficial para el fomento de las actividades antropológicas
y arqueológicas” (Mejía 1967: IX). Esta situación debió ser un acicate a la labor edificadora que Tello
123
debió emprender, a lo que hay agregar el valor significativo de su propia pertenencia social y cultural.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 107-136

Tello era un hombre andino con todas las características fenotípicas que les son aplicables en térmi-
nos racistas y que son usadas vulgarmente hasta hoy para denostar de la población peruana, es decir:
hombre de baja estatura, prieto, robusto, de nariz aguileña, y rebelde cabellera (“trinchudo”) (Carrión
1948b). Todos estos aspectos y características eran negativas a comienzos del siglo XX, y constituye-
ron una barrera social que Tello debió superar para poder desarrollar su trabajo.
La labor de Julio C. Tello en la arqueología peruana se basó fundamentalmente en una premisa
científica, tal como hemos concluido en el capítulo anterior, pero esta estuvo precedida o incidida
por una premisa ideológica de base nacional. Tello realizó su labor con el fin de reedificar la identidad
nacional, de reconstruir la trayectoria histórica del hombre peruano, y esa labor era tan o más revo-
lucionaria como la de erigir la arqueología peruana; considerando además el status quo de la ciencia
peruana y la postración centenaria del hombre andino. Y su labor fue encomiable: “Basta recordar
–dice Mejía− que con su inteligencia y carácter personal proscribió el mito del complejo de inferiori-
dad que agobiaba al Indio desde los tiempos de la conquista y el coloniaje” (1967: V), y lo hizo usando
la ciencia como su arma.
Julio C. Tello distinguió la necesidad de un trabajo arqueológico que supervalorara los aspectos
más significativos de esta labor, en términos de una propuesta socialmente constructiva y edificado-
ra, de allí su extensivo trabajo por todo el Perú y su interés en la conservación y difusión de los ex-
traordinarios legados culturales nacionales. Tello sabía que la demostración –y quiero enfatizar esto−,
la demostración del avanzado desarrollo cultural de los peruanos, miles de años antes de los Inkas,
tendría repercusiones ideológicas positivas en la autoestima nacional, especialmente para combatir
los viejos y anacrónicos argumentos contra el hombre andino; como por ejemplo que el atraso del
Perú se debía a los indígenas o campesinos (como él mismo), o que la vinculación del hombre andino
con el pasado monumental no existía por la importación cultural centroamericana, idea cuyo adalid
y defensor máximo era el alemán Max Uhle.
Tello debió considerar estos aspectos racionalmente a la hora de proponer su tarea académica
y el desarrollo de su producción intelectual, de allí la consideración de una ilustración arqueológica
que trasluce su propuesta, y cuyo valor técnico-artístico es evidente a todos los niveles del registro
y documentación arqueológica, hasta la publicación de sus reportes y estudios finales. Esta es la base
sustantiva que diferencia la ilustración de Tello de todos los tipos de ilustración antropológica o ar-
queológica precedentes y contemporáneas a él en América, que se caracterizan generalmente por la
gráfica plana, cuya premisa intelectual no incluye fundamentalmente un sesgo social edificatorio. La
premisa ideológica de reivindicación social, claramente expuesta por la cita de Toribio Mejía Xesspe,
se expresa, en parte naturalmente, en la gráfica e ilustración que Tello implementó en sus labores, y
esa es una particularidad propia que distingue su obra hasta el día de hoy.

Aspectos técnicos y metodológicos


El trabajo ilustrativo de Julio C. Tello, que evidentemente llevó a cabo mediante un equipo de dibujan-
tes que él formó, y que tiene el sesgo ideológico que él concibió, presenta una calidad de factura que
puede caracterizarse de la siguiente manera:
Ilustración de campo.- Dibujo a colores y a blanco y negro (tinta), dibujo de contextos, asociaciones,
paisajes, cortes, plantas, esquemas y artefactos (Figs. 20, 21 y 22). Uso de cuaderno de campo o láminas
especiales como soporte. Uso de lápices de colores o acuarelas (Fig. 23). Dibujo preferentemente infor-
mativo (técnico), pero sin descuidar el valor artístico cuando es posible, uso de claves referenciales,
guías escritas y señales. Dibujo de paisajes en diferentes técnicas pictóricas, panoramas, y detalles.
Ilustración de gabinete.- Dibujo a colores y a blanco y negro, alta calidad de representación y alta
prioridad artística. Dibujo de detalles sobresalientes, y estudio y desarrollo de expresiones figuradas,
124
series y secuencias gráficas. Dibujo de paisajes a tinta, escenas representativas, reconstrucciones de
Gori Echevarría / Julio C. Tello y la ilustración arqueológica peruana

Figura 20. Mausoleo de Wakaurara, dibujo a tinta por Hernán Ponce Sánchez 1942.
Archivo Tello, Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

Figura 21. Dibujo panorámico de reservorio No 2 del Templo de la Luna de Pachacamac, dibujo
a tinta y lápiz por Luis Ccosi Salas 1940. Tomado de Cuadernos de Investigación del Archivo
Tello No 6, Arqueología de Pachacamac: Excavaciones en el templo de la Luna y cuarteles, 125
1940-1941. Universidad Nacional Mayor de San Marcos 2009: Fig. 162. Lima.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 107-136

Figura 22. Corte NO del montículo A, Huaca Malena, registro por Mejía Xesspe y Pedro Ulloa 1925.
Tomado de Cuadernos de Investigación del Archivo Tello No 2. Arqueología del valle de Asia:
Huaca Malena. Universidad Nacional Mayor de San Marcos 2000: Lámina 1. Lima.

Figura 23. Cantaros de un cementerio en Atocongo. Acuarela por Pablo Carrera


1942. Archivo Tello, Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
escenarios o sitios; uso de acuarela de alto nivel. Perspectiva monumental, todas las ilustraciones
relevantes deben ir en escalas adecuadas para una observación meticulosa.
Tello dispuso como hemos apuntado, de un equipo de dibujantes sobresaliente, entre ellos, dos
eximios acuarelistas como eran Pedro Rojas Ponce y Hernán Ponce Sánchez, además de maquetistas
como Luis Cossi Salas, y otros artistas con grandes cualidades (Ccosi 1948). Estos artistas se valieron
de diferentes técnicas artísticas, como el uso del dibujo a carboncillo (Fig. 24), a tinta (Fig. 25), me-
diante lápices de colores, la pintura de acuarela (Figs. 26, 27 y 28), y la fotografía profesional si vale
incluirla aquí. Además hicieron representaciones a escala de templos y edificios arqueológicos, como
126 los de Cerro Blanco (Fig. 29), Wiñay Waina o Tambo Colorado, moldes y vaciado de esculturas, entre
otras reproducciones figurativas planas y en bulto.
Gori Echevarría / Julio C. Tello y la ilustración arqueológica peruana

Figura 24. Calco de fragmento de mortero proveniente de Punkuri, hecho a carboncillo en 1933. Tomado de Cua-
dernos de Investigación del Archivo Tello No 4. Arqueología del valle de Nepeña, Excavaciones en Cerro
Blanco y Punkuri. Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima.

Figura 25. La edad de los Auca Runas, naciones gue- Figura 26. Cántaro ceremonial Nasca.
rreras. Dibujo a tinta por Hernán Ponce Sánchez 1939. Acuarela por Hernán Ponce Sánchez. To-
Tomado de Las primeras edades del Perú, por Julio mado de Paracas. Primera parte, por
C. Tello 1939. Lima. 127
Julio C. Tello 2005[1959]. Lima.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 107-136

Figura 27. Pututo o Wailla kepa decorado con fi- Figura 28. El “Indio Bravo” monolito principal de
guras del arte Chavín. Acuarela por Pedro Rojas Sechín bajo, sitio descubierto por Julio C. Tello en
Ponce. Tomado de El Strombus en el arte Cha- 1937, acuarela por Pedro Rojas Ponce, Archivo Tello,
vín, por Julio C. Tello 1937. Lima. Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

Figura 29. Reconstrucción del Templo de Cerro Blanco descubierto en el valle de Nepeña por Julio C. Tello en 1933,
128 patio del Museo Nacional de Antropología y Arqueología, Pueblo Libre. Obra de Luis Ccosi Salas. Tomado de la Re-
vista del Museo Nacional de Antropología y Arqueología Vol 2, No 1: p. 1, 1947. Lima.
Gori Echevarría / Julio C. Tello y la ilustración arqueológica peruana

Las ilustraciones logradas mediante estas técnicas alcanzaron una altísima calidad y hay que
mencionar los gráficos de Chavín incluidos por ejemplo en Antiguo Perú. Primera época” (1929) Origen
y desarrollo de las civilizaciones prehistóricas andinas (1942) o Chavín. Cultura matriz de la civilización an-
dina” (1960) que se caracterizan por el uso del dibujo a tinta, la perspectiva y la monumentalidad
representativa (Figs. 30, 31 y 32). Las escalas referenciales de las imágenes son manejadas en grandes
proporciones, evidentemente para supervalorar el aspecto artístico representativo del arte Chavín,
que se proponía el arte más antiguo y complejo del Perú en ese tiempo. Otro ejemplo sobresaliente lo
constituyen las ilustraciones del libro Paracas. Primera parte” de 1959, donde se combinaron diferentes
técnicas pictóricas, predominando la acuarela para la descripción gráfica de los fardos funerarios
(Figs. 33, 34 y 35) y de toda la gama de objetos arqueológicos hallados por las investigaciones. Las
acuarelas de los fardos funerarios de Paracas pueden ser consideradas las obras maestras de la ilus-
tración gráfica peruana, y fueron hechas por Pedro Rojas Ponce y Hernán Ponce Sánchez in situ y en
los gabinetes del Museo de Arqueología Peruana.
Debemos recalcar, en pos de un balance, que la ilustración ejercida por Julio C. Tello durante sus
trabajos exploratorios y arqueológicos constituye, hasta la fecha, una de las muestras más avanzadas de
la investigación arqueológica americana, la que, paralelamente al desarrollo teórico metodológico de
Tello, puso a la arqueología peruana a la vanguardia de la arqueología profesional en el mundo entero.
Este gran avance se produjo en un solo cambio generacional a partir de Uhle, y fue llevado a cabo por un
solo hombre en su ardua tarea de edificación científica y social. El registro gráfico e ilustrativo publicado
por Tello confirma sobremanera esta apreciación, destacando su perspectiva sistemática, no anecdóti-
ca, y su proyección de valor científico y artístico que la hacen vigente hasta el día de hoy.

Figura 30. Vasija de piedra con la imagen del Ídolo-Jaguar o Wiracocha. Tomado de
Antiguo Perú, Primera época, por Julio C. Tello 1929: Fig. 27. Lima.

Figura 31. Reconstrucción


del relieve del Obelisco Te-
llo representando al “Dra-
gón”, divinidad suprema.
Tomado de Origen y desa-
rrollo de las civilizacio-
nes prehistóricas andi-
nas, por Julio C. Tello 1942:
Lámina X. Lima.
129
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 107-136

Figura 32. Cabeza clava escultórica del Templo Figura 33. Fardo funerario No 451 descubierto intacto, Ne-
de Chavín. Tomado de la tapa del libro Chavín. cropolis de Wari Kayan o Cerro Colorado, Paracas. Acuarela
Cultura matriz de la civilización andina, por de Hernán Ponce Sánchez 1928. Tomado de Paracas. Prime-
Julio C. Tello 1960. Lima. ra parte, por Julio C. Tello 1959: Lámina XI. Lima.

Figura 34. Fardo funerario No 451 en proceso de desenfar- Figura 35. Fardo funerario No 451 en proceso de
delamiento. Acuarela de Pedro Rojas Ponce. Tomado de desenfardelamiento. Acuarela de Pedro Rojas Pon-
Paracas. Primera parte, por Julio C. Tello 1959: Lámina ce. Tomado de Paracas. Primera parte, por Julio C.
XIII. Lima. Tello 1959. Lámina XVII. Lima.

Aspectos coyunturales
Julio C. Tello tuvo que luchar mucho para poder crear el medio ambiente intelectual que le fuera
propicio para su labor arqueológica. Desde 1913 en que regresó al Perú de su estadía en América y
Europa, se dedicó en parte a formar una escuela, incorporando personal constantemente mediante
130 la evaluación de sus aptitudes, cualidades personales, profesionales y artísticas. Pero antes de in-
corporar personal, Tello tuvo que crear los museos y las instituciones que soportaran sus empresas
Gori Echevarría / Julio C. Tello y la ilustración arqueológica peruana

científicas, ya sea en el Perú o en el extranjero, sea en San Marcos con el Museo de Arqueología o en
New York con el Institute of Andean Research que fundara en 1936. Porras bien dice: “Una de las más
extraordinarias facultades de Tello fue su poder de creación y de organización. Fue, como lo ha dicho
Kroeber, un dínamo humano, que ponía en movimiento muchas fuerzas estacionadas e inertes. Esta
facultad insólita de realizar sus ideas, de poner en acción sus proyectos, la demostró innumerables
veces, sacando de la nada instituciones y organismos florecientes a los que él les prestaba ánimo y
vida” (Porras 1963: 82).
Un aspecto fundamental del aporte institucional fue el soporte que recibió de las universidades don-
de realizó sus estudios académicos, de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y de la Universidad
de Harvard. Es legendario el cariño de Tello a la Universidad de San Marcos a la que legó todo su fondo
documental acumulado a lo largo de su vida, Manuel Chávez Ballón apunta: “El extraordinario interés
y labor de Julio C. Tello por la Universidad de San Marcos, se justifica en parte por el hecho de ser dicha
universidad, la que alentó sus más caros anhelos y propició la mayoría de sus trabajos de investigación,
exploración y reconocimiento arqueológicos, y por otra, por el apasionado nacionalismo que guió toda
su vida” (Chávez Ballón 1951: 174). El mismo Tello apunta testamentariamente: “Por mi parte, además
del apoyo del estado y de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, conté con el concurso generoso
de varias instituciones y personas individuales, particularmente de la Universidad de Harvard, que me
acogió en sus aulas y me estimuló en mis trabajos[…]” (Tello 1983: 139).
Habiendo creado las instituciones necesarias, dotándolas adicionalmente de gabinetes, talleres,
herramientas de trabajo, etc., Tello incorporó progresivamente a sus colaboradores, con los que llevó
a cabo sus trabajos en todo el Perú, y esta fue una de las claves de su éxito. Tello era muy exigente
como lo atestiguan sus mismos colaboradores (Ponce Sánchez 1957, Mejía 1977, Weiss 1977; Manuel
Chávez Ballón, conversación personal 1993), pero era también muy paternal y comprensivo, amigo
inestimable y gran consejero; sus colaboradores le idolatraron en el servicio, y después de la muerte
mantuvieron su memoria y su prestigio a niveles de fidelidad absoluta. Esta fue la coyuntura laboral
del maestro Tello, entre sus alumnos y colaboradores provenientes de todo el Perú.

La ilustración arqueológica post Julio C. Tello
Como se ha podido ver, la ilustración arqueológica de Julio C. Tello alcanzó su máximo pico hasta
la década de 1950, y su logros son prácticamente irrepetibles en la actualidad; lo que se debe fun-
damentalmente a la falta de coyuntura para una labor gráfica que lleve a artistas y colaboradores a
desarrollar el tipo de ilustración que caracterizó el trabajo de Tello. Esto es interesante de considerar,
porque no existe ningún paralelo formal entre el trabajo de Tello y la ilustración arqueológica que
se practicó en el Perú por otros intelectuales antes en la primera década del siglo XX y durante la
regencia de Tello en la arqueología nacional hasta su muerte en 1947. Una lista concisa podría incluir
a Max Uhle, Arthur Baessler, José Toribio Polo, Reginal Enok, Erland Nordenskiold, Paul Berthon,
Eric Boman, Marshall H. Saville, Eduard Seler, Manuel Gonzales de la Rosa, Alex Hrdlicka, Arthur
Posnansky, Hiram Bingham, Jules Nestler, Leland Locke, hasta 1915 (Mejía 1967: XII y XIV); y después
a los miembros de la escuela norteamericana, conformada principalmente por Wendell C. Bennett,
Samuel K. Lothrop, Junius Bird, Gordon R. Willey, Theodore Mc Cown, John H. Rowe, Lila M. O’Neale,
William Duncan Strong, George Kubler, Donald Collier, James Ford, John M. Corbett, Alfred Kidder
II y Harry Tschopik (Porras 1963: 89). Algunos de estos investigadores trabajaron con Tello en algún
momento de su estadía en Perú, como Alex Hrdlicka en 1913; A. L. Kroeber en 1925; Samuel K. Lothrop,
el mismo año de 1925; y Donald Collier en 1937.
Debemos mencionar independiente a Luis Langlois, Henri y Paule Reichlen, Paul Rivet, Jehan
A. Vellard, Robert Lehmann, Walter Lehmann, Heinrich Ubbelohde Doering, Juan Larrea, Manuel
Ballesteros, Luis Pericot, Paul Fejos, Larco Hoyle, Luis E. Valcárcel, Jorge C. Muelle y Pedro E. Villar
131
Córdova.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 107-136

Hay que apuntar que hasta la primera década del siglo XX los autores citados siguieron, en ge-
neral, los mismos modelos de trabajo individualista del siglo XIX, con los mismos parámetros ilus-
trativos, ahora claramente más sistematizados. Por otro lado, a partir de la presencia de la “escuela
norteamericana” no se percibe que se hayan mejorado los esquemas ilustrativos, habiéndose más
bien refinado los registros hacia procedimientos más esquemáticos de valor informativo (data pura)
y de menos referencia artística, siendo esta última virtualmente eliminada de la ilustración arqueo-
lógica por la fotografía profesional controlada. Por supuesto, guardamos nuestras reservas sobre el
avance y producción gráfica, pudiéndose encontrar buenos trabajos no reseñados aquí; es sintomáti-
co no obstante que no se conozcan grandes obras de ilustración arqueológica que puedan competir o
ensombrecer los avances de Julio C. Tello en la materia. El legado ilustrativo de Tello ha permanecido
incólume y los nuevos avances tecnológicos y figurativos no han hecho más que ponderar y resaltar
el valor de la ilustración ejercida por este científico peruano.

Conclusiones
Hoy, a la luz de las nuevas evaluaciones del trabajo de Julio C. Tello acicateadas por la publicación de
parte de su acervo científico inédito, es posible descubrir aspectos desconocidos o poco explorados
de su impresionante y monumental contribución académica y científica. Uno de estos aspectos es el
desarrollo de una ilustración arqueológica de alto rango profesional y de un valor artístico implícito
sobresaliente. Solamente la propuesta integral del desarrollo de una ilustración de este tipo en la
arqueología peruana, que él estaba creando desde la segunda década del siglo XX, constituye uno de
los aportes más relevantes de su trayectoria profesional, siendo un ejemplo concreto de innovación
científica y académica a favor del Perú.
Julio C. Tello no puede verse como un académico formal, simple; las contribuciones de Tello en
todos los niveles de la arqueología científica son profundamente innovadoras y compete entenderlas
dentro de los parámetros de la creación científica. Tello no sólo “descubrió” monumentos arqueológi-
cos extraordinarios, descubrió fórmulas intelectuales de entender y articular estos hallazgos, descubrió
maneras de hacer elocuente el valor cultural y artístico de estos yacimientos, y descubrió maneras de
hacer llegar estos conocimientos a la población peruana. Julio C. Tello era ante todo un innovador cien-
tífico, un intelectual proactivo, cuya creatividad y avidez de conocimientos lo llevaron a desentrañar los
secretos del pasado nacional de una manera inaudita para su tiempo. A. L. Kroeber, el más renombrado
antropólogo americano de su tiempo, decía de Tello: “Julio Tello, indio de raigambre y dínamo humano,
fundador de tres importantes museos y descubridor de cultura tras cultura. Él sabe tanto de arqueología
peruana como el resto de nosotros juntos” (Kroeber 1944: 5-6, traducción mía).
Las aportaciones de Tello, por lo tanto, no pueden explicarse con fórmulas nimias como la “in-
tuición” social o científica, que son siempre tan usadas para referirse a su triunfos académicos, espe-
cialmente en el descubrimiento secuencial de extraordinarios yacimientos arqueológicos; “los que
hablan de intuición simplemente no han leído a Tello” (Daniel Morales Chocano, comunicación per-
sonal 2010). Tello, como nadie, había racionalizado su propio fondo cultural nativo a favor de una
comprensión cabal del mundo del hombre andino, del pasado y del presente, y se nutrió de todas las
tradiciones culturales andinas y amazónicas estudiando sus lenguas, sus costumbres, sus ritos y sus
mitos; y se hizo acompañar por gente como él, de todos los rincones del país, de quienes aprendió a
ver las montañas como él, a hurgar el mundo con la visión inmemorial del hombre andino. Por eso, su
gran triunfo, de allí su compromiso. Cuando Tello fue a América y Europa, fue a hacer valer su misión
de reedificación histórica; Tello no se convirtió en americano o en europeo, y volvió directamente a
la prosecución de un objetivo claro y específico, la reedificación nacional de nuestra historia, la resti-
tución de nuestra milenaria memoria colectiva, la reivindicación de nuestra autoestima.
Sin duda estamos ante la evidencia de un trabajo de vida dedicado casi exclusivamente a la res-
132
tauración de nuestra trayectoria histórica. Su profundo compromiso con el Perú, con sus institucio-
Gori Echevarría / Julio C. Tello y la ilustración arqueológica peruana

nes tutelares como la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y por sobre todo con el hombre
andino, son en el balance aspectos tan cruciales de su estima objetiva, como lo son los hechos concre-
tos de su actuación académica y científica, y esa es una conclusión de este trabajo. Las motivaciones
intelectuales y científicas de Tello, que son sorprendentemente elocuentes en sus hechos puntuales,
se funden con las motivaciones ideológicas y morales que guiaron su carrera y su trabajo de la manera
en que esta se dio. Una vida al servicio del país es un indicativo inequívoco de una orientación moral
sólida y definida.
Dentro de estos valores, profundamente arraigados en la ciencia y la moral, se presentan sus
trabajos arqueológicos y las ilustraciones que han sido materia de este ensayo. Quizá pueda pro-
ponerse que el aspecto técnico de las ilustraciones puede ser relacionado en primer lugar a las
motivaciones científicas, mientras que el aspecto artístico puede ser relacionado a las motivaciones
ideológicas. No obstante, existe una correlación indivisible, y es seguro proponer que lo técnico y
artístico estuvieron presentes no como parte de aspectos separados, sino integrales en una visión
única, quizá en referencia a la percepción de un acceso al conocimiento científico a través de las
obras de arte antiguo, o del arte antiguo a través del material científico antropológico. Tello tenía
una objetiva visión de la perspectiva científica, él decía: “la investigación científica no pertenece al
dominio de las ciencias ocultas; no es privilegio de las inteligencias superiores o geniales; no exige
necesariamente ingentes sumas de dinero, como se cree a menudo; ella es función casi siempre, de
las inteligencias comunes, pero bien equilibradas, y de los caracteres enérgicos que, en cualquier
momento, pueden adaptarse a las circunstancias del medio en que actúan; vencer los obstáculos,
las resistencias y prejuicios y avanzar resueltamente hacia adelante, hasta lograr el éxito de sus
aspiraciones” (Tello 1922).
De cualquier forma, la ilustración arqueológica en Julio C. Tello constituye un ejemplo sobre-
saliente de un trabajo creativo, resultado de un proceso científico sistemático, que fue destinado a
graficar de la mejor forma posible los valiosos yacimientos arqueológicos, artefactos y rasgos cul-
turales del pasado nacional. En esta labor, Julio C. Tello desarrolló una de las escuelas artísticas más
importantes de la historia académica del país, y en extenso de la arqueología americana, cuya valo-
ración integral y papel en la historia de la arqueología y la historia del arte peruano aún esperan ser
completamente desentrañados.

Agradecimientos
El autor desea expresar su gratitud a los arqueólogos e intelectuales Daniel Morales Chocano, Pedro
Vargas Nalvarte y Jorge Yzaga por revisar el manuscrito y hacer algunas observaciones al mismo.
Igualmente agradece a los dos revisores anónimos de la revista por sus valiosas sugerencias para
mejorar el artículo. Todos los errores y omisiones son del autor.

Bibliografía
Angrad, Leonce
1972 La imagen del Perú en el siglo XIX. Lima: Editor Carlos Milla Batres.
Altamirano, Alfredo
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Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 137-160
ISSN: 0254-8062

Recibido: marzo de 2012


Aceptado: agosto de 2012

ESTADIOS DEL ISÓTOPO DE CARBONO: UN MODELO


CRONOLÓGICO BASADO EN LAS VARIACIONES
SECUlareS DEL CARBONO-14 ATMOSFÉRICO
Luis Salcedo Camachoi
Pontificia Universidad Católica del Perú
lsalcedo@pucp.edu.pe

Resumen
El presente artículo busca explicar los Estadios del Isótopo de Carbono o CIS (Salcedo 2011) a partir de las
variaciones seculares del Carbono–14 atmosférico. Tal propuesta se basa en un fenómeno advertido por el
autor en 1997, al calibrar series de fechados que resultaban en conglomerados generados por la ‘topogra-
fía’ de las curvas de calibración radiocarbónica. Los estadios temporales resultantes concuerdan con las
variaciones cíclicas de mediano plazo en la actividad solar, registradas por diversas disciplinas científicas a
mediados del siglo XX (De Vries 1958; Dewey 1960; Link 1955; Schove 1955; Suess 1961), donde los grandes
mínimos solares marcan el final de cada estadío. Esta aproximación alternativa a la cronología es aplicable
a la Arqueología así como otras disciplinas del Cuaternario, permitiendo contrastar la contemporaneidad
regional e interregional en un contexto natural, en lugar de cultural, liberando al arqueólogo de las parti-
cularidades cronológicas de las tradicionales secuencias culturales locales.
Palabras clave: Radiocarbono, Calibración radiocarbónica, Estadios del Isótopo de Carbono.

Abstract
The present article explains the Carbon Isotope Stages or CIS (Salcedo 2011) starting from the secular va-
riations in the atmospheric Carbon–14. Such proposal is based on a phenomenon noticed by the author
in 1997; during the calibration of a series of dates resulting in clusters generated by the ‘topography’ of
the Radiocarbon calibration curves. The resulting temporal stages are in concordance with medium-term
cyclic variations in the solar activity, recorded by different scientific disciplines in mid-XXth century (De
Vries 1958; Dewey 1960; Link 1955; Schove 1955; Suess 1961), where the Grand Solar Minima mark the
end of each stage. This alternative approach to chronology can be applied to Archaeology as well other
Quaternary disciplines, allowing to contrast regional and interregional contemporaneity in a natural con-
text, instead of cultural, liberating archaeologist from the chronological particularities of the classic local
cultural sequences
Keywords: Radiocarbon, Radiocarbon calibration, Carbon Isotope Stages.
i Doctor en arqueología por la Universidad de Varsovia, Polonia; licenciado y bachiller en arqueología por
la Pontificia Universidad Católica del Perú. Profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Jefe de 137
Proyectos Arqueológicos en Ecología y Tecnología Ambiental S.A. (Grupo Graña y Montero).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 137-160

«La armonía invisible


es más fuerte que la visible.»
(Heráclito de Efeso [n.535–m.482 BC]: Fragmento 54 [Trad. de Mónica Cavallé]).
«Podemos ver hacia delante en el estudio de las variaciones del clima y el Sol como una interacción fructífera
entre arqueólogos y geofísicos, como aquella que se dio durante el desarrollo de la datación por 14C.»
(S. Keith Runcorn 1990: 686 [La traducción es mía]).

Introducción
Durante más de siglo y medio, la determinación de la antigüedad de los contextos y artefactos des-
enterrados por los arqueólogos han sido materia de arduas y cuasi interminables discusiones. Tras
superar la etapa de la datación por métodos relativos –aquellos aplicables a un sitios o contextos
particulares–, gracias al aporte de las ciencias naturales, se llegó al desarrollo de diversos métodos de
datación absoluta, siendo uno de los primeros y más usado aquel del radiocarbono (14C), desarrollado
por Libby y sus colegas de la Universidad de California en Berkeley, EUA, entre 1935 y 1949. Dicho
método provee una escala de tiempo absoluto independiente para correlacionar eventos a una escala
global (Vogel 2002: 159), llegando hasta los 60000 años (Blackwell & Buck 2003: 3), revolucionando así
los estudios prehistóricos cuaternarios en diversos campos del conocimiento humano (Anderson et
al. 1947: 576; De Vries 1959: 169; Libby 1960: 609; ver también Berger 1983; Blackwell & Buck 2003: 1;
Damon, Lerman & Long 1978: 473; Renfrew 1990: 260; Taylor 1985: 309).
Desde mediados del siglo XX, el método de datación por radiocarbono ha sido la herramienta
fundamental de los arqueólogos a nivel mundial para el establecimiento de diversas cronologías. Sin
embargo, apenas una década después de inventarse este método de datación se descubrieron las pri-
meras incongruencias con el registro dendrocronológico (Broecker, Olson & Bird 1959; Damon & Long
1962; De Vries 1958, 1959; Münnich 1957; Ralph 1959; Ralph & Stuckenrath 1960; Suess 1961), lo que
ocasionó que poco después se publicaran las primeras curvas de calibración (Crowe 1958: 470 y Figura
1; Suess 1965: Tablas 2 y 3, Figura 4). A pesar de ello, muchos investigadores aún son reticentes a em-
plear la calibración radiocarbónica, y pocos han caído en la cuenta de cuán ilusorias pueden ser sus
cronologías al haber sido éstas construidas a partir de fechas no calibradas (Salcedo 2006; Watkins
1975 [citado en Damon, Leman & Long 1978: 475]).
El objetivo del presente artículo es explicar los Estadios del Isótopo de Carbono a partir de las va-
riaciones seculares del Carbono–14 atmosférico. Sin embargo, por razones de espacio, prescindiremos
del recuento de las nociones básicas y la problemática del método de datación absoluta por radio-
carbono, así como de la calibración radiocarbónica, pues tales temas ya han sido tratados en el libro
Tempus Solaris (Salcedo 2011). Alternativamente, el lector puede consultar los artículos de Velarde
(1998) y León (2006), publicados previamente en esta misma revista, o bien los trabajos publicados en
el extranjero, como los de Bowman (1990), Ziółkowski et al. (1994) y Bronk-Ramsey et al. (2006), por
citar algunos.

Mito de la corrección de los fechados radiocarbónicos


Desde mediados del siglo XX, la mayoría de arqueólogos y otros científicos sociales, desconocedo-
res de los detalles técnicos del método inventado por Libby en 1947 (Anderson et al. 1947; Arnold
& Anderson 1957; Arnold & Libby 1949; Libby 1946, 1960, 1963, 1967, 1973, 1980; Libby, Anderson
& Arnold 1949), pensaban que las fechas radiocarbónicas podían transformarse directamente en
fechas calendáricas mediante un simple procedimiento denominado corrección, que consistía en
sustraer el valor de 1950 a la media aritmética del fechado proporcionado por el laboratorio. Este
138
rudimentario procedimiento refleja crudamente cuán burdos e incorrectos eran los conocimien-
Luis Salcedo / Estadios del isótopo de carbono

tos del grueso de la comunidad científica social acerca del método de Libby, más aún, tomando en
cuenta que la totalidad de fuentes de variabilidad y error en los fechados de 14C fueron descubiertas
entre 1953 y 1959, mientras que la primera propuesta de curva de calibración fue publicada a fines
de la década de 1950 (Crowe 1958). Este desconocimiento, e incluso entendimiento erróneo, del
método de Libby ha creado gran confusión en la comunidad científica social, generando un sinnú-
mero de discusiones bizantinas acerca de cronologías basadas en las correcciones, las que además se
hacían obviando el error estándar de las muestras, con lo que las simples correcciones se convertían
en gruesas incorrecciones.

Variación del 14C atmosférico


Luego de ostentar el título de invicto por seis años, el método desarrollado por Libby comenzó a
exponer sus fuentes de inexactitud. Entre 1953 y 1958, se descubrió seis efectos que ocasionaban
discrepancias entre las fechas radiocarbónicas y las fechas calendáricas esperadas (ver Salcedo 2011:
100-102). Aunque no siempre es reconocido, fue en realidad Karl O. Münnich quien descubrió las
variaciones seculares en el 14C, aunque no lo expresó de manera tajante (Münnich 1957: 195; Willis,
Tauber & Munich 1960: 3). Münnich (1957: 195 y Tabla 1) analizó varias muestras de madera de roble
y abeto de los siglos XIV–XIX AD, encontrando variaciones de hasta 1,81% en la actividad del 14C, lo
que no es nada despreciable dado que una variación de ±1% implica una diferencia de ±80 años. Sin
embargo, Münnich (1957: 195) dijo explícitamente que no intentaba dar una explicación al fenómeno
en ese momento.
Entre 1957 y 1959, varios laboratorios alrededor del mundo comenzaron a notar también las dis-
crepancias, entendiendo que una o más de las premisas del método de Libby estaban erradas y nece-
sitaban algún tipo de corrección (ver citas en Willis, Tauber & Munich 1960: 4). No obstante, en ese
momento, para Münnich ya no le quedaba duda que las variaciones existían, tal como fue expresado
en un gráfico (Willis, Tauber & Munich 1960: Figura 1). Lamentablemente, ya era tarde para este
científico alemán, pues el crédito del descubrimiento de las variaciones en la actividad del 14C había
sido concedido a un colega holandés, que notó lo mismo que Münnich al año siguiente, pero que si se
animó a darle una explicación.
En 1958, Hessel De Vries, a partir de sus estudios con muestras de los siglos XVI–XIX AD, descubrió
“[…] que la concentración de Radiocarbono en la atmósfera ha fluctuado considerablemente.”, pero
dejó bien en claro que el Efecto Industrial (ver Salcedo 2011: 100-101) no podía explicar las variaciones
anteriores al año 1850 AD, dado que las emisiones (de 12CO2) por la quema de combustibles fósiles
fueron escasas antes de esa fecha (De Vries 1958: 96). Empleando una analogía de circuito eléctrico,
De Vries (1958: 98) explicó que un cambio de 1% en el indicador de producción del 14C en la atmósfera
produciría una variación de 1% en la concentración del 14C, pero esto no se lograría inmediatamente,
sino luego del tiempo necesario para que los reservorios alcancen un nuevo estado de equilibrio. De
ese modo, se tiene que el aumento de un 1% en la producción del 14C produciría un incremento de solo
0,086% en la concentración del 14C luego de 20 años (si es que dicho aumento en la producción es sos-
tenido); por ende, el incremento del 2% observado en la concentración del 14C implicaría un aumento
súbito en la producción del 14C de casi 25% (siendo exactos: 2% ÷ 0,086 = 23,26%), algo que es imposible
de aceptar dado lo que se conoce acerca de la constancia del flujo de rayos cósmicos, y dado que se
sabe que el campo magnético terrestre varía a muy largo plazo (De Vries 1958: 99; Houtermans: 1966:
6, 10, 12; ver también Salcedo 2011: 47-48, 83-87, 126-129).
En un primer momento, De Vries (1958: 99) pensó que la explicación a las rápidas fluctuaciones
en el 14C se debían a una razón geoquímica, vale decir, a una alteración en el sistema de intercambio
entre los distintos reservorios de carbono, sobre todo entre los reservorios de la capa mezclada del
océano y el océano profundo (ver Salcedo 2011: 96-98). Siguiendo los planteamientos de Broecker 139
sobre la Circulación Termohalina, De Vries (1958: 100) explicó que un descenso en la temperatura media
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 137-160

anual provocaría una alteración del proceso de recirculación vertical en los océanos (normalmente,
el agua superficial cálida es reemplazada por agua profunda fría, pero en esta situación el agua su-
perficial enfriada ya no sería reemplazada por el agua profunda, más “vieja” y con menos 14C); de este
modo, el nivel de actividad del 14C atmosférico aumentaría debido a que el 12C del agua profunda ya
no participaría, temporalmente, del intercambio con la atmósfera. Esto llevó a De Vries (1958: 101) a
decir que:

“[…] puede ocurrir que tres o incluso cinco o más muestras de diferente edad tengan al presente la
misma actividad; esto podría significar que las mediciones radiocarbónicas no darán un edad bien defi-
nida”. (La traducción es mía).

Un año más tarde, poco antes de su temprana muerte, De Vries (1959: 187-188) esbozó el impacto
de las futuras curvas de calibración en las fechas calendáricas, anotando que:

“Partiendo de la actividad en el presente de una muestra desconocida, su actividad en el pasado puede ser
representada por una curva que se eleva exponencialmente (1 por ciento cada 80 años, doblando su altura
en una vida media). El punto de intersección con la línea horizontal que representa la actividad inicial
(constante) da la edad de la muestra. Sin embargo, si la actividad inicial no es constante, [siendo] represen-
tada por una línea ‘ondulante’ cuando es trazada respecto al tiempo, la curva exponencial puede cortarla
en uno, tres, o cinco puntos (etc.), dando cada uno una edad compatible con el resultado de la medición del
Radiocarbono.” (La traducción es mía).

Las variaciones del 14C atmosférico fueron corroboradas por trabajos posteriores (p.e. Stuiver
1961, 1970; Stuiver & Suess 1966; Suess 1961, 1965, 1978, 1980; ver también Neftel, Oeschger & Suess
1981), llegándose a la conclusión de que era necesario calibrar los resultados (Damon, Lerman & Long
1978: 474; ver también Blackwell & Buck 2003: 3).
El químico y físico nuclear austriaco Hans E. Suess fue el primero en tomar en serio el fenómeno
descubierto por De Vries (1958, 1959). En 1960, en una conferencia informal realizada en Highland Park,
Illinois, EUA, Suess (1961: 90) indicó acerca de la datación por radiocarbono:

“El método de está basado en las siguientes premisas: (1) constancia del flujo de rayos cósmicos; (2) cons-
tancia de los varios reservorios de intercambio de Carbono. Se ha encontrado empíricamente que esos su-
puestos eran correctos dentro de ciertos límites de error de las mediciones, pero refinamientos en la técnica
de determinación del 14C ahora han mostrado la existencia de desviaciones que demuestran que uno o
ambos supuestos [mencionados] arriba no son precisamente correctos.” (La traducción es mía).

Sin embargo, Suess (1961: 91) recalcó que:

“[...] en este momento, no puede darse una explicación concluyente para la causa de las fluctuaciones
temporales del 14C.” (La traducción es mía).

Después, Suess comentó acerca de lo hallado en 1961 (Suess 1965: 5938):

“Los resultados mostraron concluyentemente que las variaciones del tipo observado por investigadores
previos existían. La naturaleza de la dependencia temporal de la actividad del 14C atmosférico revelada
por esas mediciones fueron bastante inesperadas: parecía que los máximos que ocurrieron unos pocos
siglos atrás fueron precedidos por un amplio mínimo en la actividad del 14C durante el cuarto o quinto
140 siglo A.D. Previo a esa época, la actividad mostraba una tendencia decreciente por al menos 3000 años
[…]” (La traducción es mía).
Luis Salcedo / Estadios del isótopo de carbono

En 1959, Suess solo contaba con alrededor de treinta fechados; eso le bastó para darse cuenta de
que las variaciones de mediano plazo (o wiggles como él las llamaba) de verdad existían, confirmando
y superando las observaciones anteriores (Münnich 1957; De Vries 1958). Entre 1963 y 1964, Suess
consiguió 130 muestras adicionales (Suess 1965: 5938), lo que le permitió elaborar su primera curva de
calibración, publicada al año siguiente (Suess 1965: Figura 4)1. Años después Suess (1978: 1; cf. Stuiver
& Suess 1966: 538) comentó que:

“La base para la validez de esta calibración es el bien conocido hecho que, para todo propósito prácti-
co, las muestras de madera que crecieron al mismo tiempo muestran el mismo contenido radiocarbó-
nico.2 Sin embargo, lo inverso no siempre es verdad: Las muestras de madera que muestran el mismo
contenido radiocarbónico no tienen necesariamente la misma edad, debido a los embobinamientos (o
wiggles) y escalones de la curva.” (La traducción es mía).

Los detractores de Suess minimizaban la importancia, o incluso negaban la existencia, de las


variaciones de mediano y corto plazo, indicando que eran artefactos producidos ya sea por errores
de laboratorio (Libby 1952 [citado en Suess 1986: 259]; ver también Damon, Lerman & Long 1978:
484; Pearson et al. 1977 [citado en Clark 1979: 51]), o sea por errores estadísticos (Clark 1975: 251,
1979: 54), o bien aceptando solo variaciones de largo plazo relacionadas al geomagnetismo (Damon,
Lerman & Long 1978: 477-482; Wendland & Donley 1971: 138). Esto llevó a Suess (1978: 1) a comentar
que:

“Mediciones por otros laboratorios confirmaron la tendencia general de la curva, pero no han contri-
buido a nuestro conocimiento de las fluctuaciones más rápidas en una escala de tiempo de 100 años, los
llamados wiggles de la curva de calibración.” (La traducción es mía).

El químico estadounidense Paul E. Damon resume las posibles causas de las fluctuaciones del 14C
de la siguiente manera (Damon, Lerman & Long 1978: Tabla 3):

i) Variaciones en la relación Q de producción de 14C atmosférico por los rayos cósmicos, modu-
lado a su vez por la actividad solar y los cambios en el campo magnético terrestre (además de
los efectos derivados de las pruebas con bombas atómicas, entre otros factores) (ver también
Suess 1968: 146);
ii) Variaciones en la razón de intercambio de 14C entre los varios reservorios geoquímicos y los
cambios en el contenido relativo de CO2 de dichos reservorios (que incluyen la solubilidad del
CO2, su disolución y “tiempos de residencia” según variaciones en la temperatura; los efectos
de las variaciones en el nivel del mar sobre la circulación y capacidad marina; la asimilación
de CO2 por parte de las biosferas terrestre y marina, y la relación de esta última con la salini-
dad y temperatura oceánica, disponibilidad de nutrientes, afloramiento de aguas profundas,
etc.); y,
iii) Variaciones en la cantidad total de CO2 en la atmósfera, la biosfera y la hidrosfera (que in-
cluyen cambios en el ratio de introducción de CO2 en la atmósfera vía vulcanismo y otros
procesos de desgasificación de la litosfera; las variaciones en los reservorios sedimentarios
que almacenan 14CO2; y la liberación de CO2 antiguo, carente de 14C, mediante la combustión
de combustibles fósiles por la actividad humana industrial y doméstica).

1 Una curva de calibración anterior fue publicada por Crowe (1958: 470 y Figura 1).
141
2 Esto es conocido como el Principio de Simultaneidad (ver Clark 1979: 48).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 137-160

Variaciones cíclicas del 14C atmosférico


La actividad solar no es homogénea: cada baja en la actividad solar (evidenciada en una menor pre-
sencia de manchas solares y fortalecimiento del viento solar) conlleva a un aumento de la incidencia
de rayos cósmicos en la atmósfera terrestre, y el consiguiente bombardeo de neutrones produce gran
cantidad de isótopos de 14C (Bray 1967: 640, 1971: 1243; Pazdur & Pazdur 1994: 34; Sonett 1984: 250;
Sonett & Suess 1984: 142-143; Stuiver 1961: 273, 1965: 534, 1970: 454; Stuiver & Braziunas 1989: 405;
Stuiver & Quay 1980: 11; Suess 1965: 5938, 1968).
Durante cada mínimo solar aumenta el 14C atmosférico que queda atrapado en los anillos de creci-
miento anual de los árboles, provocando que las muestras de madera correspondientes a esos eventos
parezcan más jóvenes de lo que realmente son; tal desviación corresponde aproximadamente al 2%
de la norma (Eddy 1976: 1195). Este fenómeno, conocido como Efecto De Vries, se relaciona con las
variaciones de mediano plazo observadas en el 14C atmosférico (Münnich 1957; De Vries 1958, 1959;
Suess 1961, 1965, 1968, 1978, 1980; ver también Neftel, Oeschger & Suess 1981).
Estas variaciones, conocidas también como wiggles o ciclos de Suess, fueron descritas inicialmente
por Suess (1965, 1967, 1968, 1970a,b, 1978, 1980, 1986; ver también Neftel, Oeschger & Suess 1981: 146), con-
tinuador de los trabajos de De Vries tras su prematura muerte en 1959. Suess (1980: 201-202; 1986: 262)
escribió que sus wiggles son variaciones justificables más allá del error estadístico experimental (contra
Libby 1952 [citado en Suess 1986: 259]),3 independientes de la procedencia geográfica de las muestras,
y constituyen rasgos típicos y periódicamente recurrentes en las curvas de calibración. Además, Suess
(1980: 205) descubrió que el aumento en los valores del 14C son más acelerados que los descensos, a razón
de 20 y 40 años, respectivamente, para alcanzar casi un 1% de variación.
A pesar de cierto escepticismo inicial (Damon, Lerman & Long 1978: 484), los wiggles de Suess
fueron confirmados de manera independiente en la década de 1970 (De Jong, Mook & Becker 1979:
49 y Figura 1; Stuiver 1970: 454-455). Sin embargo, no fueron ampliamente aceptados hasta mediados
de la década de 1980, cuando otros laboratorios obtuvieron secuencias más largas y finas, empleando
métodos de mayor resolución.
No obstante, y a pesar de los recortes presupuestarios derivados de las críticas de Libby (ver Suess
1978: 2, 1986: 260), Suess demostró definitivamente la existencia de sus wiggles mediante la compa-
ración de dos secuencias fechadas por métodos diferentes: i) Conteo proporcional de gas (acetileno)
aplicado en muestras de pino “cono en cerda” californiano; y, ii) Conteo por cintilación líquida apli-
cado en muestras de roble irlandés; ello demostró que la variación del 14C era un fenómeno global,
independiente de la latitud, altitud y continente de procedencia (Suess 1967: 143, 1970a: 307, 1979:
779; Suess & Linick 1990: 407, 410).
Las variaciones cíclicas en la concentración del 14C atmosférico se clasifican en tres categorías, según
sus constantes de tiempo características: i) Largo plazo: ciclos multimilenarios; ii) Mediano plazo: ciclos
centenarios a milenarios, y iii) Corto plazo: ciclos anuales a multidecadales (p.e. Pazdur & Pazdur 1994:
33-34; Dergachev, Raspopov & Vasiliev 2000: 489-490), y pueden describirse de la siguiente manera:

i) Variaciones de largo plazo (ciclo geomagnético: 11300 años; semiciclo de 5600 años): Son va-
riaciones multimilenarias causadas por los cambios en la intensidad del momento dipolar
del campo magnético terrestre,4 donde la magnitud de desviación en la concentración de

3 Sonett & Suess (1984: 142) afirman que las variaciones en el 14C atmosférico, registradas en los anillos de
crecimiento del pino “conos en cerda” (Pinus aristata), apuntan a que estas no son aleatorias y, por ende, no
pueden ser causadas por errores experimentales. Sonett (1985: 383) cita fuentes adicionales que avalan el
planteamiento anterior (p.e. una comparación inter-laboratorios publicada en 1982).
142 4 Dicha variación es de 8,75±1,58 x1022A·m2 (McElhinny & Senanayake 1982: 45 y Tabla 2) (ver Salcedo 2011:
Subcapítulo 4.3).
Luis Salcedo / Estadios del isótopo de carbono

14C presenta una curva sinusoidal (Bucha 1969; Houtermans 1966; Suess 1970b, 1974, 1980;

ver también Damon & Linick 1986; Damon & Sternberg 1989; Damon, Cheng & Linick 1989;
Damon, Lerman & Long 1978; Sternberg & Damon 1983);
ii) Variaciones de mediano plazo (wiggles o Ciclo de Suess del 14C: 210±10 años [equivalente al Ciclo
de Schove de manchas solares]; Ciclo de Link: 400±100 años; Ciclo Hallstadtzeit: 2400±200
años): También llamadas “variaciones seculares” (De Vries 1958: 99, 1959: 181, 187-188; Suess
1961: 90, 1965: 5938, 1970a: 303, 307 y 309, 1980: 205; Suess & Linick 1990: 405) y Efecto De Vries
(Damon & Long 1962: 240), son variaciones centenarias del orden de 1-2%, derivadas de la
modulación que ejerce la actividad solar en el flujo de los rayos cósmicos, a su vez amplificada
por los cambios climáticos derivados también de la actividad solar (Anderson 1992: 53; Beck
et al. 2001: 2455; Sonett 1984: Tablas 1 y 2; Sonett & Suess 1984: 141-142; Stuiver & Braziunas
1989: 405-406; ver también Neftel et al. 1981; Roedle 1980 [ambos citados en Pazdur & Pazdur
1994: 34]);
iii) Variaciones de corto plazo (Ciclo de Hellmann: 5,5 años; Ciclo de Schwabe: 11±1,2 años; Ciclo
de Hale: 22 años; y Ciclo de Gleissberg: ca. 88 años): Variaciones menores, del orden de 0,5%,
asociadas a los ciclos decadales de actividad solar y, específicamente, con la aparición de las
manchas solares, formando harmónicos cada 11 y 22 años, a su vez modulados a escala multi-
decadal en un ciclo de ca. 88 años (Hale 1908; Gleissberg 1939: 159, 1971: Tabla 1).

Variaciones seculares del 14C y Estadios del Isótopo de Carbono (CIS)


El “reloj isotópico” del 14C no funciona de manera constante, pues cada vez que mengua la actividad
solar (durante un mínimo solar) dicho reloj se detiene, formándose valles y mesetas (plateau) en la
curva de calibración; pero cuando la actividad solar se reanuda (p.e. mayor frecuencia de manchas
solares y reanudación del flujo del viento solar), el reloj isotópico comienza a funcionar nuevamente,
creando así un “pico de recuperación” justo al final del plateau (Salcedo 2006: 136; ver también Eddy
1980: 742). Este pico de recuperación se presenta como una cresta abrupta, de longitud corta y ampli-
tud relativamente alta, aunque a veces se presenta como una cresta redondeada, de longitud de onda
larga, o como sucesión de dos o tres crestas abruptas de medianas proporciones (Fig. 1).
Los valles y mesetas observados en las distintas curvas de calibración constituyen un registro de
los sucesivos grandes mínimos solares (Weiss 1990: 618; Wigley & Nelly 1990: 549). Cabe notar que las
variaciones de mediano y corto plazo del 14C son muy sensibles a los cambios en la actividad solar, que
a su vez promueven los cambios climáticos (Beck et al. 2001; Hughen et al. 2004: 202; Lohmann, Rimbu
& Dima 2004: 1045-1046).
A partir de la distribución de los principales wiggles, o variaciones seculares (de mediano plazo)
en el 14C atmosférico, puede establecerse una segmentación del tiempo en función de los ciclos secu-
lares de decaimiento y recuperación del 14C, tomando como referencia justamente los picos de recu-
peración (Salcedo 2006: 136). De este modo, se plantea el establecimiento de 53 Estadios del Isótopo
de Carbono o CIS (siglas en Inglés para Carbon Isotope Stages)5 que van desde el año 1950 AD hasta los
37800 años Cal. BC (Fig. 2).6

5 Inicialmente, estos estadios fueron denominados Periodos Radiocarbónicos Calibrados (Salcedo 1997, 1998,
2001) y luego Estadios Radiocarbónicos Calibrados. Sin embargo, en el presente trabajo se ha preferido em-
plear el término ‘Estadios del Isótopo de Carbono’, en concordancia con la terminología empleada en el caso
del isótopo de oxígeno–18.
6 Aunque la actual curva de calibración, IntCal09 (Reimer et al. 2009), llega hasta los 48000 años Cal. BC, se
considera que su nivel de precisión anterior a los 38000 años Cal. BC no permite de momento crear CIS adi-
cionales. La curva anterior, IntCal04 (Reimer et al. 2004), solo permitió crear 39 CIS entre los 23100 años Cal. 143
BC y los 1945 años Cal. AD (Salcedo 2006: Cuadro III.2).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 137-160

Figura 1. Estadios del Isótopo de Carbono (CIS): a) CIS-27 y 26; y, b) CIS-11 y 10. Los picos de
recuperación al final de un valle o plateau se indican con una flecha (modificado a partir
de Salcedo 2006: Tabla III.4 y Cuadro III.2; elaborado con el programa OxCal 3.10r [Bronk-
Ramsey 2005], a partir de la curva de calibración IntCal04 [Reimer et al. 2004]).
144 Fuente: Programa OxCal v.3.10r disponible en: <http://www.rlaha.ox.ac.uk/orau/oxcal.html>
Luis Salcedo / Estadios del isótopo de carbono

Figura 2. Estadios del Isótopo de Carbono (CIS) según las curvas de calibración IntCal09 (Reimer et al. 2009)
para 41000–10000 años Cal. BC, e IntCal04 (Reimer et al. 2004) para 10000 años Cal. BC–1950 años Cal. AD. Se
indica la numeración de cada CIS.

Continúa en la siguiente página

145
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 137-160

146
Luis Salcedo / Estadios del isótopo de carbono

Figura 3. Estadios del Isótopo de Carbono (CIS) a partir de las variaciones seculares del 14C atmosférico (cf.
Salcedo 2006: Cuadro III.2): 37800–10000BC según curva IntCal09 (Reimer et al. 2009); 10000BC–1950AD según
curva IntCal04 (Reimer et al. 2004).

147
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 137-160

Los CIS fueron definidos a partir de la ubicación de los respectivos picos de recuperación en las
curvas de calibración IntCal09 (Reimer et al. 2009: para fechas entre 38000 y 10000 años Cal. BC) e
IntCal04 (Reimer et al. 2004: para fechas entre 10000 años Cal. BC y 1950 años Cal. AD).7 Asimismo, para
facilitar la recordación de los intervalos resultantes, se efectuó un redondeo por aproximación en
múltiplos de cien años entre los 38000 y 1000 años Cal. BC, y en múltiplos de 50 años desde 1000 años
Cal. BC en adelante (Fig. 3).
Aunque la presente propuesta está basada en los wiggles de Suess (o Efecto De Vries), no todos estos
wiggles tienen la misma ponderación, debido a que presentan magnitudes diferentes, de manera que el
efecto resultante es más bien una modulación del Ciclo de Suess (Suess 1965, 1980) produciendo perio-
dos mayores como los del Ciclo de Link (Link 1955, 1961, 1963, 1977) y el Ciclo Hallstadtzeit (Houtermans
1971 [citado en Damon & Linick 1986: 268-269]). La media general de los CIS es de 750 ± 556,46 años, aun-
que a continuación presentamos medias parciales, para ciertos intervalos arbitrarios de tiempo.
Considerando sus valores reales, sin redondeo, los CIS 1–8 (N=8; 15,1%) abarcan el lapso 310–1950
AD, y su duración varía entre 160 y 255 años, con una media de 205 ± 32,5 años, lo que concuerda
bastante bien con los valores conocidos del Ciclo de Suess. Los CIS 9–24 (N=16; 30,2%) abarcan el lapso
6275 BC-310 AD, y su duración varía entre 275 y 540 años, con una media de 417,9 ± 100,6 años, lo que
constituye una modulación del Ciclo de Suess, también llamada Ciclo de Link. Los CIS 25-48 (N=24;
45,3%) abarcan el lapso 27800-6275 BC, siendo su periodicidad algo más compleja, pues veintidós de
ellos varían entre 515 y 1280, con una media de 821,1 ± 239,3 años (la media y la desviación estándar
son múltiplos del Ciclo de Suess en 4 y 1, respectivamente). Sin embargo, dos de ellos (los CIS 35 y 47)
son modulaciones mayores, de 1500 y 1960 años, respectivamente, estando la última de ellas relacio-
nada con el Ciclo Hallstadtzeit. Si consideramos estos tres valores mayores en la media anterior, ésta
aumenta a 896,9 + 350,4 años. Finalmente, los últimos cinco intervalos, los CIS 49-53 (N=5; 9,4%) abar-
can el lapso 37800-27800 BC, y su duración varía entre 1600 y 2400 años, siendo también modulaciones
del Ciclo Hallstadtzeit (Fig. 4).
Los ciclos detectados en la curva de calibración no son estáticos, sino que cambian de fase cada
cierto tiempo. Esta modulación de fase fue notada por otros autores en diferentes campos de inves-
tigación:

i) En las secuencias dendrocronológicas (Douglass 1943: 24);


ii) En los cambios eustáticos en el nivel del mar (Mörner & Rickard 1974: 145, 147, 150-151);
iii) En los ciclos de las manchas solares (Schove 1983: 393); y,
iv) En la variación del 14C atmosférico (Sonett 1984: 248). Mientras Douglass (1943: 24) empleó el
término inglés cyclic, Mörner (Mörner & Rickard 1974: 150) empleó el término “ciclo irregu-
lar”, para referirse a ciclos no estáticos y que cambian de periodicidad con el tiempo.

Los diferentes cambios de fase detectados en las curvas de calibración IntCal04 e IntCal09 son los
siguientes:

i) En el periodo 37800-27800 BC (CIS 53–49) predomina el Ciclo Hallstadtzeit (H), ya sea el ciclo
completo: 1H (2400 años), o una fracción de este: 2/3H (1600 años);
ii) En el periodo 27800-6275 BC (CIS 48–25) predomina la fracción 1/3H (800 años), aunque tam-

7 He mantenido los CIS originales (Salcedo 2006: Cuadro III.2), definidos a partir de la curva IntCal04 entre
12300 años Cal. BC y 1950 años Cal. AD (incluso aquellos de 12500-10000 años Cal. BC, dada la similitud entre
ambas curvas en ese lapso). Varios de los CIS definidos previamente para 23100-12300 años Cal. BC fueron
148 replanteados, dada la mayor resolución de la curva IntCal09, generándose otros nuevos para 23100-37800
años Cal. BC.
Luis Salcedo / Estadios del isótopo de carbono

bién aparecen las fracciones 1/2H (1200 años) y 1/5H (500 años);
iii) En el periodo 6275 BC-310 AD (CIS 24–9) predomina la fracción 1/6H (400 años =Ciclo de Link),
con participación de las fracciones 1/4H (600 años) y 1/8H (300 años); y,
iv) Finalmente, durante el periodo 310-1950 AD (CIS 8–1) predomina la fracción 1/12H (200 años
= Ciclo de Suess), aunque también aparecen las fracciones 1/9H (250 años) y 1/15H (160 años)
(ver también Salcedo 2011: Tabla 4).

Una posible explicación a los cambios de fase, en lo que respecta a la duración de las periodici-
dades observadas, quizás tenga que ver con factores heliomagnéticos (cambios internos propios del
sol), o derivados del influjo de las mareas gravitacionales de los grandes planetas exteriores, como
júpiter y saturno (Charvátová 1998 [citado en Charvátová 2000: 401]), que interactúan para “ordenar”
y “desordenar” cíclicamente el movimiento inercial solar (Charvátová 2000: 400).
Las variaciones en la amplitud (intensidad) de las fluctuaciones del 14C atmosférico parecen de-
rivar del ‘filtro’ que impone la variación sinusoidal de largo plazo observada en el campo magnético
terrestre, lo que provoca que las fluctuaciones del 14C atmosférico sean mayores cuando el momento
geomagnético es bajo, y sean menores cuando el momento geomagnético está alto (Suess 1970b: 599
y Figura 1; ver también Damon, Lerman & Long 1978: Figura 6). Esto último concuerda con el patrón
de amplitud observado, dado que entre fines del Pleistoceno Tardío y fines del Holoceno Temprano,
37800-6275 BC (CIS 53–25), predominan amplitudes de 2400 y 1200 años, mientras que entre fines del
Holoceno Temprano e inicios del Holoceno Tardío, 6275 BC-310 AD (CIS 24–9), predominan amplitu-
des de 800, 600 y 400 años, quedando las amplitudes de 200 años confinadas a mediados y fines del
Holoceno Tardío, 310-1950 AD.
Debe tenerse presente que las evidencias paleomagnéticas publicadas recientemente (Muscheler
et al. 2005: Figuras 2, 5 y 7) muestran que el momento geomagnético, aunque oscilante, fue más débil
durante el periodo comprendido entre 37800 y 6275 BC, lo que significa una mayor amplitud y varia-
bilidad de la relación Q de producción del 14C atmosférico, mientras que el pico de actividad geomag-
nética registrado hacia 310 AD explicaría la menor amplitud y variabilidad del ratio Q registrada en el
Holoceno Tardío respecto de las épocas anteriores, quedando el lapso medio (6275 BC-310 AD) en una

Figura 4. Variación en la duración de los Estadios del Isótopo de Carbono (CIS), mostrando las
modulaciones del Ciclo Hallstadtzeit de 2400 años (en negro), el ciclo de 800 años (en gris oscu-
ro), el Ciclo de Link de 400 años (en gris claro) y el Ciclo de Suess de 200 años. 149
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 137-160

situación intermedia, aunque más cercano a la situación post- 310 AD (ver Salcedo 2011: Figuras 10c
y 16), debido a que -como ya se dijo-, la actividad geomagnética general del Holoceno fue mayor a la
del Pleistoceno Tardío (ver Salcedo 2011: Figura 11).

Implicaciones del modelo


Al usarse calibraciones con 2σ (p= 95,4%) se obtiene un considerable traslape entre los diferentes
fechados de un mismo sitio, los que tienden a formar conglomerados dentro de los CIS, hecho que
fue notado por el autor hace más de una década mientras desarrollaba su tesis de Licenciatura so-
bre el estadio Arcaico de los Andes Centrales (Salcedo 1997, 1998, 2001). En esa ocasión se empleó la
curva de calibración Cal93 (Kromer & Becker 1993; Stuiver & Becker 1993; Stuiver & Pearson 1993)
aplicándola a 180 fechados y reconociendo los primeros CIS. Luego, el autor aplicó esta división
cronológica en su tesis doctoral, sobre la prehistoria temprana de Sudamérica, empleando primero
la curva IntCal98 (Stuiver et al. 1998) y luego la curva IntCal04 (Reimer et al. 2004) a una base de
datos con más de 1850 fechados, los mismos que se agruparon siguiendo los CIS antes mencionados
(Salcedo 2006).
Inicialmente, la agrupación de fechados calibrados de un complejo cultural dentro de un CIS fue
interpretada como un mero ‘artefacto’ creado por las características propias de la curva de calibra-
ción (Salcedo 2006: 136), influenciados por la ‘topografía’ de la curva empleada. Este “defecto de ori-
gen” del método de radiocarbono presentaría dos consecuencias: una negativa y otra positiva:
La consecuencia negativa sería para los arqueólogos, historiadores, etc., pues los resultados de la
calibración de fechados (ya sean individuales o en secuencias largas) hace difícil establecer cronologías
de fases culturales finas (a nivel de décadas o fracciones de siglos), debido a la topografía de la curva
de calibración y los errores estándares de las muestras (generalmente arriba de ±40 años con métodos
convencionales),8 que tienden a ‘oscurecer’ periodicidades de corto plazo (p.e. Ciclo de Schwabe, Ciclo
de Hale y Ciclo de Gleissberg, con una duración promedio de 11, 22 y 88 años, respectivamente).
Esto contradice las secuencias cronológicas empleadas actualmente, donde abundan las fases al
interior de un mismo periodo cultural, lo que no puede sustentarse a nivel radiocarbónico calibrado
debido al citado proceso de agrupación ‘natural’ de los fechados calibrados (Salcedo 2006: 137), apa-
rentemente, según la serie de grandes mínimos solares.
Con el paso del tiempo crece la dependencia humana a la tecnología, lo que provoca una dismi-
nución de la capacidad de readaptación a situaciones ambientales y socioeconómicas derivadas de
grandes cambios climáticos. Esto se expresa en el hecho de que las culturas precerámicas (mayor-
mente referidas a poblaciones nómadas) parecen subsistir durante varios CIS contiguos (ver Salcedo
1997, 1998, 2006), presentando pocos cambios culturales en periodos relativamente largos, mientras
que las culturas con cerámica (generalmente sedentarias), en especial durante los últimos 3000 años,
comienzan a restringir su existencia a solo uno o dos CIS contiguos.
Algo que podría explicar este fenómeno, en parte, es el hecho de que el inicio de los grandes mí-
nimos solares es abrupto, en comparación con su término más gradual (De Jong, Mook & Becker 1979:
49; Stuiver 1980: Figura 1; Frick et al. 1997: 670, 678; Usoskin, Sokoloff & Moss 2009: 349, 353).
Sin embargo, la consecuencia positiva sería para los geofísicos y paleoclimatólogos, pues significa
la apertura a una serie de posibilidades para tratar de relacionar los cambios observados en la activi-
dad solar con el clima terrestre, actual y pasado.

8 Nótese que incluso con un σ = ±15 años, típico del Método AMS, el intervalo de fechas radiocarbónicas a con-
trastar con la curva de calibración (usando 2σ) se amplia a 60 años (±30 años), lo que produce un intervalo de
150 fechas calendáricas de alrededor de 50-80 años, o incluso mayor, dependiendo de la topografía del segmento
correspondiente de la curva.
Luis Salcedo / Estadios del isótopo de carbono

Figura 5. Detalle de la variación secular del 14C para el periodo 2000 BC-1850 AD según la Cur-
va IntCal04 <http://www.radiocarbon.org/IntCal04.htm>. Los grandes mínimos solares estan
resaltados en color gris. Se indica la duración de cada CIS con barras negras y su numeración
respectiva al pie de la figura.

Las evidencias discutidas en el presente trabajo sugieren que las grandes fluctuaciones observa-
das en las curvas de calibración -los wiggles de Suess o Efecto De Vries-, tienen en realidad implican-
cias de orden climático, toda vez que, como ya se explicó anteriormente, estos wiggles son un reflejo
de la variabilidad del flujo de rayos cósmicos sobre la atmósfera superior terrestre (que dan origen
al 14C), la misma que es modulada a su vez por la oscilación en la actividad solar, expresada en la
frecuencia de manchas solares, auroras polares, etc. (p.e. Houtermans, Suess & Monk 1967 [citado en
Suess 1967: 599]; Stuiver 1961). Por ende, no es de sorprender que los wiggles (Ciclo de Suess de 200
años) y sus modulaciones, detectados en la calibración dendrocronológica del 14C, hayan sido también
detectados en la frecuencia de manchas solares (Ciclo de Schove de 200 años) y en la frecuencia de las
auroras polares (Ciclo de Link de 400 años) (Suess 1970b: 599).
Es clara la relación entre las variaciones de mediano plazo y los grandes mínimos solares (Salcedo
2011: 45-47), aunque algunos de los CIS abarcan más de uno de estos mínimos consecutivos, dado que
están separados por tenues máximos (Fig. 5). En términos generales, los ciclos hallados en el presen-
te estudio son concordantes con los resultados publicados por otros autores en las últimas décadas
(p.e. Stuiver 1980, Stuiver & Braziunas 1989; Stuiver & Quay 1980; Usoskin 2008; Usoskin, Solanki &
Kovaltsov 2007). Algunas investigaciones han tratado de definir cuántos de estos eventos ocurrie-
ron en los últimos miles de años, y si estos fueron de similares características en cuanto su ampli-
tud (intensidad) y periodo (duración). Hace tres décadas, Stuiver (1980: 869) planteó que durante el
Holoceno ocurrieron hasta 40 grandes mínimos solares que, según su duración, podrían clasificarse en
dos tipos: i) Aquellos del tipo del Mínimo de Spörer, con una duración de alrededor de 240 años; y, ii)
Aquellos del tipo del Mínimo de Maunder, más frecuentes, con una duración de 120–140 años. Dichos
mínimos no serían variaciones aleatorias (es decir, al azar), sino que presentarían cierto patrón recu-
rrente (Stuiver 1980: 869 y Figura 1). Tales conclusiones fueron corroboradas posteriormente, aunque
fijándose lapsos más cortos, de 120–180 y 40–60 años, respectivamente (Stuiver & Braziunas 1989: 406;
Stuiver & Quay 1980: 18). Recientemente, Usoskin y sus colegas confirmaron la existencia de 27 gran-
des mínimos solares para el periodo 9500 BC – 2000 AD (Usoskin, Solanki & Kovaltsov 2007: 303-304,
151
Tablas 1 y 2; ver también Usoskin 2008: 51-53).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 137-160

Cambio de paradigma
Siempre ha sido un anhelo de los arqueólogos llegar a tener fechados realmente “absolutos”, es decir,
que las determinaciones radiocarbónicas hicieran referencia a fechas puntuales en lugar de los inde-
seables intervalos, que tantos dolores de cabeza y acaloradas discusiones han provocado en el último
medio siglo. Un comentario de A. Colin Renfrew (1990: 659) resume muy bien este anhelo:

“[…] hay al menos la esperanza de que, para algunos rangos de tiempo, eventos marcadores mundiales
puedan un día ser usados para permitir que ciertos fechados sean establecidos dentro de un solo año.
[...]. Existe el prospecto, por ende, de usar esas correlaciones entre disciplinas para ofrecer una precisión
cronológica dentro de un solo año (en lugar de la precisión restringida a varias décadas ofrecida por la
determinación radiocarbónica directa), posiblemente aplicable en varias partes del mundo.” (La tra-
ducción es mía).

El deseo de Renfrew se ve reflejado en curvas de calibración como la publicada por su asis-


tente, R. Malcolm Clark (1975: Figura 1, 1979: Figura 1), que consiste en una curva ‘suavizada’ que
prácticamente trata de ocultar la existencia de los wiggles, hecho que concuerda con la propuesta
de Switsur (1973 [citado en Clark 1975: Figura 2]) y el pensamiento inicial de Paul E. Damon, quien
hasta 1978 seguía afirmando que los wiggles “[…] aún no han sido confirmados.” (Damon, Lerman &
Long 1978: 484).
Las características propias de las curvas de calibración (causadas por el Efecto De Vries o los wi-
ggles de Suess) podrían ser aprovechadas para crear intervalos temporales estándares que faciliten
la comparación interregional en Arqueología y en otras ciencias a nivel global (ver Salcedo 2006).
En ese sentido, Bernd Kromer, de la Academia de Ciencias de Heidelberg, escribió recientemente
(Kromer 2009: 17):

“Generalmente[,] las fluctuaciones atmosféricas del 14C limitan la precisión de las edades radiocarbónicas
calibradas, debido a las múltiples coincidencias de las edades radiocarbónicas con la curva de calibración.
Sin embargo, las fluctuaciones (‘wiggles’ de la curva) pueden ser tornadas para un buen uso si una secuen-
cia ordenada de fechados 14C es medida.” (La traducción es mía).

Esto podría ser percibido como una limitación por aquellos colegas que persiguen la calibración a
escala decadal (con ayuda del AMS) a fin de sustentar sus fases culturales, lo que el arqueólogo inglés
Trevor Watkins denominó “el sueño de que los fechados 14C eran absolutos” (Watkins 1975 [citado en
Damon, Lerman & Long 1978: 475; Damon Long & Lerman 1978: 329]). El ‘anhelo’ del fechado ‘puntual’
fue calificado hace unos años como “el nuevo Santo Grial de la Arqueología” (Salcedo 2006: 137). En
ese sentido, Suess escribió apropiadamente (Suess & Linick 1990: 407):

“Por muchas razones, los arqueólogos no deberían esperar que los datos de 14C (antes y después de su
calibración) les provean más que el siglo correcto, en el mejor de los casos.” (La traducción es mía).

Sin embargo, el potencial de la presente propuesta para la construcción de cronologías regiona-


les e interregionales se basa en el hecho que, desde hace décadas, se sabe que existe cierta relación
entre la variación de la actividad solar y los cambios climáticos a nivel global (p.e. Anderson 1992;
Beer 2005; Bray 1971; Haigh 2007; Lohmann, Rimbu & Dima 2004; Suess 1967, 1968; Svensmark & Friis-
Christensen 1997).
La relación entre clima y Arqueología fue explorada primero por el arqueólogo alemán Friedrich E.
Zeuner, del Museo Británico de Historia Natural de Londres, Inglaterra, quien en 1946 publicó su libro
Dating the Past: An Introduction to Geochronology, donde desarrolló una variedad de tópicos geofísicos, mu-
152
chos de ellos dependientes del clima y relacionados a la irradiancia solar total (Renfrew 1990: 657).
Luis Salcedo / Estadios del isótopo de carbono

No obstante, tras la euforia inicial de los estudios sobre Ecología Humana de la década de 1950, la
comunidad arqueológica ha sido más bien escéptica acerca de evocar fenómenos climáticos para en-
tender aspectos del registro arqueológico que no podían ser explicados por otros medios (Kuniholm
1990: 645). Incluso, el escepticismo del arqueólogo estadounidense P. Kuniholm (1990: 645), lo llevó
al extremo de plantear serias dudas acerca de la existencia del cambio climático presente y pasado.
Veinte años después, el cambio climático nos parece una hecho difícil de cuestionar, dada la gran
cantidad de evidencia positiva disponible.
Eso no quiere decir que los geofísicos y demás científicos involucrados en el estudio del 14C y las
variaciones climáticas, estén exentos de errores. Basta citar el hecho de que Libby, al notar las dis-
crepancias entre su modelo de Reservorio de Intercambio de Carbono (que asumía un ratio de decai-
miento constante del 14C) y los fechados obtenidos de tumbas egipcias de ‘fecha conocida’ por medios
históricos, llegó a sugerir que era la Egiptología (y no la Geofísica) la que se había equivocado (Renfrew
1990: 657). Los trabajos en series dendrocronológicas, junto con los esfuerzos de Suess, Stuiver y otros,
llevaron al desarrollo de las curvas de calibración y la reivindicación de la Egiptología y, por ende, de-
mostraron que Libby se había equivocado, aunque nadie le resta el mérito por inventar el método de
datación por radiocarbono, pues sin ello ni siquiera se trataría el tema en estas páginas.
El antropólogo y geofísico australiano nacionalizado estadounidense Rainer Berger, sugirió que
los ‘wiggles’ de Suess podían sustentarse a partir de datos históricos y arqueológicos (Berger 1985).
Otros autores intentaron correlacionar eventos arqueológicos e históricos con los grandes cambios
climáticos ocurridos entre fines del Pleistoceno y durante el Holoceno (Eddy 1977: 88; Perry & Hsu
2000; Salcedo 2006).
Sin embargo, no es mi intención caer en la “ciclomanía” advertida por el astrónomo inglés Sir Joseph
N. Lockyer (1874 [citado en Hoyt & Schatten 1997: 165]). Al respecto, Hoyt & Schatten (1997: 165-166)
escribieron lo siguiente:

“[…] buscar ciclos es ciertamente un prospecto atractivo. [...] Desde un punto de vista práctico, un ciclo
puede ser considerado importante solo si puede ser ploteado. Si sofisticados análisis son requeridos para
detectar el ciclo, este quizás tiene solo una importancia secundaria. Aunque estos criterios no son los cri-
terios matemáticos usuales para [determinar la] significancia [estadística], son una guía práctica y con
los pies en la tierra para lo que es importante. Juzgado por esos criterios, el ciclo de manchas solares es
altamente significativo porque es fácilmente visto en los datos. [...] Cuando se juzga la utilidad de cualquier
ciclo prominente, la pregunta crucial es si existe un mecanismo físico para explicarlo. Si no, el ciclo puede
surgir por mero azar. Más aún, nuevas ideas emergentes en la teoría del caos requieren el reconocimiento
de fenómenos ‘cíclicos’ en sistemas caóticos, como las turbulentas atmósferas terrestre y solar, que pueden
no exhibir periodicidades estrictas.” (La traducción es mía).

Siendo sarcástico, puedo decir que es mi anhelo que en un futuro cercano otros investigadores
prueben y corroboren la validez del presente modelo.

Agradecimientos
Quiero agradecer especialmente a Pieter Van Dalen Luna, director del Museo de Arqueología y
Antropología de San Marcos, por invitarme a participar de la presente publicación. Las siguientes bi-
bliotecas me brindaron su apoyo: Biblioteca Central, Hemeroteca de Ciencias y Servicio de Provisión
de Documentos de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP); y Biblioteca del Instituto Francés
de Estudios Andinos (IFEA). Asimismo, agradezco a mis colegas c.Dr. Jonathan Dubois y Mag. Emily
Baca, por facilitarme varios artículos de difícil acceso.

153
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 137-160

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160
Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 161-190
ISSN: 0254-8062

Recibido: marzo de 2012


Aceptado: agosto de 2012

USO DE ESTIMADOS DE DENSIDAD


KERNEL EN LA INVESTIGACIÓN DE GRUPOS
CERÁMICOS DEL PERIODO FORMATIVO
PROVENIENTES DE CHAVÍN DE HUÁNTAR
Christian Mesía Montenegro
Museo de Arte Precolombino Casa del Alabado
cmesia@alabado.org

Resumen
En este artículo se analiza un grupo de 3020 fragmentos de cerámica diagnóstica recuperadas en cinco uni-
dades espaciales identificadas en Chavín de Huántar, con la finalidad de identificar patrones de asociación
entre categorías de diámetro y grosor por tipo de vasija y diferencias de patrones entre las cinco unidades
espaciales. Se han utilizado Estimados de Densidad Kernel (EDK) como metodología central en el presente
artículo.
Palabras clave: Estimados de densidad kernel, histogramas, modos, cerámica, bivariado, univariado,
Chavín, Formativo, Perú.

Abstract
In this paper I analyze a sub set of 3020 diagnostic ceramic sherds recovered in five spatial units identified
in Chavín de Huántar, Peru, in order to find patterns of association between the categories of diameter
and thickness per type of ceramic vessel and to identify possible differences of those patterning’s among
spatial units. I have used Kernel Density Estimates (KDE) for the purpose of identify modalities in diameters
and thickness per type in each spatial unit.
Keywords: Kernel density estimations, histograms, modes, ceramics, bivariate, univariate, Chavin, For- 161
mative, Peru.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 161-190

1. Introducción
En este artículo se presentan ejemplos del uso de rutinas estadísticas de Estimados de Densidad
Kernel (EDK) para análisis y presentación de datos, los cuales se distancian del uso tradicional de his-
togramas. Los histogramas han sido extensamente utilizados como instrumentos de presentación de
datos e incluso como herramientas de análisis espacial a pesar de la existencia de otras alternativas
(Baxter y Beardah 1996; Baxter et al. 1997; Orton 1988). Se ha argumentado que los histogramas son
ineficientes para efectos comparativos (Cleveland 1993) e incluso arbitrarios (Shennan 2006). Baxter
ha indicado que las EDK son excelentes alternativas ya que proveen de una “representación menos
gruesa de los datos, y a diferencia del histograma, la apariencia del EDK no depende de la elección del
punto de inicio del análisis” (Baxter et al. 1997), por consiguiente se evita la arbitrariedad del histo-
grama. En este artículo presento una alternativa al uso de histogramas, no solamente como un modo
de presentación de datos, sino también como una herramienta analítica espacial con la finalidad de
comprender el comportamiento de 3020 fragmentos cerámicos diagnósticos y del mismo modo iden-
tificar cómo este comportamiento está estructurado y organizado en un espacio determinado. Este
método estadístico de densidad no paramétrica es relativamente ineficiente para muestras pequeñas,
siendo esta la razón por la cual es necesaria una aproximación selectiva que tome en cuenta el tamaño
de la muestra a fin de evitar la fabricación de modos estadísticos.
Se han utilizado análisis EDK univariados y bivariados con el propósito de identificar si los modos
identificados en EDK univariados son replicados cuando otra unidad de medida es agregada. Una de las
dificultades principales de este método es su marcada ausencia en la mayoría de programas estadísticos
disponibles (Shennan 2006) por lo que su uso está limitado. Sin embargo, recientemente tanto software
comercial como open source están incluyendo rutinas EDK dentro de las opciones disponibles por lo que
es de esperar que este artículo contribuya a la utilización de este método el cual, como se verá, es una
valiosa herramienta de análisis estadístico. El registro arqueológico utilizado en este artículo proviene
de las excavaciones realizadas por el autor en el sitio arqueológico de Chavín de Huántar.

2. El Sitio
El centro ceremonial de Chavín de Huántar está localizado en la provincia de Huari, departamento de
Ancash, a 3200 msnm, en el tinkuy formado por los ríos Wacheqsa y Mosna (Fig. 1). Desde los trabajos
de Julio C. Tello en 1919, Chavín ha sido un referente importante en la discusión de los orígenes de
la complejidad social en los Andes, ya sea como una cultura madre (Tello 1942, 1943, 1960), como un
desarrollo complejo derivado del iniciado en Mesoamérica (Uhle 1902), como una síntesis de procesos
sociales costeños y serranos (Burger 1993; Burger 1992, 1998) o como un lugar en el cual la autoridad
era construida, materializada y transmitida (Kembel y Rick 2004; Rick 2005, 2006, 2008). Las investi-
gaciones del autor se desarrollaron en el sector Wacheqsa (Mesia 2007), localizado inmediatamente
al norte del area monumental (Fig. 2). A través de un cuidadoso programa de muestreo arqueológico
y una larga pero productiva reconstrucción tridimensional estratigráfica, se han podido identificar
cinco unidades espaciales prehistóricas (Fig. 3), que comprenden 700 años divididos en dos fases pre-
históricas (Tabla 1). Antes de discutir los análisis EDK, considero importante discutir brevemente
la naturaleza de las unidades espaciales identificadas –en las cuales se recuperó la muestra de 3020
fragmentos analizados en el presente artículo– a fin de comprender los resultados presentados en la
sección final.
Tabla 1: Cronología del Sector Wacheqsa, Chavín de Huántar
Fase Fechas Unidades especiales
Janabarriu 800 – 550 ANE Basural, Cuartos de Piedra, Plataformas Tardías
162 Urabarriu 1200 – 800 ANE Correntera de Agua, Plataformas Tempranas
Christian Mesía / Uso de estimados de densidad Kernel en la investigación de grupos cerámicos...

Figura 1. Chavín de Huántar visto desde lo alto de la margen derecha del río Mosna. (Foto: John Wolf).

163
Figura 2. Plano de las excavaciones realizadas en el Sector Wacheqsa, Chavín de Huántar.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 161-190

2.1 Unidades espaciales en el sector Wacheqsa


La fase más antigua identificada en el sector Wacheqsa es la fase Urabarriu, la cual cubre los 1200-800
ANE (Mesia 2007; Rick et al. 2010). Está compuesta por las siguientes unidades espaciales: Correntera
de agua (CA) y Plataformas Tempranas (PT). CA está localizada en el extremo sur del sector Wacheqsa
y comprende un área estimada de 48 m² y un volumen estimado de 46 m³ 1. La profundidad prome-
dio de esta unidad espacial es de 3,05 m bajo superficie. Se caracterizó por una sucesión de niveles
compactos de arena gris y verdosa alternados con grava fina y gruesa. Se excavaron en total 5,72 m³,
recuperándose 330 elementos arqueológicos con una densidad promedio de 57 elementos por m³. La
cerámica identificada en esta unidad se asemejan a las identificadas como Urabarriu por Burger (1984,
1998); no se encontró fragmento cerámico alguno relacionado o similar a Janabarriu. PT es una unidad
localizada en las secciones norte y central del Sector Wacheqsa. Comprende un área estimada de 1100
m² y una profundidad promedio de 2,04 m. Se caracteriza por una secuencia de depósitos con muy pe-
queña inclinación, con superficies compuestas por rocas angulares pequeñas y una baja densidad de
materiales arqueológicos. Se excavó un total de 20,3 m³, recuperándose 978 elementos arqueológicos
con una densidad promedio de 48 elementos por metro cúbico. Similar a CA, la cerámica recuperada
en esta unidad se relaciona a la llamada Urabarriu (Fig. 4).
La siguiente fase es Janabarriu, la cual data entre los 800-500 ANE (Mesia 2007; Rick et al. 2010)
(Fig. 5). Está compuesta por las siguientes unidades espaciales: Basural (B), Plataformas Tardías (PTA)
y Cuartos de Piedra (CP). El Basural está localizado en el extremo sur del sector Wacheqsa, sobre la
unidad CA, comprendiendo un área estimada de 48m², un volumen estimado de 83m3, con casi 2 m de
grosor promedio. Se caracteriza por capas compactas y semicompactas mezcladas con rocas angula-
res y cantos rodados grandes y por una alta densidad de elementos arqueológicos. Se excavó un total
de 22,03 m³, recuperándose 15814 elementos arqueológicos, obteniéndose una densidad general de
718,18 elementos por m³. La unidad PTA está localizada en la sección centro-sur del sector Wacheqsa
y comprende un área estimada de 223 m² con un volumen también estimado de 276 m³; se caracteriza
por presentar una matriz compacta con abundantes rocas angulares y cantos rodados medianos y
grandes, además de una baja densidad de elementos arqueológicos. Se excavó un total de 5,88 m², re-
cuperándose 102 elementos arqueológicos, obteniéndose una densidad de 17,3 elementos por metro
cuadrado. La unidad CP está localizada en la sección central del sector Wacheqsa, directamente sobre
la unidad PT, y comprende un área estimada de 1717 m² y un volumen igualmente estimado de 668,47
m³. Presenta cuartos de piedra con pasajes interconectados, los cuales fueron tapados con un relleno
suelto de cantos rodados y piedras angulares. Una vez que los cuartos y pasajes estuvieron cubiertos,
se revistió la zona con una capa de piedras cuadrangulares de tamaño mediano, que formaron la su-
perficie de extensa plataforma sobre los cuartos y pasillos. Se excavó un total de 22,3 m² del que se
recuperaron 3425 elementos arqueológicos, obteniéndose una densidad total de 154 elementos por
metro cuadrado.

3. Estimados de Densidad Kernel


Una muestra de 3020 fragmentos diagnósticos de un total de 12017 fue tabulada bajo los siguientes ru-
bros: Estrato, Unidad Espacial, Forma, Diámetro, Grosor y Fase, con la finalidad de identificar patrones
de asociación entre las categorías de diámetro y grosor por tipo cerámico y a su vez encontrar o des-
cartar diferencias entre los patrones identificados por unidad espacial. Se identificaron los siguientes
tipos cerámicos: olla sin cuello, cuenco, jarra, vaso y plato. Los análisis EDK sirvieron para identificar
modos en diámetros y grosores por tipo en cada unidad espacial. Los EDK pueden ser segregados para
los propósitos de este artículo en univariados y bivariados. Un EDK univariado puede ser entendido

164 1 Estas y otras medidas similares fueron obtenidas a partir de la reconstrucción tridimensional estratigráfica
realizada en CAD-LAND [17]
Christian Mesía / Uso de estimados de densidad Kernel en la investigación de grupos cerámicos...

Figura 3. Topografía y unidades espaciales identificadas en el Sector Wacheqsa, Chavín de Huántar.

Figura 4. Cerámica de la Fase Urabarriu (1200 – 800 ANE) recuperada en el Sector Wacheqsa, Chavín de Huántar. 165
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 161-190

Figura 5. Cerámica de la Fase Janabarriu (800 – 550 ANE) recuperada en el Sector Wacheqsa, Chavín de Huántar.

como un histograma liso que evita las restricciones de un histograma regular (Baxter 2003; Baxter et
al. 1997; Shennan 2006; Wand y Jones 1995). Dado n puntos X1, X2,…, Xn situados en una recta, un EDK
puede ser obtenido colocando un salto (esencialmente una función de densidad unimodal) en cada
punto, sumando luego la altura de cada salto en cada punto, en el eje X. El kernel es usualmente una
probabilidad simétrica de función de densidad (Baxter et al. 1997). La extensión del salto está determi-
nada por una extensión de banda (band-width), que es análoga a la extensión de compartimento (bin-width)
de un histograma. El tamaño del la extensión de banda es muy importante ya que determinará el resul-
tado de la estimación. No existe una teoría uniforme sobre cómo regular la extensión de banda, por lo
que es apropiado hacerla de modo intuitivo, intentando encontrar el balance entre resultados under
smoothed y over smoothed (Baxter 2003; Baxter et al. 1997; Shennan 2006). Con la finalidad de poder lo-
grar este balance, es necesario “iniciar con una extensión de banda grande y disminuir el tamaño de la misma
hasta que fluctuaciones más azarosas que estructurales empiezan a aparecer” (Wand y Jones 1995).
Si los EDK univariados son observados como alternativas al histograma, “podría argumentarse que con
el dato univariado, la ventaja de usar EDK sobre un histograma para presentaciones de datos no son tan grandes
como para ser utilizadas a menudo. Para el caso análisis bivariados, el uso de EDK es más efectivo y marca la dife-
rencia” (Baxter et al. 1997). El potencial de los análisis EDK para datos bivariados es muy alto; los EDK son
muy efectivos cuando son aplicados a diagramas de dispersión, mostrando concentraciones de puntos o
modos en los datos, especialmente para muestras extensas. Los EDK bivariados son eficientes delinean-
do contornos de inclusión de acuerdo a porcentajes específicos en puntos densamente agrupados; EDK
166
puede ser utilizado como un método informal de agrupamiento que no impone una estructura artificial
Christian Mesía / Uso de estimados de densidad Kernel en la investigación de grupos cerámicos...

al dato como lo hacen otros métodos formales (Wand y Jones 1995). Los EDK bivariados grafican una
superficie lisa que describe qué tan densos se encuentran los puntos sobre la superficie, esos gráficos
pueden utilizarse para producir gráficos de contorno que conducen a representaciones gráficas de los
datos examinados (Baxter et al. 1997). En el presente artículo los gráficos EDK univariados de diámetros
y grosores fueron realizados por tipo de vasija en cada unidad espacial, utilizando el software estadís-
tico R, lo mismo que los gráficos bivariados. La secuencia de códigos de programación se incluye como
apéndice al final del presente trabajo.
Con la finalidad de utilizar una medida de control adicional a los resultados establecidos por las
rutinas EDK se ha utilizado el programa JMP en donde se produjeron tablas modales bivariadas que
luego fueron confrontadas con los gráficos EDK. Sobre la base de rutinas EDK, JMP realiza un análisis
de agrupamiento (modal cluster) en donde las mayores concentraciones o modos son trasladados a una
tabla en donde se hace una identificación definitiva de modalidades. JMP divide los axis de diámetro
y grosor en intervalos de 50 marcas o compartimientos de un total de 2500, cuenta los puntos entre
cada marca, decide la desviación standard kernel a utilizar siguiendo las recomendaciones de Foster
(Bowman y Foster 1992) y realiza una rutina EDK utilizando el algoritmo de transformación rápida
Fourier (FFT por sus siglas en ingles). Estos modos son los que representan el comportamiento cerá-
mico de acuerdo a asociaciones de diámetro y grosor y sirven como un importante instrumento de
control en la verificación de los resultados obtenidos en rutinas EDK en R.
Es importante mencionar que la decisión de trabajar con EDK univariados y bivariados recae en
examinar si los modos observados en EDK univariados son replicados utilizando EDK bivariados con
la adición de grosor a diámetro. Del mismo modo era importante examinar si diámetro es un buen
indicador de modalidad al investigar tamaños de vasijas tal cual lo podría indicar su extenso uso en la
literatura arqueológica (Blitz 1993; Drennan 1996; Longacre 1999; Mills 1999; Potter 2000; Rosenswig
2007). Es de esperar que los modos reflejados en el análisis univariado resistan la adición de la cate-
goría de grosor.

4. Resultados
Una muestra de 3020 fragmentos diagnósticos fue utilizada para generar EDK univariados y bivariados
de diámetros de bordes y grosores de cuellos con la finalidad de identificas patrones de distribución
y variación de vasijas cerámicas al interior de las unidades Tabla 2: Variación de la muestra por
espaciales descritas previamente. La tabla 22 muestra la va- unidad espacial.
riación de la muestra por unidad espacial, mientras que en la Unidad Espacial n
tabla 3 se observa la variación de tipos cerámicos por unidad
Plataformas Temprana 118
espacial. La tabla 4 presenta los datos de la tabla 3 en porcen-
tajes. Es interesante notar que PT y PTA están caracterizados Plataformas Tardías 42
por la preponderancia de ollas sin cuello, mientras que en B, Basural 2441
CP y CA son los cuencos los más ubicuos. Las jarras conforman Cuartos de piedra 317
el tercer tipo prevalente en todas las unidades mientras que Correntera de agua 102
el cuarto está conformado por botellas. Vasos y platos tienen
un bajo porcentaje y son casi inexistentes en la muestra.
Con esta distribución elemental de vasijas, el siguiente paso fue el de reconocer patrones especí-
ficos de variabilidad diámetro/grosor en las unidades espaciales. Con la finalidad de reconocer estos
patrones se utilizaron las agrupaciones de modos bivariados (modal clusters) extraídos con el software
JMP. Como se explicó anteriormente, se utilizaron rutinas EDK univariadas y bivariadas debido a la

2 Los gráficos se pueden leer del siguente modo: Midden=Basural, Early Platforms=Plataformas Tempranas, Late
Platforms=Plataformas Tardías, Stone Rooms= Cuartos de Piedra, Water Flood=Correntera de Agua. OSC=Ollas 167
sin cuello, Bowls= Cuencos, Jars=Jarras, Bottles=Botellas, Cups=Vasos y Plates=Platos.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 161-190

Tabla 3: Variación de tipos cerámicos por unidad espacial.


Unidad Espacial Cuencos OSC Jarras Botellas Vasos Platos Total
Plataformas Temprana 36 58 16 5 0 2 118
Plataformas Tardías 14 20 6 1 1 0 42
Basural 1263 656 338 101 37 46 2441
Cuartos de piedra 143 111 51 4 1 7 317
Correntera de agua 40 37 14 8 1 2 102
Total 1496 882 425 119 40 57 3020

Tabla 4: Variación porcentual de tipos cerámicos por unidad espacial.

Unidad Espacial Cuencos OSC Jarras Botellas Vasos Platos


Plataformas Temprana 30,51 49,15 13,56 5,08 0,00 1,69
Plataformas Tardías 33,33 47,62 14,29 2,27 2,38 0,00
Basural 51,74 26,87 11,19 3,34 1,52 1,88
Cuartos de piedra 45,11 36,27 16,09 1,26 0,32 2,21
Correntera de agua 39,22 36,26 13,73 7,84 0,98 1,96

necesidad de analizar si los modos identificados en EDK univariados eran replicados utilizando el
grosor en adición al diámetro. Se predijo que las modalidades reflejadas con la categoría de diámetro
resistirían la inclusión del grosor como dato analítico. Los resultados indicaron que cuando se agrega
grosor, nuevos modos ligeramente diferentes aparecen. El grosor actúa como una medida de control
agrupando modos de acuerdo a asociaciones más robustas ente diámetro y grosor. Las siguientes sec-
ciones del presente artículo presentan un conjunto de datos organizados en tablas y gráficos. Las ta-
blas pueden ser consideradas como estándar mientras que los gráficos están organizados de acuerdo
a los siguientes tipos: EDK univariados, EDK bivariados en dos dimensiones y EDK bivariados en tres
dimensiones. Los gráficos univariados se explican por si solos, mientras que los gráficos bivariados en
tres dimensiones lucen diferentes a los de dos dimensiones lo cual motiva a proponer que los análi-
sis EDK bivariados en realidad enfrentan problemas tridimensionales antes que bidimensionales. La
extensión de banda, es mejor apreciada en términos tridimensionales antes que bidimensionales, pero
esto es mejor observado en los gráficos que ilustran el presente artículo.

4.1 Ollas sin cuello


Se tiene una muestra total de 751 fragmentos de ollas sin cuello. La tabla 5 muestra los resultados
univariados por diámetro y grosor. Las figuras 6 y 7 presentan estos modos y cómo se sobreponen.
Cuando estas dos categorías son trasladadas a un gráfico EDK bivariado, tres modos aparecen, como
se observa en la tabla 5 y en las figuras 8 y 9. La tabla 6 muestra la población total de tipos de ollas sin
cuello. La prevalencia de ollas sin cuello en el sector Wacheqsa se da en aquellas de tamaño grande,
sin embargo, existe otro modo, el de las ollas medianas. Conservadoramente dos grandes tamaños de
ollas sin cuello en la muestra examinada. A fin de examinar variaciones específicas en las unidades
espaciales, las ollas sin cuello serán segregadas de acuerdo a ellas.

4.1.1 Basural
Existen 549 fragmentos de ollas sin cuello en la muestra examinada. La tabla 5 ilustra los resultados
de EDK univariados tanto en diámetro como en grosor. Cuando estos datos son trasladados a un grá-
168
fico EDK bivariado, tres modos aparecen tal cual se observa en la tabla 5 y en las figuras 8 y 9, lo cual
Christian Mesía / Uso de estimados de densidad Kernel en la investigación de grupos cerámicos...

Tabla 5: Agrupaciones modales univariadas y bivariadas de Ollas Sin Cuello.

AGRUPACIONES MODALES UNIVARIADAS AGRUPACIONES MODALES BIVARIADAS


KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3 Grosor Diámetro n
Diámetro 15 cm 25 cm Ausente 0,61074 11,68 60
Grosor 0,5 cm 1,2 cm Ausente 0,8906 14,56 229
Basural 1,17046 26,08 436
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3 Basural
Diámetro 10 cm 30 cm Ausente Grosor Diámetro n
Grosor 0,5 cm 1,3 cm Ausente 0,5612 11,68 97
Cuartos de Piedra 0,8888 15,52 61
1,3256 28 377
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3
Cuartos de Piedra
Diámetro 15 cm 25 cm 40
Grosor Diámetro n
Grosor 0,6 cm 1 cm Ausente
0,58348 10,56 17
Plataformas Tempranas
0,95284 16,32 25
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3
1,13752 25,28 30
Diámetro 15 cm 25 cm Ausente
Plataformas Tempranas
Grosor 0,8 cm 1,2 cm 1,6 Grosor Diámetro n
Correnteras de Agua 0,8746 14,6 37
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3 1,0412 24,72 7
Diámetro 12 cm 27 cm Ausente Correntera de Agua
Grosor 0,8 cm 1,2 cm Ausente Grosor Diámetro n
Plataformas Tardías 0,7998 12,68 15
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3 1,1268 26,72 6
Diámetro 13 cm 20 cm Ausente Plataformas Tardías
Grosor 0,3 cm 1,1 cm Ausente Grosor Diámetro n
0,735 14,2 3
0,811 19,8 6
1,02 11,12 5

Figura 6. EDK univariados de diámetros de Ollas Sin Cuello. 169


Arqueología y Sociedad 24, 2012: 161-190

Figura 7. EDK univariados de grosores de Ollas Sin Cuello.

se ve más claramente en el gráfico tridimensional de la figura 9. La meseta observada en el gráfico


bidimensional, es identificada aquí como un pico independiente. Tres tipos de ollas sin cuello han sido
identificados en esta unidad analítica: pequeñas, medianas y grandes, cada una de ellas asociadas con
medidas de grosor particulares que se incrementan de acuerdo a la extensión del diámetro (tabla 6).
La preponderancia de tamaño se da en ollas grandes.

4.1.2 Cuartos de piedra


Existen 103 fragmentos de olla sin cuello en la muestra analizada. La tabla 5 muestra los resultados
de EDK univariados para diámetro y grosor. Las figuras 6 y 7 ilustran la organización de los modos
univariados identificados. Los análisis KDE bivariados indican la presencia de tres modos tal cual se
puede observar en la tabla 5 y en las figuras 8 y 9. Sin embargo, como en caso de las ollas sin cuello
provenientes del basural, estos modos se observan con mayor detalle en los gráficos tridimensionales.
En esta unidad analítica se repiten los modos del basural (tabla 6). Hay una mayor presencia de ollas

170
Figura 8. EDK bivariados bidimensionales de diámetros de Ollas Sin Cuello.
Christian Mesía / Uso de estimados de densidad Kernel en la investigación de grupos cerámicos...

Figura 9. EDK bivariados tridimensionales de diámetros de Cuencos.


grandes y gruesas, seguidas de cerca por ollas medianas. El tercer modo observado en el examen uni-
variado de diámetros no resistió en análisis bivariado.

4.1.3 Plataformas Tempranas


Existen 52 fragmentos de ollas sin cuello presentes en la muestra analizada en esta unidad analítica.
La tabla 5 muestra los resultados de EDK univariados para diámetro y grosor. Las figuras 6 y 7 ilustran
la organización de los modos univariados identificados. Los análisis bivariados indican la presencia
de dos modos tal cual se observa en la tabla 5 y en las figuras 8 y 9. La población de ollas sin cuello en
las plataformas tempranas puede ser segregada en grandes y pequeñas, con una predominancia de
las últimas (tabla 6).

4.1.4 Correntera de Agua


Existen 30 fragmentos de ollas sin cuello presentes en la muestra analizada en esta unidad analítica.
La tabla 5 muestra los resultados de EDK univariados para diámetro y grosor. Las figuras 6 y 7 ilustran
la organización de los modos univariados identificados. Los análisis bivariados indican la presencia
de dos modos tal cual se observa en las tabla 5 y en las figuras 8 y 9. Dos tipos de ollas sin cuello son
cuantitativamente detectadas, grandes y pequeñas con preponderancia de las pequeñas. Sin embar-
go, es necesario tomar con cautela estos resultados ya que como lo han indicado Baxter et al. (2000),
una muestra de n=30 es lo mínimo aceptable para EDK y aún así, los resultados deben de ser tomados
con cautela. A esto se hacía referencia al comentar en la sección anterior sobre la necesidad de evitar
artefactos fabricados estadísticos originados por muestras pequeñas.

4.1.5 Plataformas Tardías


Esta unidad especial se caracteriza por una baja densidad de materiales arqueológicos por metro cúbi-
co. Existen 17 fragmentos de ollas sin cuello en la muestra analizada. La tabla 5 muestra los resultados
de EDK univariados para diámetro y grosor. Las figuras 6 y 7 ilustran la organización de los modos uni-
variados identificados. Los análisis bivariados indican la presencia de tres modos tal cual se observa
en la tabla 5 y en las figuras 8 y 9. Sin embargo debe de anotarse que dado lo pequeño de la muestra,
los resultados son altamente preliminares. Tres modos fueron identificados, pequeños, medianos y
171
grandes, con preponderancia de ollas sin cuello medianas (tabla 6).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 161-190

Tabla 6: Sumario de tipos y medidas de Ollas Sin Cuello.


Unidad Espacial Pequeño Mediano Grande
Basural 12/0,57 16/0,9 28/1,3
Cuartos de Piedra 11/0,58 16/1,0 26/1,1
Plataformas Tempranas 14,5/0,87 18/1,5 25/1,0
Correntera de Agua 13/0,80 Ausente 27/1,1
Plataformas Tardías 11/1,0 20/0,8 25/1,1

Unidad Espacial Tipos Prevalencia


Basural Grande, mediano, pequeño Grande
Cuartos de Piedra Grande, mediano, pequeño Grande y mediano
Plataformas Tempranas Grande, y pequeño Pequeño
Correntera de Agua Grande y pequeño Pequeño
Plataformas Tardías Mediano y pequeño Pequeño

4.2 Cuencos
Se tiene una muestra total de 1334 fragmentos de ollas sin cuello. La tabla 7 muestra los resultados
univariados por diámetro y grosor. Las figuras 10 y 11 presentan estos modos y como se sobreponen.
Cuando estas dos categorías son trasladadas a un gráfico EDK bivariado, un modo preponderante
aparece –como se observa en la tabla 7 y en las figuras 12 y 13. El modo identificado corresponde a
cuencos medianos, caracterizados por un diámetro de 15,2 cm y un grosor de 0,43 cm (tabla 8).

4.2.1 Basural
La muestra consistió en 1114 fragmentos. La tabla 7 muestra los resultados de EDK univariados para
diámetros y grosores mientras las figuras 10 y 11 ilustran las variaciones de modos. Cuando estas dos
categorías son trasladadas a un gráfico EDK bivariado, un modo aparecen como se observa en la tabla
7 y en las figuras 12 y 13, teniéndose similar concentración a la identificada para la muestra total de
cuencos. Dado que los cuencos del basural conforman el 84,66% de la muestra total, este resultado no
es sorprendente.

4.2.2 Cuartos de Piedra


La muestra consistió en 143 fragmentos. La tabla 7 muestra los resultados de EDK univariados para
diámetros y grosores mientras las figuras 10 y 11 ilustran las variaciones de modos. Cuando estas dos
categorías son trasladadas a un gráfico EDK bivariado, un modo aparecen como se observa en la tabla
7 y en las figuras 12 y 13. Existe una fuerte prevalencia de cuencos medianos de 15,2 cm de diámetro
y 0,50 cm de grosor, muy similar a lo identificado para el basural (tabla 8).

4.2.3 Plataformas Tempranas


La muestra consistió en 36 fragmentos. La tabla 7 muestra los resultados de EDK univariados para
diámetros y grosores mientras las figuras 10 y 11 ilustran las variaciones de modos. Cuando estas dos
categorías son trasladadas a un gráfico EDK bivariado, dos modos emergen como se observa en la ta-
bla 7 y en las figuras 12 y 13. Como se observa en muestras pequeñas (aún por encima de la marca de
n=30 definida por Baxter et al.) los modos pueden ser fabricados artificialmente tanto en EDK bivaria-
dos bidimensionales y tridimensionales, más pronunciados aún en los tridimensionales. El resultado
172 de esta unidad analítica debe de ser tomado con cautela. Los cuencos pequeños son predominantes
en esta unidad espacial (tabla 8).
Christian Mesía / Uso de estimados de densidad Kernel en la investigación de grupos cerámicos...

Tabla 7: Agrupaciones modales univariadas y bivariadas de Cuencos.


