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Contexto general de las Ciencias Médicas


Dr. José A., Santeliz G.*

1. Los orígenes: Del instinto al Carisma primigenio

Del deseo innato por garantizar la supervivencia de la especie a través de la


observación empírica fue emergiendo, gradualmente, durante toda la prehistoria e inicios de
la protohistoria el arte médico, como instrumento humano para la defensa ante un ambiente
hostil, lleno de elementos y de fuerzas misteriosas (inexplicadas para el momento) que
condicionaban la aparición del sufrimiento, el dolor y la muerte que tanto angustiaban al ser
humano y que aún hoy en día lo hace.

Este arte médico primigenio se caracterizó por un rudimentario y limitado arsenal


terapéutico, el énfasis en la atención de las necesidades básicas del enfermo como individuo
(alimentación, hidratación, cobijo), el desconocimiento de la enfermedad como un ente
concreto y, el dominio grupal de las competencias requeridas. En esta etapa inicial la
Medicina no constituye un rol social claramente definido, una profesión como tal, ya que
apenas representa un esfuerzo de las personas por tratar de dar solución al malestar que
experimentaban.

Sin embargo, con el devenir de la explicación mágica del mundo y todo lo que en él
se encontraba, la Medicina se vincula con el mundo sobrenatural y el arte médico
(inicialmente de dominio grupal) pasará a manos de elegidos que llamaron “shamanes”
revestidos de privilegios sociales (superioridad ante el grupo, segregación social,
impunidad, autoridad y beneficios materiales) naciendo con ellos, entonces, la figura
arquetípica del médico.

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Este documento es una parte de la Tesis presentada para optar al Título de Doctor en Ciencias Médicas,
titulada “Orientaciones valorativas y sistema de valores en los estudiantes y docentes de la Escuela de
Medicina”. Febrero, 2006. LUZ – Maracaibo, Venezuela.
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En este segundo momento, dos cambios significativos experimenta la Medicina: por


un lado surge la Iatromedicina (Medicina en manos de médicos) y por el otro, los médicos
comienzan a ser considerados seres privilegiados en la medida que demuestran poder sobre
la vida y la muerte, razón por la cual le es impuesto un riguroso código de comportamiento
ético-moral que pretende garantizar al grupo social cierto grado de protección ante la
aparente omnipotencia e impunidad del profesional de la Medicina.

A partir de entonces tales privilegios comienzan a dar paso a formas socialmente


canalizadas de protección del grupo social y del individuo ante el poder abrumadoramente
superior de una profesión que tiene como objeto de trabajo al ser humano en situación de
minusvalía por estar experimentando dolor o sufrimiento.

Esta situación se mantendrá por muchos siglos, hasta que los griegos en el siglo V a.
C. le imprimen a la práctica profesional de la Medicina un rumbo diferente, más cercano a
lo racional; de hecho en adición al arte médico ancestral surge la Técnica médica (para
integrar desde ese momento un todo orgánico inseparable) al incorporar según Barquin
(1994 : 117) “la discusión, la especulación y la proyección de un pensamiento
independiente de dogmas” empírico-mágicos.

En este ambiente de apertura epistemológica, nace Hipócrates de Cos -V a.C.- quien


en definitiva le imprimirá el sello racional a la Medicina sin olvidar la base axiológica
(siguiendo la tradición deontológico iniciada con los medo-persas) que debería sustentar, a
su juicio, una profesión de servicio como la médica.

Más aún, Hipócrates refuerza la idea de que los médicos constituyen un sector
especial de la sociedad (una casta con una tradición patrilineal indiscutible) pero no en
función de privilegios sino con base en rasgos comportamentales particulares y distintivos
traducidos en términos de conocimientos, habilidades, destrezas, valores y actitudes de
ayuda conjugados en la atención directa e integral del enfermo, la defensa de la vida y el
respeto al paciente.
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De este modo, Hipócrates se transforma en el líder carismático que necesitaba la


Medicina y a partir del cual se construirá el andamiaje de la Medicina Técnica Occidental,
introduciéndose de hecho la causalidad natural y la Ética profesional como bases para la
estimación social de la profesión. Desde entonces, las sociedades han valorado al médico
como un “artesano al servicio de su comunidad” (Acosta, 1999 : 27) y han empleado,
además del poder sobre la vida y la muerte, los rasgos comportamentales particulares que lo
definen como criterios estimativos para el reconocimiento y el posicionamiento social del
médico.

Hipócrates con su Juramento plantea que la Medicina debe responder a la ayuda y


protección del enfermo, así como también a la defensa de su bienestar e integridad. Del
mismo modo, concibe al profesional como una persona especial en la medida que debe
ajustar su apariencia y comportamiento a las siguientes cualidades: apariencia sana,
limpieza, decencia, reserva, orden, nobleza, buen carácter, respetabilidad, bondad,
equilibrio emocional, justicia y congruencia (Acosta, 1999).

Esta tradición hipocrática se mantendrá en el tiempo marcando claramente el perfil


profesional (sobretodo en lo atinente a las áreas: axiológica y actitudinal) y que hace énfasis
en el rol consolador así como, en el surgimiento de una relación médico-paciente vertical y
paternalista centrada en el binomio beneficio / no-maleficencia y un enfermo que confía
plenamente en su médico (Junkerman, 1997). En esta etapa, la enseñanza de la Medicina
responde a los distintos modelos teóricos que existen, no hay unidad. Cada cultura, cada
corriente, define la enseñanza de la Medicina según su óptica particular.

2. Buscando identidad propia: Los albores de la tradición burocrática

Con la muerte de Hipócrates culmina la primera etapa y se inicia un nuevo tiempo y


que se extenderá hasta la segunda mitad del siglo XIX, caracterizado fundamentalmente por
un choque cultural que sitúa la relación cuerpo / alma (considerada casi unánimemente en
la antigüedad como unidad indisoluble, salvo excepciones) en el centro de la discusión
escolástica y que tendrá definitiva influencia en la conceptualización de la Medicina y de
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sus profesionales, que vuelven a caer en creencias e ideologías dogmáticas, ahora dentro de
un marco teológico cristiano (Leal en Leal y Mendoza, 1997).

De hecho en los primeros momentos, posteriores a la caída del Imperio Romano de


Occidente, un cambio significativo experimenta la Medicina en la medida que sucumbe a la
idea de que no es necesaria como rol social ya que para eso los clérigos – emulando a
Cristo – pueden actuar como sanadores del cuerpo y el alma. Así entonces, durante toda la
Edad Media la profesión médica sufre un notable retroceso que parece ubicarle nuevamente
en la etapa primigenia del sacerdote-médico, donde lo mágico –la noción de enfermedad
como castigo o prueba- se transforma en lo esencial para la explicación nosológica o la
acción terapéutica.

Situación que comienza a cambiar, a partir del cuatrocientos, toda vez que el
pensamiento humanista se va imponiendo y con ello la entrada a la Edad Moderna. La
tradición hipocrática, desestimada por largo tiempo, comienza a despertar interés y define
por tanto el marco referencial para la conceptualización y praxis profesional, sin embargo
con el avance de la tesis mecanicista comienza un nuevo período en la evolución de la
Técnica, en general, y de la Medicina en particular.

De hecho con ésta tesis, el ser humano pasa a ser simplemente una macro-unidad
física susceptible de ser estudiada y fragmentada objetivamente como cualquier máquina y
que en el campo de la Medicina va adquiriendo cuerpo progresivamente a partir del siglo
XV, cuando la Iglesia Católica levanta la prohibición de realizar disecciones anatómicas en
seres humanos hasta alcanzar su tope con los postulados Cartesianos que reducen al
universo y al ser humano a la concepción de objeto mecánico, susceptible de armarse y
desarmarse a capricho (Leal en Leal y Mendoza Vega, 1997) y que aunado a la visión
impuesta por el positivismo imperante desde el siglo XIX terminarán por reducir al ser
humano a la condición de fragmento u objeto acentuadamente disociado, como lo plantea
Malherbe (1993).
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Esta nueva visión del ser humano-máquina generará cambios interesantes en la


profesión así como en la formación de sus recursos humanos, puesto que ahora lo objetivo
(en términos de lo medible) pasa a ser lo esencial en la Ciencia, que además ha ganado
terreno a expensas de los avances que las corrientes positivistas van acumulando con el
tiempo.

Superado el oscurantismo medieval, la Medicina emerge como una profesión de


servicio al ser humano enfermo e impone a sus profesionales la adopción preferencial de
pautas comportamentales probadas en el tiempo, que garantizan el reconocimiento y
posicionamiento social deseado. Las Escuelas de Medicina laicas (con Salerno a la cabeza)
que van surgiendo se hacen eco de la tradición y sustentan en ella la base para garantizar el
impacto profesional, a pesar de que el éxito medido en términos de control de las
enfermedades aún no se exhibe con todo su esplendor dado las deficiencias cognitivas del
momento.