AGRUPACIONES MODALES UNIVARIADAS
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3
Diámetro 17 cm Ausente Ausente AGRUPACIONES MODALES BIVARIADAS
Grosor 0,5 cm Ausente Ausente Grosor Diámetro n
Basural 0.4318 15,2 1275
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3 Basural
Diámetro 17 cm Ausente Ausente Grosor Diámetro n
Grosor 0,4 cm 0,6 cm Ausente 0.4318 15,2 1063
Cuartos de Piedra Cuartos de Piedra
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3 Grosor Diámetro n
Diámetro 15 cm Ausente Ausente 0.4972 14,8 126
Grosor 0,5 cm Ausente Ausente Plataformas Tempranas
Plataformas Tempranas Grosor Diámetro n
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3 0.53 10,8 20
Diámetro 15 cm Ausente Ausente
0.57 14,64 9
Grosor 0,5 cm 0,8 cm Ausente
Correntera de Agua
Correnteras de Agua
Grosor Diámetro n
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3
Diámetro 15 cm 25 Ausente 0.3898 15,12 10
Grosor 0,5 cm 0,8 cm Ausente 0.4724 23,28 18
Plataformas Tardías Plataformas Tardías
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3 Grosor Diámetro n
Diámetro 15 cm 25 Ausente 0.4928 17,2 5
Grosor 0,5 cm 0,8 cm Ausente 0.5792 12,16 4

Figura 10. EDK univariados de diámetros de Cuencos.

4.2.4 Correntera de Agua


La muestra está conformada por 40 fragmentos. La tabla 7 muestra los resultados de EDK univariados
para diámetros y grosores mientras las figuras 10 y 11 ilustran las variaciones de modos. Cuando estas
dos categorías son trasladadas a un gráfico EDK bivariado, dos modos emergen como se observa en la 173
tabla 7 y en las figuras 12 y 13.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 161-190

Figura 11. EDK univariados de grosores de Cuencos

Figura 12. EDK bivariados bidimensionales de diámetros de Cuencos.

4.2.5 Plataformas Tardías


Muestra de 14 fragmentos. La tabla 7 muestra los resultados de EDK univariados para diámetros y
grosores mientras las figuras 10 y 11 ilustran las variaciones de modos. Cuando estas dos categorías
son trasladadas a un gráfico EDK bivariado, dos modos emergen como se observa en la tabla 7 y en las
figuras 12 y 13. Todos los estimados de esta unidad analítica deben de ser tomados con mucha cautela
debido lo pequeño de la muestra.
En la tabla 8 se puede ver un resumen de los resultados de EDK en cuencos por unidad espacial.

4.3 Jarras
La muestra total de fragmentos de jarras está compuesta por 452 fragmentos. La tabla 9 muestra los
resultados univariados por diámetro y grosor. Las figuras 14 y 15 presentan estos modos y como se
174 superponen. Cuanto estas dos categorías son trasladadas a un gráfico EDK bivariado, un modo pre-
ponderante aparece, como se observa en la tabla 9 y en las figuras 16 y 17.
Christian Mesía / Uso de estimados de densidad Kernel en la investigación de grupos cerámicos...

Figura 13. EDK bivariados tridimensionales de diámetros de Cuencos

4.3.1 Basural
La muestra total asciende a 338 fragmentos. La tabla 9 muestra los resultados univariados por diáme-
tro y grosor. Las figuras 14 y 15 presentan estos modos y como se superponen. Cuando estas dos cate-
gorías son trasladadas a un gráfico EDK bivariado, un modo preponderante aparece –como se observa
en la tabla 9 y en las figuras 16 y 17. Similar situación a la relación entre los cuencos de basural y la
muestra total se repite aquí. Las jarras del basural componen el 73,7% de la muestra total, razón por
la cual los resultados son idénticos.

4.3.2 Cuartos de Piedra


La muestra total asciende a 51 fragmentos. La tabla 9 muestra los resultados univariados por diámetro
y grosor. Las figuras 14 y 15 presentan estos modos y como se superponen. Cuando estas dos catego-

Tabla 8: Sumario de tipos y medidas de Cuencos


Unidad Espacial Pequeño Mediano Grande
Basural Ausente 15/0,43 Ausente
Cuartos de Piedra Ausente 15/0,50 Ausente
Plataformas Tempranas 11/0,52 15/0,60 Ausente
Correntera de Agua Ausente 15/0,40 23/0.47
Plataformas Tardías 12/0,50 17/0,49 Ausente

Unidad Espacial Tipos Prevalencia


Basural Mediano Mediano
Cuartos de Piedra Mediano Mediano
Plataformas Tempranas Pequeño y mediano Pequeño
Correntera de Agua Mediano y grande Grande
Plataformas Tardías Pequeño y mediano Mediano 175
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 161-190

Figura 14. EDK univariados de diámetros de Jarras.

Tabla 9: Agrupaciones modales univariadas y bivariadas deJarras


AGRUPACIONES MODALES UNIVARIADAS
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3
Diámetro 10 cm Ausente Ausente AGRUPACIONES MODALES BIVARIADAS
Grosor 0,4 cm 0,6 cm 0,9 Grosor Diámetro n
Basural 0,5392 9,24 355
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3 Basural
Diámetro 10 cm Ausente Ausente Grosor Diámetro n
Grosor 0,4 cm 0,6 cm 0,9 0,5392 8,46 282
Cuartos de Piedra Cuartos de Piedra
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3 Grosor Diámetro n
Diámetro 10 cm 15 cm 23 cm 0,5347 11,65 36
Grosor 0,4 cm 0,6 cm 0,9 Plataformas Tempranas
Plataformas Tempranas Grosor Diámetro n
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3 0,4112 6 5
Diámetro 6 cm 15 cm Ausente 0,7136 7,8 4
Grosor 0,4 cm 0,8 cm Ausente Correntera de Agua
Correnteras de Agua Grosor Diámetro n
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3 0,56 9,96 3
Diámetro 12 cm 27 Ausente 0,59 6 2
Grosor 0,8 cm 1,2 cm Ausente 0,61 8,04 2
rías son trasladadas a un gráfico EDK bivariado, un modo preponderante aparece –como se observa
en la tabla 9 y en las figuras 16 y 17.

4.3.3 Plataformas tempranas


El tamaño de la muestra de esta unidad analítica es muy pequeño, y los resultados deben de ser toma-
176 dos con mucha cautela ya que solamente se tienen 16 fragmentos. La tabla 9 muestra los resultados
univariados de EDK tanto para diámetros como para grosores. Cuando estas dos categorías son tras-
Christian Mesía / Uso de estimados de densidad Kernel en la investigación de grupos cerámicos...

Figura 15. EDK univariados de grosores de Jarras.

Figura 16. EDK bivariados bidimensionales de diámetros de Jarras.


ladadas a un gráfico EDK bivariado, los resultados indican la presencia de dos modos como se observa
en la tabla 9 y en las figuras 16 y 17.

4.3.4 Correntera de Agua


Similar cautela debe de ser tomada en esta unidad analítica debido a la pequeña muestra de 14 frag-
mentos. La tabla 9 muestra los resultados univariados de EDK tanto para diámetros como para gro-
sores. Las figuras 14 y 15 presentan estos modos y como se superponen. Cuando estas dos categorías
son trasladadas a un gráfico EDK bivariado, los resultados indican la presencia de tres modos como se
observa en la tabla 9 y en las figuras 16 y 17

4.3.5 Plataformas Tardías


La muestra en esta unidad analítica asciende a cinco fragmentos por lo que no hay necesidad de rea- 177
lizar análisis mayores.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 161-190

Figura 17. EDK bivariados tridimensionales de diámetros de Jarras.

En la tabla 10 puede verse un resumen de los resultados de EDK en Cuencos por unidad espacial.

4.4 Botellas
La muestra de botellas está compuesta por 119 fragmentos, de los cuales 101 (84,9%) es parte del
Basural. Debido al reducido número de fragmentos en otras unidades espaciales, solamente las tablas
serán consideradas y los patrones extraídos de ellas sin necesidad de realizar análisis EDK. Se puede
argumentar que el resto de unidades espaciales no contienen una proporción significativa de botellas.
La tabla 11 muestra los estimados univariados de la población total para diámetros y grosores mien-
tras que las figuras 18 y 19 muestran como estos modos se superponen. Cuando estas dos categorías
Tabla 10: Sumario de tipos y medidas de Jarras.
Unidad Espacial Muy pequeño Pequeño Mediano Grande
Basural Ausente 8/0,5 Ausente Ausente
Cuartos de Piedra Ausente Ausente 12/0,5 Ausente
Plataformas Tempranas 6/0,4 8/0,7 Ausente Ausente
Correntera de Agua 6/0,6 8/0,6 10/0,6 Ausente
Plataformas Tardías 6/0,6-0,9 8/0,3 Ausente 18/0,9

Unidad Espacial Tipos Prevalencia


Basural Pequeño Pequeño
Cuartos de Piedra Mediano Mediano
Plataformas Tempranas Muy pequeño y pequeño Muy Pequeño
Correntera de Agua Muy pequeño, pequeño y mediano Mediano
178 Plataformas Tardías Muy pequeño, pequeño y grande Mediano
Christian Mesía / Uso de estimados de densidad Kernel en la investigación de grupos cerámicos...

Figura 18. EDK univariados de diámetros de Botellas.

179
Figura 19. EDK univariados de grosores de Botellas.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 161-190

son trasladadas a un gráfico EDK bivariado, un dos modos aparecen –como se observa en la tabla 11 y
en las figuras 20 y 21.
Es necesario indicar que con relación a las botellas, el diámetro del borde no indica precisamen-
te si se trata de una botella de grandes o pequeñas dimensiones, por lo que en este artículo se lidia
principalmente con la variación del borde. Los resultados obtenidos si bien no son significativos en
cuanto las variaciones del tamaño de las botellas, lo son en cuento a la segregación de botellas de
cuello angosto o cuello amplio, las cuales pueden estar presentes en botellas de similares dimensiones
o de dimensiones generales diametralmente opuestas. El tamaño del cuello no está en función de los
centímetros cúbicos de líquido que una botella puede contener.

4.4.1 Basural
Como se mencionó anteriormente, una muestra de 101 fragmentos ha sido cuantificada en esta uni-
dad analítica. Dada la preponderancia de botellas del basural en la muestra general, se observa una
tendencia similar a la indicada en el párrafo anterior. La tabla 11 muestra los estimados univariados
de la población total para diámetros y grosores mientras que las figuras 18 y 19 muestran como estos
modos se superponen. Cuando estas dos categorías son trasladadas a un gráfico EDK bivariado, un dos
modos aparecen –como se observa en la tabla 11 y en las figuras 20 y 21. Dos tipos de cuellos de botella
han sido identificados, pequeños (4/0,4 cm) y medianos (6/0,5 cm).

4.4.2 Cuartos de Piedra


Cuatro fragmentos han sido identificados en esta unidad espacial (tabla 11). Los datos provenientes de
esta unidad analítica corresponden a los cuellos pequeños y medianos identificados en el Basural. Los
pequeños son preponderantes si cabe la aplicación de este término a una muestra tan pequeña.

4.4.3 Plataformas Tempranas


Seis fragmentos han sido identificados en esta unidad espacial. Todos los casos pueden ser relaciona-
dos con el tipo pequeño reconocido en el Basural.

4.4.4 Correntera de Agua


Como en las unidades espaciales anteriores, el tamaño de la muestra es muy pequeño para ser some-
tido a análisis EDK. De lo observado en la tabla 12, se tiene la presencia de botellas con cuello pequeño
y mediano.

4.4.5 Plataformas Tardías


Solamente un fragmento de 5/0,24 cm se ha identificado en la muestra proveniente de esta unidad
analítica, lo que corresponde al tipo mediano reconocido en el basural.
Un sumario con respecto a las botellas es observado en la tabla 12. Nuevamente es necesario pre-
cisar que los valores que provienen de CP, PT, PTA y CA deben de ser tomados con extrema cautela.

4.5 Vasos
La muestra de vasos en esta unidad analítica está compuesta tan solo por 40 fragmentos, de los cuales
37 (92,5%) provienen del Basural. Dado el número reducido de de fragmentos de vasos en otras uni-
dades espaciales se seguirá el mismo procedimiento utilizado para las botellas. La tabla 13 muestra
180
los estimados univariados de la población total para diámetros y grosores mientras que la figura 22
Christian Mesía / Uso de estimados de densidad Kernel en la investigación de grupos cerámicos...

Tabla 11: Agrupaciones modales univariadas AGRUPACIONES MODALES BIVARIADAS


y bivariadas de Botellas Grosor Diámetro n
0.5392 9.24 355
Basural
Grosor Diámetro n
0,5392 8,46 282
AGRUPACIONES MODALES UNIVARIADAS Cuartos de Piedra
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3 Grosor Diámetro n
Diámetro 4 cm 6 cm 8 cm 6 0,6 1
Grosor 0,4 cm 0,6 cm 0,9 cm 3 0,42 13
3 0,36 13
Basural
3 0,51 13
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3
Plataformas Tempranas
Diámetro 4 cm 6 cm 8 cm Grosor Diámetro n
Grosor 0,4 cm 0,6 cm 0,9 cm 4 0,49 1
Cuartos de Piedra 4 0,65 1
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3 4 0,57 1
Diámetro 10 cm 15 cm 23 cm 4 0,33 1
Grosor 0,4 cm 0,6 cm 0,9 cm 4 0,25 1
Plataformas Tempranas 4 0,4 1
Correntera de Agua
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3
Grosor Diámetro n
Diámetro 6 cm 15 cm Ausente
4 0,43 1
Grosor 0,4 cm 0,8 cm Ausente 4 0,38 1
Correnteras de Agua 4 0,41 1
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3 3 0,34 1
Diámetro 12 cm 27 cm Ausente 6 0,36 1
Grosor 0,8 cm 1,2 cm Ausente 6 0,34 1

Figura 20. EDK bivariados bidimensionales de diámetros de Botellas

muestra como estos modos se superponen. Cuando estas dos categorías son trasladadas a un gráfico
EDK bivariado, cinco modos aparecen –como se observa en la tabla 13 y en las figuras 23 y 24. Debe de
indicarse que el modo pequeño es increíblemente pequeño y podría tratarse de vasos miniatura.

4.5.1 Basural
La muestra de vasos identificada en el Basural corresponde a 37 fragmentos. Se replican los valores 181
identificados en la muestra total de vasos.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 161-190

Figura 21. EDK bivariados tridimensionales de diámetros de Botellas.

Tabla 12: Sumario de tipos y medidas de Jarras.


Unidad Espacial Pequeño Mediano Unidad Espacial Tipo Prevalencia
Basural 4/0,4 6/0,5 Basural Pequeño, mediano Pequeño
Cuartos de Piedra 4/0,4-0,5 6/0,6 Cuartos de Piedra Pequeño, mediano Pequeño
Plataformas Tempranas 4/0.3-0.7 Ausente Plataformas Tempranas Pequeño Pequeño
Correntera de Agua 3-4/0,3-0,4 6/0,3-0,4 Correntera de Agua Pequeño, mediano Pequeño
Plataformas Tardías Ausente 5/0,2 Plataformas Tardías Mediano Mediano

182 Figura 22. EDK univariados de diámetros y grosores de Vasos.


Christian Mesía / Uso de estimados de densidad Kernel en la investigación de grupos cerámicos...

Figura 23. EDK bivariados bidimensionales de diámetros de Vasos.

Figura 24. EDK bivariados bidimensionales de diámetros de Vasos.

Tabla 13: Agrupaciones modales univariadas y bivariadas de Vasos.


AGRUPACIONES MODALES BIVARIADAS
Grosor Diámetro n
AGRUPACIONES MODALES UNIVARIADAS
0,2996 5,94 5
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3
0,3968 8,04 7
Diámetro 4 cm 6 cm 8 cm
0,44 3,98 10
Grosor 0,4 cm Ausente Ausente
0,5372 5,94 7
Basural
0,6236 8,04 2
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3
Basural
Diámetro 4 cm 6 cm 8 cm
Grosor Diámetro n
Grosor 0,4 cm Ausente Ausente
0,2996 5,52 5
0,386 8,04 7
0,4184 3,84 10
0,548 5,94 3
0,6236 8,04 2 183
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 161-190

4.5.2 Cuartos de Piedra


Solamente se ha identificado un fragmento, cuyo valor es de 4/0,43 cm. Se relaciona con la categoría
de vasos pequeños identificada en el Basural.

4.5.3 Plataformas Tempranas


No se recuperaron vasos en esta unidad espacial.

4.5.4 Correntera de Agua


Solamente se ha identificado un fragmento, cuyo valor es de 4/0,31 cm. Se relaciona con la categoría
de vasos pequeños identificada en el Basural.

4.5.6 Plataformas Tardías


Solamente se ha identificado un fragmento, cuyo valor es de 6/0,53 cm. Se relaciona con la categoría
de vasos medianos y gruesos identificada en el Basural.
Con las reservas ya indicadas respecto al tamaño de la muestra de vasos, la misma puede ser or-
ganizada tal cual se observa en la tabla 14.
Tabla 14: Sumario de tipos y medidas de Vasos.
Unidad Espacial Pequeño Mediano Grande
Basural 4/0,4 6/0,3-0,6 8/0,4-0,6
Cuartos de Piedra 4/0,4 Ausente Ausente
Plataformas Tempranas Ausente Ausente Ausente
Correntera de Agua 4/0,3 Ausente Ausente
Plataformas Tardías absent 6/0,5 Ausente
Unidad Espacial Tipo Prevalencia
Basural Pequeño, mediano y grande Pequeño
Cuartos de Piedra Pequeño Pequeño
Plataformas Tempranas Ausente Ausente
Correntera de Agua Pequeño Pequeño
Plataformas Tardías Mediano Mediano

4.6 Platos
La población de platos está compuesta por 57 fragmentos, de los cuales 46 (80,1%) pertenece al Basural.
Dado el número reducido de de fragmentos de vasos en otras unidades espaciales se seguirá el mismo
procedimiento utilizado para las botellas y vasos. Esta baja densidad invita a pensar que los platos
no fueron realmente parte importante de la muestra cerámica recuperada en el sector Wacheqsa. La
tabla 15 muestra los estimados univariados de la población total para diámetros y grosores mientras
que la figura 25 muestra como estos modos se superponen. Cuando estas dos categorías son trasla-
dadas a un gráfico EDK bivariado, dos modos aparecen como se observa en la tabla 15 y en las figuras
26 y 27.

4.6.1 Basural
Como se mencionó en el párrafo anterior, la muesta de platos en el Basural es de 46 fragmentos, re-
plicándose los valores identificados en la muestra general. Los datos referentes a las otras unidades
184
espaciales pueden ser observados en la tabla 16.
Christian Mesía / Uso de estimados de densidad Kernel en la investigación de grupos cerámicos...

Tabla 15: Agrupaciones modales univariadas y bivariadas de Platos.


AGRUPACIONES MODALES UNIVARIADAS AGRUPACIONES MODALES BIVARIADAS
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3 Grosor Diámetro n
Diámetro 15 cm 25 cm Ausente 0,5724 12,4 6
Grosor 0,6 cm 0,8 cm Ausente 0,615 22 40
Basural Basural
KDE Mode 1 Mode 2 Mode 3 Grosor Diámetro n
Diámetro 15 cm 25 cm Ausente 0,615 22 38
Grosor 0,6 cm 0,8 cm Ausente 0,9132 22 3
Cuartos de Piedra
Tabla 16: Sumario de tipos y medidas de Vasos
Grosor Diámetro n
Unidad Espacial Pequeño Mediano Grande 22 0,82 1
Basural absent absent 22/0,9 26 0,63 1
Cuartos de Piedra 10/0,4 18/0,6 22-26/0,9 24 0,82 1
Plataformas Tempranas 12/0,6 Ausente 24/0,7 18 0,63 1
Correntera de Agua 14/0,9 Ausente 26/0,51 10 0,4 1
Plataformas Tardías Ausente Ausente Ausente 10 0,27 1
Unidad Espacial Tipo Prevalencia Plataformas Tempranas
Basural Grande Grande Grosor Diámetro n
Cuartos de Piedra
Pequeño, mediano
Grande 12 0,56 1
y grande 24 0,69 1
Pequeño y
Plataformas Tempranas Pequeño y grande Correntera de Agua
grande
Pequeño y Grosor Diámetro n
Correntera de Agua Pequeño y grande
grande 26 0,51 1
Plataformas Tardías Ausente Ausente 14 0,92 1

185
Figura 25. EDK univariados de diámetros y grosores de Platos.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 161-190

Figura 26. EDK bivariados bidimensionales de diámetros de Platos.

Figura 27. EDK bivariados tridimensionales de diámetros de Platos.

Asimismo la tabla 16 muestra una sinopsis de la distribución de platos por unidad espacial.
Nuevamente es muy importante recalcar la cautela con la cual los valores provenientes de CP, PT,
PTA y CA deberán ser tomados.
Existe una clara variación del grupo cerámico muestreado, la cual refleja diferencias en tipos pre-
valentes entre unidades espaciales, tal cual se observa en la tabla 17. La naturaleza de estas funciones
será discutida en un siguiente artículo pero para aquellos interesados, sugiero revisar la tesis doctoral
del autor (Mesia 2007).

5. Discusión
Ciertas consideraciones necesitan ser comentadas al observar los resultados de la sección precedente.
Los resultados provenientes de unidades espaciales con densidades altas tienen un grado de certe-
za indudablemente mayor que aquellos que provienen de unidades espaciales con densidades bajas,
encerrando la posibilidad de crear artefactos estadísticos en cada modo identificado, especialmente
cuando existen outliers en la muestra. Esto se aplica también a las tipos cerámicos con bajas densi-
dades al interior de las unidades espaciales. Esto se observa por ejemplo en la muestra de botellas,
vasos y platos que pertenecen a las unidades espaciales de la fase Urabarriu. Es necesario realizar
un ejercicio de cautela y no interpretar los resultados de estos tipos cerámicos en estas unidades
espaciales como modos infalibles sino más bien como educadas presunciones hasta contar con una
muestra mayor. Para los análisis bivariados e incluso univariados, “el problema es conocer que es lo
que constituye una muestra adecuada ya que esto depende de la estructura subyacente de los datos”
(Baxter et al. 2000). En el ejemplo de análisis bivariados de 62 especímenes que Baxter et al. dan en el
186
mismo artículo (Baxter et al. 2000), este número es a duras penas satisfactorio, sin embargo por fines
Christian Mesía / Uso de estimados de densidad Kernel en la investigación de grupos cerámicos...

didácticos y siguiendo las recomendaciones de Baxter et al, se eligió la muestra de 30 como mínimo
para realizar los análisis que motivan el presente artículo, ya que la prevalencia de modos fabricados
es muy alta en una muestra menor de 30.
En referencia a la relación diámetro/grosor, la primera medida resiste satisfactoriamente los re-
sultados de análisis bivariados en relación a los univariados por lo que es más robusto en el examen
de dimensiones de vasijas que la medida de grosor. Los modos detectados en EDK univariados han
resistido en su gran mayoría la prueba de los EDK bivariados.
Otro elemento que vale la pena recalcar es la necesidad de razonar en términos tridimensio-
nales la relación entre dos categorías que conforman un análisis bivariado ya que los gráficos en
dos dimensiones no han identificado correctamente los modos estadísticos detectados en gráficos
tridimensionales para el caso de las ollas sin cuello del Basural y los Cuartos de Piedra. Un elemento
notable de control de los análisis EDK realizados en R es la tabla de agrupamiento que se genera a
partir de rutinas EDK realizadas en JMP. El uso de rutinas EDK en ambos paquetes estadísticos genera
una mayor robustez a los resultados, teniendo siempre en cuenta que el tamaño de la muestra debe
de ser el adecuado.
En resumen se puede indicar que las rutinas EDK, fundamentalmente las bivariadas tridimen-
sionales se constituyen en poderosas herramientas analíticas para el examen de relaciones muy su-
periores a los histogramas, lo cual expresa concordancia con las salvedades establecidas por Baxter
(Baxter et al. 1997), Cleveland (Cleveland 1993), Shennan (Shennan 2006) Su potencial en arqueología
no ha sido plenamente explotado por lo que es de esperar que el presente artículo genere un mayor
uso del mismo entre los profesionales de la arqueología interesados en herramientas analíticas de
investigación.

Agradecimientos
Los trabajos de excavación en Chavín de Huántar fueron realizados con apoyo del Departamento de
Ciencias Antropológicas de la Universidad de Stanford, el Centro de Estudios Latinoamericanos de
la Universidad de Stanford, la Facultad de Humanidades de la Universidad de Stanford y la National
Geographic. A Ian Robertson quien fue instrumental en el desarrollo del presente análisis estadístico
al introducirme a la programación estadística y al uso de R, además de realizar valiosos comentarios
al mismo. A John Rick por igualmente contribuir al desarrollo de la presente investigación y por su ca-
maradería reflejada a lo largo de los años tanto en Stanford como en Chavín de Huantar. Igualmente
a mis colegas y amigos John Wolf y Daniel Contreras con quienes he compartido discusiones extensas
sobre los resultados de estos análisis. Desde luego los errores incluidos en el presente trabajo son de
exclusiva responsabilidad mía.

187
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 161-190

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Arqueología y Sociedad 24, 2012: 161-190

Apéndices
I. Código de programación R para rutinas EDK univariadas
http://addictedtor.free.fr/graphiques/graphcode.php?graph=103

require(hdrcde)

data(faithful)

hdr.den(faithful$eruptions)
rug(faithful$eruptions, ticksize= 0.01)

II. Código de programación R para rutinas EDK bivariadas 2D y 3D


http://addictedtor.free.fr/graphiques/graphcode.php?graph=103

require(MASS)
set.seed(125)
x <- rnorm(150,mean=3*rbinom(150,prob=.5,size=1),sd=1)
y <- rnorm(150,mean=4*rbinom(150,prob=.5,size=2),sd=1)
d <- kde2d(x,y,n=50)

kde2dplot <- function(d, # a 2d density computed by kde2D


ncol=50, # the number of colors to use
zlim=c(0,max(z)), # limits in z coordinates
nlevels=20, # see option nlevels in contour
theta=30, # see option theta in persp
phi=30) # see option phi in persp
{
z <- d$z
nrz <- nrow(z)
ncz <- ncol(z)

couleurs <- tail(topo.colors(trunc(1.4 * ncol)),ncol)


fcol <- couleurs[trunc(z/zlim[2]*(ncol-1))+1]
dim(fcol) <- c(nrz,ncz)
fcol <- fcol[-nrz,-ncz]

par(mfrow=c(1,2),mar=c(0.5,0.5,0.5,0.5))
persp(d,col=fcol,zlim=zlim,theta=theta,phi=phi,zlab=”density”)

par(mar=c(2,2,2,2))
image(d,col=couleurs)
contour(d,add=T,nlevels=nlevels)
box()
}

#png(“graph_1.png”,width=600,height=300)
190 kde2dplot(d)
#dev.off()
Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 191-226
ISSN: 0254-8062

Recibido: abril de 2012


Aceptado: agosto de 2012

huaca la florida:
la secuencia cronológica
de un templo en u en el valle del rímac
José Luis Fuentes Sadowski
Arqueólogo por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
condor_de_fuego@hotmail.com

Resumen
Huaca La Florida es un templo en U del valle del Rímac, perteneciente a la Cultura Manchay, sociedad que
habitó la costa central entre los 2000 al 600 a.C. aprox. Desde el año 2001 venimos visitando e investigando
este sitio, del cual recopilando todos los antecedentes de estudio, registros inéditos y viendo el material
procedente de allí confeccionamos nuestra tesis de licenciatura en la UNMSM. La propuesta de secuencia
cronológica elaborada viene a ser una importante contribución no sólo para la historia de este sitio clave
si no para la arqueología de la costa central en el Formativo.
Palabras clave: Templo en U, Periodo Inicial, Cultura Manchay.

Abstract
Huaca La Florida is a U-shaped temple located in the Rimac Valley, related to the Manchay Culture, society
that settled in the Central Coast during c. 200 to 600 b.C. Since 2001 we have been visiting and resear-
ching about this site; and by gathering the information of previous researches, unpublished records, and
analyzing de material from the site, we developed our bachelors’ thesis, submitted to the UNMSM. The
chronological sequence developed here comes to be a significant contribution not only to the history of
this important site, but to the central coast archaeology during the Formative period.
Keywords: Templo en U, Periodo Inicial, Cultura Manchay.

En diciembre del 2009 sustentamos nuestra tesis de licenciatura en la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos titulada La secuencia cronológica de la Huaca La Florida, valle del Rímac, Perú que asesoró
el Dr. Rafael Vega-Centeno. En ella planteamos, en base a registros y material inédito, una hipotética
secuencia cronológica de este templo en U de la cultura Manchay en el valle bajo del Rímac. Esta se-
cuencia empezó en un momento no determinado del Precerámico Tardío y terminó hacia 1000 a.C.
cuando, al parecer, el sitio fue abandonado. Las fases planteadas fueron: San Jerónimo (¿?-1800 a.C.)
aún en el Precerámico Tardío; y Amancaes (1800-1500 a.C.), El Bosque (1500-1200 a.C.) y Villacampa
(1200-1000 a.C.), en el Periodo Inicial y con la presencia de cerámica. Presentamos el proceso que se
191
siguió para llegar a la secuencia cronológica del sitio.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 191-226

El entorno geográfico del sitio


Huaca La Florida (PV47-18) se sitúa en la margen derecha del valle bajo del Rímac, costa central del Perú.
Sus coordenadas geográficas son 12º 01’ 20’’ latitud sur y 77º 02’ 08’’ longitud oeste. Está a una altitud de
133 msnm, a unos 2 km al norte del río Rímac y a unos 11 km del Océano Pacífico (Fig. 1). En la actualidad
el lugar se encuentra dentro del casco urbano de Lima Metropolitana, como la gran mayoría de sitios
arqueológicos del valle bajo del Rímac. A pesar de ello, por ubicarse cerca del área tradicionalmente co-
nocida como “Pampa de Amancaes”, sigue manteniendo el mismo entorno definido por los cerros que
circundan esta planicie hacia el norte y el este. Así, casi inmediatamente al norte del sitio limita con los
ramales que descienden del cerro Arrastre Bajo (donde se sitúa actualmente el asentamiento humano
Mariscal Castilla) que alcanza una altura de 455 msnm. Este cerro cierra la pampa de Amancaes por el
noroeste y se une por una pequeña abra por el noreste con el cerro más elevado de la zona y que cierra
la pampa de Amancaes por el norte: el cerro San Jerónimo, que alcanza la altura de 755 msnm. El San
Jerónimo es parte de unas estribaciones de la cordillera que bajan desde el macizo del Cerro Colorado
Norte, ubicado en los límites de las provincias de Lima y Huarochirí, y que en su trazo hacia el suroeste
forman una sucesión de cerros que marcan el límite oeste de la quebrada de Cantogrande, donde se ubi-
ca el distrito de San Juan de Lurigancho. Hacia el sur del cerro San Jerónimo está el cerro Segundo (520
msnm) y luego de una pequeña abra se continúa hacia el sur con el cerro Observatorio, que alcanza una
altura de 465 msnm. Estos dos cerros son los que limitan la pampa de Amancaes por el este y el sureste.
Terminando esta estribación hacia el sur se continúa con el cerro Las Ramas y finalmente con el cerro
San Cristóbal, conocido cerro de la ciudad de Lima donde se ha situado una cruz y un mirador (Fuentes
2009: 18-21). Geológicamente el cerro San Jerónimo está formado de rocas intrusivas y del grupo deno-
minado la superunidad Santa Rosa, del tipo adamelita (Ks-ad-sr). También del mismo tipo de roca es ce-
rro Segundo y el cerro Observatorio. En cambio el Arrastre Bajo es una mezcla de tres tipos de sistemas
geológicos: la mayor parte del Cretáceo Inferior, de rocas intrusivas y de grupo denominado Morro Solar
(Instituto Geológico Minero y Metalúrgico del Perú 1992: 21, 63).
El templo en U de La Florida se situaba inmediatamente al suroeste de la pampa de Amancaes, en
terrenos de lo que fue, en la época colonial y republicana, la Hacienda Muñoz y que desde los 50 se po-
bló con las urbanizaciones La Florida y El Bosque1. El sitio puede incluirse en la ecorregión Desierto del
Pacífico, definido por Brack y Mendiola (2000). Algo interesante de resaltar es que en el área de la pampa
de Amancaes se producía, durante los meses de invierno, el fenómeno de las lomas: una vegetación ar-
bustiva efímera donde florecían la tara (Caisalpinia tara), la lechuga (Tetragonia sp.) y la conocida aman-
cay de Lima (Hymenocallis amancaes) (Pulgar Vidal 1996: 47-49), también era habitada por animales como
la lagartija (Tropidurus peruvianus), cernícalo (Falco sparverius), lechuza de los arenales (Atiene cunicularia),
vizcacha (Lagidium peruanum) y hasta el venado de cola blanca (Odocoileus virginianus) (Velarde 1983: 85).
En la actualidad en los meses de invierno la vegetación invade los cerros que bordean la pampa, como el
San Jerónimo. Tanto el clima como las condiciones atmosféricas del lugar son propias de la costa central,
con veranos calurosos de fuerte irradiación solar y con alta humedad, bajas temperaturas y presencia
de nubes estratos el resto del año. Actualmente la zona pertenece al distrito del Rímac. La pampa de
Amancaes ha desaparecido, las urbanizaciones y asentamientos humanos que se han instalado incluso
en las laderas bajas de los cerros que bordean el lugar.

La cultura Manchay y los templos en U de la costa central


Richard Burger y Lucy Salazar (2010: 15-20) denominan “Cultura Manchay” a la sociedad que cons-
truyó los llamados “templos en U” en la costa central, es decir, la porción costera que se encuentra

1 Por la construcción de la primera urbanización es que tiene el nombre de La Florida, pero tenemos referen-
192 cias que por la hacienda situada allí también se llamó Huaca Muñoz. Otro nombre que tuvo fue “Huaca de la
Hoyada de Amancaes” (Mejía 1978: 495).
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac

Figura 1. Mapa de ubicación de Huaca La Florida en el valle bajo del Rímac

193
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 191-226

entre el valle de Fortaleza y el de Lurín. En toda esta región, entre los 2000 a 600 a.C., se edificaron
alrededor de 60 templos en U en distintas zonas de las partes baja y media de cada valle. Esta sociedad
no solo compartió este patrón de edificación, definido por Williams (1971), sino que tuvieron un estilo
de cerámica propio: ollas sin cuello con bordes engrosados (forma de coma), botellas de picos largos
y borde abocinado y cuencos de lados convexos; con decoración bícroma, mayormente con punteado
o incisiones; iconografía propia, la cual no solo se plasmó en la cerámica, sino también en los muros
de los templos a manera de frisos, donde los personajes son representados con labios pronunciados
y diente felínicos, ojos de “pupila exéntrica” y, en su mayoría, en actitudes o estados, al parecer, de
trances místicos (como personajes en actitud de vuelo). Las investigaciones de Patterson (1983) llevan
a proponer el concepto de “formación social La Florida”.

Las caracteristicas de un templo en U de la costa central


Carlos Williams fue el investigador que definió este patrón arquitectónico (Williams 1971: 1978-80)
(Fig. 2). Un templo en U se compone básicamente de cuatro partes: pirámide o cuerpo central, brazo
derecho, brazo izquierdo y plaza central o cancha nivelada definida por los tres elementos anteriores. El
cuerpo central se compone, a su vez, de cuatro componentes arquitectónicos: el núcleo, que viene a ser
una pirámide troncocónica de planta cuadrangular situada en medio de la estructura; dos alas laterales,
derecha e izquierda, que no son otra cosa que plataformas rectangulares de una altura generalmente
menor que la del núcleo y que se sitúan o adosan a ambos lados; y finalmente el vestíbulo, que es un
espacio situado a los pies del frontis del núcleo que mira hacia la plaza central y que se encuentra cerca-

194 Figura 2. Dibujo isométrico de la imagen ideal de un templo en U.


Tomado de Williams (1978-80: 99).
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac

do por dos muros que parten de ambos extremos del frontis y que a determinada distancia tuercen en
90º convergiendo y dejando un espacio de acceso entre la plaza y el vestíbulo justo en el eje del cuerpo
central y de todo el sitio. Valdría decir que el espacio del vestíbulo también podría considerarse dentro
del espacio de la plaza, ya que se sitúa en ella. Podemos, a su vez, mencionar que el núcleo tiene tres
elementos arquitectónicos importantes adicionales: una escalera principal de acceso que comunica el
vestíbulo con el atrio –ambiente de planta cuadrangular situado en el frontis principal del núcleo pero
que se encuentra semi hundido en la superficie del mismo– y una pequeña plataforma situada a espaldas
del atrio que coronaba el núcleo del cuerpo central (Fuentes 2009: 33-34).
Los brazos se conforman de una serie de montículos alineados que parten desde los extremos de
cada ala del cuerpo central y se dirigen en dirección opuesta. Algunos llegan a ser tan voluminosos
como los cuerpos centrales, pero en la mayoría de los casos son montículos pequeños. Contenían una
serie de ambientes con escalinatas y pasadizos, y en algunos casos, plazas circulares frente a estos o
incluso en la parte posterior. Finalmente la plaza central, el espacio plano enmarcado entre el cuerpo
central y los dos brazos, tenía una serie de estructuras como el vestíbulo, plazas circulares, zócalos
y otras estructuras. Un quinto elemento eran los sectores de viviendas domesticas ubicadas en los
alrededores del templo, en las partes posteriores del cuerpo central, los brazos e incluso delante de
la plaza central.

Los antecedentes de estudio del sitio


Los estudios arqueológicos hechos en esta zona han sido relativamente recientes, a pesar de estar cer-
ca del Centro Histórico de Lima. Antes debemos referir que el núcleo del cuerpo central de La Florida
sufrió un gran saqueo que, por sus características, debió producirse en la colonia (Mejía Xesspe,
1978:495). Por los datos que nos ha proporcionado Zevallos de los saqueos coloniales de la costa nor-
te, es probable que haya un inventario del material extraído, lo que debería estar en los documentos
coloniales (Zevallos 1994: 10). Si fuera así sería la primera mención del sitio. También hay que seña-
lar que Middendorf hace una breve mención de estructuras de piedra situadas en la cima del cerro
Arrastre Bajo, probablemente relacionadas a La Florida (Middendorf 1973 [1893]: 447).
El primer arqueólogo que hizo una mención científica de La Florida es Julio C. Tello, el padre
de la arqueología peruana. Él visita el sitio en enero o mayo de 1946 junto con Toribio Mejía Xesspe
debido a que se había denunciado que el sitio lo estaban explotando como cantera. Ellos repararon
en la naturaleza arqueológica del montículo y denegaron el permiso de explotación (Mejía Xesspe
1978:495-496). Tello preparó un informe sobre el sitio, que lamentablemente hasta ahora no lo hemos
ubicado.
Luego, el sitio es redescubierto cuando se reinició la explotación industrial del montículo, de
ello dan fe Mejía Xesspe, Lorenzo Rosselló y José Casafranca el 17 de setiembre de 1955. Fue en esta
oportunidad que recolectaron fragmentos de cerámica de uno de los cortes y repararon en la gran
antigüedad del lugar (Mejía 1978: 496-502). Posteriormente, Mejía hizo otras salidas más en compañía
de otros arqueólogos como Jorge C. Muelle, en las cuales recogieron datos que confirmaron la data
formativa del sitio (recojo de muestra para el primer fechado radiocarbónico (N-44), hallazgo de una
vasija entera con 2 picos, etc.) (Fuentes 2009: 83-84) (Fig. 3).
En los años siguientes se dieron algunos proyectos de rescate en la zona, Muelle dirigió dos ellos,
en 1957 en el parque Juan Ríos y en 1962-63 en el área situada en la Urb. El Bosque. En 1960 parece que
también dirigió una intervención pero fue una investigación en las alas del cuerpo central. En 1967
hubo otra intervención de la cual no tenemos mayores datos y en 1968 excava en las cercanías del
ingreso al Cristal Oscar Gómez (Fig. 4).
También se sucedieron una serie de visitas de investigadores que recolectaron material de su-
195
perficie o hicieron algunas observaciones importantes, como Lanning (1958, 1959, 1960a, 1960b,
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 191-226

1967) que hizo observaciones acerca de la cerá-


mica y la arquitectura del sitio. El informe de la
Junta Deliberante Metropolitana de Monumentos
Históricos, Artísticos y Lugares Arqueológicos
(1962-63) en la que se menciona un bajorrelieve en
el cuerpo central, que pudo ser un friso (Bonavia,
Matos y Caycho 1962-63: 54). También menciones
de Buse (1963a, 1963b, 1965), Patterson y Moseley
(1968), Scheele (1970) y Rosas (1970).
En 1971 Carlos Williams define el patrón de
construcción en U para los templos formativos de
la costa central, usando a La Florida como uno de
los monumentos típicos. Esto apareció en su artí-
culo “Centros ceremoniales tempranos en el valle
del Chillón, Rímac y Lurín” publicado en la revista
Apuntes arqueológicos. Dibuja el primer plano de
La Florida (Williams 1971: 3). Luego Milla Villena
hace algunas observaciones (1974) y se realiza al
Figura 3. Toribio Mejía y Jorge C. Muelle examinando año siguiente la última excavación en el lugar,
junto a estudiantes de arqueología de la UNMSM res-
tos junto al Corte A de Mejía del cuerpo central de La
siendo un rescate que dirige Idilio Santillana al
Florida, en su tercera salida del 23/09/1955. Nótese al oeste del ala izquierda.
fondo las estructuras de cemento de la chancadora “La La primera publicación que versó íntegra-
Hoyada”. Archivo fotográfico del Museo de Arqueología mente sobre el sitio fue el artículo de Toribio
de la UNMSM. Mejía Xesspe “Importancia prehistórica de la

196
Figura 4. Plano de las intervenciones realizadas en Huaca La Florida y zonas colindantes
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac

Huaca La Florida en el valle de Lima”, que apareció en las actas del III Congreso Peruano del Hombre y la
Cultura Andina publicadas en Lima en 1978. En este artículo hace una descripción de los tres perfiles
ubicados en el sitio: el Corte A situado en el extremo norte del ala izquierda (que fue el explorado
en la tercera salida y en donde descubrieron la vasija entera), el Corte B situado en la base suroeste
del núcleo (que fue explorado en la primera salida y en donde Mejía halló los primeros fragmentos
“chavinoides”) y, el Corte C situado en la esquina sur del núcleo, explorado por Mejía en 1977 (Mejía
1978: 499-503). Hace también una correlación de La Florida con otros sitios formativos de la zona. Es
importante mencionar que Mejía insiste el término “chavinoide” para datar al sitio.
Después del artículo de Mejía aparecieron más contribuciones de Williams (1978-80, 1983),
Patterson (1983) y Silva, Hirth, García y Pinilla (1983).
La segunda publicación especializada sobre el sitio la publicó Thomas C. Patterson en las actas de
un simposio que aparecieron en 1985 denominado Early Architecture in the Andes de un evento reali-
zado por la Dumbarton Oaks en Washington en 1982. El artículo se denominó “The Huaca La Florida,
Rimac valley, Peru”. En éste Patterson, como Mejía, sintetiza la información que había reunido a lo
largo de los años sobre el sitio, además de los conjuntos de cerámica que se habían recuperado del
lugar. Describe un perfil en el cuerpo central que se situó en las cercanías del Corte B de Mejía, justo
en el límite entre el núcleo y el ala izquierda, señalando las capas, muros y pisos (Patterson 1985: 59-
63). Señala que del lugar extrajo muestras de moluscos, restos botánicos, así como gran cantidad de
fragmentos de cerámica. De esta muestra define cuatro tipos de formas cerámicas (Patterson 1985:
63). En base a la cerámica y a los fechados radiocarbónicos existentes plantea una serie de cuestiones
cronológicas, entre ellas que el sitio se empezó ha construir un poco antes de la aparición de la ce-
rámica (antes de 2150 a.C.) y que fue abandonado antes que se expandiera el estilo Colinas de Ancón
hasta el valle de Lurín (antes de 1750 a.C.). Hace un interesante cálculo de la fuerza laboral necesaria
para construir el cuerpo central, y señala que fueron 6.736.670 hombres/día (Patterson 1985: 66).
Las últimas menciones a La Florida las dieron Engel (1987), Marcus y Silva (1988), Rosselló (1997),
Silva y García (1997) y Burger y Salazar (2010).

Discusión sobre el estado de los conocimientos sobre Huaca La Florida


En base a los antecedentes de investigación hay varios temas que son polémicos si se hace un estado
de la cuestión o una discusión sobre el estado de los conocimientos sobre La Florida antes de la apa-
rición de nuestra investigación.
El primer tema es la cronología del sitio ¿En qué tiempo fue ocupada La Florida? Han postulado
diversas fechas los investigadores que han tratado el sitio. Para empezar se intuye una ocupación pre-
cerámica (Patterson 1985: 65; Williams 1978-80: 106; Engel 1987 :89) que con toda probabilidad estuvo
antes del 1800 a.C. Si en caso haya existido en La Florida una construcción ceremonial desde esa épo-
ca, es bastante probable que haya tenido una estrecha relación con El Paraíso, ya que parece que éste
fue el centro ceremonial más importante antes de La Florida. Acerca del periodo de ocupación han
habido varios postulados, desde el de Patterson (2150-1700 a.C.), Lanning (1800-1600 a.C.), Patterson,
MacNeish y Browman (1750 a 1050 a.C.), Scheele (antes de 1200 a.C. - después de 500 a.C.). De todas
formas parece un consenso que La Florida fue ocupada entre 2000 a 1000 a.C.
Sobre su función hay un consenso general al considerarlo como un templo (Lanning 1967: 90;
Williams 1971: 2; Williams 1978-80: 109-110; Patterson 1985: 67; Ravines 1985: 60; Burger 1992: 61-62;
Rosselló 1997: 35). Según Williams “la edificación, tanto en términos de su forma como del tratamiento del
espacio y de las superficies, expresa ideas, tiene connotación cultural” y que “pueden leerse [...] como expresión
de superestructura en tanto dan cuenta de valores, de modos de ver y valorar el mundo.” Por ello creemos que
las características arquitectónicas que tuvo el templo en planta en U y que por ende desarrolló La
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Florida estuvieron condicionados por los rituales que en ellos se realizaban, es decir, la religión o los
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ritos (la superestructura) que se realizaron en este centro ceremonial fueron los que influenciaron
para que aparecieran elementos arquitectónicos como el vestíbulo, el atrio, los brazos, la plaza, las
alas laterales de la pirámide central, etc. La Florida fue al parecer el primer sitio en el valle del Rímac
en que se define esta tradición arquitectónica en U con todos sus elementos. A pesar de las enormes
dimensiones de la plaza de La Florida creemos que sirvió para congregar a la población y fue el lugar
donde quizás se hicieron una serie de actividades. El cuerpo central de La Florida tuvo un vestíbulo
bien definido que puede verse en las fotos aéreas del SAN. A pesar de tener ese profundo hoyo en el
frontis del núcleo (que fue probablemente un huaqueo colonial) debió estar en ese lugar el atrio y
debe existir una escalera o escaleras que permitieron comunicar el vestíbulo al atrio. También debió
tener una pequeña plataforma situada inmediatamente al suroeste del hoyo, en donde actualmente
es la zona de mayor altura del montículo. Las alas laterales del cuerpo central tienen la particularidad
de no ser simétricas, teniendo la derecha una pequeña plataforma en su cima, siendo por esta parti-
cularidad más alta que la izquierda. Sobre la función de éstas no lo sabemos, pero quizás se ubicaron
en ellas ambientes relacionados a las actividades que se hacían en el núcleo. Sobre la función de los
brazos no esta aún precisada pero tuvieron probablemente una serie de ambientes relacionados con
la plaza central (Fuentes 2009 :153-156).
Acerca de la cerámica recuperada en el sitio pensamos que por la cantidad de intervenciones que
hubieron debió recuperarse una cantidad importante de fragmentería o inclusive ejemplares enteros.
Pero lamentablemente se ha ilustrado, descrito o comentado muy poco hasta ahora. El primero fue
Lanning (1960b: 374-378), quien menciona que la cerámica del sitio presenta caracteres muy “homo-
géneos”. Divide el conjunto de cerámica en vasijas finas y utilitarias, señala que las formas más comu-
nes fueron botellas y cuencos, y que las decoraciones fueron incisiones hechas con un instrumento
obtuso. Ubica tentativamente la cerámica de La Florida después de su fase Colinas 2 de su secuencia de
Ancón, esto es, a fines del Horizonte Temprano (Lanning 1960b:377). Posteriormente Hermilio Rosas
piensa que la cerámica de La Florida se correspondería con la cerámica de las fases II y III (La Florida
y Hacha) de su secuencia de Ancón y que se caracteriza principalmente por tener las formas de bote-
llas de un solo pico y “bols”, teniendo dos tipos de decoraciones: incisa y pintadas (Rosas, 2007:125-
126 [1970]). Después de este trabajo, Mejía (1978:520) ilustra algunos de los fragmentos de cerámica
recogidos por él en los cuales pueden notarse los diseños incisos en forma de círculos. Finalmente
Patterson (1985:64) ilustra los cuatro tipos de formas que encontró en las dos colecciones analizadas
por él: ollas sin cuello, tazas grandes poco profundas, botella de un solo cuello y plato abierto.
Finalmente la relación que tuvo La Florida con los demás templos en U del valle del Rímac es un
tema aún oscuro debido a que la mayoría no han sido investigados. Pero es probable que no hayan
funcionado todos a la vez. Si La Florida fue el primero es probable que cuando empezara su decaimien-
to o se abandonó surgiera Garagay como el templo predominante en la región. Es bastante probable
que durante su funcionamiento fuera el más importante del valle. Quizás el resto de templos en U más
pequeños le debieron algún tipo de respeto o quizás estuvieron sujetos con algún tipo de mecanismo
religioso. Sobre la relación con las aldeas donde vivían los pobladores comunes del valle no sabemos
el alcance que tuvo en la vida de éstos. Marcus y Silva (1988:40) mencionan que el surgimiento de La
Florida estuvo relacionado con el surgimiento de una unidad sociopolítica poderosa en el valle del
Rímac y que también tuvo una importancia regional puesto que probablemente ejerció un control
sobre toda el área Ancón-Rímac. Silva y García (1997:221) mencionan también que La Florida pudo
ser cabeza de una jefatura que controló la parte “media” del valle del Rímac, mientras que Garagay
controlaba toda la sección baja del valle.
Finalmente acerca del abandono del sitio Patterson cree que debió producirse hacia los 1700 a.C.
(Patterson, 1985:65) época en la que estaba en pleno proceso de emerger el vecino centro ceremonial
198 de Garagay. Probablemente el periodo de decadencia de La Florida coincidió con el desarrollo de
Garagay. No sabemos si hubo por esos años algún factor climático o desastre que afectara de forma
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac

irreversible al centro ceremonial de La Florida, pero pudo deberse a que el prestigio de Garagay creció
hasta superarlo, con lo que poco a poco fue decayendo. Quizás la frontera agrícola se expandió mejor
en esa zona, entre otras explicaciones.

Definición del problema a investigarse


Los problemas de investigación que hemos detectado en el caso de Huaca La Florida son los siguien-
tes: el cronológico, en donde se incluiría la definición de las fases de ocupación y arquitectónicas del
templo, y el que no se haya definido hasta ahora el contexto geográfico general donde se ubicó el sitio,
qué edificaciones relacionadas con el templo en U se encontraban a su alrededor, como fue su entorno
geográfico circundante y cómo se relacionó con éste.
Las preguntas que podrían hacerse en base a estos problemas serían:
– ¿En qué años se inició la ocupación (y construcción) de La Florida y ocurrió el abandono
del sitio?
– ¿Cuántas fases de ocupación o constructivas pueden detectarse en el sitio con los datos
disponibles por las exploraciones, intervenciones y excavaciones realizadas hasta la fe-
cha?
– ¿Cuáles fueron las características a lo largo del tiempo del complejo arquitectónico don-
de se encuentran las estructuras conocidas como Huaca La Florida? (Fuentes, 2009:161).

Hipótesis y objetivos de la investigación


Es a partir de las preguntas formuladas que nosotros hemos esbozado la siguiente hipótesis:

“El sitio arqueológico de Huaca La Florida fue un centro ceremonial que formó parte de un gran complejo
arquitectónico, fue ocupado desde antes de los 1800 a.C. hasta los 1000 a.C. y experimentó una secuencia
de cambios de cuatro fases: fase de ocupación precerámica, fase arquitectónica hecha mayormente de
adobitos y también de piedra, fase relacionada con una primera remodelación constructiva del cuerpo
central con arquitectura de piedra canteada con argamasa de barro y una última fase relacionada con
un mayor desarrollo de este tipo de arquitectura.”

Los tipos de datos que nos ayudarán a comprobar la hipótesis son:


a) Evidencia de elementos arquitectónicos y otros componentes correctamente contextualizados
dentro de La Florida. Esto implica la definición de sus características formales (orientación, pa-
trones constructivos, dimensiones, etc.). Estas evidencias deben verse reforzadas por asociacio-
nes con fechados de carbono 14 y cerámica.
b) Evidencia de estratigrafía y de secuencias constructivas, también asociadas con materiales cultu-
rales (cerámica) y fechados de carbono 14.
Los objetivos generales a cumplir para probar nuestra hipótesis fueron:
a) Recuperar información de arquitectura y componentes ocupacionales relacionados en tiempo y
espacio con Huaca La Florida.
b) Recuperar información de contextos de superposición y secuencia constructiva en Huaca La
Florida.
c) Recuperar información de materiales culturales asociados con los diversos momentos ocupacio-
nales identificados en Huaca La Florida.
En base a estos objetivos generales, se definieron los siguientes objetivos específicos:
a) Llevar a cabo un registro fotográfico y aerofotográfico de componentes ocupacionales en los al-
199
rededores de Huaca La Florida.
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b) Confeccionar un plano general de los componentes ocupacionales en los alrededores de Huaca La


Florida.
c) Revisar y analizar la información existente en notas de campo inéditas de reconocimientos y
excavaciones hechas en Huaca La Florida.
d) Observar y registrar los indicios arquitectónicos detectables en la actualidad (cortes, muros y
rellenos expuestos, etc.) en Huaca La Florida.
e) Registrar y analizar los componentes cerámicos recuperados de Huaca La Florida, existentes hoy
en las colecciones de los museos.
f) Identificar los contextos de procedencia de las colecciones en cuestión.
g) Analizar las fechas arrojadas por muestras de carbono 14 reportadas para Huaca La Florida y eva-
luar los contextos de procedencia de las muestras.
En base a los objetivos propuestos se trazó la siguiente metodología: a) Análisis de documenta-
ción inédita, estando en este grupo las libretas de campo de exploraciones y excavaciones, fotografías
sueltas, documentos diversos y planos o mapas. b) Análisis de las fotos aéreas, que fueron básicamente
fotografías tomadas por el Servicio Aerofotográfico Nacional (SAN) de Huaca La Florida y de los alre-
dedores en el distrito del Rímac, tanto de planta como oblicuas. c) Visitas de campo, tanto a los mon-
tículos sobrevivientes de La Florida como a los existentes en las cimas de los cerros de la pampa de
Amancaes. d) Análisis de la cerámica, ubicada tanto en el Museo de Arqueología de San Marcos como
en el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú. Y e) Análisis de los fechados
radiocarbónicos y su calibración con programas modernos de este rubro (Fuentes, 2009:162-166).

Descripción de la Huaca La Florida


La Huaca La Florida (PV47-18) es uno de los 16 templos en U definidos hasta ahora para el valle del
Rímac. El área actual de todo el sitio es 450,000 m2. Como casi todos los sitios arqueológicos del valle
bajo del Rímac ha sufrido el impacto del crecimiento explosivo de Lima Metropolitana, reduciéndo-
se en mucho su área original, debido a la urbanización de la zona y la instalación del Club Sporting
Cristal (Fuentes, 2009:167) (Figs. 5 y 6).
El templo en U de La Florida perteneció a todo un sistema de montículos que se extendían desde
el área del Cuartel del Ejército hasta la urbanización Ciudad y Campo, complejo que denominamos
“Complejo Amancaes”. Hacia el sureste de La Florida existió otro pequeño templo en U que hemos
denominado Los Manzanos. También podemos incluir en este complejo las estructuras que existen
en la cima de los cerros Arrastre Bajo, San Jerónimo, Observatorio, Las Ramas y hasta San Cristóbal
(Fuentes, 2009:168).
El cuerpo central tuvo originalmente un largo máximo de 370 m. y un ancho de 230 m., consi-
derando al vestíbulo y, de 165 m. considerando sólo el núcleo (Plataformas A, B y C) Actualmente se
encuentra reducido a unos 320 m. de largo y 160 m. de ancho. Se componía básicamente de cuatro
partes: el vestíbulo, el núcleo (conformado por la Plataforma A, la Plataforma B y la Plataforma C), el
ala derecha (conformada por la Plataforma D y la Plataforma E) y el ala izquierda (conformada por la
Plataforma F y la Plataforma G). Actualmente el vestíbulo ha desaparecido y de las distintas platafor-
mas ha desaparecido al parecer la Plataforma G (Fuentes, 2009:168-169). La plataforma A se sitúa en el
centro del núcleo y tiene 110 x 100 m. En el centro de esta presenta un profundo hoyo, abierto hacia
el frontis. Por sus características parece un huaqueo colonial2. Las medidas que tomaron Tello y Mejía
del mismo fueron de 30 m. de longitud este-oeste, 20 m. de ancho norte-sur y 15 m. de profundidad

200 2 Aunque no se descarta que sea de origen republicano, por el dato que Burger y Salazar dan para Mina Perdi-
da (2009:39).
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac

Figura 5. Foto aérea de Huaca La Florida. Fuente: SAN, 340-613, (02/02/1944)


(Mejía, 1978:496). Inmediatamente delante del hoyo se sitúa lo que parece ser un desmonte producto
de este huaqueo, y al parecer cubriría la escalera que subía del vestíbulo al hipotético atrio. La plata-
forma B se situaba hacia el noreste de la A (en la parte baja del frontis), mientras que la C se situaba
hacia el suroeste, ahora en parte recortada por el trazo de la calle 11 (Fig 7).
El ala derecha tiene por medidas 90 x 80 m. Se compone de dos plataformas, la D y la E. La D
conforma la mayor parte de ésta y tiene hacia su lado sureste una plataforma más elevada que viene
a ser la parte más alta del ala (podemos llamarla plataforma D2). La E viene a ser una plataforma pe-
queña situada en el extremo sureste del ala, en las inmediaciones del ingreso del Club Sporting Cristal
(Fuentes, 2009:171-172) (Fig. 8).
El ala izquierda se conforma de las plataformas F y G. Es la parte del cuerpo central que ha sufrido
el mayor daño por la explotación industrial de la cantera. Prácticamente todo el flanco noroeste está
201
cortado por una profunda trinchera (ahora sepultada por desmonte) que en la práctica seccionó el
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 191-226

Figura 6. Ubicación de los diferentes montículos que conformaron el templo en U de La Florida.

202 Figura 7. Vista del cuerpo central de La Florida, desde la plaza central del sitio, actualmente terrenos del Club
Sporting Cristal. Foto JLFS, Junio 2011.
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac

Figura 8. Vista del ala derecha del cuerpo central de La Florida (Plataforma D)
desde la cima del núcleo. Foto JLFS, Diciembre 2005.

ala y dejó hacia el norte un pequeño mojón de la misma. Tienen una disposición similar a las del ala
derecha pero con la diferencia que la superficie de la parte superior es plana, a diferencia de la otra.
La plataforma G puede distinguirse en la foto aérea pero parece que en la actualidad ha desaparecido.
Hacia el lado suroeste están los restos de 3 estructuras de cemento que utilizó la chancadora. Algo
importante es que en el flanco suroeste del cuerpo central, entre el núcleo y el ala izquierda se sitúa lo
que hemos denominado el Perfil A. El Perfil B está en el extremo noroeste del ala izquierda y el Perfil
C está en la esquina sur del núcleo, hacia el ala derecha (Fuentes, 2009:172-174) (Fig 9).
El brazo derecho fue una sucesión de montículos y tuvo un largo de 559 m. Partía del extremo su-
reste del cuerpo central. El montículo BD1 que fue el primero exhibió arquitectura de adobes (Matos,
1962-63:57) pero fue destruido al construirse una manzana de la urbanización La Florida. El monticulo
BD2 es el único que existe del brazo derecho y es de planta semi trapezoidal, siendo sus medidas 70 x
54 m. En su superficie solo hay piedras sueltas y tierra pero en su talud suroeste se encuentra el Perfil
F en donde se distinguen adobitos odontiformes, muros de piedra y rellenos. Existió un montículo al
sureste del anterior que fue el BD3, ahora destruido. El BD4 se situaba al noreste del BD2 pasando la
avenida Abelardo Gamarra y fue el excavado por Muelle en 1962-63. Mas al noreste del BD4 se situa-
ban 2 montículos más (BD5 y BD6) ahora destruidos (Fuentes, 2009:174-176).
El brazo izquierdo partió del extremo noreste del cuerpo central y se alineó perfectamente con el
derecho. Su largo fue de 537 m. El primer montículo fue el BI1 que aún subsiste y se encuentra dentro
de las instalaciones del Club Sporting Cristal. El montículo siguiente (el BI2) se situó debajo de la casa
hacienda colonial de la Hacienda Muñoz. Luego prosiguió el BI3 y luego el BI4, en donde finalizaba el 203
brazo y que llegaba hasta el inicio de un espolón del cerro Arrastre Bajo (Fuentes, 2009:176-177).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 191-226

Figura 9. Vista del ala izquierda del cuerpo central de La Florida (Plataforma F) desde la cima de
la Plataforma A. Foto JLFS, Noviembre 2005.

La plaza central de Huaca La Florida fue una explanada de 14 ha. (140,000 m2) (Williams, 1978-
80:98) delimitada por el frontis principal del cuerpo central por el suroeste, el brazo izquierdo por el
noroeste y el brazo derecho por el sureste. En la foto aérea se distingue que su área estaba libre de
construcciones, existiendo solo unos 6 montículos pequeños circulares. También hubo 2 zócalos de
piedra que se alineaban con el eje del sitio, uno de ellos fue detectado por las excavaciones de Muelle
en 1962-63 (Fig. 10).

Descripción del Complejo Amancaes


El templo en U de Huaca La Florida formaba parte de un complejo más grande de montículos, que
hemos denominado “Complejo Amancaes”. Este complejo se extendió hacia el sureste, estando el
templo en U en el extremo noroeste del complejo. Por todo el lado noreste el límite lo marcó la lí-
nea que dividió los campos cultivados de la planicie desértica de la pampa de Amancaes y del cerro
Observatorio. Por el sureste el límite era la ladera del cerro Las Ramas y una serie de huertas en las
inmediaciones del Convento de Los Descalzos. Por el suroeste podemos mencionar que el límite lo
conformaba una amplia vía que en la actualidad es la avenida Alcázar. Por el noroeste más allá de La
Florida las laderas del cerro Arrastre Bajo y las instalaciones del Cuartel del Ejército conformaban el
límite (Fig. 11).
A pesar que, en la actualidad, prácticamente todos estos vestigios han desaparecido y que en muy
pocos se realizaron investigaciones y excavaciones pensamos que tuvieron una estrecha relación con
La Florida y que fueron del mismo periodo de ocupación de esta estructura, es decir del Periodo
Inicial. Pensamos esto por las siguientes razones: por la proximidad que tienen todos ellos al templo
en U de La Florida, por el aspecto que ofrecen en las fotos aéreas del SAN de las décadas del 40 y 50,
204
teniendo superficies similares a las de los montículos que conforman el templo en U, sin estructuras
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac

Figura 10. Vista desde la cresta sur del cerro Arrastre Bajo del cuerpo central de La Florida,
del montículo BI1 del brazo izquierdo y de parte de la plaza central. Foto JLFS, Febrero 2007.

visibles3, por el hecho de haber identificado un templo en U entre estos montículos que hemos deno-
minado “Los Manzanos” (conformando con La Florida un “sistema binario”4), manteniendo la misma
orientación que La Florida (37º 3’) y estando su eje orientado hacia el Cerro Observatorio situado ha-
cia el noreste, tal como La Florida está orientado hacia el cerro Segundo; y finalmente, por el hecho
que en las excavaciones en los montículos E e I, Muelle y Casafranca en 1957 y 1962-63 respectiva-
mente encontraron vestigios tempranos similares a los recuperados de la Huaca La Florida (Fuentes,
2009:178-179).
Hemos identificado algo de 27 montículos conformando este complejo Amancaes, fuera de los 21
que conforman propiamente el templo en U de La Florida. Se numeran de la A hasta la Z. Los monti-
culos P, Q y R son los que conformaron el templo en U de Los Manzanos. Es lamentable que de los 48
monticulos solo subsistan 3 en la actualidad.
Finalmente añadiríamos a estos montículos las estructuras que aún subsisten en la cima de los
cerros que circundan la pampa de Amancaes. Ya Middendorf en1893 había señalado una estructura
de piedra en una de las cimas del Arrastre Bajo. También Rosselló mencionó la existencia de geoglifos
en la pampa de Amancaes y que encontró fragmentería temprana en la cima del cerro San Cristóbal.
Finalmente Chamorro menciona 3 sitios en la cima del cerro Las Ramas (Cerro Gramal, Cerro Santa
Rosa y Cerro El Altillo) y uno en el cerro Observatorio (que él denomina Cerro Las Ramas).
La estructura que menciona Middendorf nosotros la hemos encontrado semi derruida cerca del
límite superior del asentamiento humano Mariscal Castilla. En la parte baja de este cerro Arrastre Bajo
existió un cementerio que aparece saqueado en la foto aérea de 1944. En las laderas y cima del cerro

3 Las estructuras tempranas casi siempre son montículos que no ofrecen muros o estructuras visibles, mien-
tras que las tardías sí lo ofrecen: tapiales, adobes, etc.
205
4 Que viene a ser 2 templos en U muy cerca uno del otro.
206
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 191-226

Figura 11. Ubicación de los distintos montículos arqueológicos con la letra asignada a cada uno de ellos que conformaron el Complejo Amancaes.
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac

San Jerónimo existen todavía vestigios, estando en la cima una escalera bien conservada que lleva a la
parte más alta de ésta, en donde hay un sitio arqueológico de estructuras de piedra y habitáculos semi
subterráneos que lo hemos denominado “Cerro San Jeronimo”. En el cerro Segundo no encontramos
vestigios5 y en el Observatorio existe un sitio hacia el lado del abra que lo separa del cerro Las Ramas,
sitio que es mencionado por Chamorro dándole el nombre del cerro contiguo y cuya descripción no
coincide con lo observado por nosotros. También de los 3 sitios que menciona para el cerro Las Ramas
solo ubicamos uno (el situado más al norte, que él denomina Cerro Gramal) siendo casi colindante con
el abra que separa los cerros Observatorio y Las Ramas. De los geoglifos que reporta Rosselló para la
pampa de Amancaes ya no existen en la actualidad y eran dos líneas paralelas que partiendo del límite
de la zona cultivada llegaban hasta el inicio de la ladera del cerro Segundo, hacia el oeste de la capilla
colonial de San Juan de Amancaes (Fuentes, 2009:187-193).

Secuencia cronológica del cuerpo central


El cuerpo central de La Florida es el montículo que nos ha dado más datos para la elaboración de una
cronología del sitio. Paradójicamente gracias a los cortes efectuados por la Compañía Chancadora en
los años 40 y 50 que extrajo piedras y tierra, sobre todo de los flancos nor y suroeste del ala izquierda,
dejaron al descubierto perfiles estratigráficos cuyos registros por parte de los investigadores han
arrojado luces acerca de las ocupaciones en esta pirámide (Fig 12).
Son básicamente tres los perfiles que existen en el cuerpo central: el perfil A, en la zona donde
confluyen el núcleo y el inicio del ala izquierda, mirando hacia la esquina de las calles 11 y 9 (Fig 13);
el perfil B, en el extremo noroeste del ala izquierda y el perfil C, en la esquina sur del núcleo, mirando
a la calle 11.
Antes del registro elaborado por nosotros, dos investigadores registraron estos perfiles: Toribio
Mejía Xesspe y Thomas C. Patterson. Mejía registra los tres perfiles (inclusive dos más situados en el
flanco suroeste de la plataforma C del cuerpo central). Prácticamente fue el primero en registrar estos
perfiles (A y B) en los 50, reparó en la presencia de cerámica temprana en las capas de su estratigrafía
e hizo, junto con Muelle, otros hallazgos –muestra para el primer fechado radiocarbónico (N-44) en
el Perfil A, hallazgo de la vasija con dos picos y asa puente en el Perfil B–. Patterson registra un perfil
que por la descripción que da del mismo y por los registros que hemos hecho creemos que es parte
de nuestro Perfil A, unos metros al norte del Corte B registrado por Mejía. En el perfil que registra
observa diferentes muros y rellenos que demuestran como la pirámide fue creciendo, además que
adyacente a dos muros encuentra una serie de capas de basura selladas por pisos, y los restos de una
vivienda de quincha. De esta zona extrajo buena cantidad de fragmentos de cerámica y una muestra
para uno de los fechados radiocarbónicos (Fuentes 2009: 196-209).
El año 2005 realizamos el registro de los muros, rellenos y estratos que podían ser observados en
estos perfiles. El registro consistió en hacer un plano de los 3 perfiles, describir y fotografiar cada ele-
mento constructivo y asignar un código a cada uno de ellos. En el Perfil A se definieron 3 secuencias
constructivas, definidas como primero la construcción de una plataforma cuadrangular de baja altura
de muros de piedra canteada y unidos con argamasa de barro como muros de contención, seguida del
adosamiento tanto al suroeste como al noroeste de plataformas similares, lo que permitió hacia el
noroeste la construcción del ala izquierda (Fig. 14). En el Perfil B encontramos una secuencia con seis
momentos constructivos, que fueron momentos finales de ampliación del extremo noroeste del ala
izquierda y en el Perfil C definimos una sola secuencia con cinco momentos constructivos.
Correlacionando las secuencias nuestras con las de Mejía y Patterson encontramos dos grandes
momentos de ocupación en el cuerpo central: el inicio de construcción de la pirámide con adobitos y
207
5 Y es el cerro al cual se alinea el eje de Huaca La Florida.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 191-226

Figura 12. Plano topográfico de La Florida, hecho en base al plano topográfico del INC PTOP-0007
-INC-PQÑ-2002-AI/G del 2002. Se indica los perfiles de Mejía, Patterson y Fuentes.

208 Figura 13. Vista desde el noroeste del Perfil A, localizado en la esquina oeste del núcleo del cuerpo central de La
Florida, donde se ubican el Corte B de Mejía y el perfil de Patterson. Foto JLFS, Junio 2006.
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac

Figura 14. Dibujo en 3 dimensiones del Perfil A del cuerpo central de La Florida. Dibujo Piero Damiani.

un segundo periodo de utilización de piedras canteadas unidas con argamasa de barro. La secuencia
cronológica es la siguiente:
a) Estrato de arena (¿Fuertes avenidas de agua? ¿Fenómeno del Niño?).
b) Primera Ocupación: Construcciones y muros de barro de adobes cúbicos y plano convexos.
– Fase 1: Ocupación leve de la zona.
– Fase 2: Aumento de la intensidad de la ocupación de la zona.
c) Episodio de preparación del terreno para las construcciones de piedra canteada.
d) Segunda Ocupación: Construcción de arquitectura de piedra unida con argamasa de barro y relle-
nos también de piedra y barro.
– Fase 1: Construcción de la Plataforma 0 (En dos etapas: 0A y 0B).
– Fase 2: Construcción de las plataformas 01, 02 y 03 (la Plataforma 01 en dos etapas: 01A y 01B)
– Fase 3: Construcción de las plataformas F1 y G en el ala izquierda y D1 y E en el ala derecha.
– Fase 4: Construcción de la Plataforma A del núcleo encima de las plataformas 0, 01, 02 y 03.
Construcción del vestíbulo y término de la Plataforma C.
– Fase 5: Construcción de las plataformas F2 y D2 en el ala izquierda y el ala derecha respectiva-
mente.

Secuencia cronológica del Montículo BD4


y otras estructuras de la plaza
Los datos para la reconstrucción de las etapas de ocupación del Montículo BD4 del brazo derecho y de
algunos montículos existentes en la porción este de la plaza central se debieron al rescate hecho por
Muelle entre el 7 de Noviembre de 1962 y el 8 de Marzo de 1963 en la porción oriental del templo en U
209
de La Florida, donde actualmente se sitúa la Urb. El Bosque. Los datos los recuperamos de 2 cuadernos
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de campo inéditos de Casafranca y Carrera y en algunos planos en el archivo del MNAAHP. Se excavó
lo que quedaba del Montículo BD4, casi completamente arrasado por la maquinaria pesada de la com-
pañía que hizo la urbanización, en 3 montículos de la plaza del sitio (los PC2, PC3 y PC4), en una pe-
queña sección de un zócalo situado a unos metros al noroeste del PC3, en el montículo I del Complejo
Amancaes y en una parte del montículo BI2 del brazo izquierdo (Fuentes, 2009:238-239) (Fig. 15).
Encontraron estructuras circulares o quizás las bases de plazas circulares en los montículos PC3
y PC4. En la excavación ubicada cerca del PC3 encontraron un zócalo de piedra que por la foto aérea
se alineaba con uno de los geoglifos existentes en la pampa de Amancaes (luego notamos en la misma
foto que a unos 25 m. aprox. al sureste existió otra alineamiento de piedras similar (¿otro zócalo?) que
se alineaba con el otro geoglifo de la pampa). El montículo I del Complejo Amancaes (uno de los pocos
de este complejo que fuera excavado) arrojó también material Formativo y fue calificado por Carrera
como un basural. En la intervención del montículo BI2 encontraron una galería o túnel, que en su
techo estaba revestido de ladrillos unidos por calicanto (lo que confirma su data colonial)6.
Para el montículo BD4 se hicieron 9 excavaciones en diferentes puntos de lo que quedaba de este,
que permitieron reconstruir su secuencia de construcción. Lo más importante que se halló fue un
ambiente de planta rectangular en el lado norte del frontis del montículo que miraba hacia la plaza
central de La Florida. El ambiente tenía su acceso orientado hacia la plaza. La mayor parte de los mu-
ros fueron hechos de adobe y estuvieron enlucidos. Lo particular es que en la jamba sur del acceso
había en la pared un pequeño nicho trapezoidal. En el centro del ambiente también encontraron en
el momento de cambio de los rellenos una ofrenda consistente en la cabeza hecha de arcilla de un
mono (o de otro tipo de mamífero). Lo denominamos Recinto A. Este ambiente fue parte de una serie
de construcciones hechas de adobe y piedra (mayormente de adobe) que fueron posteriormente se-
lladas con rellenos y que sirvieron para construir una serie de plataformas escalonadas que fueron las
últimas remodelaciones del Montículo BD47 (Fuentes, 2009:254-272).
La secuencia cronológica elaborada por nosotros para este montículo y las evidencias excavadas
en la plaza y otras zonas es la siguiente:
– Fase 1: Fase constructiva 1 del Montículo BD4 del brazo derecho y muro de piedra con banqueta
y cenizal asociados en la base del Montículo BI2 del brazo izquierdo.
– Fase 2: Fase constructiva 2 del Montículo BD4. (Recinto A y estructuras anexas de adobe).
– Fase 3: Fase constructiva 3 del Montículo BD4.
– Fase 4: Fase constructiva 4 del Montículo BD4.
– Fase 5: Fase constructiva 5 del Montículo BD4. (Para las fases 3, 4 y 5 construcción de plataformas
de piedra)
– Fase 6: Fase constructiva 6 del Montículo BD4. (Sellado de las estructuras anteriores y elevación
de altura del montículo).
– Fase 7: Cubierta de las estructuras en los montículos de la plaza central con rellenos realizados después
del abandono del templo en U de La Florida (PC3 y PC4) más todo el Montículo PC2 en su integridad.
Como secuencia alterna y que queda flotando en el tiempo están:
– Fase 1: Construcción en la plaza central de La Florida de las plazas circulares de los montículos
PC3 y PC4, más el zócalo de piedra hallado en la Exc. 2 (continuación del geoglifo).
– Fase 2: Segundo momento de ocupación del Montículo PC4.
Y sucede el mismo caso con la ocupación del basural “chavinoide” del Montículo I del Complejo
Amancaes.

6 Escuchamos de personas que vivieron hace muchos años en la Urb. La Florida leyendas relacionadas con éste
túnel, que al parecer iba a lo largo del brazo izquierdo.
210 7 La forma como se suceden las plataformas es bastante similar a la del brazo derecho de Garagay, excavado
por Ravines en 1975.
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac

Figura 15: Plano de los montículos excavados en 1962-63 por Jorge C. Muelle.

Secuencia cronológica del Montículo E


del Complejo Amancaes y otras estructuras anexas
Los datos que nos han permitido la reconstrucción de la secuencia constructiva del Montículo E del
Complejo Amancaes y de otras estructuras aledañas lo recogimos de los datos inéditos del proyecto
de rescate hecho por Muelle entre el 30 de setiembre y el 26 de octubre de 1957 en el área donde
después se construyó el Parque Juan Ríos (Fig. 16). Estos datos los encontramos en dos cuadernos de
campo: uno de Casafranca conservado en el archivo del Instituto Riva-Agüero de la PUCP y el otro
perteneciente a Duccio Bonavia, que participó en esas excavaciones. Fue en la esquina suroeste donde
se ubicó este montículo que tuvo planta cuadrangular con dimensiones 35 x 32 m aproximadamente.
Hay que indicar también que en el área de este parque hubo parte del trazo de otros dos montículos
del Complejo Amancaes (el G y el F) y vestigios de una plataforma rectangular a la que hemos deno-
minado JR3 (Fuentes 2009: 288-289) (Fig. 17).
Se hicieron 11 excavaciones en el área del parque. Seis de éstas se ubicaron en donde estuvo
emplazado el Montículo E. Lo que se encontró fue que en el área donde se emplazó este montículo
existieron 2 plataformas de pequeñas dimensiones de muros de canto rodado grandes (las denomi-
namos JR1 y JR2). La JR2 fue la de mayores dimensiones y tuvo 2 fases de remodelación (2 platafor-
mas superpuestas que tuvieron un aspecto escalonado). Algo importante fue el hallazgo entre las 2
fases constructivas de esta plataforma de unas osamentas humanas correspondientes a un individuo
adulto. Los huesos estaban dispersos y lo importante es que se asociaban a fragmentos de cerámica
formativos, lo cual fue una prueba irrebatible de su data del Periodo Inicial. Por su ubicación y por no
encontrarse asociado a algún ajuar o contexto organizado creemos que fue una ofrenda o hasta un
211
sacrificio humano que se hizo al remodelar la estructura.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 191-226

Figura 16: Plano del parque Juan Ríos, con ubicación de las unidades excavadas en 1957, hecho en base a un plano
de Bonavia dibujado en su libreta de campo “Trabajo “Parque Juan Ríos” Urbanización La Florida (Inmediaciones
212 Huaca Florida). Libreta Nº 3” Archivo Duccio Bonavia.
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac

Figura 17: Vista del parque Juan Ríos en Octubre de 1957 cuando se realizaron las excavaciones de Muelle.
Archivo Mejía Xesspe (TMX-0797). Instituto Riva-Agüero, Pontificia Universidad Católica del Perú.

En lo que Casafranca denominó su “Cateo 4” halló los vestigios de otra plataforma baja de cantos
rodados que denominamos JR3. Tuvo unas medidas de 18 x 9 m teniendo una planta “semi trape-
zoidal”. Lo importante es que sus muros no solo fueron de cantos rodados grandes sino también
de piedra canteada y tapial8, habiendo usado en los pisos interiores cantos rodados “aplanados”. Se
definieron unas 10 fases constructivas en las cuales ésta plataforma fue aumentando de altura y de
tamaño, con sucesivas adiciones sobre todo en su extremo noroeste. En las remodelaciones que se
hicieron aparecieron hallazgos importantes como valvas de choro con pintura verdosa y carmín, una
mancha de ceniza blanca con cal y rastros de conchas calcinadas tipo choro, un tubito de caña carbo-
nizada con restos de pintura roja y un “horno” de cal con restos de cuy, choros, caracoles y conchas
carbonizadas (Fuentes 2009: 302-312).
La secuencia constructiva que definimos para las construcciones en el Parque Juan Ríos es:
– Fase 1: Momento de Ocupación 1 del Cateo 1, capa de basura arqueológica (¿Precerámico?):
Deposición de capa de arena ¿Fenómeno de El Niño?
- Deposición de capa de arena ¿Fenómeno de El Niño?
– Fase 2: Periodo con presencia de cerámica, anterior a la edificación de las plataformas JR1, JR2 y
JR3. Débil presencia de arquitectura (Cateo 4).
– Fase 3: Inicio de la construcción de las plataformas JR1 (Cateo 1), JR2 (Cateo 3) y JR3 (Cateo 4) de
planta cuadrangular o rectangular. Primera deposición de arena amarillo-verdosa ¿Deposición
eólica, avenida de agua?
213
8 Siendo esta quizás una de las referencias que tengamos más antiguas para el tapial en la costa central.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 191-226

- Primera deposición de arena amarillo-verdosa ¿Deposición eólica, avenida de agua?


– Fase 4: Construcción del “segundo nivel” de las plataformas (presente en las JR2 y JR3).
– Fase 5: Cubierta de las plataformas JR1 y JR2 (y de las zonas colindantes) de un relleno constructivo
destinado a soportar las estructuras de piedra del Montículo E del Complejo Amancaes. En medio
de dos capas de relleno de la plataforma JR2 aparece la 2da deposición de arena amarillo-verdosa
(¿Deposición eólica, avenida de agua?). También se cubrieron las estructuras de la Plataforma JR3
con rellenos similares, posiblemente para construir otra plataforma de gran volumen encima.

La cerámica de Huaca La Florida


Los fragmentos analizados de La Florida se hallan depositados en dos museos: el Museo Nacional de
Arqueología, Antropología e Historia del Perú y el Museo de Arqueología de la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos. En total la muestra recuperada se compone de 287 fragmentos diagnósticos.
De éstos, 155 son fragmentos con decoración, 101 son bordes y 31 son bases. 147 de los fragmentos
proceden de las excavaciones que Muelle hizo en el parque Juan Ríos en 1957. Otros 38 proceden de las
excavaciones que hizo éste en el Montículo BD4 y en los de la plaza central de La Florida. 15 son de la
excavación de Idilio Santillana en 1975 y dos son de la excavación que, al parecer, se realizó en 1967.
Otros 43 fragmentos fueron recolectados en la superficie del sitio por Mejía, Casafranca, Lanning,
Rowe y Matos. Finalmente unos 42 tienen un origen indeterminado (Fuentes 2009: 331-332).
La metodología que se siguió fue la de inventariar el material, luego se lavó, dibujó, fotografió y,
con una ficha de registro, se procedió a analizar cada fragmento. Las formas que pudieron definirse
son: ollas sin cuello (de bordes engrosados y labio aplanado y engrosado); ollas con cuello (lados con-
vergentes y divergentes); botellas de pico recto y otras con el borde abocinado; cuencos de bordes
convergentes y divergentes; platos y una escudilla. Las bases son planas en su mayor parte, habiendo
también una cóncava, otra anular y una semi convexa. Los motivos decorativos fueron incisiones en
su mayor parte, habiendo líneas semi curvas, rectas, en forma de granos pequeños, etc. También hu-
bieron algunos relieves y diseños escultóricos, como la cabeza de un ave.
En base a los análisis realizados y considerando también el tratamiento superficial y los colores se
han definido 9 grupos cerámicos para La Florida que son: La Florida Marrón, La Florida Marrón amari-
llento, La Florida Marrón rojizo, La Florida Marrón grisáceo, La Florida Rojo, La Florida Crema, La Florida
Naranja, La Florida Gris y La Florida Negro (Fuentes 2009: 348-353) (Figs. 18, 19, 20, 21, 22, 23, 24 y 25).
Relacionando estos nueve grupos cerámicos con los contextos de excavación del cual proceden
los fragmentos pudimos notar la frecuencia con que ellos se daban en éstas fases de ocupación. Se
organizaron 3 secuencias de cerámica contextualizada.
La del Montículo BD4:
1era Fase de remodelación del edificio – Mont. BI2
3era Fase de remodelación del edificio – Mont. I del Com. Amancaes
5ta Fase de remodelación del edificio
Del parque Juan Ríos (3ero, 4to y 5to Momento de Ocupación General) y del cuerpo central: la
cerámica de Mejía (Primera Ocupación, Fase 1) y luego la cerámica que ilustra Patterson (Segunda
Ocupación, Fase 2).
Por similitudes en los diseños decorativos pudimos hacer 2 paralelismos o enlazar dos conjuntos
de cerámica. Primero, la cerámica de la 1era Fase de remodelación del Montículo BD4 es bastante
similar a la cerámica de Mejía de la Fase 1 de la Primera Ocupación del cuerpo central. Y creemos que
también las cerámicas de la 5ta fase de remodelación del edificio BD4 y del 3er Momento de Ocupación
General del Parque Juan Ríos se relacionan debido al detalle del grupo cerámico predominante: en los
grupos cerámicos de los 3 sucesivos momentos constructivos del Montículo BD4 priman los designa-
214
dos como La Florida Marrón rojizo (siempre en primer lugar) y La Florida Marrón Grisáceo (siempre
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac

Figura 18: Fragmento de cerámica Figura 19: Fragmento de Figura 20: Fragmento de cerámica
MPL-1RF-4 hallado por Mejía Xesspe cerámica MSM-2.2-1 procedente MPL-1RF-3 hallado por Mejía
en el Perfil A, cuerpo central de La probablemente de las excavaciones Xesspe en el Perfil A, cuerpo central
Florida en 1955. MNAAHP. Grupo de Muelle en la Urb. El Bosque de La Florida en 1955. MNAAHP.
cerámico La Florida marrón. en 1962-63. MAA-UNMSM. Grupo Grupo cerámico La Florida marrón
cerámico La Florida marrón rojizo.
amarillento.

Figura 21: Fragmento de cerámica Figura 22: Fragmento de cerámica Figura 23: Fragmento de cerámica
MPL-1RF-21 procedente de las MSM-3.2-1 recolectado por MPL-1RF-45 procedente de las
excavaciones de Muelle en la Urb. El Lanning y Rowe en 1958. Museo excavaciones de Muelle en la
Bosque en 1962-63. De la excavación de Arqueología de San Marcos. Del Urb. El Bosque en 1962-63. De la
12 del Montículo BD4. MNAAHP. Del grupo cerámico La Florida Rojo. excavación 6 del Montículo BD4.
grupo cerámico La Florida marrón MNAAHP. Del grupo cerámico La
grisáceo. Florida naranja.

Figura 24: Fragmento de cerámica MPL-2M-103 procedente Figura 25: Fragmento de cerámica MPL-1RF-14
de las excavaciones de Muelle en el Parque Juan Ríos en 1957. recogido por Mejía Xesspe del Perfil A del cuerpo
Excavado en el Cateo 4 de la Plataforma JR3.. MNAAHP. Del central de La Florida en 1955. MNAAHP. Del
grupo cerámico La Florida gris. grupo cerámico La Florida Negro.
215
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 191-226

en segundo lugar). En cambio en los grupos cerámicos del Parque Juan Ríos en el 3er Momento de
Ocupación General sucede lo mismo debido a que se encuentra primero La Florida Marrón rojizo y se-
gundo La Florida Marrón Grisáceo mientras que en el cuarto y quinto momento de ocupación general
está primero La Florida Marrón y segundo La Florida Marrón Rojizo. Aparte de afirmar que progresi-
vamente en el tiempo La Florida Marrón sustituyó en importancia a La Florida Marrón Rojizo creemos
que es la prueba empírica que la cerámica de la quinta fase de remodelación del Mont. BD4 y del 3er
Momento de Ocupación General del Parque Juan Ríos son contemporáneas (Fuentes, 2009:386-387).

Los fechados radiocarbónicos provenientes de La Florida


De La Florida se han obtenido solo cuatro fechados radiocarbónicos y todos provienen del cuerpo
central. El primero fue el N-44 (3760±170 BP) y fue datado por Muelle en 1961 y fue analizado por el
laboratorio de la Universidad de Tokio.
Esta muestra se recuperó de la capa C del perfil que Mejía registró en su Corte B, es decir, se situó
casi en la base del núcleo del cuerpo central (Plataforma A), ubicándose éste perfil a la altura de lo que
registramos nosotros como Relleno A6, contenido por el muro A6 de nuestro Perfil A. El fechado N-44
se asocia por tanto a la Fase 1 de la primera ocupación del cuerpo central (1810±170 a.C.). Hay men-
ciones del fechado en Ravines y Álvarez (1967: 25), Mejía (1978: 512), Rosselló (1997: 35) y Ziolkowski
et al. (1994: 359).
Los otros tres fechados de La Florida fueron publicados por Patterson y Moseley en 1968. Fueron
los GX-1210 (3680±85 BP) extraído por Mackey y Patterson en un lugar no precisado; N-87 (3660±170
BP), obtenido por Muelle en la base del ala norte y GX-0456 (3645±120 BP) obtenido por Vescelius y
Menzel del último piso de la vivienda de quincha registrado en el perfil de Patterson y sería de la Fase
2 de la segunda ocupación del cuerpo central.
Se calibraron los cuatro fechados con el software OxCal 4.0 del ORAU, que usó la dendrocurva
ShCal 04 (McCormac et al. 2004). Los resultados de las cuatro fechas se vuelven más antiguas. Con un
95,4% de probabilidad el N-44 tiene una antigüedad en años calendáricos de 2700 a 1600 a.C. Como no
hubo la certeza de que no fuera una muestra marina la que se usó al fechar, se calibró con la curva
Marine04 (Huguen et al. 2004)9 tomando en cuenta los valores máximo y mínimo del efecto reservorio
de la costa central peruana. Los resultados han sido los siguientes: con el valor máximo 1664-1212
cal BC y con el valor mínimo 1929-1456 cal BC. Los otros fechados también con un 95,4% de probabi-
lidad tuvieron: el GX-0456 (2450 a 1650 a.C.), el N-87 (2600 a 1600 a.C.) y el GX-1210 (2350 a 1750 a.C.)
(Fuentes 2009: 405-406).
Como comentario final diremos que los cuatro fechados son bastante cercanos entre sí y creemos
que marcan el inicio de la construcción del cuerpo central del templo en U hacia el 1800 a.C. aproxi-
madamente.

Propuesta de una secuencia cronológica para la Huaca La Florida


Correlacionando las tres columnas cronológicas: del cuerpo central, del montículo BD4 y estructuras
anexas y de las estructuras del parque Juan Ríos, más los datos que nos da la cerámica y los fecha-
dos calibrados nosotros nos animamos a elaborar una sola secuencia para todo el templo en U de La
Florida. Los datos que hemos usado para correlacionar estas secuencias son: los arquitectónicos (com-
paración de tipos de material de construcción, las técnicas constructivas y las formas de las construc-
ciones), el establecer paralelos entre algunos de los conjuntos cerámicos que tuvieron contexto y por
último los fechados (Fuentes 2009: 407-408).

216 9 Agradecemos la ayuda de Rafael Vega-Centeno y Elmo León, quienes calibraron los fechados, el primero con
el ShCal 04 y el segundo con la curva Marine04.
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac

Antes de correlacionar las tres secuencias debemos mencionar que, considerando la ausencia o pre-
sencia del indicador de cerámica, podemos sugerir el periodo de ocupación más antiguo del sitio, asocia-
do a una etapa precerámica. Bajo este criterio, la Fase 1 de ocupación de las estructuras del parque Juan
Ríos vendría a ser el primer periodo de ocupación registrado en el área donde se asentó el templo en U
de La Florida y el complejo Amancaes. Este primer periodo de ocupación estuvo indicado sólo con una
capa de basura arqueológica y, algo interesante, separado estratigráficamente de las capas superiores
(es decir de los periodos de tiempo posteriores) por una capa de arena fina (Fuentes 2009: 408).
Por los datos que tenemos del análisis cerámico, la colección de Mejía (Fase 1 de la Primera
Ocupación del cuerpo central) sería contemporánea a la de la 1era fase constructiva del Montículo
BD4. Por otro lado, la muestra de la quinta fase constructiva del Montículo BD4 se relaciona con la
Fase 3 de ocupación de las estructuras del parque Juan Ríos.
Correlacionando las 3 secuencias cronológicas tenemos lo siguiente:
Monticulo BD4 Parque Juan Ríos Cuerpo Central
Fase 1
(¿Precerámico?)
(¿Fenómeno de
Capa de arena Estrato de arena
El Niño?)

Fase 1 (junto con el 1era Ocupación


----------------- ---(cerámica)--- --------------
brazo izquierdo) (Fase 1)

Fase 2
Fase 3 (junto con el
Fase 2 (Fase 2)
Mont. I)
Fase 4
Fase 5 ---(cerámica)--- Fase 3
---(¿Fenómeno
Arena amarillenta Estrato de arcilla
de El Niño?)---
2da ocupación
Fase 4
(Fase 1)
(Fase 2)
---(crecimiento de
Fase 6 Fase 5 (Fase 3)
los montículos)---
Plazas circulares
PC3 y PC4 mas zóca- (Fase 4)
los y geoglifos
Fase 2 del PC4 (Fase 5)
Fase 7

En base a la correlación de las 3 secuencias es que hemos planteado esta secuencia cronológica
para Huaca La Florida y que podría extenderse para el resto del Complejo Amancaes:
– Fase San Jerónimo (¿?-1800 a.C.)
– Fase Amancaes (1800-1500 a.C.)
– Fase El Bosque (1500-1200 a.C.)
217
– Fase Villacampa (1200-1000 a.C.)
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 191-226

Fase San Jerónimo (¿?-1800 a.C.)


Para la fase San Jerónimo no podemos precisar el momento de su inicio pero sabemos que culminó
para el año 1800 a.C. Por la ausencia de cerámica pertenecería a los tiempos finales del Arcaico Tardío.
La evidencia para definirla la hallamos en la Capa H del Cateo 1 de las excavaciones de Muelle en el
parque Juan Ríos (basura y ceniza arqueológica) (CAT1MO1). La capa tenía restos malacológicos como
choros (Choromytilus chorus) y chankes, vértebras de pescado, huesos de aves y de mamíferos. No hubo
evidencia de restos vegetales y algunos de los huesos de mamíferos estuvieron trabajados, teniendo
incluso uno de ellos al parecer la forma de la punta de una flecha. Por la mayor cantidad de restos de
vértebras de pescado y malacológicos pensamos que los recursos marinos jugaron un rol importante
en la dieta, quizás sobre la horticultura, lo que estaría reforzado por la ausencia de restos botánicos
(Fuentes 2009: 411-412).

Fase Amancaes (1800-1500 a.C.)


Esta fase estuvo marcada por la aparición de la arquitectura monumental, por el inicio de la cons-
trucción del templo en U de La Florida propiamente dicho. Ésta fue la 1era ocupación del cuerpo
central (plataforma primigenia de adobitos e inicio de construcción de las alas laterales). En cuanto
al Montículo BD4 del brazo derecho se dieron las 5 primeras fases constructivas. Se empezó también
la construcción de las plataformas JR1, JR2 y JR3 del Parque Juan Ríos, usando piedra canteada, canto
rodado y tapial. Apareció la cerámica, prevaleciendo el grupo cerámico La Florida Marrón rojizo,
seguido de La Florida Marrón grisáceo y de La Florida Marrón. Por último al parecer se empezó la
edificación del Complejo Amancaes (Montículo I) y la agricultura fue practicada en una escala mayor
(Fuentes 2009: 413-418).

Fase El Bosque (1500-1200 a.C.)


En esta fase se inició la edificación de las construcciones de piedra del cuerpo central que pertenecen
a la Segunda Ocupación. Se empezó la construcción de una plataforma baja nuclear (Plataforma 0) en
dos momentos y después se le añadió 3 plataformas más, en sus flancos oeste, este y sur (Plataformas
01, 02 y 03 respectivamente). En el Parque Juan Ríos se construyó el segundo nivel de la plataforma
JR2 y se amplió considerablemente la JR3. Y en lo que concierne a la cerámica hay un cambio del ma-
yor uso de La Florida Marrón rojizo a La Florida Marrón (Fuentes 2009: 418-420).

Fase Villacampa (1200-1000 a.C.)


Esta fase corresponde a la etapa de mayor volumen constructivo de Huaca La Florida y del complejo
Amancaes. Se realizaron las 3 últimas fases constructivas del cuerpo central (atrio, vestíbulo, etc.) y
se cubrieron de rellenos el montículo BD4 y las estructuras del Parque Juan Ríos para construir mon-
tículos más elevados. Se agregaron en la plaza central del sitio las 2 plazas circulares de los montículos
PC3 y PC4 y se construyó el zócalo de piedra hallado en la Excavación 2 de Muelle en 1962 que fue la
continuación en la plaza de un geoglifo que cruzó la pampa de Amancaes y llegó hasta el inicio de la
falda del cerro Segundo. En cuanto a la cerámica predominaron las ollas sin cuello, siendo las formas
mayormente de borde recto y labio engrosado, de borde convergente y labio con ojiva interior y de
borde convergente no engrosado. Hubieron también cuencos y botellas. Finalmente pensamos que
para ésta época se construye dentro del Complejo Amancaes el templo en U de Los Manzanos (Fuentes
2009: 421-423).
Da la impresión que finalizada esta fase, hacia los 1000 a.C. se abandona el templo en U (y proba-
blemente todo el complejo Amancaes) por causas que aún desconocemos. Podría deberse a una serie
218
de factores climáticos (Niños), auge de otros templos en U (como Garagay, cuyo desarrollo pudo eclip-
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac

sar La Florida), invasiones, etc. pero hasta el momento son sólo conjeturas. En realidad desconocemos
a ciencia cierta los factores que desencadenaron el abandono de todo este centro ceremonial, cosa
que sorprende porque sucedió inmediatamente después de su mayor desarrollo.

Implicancias procesuales de la secuencia para con


el sitio de La Florida y el Complejo Amancaes
Es importante resaltar que por nuestra investigación hayamos ubicado el primer templo en U del
valle del Rímac y de la costa central que tuvo una ocupación precerámica anterior10. Es probable que
la primera fase constructiva del cuerpo central sea una primigenia estructura del precerámico, pero
si existiera sería una construcción anterior a la construcción de adobitos. Para la fase Amancaes apar-
te de aparecer la arquitectura monumental y la cerámica hay un incremento de las construcciones
domésticas. Es probable que desde el inicio de su construcción haya tenido la planta en U, con lo cual
por la idea de Williams (1983: 410-417) el culto o religión practicado en estos templos en U estuvo
presente desde sus inicios. Nos preguntamos si este culto fue al dios Kon, ya que Villar Córdoba (1935:
172) señaló que la toponimia original para el templo en U de Huacoy era Con Con. Sobre la cerámica
pensamos que por su avanzado acabado fue una invención que provino de fuera del valle. Para la fase
El Bosque pensamos que el cambio de material constructivo se debió a que la población del lugar quiso
construir con mayor celeridad el templo en U, debido a que con las piedras una vez extraídas de las
canteras puede colocárselas casi inmediatamente en el muro o relleno, mientras que los adobes nece-
sitan agua para hacerlos y necesitan un tiempo para secar al sol. Para la fase Villacampa el aumento
considerable del volumen constructivo, tanto para el templo en U de La Florida como para el resto del
Complejo Amancaes hace pensar que quizás apareció algún poder coercitivo que planificó estas cons-
trucciones. Algo importante es que es recién durante esta fase que se configura el patrón de templo
en U que Williams había definido (1971: 1) sobre todo para el cuerpo central. También se construye-
ron los zócalos de piedra en la plaza que continuaron como geoglifos en la pampa de Amancaes y las
estructuras o plazas circulares. En los sitios de Garagay y Cardal también habían ubicado estructuras
semejantes (Ravines e Isbell, 1975: 257) (Burger y Salazar 1992: 130). La función de éstos elementos
es desconocida hasta ahora pero creemos que tuvieron alguna connotación ritual. Al contrario de la
tesis de Rosselló (1997: 36 y 37) creemos que las líneas y geoglifos se trazaron una vez que se había
construido el templo en U, usando ambientes de éste para mandar visuales en el terreno. Sobre el
Complejo Amancaes pensamos que fue el primer centro ceremonial del valle del Rímac y de la costa
central. Por las excavaciones de Muelle en el parque Juan Ríos podemos sacar algunas ideas de cómo
fue su progresiva evolución pero si en su época de mayor auge al lado de los montículos y de los dos
templos en U hubieron más viviendas como las plataformas excavadas y plazas quizás haya sido una
de las primeras ciudades de los andes, pero eso es todavía especulativo. Finalmente pensamos que
las estructuras situadas en las cimas de los cerros que rodean la pampa de Amancaes son del mismo
periodo y son parte del complejo Amancaes debido no sólo a los hallazgos hechos en ellas si no que
para otros templos en U se encontró que se orientaba el eje de todo el templo o uno de los brazos hacia
cerros o promontorios rocosos como Chacra Socorro (Cárdenas 2004: 2-3) y Garagay (Traslaviña, Haro
y Bautista 2007), en donde se encontraron estructuras relacionadas a ésta época. Interpretamos esto
como un temprano culto a las montañas o apus de la zona. Finalmente pensamos que el abandono de
La Florida quizás tuvo alguna relación con el aumento del poder y/o el prestigio de Garagay.
Otro tema de debate es la frecuencia de capas de arena gris y amarillo-verdosa entre las fases de
construcción, sobre todo las que dividen las fases de ocupación por nosotros definidas. Creemos que
219
10 Aunque la excepción sería El Paraíso, si lo incluimos dentro del patrón en U.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 191-226

son vestigios de avenidas de agua o lluvias intensas, que quizás se relacionarían con Fenómenos del
Niño. Otro tema es la cuestión de la cerámica del sitio. Aunque hayamos confirmado lo que Lanning
mencionó acerca de la “homogeneidad” de su estilo, por la pequeña magnitud de la muestra y por
encontrar algunos fragmentos o formas “atípicas” (como un fragmento de cuenco bícromo) nos
hace pensar que la ocupación de La Florida pudo extenderse más hacia tiempos recientes (hacia el
Formativo Medio). Y finalmente, el de la naturaleza sociopolítica de las sociedades que construyeron
no sólo La Florida si no el resto de templos en U. Aunque Lanning (1967: 94) haya mencionado un
estado, Silva y García (1997: 221) una jefatura y Burger (2009: 22) un “sistema socioeconómico basado en
el trabajo cooperativo y no en la coerción ejercida por un estrato social en el poder.” creemos que el debate
todavía sigue abierto. De todas formas queremos enfatizar que el rol de la religión en el control de la
población por parte de los sacerdotes-chamanes que dirigieron la construcción de estos templos fue
fundamental.

Implicancias procesuales de la secuencia para


con la arqueología de la costa central durante el Formativo
Comparando la secuencia cronológica de la Huaca La Florida con otras elaboradas para otros templos
en U vimos que sólo en cuatro templos de éstos se han hecho secuencias constructivas (Garagay,
Cardal, Mina Perdida y El Paraíso), y una ocupacional (San Jacinto). La comparación con Mina Perdida
es importante debido a que Patterson (1985: 65) mencionó que los dos sitios son contemporáneos. En
ambos casos las primeras fases de construcción son con adobitos, y las posteriores son de piedra can-
teada unida con argamasa de barro. También las plataformas más antiguas que Burger definió para
Mina Perdida (y que tienen en su frontis hacia la plaza escaleras de un solo tiro que vienen desde el
piso hacia su cima) son semejantes a la Plataforma 0 que nosotros definimos para La Florida, (1ra de
la Segunda Ocupación del cuerpo central) con lo cual ésta también debe tener una escalera, además
que probablemente las dos primeras fases de La Florida tuvieron también 2 plataformas, cada una
con su escalera. Comparando con los casos de Garagay y Cardal, en ambos sitios los investigadores
que los excavaron establecieron secuencias de sucesión de 3 “templos” o remodelaciones, los cuales
se definieron mayormente por los atrios (Ravines e Isbell 1975: 259) (Burger y Salazar 1992: 127). Para
el caso de La Florida por el enorme forado colonial al parecer se ha destruido ya todo rastro de éste,
pero calculando su ubicación vemos que se ubicó en el frontis noreste de la Plataforma A del núcleo,
que hemos ubicado en la 4ta Fase del Segundo Momento de Ocupación del cuerpo central. La pregunta
que surge de inmediato es ¿Antes de la construcción de ésta plataforma existió el atrio? Al parecer
éste elemento arquitectónico hizo su aparición cuando se construyeron, tanto en Garagay como en
La Florida, las “plataformas A”, que en el caso de La Florida fue en la fase Villacampa (1200-1000 a.C.).
En la secuencia que hace Engel de El Paraíso define 4 fases constructivas para la Unidad I (lo cual
vendría a ser el cuerpo central). Para la última remodelación hay una escalinata que sube del piso de
la plaza hacia un ambiente con un desnivel el cual tiene 4 hoyos con revestimiento de piedra en cada
esquina, el cual semeja un atrio. Para la primera fase Engel supone la existencia de una construcción
que guarda semejanzas con las primeras fases de Mina Perdida y La Florida. En el caso de San Jacinto
Carrión elaboró una secuencia de cuatro fases que iban desde el 1600 a.C. hasta el 200 a.C. (Carrión
1998: 243). La cerámica de la fase Amancaes es parecida a la de la Fase II de San Jacinto, y las de El
Bosque a las fases III y IV, pero el detalle es que las formas de la fase Villacampa aparecen para todas
las fases (I, II, III y IV).
Comparando la secuencia establecida para el Montículo BD4 de La Florida con brazos excavados
de otros templos en U vemos que sólo el brazo derecho de Garagay y los izquierdo de Mina Perdida y
El Paraíso se han excavado. En el caso de Garagay se compone de tres fases constructivas, la segunda
220 compuesta de una pirámide de tres plataformas. La estructura piramidal de dos plataformas de las
fases 3 a 5 del Montículo BD4 guarda semejanza con el brazo de Garagay, no sólo por las tres platafor-
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac

mas superpuestas, sino que por los registros publicados por Ravines de los muros, pisos y rellenos de
este montículo hay una estrecha semejanza en la construcción de una plataforma sobre otra (Ravines,
2009:126). El Recinto A del Montículo BD4 puede que se corresponda con el ambiente situado en la
cima del montículo en Garagay, aunque en el caso de La Florida estaba en una altura más baja. En Mina
Perdida Burger y Salazar (2009: 49) descubrieron en lo que quedaba del brazo izquierdo una “plata-
forma baja aterrazada” de piedra canteada unida con argamasa de barro, cubierta de enlucido y que
tenía relleno de piedras y shicras. La descripción que hacen es similar a la estructura que Casafranca
y Carrera definen para el brazo izquierdo de La Florida. Finalmente el otro brazo excavado es el de El
Paraíso, excavado por Quilter (1985: 287-294) que encontró un ambiente de planta rectangular (Room
1) que tuvo dos accesos, puestos en un mismo eje. Uno de ellos daba hacia la plaza central del sitio.
Ésta sería la única analogía con el Recinto A del Montículo BD4 de La Florida.
Las evidencias domésticas excavadas al sur del cuerpo central de La Florida, en el parque Juan
Ríos, pueden compararse con evidencias similares de los templos de Cardal, Mina Perdida y San
Jacinto. En Cardal en la parte posterior del cuerpo central Burger y Salazar encontraron los vestigios
de una vivienda de planta rectangular de 6 x 5,46 m y que tuvo piedras unidas con argamasa de ba-
rro (Burger y Salazar 1992: 125), lo que lo haría semejante a la plataforma JR3 de La Florida. En Mina
Perdida también en la parte posterior del cuerpo central Burger y Salazar encontraron huellas de
lentes de basura, hoyos de poste, etc. La zona fue reocupada después de terminar el Periodo Inicial
(Burger y Salazar 2009: 47-48). Finalmente en San Jacinto Lucénida Carrión excava en los exteriores
tanto del cuerpo central como del brazo derecho, encontrando evidencias de viviendas como muros
y pisos hechos de canto rodado, etc. Aunque no logra excavar ninguna completa observa varias fases
de remodelación y huellas de poste (Carrión 1997: 94-97, 102-103).
Una comparación importante y que tiene que ver con un aspecto ritual fue el hallazgo en la pla-
taforma JR3 de valvas de choro con pigmentos rojo y verde. En Garagay se han hecho hallazgos seme-
jantes (Ravines, Engelstad, Palomino y Sandweiss 1982: 224) y también en Cardal (Salazar 2009: 88). En
este último lugar en contextos rituales. Al parecer en esa época las valvas de Choromytilus chorus y de
otros moluscos jugaron un rol importante en las ceremonias rituales que hacia la población.
Comparando nuestra secuencia con la de Moseley (1975) creemos que las condiciones descritas
en sus fases Pampa, Playa Hermosa y Conchas se corresponderían con nuestra fase San Jerónimo y
las características de la fase Gaviota (1900-1750 a.C.), en la cual Moseley ubica a El Paraíso, podrían
corresponderse con la fase Amancaes (Fig. 26).
Finalmente si con ésta secuencia tratamos de ubicar a La Florida en una secuencia de los tem-
plos en U de la costa central pensamos que definitivamente fue posterior a El Paraíso, y posterior a
otros templos que al parecer se construyeron en los alrededores de éste (Chuquitanta A, Condevilla
Señor A, Salamanqueja, etc.). Al parecer La Florida fue el primer templo en U de gran envergadura
construido para el Rímac y fue contemporáneo a Huacoy en el Chillón y a Mina Perdida en Lurín.
Al parecer cada uno de esos templos tuvo un territorio definido, en el cual no se “inmiscuyó” la
influencia del otro. De todas formas habría que investigar las relaciones que tuvieron entre ellos
y con los templos más chicos. En el Rímac hubieron 14 templos en U más: Garagay, Condevilla
Señor A, Condevilla Señor B, Condevilla Señor C, Pampa de Cueva, El Golf A, El Golf B, Azcarrunz,
Las Salinas A, Las Salinas B, Las Salinas C, San Antonio, Yanacoto y Ricardo Palma. Sumado a Los
Manzanos que estuvo dentro del mismo Complejo Amancaes y a La Florida misma serían 16 ¿Cuál
fue la relación existente entre 16 centros ceremoniales en un valle que no es en tamaño de gran
envergadura como el Rímac? De todos estos hay dos que resaltan por su volumen: La Florida y
Garagay, que quizás tuvieron los roles más importantes. La mayor parte del resto se sitúan en zo-
nas geográficas bien definidas (como bocas de quebradas) lo cual es un aval a considerar que cada
templo en U fue construido por las aldeas que los circundaron (Silva y García 1997: 222; Burger 221
y Salazar 2009: 58). La existencia de conglomerados de templos en U, tanto en el Rímac como en
222
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 191-226

Figura 26: Cuadro de comparación de la secuencia cronológica propuesta para Huaca La Florida con otras secuencias de la costa central.
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac

otros valles plantea un desafío a ésta hipótesis ¿Por qué se construyeron templos en U tan cerca
unos de otros? Y también el de los sistemas binarios (dos templos en U construidos cerca) y de los
templos en U que estuvieron rodeados de montículos (como el Complejo Amancaes) plantean serios
cuestionamientos a la hipótesis anterior. De todas formas pensamos que esto es sólo el inicio de
una fascinante investigación sobre Huaca La Florida y la cultura Manchay, que arrojará más luces
dentro del proceso de la formación de la civilización en los andes centrales.

Agradecimientos
Nuestra gratitud a las personas que nos apoyaron, de una forma u otra, en la realización de esta inves-
tigación: Thomas Patterson, Richard Burger, Lucy Salazar, Ramiro Matos, Rosa Fung, Lorenzo Rosselló,
Hernán Amat, Daniel Morales, Jorge Silva, Alberto Bueno, Arturo Ruiz, Mercedes Cárdenas, Peter
Kaulicke, Krzysztof Makowski, Duccio Bonavia, Hermilio Rosas, Oscar Gómez, Abelardo Sandoval, Elmo
León, Manuel Aguirre-Morales, Jason Nesbitt, Cris Milan, Rommel Ángeles, Lucénida Carrión, Gori
Echevarría, Pedro Novoa, Jimmy Morales, Cecilia Pachas, Freddy Cabanillas, Javier Alcalde, Christian
Altamirano, Carlos Del Águila, Carmen Arellano, Dante Casareto, Elsa Tomasto, Elizabeth López, María
Inés Velarde, Ada Arrieta, Sergio Barraza, Rafael Vega-Centeno, Wilbert Fuentes, Jesús Bello, Antonio
Castillo, Agustina Aycho, Carlos Camara, Enrique Estrada, Edward Ninacondor, Carlos de la Torre,
Juan Pablo Barandiarán, Mónica Macha, Samy Yrazábal, Ronald San Miguel, Michiel Zegarra, Cristian
Cancho, Dafne Vargas, Jeannette Mercado, Alfonso Ponciano, Carlos Campos, Katherine Zuzunaga,
Mauro Ordóñez, José Onofre, Martin Rodríguez, Daniel Cáceda, Roberto Quispe, Nataly Saldaña,
Johana Vivar, Carlos Zapata, Víctor Salazar, Diana Galindo, Mónica Suárez, Piero Damiani, Fernando
Carranza, Gabriela de los Ríos, Luis Bejar, Erick Prado, Fátima Camus, Fiorela Burga, Diana Carhuanina,
Óscar Espinoza, Selene Figueroa, Rodrigo Areche, Óscar Araujo y Mariel Gallardo.
A todas estas personas todo agradecimiento es poco.

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226
Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 227-248
ISSN: 0254-8062

Recibido: marzo de 2012


Aceptado: agosto de 2012

ANÁLISIS DE LOS PERSONAJES DE UN TEJIDO


Paracas: uNA INTERPRETACIÓN ICONOGRÁFICA
DEL MANTO BLANCO i

Lourdes Chocano Menaii


Arqueóloga, Colegio de Arqueólogos Nº. 040482
rlchocano@gmail.com

Resumen
En este artículo se hace una descripción detallada de los motivos del Manto Blanco perteneciente a la colec-
ción textil del Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad Mayor de San Marcos. Planteamos
que el análisis de la indumentaria permite distinguir con claridad la identidad de género de los personajes
antropomorfos representados y, por tanto, se presenta algunas pistas sobre el papel de la figura femenina
en la cosmovisión Paracas. Se examinan también las técnicas de bordado y la combinación cromática. Por
último proponemos una interpretación de las figuras del manto en términos de una escena ritual.
Palabras clave: Manto Blanco, bordados, indumentaria, túnica, anaco, personajes femeninos, plumas,
huso, cabezas cercenadas, chamanismo, ritual, serpientes.

Abstract
A thorough description of the iconography found in the “White Mantle”, a piece belonging to the textile
collection from Museum of archeology and anthropology at the National University of San Marcos, allows
us to use clothing attire for distinguishing clearly the gender identity of the anthropomorphic personages
represented. On that basis some clues about the role of feminine images in the worldview of Paracas cultu-
re can be suggested. Also embroidering techniques and chromatic combinations are examined. Finally, an
interpretation of the figures of the mantle as representing a ritual scene is suggested.
Keywords: White Mantle, clothing attire, embroiders, tunics, anacos, feminine personages, cut heads,
feathers, spindle, shamanismo, serpents, ritual.

i Un primer análisis de este manto se presentó en la Primera jornada sobre el estudio y conservación de textiles.
Publicado con el título “El manto blanco de Paracas Necrópolis”. En: Recuperando nuestros textiles … ayer y hoy.
Olga Sulca, comp., San Miguel de Tucumán, Argentina. 2006. ISBN 10 (950-554-512-6). formato digital, texto
08 “Textiles arqueológicos”.
ii Arqueóloga por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Consultora en conservación de textiles for-
mada por la UNESCO. Ha realizado estudios de postgrado en universidades extranjeras. Actualmente trabaja 227
en la catalogación de piezas del Patrimonio Cultural de la Nación.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 227-248

La cultura Paracas se caracteriza por los bellos mantos y tejidos encontrados principalmente en contextos
funerarios. Uno los aspectos más interesantes en dicha tradición textil es la iconografía a través de la cual
es posible descubrir muchos aspectos de su cosmovisión. En este artículo nos ocupamos del llamado Manto
Blanco, espécimen de la colección del Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos, donado en los años treinta cuando el Dr. Julio C. Tello era su director.
En el análisis del conjunto de figuras de dicho manto es importante detectar los roles de género,
una cuestión generalmente soslayada en los estudios realizados sobre la iconografía Paracas. El rol fe-
menino ha sido asociado casi siempre a la maternidad y fue descrito por primera vez para esta cultura
por Rebeca Carrión Cachot (1923: 329-331). Los trabajos de Sophie Desrossiers del Horizonte Tardío e
Intermedio Tardío establecen la diferencia en la vestimenta según el sexo a partir del sentido de las
aberturas de las túnicas así como del sentido de las urdimbres y tramas en el momento de elaborar y
usar una prenda; las aberturas verticales se asocian al género masculino y las aberturas horizontales,
al femenino. Del mismo modo, las decoraciones de listados que son verticales: son masculinas, y las
horizontales, femeninas. (Desrossiers: 1992: 25, 26). Los estudios sobre las vestimentas procedentes de
Ica confirman el uso de puntadas, aberturas y listas horizontales para las túnicas femeninas (Rowe 2001:
101-106). Posteriormente los hallazgos de Cahuachi (Nasca) muestran un vestido femenino con costu-
ras, aberturas y listados horizontales (Frame 2008: 148). Esto sugiere que la vestimenta femenina andina
no sufrió grandes alteraciones a través del tiempo y es probable que sus orígenes formales se sitúen
mucho más atrás, sea en la época Arcaica o en el Precerámico Tardío.
A partir de la idea de que las representaciones en los tejidos se pueden referir a eventos del ciclo
vital (Arnold 2000: 1-11), consideramos que podemos analizar al Manto Blanco como el retrato de un
conjunto de personajes de distinto sexo que participan en algún tipo de ritual. La indumentaria, los ac-
cesorios y otros elementos permiten deducir el papel que desempeñó cada personaje en este evento.

La estructura y la manufactura del manto


Como la mayoría de los mantos Paracas, el Manto Blanco tiene forma rectangular, 278 x 138 cm, me-
didas que incluyen los flecos colocados en los cuatro bordes (Figs. 1 y 2). La longitud de los flecos es
3,5 cm. La parte central es crema, de allí el nombre de “manto blanco”. Se usaron para su confección
el algodón y el pelo de camélido.

Figura 1. Vista parcial del Manto Blanco en proceso de conservación y montaje.


228 Fotografía de W. Salas. Cortesía del Museo de Arqueología y Antropología de San Marcos (MAA-UNMSM), 2004.
Lourdes Chocano / Análisis de los personajes del Manto Blanco: Una interpretación iconográfica

Figura 2. Estructura del manto. Dibujo de Lourdes Chocano.

1. Estructura
El manto se ha confeccionado a partir de
tres paños: un paño central de fibra de ca-
mélido con tonos que van del crema original
al beige (producto de la oxidación gradual
de las fibras); este paño tiene 92 personajes
bordados. A dicho paño se le han añadido
dos paños angostos de algodón de color na-
tural beige oscuro, uno a cada lado (Fig. 3),
estos miden entre 14 y 13 cm de ancho por
268 cm de largo y han sido bordados con
hilo morado para conformar un fondo sobre
el cual, a su vez, se han bordado catorce per-
sonajes en cada uno de ellos.
El paño central mide 102 cm de ancho
y 267 cm de largo. Es probable que este se
hiciera con telar de piso o diagonal, y no con Figura 3. Vista macroscópica del tejido del paño central del
telar de cintura, pues los paños de telar de manto. Fibra de camélido de color natural.
cintura no pasan de 75 cm u 80 cm “porque
la anchura del paño sobrepasaría la envergadura de los brazos del tejedor”. Sobre este paño están bor-
dadas las bandas decorativas o bordes verticales entre las cuales queda un espacio de 46 cm a ambos
lados del manto. Las bandas miden 12 cm de ancho por 27 cm de largo.
Los tres paños fueron unidos por uno de sus orillos longitudinales con punto surjete (puntada por
encima) realizado con un hilo fino de pelo de camélido similar al del paño central; las puntadas de la
costura son pequeñas (4 mm aproximadamente) y ligeramente diagonales. Las diminutas puntadas
indican que se procuraba disimular la unión entre estos. Este tipo de puntada se halla muy difundida
en los tejidos Paracas, aunque también se encuentra en otros estilos de tejidos de otras culturas tem-
pranas y tardías. 229
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 227-248

La cantidad de urdimbres por trama (1 x 1) le


da una apariencia de tejido equilibrado: la trama
(elemento activo) cruza por encima una urdim-
bre (elemento pasivo) y por debajo a la siguiente.
Esta secuencia se mantiene hasta llegar al extre-
mo del telar, a partir de allí la trama da la vuelta
y entonces cruza las urdimbres invirtiendo el
orden: las que están por encima ahora se cruzan
por debajo, y las que se cruzaron por debajo aho-
ra lo hacen por encima. De esta manera, los dos
elementos son visibles por ambas caras del teji-
do, siendo el derecho y el revés idénticos; esto es
lo que le da la apariencia de pequeños cuadrados
en ambas caras (Fig. 4).
El campo central del Manto Blanco muestra
un tipo de tejido preponderantemente regular
y proporcionado: por centímetro cuadrado se
han contado desde 20 urdimbres por 19 tramas Figura 4. Técnica básica del manto.
a 17 urdimbres por 16 tramas. En los paños late- Tejido llano balanceado.
rales de las bandas longitudinales bordadas, la
tela llana ha sufrido ciertos desplazamientos debido a que se ha juntado tramas y urdimbres, creando
a primera impresión un tejido irregular.
Otra característica del paño central es que presenta estrellas o asteriscos bordados en gran can-
tidad alrededor de los personajes.
Los hilos presentan uniformidad de las urdimbres y las tramas, e igual retorsión y torsión. El gra-
do de retorsión es variable por el tipo de material, es decir, se trate de algodón o fibra de camélido.
Sus características para cada área del manto se pueden apreciar en la tabla de abajo.
El color original del fondo debió ser blanco que al paso del tiempo y producto del ambiente se ha
oscurecido, tornándose beige claro o cremoso; este color de fondo es poco común entre los mantos
hallados y estudiados, tal vez porque un manto con esta característica era destinado a algún perso-
naje no sólo de alto estatus social sino que posiblemente a un chamán, cabe preguntarnos si este era
hombre o mujer. La elaboración de este manto debió de ser una actividad colectiva y organizada. Los
bordadores posiblemente se distribuyeron para tener facilidad de manipular la tela para que el resul-
tado de la obra lograra una alta calidad. Las bandas laterales de 266 cm de largo por 14 cm de ancho
permiten que el espacio sea compartido cómodamente por más de tres personas. Los paños debieron
de estar extendidos en bastidores con dos finalidades: primero, para que al bordar no se frunciera la
tela de soporte, y, segundo, para que los bordadores se pudieran colocar para trabajar a lo largo y an-
cho de la tela. El proceso de la reconstrucción de elaboración de un manto Paracas ha sido examinado
anteriormente por Anne Paul (Paul 1986: 19-30). Basándose en la diferencia de tamaño de las caras de
los personajes que del manto del fardo 89, esta investigadora dedujo que fueron ocho personas las que
hicieron el trabajo. En el caso del Manto Blanco existen diferencias de tamaños de los personajes que

Partes Paños laterales Paño central


Elementos Urdimbres Tramas Urdimbres Tramas
Material Algodón Algodón Fibra de camélido Fibra de camélido
Retorsión S(2/) S(2/) S(2/) S(2/)
Torsión Z Z Z Z
230 Grado de retorsión 35ª ± 40ª 35ª ± 40ª 40ª ± 45ª 40ª ± 45ª
Lourdes Chocano / Análisis de los personajes del Manto Blanco: Una interpretación iconográfica

se deben al espacio que ocupan en los pa-


ños. Como hemos indicado, los ejemplares
de los ocho personajes diferenciados por
su atuendo y sus atributos físicos no apare-
cen en la misma cantidad, aunque suman
un total de 120 figuras, las que divididas
entre ocho hipotéticos bordadores, signi-
ficaría que cada uno bordó quince figuras.
Este cálculo es solo provisional y para una
afirmación más fundada se hace necesario
un estudio en detalle de las puntadas y su Figura 5. Bordado punto atrás. Dibujo de Lourdes Chocano.
distribución dentro de las figuras. Por su-
puesto, estas observaciones deben ser confrontadas con otros elementos y contextos arqueológicos,
funerarios e iconográficos.

2. Bordado
El bordado es una técnica decorativa que se realiza utilizando hilos de pelo de camélido en dieciocho
tonalidades de colores sólidos y matizados.
El punto de bordado más usado en el manto es el punto atrás, que sigue el patrón habitual de los
tejidos Paracas: el hilo avanza en un solo sentido, tomando cuatro hilos de trama o urdimbre para
luego retroceder dos (Fig. 5)1.

1. En los bordes decorativos longitudinales, el bordado de fondo de color morado se ha hecho siguien-
do el hilo de la urdimbre, mientras que para los bordes verticales sigue el hilo de la trama. La pun-
tada del bordado del fondo es uniforme. La dirección de la puntada es en Z (de izquierda a dere-
cha), y se inclina de 70ª a 75ª aproximadamente. Hay entre quince y diecinueve hileras de puntadas
aproximadamente por cada centímetro. Mientras que en los personajes, el bordado interior tiene
diferentes inclinaciones: horizontales, verticales, diagonales (de izquierda a derecha o de derecha a
izquierda), curvilíneas o concéntricas. Dependiendo de la sección bordada (partes del cuerpo, ropa
o accesorios del personaje), la inclinación va desde 0ª hasta los 90ª. Las diferencias y combinaciones
de la inclinación de las puntadas dan movimiento y volumen a las figuras bordadas. (Fig. 8). La can-
tidad de hileras de puntadas en un centímetro longitudinal es de 21 a 22 hileras
2. Para el contorno de las siluetas de los personajes, así como para la delineación de los campos de
color, se ha usado el punto atrás muy pequeño y apretado, que le da la apariencia de un cordon-
cillo, con lo que al usar un hilo de color diferente acentúa la sensación de relieve. En algunos
contornos, el punto atrás es muy inclinado (más o menos 45º), por ejemplo en los tocados del
personaje emplumado (Fig. 8).
3. Para detalles pequeños como dientes, ojos, etc. se usó el punto relleno, que consiste en pun-
tadas verticales, pequeñas y muy compactas (Fig. 6). Algunos autores llaman satin stitch a este
punto sin traducirlo adecuadamente, con lo que crean confusión e imponen una terminología
innecesaria cuando existe la palabra en español2.

1 Algunos autores llaman a este punto “punto plano atrás”, del inglés back plain stich. En este caso plain se refiere
a la simplicidad de la puntada y no al relieve. Otras veces lo llaman punto cordoncillo o tallo. Algunas publi-
caciones en castellano ni siquiera lo traducen del inglés e insertan el nombre stem stitch. Este descuido genera
confusión, pues lleva a creer que se trata de un punto de bordado distinto. Esto se debe en parte a que no se
consulta la terminología ni la bibliografía en castellano existente. En especial, se dejan de lado los trabajos de
Rebeca Carrión Cachot, quien fuera la primera en identificar los tipos de bordados en Paracas.
231
2 Es el caso de Jiménez (2009: 42).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 227-248

Figura 6. Bordado punto relleno. Figura 7. Punto doble cruz en el paño central
Dibujo de Lourdes Chocano. del manto. Dibujo de Lourdes Chocano.

4. Finalmente, las estrellas o asteriscos se realizaron con el punto cruz doble, utilizando el mismo
color y tipo de hilo del campo central del manto blanco (Fig. 7).

3. Acabados.
El manto tiene:

1. El reborde o ribete, elaborado con hilos morados, lleva un diseño de cruces de colores amari-
llo ocre, marrón, rojo, verde claro y oscuro. La técnica usada es anillado cruzado, típico de los
acabados textiles de Paracas.
2. Los flecos estan retorcidos y colocados al orillo de los bordes morados del manto, intercalado
con flecos de color amarillo ocre, marrón, rojo, verde claro y oscuro.

4. Hebras, tonos y colores en el bordado


En la cultura Paracas se suele combinar, en el hilado, dos hebras de diferente color para obtener un
tercer color distinto; en este manto se puede observar que se torcieron una hebra de un color blanco
y otra hebra de color rojo (retorsión S), y el resultado fue un hilo matizado de tonalidad rosada. En el
cuadro de la siguiente página hemos sistematizado las combinaciones más notables.
En algunos colores (por ejemplo los verdes os-
curos y claros) los tonos no provienen del mismo
degradado y tal vez se deba al uso de los diferentes
tintes o mordientes. La obtención de un color y su
degradado es un tema de investigación que nece-
sita experimentación adecuada, respaldada por un
análisis químico, ya que el análisis visual por com-
paración no es suficiente. El color rojo en el manto
blanco presenta dos tonalidades: una más oscura y
otra más clara, pero tal vez esto se deba más al de-

Figura 8. Detalle de las puntadas del bordado, se aprecia


diferente inclinación y dirección creando movimiento y tex-
tura. Detalle de fotografía de W. Salas. Cortesía del MAA-
232 UNMSM, 2004.
Lourdes Chocano / Análisis de los personajes del Manto Blanco: Una interpretación iconográfica

Torsión y
Un solo Matizado (dos hebras de Grado de
COLORES Retorsión de hilos
color diferente color) Retorsión
del bordado
Amarillo X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
Amarillo ocre X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
Azul X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
Azul claro X X (Blanco y turquesa) 2 Z= S 40ª a 50ª,
Beige X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
Blanco X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
Celeste X X (Azul y blanco) 2 Z= S 40ª a 50ª,
Gris - X (Blanco y negro) 2 Z= S 40ª a 50ª,
Marrón claro X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
Marrón oscuro X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
Morado X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
Negro X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
Rojo X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
Rosado X X (b/rojo) X (b/beige) 2 Z= S 40ª a 50ª,
Turquesa claro X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
Turquesa oscuro X X 2 Z= S 40ª a 50ª,
Verde claro X X (blanco y verde oscuro) 2 Z= S 40ª a 50ª,
Verde oliva X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
Verde oscuro X - 2 Z= S 40ª a 50ª,

terioro por exposición, sin protección, a los rayos ultravioletas (UV). También el proceso de oxidación
de las fibras u otras aplicaciones que ha experimentado el tejido a lo largo del tiempo, han alterado el
color teñido o natural de la fibra.
El tipo de retorsión nos indica que
se trata de hilos bien retorcidos, fuer-
tes y algo enroscados, aunque no lle-
gan a ser del tipo crepé. Por ello, los
bordados Paracas, incluso el del Manto,
tienen textura y volumen.
Finalmente, una parte de las ban-
das decorativas, el bordado del fondo
y algunos detalles de los personajes,
esto indica el proceso y orden de ela-
boración del manto se notan incon-
clusos: primero se bordaron los por-
ciones más grandes de los personajes,
luego los detalles: ojos, vestidos, etc. y
finalmente el fondo de morado que se
haría por sectores donde ya se había Figura 9. Porción del manto que inconcluso por los bordadores
concluido con el bordado de los per- Paracas. Fotografía de W. Salas. Cortesía del MAA-UNMSM, 2004.
sonajes3 (Fig. 9).

3 Tejidos inconclusos se han hallado en algunos ajuares de los fardos Paracas; una esclavina, especimen Nº 50 233
y un turbante, especimen Nº 48, del fardo 290 de la colección del MNAAHP.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 227-248

Análisis y descripción de personajes e indumentaria en el manto


En total se han identificado ocho personajes representados en 120 versiones, a los que he clasifica-
do con letras de la A hasta la H. Dichos personajes también están representados en otros mantos o
prendas Paracas4. La descripción de los personajes comienza por el borde izquierdo (Fig. 18). Este
orden es arbitrario y se hace para facilitar la comprensión de la secuencia cromática y rítmica de
los personajes.

Personaje A: Figura femenina debido a que la túnica lleva aberturas horizontales. Esta prenda le
cubre las rodillas, es de color amarillo ocre, no tiene decoración, y presenta flecos en las mangas y en
el ruedo. En los bordes del manto la túnica de dos de los personajes A es de color verde. Presenta un
tocado que consiste en una cinta roja5 (vincha o “llauto”) decorada con detalles azules, amarrada alre-
dedor de la cabeza y rematada en una serpiente con los ojos abiertos y con la boca abierta mostrando
la lengua elevada hacia arriba. Las puntadas del bordado de la cinta son horizontales, mientras que
los detalles de la decoración se van formando por puntadas de orientación semicircular. De esta cinta
salen por encima de la cabeza seis serpientes pequeñas y ondulantes, contorneadas con hilo verde y
rojo, que se inclinan hacia el lado izquierdo. El cabello no se es visible. La parte superior de la cabeza,
la coronilla, sobresale por encima de la cinta o “llauto”, por lo que pienso que se trata de la represen-
tación de un personaje con deformación craneana. Finalmente, de la cinta (llauto) caen dos colgantes
a cada lado de la cara rematados en un triángulo.
Lleva el rostro pintado de rojo y verde oliva. Los campos de color están divididos por una línea
escalonada, que va desde la parte inferior de una de las mejillas hasta la altura de la nariz y baja nue-
vamente hasta la mejilla opuesta. La nariz no está definida, se supone que está enmarcada por la línea
divisoria de los colores del rostro. Los ojos y la boca son de forma rectangular, delineados en color
morado. Muestra unos dientes rectangulares.
Las extremidades son de color verde oscuro, los brazos son tan largos como las piernas. Tiene
extendido el brazo derecho y a la altura del codo lleva un objeto de color rojo, semejante a un peque-
ño paño. Se han encontrado pequeños paños rectangulares en los fardos Paracas, los cuales servían
para guardar instrumentos y materiales textiles (Tello y Mejía 1979: 359,360). En las ilustraciones
de Guaman Poma de fiestas como la del sol durante el Haucay kuski (descanso de la cosecha), de los
Chichaysuyos y de los Collasuyos, mujeres y hombres llevan un paño en el antebrazo, tal vez como
elemento ceremonial (Guaman Poma 1987: 239, 323, 327).
En la mano derecha sostiene un instrumento alargado listado dos colores: rojo y marrón, que
termina en una borla de color verde claro. Se trata de un huso con un ovillo de hilo. En el brazo iz-
quierdo lleva una vara o caña de la que cuelgan dos pequeñas cabezas. Estas cabezas tienen ojos, boca
y cabellos, y son tal vez la personificación de copos de algodón. Tiene los pies descalzos y lleva ajorcas
anchas de color verde, decoradas con pequeños cuadrados rojos que hacen juego con su vincha o
“llauto” (Fig. 10).

Personaje B: Se le identifica como personaje masculino por su indumentaria consistente en un uncu


verde oscuro que le llega a la altura de la cadera y con flecos en el borde (otros ejemplares de este per-
sonaje llevan un uncu rojo). Sobre el uncu tiene una especie de pectoral triangular de color amarillo
ocre que llega hasta el centro del pecho y termina en flecos a manera de adorno. Lleva un taparrabo

4 Rebeca Carrión Cachot (1931) en su estudio sobre la indumentaria Paracas realizó una clasificación icono-
gráfica, donde muchos de los personajes de este manto aparecen como ejemplos, pero no definió el género
de estos personajes.
234
5 Los colores aquí descritos no siempre son recurrentes en los detalles de los accesorios.
Lourdes Chocano / Análisis de los personajes del Manto Blanco: Una interpretación iconográfica

o wara amarillo ocre con flecos pequeños y ligeramente triangulares, y con una lista delgada en el
borde de color marrón. La forma de este taparrabo es semicircular.
Lleva un tocado compuesto por un turbante, una diadema y una punta de lanza. El turbante es
de color amarillo ocre con dos listas verdes, y se prolonga hacia un lado llegando hasta la cintura
del personaje. En otras variantes el turbante es verde con listas amarillas. La punta de lanza apare-
ce sobre el tocado, directamente sobre el centro de la cabeza, al parecer servía para sostenerlo. En
la parte frontal lleva una doble diadema de color marrón, en cuyo centro hay dos caras con ojos y
boca, tal vez de felino. El personaje tiene a cada lado de la cara dos trenzas, adornadas con discos de
oro. La cara está pintada con líneas diagonales roja y turquesa. Otros ejemplares de este personaje
aparecen con la cara pintada de verde y amarillo ocre. Tiene cejas negras ligeramente arqueadas,
los ojos están delineados de color oscuro, la boca ovalada está abierta mostrando una dentadura
rectangular y no tiene nariz.
Las extremidades son de color rojo. La figura extiende los brazos hacia la izquierda, en una mano
sostiene un abanico, y en la otra una borla de color marrón con mango verde. En otros casos, la figura
lleva un báculo de dos colores verde oscuro y amarillo ocre. Tiene los pies descalzos y unas ajorcas
verdes le rodean los tobillos.
El personaje B en la versión de la parte central del manto incorpora más atributos: en el rostro
muestra una serpiente bordada en color rosado. La serpiente le rodea la boca y los ojos haciendo una
S en algunos casos y en otras haciendo una Z. La cola de la serpiente bordea la boca, el cuerpo rodea
los ojos y la cabeza descansa en la mejilla. El color de esta serpiente es siempre oscuro (marrón o
morado) y está delineada. El resto de los atributos del personaje son los mismos que aparecen en los
ejemplares B del borde, a excepción de uno ubicado cerca del borde izquierdo, al que llamaremos
personaje B1, el cual además de la serpiente, lleva una antara o zampoña, que sostiene con la mano
izquierda, mientras que en la mano derecha lleva un abanico. La antara es de cinco tubos o cañas de
color marrón (Fig. 11).

Figura 10. Personaje A propuesto como femenino, Figura 11. Personaje B1, masculino, lleva una antara
lleva un huso y ovillo. Fotografía de W. Salas, cortesía y abanico. Fotografía de W. Salas, cortesía del MAA- 235
del MAA-UNMSM, 2004 UNMSM, 2004
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 227-248

Personaje C: Se trata de un personaje masculino muy peculiar pues representa un ave, tal vez un
cóndor. La cabeza está cubierta por un turbante de color verde y amarillo ocre, una banda del cual
cae hacia un costado. Una punta de lanza aparece encima de la parte central de la cabeza. No se ve
el cabello. El rostro está pintado desde las mejillas con bandas horizontales en las que hay pequeños
rectángulos. La nariz de este personaje está representada por una delgada línea vertical que comienza
en la frente y pasa entre los ojos; por lo que más podría tratarse de la representación de un pico de
ave. Los ojos y la boca están delineados. La boca está abierta y tiene la forma de una V muy abierta
exhibiendo una dentadura rectangular.
Debajo de la cara presenta un collarín redondo como el de los cóndores, de color marrón claro,
tiene dos alas de color verde oscuro abiertas una a cada lado, colocadas detrás de los brazos. También
tiene una cola de ave que le llega hasta los muslos, asomando por el costado derecho de su faldellín.
Lleva un uncu de color rojo (amarillo en algunos ejemplares), sin decoración y sin flecos en el ruedo
que le llega hasta la cintura. El faldellín es de color azul, a veces amarillo muy corto, con una lista
horizontal roja cerca del ruedo que termina en flecos.
Las extremidades son de color amarillo ocre y en algunas variantes verde. La figura tiene los bra-
zos abiertos; en la mano izquierda lleva un báculo de dos colores con la punta hacia abajo, en la mano
derecha lleva una vara con colgantes que pueden ser sonajas. Tiene los pies descalzos con ajorcas verde
oscuro en los tobillos6 (Fig. 12).

Personaje D: Este es el personaje conocido como el dios volador se caracteriza por un penacho radial
a manera de aureola. El penacho radial es de color marrón. Lleva una doble diadema con rostros en el
centro, similar a la que porta el personaje B. A semejanza de este, el personaje D también tiene el cabello
separado en trenzas colocadas a cada lado de la cara, y adornadas con discos.
La cara es casi ovalada, y lleva una pintura facial de un color rojo exclusivamente y una inmensa
nariguera de color amarillo ocre le cubre las mejillas y la boca. La nariz está definida por una línea
que nace de la frente hasta la altura de la nariguera que parece representar el pico de un ave. Los ojos
están delineados con hilo morado. Lleva un collar corto con un colgante de forma triangular de color
turquesa.
Viste un uncu amarillo ocre (en otros ejemplares es verde o morado), que llega hasta la cintura,
con una lista verde oscuro que marca todo el contorno. Lleva un taparrabo o wara rojo de forma se-
micircular, con una lista horizontal en el borde de color azul que termina en flecos. Por el costado de-
recho debajo del uncu le cuelga una faja listada de dos verde y amarillo que le llega hasta los muslos.
Algunos de los ejemplares en la parte central llevan un faldellín de color verde. Las extremidades son
verde oscuro. Con una mano sujeta un báculo listado de dos colores, que termina en una punta orien-
tada hacia abajo. En la otra mano sujeta por los cabellos una cabeza7. Unas ajorcas de color amarillo
ocre adornan sus pies descalzos (Fig. 13).

Personaje E: Este personaje masculino tiene un turbante de color verde oliva con decoración de lunares
rojos, el turbante le cubre toda la cabeza y no deja ver ningún cabello suelto. Lleva una diadema grande
amarilla con un disco al centro que tiene seis lóbulos dispuestos de dos en dos: dos hacia arriba, dos al
lado izquierdo y los otros dos al lado derecho. Al lado izquierdo a la altura de la cabeza tiene unas cintas
o sogas enrolladas, tal vez son parte del turbante o malla de este tocado que algunos personajes Paracas

6 Este personaje C aparece como principal en el manto número 14 del fardo 290, y en el especimen 44 del fardo
382.
236 7 Peters, Ann (2003 - 4 ) señala que el uso de cabezas trofeo no se puede atribuir a Paracas, donde más bien se
trata de cabezas cercenadas. En Nasca las cabezas cercenadas si fueron tratadas como cabezas trofeo.
Lourdes Chocano / Análisis de los personajes del Manto Blanco: Una interpretación iconográfica

Figura 12. Personaje C, personificando un cóndor. Fo- Figura 13. Personaje D, masculino, de mayor rango.
tografía de W. Salas, cortesía del MAA-UNMSM, 2004. Fotografía de W. Salas, cortesía del MAA-UNMSM, 2004

tenían8. La cabeza es grande al igual que el rostro, con una pintura facial que lo cubre casi todo a manera
de máscara. La nariz no está delineada, la boca es rectangular y enseña los dientes rectangulares así
como la lengua, representada con un fino hilo rojo. Lleva un uncu corto de color verde oscuro que le
llega hasta la cintura, con listas verticales amarillas a los lados y en la parte interior, listas en paralelo.
Un faldellín corto de color amarillo ocre le cubre hasta la mitad de los muslos, decorado con una lista
azul marino horizontal en el ruedo, que termina en flecos. Otra versión de este personaje que aparece
en los bordes morados lleva un taparrabo en vez de un faldellín.
Las extremidades son rojas. En la mano izquierda, el personaje sostiene un báculo de dos colores:
amarillo ocre y verde oscuro con una punta hacia arriba. En la mano derecha sostiene un arma, que
parece una lanza con la punta hacia abajo. El arma tiene el lado derecho aserrado y, como remate, un
objeto que parece una mano mutilada, que tal vez podría haber tenido la función de amuleto o reliquia.
Como los anteriores, tiene los pies descalzos y ajorcas verdes que le rodean los tobillos (Fig. 14).

Personaje F: Este personaje aparece en otros mantos Paracas y se le atribuye el sexo femenino por la
vestimenta. Su cuerpo presenta una mayor anchura con respecto al resto de personajes. Lleva un tocado
compuesto por un turbante verde oscuro con dos listas amarillo ocre y una doble diadema. El turbante es
muy largo y le llega hasta las rodillas por detrás de la cabeza. La doble diadema es similar a las que adornan
a los personajes B y D. Los cabellos también han sido dispuestos a cada lado de la cara en trenzas adornadas
con discos.
La cara de este personaje tiene forma cuadrangular, pintada en forma de damero con cuatro
cuadrantes. Tiene los ojos delineados, la boca en forma rectangular mostrando la dentadura. No tiene
nariz.

8 E. Yacovleff, y J. C. Muelle: “Un fardo funerario de Paracas”. En: Revista del Museo Nacional, Tomo III, 1934, nº 237
1 y 2. 63- 138, ilustran un posible uso de un turbante de mallas (en figura 17, p. 123).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 227-248

Figura 14. Personaje E, masculino. Fotografía de W. Figura 15. Personaje F, femenino, lleva tupus y cabe-
Salas, cortesía del MAA-UNMSM, 2004 zas en el vestido. Fotografía de W. Salas, cortesía del
MAA-UNMSM, 2004

Lleva una túnica larga que le llega a medio muslo con flecos superiores e inferiores de colores rojo
y verde (en otras versiones, la túnica es amarillo ocre y beige). A la altura del pecho, la túnica tiene una
banda horizontal de flecos cortos, bajo los cuales aparecen cinco pequeñas cabezas dispuestas en sen-
tido horizontal. Este motivo se repite en el ruedo inferior, aunque las cabezas son seis. Otro atributo en
este personaje es que tiene cuatro varillas colocadas de dos en dos en cada hombro, que serían los tupus
o alfileres con los que se sujeta una lliclla. Las extremidades son amarillo ocre y tiene los pies descalzos
adornados con ajorcas verde oscuro. A la altura del pecho, el personaje sostiene entre las manos una
cabeza, cuyos cabellos caen en forma ondulante pero recta hacia el lado izquierdo9 (Fig. 15).
Frame (2008: 248) describe un vestido femenino encontrado en Nasca, correspondiente al
Intermedio Temprano, que se parece al que hemos descrito para este personaje. El anaco que se sigue
utilizando en ocasiones festivas: Sondorillo (Piura) y Camillaca (Tacna), también véase las fotografías
publicadas por Roel y Borja (2011).

Personaje G: El último personaje identificado como masculino, lleva un uncu amarillo ocre sin deco-
ración, con flecos en la vasta, que llegan hasta la cadera. Tiene un taparrabo semicircular con flecos
de color amarillo. En otros cuadros del manto este personaje lleva un faldellín corto de color amarillo
ocre con una lista azul en el borde que termina en flecos que llegan a la mitad de los muslos.
Lleva un tocado formado por un penacho pequeño sobre un turbante listado que cubre toda la
cabeza sin dejar ver el pelo. La cara está pintada con dos líneas de colores que dibujan el contorno del
rostro y terminan en el centro formando una espiral en las mejillas. El contorno del rostro ha sido
elaborado con puntadas curvas. El rostro de este personaje es ovalado y alargado. Los ojos también

9 Yacovleff y Muelle (1934: 85, fig. 4) estudiaron la momia 217, procedente de Cabeza Larga, aparece el perso-
238 naje F en el manto número 10 (12-8802) de este fardo. (MNAAH). El mismo personaje aparece en el manto 7
del 382, en un manto del fardo 451 (Tello 1979).
Lourdes Chocano / Análisis de los personajes del Manto Blanco: Una interpretación iconográfica

están delineados. No tiene nariz, la boca muestra unos dientes rectangulares. Se adorna con un collar
corto de color turquesa y con pequeños pendientes rectangulares verde oscuro.
Las extremidades son de color verde oscuro. Tiene los brazos abiertos con los codos flexionados;
en la mano derecha sostiene un báculo con la punta hacia abajo listado de dos colores: amarillo ocre
y rojo, este báculo tiene en la parte superior unas sonajas, similares al que lleva el personaje C. En la
mano izquierda lleva un abanico que tiene dos colgantes en el mango, el abanico tiene listas verticales
de dos colores: amarillo y verde. Tras el abanico se proyectan dos varas delgadas con pequeños nódu-
los. Los pies descalzos se adornan con ajorcas de color amarillo ocre (Fig. 16).

Personaje H: Considero que es un personaje femenino porque aberturas de la manga de su túnica


son horizontales (las prendas masculinas siempre tienen las aberturas verticales) y no lleva ninguna
prenda masculina (taparrabo, faldellín o uncu). Para Frame (que le asigna la letra D) se trata de un
personaje masculino de alta jerarquía por llevar una diadema de oro y porque lo asocia a un personaje
que lleva una túnica similar en un tejido Paracas del Textile Museum (Frame 2008: 253- 255). La túnica
del personaje H del manto blanco es de color verde y le llega hasta la mitad del muslo, con una especie
de cola o apéndice.
En la cabeza lleva un tocado comparativamente simple formado por un paño de color rojo que le
cubre totalmente la cabeza. En la parte frontal de la cabeza lleva una diadema doble similar a las des-
critas para los personajes B, D y F, pero de la parte izquierda de la diadema sale un instrumento textil
en forma de horquilla: “kallapa” que sirve para jalar los hilos cuando se hila (Guaman Poma 1987: 297).
Otros ejemplares de este personaje llevan este instrumento en la parte central del tocado. El hilado es
una actividad que ejercen las mujeres exclusivamente, lo cual refuerza la identidad femenina del per-
sonaje. El cabello está arreglado en sendas trenzas adornadas con discos. La cara es grande, redonda y
amarilla; lleva una gran nariguera que le cubre las mejillas y la boca. Los ojos están delineados. Tiene
un collar corto grisáceo con un colgante de forma triangular de color amarillo.
El personaje tiene las extremidades rojas. A la altura del pecho sostiene una cabeza cercenada. Del
brazo izquierdo le cuelga un instrumento en forma de Y, tal vez un instrumento textil. Del ruedo de
la túnica cuelgan dos cabezas una a cada lado, volteadas de modo que los cabellos caen hacia abajo a
manera de flecos. Tiene las pantorrillas verde oscuro con ajorcas amarillas delgadas (Fig. 17).

Figura 16. Personaje E, masculino, con penacho y Figura 17. Personaje H, femenino, lleva una kallapa
abanico. Fotografía de W. Salas, cortesía del MAA- en el tocado. Fotografía de W. Salas, cortesía del 239
UNMSM, 2004 MAA-UNMSM, 2004
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 227-248

En síntesis, las prendas masculinas (uncus, faldellines y taparrabos) y de las femeninas (túni-
cas, anacos y llicllas) representados en el manto presentan tamaños y acabados variados. A partir de
ellas hemos podido distinguir cinco personajes masculinos: B, C, D, E y G, y tres femeninos: A, F y H.
En cuanto a los tocados compuestos por plumas, penachos, turbantes y peinados, observamos que
hay personajes que ostentan tocados simples y otros sumamente complejos. El cuadro de la página
siguiente resume los elementos correspondientes.
TOCADOS PERSONAJES
Elementos: A B C D E F G H
Punta de
X X
Proyectil
X
Penachos X
(pequeño)
Turbante largo X X X
Turbante enro-
X X X
llado
Diademas X(2) X(2) X(1) X(2) X(2)
Adornos en el
X X X X
cabello
Cabellos
X X X X
Trenzados
Vincha: cinta o
X
“llauto”
Serpientes Serpientes Instrumento
X
Otros: en la en el Colgantes textil: “kalla-
Cabellos
cabeza rostro pa”

Subrayamos que las puntas de proyectil y los penachos solo aparecen en los personajes masculi-
nos: B y C con las primeras, y D y G con los segundos. Los turbantes largos son usados por personajes
masculinos y femeninos: B, C y F. Los turbantes enrollados sin colgar solo se ven en personajes mas-
culinos: E y G. Las diademas están presentes en personajes masculinos y femeninos: B, D, E, F y H. La
diadema del personaje E es diferente al resto.
Los adornos en el cabello de discos sobre los cabellos trenzados se observan en personajes de am-
bos sexos: B, D, F y H. El personaje A es el único cuyo tocado no comparte ningún elemento en común
con el resto. El personaje E tiene una diadema deferente a la del resto; y G con un penacho pequeño
de plumas.
Además de los tocados, se puede apreciar el uso de una serie de complementos como narigueras,
collares, abanicos, cabezas trofeo, ajorcas y báculos con punta, cuya distribución se resume en el cua-
dro de la página siguiente.

Distribución espacial de los personajes


En cada una de las bandas longitudinales hay catorce personajes dispuestos en forma horizontal. En
la banda longitudinal superior los catorce personajes están colocados horizontalmente con la cabeza
dirigida a la derecha, mientras los pies se disponen de forma alternada: (el primer personaje tiene los
pies apuntando hacia arriba, y el siguiente apuntando hacia abajo). En la banda longitudinal inferior,
los catorce personajes están colocados de igual manera: horizontal con la cabeza dirigida a la izquierda,
igualmente los pies se disponen de forma alternada. Las dimensiones de las figuras son de 20-22 cm. de
240
largo, por 12-13 cm. de ancho.
Lourdes Chocano / Análisis de los personajes del Manto Blanco: Una interpretación iconográfica

OBJETOS COMPLEMENTARIOS PERSONAJES


A B C D E F G H
Abanicos X X
Collares X X X
Cabezas (humanas) X X X (3)
Cabezas pequeñas (humanas) X
Narigueras X X
Báculos de dos colores X X X
Ajorcas X1 X X X X X X X2
Instrumentos (textiles) X 3
X
Varas de dos colores con sonaja X X
Algodones X4
Otros objetos X X5 X
Otros objeto: accesorios X6
1 Las ajorcas del personaje A son más gruesas y tienen decoración son el único personaje con este tipo.
2 Las ajorcas del personaje G están acompañadas de una especie de medias o escarpines. Es el único perso-
naje con este tipo; para ambos personajes ver fotografías.
3 Huso con un ovillo de algodón.
4 Motas de algodón con rostros.
5 Antara.
6 Tupus que sujetan una lliclla.

En las bandas verticales superiores e inferiores: hay un total de dos personajes en cada una, es decir,
ocho personajes en total. En la banda superior vertical izquierda, los dos personajes están erguidos mi-
rando de frente, mientras que en la banda superior vertical derecha, los dos personajes están erguidos
pero colocados de cabeza. Los pies de los personajes también han sido orientados de forma alternada;
apuntando en direcciones opuestas. En la banda vertical inferior izquierda los dos personajes están
erguidos mirando de frente, la orientación de los pies sigue el patrón descrito anteriormente: alterna-
ción de la dirección. Lo mismo ocurre con los de la banda inferior vertical derecha, los personajes están
erguidos mirando de frente salvo que están de cabeza. En todas las bandas verticales, las figuras son más
pequeñas de 13 a 12 cm de largo por 8 a 9 cm de ancho.
La distribución de los personajes de las bandas decorativas presentan una oposición diagonal
espejo que describimos a continuación: Los personajes en el banda longitudinal superior van en el
siguiente orden de izquierda a derecha: H, G, F, E, D, C, B, A, H, G, F, E, D y C. Los personajes en la banda
longitudinal inferior de izquierda a derecha son: C, D, E, F, G, H, A, B, C, D, E, F, G y H. Como resultado
tenemos que cada personaje en el borde inferior se refleja de modo idéntico, en el borde superior en
diagonal con los mismos colores y disposición. Por ejemplo, tanto el personaje H, en la esquina supe-
rior izquierda como el de la esquina opuesta, llevan túnica verde oscuro y los brazos y piernas están
bordadas en color rojo.
Los personajes de los bordes verticales también presentan una oposición diagonal. Sin embargo,
en la banda vertical superior izquierda hay dos personajes E y D, su opuesto diagonal corresponde a
la banda vertical inferior derecha a los personajes; pero los personajes son D y C ambos dispuestos
de cabeza. De modo que sólo hay correspondencia entre el personaje D, mientras que los personajes
E y C no se corresponden. En los otros dos bordes opuestos están: en el vertical superior derecho los
personajes B y A de cabeza, y en el borde vertical inferior izquierdo sus correspondientes opuestos: A
y B erguidos. (Ver gráfico 18, 19).
241
En el cuadro observamos que 80 de las 120 figuras son masculinas y sólo 40 son femeninas.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 227-248

Bandas Bandas infe- Campo Total Total


Personajes Total
Superiores riores central Masculinos Femeninos
A 2 2 13 -- 17 --
B 2 2 11 15 -- --
C 2 3 8 13 -- --
D 3 3 16 21 -- --
E 3 2 11 16 --
F 2 2 10 -- 14 --
G 2 2 10 14 -- --
H 2 2 5 -- 9 --
--
Masculinos 12 12 56 80 -- 40
Femeninos 6 6 28 -- 40 80
Total 18 18 84 -- -- 120

Figura 18. Distribución de los 120 personajes en el Manto Blanco. Dibujo de Lourdes Chocano.

242 Figura 19. Orientación de los 120 personajes en el Manto Blanco. Dibujo de Lourdes Chocano.
Lourdes Chocano / Análisis de los personajes del Manto Blanco: Una interpretación iconográfica

Lectura del sistema cromático del manto


La aparente falta de coherencia en la distribución de colores en las imágenes es característica de
muchos mantos Paracas donde aparecen los personajes o motivos sin un orden secuencial ni ritmo
cromático. Sin embargo, la investigadora Mary Frame (1994: 10) sugiere que el orden obedece a las
estructuras de la técnica textil: el “Sprang10 y los trenzados, procedimientos que consisten en entrela-
zar alternadamente hilos de diversos colores. Así la lectura de la distribución de colores en las figuras
que aparecen en los mantos no se puede hacer mediante una lectura lineal (ni horizontal ni vertical),
sino más bien diagonal y ondulante, siguiendo el cruce de los elementos o hilos de colores. Agrega que
este patrón textil se desarrolló desde épocas tempranas y que se repite constantemente en todas las
culturas y periodos en el área andina.
Basándome en ese planteamiento, voy a proponer una lectura diagonal de ciertos atributos de los
personajes. Tomaré el color de los uncus y túnicas, y el color de las extremidades (brazos y piernas
de los personajes).
• La lectura diagonal de los colores de la vestimenta, de derecha a izquierda y de abajo hacia arriba,
da un resultado de 14 diagonales con una secuencia de dos colores en todos los casos excepto en
el primero:

1ª diagonal (un solo personaje): morado


2ª diagonal (cuatro personajes): rojo-amarillo-rojo-amarillo.
3ª diagonal (seis personajes): morado-verde-morado-verde-morado-verde.
La 4ª diagonal (siete personajes) coincide con la 2ª en la secuencia rojo-amarillo; la 5ª diagonal
(nueve personajes) coincide con la 3ª, pero invierte el orden a verde-morado-verde-morado,
hasta el noveno personaje con vestimenta de color verde. Luego se repiten de forma alternada
las secuencias rojo-amarillo y la de verde-morado en las siguientes diagonales. La diagonal 14ª
(dos personajes) cierra la serie con la secuencia rojo- amarillo.

• La lectura diagonal de los colores de las extremidades, de izquierda a derecha y de arriba a abajo,
resulta en trece diagonales con una secuencia de tres colores, excepto en la primera.

1ª diagonal (un personaje): con extremidades de color verde.


2ª diagonal (tres personajes): morado-rojo- morado.
3ª diagonal (cinco personajes): rojo-verde-amarillo-verde-rojo.
4ª diagonal (seis personajes): amarillo-morado-rojo-morado-amarillo-morado.
5ª diagonal (ocho personajes) morado-rojo-verde-amarillo-verde-rojo-verde-amarillo.
La 6ª diagonal coincide con la 3ª. La 7ª diagonal coincide con la 4ª; y así sucesivamente hasta la
diagonal 12ª. La diagonal 13ª (tres personajes) cierra la serie con la secuencia amarillo-morado-
rojo.

Esta lectura en diagonal del orden cromático se puede repetir tanto para los colores de las extre-
midades como para los de la vestimenta, en orden inverso, es decir de izquierda a derecha y de abajo
a arriba, dando el resultado de nuevas secuencias armónicas.
En la figura 20 cada tonalidad se presenta con signos convencionales según la secuencia cromática
encontrada en las vestimentas y en las extremidades, lo que permite una mejor apreciación del ritmo
cromático. El esquema resultante semeja un trenzado de cuatro colores y ocho hebreas.

10 Frame incluye en la denominación Sprang tres tipos de técnica de torsión: el entrelazado, el enlazado oblicuo 243
y el entretejido oblicuo
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 227-248

Figura 20. Ritmo cromático según el color de las vestimentas de los personajes en
el Manto Blanco. Dibujo de Lourdes Chocano.

Interpretación iconográfica y conclusiones


En el manto blanco encontramos el retrato de un conjunto de personajes que participa en un ritual
que posiblemente estuvo relacionado a la actividad textil, tal como lo permite suponer la interpre-
tación de una serie de accesorios que portan los distintos personajes. El personaje A (al que atribuyo
el género femenino) lleva en la mano un instrumento que parece ser un huso con ovillo y copos de
algodón con rostro, por lo cual podría personificar a una hilandera. Por otro lado, el “llauto” que lleva
tiene figuras de serpientes, que en el arte Paracas representan el cabello de individuos con poderes
chámanicos (Paul 1982: 46-48). Por tanto este personaje A combina los poderes chámanicos y la pro-
ducción de hilos. La retorsión en los hilados también evoca la figura de la serpiente sinuosa, retorcida
y colorida que se enrosca. También está ligada al agua y a la tierra: el agua que discurre en la superfi-
cie en forma de ríos y riachuelos es análoga a la figura serpentina y a la del los hilos entretejiéndose en
un manto. Pienso que por ser el arte textil tan importante en Paracas debió considerarse a los que lo
ejecutaban como dotados de ciertos poderes, ya que transformaban las fibras en brillantes hilos para
bordar los sofisticados diseños que se aprecian en los ajuares funerarios. Por ello es posible pensar
que se representara míticamente el oficio de hilandera en ritos y festividades.
El personaje B aparece tocando una antara de cinco tubos, semejante a la que el equipo de Tello
recuperó en las viviendas subterráneas de Arena Blanca, hecha de arcilla (Tello 1979: 308). De manera
que la música de antara puede considerarse como un elemento relevante para evento ritual que se
representa en este manto. En algunas versiones el personaje B está representado con cuatro elemen-
tos: abanicos de plumas, serpientes, diadema de oro y una antara, pero no porta cabezas cercenadas.
Sin embargo su papel como ejecutante de la música en un evento ritual y también el atributo de los
abanicos puede relacionarse a un personaje que evoca el poder del viento y de las aves, en lo cual se
vincularía al cóndor representado por el personaje C. A su vez, el atributo de las serpientes lo relacio-
na con el agua, los hilos y el poder chamánico.
El personaje masculino C representa a un cóndor y aparece en otros especímenes como en el
manto número 14 del fardo 290 (Tello 1979: 107), en una pieza textil espécimen 44 del fardo 382 y
244
en otras piezas textiles Paracas de colecciones de museos privados extranjeros (Frame 2008: 259).
Lourdes Chocano / Análisis de los personajes del Manto Blanco: Una interpretación iconográfica

Su aparición en el evento ritual representado en el manto blanco puede sugerir al realizarse sacri-
ficios de animales, esta ave habría podido alimentarse con los despojos resultantes. El personaje
empuña unas sonajas, instrumentos musicales que probablemente sirvieron para marcar un ritmo
de danza.
El personaje D es el mismo que aparece en una esclavina de la colección del MAA de la UNMSM
y en un manto de la colección del Museo de Arte de Lima. Este personaje es el único que lleva un
gran tocado de plumas, junto con diademas de oro, y porta una cabeza cercenada, pero no lleva ser-
pientes. Las plumas que destacan en su parafernalia indican una relación con los poderes eólicos,
los cuales no podían ser ignorados por los Paracas en la medida en que han perfilado el paisaje de
dunas de la bahía.
El personaje E también aparece en una faldellín Paracas (Frame: 2008-251). Su diadema es más sim-
ple que las de otros personajes. Su tocado tipo malla es semejante a los encontrados en el fardo 217
perteneciente a un individuo de sexo masculino (Yacovleff y Muelle 1934). Tal como se ha descrito va
armado y lleva una mano cercenada, posiblemente una reliquia que alude que algún episodio bélico, por
lo que se puede pensar que es la personificación de un guerrero11.
El personaje F12 también aparece en un manto del fardo 217 –Museo de Arqueología, 10 (12/8802)–
estudiado en 1926 por Muelle y Yacovleff (1934). El mismo personaje se encuentra en el manto núme-
ro 7 del fardo 382 del mismo museo y en otras piezas pertenecientes a colecciones extranjeras (Frame
2008: 252).
El personaje G también aparece en un tejido del fardo 18 del Museo de Arqueología y Antropología
e Historia. En el fardo 217 se encontró un penacho igual al que lleva este personaje (Yacovleff y Muelle
1934: 147); aparece además en otros tejidos Paracas de colecciones extranjeras (Frame 2008: 259). Sus
accesorios plumas, abanico y penacho, y el hecho de portar sonajas le da un papel en el ritual equiva-
lente a los personajes B y D.
Finalmente, el personaje H es femenino por el tipo de túnica, la horquilla (kallapa) que en el to-
cado indica su vinculación con la actividad del hilado. Al igual que los personajes femeninos F y H,
lleva cabezas cercenadas entre las manos y colgadas de las túnicas. Este detalle, junto con el hecho
de que ostentan doble diadema, el rostro pintado y narigueras, además de cabellos trenzados pue-
den señalar que tenía un estatus de autoridad chamánica, en la que la violencia estaba presente y
era un criterio de jerarquía de acuerdo con la cantidad de cabezas cortadas. Cabe referirse a que en
contextos aymaras se cuenta que en las guerras interétnicas el hombre casado que cortaba la cabeza
de un enemigo, la entregaba después a su esposa (Arnold 2000: 11). En Paracas no se ha clarificado
el uso de las cabezas cercenadas. Es posible que, antes que ser el resultado de acciones guerreras, se
tratara de representaciones de cabezas de ancestros que funcionarían como talismanes o reliquias.
Tal vez aquellos personajes que no portaban cabezas consigo estaban supeditados a los portadores de
cabezas. La pintura facial en los rostros de la mayoría de los personajes (A, C, E, F y G) los dotaba de
mayores facultades para atraer poderes mágicos.
En Moche se ha podido identificar que la mujer participó como chamana, y no sería extraño que
esta función se pueda haber cultivado en todo el ámbito costeño. Esto nos lleva a reflexionar y plan-
tear nuevas investigaciones en Paracas y rol de la mujer en esta cultura13.

11 Peters (2009: 34) describe los objetos bélicos encontrados en fardos de individuos masculinos en Paracas
Necrópolis.
12 Frame designa a este personaje con la letra “A”. Dicho personaje aparece en una falda Paracas acompañado
por los personajes D, E y F (Frame 2008: 241).
13 Los hallazgos de la señora de Cao en El Brujo por el arqueólogo Régulo Franco, cuyo ajuar compuesto por ob-
jetos de oro entre los cuales había agujas de oro, así como otros elementos que la ligaban al poder chamánico 245
pueden ser apreciados en el Museo de Sitio de Cao.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 227-248

En síntesis dado el hecho de que la producción de tejidos fue central en la expresión cultural de
los Paracas, no es imposible pensar que sus ejecutores y creadores tuvieran un rol fundamental en la
vida ritual de esta sociedad. El papel de los personajes femeninos portando instrumentos de tejido en
el manto blanco nos hace percibir que hay que atender a la posible relación entre arte textil y poder
chamánico.

Agradecimientos
Al Museo de Arqueología y Antropología de San Marcos donde trabajé en la conservación y monta-
je del Manto Blanco. A Wilbert Salas y José Martínez del Archivo Tello del MAA (2004-2005), a Juan
Roel y Víctor Paredes. Al Antropólogo Harold Hernández Lefranc miembro del Comité Directivo del
2004-2005. A la Ing. Rosa Medina del Laboratorio de Microscopía Electrónica de la Escuela Académica
Profesional de Ingeniería Geológica de la UNMSM. A las estudiosas de la problemática de Paracas
Dra. Mary Frame y la Dra. Ann Peters. Finalmente a la Mg. Olga Sulca del Comité Organizador de la 1º
Jornada de sobre estudio y conservación de textiles en San Miguel de Tucumán.

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248
Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 249-268
ISSN: 0254-8062

Recibido: setiembre de 2010


Aceptado: junio de 2012

Entierros de niños en el sitio Lote B


y su significancia sociopolítica para
el valle bajo del río Lurín a finales
del periodo Intermedio Temprano
Sara Marsteller
Arizona State University
smarstel@asu.edu

Giancarlo Marcone
University of Pittsburgh
gim2@pitt.edu

Resumen
En el presente artículo buscamos integrar el conocimiento que se tiene sobre los patrones funerarios de
la cultura Lima con las hipótesis existentes sobre la naturaleza y momento del arribo de esta sociedad al
Valle de Lurín. Nuestra objetivo es demostrar como cuando se integra el estudio de los entierros dentro de
su contexto temporal y regional estos pueden ayudarnos a clarificar la situación sociopolítica de la región
a fines del Intermedio temprano comienzos del Horizonte Medio. Nuestro análisis parte desde el estudio
de nueve contextos funerarios encontrados durante las excavaciones realizadas en el año 2009 en el sitio
de Lote B, Valle de Lurín.
Palabras clave: Cultura Lima, patrones funerarios, Lote B, valle de Lurín.

Abstract
The present paper seeks to relate current knowledge of Lima funerary practices with hypotheses regar-
ding the nature and moment of the arrival of the Lima culture to the Lurín Valley. Our central goal is to
show that, when integrated into a regional and temporal context, the study of mortuary practices can help
to clarify further the socio-political situation on the central coast of Peru between the end of the Early
Intermediate Period and the start of the Middle Horizon. We present a contextualized analysis of burials
recovered during the 2009 season at the site of Lote B in the Lurín Valley.
249
Keywords: Lima Culture, funerary practices, Lote B, Lurin Valley.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 249-268

Desde el inicio de la década pasada el estudio de la cultura Lima ha experimentado un despertar des-
pués de muchos años de letargo. Nuevos estudios, principalmente en los valles de los ríos Chillón y
Rímac, enfocados principalmente en la re-definición de estilos cerámicos y en la excavación de sitios
monumentales, están revaluando los planteamientos tradicionales sobre la complejidad cultural y de-
sarrollo social de la cultura Lima (Ej. Ccencho [1999] 2001; Falcón 2003, Flores 2005; Goldhausen 2001;
Mac Kay y Santa Cruz 2000; Narváez 2006; Mogrovejo y Segura 2000; Segura 2001).
Sin embargo, fuera de estos contextos de elites, poco es lo que se ha investigado sobre esta socie-
dad. Estas omisiones nos impiden generar reconstrucciones integrales de la sociedad Lima, así como
de sus procesos socio-políticos. Por ejemplo, en el valle de Lurín, la casi exclusiva atención puesta al
Santuario de Pachacamac ha probado ser insuficiente para contestar preguntas sobre el desarrollo
sociopolítico del valle durante el Intermedio Temprano. Así como para entender la naturaleza de las
relaciones entre la población rural esparcida a lo largo del valle de Lurín y los sitios monumentales de
los valles de Rímac y Chillón.
En el presente trabajo, queremos fijar la atención en esta población discutiendo varios contextos
funerarios, pertenecientes a niños e infantes, encontrados durante las recientes excavaciones en el
sitio de Lote B. Lote B es un pequeño complejo ocupado por una elite rural o local durante el final
del Intermedio Temprano y comienzos del Horizonte Medio en el valle bajo del río Lurín. Usaremos
estos entierros como una muestra de los patrones funerarios existentes en el valle de Lurín durante
el Intermedio Temprano y en base a esta muestra discutir las hipótesis propuestas sobre el momento
y la naturaleza de la llegada de la cultura Lima al valle.

Introducción
El análisis arqueológico de contextos funerarios constituye una fuente muy rica de información sobre
las sociedades del pasado. Tradicionalmente, los estudios funerarios han sido usados principalmente
para discutir la organización social, la estructura de las jerarquías sociales o el grado de complejidad
social (Binford 1971; Chapman y Randsborg 1981). Estos estudios parten de la idea que los patrones
observables en los entierros reflejan directamente la organización social de las sociedades que los crea-
ron. El análisis de las variaciones observables en los diversos aspectos de los entierros como estilos
funerarios, ofrendas, orientación, ubicación son particularmente importante para la reconstrucción
de roles y relaciones sociales de cada individuo.
Posteriormente se ha reconocido, que los contextos funerarios son más resultado de las acciones
de los familiares (los muertos no se entierran por si mismos) que reflejo de quién fue el individuo en
vida. Es así, que ahora es claro que las creencias de índole religiosa y filosófica de los deudos probable-
mente influenciaron también la formación de estos contextos funerarios (Carr 1995; Hodder 1982b).
Por ejemplo, estudios en diferentes partes del mundo han demostrado que la variación en algunos
aspectos de las prácticas funerarias, como son la preparación y tratamientos del cadáver, frecuen-
temente están más cerca de factores de carácter religiosos que de factores netamente sociales (Carr
1995). El significado de los objetos colocados al interior de un contexto funerario puede ser muy dis-
tinto del que tuvieron estos mismos objetos durante su uso (Hodder 1987). Por lo tanto, estos objetos
y/o símbolos reflejan las creencias filosóficas-religiosas, en vez de (o además de), reflejar relaciones
sociales (Hodder 1987).
La investigación arqueológica de contextos funerarios ha demostrado que estos también pueden
develar detalles del mantenimiento o cambio de las estructuras sociopolíticas de una sociedad. Por
ejemplo, los rituales funerarios pueden ser usados para crear y/o reafirmar relaciones comunitarias,
identidades y memoria colectiva (Charles y Buikstra 2002; Chesson 2001; Herrera 2007). Ceremonias
conmemorativas de un individuo (dependiendo de su rol social) pueden servir para estimular la re-
250
flexión sobre el pasado y futuro de la comunidad, y a la vez fortalecer la identificación del grupo
Sara Marsteller y Giancarlo Marcone / Entierro de niños en el sitio Lote B y su significancia...

(Chesson 2001). La investigación arqueológica también ha demostrado que los entierros han sido
usados en el pasado para legitimar relaciones sociopolíticas de poder (Hodder 1982; Shanks y Tilley
1982). Por ejemplo, prácticas funerarias, como el re-ordenamiento de huesos desarticulados de múl-
tiples individuos en un solo contexto, pueden enfatizar lo colectivo para enmascarar la realidad de
una estructura social en donde el acceso al poder social es disímil (Shanks y Tilley 1982). Inclusive la
elección del lugar de enterramiento también puedo ser usado como hito para validar pretensiones
sobre determinados recursos o tierras (Goldstein 1981; Saxe 1970). Sin embargo, la elección del lugar
de enterramiento y la formación de cementerios son también construcciones sociales del espacio.
Creencias filosóficas-religiosas que requieren de separación de muertos y vivos o prácticas funerarias
que sirven para re-afirmar la identidad comunal (Charles y Buikstra 2002) también influenciaron la
elección del lugar de enterramiento, no tan solo las pretensiones territoriales. Las funciones espe-
cíficas de las prácticas funerarias son circunstancialmente dependientes y no son exclusivas. Por lo
que es de suma importancia considerar el contexto regional y temporal en el análisis de los contextos
funerarios (Buikstra 1995).
Los niños en arqueología. Hasta recientemente, los niños han sido largamente excluidos de las
reconstrucciones arqueológicas del pasado (Baxter 2008; Kamp 2001; Lillehammer 1989; Sofaer
Derevenski 1994). Esta omisión se debe, en parte, a que los niños en nuestra sociedad occidentales
no detentan posiciones sociales o económicas privilegiadas, por lo que nuestros marcos conceptuales
tienden a pasar por alto el rol que estos jugaron en la construcción y mantenimiento de la sociedad.
Sin embargo, estudios etnográficos demuestran que en varias sociedades no occidentales los niños
son importantes agentes económicos y sociales, entonces es posible suponer que algo similar ocu-
rriera en el pasado (Bird y Bird 2000; Keith 2005; Sofaer Derevenski 1994). De ahí se desprende la
necesidad, al momento de interpretar procesos sociales y políticos del pasado, de no subvaluar los
posibles roles que cumplieron los niños. A pesar de este reconocimiento, la mayoría de interpre-
taciones arqueológicas existentes solo incluyen tangencialmente a los niños, solo en función a sus
relaciones con las mujeres y en las esferas domesticas y privadas (Baker 1997). Estos estereotipos son
en parte resultado de la dificultad de la arqueología para identificar arqueológicamente espacios y
objetos usados exclusivamente por niños, salvo en las raras situaciones donde se ha podido identificar
objetos como juguetes en base a la analogía etnográfica (Baxter 2008; Park 2005). Es en los contextos
funerarios donde los niños pueden ser identificados con relativa facilidad. Sin embargo, identificar
estos contextos funerarios de niños e infantes puede ser extremadamente difícil (Chamberlain 2000;
Perry 2006). En parte debido a la pobre preservación de los esqueletos juveniles que son generalmente
más delgados y frágiles (Gordon y Buikstra 1981; Walker et al. 1988), o a fallas en los métodos de exca-
vación y recolección (Chamberlain 2000). Asimismo, la existencia de prácticas culturales específicas
donde los niños son enterrados en lugares separados de los adultos también ha contribuido a la pobre
representación de los niños en el registro arqueológico (Finlay 2000; Stoodley 2000). Los entierros de
niños encontrados en Lote B en el año 2009, representan una oportunidad de observar el tratamien-
to funerario que se les dio a los niños e infantes en el valle de Lurín durante el periodo Intermedio
Temprano y el inicio del Horizonte Medio.
En los Andes, tradicionalmente, la investigación arqueológica se ha centrado casi exclusivamente
en discutir los contextos funerarios de niños que cumplieron funciones “especiales” como sacrificios
rituales (Bourget 2001; Reinhard 1992; Schobinger 1991; Tung y Knudson 2010), mientras que los con-
textos funerarios de niños con tratamientos seculares (no usados como sacrificios rituales) han sido
generalmente ignorados. Es por lo que creemos que el análisis y discusión de los niños encontrados
en Lote B constituye un aporte a la discusión general sobre el rol e importancia de los infantes en el
desarrollo y mantenimiento de las sociedades andinas del pasado.
En este trabajo discutiremos los contextos funerarios de niños encontrados en Lote B, contex- 251
tualizándolos en el desarrollo del sitio, así como en comparación con los patrones y practicas fune-
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 249-268

rarias conocidas para la costa central antes, durante y después del surgimiento de la cultura Lima.
Empezaremos por presentar las hipótesis existentes sobre el desarrollo de la estructura sociopolítica
Lima y su relación con el valle de Lurín. Luego describiremos las características de los patrones fune-
rarios Lima, sus cambios a través del tiempo y sus correlaciones con los cambios sociopolíticos iden-
tificados en la región y asignados como la transición entre el Intermedio Temprano y el Horizonte
Medio. De ahí presentaremos los contextos funerarios recuperados en el sitio de Lote B, para final-
mente situarlos dentro de su contexto regional y temporal. De esto modo discutir como los detalles
de esos entierros pueden ayudar a refinar las hipótesis acerca de la naturaleza del desarrollo político
en el valle de Lurín durante este periodo.

Los Lima, desarrollo y expansión


Los valles de la costa central peruana (desde el valle de Chancay hasta el valle del río Lurín) fue-
ron ocupados por la cultura Lima durante el periodo Intermedio Temprano y el inicio del Horizonte
Medio (aprox. 0-700 d.C.) (Kaulicke 2000). El estudio de la cultura Lima ha estado mayoritariamente
centrado en el desarrollo de cronologías estilísticas. Inicialmente los arqueólogos que investigaron el
área reconocieron la presencia de dos fases estilísticas dentro del llamado estilo Lima (Kroeber 1926,
954; Strong y Corbett 1943; Stumer 1953; Willey 1943). Estas dos fases fueron identificadas con dis-
tintos nombres como Playa Grande, Interlocking, Proto-Lima, Maranga. El uso indiscriminado y con-
fuso de los nombres por los distintos autores y la falta de claridad en los criterios estilísticos usados
para sostener esta separación cronológica generaron una confusión entre estos términos estilísticos
(Flores 1981; Montoya 1995; Patterson 1966). A pesar de esta confusión aparente, en 1953 en el marco
de la “Mesa redonda sobre terminología en la arqueología peruana” (Varios 1953) los diversos inves-
tigadores participantes acordaron el uso de los términos Playa Grande y Maranga como los nombres
validos para las fases temprana y tardía del estilo cerámico Lima de la costa central peruana durante
el Intermedio Temprano. Estos cambios identificados en la cerámica, correlacionan con cambios en
la organización sociopolítica de la región, identificados en el aumento de la cantidad y monumentali-
dad de edificios públicos, cambios en los patrones funerarios y una supuesta intensificación agrícola
(Kaulicke 2000).
A pesar del aparente consenso logrado en 1953, Thomas Patterson sintió que era necesario reali-
zar, para su disertación doctoral, una redefinición de las separaciones estilísticas y tipológicas del es-
tilo Lima. Él pensaba que éstas “reflejaban diferencias cronologías solo en una manera muy general”
(Patterson 1966: 1. La traducción es nuestra). Para Patterson (1966) esta separación en dos fases tenía
alguna significancia temporal pero sus divisiones eran demasiado gruesas como para constituir un
marco cronológico apropiado para el estudio de la sociedad Lima. Él se propuso realizar una seriación
de la cerámica Lima con el fin de desarrollar una cronología relativa muy fina y detallada para este
periodo en la costa central, para luego relacionarla con la secuencia cronológica maestra propuesta
por John Rowe para toda el área andina (Patterson 1966: 3).
Patterson desarrolló esta seriación de la cerámica Lima recolectando fragmentos pertenecientes
a diferentes sitios de los valles del Chillón, Rímac y Lurín. Algunos de estos materiales tenían asocia-
ción estratigráfica, lo que fue usado por él para darle una dirección temporal a su secuencia crono-
lógica final compuesta por nueve fases. Estas asociaciones estratigráficas también fueron usadas por
Patterson para sustentar la idea de cada una de estas fases correspondían a unidades cronológica
independientes que fueron sucesivas entre sí (Patterson 1966:1).
Patterson relacionó sus nueve fases Lima con la secuencia maestra de Rowe en el valle de Ica y lo-
caliza el inicio de la secuencia Lima en el periodo Intermedio Temprano y la ultima fase de este estilo
(fase 9) en la fase 1A del Horizonte Medio (Patterson 1966). Para el inicio de la época 1B del Horizonte
Medio este estilo fue abandonado y/o transformado en un nuevo estilo (Nievería) que fue el resul-
252
tado de la mezcla de las tradiciones locales Lima y rasgos Wari. Este estilo fue tomado como símbolo
Sara Marsteller y Giancarlo Marcone / Entierro de niños en el sitio Lote B y su significancia...

inequívoco de la presencia y hegemonía de Wari en el área (ver discusión de estas ideas en Kaulicke
2000; Menzel 1964; Patterson 1966; Segura 2004).
En los últimos años, excavaciones en varios sitios asociados a la cultura Lima vienen probando
que, aunque las fases de Patterson son útiles como criterio general de organización, su valor tempo-
ral es dudoso ya que representa una sobre división en unidades temporales que no tienen sustento
en la estratigrafía o en la historia de ocupación de cada sitio. Por ejemplo, varios investigadores han
encontrado la coexistencia de las ultimas tres fases de la secuencia Lima de Patterson en los mismos
contextos estratigráficos que fragmentos en estilo Nievería, sugiriendo que estas tres ultimas fases
(7,8 y 9) y Nievería son al menos parcialmente contemporáneos (Ccencho 2001; Guerrero y Palacios
1994; Kaulicke 2000; MacKay y Santa Cruz 2000; Mogrovejo y Segura 2000; Narváez 2006; Segura 2001,
2004; Shady y Narváez 2000).
Como Segura (2004) acertadamente señala, el trabajo de Patterson adolece de un problema de
representatividad. Tanto la cantidad de fragmentos (tamaño de la muestra) como el sesgo al recolec-
tar la muestra hacen que las inferencias de Patterson sean solo útiles como hipótesis iniciales a ser
examinadas. Segura específicamente muestra (Segura 2004: Cuadro 1) como si analizamos la distribu-
ción de las fases de Patterson de acuerdo a los sitios de procedencia, vemos que las diferencias entre
la cerámica podrían corresponder a variaciones regionales más que temporales (ver también Lavalle
1966 para un planteamiento similar).
A pesar que no es nuevo cuestionar el valor cronológico de estas fases, los investigadores se-
guimos usando estas fases como un marco referencial general para hablar de la cultura Lima. Los
criterios usados por Patterson para definir sus fases, aun son usados para discutir la cronología. En
general, asumimos que las fases 7, 8 y 9 corresponden a Lima Tardío (Segura 2001, 2004) mientras que
las fases 4 a 6 corresponderían más o menos a Lima Medio (Escobedo y Goldhausen 1999: 10).
Es en parte debido a que el estudio de la cultura Lima ha estado demasiado enfocado en esta
discusión estilística, que hemos dejado de examinar la cronología a partir de la evidencia estratigrá-
fica y de ocupación en los sitios. Lo cual nos ha impedido relacionar estos periodos cronológicos con
cambios en el desarrollo cultural de esta sociedad. Por ejemplo, ¿Qué procesos sociopolíticos se en-
cuentran detrás de las transformaciones estilísticas, arquitectónicas y de asentamiento, que parecen
caracterizar el paso de Lima Medio a Lima Tardío? ¿Cuál fue la naturaleza de este cambio?
La evidencia apunta a un incremento en la centralización política durante el periodo conocido
como Lima Tardío. Para algunos investigadores, basadas principalmente en contextos funerarios de
elite, estilos cerámicos y arquitectura monumental, este incremento en complejidad política es re-
sultado de procesos de intercambio interregionales, ya sea por su participación en redes suprarre-
gionales de intercambio de objetos de prestigio (Shady 1982,1988) o debido a relaciones clientelares,
o de emulación, con el supuesto Imperio Wari (Isla y Guerrero 1987; Kaulicke 2000; Menzel 1964). En
contraste, las interpretaciones construidas en base a los patrones de asentamiento y artefactos de
superficie, proponen un desarrollo basado en una economía política autóctona desarrollada en base
a: la dominación de la elite sobre recursos económicos y control del excedente, intensificación agrí-
cola, flujo interno de bienes y/o la movilización de fuerza laboral a través de sistemas de parentesco
(Dillehay 1979; Earle 1972; Kroeber 1926; Patterson et al. 1982; Stumer 1954b).
A nivel subregional, el momento y la naturaleza de la expansión de la cultura Lima desde el nor-
te (el valle del Rímac) al valle del Lurín esta todavía pobremente entendido. Una hipótesis, sostiene
que los cambios en el patrón de asentamiento y de la distribución cerámica en el valle de Lurín a
fines del Intermedio Temprano, reflejan una expansión de una organización política fuerte, de nivel
estatal (lo que correspondería al periodo Lima Tardío), en el área (Earle 1972; Patterson, et al. 1982).
Bajo esta hipótesis la presencia o intromisión Lima en el valle bajo del Lurín sería un proceso relati-
vamente tardío en la secuencia Lima, que trajo consigo un nivel de centralización sociopolítica antes
253
desconocida por la población del valle (Earle 1972; Patterson et al. 1982). Una hipótesis alternativa
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 249-268

propone que el valle de Lurín estaba organizado en cacicazgos, basados en relaciones de parentesco,
que fueron incorporados a la cultura Lima entre las fases Lima Temprano y Medio (Makowski 2002).
Makowski (2002: 117) complementa su explicación mencionado que los cambios identificados a final
del Intermedio Temprano en el valle de Lurín, no son resultado de una expansión Lima Tardío, sino
consecuencia de la influencia y expansión Wari en la costa central. Sin embargo, antes del trabajo
presentado en este articulo no se han realizado excavaciones sistemáticas de un sitio asociados a
materiales Lima en el valle de Lurín fuera de los edificios de Pachacamac. Por lo que ambas hipótesis
son hasta el momento imposibles de confirmar. Nosotros pensamos que los datos de Lote B pueden
representar una contribución clave en la evaluación de las hipótesis arriba expuestas.

El patrón funerario Lima


En los entierros en “estilo Lima” Clásico, el cuerpo fue colocado en posición extendida sobre una
litera construida con cañas y amarradas con cuerdas de fibra vegetal (Flores 2005; Kaulicke 2000;
Kroeber 1926). Las ofrendas usualmente incluyen vasijas cerámicas con decoraciones en estilo Lima,
mates, husos y adornos personales como tupus y collares. Existen algunas variaciones dentro de este
patrón, estas han sido observadas en factores como la posición del cuerpo, la orientación de la cabeza,
así como en el número de artefactos asociados. Entierros en este estilo Clásico Lima han sido descu-
biertos en el valle del Chillón en sitios como Cerro Culebras (Stumer 1954a) y Playa Grande (Stumer
1953), y en el valle del Rímac en Cajamarquilla (Sestieri 1971), Maranga (Jijón y Caamaño 1949) y la
Huaca Pucllana (Flores 2005) entre otros.
Durante el inicio del Horizonte Medio, sucede un cambio significativo en el estilo de enterra-
miento en la costa central. Los entierros extendidos sobre una litera de caña son remplazados con
entierros sentados en posición fetal y envueltos en varias capas de textiles de algodón y amarrados
con cuerdas de fibra vegetal. Varios entierros en este estilo “fardo flexionado” han sido recuperados
de sitios como Ancón en el valle del Chillón (Ravines 1981) y Cajamarquilla en el valle del Rímac
(Sestieri 1971). Esta transición ha sido interpretada como evidencia de la influencia serrana de los
Wari (Menzel 1964; Makowski 2002) y el estimulo que esta política pan-andina impulso para rechazar
algunos aspectos de la ideología Lima (DeLeonardis y Lau 2004; Ravines 1981). Ahora bien este estilo
de enterramiento, en fardo y flexionado, se encuentra presente en la costa central con anterioridad
a la presencia del desarrollo de la cultura Lima. Desde inicios del Intermedio Temprano encontramos
fardos de individuos flexionados, similares a los fechados en el Horizonte Medio, en sitios como Villa
El Salvador y Tablada de Lurín en el valle del río Lurín (Cárdenas 1999; Makowski 2002; Pechenkina y
Delgado 2005; Stothert y Ravines 1977). Esto sugiere que el uso de este estilo al final del Intermedio
Temprano y comienzos del Horizonte Medio pudo haber representado un retorno a tradiciones fune-
rarias anteriores, al ocaso de la tradición Lima (DeLeonardis y Lau 2004).
En ambos casos, los entierros en estilo Lima Clásico y los entierros en estilo fardo flexionado,
tanto del Intermedio Temprano como del Horizonte Medio, no presentan variaciones especificas re-
lacionadas a las edades de los individuos, aunque los entierros de niños son generalmente menos
elaborados y con menos ofrendas (Ravines 1981; Stothert y Ravines 1977). A pesar de estas ligeras
diferencias es posible afirmar que estos estilos no eran dependientes de factores sociales como edad o
géneros. En muchos casos, estos entierros de niños comparten el mismo patrón funerario básico que
los adultos (Flores 2005; Ravines 1981; Stothert y Ravines 1977; Stumer 1954a).

Lote B
Nuestro estudio se enfoca en el sitio de Lote B, también conocido como Cerro Manchay, en el valle
bajo de Lurín (UTM 8654850N, 297400E) (Fig. 1). El sitio se encuentra estratégicamente localizado en
254
la cima de una colina con vista tanto a la quebrada de Manchay (posible ruta de comunicación en la
Sara Marsteller y Giancarlo Marcone / Entierro de niños en el sitio Lote B y su significancia...

antigüedad entre los valles de Lurín y Rímac) como al valle de Lurín (Fig. 2). En base a sus caracte-
rísticas superficiales, se identificaron cuatro sectores en el sitio (Fig. 3). En el año 2009 se realizaron
excavaciones prospectivas en cada uno de los cuatro sectores y revelaron al Lote B como un pequeño
complejo residencial de elite, ocupado durante buena parte del periodo Intermedio Temprano y el co-
mienzo del Horizonte Medio (lo que correspondería a las fases media y tardía de la secuencia Lima).
El sector 1 presentó evidencia de actividades de festines y banquetes, asociados a estructuras de
almacenamiento. El sector 2, adyacente al sector 1, presentó estructuras que han sido interpretadas de
uso residencial. Los materiales asociados recuperados a este sector son de uso doméstico, con la excep-
ción de la cerámica, que es muy fina y altamente decorada en estilo Lima. Estos dos sectores probable-
mente funcionaron juntos formando un pequeño complejo residencial, esto es por las evidencias de ha-
ber sido ocupado durante un largo tiempo. La cerámica recuperada en estos dos sectores esta compuesta
por fragmentos de estilo Lima Medio, en sus fases tempranas de ocupación. Esta asociación sugiere una
influencia de la cultura Lima en el valle de Lurín desde tiempos Lima Medio. En la última fase de ocu-
pación se produce un aumento de la cerámica decorada, estilísticamente más semejante a la cerámica
Lima Tardío (Fig. 4). En esta última fase el sector 1 presenta un claro incremento en las actividades de
festines y banquetes rituales, así como nuevas estructuras de almacenamiento. Contemporáneo con este
momento de incremento de actividades en el sector 1, se construyen en el sitio dos nuevos edificios en
el sector 3 y en el sector 4 respectivamente.

Figura 1: Valle de Lurín con sitios pertenecientes al periodo 255


Intermedio Temprano basado en Patterson et al. (1982).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 249-268

Figura 2: Vista desde Lote de la intersección del Valle de Lurín y la quebrada de Manchay.

256 Figura 3: Mapa de Lote B, con la ubicación de los rasgos mencionados en el texto.
Sara Marsteller y Giancarlo Marcone / Entierro de niños en el sitio Lote B y su significancia...

Figura 4: Cerámica recuperada en Lote B.

Este edificio, presente en el sector 3, tiene una forma rectangular, está pintado de amarillo y
asociado enteramente a cerámica Lima Tardío. Otra construcción de carácter intrusivo asociada a
material exclusivamente tardío, fue encontrada en el sector 4. Esta edificación de planta rectangular
estuvo aparentemente dedicada a actividades de almacenamiento. La construcción de estos edificios,
como ya dijimos, es contemporánea con el incremento de la presencia de cerámica Lima Tardío, ma-
yor evidencias de festines rituales, la construcción de estructuras de almacenamiento y una mejora
en los materiales constructivos del área residencial identificada en el sector 2.

Entierros de niños en Lote B


Durante las excavaciones del año 2009 en Lote B, siete entierros que contenían nueve infantes y ni-
ños fueron descubiertos en tres de los cuatro sectores del sitio. Estos entierros se presentaron en dos
estilos muy distintos. En el primer estilo, el cuerpo se encuentra extendido envuelto en una litera de
cañas o esteras. La litera era mantenida en su lugar con delgadas cuerdas de fibra vegetal. Como men-
cionamos más arriba este patrón corresponde al patrón funerario Clásico Lima que ha sido registrado
en varios sitios de la región (Jijón y Caamaño 1949: 95; Sestieri 1971: 102; Stumer 1953, 1954a: 221).
El segundo estilo de entierro presente en Lote B es en fardos textiles donde el individuo estaba en
posición flexionada. Como mencionábamos líneas arriba, este parece haber sido un estilo tradicional
en el valle de Lurín, identificado al menos desde el Formativo Tardío (Makowski 2002; Pechenkina y
Delgado 2005; Stothert y Ravines 1977), que se supone reaparece de nuevo a comienzos del Horizonte
Medio (DeLeonardis y Lau 2004; Menzel 1964; Ravines 1981).
En Lote B encontramos entierros extendidos en estilo Lima pertenecientes a la ocupación más
temprana del sitio, que proponemos estuvo asociada a cerámica Lima Medio. En el sector 2, el entierro
257
identificado como rasgo #6 (Fig. 5) contenía a un niño de un año de edad colocado de manera super-
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 249-268

Figura 5: Ubicación del rasgo #6 en la Unidad 10, Capa F.

ficial directamente sobre el piso de la ocupación más temprana de un recinto, a unos pocos metros
de lo que pensamos fue el acceso del recinto. El individuo se encontraba cubierto en un envoltorio
de esteras y cañas, colocado sobre el piso en posición extendida con la cabeza orientada hacia el
sur. Stumer (1954a) reporta entierros de niños similares en el sitio de Cerro Culebras en el valle del
Chillón. Stumer encontró en tres diferentes contextos a: “un infante o niño muy pequeño completo,
con una litera en miniatura, no en tumba, sino meramente puesto sobre el piso de la entrada” (Stumer
1954a: 221. La traducción es nuestra).
Otros entierros en estilo Lima Clásico, fueron descubiertos en el sector 4 de Lote B. Estos entie-
rros eran parte de la acumulación de entierros identificada como rasgo #7 (Fig. 6). Este rasgo esta
ubicado debajo de un basural con fragmentos cerámicos Lima Tardío y asociado a la estructura de
almacenamiento adyacente descrita más arriba. En este rasgo se recuperó un total de cinco indivi-
duos correspondientes a cuatro entierros excavados en una unidad de 2 x 2 m. En base a esta acu-
mulación en tan reducido espacio, pensamos que el área pudo haber sido usada como cementerio.
De ser así, este cementerio fue cubierto y abandonado antes de la construcción de la estructura de
almacenamiento.
Los dos entierros en estilo funerario Lima de este rasgo, individuo #2 e individuo #5, estuvieron
colocados en posición extendida y envueltos en tapetes de cañas, amarradas con cuerdas de fibra
vegetal. Entre el individuo y el envoltorio de caña estos entierros presentaron evidencia de un textil
muy delgado y estaban asociados a un pequeño mate. La posición del individuo #2 es algo inusual (Fig.
7), pensamos que este individuo se encontró inicialmente en posición extendida y luego forzado a
caber en una fosa/matriz estrecha. Esta fosa fue posteriormente tapada con una roca de gran tamaño.
El individuo #5 se ubicaba en una fosa al centro de la unidad de 2 x 2 m. Este individuo tenía unos 9
meses de edad al momento de su muerte, que fue colocado en posición extendida sobre una estera y
acompañado, como ofrenda, de un ave (Fig. 8). Este individuo, compartía la misma fosa con el indivi-
duo #4, un infante de 6 meses de edad envuelto en un fardo textil en posición flexionada mirando al
este. El individuo #5 también presentó algo de disturbio y señales de movimiento que pensamos son
resultado del posterior enterramiento del individuo #4. En Cajamarquilla, Sestieri (1971:103) encon-
258
tró una intrusión similar de un entierro en fardo intrusivo a un entierro en litera.
Sara Marsteller y Giancarlo Marcone / Entierro de niños en el sitio Lote B y su significancia...

Figura 6: Rasgo #7 de la unidad 14.

Figura 7: Detalle del Individuo #2 del Rasgo #7 Figura 8: Detalle del Individuos #4 y #5 del Rasgo #7 259
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 249-268

El rasgo 7, presentó también individuos en posición sentada envueltos en fardo textil. Aparte del
ya mencionado individuo#4, el individuo #1, de 9 meses de edad, se encontraba mirando el noreste y
tenía como ofrenda dos pequeños mates. El Individuo #3, de unos 2 años al momento de su muerte,
también colocado en posición flexionada y envuelto en un fardo textil, fue el único presente en una
tumba que incluía una pequeña estructura construida al interior de la fosa (Fig. 9). Esta estructura
tenía planta semicircular y estaba construida con tierra compactada y piedras. Asociados a este indi-
viduo encontramos dos mates cubiertos con piedras planas colocadas como si fueran tapas, puestos al
frente del individuo a la altura del cráneo. La fosa de este entierro fue sellada con una compactación
dura de tierra y cubierta con dos rocas de gran tamaño. Es claro que las bocas de los entierros del ras-
go #7 fueron hechas antes y cubiertas luego por el basural y el edificio de almacenamiento del sector
4 asociados íntegramente a cerámica Lima Tardío (Fig. 10).

Figura 9: Detalle del Individuo #3 del Rasgo #7.

Figura 10: Detalle del perfil de la Unidad 14, mostrando superposición


260 del basural sobre los contextos funerarios del Rasgo #7.
Sara Marsteller y Giancarlo Marcone / Entierro de niños en el sitio Lote B y su significancia...

Otros dos entierros fueron descubiertos en Lote B. Estos fueron descubiertos en los basurales de
los sectores 1 y 2. Las bocas de las fosas de estos dos entierros corresponden a los niveles de abandono
del sitio, probablemente a comienzos del horizonte medio, e implican que estos fueron depositados
en los basurales después de que se dejó de utilizar el sitio. El rasgo #3 (fig. 11) fue hallado en uno de los
basurales del sector 1 y estaba compuesto por un fardo donde el individuo estaba en posición flexio-
nada. El individuo contenido en el fardo tenía unos 7 años de edad y estaba orientado al noreste. Este
fardo se encontraba asentado sobre una cama de pequeñas piedras y asociado a un mate.
El sector 2 se encontró un entierro doble, donde dos fardos habían sido colocados en una fosa
construida sobre una acumulación de basura adyacente al muro perimétrico del complejo residencial
del Sector 2. Este entierro fue identificado como rasgo #4. Una pequeña concentración de piedras
marcaba la boca del entierro, el individuo superior (Fig. 12) era un infante de nueve meses de edad
enterrado sobre un segundo niño de 3 años de edad al momento de su muerte (Fig. 13). Los dos se
encontraban en posición flexionada, envueltos en textiles y mirando al noreste. Dos pequeños mates
se encontraron asociados al individuo inferior.

Figura 12: Detalle del Individuo #1 del Rasgo #4.

261
Figura 11: Rasgo #3 en el perfil de la Unidad 2. Figura 13: Detalle del Individuo #2 del rasgo#4.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 249-268

Discusión
Aunque los entierros recuperados en el Lote B son pocos en número, cuando se sitúan dentro de su
contexto regional y local, sus características únicas nos permiten evaluar varias hipótesis acerca del
desarrollo sociopolítico del valle de Lurín durante la última parte del Intermedio Temprano y el inicio
del Horizonte Medio. Primero, la presencia de entierros en el estilo Lima Clásico durante las fase más
temprana de la ocupación en el sitio sugieren que la adopción de la ideología y prácticas culturales
Lima empezó durante las fases medias del Intermedio Temprano. La coexistencia de este estilo (en
esteras) con prácticas funerarias locales (en fardos) dentro del rasgo #7, demuestra que las prácticas
funerarias Lima no fueron excluyentes.
Una pequeña proporción de entierros en fardo y flexionados, contemporáneos con los entierros
extendidos sobre litera de caña, han sido encontrados en sitios como Cajamarquilla, Ancón y Maranga
(Mac Key y Santa Cruz 2000; Menzel 1964; Ravines 1977; Sestieri 1971). Esta variación en el patrón
funerario implica un cierto grado de resistencia o libertad de elección bajo la influencia de la cultura
Lima. Es así, que una influencia foránea (como Wari) no sería necesaria para promover el retorno de
practicas funerarias tradicionales, después de terminar la influencia Lima. Las excavaciones en el Lote
B han fallado hasta ahora en recuperar algún fragmento Wari o incluso Nievería como para sugerir
que la elección de las prácticas funerarias sería resultado de esta influencia pan regional.
Proponemos que la evidencia recuperada apunta a que durante la ocupación asociada a materia-
les Lima Tardío se da un mayor control directo y a un incremento de la presencia de la cultura Lima
en el sitio de el Lote B. Esta mayor presencia se ve reflejada en el aumento de actividades de banque-
tes rituales y en la construcción de los edificios públicos de los sectores 3 y 4. Es este contexto es que
proponemos que el área, en el sector 4, usada como enterramiento fue suprimida con la construcción
de las estructuras Lima Tardío. Siguiendo esta idea, proponemos que el entierro de niños tan cerca
al conjunto habitacional de una elite local representó uno de los mecanismos por los que esta elite
mantuvo una posición de prestigio sobre la dispersa población de los alrededores durante la segunda
mitad del Intermedio Temprano. Quizás incluso una manera de renovar los vínculos de parentesco en
los que se basaba esta posición de privilegio. De ser así, la supresión de esta área de enterramiento y
la posterior construcción de una estructura secular sobre ella representó un intento de menoscabar
la autoridad de estos líderes locales.
Pensamos que la evidencia de incremento de almacenamiento y festines rituales, es concomi-
tante con un proceso de centralización política en el área. Posiblemente fruto de una estrategia para
promover la adopción de la política expansiva Lima. Las excavaciones de Marcone (2000, 2010) en el
complejo de los adobitos de Pachacamac le llevaron a proponer que la entrada de los Lima al valle
de Lurín pudo estar basada en estrategias que promovían solidaridad más que diferencias sociales, a
través de mecanismos de redistribución de bienes como son los festines y banquetes rituales. De ser
así, estamos ante un proceso donde las bases del poder sociopolítico están cambiando de altamente
rituales y abiertas, en contextos locales, a mecanismos más económicos controlados por elites re-
gionales. Lamentablemente es difícil, por el momento, establecer si durante el periodo Lima Tardío
las practicas funerarias locales fueron permitidas como durante Lima Medio o si por el contrario la
presencia directa Lima implicó un abandono de estas, pues los contextos recuperados están asociados
o al abandono del sitio o la pre-intrusión de Lima Tardío en el sitio
En comparación con otros entierros de niños encontrados en sitios más tempranos o contempo-
ráneos, en el valle de Lurín y en la costa central (Ravines 1981; Sestieri 1971; Stothert y Ravines 1977;
Stumer 1953; Tomasto 2005), los entierros de niños en el Lote B son notoriamente menos elaborados
que el resto, en términos de la construcción de tumbas, ofrendas asociadas y manufactura de los
fardos. Si bien esta simpleza en los entierros del Lote B pudiera estar relacionada con la edad de los
262
individuos, también implica que demostraciones extravagantes de poder económico no eran necesa-
Sara Marsteller y Giancarlo Marcone / Entierro de niños en el sitio Lote B y su significancia...

rias o posibles para esta pequeña elite rural de poder limitado. Análisis paleopatológicos adicionales
revelaron la prevalencia de escorbuto o deficiencia de vitamina C (5 de 9 individuos, 56%) así como
manifestaciones tempranas de tuberculosis (9 de 9 individuos, 100%) (Marsteller et al., en prepara-
ción). Tentativamente esto sugiere que la población del valle de Lurín sufrió de altos grados de mal-
nutrición e infecciones. De ser así la cooperación con los Lima pudo haber sido ventajosa, proveyendo
un mayor acceso a recursos agrícolas o una mejora en términos económicos.
Aunque la mayor parte de las discusiones sobre entierros de niños en la arqueología andina han
estado centradas en su carácter como contextos de sacrificio, algunos investigadores han determina-
do que los métodos de sacrificio y los correspondientes rituales de procesamiento del cuerpo fueron
similares a los de los sacrificios de adultos (Tung y Knudson 2010). Sin embargo, creemos que antes
de señalar diferencias o semejanzas económicas, sociales o religiosas entre las percepciones de los
niños y los adultos en los Andes en general y en la costa central durante el periodo de transición entre
el Intermedio Temprano y el Horizonte Medio en particular, se necesitan estudios adicionales. En el
valle de Lurín, la excavación y estudio de grandes muestras de entierros que incluyan ambos adultos
y niños son necesarias para determinar diferencias y similitudes en el patrón funerario de acuerdo a
edad y así poder formular una conclusión acerca de cómo los niños del valle de Lurín y Lima en gene-
ral fueron percibidos y cuáles fueron los roles sociales que cumplieron.

Conclusiones
Para concluir, nosotros proponemos que la evidencia del Lote B parcialmente sostiene las dos hipó-
tesis propuestas acerca de la naturaleza y momento de la expansión de la cultura Lima en el valle de
Lurín, pero a ninguna de manera completa. Primero, de acuerdo con Makowski (2002), la presencia
Lima en el valle de Lurín aparece en Lote B durante el Intermedio Temprano y es asociado a cerámica
Lima Medio. En este periodo existían elites locales ya establecidas en el valle, aunque de limitado po-
der e influencia. Sin embargo, como Earle (1972) señala, existe una dramática intrusión Lima y un pro-
ceso de centralización política, que afecta a una población, reflejada en las últimas fases de ocupación
del Lote B. Este proceso de centralización en el valle habría sido impuesto desde el valle del Rímac.
Este estudio demuestra que entierros “ordinarios” de niños que murieron de causas naturales
pueden proveer tanto o más información sobre los procesos sociales del pasado que contextos ritua-
les y elaborados donde los niños constituyen parte del sacrificio. Considerando las características de
los entierros en el Lote B en relación con su contexto local dentro del sitio, así como con los patrones
funerarios contemporáneos en la costa central, nos fue posible fortalecer nuestro entendimiento so-
bre la relación entre la formación política Lima y las poblaciones del valle de Lurín.

Agradecimientos
Queremos agradecer a las diversas instituciones que financiaron nuestras investigaciones en el va-
lle de Lurín. La temporada 2009 en Lote B fue financiada por la beca Dissertation Grant Improvement #
0837835 provista por la Academia Nacional de la Ciencia Americana (NSF) y forma parte de la investi-
gación doctoral de Giancarlo Marcone. Fondos adicionales para estudios en Lurín le fueron provistos
por la Thinker Foundation y el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Pittsburgh,
y el Departamento de Antropología de la Universidad de Pittsburgh. Sara Marsteller fue financiada
por una beca de investigación y docencia de la Escuela de evolución y Cambio Social Humano de la
Universidad Estatal de Arizona. Una versión preliminar de este trabajo fue presentada en la Reunión
de la Sociedad de Arqueología Americana en San Luis, Missouri 2010.

263
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 249-268

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268
Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 269-282
ISSN: 0254-8062

Recibido: febrero de 2012


Aceptado: mayo de 2012

CERÁMICA LIMA EN LAS CUENCAS ALTAS DE LOS


VALLES DE LA COSTA CENTRAL
Martín Mac Kay Fulle
Universidad de Lima, Programa de Estudios Generales
martinmackayfulle@yahoo.com

Resumen
Se presenta material Lima de las cuencas altas de los ríos de la costa central, proponiendo los tipos de vín-
culos existentes entre los segmentos de los valles y redefiniendo el término “Nievería”
Palabras clave: Cultura Lima, Nievería, Horizonte Medio, Valles del Rímac y Chillón.