La etapa de consolidación supone entonces, el afianzamiento de un modelo médico


sustentado en la causalidad natural, el desarrollo progresivo de las Ciencias básicas
auxiliares de la Medicina y en una Ética profesional singular que privilegia la ayuda, el
bienestar, el consuelo en la atención a la persona enferma y la defensa de la vida humana.

En el plano de la regulación del ejercicio profesional, acciones concretas ejercen


tanto el poder médico como el político para garantizar tales anhelos. El Protomedicato, por
ejemplo, como institución surge en la España de fines de la Edad Media precisamente para
regular la enseñanza y el ejercicio profesional en Medicina según los criterios de la Técnica
y la Ética aceptados.

En este ambiente de cambios, los seguidores de Hipócrates (no en el plano literal


sino metafórico) los nuevos médicos de la modernidad comienzan a observar lentamente un
cambio lapidario en la sociedad en la medida que la posición privilegiada del profesional de
la Medicina no depende exclusivamente de las cualidades personales sino de su capacidad
resolutiva: en síntesis, de la capacidad de curar que se va alcanzando progresivamente en la
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medida que la ciencia produce las herramientas para ello. En la psique del colectivo se
opera una suerte de conflicto toda vez que exigen un médico competente, en términos
laborales, pero anhelan su médico de familia, amigo y confidente.

3. La actualidad: La burocratización y el cientificismo

Curiosamente hasta el siglo XVIII la educación médica se mantuvo regida por los
intereses y la tradición de las corporaciones profesionales conforme a las enseñanzas
hipocráticas y a una férrea ética profesional, centrada en valores morales; sin embargo, en
la medida que el capitalismo y la burguesía se fortalecían, el pensamiento y dinámica del
libre mercado comenzó a penetrar las Escuelas de Medicina y con ello a imponerse la
diversidad de opciones en la formación médica según las teorías del laissez faire y la libre
competencia (Sánchez, 1998: 128).

Tal situación no sería causa de preocupación por sí misma, tal vez hasta sería lo
esperado y deseado, pero asociado a éstas teorías el pragmatismo se transformó en la
ideología dominante de la ciencia moderna y contemporánea, incluida la Medicina que
dejó de ser una práctica centrada en el médico de familia –no, el especialista en Medicina
Familiar-, suerte de consejero y amigo, por un profesional que encuentra en los hospitales
la fuente del conocimiento médico y de oportunidades para aprender y demostrar su
maestría, así como para el ascenso y el reconocimiento social.

En la medida que el modelo de ejercicio médico institucional se imponía, nuevas


barreras iban apareciendo entre el médico y su paciente –cada vez más alienado y
marginado-; pero en el caso de la educación médica, los hospitales y el conocimiento que se
iba generando en ellos permitió que dos tendencias educativas y de ejercicio profesional
aparecieran en el siglo XIX: una el modelo anatomoclínico y el otro, el modelo
fisiopatológico.

El primero, encontró en las escuelas francesas su espacio y sustentaba sus


postulados en el desarrollo de la experiencia docente de forma práctica al lado del paciente,
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así como la realización de lecciones clínicas y disecciones anatómicas. De modo, que el


estudiante de Medicina encontraba en los hospitales y los anfiteatros anatómicos los
espacios para su desarrollo profesional.

El modelo fisiopatológico, típicamente alemán, hacía énfasis en la formación básica,


es decir en una educación médica centrada en la fisiología, química, física y patología
celular puesto que se creía que la enseñanza clínica poco aportaba al desarrollo de
competencias para la investigación científica, ahora transformada en fin de las Escuelas de
Medicina.

Para Sánchez (1998 : 129) en el siglo XIX, y desde entonces, la Medicina comenzó
a experimentar el enfrentamiento entre los científicos y los clínicos:

Unos sobrevaloraban la habilidad práctica y otros la


capacidad investigadora. Los científicos prometían progresos
médicos y ofrecían formar las mentes de los alumnos en la
objetividad y rigurosidad del método científico. Mientras que
los clínicos resaltaban la escasa relevancia de la ciencia básica
para el cuidado de los enfermos. Y denunciaban el elitismo
que conllevaba el predominio profesional de los académicos y
de los especialistas.

Así entonces se aprecia como tras el siglo XVI, el médico cada vez más
influenciado por los productos de la ciencia y la técnica comenzó a centrar su interés en
aspectos distintos al alivio del sufrimiento y dolor o el evitar la muerte, desde entonces y
hasta el siglo XVIII el alivio de la enfermedad y/o la prevención de la misma ocuparon la
mente y esfuerzo del profesional de la Medicina que comenzó en el siglo XX a obtener sus
primeros y decisivos éxitos; por primera vez se adquiría realmente el poder de curar y de
promover salud –sobre todo a partir de la década de los cincuenta y sesenta-.

Hoy día, cruzado el umbral del siglo XXI, los sucesores de Hipócrates –cada vez
menos convencidos de ello- se preguntan ¿cuál es su significado? y ¿cuál es su puesto en
una sociedad consumista? que le exige el apego a valores ético-morales tradicionales y
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simultáneamente el desarrollo de una Medicina orientada a la mejoría de la calidad de vida,


conforme a los criterios propios de la economía y la política global (Ortiz, 2002).

Así entonces, gracias a la intervención de los alemanes y en América de Flexner -


quien en 1910 propuso el modelo fisiopatológico en los Estados Unidos- la Medicina como
arte y ciencia comienza a dar paso a la expresión de ella como ciencia, exclusivamente, y a
considerar al médico como un científico de allí que Gracia (en Universidad Central de
Venezuela y otros, 1999: 56) afirme:

En principio, el médico no es un científico, ni puro ni


aplicado, sino un agente social, cuyo papel es cuidar de la
salud de los miembros de un grupo humano. El médico sólo
existe en tanto que la sociedad lo reconoce como tal... El
médico no es primaria ni formalmente un científico, sino un
profesional.

Visto así resulta fácil comprender el por qué a la Medicina actual, a pesar de
experimentar un cambio vertiginoso en términos de su poder resolutivo y de cobertura, no
logra conectarse afectivamente con su usuario que la considera como una nueva forma de
comercio y a los médicos, como nuevos mercaderes. Situación que rompe abiertamente con
la tradición profesional, cuyos postulados siguen reconociéndose como la base moral de la
ética y el derecho médicos.

Ortiz (2001) plantea que la Medicina del siglo XXI se encuentra expuesta al
enfrentamiento con dos tendencias importantes, en lo atinente al pensamiento médico: el
mecanicismo y la biología molecular, ambas igualmente reduccionistas. El primero,
derivado de los postulados cartesianos se transformó en eje de la revolución científica
moderna y de la práctica médica, que se expresa en la actualidad en el desarrollo de una
amplia gama de productos tecnológicos que incluyen robots cada vez más sofisticados, al
punto de hablarse hoy de cirugía realizada por robots y de Telemedicina que se avizoran
como posibles substitutos del médico.
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Con la biología molecular, la Medicina avanzó en la comprensión biológica –


estructura y funcionamiento- del cuerpo humano, facilitándole el conocer el genoma
humano, la estructura íntima viral y bacteriana, así como el entender los mecanismos
básicos de la enfermedad, entre otras cosas, deviniendo todo ello en innegables avances en
el control eficiente de las enfermedades.

Logros que le facilitan al profesional de hoy adentrarse más y más en el interior del
ser humano como materia, al tiempo que se aleja de manera directa y proporcional de él
como unidad bio-psico-socio-espiritual total y única. De allí el porque en los últimos
cincuenta años diversas organizaciones internacionales y nacionales plantearan una voz de
alerta ante el avance de la tecnociencia médica, dejando en claro su posición ético-legal con
relación al tema de la Medicina, su concepción y praxis.

A manera de ejemplo, la Asociación Psiquiátrica de América Latina en 1998


publicó un resumen de los distintos códigos y declaraciones vinculadas con el tema y
generados en el siglo XX, desprendiéndose de tal síntesis: el hecho de que la Medicina es y
será –por lo menos desde la perspectiva de tales documentos- una profesión
indisolublemente ligada con la defensa de la vida, el respeto irrestricto de los derechos
humanos, el asumir la salud humana como única preocupación del médico, la defensa del
honor y la tradición profesional, el respeto a la autonomía y privacidad de la persona
enferma, así como el respeto a la autonomía y autorregulación médicas.