Abstract
This paper presents Lima ceramics from the upper drainage of the rivers from the central coast. It also
deals with the links which should have existed between different segments of the valleys and redefines
the term “Nievería”.
Keywords: Lima Culture, Nieveria, Horizon Middle, Rimac and Chillon valleys.

Introducción
Durante más de cien años las investigaciones arqueológicas sobre la cultura Lima se han centrado
casi exclusivamente en excavaciones de sitios ubicados en las partes bajas y medias de los valles de
Chancay, Chillón, Rímac y Lurín. Esto ha llevado a pensar en una sociedad Lima “costeña” y alejada
de los territorios más allá de la chaupiyunga (300 a 1200 msnm), aislada de un territorio del cual sólo
tenemos información por fuentes escritas, estudios etnohistóricos y algunos trabajos arqueológicos,
todos ellos correspondientes a la época en que la costa central se hallaba dominada por múltiples
señoríos y cacicazgos, entre los que destacan los collis y guancayo en el valle del Chillón, y los yauyos
en el valle del Rímac.
La idea central de este artículo es presentar y dar a conocer un pequeño corpus de vasijas cerá-
micas vinculadas al estilo Lima y al estilo Nievería, halladas por diversos investigadores en las partes
altas de los valles de la costa central, lo cual evidencia algún tipo de contacto de la sociedad Lima con
las cuencas de estos valles así como con otras regiones circundantes y sus respectivas sociedades du- 269
rante fines de l Intermedio Temprano e inicios del Horizonte Medio.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 269-282

Las cuencas altas del Chillón y del Rímac


Los “valles altos” de la Costa Central (Fig. 1) constituyen una región determinada por una altitud en-
tre 2000 y 4000 msnm. Casi todos los lugares mencionados en este artículo se encuentran alrededor
de 3500 msnm, salvo Huaros (Chillón) que se localiza a 4050 msnm (Farfán 1995), es decir se ubican
entre los límites superiores de la chaupiyunga y los límites inferiores de la puna, zona propicia para
cultivos en andenes con o sin riego (Kaulicke 1975), en donde los tubérculos y particularmente la coca
–como lo atestiguan fuentes etnohistóricas (Rostworowski 1989)– fueron cultivos importantes, así
como para la producción de buenos pastos para alimentar al ganado.
Ambas cuencas se encuentran muy cercanas, por lo que es el camino más corto y directo entre
ambos valles. Es también el mejor camino hacia la hoya del Mantaro, convirtiéndose en una zona
estratégica de comercio y control.

La muestra
El corpus se compone de 33 piezas cerámicas completas y 24 fragmentos hallados en diferentes sitios
y contextos en las cuencas del Chillón y del Rímac, desde mediados de la década de 1930 hasta fines de
1990. Algunos materiales son registrados de forma fortuita mientras otros son resultado de campañas
de investigación científica. Debido a no contar físicamente con el material en mención, es importante
recalcar que nuestra investigación se basa en el registro gráfico y las descripciones de los propios
autores citados.
El material del valle del Chillón es una colección de fragmentería cerámica procedente de las ex-
cavaciones de Tom Dillehay en el sitio de Huancayo Alto, quien presentó este material en su tesis doc-

Figura 1: Sitios de cerámica Lima mencionados en el texto.


270 Alturas en metros sobre el nivel del mar referenciales.
Martín Mac Kay / Cerámica Lima en la cuencas altas de los valles de la Costa Central

toral (Dillehay 1976). Presentamos también un grupo de vasijas completas procedentes de Huascoy
y Cantamarca, en la provincia de Canta, que fueron publicadas por Pedro Villar Córdova (1935). El
corpus de este valle se completa con un conjunto de vasijas provenientes de Huaros y presentadas
anteriormente por Carlos Farfán (1995).
En el valle del Rímac, la mayor parte de la muestra colectada proviene de los sitios de Chaclla y
Collata. Estas piezas fueron presentadas por primera vez por Mercedes Cárdenas (1974). A ellas se
añade una pequeña colección de vasijas recolectadas en Huanza (valle de Santa Eulalia) por Peter
Kaulicke y Cirilo Huapaya en la década del setenta, durante trabajos del Seminario de Arqueología del
Instituto Riva-Agüero.

Cuadro 1. Material procedente del valle del Chillón


Huaros (sitios Huaracaure y Aynas)
Forma Estilo Contexto Ilustración (Farfán 1995)
Vaso Lima Medio Desconocido Fig. 2
Botella Lima Tardío Desconocido Fig. 3
Trípode Lima Tardío Funerario Fig. 4

Figura 2 Figura 3 Figura 4


Huancayo Alto
Forma Estilo Contexto Ilustración (Dillehay 1976)
Doméstico (áreas de almacenamiento y
Fragmentería Lima Tardío Figs. 5 - 8
administrativas)

Figura 5 Figura 6 Figura 7 Figura 8


Huascoy (sitios Socoto y Limpancoto)
Forma Estilo Contexto Ilustración (Villar Córdoba 1935)
Cántaro antropomorfo Nievería Funerario Fig. 9
Botella antropomorfa Nievería Funerario Fig. 10
Botella zoomorfa ¿Nievería? Funerario Fig. 11
Botella escultórica Nievería Funerario Fig. 12 271
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 269-282

Figura 9

Figura 10 Figura 11 Figura 12

Cantamarca
Forma Estilo Contexto Ilustración (Villar Córdova 1935)
Vasija con vertedera Nievería Funerario Fig. 13

272 Figura 13
Martín Mac Kay / Cerámica Lima en la cuencas altas de los valles de la Costa Central

Cuadro 1. Material procedente del valle del Rímac


Chaclla y Collata

Forma Estilo Contexto Ilustración


Plato Lima Tardío Desconocido Lám. 1
Plato Lima Tardío Desconocido Lám. 1
Plato Lima Tardío Desconocido Lám. 1
Plato Lima Tardío Desconocido Lám. 2
Plato Lima Tardío Desconocido Lám. 2
Plato Lima Tardío Desconocido Lám. 2
Plato Lima Tardío Desconocido Lám. 2
Plato Lima Tardío Desconocido Lám. 2
Vaso Lima Tardío Desconocido Fig. 14
Tazón Lima Tardío Desconocido Fig. 15
Olla Lima Tardío Desconocido Fig. 16
Cantarito Lima Tardío Desconocido Fig. 17
Botella Lima Tardío Desconocido Fig. 18
Botella Lima Tardío Desconocido Fig. 19
Botella Lima Tardío Desconocido Fig. 20
Cántaro Nievería Desconocido Fig. 21
Instrumento musical Nievería Desconocido Fig. 22

Lámina 1. 273
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 269-282

Lámina 2.

Figura 14. Figura 15. Figura 16.

274 Figura 17. Figura 18. Figura 19.


Martín Mac Kay / Cerámica Lima en la cuencas altas de los valles de la Costa Central

HUANZA (sitio Calancancha)


Forma Estilo Contexto Ilustración
Botella escultórica asa puente Nievería Desconocido Fig. 23
Botella Lima Tardío Desconocido Fig. 24
Botella ¿escultórica? Nievería Desconocido Fig. 25
Vasija con vertedera Nievería Funerario Fig. 26
Plato Lima Tardío Desconocido Fig. 27
Plato Lima Tardío Desconocido Fig. 28
Plato Lima Tardío Desconocido Fig. 28

Figura 23. Figura 24. Figura 25. 275


Arqueología y Sociedad 24, 2012: 269-282

Figura 26.

Figura 27.

276 Figura 28.


Martín Mac Kay / Cerámica Lima en la cuencas altas de los valles de la Costa Central

Cronología
Como se observa en los cuadros 1 y 2, salvo una de las vasijas presentadas por Farfán y proveniente del
sitio de Huaros, la colección se identifica con el estilo cerámico Lima Tardío (fases 7, 8 y 9 de Patterson)
y el estilo Nievería (500-700 d.C.), estilo que ya es claramente asociado a las fases tardías de la cultura
Lima, por lo cual proponemos como la mayoría de investigadores del tema en cuestión, que Nievería
deja de ser, como en tiempos de Menzel (1968), la influencia ayacuchana propia del Horizonte Medio
en el valle del Rímac, sino más bien un alfar de cerámica típica de contextos “especiales” (Kaulicke
2000: 329) dentro de las fases finales Lima.
Aunque nuestra muestra es reducida, es posible afirmar que no existen diferencias notables en lo
estílistico y formal entre la cerámica Lima de las partes altas y bajas de los valles, salvo el color más
oscuro de la pasta de algunas de las vasijas expuestas en este trabajo (rasgo típico de la cerámica se-
rrana por sus fuentes de arcilla, talleres y tecnología alfarera), en comparación con la pasta naranja a
rosa de la cerámica Lima de los valles bajos y medio, y algunos motivos iconográficos de los ceramios
presentados por Villar Córdova que se deberían, según este mismo autor, a “influencias del Mantaro
y de la costa norte” (Villar Córdova 1935). Sería ideal lograr análisis arqueométricos en la pasta de
los fragmentos y piezas presentadas para así comprobar su manufactura local o su “importanción”
ya sea desde las partes más bajas de los valles de la costa central. Este trabajo sería interesante y
se integraría a los ya realizados en el Rímac para materiales cerámicos del Horizonte Medio, como
los fragmentos de estilo Chakipampa pero manufactura local hallados en las huacas del complejo
Maranga (Pillaca et al. 2011).
En el caso de las piezas Nievería, aquellas recopiladas en la muestra tienen un acabado ligeramen-
te más burdo que el pulido típico que caracteriza al material “Nievería”del área nuclear Lima en las
partes bajas del Rímac.

Otros lugares localizados en los valles


altos con presencia de cerámica Lima
Además de los materiales incluidos en nuestro corpus, existen piezas Lima en los sitios de Alto
Pasamayo en el valle del Chillón (Villar Córdova 1935), Huishco (Farfán 1995) y en San Pedro de Casta
en el valle del Rímac (Shady 1982). Lamentablemente no existe una descripción y registro de estos
materiales por lo que desconocemos su procedencia contextual y su correspondencia con las fases de
la cultura Lima.

Los contextos
Seis de las vasijas enteras de nuestra muestra –todas ellas del Chillón– tienen información directa o
indirecta sobre su procedencia de tumbas saqueadas, particularmente de cistas de planta circular o
rectangular. Aunque desconocemos el contexto de procedencia de las otras, por su carácter escul-
tórico y fino acabado podemos suponer que se trata también de asociaciones funerarias u ofrendas
rituales, típicas de contextos de fines del Intermedio Temprano e inicios del Horizonte Medio, que se
caracterizan por la presencia de cerámica Nievería. Son casos conocidos los de Cajamarquilla, Potrero
Tenorio, entre otros.
En suma, son vasijas de uso exclusivamente ritual, lo que nos llevaría a pensar en una influencia o
control muy indirecto y tardío de los Lima sobre las cuencas altas de los valles del Chillón y del Rímac,
sino fuera por la colección de fragmentería registrada por Dillehay en Huancayo Alto recuperada en
estructuras administrativas y de almacenamiento. Así, aunque sería tentador afirmar que al menos
en la parte alta del Chillón existiría indicios de control Lima, se debe tener cuidado con este tipo de
277
afirmaciones debido al carácter mueble de la cerámica. Esta hipótesis debería ser confrontada con
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 269-282

la arquitectura del área ya que es muy probable que muchos de los asentamientos arqueológicos co-
nocidos como tambos, llámese Cantamarca, Rupak, Chiprak, Chaclla, etc., hayan tenido su origen en
asentamientos Lima al menos desde inicios del Horizonte Medio.
Nuestro planteamiento no olvida la existencia de un importante número de vasijas de uso domés-
tico halladas en estos y otros sitios y que no han sido incluidas en este ensayo.

Hacia una redefinición del término “Nievería”


Desde los trabajos de Uhle hasta nuestros días, se ha definido a la cerámica Nievería como estilo y
también como cultura (Shady 1982). Es decir, se ha planteado que es un estilo o fase estilística corres-
pondiente al final de la sociedad Lima, a veces tomada como posterior a las fases 7, 8 y 9 de Patterson,
como la evidencia material de sociedad surgida a inicios del Horizonte Medio, luego del declive de
la cultura Lima y el ingreso cultural e ideológico del fenómeno Wari a la costa central de manera
“progresiva a partir de interrelaciones” como lo proponen Guerrero y Palacios (1992), aunque en la
actualidad desde los trabajos de muchos investigadores, sobre todo en el valle del Rímac se propone a
Nievería como un alfar especial dentro de los tantos alfares cerámicos Lima en sus últimas tres fases.
( Segura 2001, 2004)
De lo expuesto en estas líneas y de la recopilación de las evidencias recogidas por las investiga-
ciones en el valle del Rímac-Nievería (Uhle 1905), Cajamarquilla (Sestieri 1973; Segura 2001), Maranga
(Jijón y Caamaño 1948, Kroeber 1954, Mac Kay y Santa Cruz 2002) y Potrero Tenorio (Palacios y
Guerrero 1992), podemos concluir que, si bien es cierto que la cerámica Nievería se superpone a la
llamada proto-Lima –como lo describía Uhle–, ésta también coexiste con las tres fases finales de la
secuencia de Patterson y otros estilos como “Maranga Negro” (Stumer 1958), sobre todo en los con-
textos funerarios. Sin embargo, la co-ocurrencia se presenta siempre en un porcentaje mucho menor
y en contextos exclusivamente rituales (contextos funerarios o de ofrendas).
Esto nos lleva a redefinir el término Nievería como un alfar que se caracteriza por una pasta muy
fina de paredes delgadas, cocida en atmósfera oxidante que le otorga una coloración que va desde un
naranja muy vivo hasta un rosado suave, cuyas formas son generalmente escultóricas o comparten
las formas clásicas de la cerámica Lima Tardío, tales como vasos, botellas de asa puente, vasijas con
vertederas y cántaros pequeños. Asimismo comparte una iconografía típica, el motivo interlocking
en sus diferentes variantes naturalistas o estilizadas; y también es característico el uso de diseños
foráneos venidos de la costa sur (Nasca 9) y la sierra sur (Chakipampa). Todas estas características se
enmarcan en el carácter exclusivo de los contextos de uso de la cerámica Nievería. En resumen, su
producción, distribución y uso es restringido y especializado.
La distribución de esta cerámica se extiende más allá del ámbito de la costa central, ya que fue
aparentemente un instrumento de prestigio muy importante para las elites de otras sociedades, como
las que ocuparon el valle del Jequetepeque, específicamente en el sitio de San José de Moro, donde se
han hallado vasijas Nievería en contextos funerarios Moche Tardío. (Donnan y Castillo 1994; Castillo
2000).
Más al Sur, en los valles de Huaura y Pativilca (Shady 1982) se encuentra evidencias de fragmen-
tería Nievería. Al parecer, en la misma área nuclear Wari se encuentra fragmentos similares a algunas
piezas excavadas por Stumer en Vista Alegre (William Isbell y Patricia Knobloch, com. pers. 2002). En la
sierra norte, los Topic informan sobre la presencia de cerámica de la costa central en sitios Horizonte
Medio de Huamachuco, exactamente en el lugar conocido como Cerro Amaru (Topic y Topic 2002). Esta
cerámica, según estos autores, es parte de ciertos elementos de prestigio de las elites locales.
En la costa sur, se ha hallado cerámica con claras influencias Nievería en los valles de Mala y
278
Cañete, en donde el estilo Cerro del Oro o Cañete Medio (Kroeber 1926) es característico de inicios del
Martín Mac Kay / Cerámica Lima en la cuencas altas de los valles de la Costa Central

Horizonte Medio. En la sierra norte, en el sitio de Wilkawain (Huaraz), Wendell C. Bennett describe
fragmentos cerámicos como de estilo Tiahuanaco que, según él, estarían vinculados a estilos epigo-
nales costeños como Nasca y Nievería (Fig. 29). En la sierra norcentral de Ancash, se ha recuperado
material Nievería en el sitio de Chinchawas. Allí, en una tumba tipo chullpa del Sector 2 del sitio,
George F. Lau reporta el hallazgo de parte del pico y asa puente de una botella Nievería (Lau 2010:
Fig. 90K). En la misma publicación, se reporta el hallazgo de un fragmento grande de botella Nievería
con la representación escultórica de una serpiente (Lau 2010: Fig. 92B), este fragmento proviene del
mismo sitio, aunque de una terraza, la Terraza 4 del Sector 1 (Lau 2010: 261).
Por otro lado, es probable que se encuentre cerámica Nievería en el vecino valle del Mantaro,
lamentablemente éste carece de estudios arqueológicos intensivos y su secuencia aún no ha sido
definida.
Finalmente, tras una breve estadía en el Alto Piura, durante los trabajos de prospección del
Proyecto de Investigación Arqueológica Chulucanas-Morropón, pudimos observas vasijas con claras
influencias formales (asa puente y cuerpo lenticular) y decorativas (interlocking, bandas decorativas
en los picos, cruces) de la cerámica del Horizonte Medio de la costa central.
A diferencia de esta cerámica especial, la cerámica Lima, específicamente la tardía que se con-
centran en los valles bajo y medios de la costa central, no se expande más allá de las cuencas de estos
mismos valles pero con ciertas características propias como lo son el tipo de pasta, oscura y gruesa y
una decoración no tan fina.

Figura 29. Tomado de Bennett (1944). 279


Arqueología y Sociedad 24, 2012: 269-282

Los contactos costa-sierra central


Hemos presentado evidencias de la irradiación y probable control de la cultura Lima sobre las partes
altas de los valles de la costa central del Perú para Horizonte Medio, y también elementos para inferir
ciertos contactos con las “áreas serranas” circundantes, tales como el Callejón de Huaylas y tal vez el
valle del Mantaro.
Esta interacción no fue exclusiva del periodo en mención, pues existen evidencias que demues-
tran contactos entre la costa y la sierra central por lo menos desde fines del Horizonte Temprano.
Ejemplo de ello son los rasgos de influencia de la cultura Recuay en vasijas y metales hallados durante
las excavaciones de Mercedes Cárdenas en Tablada de Lurín (Makowski y Rucabado 2000), cementerio
del denominado estilo Blanco sobre Rojo, o Epiformativo. Estos contactos continuaron siendo fre-
cuentes durante el Intermedio Temprano, y aumentaron durante el Horizonte Medio –como hemos
visto–, época en que la sierra sur se adhirió a los contactos.
Prueba de estos florecientes contactos costa-sierra durante el Horizonte Medio, es aquella vasija
hallada en Huascoy y presentada por Villar Córdova (Fig. 10) que representa a un personaje chacchan-
do un bolo de coca y el peinado con que los mochicas caracterizaban o idealizaban a los individuos
serranos en las escenas de combates rituales, individuos como por ejemplo los recuay (Rucabado
com. pers. 2012).

Conclusiones
A partir de nuestras observaciones, proponemos dos hipótesis: la primera es que a fines del periodo
Intermedio Temprano e inicios del Horizonte Medio, la cultura Lima tuvo contacto con las cuencas altas
de los valles del Chillón y del Rímac. Este contacto aparentemente fue directo y consistió en el manejo
político y económico de la zona, proveyendo a los Lima de una vía de comunicación con la importante –a
nivel económico– y al parecer poco evolucionada hoya del Mantaro (Kaulicke, com. pers. 2002).
La segunda teoría es la de una fuerte influencia de la elite Lima sobre aquellas que dirigían los
asentamientos o comunidades de las cuencas altas. Esta influencia se manifiesta en la existencia de
vasijas Nievería en contextos funerarios de estos grupos “serranos”, como en los contextos Moche
Tardío del Jequetepeque, en donde se demuestra el carácter de prestigio de dicha cerámica, la del
alfar especial, al cual conocemos como Nievería y la probable vinculación ideológica (¿rituales o ce-
remonias?) de elites foráneas con la elite Lima. Mucho de esto se resolvería si se ampliara las investi-
gaciones aquí recopiladas y como ya se mencionó líneas arriba con el uso de los novedosos análisis de
pasta mediante el uso de técnicas físicas y químicas. Es muy importante si las piezas Nievería mencio-
nadas son realmente fabricadas en la zona neurálgica Lima o en todo caso pertenecen a talleres fuera
de ella. Lo que si queda claro pese a lo inicial de este trabajo es el hecho que la ideología propia de los
Lima y la elite asociada tuvo una importancia tal para poder “exportar” sus vasijas y su componente
ideológico más allá de la costa central, lo que supone un tipo de poder, el cual no sorprende ya que
esta fue la etapa de la construcción de los grandes complejos arquitectónicos como Cajamarquilla y
Maranga.
Mientras la cerámica propiamente Lima, de los estilos 7 al 9 que hemos presentado muestra sin
dudas los rasgos del estilo tardío de la alfarería de esta sociedad que se ubican por debajo de 2000
msnm. Ciertas características particulares en la manufactura de la cerámica de las cuencas altas como
la pasta, cocción y algunos diseños iconográficos (pintura y modelado) nos harían preguntarnos por
el tipo de vínculos existentes entre las elites Lima de las diversas partes de los valles. Es decir, ¿exis-
tía una unidad política al interior de los valles? ¿Cada valle se conformaba por múltiples unidades
políticas? ¿O existía una gran unidad política Lima que abarcaba los valles de Chillón, Rímac y Lurín
280
durante las fases tardías?
Martín Mac Kay / Cerámica Lima en la cuencas altas de los valles de la Costa Central

Para responder estas preguntas se debe colectar más datos y consolidar la escasa información
disponible sobre la cultura Lima, sobre todo en cuanto a arquitectura y la cantidad y calidad de las
muestras cerámicas. Esto incluiría evidentemente un estudio más completo de las ocupaciones de
esta época en las partes altas de los valles, enfatizando los materiales domésticos hasta ahora no
estudiados.

Agradecimientos
A los arqueólogos Raphael Santa Cruz, Víctor Falcón, Hugo Ikehara, Segio Barraza y Julio Rucabado
por su importante aporte para la elaboración del presente artículo.

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282
Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 283-300
ISSN: 0254-8062

Recibido: mayo de 2012


Aceptado: agosto de 2012

El canal de agua que abastecía a la ciudad


de Wari, Ayacucho: Proceso constructivo y
componentes de funcionalidad
Ismael Pérez Calderón
Universidad Nacional de san Cristóbal de Huamanga, facultad de Ciencias Sociales
zismaelunsch@hotmail.com

Alexander Salvatierra Chavarría


Arqueólogo, Universidad Nacional de san Cristóbal de Huamanga
alexunsch@hotmail.com

Resumen
El razón fundamental del presente trabajo es informar presentando datos sobre el reconocimiento directo
del canal de agua que abastecía por más de trescientos años a la ciudad de Wari, a partir de las investiga-
ciones con excavaciones realizadas en varios tramos del canal, como referente para el trabajo de Qochas,
canales, reservorios que abastecían a la metrópoli Wari (Pérez 2006, 2007 y 2010) y como parte del estu-
dio hidráulico e hidrológico del canal Wari de Incapa Yarccan o Wari Yarcca en Ayacucho (Chavarría 2010).
Consideramos que se trata de un gran proyecto de infraestructura social y económica que el Estado Wari
ejecutó en los Andes centrales durante la segunda mitad del primer milenio de la presente era cristiana,
800 años aproximadamente antes de la formación del Imperio del Tawantinsuyo.
Palabras clave: Canal, construcción, flujo, funcionalidad, ciudad, Wari.

Abstract
The rationale of this paper is to report by presenting data on the direct recognition of the canal that
supplied water for over three hundred years to the city of Wari, from investigations with excavations in
several sections of the channel, as a reference for qochas work, canals, reservoirs supplying the metropo-
lis Wari (Perez 2006, 2007 and 2010) and as part of the hydrologic and hydraulic study of inca canal Wari
Wari Yarccan or Yarcca in Ayacucho (Chavarría 2010). We believe that this is a great proyec for social and
economic infraestructure that the Wari state executed in the Andes during the second half of the first mi-
llennium od the present Christian era, about 800 yerars before formation of the Empire of Tawantinsuyo.
283
Keywords: Canal, construction, flow, functionality, city, Wari.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 283-300

Introducción
A diferencia de la gran mayoría de canales existentes en la región andina que nacen en las bocatomas
de los ríos, cuya ubicación y longitud va en base a áreas de cultivo que deben ser irrigados, el canal de
Incapa Yarccan tiene su origen en la laguna Yanaqocha (Figs. 1 y 2), localizada a 4050 msnm. El objetivo
del Estado Wari fue el trasladar de agua hacia la ciudad capital ubicada a unos 30 km al sur, a un nivel
de 350 m más abajo de la referida laguna, sin afectar su uso en actividades agrícolas de escala pequeña
que se venían practicando desde tiempo y que probablemente contó con una red de canales secundarios
como el que nacía de la subcuenca Lluncuna, en las inmediaciones de Quinua, lo cual implica un buen
conocimiento y manejo del espacio así como el entendimiento de algunas variables sobre el volumen de
agua que se tenía que conducir, conocer las características del terreno para efectuar y trazo, excavación
y construcción del canal en pendientes pronunciados, zonas rocosas, donde realizaron magnificas obras
de arte, con materia prima del lugar, fuerza laboral y dirección técnica impuesta como parte de una
política estatal, puesta en práctica en otras ciudades del dominio y ámbito territorial Wari.

Marco referencial
No cabe duda que los primeros pobladores que incursionaron en los Andes centrales escogieron de
manera particular la zona de Ayacucho, por ser un espacio con las condiciones materiales (suelo,
agua, flora, fauna) que buscaban para poder desarrollar su ingenio y creatividad que diera lugar al
descubrimiento de nuevas técnicas, instrumentos y medios de producción convirtiendo en un pai-
saje cultural atractivo y competitivo con otras regiones del Perú y del mundo como es el caso de

284 Figura 1: Ubicación y recorrido del canal que abastecía a la metrópoli Wari.
Ismael Pérez y Alexander Salvatierra / El canal de agua que abastecía a la ciudad de Wari...

Figura 2: Laguna Yanaqocha que da origen al canal que abastecía a la metrópoli Wari.

Mesoamerica, Medio Oriente y Asia, pero diferente al planteamiento de Wittfogel (1960) quien asu-
miendo valores externos como el rol del agua, bosques y praderas formula la hipótesis sobre existen-
cia de “sociedades hidráulicas”.
Collier (1960) planeta que en el Formativo Tardío se alcanzó una economía completamente agrí-
cola, basada en regadío por medio de canales, que condujo a un marcado aumento de la población.
Los poblados algunos de ellos mayores y más compactos que los del Formativo Temprano, se exten-
dieron tierra adentro por todas partes de los valles. Se construyeron montículos piramidales como
basamento de los templos y reductos fortificados en las cumbres de los cerros. Esto último constituye
la primera evidencia de guerras, que probablemente tomaron la forma de incursiones bélicas, crearon
la necesidad de un control más centralizado, el cual se alcanzó evidentemente bajo la dirección de los
sacerdotes, aunque es dudoso si la unidad política abarcó todo un valle. Faltan evidencias de estratifi-
cación de clases. Las artesanías sufren un declive estético con la desaparición del estilo Chavín, pero
la época fue de experimentación y de progreso técnico.
Tanto los canales como caminos, reservorios, entre otros, son obras hechas a gran escala y tras-
cendencia social, económica y política, es decir corresponde a la categoría de proyectos planificadas
y controladas por el gobierno de sociedades bien organizadas, en el caso de los Andes peruano estaría
vinculado con los orígenes de la civilización. Así tenemos por ejemplo a la ciudad de Caral donde se-
gún Shady (2006: 63-64) los habitantes del valle trabajaron sus campos de cultivo sin el requerimiento
de una tecnología sofisticada. El río Supe discurre casi al nivel de las tierras que pueden ser fácilmente
irrigadas mediante la excavación de simples canales. Si bien el río carga agua en una corta temporada,
la población contaba con una fuente fluvial subterránea que filtraba en una serie de manantiales o
puquios de donde se aprovisionaba de agua, en la época de estío, para el consumo y riego agrícola.
Podemos deducir que se trataría de los canales antiguos registrados hasta el momento, los cuales es-
285
tarían asociados con la construcción de las pirámides de aproximadamente 3000 a.C.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 283-300

El templo de Chavín, considerado como uno de los monumentos más notables del Perú, tanto por
su valor histórico como por su belleza y configuración, que fuera visitado por peregrinos de todo el
mundo andino, durante la segunda mitad del segundo y primer milenio antes de la presente era cris-
tiana, estuvo centralizado por el poder religioso del estado teocrático representado por un grupo de
sacerdotes, asociados con una compleja red de obras hidráulicas constituidas por canales y drenajes
que cruzan los niveles subterráneas del viejo templo y tal como menciona Lumbreras (2007), contaba
con defensas y canalizaciones lo que indicaría cierto tipo de previsiones frente a los fenómenos hí-
dricos de su entorno. Señala además que hay evidencias de obras realizadas sobre ambos ríos como
la habilitación de un puente sobre el río Wachesqa y la canalización de ambos ríos que delimitan al
monumento por sus lados norte y sur para impedir-seguramente- los efectos de sus crecidas anuales.
El puente en referencia es una magnifica obra de arte que los antiguos ingenieros Chavín constru-
yeron para unir las poblaciones establecidas en ambas bandas del río Mosna y es probable que algo
semejante debió existir en el río Wachesqa.
Más al norte se encuentra el valle de Moche donde se construyó la mayor red hidráulica e hidro-
lógica de dos canales interrelacionados: el Vichanzao y el canal intervalle. Según Farrington (1980:
696) el Vichanzao fue el canal más importante del lado norte del valle. Su construcción inicial pro-
bablemente se produjo antes del periodo Gallinazo, esto es, 200-500 a.C. Tuvo más de 28 km de largo
y regaba un área de 2060,5 ha. Durante el periodo Chimú Imperial (1250-1462 d.C.) se extendió otros
7 km para irrigar un área de 627 ha. Al respecto Moseley y Feldman (1982: 280), señalan que las ma-
yores obras de irrigación hechas en el continente son sistemas de canales en la vertiente del Pacífico
entre los 6o y 11o de latitud sur. Los proyectos prehispánicos y los anteriores a los ciclos radicales de
alteración ambiental, ocurridos entre 400-600 d.C. son grandes, fragmentarios, pobremente conser-
vados, recientemente descubiertos y poco estudiados. Los pequeños sistemas que datan después de
600 d.C. están bien conservados en el nivel del canal y generalmente surcan el nivel del suelo. En el
valle bajo del río Moche estos sistemas tardíos tienen un área 50% mayor que los actuales campos de
cultivo beneficiados con la moderna tecnología. La red de canales que se conserva, semejante a sus
principales antecedentes, forman complejos multivalles. El complejo Moche cruza los cerros hasta el
adyacente valle norteño. Más al norte existe un complejo de riego de cinco cuencas en buen estado
de conservación. Antes de 600 d.C. hubo dos complejos interconectados y el canal del área de Moche
conectó dos y probablemente, tres valles hacia el sur.
Para la época anterior e inmediata al Imperio Wari hay también referencias de evidencias de
otros sistemas de abastecimiento de agua tales como los desarrollados por los Tiwanako o Tiahuanco
en el altiplano peruano-boliviano y los de Nasca, en los valles occidentales de la costa sur, los pri-
meros hicieron magnificos canales muchas de estas en piedras labradas de rocas traídas de largas
distancias como las que están asociadas a los templos de Akapana, Kalasasaya y templete semisub-
terráneo, y que servían para evacuar agua que se acumulaba en el interior de los templos, los cuales
aparecen mencionados en diferentes publicaciones (Schaedel 1966; Ponce1972, 1980; Albarracin
1999), Ponce Sanguines (1972) citando a Schaedel anota que en los asentamientos urbanos se com-
binaba el segmento habitacional con la porción ceremonial y administrativa, conexas por sistemas
de comunicación o por abastecimiento de agua. En Nasca los diferentes componentes hidráulicos
están relacionados fundamentalmente con actividades agrícolas en la periferia del asentamiento
urbano o ciudad de Cahuachi, Se conoce como acueductos (Gonzáles García 1934; Regal 1943), pero
en realidad se trata de puquios, cochas, canales y galerías filtrantes abiertas y cerradas, algunas
galerías pasan por debajo del lecho del río Nasca, y por lo general están asociadas con obras de
arte como compuertas, las cuales han sido objeto de estudio por distintos investigadores (Lancho
1986; Ravines y Del Solar 1980; Schreiber y Lancho 1988, 1995, 2006, 2009; Del Solar 1997) quienes
coinciden en otorgar una antigüedad que oscila entre los finales de Nasca e inicios de Horizonte
286
Medio o Wari.
Ismael Pérez y Alexander Salvatierra / El canal de agua que abastecía a la ciudad de Wari...

Las investigaciones realizadas hasta el momento en Ayacucho señalan que durante el desarro-
llo de la cultura Huarpa (100 a.C.- 550 d.C.), los valles de Huamanga, Huanta, San Miguel, Cangallo
y Vilcashuamán estaban ocupados con numerosos asentamientos rodeados de complejos sistemas
de andenerías como base una economía eminentemente agrícola, controladas desde el sitio de
Ñawimpuquio catalogada como la posible capital política y administrativa de esta importante cultu-
ra regional. Lumbreras (1974, 1981) señala que una de las características notables de los Huarpa fue
precisamente la construcción de canales y represas que se inició en el Formativo Superior (cultura
Rancha), precisa que en Quicapata, a escasos 2 km al sur de la actual ciudad de Ayacucho, el arqueólo-
go Ángel García Cook registró un sistema de canales y reservorios con terrazas dispersas en los cerros
adyacentes. Se trata de una cadena de reservorios ubicados a niveles distintos, desde donde partían
canales para la distribución de agua para irrigar de manera uniforme, lo cual se corrobora con los
restos de canales que Lumbreras encontró en 1971 en las excavaciones efectuadas en Ñawimpuquio y
Chupas como parte del proyecto Arqueológico Botánico Ayacucho Huanta dirigido por Mac Neish.
Varios de los medios e instrumentos de producción Huarpa debieron ser mejorados por el Estado
Wari que dominó los Andes centrales entre los 700 y 900 d.C. a tal punto que en los lugares con
modestas tradiciones arquitectónicas llegaron a implantar una nueva forma de urbanismo carac-
terizado la fundación de ciudades provinciales como Pikillacta en Cusco. Donde según Mac Ewan
(1991) si Pikillacta funcionó como una ciudad, una inmensa cantidad de agua debió requerirse para
las necesidades diarias del gente que vivió allí. Hace referencia de una leyenda relacionada con la
construcción de un canal y el acueducto sobre el muro Rumiqolqa, ubicado en las inmediaciones de
Pikillacta pero en un nivel más bajo lo que pone en discusión la conducción ascendente del agua. En
Marcahuamachuco sitio trabajo por Lange y Topic (1984), donde si bien la arquitectura predominante
es de tradición local, hay componentes foráneos impuestos por los colonos Wari que ocuparon cerro
Amaru, quienes aprovecharon el sistema de abastecimiento de agua en pozos filtrantes o chiles que
desde mucho antes debió existir en el lugar, referente al sitio Wari de Wiracochapampa no se cuenta
con evidencias que indique la forma de abastecimiento de agua. En cambio para la ocupación Wari de
cerro Baúl, Williams et al. 2006, sostienen haber encontrado restos de diferentes canales construidos
por los Wari en las inmediaciones del cerro Baúl, pero el agua que consumía la población establecida
en la cima de la meseta era llevada a costa de grandes esfuerzos desde el fondo del valle.
En la ciudad capital del Estado Wari, pocos son los investigadores que han tocado el tema de cómo
la antigua población se abastecía de agua (Lumbreras 1974, 2007, 2010; Valdéz y Valdéz 1998; Pérez
1999, 2006, 2010 y Salvatierra 2010) todos ellos reconocen que el agua fue traída a través de un canal
empedrado que la población la conoce como Incapa Yarccan o Wari Yarccann desde la laguna Yanacocha
en la cordillera del Rasuwillcca, sobre los 4000 msnm. Desde donde tiene una extensión aproximada-
mente 30 km. Hay referencias (Isbell 2001; Isbell, Brewster-Wray y Spickard 1991; Benavides 1991;
Bragayrac 1991; Cook 1994 y Amorin 1996) de diversas secciones de canales dispuestos bajo los pisos
de las estructuras del centro urbano de la ciudad, todos estos canales están tapados con lajas, algunos
debieron de servir como drenajes para evacuar el agua en tiempo de lluvia, en la mayoría de casos
están obstruidos con capas de arena y limo. Por otro lado Arnold (1975), Mitchell (1991, 1994) alcanza
interesantes referencias etnográficas sobre los reservorios de Lurin Sayoc y Han Sayoc, en Quinua
a 15 km al este de Wari, los que recibían agua canalizada desde las quebradas Guamangura y Hatún
Huyqu, y de la manera como se viene utilizando en la agricultura. Esta información etnográfica está
complementada con datos sobre ritos y fiestas de limpieza del canal que aun siguen vigentes.
En la costa norte uno de los proyectos prehispánicos más grandes y famosos fue el canal de la
Cumbre, fue diseñado por los Chimú para llevar agua desde el río Chicama hasta Chan Chan, pero que-
dó inconcluso o no llegaron a terminarlo (Kus 1984, 1985). El canal de la Cumbre tiene una extensión
de 78 km y tal como sugiere James S. Kus, su construcción fue por una empresa del Estado Chimu. Algo 287
similar debió ser con las construcción de las obras hidráulicas a gran escala de las diferentes culturas
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 283-300

desde los orígenes del Estado hasta el Tawantinsuyo que sintetizó la experiencia de las sociedades
precedentes haciendo grandes obras monumentales como canalización de ríos, construcción de ca-
nales, acueductos andenerías y reservorios.

Características físicas del canal


De manera general en distintas unidades de excavación se observó que el piso del canal presenta un
desnivel que va desde los 0,05 m hasta los 0,15 m dependiendo si están en un segmento recto donde el
peralte será menor, o en un segmento de curva donde el peralte llega hasta la cifra máxima de 0,15 m,
como parte de la técnica constructiva para disipar la fuerza centrífuga que tiende a desviar de manera
radial el curso del caudal fuera de su trayecto, a esto se suma que los pisos del canal están compuestos
por lajas de rocas haciendo que presente un superficie rugosa que también influye en el control de
la velocidad. En lo que respecta a los canales de derivación ubicados en el complejo Wari, se observa
como los pisos no presentan peralte y menor rugosidad, esto debido a las dimensiones que presenta
que son mucho menores, hasta en un 70%, en relación al canal madre.
En todas las unidades de excavación se observó que la mayoría de los muros o paredes del canal
presentan dos paramentos que dan hacia la parte interna (Fig. 5), esto debido al proceso constructivo
donde primero se realizó una zanja en la ladera del cerro y a manera de revestimiento se construyen
los paramentos. Otros casos se ve que el lado derecho del canal presenta doble paramento puesto que
ya existe muros de contención. Un punto importante que resaltar es la inclinación de los paramentos
en determinados segmentos, así por ejemplo a la altura del Km 3 + 560 donde el canal es casi recto, se
observa inclinación en los paramentos de hasta 0,25 m presentando un corte trapezoidal con lo cual
se regula la velocidad del caudal, pero en una segmento de curva como es el Km 4 + 347 los paramentos
se mantienen rectos presentando así un corte de forma rectangular con lo cual se reduce el área del
canal haciendo que la velocidad del caudal disminuya.
A lo largo del recorrido del canal se observa que los aparejos son simples y/o rústicos, compues-
tos por rocas canteadas propios del lugar y unidos con mortero arcilloso (Fig. 4), salvo los canales que
menciona Lumbreras (1974) presentan revestimiento de los aparejos y pisos.
Dentro de los procesos constructivos se ha logrado establecer cuatro tipos relacionados por las
condiciones topográficas: 1. Se corta la ladera del cerro a manera de zanja, luego se construye ambos
muros que en este caso consta de dos paramentos hacia el interior a los que se adosa el piso del canal;
2. Se corta la ladera del cerro en forma de “L”, a un lado se construye un muro de contención de altura
razonable para mantener la pendiente del piso del canal, luego se construye el otro muro adosado
al corte realizado en la ladera del cerro y por último viene la construcción del piso; 3. Sobre todo es
el caso de la margen izquierda de la subcuenca Lluncuna y algunos segmentos del lado suroeste del
cerro Moyorina que son zonas rocosas y de pendientes pronunciados (mayor a 45o), se construyeron
muros de contención de manera escalonada buscando el nivel adecuado para no desequilibrar la pen-
diente del canal, luego se corta la roca natural en forma de “L” el cual es aprovechado como pared y
piso (Fig. 3). Estos tres procesos constructivos son a tajo abierto y 4) de, pues existe un cuarto proceso
que es de tajo cerrado que son los canales que cruzan el complejo Wari bajo sus respectivas estructu-
ras arquitectónicas, cuya función era doble ya que en épocas de lluvia servía para drenar y en épocas
de secano para abastecer de agua a la ciudad.
En los tres tramos del canal las curvas que presentan son mayores a 45o. Esto hace que el flujo se
mantenga de manera constante y no produzca estancamiento lo que podría causar perdida de caudal
al sufrir la evapotranspiración. Cuando se hace comparación por ejemplo con el canal de Cumbemayo
se puede ver que en su recorrido presenta curvas de 45o, esto con la finalidad de frenar y cortar la ve-
locidad del caudal. A esto se suma que dichas curvas están elaboradas en roca viva que es el material
288
ideal para la resistencia de dicha fuerza.
Ismael Pérez y Alexander Salvatierra / El canal de agua que abastecía a la ciudad de Wari...

Figura 3 Ladera empinada (a) y corte con las plataformas


a (b) construidas en la ladera empinada, obsérvese en la
parte superior el canal asociado a la roca madre.

Figura 4: Foto de la sección oriental del canal (a) y


estratigrafía cultural del uso y construcción del canal
(b) donde se aprecia la siguiente secuencia deposicional:
S (Tierra Suelta), Capa A (Tierra orgánica y cascajo);
a
Capa B (Tierra arcillosa y cascajo); Capa C (Cascajo y
tierra); Capa D (sedimento); Capa E (piso de lajas) y
capa F(arcilla ligosa sobre el corte cascajoso)

b
289
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 283-300

El tipo de flujo en el Tramo I, es constante a excepción de unos 200 m antes de la llegada a la sub-
cuenca Lluncuna donde hay una mayor pendiente del canal el cual es solucionado con la misma que-
brada que sirvió como un disipador de energía puesto que el canal nace nuevamente a corta distancia
más abajo. El Tramo II presentó segmentos con flujo constante y flujo acelerado donde probablemen-
te debió realizar algunos disipadores de energía como son saltos, gradas positivas y negativas, pozas
de aquietamiento, caídas y otros hábilmente diseñados. El Tramo III, nuevamente se observó un flujo
constante esto por la ramificación que empieza a tener el canal con la intensión del abastecimiento
de agua desde las partes altas del complejo.
Sobre la pendiente de la rasante, es necesario contemplar que los Wari tuvieron el reto de hacer
descender el agua de tal manera que no se viera afectado por la difícil topografía a lo largo de su reco-
rrido. Se observa como en algunos segmentos como en el Tramo I trataron de mantener la pendiente
del canal a través de una inclinación constante, mientras que en otros segmentos como es la llegada al
cerro Churucana desde la represa de Hanan Sayoc donde por la misma topografía se tuvo que plantear
disipadores de energía.
La rugosidad de las paredes y piso de manera liza del canal origina una mayor velocidad del flujo,
lo cual es comparable con los canales actuales construidos a base de cemento. Para el caso del canal
en estudio, la rugosidad que presenta es en base al material empleado, rocas canteadas a manera
de lajas unidas con mortero de material arcilloso extraídas y trasladadas de lugares próximos con
lo cual lograron una resistencia suficiente de las paredes y pisos. Hay que tener en cuenta que esos
materiales empleados no funcionan en segmentos de pendientes pronunciados como es la llegada al
acueducto de Churucana para el cual se sugiere que debieron utilizar otro material como bloques de
roca de gran tamaño.
Referente a la estabilidad, se ha calculado que el promedio del caudal de agua traslado por el canal
es de 800 lps (Verano 2006: 62) tal cantidad de caudal puede de manera sencilla hacer colapsar sus
paredes y/o piso cuando la velocidad aumenta, para lo cual los especialistas Wari tuvieron en cuenta
la topografía, por eso sección del canal en Moyorina tiene corte trapezoidal, con una inclinación de
los taludes de hasta 10o, rectangulares (como es el caso de la excavación 3 y otro segmentos) donde
aminoran la inclinación de los taludes con la intención de reducir el lecho, el cual, a su vez reducía
la velocidad del caudal. A todo esto se suma el peralte de los pisos que llegan hasta los 15o como es
el caso de la unidad de excavación 2 y otros, cuya finalidad es disipar la fuerza centrífuga que tiende
a desviar en forma radial el curso normal del caudal. Dicho peralte se presenta de manera aguda en
segmentos no lineales del canal, con la inclinación opuesta a la pendiente del suelo natural, las ex-
cavaciones demuestran que dichos peraltes van asociados a muros de contención que refuerzan la
estructura del canal.
Por otro lado con relación a la sobrecarga, se ha tomado en cuenta que en Ayacucho las lluvias
torrenciales se dan de diciembre a marzo (puede considerarse incluso desde noviembre a abril), el
cual es muy perjudicial en un canal a tajo abierto como el de Wari, porque puede aumentar su caudal
de manera violenta lo cual implica que estuvo en mantenimiento por especialistas que estaban aten-
tos a los colapsos y derrumbes. En canal en el Tramo I, no presenta canales secundarios que pudieron
servir como derivadores de agua, el ingenio hizo que se utilizara las quebradas naturales que cruzan
el recorrido del canal, pero no sólo lo utilizaron como tal sino también como desarenadores.

Componentes de funcionalidad
Bocatoma
Está en el lado suroeste de la laguna Yanacocha. Lamentablemente quedó destruido al haberse cons-
truido un dique de concreto para el represamiento de aguas en la década del 70. Realizando algunas
290
comparaciones de bocatomas de hoy en día, podemos ver que la gran mayoría de ellas utilizan com-
Ismael Pérez y Alexander Salvatierra / El canal de agua que abastecía a la ciudad de Wari...

puertas a través de la cual regulan la salida del agua, caso parecido debió ser la bocatoma en estudio.
En una visita en el mes de agosto a la laguna Yanaqocha, encontramos que el dique de concreto de
aproximadamente 3,5 m de altura estaba a 20 m de distancia de las aguas represadas. Esto estaría
indicando que situación parecida debió ocurrir en momentos en que el canal se encontraba en funcio-
namiento lo que implicó que la bocatoma variaba de posición (Fig. 2). Cabe agregar que existen otras
bocatomas en las subuencas de Lluncuna, Pallqa y en las represas de Lurín Sayoc y Hanan Sayoc.

Diques
En la laguna Yanaqocha hay tres morrenas que cumplieron la función de diques naturales con la cual
se represaba el agua de manera natural. Hoy se puede constatar un dique construido con concreto
armado de 3,5 m de altura sobre lo cual se construyó un muro de 2 m ancho con materiales propios de
la zona como es la champa y cantos rodados. Este trabajo representa un dato importante pues se tra-
ta de una técnica de construcción que probablemente utilizaron los especialistas de aquel entonces
aplicándolo, no sólo a la laguna Yanacocha, sino también a las represas de Lurín Sayoc y Hanan Sayoc.
Este último claramente reducido su área de represamiento.

Canal madre
De acuerdo con estudios realizados planteamos que el canal madre llegó hasta el km 21 + 410, ubi-
cado al lado noreste del cerro Churucana. Sin embargo, en los estudios que realiza Mitchell (1981)
encuentra que hoy en día la población de Quinua practica un sistema de riego que comienza con la
ramificación del canal a la altura de la represa de Lurín Sayoc, lo cual podría tratarse de una práctica
que se da desde la época Wari.

Canal de derivación
Llevaban agua desde el canal madre hasta el lugar de uso, ya sean actividades agrícolas, artesanales
y consumo humano. Es así que en el corte que se observa en el complejo Wari, como producto de la
construcción de la carretera, están presentes canales bajo las estructuras arquitectónicas como parte
de3 una red de distribución de agua en el interior de la ciudad, para el abastecimiento doméstico, el
desagüe de las mismas y el drenaje en épocas de lluvia. Se pudo observar un promedio de ocho canales
secundarios expuestos, obviamente, es una cifra que indica que existen muchos más bajo los escom-
bros del complejo.

Compuertas
No se hallaron compuertas definidas, pero como se hizo mención líneas arribas, en la naciente del
canal debió existir una compuerta con el cual se regulaba la salida del caudal. Ahora bien, en la na-
ciente de cada canal de derivación debieron también existir compuertas. En una salida de campo en
2006 al poblado de Pampachacra localizamos una compuerta actual realizado por los pobladores de
la zona que consiste en colocar una laja o piedra a manera de tapón en un agujero realizado en uno
de los lados del canal. En este caso, la descarga del caudal depende directamente del radio que tenga
el agujero.

Canales de desagüe
En épocas de lluvia, donde el caudal incrementa su volumen pone en riesgo inminente a cada ele-
mento del canal por lo que la presencia de canales de desagüe, cumplen la función de descarga del
291
caudal hacia lugares seguros. Lamentablemente en el presente trabajo no se logró definir un canal de
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 283-300

desagüe, lo que no quiere decir que no hayan existido. Estamos seguros que utilizaron las quebradas
que están presentes en el recorrido del canal para dicho fin, al menos esto está claro, para el Tramo I
que es la sección más conservada.

Reservorios
También conocidas como qochas (Kendall y Rodríguez, 2009: 109) que sirvieron para el almacena-
miento de agua. Se logró identificar cuatro qochas:
Chihuacurara ubicado a la altura del Km 15 + 110 (594069E, 8559669N) en inmediaciones del pobla-
do actual de Moya. Presenta un área aproximado de 1520 m2 con una profundidad promedio de
5 m, con una capacidad máxima de 7620 m3 de almacenaje (Fig. 4). Dicha represa es reutilizada
por los pobladores de la zona y forma parte de un sistema de irrigación el cual fue estudiado por
Mitchell (1 981).
Hanan Sayoc. Se encuentra ubicado a la altura del Km 17 + 666 (593800E, 8557678N) al lado este del
poblado actual de Quinua. Presenta un área aproximado de 3082 m2 con una profundidad prome-
dio de 4 m haciendo una capacidad de almacenaje de 12328 m3 de agua.
Lurín Sayoc ubicada a 80 m al lado norte de la represa de Hanan Sayoc, con un área aproximado de
1920 m2, una profundidad de 3 m, y una capacidad de almacenamiento de 5760 m3 de agua. Estas
dos últimas represas han sido reducidos en su extensión por los pobladores actuales de Quinua,
aún se puede observar que en entre las dos represas existen depresiones a diferentes niveles, esto
podría indicar que para la época Wari no eran dos las represas sino algo más. Para ello tomamos
el modelo de Tawaqocha que funcionó en la época Wari y que presenta como característica prin-
cipal la implementación de cuatro reservorios asociados y a distinto nivel con una capacidad de
almacenamiento de 70000 m3 (Pérez 2007). Hoy en día, las represas de Lurín Sayoc y Hanan Sayoc
forman parte de un sistema de irrigación de Quinua estudiado por Mitchell (1981).
Waripampa dentro del mismo complejo, a la altura del Km 27 + 725. Presenta un área aproximado
de 100 m2 con una profundidad promedio de 3 m, pudiendo almacenar hasta un máximo de 294 m3
de agua. Sin duda alguna, las estimaciones presentadas para este caso pueden variar debido a que
la represa está completamente cubierta por escombros y plantaciones de tunales. A diferencia de
las represas arriba mencionadas, los especialistas Wari, para este caso, utilizaron una depresión
natural siendo probable que haya presentado revestimiento de la pared perimetral. Cabe mencio-
nar que el trazo del canal llega con claridad hasta este punto, lamentablemente la vegetación y la
práctica del cultivo actual del lugar impide ver su proyección que sin duda alguna y basado en las
curvas de nivel, estarían llegando al sector de Cheqo Wasi y/o parte baja del complejo Wari.

Acueductos
Para mantener la pendiente del canal, se rellenaron depresiones y quebradas sobre lo cual se hicieron
conductos artificiales, de los que se ha logrado identificar tres acueductos:
Churucana, ubicado a la altura del Km 21 + 360, lado noreste del cerro del mismo nombre, existe
una depresión donde tuvieron que buscar el nivel en un promedio de 5 m de altura en una longi-
tud de aproximadamente 50 m. Dicho segmento fue destruido al momento de la construcción de
la carretera que se dirige hacia el distrito de Tambo y se puede observar que para la construcción
de la misma, tuvieron que realizar un enorme relleno a manera de terraplén (macizo de tierra)
para buscar el nivel de la vía (Fig. 5).
Pampachacra, a la altura del Km 24 + 300, en el centro poblado de nombre homónimo, se presenta
en una depresión donde tuvieron que buscar el nivel en un promedio de 10 m de altura en una
292
longitud de aproximadamente 190 m (Fig. 5). Dicho acueducto se mantiene en buen estado de
Ismael Pérez y Alexander Salvatierra / El canal de agua que abastecía a la ciudad de Wari...

conservación y estuvo en funcionamiento hasta hace unos 10 años atrás. En el 2005 Ismael Pérez
dirigió excavaciones como parte del “Proyecto: Evaluación Arqueológica Carretera Ayacucho-San
Francisco Tramo Km 0.00 (DV Huanta) – Km 26 (Quinua)”, efectuándose una trinchera de manera
transversal al acueducto pudiendo hallar parte de los muros de contención distribuidos de mane-
ra escalonada (Fig. 7).
Waripampa, a la altura del Km 27 + 200, dentro del
complejo Wari, donde existe una enorme hondo-
nada al cual tuvieron que buscar el nivel en pro-
medio de 2 m de altura en una longitud aproxima-
do de 210 m. Sobre dicho acueducto se observa ve-
getación arbustiva tupida destacando los tunales
por lo que su identificación a simple vista se hace
complicado; sin embargo, se puede observar algu-
nos segmentos con presencia de los muros que dan
hacia la parte interna del canal.

Muros de contención
Se trata de un elemento muy importante en la cons-
trucción del canal (Fig. 6). Si bien cierto que debido a
la topografía del terreno, el canal presenta flujos va-
riados, por lo que el tratar de mantener el nivel ade-
cuado fue de suma importancia. Fueron los muros de
consistencia y/ o contención construidos de manera
escalonada los que dieron solución a tal problema (ob- a
viamente esto se complementa con otros artificios de

Figura 5: Detalle de la excavación donde se expone los muros y piso del canal (a),
dibujo de Planta y sección del canal (b). 293
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 283-300

Figura 6: Registro del


paramento exterior en una de
las secciones del canal.

disipadores de energía) sin importar


el tipo de terreno en que se debería
aplicar dicho trabajo, como es el caso
de la margen derecha de la subcuen-
ca Lluncuna, Km 8 + 700, que es una
zona rocosa y con una pendiente que
supera los 45o donde se construyeron
hasta cinco muros de contención de
manera escalonada buscando una al-
tura de hasta 4 m; o el acueducto que
se encuentra en Pampachacra descri-
to líneas arriba.

Puentes
Probablemente, parte de un puente
queda a la altura del Km 7 + 200, en la
quebrada conocida como Santanayoc.
Aún se observa los muros de conten-
ción ubicados en ambas márgenes de
la quebrada. Dichos muros superan el
1,5 m de altura y el espacio de luz que
presenta llega a los 2 m. No se tienen
registros anteriores para la región de
cómo pudo ser la construcción de los

Figura 7: . Detalle del


294 acueducto de Pampachacra
en el complejo Wari.
Ismael Pérez y Alexander Salvatierra / El canal de agua que abastecía a la ciudad de Wari...

puentes para canales; sin embargo, poblaciones actuales de la región utilizan enormes lajas de piedra
sobre el cual construyen el canal (Comunidad Campesina de Anchiuay Sierra).

Referencias etnográficas
En 1939, Néstor Cabrera Bedoya, recopila una leyenda sobre el canal madre de un Apusuyo o adivino.
Se hace referencia del ultimo descendiente Wari llamado Hatunsullo, que recibió del Hanapacha, el
don de la sabiduría, en cuyo gobierno, se construyeron fortalezas, templos palacios y la gran acequia
llamada Wari – Yarcca. Hatunsullo tuvo hermosa hija llamada “Yurac- sulla” (Rocio blanco), quien se
enamora del joven Putca. Amaru (Demonio turbio) descendiente de “Rasuhuillca” (montaña sagrada),
enemigo del padre Yurac Sulla, quien al enterarse de los amoríos mando que fuesen encerrados en
una cueva conocida como “infiernillo”, haciendo tapar la entrada con una enorme roca y después de
tres días mandó retirarlo para entrar el mismo a la cueva, resuelto a liberar a los amantes y unirlos en
matrimonio, pero fue muy tarde los encontró muertos, entonces un fuerte grito se oyó desde el inte-
rior de la cueva, los nobles y parientes ingresaron corriendo y en ese instante el monarca Hatunsullo
se rompía el cráneo contra una de las paredes de la cueva. Cuenta la leyenda que los funerales de los
nobles príncipes y del monarca fueron enterrados en tres grandes huacas o tumbas llamadas Ayllup-
huasin localiado en Tarapata, donde luego se sacrificaron Mama-Ccalla (esposa de Hatunsullo), sus
tres: Sinchi-Tullo, Puma-Ñahui y Llajla- Huaraca, y otros nobles. Con este motivo el gran sacerdote
Villac Huma, mandó labrar en piedra diorita la efigie del monarca y demás acompañantes.
De esta leyenda deducimos que se trata del canal Inkapa Yarccan cuyo nombre antiguo debió
ser Wari Yarccan, el mismo que nace en la Yanaqocha considerada como mama qocha de la leyenda,
ubicada en las faldas del Rasuhuillca y que recorre por las laderas de los cerros Churru Jasa, Ccorccor
y Condormarca, Quinua hasta llegar a Wari. Las efigies que mandó tallar el sumo sacerdote serían los
monolitos de piedra que fueron encontrados en el complejo arqueológico Wari y que ahora estan en
el Museo Regional de Ayacucho.

El Yarqa Aspy
La fiesta del Yarqa Aspiy o limpieza de acequia, es según el antropólogo Ferrua (2005) una de las más
importantes entre las comunidades andinas, está ligada con la producción, bienestar de la familia, la
naturaleza y las deidades. Las comunidades que cuentan con el sistemas de riego, mantienen en su
interior organizaciones de un sistema intra e inter comunal de cuidad, mantenimiento y reparto del
uso de las aguas de riego y la realización del ritual y la ceremonias propiciatorias, para rendir culto a
las deidades andinas locales y regionales, los mismos que tienen ingerencia en la producción del agua.
Asi tenemos que el pueblo de Huamanguilla, ubicado a 8km al noreste de la ciudad de Wari, cuenta
con un sistema de riego de canales principales y secundarios, que permite abastecer de regadío a las
parcelas familiares; el sistema, nace en las lagunas que se ubican en las cordilleras de Yanawaqra, parte
de la cadena de montañas del Rasuwillka, donde nacen las quebradas que abastecen a los canales que
alimentas de agua a las lagunas o qochas de Chinchaycocha, que abastece de agua de riego a la mitad
Urayparte de Chinchaysuyu; Yanaqocha o Antaqocha, que irriga la otra mitad de Hanayparte del sector
de los Antas y la laguna de Qenwaqocha o Kiswarqocha, que abastece de agua a la comunidad de Quinua,
antigua jurisdicción de Huamanguilla.
En una entrevista a los pobladores del lugar sobre ¿porqué el canal se llama “Inkapayarqan”?,
la respuesta fue que es obra de los inkas, y cuando se le pregunta si esta agua antes habría irriga-
do los campos de Wari, afirman que si, no sólo Wari, sino que también a las ruinas de Molinuyuq
(Allkuwillka) y Tinyaq (Macachacra), lo que implica, que siempre toda esta zona agrícola incluido la
ciudad de Wari, utilizaron estas aguas. Indica que en el mes de agosto, la comunidad de Huamanguilla
295
realiza fiestas, rituales, ofrendas y labores de reparación de los diques en las lagunas y las de limpieza
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 283-300

de los canales. Estos eventos tienen carácter competitivo y es responsabilidad de las autoridades y
de las familias de cada sector, de manera que, a cada sector se le asigna dos días obligatorios para la
faena o tarea en el dique, debiendo cumplir cinco o más días para la limpieza de los canales: troncal
y secundarios correspondientes a los ayllus. Los sectores tradicionales son Sinchiyaku, Anta y Putika
y los turnos establecidos son: Sector de Sinchiyaku:cada 7 y 8 de agosto; sector de Anta : 14 y 15 de
agosto y el sector de Putica el 21 y 22 de agosto.
En una entrevista con el don Ramiro Romero Soto, presidente comunal de la Mitad Hanayparte,
comenta: Acá nosotros hacemos nuestra qocha pasado el primero de agosto, cada año hacemos con orquesta y
corrida de toros, cocinamos comidas e invitamos a los señores todo cuanto tenemos los del cargo [...] así hacemos
y después rondamos la qocha y con los peroles cargados en los asnos y con “chapras” en el hombro rondamos la
laguna [...] Curipata, Chullkupampa, Chillkaqasa con ellos año por año pasamos el cargo, pies la qocha hacemos
con tambores, cornetas y con harawis (cantos). Como la qocha de Chinchaysuyu es Yanaqocha, de allí sale al
agua, primero hacemos llenar para regar, no llevamos directo y recién soltamos y llevamos a la chacra para
regar así es. Refiriéndose al mantenimiento y construcción del canal, nos dice: Recién viene el año de los
que nosotros hemos hecho el canal, es nuestro canal. Los ingenieros nos hacían trabajar, viéndonos y trazando.
Nosotros poníamos mano de obra y traíamos cemento, las instituciones no nos regalan nada, más bien nosotros
les invitamos nuestras comidas cocinando y llevábamos gallinas para nuestra comida. Nosotros regamos maíz,
papa, arveja, verduras y sembramos regando, sólo sembramos para comer, no vendemos porque cuesta muy
barato, un kilo cuesta 10 0 20 centavos y no alcanza para nuestros gastos.
Con referencia a los turnos de riego, menciona: A nosotros nos toca el miércoles de cada semana, se-
gún el turno nos toca regar bajo lista, con los nombres del acta, entonces cuando venimos, nos llaman en lista y
de acuerdo a eso según a los que asistimos nos reparten 10 o 12 personas nos parten y hacemos llenar la qocha
(Chinchayqocha) y allí vamos, pues arreglando la toma riegan y entonces aramos con toros. Así es señor las
costumbres que tenemos. El señor Puli Allcca es el presidente de riego y quien nos reparte el agua. Refiriéndose
a la crianza de animales domésticos cuenta: Hay en los cerros, al frente (señalando con la mano los cerros
de Allkuwillka, Muyuriina, Tinyaq y otros) hay alguien de los inkas que cuida sus corrales, allí existen muchos
corrales pero no hay casas como en Wari. En esos cerros hay venados, zorros y otros que son del inka, ya crío
vaca, ovejas, chanchos, eso nada más y sólo es para comer a veces necesitamos para educar a nuestros hijos y
vendemos. Sobre el Canal Inkapa Yarqan dice: Este canal primero hicieron los inkas, ellos eran como dios
“Baldoniyoq”, con feos y horribles azotes manejaban las piedras que se ponían en los aires, ellos tenían mucho
poder, entonces hacían trabajar a las piedras[...]. Finalmente cuenta que toda esta historia le fue contado
por su abuelo, cuando él tenía aproximadamente 12 años y le ayudaba en los trabajos de la chacra.

Discusión y conclusiones
El canal de Incapa Yarccan conocido así por los pobladores del lugar y Wari Yarcca según la versión
de la leyenda recabada por Cabrera (1939) corresponde a una ingeniosa obra hecha por los Wari, sin
descartar que en sus inicios haya corresponda a la cultura Huarpa. Sea como fuere obedece al resulta-
do de un gran proyecto de carácter Estatal que necesitó de la participación organizada de la población
campesina y la dirección técnica de ingenieros especialistas en el diseño y ejecución de obras hidráu-
licas en zonas alto andinas de alto riesgo humano para el traslado de materiales, proclives a desastres
naturales como las lluvias que originan constantes derrumbes y Huaycos, a pesar de lo cual la obra se
mantienen incólume como para su rehabilitación en beneficio del desarrollo social y económico de
la región.
Las excavaciones realizadas en el acueducto de Pampachacra, en el marco del Proyecto
“Mejoramiento y rehabilitación de la carretera Ayacucho- San Francisco Km 0+000 (Dv. Huanta)-
Km25 (Quinua) del convenio de cooperación Interinstitucional entre el Instituto nacional de Cultura
y Provias Nacional en el 2005, determinó que la construcción del acueducto tiene corte transversal
296
tronco-piramidal escalonado con tres niveles desde la base, muros de contención de piedra con para-
Ismael Pérez y Alexander Salvatierra / El canal de agua que abastecía a la ciudad de Wari...

mentos en talud y relleno de tierra. Tiene una extensión aproximada de 150m que lo concierte en una
obra monumental y no en simple a modesta construcción como consideran Isbell, Brewster-Wray y
Spickard (1991:24), quines además dudan que sea prehispánica.
La sección transversal del canal en la zona alterada por el derrumbe del cerro altura del km 3+500
iniciando desde la bocatoma en la laguna Yanaqocha, presenta forma trapezoidal, paramentos inter-
nos en talud asociados a un piso empedrado inclinado ligeramente hacia el lado opuesto a la pendien-
te del cerro, lo cual es una técnica que permite aminorar la fuerza centrífuga del caudal del agua, en
tramos con ligeras curvas, lo cual no ocurre en tramos con el trazo del canal recto donde las sección
transversal tiene paramentos verticales con piso horizontal.
La referencia del puente hecho para soportar al canal descrito para la quebrada Santanayoc (Km
7+200), es en base a los restos de bases o cimentación que aun queda en ambos lados de quebrada
que se origina en un pequeño ojo de agua en las laderas del cerro. Los paramentos tienen proyección
vertical, el espacio o luz que lo separa es de 2 m sobre lo que hipotéticamente debió estar construido
el puente con piedras salientes formando un techo escalonado a manera de “falso arco” como los
techos “abovedados” de algunas tumbas y chullpas registradas en la misma ciudad de Wari. El puente
fue rellenado solidamente en ambos extremos hasta la proyección de la base del canal sobre lo que
se construyeron los lados del canal con muros anchos y altos como para permitir el acceso peatonal,
pero si esta parte fue cubierto con lajas el acceso fue mucho más seguro.
La estructura del canal se observa en más 15 km de extensión desde la laguna Yanaqocha hasta la
quebrada Pallcca de donde vuelve a salir aguas abajo hasta llegar al reservorio de Lurin Sayoc del ba-
rrio del mismo nombre, adyacente al reservorio de del barrio Hanan Sayoc en la parte alta de quinua,
el cual se abastecía de un segundo canal que nace en la quebrada Andrespata o Hatún Wayqo a 3600
msnm, la antigua construcción de este segundo aparece destruida en su mayor parte, pero quedan
restos del viejo trazo así como las bocatomas a pocos metros sobre la actual bocatoma de concreto.
Se trata entonces de dos canales, dos reservorios y dos barrios de la organización comunal de Quinua
estudiada en sus aspectos social, económico e ideológico por Mitchell (1991).

Agradecimientos
Nuestros sinceros reconocimientos al Dr. Luis Guillermo Lumbreras por haber promovido la ejecu-
ción del proyecto de investigación: Evaluación Arqueológica canal Incapa Yarccan; a los ingenieros
Alexander Falcón y Carlos Verano por las oportunas sugerencias en torno al caudal y uso del agua
del canal; Angélica Canchari, Roxana López; Lucia Cuchuñaupa; Gloria Orozco y Ruth Ruero; Edwar
Perlacios y Julio C. Palomino, participaron en el reconocimiento directo y excavaciones efectuadas a
lo largo del canal y a Noemí Cruz que estuvo a su cargo el análisis del material cultural Asociado.

297
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 283-300

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Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 301-332
ISSN: 0254-8062

Recibido: abril de 2012


Aceptado: agosto de 2012

Investigaciones arqueológicas en
el Castillo de Pasamayo: Un sitio
amurallado Chancay en el valle
bajo del río Chancay-Huaral
Pieter van Dalen Lunai
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
pvandalen2@hotmail.com

Resumen
Se presentan los resultados de las investigaciones con excavaciones en el sitio arqueológico Castillo de
Pasamayo, un sitio caracterizado por presentar tres murallas circundantes. En los últimos años se ha iden-
tificado en los valles de Chancay y Huaura numerosos sitios de estas características, por lo que la informa-
ción que presentamos aporta a la comprensión del patrón espacial, constructivo y funcionalidad.
Palabras clave: Arqueología, valle Chancay-Huaral, cultura Chancay, sitios amurallados.

Abstract
We present the results of research with excavations at the archaeological site Castillo de Pasamayo, a site
characterized by having three walls surrounding. In recent years it has been identified in the valleys of
Chancay and Huaura numerous sites of this nature, so the information presented adds to the understan-
ding of spatial pattern,construction and functionality.
Keywords: Archaeology, Chancay-Huaral valley, Chancay culture, walled sites.

i Arqueólogo por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha realizado estudios de maestría en Ar-
queología Andina y Maestría en Estudios Amazónicos, así como doctorado en Ciencias Sociales. Es docente
auxiliar en la EAP de Arqueología, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos y, en la actualidad, director del Museo de Arqueología y Antropología de la misma universidad. Es 301
director del Proyecto de Investigación Chancay-Huaral-Atavillos (PIACHA) y director de la revista Kullpi.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332

Ubicación del sitio


El sitio arqueológico Castillo de Pasamayo se encuentra ubicado en la margen izquierda del valle bajo
del río Chancay-Huaral (la ONERN lo denomina así para diferenciarlo del río Chancay de Lambayeque:
ONERN; 1969), en el distrito de Aucallama, provincia de Huaral. Se ubica casi en el rincón del valle en
el subsector Aucallama-Pasamayo a pocos metros frente del imponente cerro de arena de Pasamayo,
junto a la carretera variante Pasamayo. Se encuentra emplazado sobre un promontorio natural aislado
de casi 40 m de altura con respecto al valle y al poblado actual de Pasamayo, cuya cima se ubica en las
coordenadas UTM: 0258726E, 8716450N (Sistema WGS-84) y a 140 msnm (esquina del vano en “L”).
Geográficamente, la zona que rodea el sitio, presenta un paisaje de valle bajo, caracterizado por
el relieve llano con extensas zonas de cultivo, principalmente de maíz. El tipo de suelo de esta zona
del valle, pertenece a la serie Pasamayo: suelo alcalino, muy profundo, de excelente drenaje y con un
relieve topográfico casi plano. Por su ubicación, cerca del mar, presenta abundante influencia marina,
presentando en los alrededores, humedales caracterizados por el afloramiento de aguas de la napa
freática, como es el caso de los Baños de Boza y Gramadales. Los cerros adyacentes al sitio (Cerros
Pasamayo), son áridos, sólo cuentan con algunas especies producto de la humedad invernal, adoptando
la característica de lomas, cubriéndose de vegetación tipo Achupalla, principalmente (ONERN 1969).

Antecedentes de Estudio en la zona


La cuenca baja del río Chancay-Huaral presenta una larga y compleja ocupación cultural, desde perio-
dos tempranos hasta la llegada de los españoles y la desestructuración de la civilización andina. Así,
las diferentes culturas y pueblos que ocuparon este territorio supieron aprovechar de gran manera
los recursos naturales que los diferentes ecosistemas les ofrecían, adaptándose; y mediante la acumu-
lación de experiencias, desarrollaron un conjunto de tecnologías en los diferentes campos científicos,
muchos de los cuales lamentablemente se perdieron para siempre con la llegada de los españoles y la
desestructuración de la civilización local y regional. No existen muchas investigaciones sobre el valle
Chancay y solo dos referencias sobre el sitio, motivo de la presente investigación.
La primera referencia la realiza el arqueólogo Hans Horkheimer, en su obra Identificación y biblio-
grafía de sitios arqueológicos del Perú (Horkheimer 1965: 46), en la cual define al sitio como: “Sitio fortifi-
cado sobre un cerro. Los muros en parte son muy gruesos, de diferente composición. En la cumbre algunas cons-
trucciones de adobe. Al pie del cerro un cementerio con artefactos parcialmente del periodo de Transición. Al Este
del cerro existió un extenso sitio, ahora destruido por la agricultura.” La otra referencia sobre este sitio la
realiza van Dalen (van Dalen 2008: 48): “[...] identificamos el sitio de Castillo de Pasamayo, un asentamiento
ubicado en la cima de una estribación natural, con tres murallas que la rodean a diferentes alturas del cerro. Este
sitio tiene sus similares en Acaray, en el valle de Huaura y Chanquillo en Casma. Se trata de un asentamiento de
carácter ceremonial.” Las investigaciones superficiales que realizáramos hace cuatro años, nos sugería
que el sistema de murallas que presentaba el sitio podría corresponder al Formativo Tardío, hipótesis
que fue desechada en la presente investigación.
Otros sitios arqueológicos, de similares características, han sido investigados en los últimos años
en el vecino valle de Huaura, como es el caso de los sitios de Acaray y Cerro Colorado Grande (Brown
2010, 2011) y en el mismo valle Chancay a partir de fotos satelitales y prospecciones superficiales
(Krzanowski 2008).

Metodología de investigación
A. Prospección: Se realizó con la finalidad de:
 Definir la sectorización del sitio a partir de los materiales culturales aflorantes, así como definir
las áreas de intervención física mediante la excavación; así mismo identificar áreas que conten-
302 gan material cultural superficial y que puedan ser indicadores de la presencia de otros restos
arqueológicos en el subsuelo.
Pieter van Dalen / Investigaciones arqueológicas en el Castillo de Pasamayo

Figura 1. Plano de ubicación del sitio arqueológico Castillo de Pasamayo

303
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332

 Tratar de definir el carácter contextual de los hallazgos, así como su filiación cultural, cuando
esta sea posible.
El recorrido de prospección permitió realizar la sectorización del sitio. Se realizó además en esta etapa
el levantamiento topográfico y planimétrico del sitio con estación total y GPS Diferencial Milimétrico,
a partir de los elementos arquitectónicos aflorantes, además de dibujos de planta, perfil y cortes de
los elementos más representativos. Se ubicó el punto datum en la cima del cerro, desde donde se trazó
el sistema de coordenadas.

B. Excavación: El método de excavación utilizado fue mediante diez unidades restringidas a 2x2
m. La disposición de las unidades fue en relación a la disposición de los elementos arquitectónicos.
La excavación de los pozos de cateo se ejecutó siguiendo capas culturales, excavando hasta llegar
a otra capa, siguiendo el mismo procedimiento, registrando elementos culturales y contextos. Los
materiales recogidos durante las excavaciones fueron colocados en bolsas de polietileno con su infor-
mación correspondiente. El registro de las unidades excavadas fue mediante dibujos de perfil, planta
y elementos; fichas de registro de excavaciones; y registro fotográfico. El registro fotográfico de las
excavaciones y de las estructuras de superficie fue con fotografías a color hechas con cámara digital,
registrando cada toma en su respectiva ficha. Una vez concluida la excavación se colocó en el fondo
de cada pozo un plástico grueso con las indicaciones del proyecto.

304
Figura 2. Foto satelital del sitio arqueológico Castillo de Pasamayo
Pieter van Dalen / Investigaciones arqueológicas en el Castillo de Pasamayo

Para el proceso de registro del sitio, se utilizó las siguientes fichas de registro: Ficha de Registro
del Sitio, Ficha de Registro Fotográfico, Ficha de Registro de Excavaciones, Ficha de Análisis
Arquitectónico, entre otros. La Nomenclatura utilizada para el sitio de Castillo de Pasamayo fue C. P.
Cabe mencionar que inicialmente se propuso al Ministerio de Cultura la autorización de la excava-
ción de unidades en área y trincheras, pero como siempre, por la ineptitud y total desconocimiento so-
bre arqueología de los funcionarios encargados de la revisión y aprobación del proyecto, nos obligaron
a reducir las unidades a 2 x 2 m.

Marco teórico
Wilson al definir los sitios con murallas en el valle de Santa, los llama fortalezas o sitios amurallados
(Wilson: 1988). Margaret Brown, por su parte define a las fortalezas como aquellas rodeadas en su
perímetro por muros, parcial o totalmente (Brown 2010: 172).
Son, hasta el momento, dos investigadores que vienen tratando la problemática de estos sitios en
los valles de Chancay y Huaura: Margaret Brown V. (Brown 2009, 2010; Brown, Craig y Ascencios 2011)
y Andrzej Krzanowski (Krzanowski 2008). Sin embargo, muchos otros autores han reportado la pre-
sencia de sitios amurallados en valles contiguos como la Fortaleza de Collique en el Chillón (Morales
1998), en el sitio de Chimú Cápac en el valle de Supe (Valckenier 1995), en el valle de Virú (Willey
1953), en los valles de Casma, Nepeña, Santa (Pozorski 1987; Proulx 1973, 1985; Wilson 1988, 1997;
Ghezzi 2006). Hasta finales del siglo pasado, los investigadores coincidían en que los sitios de caracte-
rísticas amuralladas correspondían al Horizonte Temprano, y el hallar un sitio de estas características
era un indicador de este periodo cultural. Brown ha sistematizado las investigaciones pretéritas defi-
niendo la cantidad de sitios por valle correspondientes a este periodo: En el valle de Virú: 6 sitios; en
Santa: 21; en Nepeña: 3; Casma: 34; Culebras: 2; Supe: 1, y Huaura: 6. Se trata de sitios ubicados en las
cumbres y rodeados por entre 1 y 5 muros de defensa, edificados con piedras canteadas. Las fortale-

305
Figura 3. Vista panorámica del castillo de Pasamayo
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332

Figura 4. Plano del sitio arqueológico Castillo de Pasamayo


zas de los valles de Nepeña y Santa se ubican en el valle medio y cuenca alta; mientras que las ubicadas
en los valles de Culebras, Supe y Huaura se hallan en el valle bajo (Brown 2010: 172-174).
Con respecto a los seis sitios amurallados del Horizonte Temprano en el valle de Huaura, Brown
los caracteriza por ubicarse en las cumbres, tienen muros defensivos y acceso restringido. Estos sitios
son: Acaray, Cerro Colorado, Vilcashuaura, Rontoy, San Cristóbal, y Costado Sur del Río; de los cuales
cuatro se ubican en el valle bajo y son visibles entre sí. Los tres sitios ubicados en la margen norte del
valle bajo tienen una cumbre con anillos de tres muros concéntricos, caracterizados por estar edifica-
dos a base de piedras canteadas unidas con argamasa y relleno de rocas medianas (Ibid: 176-178).
Margaret Brown define, además, la reocupación de sitios amurallados en el valle de Huaura, con
patrones muy similares a los descritos, aunque de datación correspondiente al Intermedio Tardío. Estos
sitios son los de Cerro Colorado y Acaray, el primero conformado por tres muros concéntricos muy
destruidos, y el segundo con tres cumbres cada una de entre 1 a 3 muros concéntricos de defensa, cuya
técnica de construcción es mediante capas alternas de material vegetal y piedras con relleno de piedras,
basura y tierra. Acaray presenta parapetos, bastiones, acceso restringido y piedras para honda en super-
306 ficie. Reporta además dos fechados radiocarbónicos tomados del material vegetal constructivo: 1160-
1390 d.C. (Sector B, muro bajo) y 1400-1630 d.C. (muro principal del sector C). (Ibid: 182).
Pieter van Dalen / Investigaciones arqueológicas en el Castillo de Pasamayo

Andrzej Krzanowski por su parte menciona la existencia de decenas de sitios de este tipo en los va-
lles de Chancay y Huaura, los cuales son asociados a la cultura Chancay. Para el valle de Huaura registra
un total de nueve sitios entre los que figuran: Acaray (Hu-56), Cerro Colorado (Hu-1), Cerro Eriazo A
(Hu-80), Cerro Eriazo B (Hu-82), Vista Alegre (Hu-53), Hu-35, Hu-37, Hu-51, y Hu-96; mientras que para
el valle de Chancay registra diez sitios, entre los que figuran: Cerro Pasamayo o Castillo de Pasamayo
(Ch-3), Cerro San Pedro (CH-7), García Alonso (Ch-14), La Viña (Ch-21), Cerro Las Ondas (Ch-58), Cerro
La Calera (CH-60), Cerro Gorgona (CH-54), Cerro San Cristóbal (Ch-43), Ch-17 y Cerro Mascarín (Ch-32).
Sobre la funcionalidad de estos sitios, Krzanowski plantea que podría tratarse de sitios ceremoniales o
incluso templos, pues no hay rasgos de residencia permanente de personas (con excepción de Acaray),
además que los Chancay no se caracterizan por ser belicosos entre ellos, a lo más podría ser para de-
fenderse de sus vecinos. (Krzanowski 2008: 75-95).
Krzanowski realiza una clasificación de los sitios “fortificados”, según su complejidad espacial y
arquitectónica en los siguientes tipos: ciudadelas, fortalezas, puestos de vigilancia o control y mura-
llas extendidas; cada uno con un tipo de construcción diferente. En el caso de las ciudadelas, solo fi-
gura el caso de Acaray, se componen de construcciones internas. Las fortalezas o “castillos” se sitúan
en colinas rodeadas de murallas concéntricas, pero sin restos de edificaciones internas, o son pocas
y distantes entre sí, no hay evidencia de una ocupación permanente, habrían sido edificadas en el
Formativo u Horizonte Medio, pero reocupado hasta el Tawantinsuyu, tiene accesos restringidos y

Figura 5. Cerro Mascarín (izquierda) y San Pedro (derecha), todos en el valle Chancay-Huaral
307
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332

sus muros están elaborados en piedra grande en bruto. Los puestos de vigilancia o control son de pe-
queñas dimensiones, de un solo recinto con doble pared concéntrica (entre 100 y 200 m2), ubicados en
la cima de los cerros más elevados que circundan el valle desde donde se tiene una vista panorámica
del territorio. (Ibid: 82-95).
A partir de las definiciones dadas por los diferentes autores a este tipo de edificaciones es nece-
sario realizar una conceptualización de los mismos: La muralla está definido por el Diccionario de
la RAE como un muro u obra defensiva que rodea una plaza fuerte o protege un territorio. Son todo
tipo de fortificaciones edificadas defensivamente para impedir el paso o ataque militar, tratándose
de una pared alta, firme y gruesa, de imponente imagen. La función principal era la de proteger y dar
seguridad a todas aquellas construcciones ubicadas al interior de su perímetro; aunque había casos en
que servían para delimitar un territorio. Pueden ser cerradas (en la mayoría de los casos) o extendidas
y abiertas. En algunos casos puede presentar puestos de vigilancia. El término es un diminutivo de
ciudad: ciudad pequeña.
Por su parte las fortalezas son aquellas edificaciones fortificadas con fines defensivos militares.
Sus orígenes se remontan a la Edad Antigua del Viejo Mundo, como en Roma, siendo luego de uso ex-
pandido por toda Europa, como entre los Francos y Sajones, y ya universalizado en la Europa Feudal.
El fenómeno de los sitios fortificados de la alta Edad Media como centros de coerción feudal con una
funcionalidad militar, de control del territorio y de las comunidades campesinas, así como los proce-
sos políticos y socioeconómicos que conducen a su nacimiento e implantación, son aspectos amplia-
mente estudiados en algunas regiones europeas, especialmente en Italia (Gutiérrez y Suárez 2007: 3).
Los castillos también tienen una definición relacionada con la actividad militar y defensiva. El dic-
cionario de la RAE lo define como: “[...] un lugar fuerte, cercado de murallas, baluartes, fosos y otras
fortificaciones”. Hay varias edificaciones que cumplen la misma función como: el alcázar, la torre, el
torreón, el atalaya, el fuerte, el palacio fortificado, la ciudadela, la alcazaba, etc. El castillo convencional
es un recinto amurallado que encierra un patio u otras edificaciones (pueden ser habitacionales), com-
prendiendo además torres. Desde el periodo Neolítico se construyen fortificaciones sobre colinas, pero
es con el Imperio Romano que su uso va a ser más extendido (castrum). Fue en la edad media cuando
los castillos van a adquirir tanto una función militar como residencial, de uso de los señores feudales
y reyes, constituyéndose en “palacios fortificados”, a veces ubicado en medio de centros urbanos o en
lugares elevados y aislados con fines defensivos. Así, los castillos se convierten en el símbolo del siste-
ma feudal, y la relación servil. Entre los elementos convencionales que constituyen un castillo figuran:
La cerca perimétrica, la torre del homenaje o principal que sirve de residencia, el patio de armas en la
parte central, el pozo de agua, la barbacana o fortificación adicional, el puente de acceso, parapetos,
entre otros. En este sentido no estamos de acuerdo con el nombre del sitio “Castillo de Pasamayo”, sin
embargo es necesario conservarlo ya que así lo bautizó Horkheimer en la década del 60.
Como hemos visto en las definiciones, los términos fortalezas, ciudadelas y castillos, están refe-
ridos a conjuntos arquitectónicos de carácter defensivo, desarrollados principalmente entre finales
de la Edad Antigua y la Edad Media, y que simbolizó el sistema feudal imperante en Europa en estos
siglos, sistema basado en la relación señor-siervo a través del tributo personal. En este sentido consi-
deramos que estas categorías no pueden ser aplicables para la civilización andina prehispánica, cuyas
formaciones sociopolíticas tuvieron procesos sociales e instituciones propias. En todo caso el término
que más se ajustaría para definir a un sitio o enclave militar, ofensivo o defensivo, sería el Pucara. Este
tipo de edificación es muy difundido en los periodos Intermedio Tardío y en el Tawantinsuyu, cono-
cido en el Ecuador con el nombre de Churu. No presentan un patrón definido, su distribución espacial
puede ser variada, pero se denominan así a todos los edificios de carácter militar ofensivo o defensivo,
ubicado generalmente en la cima de los cerros (aunque hay algunos en lugares llanos). Las Pukaras
fueron ampliamente utilizadas por los cuzqueños en el proceso de conquista de las naciones andinas
308
y su anexión al Tawantinsuyu, así como por estas naciones para defenderse.
Pieter van Dalen / Investigaciones arqueológicas en el Castillo de Pasamayo

Componentes del sitio arqueológico y excavaciones


En base a las características de la disposición de los elementos arquitectónicos y los materiales obser-
vables en superficie, hemos procedido a sectorizar el sitio en tres sectores:

1. Sector “A”: Este sector se ubica en la cima del cerro y laderas medias. Se encuentra rodeado por
tres murallas. En la parte superior del cerro, está la muralla 3 a su vez circundada por la Muralla Nº 2, la
cual también da la vuelta por toda la extensión del cerro. Las murallas se encuentran en buen estado de
conservación, llegando a tener hasta 3 m de altura, edificadas a base de piedras canteadas unidas entre
sí con argamasa de barro. La parte superior se encuentra encerrada por la tercera muralla, a la cual se
superpone un muro perimétrico que ocupa la mitad septentrional de la cima, que encierra al conjunto
superior. Por su parte en el lado meridional de la cima hay un espacio a modo de patio de planta irregu-
lar y 36,20 m de largo (eje este-oeste, al nivel del vano de acceso al conjunto superior y el vano de acceso
a la muralla 3), por 23,70 m de ancho (eje este-oeste. Hacia el flanco suroeste del cerro desciende desde la
cima hasta su base un afloramiento rocoso, el cual se constituyó en la cantera desde donde se obtenía las
piedras para construcción, notándose tanto los cortes como los bloques líticos obtenidos por percusión,
algunos de ellos dispersos por encima de la muralla 2.

La muralla 3: Se trata de un muro que cumple la función de muro de contención de la plataforma


superior (cima), y que al elevarse a la superficie de esta se convierte en un muro de dos caras. Está
edificado a base de piedras canteadas medianas dispuestas en hileras horizontales alternadas con
capas de cañas y totora dispuestos en posición horizontal con las puntas hacia los paramentos. En la
actualidad se encuentra en mal estado de conservación, solo presenta 1,80 m de alto, y bordea toda
la cima del cerro; mientras que tiene un grosor de 2,10 m. Presenta un vano en mal estado de conser-
vación ubicado al extremo suroeste de la cima, las jambas están definidas por dos piedras canteadas
con las caras planas orientadas hacia el acceso. Este vano tiene 1,20 m de ancho. Hasta este acceso
llega el camino proveniente desde el vano de la muralla 2. La muralla 3 tiene un largo total de 215,34
m lineales en su sección media.

El conjunto superior: Se encuentra delimitado por el muro perimétrico, de piedras canteadas, con un
adosamiento en la parte interna de una banqueta de adobes paralelepípedos e irregulares, de 0,25 m de
ancho y un largo total de 172,78 m lineales. Ocupa la mitad septentrional de la cima del cerro. Es de for-
ma irregular, de 50,82 m de largo (eje norte-sur) por 33,70 m de ancho (eje este-oeste). El acceso es por el
lado suroeste y es mediante un pasadizo en “L” (luego de ingresar en dirección este por 6,10 m cambia de
dirección al norte en un tramo de 8,90 m de largo), de 2,80 m de ancho, delimitado por muros de 1,40 m
de alto, en mal estado de conservación. Estos muros son de características similares a los de las murallas,
y son los mismos muros perimétricos que se prolongan hacia el interior del conjunto superior. El vano
de acceso presenta una rampa, definida por la Unidad de Excavación 5 cuya secuencia estratigráfica es:
Capa S: Capa eólica, de color beige claro, de un grosor entre 0,07 y 0,01 m, entremezclada con material
murario de derrumbe. No presenta materiales culturales. Capa A: Capa de tierra compacta (por acción
eólica pluvial), de color beige claro. Contiene lentes de coloración marrón en la esquina suroeste. Está
entremezclada con numerosas piedras producto del colapso de muros. No se encontró material cerámi-
co, solo material orgánico. Presenta un grosor de entre 0,05 y 0,09 m. Capa B: Piso a desnivel a manera
de rampa, con inclinación de norte a sur. Presenta material cerámico incrustado (Chancay engobe blan-
co). La coloración del piso es beige claro, de consistencia compacta y presenta un grosor máximo de 0,05
m. Capa C: Relleno de adobes paralelepípedos (de 0,20 x 0,15 m) que se encuentran sin una disposición
uniforme, colocados y rellenados con barro. Sólo se retiró el piso (Capa B) en un pequeño espacio de 0,40 309
m por 0,40 m, en la esquina noreste de la unidad, a fin de definir el relleno. La secuencia de este relleno
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332

Figura 6 (Superior izquierda) y Figura 7 (Superior derecha): Vista del muro perimétrico del conjunto superior, en
los lados noreste y noroeste, respectivamente. Figura 8 (Inferior izquierda): Vista panorámica parcial del conjunto
superior, lado norte. Figura 9 (Inferior Derecha): Adobes identificados en superficie, hallados en un huaqueo. Son
adobes de características Chancay.
se prolonga en las otras unidades emplazadas en el acceso. Se encontró dentro del relleno un fragmento
cerámico de engobe blanco (Chancay). Tiene un grosor entre 0,10 a 0,28 m. Capa D (roca madre): Roca
madre geológica, compacta y de color gris.
En el fondo del vano y donde el acceso en “L” cambia de dirección al norte se emplazó la unidad 4,
cuya secuencia es similar a la de la unidad 5: Capa S: similar a la unidad 5 aunque entremezclado con
restos de achupalla y malacológicos, de un grosor entre 0,03 m y 0,05 m. Capa A: La misma capa de la
unidad 5, entremezclada con piedras colapsadas de los muros, restos de totora alineadas y dobladas en

Figura 10 (Izquierda): Vista de la capa superficial de la unidad 5.


310 Figura 11 (Derecha): Capas B (Piso) y C, unidad 5.
Pieter van Dalen / Investigaciones arqueológicas en el Castillo de Pasamayo

posición horizontal, aflorantes del muro norte colapsado, y algunos fragmentos cerámicos. El grosor
es entre 0,20 y 0,40 m. A partir de la culminación de esta capa se redujo la unidad a 1x1 en la esquina
suroeste. Capa B: El mismo piso, con inclusiones de restos malacológicos (marinos) y fragmentos cerá-
micos, de 0,08 m de grosor. Capa C: Relleno preparatorio del piso, formado por compactación de piedras
pequeñas y adobes pequeños (de 0,15 por 0,09 m: de la cultura Chancay). Esta capa no se excavó en su
totalidad.
Antes que el acceso en “L” ingrese al conjunto superior se excavó la unidad 3, cuya secuencia es:
Capa S: De origen eólico, color beige claro, consistencia suelta y de un grosor entre 0,10 a 0,21 m. Capa
A: Tierra de color beige oscuro, semicompacta, y de un grosor de 0,22 m, entremezclado con restos
vegetales. Capa B: Capa de tierra marrón oscuro, de consistencia semicompacta entremezclada con al-
gunas piedras pequeñas, así como materiales malacológicos, botánico, carbón y fragmentería cerámica.

Figura 12 (Izquierda): Vista de la capa superficial unidad 4. Figura 13 (Izquierda): Vista final de la uni-
dad 4, donde se puede apreciar el colapso parcial del muro.

Tiene un grosor de de 0,07 m. Capa C: Capa de color beige, semicompacta, de 0,15 m de espesor. Se halló
fragmentos de adobe, además se podía visualizar la parte superior del muro 1. Se observa abundantes
piedras producto del colapso de los muros. Capa D: Capa de tierra rojiza entremezclada con abundantes
piedras producto del colapso de muros. Tiene un grosor de 0,35 m. En asociación a esta capa está la base
del muro 1. Muro 1: Conformado por un alineamiento de cantos rodados y piedras canteadas mampues-
tas con argamasa de barro y restos vegetales. Las dimensiones del muro son: 0,48 m de ancho, 0,34 m de
altura y 0,98 m de largo. En la parte interna se encontró un piso de 0,05 m de grosor, no bien definido.
Capa E: Roca madre de origen geológico.

Figura 14 (Izquierda): Capa superficial de la unidad N° 2 cuadriculada. 311


Figura 15 (Derecha): Vista del elemento, capa C.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332

En el interior del conjunto superior (lado septentrional), junto al muro perimétrico, se excavó la
unidad 2, cuya secuencia estratigráfica es la siguiente: Capa S: De origen eólico y color beige claro,
de granulometría fina con presencia de pequeñas piedrecillas,de un grosor entre 0,03 a 0,08 m. Capa
A: De tierra compactada (por acción de las lluvias), de color beige y un grosor entre 0,04 y 0,10 m. La
parte central de la unidad se presenta disturbada. Capa B: Capa de ceniza entremezclada con algunas
piedras pequeñas, así como materiales malacológicos y botánico. La capa es de coloración negra y en
algunas partes rojiza. Tiene un grosor de entre 0,04 y 0,12 m. Capa C: Se trata de un elemento arqui-
tectónico de adobes, a modo de banqueta, adosado al muro perimétrico. El ancho de este elemento
abarca la mitad septentrional de la unidad. Tiene una altura de 0,25 m. Estos adobes son paralelepípe-
dos, de regular tamaño (Chancay), aproximadamente 0,20 m x 0,30 m, dispuestos de manera desorde-
nada. Capa D: Apisonado de granulometría fina, de color beige, con inclusión de algunas piedrecitas.
Tiene un grosor de 0,03 m. Capa E: Roca madre de origen geológico.
Por su parte en el extremo oriental interno del conjunto superior, junto al muro perimétrico
se excavó la unidad 7: Capa S: Tierra suelta eólica, de color beige claro, y un espesor mínimo de
0,02 m y máximo de 0,07 m. Durante el proceso de remoción de la capa se pudo encontrar abun-
dante vegetal contemporáneo como panca de maíz, así como excremento de cuy. Se halló además
fragmentos cerámicos y malacológicos. Capa A: Apisonado que presenta su mejor consistencia en
el lado sur de la cuadricula y está constituido por tierra y arena de color beige claro, de contextura
semi suelta, entremezclado con material cerámico y malacológico. Tiene un grosor de entre 0,02
y 0,12 m. Lente de cenizas: debajo de la capa A, que se extendió en la tercera parte de la cuadrí-
cula hacia el lado sur, de un grosor de entre 0,02 y 0,09 m. Se halló en el interior restos vegetales
quemados. Capa B: Elemento arquitectónico, adosado al muro perimétrico, con adobes de diversas
formas, ubicado en la mitad noreste de la cuadricula. Se observó diversos adobes largos unidos con
un conglomerado de tierra y barro. Corresponde al mismo elemento que conforma la capa C de la
unidad 2. Tiene una altura de 0,20 m. Capa C: Capa de tierra suelta de color beige y abundante cas-
cajo debido a la descomposición de la roca madre sin asociación a algún tipo de material cultural.
Posee un grosor de entre 0,02 m y 0,18 m como máximo. Capa D: Roca madre identificada en el lado
sur de la unidad.
Camino entre las murallas 2 y 3: Entre las murallas 2 y 3, lado occidental del cerro, discurre
un camino que asciende desde el vano de la segunda muralla al de la tercera, ascendiendo de manera
recta por entre los afloramientos rocosos. Tiene un ancho aproximado de dos metros y se nota en
algunas zonas el corte hecho en estos afloramientos. Este camino toma dirección ascendente al sur.

Figura 16 (Izquierda): Capa superficial de la unidad 7 asociada al muro perimetral.


312 Figura 17 (Derecha): retiro de la capa A en la parte norte en la cual se comienza a
observar algunos pedazos de adobes (Capa B).
Pieter van Dalen / Investigaciones arqueológicas en el Castillo de Pasamayo

La segunda muralla: La segunda muralla se ubica por debajo del nivel de la tercera, a 15 m por
debajo de su nivel, rodea el cerro por todos sus flancos. Está edificado a base de piedras y vegetales, con-
formando hileras horizontales alternadas. Tiene 1,30 m de ancho en promedio, y hasta 3.10 m de alto,
así como un largo total de 686,11 m. En algunos tramos se presenta plano, aunque en el lado norte des-
ciende para ascender por el lado occidental. Cumple la función de muro de contención y tiene camino
epimural. Presenta un vano de acceso localizado hacia el lado noroeste, de 2,80 m de ancho. Al ingresar
por este vano se asciende por un camino hasta el vano de la Muralla 3. Se aprecia en los alrededores del
vano abundante concentración de Tillandsia s.p. (achupalla). Justamente en el vano de acceso a la se-
gunda muralla se excavó la unidad 1, que permitió definir sus características dimensiones.La secuencia
estratigráfica identificada en esta unidad es la siguiente: Capa S: Compuesta por arena fina, de origen

Figura 18 (Superior Izquierda): Vista de la muralla 2, lado sureste. Figura 19 (Superior Derecha): Vista de totora
trenzada, identificado como material constructivo en la muralla 2. Figura 20 (Centro Izquierda) y Figura 21 (Centro
Derecha): Muralla 2, vistas en el lado suroeste y sureste, respectivamente. Figura 22 (Inferior Izquierda) y Figura
23 (Inferior Derecha): Muralla 2, vistas en el lado este y noreste, respectivamente. 313
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332

eólico, de entre 0,20 a 0,25 m de grosor. Presenta una coloración beige clara y es de textura fina. Capa
A: Delgada capa de cenizas, la cual se extiende sólo en el lado oriental de la unidad, mas no en toda ésta.
Presenta una coloración negra, de textura fina, se pudo observar algunos restos de material botánico
(achupalla). Tiene un grosor de entre 0,10 a 0,15 m. Capa B: Capa de acumulación de material botánico
(achupalla), mezclada con arena fina de color beige. Esta capa se encuentra inmediatamente debajo
de la capa de ceniza. Tiene un grosor de entre 0,05 a 0,10 m. Capa C: Capa de tierra entremezclada con
abundantes piedras de gran tamaño, producto del colapso de la muralla (piedras de 0,80 m x 0,40 m. en
promedio). No se culminó la excavación por lo frágil de la capa de arena, solo se profundizó 0,50 m.
Por su parte hacia el otro lado del cerro (sur) se excavó la unidad 6, cuya secuencia estratigrá-
fica fue la siguiente: Capa S: Tierra semicompacta (por su ubicación en el camino epimural, tran-
sitado hasta la actualidad), de origen eólico, entremezclada con ripio y pequeños gránulos de roca.
Esta capa posee color beige claro, y un espesor mínimo de 0,02 m y máximo de 0,07 m. Durante el
proceso de remoción de la capa se pudo encontrar tiestos de cerámica así como fragmentos malaco-
lógicos y material vegetal contemporáneo. Capa A: Apisonado de tierra de color beige claro, entre-
mezclado con inclusiones de piedras, de contextura semi compacta y de un grosor entre 0,04 y 0,10

Figura 24 (Izquierda) y Figura 25 (Derecha): Muralla 2, vistas en el lado norte y noroeste, respectivamente

314 Figura 26: Vista del detalle de la técnica constructiva de la Muralla 2, lado norte
Pieter van Dalen / Investigaciones arqueológicas en el Castillo de Pasamayo

Figura 27 (Izquierda): Capa superficial de la unidad N° 1 cuadriculada.


Figura 28 (Derecha): Final de la excavación, unidad 1.

m. Presenta impregnaciones de material cerámico, botánico y malacológico. En la esquina noreste


se pudo encontrar un pequeño depósito de 0,20 m de diámetro conteniendo en su interior restos
vegetales: corontas de maíz, carrizo, hojas de lúcuma; y fragmentos de cerámica. Capa B: Capa de
tierra compactada entremezclada con piedras de mediano tamaño (0,15 a 0,18 m), así como también
la presencia de mortero en la parte oriental de la unidad. El color de esta capa es beige claro. Esta
capa solo se pudo registrar en la tercera parte de la unidad (lado oriental). El material cultural iden-
tificado está compuesto por fragmentería cerámica de pasta naranja, moluscos y material botánico.
Capa C: Roca madre, encontrada al oeste de la unidad.
La primera muralla: se ubica en la parte más baja del cerro, en el límite entre este y los campos
de cultivo, principalmente de algodón y maíz, muy deteriorado y destruido en algunos tramos (princi-
palmente en el lado septentrional), notándose incluso solo alineamientos de piedras, sin embargo en
el lado occidental y meridional se encuentra completo. Presenta una altura de hasta 2,80 m de alto y
un grosor de 1,90 m. Por su parte tiene un largo de 1 729,60 m. Ha sido posible identificar el vano de
acceso en el lado noroeste del cerro, aunque muy deteriorado. La técnica constructiva consiste de hi-
ladas horizontales de piedras canteadas medianas alternadas con hiladas de hojas de totora dobladas
en posición horizontal con los extremos hacia cada paramento, cubiertos a su vez por otra hilada de
piedras y estas a su vez por una de vegetales, y así sucesivamente. Hacia el lado oriental de esta muralla,
en la parte externa se encuentran los extensos humedales, de donde se obtenía la totora. La totora ob-
servada en el muro se presenta doblada simple, o trenzada en “Z” y retorsión en “S”. En el lado suroeste

Figura 29 (Izquierda): Capa superficial de la unidad 6.


Figura 30 (Derecha): Capa final de la unidad 6 315
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332

Figura 31 (Izquierda) y Figura 32 (Derecha): Vista de la técnica constructiva de la muralla 1, alternando hileras
horizontales de piedras canteadas con tallos de cañas, dispuestos en posición horizontal. Muralla 1, lado Noroeste.
del cerro, junto a la primera muralla, en la parte interna, se excavó la unidad 10. La secuencia estrati-
gráfica identificada en esta unidad es la siguiente: Capa S: Capa de arena fina de consistencia suelta y
origen eólico, de color beige claro, de 0,05 m de grosor, entremezclado con piedras grandes producto
del colapso de la muralla. En superficie se halló un fragmento textil, moluscos y carbón. Capa A: Capa
de tierra suelta, de color beige, y 0,41 m de grosor. Se encuentra entremezclado con piedras y material
botánico. Capa B: Capa de color beige claro, semicompacta, conformada por arena fina entremezclada
con adobes (algunos enteros y otros fragmentados). El grosor de esta capa es de 0,12 m. Capa C: Capa de

Figura 33 (superior izquierda): Otro detalle de la técnica constructiva de la Muralla 1, lado norte. Figura
34 (superior derecha): Vista panorámica de la Muralla 1 en el lado oeste. Figura 35 (inferior izquierda) y
316 Figura 36 (inferior derecha): Vistas panorámicas de dos tramos de la Muralla 1, vistas en el lado noroeste.
Pieter van Dalen / Investigaciones arqueológicas en el Castillo de Pasamayo

Figura 37 (izquierda): Vista panorámica de la Muralla 1 en el lado sur.