Así mismo en materia de educación médica, contrario a los deseos de la


Biomedicina corporativa, las Escuelas pujan –por lo menos en el papel- por mantenerse
ajena a la moda confrontacional con los valores tradicionales de la profesión, para dar paso
a un proceso educativo donde se privilegie la formación integral del futuro médico que va
más allá del egreso de un técnico, puesto que se busca formar a un ciudadano
profundamente humano comprometido con el desarrollo social quien es capaz de canalizar
su esfuerzo y energía a través del desempeño de una profesión, en este caso la médica.
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Tanto es así que el Derecho Médico internacional establece en ésta materia, que la
educación médica representa un continuo que se inicia en el hogar y concluye con el final
del ejercicio profesional particular; del mismo modo, contempla que tal proceso supone el
centrarse en la capacitación científico-técnica sin descuidar el desarrollo moral del
educando, al tiempo que concibe a las Escuelas de Medicina como instituciones
responsables de tal formación, tarea en la que se encontrarán acompañadas de los ya
médicos quienes asumen la educación como un deber moral.

En todo este asunto resulta recurrente toparse con la noción de vida y persona
humanas como ejes axiológicos que requieren para su desarrollo o expresión de otra serie
de valores secundarios, entre los que destacan: totalidad corporal, socialidad y
subsidiariedad, libertad y responsabilidad, beneficencia, autonomía y justicia.

En este orden de ideas, Vélez (Asociación Colombiana de Facultades de Medicina,


1990) afirma que los valores en Medicina regulan el comportamiento médico e impiden su
desviación de los “senderos adecuados”, evitando así que la práctica profesional se revierta
contra el médico mismo y/o contra el resto de los seres humanos con quienes interactúa.
Señala además, que en el médico el valor fundamental es el de la compasión (que define
como el compartir la desgracia ajena), jugando también un papel predominante el de la
verdad en el pensar, la bondad o beneficencia y la preservación de la belleza, canalizados
todos ellos a través de la actitud diligente en el servicio a los demás, que supone una
atención eficiente y oportuna.

Monge (1991) concibe la existencia de una serie de actitudes deseables en el


profesional de la salud (no sólo el médico) que le permiten abordar con éxito el encuentro
con su paciente, entre ellas destacan: a) capacidad de entrega (supone ser verdaderamente
humanos a través de la ayuda); b) generosidad (como dedicación al trabajo sin escatimar en
el horario y/o esfuerzo); c) orden (en el trabajo y puntualidad); d) responsabilidad (dar
cuenta por los actos); e) lealtad (ser fiel a la palabra dada y/o a los compromisos
contraídos); f) sencillez y sinceridad (ser prudentes); y g) optimismo (hacer ver a los
demás el lado positivo de las cosas).
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Figura 5
Sinopsis de los Principios de la Bioética según Andorno.

Principio Definición
Respeto a la vida como valor fundamental, del cual depende la
realización de todos los demás..."Es la base obligada sobre la
Respeto a la vida humana. cual se construye la personalidad de cada cual". De ella depende
el despliegue de las potencialidades humanas.
Respeto a la persona humana. Respeto a la dignidad humana, a su individualidad.
..."La corporeidad humana es un todo unitario y orgánico"...
De totalidad. Donde el bien de la parte está subordinado al bien del todo.
Socialidad y subsidiariedad. Deber de contribuir voluntariamente con el bienestar social y de
los conciudadanos.
Libertad y responsabilidad. Concibe al médico y al paciente como seres dignos, únicos,
capaces de decidir lo que es mejor para sí mismo, sin que ello se
traduzca en un renunciar a la obligación de responder por los
actos libremente realizados.
Fuente: Andorno, R. (1998). Bioética y dignidad de la persona. Pp. 35-40.

Para Colombero (1993) el encuentro con el ser humano, dentro de una relación
profesional como la médica, impone al profesional de la Medicina un conjunto de actitudes
entre las que destacan: a) el respeto incondicional al ser humano como fin; b) la aceptación
de la persona en su totalidad, aquí y ahora; c) la escucha atenta al ser humano que requiere
el servicio profesional; y d) la empatía, como modo particular de colocarse en la posición
del otro y comprender así su sufrimiento y necesidades.