Figura 38 (derecha): Vista de un pedazo de totora hallado en el interior de la Muralla 1

color marrón claro, compuesta de gravilla y arena fina, de consistencia semicompacta. Tiene un grosor
de 0,18 m. Capa D: Capa de arena color marrón oscuro, semiconmpacta, entremezclada con abundante
totora y carrizo, además de trozos de adobes y un fragmento textil. Tiene un grosor de 0,34 m. Capa
E: Apisonado de tierra compacta, de color plomizo con asociación de carrizo unido con soguillas de
totora. Esta capa tiene un grosor de 0.08 m.
Capa F: Capa de tierra compacta, de color
plomizo con inclusión de restos botánicos
y fragmentos cerámicos. No se culminó la
excavación de la unidad por que la arena se
deslizaba hacia el interior. Esta capa tiene
un grosor de 0,52 m.
2. Sector “B”: Ubicado en la parte baja,
lado septentrional del cerro, en una pe-
queña quebrada que desciende desde el
cerro hacia los terrenos agrícolas. Se ubica
al interior de la muralla 1 y se caracteriza
por ser un área funeraria, con un recinto
de planta rectangular con muros edifica-
dos con tapiales. Se observa en superficie
abundante osamenta humana, así como
fragmentería cerámica de pasta roja lla-
na, estilo Chancay en su tipo Negro sobre
Blanco y base crema, así como el estilo
Lauri Impreso; textiles llanos 2x2 color
marrón y restos vegetales (maní, pacae, al-
godón, maíz). En una prospección del año
2006 se observó una vasija completa de es-
tilo Teatino, olla de cuello mediano. El re-
cinto asociado se ubica inmediatamente al
este del área funeraria, sobre una pequeña
elevación, es de planta rectangular, muy
destruido, con muros edificados a base de
Figura 39: Plano del conjunto superior y la muralla 3. tapiales con la técnica de los paños mura- 317
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332

Figura 40 (Superior Izquierda): Vista de la capa superficial de la unidad 10. Figura 41 (Superior Derecha):Vista de
la capa C, unidad 10. Figura 42 (Inferior Izquierda): Detalle constructivo de la Muralla 1 identificado en la unidad
10. Figura 43 (Inferior Derecha): Vista del tramo de la muralla 1 identificado en la unidad 10.

rios. El recinto tiene 4.50 metros de ancho por 8,75 m de largo, con muros de hasta un metro de alto
(han colapsado). En el interior del recinto se aprecia material cultural en superficie, conformado por
fragmentería cerámica Chancay, restos malacológicos y botánicos. Por la quebrada asciende un estre-
cho camino que llega a las inmediaciones del vano de la muralla 2, cruzando una pequeña abra en la
cual se nota que la roca madre ha sido cortada para descender hacia el lado meridional del cerro en
dirección al vano de la muralla 1. Todo el terreno ocupado por el sector B es de naturaleza arenoso.
En medio del sector (área funeraria) se excavó la unidad 8 (UTM: 8716656N, 258565E, WGS-84),
la cual fue ampliada en un metro al sur. La secuencia estratigráfica identificada en esta unidad es la
siguiente: Capa S: Capa de acumulación eólica de granulometría fina que cubre toda la unidad, de
color beige grisáceo, y 0,05 m de grosor. Se identificó materiales culturales en superficie: restos óseos
humanos disturbados, pedazos de plástico, latas y papeles. La superficie es uniforme, casi plana, con
una pequeña inclinación desde el sur al norte. En la zona colindante al área de excavación se obser-
van restos óseos humanos disturbados (cráneos, tibias, fémures, peroné, sacro, costillas y vertebras).
318 Capa A: Arena suelta de color grisáceo de textura fina, entremezclada con piedrecillas pequeñas
y raíces secas. Entre los componentes culturales figuran: fragmentos cerámicos del estilo Chancay,
Pieter van Dalen / Investigaciones arqueológicas en el Castillo de Pasamayo

Figura 44 (Izquierda): Vasija Teatino con incisiones lineales y punteadas en el cuello, hallado en superficie
del Sector B en un reconocimiento hecho en el sitio el año 2006. Figura 45 (Derecha): Fragmentería cerá-
mica Estilo Chancay negro sobre Blanco y Huaura, visible en superficie del Sector B.

Figura 46 (Izquierda): Vista panorámica del recinto cuadrangular de tapiales del Sector B. Figura 47 (De-
recha): Vista panorámica de la quebrada donde se ubica el Sector B.

óseos animales, coprolitos, malacológico y restos vegetales, posiblemente disturbados de la capa in-
ferior. Tiene un grosor de 0,40 m. Capa B: Capa de arena fina de consistencia semisuelta, de color
beige, entremezclado con cascajo y materiales culturales como: fragmentos cerámicos, malacológicos
y vegetales. Se encontró en el interior de esta capa una esterilla de totora de 1,37 m de largo y 0,23
m de alto, de disposición sureste-noroeste. La totora presenta hileras unidas con soguillas de fibra
vegetal y se instruye desde esta capa a las siguientes cortando el piso (capa C) y llegando a la capa
estéril (capa D). Esta capa tiene un grosor de 0,30 m. Capa C: Piso de arcilla de 0,03 m de grosor, de
color beige, mezclado con piedrecillas pequeñas y de una textura fina. La superficie del piso es pulida
y está cubierto por el derrumbe parcial de la esterilla de totoras y restos vegetales entrelazados. El
piso cubre la parte sur de la unidad de excavación y su ampliación sur, además está cortada por la
esterilla de totoras en el centro de la unidad. Sobre el piso se halló también semillas y coprolitos de
roedor (cuy), así como las tenazas de un cangrejo. Capa D: Capa de arena compacta, de color gris, de
textura media y culturalmente estéril.
3.- Sector “C”: Se ubica en el extremo noroeste del cerro, en la parte baja del cerro, en la parte interna de
la Muralla 1, conformado por un recinto de planta rectangular, con muros de tapiales de filiación Chancay.
El recinto se emplaza sobre un afloramiento rocoso. El recinto tiene 9,50 m de largo (eje norte-sur) por
5,40 m de ancho (eje este-oeste), con muros de hasta 1.80 m de alto, edificado mediante la técnica de paños 319
murarios, aunque deteriorado en algunas secciones. Presenta un vano deteriorado hacia el lado sur.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332

Figura 48 (Izquierda): Imágenes de la capa superficial cuadriculada de la unidad 8. Figura 49 (derecha): Parte del
cimiento conformado por totoras entrelazadas horizontales y verticales. Dicho cimiento está dentro de la capa D.

Figura 50 (Izquierda): Detalle del piso, el cual cubre las totoras. Figura 51 (Derecha): La secuencia estra-
tigráfica del piso y las totoras, se ve la sobreposición.

En el interior del recinto de tapiales, a un metro de distancia del muro oriental, se excavó la
Unidad 9. La secuencia estratigráfica identificada en esta unidad es la siguiente: Capa S: Capa de are-
na eólica, de composición suelta, color beige y entre 0,04 y 0,10 m. de grosor. Capa A: Capa de tierra
compacta, de color beige claro, entremezclada con piedras desprendidas de la roca madre, de 0,21 m.
de grosor. Se encontró en el interior de esta capa restos vegetales en poca proporción (mazorcas de
maíz), coprolitos y una vértebra humana. Capa B: Roca madre de origen geológico.

320 Figura 52 (Izquierda): Vista panorámica del Sector C. Figura 53 (Derecha): Muro del recinto rectangular
de tapial, Sector C, en cuyo interior se excavó la unidad 9.
Pieter van Dalen / Investigaciones arqueológicas en el Castillo de Pasamayo

Análisis de los materiales culturales recuperados


1. Material Óseo Animal
Como parte de los análisis desarrollados a los materiales óseos animal se obtuvo los siguientes resul-
tados:
Unidad Capa Especie Parte Característica
Está fragmentado en cinco partes. Presenta pa-
Phalacrocorax bouganvilli
3 B Tibia tología en epífisis distal: Osteomelitis (porosi-
“guanay”
dad) con problemas en parte articular.
6 A Pescado grande vértebra Tiene 1,5 cm de largo.
Presenta la diáfisis cuadrangular y el periostio
6 B Venado adulto costilla derecho compactado, está chancado intencio-
nalmente.
6 B Pescado vertebras Dos vertebras pequeñas.
Cuerpo de esternón de camélido grande y ro-
busto. Se trata de un camélido costeño por el
tipo de tejido esponjoso y abierto. Sería joven
8 A Camélido Esternón
(de 3,5 a 4,5 años). Tiene una protuberancia
ósea (periostitis o cayo óseo), paleopatología
por trabajo de carga.
10 B Ave marina: gaviota Húmero Izquierdo.

2. Material Óseo Humano


Los materiales óseos humanos fueron recuperados de la unidad 8 (Sector B) y la unidad 4 en el fondo
del vano del conjunto superior. Los resultados fueron:
Unidad Capa Especie Parte Característica
4 A 8 meses Tibia Epífisis mordida en dos lados
Cráneo,
Tiene hiperostosis porótica, debido a una ane-
8 A Adulto hueso
mia
frontal

3. Material lítico
En la unidad 3, capa B, se recuperó un percutor de cuerpo cilíndrico redondeado con desgaste en am-
bos extremos. Es de granodiorita.
4. Material Orgánico Animal
En la unidad 3, capa B y en la unidad 8, capa S, se encontró coprolitos de camélidos.
5. Material Cerámico
El material cerámico recuperado de las excavaciones es realmente mínimo. Este material es el siguiente:
A. Estilo Maranga: Se halló un cuerpo decorado (Figura 57: F y 61), caracterizado por presentar pasta
naranja y dos líneas horizontales gruesas en color negro.
B. Estilo Huaura: Se encontró un borde (Figura 57: B), correspondiente a un tazón, caracterizado por
presentar una línea horizontal en color negro en el labio de la vasija.
C. Estilo Chancay, Tipo Negro sobre Blanco: Se halló un solo cuerpo decorado, con decoración lineal.
D. Estilo Chancay, Tipo Engobe crema: se encontraron varios fragmentos correspondientes a este tipo
del estilo Chancay. Un borde de plato (Figura 57: A) y varios cuerpos, incluyendo uno que pre-
senta la aplicación de la cabeza de un mono muy deteriorado, así como otro con una aplicación
321
escultórica de un lobo marino.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332

E. Se identificó un borde ligeramente evertido, de pasta negra, cocción reductora (Figura 57: G), de
temperantes con granos gruesos: roca molida, cuarzo, entre otros.
F. En la unidad 6 se recuperó nueve fragmentos (3 asas, 3 bordes y 3 cuellos), correspondientes a un
estilo desconocido, presentan engobe negro o marrón, utilizando como temperantes abundante
cuarzo y moluscos de gran tamaño. Son fragmentos muy erosionados y al parecer de periodos
culturales tempranos. Las asas son cintadas, una incluso de 3 cm de ancho.

Doméstico
Decorado

Maranga
Diagnós-

Chancay

Huaura
Unidad

Cuerpo
Bordes

Cuello

Estilo

Estilo
Capa

ticos

Base

Asa
2 B 2 1 1 1
4 B 1 1 1
9 A 9 3 3 3 9
6 A 8 2 1 2 3 8
3 C 2 2 2
4 A 2 2 2
5 B 2 1 1 2
8 D 2 2 2
5 C 3 1 2 2 1
7 A 3 1 2 2 1
2 A 2 1 1 2
7 B 5 5 4 1
6 B 1 1 1
3 B 2 1 1 2
8 A 17 4 1 12 13 4

322
Figura 56: Fragmentos de vasijas identificadas en las excavaciones
Pieter van Dalen / Investigaciones arqueológicas en el Castillo de Pasamayo

Figura 57 (Superior Izquierda): Fragmentos cerámicos de Estilo Chancay. Figura 58 (Superior Derecha): Fragmentos
llanos sin decoración de pasta roja, al parecer corresponderían a un estilo alto andino o de valle medio. Figura 59
(Inferior Izquierda): Izquierda, fragmento de pasta negra, cocción reductora (Figura 57: G, Derecha, fragmento de
pasta roja. Figura 60 (Superior Derecha): Fragmentos de Estilo Maranga, con decoración en bandas negras gruesas
sobre fondo naranja.

6. Material malacológico
De los análisis realizados entre los materiales malacológicos identificados durante las excavaciones
se obtuvo los siguientes resultados:
Tabla2: Cálculo del Número mínimo de Individuos y Número de restos


Sector Unidad Capa Especies de moluscos NMI NR PESO
bolsa
1 A 3 B Mesodesma donacium 1 24 30
        Choromytilus chorus 1 1 5
        Perumytilus purpuratus 1 1 1
        Argopecten purpuratus 1 2 7
        FAMILIA SEMELIDAE 1 2 4
        Thais chocolata 2 2 36
        Thais delessertiana 1 1 4
        Crepipatella dilatata 7 7 14
        Tegula atra 1 1 1
2 A 2 D Argopecten sp. 1 3 6
3 A 5 A Choromytilus chorus 1 1 3
        Perumytilus purpuratus 1 1 1
        FAMILIA SEMELIDAE 1 1 5
        Crepipatella dilatata 2 2 6
4 A 4 A Mesodesma donacium 1 1 1 323
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332

        Choromytilus chorus 1 1 2
        Crepipatella dilatata 1 1 3
5 A 2 A Mesodesma donacium 1 1 2
        Choromytilus chorus 1 1 6
        Thais delessertiana 2 2 6
6 A 7 A Mesodesma donacium 2 17 34
        Choromytilus chorus 1 1 1
        Perumytilus purpuratus 1 1 1
        Protothaca thaca 1 1 5
        Crepipatella dilatata 2 2 5
        Crustaceo no identificado 1 2 1
7 A 5 B Mesodesma donacium 1 12 19
        Crepipatella dilatata 6 6 14
        Thais chocolata 1 1 3
8 C 8 A Mesodesma donacium 1 15 39
        Choromytilus chorus 1 3 5
        Argopecten purpuratus 1 1 3
        Aulacomya ater 1 1 4
        Sememytilus algosus 2 3 2
        FAMILIA SEMELIDAE 1 1 10
        Crepipatella dilatata 4 4 9
        Thais chocolata 2 2 9
        Fissurella latimarginata 1 1 7
        Fisurella sp. 1 1 4
        Tegula sp. 1 1 1
        FAMILIA CHITONIDAE 1 1 1
9 Ninguno 7 B Mesodesma donacium 2 17 16
        Choromytilus chorus 1 1 2
        Argopecten sp. 1 1 4
        FAMILIA SEMELIDAE 2 6 11
        Crepipatella dilatata 7 7 21
        Thais chocolata 1 1 3
        Fissurella crassa 1 1 4
        Tegula sp. 1 1 1
        FAMILIA CHITONIDAE 1 2 4
        Crustaceo no identificado 1 1 3
10 C 8 D Mesodesma donacium 3 8 44
        Choromytilus chorus 4 8 73
        Perumytilus purpuratus 2 2 4
        Sememytilus algosus 2 2 4
        FAMILIA SEMELIDAE 1 1 9
        Thais chocolata 2 2 17
        Crepipatella dilatata 2 2 9
        Prisogaster niger 3 3 18
TOTAL : 99 199 567
324
Pieter van Dalen / Investigaciones arqueológicas en el Castillo de Pasamayo

Tabla 3: Cálculo del Número mínimo de Individuos y Número de restos


Especies de moluscos NMI NR PESO
Mesodesma donacium 12 95 185
Choromytilus chorus 11 17 97
Perumytilus purpuratus 5 5 7
Argopecten purpuratus 2 3 10
Argopecten sp. 2 4 10
Aulacomya ater 1 1 4
Sememytilus algosus 4 5 6
Protothacathaca 1 1 5
FAMILIA SEMELIDAE 6 11 39
Thais chocolata 8 8 68
Thais delessertiana 3 3 10
Crepipatella dilatata 31 31 81
Fissurella latimarginata 1 1 7
Fissurella crassa 1 1 4
Tegula atra 1 1 1
Prisogaster niger 3 3 18
Fisurella sp. 1 1 4
Tegula sp. 2 2 2
FAMILIA CHITONIDAE 2 3 5
Crustáceo no identificado 2 3 4
TOTAL 99 199 567
Tabla 4: Cálculo de porcentajes del material malacológico

Especies de moluscos NMI % NMI NR % NR PESO % PESO


Mesodesma donacium 12 12% 95 48% 185 33%
Choromytilus chorus 11 11% 17 9% 97 17%
Perumytilus purpuratus 5 5% 5 3% 7 1%
Argopecten purpuratus 2 2% 3 2% 10 2%
Argopecten sp. 2 2% 4 2% 10 2%
Aulacomya ater 1 1% 1 1% 4 1%
Sememytilus algosus 4 4% 5 3% 6 1%
Protothaca thaca 1 1% 1 1% 5 1%
FAMILIA SEMELIDAE 6 6% 11 6% 39 7%
Thais chocolata 8 8% 8 4% 68 12%
Thais delessertiana 3 3% 3 2% 10 2%
Crepipatella dilatata 31 31% 31 16% 81 14%
Fissurella latimarginata 1 1% 1 1% 7 1%
Fissurella crassa 1 1% 1 1% 4 1%
Tegula atra 1 1% 1 1% 1 0%
Prisogaster niger 3 3% 3 2% 18 3%
Fisurella sp. 1 1% 1 1% 4 1%
Tegula sp. 2 2% 2 1% 2 0%
FAMILIA CHITONIDAE 2 2% 3 2% 5 1%
Crustáceo no identificado 2 2% 3 2% 4 1%
TOTAL 99 100% 199 100% 567 100% 325
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332

7. Material Botánico
Entre el material botánico recuperado de las excavaciones figuran:
Tabla 5: Tabla de restos botánicosidentificados en las excavaciones
Unidad Capa Nombre común Nombre científico Parte de la planta
1 A Achupalla Tillandsia sp. Tallos y hojas
2 D Pacae Inga feullai Fruto y tronco quemado
3 B Tara Caesalpinia tara Tallos
4 A Totora Thypa angustifolia Tallos
4 A Achupalla Tillandsia sp. Tallos y hojas
5 B Achupalla Tillandsia sp. Tallos y hojas
6 A Maíz Zea mayz tusas
6 A Totora Thypa angustifolia Tallos
6 A Caña brava Gynerium sagitatum Tallos
6 B Maíz Zea mayz tusas
6 B Totora Thypa angustifolia Tallos
6 B Caña brava Gynerium sagitatum Tallos
6 B Pacae Inga feullai hojas
8 A Maíz Zea mayz Tusas y tallos
8 B Totora Thypa angustifolia Tallos
8 B Caña brava Gynerium sagitatum Tallos
8 C Algodón Gosipium barbadensis Fibra y semillas
8 D Totora Thypa angustifolia Tallos
8 D Maíz Zea mayz Tuzas
9 A Maíz Zea mayz Tuzas
9 A Algarrobo Prosopis sp. Tallos
9 A Pacae Inga feullai hojas
10 S Totora Thypa angustifolia Tusas
10 S Achupalla Tillandsia sp. Tallos y hojas
10 C Algodón Gosipium barbadensis Semilla
10 E Totora Thypa angustifolia Tallos

326 Figura 61: Tallos de totora Figura 62: Tallos y tusas de maíz.
recuperados de las excavaciones
Pieter van Dalen / Investigaciones arqueológicas en el Castillo de Pasamayo

Figura 63: Tallos y flores de Achupalla. Figura 64: Tallos de totora trenzados recuperado de las
excavaciones en asociación a la muralla 1 (unidad 10)

Discusión y conclusiones preliminares


Ha sido posible identificar en el sitio Castillo de Pasamayo tres sectores: El sector A, ubicado en la
parte superior y media del cerro, conformado por el conjunto superior ubicado en la cima del ce-
rro, circundado por un muro perimétrico de piedras canteadas, con una banqueta interna adosada
de adobes. El acceso al conjunto superior es en “L”, orientado al oeste. Debajo de la cima circundan
tres murallas edificadas a base de capas horizontales de piedras canteadas y retsos vegetales (totora,
achupalla o cañas). El sector B, se ubica en una pequeña quebrada que desciende hacia el lado norte,
conformada por una pequeña área funeraria Chancay y un recinto de planta rectangular con muros
de tapiales en mal estado de conservación (parte interna de la muralla 1). El sector C se ubica en la
esquina noroeste del cerro, en la parte baja, junto a los terrenos agrícolas, fuera de la muralla 1, con-
formado por un recinto Chancay de planta rectangular, emplazado sobre un promontorio rocoso, y
con los muros edificados en la técnica del tapial.
Las excavaciones en el sector A, en el vano e interior del conjunto superior permitieron definir
la temporalidad del sector, correspondiente al Intermedio Tardío (cultura Chancay). La secuencia
estratigráfica está conformado por una capa de origen eólico, de aproximadamente entre 0,05 y 0,08
m (capa superficial); la capa A, conformado por el derrumbe de los muros, conformado por piedras
canteadas entremezcladas con tierra de color gris. Luego hay una capa conformada por un piso, ela-
borado de barro compactado de aproximadamente 0,08 m de grosor; una capa de tierra semicompacta
preparatoria para la elaboración del piso y la roca madre. No hay una larga secuencia, las capas son de
poco grosor. Los materiales asociados, son principalmente botánicos y escasos fragmentos Chancay,
fragmentos llanos de textura serrana, y un fragmento Lima. Se identificó también material mala-
cológico, principalmente Mesodesma donacium, Choromytilus chorus y Perumytilus purpuratus. Entre los
principales productos botánicos figura la totora, la achupalla y el maíz. Se halló además restos óseos
de aves guaneras y algunos de camélidos, algunos caracterizados por presentar paleopatologías.
Las excavaciones en el sector B, en el área funeraria Chancay dio como resultado el hallazgo de un
área disturbada, con un piso de barro semicompacto, y una esterilla dispuesta en posición vertical co-
locada sobre la capa estéril, muy deteriorada. Se halló abundante fragmentería cerámica pertenecien-
te al estilo Chancay en su tipo negro sobre blanco y llano; así como escasos restos óseos disturbados.
Las excavaciones en el sector C, definió una delgada secuencia estratigráfica al interior del recinto
de tapias, conformado por un piso de barro compacto y sobre este una capa (Capa A) de origen eólico. El
327
piso se emplaza inmediatamente sobre el afloramiento rocoso.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332

Lamentablemente la poca dimensión de las unidades no ha permitido tener un mejor panorama


sobre los contextos y asociaciones, por lo que una segunda temporada de excavaciones con unidades en
área permitirá ampliar el panorama sobre este sitio.
Sobre la funcionalidad de este y otros sitios similares en los valles de Chancay y Huaura, hay varias
propuestas. Para los sitios del Horizonte Temprano ubicados al norte del valle de Huaura, Dagget (1987)
propone que las “fortalezas” del Horizonte Temprano pudieron haber sido indicativos de intentos de
cohesión social, al proveer visibilidad entre los distintos sitios de un valle. Shelia Pozorski (1987), Proulx
(1973, 1985) y Wilson (1987, 1988, 1995) los asocian con acciones de guerra. Por su parte Iván Ghezzi
(2006) los define como templos fortificados, sin negar el papel del conflicto (Brown 2010: 176). Por su
parte Brown señala sobre estos sitios del valle de Huaura que: “En lugar de representar una manifestación de
conflictos internos del valle entre comunidades, la distribución de los mismos podría implicar una correlación con la
ubicación de las quebradas (donde había rutas de acceso al valle siguiente al Norte: El Supe), y podrían haber servido
para controlar la entrada al valle a través de esas rutas de acceso laterales. Las fortificaciones podrían reflejar una
preocupación por alguna amenaza externa (fuera del valle), en lugar de una interna” (Ibid: 178). Brown define la
misma configuración espacial y arquitectónica de los sitios tempranos, así como la reocupación de estos
en el Intermedio Tardío, dejando entrever alguna posible conexión entre los sitios tardíos con el avance
Chimú a los valles ubicados al Sur del Casma, a fin de controlar el agua (ibid: 186); sin embargo en el sitio
Castillo de Pasamayo no se ha encontrado ni un solo fragmento cerámico de estilo Chimú, tampoco Brown
lo reporta en las excavaciones en Acaray y sus fechados obtenidos (al menos el primero) no coinciden con
la fecha aproximada de avance Chimú a los valles de Chancay y Huaura (aproximadamente 1450 d.C.).
Identificar la funcionalidad y el papel que cumplieron estos sitios amurallados en los valles de
Chancay y Huaura es un poco complicado y confuso. Sin embargo creemos que de ninguna manera
están asociados a guerras, al menos en cuanto a los de datación Tardía. Sin embargo se han registrado
extensas murallas que sí habrían cumplido la función de evitar el avance de huestes enemigas, como
las de Mazo en el valle de Huaura, encargado de evitar el avance Chimú y las de Huayán (Villar 1982:
245) y Lumbra en el valle medio del río Chancay (van Dalen 2010).
Por nuestra parte pensamos y planteamos a modo de hipótesis que la función que tuvo el sitio
Castillo de Pasamayo fue de carácter religioso. La ubicación de este sitio al igual que muchos otros del
valle Chancay denota cierta diferenciación del resto de asentamientos tardíos. Es visible desde todo
el sector Sur del valle Chancay-Huaral, lo que le da importancia entre los ayllus del sector. Pues los
sitios ceremoniales se caracterizan por estar ubicados en puntos estratégicos y que denotan respeto
entre los pobladores locales. Mircea Eliade señala que en los lugares ceremoniales o religiosamente
sagrados, se desarrollaron revelaciones primordiales, son lugares que destacan en el paisaje o son
lugares donde se desarrollaron hechos importantes (Eliade 2000: 522). En el reconocimiento de los
materiales superficiales y en las excavaciones, no se han encontrado armas o proyectiles, que nos
permitan pensar que se trata de un asentamiento defensivo.
La gran incógnita es ¿Por qué la arquitectura del conjunto superior y murallas circundantes son
a base de piedras y elementos vegetales?, cuando todos los sitios Chancay circundantes son a base
de adobes y tapiales. Cabe la posibilidad de que el sitio haya sido edificado por poblaciones Chancay
del valle medio o de poblaciones de la sierra, pues las poblaciones Chancay del valle medio se carac-
terizan por presentar sus edificaciones a base de piedras canteadas, en algunos casos alternadas con
adobes y muchos sitios ceremoniales se ubican en la cima del los cerros conformados por pequeños y
pocos recintos rectangulares o irregulares delimitados por muros perimétricos igualmente a base de
piedras. Además en muchos de estos sitios hay una gran densidad de material cerámico perteneciente
al estilo Lauri Impreso o Quillahuaca, estilo de manufactura en el valle medio y cuenca alta. De ser así,
cabe la posibilidad de que estos sitios se hayan constituido en sitios pertenecientes a ayllus alto o me-
328 dio andinos, de función religiosa, destinados al culto al mar, a la puesta del sol o incluso como enlaces
administrativos de los enclaves ecológicos, para el aprovechamiento de productos de litoral; pues los
Pieter van Dalen / Investigaciones arqueológicas en el Castillo de Pasamayo

documentos etnohistóricos hacen referencia de grupos altoandinos de Chilca que poseían algunas
playas del litoral chancayano para aprovisionamiento de sus ayllus nucleares (Rostworowski 2005:
123), aunque se trata de una referencia colonial. En las áreas funerarias del valle medio se puede en-
contrar diseminados numerosos implementos para pesca (Cuyo, Lumbra, San Miguel, Huataya, etc).
Si se tratara de sitios religiosos o adoratorios al mar o a la puesta del sol, o a alguna entidad religiosa,
serían el antecedente de otros sitios de tal función que los Incas van a edificar junto al mar, como el
Cerro La Horca en el valle de Fortaleza. Por otra parte de tratarse de murallas con fines limitantes, el
objetivo de estos serían solo aislar la cima, sin importar la estética o materiales constructivos, los mu-
ros serían levantados como usualmente lo hacían para otros sitios del valle, sin denotar un simbolis-
mo arquitectónico o estético. La existencia de sitios religiosos cercados por impresionantes muros ha
sido registrado para algunos sitios andinos (Saqsaywamán, Pachacámac), en la India (Mohenjo Daro),
como de la Costa del Egeo en el Viejo Mundo. El cercado de un área ceremonial no solo implica y signi-
fica la presencia continuada en su interior de una cratofanía o de una hierofanía, sino busca proteger
y aislar lo sagrado de lo profano; pues lo sagrado es peligroso para todos aquellos que ingresan a su
ámbito sin una debida preparación, sin los movimientos de “acercamiento” mediante acto religioso
o litúrgico. De igual manera en el caso de las ciudades cercadas, el cerco o muralla, cumple más que
una función defensiva, el aislamiento de las áreas urbanas de los aspectos mágicos que viven fuera de
la urbe, y que pueden resultar perjudiciales a las personas, incluyendo las enfermedades, epidemias,
pestes, malos espíritus, u otros (Eliade 2000: 525-526). Por otra parte, las actividades ceremoniales
no se restringen a recintos ceremoniales, templos o plazas, sino que fueron desarrollados en lugares
domésticos, agrarios, viales y funerarios. La mayoría de actividades religiosas no son rastreadas por
los arqueólogos, pues se confunden con las actividades domésticas (Scott 1994: 28).
El uso de restos vegetales en los muros, como se ha observado en el caso de las murallas del
Castillo de Pasamayo, no ha sido registrado para otros sitios contemporáneos del valle. En el análisis
arquitectónico que realiza Sandra Negro sobre los sitios Chancay, se definen dos tipos de muros en
base a los materiales constructivos: los edificados con adobes y los de piedra canteada unida con arga-
masa, pudiendo ser muros simples pero en su mayoría dobles con un relleno interno de tierra, piedras
y hasta fragmentería cerámica, no mencionando los restos vegetales (Negro 1991). Van Dalen por su
parte, describe como las especies arbóreas del valle eran aprovechadas como elementos constructivos
(van Dalen 2011). Sin embargo Margaret Brown describe la misma técnica de las murallas del Castillo
de Pasamayo, en las murallas de Acaray, con capas alternas entre material vegetal y piedras, con re-
lleno de piedra, basura y tierra (Brown 2010: 182). Las murallas del Castillo de Pasamayo no son rectas,
sino presentan el paramento externo inclinadas hacia dentro, en promedio de 110°, cada una con un
solo vano de acceso y un camino zigzagueante que los comunica, ya que los accesos no se encuentran
orientados. Las murallas cumplen la función de restringir el acceso a los ambientes superiores, cons-
tituyéndose en un muro de contención y a la vez en camino epimural. En este sentido definimos que
las murallas no solo cumplen función defensiva, sino también de aislamiento de espacios sagrados.
Futuras investigaciones con excavaciones, especialmente en todo el conjunto superior, nos per-
mitirán definir con mayor detalle las características funcionales de este sitio, de gran importancia
para la comprensión de la arqueología tardía del valle Chancay; así como nos permitirán validar o
desechar las hipótesis planteadas.

Reconocimientos y agradecimientos
En este espacio es necesario reconocer y agradecer a las personas y profesionales que han participado
desinteresadamente en el presente proyecto. El señor Gerson Marcelo Mellado y la señora Marita
Marcelo Mellado, apoyaron en el registro del sitio el año 2006. Las excavaciones se realizaron con la
participación de los estudiantes de VII Ciclo de la EAP de Arqueología de San Marcos, como parte del
329
curso de Métodos en Arqueología II, participando el Lic. Martín Ronald Rodríguez Huaynate como
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332

Jefe de Campo, el Bach. John Hurtado Quintanilla como asistente de campo y Gino Marcelo M. como
ayudante de campo. Los planos estuvieron a cargo del Ing. Luis Portugal. Los análisis del material
óseo animal y humano fueron realizados por el Dr. Alfredo Altamirano, el material malacológico por
la Arqueóloga Roxana Paucar Manzanilla y el material lítico por el Bach. Edwin Silva. Un agradeci-
miento muy especial a todos ellos. Entre los estudiantes que participaron durante las excavaciones fi-
guran: Hans Grados R., Juan Narro A., Ricardo Guevara T., Marco Guerrero M., Rosario Torres G., Rosa
Carlos I., Leonard Salazar J., Martín Núñez A., Rodolfo Valencia, Alejandro Picardo, Kevin Salazar,
entre otros.

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332
Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 333-370
ISSN: 0254-8062

Recibido: marzo de 2012


Aceptado: julio de 2012

UNA PIRÁMIDE CON RAMPA


EN EL OLIVAR DE SAN ISIDRO
Lyda Casas Salazar
Museo Andres del Castillo
lyda_casas@yahoo.com.ar

Camilo Dolorier
Museo Andres del Castillo
camilo_dolorier@yahoo.com

Resumen
El estudio se basa en el análisis de un “informe de campo” hallado en los archivos del Instituto Nacional de
Cultura, ello permitió recuperar información relevante de un sitio arqueológico –hoy desaparecido– que
fuera excavado por Luis Ccosi Salas hace más de sesenta años en el verano de 1951. Se ubicó en El Olivar de
San Isidro, y su historia cobra actualidad, pues, se trataría de una “Pirámide con Rampa”.
El autor del documento en mención, aportó descripciones de todos los ambientes y elementos ar-
quitectónicos. Del mismo modo, asignó funciones y valores a cada conjunto. Además, ilustró los detalles
arquitectónicos con esmero.
El presente estudio analiza las características formales del sitio, e integra al conjunto arquitectónico
descubierto en un determinado espacio de tiempo. Finalmente incorpora su problemática en el contexto
de la costa central. Para ello se discute las nuevas propuestas teóricas en cuento al funcionamiento de las
“pirámides con rampa”.
Palabras clave: Pirámide con Rampa, Ichma, palacio, costa central.

Abstract
The study is based on the analysis of a “field report” found in the official records of the National Institute
of Culture, it yielded important information from an archaeological site -now gone- that was excavated for
Luis Ccosi Salas, was more 60 years in the Summer of 1951. Was located in El Olivar de San Isidro, and his
story now becomes, therefore, be a “pyramid with ramps.
The author of the document in question provided descriptions of all rooms and architectural ele-
ments. Similarly, functions and values assigned to each set. In addition, illustrated the architectural details
with care.
This study examines the formal characteristics of the site, and integrates the architectural discovered
in a certain time. Finally enter your question in the context of the central coast. This discusses the new
theoretical account of the operation “ramped pyramids.”
333
Keywords: Pyramid with Ramp, Ichma, palace, central coast.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370

Introducción
El sitio arqueológico ubicado en El Olivar de San Isidro consiste en una gran plataforma rectangular
que, como material constructivo, empleó el barro para la elaboración de tapias que levantaron los
muros principales, tabiques y contrafuertes. Para los rellenos se utilizó tierra suelta, cascajo, cantos
rodados y pequeños adobitos sueltos. Al parecer también existieron algunos sectores techados con
material cobertor ligero como carrizos, palos de pacay y soguillas de fibra vegetal.
Hacia el lado Norte presenta un acceso rampado delimitado por gruesos muros, esta suerte de pasaje
conduciría a un pórtico, o ingreso complejo con vano central de doble jamba y puertas auxiliares
en sus laterales. Siguiendo el circuito principal, se sucede una plaza rectangular amurallada que se
comunica a una plataforma o atrio mediante una pequeña rampa central. Junto a estos espacios ar-
quitectónicos se aprecia una serie de recintos, depósitos y patios de laboreo. Todos estos ambientes
componen la relación de elementos que caracterizan el patrón arquitectónico definido como pirámi-
des con rampa.
Siguiendo el flujo de la circulación al interior del edificio se puede observar que esta habría sido
de tipo diferencial, pues, los distintos vanos ubicados en el pórtico conducirían a espacios funcionales
diferentes y físicamente aislados. De este modo, el vano central conduciría hacia los ambientes de uso
público, compuesto por la plaza, rampa y la plataforma o atrio. A partir de la plaza, dos accesos (uno
en cada extremo del muro Oeste) conducirían hacia el sector de recintos y el otro hacia un amplio
patio cercado. Nuevamente en el pórtico de ingreso, los vanos ubicados uno a cada lado, conducen a
espacios aislados del cuerpo central. El ingreso de la derecha circunda toda la plataforma hasta en ex-
tremo Sur donde se ubicarían un conjunto de depósitos semisubterráneos alineados. Mientras que el
ingreso del lado izquierdo condujo a un sector que se hallaba totalmente destruido por una ladrillera
que operó en el lugar. Sin embargo, es fácil advertir que no existían puntos de comunicación con los
ambientes restantes.
¿Qué relación existiría entonces entre esta estructura aislada –orientada al Norte– similar a las
de ¿Monterrey?, Huaquerones, Armatambo, y Maranga en el valle del Rímac –asociadas a un canal
principal– y los grandes edificios piramidales de Pachacamac? En estos momentos el debate arqueo-
lógico se centra en torno a diversos planteamientos acerca del funcionamiento y contemporaneidad
de las pirámides con rampa. Por un lado están quienes conciben a las pirámides como templos de
carácter religioso y ritual, lugares de ofrenda y adoración. En el santuario de Pachacamac se habrían
congregado varios edificios cual embajadas provinciales en la capital. La segunda hipótesis explica a
cada pirámide con rampa como la residencia palaciega de un gran señor, Pachacamac se entendería
entonces como un conjunto arquitectónico compuesto por una suerte de sucesión dinástica de gran-
des señores y sus respectivos palacios. Finalmente, una reciente propuesta define a las pirámides
como sitios administrativos de primer y segundo orden, unos congregados en Pachacamac y los otros
distribuidos por el valle.
En este artículo recogemos el carácter civil y administrativo de las pirámides, pero, agregamos
como variable explicativa de su desarrollo el factor cronológico. Según ello existiría dos momentos
constructivos de pirámides con rampa, por un lado las más tempranas y simples, encerrarían en sí
los elementos arquitectónicos básicos, edificadas en tapial y adobe, preferentemente de ubicación
aislada e invariablemente orientadas hacia el Norte. El segundo grupo serían posteriores, más plani-
ficadas, complejas y monumentales. Tendiendo a mantener en uso estructuras antiguas, ordenando
el espacio con un criterio urbano de largas calles que encierran manzanas con pocos accesos res-
tringidos. Los edificios se orientan tanto al Norte como al Este, y los accesos principales se articulan
mediante ingresos tortuosos desde las calles. Como material constructivo se predilecta el adobe sobre
la tapia, y finalmente se nota una mayor planificación e incorpora nuevos elementos arquitectónicos
334
como amplios depósitos, recintos y patrios de laboreo.
Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro

Al parecer, el primer momento constructivo de las pirámides con rampa se remontaría al periodo
Intermedio Tardío, con un crecimiento espontáneo de las mismas y respondiendo a una lógica local
del manejo del espacio. Durante este periodo se habría edificado la pirámide con rampa de El Olivar
de San Isidro y otras estructuras aisladas del Rímac y Lurín. En el segundo momento, ya entrado el
Horizonte Tardío y con la presencia política, económica y urbana del Tahuantinsuyo bien afianzada, se
consolidaron las pirámides con rampa como los edificios administrativos por excelencia. Se formaliza
y complejiza el diseño, incorporando ampliamente depósitos, patios y recintos cercados. Se estandari-
za la técnica constructiva reemplazando el tapial por el adobe, y la ubicación de los edificios al interior
de grandes centros urbanos parece imprescindible. En este momento crecería Pachacamac junto con
Armatambo y Maranga, y otros sitios de carácter aislado como la pirámide de El Olivar de San Isidro
pudieron haber seguido funcionando, remodelados bajo el nuevo formato por un tiempo limitado.

El documento
El presente estudio analiza la copia de un documento de archivo del INC, correspondiente al informe
administrativo de los trabajos de excavación realizados en el sitio arqueológico denominado “Huaca
Santa Cruz”. Dichos trabajos se llevaron a cabo en el año de 1951, en virtud al pedido que hiciera la
Compañía Urbanizadora Santa Cruz S.A. ante el Patronato Nacional de Arqueología y la Inspección
General de Monumentos Arqueológicos para evaluar el potencial arqueológico del sitio y definir si
ameritaba su conservación. Los trabajos de campo fueron encomendados al señor Luis Ccosi Salas
“escultor y maquetista” del Museo Nacional de Antropología y Arqueología.
El documento consultado se encuentra incompleto, fue hecho en formato de papel oficio y consta
de 71 páginas que inicia en el folio 2 y culmina en el 70 (faltan las páginas 1 y 68, mientras que las
páginas 37, 45 y 55 repiten la numeración, empleando (el autor) para el caso las letras auxiliares A
y B) Se trata de una trascripción mecanografiada del cuaderno de campo que llevara el autor día
a día, desde el lunes 29 de enero de 1951 hasta el miércoles 14 de marzo del mismo año. Este lleva
por título “Informe de los trabajos de exploración arqueológica de la Huaca Santa Cruz” (Anexo 1).
Lamentablemente el documento no presenta la primera ni las últimas hojas, por lo cual pierde la in-
troducción y sólo registra el proceso de excavación hasta un punto determinado. Posiblemente falten
también las interpretaciones y conclusiones, así como el análisis y dibujo del material cerámico que
promete en la parte interior del texto. A pesar de ello, el documento es muy importante en la medida
que se trata de una fuente de primera mano y que registra evidencias arqueológicas hoy desapareci-
das. Como podemos presumir, al Patronato Nacional de Arqueología no le pareció relevante el poten-
cial arqueológico del inmueble como algo único o notable.
De la lectura paciente se desprenden varias interrogantes, en primer lugar –al no tratarse Ccosi
Salas de un arqueólogo de formación– es necesario evaluar aspectos hermenéuticos, como, el qué
tan riguroso fue en la obtención de sus datos, qué procedimientos empleó y qué tan completo fue su
registro. En segundo lugar, si la información presentada será útil para reconstruir aspectos cuantita-
tivos y cualitativos de la historia del sitio.
Advertimos que al tratarse de la trascripción literal de un cuaderno de campo la información pre-
sentada es heterogénea. Refiere tanto la táctica de campo, como aspectos administrativos y logísticos
(coordinaciones, distribución, pago de personal, etc.) luego adquiere también un carácter técnico y
descriptivo. Por este motivo y para facilitar la lectura y comprensión, en el Anexo 1 se publican sólo
los aspectos que consideramos relevantes, descartando las reiteradas enumeraciones la asistencia del
personal, días de pago, detalles de hora de entrada, refrigerio y salida.
Luis Ccosi Salas, señalado en el documento como “escultor y maquetista” del MNAA, fue también
un reconocido dibujante, oficio muy útil para confeccionar luego las maquetas. En su práctica adqui-
335
rió experiencia en labores de campo. Laboró bajo las órdenes de los doctores Julio C. Tello, Rebeca
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370

Carrión Cachot, Toribio Mejía Xesspe y Jorge C. Muelle entre otros. Destacó por la confección de ma-
quetas para el Museo Nacional de Antropología y Arqueología. Toda esta práctica le valió la experien-
cia necesaria en su época para asumir labores de excavación arqueológica, con el objeto de rescatar la
arquitectura y finiquitar en la preparación de un plano y maqueta.
Los objetivos con los cuales inicia el trabajo son claros y básicos. Busca descubrir y exponer la
arquitectura, junto con ello definir la organización y planeamiento del sitio, y finalmente, en la me-
dida de lo posible, identificar fases constructivas, remodelaciones, superposiciones. Sus criterios son
fundamentalmente técnicos ligados a la arquitectura. Su propósito hacer un plano completo del sitio
para elaborar una maqueta. No tuvo mayores pretensiones teóricas ni explicativas, y no debió porque
ser de otra manera. Sus objetivos y métodos se adecuaban cabalmente con la finalidad del trabajo que
se le encomendó. Monumentalidad, complejidad, estado de conservación, ¡una maqueta! Eso es lo que
se esperaba del sitio y de él.
La empresa inmobiliaria que se hallaba urbanizando la zona siguió un procedimiento adminis-
trativo común para la época (aun en vigencia y cada vez más común): solicitar la demolición del sitio
previa evaluación del potencial. Al faltar las últimas páginas del documento no sabemos hasta el
momento bajo qué parámetros el Patronato Nacional de Arqueología autorizó su demolición, en qué
fecha, si hubo un trabajo posterior, ni cuáles fueron sus considerándos. Lo cierto es que la zona se
encuentra a la postre, completamente urbanizada.

Nombre y ubicación del sitio


Además del documento citado como nuestra principal fuente de información (que de ahora en ade-
lante se le denominará el Informe), recurrimos al estudio de los catastros arqueológicos desarrollados
para el valle de Lima; a las fotografías aéreas to-
madas en el año 1944 (Fotos 1 y 2); y a los planos
del catastro urbano actual. Con esta información
uno de los principales problemas que abordamos
fue el de la localización y el nombre del sitio.
Según el Informe de Ccosi Salas el nombre del
monumento arqueológico fue “Huaca Santa Cruz”.
Este se hallaba ubicado entre las calles “La Torre,
Salas y República”, y presenta un croquis de ubi-
cación del sitio que muestra dichas calles como
referencia. Al cotejar esta información con las
fotografías aéreas y el plano de calles actual, nos
percatamos que dicha ubicación corresponde a
una “huaca” no registrada en los catastros arqueo-
lógicos. Esta quedó ubicada en el extremo Sur de
El Olivar de San Isidro, y fue inscrita por las actua-
les calles: Agustín De La Torre González, Francisco
Salas y Pérez De Tudela. La calle “República” co-
rresponde hoy a la Av. Conquistadores. (Fig. 1).
Como fácilmente podemos advertir, esta ubi-
cación no corresponde al monumento arqueológi-
co que en la actualidad conocemos como “Huaca
Santa Cruz” ubicado en la cuadra 3 de la Av. Belén,
colindante al conjunto habitacional “Santa Cruz”
336 Figura 1: croquis de ubicación y frente al colegio Belén en el distrito de San
elaborado por Ccosi Salas.
Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro

Fotografía 1: Monumento derruido por ladrillera y trazado de calles.

337
Fotografía 2: Vista sur de la huaca El Olivar, a la derecha la ladrillera en operaciones.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370

Isidro. Entonces, se trataría de dos sitios distintos con idéntico nombre. ¿Por qué se señaló con el
mismo nombre a dos sitios diferentes pero tan próximos? Al parecer ello se explica porque el monu-
mento ubicado en El Olivar de San Isidro adquirió su nombre de la toponimia local, ya que durante
la época colonial y republicana en aquella zona se hallaba una gran cruz de madera hincada por los
padres Dominicos al inicio de un camino antiguo que conducía a su monasterio (probablemente en el
cruce con la Av. Arequipa). A ese camino se le conocía como “de la Santa Cruz” que en la actualidad se
llama Av. Santa Cruz en homenaje al General Antonio de Santa Cruz, y se encuentra a sólo una cuadra
de distancia de la huaca en cuestión. La cruz de madera fue un antiguo referente y paraje conocido
que proporcionó la toponimia al área circundante. Mientras que la otra huaca, ubicada en la cuadra 3
de la Av. Belén, en nuestra opinión, adquirió el nombre por su vecindad a la residencial adjunta cons-
truida en 1966. Dicho conjunto habitacional tomó su nombre seguramente por hallarse en predios de
la hacienda Santa Cruz.
La antigüedad en el nombre del edificio ubicado en El Olivar de San Isidro nos queda bien en
claro, y el Informe de enero de 1951 así lo atestigua. Al parecer, su temprana destrucción hizo también
desaparecer consigo su nombre. Al preguntar a los vecinos antiguos de la zona, algunos sabían de la
existencia de una huaca en el lugar pero no recordaban como se llamaba.
Nuevamente, ¿de dónde le vino el nombre al monumento arqueológico de la Av. Belén? A nues-
tro entender existirían dos posibles explicaciones. La primera, como ya adelantamos, se debería a
su pronta vecindad con el conjunto habitacional del mismo nombre construido en el mes de mayo
del año 1966, durante el primer gobierno del presidente Belaunde. La huaca de El Olivar desapareció
mucho antes que la construcción de la residencial, por lo que no habría existido conflicto en la repe-
tición. Una segunda condicionante debió ser la confusión generada por el Inventario de Monumentos
Arqueológicos de Lima, elaborado por el INC en 1981. En este documento se asigna el nombre de
Huaca Santa Cruz al edificio ubicado en la Av. Belén de San Isidro, sin embargo, la descripción que
allí se consigna no corresponde a dicho monumento arqueológico, sino al ubicado en El Olivar de San
Isidro. Esta descripción transcribe párrafos enteros del Informe elaborado por Cossi Salas para el edi-
ficio de El Olivar. Lo que nos permite apreciar, que quiénes procesaron el referido Inventario en 1981,
tuvieron a la mano el informe de Cossi Salas pero equivocaron su localización. Este error generado por
el Inventario de Monumentos Arqueológicos de Lima terminó por imponerse en el tiempo.
Para no ahondar más en el tema –y sin ánimo de generar más confusión– optamos por cambiar
de nombre al sitio descrito en El Informe de Cossi Salas por el de “El Olivar” de San Isidro. A pesar que
contó con nombre propio y de larga data, su condición de “desaparecido” obliga a ceder su epónimo
al sitio arqueológico ubicado en la cuadra 3 de la Av. Belén.

Huaca “El Olivar” de San Isidro


El sitio arqueológico referido en el Informe se localizó en el extremo Sur de El Olivar de San Isidro,
mientras que en época prehispánica se inscribía en las heredades del canal de Huatica. Muy próximo
al sitio de la referencia (aproximadamente tres cuadras hacia el Sur) se ubica la Huaca Pucllana, mien-
tras que ocho cuadras al noroeste se hallan la huaca Huallamarca y diez cuadras al Oeste se encuentra
la huaca Santa Cruz en la Av. Belén. (Fig. 1).
Hasta la década del 50 esta zona se encontraba en franco proceso de urbanización, la creación del
distrito de San Isidro en 1931 y la construcción de la Av. Arequipa en el año 1940, contribuyeron a la
pronta expansión urbana del área. Este crecimiento fue acompañado de la necesidad de materiales
para la construcción. Las nuevas viviendas requerían de ladrillos, adobes, arena, grava, cantos roda-
dos y demás agregados fueron confeccionados y extraídos de las fuentes y canteras más próximas
–para el caso– las huacas. Es bien sabido que en los linderos de las huacas Huallamarca y Pucllana
338
se instalaron ladrilleras, que utilizaron sus rellenos constructivos como fuentes de arcilla para la
Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro

confección de ladrillos y adobes. La Huaca El Olivar no fue ajena a dicho proceso, pues hacia el año
1951 la compañía adobera Santa Cruz venía carcomiendo el frente Este del montículo arqueológico. En
las fotografías aéreas del año 1944 se aprecia claramente los efectos de la destrucción causada por la
adobera y el trazado aun incompleto de la urbanización. (Fotografías 1 y 2).
A pesar de los estragos producidos por ladrilleras y urbanizadoras, la Huaca El Olivar se aprecia
como un montículo arqueológico de aproximadamente 80 m de longitud, por 30 m de ancho máximo,
con 8 m de alto. Se trata, entonces, de un montículo alargado, orientado en sentido de Sur a Norte.
Sin embargo, la forma de su planta no es completamente rectangular, pues su lado Oeste presenta
un trazado escalonado delineado por una acequia. En el lado opuesto es imposible tener una aproxi-
mación de la forma real, pues, como ya se mencionó, ese extremo presenta una fuerte agresión por
agentes antrópicos. Solo se puede ver un frente carcomido, tal como menciona Cossi Salas en sus
descripciones de 1951. El extremo Sur muestra un perfil simple y de fuerte talud, que culmina en una
cara plana, mientras que en el otro extremo (lado Norte) el talud es más suave o moderado. Este se
aprecia como una proyección de 25 por 10 metros, que se adelgaza progresivamente de Sur a Norte.
En la parte central se observa un núcleo sólido y homogéneo y en el se concentra la mayor parte del
trazado arquitectónico.
Para complementar esta primera visión del sitio presentaremos con mayor detalle las caracterís-
ticas de la organización interna del edificio. Para ello consideramos la misma terminología y numera-
ción empleada por Cossi Salas en sus descripciones, a fin de facilitar la contrastación con la transcrip-
ción del documento presente en el Anexo 1.

Sectorización del sitio


Plataforma Norte: Se llama plataforma Norte a la estrecha proyección ubicada delante de la portada
del edificio. Se trata de un cuerpo escalonado y agudo que va perdiendo volumen a medida que se pro-
yecta al norte. No exhibe mayor complejidad arquitectónica más que algunos muros largos, alineados
al Norte conformando un pasaje que pudo ser utilizado como ingreso principal. (Fig. 2).
Cuerpo principal: Es el núcleo central del edificio, tiene forma cuadrangular (30 x 30 m. aprox.) y se
encuentra enmarcado y sustentado por gruesos muros que definen su perímetro. Además, se halla
subdividido por un muro longitudinal que recorre en su eje central de Norte a Sur. Ello crea dos es-

Figura 2: Vista oeste del monumento: al lado izquierdo se aprecia la plataforma Norte. 339
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370

pacios rectangulares y alargados claramente definidos. La primera sección se ubica en el lado Este, y
está compuesta por una portada en el extremo Norte. Esta presenta un vano central de doble jamba,
un corredor y acceso laberíntico. (Fig. 3).
Detrás de la portada se emplaza un patio central con banquetas laterales y una rampa central que
comunica con una plataforma alta a la cual nominada como “altar” en el extremo Sur. La organización
del espacio compuesta por la portada, acceso restringido, patio central, rampa y plataforma o altar,
nos recuerda a la organización de las “pirámides con rampa” (PCR), diseño arquitectónico típico de
los periodos tardíos de la costa central. Detrás del altar se aprecia un vano central que se articula con
un corredor. Al final del corredor, en su extremo Oeste, una escalinata lo conecta con los recintos de
la segunda sección. La sección II se encuentra organizada en dos espacios diferentes. Hacia el extre-
mo Norte se aprecia una amplia plaza cuadrangular (recinto III), con accesos inscritos en sus vértices
nordeste y sudoeste. El extremo Sur de la sección II está conformado por los recintos I (patio Oeste),
II, IV y V. (Figs. 4a y 4b).
Plataforma Sur: En la terminología de Cossi Salas esta comprende la porción del edifico posterior al
cuerpo principal. Se aísla de aquella por medio de un corredor (en sentido Este-Oeste) que transita a
lo ancho el edificio articulando pequeños recintos alineados en su extremo Sur. Detrás de ellos, una
sucesión de terrazas escalonadas sustentadas en gruesos muros de contención hechos en tapial, defi-
nen el frontis Sur del Edificio. (Fig. 5).

Organización y circulación
Todo parece indicar que el acceso principal se encontraba ubicado en el extremo Norte del edificio.
Una saliente angosta (plataforma Norte) se proyecta ascendente hacia el cuerpo principal, a manera de
rampa de ingreso hacia el volumen central. Se hallaba compuesta por una suerte de escalinata (en el
substrato) cubierta por un talud apisonado. Estuvo flanqueada por gruesos muros que dirigían el flujo
hacia la compleja portada con vano de “doble jamba”. (Fig. 6).
El frontis o portada se construyó sobre un terraplén bajo, y en él, un vano trapezoidal de doble
jamba fue erigido sobre una pequeña plataforma de escalón con pestaña, adornando la entrada. En
este punto el acceso se torna complejo, pues en los extremos, a ambos lados de la portada con doble
jamba, de abrían entradas auxiliares parcialmente ocultas.
El ingreso ubicado a la izquierda del central, era conducido por un corredor angosto hacia un
acceso laberíntico del lado Este del edificio. Como ya mencionamos, este sector se hallaba completa-
mente destruido por ladrilleras locales. Del otro lado, a la derecha de la portada, se abría un vano es-
trecho, que, también con acceso laberíntico, dirigía el flujo hacia el lado Oeste del edificio. Obligando
al visitante a recorrer por un terraplén angosto, con parapeto, por todo el perímetro Oeste del in-
mueble. Finalmente, luego de transitar por este corredor y de ascender por una escalinata, uno se
comunicaba con los recintos hundidos de la plataforma Sur. Este recorrido describe una circulación
orientada a satisfacer una actividad particular dentro del funcionamiento del edificio. A juzgar por
el espesor y alto de los muros perimétricos del cuerpo principal, es muy probable que el acceso a la
plataforma Sur sólo se haya realizado por este ingreso. De allí la necesidad de crear un doble control
con acceso forzado en la portada.
El ingreso principal (de doble jamba) domina el módulo de la portada, su ubicación al centro de la
fachada, un escalón con pestaña en el umbral y el vano trapezoidal con doble jamba recibe al visitante
con portento. (Fig. 6).
Detrás del pórtico un corredor angosto conduce hacia un nuevo ingreso tortuoso. Finalmente, se
abre el patio central, consistente en un amplio espacio rectangular alargado con banquetas laterales.
Del otro lado, una rampa frontal (también dibujada como escalera en los croquis iniciales) domina el
340
espacio y lo comunica con una plataforma cuadrangular o altar. (Fig. 7).
Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro

Figura 3: Planta de la portada principal.

Figura 4b: Sección II: corredor oeste,


recintos I, II, III, IV y V.

Figura 4a: Sección I: portada,


patio central, rampa y altar. 341
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370

Figura 5: Corte longitudinal N - S de la plataforma sur escalonada.

Figura 6: Reconstrucción hipotética del pórtico o portada realizada por Ccosi Salas.
342
Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro

Figura 7: Perspectiva del patio central y “altar”. En un primer momento Ccosi


Salas dibuja la rampa como escalera.

De vuelta en el patio central, apreciamos que se trata de una organización bastante atípica. Al uso
de banquetas laterales se adiciona la presencia de cuatro ingresos (Fig. 8). Junto al primero (ya descri-
to) un nuevo vano conduce el ingreso hacia un patio abierto (recinto III) de la sección II. Frente a él, en
el vértice nordeste del patio central, se abre un tercer acceso. Por último, en la esquina sudoeste otro
vano conduce hacia un corredor de la segunda sección del cuerpo principal. Nuevamente en el altar,
apreciamos un vano en el lado Sur, en el extremo opuesto del eje definido por la rampa. Y detrás de
el, un corredor angosto que culmina en una escalinata de tres peldaños en su extremo Oeste. Dichas
escalinatas comunican secretamente al altar con el recinto I (patio Oeste I). Este recinto rectangular
funge como área de distribución de la sección II. Mediante el se articula el altar con el corredor Oeste y
los recintos II, IV y V (habitaciones II, IV y V).
En el extremo Oeste del recinto I y en el extremo Norte del corredor se aprecian subdivisiones
que crean pequeñas cistas cuadrangulares sobre el nivel del suelo. Del mismo modo, la conformación
de los recintos II, IV y V también es restringida y en el caso del recinto V parcialmente ciega, comuni-
cándose sólo con el recinto IV mediante un hoyo en la pared.
Como podemos apreciar por el momento, las secciones I y II conforman una estructura orgánica,
que integra tres espacios funcionales distintos. Primero tenemos el patio central articulado con el altar
mediante una rampa, en donde se estarían desarrollando actividades principalmente públicas. En
segundo término, un conjunto de recintos (I, II, IV y V) que asemejan depósitos exclusivos y áreas de
vivienda. Finalmente, un patio amplio (III) que bien pudo servir como área de laboreo. Además, circu-
latoria y formalmente se aíslan de los depósitos ciegos de la plataforma Sur. (Fig. 8).

Materiales y técnicas constructivas


Lamentablemente Ccosi Salas no fue particularmente minucioso en sus descripciones estratigráficas
y menos aun en lo referente a materiales y técnicas constructivas, sin embargo es posible rescatar
343
alguna información inserta en sus dibujos y textos.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370

Figura 8: Reconstrucción del plano general del sitio con sus respectivos sectores.
Todo parece indicar que el principal elemento constructivo del edificio fue el tapial, sus dibujos
reseñan gruesos muros de forma semicónica, con el extremo superior erosionado en forma redon-
deada. Un caso particular que refuerza este planteamiento, lo constituye el apunte de un muro de
contención ubicado entre el patio central y el corredor Oeste, que muestra una sola cara trabajada y
enlucida, mientras que la otra es irregular y retiene un relleno constructivo suelto. Ello sólo es posible
en la confección de muros de tapial. (Fig. 9a): Además, algunos cortes señalan la existencia de muros
adosados en paralelo, y en el extremo sudoeste de la pirámide, se aprecian muros con pisos confor-
mando celdas, mismas que fueron rellenadas, y sobre ellas, nuevamente se erigieron muros, pisos y
rellenos. Con esta técnica se lograron elevaciones importantes. (Fig. 9b).
El plano del sitio muestra la presencia de una sucesión escalonada de muros adosados en los
frentes Oeste y Sur. Con ellos se lograba levantar el nivel de la construcción y obtener un mayor volu-
men para la plataforma. En la superficie los espacios se dividen mediante muros eje, que conforman
grandes cuadrángulos y rectángulos, mismos que fueron posteriormente subdivididos en recintos y
terrazas menores.
Dichas características constructivas corresponderían a este material (el tapial) y a la técnica que
le es inherente en toda la costa central. Ejemplos de ello se puede apreciar en otros sitios del valle bajo
como en Santa Cruz, Huantille, Mateo Salado, Tres Palos, etc.
Las descripciones acerca del contenido de los rellenos y escombros mencionan la presencia de
tierra, ripio, cascajo, cantos rodados, adobes, “adobitos”, troncos de pacae y Cañas (carrizo, carricillo
y soguillas) (Fig. 10a). Para el caso de los adobes cuyas medidas son: 34,5 x 24 x 11 cm., corresponde-
rían a los elementos típicos de las construcciones tardías de la costa central. Extraña su presencia al
interior de rellenos pues suelen hallarse en las remodelaciones últimas, tapiando vanos o subdivi-
diendo habitaciones, cuando no, construyendo edificios completos. Su uso se relaciona generalmente
con el Horizonte Tardío y se vincula con los edificios públicos representantes del poder político y
social imperante. Es probable que su ubicación estratigráfica haya sido principalmente en los escom-
bros o rellenos de la última remodelación. Lamentablemente el registro de Ccosi no discrimina su
344
ubicación estratigráfica.
Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro

Figura 9a: Ejemplo de materiales (barro) y técnicas constructivas (tapial).

Figura 9b: Esquina sudoeste: exposición de muros y rellenos conformando celdas.

De otro lado la presencia de adobitos (en tres tamaños: rectangular, chato y grueso) relaciona este
material con una etapa particular del desarrollo de la costa central. La cultura Lima y el Intermedio
Temprano. Su presencia en los rellenos guardaría coherencia con su posición cronológica. Además,
cuenta a su favor la relativa proximidad a la que se encuentra con la Huaca Pucllana (tres cuadras).
También menciona que estos adobitos conformaban “[…] cercos, unidos con barro pero colocados
desordenadamente”. Llama la atención que utilice la palabra “desordenadamente” pues una de las
características de la técnica constructiva de los Lima es precisamente la disposición ordenada de sus
adobes en una técnica frecuentemente denominada en “librero”, donde los adobitos se apilan verti-
calmente como libros en un anaquel. Tal como se aprecia en la figura 10b.
Uno de los perfiles mostrados para el Patio Central (corte de huaqueros), evidencia un ordena-
miento de adobitos cubierto por un relleno suelto de tierra y cascajo, y aun encima, dos pisos bien
elaborados que lucieron la superficie del Patio Central. Este elemento de adobitos (según el dibujo) se 345
ubica junto a una de las “escalinatas” anteriormente mencionada. (Fig. 10b).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370

Figura 10a: Corte estratigráfico del corredor oeste.

Figura 10b: corte donde se muestran adobitos con la típica mampostería


“de librero”, en posición estratigráfica subyacente.

Sin embargo, también debemos considerar en forma complementaria que la presencia de adobi-
tos no es una exclusividad constructiva del periodo Intermedio Temprano, y que su elaboración se
prolongó en el tiempo, pero en menor cantidad, y bajo parámetros formales y utilitarios distintos. Ello
en relación al hallazgo de estos elementos –durante los trabajos de limpieza y restauración dirigidos
por la autora– al interior de los rellenos constructivos de la huaca Santa Cruz. Donde se encontraron
pequeños adobes de diferentes tamaños –de características similares a los adobitos Lima– confor-
mando alineamientos y reticulados asimétricos. Otra particularidad es que no se encontraban unidos
con argamasa. De otro lado, la cámara de la tumba 1 de Huallamarca –expuesta in situ en la cima del
monumento– también utiliza adobitos (distintos a los Lima) en una de sus paredes.
Finalmente, la mención de la existencia de troncos de pacae, cañas (carrizos y carricillos) y sogui-
llas posiblemente se halle vinculado a la presencia de recintos techados. Lamentablemente no precisa
en que ambientes se realizaron dichos hallazgos. (Fig. 11).

Fases constructivas
Los gráficos elaborados por Ccosi Salas registran con claridad por lo menos dos fases constructivas ca-
racterizadas por una técnica particular. La primera se encuentra representado en el descubrimiento
346
recurrente de una suerte de “escalinatas” con peldaños de 60 a 75 cm. en los pasos y de 20 a 25 cm. en los
Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro

Figura 11: Corte hipotético y posibles espacios techados.

Figura 12a: Escalinata subyacente en la plataforma Norte.

Figura 12b: Corte que muestra los escalonados en el patio central. 347
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370

contrapasos. Estas fueron identificadas en tres sectores distintos: primero en la plataforma Norte, debajo
de un relleno y de los escombros que sustentan el relieve inclinado del ingreso (Fig. 12a); el segundo
punto fue en el substrato del patio central, debajo de dos pisos enlucidos que se vinculan con los muros
de tapia. Además, se encontró asociado con lo que parece ser un muro de adobitos (Figs. 10b y 12b); el
tercer, cuarto y quinto punto de hallazgo al parecer se encuentran articulados en segmentos de una
misma estructura y corresponden al corredor Oeste, recintos IV y V, y en el pasaje Oeste. (Fig. 12c).
Esta particular técnica constructiva es común a casi todo el substrato del edificio y parece indicar
que se organiza en torno a tres módulos constructivos preexistentes ubicados en el extremo Norte, en
el cuerpo central y en el lado Oeste (Fig. 12d). Se hallan compuestos por un paramento escalonado, como
si se tratase de amplias escalinatas que ascienden de Norte a Sur. De otro lado, como mencionamos an-
tes, en los dibujos se puede apreciar que el módulo del cuerpo central se encontraría cerca a un “relleno”
de adobitos (Fig. 10b). La proximidad a la huaca Pucllana podría explicar su presencia como un elemento
aislado. Sin embargo, tratándose de los módulos escalonados, todo parece indicar que se refieren a una
técnica constructiva –posiblemente también fue complementaria a los muros de contención– útil para
contener rellenos sueltos en espacios amplios. Podría ser una técnica propia de los periodos tardíos. Esta
también se puede apreciar en los recientes hallazgos de Piero Guarisco en la huaca Palomino, en Pueblo
Libre. Al igual que en El Olivar los escalonados de la Huaca Palomina son cubiertos por rellenos y gruesos
muros de tapial. (Guarisco, Com. Pers. 2012).
De esta forma los tres módulos constructivos anteriormente señalados corresponderían bien a
una primera etapa de la construcción, o solo a una técnica complementaria al uso de tapiales del edifi-
cio. Posteriormente se abría nivelado la superficie, permitiendo luego organizar el espacio superior.
La siguiente fase constructiva se encuentra arquitectónicamente definida por el uso masivo del
tapial y gruesos rellenos como elementos constructivos. En este momento se pueden apreciar también
constantes remodelaciones y ampliaciones. Al parecer, el área inicial de los módulos escalonados, fue
inserta entre gruesos muros de tapial y rellenos de tierra, cascajo y cantos rodados. Espacios cuadran-
gulares eran rellenados y sobre ellos se volvía a construir. Para aliviar la tensión que provocaban los

348 Figura 12c: Escalones del extremo oeste fuera de los recintos III y IV.
Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro

Figura 12d: Evidencia de módulos del primer momento constructivo.

rellenos sueltos muchas veces se levantaron muros contrafuertes paralelos y perpendiculares a los
muros base. Por ello, en los laterales es frecuente encontrar una sucesión de muros adosados, que
proporcionan una apariencia escalonada a la estructura final (ver la plataforma Sur). Estos desniveles
frecuentemente eran aprovechados como caminos o corredores perimétricos, que tras el añadido
de un parapeto, solucionaban problemas de circulación al interior del edificio y comunicaban áreas
opuestas y distantes. Este primer proceso generó una suerte de plataforma cuadrangular (de 30 x 30
m aprox.). Luego, su superficie fue dividida en sectores funcionalmente diferentes, y cada uno de ellos
subdividido a su vez en unidades arquitectónicas específicas. La circulación al interior del edificio
denota una organización y planificación.
Este segundo momento constructivo revela un edificio público con características formales rela-
cionables por nosotros con el patrón arquitectónico definido como Pirámide con Rampa. Este tipo ar-
quitectónico se encuentra ampliamente caracterizado y corresponde a la arquitectura pública propia
de los periodos tardíos de la costa central.

Características de las Pirámides con Rampa


El patrón de diseño de las Pirámides con Rampa (PCR) en la costa central se caracteriza por la suce-
sión ordenada de elementos arquitectónicos bien definidos. Los principales son: un ingreso frontal,
un patio delantero cercado, una rampa central y una plataforma con atrio en forma de “U”. (Jiménez
y Bueno 1970). Junto con ellos existe un conjunto de elementos añadidos y una serie de variantes. Por
ejemplo se suelen incorporar estructuras para almacenamiento, amplias áreas de laboreo, caminos
epimurales con parapeto (Jiménez 1985; Paredes y Franco 1987) y sectores residenciales y posible-
mente una zona funeraria (Eeckhout 1995 y 2004b; Farfán 2004). Dentro de las variantes se pueden
apreciar estructuras con ingreso frontal directo o laberíntico; un patio central pequeño y más o me-
nos cuadrangular o amplio y rectangular; patio con banquetas laterales; rampas simples o dobles; pla-
taformas de uno o dos niveles; atrios simples, con columnatas, recintos laterales, corredor posterior,
etc. (Dolorier 1998; Eeckhout 1995, 2003 y 2004b; Farfán 2004). Todos ellos inscritos dentro de lo que
349
Eeckhout denomina el tipo C de las PCR. (Eeckhout 2004b).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370

Todo parece indicar que el sitio rescatado de los apuntes e informe de Ccosi Salas que denomina-
mos “El Olivar”, correspondería a una Pirámide con Rampa, que por la presencia de un vano de doble
jamba se filiaría incuestionablemente con el Horizonte Tardío. Sin embargo, el uso masivo del tapial,
su carácter aislado, al igual que su orientación Norte, podrían indicar que el inicio de su construcción
posiblemente se pudo realizar en una época más temprana. Al respecto Eeckhout señala que en el
sitio de Pampa de las Flores en el valle de Lurín, “las antiguas pirámides siguieron siendo usadas y fue-
ron hasta ampliadas mediante añadidos tardíos, como los muros y recintos adicionales en adobones
de estilo Inka[…]” continua, “Este hecho sostiene la idea de que las autoridades locales secundarias
conservaron y tal vez extendieron su poder, bajo el control estricto de los inkas.”. (Eeckhout 2004c).
El pórtico de ingreso con vano de doble jamba, como elemento distintivo de poder, podría hallar sus-
tento en ese planteamiento.
El Olivar se muestra como un edificio complejo compuesto por sectores funcionalmente diferen-
ciados. Así, en un espacio de ubicación central tenemos al “atrio”, rampa y “patio central” que con-
formarían los indicadores básicos de una PCR. A ello le acompaña un área de circulación restringida
compuesta por los recintos I, II, IV, V, un corredor y pequeñas cistas, que en conjunto podrían haber
funcionado como área residencial para sus ocupantes. Por su parte el recinto III, por su amplitud y
comunicación directa con el patio central, pudo servir como patio de laboreo. Finalmente bordeando
el edifico por el corredor Oeste se tenía acceso a un área de depósitos en la plataforma Sur. En este
contexto el pórtico de ingreso con su vano de doble jamba se convierte en el centro de distribución
del flujo de circulación al interior de la pirámide. Debemos considerar que ya para 1951 – la mitad del
sitio había desaparecido – y que en la actualidad es imposible confirmar estas propuestas de áreas de
uso. Por lo pronto sólo nos queda el plano y formular explicaciones.

Pirámides con Rampa: ¿embajadas, templos,


palacios o edificios administrativos?
Al presente se han desarrollado diversas hipótesis para tratar de explicar el origen y funcionamiento
de las Pirámide con Rampa (PCR) en la costa central. Ello como consecuencia de la necesidad de defi-
nir y caracterizar el sitio de Pachacamac.
La primera explicación acerca del origen y funcionamiento de las PCR fue formulada por Jiménez
Borja y Alberto Bueno, quienes sobre la base de trabajos de campo y fuentes documentales desarrolla-
ron el modelo de las “embajadas provinciales”. Según este planteamiento las distintas provincias rela-
cionadas con el oráculo habrían construido sus respectivas sedes o templos en el santuario, ello como
correlato a las preexistentes en sus correspondientes lugares de origen. (Jiménez y Bueno 1970).
Del mismo modo, como producto de sus excavaciones en la PCR N° 1, elaboran la primera carac-
terización e identificaron los principales elementos arquitectónicos de su composición y su corres-
pondencia funcional. Así tenemos un área principal de carácter ceremonial, un conjunto de depósitos
que acopiaba las ofrendas y amplios patios de laboreo. (Jiménez y Bueno 1970; Bueno 1982, y Jiménez
1985).
Este modelo concibió a las PCR de Pachacamac como templos o embajadas provinciales, y pre-
senta un esquema que podríamos llamar aglutinante. Es decir, el antiguo santuario atrae y congrega
la periferia hacia el centro. Entonces, vemos a Pachacamac como el producto de la concentración del
esfuerzo constructivo de sus provincias, atraídas por el oráculo.
Dentro de esta misma línea de pensamiento, Paredes y Franco entienden a las PCR como templos
provinciales cuya orientación (Norte y Este) se hallaría en relación a su provincia de origen (Rímac o
Lurín y Huarochirí respectivamente). Del mismo modo, ampliaron la caracterización de las PCR me-
diante nuevos elementos (caminos epimurales) identificados en sus trabajos de campo en la PCR N° 2
350
de Pachacamac (Paredes y Franco 1987).
Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro

Luego Paredes desarrolla nuevamente la idea y concibe el crecimiento de la ciudad por medio
de tres grandes etapas consecutivas. Así, define cada etapa del crecimiento urbano (siguiendo un eje
Sur a Norte) mediante la sucesiva construcción de edificios al interior de las tres murallas, como una
suerte de anillos concéntricos. Según él, lo más tardío sería lo periférico, mientras que los edificios
más antiguos se habrían de ubicar próximos al templo de Pachacamac. El poder e importancia de cada
uno de los templos provinciales se podría medir también según su ubicación espacial. De este modo,
tenemos al interior de la primera muralla: al Templo Antiguo y al Templo de Pachacamac o “Templo
Pintado”. Mientras que entre la primera y segunda muralla se ubicarían (separados por las calles Este
Oeste y Norte Sur) a la mayoría de PCR, donde la ubicación denota antigüedad e importancia. Y final-
mente entre la segunda y tercera muralla se hallarían los edificios más recientes. (Paredes 1991b).
Además, con el tiempo el santuario de Pachacamac alteraría sus relaciones de poder. En un pri-
mer momento (durante el Intermedio Tardío) su relación con el valle del Rímac se hallaría definida
por la “portada de la costa” en la tercera muralla. En un segundo momento durante el Horizonte
Tardío (con la ocupación Inca del valle) el eje de relaciones políticas cambiaría hacia la sierra central.
Según Paredes ello se podría evidenciar en la construcción de la “portada de la sierra” en el sector de
Las Palmas y en el cambio de orientación de las PCR. (Paredes 1991a).
Esta explicación conserva el carácter inicialmente desarrollado para las PCR como lugares de
adoración y ofrenda dirigida al Ídolo de Pachacamac. Su definición presenta un esquema de creci-
miento progresivo y concéntrico para el santuario, con áreas funcionales claramente diferenciadas en
el espacio. Los templos más importantes se hallan ubicados al interior de la “Primera muralla” y se
encuentran separados de las PCR. De este modo las PCR constituyen un punto intermedio entre el
oferente y el ídolo.
Posteriormente Eeckhout, luego de varias temporadas de campo en Pachacamac y en el valle de Lurín,
postula para Pachacamac un esquema de crecimiento secuencial de las PCR, sustentado en un modelo de
crecimiento generacional o de sucesión dinástica de los curacas principales. (Eeckhout 2003; 2004b).
El nuevo planteamiento cuestiona al anterior en lo esencial, la función del edificio. No se trataría
más de templos sino de palacios. Según este, el tipo de estructura y la organización de sus espacios
corresponderían a funciones palaciegas. Ello dentro de una organización más compleja que involucra
la participación de varias funciones. Así las PCR se hallarían dotadas –además de los elementos antes
señalados– por un área residencial y un sector funerario para el curaca que la habitaba. Con este
evento fúnebre se habría de sellar el destino de la PCR en uso para dar paso a la construcción de una
nueva PCR con un nuevo ocupante. (Eeckhout 1995, 2003, 2004b).
En este nuevo modelo los sacerdotes son reemplazados por los curacas y una élite como ocupan-
tes de las PCR. Del mismo modo la función principal de las mismas cambia de templo ceremonial a
residencia palaciega. Esta nueva propuesta afecta también el tipo de crecimiento de la ciudad en su
integridad. Pues la sucesión dinástica implica que cada PCR se construyó una a continuación de otra
en forma secuencial, marcando su frecuencia la muerte del ocupante principal.
Este modelo de crecimiento generacional, secuencial y dinástico para las PCR implicó una organiza-
ción social de corte bastante más civil de lo que usualmente se planteaba.
En el 2004, nuevamente Franco retoma la idea de las “embajadas religiosas” como representa-
tivas de los curacazgos más prestigiosos y de mayor poder económico del señorío de Ichsmay. En
Pachacamac se habría establecido una suerte de “confederación religiosa”, donde se construyeron las
PCR bajo el consentimiento y amparo del poder religioso.
Sin embargo, Franco elabora una variante con respecto al planteamiento de las “embajadas pro-
vinciales”. Plantea que las PCR inician en Pachacamac y de allí se difunden o propagan (en menor
tamaño) hacia el interior del valle de Lurín y luego hacia el Norte al valle del Rímac y quizás hasta
351
Chancay. (Franco 2004).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370

Del mismo modo, analiza los componentes internos de la PCR N° 2, señala la función que cumplió
cada uno de los espacios arquitectónicos y destaca la preeminencia de los espacios ceremoniales y de-
pósitos. Así también, identifica un sector con viviendas para un pequeño grupo humano relacionado
con la élite. (Franco 2004).
En este trabajo recoge mucho de las ideas primigenias para explicar el desarrollo del santuario, sin
embargo añade un nuevo componente, el de Pachacamac como creador, difusor y propagador de un nue-
vo modelo de construcción de templos. De este modo, Pachacamac como núcleo de una confederación
religiosa, atrae a las élites, genera un modelo constructivo y luego lo difunde y propaga por otros valles.
El mismo año, Villacorta discute que las PCR no serían los palacios de residencia de una casta se-
ñorial organizada en un sistema de sucesión dinástica. Más bien, edificios públicos que desempeñan
funciones de índole religiosas y/o administrativas.
Según Villacorta las pirámides del Rímac exhiben características particulares, pues su configu-
ración se restringe a los componentes arquitectónicos básicos. Sólo se destaca el volumen princi-
pal, patio, rampa y depósitos, prescindiendo de los demás elementos arquitectónicos registrados en
Pachacamac. Esto pondría de manifiesto la voluntad de expresar formas simplificadas que sólo resal-
ten los atributos de poder, primarios o “canónicos”, suficiente para ser reconocidas como un edificio
de esta naturaleza. En este sentido se establece una suerte de organización jerárquica de las PCR, sien-
do las de Pachacamac más antiguas e importantes, coincidiendo en ello con Franco. (Villacorta 2004).
También destaca la importancia de la “audiencia”. El patio y la terraza unidos por una rampa serían
el espacio público por excelencia de estos edificios. Su “diseño favorece un escenario de ejercicio del
poder”. Ello sumado a la ausencia de espacios residenciales, le permiten proponer que las PCR en el
Rímac corresponderían a estructuras de uso eventual y cíclico.
Un segundo punto importante en el estudio de Villacorta es el papel que desempeñan los palacios
residenciales como complemento canónico de las PCR en funciones administrativas. (Villacorta 2004).
Finalmente, Díaz descubre en Armatambo una nueva PCR en la huaca San Pedro, (SP1-Ar), ela-
borada en adobe Inca. En ella evidencia “la continuidad constructiva de los patrones arquitectónicos
propios de la región Ychsma durante la ocupación Inca”. Por el tratamiento arquitectónico y poco
desgaste del patio concluye que “se encontraba restringido a actividades de carácter ceremonial,
mientras que en los recintos laterales se dieron actividades productivas y de descanso.” (Díaz 2004).
En el mismo artículo Díaz constata claramente la superposición de técnicas constructivas atri-
buibles a los periodos Ychsma e Inca en Armatambo. Observando la superposición de adobes rec-
tangulares de estilo Inca sobre tapial propio de los Ychsma, definiendo una relación entre técnica y
el periodo correspondiente. (Díaz 2004). Ello es particularmente importante en virtud que la PCR El
Olivar fue elaborada íntegramente en tapial, pero también presenta elementos arquitectónicos de
incuestionable factura Inca.

Dos momentos constructivos de las PCR


Al parecer la organización espacial de las PCR correspondería a un ejemplo de arquitectura pública
civil (palaciega/administrativa) propia de los periodos tardíos de la costa central. (Eeckhout 2003,
2004b; Villacorta 2004). En estos espacios se articularían diversas relaciones entre la población y una
élite. Esta clase dirigencial administraría desde las PCR, ejerciendo el poder en muy variados aspec-
tos. En lo político se legitimaban jerarquías, mientras que en lo económico los curacas posiblemente
abrían tenido un acceso sobre la producción agropecuaria, pesca y control del comercio marítimo.
(Eeckhout 2003).
Eeckhout presenta una interesante discusión en torno a si la ocupación de las PCR fue simultánea
352 o sucesiva tal como él lo plantea en su modelo de crecimiento generacional. Al respecto expone sus
argumentos (reseñados líneas arriba) y propone una tipología de PCR definida por el tipo A: rampa
Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro

pegada (ceremonial); tipo B: rampa lateral (funeraria), y tipo C: rampa frontal (palaciega), para las
25 PCR de los cinco sitios del valle de Lurín. Además presenta fechados donde muestra la secuencia
constructiva al interior de las tres plataformas que conforman la PCR N° 3, con ello respaldaría su
hipótesis. Sin embargo, reconoce que aun no se podría generalizar y aplicar estrictamente este mode-
lo a todas las pirámides de Pachacamac, siendo necesaria la toma de muestras en otras PCR. De otro
lado, también utiliza como evidencia la superposición (PCR 12b y 13) y abandono de algunas PCR para
construir otras nuevas encima. Con ello evidenciaría claramente que unas son más antiguas que otras
y que no todas funcionaron simultáneamente. (Eeckhout 2004b).
Nosotros también realizamos observaciones similares en un análisis espacial de crecimiento y
evolución en Pachacamac. Consideramos que para el conjunto de PCR el diseño urbano nos presen-
taba dos realidades distintas, con dos grupos de PCR que se organizan en forma diferente sobre el
terreno. (Dolorier 1998a, 1998b).
En primer lugar observamos que el diseño del espacio urbano de Pachacamac se organiza en tor-
no a una red de calles que definen grandes cuadrantes no regulares, de por lo menos cinco manzanas.
(Dolorier 1998a: lamina 4).
Paralelas a la ya reconocida “Calle Norte-Sur”, recorren dos calles más en la misma dirección,
una a cada lado. El plano de Uhle permite observar el alineamiento incompleto de una calle (hacia
el lado Este) que pasa al lado de la PCR N°3 A. La misma que en su extremo Norte interceptaría a la
denominada Segunda Muralla. Desde nuestro análisis la “Segunda Muralla” constituiría también una
calle que recorre paralela a la ya conocida “Calle Este-Oeste”. Ello se puede apreciar en varios tramos.
Por ejemplo Ramos presenta un plano y corte de sus excavaciones en la Segunda Muralla del sector
Puente Lurín (Ramos 2011: figs. 59 y 65). En ellos se aprecia que frente al paramento Norte de la
Segunda Muralla, a aproximadamente 5 metros, corre paralelo un muro de piedra y adobe de similar
factura al de la “muralla”. Sobre él se construyó un muro moderno de concreto que delimita este sec-
tor. Se puede ver como las capas y pisos articulan ambos paramentos. En otro sector, un nuevo tramo
se puede apreciar en el espacio contenido entre la PCR N° 5 y la Segunda Muralla. Además de ello, un
alineamiento de piedra continúa, saliendo de la PCR N°5 tanto hacia el Este como Oeste y corre para-
lelo a la “muralla” a una distancia aproximada de 5 m. Esta es una continuación del muro inconcluso
visto en el sector Puente Lurín. Lamentablemente en el corte practicado en esta zona por la antigua
carretera Panamericana impide apreciar la continuidad de la calle.
Aunque no se pueda aceptar a priori esta propuesta y se prefiera utilizar la tradicional explica-
ción de las “murallas” concéntricas. Creemos que el planeamiento urbano del sitio articula consisten-
temente un grupo de PCR que guardan muchas semejanzas. Estas son las PCR N° 1, 2, 3, 5, 6, 7 y 12.
Todas tienen en común que forman parte de un diseño urbano planificado. Las pirámides se constru-
yen al lado de las calles, integrando su estructura y composición respetando el trazado. En este mismo
sentido, el vano principal de las PCR toma acceso desde las calles. Desde allí un corredor con ingresos
“tortuoso” conduce a la plaza principal de la pirámide. Otra característica es la complejidad organiza-
cional de las mismas. Aparte de los elementos principales se hallan bien provistas de depósitos, am-
plios patios, corredores, caminos epimurales, etc. todas se encuentran cercadas y definiendo bien sus
espacios. Por último, el volumen de las mismas es masivo. Todas estas PCR comparten características,
un orden y planificación dentro del espacio urbano. Por otro lado, esta visión tan ordenada contrasta
con la realidad de otro grupo de PCR que son mucho más pequeñas, simples y se distribuyen en forma
dispersa, aparentemente sin planificación por la periferia urbana. Estas son las PCR N° 8, 9, 10, 11, 13,
14 y 15 de nuestra numeración (Dolorier 1998a) y las PCR N° 9, 12a, 13, 14 y 15 en la numeración de
Eeckhout (Eeckhout 2004b).
Estas pequeñas PCR se orientan invariablemente hacia el Norte (al igual que las pocas PCR iden-
tificadas en el Rímac), son mucho más sencillas en su configuración. Se concentran sólo en los ele-
353
mentos principales (plataforma-rampa-patio). Al parecer la inclusión de patios amplios o depósitos se
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370

anexan luego. Pero el elemento que consideramos más relevante es que no se articulan con las calles.
Tiene un ingreso y vano frontal, directo. Otro punto importante es que muchas presentan abandono o
superposición de nuevas estructuras que si se integran al sistema de calles. Un ejemplo de ello, fue ya
citado por Eeckhout, donde la PCR N°12 clausura a la N°13 que se orienta al Norte. En otro caso tam-
bién menciona que el Tauri Chumpi se construyó encima de una antigua PCR. (Eeckhout 2004b; 2012c)
Otro ejemplo serían las PCR N° 11 y 15, cuyos patios principales son anulados por nuevas estructuras.
Seguramente edificios como las PCR N° 8 y 9 a las cuales –por el contrario– se les anexó un conjunto
de patios, pudieron haber seguido funcionando. Esta posibilidad es observada también por Eeckhout
quien refiere que “En otros casos, las antiguas pirámides siguieron siendo usadas y fueron hasta am-
pliadas mediante añadidos tardíos, como los muros y recintos adicionales[…]” (Eeckhout 2012c).
Como ya mencionamos previamente, este segundo grupo de PCR guarda mayor número de se-
mejanzas con las PCR del Rímac (Huaquerones, La Palma, El Olivar, etc.) que son pequeñas, sencillas,
tienen ingreso frontal directo y se orientan invariablemente hacia el Norte. Es probable que estas –
de haber sido más antiguas – hayan sido reutilizadas posteriormente con el consiguiente añadido de
nuevos elementos.
En nuestra propuesta original las PCR orientadas al Norte serían las simples y más antiguas, pro-
ducto de un crecimiento espontáneo y de una necesidad local. Ello en contraste con el segundo mo-
mento de PCR donde las mismas responden a una lógica de organización centralizada y planificación
del espacio. Bajo estos nuevos términos de referencia el espacio urbano absorbe el funcionamiento
de las PCR y las más antiguas pueden ser abandonadas o incorporadas a su lógica bajo el añadido de
nuevos elementos arquitectónicos que sustenten el nuevo estatus.
Estas nuevas condiciones pudieron haberse aplicado a sitios distantes como El Olivar, cuyo vano
principal presenta una portentosa doble jamba en ingreso indirecto.

Agradecimientos
A los arqueólogos Jesús Ramos y Jonathan Palacios, a la Sra. Maritza Reyes, al Ing. Eduardo Young
Malatesta, y en especial al Sr. Luis Ccosi Salas.

354
Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro

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Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro

Anexo 1
INC
0409
Informe de los trabajos de exploración arqueológica de la Huaca Santa Cruz
elaborado por Luis Ccosi Salas del 29 de enero al 14 de marzo de 1951

Ministerio de Educación Pública


Memorandum

A quien concierna:

Luis Ccosi Salas, Escultor Maquetista del Museo Nacional de Antropología


y Arqueología, destacado a la Inspección General de Monumentos
Arqueológicos, está encargado de súper vigilar los trabajos de exploración ar-
queológica de la huaca ubicada entre las manzanas 26 y 28 de la Urbanización
“Santa María de Santa Cruz S.A.”, conforme con lo dispuesto en la Resolución
Suprema N° 1656 que autoriza dicha exploración a Don Enrique Gutiérrez G.,
Gerente de la Compañía Urbanizadora Santa Cruz S.A.

En tal virtud, las autoridades y vecinos notables prestaran al Sr. Ccosi las
facilidades que solicite para llevar su cometido.

Lima, 27 de Enero de 1951

Vicente Segura Núñez


Inspector General de Monumentos

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Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370

Informe de los trabajos de exploración arqueológica de


la Huaca Santa Cruz

Luis Ccosi Salas


Lima, lunes 29 de enero de 1951
A las 7 a.m. me constituí en la Huaca Santa Cruz, ubicada en las manzanas 26 y 28 de la Urbanización
“Santa María de Santa Cruz” conforme a lo acordado con el Sr. Inspector de Monumentos.
Reconocí la huaca, y se ve que todo el frente Este a sido destruido por los labradores de adobes y
ladrillos que trabajaban por orden de los dueños de la Hacienda Santa Cruz, actuales urbanizadores. El
frente Norte, por donde se ve que es la entrada, esta así mismo semidestruido; el frente Oeste, conserva
su perfil antiguo y las plataformas están caídas; el frente Sur, esta así mismo semidestruido. La huaca,
como queda anotado, está encuadrada por las calles siguientes: al Este corre la calle Agustín de la Torre;
al Sur, Francisco Salas; al Oeste la calle República; y al Norte, los olivares de San Isidro y parte de cons-
trucciones. Cerca y hacia el Este corre la Av. Santa Cruz a unos 200m hacia el Sur y Este está la huaca
Juliana. Las calles, La Torre, Salas y República están llenas de chalet modernos, quedando por lo tanto el
área de la huaca como una isla. Por el centro de esta huaca, según el plano de la urbanización pasará la
calle general Borgoña que viene de la Av. Santa Cruz.
Subiendo a lo alto de huaca, se observan todos los muros de los compartimientos y terrazas des-
truidas, perfilados por muros de adobes que sobresalen; así se ve, que avanzaba un espolón hacia el
Norte, por donde parece que era la entrada; en la parte media se eleva un poco más y hay los restos de
una portada doble jamba de adobón, cuyo costado Oeste se ve claramente; después de este fragmento
de muro, se ve más al centro especie de patios semisepultados y las habitaciones en el costado Oeste; al
extremo Sur un poco más elevado de la huaca se ven restos de muros que afloran. Como queda dicho,
todo el costado está destruido por los adoberos de la Compañía.
Estudiando el plan de trabajo, vi que convenía sacar a luz todos los compartimientos terrazas y
perfiles de la huaca, para poder levantar su plano general, cortes y dibujos, a fin de deducir su impor-
tancia y estudiarla mejor, y si era posible ejecutar su maqueta.
Para este fin, elegí como primer punto, el de aclarar la portada de doble jamba, del cual solo se
veía un fragmento de muro. Puse (obreros) en la plataforma que corre delante de la portada.
Al terminar el horario de trabajo, 1 pm. quedó aclarada la portada de doble jamba que mira al
Norte y a la plataforma de entrada; sus muros laterales aparecen con su piso enlucido. El costado
Oeste da a un corredor que penetra hacia el Sur después de corres hacia el Oeste. Este lugar está muy
destruido y la plataforma que se deduce, delante de la portada, tiene doble muro. Aclarando se ve que
hay dos etapas o ampliación de este lugar, viéndose que sobre un piso enlucido más bajo se levanta
una capa de relleno y sobre el cual se elevaban los muros.
Termina así, el primer día de labores de exploración de la huaca Santa Cruz.

Lima, martes 30 de enero de 1951


Sigo haciendo aclarar los muros de la portada alta y del frente de la entrada hacia el Norte de la huaca,
parte alta.

Lima, miércoles 31 de enero de 1951


Sigo haciendo aclarar los muros del frente Norte parte alta.
358 Se nota, contemplando por el frente Oeste de la huaca, que tiene un perfil en líneas quebradas
que dan aparentemente una planta en forma de un corredor estilizado.
Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro

Lima, jueves 1° de febrero de 1951


Sigo haciendo aclarar los muros del frente Norte.
Los trabajos, van lentos por la cantidad de desmonte superficial que cubre y los rellenos que apa-
recen cubriendo pisos más profundos y muros cubiertos, estructuras ampliadas.

Lima, viernes 2 de febrero de 1951


Sigo haciendo aclarar los muros y estructuras.
(Se) trabaja buscando la estructura interna de la rampa, que parece fuera la entrada de la parte baja de
la huaca en su frente Norte, al romper la capa del piso compacto, encontró que cubierto con relleno
suelto, descansaba un cadáver,…

Lima, sábado 3 de febrero de 1951


Sigo haciendo aclarar las estructuras y muros, para poder hacer los estudios y levantar un plano a
base de lo que se aclare.

Lima, miércoles 7 de febrero de 1951


Los días lunes 5 y martes 6 no se trabajó por ser días de carnavales.
Sigo haciendo aclarar la entrada del Norte en su punto más avanzado y parte baja de la huaca. Se
sigue, con las plataformas que corren de Sur a Norte a partir de la portada alta.
Delante de la portada alta, al limpiar la capa de un piso inferior, deja al descubierto una plataforma,
que corre en todo el frente de la portada teniendo la particularidad de tener una pestaña a manera de
cornisa y que corresponde a una estructura antigua la que está cubierta por relleno y un piso que co-
rresponde al edificio superficial.

Lima, jueves 8 de febrero de 1951


Cuatro obreros, aclarando la plataforma delante de la portada, para definir los pisos, y muros que lo
constituyen. Seis obreros, aclarando el punto de entrada, en la parte mas avanzada y parte baja de la
huaca, o sea en el extremo Norte. Aparecen hasta 3 pisos o estructuras superpuestas. Esta muy des-
trozados hay mucho desmonte.
Quedan aclaradas las estructuras de la parte más avanzada; el piso superficial, para las más in-
ternas que se acortan; han sido cortadas para su ampliación, por los constructores de la huaca. Mas
adelante con mayor calma se hará el estudio mas completo.
Lima, viernes 9 de febrero de 1951
Se van definiendo las plataformas que forman la gran terraza que corre de Sur a Norte, formada por
unas tres superiores posiciones de pisos enlucidos y con relleno que cubren unas a otras. Hago dejar
puntos de la más superficial, aclaro la segunda y parte dejo en descubierto del primero o más antiguo.
A las 4 pm fuimos con el Sr. Inspector a inspeccionar la huaca Juliana que esta a unos 300 metros
hacia el Sur- Este de la huaca Santa Cruz,...

Lima, sábado 10 de febrero de 1951


Limpieza de las plataformas que corren al Norte y delante de la portada.
Quedo aclarado las plataformas del frente Norte, que corren de Sur a Norte en tres terrazas an-
gostas escalonadas, al sacar los planos y cortes se hará las descripciones.
Se descubre, delante de la portada, a continuación de su plataforma una rampa antigua, cubierta 359
por el relleno que formaba la terraza en rampa del extremo Oeste de la gran plataforma Norte. Esta
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370

rampa desciende hacia el Norte, con escalones que son cubiertos por una gruesa capa de relleno que
formaba el piso superficial.

Lima, lunes 12 de febrero de 1951


Cuatro obreros, comienzan los cateos para aclarar el patio que esta al Sur de la portada. Se presenta
lleno de tierra suelta y sus muros perfilados. El costado Este. Limita con el corte que han hecho los
adoberos, cae casi vertical a dicho corte, por el Sur da a una plataforma, más alta del lugar a la que se
une mediante una rampa. Por el Oeste da a una terraza o corral más bajo y separado por un muro que
corre en todo su largo; por el Norte da a la portada que presenta muros caídos y mucho desmonte.
Las descripciones, medidas, dibujos, cortes en general de todo lo aclarado, se harán cuanto estén
un poco más avanzados los trabajos, para cuya fecha quizás nos proporcionen los útiles necesarios.
Además, como se trabaja en aclaraciones hay que estar al pie de los obreros, razón que no permite
hacer las descripciones y dibujos.

Lima, martes 13 de febrero de 1951


Limpieza de la parte posterior de la portada que está llena de desmonte y muros caídos; parece que la
entrada no pasa de frente; sino que existe un callejón. Cuando se aclare, quedará definido.
Se sigue limpiando el desmonte que cubre todo el patio central. En este lugar, apenas se perfilan
los muros del frente Sur, del costado Oeste, y una fracción del costado Este, siendo este punto al que
han llegado con un corte profundo los adoberos. Existe también en su costado Oeste casi central, un
hoyo hecho posible por los huaqueros.

Lima, miércoles 14 de febrero de 1951


Se sigue limpiando el desmonte que cubre el área total del patio central y el adyacente del costado
Oeste.
Al quitar la capa compacta de desmonte aparece guano de caballo, chivos, de caña dulce, frag-
mentos de carricillo, corontas de maíz, soguillas de totora, plumas de gallinazo. Eliminando este des-
monte aparece un piso enlucido, delgado, que en ciertos puntos a sido cortado; al practicar el corte,
aparece formado por relleno de tierra grumosa que cubre otro piso más bajo enlucido; salen fragmen-
tos burdos de cerámica utilitaria. Cuando se finalice se hará un estudio amplio.
En un cateo, junto al compartimiento Oeste del punto más elevado de la huaca, salió un instru-
mento de tejer, conocido como kaillua, dentro del relleno superficial, que lleva la numeración Santa
Cruz P.4

Lima, jueves 15 de febrero de 1951


Se sigue, aclarando el patio central, el callejón que corre de Este a Oeste detrás de la portada. Hago
cateos en la habitación Oeste al punto más alto.
En el patio central se presentan debajo del relleno o tierra suelta superficial, dos capas que cada
una cubre un piso enlucido. Cuando todo quede aclarado, se hará los cortes para estudiar su estructura.
Como se anotó, en el punto central existe un forado reciente hecho posiblemente por los huaqueros, que
deja al descubierto un grueso relleno y un muro que corre de Este a Oeste.
Hago limpiar el punto más alto de la huaca, donde parece estuvo el adoratorio o habitación demás
importancia; en una plataforma de unos 4 x 4 todos sus muros están desgastados casi al ras del piso;
por el Norte da al patio central mediante una rampa elevándose 1 m. más o menos; por los costados
Este y Oeste da a otras habitaciones más bajas en nivel; por el Sur, se perfila una puerta ancha. Cuando
360 se aclare se verá sus elementos. En este lugar, en el ángulo sudoeste existe un forado antiguo, que deja
al descubierto un relleno de cascajo que cubre un piso enlucido. Lo hago aclarar.
Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro

En mi Inspección constante que habían extraído un cadáver del relleno superficial, cubierto con
telas burdas, estaba completamente destrozado.

Lima, viernes 16 de febrero de 1951


Sigo haciendo aclarar la parte posterior de la portada, la parte alta de la huaca, los tres compartimien-
tos que corren en el costado Oeste de la Huaca y que limita por las terrazas de este frente, conforme
al croquis adjunto.
Una vez aclarando el frente Norte de la portada y la plataforma que corre en dicha dirección,
tenemos que se va aclarando la parte posterior de dicha portada en conexión con el patio central y el
punto más alto o adoratorio y los edificios adyacentes, para mejor ilustración acompaño un croquis,
después se harán las mediciones y detalles.

Lima, sábado 17 de febrero de 1951


a) Limpieza del callejón que corre detrás de la puerta principal.
b) Limpieza del punto más alto, al extremo Sur del patio.
c) Cateos en los compartimientos (I, II, III, IV) del costado Oeste del patio central y de la huaca en
general.
Resultados:
a) En el lugar (a) resulta definido un pasaje que se une con el callejón que parte a continuación de la
portada principal. (Ver croquis).
b) En el punto (b) se aclara el altar o punto más alto, como una plataforma cuadrada, unida al patio
por una rampa en su punto medio, piso enlucido, sobre una gruesa capa de cascajo.
En su parte Sur existe una portada que solo se ve los cimientos que da a un callejón que corre de
Este a Oeste para bajar, mediante gradas al compartimiento Oeste. Por el costado Este está muy
destruido, perfilándose solo su muro. Por el Oeste lo separa el muro bajo desgastado de la habita-
ción que corre por dicho lado.
Cortando el piso y relleno, en un cateo antiguo, se da con un piso más bajo enlucido, que quizás
corresponde al edificio más antiguo. Ver croquis para mayor ilustración.
c) En el punto (c) se va aclarando en el compartimiento Oeste del altar, un piso enlucido en nivel
mas bajo que del altar, después de eliminar el desmonte de 0.60 cm. a 0.80 cm. de espesor, falta
eliminar la gran parte; este lugar se une mediante gradas al pasaje que corre al Sur del altar (ver
croquis anterior). En los otros compartimientos II, III, IV aún no salen los pisos por el grueso
desmonte y muros caídos que lo cubren. En el IV aparece una gruesa capa de guano, al parecer de
chanchos.
No se puede aun hacer las descripciones, dibujos y croquis del plano, por cuanto recién se van
haciendo las limpiezas y faltan puntos por aclarar. Pero así se puede hacer algunos apuntes de los
puntos aclarados para lo cual acompaño algunos de ellos a continuación.

Lima, lunes 19 de febrero de 1951.


a) Se continúa con la limpieza del ángulo noreste del patio.
b) Se sigue aclarando que el costado Este del altar.
c) Se elimina la gruesa capa de desmonte que cubre la habitación I, V, y II.

Lima, martes 20 de febrero de 1951


Inspecciono en las primeras horas los trabajos de la huaca Santa Cruz. Trabajan 15 obreros a cargo del
empleado Eusebio Agama, siguiendo el mismo plan de los trabajos de ir eliminando el desmonte de las 361
construcciones a la altura del altar y laterales Este y Oeste.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370

Lima, miércoles 21 de febrero de 1951


En las primeras horas del día, inspecciono los trabajos de la Huaca Santa. Cruz.

Lima, jueves 22 de febrero de 1951


Salgo para las ruinas de Pachacamac...

Lima, viernes 23 de febrero de 1951


En las primeras horas dejo las instrucciones para los trabajos de limpieza en la Huaca Santa Cruz
(donde trabajan los 15 obreros de siempre) a cargo de Eusebio Agama. Siguen en el mismo plan de ir
limpiando las parte Sur y el costado Oeste de la parte alta.
Me constituyo en la Inspección, luego paso a las ruinas de Pachacamac...

Lima, sábado 24 de febrero de 1951


Limpieza de los sectores Sur y costado Oeste de la plataforma alta.
En la parte Sur, detrás del altar, queda aclarado un patio, también un pasaje que se cruza con este
patio de acceso a una habitación pequeña con su portada, todo destruido casi al ras de sus cimientos.
Queda aclarado el piso de la habitación I, II, III, y IV, sale una escalinata que se une con IV.
El lunes pienso comenzar a levantar el croquis del plano de las construcciones, y diferenciar las
superposiciones a fin de saber las plantas de ambas épocas (lo superficial y lo profundo que oculta el
edificio superficial).
Cada vez se encuentra esta superposición de edificios y como elemento de relleno salen los adobi-
tos. También parece que esta huaca fue un adoratorio y templo dedicado a alguna deidad del antiguo
Perú, dado sus elementos que aparecen.
Lima, lunes 26 de febrero de 1951
Se sigue aclarando las construcciones del frente Sur y costado Oeste de la parte alta de la huaca, que-
dando frente a la vigilancia el Sr. Eusebio Agama.

Lima, martes 27 de febrero de 1951


Plan de trabajos Se sigue aclarando las construcciones del frente Sur y costado Oeste de la plataforma
alta.
a) En la parte posterior del altar, quedo aclarando un corral o patio Sur, con su piso mostrando gran
cantidad de guano de llama, en nivel más bajo al altar y su callejón. Este se une a los edificios del
costado Oeste mediante un pasaje angosto que da a unos cuartitos. También quedó aclarado una
habitación cerrada, sin entrada y los restos de habitaciones destruidos en su frente Oeste. En este
patio se ve un piso inferior y una plataforma que corre por sus costado Este, Oeste y Norte. Para
mejor aclaración hago practicar un corte a lo largo de un muro que aparece cerca al frente Sur
pero en nivel más bajo al piso inferior. Acompaño un croquis para dar idea después que levante el
croquis general a escala se dará con mejor precisión sus dimensiones y cortes.
b) Quedan asimismo descubiertas las habitaciones que están en el frente Oeste (II, IV y V), existien-
do una escalinata que comunica con dichas habitaciones al altar, no esta muy claro este punto,
por estar destruido las construcciones. Estos lugares estaban cubiertos por gruesas capas de des-
monte, llegando hasta un metro cincuenta de espesor, formando por tierra muerta, trozos de
adobones y guano en su parte alta. El croquis que acompaño dará mejor idea, hasta que se saque
el plano general y los apuntes que aún no se puede por tener que estar pendiente de los obreros
para que no malogren pisos, muros o escalinatas.
362 c) En el patio central, ya aclarado, había un corte antiguo en cuyo desmonte sale restos de periódico
del año 1948; siguiendo, más hondo aparece un murito, luego relleno de adobitos y tierra suelta
Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro

(ver croquis Fig. xx) .Para aclarar mejor dicho cateo del año 1948, hecho quizás por los huaqueros,
destaque un obrero para ampliar y profundizar y saber la estructura inferior al piso actual del
patio central. Quedó a la vista, que el relleno de adobitos cubría hasta estos momentos 5 gradas
que descienden dirigidas hacia el Norte o con dirección a la portada. Su extremo Este, queda limi-
tado al muro Este del patio, su extremo Oeste esta por verse. Estas gradas estaban cubiertas por
el relleno y el piso enlucido de dicho patio. Seguiremos aclarando y se dará sus dimensiones en el
croquis general.
d) En el corredor Oeste al Patio Central, a la altura de las habitaciones II, III hago practicar un corte
en el piso, rompiendo un piso compacto, para aclarar unas entradas que se ven en la habitación II
a un nivel muy bajo, que fueran clausurados y sobre ellos el relleno luego los muros que limitan
dicho corredor. Luego aparece el relleno compacto de tierra, adobitos y cascajo hacia la altura
de la habitación II, luego queda visible un piso pero en nivel más alto que del II. Nos falta aclarar
dichas entradas que anoto en el croquis siguiente.
Quedamos en que mañana vendrá (el Ing. Vicente Segura), a poner los puntos de los ejes a fin de
comenzar a levantar el croquis del plano de la huaca de sus construcciones superficiales, para luego
hacer lo más antiguo que esta cubierto por lo superficial.

Lima, miércoles 28 de febrero de 1951


a) Se sigue limpiando las habitaciones del costado Oeste.
b) Parte Sur.
c) Se sigue aclarando la escalinata que se descubrió en el patio central.
d) Se sigue sacando el desmonte en el corredor Oeste del Patio Central, para buscar el piso y relacionar
con las habitaciones vecinas cuyo piso se introduce por debajo de este corredor.
El Ing. Segura, dejó el trazo de los ejes Sur a Norte y Este a Oeste, pasando sobre la huaca a fin de
poder mañana comenzar a levantar el croquis del plano de los edificios superficiales con sus elemen-
tos.

Lima, jueves 1° de marzo de 1951


a) Se sigue eliminando el desmonte en la plataforma Sur del patio Sur.
b) Sigo haciendo aclarar la escalinata que desciende hacia el Norte en el patio Central.
c) Sigo haciendo aclarar el corte hecho en el corredor Oeste del patio central, donde ayer apareció
unas escalinatas.
d) Dos obreros limpian el desmonte que cubre el pasaje que corre al Norte de las habitaciones IV y
II, marcando en mi croquis.
e) Cinco obreros siguen eliminando el desmonte acumulado en lugar marcado en mi croquis con el
número III.
A las 9 a.m. se presentó el empleado José Casafranca que desempeña la inspección de la Sierra Central,
para reemplazar al Sr. Eusebio Agama quien irá para Ancón por orden del Sr. Inspector General.
A las 10 a.m. Comencé a levantar el croquis del plano del edificio superior de la huaca, para lo cual
tracé los ejes N-S y E-O en el papel, a base de los puntos dejados por el Ing. ayer. El croquis lo hago a la
escala 1/ 200 empleando papel milimetrado. Me ayuda en este trabajo el Sr. José Casafranca.
Conforme a todo lo aclarado en estos 30 días de trabajo, se ven hasta tres estructuras superpues-
tas, correspondiendo cada una a ampliaciones del edificio que se levantaba en esta huaca. Comienzo
por la superficial, diferenciada a base de lo estudiado y aclarado en la limpieza y cortes. Terminado
esta primera haré la segunda conforme a los cortes que dejan en claro el edificio más bajo.
En este primer día, dejó señalado en el croquis la portada de doble jamba, la plataforma Norte y
parte del patio central. No se puede avanzar mucho, porque hay que estar controlado el trabajo de los 363
obreros. A medida que avance iré dando las medidas.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370

Resultados de los trabajos:


a) Quedó eliminando el desmonte que cubría parte de la plataforma Sur del patio Sur, dejando al
descubierto los muros destruidos por los adoberos de la Cia. Santa Cruz de los señores Gutiérrez.
Se recogen fragmentos iguales a los que aparecen en todos los lugares de la huaca, los que los hago
reunir en otro grupo, a fin de poder estudiarlos, y sacarles forma, colorido y espesor. También
dejo aclarado un relleno suelto que existía en el frente Sur de la habitación ciega del Costado
Oeste del patio Sur, resultó ser sólo tierra suelta y dejo aclarado el muro que corre debajo del piso,
el mismo que aparece en el cateo antiguo del patio Sur.
b) La escalinata que desciende hacia el Norte en la ampliación que hice practicar del cateo antiguo
en el patio Central, hasta la fecha aparecen cinco gradas, cuyo extremo Este comienza en el muro
que limita al patio en ese frente y casi en medio patio el extremo Oeste sigue posiblemente para
conectarse con el frente Oeste. Estas gradas estaban cubiertas por el piso enlucido del patio, de-
bajo del cual está el relleno formado por desmonte, luego viene los adobitos que descansan sobre
las gradas. También ampliando el cateo hacia el Norte a fin de descubrir más gradas aparece otro
piso inmediato al superficial; mañana veré como resolver esto a fin de aclarar mas la escalinata y
no hacer perder el piso enlucido del patio ( ver croquis Fig. xx).
c) En el corte que se hace en el corredor Oeste al patio central se encontró el piso inferior después
de eliminar el grueso relleno formado por desmonte y cascajo que descansa sobre el piso enlucido
a la altura de las entradas clausuradas de la habitación II y del pasaje del IV. Apareció una grada,
luego otras que ascienden hacia la entrada al patio Oeste del Altar (ver croquis Fig. xx). Este cor-
te lo hice practicar para descubrir la portada clausurada de la habitación II cuyo piso enlucido
avanza hacia la base de este corredor, pero resulta, que hay un piso nivel más alto y aparece una
escalinata, hasta el momento con 5 pisos, cuyo ancho debe ocupar todo el corredor. Como el corte
se acerca a la puerta que une este corredor con el patio Oeste del altar y hay que romper el piso
compacto enlucido, dejo para mañana la solución. Para ilustrar hago los cortes que a continua-
ción pongo, aun sin medidas, las que serán hechas con precisión tan pronto me permita el tiempo,
por cuanto estoy vigilando constantemente los trabajos, y como recién comienzo a levantar el
croquis del plano, iré dando las medidas.
d) Quedó abrazado el pasaje que une las habitaciones Oeste al patio central (II –IV de mis croquis),
ver croquis Fig. xx. Este pasaje corre de E a O teniendo una entrada al patio bajo (III en varios
croquis). Se ve también que su extremo Este está clausurando con una pirca hecho con adobitos,
posiblemente unía con la habitación que ésta cubierto con el relleno que forma el corredor Oeste;
igualmente, estuvo clausurada la entrada del II al piso bajo que cubre el corredor mencionado y
en cuyo lugar se ha descubierto un piso en nivel superior y escalinata para ascender al patio Oeste
al Altar.
e) Los cinco obreros siguen eliminando el desmonte que se va acumulando en este lugar, de los
lugares que se limpia. Es voluminoso por lo que se demorarán varios días, para finalmente bus-
car el piso enlucido, en toda el área, ya que en el ángulo noreste hemos encontrado muy bajo en
relación al nivel superficial.

Lima, viernes 2 de marzo de 1951


a) Continuación de la escalinata en el patio central.
b) Aclaración de los muros del frente Sur de la Huaca.
c) Eliminación del desmonte del patio Oeste.
d) Aclaración del piso bajo, en el corredor Oeste del patio central.
Resultados:
a) Continua apareciendo nuevos pasos en las escalinatas que se descubre bajo el piso del patio cen-
tral, a 8 m. del Altar hago ampliar más el corte.
364 b) En el ángulo sudoeste de la huaca, a continuación de la plataforma Sur, se aclara bajo el piso
de una gruesa capa de desmonte, parte de una gradería semidestruida, que da sobre un muro,
Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro

también destruido. En esta parte los adoberos de la CIA. Santa Cruz han hecho destrozos en las
plataformas que se entendieron por este frente de la huaca. Para mejor ilustración ver el croquis
siguiente, completamente el dado ayer en la Fig. xx.
c) Se sigue eliminando la gran cantidad de desmonte acumulado de los compartimientos vecinos al
patio Oeste. (III en mi croquis).
d) Aclarada la escalinata en el corte hecho en el corredor Oeste al patio central, hice romper el
piso a la altura de los pasajes que penetran bajo dicho piso. Tanto de las habitaciones II como
del corredor, dando el resultado, de haberse encontrado el piso correspondiente bien enlucido
cubierto por una capa de cascajo, luego el piso aludido. Se ve que el muro se prolonga para for-
mar quizás otras habitaciones cubiertos por la gran masa que forma el corredor Oeste del patio
central y que también oculta a las escalinatas que se descubrieron. Queda aclarado el muro
Oeste de este corredor que está adosado a los que forman el II y III. Mañana haré aclarar mejor
a fin de presentar para un estudio las estructuras superpuestas y continuación y el croquis de
dicho lugar.
Corte de Norte a Sur del cateo en el corredor Oeste al patio central destacando los 3 pisos enlucidos, a, b y c,
con sus respectivos rellenos y el muro que corre debajo del piso B, prolongación del muro N. de la habitación
II.
Corte de Este a Oeste del corredor Oeste, mostrando los pisos, la escalinata y los muros.
He continuado con marcar en el croquis elementos, alternando con el trabajo de ir dirigiendo las
excavaciones. Me ayuda en esta labor José Casafranca.
A las 11.30 a.m. me dirijo a la oficina de la Inspección de Monumentos, hable con el Sr. Inspector,
sobre la necesidad de tomar fotos de los puntos que se aclaran antes de todo trabajo y evaluar los
resultados como también llevar el curso de dichos trabajos mediante dibujos para tomar una demos-
tración precisa.
En todas las remociones del desmonte superficial no salen fragmentos, sólo basura, tal como gua-
no de res, cochinos, bagazo de caña, y sobre todo, se observa que esta capa forma los bloques de los
muros caídos y el polvo trillado. En las capas, que se han cortado para aclarar estructuras internas, o
rellenos hechos para aumentar o modificar la estructura de la huaca, se ve que lo construye el adobito
como relleno, suelto y en otras apilonado, esto esta dentro de la masa de la tierra de chacra limpia,
cascotes; también aparecen en casos, cascajos, en otras hay basura de techos como restos de soguillas
de totora carricillo, caña brava y los fragmentos característicos de factura simple, pasta soga con
restos de color blanco; corresponden a toda clase de recipientes, aparecen en toda el área de estudio
muy rasamente algunas en la factura fina tipo Cajamarquilla con su pintura naranja, negro, blanco.
Todos los fragmentos los tengo agrupados por sectores, para el final, clasificarlos por sus formas y
estudiarlas con mayor calma, cuando se haga el definitivo estudio de todo el conjunto. A continuación
pongo el dibujo de algunos fragmentos:

Lima, sábado 3 de marzo de 1951


a) Se sigue aclarando la escalinata del patio central con 3 obreros.
b) Se sigue eliminando el desmonte de la habitación III.
c) Se sigue aclarando el frente Sur trazos bajos.
d) Se aclara al ángulo sudoeste parte baja de la Huaca.
Resultados:
a) Quedó aclarando 8 pasos de la gran escalinata de 6.80 m. de ancho, por 75 cm. de paso y 30 a 25
cm. de alto, que desciende de Sur a Norte a partir de los 8.50 m del altar y que está cubierto por
dos pisos A y B y 2 m. de desmonte en su último tramo descubierto. (Ver el apunte de la Pág. Nº …
y corte de la Pág. Nº…) No se sabe si termina en la guiada 8 o siga. El lunes haré avanzar un poco
más el corte para resolver el relleno que lo cubre. Es siempre tierra con cascotes, adobitos apilo- 365
nados como formando muros desordenados los fragmentos. Los fragmentos de cerámica saben
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370

muy pocos y corresponden a piezas burdas simples y muy raro encontrar el tipo fino los colores
rojo, negro y blanco.
b) Como es gran cantidad el desmonte acumulado en este lugar no se puede eliminar sino sólo una
porción pequeña.
c) En este lugar de las terrazas Sur, por estar muy destruidos, es difícil aclarar los muros que lo
construirán, pero algo que se puede deducir por los fragmentos que han dejado los destructores
de este monumento trato de dar una idea.
d) En el ángulo sudoeste de la huaca, parte baja, resulta cortar los muros y piso de una habitación
que está cubierto por una capa gruesa de desmonte, sobre el cual se encontró la escalinata que
anoto ayer en la Pág. … Se ve este punto de destrucción causada por los adoberos dejando sólo
casi los cimientos de los muros Oeste (sudoeste). El muro III solo tiene una cara interna, estando
adosado al relleno que hay entre este y otro muro de contención. Hago descubrir hasta el piso,
solo los lados Sur y Oeste, para no derrumbar parte de las gradas que aún queda en la superfi-
cie. Uno ya queda anotado, en la página siguiente hago un croquis para dar una idea sobre el
anotado.
Corte de Norte-Sur la parte posterior de la huaca restaurado a base de los restos de muros que aun quedan.
En la Fig. xx. tengo un apunte con sus medidas de la escalinata descubierta, debajo del piso de corredor
Oeste al patio central ya citado ayer.
En la Fig. xx. Tengo un apunte de la escalinata que descubrí a las habitaciones IV y II al Oeste del patio
central. Se aprecia la puerta de que une la escalinata y las habitaciones.
En la Fig. xx. Corresponde al corte a y b del gran patio, en sus 8 gradas visibles hasta la fecha desciende bajo
el grueso relleno del corredor o terraza Oeste que existen en la plataforma escalonado del frente Norte de la
huaca, viéndose al fondo la portada que da acceso al patio, mediante un pasaje que corre hacia el esta para
dar a otro que corre al Este y entrar al gran patio central.

Lima, lunes 5 de marzo de 1951


a) Sigo haciendo aclarar el ángulo S. O. De la huaca en parte baja.
b) Hago practicar su corte en la plataforma sino para ver la cara interna del muro y aclarar el piso.
c) Se sigue botando la gran capa gruesa de desmonte acumulado en III.
d) Se comienza a perfilar los muros Oeste de la huaca, parte sudoeste.
e) Hago limpiar los compartimientos aclarados.
A las 9: 30 a.m. se presentó el Sr. Aquiles Ruly, dibujante del Patronato Nacional de Arqueología. Le
hice recorres todos los lugares del trabajo explicándole lo que se debe hacer con su colaboración para
tomar los dibujos que servirán para la documentación grafica de la huaca. Comienza en una vista de la
huaca visto desde el diván de San Isidro, tomando el ángulo noroeste.
En todos los puntos de los trabajos no se define, por tener que remover gruesas capas de desmon-
te acumulado en III.

Lima, martes 6 de marzo de 1951


a) Se sigue aclarando el ángulo sudoeste. de la huaca en su parte baja.
b) Sigo haciendo profundizar el cateo en el ángulo sudoeste de la plataforma Sur, inmediata al patio
Sur.
c) Se sigue desalojando las gruesas capa de desmonte acumulado III
d) Se sigue en los muros Oeste de la huaca, que están bastante cortadas por los adoberos de la Cía.
Santa Cruz.
e) Aclaro el ángulo noreste de la plataforma que se le denomina el altar para dejar establecido el
edificio anterior oculto por la (tierra) superficial.
366
Resultados:
Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro

a) En este lugar no se puede definir los muros que lo limitaban por estar destrozados por los adobe-
ros de la Cia. Santa Cruz Se busca los cimientos que aparecen muy difusos. Espero que mañana se
pueda conocer la base y dirección que corrían de estos muros.
b) En este lugar queda definido el piso bajo que se corre debajo del grueso desmonte que lo forma.
Así mismo, se ve que el muro Oeste de esta plataforma está sobre el relleno de dicha plataforma.
En este lugar que forma el ángulo sudoeste se ve en el relleno que cubre una habitación con sus
muros incluidos de los cuales están parte de los muros Norte, Sur, estando solo los cimientos del
muro Oeste y completo el muro Este, etc. (ver croquis de la Fig. xx) A continuación el corte y pun-
to del cateo practicado en el ángulo sudoeste de la primera plataforma Sur.
Hay que levantar de la total destrucción del ala Este de la Huaca, aún de su frente Norte Sur,
quizás habían más desmonte para deducir la importancia de este monumento arqueológico. A
continuación algunos apuntes, cortes, para dar idea de esta la 5° escalinata.
c) En este lugar, quedan definidos los dos pisos que están superpuestos, uno inferior que corres-
ponde el mismo tiempo de la gran escalinata cubierto por el piso del patio central; el otro que
esta sobre el relleno de cascajo que cubre al anterior. que el Norte, que da al patio mediante una
zanja, cubre lo es aclarado el relleno, siendo muros sudeste y Oeste prolongación de la inferior. El
primer piso de esta plataforma o altar era bajo solo en dos gradas se unía al piso del patio 8.50 m.
hacia el Norte a la gran escalinata. La segunda plataforma a la actual se levanta, como queda dicha
(…) del patio no se sabe si tendría muro o solo era plataforma de 3 muros a frente abierto. Para
dejar claro, ambos piso luego limpiar un espacio de 1m. de ancho, lo suficiente para que se vean
claro ambas estructuras. En el ángulo noreste corto más 0.40 cm. la plataforma, para dejar visible
la forma como ampliaran con el patio el piso bien concluido. El piso superficial está bastante tri-
llado. Para ilustrar mejor estas líneas a continuación hago los apuntes, y cortes necesarios a base
de lo aclarado hoy día 6 de marzo de 1951.
d) En este lugar se sigue eliminando la gran cantidad de desmonte acumulado de la limpieza de las
construcciones cercanas.
e) En la aclaración de los muros de los que forman el estado Oeste de la Huaca estamos a la altura de
la parte central, viniendo del ángulo sudoeste. Están cortados en trechos hacia el Sur con el nivel
del piso, por el desmonte que lo cubre hay necesidad de despejarlo para darse cuenta como eran
las terrazas por este frente Oeste, cuales eran los que deben la altura, cuales de solo atención. Los
diversos (trabajos) de la Cía. Santa Cruz han hecho muchos destrozos por lo que se hace un poco
trabajoso aclarar y deducir su forma, altura y número de terrazas que existían.
Hoy al hacer limpiar el desmonte que cubre el estado Oeste de la habitación marcada en mi cro-
quis como el IV, el obrero Pedro Rojas, dio en los primeros gradas de una escalinata de cinco pasos que
corre de Sur a Norte (la parte más alta se dirige al Sur) ha sido cortado por este frente por lo que no se
puede saber cuantos muros más tenía. Esta es la 6° escalinata que se descubre hasta la fecha, todos en
la parte alta de la huaca. Al principio, solo era muros caídos parte de ellos que afloraban, dentro del
desmonte. Ahora ya tenemos patios, habitaciones, corredores, escalinatas y pasajes.

Lima, miércoles 7 marzo de 1951


a) Se sigue eliminando el desmonte del punto III
b) Se sigue aclarando el ángulo sudoeste de la huaca parte baja.
c) Se sigue aclarando el piso inferior del altar o plataforma más alta de la huaca.
Se sigue aclarando en todos los puntos y no se puede dar conclusiones hasta que se defina los
elementos.

Lima, jueves 8 de marzo de 1951


a) Ampliación del corte en el patio central de la huaca para aclarar las gradas de la escalinata que 367
está debajo del piso.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370

b) Ampliación del corte en el corredor Oeste al patio central para aclarar el piso los muros en este
lugar y relaciona antes del patio central.
c) Limpieza del ángulo sudoeste.
d) Limpieza de costado Oeste parte central bajo.
e) Eliminación del desmonte del compartimiento.
Corresponden:
1.- La portada; 2.- la escalera anterior; 3.- el pasaje Oeste a la portada; 4.- del corte en el corredor
Oeste del patio; 5.- La escalera que baja a las habitaciones; 6.- Vista del Norte a la Portada; 7.- La
escalinata del extremo Oeste o sea al costado de la habitación IV; 8.- El altar.

Lima, viernes 9 de marzo de 1951.


En los mismos puntos que ayer.
Tipos de fragmentos de cerámica de la I sección:
(Denominación I sección a todos los fragmentos encontrados en el relleno inferior del área, comprende de-
lante de la portada hasta la altura del altar).
Resultados:
a) En la ampliación para definir la escalinata que desciende bajo del piso del patio central, queda
definido que sólo son 8 gradas, estando el piso a 2.30 del piso superior; así mismo, quedó defi-
nido el centro de la escalinata de 6 a 0. su muro Oeste, que resulta ser de 7.20 m. y el muro co-
rrespondiente a la escalinata resulta estar debajo de la superficial alejando con el centro. Este
muro sólo tiene cara hacia la escalinata del piso que corre en todo el patio central. Acompaño
algunos cortes para ilustrar este punto.
b) En este lugar queda definido que el muro Oeste que corre debajo del correspondiente al patio cen-
tral está limitando el frente Oeste de la escalinata. No tiene cara por este lado, siendo sólo tierra
adosada al relleno que hay bajo del piso del corredor Oeste, siendo este el piso que corre sobre
el primer piso de dicha escalinata, a su nivel en todo el patio central correspondiendo al piso el
corte adjunto dará idea, lo mismo que del punto A trazado en la Fig. xx.
c) En el relleno del talud Oeste de un canal que corre al pie de los muros que lo limitan a la huaca
por este frente. Haciendo limpiar más profundizar el corte se encuentra, que debajo del canal
encontrado, existe otro más profundo, cubierto por una capa compacta de arcilla y hormigón y
sobre la superficie de su borde Oeste, resulta con el otro canal. También se encuentra un muro
bien marcado del costado Este; oculto por el relleno del canal superficial.
d) En este lugar se observa que se va encontrando los mismos elementos que en el ángulo sudoeste.
Mañana darán con más precisión los resultados.
e) Se sigue eliminando el grueso desmonte que está cumulado en el compartimiento III y cuyo piso
natural está muy profundo.

Lima, sábado 10 de marzo de 1951


a) Corte en el ángulo sudoeste de la Huaca, parte baja aclarando la superficie de la superposición de
los canales.
b) Limpieza del costado Oeste, parte central.
c) Corte en el corredor Oeste al patio central para aclarar su estructura interna.
d) Se sigue eliminando el desmonte del compartimiento III.

Lima, lunes 12 de marzo de 1951


368
En los mismos puntos; no hay novedad.
Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro

Lima, martes 13 de marzo de 1951


a) Se sigue con el corte en el ángulo sudoeste de la huaca.
b) Se sigue con el corte al centro de la huaca, frente Oeste para aclarar los muros que salen en el
ángulo sudoeste.
c) Hago hacer un cateo en el ángulo Oeste de la plataforma de la portada alta para aclarar su piso
inferior.
d) Se aclara la escalinata 7 que se descubre el 2° piso del corredor Oeste al patio central.
Resultados:
a) En este ángulo sudoeste siguen los trabajos de aclaración en el mismo ángulo siguiendo el curso
del canal que al eliminar el relleno superficial, deja el cause inferior en el que se encuentran las
ruinas cortadas para formar los marques de dicho canal. Así tenemos que ahí quedo aclarada la
estimación del muro que se extendía más al Sur y queda marcado por debajo del canal más al Sur
ha sido destruido por los diversos trabajos que han llegado hasta la altura del canal por un corte
profundo. Mañana continuará haciendo aclarar lo mismo que el muro paralelo a este que es pin-
tado está mas bajo y recostado sobre este un muro relleno compacto teniéndolo una cara exterior
pintado de amarillo y descansa en suelo compacto. Ambos muros han sido cortados para servir de
hecho del canal citado. En este lugar, se ve claramente dos canales, uno más alto que corre sobre
los muros anteriores dando vuelta en curva hacia el Este, y el otro nivel más bajo que sigue su
curso al Sur. Para mejor ilustración, acompañó el croquis necesario para completar los estudios
al finalizar y al levantar el plano daré las medidas exactas.
b) El corte que se practica en este lugar, o sea con el centro del frente Oeste, parte baja, hasta el mo-
numento, nos define el curso del canal superior e inferior. Por los elementos que corre en nivel
mas bajo. El superior corre paralelo a los muros Oeste de la huaca, de Norte a Sur y en el sudoeste
cambia su curso de Oeste a Este y en dicho lugar como queda anotado corta muros para formar su
lado. El canal inferior, corre paralelo a poca distancia y en nivel más bajo y a la altura del ángulo
sudoeste de la huaca sigue su curso hacia el Sur, en cambio el superior se dirige hacia el Este. En el
corte que haga practicar en el ángulo noroeste de la huaca se definirá más claro este problema.
c) En el cateo que se hizo, en el ángulo noroeste de la plataforma correspondiente a la portada alta
se ve que existe un piso inferior que corre debajo del segundo piso de este lugar, o sea el corres-
pondiente al que lleva una pestaña como adorno, también se aclara un nuevo muro, como si este
formara un callejón. Tenemos tres muros paralelos que forman la plataforma de la portada, de
las cuales, el primero o sea el externo descansa sobre un relleno que formaba la terraza Norte de
la huaca y en una sola, otra solo el relleno posterior. También queda aclarado que el muro grueso
que forma la portada no descasa en este tipo, por cuanto al hacer el cateo el relleno sigue por
debajo de dicho muro acompaño algunos apuntes para completar los datos.
d) En este lugar, corte que se hizo en el corredor Oeste al patio central, para aclarar la cara posterior
del muro que limita a la gran escalinata que bajo el piso del patio central, por su parte central por
su parte Oeste, no se encontró cara, semirelleno y piso que corresponde al del corredor, pero se
encontró un segundo piso que no estaba claro cuando se descubrió. Bajo el piso de este corredor
las 6° escalinata en orden de adoraciones hice seguir el corte hacia el Norte siguiendo siempre
al pie del muro Oeste del patio y se descubrió 5 pasos que descienden debajo del muro Norte del
corredor, viéndose que este muro como el corredor, viendo como el estado Este para el corredor
y Oeste del patio están sobre relleno de cascajo y tierra que cubre el segundo piso las gradas. Esta
escalinata comienza, casi al extremo del corredor y el nivel es más bajo en relación al que se en-
cuentra en el patio central y no se sabe su final por el costado Este por que para el relleno sobre
el que está el muro, por lo tanto cuando estuvo en uso no tenía tal muro Este ni la escalinata del
patio tenía tal muro que viene ser actualmente el muro Oeste. Como siempre, para mejor ilustra-
ción acompañado algunos croquis de dicho lugar.
Corte de Este a. Oeste del canal que corre al costado Oeste de la huaca, en el lugar ángulo sudoeste destacan-
do los muros que corta el canal superior y la formación del canal inferior. Todo a base de lo aclarado hasta 369
la fecha en los cateos, y limpieza en este sector de la huaca.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370

Apunte del corte en el ángulo sudoeste de la huaca, apreciándose los muros que se cortan para formar el
lecho del canal superior y las estructuras internas.
Corte del ángulo noroeste de la plataforma de la portada alta.
Se aprecian los 3 muros que lo forman, así mismo los 4 pisos superpuestos hasta hoy aclarados.
Corte de N a S del corredor Oeste, mostrando su estructura interna; se aprecia los 4 pisos súper puestos, las
escalinatas 4° y 7° y los muros cortados que son prolongación de los correspondientes a los cuartos Oeste o
serán II y IV.

Lima, miércoles 14 de marzo de 1951


a) Se sigue aclarando en el ángulo sudoeste de la huaca, parte baja.
b) Se sigue eliminando el desmonte de la habitación III o costado Oeste del corredor de este sector.
c) Hago aclarar el ángulo sudoeste de la escalinata Nº 1 que existe bajo el piso de la terraza Norte de
la huaca.
d) Hago aclarar el ángulo noroeste de la huaca parte media para la estructura.
e) Sigo haciendo cortes de cateo en la parte baja, centro, del costado Oeste de la huaca.
f) Un obrero lava los fragmentos para su clasificación.
Resultados:
a) Quedó aclarado el ángulo sudoeste del muro Oeste que corre a todo lo largo de este frente como
contrafuerte de la huaca falta definir los ángulos de los muros que están en el lecho del canal o
sea el muro pintado que esta como cimiento de la huaca y el que esta un poco más alto del piso
natural de la huaca quizás mañana quede definido. (Ver Pág. Xx, xx, xx).
b) Se sigue eliminando el grueso desmonte acumulado en la habitación III.
c) En este lugar, se encontró una manera de encontrar una nueva escalinata 8° que corresponde a
un anterior a la 1° que existe debajo del piso del corredor o terraza Norte de la huaca, el ancho es
más que el 1°. Mañana haré aclarar más esta 8° en orden de descubrimiento.
d) Se sigue despejando el grueso relleno formado por tierra cascajo y adobitos en este lugar, aún no
se define nada.
e) Se encuentra definido el piso natural de cascajo correspondiente a la huaca.
f) Se sigue con el lavado de fragmentos y marcas son tinta china en Santa Cruz.
Materiales hallados en el relleno que cubría las habitaciones, se han encontrado los siguientes
materiales:
a) Piedras: Cantos rodados de tamaños medianos, parece si el material mayor proporción.
b) Adobes: Fabricados en gaberas, movimientos probablemente de las paredes de construcciones
más antiguas. Son de tres formas. Rectangular, mide … chato mide 0.345 x 0.24 y a 11; y grueso que
mide 0.34 x 0.26 x0.14 de espesor.
c) Adobitos.- Fabricados a mano, se encuentran formando cercos, unidos con barro pero colocados
desordenadamente existe 3 formas; rectangular, chato y grueso.
d) Cañas.- Carrizo y carricillos que a juzgar por los restos existentes formaban a manera de coteras
más con soguillas el techo de los compartimientos. También se encuentra restos de caña brava.
e) Cerámica.- Gran cantidad de fragmentos en su mayor cantidad burdos, correspondientes a cánta-
ros, ollas, tazas, etc. La proporción de cerámica jorra sobre burda a hasta ahora del 3.05%.
f) Troncos.- De pacae.

370
Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 371-392
ISSN: 0254-8062

Recibido: marzo de 2012


Aceptado: agosto de 2012

DESCUBRIMIENTOS ARQUEOLÓGICOS EN
HUACA HUANTILLE, VALLE BAJO DEL RÍMAC,
DURANTE EL PERIODO INTERMEDIO TARDÍo
Marco Guillén hugo
Director del Proyecto Arqueológico Huaca Huantille
marcohugoOOOO6@yahoo.es

Resumen
El monumento Huaca Huantille, se caracteriza por su construcción en base a muros de tapia, que fueron
utilizados a manera de grandes terrazas para su fachada, lo cual le dio una morfología de una gran pirámi-
de trunca que alcanzó una altura de 16 m, así como la utilización de muros gruesos a doble cara para sus
recintos interiores, ubicados en la parte alta de edificio.; la mayoría pintados de color blanco. Los recintos
son de planta ortogonal, y con una seña muy característica que es el elemento arquitectónico de banqueta
o sobre piso en L en los espacios de uso ceremonial. Las habitaciones se rellenaban para luego construir
sobre estos, con el objetivo de ganar volumen, hasta obtener la dimensión final.
Palabras clave: Periodo Intermedio Tardío, Ychsma, Lima, Rímac, Magdalena, Huantille.

Abstract
The monument is known for its construction on the basis of mud walls, which were used as a large terrace
for its facade, which gave a morphology of a truncated pyramid that reached a height of 16 m, and the use
of double-sided thick walls for their indoor enclosures, located at the top of the building., most painted
white. The plant enclosures are orthogonal, and a very characteristic sign is the architectural element of
bench or floor spaces L ceremonial use. The rooms were filled and then build on these, in order to gain
volume, until the final dimension.
Keywords: Late Intermediate Period, Ychsma, Lima, Rimac, Magdalena, Huantille.

Introducción
En mayo del 2007 se iniciaron las investigaciones en Huaca Huantille, bajo del nombre de “Proyecto de
Investigación, Conservación y Puesta en Valor del Sitio Arqueológico Huaca Huantille”, dirigido por el
suscrito, gracias a la firma de un convenio de Cooperación Interinstitucional entre la Municipalidad
de Magdalena del Mar y el entonces Instituto Nacional de Cultura, a fin de poner en valor el monu-
371
mento, luego de estar ocupado hasta el año 2006, por más de 50 familias precarias.
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El sitio arqueológico Huaca Huantille está ubicado en el límite noroeste del distrito de Magdalena
del Mar, provincia y departamento de Lima, muy cerca al vértice formado por los distritos de Pueblo
Libre y San Miguel. Actualmente limita por el Norte con el Jr. Huamanga (antes Marbella), por el Sur
con una propiedad privada y la prolongación Echenique, por el Este con la calle Castilla y por el Oeste
con una propiedad privada (Fig. 1).
Huaca Huantille se encuentra delimitado oficialmente mediante el plano PP-0080-INC-DREPH/
DA-2004-UG, donde se registra que el sitio arqueológico tiene un área de 11.133,73 m2 y un perímetro
de 426,06 m (Fig. 2).
A raíz de los antecedentes históricos y las investigaciones realizadas en el año 2007-2011, se pro-
pone que Huaca Huantille, fue el edificio más importante del centro administrativo ceremonial del
curacazgo Lima, perteneciente al señorío Ychsma.
Al respecto, Huaca Huantille se caracteriza, en cuanto a su arquitectura, por la utilización funcio-
nal de plazas y patios con sobrepisos en forma de L, tratamiento especial de la arquitectura (frisos con
diseños geométricos y zoomorfos; muros pintados de blanco y en menor proporción rojo y amarillo),
volumetría importante, como la pirámide de hasta 16 m de alto y con una extensión hasta 3 hectá-
reas, además presenta una escalinata central como acceso principal, diferente del tradicional patrón
de pirámide con rampa (PCR); también, los materiales asociados hallados en los hoyos de ofrenda y
evidencias de banquetes y quemas al dejar las distintas fases de ocupación.
En ese sentido, se tiene evidencia que indica que los eventos de demolición y construcción en
Huaca Huantille, estaban precedidos por
ceremonias en las cuales se ofrendaban
vegetales, tales como hojas de pacae,
frutos y cáscaras de maní, cañas y tuzas
de maíz entre los más significativos, así
como productos marinos en menor pro-
porción: cangrejos, moluscos bivalvos y
pocos restos ictiológicos.
La cerámica y textiles hallados nos
muestran que Huantille tenía algún
tipo de acceso a material importado,
mediante redes de intercambio, de ahí
la presencia significativa de alfarería
de estilo Chancay, entre los rellenos
constructivos, así como algunos dise-
ños foráneos representados en los tex-
tiles.
Todo lo sostenido coloca a Huantille
en el escenario de poder discutir los
problemas que se han venido plantean-
do para lo Ychsma, desde un sitio local
mas allá de Pachacamac, con claro inte-
rés por ampliar el conocimiento en las
formas arquitectónicas, el material los
estilos locales foráneos en la cerámicos
y los textiles y una secuencia ocupacio-
nal, que por la estratigrafía que se mos-
trará en este articulo, se presenta como
372 Figura 1: Ubicación de Huaca Huantille.
dinámica.
Marco Guillén / Descubrimientos arqueológicos del Intermedio Tardío en Huaca Huantille

Figura 2: Huaca Huantille en la actualidad. El monumento llegaba por el Sur hasta


la Calle Puente y Gómez y hacia el Oeste hasta la Calle Salas.

Antecedentes de la investigación
De acuerdo a las fuentes etnohistóricas se señala que en el valle del Rímac a la llegada de los Incas se
desarrollaba el denominado señorío Ychsma, que constituía de sies curacazgos en el valle del Rímac,
además de uno en el valle de Lurín. Estos curacazgos en el valle del Rímac eran: Ate cuya capital era
Puruchuco; Surco con su capital Armatambo; Guatca cuya capital era Limatambo; Lima con su capital
Magdalena; Maranga con su capital Maranga; y La Legua con su capital Paredones (Eeckhout 2004;
Rostworowski 1978). En ese sentido, el asentamiento prehispánico de Huantille habría formado parte
del señorío Ychsma y, a su vez, era parte de uno de los asentamientos principales del curacazgo de
Lima, que se extendía por el suroeste hasta el mar y los actuales distritos de Lurigancho, Rímac, San
Martín de Porres, Lima, Breña, Pueblo Libre, Magdalena del Mar y San Miguel, con la sede de su go-
bierno ubicado en las inmediaciones de la Huaca Huantille (Agurto 1984).
Asimismo, a través del Cuaderno de Investigaciones del Archivo Tello podemos conocer la situación
de este asentamiento prehispánico, denominado Grupo Arqueológico Huantille durante los años de
1936-1944.
En ese entonces, la importancia del Grupo Arqueológico Huantille era comparada por Tello con El
Complejo Arqueológico Mateo Salado “[...] debido a la magnitud de los monumentos allí existentes, el área
que ocupan y a la muralla cuadrilateral que limita el espacio. Esta Waka y la vieja Waka Wa[n]tille, situada en
San Miguel, se disputan la preeminencia de la ubicación del Templo y oráculo del Rímac” (Tello 1999: 102).
Huaca Huantille era la más importante edificación de un grupo de cinco monumentos que con-
formaban el grupo Huantille. Los otros cuatro edificios eran de dimensiones menores y se ubicaban
373
alrededor del edificio principal, patrón similar al de Mateo Salado.
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Figura 3: Fotografía aérea de la Zona Arqueológica Huaca Huantille. 1946. Fuente: Servicio Aéreo Nacional.

Lamentablemente –como lo señala Tello (1999)- las disposiciones legales, de aquel entonces
(1936), había activado de forma alarmante el derrumbe de los monumentos arqueológicos en el valle
del Rímac, “[…] mediante el procedimiento de las inundaciones en masa. Se ha multiplicado, durante los dos
últimos años, el numero de fábricas de adobes y ladrillos, desapareciendo monumentos de manera parcial o total,
como los de Maka [tampu], en el Fundo Conde de las Torres, los de Limatambo, los de la Waka San Isidro, los de
San Miguel o Wantille, y el de Santa Beatriz” (Tello 1999: 100).
A mediados del siglo pasado, entre 1941-1944, Huaca Huantille fue explotada con fines industria-
les por Víctor Lisandro Proaño y por Tomas Percívale, quienes mediante cortes ilegales al monumen-
to e inundaciones ex profesas, destruían paulatinamente sus estructuras, así como el cementerio con
gran cantidad de fardos funerarios ubicado en sus contornos (Fig. 4).
Huaca Huantille, en 1968 fue recortada en el lado sur por la Junta Nacional de Vivienda para construir
un mercado, esto llevó a una lenta y progresiva depredación tanto por parte de las autoridades como de
los mismos pobladores, a punto tal que en 1972 el propio alcalde de Magdalena del Mar, Alberto Yabar,
planteó su demolición con el propósito
de construir un centro cívico (Ravines
1984).
En 1987, el entonces alcalde de
Magdalena del Mar, Ricardo Flores, pone
un cerco perimétrico a zona arqueológi-
ca, pero no considera reubicar a los in-
vasores asentados desde la década de los
60.
En ese sentido, el principal proble-
ma para la preservación del sitio ar-
374 queológico Huaca Huantille, así como Figura 4: Ladrillera Orbea en Huaca Huantille. Tello 1941.
Marco Guillén / Descubrimientos arqueológicos del Intermedio Tardío en Huaca Huantille

de otros sitios arqueológicos de Lima Metropolitana fue la ampliación urbana masiva, y el riesgo que
representaba en el recorte ilegal de sitios arqueológicos o destrucción de ellos. Con el crecimiento de
Lima hacia zonas antiguamente agrícolas a partir de los 40, comenzó a agudizarse la problemática del
estado de conservación de los monumentos, volviéndose susceptibles a la actividad antrópica que se
plasmó en Huaca Huantille en acciones vandálicas, grafitis, acumulación de basura, desmonte, pro-
liferación de delincuencia, pernoctación de gente de malvivir, erosión y deterioro de las superficies
arqueológicas (Fig. 5).

Figura 5: Huaca Huantille invadida. Foto satelital de Google 2006.

Metodología de la excavación arqueológica


La excavación fue realizada en área con la finalidad de recuperar espacios arquitectónicos así como
obtener datos que nos permitan entender las características formales y funcionales de los recintos
vislumbrados en superficie, y además, de las últimas fases arquitectónicas del monumento.
Se establecieron cuatro cuadrantes, en relación al norte magnético: Noroeste (NW), Suroeste
(SW), Noreste (NE) y Sureste (SE). Al respecto, dentro de los objetivos del proyecto en la temporada
2007, se propuso la excavación del Cuadrante Sureste, para lo cual se dividió el área en unidades de 10
x 10 m, y éstas en cuadrículas de 2 x 2 m.
La excavación arqueológica en área se llevó a cabo tomando el criterio de unidades estratigráficas
(Harris 1991) como medio para registrar de manera cabal las formas y características propias de cada
uno de los depósitos culturales. La excavación se realizó respetando los contornos y dimensiones na-
turales, en orden inverso al que fueron depositados. Para la definición de los depósitos culturales se
tomó como elementos primordiales la ley de la continuidad original, ley de la horizontalidad original,
ley de sucesión estratigráfica y la ley de superposición (Harris 1991: 211).
Debido a las características de las unidades estratigráficas, estas fueron discriminadas de la si-
guiente manera para su mejor registro e interpretación: 375
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 371-392

• Depósitos: Cuerpo tridimensional de materiales separado por superficies horizontales, que posee
características internas homogéneas en función a rasgos macroscópicos nítidos que permiten
diferenciarlos de otro. Pueden ser de naturaleza antrópica como geológica.
• Cortes: Intrusiones dentro de los depósitos caracterizados por tener menor extensión horizontal
que vertical. Dentro de esta categoría están los hoyos de poste, hoyos de huaqueo u otras distur-
baciones en los depósitos.
• Estructuras: Cada uno de los elementos arquitectónicos que forman parte de los recintos.
El registro de los depósitos se procesó teniendo en cuenta su naturaleza, dimensiones, caracterís-
ticas de su superficie, grado de compactación, textura, color, composición y tamaño de las partículas,
inclusiones (material cultural) y sus relaciones físicas con otras unidades estratigráficas.
Para el registro de los cortes se tomó en cuenta la forma de la planta, dimensiones, característi-
cas de las esquinas, de las roturas y de los lados, orientación y relaciones físicas con otras unidades
estratigráficas.
En el registro de las estructuras se priorizó el tipo de estructuras: sea muro, piso, rampa, banqueta,
entre otras; dimensiones: tipo, tamaño y composición de los materiales de fábrica, forma, técnica cons-
tructiva, acabado, orientación y relaciones físicas con otras unidades estratigráficas.
La descripción de las unidades estratigráficas se ha realizado en base a los diarios de campo y al
manejo de fichas correspondientes (ficha de registro de depósitos, ficha de registro de corte, ficha de
registro de estructuras, ficha de hallazgos especiales y ficha de recinto), además del registro gráfico
y fotográfico.
El registro gráfico buscó ubicar las evidencias de manera tridimensional tanto horizontal (lar-
go y ancho) como verticalmente (altura), con relación a los lados de la cuadrícula, registrándolo en
un dibujo de planta por lo general en escala 1:20. Asimismo, se llevaron a cabo dibujos de perfiles
y cortes en escala 1:20. Además del registro gráfico se llevó de manera paralela el registro fotográ-
fico de las diferentes unidades estratigráficas y de los elementos de importancia mediante cámara
digital.

La arquitectura y la distribución de los


espacios en Huantille: formas y secuencia
El monumento se caracteriza por ser una pirámide aterrazada trunca con escalinata central. Su cons-
trucción a base de muros de tapia, que fueron utilizados a manera de grandes terrazas para su facha-
da, lo cual le dio una morfología de una gran pirámide trunca que alcanzó una altura de 16 m, así como
la utilización de muros gruesos a doble cara para sus recintos interiores, ubicados en la parte alta de
edificio; la mayoría pintados de color blanco, teniéndose evidencia de muros internos pintados de
amarillo, así como muros con decoraciones de volutas de color rojo, en recintos que aun no han sido
excavados en su integridad.
A la pirámide se accedía a través de una gran escalinata ubicada al norte del mismo (Fig. 6) con
una orientación de 20°E con respecto al norte, la cual conduce a un gran patio en la cima, donde se
realizaban las ceremonias principales.
Los recintos de Huaca Huantille son de planta ortogonal, y con una seña arquitectónica muy ca-
racterística en aquellos destinados a ser espacios públicos: poseen banquetas o sobre piso de planta
en L. (Fig. 7)
Al respecto, debemos decir que se han encontrado 4 recintos con estas características, tres de
ellos coexistiendo en el mismo periodo de ocupación (Periodo B, periodo intermedio de ocupación) y
376 uno para el periodo C (periodo de la ultima ocupación que se ha podido registrar); para el Periodo A
(primer periodo de ocupación) no se ha identificado dicha característica.
Marco Guillén / Descubrimientos arqueológicos del Intermedio Tardío en Huaca Huantille

Figura 6. Frontis de la pirámide. Nótese la gran escalinata de acceso hacia la plaza.

377
Figura 7. Plano general de Huaca Huantille y sus espacios.
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En el proceso de pasar de un periodo de ocupación antiguo a uno nuevo, las habitaciones se


rellenaban para luego construir sobre estas, con el objetivo de ganar volumen, hasta obtener la di-
mensión final. Siempre creciendo en volumen y altura a fin de demostrar el prestigio y la importancia
del grupo social que lo habitaba. De esta forma, hasta el momento se ha logrado identificar hasta 3
periodos de ocupación, en base al análisis arquitectónico, que de arriba hacia abajo son denominados
C-A. Todos estos periodos de acuerdo al análisis arquitectónico y material asociado, pertenecientes
al Intermedio Tardío.

Distribución del espacio en el Periodo C


El último periodo de ocupación estuvo dado por el Recinto I y los recintos que existen en la parte más
alta del edificio (lo cuales aun no se excavan) ubicados al norte de precitado recinto, con el cual se
comunicaban mediante un vano de 1,20 m de ancho (Fig. 8 y Fig. 9). Creemos que este último periodo
de ocupación se extendía por todo el edificio, sin embargo debido a la destrucción no ha podido ser
conservado quedando evidencia de este hecho, en los rellenos constructivos que existen sobre las pla-
taformas que configuran actualmente los frontis norte y este de la pirámide, así como en la escalinata
principal, lo cual nos hace ver que esta última fachada, actualmente destruida, pudo haber estado
asociado a estos recintos.

Distribución del espacio en el Periodo B


Es el periodo mejor conservado del monumento y con más recintos identificados, al respecto comen-
zaremos con la descripción del espacio más amplio del edificio, constituido por la plaza, con un área
de 928 m2.
La plaza o patio central, es un espacio abierto, ubicado al noroeste, al que se accedía desde el exte-
rior mediante una gran escalinata, de la cual se conservan en la actualidad 20 peldaños.
Tiene una dimensión de 32 m en su lado sur y 29 m en su lado este, la cual es flanqueada en ambos
lados por un sobre piso (piso sobre nivel del piso inmediato inferior) en forma de L con una altura de
0,06 m ( Fig. 10 y Fig. 11).
No se tiene evidencia de la circulación desde la Plaza, hacia el este del edificio, donde se ubica
un recinto dedicado al almacenamiento y despensa de líquidos, con evidencia de grandes tinajas; así
como hacia el Recinto II (RII), el mismo que cuenta también con el elemento de sobrepiso en forma
de L. Es así que estimamos que los accesos habrían estado ubicados hacia el lado sur, los mismos que
se encuentran en la actualidad destruidos.

Figura 9: Nótese la disposición del sobre piso en


Figura 8. Vista del R I, antes del proceso de exca- forma de L y el nivel de deterioro del recinto. El
378 vación. Nótese que el recinto corresponde al pro- recinto fue excavado en su totalidad para llegar
montorio más elevado del edificio. hasta el recinto inferior que denominados R IA.
Marco Guillén / Descubrimientos arqueológicos del Intermedio Tardío en Huaca Huantille

Figura 10. Doble nivel de sobrepiso en la plaza en su lado este.

Figura 11. Vista de la plaza en proceso de excavación. Nótese al fondo el sobrepiso del lado sur. La Huaca Huantille
fue reutilizada en la época republicana como espacio para corrales de animales, por ello los surcos en el piso.

Siguiendo con la descripción de los recintos con sobrepiso en L, debemos decir que el Recinto II,
se encuentra ubicado en la sección Este del edificio y cuenta con una extensión actual de 15 m en su
lado norte y 12 m en su lado oeste, pudiendo haberse extendido en su lado norte por 6 metros más,
hasta llegar a los muros que limitan el frontis Este del monumento y en su lado oeste en una extensión
indeterminada (Fig. 12).
El ancho de los sobre pisos en este recinto, varía de acuerdo a su ubicación, es así que en la sección
del lado oeste mide 2,62 m y la sección del lado norte mide 1,52 m de ancho, con una altura en ambos 379
casos de 0,45 m.
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Figura 12. Vista del Recinto II y la disposición de su sobre piso en forma de L. Los hoyos que se observan son de
carácter moderno, para el enterramiento de perros en la época que el monumento estaba invadido.
El tercer recinto con sobre piso en forma de L, está consignado por el Recinto R1A,denominado
así toda vez que se encuentra exactamente debajo del Recinto I; se encuentra ubicado al norte del
recinto RII y al Este del Patio Central; estuvo conectado al RII,a través de un acceso ubicado hacia el
Este.
Este recinto fue cubierto en el Periodo C, para la construcción del recinto RI.
El RIA, tiene una extensión de 23,94 m de largo en su lado sur y 5,17 m en su lado este; las seccio-
nes de sobrepiso que flanquean ambos lados, tienen un acho de 1,75 m y 2,35 m respectivamente y una
altura de 0,14m. En la parte alta del muro norte existe la evidencia de lo que pudo ser una hornacina
cerca al acceso y otra al extremo oeste (Fig. 13).
El RIA, cuenta con un acceso al lado Este, con un ancho de 2m, que lo comunicaba con un recinto
actualmente destruido en un 70 %, por el cual se comunicaba con el RII y con los recintos ubicados al
noroeste del edificio: RXIII, RXIV y RXVI (ver Fig.14)

Distribución del espacio en el Periodo A


El periodo A esta constituido por los Recintos más bajos identificados hasta el momento: III, IV, V, VI,
VII, VIII, IX, X.
No se ha identificado para este momento el uso en los recintos del elemento arquitectónico deno-
minado sobre piso en forma de L, característico de los periodos B y C.
Se tratan de recintos rectangulares amplios interconectados entre si mediante vanos de acceso a
nivel (R III con R VIII) pasajes (RIII con RIV) y escaleras (RIV con RXI, R IX) (escaleras de conexión de
ambientes a desnivel del R V).
El cubrimiento de los recintos de este periodo se hace mediante rellenos constructivos caracte-
rizados por tapiales rotos como el usado para R IV y cantos rodados con tierra, como los usados para
el R VIII.
En el periodo A se ha podido distinguir dos sub periodos, en las cuales se presentan numerosas
380
fases por el cual se amplían y dividen recintos, se sellan accesos y cubren algunos recintos.
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Figura 13. Nótese el sobre piso en forma de L y la disposición de hoyos de poste próximos al acceso ubicado al este.

Figura 14. Vista del recinto RXIII, es uno de los tres recintos ubicados al noreste del edificio que cuentan
con similares características en cuanto a tamaño y elementos arquitectónicos, como es el caso de la ban-
queta al fondo del recinto. Estos recintos se disponen a manera de habitaciones contiguas y cuyo acceso
debió haber estado hacia el este, actualmente destruido. Los pisos antes de su enterramiento fueron cu- 381
biertos por abundante grama salada y otros vegetales.
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Figura 15. Recinto IV. Nótese que el acceso del recinto en su última fase de ocupación se realizaba a
través de una pequeña escalera ubicada en su esquina Sur Oeste y que lo comunicaba con el Recinto
XI y R IX. Nótese además el acceso sellado en su esquina Nor Este, que lo comunicaba previamente
con RVI, R VII y RIII. La fotografía está tomada desde Oeste al Este.

Figura 16. Recinto VII. Se trata de un pasadizo que conectaba los recintos IV y VI con el Recinto III (nótese
382 el sello). Posteriormente se abre un acceso al lado Sur, en el segundo sub periodo A, como puede verse a la
izquierda de la fotografía, que lo conectaba con el recinto X (Recinto de los frisos).
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Figura 17. Recinto III; perteneciente al primer sub periodo del Periodo A. Nótese que se cubre el recinto con tapia-
les rotos y se llega a un nivel intermedio, que denominado segundo sub periodo del Periodo A, con recintos aun no
definidos, pero que aún siguen asociados el muro con frisos. Posteriormente, se cubren estos recintos y se emplazan
los recintos con banquetas en L, en el Periodo B.

Es en este periodo donde se registra ornamentación arquitectónica como la que se representa


para el Recinto X, en un gran muro de 20 m de largo y 2,60 m de alto, cuya decoración es a través de
frisos de representación geométrica y zoomorfa, el mismo que describiremos posteriormente, así
como grafitis que representan aves marinas.

Contextos especiales de investigación para el aporte


de la caracterización de la sociedad Ychsma
A continuación queremos describir de manera somera, cinco contextos que estimamos pueden apor-
tar en el entendimiento del monumento Huantille: El hallazgo del muro con friso en el Recinto X; El
sistema para rellenos constructivos denominado emparrillado, utilizado con una variante en el cubri-
miento del Recinto 1 A; Los hoyos de ofrenda del Recinto I A; Las actividades en el enterramiento de
las estructuras del Recinto V y el área de entierros.

Hallazgo de muro con friso en el Recinto X


El muro con friso fue hallado en dos cateos realizados el Recinto X, el mismo que encontramos cubierto,
toda vez que perteneció al primer momento del Periodo B. El muro con friso fue denominado UE 161, de
acuerdo a nuestro método de excavación, colinda al oeste con el Recinto III.(Ver fig.07, plano general)
Se trata de un Muro de tapia que corre en eje N – S, constituyéndose en el muro oeste de un co-
rredor amplio denominado R X. ( Fig. 18)
El muro, está compuesta de dos paños, de apariencia firme pero con evidencia de deterioro en el
paramento externo y destrucción en la parte superior. Esta estructura tiene un espesor de 80 cm. La
383
altura final es difícil de precisar debido al proceso de destrucción del que ha sido objeto, sin embargo
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 371-392

la altura actual es de 2,60 m, se le asocia con el muro que conforma el límite sur del recinto III con
el cual no llega a adosarse pero forma un acceso en la esquina SE del recinto. Este muro es bastante
largo, llegando a los 20 m, abarcando incluso la totalidad del recinto VIII. Lo más destacable del muro
es la presencia de frisos en el paramento este; el diseño decorativo tiene una combinación de aves y
un elemento escalonado hacia el Norte; el ave del diseño es un animal de pico alargado y curvo hacia
abajo, cabeza redonda ojos redondos, cuello largo y ondulante y cuerpo redondeado rematado por
una cola trapezoidal, este diseño se enmarca dentro de paneles cuadrados y se repite sucesivamente
de manera horizontal; mientras que el diseño escalonado dentro de paneles va intercalándose con las
aves de forma vertical: El friso ha sido elaborado en alto relieve, utilizando el barro como material
de construcción, posteriormente se le aplicó una capa de pintura blanca sobre el diseño, mientras
que el fondo aparece sin pintura, pero es posible que haya desaparecido. Al momento de clausurar
este espacio se cubrió los motivos con una capa muy delgada de barro diluido formando una película
protectora del friso (Fig. 19).

Sistema de relleno constructivo del Recinto IA


En el cubrimiento de los Recinto IA y Recinto IV, encontramos la técnica comúnmente llamada empa-
rrillado. En el caso del Recinto IV este sistema se hizo a través de cantos rodados dispuestos a manera
celdas y en el caso del Recinto I A, se utilizo una variante, a través de la disposición de hileras de
tapial. Técnica que detallaremos a continuación, en base a la información obtenida de los siguientes
Unidades Estratigráficas: 230, 231, 232, 233, 234, 235, 236, 237, 238, 239, 240, 241, cada una de ellas
identificada con una hilera a manera de un muro estructural.
Las Unidades estratigráficas señaladas se tratan de un conjunto de grandes fragmentos de tapial
apilados uno sobre otro y dispuestos a manera de hileras separadas una de otra en una distancia de
0,44 m. Se orienta en línea oblicua al eje del recinto IA (orientación NW-SE).
Dichos alineamientos de carácter estructural conforman el relleno del Recinto IA. La composición
de las hileras es de fragmentos de tapial rotos, en tamaños de 0,35 m a 0,50 m. Cada una de las hileras,
se presentan a manera de una línea recta e irregular conformada varios fragmentos de tapial. El largo
promedio es de 2,10 y 2,40 m, su altura máxima es de 1,76 m. (Fig. 20 y Fig. 21)
La técnica del emparrillado, como la variante descrita, al parecer conformaría una de las técnicas
usuales de relleno constructivo, durante el periodo Intermedio Tardío para el valle del Rímac.

Figura 18. Los diseños se intercalan


en los niveles, escalonado y ave, hasta
384 abarcar la totalidad del muro, tanto en
el largo, como en el alto. Figura 19. Capa de barro protectora sobre los relieves.
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Figura 20. Vista del relleno constructivo en base a Figura 21. Vista en detalle del relleno constructivo en
tapiales rotos que cubrían al Recinto 1 A. base a tapiales rotos, dispuestos a manera de hileras,
que cubrían al Recinto 1 A. Una variante del típico
“emparrillado”.
Los hoyos de ofrenda del Recinto I A
Cortando el piso y los sobrepisos del Recinto I A se hallaron numerosos hoyos pequeños, de plata
circular, de muy poca profundidad, que contenían ofrendas consistentes en restos vegetales, verte-
bras de pescado, cangrejos y en un caso un cuy (Fig. 22). A continuación, describimos los cortes más
representativos de este tipo. Debemos señalar como mención aparte cuatro grandes hoyos al Este del
Recinto que al parecer pudieron servir como base para tinajas. (Fig. 23).

UE 247 (Corte)
Este hoyo se localiza al Oeste de una línea de hoyos, que estuvieron conformados a su vez por la UE
248 y UE 249. La forma del corte es ovalada y presenta esquinas ligeramente redondeadas. Sus di-

Figura 23. Vista de los grandes hoyos o roturas circulares sobre


los pisos del Recinto I A.

385
Figura 22. Vista de los Hoyos UE 250 a 254 en el piso UE 263.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 371-392

mensiones son: 0,40 m de largo, 0,37 m de ancho y 0,31 m de profundidad. En su interior se hallaron,
algunos restos de vértebras depescado, cangrejo, corontas de maíz y pequeños restos de carbón.

UE 248 (Corte)
Este hoyo se localiza al centro de la línea de los hoyos precitada. Sus dimensiones son: 0,38 m de largo,
0,38 m de ancho y 0,27 m de profundidad. El corte se orienta en dirección NE-SW. En su interior se
hallaron restos de cangrejo.

UE 249 (Corte)
Al interior de este hoyo se encontraron restos de cangrejo y vértebras de pescado, carrizo y corontas
de maíz.

UE 250 (Corte)
Se ubica en el piso más bajo del recinto IA, al Este de una línea de hoyos que bordean el sobre piso del
lado sur y que estuvo conformada además por las UE 251, UE 252, UE 253, UE 254. Sus dimensiones
son: 0,39 m de largo, 0,34 m de ancho y 0,33 m de profundidad. En su interior se registraron, restos
de caña, corontas de maíz, plumas pequeñas, restos de un roedor pequeño, cáscara de maní y algunos
fragmentos de cangrejo.

UE 251 (Corte)
Sus dimensiones son: 0,30 m de largo, 0,30 m de ancho y 0,15 m de profundidad. En su interior se re-
gistraron, restos de caña (carrizo) distribuidas al azar, cáscara de maní, restos de vértebra de pescado
y algunos fragmentos de cangrejo.

UE 252 (Corte)
La forma del corte es semicircular y presenta esquinas redondeadas. Sus dimensiones son: 0,31 m de
largo, 0,35 m de ancho y 0,15 m de profundidad. En su interior, se hallaron restos de caña (carrizo)
distribuidas al azar y corontas de maíz.

UE 253 (Corte)
Sus dimensiones son: 0,33 m de largo, 0,32 m de ancho y 0,18 m de profundidad. En su interior, se
hallaron restos de caña, corontas de maíz y fragmentos de cangrejo. El hoyo corta a la UE 263, que es
el piso más bajo del recinto IA.

UE 254 (Corte)
Sus dimensiones son: 0,34 m de largo, 0,27 m de ancho y 0,04 m de profundidad. Presentó en su inte-
rior algunos pocos restos de caña, y algunos fragmentos de choros. El hoyo corta a la UE 263, que es el
piso más bajo del recinto IA. El relleno que contuvo se conformó de los materiales de la UE 224.

UE 255 (Corte)
Se trata de una gran rotura de forma circular ubicada en el piso elevado del recinto IA, la UE 266 (Fig.
23). Posiblemente es un corte provocado por la presencia de una gran vasija de almacenamiento. Esta
386 rotura se ubica al Este de otras dos roturas similares que abarcan casi toda el área de la UE 266 al borde
del límite occidental del recinto. La forma del corte es circular y presenta esquinas redondeadas. Sus
Marco Guillén / Descubrimientos arqueológicos del Intermedio Tardío en Huaca Huantille

dimensiones son 1,16 m de largo, 1,20 m de ancho y 0,46 m de profundidad. La forma de la rotura es
aguda en la parte superior, es decir casi recta; y sus lados descienden en forma vertical paralela. Su
base está definida por dos estructuras (un muro y un piso) que corresponden a una fase precedente a
la conformación del recinto IA. Presentó en su interior algunos fragmentos de cerámica, fragmentos
de cangrejo y algunos restos de ceniza concentrada principalmente a los lados. El hoyo corta la UE
266, que es el piso elevado del recinto IA.

Actividades en el enterramiento del Recinto V


El Recinto V, es un espacio ubicado al Este del Edificio, que fue enterrado para la construcción de las
plataformas del Periodo C.
Es una plataforma rectangular de aproximadamente 4 m de ancho por 15 m de largo, remanente
de un espacio mucho más amplio que se extendía hacia el Norte, Sur y Este. Hacia el Sur de este recin-
to se observan los restos de una escalera de 4 pasos (Fig. 24).
Sobre el piso de la plataforma se identificó una densa capa de material orgánico, principalmente ve-
getal, que se presenta compactado y con algunos fragmentos de moluscos y cangrejos, en algunos sectores
se observan apelmazado y unidos con barro y piedras pequeñas de cantos rodados, así como hoyos irre-
gulares conteniendo diversos productos (Fig. 25). Este evento estaría asociado a la práctica de banquetes
rituales o a una gran ceremonia de abandono de este espacio antes y durante la colocación del relleno
constructivo, dado que en los rellenos se hallo carbón de restos de vegetales y quemas. Asimismo, para su
enterramiento se utilizaron bloques de tapial que conformaron el muro con frisos (Fig. 26).

Área de entierros
Se ha identificado dos momentos en los entierros hallados en el área mortuoria de la Huaca Huantille,
la cual se ubica en su esquina Sur Oeste.(Fig. 27)
Un primer momento de época Ychsma con los individuos dispuestos en posición fetal, circuns-
critos en cañas, comparable con lo identificado para Armatambo por la Lic. Luisa Díaz; así como cir-
cunscritos en cistas de adobe o cantos rodados, a manera de pequeños cuartos o celdas rectangulares
de 1,5 x 1,5 m; algunos están acompañados con objetos de metal (pinzas) encontradas en el tórax y
otros acompañados de vasijas, hacia los lados del individuo. La mayoría de los individuos estaban
asentados sobre grandes mates. Un detalle peculiar es la identificación de un infante de menos de 02
años de edad con deformación braquiocefálica.
El segundo momento de enterramientos, vino al parecer al momento de la reducción española,
por la cual los individuos se extienden de manera horizontal, con tela llana y sin mayores asociacio-
nes. Este segundo momento, se halla exactamente encima de los primeros entierros.
El patrón funerario y sus especificaciones aun están en proceso de investigación, y serán motivo
para una siguiente publicación; sin embargo queríamos mostrar este pequeño adelanto de la informa-
ción para discusión de los investigadores.

Conclusiones
Huaca Huantille se constituyó en un centro importante de la sociedad Ychsma, más precisamente del
curacazgo de Lima, con una extensión similar al de Mateo Salado; quedando solo, de su edificio más
importante, el 30% de su extensión original( 3 ha.) y de sus otros cuatro monumentos que lo circun-
daban, no queda nada en la actualidad, por la ampliación urbana.
Las excavaciones han permitido definir, en cuanto a la arquitectura del monumento, estar frente
a un pirámide con una gran escalinata de acceso principal, la cual diversifica las formas arquitectóni- 387
cas del intermedio Tardío en el valle del Rímac, más allá de la pirámide con rampa típica; además en la
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 371-392

Figura 25. Ofrenda de vegetales recuperada en uno de


los hoyos mostrado líneas arriba.

Figura 24. Plataforma con apelmazado de vegetales y


hoyos de ofrendas. Nótese las escaleras hacia el fondo.

Figura 26. Detalle de fragmentos del friso utilizados Figura 27. Individuos en posición fetal.
para el enteramiento del Recinto V.

388 cima hay presencia de recintos caracterizados por ser de planta rectangular, con muros de tapial bien
acabados y pintados de blanco en su gran mayoría, así como pisos de buena factura.
Marco Guillén / Descubrimientos arqueológicos del Intermedio Tardío en Huaca Huantille

Figura 28. Dibujo de perfil: R I A, R II, RVIII.

Se ha determinado tres periodos de ocupación de manera clara tras las excavaciones, no descartán-
dose encontrar, en el futuro con las excavaciones, hasta un periodo inferior, aun no determinado.
El periodo B y C, se halla claramente definido por los espacios con sobre pisos en L, mientras que
en el Periodo A, no se halla ninguno en el registro. Asimismo, no hay gran cambio en la orientación de
la arquitectura que está definida entre 20° y 21°E con respecto al norte
Los recintos con pisos a desnivel en forma de L, tendrían carácter ceremonial, así como se ha podido
definir habitaciones como es el caso del Recinto XII, R XIV y R XVI. Los accesos se realizaban a través
de vanos a nivel del piso, escalinatas, escaleras y pasadizos.
El material arqueológico preponderante es fragmentería de cerámica Ychsma caracterizada por
cántaros grandes y medianos, tinajas y vasijas utilitarias, ollas por lo general; así como pequeñas ja-
rras para el vertido de líquido. También se identificaron fragmentos de figurinas, tanto antropomor-
fas como zoomorfas. Asimismo se observan varios fragmentos de cerámica Chancay, por lo general
identificados con cantaros medianos, muchos de ellos importados (Figs. 30-36).
Los eventos de demolición y construcción mediante rellenos estaban precedidos por ceremonias
en las cuales se ofrendaban vegetales, tales como hojas de pacae, frutos y cáscaras de maní, cañas y
tuzas de maíz entre los más significativos.
En algunos rellenos se ha observado también grandes concentraciones de grama salada. Estas
ofrendas se colocaban sobre superficies húmedas y en algunos casos en medio de los rellenos como
en el Recinto V o sobre los pisos como ocurre para los Recintos XIII y XIV.
A veces las ofrendas consisten en productos marinos tales como cangrejos y/o peces en cuyo caso
se colocan en pequeños hoyos superficiales, no siendo raro hallarlos junto con maní y hojas de pacae.
Otro tipo de ofrendas consiste en la rotura de grandes tinajas y cántaros, y aparecen ya sea sobre los
pisos o a poca distancia de ellos en los rellenos.
La cerámica analizada nos muestra que Huantille tenía algún tipo de acceso a material importado,
mediante redes de intercambio, de ahí la presencia significativa de cerámica Chancay en los rellenos y
textiles de influencia norteña y de la costa sur que acompañaban a los entierros de individuos.
La presencia Inca en Huantille, no está bien definida, quizás por el grado de destrucción de su
último periodo de ocupación o porque aun faltan ampliar mas las excavaciones.

Agradecimientos
Agradecer a mi madre por apoyarme incondicionalmente en mi carrera, a Pieter Van Dalen que me
permite, a través de la presente publicación, mostrar a la sociedad las investigaciones del Proyecto
Huantille, a Luis Flores Blanco por su impulso para escribir el presente artículo, a Rafael Moreno
389
Mezarina por la edición de los planos del Proyecto, al equipo de trabajo del año 2007-2008 y 2011.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 363-382
371-392

Figura 29. Dibujo de Planta final del Recinto I A.

390
Marco Guillén / Descubrimientos arqueológicos del Intermedio Tardío en Huaca Huantille

Figura 34. Botella escultórica. Figura 35. Botella Ychsma. Figura 36. Botella Chancay.

Figura 30. Fragmentería Yschma.

Figura 31. Fragmentería Yschma.

391
Figura 32. Fragmentería Chancay. Figura 33. Fragmentería Chancay.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 371-392

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392
Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 393-402
ISSN: 0254-8062

Recibido: marzo de 2012


Aceptado: julio de 2012

El Huanca y su dimensión simbólica en la


Arqueología de la Sierra Central
Carlos Farfán Lobatón
Universidad Nacional Federico Villarreal, Facultad de Humanidades
carlosf21@yahoo.com

Resumen
La arqueología siempre ha explicado la naturaleza de la cultura material dejada por antiguos habitantes de
un asentamiento. A partir de ello, se ha explicado la conducta del hombre e inferido algunos significados
culturales, sociales y económicos. Pero a causa de la naturaleza de los datos y, a veces, por problemas me-
todológicos y epistemológicos, se cae en extremos positivistas o funcionalistas. Para evitar estos extremos,
pretendemos darle un enfoque basado en la interpretación de los significados simbólicos, basados en el
dato arqueológico como base empírica y los datos etnográficos y etnohistóricos como datos contrastables
para explicar la conducta de las sociedades. En este caso, nos referiremos a un icono poliforme denominado
huanca, que por lo general es un bulto alargado de piedra y esta creado para estar parado o plantado en el
suelo. Sus múltiples significados y su naturaleza, aún son vigentes en las comunidades andinas y pueden
ser contrastados con el dato etnohistórico y la tradición oral, puesto que arqueológicamente es una mues-
tra incuestionable que existió en el contexto de las poblaciones arqueológicas y áreas de cultivo, conser-
vando su tradición y costumbre hasta la actualidad. Por ello el registro y la caracterización nos permitirán
contextualizar los asentamientos arqueológicos.
Palabras clave: Huanca, simbolismo, arqueología.

Abstract
Archaeology has always explained the nature of the material culture left by ancient inhabitants of a sett-
lement. As it explained human behavior and inferred some meanings of cultural, social and economic. But
archeology by nature of their data and at times by methodological and epistemological problems falls into
extreme positivist or functionalist. To avoid these extremes, try to give an approach based on the inter-
pretation of symbolic meanings, based on archaeological data as empirical and ethnographic and ethno
historic data and testable data to explain the behavior of society’s last. In this case, we refer to an icon ca-
lled Polymorphic Huanca, who is usually a long lump of stone and is set to stand or planted in the ground.
Their meanings and nature still exist in the Andean communities and can be contrasted with the ethno
historical data and oral tradition, as archaeologically is a sample question that existed in the context of
archaeological populations and crop areas, preserving their traditions and customs until now. Therefore,
the registration and the characterization will allow us to contextualize the archaeological sites.
393
Keywords: Huanca, symbolism, archaeology.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 393-402

Introducción
Los estudios arqueológicos han abarcado problemas concernientes a la cultura material, con el cual,
el arqueólogo analiza e interpreta la conducta de las sociedades desaparecidas. Este análisis, por lo
general, corre el riesgo de caer en el campo de la especulación, en el caso más optimista, en un re-
sultado basado en el análisis del dato empírico orientado a un particularismo histórico subyacente.
Los cuestionamientos a estas posturas han surgido a la luz de un enfoque mucho más holístico que
involucra puntos de vista de la cultura, no solo como restos materiales inertes, sino como unidades
domésticas, capaces de trasmitir conductas, más no solo formas y funciones. Para ello la arqueología
recurre a los datos etnográficos, etnohistóricos y principalmente la tradición oral de la esfera cultural
involucrada y contrasta con el dato arqueológico, de manera que el universo informativo y deducti-
vo es mucho más amplio. En este sentido, nuestro objeto de investigación está basado en el huanca,
considerado un símbolo y a la vez un icono que encierra una diversidad de significados que marcan
una continuidad y vigencia dentro de las mentalidad andina. Esta vigencia se traduce en creencias y
rituales de un icono que trasmite un significado polivalente, cuya existencia se remonta a periodos
muy tempranos de nuestra cultura.
El huanca es un bulto de forma alargada, por lo general de piedra. Puede ser de origen natural,
cuando su forma fue modelada por la naturaleza o artificial, cuando hay un tratamiento del hombre
para darle esa forma alargada. Su origen se remonta a los periodos tempranos del desarrollo de la cul-
tura andina. Aparece asociado a lo sagrado, podemos verlo en Punkuri, Chasquitambo, Caral, Chavín,
etc. Su popularidad se gesta en el Horizonte Medio asociado a mitos de origen, como es el caso de
los huaris. “Dicen que los huaris fueron convertidos en piedra existen siempre en el pueblo bajo esta forma.
Generalmente esta piedras es llamada huanca” (Duviols 1973). Este dato es muy claro cuando se refiere a
que la huanca es un huari. El huanca está relacionado a los antepasados y a la fecundidad (Op cit.). Pero
¿qué es el huari?, Tello define a los “[...] Wari como el dios de la fuerza, que según la leyenda generalizado-
ra en casi toda la región andina, construyó por arte mágico las represas y canales de irrigación [...]” (Duviols
1973). Más adelante el autor señala que los “[...]huaris eran seres antropomorfos muy antiguos de muy ele-
vada estatura, de mucha fuerza, diestros en construir edificios y cultivar la tierra, relacionadas con el subsuelo y
las aguas subterráneas. También señala que son rasgos que se desprenden de la tradición oral actual, igual como
fueron arrancados de los campesinos de Cajatambo y Conchucos por los extirpadores de idolatrías[...]”, (Op.cit.).
Este hecho no hace más que corroborar la vigencia de una cosmovisión ligada a los mitos de origen,
que explicaría la noción de un intrincado modelo racional del control del agua y la agricultura. El
huanca es, pues, un símbolo y un personaje vigente que sustenta la fertilidad y la abundancia porque
el huanca es también, chacrayoc y es marcayoc, es decir, es dueño de la chacra y es dueño del pueblo
respectivamente. El huanca también es considerada el dueño del agua y que es el mismo huari petrifi-
cado. Dicen se “quebró una guanca grande a manera de un cuerpo amorfo y el cual mochaban y tiene tradisión
que esta guanca era yndio” (Hacas, en Duviols 1986). También hay otro relato que dice: “[...] su padre le
enseño una piedra larga llamada Sumac Guanca que esta junto a la cabecera de un puquio y que dicen que es
dueño del dicho puquio y que primero fue yndio llamado Tupin Guailca, el cual disen y tiene tradision crio aquel
puquio [...]” (Op. cit.). Estos datos explican claramente que el huanca es la litificación del ancestro, en
este caso el mallqui, lo cual, evoca un tiempo mítico y un tiempo histórico como fundadores y contro-
ladores del agua. En el primer caso, el ancestro fue un indio que vivió y se mitifico al pasar el tiempo
pero no se sabe cuándo. En el segundo caso, se remonta a un personaje real que por lo general es un
héroe fundador de linaje o un ayllu.
Otro autor que se refiere sobre el huanca, es José Luis Gonzales (1989), donde explica cómo el
huanca se puede transformar en cruz generándose un sincretismo entre la cruz y el huanca, por esta
razón, en las limpia sequias o champerias aparece la cruz en el territorio del agua incluso forma parte
del ritual, es una especie de dualidad y oposición que se complementan en el ritual hacia un fin, que
394
es la propiciación y evocación del agua y subyace en contextos arqueológicos.
Carlos Farfán / El huanca y su dimensión simbólica en la arqueología de la sierra central

En trabajo de campo nosotros hemos recogido el relato de don Benigno Hacha Mosquito, y dice:

“Allá por arriba había unos criaderos de ganado lanar, entonces cuando iba por ahí, en el lugar de
Jaguajo, había los dos cerros ahí, no le dejaba pasar, y qué era, que habían dos piedras grandes y esos se
habían convertido más antes en una vieja y un viejo así es que cuando la gente iba después no le dejaba
pasar, tenían que ponerle su coca y su cigarro.”

Este relato explica las huacas que se encuentran en la toma del canal de Jaguajo en la comunidad
campesina de Huaros, ellos afirman que es el canal de runtu, (huevo) y está relacionada a los solteros.
Este hecho explicaría de manera fehaciente la vigencia del huanca.
La dispersión de la presencia de huancas en los andes centrales se concentra en lo que es la sierra
de Lima y al Sur del departamento de Ancash, específicamente las cuencas altas de los ríos Pativilca,
Fortaleza, Ambar, Huaura, Chancay y Chillón. Este último sería el límite de las concentraciones por
el Sur. Su dispersión guarda relación con un patrón simbólico muy arraigado en las sociedades del
Intermedio Tardío y está basado en la adoración a sus ancestros o mallquis incorporados en mitos de
origen. Sin embargo, se han hallado evidencias más tempranas de huancas asociadas principalmente
a edificios sagrados o plazas por lo que su connotación tenía un significado más ligado a dioses mayo-
res. Para el Horizonte Medio se notan escasas evidencias de estos personajes ligados a la piedra. Pero
para el Intermedio Tardío, que es un periodo poswari, es de crucial importancia debido a una época
de reacomodos de las sociedades que imponen un nuevo patrón de asentamiento y con ello nuevos
patrones culturales basados en el concepto de la muerte, los ritos propiciatorios y la estructuración
de mitos de origen y leyendas basadas en héroes fundadores que será el motivo e inspiración de su
cosmovisión.
De este modo, podemos contar con el relato de Hernández Príncipe en su visita del 30 de julio
de 1621 a Ocros donde, entre otras, cosas habla de Carhua Huanca un antiguo héroe fundador de los
llamados Llacuaces advenedizos que vivían en Oncoy y Chilcas actuales localidades de Cajatambo y
adoraban al rayo. Dice el documento que “Parana era una piedra verrugosa y muy fiera rodeada de muchos
sacrificios que estaba en el asiento de Oncoy-Cancha y fungieron los dichos chilcas que era su padre antes de ir
a la adoración de Carhua Guanca”, (Duviols 1986). Aquí se nota claramente que Parana es antecesor de
Carhua Guanca ambos eran huacas a manera de huancas de piedra, es decir al haber pasado a una di-
misión de ancestro fundador de la comarca de los llacuaces. De este modo, la arqueología del huanca,
es un hecho objetivo, que trasciende en el tiempo y perdura hasta la actualidad dentro de una estruc-
tura mental sincretizada.
Nuestro propósito en esta investigación es identificar los atributos y simbolismos del huanca
y su continuidad en el mundo actual, así como articular las huancas arqueológicas asociadas a los
asentamientos arqueológicos con las huancas que aún están en vigencia dentro de la cosmovisión
y ritualidad andina funcionando como un icono cohesionador en la tradición y costumbres de los
pueblos andinos.

El espacio geográfico
El ámbito de nuestra investigación esta limitado principalmente a la sierra de Lima y abarcan los te-
rritorios expuestos líneas arriba, es decir, las cuencas altas del Chillón, Pativilca, Fortaleza y el distrito
de Huarochiri. El procedimiento implica un diagnóstico y evaluación de la dispersión de las huancas
y su asociación con asentamientos prehispánicos. Los datos de campo fueron sometidos a un análisis
comparativo para definir los factores diferenciales basado en las evidencias referentes a la significa-
ción de las huancas y su trascendencia en el tiempo. Los indicadores se basan en tres elementos: la
asociación, el componente formal, el componente cultural, y el componente basado en lo simbólico y ritual,
395
sustentados en discursos míticos. La asociación es quizá el elemento más determinante, debido a que
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 393-402

nos ha permitido correlacionar, los distintos materiales hallados en superficie, tales como la cerá-
mica, enterramientos con presencia de osamentas y otros elementos. El componente formal son las
representaciones en piedra de los ancestros que adoptan múltiples significados en el mundo andino.
El componente cultural es la filiación al que pertenece el huanca basado en el contexto y asociación.
El componente simbólico está basado en los rituales de culto al agua, asociada a huacas y huancas
que son los personajes míticos controladores y dueños del agua. Este último solo es factible deducir a
partir del análisis de los relatos orales y documentales y principalmente de las actividades rituales en
las actuales comunidades campesinas.
Los huancas casi siempre están ocupando espacios relacionados a las fuentes de agua y a las chacras.
Sin embargo, hay cuatro que están relacionados a los antiguas llactas en, generalmente, los extramu-
ros como los hallados en Pararin (Ancash) o como en Puruchuco de Huamantanga (Canta), la de Ocros
(Ancash). Todos ellos se hallan en los extramuros de los asentamientos prehispánicos y están relaciona-
dos al periodo de la ocupación Inca. Su disposición cerca a los asentamientos es recurrente en cada uno
de ellos, al parecer, cumplen una función calendárica de evocación y a la vez, como mallqui protector de
la comarca. Este modelo impuesto por los incas estaba destinado al control político y territorial y una
forma de unificar el control social a través de rituales ligados al calendario agrario que debían cumplir
todos los pueblos conquistados1. Por esta razón, las plazas sagradas en los extramuros son un agregado
posterior impuesto por los incas, es clara la evidencia arqueológica en este caso. Estas plazas, por lo ge-
neral, están dotados de un huanca en la parte central y se convirtió en un elemento integrador.
La presencia de huancas en el ámbito de la sierra central nos ha permitido establecer un registro
sistemático de las evidencias, con el fin de encontrar recurrencias y variabilidad en los componentes
formales y de significación, de este modo, relacionar a un asentamiento prehispánico y cómo aun su
vigencia es percibida hasta la actualidad en las festividades de propiciación del agua. Para un mejor
registro hemos empleado fichas analíticas que permitieron ordenar la información y que, a la vez, ge-
nerar otra ficha de inventario de cada huanca identificada con información basada en los elementos
visibles en superficie y sus relaciones con pueblos actuales. Toda esta información está referida a la
presencia o ausencia de los elementos huanca y su contexto sociocultural en el tiempo, su vigencia y
trascendencia en las comunidades actuales y de este modo articular una metodología interpretativa
amplia.
Al mismo tiempo, se ha manejado dos tipos de documentación: una, basada en datos obtenidos de
las bibliotecas que conforman el antecedente de la investigación, documentos o manuscritos (visión et-
nohistórica). La otra, está basado en el corpus y protocolo de datos obtenidos en el campo, producto de
las prospecciones. Estas informaciones fueron procesadas desde una visión arqueológica tomando como
criterio la evaluación critica. Para este tópico, se cuentan con un cumulo de informaciones documenta-
les basadas en relatos y testimonios originales del siglo XVI y XVII. Así como documentos recientes de
carácter interpretativo de los huancas.

Atributos del huanca


Por su naturaleza polimórfica el huanca adopta múltiples atributos que pueden ser diferenciados
gracias a que su vigencia en la actuales comunidades andinas cobran vigor e identidad, aunque en
muchos casos se está perdiendo o simplemente se ejecuta como un vago acto evocativo practicado
casi por los más ancianos o adultos, no tanto así para la juventud que prácticamente ya perdió esas
costumbres. En este sentido nuestra labor ha sido recuperar, a través del relato oral y la observación
participante, todos los detalles y rasgos de las manifestaciones culturales referentes al ciclo agrario,
ciclo ritual y principalmente la identificación de lugares sagrados o míticos.

396 1 Para ampliar este concepto véase el artículo “La bipartición del espacio y las plazas sagradas en los asenta-
mientos prehispánicos de la cuenca del Chillon”
Carlos Farfán / El huanca y su dimensión simbólica en la arqueología de la sierra central

A continuación presentamos el Cuadro I, donde se resume los tributos del huanca que claramente
tiene una larga connotación polivalente dentro de la mentalidad andina que grafica su cosmovisión.

Cuadro I. Esquema de Atributos del Huanca

La Fig. 1 muestra, de manera esquemática, la tripartición vertical. Es un concepto muy arraigado


en la cosmovisión andina, debido a que articula tres espacios, que en este caso, el huanca es el eje con-
trolador que se proyecta en la vida cotidiana. La esencia fundamental radica en que el huanca por su
naturaleza polivalente se comporta de distintas maneras. Al estar plantado en tierra se conecta con la
mamapacha y el mundo en que vivimos, este hecho, lo convierte en un símbolo fertilizador, dado que
el huanca es un ancestro litificado y puede controlar el agua que discurre por los canales. Dentro de
esta estructura, tanto la serpiente como el cóndor actúan como intermediarios entre el Ucupacha y
el Kaypacha, es decir entre el mundo de los muertos y el mundo de los vivos o entre el Hanapacha y el
Kaypacha para el caso del cóndor. Sin embargo, el huanca está relacionado al pueblo o marca, puesto
que cuando actúa de ancestro se evoca a un tiempo de fundación, de origen. Esto es factible identificar
en los discursos míticos relacionados al agua, en la llamada fiesta del agua. Arqueológicamente es facti-
ble identificar en las tumbas o espacios sepulcrales de la pareja mítica que se hallaron en Cantamarca,
Aynas, Huishco y Tauripunku. Estos entierros son muy recurrentes en áreas expresamente remarcadas
en la población como espacios sepulcrales dedicados a estos ancestros. El mismo fenómeno es factible
identificar en los sepulcros de los machays o cuevas donde se enterraron los personajes más importan-
tes con su parentela acompañada y quizá en rituales y ofrendas de sacrificios humanos.
En la Fig. 2 observamos que la huanca también es la momia o ancestro, también llamado mall-
qui. Estos mallquis, míticamente se convierten héroes guerreros, que acompañan en las avanzadas
guerreras y se convierten en conquistadores o fundadores. Aquí es importante señalar una cita: “[...]
Carhuahanca, Llacsahuanca, Carihuanca, Huarachuanca fueron indios conquistadores, estaban arriba del pue-
blo de Carhuapampa. Estos indios fueron llacuaces que vinieron del Titicaca los cuales trajeron piedras huan-
cas”, (Duviols 1986: 59). Aquí es claro la alusión al huanca, puesto que se refiere al fundador, cuyo
origen es altiplánico y se refiere también a su ascendencia llacuaz. Hay innumerable mitos respecto
397
a los llamados llacuaces que son advenedizos y son adoradores del rayo (Arriaga 1920). La Momia
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 393-402

también está inmersa dentro de un tiempo histórico, puesto que se refiere a un héroe o ancestro que
vivió en una época, quizá de fundación, constructor de canales. Pero el tiempo mítico está basado en
el discurso mítico que envuelve un contexto espacial que articula el pueblo viejo y el pueblo actual.
Este tiempo se evoca en los rituales del agua.

Figura 1. Esquema de la tripartición del espacio. Diseño Carlos Farfán.

398
Figura 2. Estructura dual del Huanca. Diseño Carlos Farfán.
Carlos Farfán / El huanca y su dimensión simbólica en la arqueología de la sierra central

Figura 3. Huanca en Huancapata de Puruchuco, Huamantanga. Foto Carlos Farfán.

Ritos propiciatorios ligados a la agricultura


La agricultura es un indicador del desarrollo económico de las sociedades prehispánicas. Por ser uno
de los motores de su desarrollo están ligados a una estructura de ritualidad y simbología, por lo que
todo acto dentro del ciclo agrario está fijado por un calendario ritual y un calendario agrario, de
modo que aparece un poder ligado a la ritualidad y lo sagrado y otro ligado a la producción y control
de las fuerzas productivas. De este modo, podemos decir que el poder económico en las sociedades
prehispánicas, al menos, de la cuenca del Chillón ha estado centrado en el control de los sistemas hi-
dráulicos y la agricultura, que conllevan al manejo racional del espacio, consecuentemente del agua.
Esta relación espacio-agua incorporado a la dimensión simbólica, nos permite entender otra relación
sociedad -ritual. Ambas relaciones están imbricadas en el manejo y control del agua y la agricultura.
No es casual que en la mayoría de los asentamientos actuales de la cuenca alta del Chillón, Chancay,
Lurín, se practiquen aun ritos propiciatorios y fiestas dedicadas al agua. Si bien es cierto que estos
rituales consistentes en la memoria de los pueblos obedece a sociedades con escaso recurso de agua
o sociedades propensas a sequias cíclicas, los actos propiciatorios son un argumento de justificación
cuyas plegarias deben ser escuchados por los dioses del agua y de la tierra. En este sentido, estos pue-
blos como Huaros, Huacos, Culluhuay, San Miguel, San Buenaventura, San José, Lachaqui y Arahuay,
solo de la cuenca del Chillón, son ejemplos de esta permanencia muy arraigada de evocar los mitos
de origen de las aguas y sus pueblos. Al parecer en este límite se consagra los valores de reciprocidad
e intercambio, de la instauración del orden y principalmente la racionalidad y manejo del agua y los
399
recursos que los incas supieron integrar y conciliar en los pueblos conquistados.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 393-402

El control simbólico de las aguas cargadas de rituales y mitos de origen, explican con claridad la
circulación del agua dentro de un calendario agrario ligado a la cosmovisión altamente sofisticada
(Farfán 2002). De este modo, las evidencias materiales de estos actos aparecen en los cauces de los
canales, como son las huancas, plazas sagradas y un sinnúmero de espacios denominadas “paradas”
que es una especie de espacio ritual, a lo largo del cauce del canal y las chacras. Aquí se evocan los
mitos de los héroes civilizadores, constructores de canales, mallquis litificados, etc. Estos parajes de
ancestros con estos atributos son la sustentación material de estos actos que según la narración oral
pertenecería a épocas pretéritas, es decir a la época prehispánica. Partiendo de este principio, asocia-
mos a los sitios arqueológicos y su entorno y se explicaría la continuidad cultural de estos pueblos. Sin
embargo la ritualidad y los mitos de origen, son dos factores vigentes todavía en los pueblos actuales
de la sierra de Lima, que están ligados al agua a la ancestralidad y consecuentemente a la muerte. En
muchos casos las terrazas de cultivo son la morada de los ancestros, como en el caso de las terrazas
de Huracaure y Aynas en Huaros (Canta). Si a esto le agregamos la presencia de huancas los denomi-
nados chacrayoc o dueños de la chacra estaríamos hablando de una estructura simbólica muy com-
pleja que no solo denota un factor propiciatorio dentro del discurso mítico o ritual, sino otro factor
ordenador donde se involucra lo social lo económico y político. De ahí que tanto el rito como el mito
se convierten en medios de control ideológico capaces de articular el funcionamiento económico y
social de estos pueblos.

Discusión
La sierra central y principalmente las cabeceras de las cuencas del Huaura, Chancay, Chillón, Rímac
y Lurín conforman una esfera cultural con rasgos culturales comunes. Por lo general, arqueológica-
mente hablando, no hay una alta concentración de asentamientos para los periodos tardíos en estas
zonas, quizá por lo agreste y accidentada geomorfología. También por el patrón de asentamiento de
estas sociedades que eligieron territorios planos, lechos de antiguos cauces del rio, terrazas aluviales,

400 Figura 4. Huanca en la toma del canal de Runtu, Huaros, Canta, Foto Carlos Farfán.
Carlos Farfán / El huanca y su dimensión simbólica en la arqueología de la sierra central

etc. Sin embargo, en periodos tardíos después del siglo X d.C., el patrón de asentamiento se complica
y los pueblos eligen de manera casi homogénea vivir en las cumbres de los cerros, casi alejado de
los recursos hídricos y un sobre esfuerzo para construir sus equipamientos habitacionales y pro-
ductivas. Es aquí donde surge un cambio drástico en la cosmovisión y conceptos sobre la muerte y
lo sagrado que está relacionado a la propiciación del agua, a la fertilidad, quizá debido a que existió
un dramático cambio en el clima con sequias donde la escasez del agua era perceptible, por lo que
se configuro una estructura ritual y aparecieron los mitos de origen ligados a ancestros fundadores,
mallquis, héroes civilizadores que explicaban los orígenes. Es aquí donde encontramos el huanca un
personaje convertido en piedra (Duviols 1973) con el fin de perennizar su imagen y poder pero a la
vez equilibrar la vida cotidiana e instaurar el orden. Quizá este autor es el más entendido en este tipo
de elementos sagrados, debido al dominio de documentos relacionados a Cajatambo. Los territorios
con mayor presencia de huancas son sin duda, la sierra de Cajatambo y el sur de Ancash y trasciende
hasta Huarochiri. Tanto en el manuscrito quechua de Huarochiri (Taylor 1986), como en Hechicerías
de Cajatambo, (Duviols 1986), se menciona en forma reiterada la presencia de huancas relacionadas a
las chacras y principalmente al agua. Nosotros hemos explorado la zona de Ocros siguiendo los relatos
de la visita de Hernández Príncipe (Duviols 1986). Aquí identificamos varias huancas que están dis-
persas en las chacras, lo que corrobora lo dicho en los documentos. Aún no sabemos en qué contexto
subsisten ni como se explica su presencia. A diferencia de los Huancas del Chillón alto que si están
contextuados a canales, como las de Mirpo y Runtu en Huaros, a diferencia de Ocros que están rela-
cionadas a las chacras. En este sentido, los estudios aún no están concluidos recién estamos tratando
de explicar arqueológicamente.

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402
Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 403-436
ISSN: 0254-8062

Recibido: febrero de 2012


Aceptado: julio de 2012

EL CENTRO ADMINISTRATIVO
INCA DE TAMBO VIEJO
Dorothy Menzel
Institute of Andean Studies

Francis A. Riddell†

Lidio M. Valdez*
MacEwan University, Canada
valdezcardenasl@macewan.ca

Resumen
En este artículo presentamos los resultados de los trabajos de investigación efectuados en el centro admi-
nistrativo Inca de Tambo Viejo, el único de su carácter establecido en el valle de Acarí, en la costa sur del
Perú. Este estudio revela, entre otros, la complejidad arquitectónica del sitio, así como su inmensa dimen-
sión. A su vez, el presente estudio enseña que el sitio presenta una larga secuencia de ocupación humana
iniciada a comienzos del periodo Intermedio Temprano y que continuó hasta el periodo colonial. Este
estudio tiene como foco de análisis la ocupación Inca, la misma que es evaluada teniendo en consideración
la arquitectura de Tambo Viejo. Dicho análisis revela que Tambo Viejo fue construido siguiendo un diseño
Inca; sin embargo, la arquitectura es local y sugiere que éste fue edificado por constructores locales. Esta
observación permite sostener que la administración Inca se adaptó a los patrones constructivos locales.
Palabras clave: Estado Inca, Costa Sur del Perú, Acarí, Tambo Viejo, Arquitectura.

Abstract
In this article we present the results of the archaeological studies carried out at the Inca administrative
center of Tambo Viejo, the only facility of its character built by the Inca in the Acari Valley of the Peruvian
south coast region. This study reveals, among others, the architectural complexity of the site and its enor-
mous size. Likewise, this study demonstrates that Tambo Viejo has a long sequence of human occupation
that began early in the Early Intermediate period and continued to colonial times. In this paper we eva-
luate the Inca ocupation of the site, taking into consideration the architecture. This analysis demonstrates
that Tambo Viejo was established following an Inca plan; however, the architecture is local, suggesting
that the builders of the site were from Acari. This observation allows us to argue that the Inca administra-
tion adapted to local construction patterns.
Keywords: Inca State, South Coast of Peru, Acari, Tambo Viejo, Architecture.
403
* Correspondencias dirigir a esta dirección: valdezcardenasl@macewan.ca.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 403-436

Introducción
Al inspeccionar el camino Inca de la costa sur del Perú, en 1953 Víctor von Hagen (1955) seleccionó al
sitio de Tambo Viejo del valle de Acarí para los propósitos de llevar adelante un estudio arqueológico
y evaluar la función de este centro administrativo que efectivamente está articulado al camino real
Inca que atraviesa la costa peruana (Cieza de León 1973: 185; Hyslop 1984). El camino Inca llega desde
el valle de Nasca y es visible en la pampa ubicada al oeste de Tambo Viejo e ingresa hacia una amplia
plaza del sitio. Luego cruza por completo la referida plaza y se dirige hacia el río Acarí, para continuar
en la margen opuesta y dirigirse hacia el siguiente valle de Yauca. Un puente colgante debió existir al
lado Este de Tambo Viejo, pero que ha desaparecido en el transcurso de los años. Además del camino
Inca, el plano de un sector importante del sitio arqueológico es de origen Inca, y es el único sitio de su
carácter para todo el valle de Acarí. Estas fueron algunas de las razones que motivaron llevar adelante
los trabajos de investigación arqueológica en Tambo Viejo.
Poco tiempo después de la selección hecha por von Hagen, y en coordinación con él y John H. Rowe,
en marzo de 1954 se efectuaron los primeros trabajos de investigación arqueológica en Tambo Viejo
(Valdez 2009a: 256). El objetivo central de dicha investigación fue, primero, trazar la antigua historia de
ocupación del sitio y, segundo, situar Tambo Viejo en el contexto Inca. Para su efecto, el procedimiento
a seguir fue diverso, la misma que incluyó la preparación del indispensable plano del sitio arqueológico,
hacer una descripción lo más detallado posible de la arquitectura del sitio, efectuar algunas excavacio-
nes de prueba y analizar la cerámica. Al mismo tiempo, y con la finalidad de situar Tambo Viejo en el
contexto local, durante el curso de los trabajos en el sitio, se hizo el esfuerzo de recorrer una sección
del valle de Acarí para registrar otros sitios arqueológicos. Este procedimiento permitió registrar varios
sitios vecinos a Tambo Viejo y recuperar de cada sitio registrado muestras diagnosticas de cerámica, úti-
les para establecer la secuencia de ocupación humana del valle de Acarí (Menzel y Riddell 1986). Desde
entonces, varios trabajos han sido efectuados en Tambo Viejo (Kent y Kowta 1994; Valdez 1996) y el valle
de Acarí en general, y es el conjunto de toda esta información que ayuda a explicar mejor la situación del
sitio y por extensión del valle de Acarí al tiempo de la ocupación Inca.
Durante el curso de los trabajos se hizo evidente que el sitio fue objeto de una sistemática des-
trucción. Primero, en 1954 a diario entraron al complejo arqueológico de Tambo Viejo camiones para
transportar las piedras que fueron sistemáticamente removidos de las antiguas estructuras. Con esto,
no sólo estructuras completas desaparecieron, sino también los camiones abrieron brechas en todas
las direcciones, obscureciendo en el proceso el plano original de las estructuras. Segundo, desde me-
diados de 1980 Tambo Viejo es objeto de una planeada destrucción, esta vez como resultado del esta-
blecimiento de nuevas construcciones especialmente en su sector norte. Este último es consecuencia
de la rápida y descontrolada expansión del poblado de Acarí (Valdez 1996). De este modo, una gran
extensión del sitio arqueológico ha sido totalmente destruida. Por ejemplo, dos de los tres muros
observadas en 1954 al lado oeste del sitio han sido del todo destruidos, mientras que sólo quedan
pequeñas secciones del tercero. Del mismo modo, varias estructuras del lado norte del sitio han sido
del todo borradas como resultado de las nuevas construcciones. Así queda claro que si las autoridades
responsables de la protección de los monumentos arqueológicos no toman las necesarias medidas que
garanticen la integridad del sitio, existe la alarmante posibilidad que Tambo Viejo desaparezca por
completo entre una o dos décadas. De ocurrir esto, sería una pérdida irreparable, especialmente si se
tiene en consideración que se conoce muy poco del sitio.
En este trabajo, primero discutimos la ubicación de Tambo Viejo en el valle de Acarí y luego ex-
ponemos los trabajos efectuados en el sitio. En la tercera sección presentamos la descripción de los
varios sectores de Tambo Viejo. En la cuarta sección se describen las dos excavaciones de prueba. En
la quinta sección se discute la situación del valle de Acarí al momento de la llegada Inca y durante el
tiempo de existencia de Tambo Viejo. En seguida se evalúa la relación de Tambo Viejo con otros sitios
404
Inca, especialmente con aquellos establecidos en la costa sur. Se debe anotar que esta comparación
Dorothy Menzel, Francis A. Riddell y Lidio Valdez / El centro administrativo Inca de Tambo Viejo

es a nivel arquitectónico. Finalmente, se incluye una breve discusión de los hallazgos más sobresa-
lientes. Esta sección es breve, pero será eventualmente complementada y ampliada al discutirse la
cerámica de Tambo Viejo, que por razones de extensión no es incluido en este trabajo. Anticipamos
que el tratado detallado de la cerámica aparecerá en un número próximo de esta revista.

La ubicación del centro Inca de Tambo Viejo


El siguiente valle al sur de Nasca es Acarí, formado por el río del mismo nombre (Fig. 1). Estos dos va-
lles están separados por una pampa desértica que cubre aproximadamente 100 km. El Río Acarí nace
en las cercanías de Lucanas y Puquio, desde donde recorre en una dirección norte - sur. En gran parte
de su tramo, el río recorre entre montañas de formación rocosa, hecho que hace que el valle sea an-
gosto. Sólo en sus últimos 25 km de recorrido, éste cruza la pampa desértica, pero incluso ahí en lugar
de irrigar un área más extensa hace un corte profundo y desemboca en el océano (Valdez 2009b: 408).
Como resultado, el valle no sólo es angosto, sino también con limitadas áreas irrigables y de impor-
tancia agrícola. Además, una mayor extensión de los suelos agrícolamente importantes se encuentra
a lo largo de los últimos 25 km de recorrido del río; y no sorprende que ésta sea la sección de mayor
importancia agrícola de todo el valle. Como se discute más adelante, Tambo Viejo fue edificado en la
parte intermedia de la sección agrícolamente más fértil del valle.
No obstante las limitaciones agrícolas arriba anotadas, el valle de Acarí está repleto de sitios
arqueológicos, muchos de los cuales muy accesibles (Rowe 1956: 137), y que en general representan
una ocupación continua que abarca desde el Periodo Inicial (circa 800 a. C.) hasta el presente (Valdez
2000a). La evidencia más temprana está representada por el sitio de Hacha (Rowe 1963; Riddell y
Valdez 1987; Robinson 1994). A su vez, es de mucho interés observar que el material cultural recu-
perado de la superficie de los varios sitios arqueológicos del valle indica que por aproximadamente
2000 años, los residentes del valle de Acarí mantuvieron una continua conexión con sus vecinos de los
valles de Nasca e Ica. Por lo tanto, existen evidencias concretas que señalan que Acarí constituyó el
valle más sureño que participó activamente en la antigua historia de la costa sur. En contraste, el valle
de Yauca, ubicado inmediatamente al sur de Acarí, es periférico y la evidencia material es distinta al
encontrado en Acarí.
Tambo Viejo se encuentra aproximadamente a 20 km del mar e inmediatamente al sur del actual
poblado de Acarí. El lugar donde el sitio fue establecido ofrece características únicas como, por ejem-
plo, éste se encuentra adyacente a la sección más amplia y fértil del valle. Este también es el punto
donde las pendientes occidentales de los cerros llegan a su fin al lado oeste del sitio y abren paso a la
formación de la pampa desértica. Al lado opuesto, los cerros continúan por algunos kilómetros más,
pero que también desaparecen a una distancia intermedia entre Tambo Viejo y el mar. De este modo,
Tambo Viejo no está en una sección cerrada y angosta del valle. Por último, el sitio fue construido
sobre una amplia terraza de formación aluvial que tiene una elevación promedio de 25 m aproxima-
damente, elevación ésta que permite mantener una visibilidad sobre una buena extensión del valle.
Así, Tambo Viejo estaba próximo a los campos de cultivo, pero sin ocupar terrenos que podrían ser
utilizados para fines agrícolas.
Dada estas características, no parece ser una simple coincidencia que el Estado Inca optara por
seleccionar este lugar para edificar su único establecimiento en este valle. La baja altura de los cerros
precisamente al oeste de Tambo Viejo hizo de este lugar un punto conveniente para el camino Inca
que cruza desde Nasca, donde se encuentra el sitio Inca de Paredones (Cieza de León 1973: 185; Morris
y Von Hagen 2011: 148-149), hacia el valle de Acarí. De esta manera, el camino no está del todo alejado
de los cerros, como tampoco se pierde en medio del desierto. Es preciso anotar que a lo largo de la
costa sur se ha notado que el lugar preferido para la construcción de los caminos por el Estado Inca
405
fue precisamente el punto de fusión entre los cerros y la pampa del desierto.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 403-436

Figura 1. Mapa de ubicación del valle de Acarí y Tambo Viejo.