Castillo afirma que en la Medicina los valores parten de varios sistemas o


concepciones éticas: a) la doctrina de la Ley Natural que supone la existencia de una
conciencia moral inmanente al ser humano autónomo; b) el sistema moral justificado
representado por un conjunto normativo seleccionado por personas imparciales y en uso de
la razón para la aplicación pública, en beneficio grupal e individual; y c) la propia dignidad
humana; planteando además una serie de principios para la Medicina (prefiere hablar de
principios y no de valores, al considerar que éstos últimos tienen un grado de mayor
generalidad) “cuyo fin primordial consiste en el bien del enfermo, en razón de reconocer
que es una persona y por ende merece consideraciones y trato de acuerdo con su dignidad”
(en Universidad Central de Venezuela y otros, 1999).
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Estos principios son: dignidad de la persona (comprende a su vez la autonomía,


beneficencia y privacidad), no-inducción de daño, santidad de vida, calidad de vida y
justicia distributiva (figura 6).

Sin embargo y a pesar de todo ello, la Medicina actual sigue debatiendo la


necesidad de repensarse conforme a los términos que le exige el mercado ocupacional, en
abstracto, sin importar lo que pueda decir o no la persona singular. De hecho Taboada
(1998 : 8) afirma que en nuestros días la tecnología le ha puesto especial urgencia a la
pregunta ética a medida que:

El desarrollo tecnológico alcanzado por la Medicina moderna


despliega ante el médico tal gama de posibilidades de
intervención, que es fácil que éste caiga en la tentación de no
detenerse a pensar si realmente debe realizar todo aquello que
podría realizar, de acuerdo al estado actual del progreso
biomédico. Y es precisamente ésta la pregunta que interesa a
la ética: la pregunta por el deber ser de nuestros actos o, en
otras palabras, la pregunta por los fines que perseguimos con
nuestras acciones.

Figura 6
Principios, normas morales y obligaciones en Medicina.
Principio Norma moral Obligación
AUTONOMIA No coartar la libertad Consentimiento válido.
Respetar decisiones.
Dignidad
humana

BENEFICENCI Promover el bien Atención respetuosa y de calidad.


A
PRIVACIDAD Mantener secreto Resguardo de confidencias.
médico. Respeto por intimidad.
NO INDUCCION DE No inducir dolor ni Análisis riesgo / beneficio.
DAÑO discapacidad evitables. No prolongar el morir.
SANTIDAD DE LA No matarás. Preservación de la vida.
VIDA
CALIDAD DE VIDA Refuerza los valores Alivio del sufrimiento.
positivos de la persona.
JUSTICIA Dar a cada cual lo que Adecuada distribución de recursos.
DISTRIBUTIVA necesita. Apropiado nivel de atención.
Fuente: Castillo Valery, A., en Universidad Central de Venezuela y otros. (1999). Etica en
Medicina: Fundamentación. Módulo I. Pág. 227-247.
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Y es precisamente en la dimensión ética de los actos y de la formación médicos,


donde radica la principal deficiencia puesto que el profesional que debería estar consciente
de que en su proceder hay dos realidades o dimensiones superpuestas e inseparables, una,
la técnica y la otra la ética. Con la primera, el médico adquiere la capacidad de analizar la
eficacia del proceder, pero con la segunda alcanza la posibilidad de realizarse como
persona y de contribuir con la realización del otro y de los fines a los que dice servir. Tal
deficiencia preocupa, ya que la formación médica universitaria y una Medicina laica e
institucional constituyen los paradigmas distintivos de la Medicina contemporánea y
universal.

Es tan importante la dimensión ética, que Blum (citado por Taylor, 2002) ante el
incremento significativo en el número de litigios por malpraxis médica en los Estados
Unidos, a partir de 1950, comenzó un estudio orientado a conocer las razones de ellos
centrando su atención en aquellos casos discrecionales, es decir donde el litigante hubiera
podido o no entablar la demanda, y encontró: 1) cierto número de médicos eran objeto de
mayor número de litigios; 2) éstos profesionales exhibían un comportamiento distante con
el paciente e inhumano quizás, al ser descritos como insensibles, indiferentes al dolor del
paciente, emocionalmente apáticos, despreocupados y despectivos; 3) éstos médicos
carecían de aptitudes emocionales y sociales, evidentes; y 4) los juicios planteados se
constituían en una suerte de venganza del paciente ante la insatisfacción que sentía por el
tratamiento recibido.