Importante es anotar que la costa sur del Perú entró en contacto con el naciente estado Inca en
tiempos de Pachakuti, quien siguiendo la victoria cusqueña sobre los Chankas (Sarmiento de Gamboa
1999: 115-119) envió como emisario a su hermano Kapaq Yupanki a visitar a los valles costeños.
Algunos detalles de este primer contacto quedaron preservados en Chincha (Cieza de León 1973: 183;
Rowe 1945: 270), la misma que probablemente tomó lugar alrededor del año 1440 (Menzel 1959: 126).
406
Este contacto inicial no significó en la conquista Inca de la costa sur; más bien, la conquista propia-
Dorothy Menzel, Francis A. Riddell y Lidio Valdez / El centro administrativo Inca de Tambo Viejo

mente dicha, recién se dio en tiempos de Tupaq Yupanki, padre de Wayna Kapaq, quien logró con-
vertir a las poblaciones de la costa sur en súbditos del estado Inca. No obstante algunas discrepancias
(ver D’Altroy 2002: 69), varias fuentes señalan, que al igual que Chincha, los pobladores de los valles
de Ica, Nasca y Acarí aceptaron una incorporación pacífica al Tawantinsuyo (Menzel 1959: 126). Esta
incorporación final debió haber tomado lugar aproximadamente en 1476.
Considerando la incorporación pacífica de la región al control Inca, las poblaciones de la costa sur
en general, incluido Acarí, no fueron satisfactoriamente asimilados al modelo Inca (Rowe 1956: 148).
Por lo tanto, a lo largo de la costa sur, los sitios de habitación del periodo Inca poseen poca o ninguna
evidencia de la influencia Inca (Menzel 1959: 128). Además, es importante recordar que la ocupación
Inca tuvo una duración muy corta en la costa sur, en tanto que en 1534 Francisco Pizarro mandó a
establecer un asentamiento español en Zangalla ubicado en el valle de Pisco. Con posterioridad este
lugar fue conocido como Lima la Vieja (Menzel 1976; Hyslop 1984: 111; Morris y von Hagen 2011: 144).
Con la presencia de los españoles, la población indígena de la región fue convertida parte de las en-
comiendas de los residentes europeos establecidos en Lima la Vieja. Esta fue otra razón por la cual la
ocupación Inca no dejó tan marcada su presencia en esta región.

Investigaciones arqueológicas en Tambo Viejo


En 1954 Tambo Viejo se extendía 1,5 km de norte a sur y 0,5 km de este a oeste (Fig. 2). Dicha extensión
hacia de Tambo Viejo en el sitio más extenso de todo el valle y en uno de los más grandes de toda la
costa sur (Menzel y Riddell 1986). Tal como se anotó líneas adelante, la proximidad de Tambo Viejo al
actual poblado de Acarí ha resultado en un problema bastante serio que pone en peligro la misma in-
tegridad física del sitio arqueológico. En particular, durante las últimas décadas el poblado ha crecido
considerablemente, afectando directamente al monumento arqueológico. La destrucción ya obser-
vada en 1954 continuó en las siguientes décadas (Valdez 1996: 40) y resultó en la destrucción de una
porción considerable del sitio, especialmente en sus lados norte, oeste, y sur-oeste. Muros antiguos
son a menudo derrumbados para extraer tanto piedras como adobes que vuelven a ser reutilizadas
en las nuevas construcciones que vienen siendo levantadas en el sitio. Las piedras son retiradas en
camiones, las mismas que al ingresar al complejo abren trochas que eventualmente se convierten en
caminos que cruzan el sitio en diferentes direcciones; sumado todo este deterioro, no sólo se hace
difícil percibir el plano original de Tambo Viejo, sino también la extensión original del sitio ha sido
reducida considerablemente.
Dada la extensión del sitio y el desorden creado por la destrucción, el primer paso necesario du-
rante el proceso de las investigaciones arqueológicas en Tambo Viejo fue elaborar el plano general
del sitio. Un plano tenía el potencial de ayudar a definir el ordenamiento de las estructuras. Al mismo
tiempo, el plano y una descripción detallada de las estructuras presentes podía ayudar a percibir
tanto las semejanzas, como las diferencias de las varias estructuras. Dicho sea de paso, este plano ela-
borado en 1954 constituye la única fuente que revela la complejidad del sitio arqueológico de Tambo
Viejo, sobre todo su gran extensión. Desde entonces, el sitio ha sufrido una tremenda transformación,
que desafortunadamente continúa.
El plano y la inspección detallada de las estructuras presentes en las varias secciones del sitio,
permitieron determinar que el conjunto arqueológico de Tambo Viejo consiste de diferentes unida-
des arquitectónicas. Entre estas destaca un primer sector identificado como área A y que presenta las
estructuras mejor preservadas de todo el sitio. El área A se encuentra al extremo sur-este del conjunto
arqueológico; en su extremo norte, el área A dispone de un amplio espacio vacío identificado como
plaza 1. Una segunda plaza, la plaza 2, aparece en la parte media de las estructuras del lado sur. Este
fue el lugar donde el centro administrativo Inca había sido establecido y constituye el área de mayor
407
importancia de la ocupación Inca.
408
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 403-436

Figura 2. Plano de Tambo Viejo indicando las varias subdivisiones (áreas).


Dorothy Menzel, Francis A. Riddell y Lidio Valdez / El centro administrativo Inca de Tambo Viejo

Un segundo sector identificado como área B se ubica inmediatamente al oeste de área A, pero
separado del primero por un muro que se extiende de norte a sur. Las estructuras de esta área son
menos elaboradas que las del anterior, aunque parecen estar relacionados al anterior. Al lado norte
de área B aparece un amplio espacio vacío identificado como plaza 3 y que es cortado de este a oeste
por el camino Inca que ingresa al sitio proveniente del valle de Nasca. Un tercer sector identificado
como área C aparece inmediatamente al norte y oeste de la plaza 3. Esta nueva área está asociada a
extensos muros perimétricos establecidos al lado oeste del sitio y, tal como se menciona en mayor
detalle líneas más adelante, constituye la evidencia de ocupación más antigua del sitio (Valdez 2012).
Inmediatamente al norte de área A y al este de área C se definió el cuarto sector identificado como
área D. Las estructuras de área D son generalmente de pirca. La cerámica recuperada de la superficie
de dicha área indica que ésta mantiene relación con el área A. Finalmente, en el extremo norte del
sitio se identificó el área E. Esta dispone de estructuras de pirca y plataformas elevadas, asociadas a
espacios vacíos, posiblemente plazas, desafortunadamente todas ya destruidas. En adición a estas
cinco áreas, también se logró identificar un cementerio al extremo sur-oeste del sitio. La superficie
general del sitio está cubierta de manera homogénea de cantos rodados que, originalmente, formaron
parte de las estructuras, actualmente ya derrumbadas.
En seguida se procedió a determinar qué áreas del sitio eran contemporáneas y cuáles fueron
establecidos con anterioridad, por ejemplo, a la llegada Inca. Por lo tanto, paralelo al mapeo del sitio
se procedió a recuperar muestras de cerámica diagnóstica por separado para cada área. Este proce-
dimiento permitió determinar, primero, que el área A pertenece al periodo Inca. Segundo, algunas
áreas y unidades domésticas cuyas paredes estaban aún mejor conservadas pero que están fuera del
área A (como son las áreas B, D, E) también pertenecen al periodo Inca, pues todas están asociadas a
cerámica Inca en sus variaciones locales. Entretanto, una extensa porción del sitio (área C), con es-
tructuras más deterioradas y como resultado difíciles de determinar su plan original, no presentan
material Inca; en su lugar aparece una variedad de cerámica perteneciente al periodo Intermedio
Temprano, identificado inicialmente por Rowe (1963: 11) como la ‘tradición local.’ Junto a dicho es-
tilo local, hoy identificado como la tradición Huarato (Valdez 1998, 2009c), también ocurren algunos
ejemplares de alfarería Nasca temprano (Valdez 2000b: Figura 2).
A su vez existen dos secciones de Tambo Viejo que no pertenecen ni al periodo Inca como tam-
poco al periodo Intermedio Temprano. El primero es un cementerio ubicado al lado sur-oeste del
conjunto arqueológico y está relativamente separado del resto de los sectores con evidencias arqui-
tectónicas. El segundo también es un pequeño cementerio establecido al extremo sur-este del área de
habitación perteneciente al periodo Intermedio Temprano. Ambos cementerios tienen filiación con
Wari, además de elementos derivados de Nasca tardío (Kent y Kowta 1994). De este modo, el conjunto
arqueológico de Tambo Viejo presenta varias ocupaciones que en total representan aproximadamen-
te 2000 años de ocupación.
Lo que se desprende de este esbozo bastante breve es que al momento de su llegada a Tambo
Viejo, los oficiales Inca encontraron evidencias de un antiguo asentamiento. Pero, y al igual que los
antiguos ocupantes del sitio, los Inca no tardaron en seleccionar este lugar para establecer su prin-
cipal asentamiento, posiblemente por las diversas ventajas de orden estratégico que ofrece el lugar.
Tal como se anotó, esta incluye su proximidad a los campos de cultivo y la amplia visibilidad sobre
una extensa zona cultivable. Lo notable es que el Estado Inca prefirió establecer su principal estable-
cimiento (área A) a un lado (sur-este) de las construcciones pertenecientes a la ocupación del periodo
Intermedio Temprano. Una posibilidad para tal decisión parece haber sido evitar remover todo el es-
combro de las viejas estructuras ya destruidas. Desde luego, es posible que los Inca hayan re-utilizado
el material de las viejas construcciones, proceso en el cual tal vez también contribuyeron en la des-
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trucción de las estructuras que encontraron a su llegada.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 403-436

Las Estructuras De Tambo Viejo


Una vez definido la secuencia de la antigua ocupación humana de Tambo Viejo y considerando que el
objetivo central de los trabajos en el sitio fue analizar su función dentro del esquema del Tawantinsuyo,
quedaban importantes interrogantes que responder. Por ejemplo, era oportuno determinar qué en-
contraron los Inca al momento de su llegada al valle de Acarí. Para el caso específico del área A tam-
bién fue preciso responder si fueron los Inca los directos responsables de la edificación de las varias
estructuras allí presentes, o sólo hicieron las necesarias modificaciones y adiciones a un patrón ya
establecido. Del mismo modo, fue de vital importancia determinar quiénes estaban en el valle al mo-
mento de la llegada de los Inca, cómo se diferenciaron ellos de los Inca, y qué cambios introdujeron
los Inca a dicha población local. Y, por último, fue primordial saber si los Inca se acomodaron a los
patrones locales, incorporando tal vez algunos elementos locales a su sistema en el mismo valle de
Acarí y otras regiones fuera de Acarí.
Para ganar una mejor perspectiva de lo que fue Tambo Viejo durante la presencia Inca en el va-
lle, se preparó un plano más detallado del área A, el sector administrativo Inca (Fig. 3). El plano, en
combinación con los ejemplares de cerámica recuperados de la superficie, corrobora el origen Inca
de las construcciones. La arquitectura en si es de pirca y constituye una evidencia muy pobre para
determinar si estas con efectivamente construcciones del periodo Inca. Sin embargo, el diseño es en
definitiva de origen Inca y es comparable a cualquier asentamiento Inca de la costa sur, especialmen-
te con el del valle de Ingenio. De esta manera, la única interrogante pendiente a responder fue si los
Incas encontraron estructuras locales que habrían sido destruidas para levantar las nuevas, o si las
estructuras de las afueras del área central (como área D) eran de origen local. En la siguiente sección,
se presenta una descripción más detallada de las construcciones identificadas como pertenecientes
al periodo Inca.

El centro administrativo
El área A (Fig. 2), el más importante de Tambo Viejo, cubre en total un espacio de 360 m de norte a sur
y 150 metros de este a oeste (Fig. 3). Las estructuras llegan por los lados sur y este hasta el escarpado,
y todas están orientadas hacia el norte, donde se encuentra una amplia plaza (plaza 1) rectangular.
El plano general de esta área es rectangular, pero modificado y adaptado al contorno natural del es-
carpado, en sus lados sur y este, respectivamente. El escarpado tiene una caída de 25 metros, aproxi-
madamente, pero con una superficie plana. Demarcando el lado oeste aparece un muro largo que
mantiene una orientación de norte a sur y sirve como límite de este sector. El coro de las estructuras
del área A está constituido de cuartos de diversos tamaños, recintos y una pequeña plaza (plaza 2) que
ocupa la sección central.
Una descripción más detallada del área A es complicado debido a la destrucción y la presencia
de derrumbes de los muros caídos. La dificultad es todavía mayor al momento de definir los accesos
de los diversos ambientes, precisamente porque las estructuras han sufrido derrumbes. Esta es una
de las razones por las que sólo pocos accesos son ilustrados en la figura 3. Puesto que los muros han
caído, también es difícil determinar la altura original de las construcciones. Tampoco tenemos una
idea clara acerca del techo, aunque existe la posibilidad que fue de material perecedero. Batanes y sus
respectivas partes activas ocurren sólo esporádicamente en este lugar, excepto la presencia de algu-
nos cerca al horno, que es de origen colonial. Como se verá más adelante, este último es una buena
evidencia de la reocupación de este sector durante el periodo colonial.
Además, en el área A fue difícil determinar la presencia de estructuras identificables como kancha
(Rowe 1946: 223). Por lo menos en base al plano elaborado, es difícil afirmar que estructuras identi-
ficables como kancha hayan existido. Por el momento, y hasta que excavaciones sistemáticas se efec-
410
túen, queda también incierta la posible función de las varias construcciones allí presentes, aunque
Dorothy Menzel, Francis A. Riddell y Lidio Valdez / El centro administrativo Inca de Tambo Viejo

Figura 3. Plano del centro administrativo Inca de Tambo Viejo (área A).

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Arqueología y Sociedad 24, 2012: 403-436

queda abierta la posibilidad que estas cumplieron una función distinta a los lugares de residencia
ordinaria. Finalmente, los característicos nichos Inca no han sido identificados en el sitio, no obstante
que algunas estructuras son lo suficientemente altos.
La plaza 1, y las estructuras a las que está asociada, está separada de las estructuras del lado sur
por una amplia calle de 5 m de ancho, la misma que cruza toda la sección en una dirección de este
a oeste. De este modo, la calle divide el sector en dos partes. La plaza 1 mide 160 m x 110 m. Su lado
norte está delimitado por un muro bajo que mantiene una orientación este - oeste, pero que no se
extiende a lo largo de la plaza. La plaza es de superficie irregular, pero libre de piedras. A su lado este
aparece una plataforma alargada de 5 m de altura (Fig 4), la misma que en su lado exterior dispone de
tres muros de retención hechos de pirca que dan hacia el río. Los muros de retención tienen un largo
de 80 m (Fig 5). Al lado sur de la plataforma y manteniendo una orientación hacia la plaza se observa
un cuarto hundido, pero que cuyo piso mantiene el mismo nivel que la superficie de la plaza. El cuarto
mide 10 m por 6 m de dimensión y tiene un acceso directo hacia la plaza 1.
Al lado sur de la plaza 1 aparece una plataforma baja de 10 m de ancho y mantiene una orienta-
ción de este a oeste. La cara sur de la plataforma, actualmente ya deteriorado, forma el límite este de
la calle arriba mencionada. Este muro posiblemente alcanzó por lo menos 1 m de altura. Entretanto,
inmediatamente al lado oeste de la plaza 1 aparece una estructura larga y de forma trapezoidal que
mantiene una orientación de norte a sur. La estructura dispone de tres divisiones mayores y dos
estructuras elevadas, cuyos muros alcanzan hasta 3 m de altura. Esta estructura fue construida de
adobes y piedra, y como se discute más adelante ésta constituye una estructura colonial.
Si uno se detiene en la parte superior de la plataforma del lado este de la plaza 1 y observa 5º Sur
del oeste, se llega a percibir el camino Inca que ingresa del lado oeste, en línea directa, en dirección a
la plaza 1 de Tambo Viejo. Para ser más precisos, el camino llega justo al ingreso del cuarto hundido de

412 Figura 4. Plataforma del lado este de la Plaza 1.


Dorothy Menzel, Francis A. Riddell y Lidio Valdez / El centro administrativo Inca de Tambo Viejo

Figura 5. Muros de contención del lado este de la Plataforma del lado este de la Plaza 1.

la plataforma y sugiere que el camino parece que estaba diseñado para ingresar a dicho recinto. Con
el transcurso de los años, el camino se ha hecho poco visible, especialmente cuando uno se encuentra
sobre el mismo camino. Sin embargo, a la distancia, el camino es todavía observable. Medidas toma-
das en varios puntos indican que el ancho del camino fue aproximadamente de 8 m. Importante es
anotar que la única estructura que obstaculiza el camino cuando este ingresa a la plaza 1 es la porción
sur de la estructura trapezoidal ubicada inmediatamente al lado oeste de la plaza 1. Esto sugiere que
dicha estructura fue establecida con posterioridad, es decir durante el periodo colonial.
A su vez existe un segundo camino que parte desde la plaza 1 en dirección norte y tiene un ancho
que oscila entre 5 y 6 m. Inmediatamente al norte de la plaza 1, el camino delimita físicamente la sec-
ción con ocupación Inca de la sección con ocupación perteneciente al periodo Intermedio Temprano
(área C). Desafortunadamente, no se logró determinar la dirección total del camino, debido a la pre-
sencia del centro poblado de Acarí. Por cuanto, sitios como Lucasi y Otapara, ambos contemporáneos
a Sahuacarí y el mismo Tambo Viejo, están ubicados en la sección superior del valle, existe la posi-
bilidad que dichos asentamientos estaban conectados con Tambo Viejo. Por lo tanto, el camino en
mención debió haber continuado a la parte alta del valle. Es también importante anotar que en 1954
las comunidades de la sierra inmediata al valle de Acarí aún descendían hasta Acarí transportando sus
productos en caravanas de llamas (Fig 6) para el intercambio con productos del valle. De este modo,
puede haber poca duda que este segundo camino llegó más allá de los límites de Tambo Viejo.
Las estructuras del centro principal de Tambo Viejo fueron construidas por lo general en base a
413
cantos rodados y adobes, aunque los primeros fueron por excelencia los materiales de construcción
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 403-436

Figura 6. Caravana de llamas pasando por las inmediaciones de Tambo Viejo en marzo de 1954.

de preferencia por su abundancia en las proximidades del sitio. Los cantos rodados fueron sentados
sobre argamasa y finalmente las paredes habían sido cubiertas con un enlucido también de barro. Este
tipo de construcción es identificado como pirca. Mientras algunas estructuras fueron hechas exclu-
sivamente de cantos rodados, en otras es observable que tanto cantos rodados como adobes fueron
combinados (Fig 7). Los muros de las estructuras tienen un ancho de 50 cm y fueron levantadas de
dos alineamientos de cantos rodados y/o adobes. Tal vez indicando una función distinta, los muros de
algunas estructuras son poco más anchos.
Estructuras de adobes existen, pero son pocas. Por alguna razón, hay una mayor presencia de
estructuras de adobes en el lado sur del área A y las estructuras del periodo colonial. Los adobes
de Tambo Viejo son del mismo tipo que los adobes utilizados en otros sitios Inca de la costa, como
Paredones, Ingenio, Tacaraca (Morris y von Hagen 2011: 148), Tambo Colorado (Gasparini y Magolies
1980: 124) y el mismo Pachacámac. Estos adobes son anchos y planos, relativamente largos y como
tales bastante pesados (Fig 8). Sin embargo, no todos los adobes son del mismo tamaño; más bien,
existe una variación, especialmente en cuanto al largo se refiere. Los muros hechos de adobe también
utilizaron el barro. A diferencia de las pircas, una menor proporción de barro se había utilizado en
los muros de adobe, esto debido a la superficie plana de los adobes. Los muros de adobe fueron igual-
mente enlucidos con una capa de barro. Oportuno es anotar que evidencias de pintura, y contrario
a Tambo Colorado (Protzen 2006; Morris y von Hagen 2011: 142), no existen en Tambo Viejo. Una
excepción es la estructura trapezoidal del lado oeste de la plaza 1 que como ya se anotó pertenece al
periodo colonial.
Finalmente, en la sección sur-este del área principal de Tambo Viejo se detectó la presencia de
un muro de tapia. Esta es la única evidencia del uso de tapia en todo Tambo Viejo. Si existen otras
construcciones similares solo será posible determinar con futuros trabajos de excavación, pues existe
414
la posibilidad que otros muros de tapia tal vez estén bajo los escombros de los muros derrumbados.
Dorothy Menzel, Francis A. Riddell y Lidio Valdez / El centro administrativo Inca de Tambo Viejo

Figura 7. Estructura del área A de Tambo Viejo construido de cantos rodados y adobes.

Figura 8. Adobe utilizado en las construcciones del área A de Tambo Viejo.


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Arqueología y Sociedad 24, 2012: 403-436

Las estructuras residenciales Inca


Fuera de los límites del área principal de Tambo Viejo arriba descrito aparecen pequeñas unidades
de construcción, recintos, y plataformas también establecidas por los Inca y que cumplieron diversas
funciones. Algunas de éstas constituyeron las áreas de habitación. En total se ha podido identificar 4
áreas de habitación. El primero (área B) se encuentra al lado oeste del área A y es la más pequeña de
todas. Una segunda (área D) se encuentra precisamente al norte de la plaza 1 y al lado este del área C
(Fig 9). Esta es la más extensa y está conectada a la plaza 1 mediante un camino que sale de la plaza en
dirección norte. Un tercer lugar con estructuras residenciales aparece ocupando la sección sur-este
del área C. Esta es bastante pequeña y posiblemente representa una de las últimas construcciones
Inca previa a la llegada de los españoles. Finalmente, estructuras residenciales establecidas en tiem-
pos Inca se encuentran en la sección norte del sitio (área E), precisamente al norte del área C. Allí es
también observable la presencia de plazas, corrales, plataformas, así como los depósitos. De todas las
áreas residenciales, aquella ubicada al norte de la plaza 1 (área D) es la más extensa y posiblemente
también la más importante. Tal vez indicando dicha particularidad, área D también dispone de una
plaza en su sección norte (plaza 4, Figura 2).
La identificación de estas áreas como pertenecientes al periodo Inca está basada en la presencia
de cerámica del mismo estilo que en el área principal Inca de Tambo Viejo (área A). La única diferen-
cia es que la mayoría de la cerámica no es decorada. Además, las varias estructuras en dichas áreas
habían sido construidas en partes y sin seguir un plano previamente elaborado. Como resultado, la
configuración de las varias estructuras es irregular y de este modo son fácilmente diferenciables de

416 Figura 9. Estructuras del área D de Tambo Viejo.


Dorothy Menzel, Francis A. Riddell y Lidio Valdez / El centro administrativo Inca de Tambo Viejo

las estructuras del área A, contrariamente edificadas en bloque. Junto a la alfarería Inca, ocasional-
mente también ocurre la cerámica colonial, especialmente una de engobe crema.
Para ganar una mejor perspectiva de las estructuras residenciales, se llegó a elaborar planos de
secciones específicas. En primer lugar, dicho plano (Fig 10) demuestra la irregularidad de las estruc-
turas. En segundo lugar, el plano revela un patrón básico, la misma que consiste de pequeños cuartos
asociados a un patio. En general, ésta organización corresponde perfectamente con el patrón Inca
bastante conocido como kancha (Gasparini y Margolies 1980: 181).
Para ilustrar mejor a las estructuras residenciales, se prestó atención particular a un recinto del
lado sur de área C que dispone de un patio (o kancha) algo cuadrado (Fig 10). En su extremo sur-este
aparece un cuarto pequeño, pero elevado. Al lado oeste de dicho cuarto aparece otro ambiente, de
forma rectangular, que está dividido por un alineamiento de piedras. La sud-división del lado sur está
asociada a una estructura semi-circular hecha de piedra, construida exactamente en la esquina sur-
oeste, que tal vez haya funcionado a modo de depósito; la otra mitad de esta estructura tenía el piso
casi limpio y dispone de un acceso en su lado nor-oeste.
Todo el recinto había sido construido por lo general de pirca, siguiendo los mismos patrones de
construcción observados en el centro principal de Tambo Viejo. En ningún caso se pudo observar mu-
ros más altos que un metro; en base a las piedras caídas observadas en las inmediaciones de los muros
se puede estimar que éstos no fueron tan altos. En general, el recinto no parece haber sido substan-
cialmente disturbado y como tal es un buen indicador de cómo eran las estructuras habitacionales de
Tambo Viejo. De todos, destaca el cuarto elevado que estaba a un metro por encima del piso del resto
del recinto, pero sus muros estaban del todo caídos. La ocurrencia de este cuarto elevado es un patrón
que se repite en el resto de las estructuras residenciales Inca de Tambo Viejo, la misma que también
fue observada en Chala. En base a la observación hecha por Gasparini y Margolies (1980: 133), más su
ocurrencia repetida en Tambo Viejo, es posible que los cuartos elevados fueron los lugares donde sus
habitantes durmieron.
Paralelo al muro este del recinto, en la parte exterior, se hallaron hoyos cuadrangulares de un
metro de diámetro y un metro de profundidad. Los hoyos tienen una pared de pirca y posiblemente
fueron estructuras destinadas para depositar productos. Entretanto, un batán aparece en la esquina
noreste del patio, mientras que otro batán fue observado detrás del cuarto elevado. Es de destacar que
tanto las estructuras cuadrangulares con pared de pirca, como los batanes (Fig 11), siempre aparecen
asociadas a estructuras habitacionales; en particular, los batanes ocurren en todos los patios e indica
que fueron elementos primordiales de las estructuras que cumplieron una función doméstica. En
efecto, Cobo (1956[1653]: 243; Rowe 1946: 221) es bastante específico al anotar acerca de la importan-
cia de los batanes.
Si se hace una comparación de este recinto con otro del área D (Fig 12), se puede percibir mejor el
patrón desorganizado del área D. Como en el caso anterior, los muros también están derrumbados y en
algunos casos sólo es posible observar sus cimientos. En consecuencia, se hace difícil determinar no sólo
los accesos de las estructuras, sino también la asociación de cuartos con patios específicos. No obstante
dicha dificultad, una atención a la esquina de los muros permitió determinar que los varios recintos que
conforman las áreas habitacionales fueron construidas independientemente (Fig 13); fue el conjunto de
tales construcciones que creó todo un laberinto que precisamente es el área D. Sin embargo, resalta la
ocurrencia repetida de cuartos elevados, depósitos y batanes en todo el sitio. Así como todavía ocurre
en las viviendas rurales de la sierra central del Perú, parece que fue una norma disponer por lo menos
de un batán en cada recinto. Su ausencia en algunos casos, por lo tanto, debe obedecer a que al parecer
fueron posteriormente retirados para ser reutilizados en algún otro lugar. La aparente poca ocurrencia
de la parte activa de los batanes posiblemente también obedece al mismo hecho.
A diferencia del área principal Inca de Tambo Viejo, los adobes fueron utilizados solo ocasional-
417
mente en la edificación de las estructuras residenciales. El principal material de construcción fueron
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Figura 10. Plano de un sector habitacional Inca del área C.


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Dorothy Menzel, Francis A. Riddell y Lidio Valdez / El centro administrativo Inca de Tambo Viejo

Figura 11. Batán asociado a uno de los patios del área C.

los cantos rodados y los muros fueron revestidos con un enlucido de barro. A su vez, la ausencia de
postes en asociación a los muros no permite sugerir que parte de las construcciones de Tambo Viejo
hayan sido de quincha. En efecto, en otros sitios contemporáneos a Tambo Viejo, como Otapara y
Sahuacarí, tampoco se ha observado la presencia de estructuras de quincha. Por ejemplo, todas las es-
tructuras de Sahuacarí fueron hechas de pirca. Algo similar parece que se dio en Tambo Viejo, aunque
es difícil negar el uso de la quincha en su totalidad sin antes llevar adelante trabajos sistemáticos.
Considerando que el área D de Tambo Viejo es la más extensa y compuesta por una mayor canti-
dad de estructuras, existe la posibilidad que éste fue la sección principal de habitación Inca. Tal como
se anotó líneas adelante, esta sección dispone de una amplia plaza y está asociada a un camino que lo
conecta con el área principal de Tambo Viejo. Al lado de área D, el resto de las áreas habitacionales
probablemente constituyen suburbios, establecidos con posterioridad, tal vez cuando el área D llegó
a ser colmado en su integridad.

Los depósitos de Tambo Viejo


El área E de Tambo Viejo presenta también sus propias problemas. Aquí existen recintos similares
a los previamente mencionados, aunque por lo general son distintos. En total, hay 4 grupos de
estructuras en esta área. El segundo del norte está compuesto de corrales, pero que cuyos muros
habían caído en su gran mayoría. La superficie de los corrales aparece limpia, haciendo difícil de-
terminar la exacta función de tales estructuras. Fragmentos de cerámica ocurren y son del mismo
tipo que las encontradas en el área principal Inca de Tambo Viejo. La única diferencia es que la
mayoría no son decoradas o diagnósticas. Todo esto confirma que estas estructuras son de tiempos
419
Inca. Desafortunadamente, todas estas estructuras han sido del todo destruidas; en la actualidad en
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 403-436

420 Figura 12. Plano de un sector habitacional Inca del área D.


Dorothy Menzel, Francis A. Riddell y Lidio Valdez / El centro administrativo Inca de Tambo Viejo

Figura 13. Estructuras residenciales del área D.


esta área aparecen numerosas estructuras contemporáneas, incluido las instalaciones de un centro
educativo secundario.
En su configuración general, el área E, especialmente con sus recintos de muros bajos y pi-
sos planos, guarda mucho parecido con el sitio de Chala Viejo, de la quebrada de Chala, que fue
establecido a inicios del periodo colonial. Los materiales de superficie también permiten afirmar
que su ocupación es predominantemente colonial. Sin embargo, Chala Viejo y Tambo Viejo no son
idénticos, no obstante que ambos disponen de estructuras similares. Además, para ambos sitios se
ha notada el uso limitado de los adobes. Las semejanzas y las diferencias entre ambos sitios abre la
interrogante que si las estructuras de Chala Viejo son en su totalidad del periodo colonial o que, por
lo menos algunas, ya existían durante el periodo Inca. Considerando que el área E de Tambo Viejo
guarda mucho parecido con Chala Viejo y que el área E es también diferente del resto de las estruc-
turas Inca del mismo Tambo Viejo en general, es posible que por lo menos una mitad de las estruc-
turas de la sección norte de Tambo Viejo hayan sido establecidos durante el periodo colonial.
Sin embargo, entre las varias estructuras de dicho sector resalta la presencia de los depósitos Inca
(Valdez 1996). Siguiendo la expansión del poblado de Acarí a la sección norte de Tambo Viejo, en 1990
se efectuó un trabajo de rescate, especialmente de las estructuras identificadas inicialmente como los
depósitos Inca. En primer lugar se expuso una larga plataforma rectangular que mantenía una orien-
tación de este a oeste (Fig 14). La plataforma es una construcción artificial levantada en base a cantos
rodados. Sobre dicha elevación, que tiene una altura que supera un metro, se detectaron un total de
3 recintos rectangulares y 2 ambientes más pequeños, ubicadas en una sección intermedia entre las
421
estructuras anteriores. El pequeño ambiente del lado este estaba sub-dividido en 2 secciones, siendo
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 403-436

Figura 14: Dibujo de planta de los depósitos Inca de Tambo Viejo.


más grande la parte del lado sur. En esta última, y adosado al muro del lado este, había una banqueta
construida de piedras y barro; frente a dicha banqueta se ubicó un pequeño semi-círculo con paredes
y barro, y que estaba sellada con una laja redonda. Al retirar la laja se halló una deposición de cascajo
limpio traído desde el río. Desafortunadamente, queda incierta la función de este hallazgo, así como
el de los varios recintos hallados sobre la plataforma.
Al lado sur de la plataforma aparece una larga plaza rectangular, paralela a la plataforma,
y cuyos muros habían también sido construidas de pirca. En la esquina nor-este de la plaza se
llegó a definir un muro que alcanzaba los 2 m de altura y sugiere que todo el muro de la plaza
posiblemente alcanzó dicha altura. De la plaza hay dos pequeñas escalinatas que dan acceso a dos
de los recintos establecidos sobre la plataforma. Las escalinatas también habían sido construidas
de cantos rodados y barro.
Por último, al lado norte de la plataforma, pero siempre adosado a éste, se llegó a exponer dos
grupos de cuartos pequeños. Los tres primeros cuartos del lado oeste son rectangulares, mientras
que los cuartos del lado este son cuadrangulares. El cuarto rectangular del extremo oeste dispone de
una escalinata que da acceso a la plataforma. A su vez, los 4 cuartos cuadrados tienen sus pequeños
accesos orientados hacia el norte y todos conectados a un pasadizo angosto que mantiene una orien-
tación de este a oeste. En su lado oeste, el pasadizo está conectado a una escalinata que se da acceso
a la plataforma. Precisamente en la sección superior de la escalinata se halló un khipu, confirmando
el origen Inca de las estructuras aquí referidas. Varios aspectos de los cuartos del lado norte de la
plataforma, discutidas en más detalle por Valdez (1996: 40-41), han confirmado que éstas fueron los
depósitos Inca. Sin embargo, puesto que las estructuras fueron halladas vacías, queda incierto el tipo
de producto (o productos) allí depositados. Desafortunadamente, todas estas estructuras han sido del
todo destruidas en la actualidad como resultado de la expansión del poblado de Acarí.
Es oportuno anotar que estructuras similares a los depósitos de Tambo Viejo también han sido
identificados en otros sitios Inca de la costa sur. Por ejemplo, en el sitio de La Caleta de la quebrada
422
de Chala y conectado al igual que Tambo Viejo al camino Inca, existen estructuras rectangulares aso-
Dorothy Menzel, Francis A. Riddell y Lidio Valdez / El centro administrativo Inca de Tambo Viejo

ciadas a un espacio abierto. Del mismo modo, en el sitio de Quebrada de la Vaca (hoy Tambo Inca),
existen estructuras similares utilizadas como depósitos. Dichas estructuras fueron construidas de
forma idéntica y sus tamaños son muy homogéneos, lo que indica que las semejanzas no son simples
coincidencias, sino intencionales, orientados posiblemente a facilitar la contabilidad de los productos
depositados (D’Altroy y Earle 1992: 190). De este modo, el hallazgo del khipu en asociación a las estruc-
turas de Tambo Viejo tampoco es un simple accidente (ver, Murra 1983: 185).
Por el norte, en el valle de Ingenio, hay otro sitio Inca que cuenta de estructuras similares a las
mencionadas líneas adelante. En este caso, los depósitos se encuentran en una parte elevada y aleja-
dos del centro administrativo. En asociación a los depósitos de Ingenio se ha llegado a observar frag-
mentos de grandes vasijas de cerámica Inca. Las vasijas posiblemente formaron parte de los sistemas
de almacenamiento.
La presencia repetitiva de estructuras similares asociadas a centros Inca conectados al camino
real Inca, como Ingenio, Tambo Viejo y La Caleta, indica que establecer los depósitos a lo largo del
camino Inca fue un aspecto importante dentro del sistema del Tawantinsuyo. Entretanto, es notable
la diferencia con otros sitios Inca que no cumplieron la función de Tambos y por lo tanto no están
directamente asociados al camino Inca. Este es el caso de Quebrada de la Vaca, sitio que no cumplió la
función de tambo. En Quebrada de la Vaca los depósitos Inca son más numerosos y diferentes de los
cuartos pequeños observados en La Caleta y Tambo Viejo. En última instancia, la ubicación de los de-
pósitos en los tambos formó parte de la estrategia Inca que facilito la movilización rápida y eficiente
de los productos (Murra 1983: 179).
Sería por demás beneficioso verificar si otros tambos de la costa también comparten los patrones
observados en los tambos de La Caleta, Tambo Viejo e Ingenio. En estos tres tambos, los depósitos están
ubicados a cierta distancia del centro principal. Por supuesto, esto no es una tarea fácil considerando
que encontrar sitios Inca bien conservados es complicado. La situación por lo general es como el de
Paredones en Nasca, donde una gran sección del sitio ha sido destruido al tiempo que nuevos campos
agrícolas fueron establecidos. Cuando esto ocurre es imposible recatar el plan original de un sitio. Para
el caso de Paredones, Cieza (1973: 185) informa de la existencia de depósitos; dicha versión es la única
evidencia del que se dispone, pero no existe forma alguna de verificarlos arqueológicamente.
De lo aquí anotado, es evidente que las estructuras Inca de Tambo Viejo son la mejor expresión
del tipo de construcción identificado por Hyslop (1990: 244) como una mezcla entre Inca y local. En
algunos casos, las estructuras fueron levantadas siguiendo un diseño Inca, pero los arquitectos fueron
al parecer locales. En otros casos, tanto el diseño, como los constructores fueron definitivamente lo-
cales. Esta fuerte influencia local en Tambo Viejo obedece al corto tiempo de duración de la ocupación
Inca que no logró asimilar por completo a la tradición local. Este aspecto también se manifiesta en la
cerámica manufacturada durante este tiempo en el valle de Acarí.

Estructuras coloniales
En el curso de los trabajos de investigación en Tambo Viejo, se hizo evidente la existencia de una ocu-
pación colonial. Esto creó un dilema difícil de resolver, pues era importante determinar el grado de
alteración causada por la ocupación colonial sobre el centro administrativo Inca. La limpieza parcial
de una estructura circular eventualmente permitió determinar la presencia de un horno construido
al interior del centro principal Inca (Fig 15). Una acumulación de carbón y ceniza, asociados a un piso,
indican que el horno fue utilizado con cierta intensidad. A su vez, y como ya se anotó líneas adelante,
logramos determinar que una estructura rectangular había sido construida al lado oeste de la plaza
1, obstruyendo el camino Inca que ingresa a dicha plaza. Esta evidencia, en adición a la presencia de
cerámica colonial, entre otros, indica que algunas de las estructuras del área central de Tambo Viejo
423
son construcciones coloniales.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 403-436

Figura 15: Horno construido en Tambo Viejo durante la ocupación colonial.


La siguiente interrogante fue diferenciar qué estructuras del sitio fueron edificadas durante la
época colonial. Mientras se venían efectuando los trabajos en Tambo Viejo, algunos vecinos llega-
ron hasta el sitio a extraer adobes de las antiguas construcciones para preparar barro y elaborar
nuevos adobes. Al hacer esto expusieron cerámica colonial en la parte superior de la estructura
ubicada inmediatamente al lado oeste de la plaza 1, abriendo la posibilidad que esta estructura es
de tiempos coloniales. Al mismo tiempo, se logró observar que la porción norte de esta estructura
no mantenía alineación alguna con la estructura del lado este de la plaza, que es una plataforma
424 elevada que no sólo es más larga, sino también más alta. Además, la plataforma dispone de un muro
de retención de pirca y un cuarto hundido en uno de sus lados. A diferencia de la estructura del lado
Dorothy Menzel, Francis A. Riddell y Lidio Valdez / El centro administrativo Inca de Tambo Viejo

oeste de la plaza 1, restos coloniales no se hallaron en asociación a la plataforma, sugiriendo su ori-


gen Inca. De este modo, en ambos lados de la plaza 1 tenemos una plataforma de origen Inca y otra
de origen colonial.
Paralelamente, observamos que los huaqueros habían excavado entierros en las inmediaciones de
la estructura del lado sur de la plaza 1. Los entierros habían sido abandonados, al parecer porque no ha-
bía objetos de valor asociados a los muertos. Una limpieza rápida reveló que éste se trata de un entierro
colonial, al parecer un entierro masivo tal vez de las victimas de alguna epidemia y depositados a una
profundidad de apenas 1,5 m. Una identificación en el mismo campo reveló que entre los muertos están
individuos (8 en total) de todas las edades y de ambos sexos. Confirmando su origen colonial, en la parte
central y encima de los muertos se halló una cruz de madera, también enterrada. Los individuos aquí
enterrados fueron nativos y sus restos estaban en un excelente estado de conservación.
Con posterioridad, John H. Rowe, quien visitó el sitio mientras se venían efectuando los trabajos
(ver Rowe 1956), anotó que la estructura del lado oeste de la plaza 1 debió haber sido la iglesia cons-
truida al momento de la ocupación colonial. Rowe también anotó que los españoles acostumbraron
levantar sus iglesias inmediato a la plaza principal de los asentamientos y que en tiempos coloniales
las gentes fueron enterradas directamente al frente de la iglesia. Por lo tanto, las modificaciones
introducidas por los españoles al plan original del establecimiento Inca fueron considerables. Este
hecho dificulta en cierta medida producir una descripción precisa del asentamiento Inca. El plan
general del establecimiento Inca y el carácter de su simetría definitivamente representa un esquema
Inca; sin embargo, los detalles de lo que dicho establecimiento fue originalmente es difícil de precisar
sin antes efectuar mayores trabajos.
De lo mencionado en las secciones anteriores, queda manifiesto que en Tambo Viejo existen evi-
dencias de constantes actividades de reconstrucción. Las reconstrucciones más obvias tomaron lu-
gar durante la ocupación colonial, cuando nuevas estructuras fueron establecidas y otras ocupadas
y eventualmente también reconstruidas. En primer lugar está el caso del horno establecida más o
menos en la sección central del lado sur del antiguo centro administrativo Inca. El horno fue estable-
cido al interior de una antigua estructura Inca. Primero, el horno había sido construido de adobes y
estaba dotado de un piso compacto de arcilla. Posteriormente, el horno fue reconstruido cuando un
nuevo piso fue construido sellando una acumulación de carbón y ceniza. Al tiempo que el horno fue
reconstruido, había sido necesario levantar un muro de contención de forma cuadrada, posiblemente
porque el horno fue debilitado, tal vez como resultado de algún sismo. Una vez reconstruido, el hor-
no siguió siendo utilizado, tal como atestigua la considerable acumulación de carbón y ceniza en sus
inmediaciones.
Asimismo, no cabe duda que la estructura de lado oeste de la plaza 1 es de tiempos coloniales. Tal
como ya se anotó, la sección sur de dicha estructura fue la iglesia (Fig 16) y que obstruye el camino
Inca que ingresa a la plaza del lado oeste. Dicha estructura, especialmente en la sección de la iglesia,
al igual que el horno, había sido dotada de un muro de contención levantada en base a cantos rodados
y que llegó a cubrir el muro de adobes con enlucido blanco establecido inicialmente.
Muchas de las reconstrucciones no necesariamente dejaron evidencias claras con respecto si
dichas modificaciones tomaron lugar en tiempos Inca o con posterioridad. Un caso concreto es la
plataforma del lado este de la plaza 1 que es considerablemente alto. La interrogante es si la pla-
taforma fue construida desde un inicio teniendo dicho tamaño, o si su tamaño final es resultado
de varias etapas de construcción. De la primera excavación de prueba efectuada al frente de una
plataforma del lado sur, se pudo constatar que la plataforma creció de manera gradual durante el
transcurso del tiempo. Efectivamente, con las excavaciones se puso al descubierto la presencia de
3 pisos sucesivos. Por cuanto dicha excavación no llegó hasta el nivel estéril, existe la posibilidad
que pisos adicionales existan a mayor profundidad, indicando así que la plataforma alcanzó mayor
425
altura con el paso de los años.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 403-436

Figura 16: Iglesia ubicada al lado oeste de la Plaza 1.

Las excavaciones de prueba


Con el objetivo de determinar el origen de las estructuras del área A, se llegó a excavar dos unidades
de prueba, uno de 1 X 2 m y otro de 2 X 2 m, las mismas que se efectuaron siguiendo niveles arbitrarios
de 25 cm. La primera unidad de excavación fue efectuada en la esquina nor-oeste de una estructura
de forma cuadrada, ubicada cerca a la plataforma sur, al sur-oeste de la plaza 2 (Fig. 2). A una profun-
didad de 1,75 cm se llegó a determinar la presencia de un piso; un segundo piso fue descubierto a una
profundidad de 2,4 m y un tercer piso a una profundidad de 2,8 m (Fig 17). En esta unidad no se llegó
a mayor profundidad en tanto que el hoyo se hizo bastante angosto, existiendo la posibilidad que uno
de los perfiles se derrumbara. La segunda unidad fue excavada al lado oeste del muro que divide a
área A de área B, a corta distancia al oeste de una estructura rectangular. Aquí se excavó hasta una
profundidad de 2 m cuando se llegó a suelo estéril.
De estas dos excavaciones de prueba quedó obvio que en la primera unidad se excavó rellenos
que formaron parte de las estructuras y como tal fue difícil determinar una estratigrafía primaria. Sin
embargo, la excavación fue útil para evaluar la secuencia de construcción y así conocer la asociación
de los materiales con fases específicas.
Por lo tanto, los restos arqueológicos de Tambo Viejo utilizables como evidencia de la ocupación
Inca constituyen tanto la arquitectura como la cerámica. Además, otros restos materiales, todos en
excelente estado de conservación, fueron recuperados con las excavaciones. Esto incluye mate buri-
lado, tejidos, cuerdas, instrumentos de hilar, redes, bolsas, utensilios líticos, figurinas, tupus, agujas,
y otros utensilios personales. De todos estos, sin embargo, la cerámica es el material estilísticamente
más sensible al cambio y sobre el cual contamos con mayor información comparativa. Por lo tanto,
la cerámica sirve como indicador básico de tiempo y estilo. Dicho esto, una tarea de los trabajos en
Tambo Viejo fue efectuar un estudio detallado de la cerámica, determinar sus sub-divisiones estilísti-
cas, así como evaluar cuáles fueron contemporáneos y cuáles fueron de tiempos diferentes. Al hacer
todo esto, se prestó atención en determinar la asociación definitiva de grupos específicos de cerámica
con otros restos culturales, incluido la arquitectura.
Las dos excavaciones de prueba son mínimas y la principal razón por las que excavaciones más
426
extensas no se efectuaron fue el tiempo limitado del que se disponía. Sin embargo, los datos recupe-
Dorothy Menzel, Francis A. Riddell y Lidio Valdez / El centro administrativo Inca de Tambo Viejo

Figura 17: Dibujo de perfil Norte de la primera prueba de excavación.


427
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 403-436

rados con las excavaciones permitieron determinar varios aspectos importantes con respecto a la
ocupación del área sur-este de Tambo Viejo. Entre éstas, se conoce:
1. Los fragmentos de cerámica Inca ocurren en todos los niveles de la segunda unidad, así como en
todos los niveles excavados de la primera unidad;
2. En asociación a los fragmentos de cerámica Inca, ocurre la misma variedad de cerámica local en
todos los niveles excavados y en ambas unidades excavadas;
3. Los restos coloniales ocurren en ambas unidades hasta una profundidad de 75 cm (tercer nivel),
aunque son raros;
4. La colección de cerámica de superficie del área A, así como de varios sectores fuera de ésta, son
idénticos en composición a los fragmentos provenientes de las excavaciones;
5. En la superficie del área A, y en las unidades de excavación, es rara la presencia de otros estilos
cerámicos pertenecientes a periodos anteriores.
Las conclusiones que se pueden extraer de las excavaciones de prueba realizadas en Tambo Viejo
son:
1. La ocupación entera del área A del sitio pertenece al periodo Inca;
2. La ocurrencia esporádica de algunos fragmentos de cerámica perteneciente al periodo Intermedio
Temprano indica que la ocupación Inca fue edificada en las inmediaciones de una zona previa-
mente ocupada.
3. La ocupación colonial está representada por aproximadamente una cuarta parte del material de
los rellenos en sus partes superiores.
En general, las deposiciones de área A parecen haber sido acumulados durante un periodo re-
lativamente corto. En el caso de la primera unidad de excavación, se definió la presencia de por lo
menos tres fases de construcción edificadas durante un tiempo relativamente corto tal como sugiere
la homogeneidad de la mayoría de los materiales. En el caso de la segunda unidad de excavación, con-
sistente al parecer de una deposición original, pero sugiere igualmente un tiempo bastante breve. Por
ejemplo, los fragmentos de lo que parece ser una entera vasija fueron recuperados en diferentes nive-
les. Al mismo tiempo, el estudio de la cerámica indica que los fragmentos que ocurren en diferentes
niveles no muestran ninguna diferencia estilística. La sección perteneciente al análisis de la cerámica
proveniente de Tambo Viejo será presentada en una próxima oportunidad.

Otros sitios Inca del valle de Acarí


Existen más de cien sitios arqueológicos dispersos a lo largo del curso del río Acarí (Valdez 2000a). De to-
dos estos sitios, Sahuacarí y Otapara son los que resaltan con mayor facilidad, especialmente Sahuacarí
(Fig 18). Este último se encuentra en las pendientes del cerro inmediato a Acarí Viejo, directamente al
nor-este de Tambo Viejo y desde donde se puede divisar gran parte de la sección agrícolamente más
productiva del valle. Aproximadamente a 20 km río arriba se encuentra Otapara, establecido sobre una
colina con amplia visibilidad hacia el valle. En este sentido, ambos sitios fueron establecidos fuera de las
áreas agrícolas, pero con acceso directo a ellas. Las estructuras de Otapara están bastante erosionadas y
es poco lo que se puede decir de ésta, excepto su relación cronológica con Tambo Viejo.
Por su parte, Sahuacarí está en buen estado de conservación, excepto el derrumbamiento de las
estructuras debido a su ubicación en una pendiente. Efectivamente, las estructuras de este sitio habían
sido levantadas sobre terrazas artificiales y los muros hechos de piedras extraídas del mismo cerro,
unidas con barro. Contrario a Tambo Viejo, los cantos rodados no fueron utilizados en Sahuacarí. Por
esta razón, el sitio aparece perfectamente camuflado en tanto el color de los muros (pirca) es la misma
que del cerro, lo que hace difícil obtener buenas fotografías del sitio. La mayoría de las estructuras
son cuadradas, con una dimensión de 3 X 3 m como promedio. Entre las varias estructuras también es
428
todavía observable la presencia de pasadizos que conecta las varias secciones del sitio.
Dorothy Menzel, Francis A. Riddell y Lidio Valdez / El centro administrativo Inca de Tambo Viejo

Figura 18: Sitio arqueológico de Sahuacarí.

Algunas de las estructuras de Sahuacarí se han preservado manteniendo más o menos su tamaño
original (Fig 19), pero muchas otras se han derrumbado, quedando solamente la sección de la base
de las estructuras. Los muros mejor preservados alcanzan una altura de hasta 3 m y como tales más
altos que los muros encontrados en el mismo Tambo Viejo. A una altura entre 1,2 y 1,8 m aparecen
pequeños nichos cuadrangulares (15 x 15 cm), en el lado interno de las estructuras (Fig 20). Al mismo
tiempo, se pudo constatar la presencia de pequeños accesos que miden 60 cm. Igualmente, en asocia-
ción a las estructuras existen pequeñas estructuras rectangulares y hundidas que tal vez funcionaron
a modo de depósitos.
El sitio de Sahuacarí en general ofrece problemas muy importantes. La cerámica encontrada en la
superficie del sitio es del mismo tipo que de Tambo Viejo. Si existe alguna diferencia, ésta pueda que
sea en la selección de algunas variedades especificas, pero esto no ha sido determinado. Sin embargo,
la arquitectura del sitio es diferente de las presentes en Tambo Viejo. Tal vez esta diferencia sería
menos notable si los muros de Tambo Viejo estarán mejor preservados. La diferencia más obvia es que
los muros fueron construidos en su totalidad de piedras del mismo cerro y donde destaca la presencia
de los nichos. De este modo, en Acarí encontramos dos sitios vecinos y contemporáneos construidos
de maneras de todo diferentes.
La explicación por su puesto es que Sahuacarí tal vez representa una construcción local estable-
cida antes de la llegada Inca al valle. Sin embargo, las estructuras de Sahuacarí tienen algunos ele-
mentos Inca, como es el caso de clavijas de piedra que sobresalen de los muros, además de los mismos
nichos. Asimismo, la forma como las piedras de campo fueron utilizados es muy parecidos a la forma
como los cantos rodados fueron empleados en Tambo Vejo. Mientras en Tambo Viejo es notable el 429
plan previamente concebido, Sahuacarí no presenta orden alguno y de este modo tiene mucho en
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 403-436

Figura 19: Estructura de Sahuacarí manteniendo más de tres metros de altura.

430
Figura 20: Pequeño nicho de una estructura de Sahuacarí.
Dorothy Menzel, Francis A. Riddell y Lidio Valdez / El centro administrativo Inca de Tambo Viejo

común con otros sitios contemporáneos de la región de Chala. De este modo, el lugar de Sahuacarí
en relación a Tambo Viejo permanece poco esclarecido. La interrogante es por su puesto, cuál fue el
patrón de construcción local antes de la llegada Inca, y fue teniendo en mente esta interrogante que
se inspeccionó al sitio de Sahuacarí. Tanto la cerámica de la superficie del sitio, como la arquitectura
todavía no permiten afirmar o negar el origen Inca o pre-Inca de Sahuacarí.

Relación de Tambo Viejo con otros sitios Inca


Un estudio comparativo de los varios sitios Inca de la costa sur podría ser muy beneficioso para com-
prender mejor el patrón Inca y determinar la forma cómo dicho patrón fue empleado en esta región.
Desafortunadamente, muchas estructuras Inca han sido destruidas antes que los especialistas tenga-
mos la oportunidad de estudiar y aprender de cada uno de ellos. Este es el caso de Paredones en Nasca
y La Centinela en Chincha (Morris y Santillana 2007; Morris y Von Hagen 2011: 146), para citar dos
ejemplos. Sin embargo, otros sitios Inca todavía se mantienen parcialmente intactas y así permiten
hacer algunas comparaciones. Lo ofrecido aquí no pretende ser una comparación exhaustiva, sino la
intención es sólo ver si existen patrones comparables a Tambo Viejo.
Los sitios Inca de la costa sur mejor documentados son obviamente Tambo Colorado en el valle de
Pisco (Hyslop 1984: 108-111; Protzen 2006; Protzen y Morris 2004; Morris y Von Hagen 2011: 142) y las
estructuras Inca de la Hacienda San José, cerca a Ingenio. Datos comparativos también existen para
los sitios de Paredones (Morris y Von Hagen 2011: 148-149) y del sitio Inca de la Hacienda Huayurí,
al nor-oeste de Nasca. Por el sur, visitamos a la Hacienda Lampilla donde existe un importante sitio
Inca. Más al sur hay importantes sitos Inca en la región de Atiquipa-Chala, de los cuales La Caleta
obviamente fue un Tambo.
Por obvias razones, los sitios Inca de la costa sur no son idénticos, pero varios de estos sitios
comparten elementos comunes. Al lado de todos estos sitios, Tambo Viejo parece ocupar una única
posición geográfica, en tanto que es el sitio más sureño en relación a los demás, pero que comparte
muchos rasgos con los sitios de Nasca, Ingenio y Pisco, por ejemplo. Por el sur, los sitios Inca son muy
diferentes. El sitio de Lampilla tiene algunos rasgos en común con Tambo Viejo y la cerámica asociada
al sitio es parecido al de Tambo Viejo. Sin embargo, el patrón general de Tambo Viejo y los otros sitios
ubicados más al norte están simplemente ausentes en Lampilla.
En el sitio Inca de Ingenio uno encuentra de inmediato varios elementos en común con Tambo
Viejo. El principal foco del sitio es una amplia plaza rectangular que dispone de dos plataformas bajas
(Tambo Viejo tiene una), ubicadas al norte y sur de la plaza. La sección con la principal construcción del
sitio está detrás de la sección más baja de las plataformas, al igual que en Tambo Viejo, y mantiene una
orientación hacia el oeste. Las estructuras más formales del sitio también están detrás de la plataforma,
al lado norte de la plaza. Entretanto, al lado sur de la plaza existen varios recintos rectangulares. Esta
sección del sitio fue cortado por la Panamericana. Durante la inspección del sitio fue difícil determinar la
presencia del camino Inca, pero es muy posible que ésta también haya sido borrada por la Panamericana.
Los depósitos mencionados previamente están entre 0.5 y 1 km al oeste, sobre una elevación natural; así,
al igual que en Tambo Viejo, los depósitos fueron establecidos a una distancia del centro principal.
La sección principal de Ingenio es más pequeña en relación al área A de Tambo Viejo. Las construccio-
nes también son de pirca y adobe; estos últimos son iguales que los de Tambo Viejo. En lugar de los cantos
rodados utilizados en Tambo Viejo, aquí se utilizaron piedras del campo, unidas con barro. Por lo general,
la fundación de los muros es de pirca, mientras que la sección superior es de adobe. La más notable diferen-
cia con Tambo Viejo es que en Ingenio existen los nichos trapezoidales, que es un sello Inca.
Las estructuras de Ingenio comparten varios rasgos comunes con Tambo Colorado y Paredones.
El más común entre los 3 sitios es que las principales estructuras están inmediatas a las pendientes
431
y donde las estructuras disponen de los nichos trapezoidales. En Paredones y Tambo Colorado los
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nichos son de doble jamba. Asimismo, en estos dos sitios las paredes están pintadas y con murales; los
colores dominantes en Tambo Colorado son el rojo, amarillo y blanco. En Paredones se observaron
la presencia del color rojo, aunque bastante deteriorados. Las estructuras de Tambo Colorado consis-
ten de las principales estructuras y la amplia plaza principal en su parte frontal. Las construcciones
mantienen una orientación hacia el sur (dirección de la plaza); pasando la plaza son observables los
campos de cultivo y pasando estos aparecen terrazas antiguas, posiblemente establecidas en tiempos
Inca. Para el caso de Paredones sólo quedan las principales estructuras, mientras el resto de lo que fue
el sitio, como es el caso de la plaza principal, han sido del todo destruidos.
De los sitios de Tambo Viejo, Paredones, Ingenio y Tambo Colorado, este último es el mejor elabo-
rado, mientras el más modesto es Tambo Viejo. En Tambo Viejo es mínimo el uso de los adobes y los
nichos están del todo ausentes. Sin embargo, Tambo Viejo guarda mucho parecido con los otros sitios
en su esquema general y plan, así como en el uso de piedras para los cimientos y adobes en las partes
superiores de las estructuras.
Finalmente, están los sitios de San José y Huayurí. Las estructuras del primero constituyen el
punto de enlace entre los sitios arriba mencionados y Tambo Viejo. El plano general de San José es
bastante similar al de Tambo Viejo; a su vez, San José presenta muchos acercamientos con Paredones
y Tambo Colorado. Por su parte, Huayurí es un pequeño sitio Inca dotado de una plaza rectangular y
las respectivas construcciones adyacentes a la plaza. Todos estos patrones aquí mencionados breve-
mente están ausentes en los sitios Inca ubicados en los valles al sur de Acarí.
A su vez, la información disponible permite hacer algunas comparaciones generales entre Tambo
Viejo y otros sitios Inca de la sierra. Desde que fueron publicados los primeros trabajos de Rowe (1944,
1946), los sitios Inca de la sierra han sido mejor descritos (Malpass 2009; McEwan 2006). Consideramos
que dicha información es de mucha utilidad para evaluar qué rasgos comunes entre los sitios Inca de
la sierra aparecen en Tambo Viejo. Aquí obviamente no pretendemos hacer una exhaustiva compa-
ración, sino solamente anotar la presencia o ausencia de rasgos específicos, tanto en la arquitectura
domestica como pública.
Para el caso de la arquitectura doméstica, Rowe (1946: 223) anotó que “las viviendas Inca fueron
construidos en grupos, cada grupo encerrado por un muro que disponía de un solo acceso. Tales
recintos son por lo general de forma rectangular donde la topografía lo permite, mientras que los
asentamientos edificados en las pendientes fueron cuidadosamente acomodados al espacio disponi-
ble.…Este tipo de residencia o recinto (Kancha) probablemente fue ocupado por una familia extensa.”
Además, Rowe anota que cada grupo residencial disponía de un patio (McEwan 2006: 175; Malpass
2009:53; Morris y Von Hagen 2011: 79-80).
Volviendo a Tambo Viejo, uno puede de inmediato notar que los recintos de las áreas C y D son
comparables con la descripción de Rowe. Efectivamente, los recintos de Tambo Viejo disponen de
sus propios patios y cada patio está asociado con varios cuartos donde probablemente residió una
familia extensa. Al mismo tiempo, la evidencia superficial de Tambo Viejo deja la impresión que el
patio fue el centro de las actividades, pues es ahí donde están presentes los batanes y sus respectivas
parte activas. El patio también es el espacio donde se ha notado una mayor concentración de desechos
domésticos. Finalmente, y al igual que las kancha Inca de la sierra, los recintos de Tambo Viejo, de lo
que se pudo observar, también cuentan de una sola entrada.
En cuanto a la construcción de los recintos, Rowe (1946: 222) sostuvo que la mayoría de las vi-
viendas en los alrededores de Cusco fueron construidas de piedras de campo o adobes unidas con
barro, y que en planta tenían la forma rectangular. A una altura aproximada de 1,5 m las paredes se
hacían más delgados, pero del todo enlucidos. En los detalles, las viviendas de Tambo Viejo no fue-
ron construidas de la misma forma que las residencias Inca de Cusco, excepto que las piedras fueron
establecidas de manera similar. Las estructuras de Tambo Viejo son más pequeñas y solamente los
432
cimientos eran de pirca, siendo el resto de las estructuras levantadas -al parecer- de quincha.
Dorothy Menzel, Francis A. Riddell y Lidio Valdez / El centro administrativo Inca de Tambo Viejo

Con respecto a las estructuras públicas, Rowe (1946: 224, 227) anotó que los más conocidos monumen-
tos de arquitectura Inca fueron construidos no por propietarios individuales, sino por el estado, siguiendo
un plano elaborado y utilizando el trabajo de los mitayos. Los arquitectos y maestros de la construcción
fueron especialistas. El estado llegó a construir una gran variedad de palacios, templos, depósitos, forta-
lezas, terrazas agrícolas y tumbas, algunos de los cuales siguiendo un diseño que derivó de las estructuras
domésticas, mientras que otros fueron adaptados a usos particulares. Una de las estructuras públicas que
derivó de estructuras residenciales, en la opinión de Rowe, fue el mismo Qori Kancha.
El sector del centro administrativo Inca de Tambo Viejo, obviamente no fue construido por pro-
pietarios individualmente, sino todo el conjunto de las estructuras parecen haber sido establecidas
siguiendo un plano diseñado por especialistas. En otras palabras, quienes estuvieron detrás de la eje-
cución del establecimiento de tales estructuras siguieron un plan previamente concebido, la misma
que seguía un modelo Inca.
En cuanto se refiere a estructuras públicas derivadas de diseños de estructuras habitacionales,
este también se hace manifiesto en Tambo Viejo. Primero, la forma de los recintos es rectangular,
excepto cuando la topografía no lo permitió; en este último caso, los constructores de Tambo Viejo
adaptaron las estructuras a la topografía. Tal como se anotó en las secciones anteriores, el plan del
centro administrativo de Tambo Viejo fue adaptado al contorno del escarpado, pero manteniendo en
lo posible la forma rectangular. Segundo, uno también puede notar una semejanza de las estructuras
de Tambo Viejo con la kancha Inca. En este caso, la plaza 1 es el equivalente del patio, el centro de las
actividades. La plaza 1 es el lugar de entrada del camino Inca y el foco de las estructuras más sobre-
salientes del sitio, en particular de la plataforma del lado este. Las residencias y otras estructuras del
sitio fueron edificadas en los alrededores de la plaza.
Es de particular interés anotar la presencia de la plataforma baja ubicada al lado sur de la plaza
1. Este tipo de construcción no es identificable en los recintos residenciales de Tambo Viejo. Sin em-
bargo, en la región de Atiquipa y Chala, específicamente en La Caleta, Quebrada de la Vaca, Ocopa, y
Cahuamarca, los patios de cada recinto disponen de una plataforma baja, idéntica a la de Tambo Viejo.
Dichos mismos sitios también cuentan con una plataforma baja asociada a las residencias individua-
les, un rasgo también observado en Machu Picchu y que en la opinión de Rowe (1946: 224), constitui-
rían las plataformas para dormir. Por lo tanto, la plataforma baja de Tambo Viejo es un modelo que
tiene sus raíces en estructuras residenciales.
Una práctica común del estado Inca fue la reubicación de la población incorporada a la admi-
nistración Inca a nuevos centros recientemente establecidos y que estaban más próximos a los te-
rrenos de cultivo (Rowe 1946: 228-229). Los nuevos asentamientos fueron edificados por arquitectos
especialistas y donde los diversos edificios públicos fueron construidos siguiendo el modelo Inca y
con el trabajo de los mitayos. Los asentamientos también estaban en las proximidades de los mismos
edificios públicos ocupados por las autoridades estatales. Para el caso especifico de Tambo Viejo, es
importante anotar que la mayoría de la cerámica presente en el sitio es de origen local. Mientras que
el desarrollo de dicha tradición local posiblemente continuó durante la ocupación Inca, se hace cada
vez más evidente que a su llegada los Inca encontraron una población local. Así como se anotó, sitios
asociados a dicha cerámica local están dispersos a lo largo del valle; de todos estos resaltan los sitios
de Otapara, Lucasi y Sahuacarí, referidos en las líneas anteriores.
Es posible que una vez en el valle, el estado Inca re-ubicó a una porción de la población local
hacia Tambo Viejo, no sólo para habitar las estructuras recientemente establecidas, sino también
para participar en los trabajos efectuados en dicho centro. Nuevamente, la presencia de cerámica del
mismo tipo tanto en Tambo Viejo como en otros sitios del valle sugiere que una buena proporción de
los residentes de Tambo Viejo estaba compuesta de la población local. A su vez, esta misma evidencia
sugiere que no toda la población fue reubicada hacia Tambo Viejo. Finalmente, no se descarta que
población de valles vecinos también hayan sido reubicados hacia Tambo Viejo; pero, basado en la
cerámica, dicha población debió ser mínima. 433
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 403-436

De lo aquí anotado, Tambo Viejo guarda varias semejanzas con las construcciones Inca de la sie-
rra, especialmente en cuanto al modelo se refiere. La forma como el sitio fue diseñado, en torno a una
plaza, es un concepto Inca que se observa en muchos asentamientos Inca de importancia, caso Tambo
Colorado.

Consideraciones generales
Lo arriba señalado resume parte de los trabajos de investigación efectuados en Tambo Viejo y lo que
se desprende de dichos estudios. Este trabajo se complementa con el análisis de la cerámica, cuyos
resultados serán igualmente puestas a conocer en un próximo volumen de esta revista. Por cuanto no
existe a la fecha un análisis detallado del significado de Tambo Viejo, esperamos que esta contribu-
ción sirva para prestar mayor importancia al sitio y a su vez dar inicio a nuevos trabajos de investiga-
ción. A falta de estudios más sistemáticos, se sigue desconociendo el significado de Tambo Viejo tanto
a nivel local, como a nivel del Estado Inca en general. Resalta además la enorme extensión del sitio,
la misma que denota la complejidad de sus estructuras, muchas aún bien preservadas no obstante el
paso de los años y la intervención destructora de muchas actividades contemporáneas.
Lo expuesto en este trabajo demuestra a su vez lo rico que es el material Inca para conocer la for-
ma como la administración Inca entró en contacto con otros pueblos (Menzel 1959), en algunos casos
incluso logrando ajustarse a las condiciones locales. Lo aquí expuesto es una clara muestra de cómo
un estado de las características de la administración Inca, cuando vio conveniente, minimizó sus es-
fuerzos al momento de incorporar nuevas poblaciones al interior del creciente imperio. En lugar de
invertir mayores recursos, tanto humanos como materiales, el estado se conformó si las condiciones
locales existentes eran favorables para la administración. Esta forma de acomodamiento posiblemen-
te fue bien recibido por las poblaciones locales, como los de Acarí, para quienes la presencia Inca no
necesariamente significó cambios de un carácter drástico y significativo. Siguiendo las recientes pro-
puestas de Alconini y Malpass (2010: 281; Malpass y Alconini 2010: 3), el caso discutido aquí representa
una forma de dominio indirecto del Estado Inca.
Mientras la población local fue al parecer partícipe del acomodamiento Inca, ya sea edificando las
nuevas estructuras pero utilizando conocimientos locales, la administración Inca también fue hábil
en insertar elementos que trajeron consigo y que simbolizaron la presencia del aparato estatal. Este es
el caso de las plazas de forma rectangular conectadas a las principales vías de comunicación. Además
están las estructuras identificables como kancha que nuevamente son rasgos propiamente Inca. Otro
rasgo de particular importancia es que Tambo Viejo estaba bien articulado al resto del territorio Inca
mediante el camino real Inca que precisamente cruza por la plaza principal del sitio. Finalmente, y
al igual que otros sitios Inca de mayor importancia establecido a lo largo del imperio, Tambo Viejo
disponía de los depósitos, aunque tal vez de la misma escala que de otros sitios Inca.
Así como ya se anotó, la incorporación de este valle al dominio Inca no necesariamente significó
el término de la tradición local de Acarí. Por el contrario, ésta logró mantenerse tal vez en un esfuerzo
de mantener su identidad. Este es un aspecto que se hace todavía más obvia en la cerámica manufac-
turada en este valle durante el tiempo de la ocupación Inca. El estilo local, si bien recibió influencia
externa, fue hábil al seleccionar rasgos específicos que fueron incorporados al estilo local, pero una
vez que fueron alterados. Este es el caso de los rasgos Inca que también fueron seleccionados y poste-
riormente representados en el estilo local. Como resultado, la cerámica propiamente Inca es mínima
en Tambo Viejo. Lo mismo se puede advertir de la arquitectura Inca, lo que demuestra una vez más
que la incorporación de otras tradiciones locales al imperio Inca no siempre resultó en la destrucción
definitiva de las formas locales. Esta notable variación puede ser directo resultado y consecuencia de
cómo una región o población fue incorporada al dominio Inca, donde pueblos como los del valle de
Acarí parecen haberse sometidos de forma pacífica. La población local de este valle al momento de la
434
llegada Inca posiblemente fue reducida y como tal incapaz de sostener una resistencia satisfactoria.
Dorothy Menzel, Francis A. Riddell y Lidio Valdez / El centro administrativo Inca de Tambo Viejo

Muchas veces la nomenclatura de Imperio, o Estado, deja la impresión que la administración Inca
fue homogénea. Sin embargo, el estudio inicial de la ocupación Inca de la costa sur ya había permitido
conocer que el Estado Inca no fue homogénea (Menzel 1959), en tanto que las tradiciones locales lo-
graron mantenerse incluso hasta tiempos coloniales. Existen varias explicaciones para la continuidad
de los estilos locales, la misma que incluye la forma como poblaciones determinadas fueron incor-
poradas, la forma como el Estado Inca llegó a supervisar a la población local, y por supuesto la corta
duración del Estado Inca. Esta última en particular no permitió que la administración Inca dejara sus
huellas de una forma más marcada y clara. Por lo tanto, y así como otros estudiosos del Estado Inca
vienen reconocido (Morris 2007; Malpass y Alconini 2010: 3), el Imperio Inca fue compuesto por un
mosaico de tradiciones locales, cuyas raíces retrocedían a varios cientos de años.

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Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 437-478
ISSN: 0254-8062

Recibido: febrero de 2012


Aceptado: julio de 2012

Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío


en el entierro de Armatambo
Mary Frame
Instituto de Estudios Andinos, Berkeley - investigadora asociada
framem@hotmail.com

Francisco Vallejo
Universidad Nacional Federico Villarreal
f_vallejob@yahoo.com

Mario Ruales
Ministerio de Cultura. Programa Qapac Ñan.
Director del Proyecto de Puesta en Uso Social – Huaycán de Cieneguilla
mario.rualesm@yahoo.com.pe

Walter Tosso
Fundación Museo Amano. Director del Proyecto Arqueológico de Pisquillo – Las Shicras
w_tosso@hotmail.com

Resumen
Un contexto funerario, excavado en 1982, en el sitio de Armatambo proporciona la base para describir
el estilo de textiles Ychsma durante el Horizonte Tardío. Los datos textiles (tipos de prendas de vestir, la
iconografía, la disposición de diseño, las fibras, las estructuras de tejido, hilos, colores, etc.) son suficiente-
mente extensos para distinguir los tipos de textiles Ychsma con textiles de otros estilos, y para identificar
textiles semejantes en colecciones de museos. La procedencia de los textiles Ychsma en las colecciones de
los museos, es considerada para sugerir el ámbito de interacción de la cultura Ychsma en la costa central.
Palabras clave: Ychsma, textiles, Armatambo, costa central.

Abstract
A burial context, excavated in 1982 at Armatambo, provides the basis for describing the Ychsma textile
style during the Late Horizon. The textile data (types of garments, images, design lay-out, fibers, fabric
structures, yarn spin, colors, etc.) are extensive enough to distinguish many types of Ychsma-style gar-
ments from those of other styles, and to identify similar textiles in museum collections. The provenience
information on Ychsma textiles from museum collections suggests the extent of the Ychsma sphere of
interaction on the Central Coast.
437
Keywords: Ychsma, textiles, Armatambo, central coast.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478

El estilo Ychsma, en particular los textiles de este estilo, no son bien conocidos a través de la arqueo-
logía. Sin embargo, las fuentes etnohistóricas indican que el señorío Ychsma ocupó las secciones me-
dia y baja de los valles de Rímac y Lurín, durante los periodos Intermedio Tardío y Horizonte Tardío,
y su centro más famoso fue el Santuario de Pachacamac. Pequeños subgrupos, que ocuparon los sitios
a lo largo de los canales en los valles inferiores, conformaron el señorío y compartieron un estilo co-
mún de vestir, un lenguaje común o dialecto y un origen mítico (Rostworowski 1977a, 1977b y 1990).
Armatambo es un sitio Ychsma cercano al brazo del canal de Surco (o Sulco), en la parte baja del valle
del Rímac. El Padre Bernabé Cobo, quien conoció Armatambo en el siglo XVII, remarcó su suntuoso
templo y las casas elaboradas con figuras pintadas en las paredes, también puso en evidencia la pre-
sencia de una gran población (Cobo 1882 [1639], citado en Díaz y Vallejo 2005: 227). Actualmente, poco
del esplendor de Armatambo es visible porque la mayoría del sitio, se encuentra cubierta de casas. En
1982, justo delante de la excavadora, tres de los coautores del presente artículo excavaron una tumba
que contenía muchos tejidos de estilo local. Este contexto importante proporciona una base para
describir los textiles de estilo Ychsma durante el Horizonte Tardío.
En los últimos años, un considerable número de enterramientos de las épocas tardías han sido ex-
cavados en el territorio Ychsma en sitios como: Armatambo, Puruchuco / Huaquerones y Rinconada
Alta (Cock y Goycochea 2004; Díaz y Vallejo, 2002a, 2002b y 2005; Díaz y Landa 2009; Frame et al.
2004; Guerrero 2004), pero los contextos funerarios con concentraciones de textiles de estilo local no
son abundantes. Los textiles recuperados por los arqueólogos durante excavaciones en Pachacamac
incluyen tejidos llanos y a cuadros de un contexto femenino con fechado correspondiente al perio-
do Intermedio Tardío, así como textiles más elaborados que fueron identificados como Ychsma del
Horizonte Tardío (Eeckhout 1998, 1999; Feltham 2002). Los textiles publicados proporcionan datos
útiles sobre las fibras, colores y estructuras específicas de tejidos Ychsma, pero el pequeño número
de ejemplos ofrece una limitada visión del estilo. Los intentos por diferenciar los textiles Ychsma
sin procedencia (a veces denominado estilo “Rímac” o “Pachacamac”) de otros estilos han puesto en
relieve ciertos distintos tipos de tejidos, tales como tapices de algodón (Engelstad 1980; Jiménez Borja
1999; Stone-Miller 1992; Young-Sánchez 1992), pero nuevamente la visión del estilo está lejos de ser
completa. Fotos y dibujos de unos tapices de algodón del contexto de Armatambo son publicados
(Frame 2010: Figuras 13-15; Vallejo 1988: Figuras 14, 15 y 21).
Algunas colecciones tempranas y excavaciones en Pachacamac incluyen textiles Ychsma, pero
también estilos foráneos de textiles que abarcan un largo periodo (Schmidt 1910 y 1929; Uhle 1991).
La presencia de estilos originarios de lugares tan lejanos como el valle de Lambayeque, indica que los
peregrinos religiosos viajaban largas distancias hacia el santuario de Pachacamac durante un periodo
de muchos siglos. La mezcla de estilos textiles presentes en el territorio Ychsma durante los periodos
tardíos probablemente refleja la presencia de residentes locales y peregrinos, las incursiones periódi-
cas de grupos étnicos vecinos de las elevaciones más altas o valles adyacentes, así como los incas y los
especialistas extranjeros (mitimaes) que fueron re-asentados en la época incaica1.
Con tantos estilos representados en sitios de los valles de Lurín y Rímac, una descripción segura
de tejidos del estilo Ychsma requiere de un contexto arqueológico con asociaciones. La tumba que fue
excavada en Armatambo en 1982 es la única en tener una amplia gama de tejidos de la elite en el estilo
local. Más de setenta textiles de la tumba fueron depositados en el Museo de Arqueología y Antropología
de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos por los arqueólogos Mario Ruales, Francisco Vallejo
y Walter Tosso, quienes excavaron la tumba y aperturaron el fardo. Los textiles son de estilo local y el
contexto está fechado en el Horizonte Tardío sobre la base de un plato de estilo local Inca que fue en-
contrado en la tumba (Vallejo 1988: 398). Los textiles del contexto Armatambo tienen grupos de rasgos

438 1 Los estudios de restos no textiles y de patrones funerarios también indican la presencia de diferentes grupos
durante el Horizonte Tardío (Díaz y Vallejo 2004; Vallejo 2009).
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo

distintivos, que son descritos aquí y luego se utilizan para identificar otros ejemplos de textiles Ychsma
en colecciones de museos. Las procedencias de los textiles en colecciones de museos proporcionan una
aproximación de la esfera de interacción Ychsma en la Costa Central durante los periodos tardíos.

Tecnología y estilo
Numerosos aspectos estilísticos deben ser considerados cuando trabajamos para definir un estilo tex-
til. La iconografía, la disposición del diseño, los patrones de simetría, y las preferencias cromáticas a
veces proporcionan señales reconocibles instantáneamente para la identificación de un estilo, pero
los rasgos de pequeña escala son también importantes. Algunos textiles carecen de iconografía y
de patrones, pero todos tienen, como mínimo, la torsión de los hilos y la estructura del tejido. Las
características técnicas permiten que los textiles llanos sean considerados, e incluso contribuyan a
la definición de un estilo. De los atributos técnicos, a menudo es posible inferir qué tipos de telares,
husos y técnicas de hilado fueron empleados.
Las mayores diferencias técnicas y de estilo tecnológico (Lechtman 1977) son visibles a nivel re-
gional. Los especialistas en textiles reconocen al menos cuatro tradiciones regionales en los Andes2.
Cada tradición se caracteriza fundamentalmente por las similitudes en los materiales, el hilado, las
técnicas de tejido, los acabados, los tipos de prendas de vestir, los tipos de telar y husos. Aun cuando el
estilo específico no puede ser identificado, los especialistas pueden a menudo ubicar un tejido dentro
de una tradición tecnológica regional, como Jiménez (2009), por ejemplo, ha hecho. El estilo Ychsma
pertenece a la tradición central y sur de la Costa.
Los estilos de los grupos étnicos vecinos pueden variar en características específicas, aunque com-
parten la misma tradición textil regional. A medida que más estudios técnicos son publicados, es posible
distinguir entre los estilos locales de una región. El estilo Chancay, que se centró en los valles al norte
del territorio Ychsma, también pertenece a la tradición central y sur de la costa, y comparte con el estilo
Ychsma algunos, pero no todos, los tipos de prendas de vestir, las técnicas y la iconografía.
La torsión del hilo es un atributo técnico útil para distinguir entre algunos estilos de textiles.
Tanto los hilanderos Ychsma y Chancay emplearon un huso con ambos extremos puntiagudos, per-
mitiéndoles hilar con torsión en Z cuando el huso se orientaba verticalmente y con torsión en S,
cuando el huso estaba orientado horizontalmente3. En la terminología del hilado, S y Z se utilizan
para distinguir la inclinación de las fibras en un elemento torcido a través de la correspondencia con
la inclinación diagonal del trazo central en cada letra. Ambos estilos muestran una preferencia por
los hilos de dos cabos (Z-2S) para las urdimbres (la primera serie de hilos paralelos que se coloca en el
telar), y también utilizan los hilos de un solo cabo (hilado en S o Z) en ciertos casos. La notación Z-2S,
significa que el hilo fue torcido por primera vez en la dirección Z, y luego dos hilos fueron retorcidos
juntos en la dirección S. Las diferencias en las prácticas del hilado se pusieron en relieve, para esta-
blecer distinciones entre los estilos Ychsma y Chancay a nivel técnico. La elección de la fibra (algodón
o camélido) es otra diferencia entre los estilos. Los textiles Ychsma son mayormente de algodón, con
poca fibra de camélido y los textiles Chancay utilizan más fibra de camélido, junto con algodón.
Ciertas convenciones son seguidas en las ilustraciones y leyendas con el propósito de transmitir
información sobre el tejido y la construcción de prendas Ychsma. Los textiles son mostrados con las
urdimbres orientadas verticalmente, salvo que se indique lo contrario. Las tramas (los hilos que se en-

2 Las tradiciones regionales más conocidas son: la tradición norteña, la tradición de las tierras altas centrales,
la tradición centro-sur y la tradición de la costa central y sur.
3 La diferencia de direccionalidad en la torsión del hilo surge debido a que el huso, de orientación vertical, se
activa con los dedos en el extremo proximal, donde se tuerce la fibra en hilo, mientras que cuando el huso
está orientado horizontalmente, se activa en el extremo distal, opuesto a donde se tuerce la fibra en hilo 439
(Rowe 1996).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478

trecruzan con las urdimbres) son orientadas en la dirección opuesta. En las leyendas, primero se indica
la dimensión de la prenda en la dirección de la urdimbre. Las camisas Ychsma de tapiz, por ejemplo, di-
fieren en la orientación de la urdimbre de las túnicas Inca de tapiz de las tierras altas, y las convenciones
de la ilustración y la leyenda deben transmitir esto.
Telas de los ligamentos recurrentes, tales como tapices y brocados, son atributos tecnológicos
que serán considerados aquí4. El tapiz es un tejido con un ligamento llano con tramas discontinuas y
apretadas (cara de trama). El tapiz ranurado, una variante común en los estilos Ychsma y Chancay,
tiene aberturas o ranuras entre las áreas locales de color. Cuando las aberturas son largas, son cerra-
das ya sea por costuras posteriores, o por varios tipos de trabados realizados durante la confección del
tejido. El tapiz ranurado Ychsma, cuando es considerado en combinación con las fibras, los colores, la
iconografía, y la técnica usada para terminar la tela, surge la diferencia de otros estilos de la costa.
El brocado, que es otra técnica para hacer figuras con las tramas, tiene un campo de ligamento
llano y además tramas suplementarias y discontinuas en las áreas locales. Las tramas del brocado, que
son tejidas entre las filas de tramas del tejido base, flotan por encima de un número de urdimbres y se
sujetan por debajo de una o más urdimbres. Dos variantes de brocado, que se distinguen por la longi-
tud de las tramas flotantes y el número de las urdimbres amarres, están presentes entre los brocados
Ychsma en el contexto descrito aquí. Uno de los tipos, cuando se considera junto con la iconografía
y otros atributos, es particularmente distintiva (Frame s.f.). Los detalles técnicos, junto con la icono-
grafía, patrones y colores, que son presentados en las ilustraciones, serán empleados para describir el
estilo de textiles Ychsma durante el Horizonte Tardío.

La excavación de la tumba en Armatambo


Armatambo, situado en la ladera oriental del Morro Solar, en el distrito de Chorrillos, fue un extenso
sitio Ychsma con pirámides y otros tipos de arquitectura que pudieron haber sido de carácter admi-
nistrativo o residencial (Díaz y Vallejo 2005: 226). Hoy en día, el sitio está cubierto casi completamente
con casas construidas por inmigrantes a la costa. Cuando eran estudiantes de la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos en 1982, los arqueólogos Mario Ruales, Francisco Vallejo y Walter Tosso realiza-
ron una excavación de rescate en el barrio conocido como “Mártir José Olaya Balandra”5. La excava-
ción inicial fue ampliada a una segunda área, denominada sector D2 (Fig. 1), que estaba a punto de ser
excavada para viviendas. El sector D2 fue una zona con silos o almacenes que habían sido reutilizados
como cámaras funerarias, y la tumba del compartimiento D fue el más pequeño de los almacenes ex-
cavados. (Fig. 2, en primer plano a la izquierda)6.
La tumba revestida con adobe (1,4 x 1,8 m) contenía dos cuerpos, así como ofrendas de diferentes
tipos (Ruales et al 1983; Vallejo 1988). El fardo principal fue inicialmente apoyado en posición vertical
en la esquina norte, pero se había caído. Dentro del fardo, había un hombre de aproximadamente 50

4 La terminología textil utilizada aquí sigue Rowe (2006), en lo posible.


5 Mercator Transversal Universal (UTM) coordenadas del Sector D2 son 8’652,975 N y 280,250 E (Ruales et al.
1983).
6 Algunos aspectos y textiles de la excavación fueron descritos por Francisco Vallejo (1988). Los planes para
publicar el contexto más completo fueron suspendidos por la sustracción de sus mejores archivos de inves-
tigaciones y fotos mientras los tres arqueólogos se encontraban en Italia. Sólo quedaron unas pocas fotogra-
fías de la excavación. Ensamblar la mayoría de los textiles de la tumba en 1998 y 1999 para el presente estu-
dio implicó revisar todos los textiles de los sectores D1 y D2 en el Museo de Arqueología y Antropología de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos, correlacionándolos a los registros disponibles y los recuerdos
de los arqueólogos. Los documentos consultados incluyen el informe del Instituto Nacional de Cultura (Rua-
440 les et al. 1983), inventarios de los arqueólogos (Ruales s.f.1; s.f.2) y el museo, las fotos del desenfardelamiento
y las fichas de registro textil que se realizaron en la década de 1980 por Heiko Prümers (Prümers s.f.).
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo

Figura 1. Plano arquitectónico de los almacenes en el Sector D2 de Armatambo, que fueron reutili-
zados como cámaras funerarias durante el Horizonte Tardío. El compartimiento D contenía el fardo
funerario de un hombre de aproximadamente 50 años de edad, así como el cuerpo de una mujer joven
sacrificada (Vallejo 1988).

Figura 2. Compartimiento D, que contenía el fardo funerario, es la cámara rectangular más pequeña
que se muestra en primer plano, hacia el lado izquierdo en la excavación del Sector D2 de Armatambo. 441
Fotografiado por Mario Ruales, 1982.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478

años de edad, en posición fetal, al que le fueron concedidos muchos ritos funerarios durante la prepa-
ración de su fardo. Tenía una grave enfermedad en la columna vertebral, llamada spondilo-artrosis,
que debió haber deformado su postura. Tal vez en vida usó un bastón corto para apoyo y equilibrio,
similar al que se encontró en la tumba. El segundo cuerpo de la tumba era el de una mujer joven,
18-20 años de edad. Ella estaba tendida boca abajo, con los brazos y piernas flexionadas hacia fuera
del cuerpo. Ella fue aparentemente sacrificada con un pesado adobe que le habría roto la columna
vertebral. Llevaba un vestido sencillo de algodón marrón grueso, que estaba demasiado frágil para
recuperarse.
Durante la excavación de la cámara funeraria, se encontró una hilera de adobes a 15 cm bajo el
nivel del piso (roto). Varios tipos de ofrendas aglutinadas fueron encontradas en la esquina sur-este
en este nivel: bandas de tejido, paños llanos y decorados, nueve husos atados juntos, un collar de
semillas (Nectandra?), una pulsera de conchas marinas, esculturas de arcilla incluyendo tres figurillas
femeninas, un plato de estilo inca local y diez peces en tapiz. Al lado norte de la tumba, se encontra-
ron un plato de arcilla sin decoración y una vara corta que pudo haber sido el bastón de apoyo (Ruales
et al 1983; Vallejo 1988: 397-98).

Tejidos del relleno de la tumba


Una banda completa en tapiz del relleno de la tumba (#54, Fig. 3) podría ser la cobertura exterior de
una vincha rellenada, mientras que una banda de tapiz, que tiene un fleco añadido a lo largo, original-
mente fue el borde de un gran manto (#55, Fig. 4)7. Un fragmento de una banda colorida, que muestra
un ligamento con tramas complementarias (#51, 363.02.2051), probablemente fue el borde inferior de
una camisa. Los diez peces en tapiz de la tumba (#57-66), se tejieron con un contorno irregular, son
muy distintivos del estilo Ychsma en el Horizonte Tardío (#59, Fig. 5). Están elaborados en algodón en
el ligamento de tapiz ranurado y los bordes irre-
gulares están perfectamente acabados con nudos
ocultos dentro de ribetes tubulares. La combina-
ción de crema, azul y varios tonos de marrón es el
típico esquema de color de los textiles de algodón
Ychsma. Los peces en tapiz originalmente fueron
cosidos a un manto de ligamento llano, similares a
los mantos grandes encontrados dentro del fardo
que tiene parches en tapiz cosidos. Si bien es co-
mún que los tapices sean de algodón, el uso de la
fibra de camélido para algunas o todas las tramas
del tapiz (Fig. 3) tampoco es raro. Como la mayoría
de los tapices Ychsma, las urdimbres de algodón
en estos tres ejemplos son Z-2S o Z-3S y las tra-
mas son de un cabo hilado en Z. El uso de tramas Figura 3. Banda en tapiz con representaciones de cama-
de un cabo hilado en Z es frecuente en los tapices rones de río, ubicado en el relleno de la tumba. Podría
Ychsma, y bastante raro en los textiles Chancay8. corresponder a la cubierta externa de lo que original-
Un fragmento de un vestido se encontró tam- mente fue una vincha rellenada. 107 x 9.5 cm. #54, SM
bién en el relleno de la tumba. El fragmento es de 363.02.2050.

7 Los textiles del relleno de esta tumba recibieron números entre 50 y 78 en la secuencia de los tejidos recupera-
dos de los Sectores D1 y D2 de la excavación (Ruales s.f.2). Los textiles del fardo recibieron números entre 1 y
42 durante el desenfardelamiento.
442 8 Los datos sobre el tipo de torsión del hilo de textiles Chancay, recolectados en la superficie, muestran que menos
del 3% de una muestra de 553 textiles tienen hilos en un cabo, torcido en Z (Kula 1991: Tabla 1).
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo

ligamento llano equilibrado, y la construcción de los hilos es la misma que en los ejemplos de tapiz.
Los pliegues angostos fueron asegurados con varias filas de puntadas, como se puede ver al lado iz-
quierdo del fragmento (#56, Fig. 6). Los del lado derecho se han deshecho, aunque las dobleces de los
pliegues permanecen. Este es un fragmento del canesú de un vestido Ychsma, que normalmente tiene
una sección llana en el centro, flanqueado por pliegues. Un dibujo de un vestido de Pachacamac con
pliegues en el canesú (Uhle 1991: 68, Figure 94) muestra el tipo de vestido llevado por la mujer coste-
ña. Los pliegues son de espaciado estrecho y se mantienen en su lugar por las costuras del hombro y
talle y las líneas de puntadas, aunque el dibujo de Uhle no muestra la costura en el talle.
Grandes fragmentos de dos mantos brocados fueron encontrados en el relleno, encima de los
restos humanos. Ambos tienen indicios de haber sido utilizados en diferentes contextos antes de ser
colocados en esta tumba. Un panel de color amarillo con figuras, claramente masculinas (#50, Fig. 7a),
es un brocado elaborado en diferentes colores de algodón teñido, incluyendo azul, verde, rosa y dos
tonos de marrón. La asimetría de las figuras frontales es inusual y pudo haber sido dibujada a propósi-
to (Fig. 7b). Las figuras fueron tejidas en el tipo más común de brocado: las tramas suplementarias que
flotan por encima de un número impar de urdimbres (generalmente cinco) y se sujetan por debajo

Figura 5. Diez parches o pastillas de tapices en forma de


peces fueron encontrados en el relleno, sobre el fardo.
29.5 (la dirección de la urdimbre es horizontal) x 18.5
cm. #59, SM 363.02.2044.

Figura 6. Un fragmento de canesú plisado de un vestido


Figura 4. El fragmento de borde con flecos de manto de mujer había sido cosido a una tela más grande (# 67),
mostrando felinos fue hallado en el relleno de la tum- que fue hallado en el relleno de la tumba. El fragmento
ba. El borde en tapiz ranurado y la banda con flecos se muestra con la urdimbre orientada horizontalmen-
fueron tejidos con hilos de algodón. 100 x 10 cm. #55, te, como hubiera sido en el vestido original. #56, SM
SM 363.02.1982.
443
363.02.2037.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478

de una urdimbre. Las urdimbres son Z-2S, las tramas son de un cabo hilado en S y las tramas suple-
mentarias usadas para hacer las figuras son en su mayoría parejas o tríos de hilos hilados en Z. En los
textiles Ychsma son comunes las variaciones en la torsión de los hilos en la misma pieza, y un número
de brocados presentan esta combinación particular de estructuras de hilos (Frame s.f.). El ancho de
un panel completo está presente, así como un centímetro de un panel similar, que es cosido a un lado
(Fig. 7c). Una tira de tela marrón (1 x 50 cm) fue cosida toscamente a una sección al otro lado del panel
completo. Las costuras de este fragmento producen un plegado, en lugar de una costura plana. Esta
última adición al panel del manto sugiere una muy específica, pero indeterminada, historia de uso,
antes de que se arrancara el manto y se colocara el fragmento en la tumba.
El segundo manto está compuesto de, al menos, doce paneles de tela azul, marrón y beige donde
se alternan escenas brocadas con cuadros llanos (#67, Fig. 8a). El ancho original del manto estaba for-
mado por seis o más paneles cosidos de lado a lado. El largo estaba formado por un par de paneles del
mismo color. La escena de balsa representada puede referirse a la recolección de conchas spondylus,

a b

c
Figuras 7 a, b y c. Fragmento de un manto brocado, encontrado en el relleno de la tumba. El frag-
mento tiene dos hileras horizontales de personajes masculinos en un panel del manto original (a y
444 c). Las figuras se muestran frontalmente y presentan una notable asimetría (b). 178 (la dirección
de la urdimbre es horizontal) x 57 cm. #50, SM 363.02.1426.
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo

a b

Figuras 8 a, b y c. Manto listado con colores alternados,


que presentan escenas hechas con la técnica del brocado
(a), fue encontrado en el relleno de la tumba junto con
un fragmento de vestido de mujer (#56) cosido a él. La
escena en el manto muestra una balsa que incluye re-
madores, buceadores, aves y conchas spondylus (b y c).
La dirección de la urdimbre es horizontal. 214 x 103 cm.
#67, SM 363.02.2120.

ya que tanto los buceadores y las conchas parecen


estar representados a lo largo de los lados de la es-
cena (Figs. 8b y c). Los dos mantos fragmentados
del relleno están elaborados con hilos de algodón,
pero la estructura de este brocado fue configurada
de manera diferente al telar del ejemplo anterior.
Aquí las tramas flotan por encima de seis, cuatro
o dos urdimbres y se sujetan por debajo de dos de
c ellas. Se añadieron bordes bordados para enmarcar
la escena. El punto de cordoncillo (“stem stitch” en
inglés) fue utilizada para delinear los lados de la escena, y el punto corrido (“running stitch”) se empleó
en los bordes superior e inferior. La estructura de los hilos es aún más variada, como las urdimbres
que son tanto en Z-2S como en S-2Z y las tramas base son de un cabo hilado en Z o S. Las tramas suple-
mentarias son predominantemente de un cabo hilado en Z, al igual que la mayoría de los brocados. La
misma escena se representa en un fragmento de brocado de Pachacamac (Schmidt 1910: Figura 25) y de
Armatambo (excavación de Daniel Guerrero 1994), y una escena similar aparece en una tela pintada de
Pachacamac (Schmidt 1910: Figura 24).
En la tumba, el fardo fue encontrado a 45 cm de profundidad, mientras que restos de dos cuyes o
conejillos de Indias (Cavia porcellus) y partes de un feto humano fueron encontrados a 80 cm de pro-
fundidad (Vallejo 1988: 397). La presencia de la mujer sacrificada en la tumba ya se ha señalado. 445
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478

La forma original de los textiles en el relleno de la tumba puede ser reconocida en la mayoría
de los casos, pero es interesante observar que muchos están arrancados o son piezas disgregadas de
tipos estandares de prendas. Se sugieren varias posibilidades. Algunos tejidos pudieron haber sido
expuestos en las paredes, para luego ser arrancados y usados en el entierro. O tal vez fueron recu-
perados de otros contextos, incluyendo entierros, y re-utilizados como ofrendas en esta tumba. Los
textiles en el interior del fardo funerario incluyen algunos fragmentos y fusiones de fragmentos
que pueden haber tenido una similar, pero indeterminada, historia de uso.

Apertura del fardo funerario de Armatambo


Los textiles en el interior del fardo incluían varias prendas de vestir completas que vistieron el cuer-
po del difunto. Grandes telas de envoltorio (o grandes fragmentos) predominaron entre las capas
externas del fardo. Las telas de envoltorio eran sobre todo de forma rectangular, confeccionadas a
partir de tres paneles de tela. Tienen hasta casi 400 cm de largo por 200 cm de ancho, y muestran
varias técnicas. Los paneles de los mantos usualmente tienen un ancho de telar de 60 cm, que es un
tamaño conveniente para tejer en el telar de cintura. Aunque estas telas se conocen como “mantos”,
su tamaño puede indicar un uso diferente al de prenda de vestir. Amarres de tela de algodón sin te-
ñir son anudados alrededor del fardo a intervalos, separando las cinco capas de telas de envoltorio o
de ropa. Todos los amarres son de fibra de algodón blanco y ligamento llano. Fragmentos más peque-
ños e irregulares de tela decorada abundan en todo el fardo, los cuales pueden haber sido utilizados
para aumentar el tamaño o cambiar la forma del mismo. A diferencia de muchos de los fardos del
Horizonte Tardío excavados en el valle del Rímac, este fardo no tenía una gruesa capa de fibra de
algodón sin procesar justo debajo de la tela de envoltorio exterior (Cock 2002; Frame et al. 2004), ni
tampoco tienen capas de hojas o de otro material vegetal (Haun y Cock 2010: 203).

Primera Capa
El tejido que fue colocado en la parte externa del fardo
fue un manto incompleto con algo más que un panel, el
cual fue doblado y dispuesto encima del fardo. Cosido al
fragmento del manto van dos parches rectangulares de
tapiz y dos bordes de tapiz con flecos ubicados en los ex-
tremos (#1, Fig. 9). Las características técnicas y dimen-
siones sugieren que este manto originalmente tuvo tres
paneles con dimensiones totales de aproximadamente
335 x 195 cm y que tenía alrededor de veintiún parches
en tapiz. Los parches en tapiz, que fueron tejidos en to-
nos naturales de algodón, representan un animal con ca-
racteres antropomorfos que lleva un tocado en forma de
medialuna con la barbilla rodeada por una banda, mien-
tras que en el borde inferior se representan aves también
con rasgos antropomorfos. La torsión de las urdimbres es
Z-2S, pero es variable en las tramas. Las tramas de la tela
de base son de un cabo hilado en S, mientras que las tra-
mas utilizadas para los parches en tapiz, bordes y flecos

Figura 9. El fragmento de manto, que fue colocado en la parte


externa del fardo, tenía parches y bordes en tapiz cosidos. Cinco
446 parches adicionales con la misma figura (# 18a-e) fueron halla-
dos dentro del fardo. 340 x 65 cm. #1, SM 363.02.2129.
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo

c b
Figuras 10 a, b y c. El primero de los cuatro conjuntos de amarres (# 3a-3g) aseguran un paño envol-
torio hecho en la técnica del brocado (a). Los árboles con frutos están enmarcados (c) y se repiten en
pares de columnas en cada panel del gran fragmento de manto (b). 167 x 160 cm. #4, SM 363.02.1996.
Figura 10a fotografiado por Mario Ruales 1982.

son de un cabo hilado en Z. Las características técnicas de este textil, incluida la tapicería de algodón,
la aplicación de los parches de tapicería y la variabilidad en la dirección de la torsión de las tramas,
son típicos de los textiles Ychsma. Aspectos de la iconografía, especialmente el tocado aplanado en
media luna y los triángulos en la cola de la figura, parecen influenciadas por un estilo del norte, posi-
blemente Chimú (compárese con Rowe 1984: Figuras 129 y 30).
Una estera tejida con tallos de fibra vegetal cubre el exterior del fardo (#2, Díaz y Vallejo 2005:
Figura 7; Vallejo 1988: Figura 6). El borde de inicio indica que los tallos (Scirpus riparius) fueron dobla-
dos por la mitad, y entrecruzados diagonalmente con los tallos adyacentes, antes de ser aseguradas
con cuatro filas de encordado (“twining”) de dos tramas en la dirección Z. A lo largo del resto de la
estera se repiten parejas de las filas encordadas a intervalos espaciados.

Segunda Capa
Debajo de la estera se encontró un conjunto de amarres o lazos que sirvieron para sujetar los paños
envoltorios de la segunda capa (#3 a-g, Fig. 10a). La tela exterior era un manto de tres paneles que tiene
una imagen en brocado de un árbol estilizado que se repite en cada panel (#4, Figs. 10b y c). Parte de los
tres paneles están presentes, incluyendo secciones de los orillos de urdimbre en un extremo. Otro frag- 447
mento de brocado con una imagen similar fue encontrado en el depósito (SM 363.02.2119, 130 x 128 cm).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478

Figura 11. Un borde en tapiz con un diseño de peces entrelazados fue uno de los fragmentos encontrados en el se-
gundo nivel del fardo. 28 (la dirección de la urdimbre es horizontal) x 14 cm. #6a, SM 363.02.1983.

Es probable, pero no seguro9, que sea un fragmento de este manto. El manto está elaborado con algodón
de colores naturales, las urdimbres y tramas del tejido base están retorcidos en Z-2S. Las tramas suple-
mentarias del brocado son de un cabo hilado en Z, y se utilizan pareadas. Al igual que el manto con las
figuras masculinas (Fig. 7), el brocado es el tipo más común, donde las tramas suplementarias flotan por
encima de cinco urdimbres, y se sujetan por debajo de una urdimbre. En la iconografía Ychma es notable
la presencia de plantas (Fig. 10c), incluyendo ejemplos donde las aves o monos comen frutos y plantas.
Varios fragmentos, algunos pequeños y de vívidas imágenes, se han colocado en la segunda capa
del fardo, por debajo de los amarres y el manto. Una pequeña pieza de un borde en tapiz (#6a, Fig.
11) y parte de un pez en tapiz (#6b) de otro manto (#12) se encontraban entre ellos. El fragmento de
borde en tapiz, tejido con tramas de fibra de camélido, está teñido con brillantes colores, una carac-
terística que se encuentra en una minoría de tapices Ychsma. Los textiles en este nivel incluyen un
paño grueso tejido de algodón blanco natural, con una mancha de tinte púrpura (#7), posiblemente
derivado de un molusco caracol (Plicopurpura patula pansa gould) que vive en las zonas intermareales
en algunas partes de la costa.
Otro fragmento tiene hileras de plumas de color rojo, amarillo y azul iridiscente cosidas a la tela
base (#8, Fig. 12). Las plumas azules y rojas se utilizan juntas para elaborar diseños de bandas que no
están claramente delineadas, mientras que las plumas amarillas cubren el campo de arriba y abajo.
La posición de la banda y el tamaño de los fragmentos sugieren que esta era parte de un tabardo de
plumas, una prenda que cubre el torso y tiene lazos en lugar de costuras laterales, y que se distribuyó
ampliamente en el Horizonte Tardío. La tela base consta de tres estrechos paneles cosidos juntos, y
todos tienen el mismo patrón en la dirección de la torsión de la urdimbre (Z-2S) y trama (un cabo
hilado en Z). Dos fragmentos rotos, uno en brocado y otro un tejido con plumas (#8 a y b, Fig. 13), han

9 El segundo fragmento de una tela similar ingresa como procedente del Sector D2, sección D, en el inventario
de los arqueólogos, pero no hay número de registro del fardo funerario. El textil con #5 no fue ubicado en el
448 depósito o en los diversos registros consultados, por lo tanto, es posible que al segundo fragmento del manto
#4 le fue asignado este número.
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo

Figura 12. Un fragmento de tela decorada con plumas que posiblemente fue parte de un tabardo o túnica abierta.
Corresponde a la segunda capa del fardo, junto con otros fragmentos. 38 x 56 cm. #8, SM 363.02.2127.
sido cosidos juntos mediante puntadas burdas. El frag-
mento en brocado muestra la estructura estándar (con
tramas suplementarias que flotan por encima de cinco
urdimbres y se sujetan por debajo de una urdimbre), y
el color y la dirección de la torsión de la mayoría de los
mantos en brocado. La imagen parcial del brocado po-
dría ser una mano de una gran figura con un apéndice
serpentino adjunto. El otro fragmento pudo haber sido
parte de otro tabardo de plumas. La condición de este
grupo de textiles sugiere que ya era fragmentaria cuan-
do se coloca en el fardo y muy posiblemente hayan sido
extraídos como fragmentos de otros contextos.
También en este nivel fue colocado un conglomerado
de telas de ligamento llano en la zona del pecho (#9a-i).
Algunas prendas de algodón que están más o menos com-
pletas se encuentran entre ellos. Un paño sin decoración
de tres paneles (#9b, 108 x 61 cm, SM 363.02.2083) y una
camisa corta sin mangas (#9e, 34 x 83 cm, SM 363.02.2082)

Figura 13. Los fragmentos rotos en la segunda capa incluían


un pedazo de tela con brocado y un trozo de plumario deterio-
rado que habían sido cosidas juntas toscamente. #8a y b, SM
363.02.2079. 449
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478

están hechos de algodón blanco natural. La camisa ha sido confeccionada a partir de dos paneles dobla-
dos a la altura del hombro y con costuras de unión en la parte central y en los lados. Un segundo paño
de tres paneles (#9a, 124 x 61 cm, SM 363.02.2081) es inusual debido a que un panel es más largo que los
otros dos. Las diferentes combinaciones de torsión para la urdimbre y la trama están presentes en cada
uno de los paneles. Las urdimbres, por ejemplo, son Z-2S (la dirección de la torsión del hilo más común
para la confección de las urdimbres en los tejidos Ychsma), S-2Z, o de un solo cabo hilado en Z, mientras
que las tramas son en un solo cabo hilado en Z o S. Aunque la variabilidad en la construcción de hilos es
común entre los textiles Ychsma, este ejemplo es extremo.
Otros textiles en el ligamento llano de este grupo incluyen un paño rectangular de color blanco con
listas de urdimbres marrones en el borde (#9f, 62 cm x 55, SM 363.02.2086), un fragmento de tela de color
beige carbonizado (#9g, SM 363.02.2080), un fragmento ajedrezado con urdimbres y tramas en blanco y
marrón (#9h, 42 x 17 cm, SM 363.02.1984), y un grueso tejido completo de tela blanca (# 9i, 32 x 23 cm,
SM 363.02.2087). A pesar de que en general son de calidad deficiente, los textiles de este grupo se carac-
terizan por la variabilidad de la torsión en los hilos. La mayoría de los hilos son Z-2S o de un cabo hilado
en Z, pero hilos de un cabo hilado en S también están presentes en este grupo10.
Por debajo de la diversidad de fragmentos y prendas de vestir de esta capa hay un manto marrón
formado por tres paneles que envolvía completamente el fardo. Presenta un solo motivo de círculos
concéntricos realizado con sartas de plumas de tres colores que fueron cosidas sobre la tela (#10, Fig.
14). La sección central del manto, justo por encima del círculo, se ha perdido debido al deterioro, pero
algunas partes de todos los orillos se conservan. Como la mayoría de mantos, los tres paneles tienen
un ancho de 60 cm cada uno, pero la longitud sólo puede ser estimada por la sección que falta. La
estructura de este paño de algodón es ligamento llano con un ligero predominio de urdimbres. Las
urdimbres son Z-2S y las tramas son de un cabo en Z y S. El motivo del círculo es inusual y la ubicación
asimétrica de este único motivo lo es aún más.
Un fragmento brocado con un gran pez (# 10a, Fig. 15a) fue adjuntado al manto con costuras gruesas
cerca del círculo de plumas. El motivo de pescado ocupa todo el ancho de un panel de 60 cm, probable-
mente uno de los tres paneles de un manto grande. Por encima y por debajo del pez hay fragmentos de
otros peces en combinaciones de diferentes colores. A juzgar por los mantos completos y las dimensio-
nes de este fragmento, originalmente el pez grande pudo haberse repetido 18 veces con una alternan-
cia diagonal de colores en el manto original. La fibra (algodón), la estructura de brocado (las tramas
suplementarias que flotan por encima de cinco urdimbres y se sujetan por debajo de una urdimbre)
y la torsión de los hilos (Z-2S para las urdimbres de la tela base y un cabo hilado en Z para las tramas
suplementarias pareadas) son conformes con las características técnicas más recurrentes de los mantos
brocados de Ychsma (Frame s.f.). Las tramas de la tela base son Z-2S en este ejemplo. La imagen muestra
la interacción entre los motivos, una característica notable de algunas imágenes Ychsma, donde las
aves, el pescado y los crustáceos se muestran con frecuencia en actitud de comer o ser comidos. Un
cuadrúpedo con cola se muestra en el vientre del pez, utilizando la convención artística de una vista de
rayos-X (Fig. 15b).

Tercera Capa
El nivel tres del fardo se indica por un amarre de algodón anudado (#11, SM 363.02.2075). Debajo del
amarre, hacia un lado del cuerpo, se encontró la mitad de un manto con parches en tapiz en forma
de peces (#12, Fig. 16a). Un panel completo de la tela base de algodón y la mitad de otro panel fueron
teñidos, o posiblemente pigmentados, en un tono amarillo. Cinco peces enteros y cuatro incompletos
permanecen, junto a bordes decorativos en tapiz con diseños de aves y de plumas. Probablemente el

450 10 Los especimenes que corresponden a los números 9c y 9d no se encontraban en el depósito, ni en ninguna
de las listas o documentos consultados.
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo

Figura 14. Un manto de tres paneles en la capa dos, presenta un motivo de círculos concéntricos formados con
plumas rojas, amarillas y azules. La flecha a la izquierda indica donde fue cosido el fragmento de brocado al manto
(Figura 15a). >280 x 180 cm. #10, SM 363.02.2123.

Figuras 15 a y b. Un fragmento de brocado (a), que presenta un pez ingiriendo a un crustáceo mientras que aves
picotean su cuerpo (b), estaba cosido al manto #10 (nótese las puntadas gruesas al lado izquierdo de la figura 14,
indicada por la flecha). 82 x 60 cm. #10a, SM 363.02.2126.

manto originalmente tenía tres paneles y catorce aplicaciones de peces. Las adiciones en tapiz, que
incluyen los bordes en los extremos, son de algodón, y fueron tejidos en colores naturales y teñidos
(Figs. 16 b y c). En todo el fragmento de manto, la construcción del hilo es Z-2S, con la excepción de
las tramas de tapiz que son de un cabo hilado en Z. Todos los bordes de los peces están muy bien aca-
bados, ya sea por anudar los hilos o zurcirlos de nuevo después de haber sido cortados. Los nudos que
amarran las urdimbres cortadas se ocultan dentro de un ribete tubular tejido en el borde. El acabado
de la forma tan compleja es impresionante, puesto que todos los bordes tienen la apariencia de ori-
llos. Ambas figuras de peces y aves son comunes en la iconografía Ychsma, y las aletas de este pez se
asemejan a las alas de una ave.
Un segundo amarre anudado (#13, SM 363.02.2137), además del #11, sujetan dos grandes paños
envoltorios de la tercera capa del fardo. Uno de ellos es un manto amarillo de tres paneles que mues- 451
tra un patrón de aves volando (#14, Fig. 17a). Las aves marrón oscuro son bilateralmente simétricas y
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478

a
Figuras 16 a, b y c. La capa tres del fardo contenía la mitad de un manto
(a) con parches de peces y los bordes cosidos a él (b y c). El pez en tapiz está
tejido y acabado en todos sus bordes (b). Posteriormente, fue cosido al manto
de algodón amarillo. 383 x 105 cm; parche de pez: 48 (la dirección de la ur-
dimbre es horizontal) x 36 cm. #12, SM 363.02.1427.

se repiten en la simetría conocida como “traslación” (es decir, repe-


tición exacta), que es un patrón simétrico común en los mantos en
brocado y/o tapiz Ychsma. Sin embargo, este manto se diferencia
en varios aspectos de la mayoría de los mantos Ychsma. Las figuras
son más pequeñas, más numerosas y se repiten en alineación alter-
na. Además, tanto las urdimbres y tramas de la tela base son de un
cabo hilado en S y las aves son bordadas, en lugar de brocado (Fig.
17b). Pares de hilos hilados en Z fueron insertados sobre la tela base
con una aguja a un ritmo similar al de la mayoría de los brocados
Ychsma (flotando por encima de cinco urdimbres y sujetando por
abajo de una urdimbre). A pesar de la semejanza con los brocados,
c
los motivos son definitivamente bordados porque algunos de ellos
atraviesan la costura entre dos paneles del tejido. Las “alas” y las
patas de las aves que vuelan se asemejan a los apéndices o aletas de los mamíferos marinos, aunque el
pico y la cola son de ave. Esta mezcla de atributos de los distintos animales es probablemente inten-
cionada, y producen una ambigüedad interesante: ¿es la acción de volar o nadar?, ¿la tela de fondo es
el mar o el cielo? No hay evidencias de los bordes finales de este gran manto de algodón, que original-
mente tiene un ancho de 198 cm y un largo de casi 400 cm.
El otro paño envoltorio de esta capa, es una tela de fondo amarillo con parches rectangulares
452 en tapiz (#15, Fig. 18a). Se conservan dos fragmentos grandes del manto de tres paneles, incluyen
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo

b a

Figuras 17 a y b. Un manto de la capa tres, en


dos fragmentos, repite pequeñas figuras que
podrían ser aves volando en los tres paneles
(a). Las figuras fueron bordadas, y las finas
puntadas siguen el ritmo de las tramas suple-
mentarias encontradas en estructuras brocadas
(b). 67 x 198. #14, SM 363.02.1425; también SM
363.02.2128, 154 x 176.

un borde en tapiz y una banda con flecos. Los hilos de fibra de camélido se usan solo para las tramas
de color rojo brillante que se encuentran en el borde y los flecos. Las urdimbres de la tela base, los
parches, los bordes y la banda marginal son consistentemente Z-2S, pero las tramas en la tela base
son de un cabo hilado en S, de un cabo hilado en Z en los parches, y una mezcla de estructuras de hi-
los en los bordes. Los parches, como los tapices Ychsma en general, se tejen en el ligamento de tapiz
ranurado. Los trabados ensamblados, a veces nombrados “cola de paloma” o “dove-tail” en inglés, son
utilizados ocasionalmente para cerrar las largas ranuras de tapiz, o más comúnmente, las costuras. El
borde final de los parches en tapiz tiene un ribete de forma tubular en el que se ocultan las urdimbres
cortadas y anudadas. El manto originalmente pudo haber tenido 19 (seis, siete, seis) parches dispues-
tos en los tres paneles11. Aves de pie (Fig. 18b), en lugar de volar o nadar, se repiten en los parches y
el borde. La figura de gancho que se repite en los bordes de los parches puede referirse a las olas del
mar encrespado.

11 El número de parches no pudieron ser verificados debido a la complejidad del plegado de los fragmentos y 453
la falta de espacio en el depósito.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478

Cuarta Capa
Cuatro amarres de tela de algodón (# 16, SM 363.02.2075, # 17, SM 363.02.2144, # 19, SM 363.02.2138, y
#20 a y b, SM 363.02.2147) aseguran los paños envoltorios de la cuarta capa del fardo. El primer amarre
se encuentra arrugado y anudado. El segundo, que estaba abierto, era una tela blanca de tres paneles
con dimensiones de 125 x 60 cm. En este paño de tejido abierto, los hilos de urdimbre y trama son de
un cabo hilado en Z. El tercero es un fragmento de dos paneles tejidos y cosidos entre sí que miden 80
x 45 cm. Ambos hilos de urdimbre y trama son de un cabo hilado en Z. El último amarre, que consta de
dos piezas, es de 104 cm más 83 cm de longitud y 16 cm de ancho (aplanado). La construcción del hilo
para ambos fragmentos es Z-2S para las urdimbres y las tramas son de un cabo hilado en Z.
El primer tejido de la cuarta capa es un gran fragmento de manto en brocado, de tres paneles, en
que se repite una figura que parece ser una planta con caracteres zoomorfos (#18, Fig. 19a). Zarcillos
en espiral están unidos a la figura, que se compone de dos serpientes cada una con dos cabezas, más
una cabeza en la parte superior de la figura (Fig. 19b). La figura grande, 50 x 60 cm, que se repite nueve
veces en el fragmento existente, es única en el repertorio iconográfico Ychsma reunido hasta ahora.
Tres combinaciones diferentes de colores se exhiben en las figuras, y los que son del mismo color se
encuentran alineados en diagonal sobre los tres paneles. Este es el patrón más común de alternancia
cromática en los textiles Ychsma. Una característica inusual es el cambio de colores de la tela base.
Algunas áreas tienen tramas de color café claro, tramas marrones o tramas de dos colores alterna-
dos. Algunas de las tramas se han deteriorado, dejando rasgaduras de tela en algunas áreas (ver los
bordes derecho e izquierdo de la Fig. 19a). Este manto coincide con la mayoría de los mantos broca-
dos Ychsma en cuanto al hilado y el tipo de brocado. Estrechas franjas de tela han sido burdamente
cosidas al orillo de trama y partes de orillo de urdimbre. Estas adiciones desconcertantes indican una
particular, pero desconocida, historia antes de ser utilizado como un paño de envoltorio en el fardo.
El manto completo pudo haber tenido alrededor de un tercio más de tamaño que el fragmento super-
viviente, que es de 250 cm de largo.
Por debajo del final de los amarres (#19 y #20 a y b), cerca del pie del fardo, había un fragmento
de brocado de algodón con un patrón ajedrezado de rectángulos llanos y rectángulos con dibujos (#
21, Fig. 20a). Rombos con bordes aserrados se repiten dentro de las celdas de una red hexagonal en
los rectángulos con dibujos (Fig. 20b). El patrón se teje en una estructura de brocado menos común,
donde las tramas suplementarias flotan por encima de un número par de urdimbres y se sujetan por
debajo de dos urdimbres. La tela de la base es el ligamento llano de urdimbre predominante. Las ur-
dimbres son Z-2S, las tramas de la base de un cabo hilado en S, y las tramas de brocado son de un cabo
hilado en Z, usados en pares. El ángulo agudo de los bordes dentados que delinean el diamante su-
gieren un origen norteño para el motivo (compárese con Rowe 1992: Figura 14). El patrón ajedrezado
puede indicar una influencia inca12. El fragmento ha sido rasgado en todos los lados antes de que fuera
colocado en el paquete, por lo que la forma original de la tela no puede ser comprobada.
La figura más detallada de todas se repite en un gran fragmento de manto en brocado de tres
paneles, que era el siguiente paño envoltorio en la cuarta capa del paquete. La figura lleva un tocado
de media luna creciente con la barbilla rodeada por una banda (#22, Fig. 21a), que son una reminis-
cencia de las formas de tocado representados en textiles de los estilos norteños, como Sicán. La figura
está asociada con una estructura escalonada, tal vez una plaza hundida, y se encontraba encima de
un par de atados, con dos dedos ungulados, posiblemente de camélidos o ciervos. Las aves en vuelo
se repiten en una fila por debajo de la estructura escalonada, y dos crustáceos se encuentran a un
lado de la figura principal. Una figura con forma de gusano con un rostro humano está en la misma
zona. Tanto la estructura escalonada y las prendas de vestir de las figuras están cubiertas con motivos

454 12 La sugerencia fue atribuida a Jane Feltham (Jiménez 2006: 252). Aunque esto aún no puede ser demostrado
con los textiles de contextos arqueológicos, la sugerencia puede tener mérito.
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo

a b
Figuras 18 a y b. La tercera capa del fardo incluye un manto amarillo de tres paños con parches en tapiz y un borde
(a). El parche presenta aves marinas, posiblemente pelícanos, enmarcados por motivos que parecen ser olas (b). 371
(la dirección de las urdimbres de la tela de fondo es horizontal) x 93 cm y 375 x 98 cm. #15, SM 363.02.2121. Parche
en tapiz: 22 x 28 cm.

Figuras 19 a y b. Una figura única, que podría ser


una planta con caracteres zoomorfos (b), está he-
cha con la técnica del brocado (a). El gran frag-
mento del manto de tres paños estaba en la cuarta
capa del fardo. 250 (la dirección de las urdimbres
b
es horizontal) x 180 cm. #18, SM 363.02.1998.

geométricos dispuestos en diagonal, que también se repiten en los cuerpos de algunos de los animales
más pequeños.
Una característica inusual de la composición del diseño es la asimetría, que incluye no sólo la
ubicación de figuras menores, sino también la fisiología de los motivos. La figura principal tiene un
hombro que es más pequeño y más bajo que el otro, y muestra un número diferente de dedos en cada
mano (Fig. 21c). La asimetría de las manos de la figura se repite en las garras de diferentes tamaños de
los crustáceos, que tienen sus extremidades asimétricas levantadas en un gesto similar (Fig. 21b). Las
diferencias en las manos y uñas sugieren que la asimetría fue intencional, y presenta la posibilidad
de que la figura es una representación del hombre con la columna vertebral torcida del mismo fardo.
Su enfermedad pudo haberlo marcado como especial en un sentido positivo, ya que parece ser que 455
preside un sacrificio de ungulados atados con sogas al cuello en un marco arquitectónico. Este tipo
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478

Figuras 20 a y b. Un fragmento de brocado encon-


trado a los pies del fardo tiene un patrón geomé-
trico organizado en forma de damero (a) con rom-
bos dentados repetidos dentro de los cuadrados
alternos (b). La fibra y el hilo de la construcción
son los típicos de los textiles Ychsma, aunque la
figura geométrica no lo es. 85 x 70 cm. #21, SM
363.02.2078.

a b

b
c

Figuras 21 a, b y c. Un personaje con vestido


elaborado está representado entre estructu-
ras escalonadas y rodeada por criaturas de
la tierra, el mar y el aire, en un fragmento
de manto brocado (a). Las figuras menores
(b), así como la figura mayor (c) son mor-
fológicamente asimétricas. 212 (la dirección
de las urdimbre es horizontal) x 180 cm. #22,
456 SM 363.02.2122.
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo

de sacrificio se representa en un elaborado tejido con características arquitectónicas de Pacatnamú


(Donnan 1986: Figuras 1 y 2). La figura vestida en el brocado de Armatambo parece ser identificada
con las criaturas asimétricas en el mundo natural.
El conjunto arquitectónico y la distribución asimétrica de las figuras de fondo son rasgos esti-
lísticos notables de los textiles Ychsma que también aparecen en los textiles de los estilos norteños
(Donnan 1986: Figuras 1 y 2; Conklin 1990: Figuras 12 y 13). Las características compartidas sugieren
que las dinastías del norte ejercen una fuerte influencia en el estilo Ychsma durante el Horizonte
Tardío, y tal vez antes también. Sin embargo las características técnicas, tales como la torsión de
hilos, indican que el manto pertenece a la tradición regional de la Costa Central y del Sur, y no a la
tradición norteña13. El tamaño, aunque fragmentado, la construcción de tres paneles, el uso exclusivo
de los hilos de algodón y la técnica de brocado son típicos de los textiles Ychsma. La construcción del
hilo y el tipo de brocado son los mismos en la mayoría de los mantos del fardo. La paleta de colores de
ladrillo, verde, azul, rosa oscuro, además de los tonos naturales de algodón, son típicos de los textiles
Ychsma. Las distintivas tonalidades suaves surgen porque el algodón no acepta tintes tan fácilmente
como la fibra de camélido.
Son típicos de Ychsma los mantos de tres paneles con grandes diseños en brocado, pero estas fi-
guras son excepcionalmente grandes, más de 100 cm por 60 cm. Quedan restos de seis figuras, pero no
ha sobrevivido ninguna figura completa con ambos lados de la estructura escalonada. Si la longitud
original estaba cerca de los 400 cm, es probable que se repitieran nueve figuras en los tres paneles del
manto. Entre las demás figuras, el color de la cara es rojo, verde o blanco, lo que podría indicar que las
figuras del mismo color se repiten en disposición diagonal, como en otros mantos.
El siguiente textil del fardo fue una camisa en tapiz de alta calidad, confeccionada con dos paños
doblados a la altura del hombro y unidos por costuras al centro y los laterales (#23, Fig. 22a). La camisa
de algodón muestra figuras serpentinas en cada cuadrante y un borde inferior muestra aves nada-
doras que tienen una gran cabeza crestada. El borde está flanqueado con franjas horizontales, y está
tejido con las mismas urdimbres que el cuerpo de la camisa. Tejida por separado lleva una flecadura
con tramas amarillas, formando anillos, que se cose al borde inferior. La gama de colores incluye to-
nos crema, beige, dorado, marrón, blanco y azul. El tamaño, la construcción y proporciones, así como
la disposición del borde, son características típicas de las camisas en tapiz Ychsma. Las imágenes de
las camisas en tapiz Ychsma son extensamente variadas e incluyen muchas figuras inusuales que van
desde los seres que llevan ropas a antropomorfos, zoomorfos y figuras geométricas. La gran escala de
la figura de cuatro partes en esta camisa es inusual.
Las camisas presentan características técnicas que pueden considerarse estándar para las cami-
sas en tapiz Ychsma. Características tales como los orillos de urdimbre (oculto bajo la flecadura) son
distintivos del estilo. El borde inicial de la urdimbre tiene anillos sueltos, lo que sugiere el cordón de
partida fue eliminado después de tejer. Las urdimbres del borde final fueron cortadas y oblicuamente
entrecruzadas para hacer un borde acabado firme (0,3 cm de ancho) que no se desenrede. El acaba-
do de entrecruzado oblicuo en borde final puede sugerir la influencia de las tierras altas, ya que fue
utilizado en las túnicas tapiz Inca y Wari14. La banda de flecos, que generalmente es de color amarillo
en las camisas Ychsma, tiene anillos de hilo abiertos en lugar de flecos retorcidos. El fleco de anillos
es el resultado de utilizar un hilo de trama flojamente retorcido, por lo tanto no vuelve a retorcerse
sobre sí mismo. El tapiz ranurado es la variante típica en el estilo Ychsma, y las ranuras de largo ver-
tical entre las áreas de color están cerradas por costura (Fig. 22b). El tapiz no tiene igual acabado en

13 Ver Rowe (1984: 18–33) para una descripción de las características técnicas de los textiles Chimú, que perte-
necen a la tradición norteña.
14 En las túnicas Inca y Wari, el borde oblicuo entrelazado se encuentra en las costuras laterales en lugar del 457
borde inferior, ya que las urdimbres son orientadas horizontalmente, no verticalmente.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478

Figuras 22 a y b. Una camisa sin mangas


repite motivos serpentiformes en cada
lado del centro y tiene un borde inferior
con aves crestadas (a). La camisa está te-
jida en tapiz ranurado y tiene una banda
con flecos amarillos que está cosida en el
borde inferior (b). 47 x 108 cm. #23, SM
363.02.1995.

ambas caras, y algunas tramas son trasladadas a través de otra área de color en la cara inferior. Las
urdimbres son Z-2S, y las tramas son de un cabo hilado en Z. Las urdimbres de la banda con flecos son
S-2Z, lo cual es inusual, y las tramas son Z-2S. Las tramas de fibra de camélido amarillo son usadas
para las bandas con flecos de la mayoría de las camisas, pero en este caso las tramas están elaboradas
de algodón.
Los siguientes tres artículos del fardo son llanos o fragmentos. Se incluye una camisa de algodón
blanco que está hábilmente tejido y acabado (#24, SM 363.02.2143). Es similar en tamaño (48 x 100 cm)
y en la construcción de la camisa en tapiz, excepto que el fleco en el borde inferior es una extensión
de los hilos de urdimbre del cuerpo de la camisa. Las urdimbres son Z-2S y las tramas son de un cabo
hilado en Z. El segundo es un fragmento de banda con fleco amarillo del tipo de las empleadas en el
borde inferior de las camisas en tapiz (#25, SM 363.02.1987). Las urdimbres de algodón en esta banda
con fleco son Z-2S-2Z, mientras que las tramas de algodón son Z-2S. La tercera pieza es un manto de
algodón blanco compuesto por tres paneles con urdimbres y tramas Z-2S (#26, SM 363.02.2124). Este
manto de gran tamaño (285 x 180 cm) tiene ribetes tubulares que se tejen y cosen (con el hilo de la
458
misma trama) a los orillos de urdimbre. Las urdimbres de los bordes tubulares son de color marrón,
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo

dorado y blanco, y presenta un motivo geométrico compuesto de diamantes y triángulos que se re-
piten a lo largo del ribete. El panel presenta huellas de un pigmento rojo y depósito metálico verde,
junto a una zona carbonizada. Una fotografía del fardo muestra que esta tela fue enrollada por el
pecho, debajo de la barbilla.
El manto final en esta capa envuelve completamente el cuerpo vestido del individuo. El manto ma-
rrón tiene un diseño geométrico de círculos (#27, Fig. 23), hecho en la técnica del teñido en reserva por
amarres (“tie-dye”). Los círculos fueron producidos amarrando un hilo alrededor de pequeños secciones
de tela, que impidieron la penetración de los tintes. El manto está carbonizado en muchas áreas, pero
la longitud total de las urdimbres está presente (280 cm), así como fragmentos de dos paneles. El ancho
total de un panel (60 cm) está presente, lo que sugiere que el manto original pudo haber medido 180 cm
de ancho, si hubiese sido construido de tres paneles. Tanto los hilos de urdimbre y trama son de un cabo
hilado en S, lo cual es inusual entre los textiles Ychsma, a excepción de los taparrabos. Cuando esta tela
envoltoria fue retirada, la cara y el cuerpo vestido del individuo se hizo visible.

Figura 23. Los círculos en un manto marrón, que envolvió el cuerpo, fueron teñidos con
reserva por amarres (“tie-dye”). Las filas pares forman un patrón que parece ser gan-
chos entrelazados. 280 x 100 cm. #27, SM 363.02.2136.
Los textiles con los números 28, 29 y 30 no fueron ubicados en el depósito textil. En un inventario
(Ruales s.f. 2), el número 29 está asociado a dos placas de metal. Vallejo (1988: 400-401) menciona que
los ojos del individuo estaban cubiertos de placas de una aleación de oro – plata y que plumas se in-
sertan a los oídos con cuerdas. Es posible que a estos objetos les hayan asignado los números 28 al 30
durante el proceso de desenfardelamiento, y que están almacenados en otro depósito.

Quinta Capa
Las prendas que vistieron al difunto están en la capa final del fardo. Según Vallejo (comunicación
personal), el individuo llevaba varios taparrabos. Los taparrabos tienen una forma distintiva que es
más ancha en las extremidades que en el centro. Se produjo al cambiar la tensión y la densidad de las
459
tramas, a medida que el tejido era avanzado. Cosiendo dos paneles al centro se genera una forma más
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478

pronunciada. El taparrabo más externo (#31, Figs. 24 a y b) tiene un patrón de chevron en el borde del
extremo más ancho. El patrón está tejido con tramas suplementarias embutidas en el mismo espacio
que la trama del tejido base15. Una característica inusual en este taparrabo es el uso de tres tramas de
color azul en cada extremo. Los taparrabos Ychsma tienen una textura similar al crepé, producida por
el uso de hilos muy torcidos, que también incrementa la calidad de la elasticidad de la tela de algodón.
Típicos taparrabos Ychsma, como éste, son elaborados con urdimbres y tramas de un cabo hilado en
S. La dirección de la torsión indica que los hilos fueron torcidos manteniendo el huso en posición ho-
rizontal, un método típico de los estilos norteños. Es interesante señalar que los tejedores de Chancay
también utilizaron hilos de una alta torsión, de un cabo hilado en S en las urdimbres y tramas, para un
tipo de prenda única, que en el caso de Chancay fueron las telas de gasa para la cabeza empleadas por
las mujeres. Tanto los hilanderos Chancay e Ychsma, a diferencia de los hilanderos de la costa norte,
usaron un huso con ambos extremos puntiagudos que podría ser usado para hacer hilos con torsión S
o Z al cambiar la orientación del huso.
La camisa exterior que fue llevaba por el individuo es de color marrón oscuro, y se ajusta a las
proporciones y construcción de camisas costeñas en general (#32, Fig. 25). Se compone de dos paneles
de tela con aberturas para la cabeza y los brazos producidas al dejar vacíos en las costuras. El borde
inferior con patrón de aves dispuestas en diagonal, se tejió con las mismas urdimbres del cuerpo de la
camisa. Tanto la estructura utilizada en el borde (ligamento de tramas complementarias) y las bandas
amarillas y rojas que flanquean el borde, son características que se encontraron en las camisas cos-
teñas de otras zonas de la costa durante el Horizonte Tardío. El cuerpo de la camisa de algodón tiene
hilos en Z-2S, y las tramas listadas y los bordes están elaborados de hilos de fibra de camélido (tam-
bién en Z-2S). Una característica que parece ser específicamente Ychsma es la banda amarilla con
flecos que se cose al borde inferior. Los anillos del fleco están abiertos y sin cortar, de forma similar a
los ejemplos anteriormente descritos, y en este caso el hilo de trama amarilla es de fibra de camélido.
Las figuras del borde se trabajan en dos tonos de dorado, excepto en un área en donde el púrpura es
sustituido por uno de los colores. Este tipo de camisa parece ser el modelo costeño de un tipo de túni-
ca Inca provincial, que tiene proporciones largas y estrechas, pero un tratamiento en el borde similar
(Frame et al. 2004: Figuras 8 y 9; Uhle 1991: Figura 50).
Una ofrenda, consistente en una valva de spondylus, fue rellenada con fibra de algodón y envuelta
con un gran fragmento de taparrabo de algodón (#33, Fig. 26). Vallejo (1988: 401) sugiere que la valva
envuelta originalmente pudo haber sido colocada en las manos del individuo. La colocación de la
ofrenda es interesante a la luz de la imagen en un textil brocado del relleno (#50, Fig. 7b). La figura
masculina podría sostener valvas de spondylus con características antropomorfas en sus manos. El
fragmento de taparrabo que envuelve la valva es similar en la construcción y torsión de los hilos (to-
dos de un cabo hilado en S) como el otro taparrabo que acabamos de describir (#31, Fig. 24). El dibujo
en la parte inferior consiste en listas horizontales de color beige y marrón. La unión entre la zona lla-
na y con diseño, que sigue diagonales opuestas que se elevan desde la costura central hacia los bordes
exteriores, se logró mediante el uso de tramas discontinuas.
El taparrabo interior que estuvo directamente en el cuerpo del difunto (#34, Fig. 27) carece de dibu-
jos, pero es similar en la construcción y torsión del hilo a los especimenes #31 y #33. La consistencia de
los tres ejemplos confirma las características tecnológicas de este tipo de taparrabo Ychsma. Otros simi-
lares han sido descritos en Rinconada Alta (Frame et al. 2004: 835-36 y en la Figura 17) y de Pachacamac
(Feltham 2002: Figura 7). La forma de taparrabo Ychsma (ancho en los extremos), de acuerdo con un
estudio más amplio, tiene una distribución que se extiende desde Ate en el valle del Rímac, hasta el valle
de Chincha (Osborne 1950). No hay informes sobre ejemplos de estilo Chancay, donde los taparrabos

460 15 Esta técnica de tramas suplementarias (“inlay”) difiere del brocado, donde las tramas suplementarias se
añaden en las hileras que son distintas de las hileras de las tramas de la tela base.
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo

Figura 24 a y b. Uno de los taparrabos usado por el difunto (a) tiene


decoración en bandas con un patrón de chevrones dentados y aves
a de pie, localizados en el extremo más ancho (b). 92 x 79 (borde infe-
rior) cm. #31, SM 363.02.2077.

Figura 25. El difunto vestía una camisa color marrón con borde rojo y dorado encima de
varias otras camisas. 65 x 140 cm. #32, SM 363.02.2098.
rectangulares con una faja agregada parecen ser la norma. El taparrabo llano usado por el individuo (Fig.
27) ofrece nueva información sobre cómo se llevaba el taparrabo. Las dos esquinas del extremo más an-
cho todavía están anudadas. Está claro que ningún lazo adicional fue utilizado para sujetar el taparrabo
alrededor de la cintura. Es probable que el extremo libre, que es un poco menos ancho, pasara entre las
piernas, debajo de las esquinas anudándose en el talle, y colgándose hacia abajo como un delantal. Si
este fuera el caso, las áreas triangulares con diseños en el extremo más ancho del taparrabo, como los
especimenes #31 y #33 (Figs. 24 y 26), habrían cubierto las nalgas.
El individuo llevaba cuatro camisas, una de las cuales se ha descrito (#32, Fig. 25). Dos de las ca-
461
misas, #36 (SM 363.02.2142) y #38 (SM 363.02.2106), están elaboradas en ligamento llano de algodón
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478

Figura 26. Una valva de spondylus rellena con fibra de algo- Figura 27. El taparrabo interior que todavía
dón, fue hallada envuelta en este fragmento de taparrabo. 75 usaba el difunto tiene nudos en las esquinas de
x 84 cm. #33, SM 363.02.2105. la parte más ancha, indicando como fue atado
a la cintura. #34, SM 363.02.2088.
blanco. Ambos se construyeron con dos paneles de tela que se doblan en los hombros y se cocieron
al centro y en los laterales, dejando aberturas para los brazos y la cabeza. El primero, #36, es similar
a otra camisa del fardo (#24), que tiene flecos de urdimbres en el borde inferior, urdimbres en Z-2S y
tramas de un cabo hilado en Z. Sus dimensiones, 41 x 96 cm, son ligeramente más pequeñas que el #24
y la estructura es un poco más suelta. La segunda camisa llana (#38), se encontraba junto al cuerpo,
está rota a lo largo del borde inferior y tiene muchas adherencias y alguna pérdida estructural en una
esquina superior. Las urdimbres son de un cabo hilado en S mientras que las tramas son de un cabo
hilado en Z. Las dimensiones de la camisa, que están incompletas en el sentido de las urdimbres, son
de 45 x 99 cm.
Entre las camisas llanas, el individuo llevaba una camisa en tapiz elaborado de algodón (#37, Fig.
28a). La construcción con dos paneles, y las proporciones cortas y anchas son características de las
camisas de la región costeña central y sur, y son las mismas en todas las camisas del fardo. La fibra, la
torsión del hilo, el color de la banda con flecos y el formato del borde inferior de esta camisa en tapiz
son muy similares a otra camisa tapiz del fardo (#23, Fig. 22). El tratamiento de los orillos de urdimbre
es el mismo, con anillos de urdimbre en uno de los extremos y urdimbres cortadas y oblicuamente
entrecruzadas al otro.
La camisa también tiene características adicionales que amplían el rango de variación dentro del
tipo. A pesar de que se teje en el tapiz ranurado, también es un tejido de calado semi-transparente. El
calado se logra dejando desnudas las urdimbres en algunas zonas (Fig. 28b), en lugar de cubrir com-
pletamente las urdimbres con las tramas. El patrón de repetición de las serpientes entrelazadas en
el cuerpo de la camisa es muy diferente de las figuras monolíticas de otra camisa tapiz del fardo (Fig.
462 22a). Sin embargo, ambos enfoques de diseño están presentes en una muestra más amplia de camisas
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo

Figura 28 a y b. Una camisa en tapiz calado, que muestra un diseño de serpientes entrelazadas, fue usada por el
difunto (a). La figura de un pequeño pez forma el ojo de cada serpiente (b). 46 x 127 cm. #37, SM 363.02.1997.

de tapiz en colecciones de museos, que pueden ser identificados como Ychsma, en base a las caracte-
rísticas técnicas y estilísticas de las camisas del fardo. De hecho, la variedad de figuras y patrones es
una característica sobresaliente de las camisas y fragmentos de tapiz Ychsma, no hay dos iguales en
la muestra reunida.
Los últimos objetos del fardo incluyen un paño de algodón, dos almohadillas de algodón, hilos
y tres plumas. La tela de algodón (#39, SM 363.02.2145), que tiene bandas estrechas de color marrón
en los orillos de trama y dimensiones de 46 x 48 cm, se deforma en diagonal como si hubiera sido en-
vuelto o atado a algo. La tela conserva la impronta de algo así como granos de maíz en la textura. Las
urdimbres son de un cabo hilado en S, a excepción de las listas laterales, que son de un cabo hilado en
Z, al igual que las tramas. Fibra de algodón e hilos (#39a, SM 363.02.2089) están listados en el inventa-
rio como procedentes del compartimento D (Ruales s.f. 1), pero no fueron ubicados en el depósito. No
fue ubicado ningún textil que corresponde al espécimen #40 de este contexto. Tres plumas de color
rosado y crema, que miden 13 x 4 cm, corresponden al espécimen #41 (SM 363.02.2139). Dos almo-
hadillas de fibra de algodón despepitada (#42, SM 363.02.2146) están asociadas a un objeto metálico
(también #42), de acuerdo con el inventario. El elemento metálico, según lo descrito por Vallejo (1988:
400 y 421), fue una placa cuadrada de metal con agujeros en las esquinas que cubría el pene. Este es el
463
elemento final que se registró en el desenfardelamiento del individuo.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478

El tratamiento funerario del individuo


El tratamiento mortuorio del cuerpo, así como la variedad y cantidad de textiles en el fardo, sugieren
que la persona pudo haber tenido un estatus particular y/o un alto rango. El uso del metal indica su
alto rango. Las placas metálicas en los ojos no son inusuales en los entierros de los Andes. La funda del
pene, que está fabricada con una aleación de oro y plata, es un elemento poco frecuente, y simbóli-
camente podría indicar el carácter de un progenitor (Vallejo 1988: 400). El pene está representado en
las figuras masculinas en uno de los mantos brocados del relleno de la tumba (Fig. 7). La asimetría del
cuerpo de las figuras en el manto sugiere que la figura podría ser un retrato del enterrado. La malfor-
mación de la columna vertebral y la postura resultante puede haberle conferido un estatus especial,
tal como se representa a un hombre con cuerpo asimétrico en el segundo manto (Fig. 21). El énfasis en
los genitales masculinos, la presencia de una mujer joven sacrificada, así como tres figurillas femeni-
nas que fueron colocados en la tumba, parecen poner énfasis en la fertilidad y la procreación humana,
que está insinuada en la funda del pene.
Vallejo (1988: 400) relata que los brazos y las piernas del fallecido fueron pintados de color azul
oscuro con dibujos geométricos, principalmente rombos, y que su rostro fue pintado con un polvo rojo
disuelto en un líquido. Las plumas sujetas a sus oídos con cordones también eran de color rojo. Uno de
los lados de las placas de metal que cubrieron los ojos fue pintado de color rojo (Vallejo 1988: 419) y una
ofrenda de una valva de spondylus, color rosa, fue colocada cerca a una mano. El énfasis por el rojo no es
inusual en los contextos funerarios, pero resalta aquí porque el nombre Ychsma se considera derivada
de una palabra que designa el color rojo del azogue o del achiote (Rostworowski 1977: 72-3).
El fardo funerario parece haber sido preparado de acuerdo a rituales establecidos. El individuo es-
taba vestido con cuatro camisas y dos taparrabos, su frente estaba pintada de color rojo, placas de metal
fueron colocadas en sus ojos y pene, las plumas fueron sujetadas en sus orejas, su cara estaba cubierta
por fibra de algodón y una ofrenda de valva de spondylus se puso en su mano, antes de ser cubierto con
el manto que fue teñido en reserva por amarres. Capas de textiles, separados por los amarres, se han
añadido al bulto. Un número de fragmentos tienen signos haber sido reutilizados, tal vez rescatados de
otras tumbas. Otros tienen indicios de haber tenido un uso específico, pero desconocido. La tumba tenía
muchas ofrendas, incluyendo el cuerpo de una joven mujer y un recién nacido. Diez parches tapiz en
forma de peces fueron colocados en la tumba, quizás indicando un paralelismo conceptual entre la tum-
ba y el mar. Tanto el fardo como la tumba contribuyen a reconstruir una vívida imagen de los rituales
mortuorios de este periodo, así como una imagen detallada del estilo textil Ychsma.

El estilo Ychsma durante el Horizonte Tardío


El contexto de Armatambo proporciona datos que son la base para el establecimiento de una defi-
nición del estilo Ychsma durante el Horizonte Tardío. Si bien todos los estilos de tradición central y
sureña de la costa empleaban hilos de algodón para las urdimbres, los Ychsma a diferencia de otros
estilos prefieren hilos de algodón para las tramas de tapices y tramas suplementarias en brocados. Las
tonalidades de algodón teñido son menos intensas que las obtenidas en fibras de camélidos, por ello la
mayoría de tapices y brocados Ychsma tienen un aspecto muy diferente a los textiles Chancay o Ica.
La preferencia Ychma en la torsión de los hilos también difiere en algunos aspectos de otros estilos,
aunque son difíciles de caracterizar de manera concisa porque la variabilidad es una característica
dominante. La diferencia más destacable es su preferencia por la torsión de un cabo hilado en Z, a
menudo de dos o tres cabos, en las tramas de los tapices ranurados y las tramas suplementarias de los
brocados. También es notable el uso de un cabo hilado en S en las tramas y urdimbres de taparrabos
y de mantos bordados o teñidos en reserva. Las urdimbres de la mayoría de los textiles Ychsma son
Z-2S, al igual que otros estilos de la tradición central y sureña de Costa, pero las tramas base de los
464 textiles brocados Ychsma y telas de ligamento llano pueden variar en el extremo, incluso dentro del
mismo textil. Junto a la mayoría de los tapices Ychsma con tramas de algodón existe un número pe-
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo

queño, pero significativo, con tramas de fibra de camélido que sigue el esquema de color Inca de rojo,
dorado, blanco y negro. La variedad de textiles podría reflejar las oleadas de influencia tecnológica y
estilística de las dinastías norteñas y del altiplano en los tejidos de los Ychsma, que eran los guardia-
nes del santuario más venerado y visitado en la costa.

Colecciones comparativas
Utilizando la combinación de datos gráficos y técnicos del contexto de Armatambo, es posible identi-
ficar muchos textiles Ychsma en colecciones de museos y cotejar una muestra mucho mayor. Algunos
de los museos con colecciones textiles, en particular la colección Uhle del Museo de Arqueología y
Antropología de la Universidad de Pennsylvania, la colección Bandelier de Surco (Valle del Rímac) y
la colección Gaffron de Márquez y Chuquitanta (Valle de Chillón) en el Museo Americano de Historia
Natural y la colección Gretzer en el Museo Etnológico Staatliche Museen zu Berlin, así como algunos
textiles en el Museo de Arqueología y Etnología Peabody de la Universidad de Harvard, conservan
datos de procedencia o excavación que se pueden considerar fidedignos. Los textiles de Armatambo
y Rinconada Alta, excavados por Daniel Guerrero y Luisa Díaz, y la publicación de textiles excavados
por Peter Eeckhout en Pachacamac, también forman parte de la muestra así como los textiles de los
museos de sitio de Pachacamac y Puruchuco. Muchos textiles Ychsma de los museos que se enumeran
en las notas, se pueden encontrar en las fuentes citadas o verse en los sitios web de los museos. La
información disponible sobre la procedencia, que se resume en el texto, sugiere los límites de la esfera
de influencia Ychsma durante el Horizonte Tardío (Fig. 29). Los textiles sin procedencia contribuyen a
ampliar los compendios de imágenes, los patrones y las variantes técnicas en los tejidos Ychsma.

Parches de Tapiz
Los textiles más característicos son los parches en tapiz en forma de peces (Figs. 5 y 16a y b), que pa-
recen ser propios del estilo Ychsma16. Son tejidos en su forma final y presentan diversos contornos y
varios dibujos. Casi invariablemente, los parches son de algodón en colores típicos Ychsma: blanco,
azul y varios tonos de café. La torsión de los hilos es bastante consistente (Z-2S para las urdimbres y
generalmente un cabo hilado en Z para las tramas). Las uniones entre las áreas de color son variables
e incluyen ranuras, ranuras cosidas, ocasionalmente tramas ensambladas o trabadas (“dove-tailed or
interlocked joins”), y tramas flotantes (“underfloating wefts”). Un parche en forma de pájaro fue localiza-
do en Pachacamac (Schmidt 1929: 502, derecha), pero los otros son peces. Los datos de procedencia de
los especimenes reunidos se limitan a Armatambo (este contexto) y Pachacamac.
Los parches cuadrados en tapiz (Figs. 9, 18a y b) son también distintivos17, y el contexto de
Armatambo pone de manifiesto que tanto los parches cuadrados como los parches en forma de peces

16 Para los parches de peces de algodón tejidos en tapiz, consulte Benson 1997: Lámina 7 (Pachacamac, UPM 30370,
colección Uhle); Bird 1962: Figura 35, arriba (TM 91.193); Engelstad 1980: figuras 3, 6 y 11; de Lavalle y González,
1988: 269; de Lavalle y Lang, 1977: 150; Stone-Miller, 1992: Lámina 58 (MFAB 31.710); Ubbelohde Doering 1952:
Figura 76 (Pachacamac, EMB, colección Gaffron); AIC 1955.1698; CMA 1933.392, y MNAA RT 1645.
17 Para los parches cuadrados de algodón tejidos en tapiz, ver Benson 1997: Lámina 8 (Pachacamac, UPM 32609,
colección Uhle); Bjerregaard 2002: 74 (Pachacamac, NMD O.4277b, ex-colección Gretzer de EMB) y 105 (NMD
O.4407b, ex-colección Gretzer de EMB), Eeckhout 1999: Figura 25 (Pachacamac), Jiménez Borja 1999: Lámi-
nas 5, 6, 9 y 10 (dice que son de Pachacamac), de Lavalle y González, 1988: 252-3; Reina y Kensinger 1991:
Figura 1.18 (UPM CG852611-6459), Schmidt 1910: Figuras 19 y 37 (Pachacamac), Schmidt 1929: 500 - 502
(Pachacamac, EMB, colección Gretzer); Taullard 1949: Figura 68 (dice que es de Ica); Ubbelohde Doering
1952: 80 (Pachacamac, EMB, colección Gaffron); AIC 1955.1699, AIC 1955.1700; AIC 1955.1762; AMNH B/1345A
(Surco, colección Bandelier); AMNH 41.2/746, AMNH 41.2/747; AMNH 41.2/5407; BM Am1954,05.480; MdqB
71.1947.0.5.776; MMA 28.64.3, 8, 12, 23, 24 y 29; NMNH 133353 (Ancón); NMNH 133044a-e (Ancón); TM 91.104; 465
y UPM 30369c (Pachacamac, colección Uhle).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478

Figura 29. Mapa de la costa central con los sitios arqueológicos donde se encuen-
tran los textiles Ychsma mencionados en este estudio.

466
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo

fueron cosidos a los mantos, formados por tres paños y bordes finales en tapiz. Parches sueltos que
parecen ser fragmentos del manto doblado que estaba en el exterior del fardo, fueron encontrados en
la parte interior del fardo (#18e). El uso del tapiz ranurado, la preferencia por los hilos de algodón y
la gama de colores suaves (con algunas excepciones)18 son características típicas de estos textiles. Las
urdimbres usualmente son Z-2S y ocasionalmente en Z-3S, mientras que las tramas son a menudo de
un cabo hilado en Z, pero hay una variedad de hilos de trama, incluyendo casos de un cabo hilado en S,
Z-2S, e incluso S-2Z. El tapiz no fue terminado de manera similar en ambas caras, pero los cuatro bor-
des están muy bien acabados, incluyendo el orillo final. La iconografía se divide en varias categorías:
animales (especialmente peces, aves y felinos); los seres humanos o antropomorfos, a menudo con
muchas pequeñas figuras en el espacio de fondo; plantas; y escenas con figuras múltiples, incluyendo
escenas de flotantes con nadadores, spondylus y peces. Muchos de los parches cuadrados muestran
figuras zoomorfas y motivos geométricos, que se repiten en los cuatro lados. La información disponi-
ble indica que la procedencia de los parches en tapiz es de Armatambo, Pachacamac, Surco y Ancón.
Un único ejemplo se dice proviene de Ica, pero la información sobre su procedencia no parece fiable.
Grandes mantos con figuras pintadas que imitan parches de tapiz también parecen ser de estilo
Ychsma, aunque no hay ejemplos de imitaciones pintadas incluidas en el contexto de Armatambo. Los
textiles pintados19 muestran la misma disposición de peces o cuadrados con bordes, como los mantos
con parches en tapiz, y algunos duplican los bordes finales de los tejidos originales (Figs. 16a y 18a).
Textiles con imitaciones pintadas de parches en tapiz, se dice que provienen del valle de Rímac, de los
sitios de Armatambo, Surco, La Molina y Rinconada Alta, así como de Ancón.

Camisas en Tapiz
Los parches en tapiz, a través de su iconografía, esquemas de color, fibras y técnicas características
(las estructuras de los hilos y las uniones en los tapices) tienen una fuerte conexión con las camisas en
tapiz de este estilo, incluyendo los que están en el fardo de Armatambo (Figs. 22a y 28a). Un número
significativo de camisas en tapiz similares se encuentran en colecciones de museos20, y dan una idea
de cuán amplio es el repertorio figurativo en este estilo. Mientras que predominan los peces y las
aves, también están presentes los monos, felinos, plantas, seres humanos vestidos, diseños entrela-
zados y motivos geométricos con pequeñas figuras de animales inscritos. En una ponencia reciente,
Jane Feltham (s.f.) sugirió que las ranas comprendieron una categoría notable entre los animales

18 Parches cuadrados en tapiz también pueden incluir tramas teñidas de fibras de camélido, especialmente en
rojo, negro y dorado. Existen ejemplos de estas versiones de colores brillantes en Pachacamac, ver Lavalle
(1988: 156-7, PachSM). Agradezco a María Luisa Patrón por mostrarme un manto, de la colección de Pacha-
camac, con restos de un parche muy similar a los ejemplos publicados que están en exhibición. Ver también
AMNH B/1223A (Surco) y MMA 28.64.3.
19 Para textiles pintados que imitan textiles con parches en tapiz, ver d’Harcourt 1962: Lámina 50A (Ancón,
MdqB 84-91-65); Hyslop y Mujica 1992: Figura 14 (Surco, AMNH B/4522, colección Bandelier); de Lavalle y
Lang, 1979: 147-151 (PurSM 001268); Schmidt 1929: 508, zona superior derecha (Pachacamac, EMB, colección
Gretzer); Luisa Díaz (2003, Armatambo, encontrado en superficie); Daniel Guerrero (Rinconada Alta, cubierta
exterior de la momia de 891, F-71); MdqB 71.1911.21.449; y PurSM RT 0831 (La Molina).
20 Para camisas de algodón en tapiz, véase Benson 1997: Lámina 9 (Pachacamac, UPM 32614, colección Uhle);
Feltham 2002: Figura 13 (Pachacamac); d’Harcourt y d’Harcourt 1924: 21 (Pachacamac, MdqB 71.1964.86.147,
(colección d’Harcourt); Jiménez Borja 1999: Láminas 1, 2, 8, 11 (cuatro camisas, dice que son de un contexto de
Pachacamac); de Lavalle 1988: 258-9 (LACMA M.72.68.9); de Lavalle y Lang, 1982: 102-3; Morris y von Hagen,
1993: Figura 180 (AMNH B/7781, colección Gaffron); Stone-Miller, 1992: #212 (BMFA 36.58); AMNH B/7778;
AMNH B/8588 (Chuquitanta, colección Gaffron); BM Am 1954,05.550, BM Am 1965,03.6; MdqB 71.1933.0.271.98
y 71.1933.0.271.316 (2 mitades); MNAA RT 6392; MNAA RT 22883; MNAA RT 23710; MNAA RT 24204; NMNH
133385-D (Ancón); NMNH 133385-A (Ancón); PMH 46-77-30/10401 (Vista Alegre); PMH 46-77-30/10371A; TM 467
91.493, TM 91.501, TM 91.523 y TM 1966.7.30.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478

representados en los parches rectangulares. A veces, múltiples figuras interactúan en escenas de de-
predación y lucha o actividades como la recolección de fruta de los árboles. Las camisas tienen bordes
inferiores con figuras, a menudo azul y flanqueado por franjas estrechas. La mayoría se elaboran en
tonos naturales de algodón, además de unos pocos teñidos, sobre todo azul. Una flecadura amarilla,
por lo general tejida con tramas de fibra de camélido, casi siempre va cosida al borde inferior. Todas
las camisas examinadas tienen el mismo tratamiento en el orillo terminal: urdimbres cortadas que
son entrecruzadas oblicuamente. Una minoría de camisas está tejida con tramas de fibra de camélido,
predominantemente en tonos de rojo, dorado, blanco y negro21. La información sobre la procedencia
de los tejidos examinados, en colecciones de museos o identificados en las publicaciones y coleccio-
nes en línea, indica que las camisas vienen de Armatambo, Vista Alegre, Ñaña, Monterrico (Valle de
Rímac), Pachacamac (Valle de Lurín), así como Chuquitanta (Valle de Chillón) y Ancón.

Taparrabos
Se ha podido reconocer accesorios tipo delantal para los taparrabos, que tienen la forma de campana
invertida y están tejidos en tapiz, como piezas de vestuario que hacen juego con las camisas en tapiz.
Aunque no están presentes en el contexto de Armatambo, la combinación de colores, el repertorio de
figuras, la banda amarilla con flecos y las características técnicas de este accesorio son compartidas
con las camisas de tapiz Ychsma. Un ejemplo en miniatura aún sigue unido a un extremo de un tapa-
rrabo, tipo Ychsma22. Presumiblemente, el panel en tapiz estaba colocado en la zona frontal, con el
extremo angosto del panel en tapiz y la franja amarilla colgando hacia abajo. La limitada información
sobre la procedencia de la muestra indica que los ejemplos provienen de Surco (Valle de Rímac) y
Márquez (Valle de Chillón).
El taparrabo, que se acampana en ambos extremos, es una prenda que llevaban los hombres
Ychsma, como se ilustra en el contexto descrito aquí (Figs. 24, 26 y 27). Taparrabos de esta forma son
tejidos con hilos de alta torsión, que son un cabo hilado en S. Algunos tienen patrones insertados con
tramas suplementarias en el extremo más ancho. Probablemente las zonas triangulares con dibujos
cubrieron las nalgas y el extremo más estrecho formó un delantal en la parte frontal. Los taparrabos
fueron confiablemente reportados desde una serie de lugares entre los valles del Rímac y Chincha, así
como de Ancón23. Aquellos con dibujos provienen de los valles de Rímac, Lurín y de Ancón, pero no de
los valles más al sur. Las técnicas de diseño con tramas, como brocados, tramas suplementarias em-
butidas (“inlay”) (Fig. 24), y tramas discontinuas (Fig. 26), se emplean para la confección de patrones
en el extremo más ancho. Como se describió anteriormente, algunos ejemplares tenían un panel en
tapiz, o delantal, unido al extremo más angosto del taparrabo.

21 Para las camisas tapiz con tramas de camélido, véase Mayer 1969: Lámina 7 (CAI 55.1680); Taullard 1949:
figura 141 (Pachacamac); MdqB 71.1964.86.148 (d’Harcourt colección); AMNH B/8566 (Monterrico, colección
Gaffron); MMA 82.1.2 (dice que es de Ancón); MNAA RT 2107; PMH 15-41-30/86882 (Ñaña, valle de Rímac);
SAM PC40.31; y TM 1966.7.35.
22 Para taparrabos delantales en tapiz, véase Bjerregaard 2002: 105 (NMD O.4405); Stone-Miller, 1992: #178
(MFAB 30.257); AMNH B/8560 (Márquez, Valle de Chillón, colección Gaffron); MNAA RT 3589; NMNH 233537
(Surco, ex-colección Bandelier); y TM 91.4.
23 Para taparrabos, véase Feltham 2002: Figura 7 (Pachacamac); Frame et al. 2004: Figura 17 (Rinconada Alta);
Hyslop y Mujica 1992: Figura 16 (Surco, AMNH B/1259, colección Bandelier); Montell 1929: Figura 71B (RMS
05.17.134); Osborne 1950 (siete desde el valle del Rímac, once del Valle de Cañete, y dos del Valle de Chin-
cha); Daniel Guerrero (excavación de Rinconada Alta, 098.1); AMNH B/1073 a, b, y c (Surco, colección Ban-
delier); AMNH B/1215 (Surco, colección Bandelier); AMNH B/1233 A y B (Surco, colección Bandelier); AMNH
B/4184 (Ancón, colección Bandelier); SM 363.02.2057 (Excavación en Armatambo: Ruales, Vallejo y Tosso);
468 SM 363.02.2055 (Excavación en Armatambo: Ruales, Vallejo y Tosso); y UPM 32702 (Pachacamac, colección
Uhle).
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo

Vinchas
Otro artículo en tapiz, usado por los hombres, es
una vincha rellenada24. Las vinchas se hacen en dos
partes: una banda en tapiz y un paño cuadrado lige-
ro, en ligamento llano. Las urdimbres y tramas del
tejido ligero son de un cabo hilado en S. El cuadrado
se pliega una vez en diagonal, para luego doblarse
varias veces sobre la misma diagonal formando una
almohadilla de tela del mismo ancho que la banda
en tapiz, a la que se cose. La extensión del tapiz,
más allá del acolchado, se dobla y se cose en los
extremos de menor anchura de la vincha. Las vin-
chas en tapiz pueden ser de algodón con algunas Figura 30. Vinchas rellenadas se pueden encontrar en mu-
figuras bordadas añadidas (Fig. 30), pero la mayoría chos sitios de los valles de Rímac y Lurín. Esta banda de ta-
de muestras reunidas tienen por lo menos algunas piz fue hallada en el compartimiento “I”, en el mismo sector
tramas en fibra de camélido teñido. Motivos en- del contexto de Armatambo descrito en este artículo. 89 (la
trelazados o geométricos y motivos figurativos de urdimbre está a lo largo) x 4 cm. SM 363.02.2043.
animales o plantas se repiten a lo largo de las vin-
chas. Este tipo de vincha fue reportado en Armatambo, Rinconada Alta, Surco, Maranga, Vista Alegre y
Pachacamac (valles de Rímac y Lurín), así como en Márquez y El Paraíso (valle de Chillón) y Ancón. Una
banda en tapiz ranurado encontrado en el relleno de la tumba del contexto de Armatambo (Fig. 3) puede
ser parte de una vincha, aunque es más ancho que la mayoría.

Mantos en Tapiz
Grandes mantos en tapiz también forman parte del repertorio de las prendas de estilo Ychsma, aun-
que ninguno de ellos estuvo presente en el fardo de Armatambo. Varios mantos en tapiz, tejidos con
tramas de fibra de camélido teñidas, son confeccionados en paneles (Jiménez Borja 1999: Láminas 3
y 4). Un característico tipo de felino de uno de los ejemplos lleva contornos dentados en la espalda y
en la cabeza. Su relación con el estilo Ychsma se ve confirmada por los fragmentos de una camisa de
Pachacamac, que lleva la misma figura (Taullard 1949: Figura 141). Un felino ligeramente diferente se
repite en otro ejemplar (Jiménez Borja 1999: Láminas 3 y 4), y esta figura se encuentra en un muestrario
en tapiz (VanStan 1954: Lámina II). El muestrario también incluye varias figuras que se elaboran en las
camisas tapiz Ychsma, confirmando la afiliación Ychsma de los mantos y el muestrario. Algunos mantos
calados, que son de ligamento de gasa, también pertenecen a este estilo. Una escena compleja donde
participan seres humanos y posiblemente literas fue tejida con tramas suplementarias compactas sobre
una base de gasa, en un manto que viene del mismo contexto de Ancón que contiene dos camisas en
tapiz de estilo Ychsma25. Este fragmento de manto tiene un borde con plumas en tapiz cuyas puntas

24 Para vinchas rellenadas, ver Eeckhout 1998: Figura 15 (Pachacamac); Feltham 2002: Figura 8 (Pachacamac);
Jijón y Caamaño 1949: Lámina LXIX, a la izquierda (Maranga); Smith 1926: Lámina III, número 2 (cerca de
Lima, V & AM); Luisa Díaz (Armatambo de 2003, dos hallazgos de superficie); Daniel Guerrero (Excavación en
Rinconada Alta, 809.1, 809.4, 816.11, 816.12, 823.7 y 823.8); AMNH B/1328 (Surco, colección Bandelier); AMNH
B/4659; AMNH B/8632 (Márquez, colección Gaffron); AMNH B/8682; AMNH B/8742 (El Paraíso, colección
Gaffron); AMNH B/9630 (Ancón, colección Bandelier); MdqB 71.1933.0.271.15; MMA 28.64.11; MMA 29.146.4;
MNAA RT 3610; MNAA RT 4124; MNAA RT 12280; MNAA RT 29046; PachSM 1132T-54 (Pachacamac); PMH 46-
77-30/11027 (Vista Alegre); PMH 46-77-30/10899; SM 363.02.2107 (Excavación en Armatambo: Ruales, Valle-
jo y Tosso); SM 363.02.2052 (Excavación en Armatambo: Ruales, Vallejo y Tosso); y UPM 32577 (Pachacamac,
colección Uhle).
469
25 NMNH 133385, B-0 y B-1 (Ancón).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478

sobresalen, una característica especial presente en un manto del fardo de Armatambo (Fig. 16c). La fibra
de algodón, la gama de colores, la iconografía y las características técnicas coinciden con los textiles del
contexto de Armatambo, y los textiles Ychsma en general. Un gran tapiz rectangular de Armatambo,
que fue tejido en una sola pieza, representa buceadores, remadores en balsas de totora, cangrejos, peces
y aves (Lumbreras 1974: Figura 194)26. La iconografía, colores, fibras y características técnicas indican
que también es de estilo Ychsma, pero el tamaño del panel sugiere que fue tejida en un telar vertical,
probablemente introducido a la costa por los Incas.

Mantos Brocados
Los brocados son otra clase de tejidos que predominan en el estilo Ychsma, y los mantos de tres paneles
con figuras de gran escala son lo más distintivo de ellos (Figs. 7a, 10b, 15a, 19a y 21a). Las detalladas figu-
ras, que a menudo ocupan todo el ancho de un panel, se repiten en filas y columnas y presentan diferen-
cias de color. Las figuras sobre los mantos de algodón se tejen en crema, café, tonos azules, varios tonos
de marrón, ocasionalmente verde, ladrillo, rosa y amarillo27. Las urdimbres son Z-2S y las tramas suple-
mentarias son generalmente un par de cabos hilados en Z. Las tramas de tela base son más variables (S,
Z, o Z-2S). Las tramas suplementarias en este tipo de brocado flotan por encima de cinco urdimbres y se
sujetan por debajo de una urdimbre. La iconografía puede ser descrita como figurativa en algunos casos,
pero parece ser narrativa en otros, donde las figuras se muestran en una escena específica con otras
figuras. Las escenas incluyen arquitectura con rasgos escalonados (Fig. 21a), botes y balsas (Figs. 31a y
b). Buceadores horizontales con canastas para recolección debajo del tronco, se ubican claramente en
un entorno marino (Fig. 31c). Grandes mantos de este tipo, que serán detalladamente discutidos en otra
parte (Frame s.f.), se han recuperado en Armatambo (Figs. 31b y d) y Pachacamac en los valles de Rímac
y Lurín, y en Márquez (Valle de Chillón).
El brocado es una técnica que se teje más rápidamente que el tapiz, y una serie de brocados pa-
recen imitar los mantos Ychsma con parches en tapiz28. Aunque no estaban presentes en el contexto
Armatambo descrito aquí (al lado del pequeño fragmento en Fig. 15a), este grupo de brocados están
estrechamente vinculados, técnicamente y estilísticamente, a los textiles del fardo. Las figuras más co-
múnmente representados son los peces, pero las aves también pueden ser representadas. La mayoría
están elaborados completamente con hilos de algodón, y las tramas suplementarias flotan por encima
de un número impar de urdimbres y se sujetan por debajo de una sola urdimbre. Este tipo de tela fue
reportado en Armatambo, Pachacamac y Rinconada Alta.
Dos telas brocadas del fardo de Armatambo (Figs. 8 y 20), aunque también fueron elaboradas con
tramas suplementarias hiladas en Z, son estructuralmente distintos de los que acabamos de describir.
Las tramas suplementarias flotan por encima de un número par de urdimbres y se sujetan por debajo de
dos urdimbres. El primer ejemplo es un manto elaborado con muchos paneles estrechos, en las que se
representa una escena de buceo en un estilo más lineal. Varios fragmentos de estructura similar, con la

26 SM363.02.1422 (Armatambo, colección Chávez Ballón).


27 Para grandes figuras en brocado ver Hyslop y Mujica 1992: Figura 13, (Surco, AMNH B/4523, colección Ban-
delier); Schmidt 1929: 506 (Pachacamac, EMB, colección Gretzer); excavación de Luisa Díaz (Armatambo, U13
139.5-D); AMNH B/4552 (Surco, colección Bandelier); AMNH B/8600 (Márquez, colección Gaffron); AMNH
B/8605 (Márquez, colección Gaffron); SM 363.02.1994 (Excavación en Armatambo: Ruales, Vallejo y Tosso); y
UPM 32664a (Pachacamac, colección Uhle).
28 Para brocados que imitan textiles con parches en tapiz, véase Feltham 1989: Figura 19; de Lavalle y García
1988: 257; Schmidt 1929: 509 (Pachacamac, EMB, colección Gretzer); Smith 1926: Lámina VII (cerca de Lima,
470 V & AM); excavación de Daniel Guerrero (Rinconada Alta, RA 955); MfVB IVc4110; PurSM RT 01262; UPM
32656 (Pachacamac, colección Uhle); y UPM 32657 (Pachacamac, colección Uhle).
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo

misma o diferente escena, se han recuperado en Pachacamac29. El segundo ejemplo tiene un tablero de
ajedrez con cuadros llanos y cuadros con dibujos. Brocados similares de algodón fueron recuperados en
Huaquerones (Valle de Rímac) y en Pachacamac30.
Los textiles confeccionados con la técnica de brocado son quizás los más numerosos en los paños
Ychsma. Las subcategorías de brocados discutidas aquí incluyen algunos, pero no todas, las variantes de
brocados Ychsma. Los brocados con figuras de menor escala y figuras que se entrelazan en diagonales son
probablemente subcategorías adicionales, pero no son suficientemente distintos de los brocados de otros
estilos de la costa, como para definirlos sin ejemplos de contextos sólidos.

Vestidos
Las prendas femeninas de estilo Ychsma pueden ser descritas. Aunque la prenda usada por la mujer
sacrificada en la tumba estaba demasiado deteriorada para conservarla, un fragmento con pliegues de
un vestido estaba en el relleno de la tumba (Fig. 6). Ejemplos completos de vestidos de otros contextos
y colecciones31 ilustran que los vestidos Ychsma tienen una falda larga, un canesú corto con pliegues y
aberturas horizontales para la cabeza y las manos en el borde superior. Pliegues estrechos, flanquean-
do una sección plana en el centro delantero de la blusa, son un rasgo distintivo. La costura curva en
la cintura es otro rasgo distintivo en varios vestidos (Fig. 32b). El exceso de tela del canesú, que ha
resultado de la costura curva, es dejada suelta en el interior de la vestimenta (Fig. 32a). Algunos ves-
tidos son elaborados de muchas piezas de tela llana, y las secciones plisadas pueden mostrar tres o
más colores, así como diseños dispuestos en los bordes. Tonos naturales de algodón fueron empleados
para la mayoría de los vestidos y sólo algunas veces incorporaron listas de color, paños teñidos, o
figuras brocadas (Frame 2010: Figura 16). En los vestidos de estilo Ychsma, los pliegues estrechos son
cosidos tanto en la costura del hombro como en la costura de cintura, en contraste con otros estilos
de la costa donde pliegues más sueltos se fijan sólo en la costura del hombro. En general, al igual que
los vestidos de la costa, las urdimbres están orientadas horizontalmente. Las aberturas para las manos
en algunos vestidos Ychsma son demasiado pequeños como para que una mano humana pueda pasar
a través de él, lo que podría sugerir que algunos vestidos se hicieron, o al menos fueron remodelados,
para cubrir el exterior de fardo de la momia. Vestidos, o fragmentos característicos de ellos, fueron
reportados en la muestra comparativa de Armatambo, Huallamarca, Surco, Rinconada Alta, el Fundo
Pando (Maranga) en el Valle de Rímac y de Pachacamac en el Valle de Lurín.
Otros textiles incluidos en el contexto de Armatambo, como el arte plumario y teñido en reserva
(Figs. 12, 13, 14 y 23) no son suficientemente distintivos, ni técnicamente ni estilísticamente, para
separarlos de productos textiles similares de otras regiones costeñas. Las prendas llanas en el fardo se
ajustan a la construcción Ychsma de camisas de dos paños y mantos de tres paños, pero estas caracte-
rísticas son compartidas por otros estilos costeños. El manto amarillo bordado con aves (Fig. 17) por
el contrario, es el único en su clase.

29 Para brocados con escenas, véase Schmidt 1910: Figura 25 (Pachacamac); Uhle 1991: 67, Figura 90, UPM
32655 (Pachacamac, colección Uhle); y UPM 32662 (Pachacamac, colección Uhle).
30 Para brocados con diseños en ajedrezados, véase AMNH SAT 121; MNAA RT 20747; PachSM s/n; PurSM
001263 (Huaquerones); y UPM 32689 (Pachacamac, colección Uhle).
31 Para los vestidos, véase Jijón y Caamaño 1949: Lámina LXIII, 6 (Maranga); Prümers 1998: (Figura 2, Hualla-
marca, PurSM 1627, Figuras 6 y 7 (PurSM 1632), Figura 9 (Fundo Pando [Maranga], Lima, IRA #06854), Figura
15 (EMB VA 66753) y Figura 16 (EMB VA 34072); Uhle 1991: 68, Figura 94 (Pachacamac); Excavación de Daniel
Guerrero (Rinconada Alta, RA 704.12); AMNH B/1267 (Surco, colección Bandelier); AMNH B/1273 (Surco, co-
lección Bandelier); AMNH B/1293 (Surco, colección Bandelier); AMNH B/4554 (Surco, colección Bandelier);
MNAA RT 35228 (Excavación en Armatambo: Daniel Guerrero); PurSM 0852; y SM 363.02.1978 (Excavación 471
en Armatambo: Ruales, Vallejo y Tosso).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478

a b

c d
Figuras 31 a, b, c y d. Corresponden a figuras hechas con la técnica del brocado procedentes de cuatro mantos distintos,
hallados en contextos de diferentes sitios de la costa central. a. AMNH B/8600, Márquez; 320 x 180 cm. b. excavación de
Luisa Díaz, Armatambo 2000, U 13, 139.5-D; 295 x 170. c. AMNH B/8605, Márquez; 327 x 186. d. SM 363.02.1994, excavación
de Ruales, Vallejo y Tosso, Armatambo 1982, Sector D-1, Pozo 8; más de 290 x 206 cm.

La esfera de interacción Ychsma


El único contexto de Armatambo proporciona una amplia base de datos para describir el estilo de los
textiles Ychsma durante el Horizonte Tardío. La muestra comparativa confirma los atributos del estilo
y agrega nuevas variantes de los tipos de prendas de vestir, la iconografía, las técnicas, fibras y colores
que están representados por los textiles del contexto de Armatambo. La información proveniente de
la muestra comparativa indica que los textiles Ychsma, y probablemente la población Ychsma, se con-
centraron en las partes bajas de los valles de Rímac y Lurín, pero también hicieron incursiones hacia el
472 norte hasta el valle de Chillón, en sitios como Márquez y Chuquitanta, al menos en algún momento en
el tiempo (Fig. 29). Un número significativo de textiles Ychsma también se registran hasta Ancón, don-
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo

Figuras 32 a y b. Diagrama mostrando la construcción del vestido Ychsma (a), que tiene los pliegues en
el canesú y la costura encorvada en el talle (b). Reproducido de Prümers 1998: Figura 3.

de se encuentran textiles de diferentes estilos (Reiss y Stübel 1880-1887). Al igual que los de Maranga,
en el Valle de Rímac, que incluye muchos tejidos que parecen ser de estilo Chancay (Jijón y Caamaño
1949), los variados estilos que se encuentran en Ancón puede indicar permeabilidad y tal vez fluctuacio-
nes, entre los límites geográficos de grupos étnicos en la costa central. Periódicamente, las poblaciones
también pudieron cruzar las fronteras para los ritos ceremoniales o el comercio, particularmente en
los sitios más importantes, como Ancón, Maranga y Pachacamac. La variedad de estilos de tejidos de
Pachacamac en el valle de Lurín (Schmidt 1910 y 1929; Uhle 1991) indican que las personas y los textiles
se movían mucho más allá de su tierra natal, durante extensos periodos, para visitar los santuarios más
importantes. Basada en la información de procedencia disponible, para lo que ahora puede ser identifi-
cado como textiles Ychsma, la esfera de influencia Ychsma se extendió más allá de los valles de Rímac y
Lurín, hacia el valle bajo de Chillón y al menos hasta Ancón. Aunque los mecanismos y los acontecimien-
tos que produjeron el mosaico de estilos textiles que sobrevivieron en sitios de la costa central durante
los últimos periodos son poco conocidos, los datos del contexto de Armatambo hacen posible separar de
otros estilos los principales tipos de prendas textiles de estilo Ychsma.

Agradecimientos
Nuestra profunda gratitud al personal del Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos, en Lima, que facilitó el estudio inicial de los tejidos de Armatambo,
y al personal de los siguientes museos que facilitaron el estudio comparativo posterior del material:
Instituto de Arte de Chicago, el Museo Americano de Historia Natural (Nueva York), Dumbarton Oaks
(Washington, DC), el Instituto Riva-Agüero (Lima), el Museo de Arte Metropolitano (Nueva York),
el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú (Lima), el Museo Nacional de
Historia Natural (Smithsonian Institution, Washington), el Museo de Sitio de Pachacámac, el Museo
de Arqueología y Etnología Peabody de la Universidad de Harvard (Cambridge), el Museo de Sitio de
Puruchuco, el Museo Textil (Washington, DC) y el Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad
de Pennsylvania (Philadelphia). Agradecemos la colaboración de los colegas Miguel Cornejo, Luisa Díaz,
Peter Eeckhout, Jane Feltham, Daniel Guerrero, Patricia Landa, Pedro Novoa, Heiko Prümers Ann Rowe
y el Departamento Textil del MNAAHP, en particular Haydeé Grández Alejos, por su trabajo en la traduc-
ción. Una versión del articulo en inglés ha sido publicado en la revista Ñawpa Pacha (Frame et al. 2012). El
primer autor desea agradecer a Dumbarton Oaks por concederle una beca en el año 2001, la misma que
contribuyó en la acumulación de datos comparativos en los museos de EE.UU.; y a la Fundación Selz,
473
que financió varios viajes al Perú con el propósito de estudiar los textiles Ychsma.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478

Abreviaturas empleadas
AIC Instituto de Arte de Chicago
AMNH Museo Americano de Historia Natural, Nueva York
BM Museo Británico, Londres
CMA Museo de Arte de Cleveland
EMB Museo Etnológico, Staatliche Museen zu Berlin
IRA Instituto Riva-Agüero, Lima
MdqB Musée du quai Branly, Paris
MfVB Museo für Völkerkunde, Basel
MFAB Museo de Bellas Artes, Boston
MMA Museo de Arte Metropolitano, Nueva York
MNAA Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú, Lima
NMD Museo Nacional de Denmark, Copenhagen
NMNH Museo Nacional de Historia Natural, Fundación Smithsonian, Washington
PachSM Museo de sitito de Pachacamac
PMH Museo de Arqueología y Etnología Peabody, Universidad de Harvard
PurSM Museo de sitio Puruchuco
RMS Riksmuseum, Stockholm
SAM Museo de Arte de Seattle
SM Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
TM Museo Textil, Washington, D.C.
UPM Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad de Pennsylvania, Philadelphia
V&AM Victoria and Albert Museum, Londres.

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478
Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 479-488
ISSN: 0254-8062

Informe

Marco CONCEPTUAL PARA LA CREACIÓN DEL


MUSEO NACIONAL AMAZÓNICO
Santiago Rivas Panduro
Comisión de alto nivel para la creación del Museo Nacional Amazónico
Dirección Regional de Cultura - Ministerio de Cultura

Presentación
El presente artículo es el resultado del trabajo encomendado al autor para elaborar el Marco Conceptual
que sustente la necesidad de la creación de un Museo Amazónico en la ciudad de Iquitos, promovida
por el Congresista de la República por Loreto, Dr. Víctor Isla Rojas.
En efecto, el 04 de abril de 2012 el Dr. Isla invitó a un grupo de investigadores amazónicos a una re-
unión de trabajo en Lima, en el Congreso, con el fin de tratar e intercambiar ideas en torno al tema:
“Desarrollo cultural de la región Loreto con miras a la creación de un Gran Museo Amazónico”. En
ella participaron el propio congresista Víctor Isla Rojas, Maritza Ramírez Tamani (educadora), Marcos
Celis (economista), Francisco Grippa Jochamowitz (artista plástico), Gino Ceccarelli Bardales (artista
plástico), Jaime Vásquez Valcárcel (Editorial Tierra Nueva), Francisco Bardales (abogado y escritor),
Joaquín García Sánchez (investigador - Director del Centro de Estudios Teológicos de la Amazonía y
gestor cultural), José Álvarez Alonso (investigador ambiental - biólogo), José Alberto Chirif Tirado
(investigador social - antropólogo), Róger Rumrill García (investigador - periodista), Jean Pierre
Chaumeil (investigador social - antropólogo), Santiago Rivas Panduro (investigador social - arqueó-
logo), Martín Reátegui Bartra (investigador social - educador), Daniel Gabel Sotil García (investiga-
dor social - educador), James Matos Tuesta (investigador social – abogado – periodista), y Gustavo
Rodríguez (publicista).
Los acuerdos de esta importante reunión fueron:
- Conformar una comisión de alto nivel que participe en la elaboración del marco conceptual para
la creación del Museo Amazónico en Iquitos y la elaboración del término de referencia para la
consultoría del proyecto del Museo Amazónico en Iquitos, la misma que estuvo conformada por
los participantes a la precitada reunión.
- Encargar dicha tarea a Santiago Rivas Panduro, en un plazo de un mes.
Las fuentes que sustentaron la elaboración de este Marco Conceptual fueron:
- Los aportes de los miembros de la comisión de alto nivel, durante la reunión del 4 de abril, sin-
tetizados en el concepto global de un museo dinámico, de espacio abierto, interactivo, social y
479
ambiental.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 479-488

- La revisión bibliográfica, citadas en el presente documento.


- Los comentarios, observaciones, críticas, y bibliografía facilitada por los miembros de la comisión
de alto nivel.
- Los aportes de colegas especialistas en patrimonio cultural, patrimonio natural, Arc Gis e imáge-
nes satelitales.
Este marco conceptual fue presentado al congresista Isla Rojas el 31 de mayo de 2012. A la fecha. 5
de setiembre de 2012, el Ministerio de Cultura viene desarrollando los procedimientos formales para
los estudios del Proyecto del Museo Nacional Amazónico, y de su parte el Dr. Isla Rojas viene gestio-
nando el Convenio entre el Ministerio de Cultura y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos,
nuestra Alma Mater, para el otorgamiento del terreno para el Museo.
Cabe resaltar además, que durante la celebración de entrega del galardón del Río Amazonas
Maravilla Natural del Mundo, en agosto último, Iquitos recibió con beneplácito el anuncio de su rea-
lización, por el presidente de la república, comandante Ollanta Humala Tasso.

Antecedentes
La región amazónica no cuenta con infraestructura propia de un museo, la que estaría ubicada en
la urbe cosmopolita más importante de la Amazonía peruana, Iquitos, la sexta ciudad más poblada
del Perú con 452.757 habitantes, de acuerdo al censo del INEI 2007. Iquitos no tuvo una fundación
como pueblo o ciudad, pero sí como puerto fluvial fechado en 5 de enero de 1864, marcado con la
llegada de los barcos de vapor que mandara a construir el presidente Ramón Castilla. Pero la historia
de Iquitos se relaciona con el pueblo misional San Pablo de Nuevo Napeanos, reducido por el pa-
dre Jesuita Bahamonde hacia 1761, con indígenas mayoritariamente Iquitos y Napeanos, ubicado por
aquel entonces en la planicie alta que ocupa esta ciudad (Sotil 2002). Hacia 1835, durante el gobierno
del presidente de la república del Perú, Luis José Orbegoso, quien protegió la expedición inglesa de
Smyth y Lowe, se tiene información de la existencia del pueblo Santa Bárbara de Iquitos, localizado
en la ribera norte del Amazonas, cerca al río Momón, a la sazón pueblo pequeño con 60 habitantes
mestizos “más o menos”; para esas fechas los Iquitos ya se habían retirado aguas arriba del Nanay
(Espinoza 2007: 533-8).
Desde varias décadas atrás hasta hace algunos años en Iquitos había hasta cinco “museos”, ningu-
no con local propio. Existió desde la época del Mons. García Pulgar, un pequeño museo de los bienes
de la cultura material de las poblaciones, pertenecientes al Vicariato Apostólico de Iquitos; este mu-
seo funcionó en la casa antigua del Vicariato. En otro momento no tan lejano al anterior, con ocasión
del Centenario de Iquitos como Capital de Loreto, durante el periodo del comandante general EP Gral.
José Benavides, se instaló un museo a cargo del Ejército, en una vivienda casona de la calle Próspero.
Estaba también el Museo Municipal denominado también Museo de Ciencias Naturales, de la mu-
nicipalidad provincial de Maynas, creado en 1974. Este museo cambió de local repetidas veces, y fene-
ció en 2003, junto con la exhibición descuartizada y en malísimo estado de conservación de especies
disecadas de nuestra fauna acuática, terrestre, arbórea y aérea. Teníamos también la sala de exposi-
ción de suelos amazónicos del Centro de Referencia de Información de Suelos de la Amazonía Peruana
(CRISAP), denominado también Museo de Suelos de la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana
(UNAP), inaugurado en 1994 con una exhibición de muestras de suelos minerales amazónicos, que
no logró renovarse con los años venideros, al punto que por diversas razones fue cerrado por una
temporada en la primera década del presente siglo, aunque hoy siguen exhibiéndose las columnas de
suelo estabilizada con resinas sintéticas en el mismo ambiente donde también se usa como aula para
las clases sobre suelos amazónicos para los alumnos de agronomía, forestal y biología de la UNAP.
Luego está el llamado Museo Amazónico, inaugurado en 1994 por el entonces prefecto de Loreto
480
y a la vez presidente del Consejo Transitorio de Administración Regional de Loreto, Tomás Gonzales
Santiago Rivas / Marco conceptual para la creación del Museo Nacional Amazónico

Reátegui, del cual sólo quedan en exhibición en los ambientes de la hoy gobernación de Loreto, algu-
nos cuadros contemporáneos despintados, y una decena de esculturas de Felipe Lettersten, de indíge-
nas amazónicos en fibra de vidrio, actualmente rotas y quebradas.
Además, a falta de museo propiamente, en Iquitos y Yurimaguas hubo varias exposiciones museo-
gráficas, con la finalidad de resaltar y dar a conocer los valores culturales amazónicos. Una de ellas
fue la exposición de cerámica amazónica en el Centro Internacional en la Plaza de Armas, en el marco
del IV Festival Internacional de la Canción Amazónica (FICA), en 1982. Años más tarde, el 2004 tam-
bién se abrió una sala de exposición arqueológica amazónica, temporal, en los ambientes del Museo
Amazónico de Iquitos, en los bajos de la actual gobernación, dentro de la programación de la semana
turística de Iquitos. También, en Iquitos se han desarrollado dos importantes exposiciones museográfi-
cas, Cosmovisiones Amazónicas (2001) y La Serpiente de Agua (2003), ambas organizadas por el Programa de
Formación de Maestros Bilingües ejecutado por AIDESEP en convenio con el Ministerio de Educación.
Igualmente, en Yurimaguas, se realizó la I muestra arqueológica de la provincia de Alto Amazonas,
organizado por la gerencia subregional de Alto Amazonas, que además de instalarse en un local del
centro de la ciudad, se desplazó a una institución educativa del nivel secundario para que los alumnos
puedan tener acceso directo a la muestra.
Es de necesidad contar con un museo apropiado para la Amazonía peruana que tenga mucha lle-
gada a gente, y no seguir estando a espaldas del país o viceversa, en este escenario cultural; sino antes
bien, ser protagonistas de los procesos generadores de identidades, creatividad, educabilidad, logros
y posibilidades de desarrollo, a la vez que sea el soporte para la integración, valorización, fortaleci-
miento y consolidación de esta región del país con la del resto del Perú.
Sintiendo esta necesidad, en los últimos años hubo varias propuestas de creación, equipamiento
y funcionamiento de museos para la región Loreto, pero ninguna de ellas se concretó hasta la fecha.
Así tenemos:
1. La primera propuesta escrita que disponemos es “Amazonium: memorial de la biodiversidad y
del hombre en la Amazonía”, propuesto por el Consorcio Amazonium, conformado por el Centro
Amazónico para el Desarrollo Sostenible, la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana, y el
Centro de Estudios Teológicos de la Amazonía, cuyo documento fuera publicado en 2001.
2. La Ordenanza Regional N° 015-GRL/CR, del 17 de julio de 2003, mediante el cual ordena: artículo
primero: Declarar “Capital Arqueológica de la Región Loreto a la provincia de Alto Amazonas”;
artículo segundo: Impulsar la Creación de un Museo Arqueológico el cual funcione de mane-
ra transitoria en los ambientes de la Sub Región de Alto Amazonas. El 2006, cumpliendo con la
precitada Ordenanza, la Gerencia Sub Regional de Alto Amazonas elaboró el perfil del proyecto
“Mejora y Equipamiento del local de la Gerencia Sub Regional de Alto Amazonas para el Museo
Arqueológico y Etnográfico de Yurimaguas”, con una inversión de 722,656.45 Nuevos Soles.
3. El Proyecto de Inversión Pública “Acondicionamiento del Parque Turístico Nacional Laguna
Quistococha, en el distrito de San Juan Bautista, provincia de Maynas - región Loreto” - Código
SNIP 144022 (2010), a través de la Puesta en Valor del Sitio Arqueológico Quistococha, el mis-
mo que incluye investigaciones con excavaciones arqueológicas, y construcción, equipamien-
to y funcionamiento de un museo de sitio, con un costo de inversión de 2 631,910.00 Nuevos
Soles. La inserción de este componente fue posible merced al soporte técnico proporcionado por
el Departamento de Arqueología y Departamento de Arquitectura de la Dirección Regional de
Cultura de Loreto - Ministerio de Cultura, a los consultores del Plan Copesco Nacional/MINCETUR
encargados de la formulación del referido proyecto.
4. La propuesta presentada por el Director Regional de Cultura de Loreto, en marzo de 2012, al vice-
ministro de Industrias Culturales del Ministerio de Cultura, de un “Museo de la Amazonía. Museo
481
del Caucho”.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 479-488

Loreto en el contexto amazónico, cultural y ambiental


La Amazonía peruana abarca el 60,9% del territorio nacional, que incluye la totalidad de los depar-
tamentos de Loreto, Ucayali, Madre de Dios y San Martín, y con partes de los departamentos de
Cajamarca, Amazonas, La Libertad, Huánuco, Pasco, Junín, Cuzco, Puno, Huancavelica, Ayacucho,
Apurímac. Según el censo del INEI 2007, su población nacional corresponde al 13,4% (3 675 292 hab.)
de la población total del Perú cifrada en 28 220 764 habitantes; a su vez, su población indígena com-
prende el 9% (332 975 hab.) de la población amazónica total (Benavides 2010: 17), aunque para el 2005
dicha cifra ascendía a 330 000 indígenas amazónicos, repartidos en 59 lenguas y 15 familias lingüísti-
cas (Instituto del Bien Común IBC 2005).
Loreto, con su selva baja y selva alta (Pulgar Vidal 1985), es la región enteramente amazónica, y
la más extensa entre todos los departamentos del país, con 368 851,95 km2 de territorio (Vega 2008:
34), en el cual habitan pueblos representantes de unas 10 a 13 familias lingüísticas amazónicas (Pozzi
Escot 1998; Solís 2003) distribuidas en territorios indígenas, titulados y no titulados. Otros territorios
se suman a los anteriores, concedidos por el Estado a terceros naturales o privados, nacionales o
extranjeros, para usos diversos, como lotes de hidrocarburos, concesiones forestales y concesiones
mineras, o para protección de algunos recursos inherentes en él, como los bosques de producción
permanente, las áreas naturales protegidas y las áreas de conservación regional (Benavides 2010).
Pero esta distribución del territorio amazónico viene reduciendo cada vez más las tierras ances-
trales de los pueblos indígenas y de sus parientes mestizos, ocasionando muchos conflictos socio-
ambientales, por el uso y explotación irracional de los recursos y/o presión sobre los recursos por
agentes externos, como también por la propia población originaria del lugar, incentivada por la eco-
nomía de mercado.
Los enfrentamientos por tierras al que se ven obligado enfrentar las comunidades indígenas, ais-
ladas o no, se dan pues con la legalidad del uso de otras tierras, que amenazan, contaminan, limitan
o afectan el uso y manejo cultural de sus recursos; así tenemos a las áreas naturales protegidas o los
lotes de hidrocarburos, colindantes o sobrepuestos al territorio indígena, que en muchos casos va más
allá de los límites formales de tierras tituladas o no (Chirif 2010: 64, 70).
De otro lado, esta explotación irracional de la Amazonía se da de múltiples formas, desde las sim-
ples y directas hasta las sofisticadas e indirectas, con la tala y caza ilegales, o con la apropiación de los
conocimientos ancestrales para la aplicación de medicamentos, respectivamente, para citar algunos
casos. Pero sin el mínimo beneficio, en términos de equidad racional, para los dueños de estos cono-
cimientos y territorios (Álvarez 2010: 39).
Las culturas amazónicas conforman también un mosaico diverso, cual reflejo de su pluralidad,
complejidad y diversidad heredadas desde las culturas ancestrales que poblaron la cuenca amazónica
en sucesivas oleadas migratorias, aproximadamente entre 11,000 - 9,500 antes del presente, según
información consensuada (Aceituno 2010; Neves 2011), pero también por las estrategias adaptativas
resultado de las migraciones y/o interrelaciones andino-costeñas, desde épocas prehispánicas, por
lo menos desde hace 5 mil años hasta antes de la invasión española, con las culturas Caral, Chavín,
Paracas, Nasca, Moche, Chimú (Rivas 2011), así como por las estrategias de sobrevivencia y sincretis-
mo con el mestizaje de las recientes colonizaciones occidentales, asiáticas y africanas, en los últimos
500 años, tomadas como referencia temporal el descubrimiento europeo del estuario del Amazonas
por Juan Vicente Núñez Pinzón, el 26 de enero de 1500, al decir de Rumrrill (2011). El curso propia-
mente dicho del río Amazonas fue reconocido por Francisco de Orellana 1542 (Carbajal 2009).
Esta herencia cultural ancestral se sintetiza en saber profundo y extenso del mundo circundante,
que los pobladores amazónicos aún conservan (Rumrrill 2011).
482 La diversidad y complejidad de los recursos naturales existentes en Loreto, y de la Amazonía en
general, es decir, de sus suelos, flora y fauna, es resultado de fenómenos y procesos diversos a lo lar-
Santiago Rivas / Marco conceptual para la creación del Museo Nacional Amazónico

go de la historia geológica y biológica, como el levantamiento de la cordillera de los Andes, la deriva


continental, los vientos interoceánicos, aumentos y/o disminución de temperatura y precipitación
influenciados por las glaciaciones, el levantamiento o hundimiento y acumulación de los depósitos
fluviales, la dinámica hidrológica y envergadura hídrica, la naturaleza y formación de sus aguas, etc.
En este escenario, los principales acontecimientos que dan configuración a lo que hoy es la Amazonía
peruana se remontan desde la época Neógeno que comprende el Mioceno (23-6 m.a.) y el Plioceno (6
- 2 m.a.), seguido por el Pleistoceno (2 m.a. - 10 mil años) y luego el Holoceno (10,000 hacia adelante)
(Kalliola, Puhakka y Danjoy 1993; Flores Paitán 1998). Fenómenos como los friajes, los veranillos, El
Niño y La Niña también son causantes de las dinámicas ambientales en nuestra Amazonía (Marengo
1998).
Es pues la región Loreto, aunque no el único, un territorio promisorio, por la belleza de los pai-
sajes y la riqueza de sus ecosistemas, pero por sobre todo por los conocimientos que los pobladores
indígenas tienen sobre la diversidad de plantas, animales, y germoplasma, útiles para la humanidad
(Rumrrill 2011).
De allí la importancia de educar y valorar nuestra Amazonía, es decir nuestra naturaleza humana
y nuestros recursos naturales, como principal punto de partida hacia un desarrollo socio-ambiental
sostenible. Por ello también es importante formar, concientizar y cultivar en la población el respeto
y protección de nuestro Patrimonio Cultural y Patrimonio Natural, que por su importancia, trascen-
dencia y excepcionalidad, gozan de protección nacional (Ley N° 28296, Ley General del Patrimonio
Cultural de la Nación; Ley N° 26834, Ley de Áreas Naturales Protegidas), e internacional (directrices
prácticas para la aplicación de la Convención del Patrimonio Mundial. Comité Intergubernamental de
Protección del Patrimonio Mundial cultural y natural. Centro del Patrimonio Mundial de la UNESCO.
2005. París).

El Museo Nacional Amazónico, necesidad regional de perspectiva nacional


La carencia de un Museo Nacional Amazónico, es un indicador, entre otros tantos, del atraso de nues-
tra región, por lo de menos 50 años en política educativa y cultural, si comparamos las fechas de
creación de otros museos del país, sólo para mencionar algunos, como son:
Museos Nacionales:
• Museo Nacional de Antropología, Arqueología e Historia del Perú (1822)
• Museo Nacional de la Cultura Peruana de Lima (1946)
• Museo Nacional Chavín (2008)
Museos Regionales:
• Museo Arqueológico de Áncash (1935)
• Museo Histórico Municipal “Guillermo Zegarra Meneses” de Arequipa (1953)
• Museo Histórico Regional de Ayacucho (1943)
• Museo de Arte Religioso de Cajamarca (1965)
• Museo Regional de Ica (1947)
• Museo de Arte Salesiano de Huancayo (1973)
• Museo de Zoología “Juan Ormea” de Trujillo (1938)
• Museo Regional de Lambayeque “Enrique Bruning” (1921)
• Museo Orve de Pasco (1975)
• Museo Tumbas Reales de Sipán – Lambayeque (2002)
En el Perú, uno de los principales promotores y creadores de los más importantes museos fue
el sabio y padre de la arqueología peruana Julio C. Tello (1880-1947) (Del Águila 2007: 6), pero bajo
la propuesta de cumplir una función educativa, tal como lo había plasmado en su proyecto en junio
483
de 1913 titulado “Presente y Futuro del Museo Nacional”, cuando ingresó a trabajar en el Museo
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Nacional como Jefe de la Sección Arqueología, causando conflicto con el entonces director de la
Sección Histórica del Museo Nacional, quien mantenía la tesis que el museo era un lugar de “disfrute
para los que eran entendidos en el arte y la cultura” (Lumbreras 2007: 12). La influencia de Tello sobre
los museos sólo llegó a la costa y sierra, más no a la Amazonía.
Conforme a los estatutos del Consejo Internacional de Museos (ICOM), organización no guberna-
mental internacional, fundado en 1946, bajo los auspicios de la UNESCO, la definición de museo en su ar-
tículo 2° es la siguiente: “Un museo es una institución de carácter permanente y no lucrativo al servicio
de la sociedad y su desarrollo, abierta al público que exhibe, conserva, investiga, comunica y adquiere,
con fines de estudio, educación y disfrute, la evidencia material de la gente y su medio ambiente”. Acá
el término conservación debe ir entre comillas, es decir “conservación”, en el sentido que lo explica
Chaumeil (2009), toda vez que la materialización de la cultura es intrínsecamente dinámica.
La necesidad de un Museo Nacional Amazónico se fundamenta en la urgente prioridad de in-
corporar las sociedades y los ambientes amazónicos al imaginario de la nación peruana. Su aporte
coadyuvará también a acercarnos didácticamente al conocimiento diverso de la región, así como a
una nueva forma de educación de las nuevas generaciones y formación de los ciudadanos.
Con la aplicación de las políticas cultural y educativa, desde el Museo Nacional Amazónico, po-
dremos ir cambiando algunas percepciones, como el gran desconocimiento de lo que es la Amazonía,
su gente y su entorno, por parte de parte nada menos que de los propios ciudadanos y moradores de
Iquitos, en el ejemplo más propio nuestro, que siguen viendo a menudo este espacio como un lugar
“salvaje”, peligroso y atrasado. Llama la atención la imagen de miedo que genera todavía, en las calles
de la ciudad de Iquitos, la simple idea de internarse en la selva.
A través del museo, desde un enfoque intercultural, se tendrá pues un nuevo escenario para acer-
carnos hacia el conocimiento y reconocimiento de la diversidad de pueblos indígenas que aún moran
en la Amazonía, sus conocimientos, sus territorios, su bagaje cultural y sus necesidades y anhelos,
con lo cual podremos ir encaminándonos hacia el fortalecimiento de las identidades para una mejor
convivencia, respetando nuestras diferencias.
El Museo Nacional Amazónico se debe enmarcar en cuatro principios fundamentales: investi-
gación, conservación, difusión y educación (Ravines 1989), ampliados en los campos de las ciencias
sociales y ciencias naturales, de manera transversal, con la finalidad de educar al público visitante,
fortalecer las identidades culturales y garantizar el respeto hacia las culturas, generar una cultura del
saber, generar conciencia sobre la importancia de la protección y respeto de nuestro legado patrimo-
nial cultural (no estático) y natural (también en constante evolución), y generar recursos impulsando
las industrias culturales, sin caer en el congelamiento, y consumismo dominante y enajenante que
lamentablemente son objeto los pueblos y su materialidad cultural (Chaumeil 2009).
Con la investigación, interdisciplinar, se produce conocimiento, el cual debe coadyuvar a repro-
ducir el saber, y volcarlo hacia la educación, cultura y economía, buscando generar un efecto mul-
tiplicador, el mismo que se puede lograr con divulgaciones científicas para una población selecta, y
didácticas para un público masivo a través de medios impresos y digital, pero también a través de
programas de difusión representados en un espacio de renovable ambiente museográfico.
La infraestructura apropiada en un lugar como un museo permite la adquisición, el préstamo, la
conservación preventiva y restauración de los bienes materiales, que pueden ser de índole paleon-
tológica, arqueológica, histórica, etnográfica, contemporánea, artística, y biológica, en sus diversas
muestras representativas. Estos bienes conservados, registrados y catalogados garantizan que las ac-
tuales generaciones y las futuras venideras puedan conocerlas y valorarlas, pero también puedan
investigarlas acorde a los avances de los instrumentales y métodos científicos del momento.
Algunas lenguas amazónicas van desapareciendo, otras tantas ya han desaparecido; algunas cul-
484
turas amazónicas van perdiendo sus saberes, muchas tantas ya las han perdido; algunas especies de
Santiago Rivas / Marco conceptual para la creación del Museo Nacional Amazónico

flora y fauna van extinguiéndose, otras tantas también ya se extinguieron. Es mucho el camino que
seguir para aprender de la inmensidad de conocimientos que encierran nuestra Amazonía, sin embar-
go poco o nada de lo que nos vienen legando la historia cultural y natural queda registrado de manera
tangible con nosotros. Somos testigos de cuántos centros de investigación y museos en el mundo
conservan para la posteridad estos testimonios que emergieron de nuestras tierras amazónicas, y que
son materia de investigación y exposición, y que hasta ahora nos es ajeno, pues con el Museo Nacional
Amazónico podremos ir recuperándolas.
El futuro museo no se limitará a la sola exhibición de piezas, sino sobre todo, de desarrollo de
los procesos creativos de las sociedades pasadas y presentes, que incluya un Centro de investiga-
ción en ciencias sociales y ambientales, así como talleres abiertos al gran público y a las escuelas
donde se desarrollen procesos creativos (música, pintura, danza, baile, escultura, etc.) propios de
los pueblos amazónicos, y propuestas alternativas de generación industrias productivas y empleo
responsables social y ambientalmente. Así, por ejemplo, con la exposición de una xiloteca de es-
pecies maderables amazónicos (que superan las 300 variedades), podemos a la vez dar a conocer
a la población la amplitud y riqueza de nuestros bosques, y la necesidad de su conservación, pero
también mostrar nuevas alternativas de explotación de los recursos maderables (v.gr.: paliperro o
allcocaspi, una madera marrón oscuro con jaspe excepcional, o la caoba que está en peligro de ex-
tinción, o maderas amarillas como el quillobordón) sobre la base de la producción con plantones de
árboles en áreas desboscadas.
Las piezas y colecciones para ilustrar las exhibiciones –tanto permanentes como temporales–
del futuro museo se podría conseguir a partir de colecciones privadas que se constituyeron en
Loreto (por ej. la colección de cerámica del CETA, etc.) y las de la Dirección Regional de Cultura
del Ministerio de Cultura (por ej. Quistococha, etc.), así con préstamos de museos peruanos e ins-
tituciones (como el Formabiap, etc.) donde existen colecciones amazónicas y de historia natural
(UNAP, IIAP).
En este proceso, en el marco del estudio de preinversión para el Museo Nacional Amazónico es
clave y muy necesario la inclusión de proyectos investigativos en los campos sociales (arqueología,
antropología, historia, lingüística, sociología, arte) y ambientales (biología, forestal, agronomía) apli-
cados.
En la Amazonía existen más de 200 sitios arqueológicos conocidos pero la cifra fácilmente su-
pera los miles, con su cultura material e inmaterial enterradas, desbarrancándose y destruyéndose;
sitios paleontológicos y restos fósiles desconocidos e incógnitos; aproximadamente 1800 Comunida-
des Nativas inscritas en los registros públicos aunque sabemos que son más, también con su cultura
material e inmaterial aún presentes y en proceso de franco retroceso; decenas de pueblos misionales,
municipios y veteranas o derruidas iglesias que guardan valiosos documentos históricos carcomidos
por el paso del tiempo; aproximadamente 59 lenguas amazónicas sobrevivientes como sus hablantes;
miles de ríos, quebradas, caños, cochas, lagos; cientos de suelos; millares de bosques y fauna que la
habitan; allí también están el riquísimo reservorio de conocimientos, difusión y aplicación esperando
ser investigados.
El Museo Nacional Amazónico, en Iquitos, deberá contar con un espacio amplio, de unas 3 a 5 ha,
en cuyo ambiente puedan caber espacios a escala de las especies biológicas representativas de nuestra
Amazonía, vivas y colectadas (tallos, raíces, hojas, frutos, etc.), así como especímenes de la cultura
material paleontológica (de flora y fauna), arqueológica (cerámica, lítico, piruros, adornos, restos
arqueobotánicos, restos arqueofaunísticos, etc.), históricos (época del Caucho, militar), etnográfica
(maza, cerbatanas, utensilios de arcilla, vestimentas, etc.), contemporáneo, arte (esculturas, pinturas,
cerámicas), literatura, música, cine, como también áreas de laboratorio, de investigación, de conser-
485
vación, de exposición, de eventos, y de recreación.
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Entre los posibles candidatos para el terreno del museo podrían estar, según las negociaciones:
i. De tres a cinco hectáreas de las 86 ha. del terreno del cuartel militar Vargas Guerra, ubicado a la
margen derecha de la Av. El Ejército, al costado de la Plaza Bolognesi.
ii. De tres a cinco hectáreas de las 10 ha del terreno de IVITA de la Universidad Nacional Mayor de
San Marcos, ubicado a la margen izquierda de la Av. El Ejército, al costado de los terrenos ocupa-
dos actualmente por el Gobierno Regional de Loreto.
iii. De tres a cinco hectáreas de las 57,600 ha del terreno de la Reserva Nacional Alpahuayo-Mishana,
a la margen derecha de la carretera Iquitos-Nauta, a 20 kilómetros de la ciudad de Iquitos.
iv. El antiguo local municipal, ubicado en la segunda cuadra de la calle Napo, por la Plaza de Armas
de Iquitos.
v. El antiguo hotel Palace, ubicado en la esquina de las calles Putumayo con Malecón Tarapacá, a una
cuadra de la Plaza de Armas de Iquitos.
vi. Algún otro terreno propicio para el museo.
El Museo Nacional Amazónico debe ser abierto al público, de todas las edades, estatus y gra-
dos educativos. Debería estar adscrito al Sistema Nacional de Museos del Ministerio de Cultura, y
su operación y mantenimiento podría estar bajo la administración del Ministerio de Cultura con la
participación de un patronato constituido para tal fin; pero también se podría autofinanciar con la
participación de organizaciones cooperantes nacionales y extranjeras, y con los ingresos generados
por los servicios de tiendas y restaurantes, con actividades de carácter comerciales o de promoción,
sin comprometer la calidad de las colecciones ni la atención al público visitante.

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