De hecho, hoy por hoy al ejercicio de la Medicina le caracteriza: el predominio de


los conocimientos y haceres propios del pensamiento tecnocientífico, un rápido avance
cognoscitivo y de técnica diagnósticas y terapéuticas que obligan a la especialización y/o
subespecialización, así como también la incorporación creciente de la Psicología –por lo
menos en teoría- en materia de comprensión y adecuado manejo de modelos relacionales,
la aceptación del enfermo como persona o la preocupación creciente por comprender a la
enfermedad –olvidándose del enfermo- como fenómeno de innegable influencia y/o
expresión sociocultural (Lima en Universidad de Carabobo, 1993).
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En este contexto, suerte de mundo bizarro, los principales actores involucrados:


médico, persona enferma y comunidad sufren. En el caso de la persona enferma
progresivamente se constituye en el blanco de una reificación igualmente creciente, al
tiempo que el médico va distanciándose cada vez más de su objeto de trabajo al permitir
que nuevas barreras surjan entre ellos: el aparato que hace innecesario el contacto personal
directo, la misma necesidad de especialización y subespecialización que fragmenta a la
persona y, un ejercicio médico institucional altamente burocratizado que acaba con la
autonomía de los involucrados (Leal en Leal y Mendoza, 1997).

Más aún, según ciertos estudios llevados a cabo entre 1987 y 1990 en el Reino
Unido (Sinclair, 1997) el 31,2% de los estudiantes del segundo año clínico presentaban
alteraciones emocionales, un 28% se encontraban deprimidos en un nivel tal que la
medicación con antidepresivos debería estar indicada. Asimismo para los investigadores
resulta preocupante el número significativamente alto de estudiantes de Medicina que
refieren una alta y consuetudinaria ingesta alcohólica. Sin contar que en los ya médicos la
incidencia de enfermedad mental (depresión y alcoholismo) se incrementa en la medida
que ascienden en la pendiente de calificación profesional.

Recientemente Ortiz (2002) en México plantea la existencia de un “síndrome de


desgaste” en el personal médico y de enfermería, asociado con las condiciones laborales.
Síndrome caracterizado por: tendencia en los internos y residentes a aceptar una
responsabilidad mayor a sus capacidades, marcado aislamiento social, privación de sueño,
alteraciones del estado de ánimo (en un tercio de los encuestados), ideaciones suicidas, con
una frecuencia de suicidios 2 a 3 veces mayor que la población general, dependencia a
fármacos y/o drogas psicotrópicas, insatisfacción financiera y psíquica (85% de los
encuestados).

En el pregrado médico, preocupa la alta incidencia de signos inequívocos de estrés


o depresión, más aún existen indicios suficientes de la existencia de un deterioro creciente
y continuado en las habilidades comunicativas del educando, resultan notorias la falta de
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solidaridad, el no compañerismo, la preeminencia de un espíritu de competencia malsana y


la deshumanización.

Aunado a lo antes descrito la deshumanización médica campea e incluye entre otros


indicadores los siguientes: falta de libertad en la persona enferma para seleccionar su
médico tratante, una atención masiva y demorada, horarios inhumanos, anomia,
reduccionismo, la concepción de la Medicina como “ciencia de hechos” y a los médicos
como científicos puros, y/o la puesta en práctica de patrones de comunicación inasertivos
(Pulido en ASCOFAME, 1990; Owen, 1995; Aguiar, 1996; Amarís en Leal y Mendoza,
1997).

Así mismo destaca en la personalidad del médico: la insensibilidad humana en la


atención a la persona enferma, interés desmedido por el estatus social, ausencia de empatía
con la persona enferma, sacralización del saber científico y de la tecnología en detrimento
de la vocación de servicio, el egocentrismo –acompañado de soberbia, codicia y
pseudosapiencia-, el celo y deslealtad profesional; la institucionalización de la indolencia,
el despotismo, el maltrato y la violación sistemática de los derechos de la persona enferma,
la tolerancia o encubrimiento de la malpraxis médica, el abandono de la ética y la
abdicación del Juramento Hipocrático (Nizama, 2002).

Además pareciera que el médico ya no ejerce el control de su ejercicio profesional,


sino que simplemente se comporta como un administrador del poder que le pertenece a la
institución médica a la cual le debe absoluto e irrestricto respeto y sumisión (bases de la
burocratización).

Por si todo ello fuera poco, la Medicina actual se enfrenta con un contexto para la
toma de decisiones ambiguo desde el punto de vista moral, al tener que decidir entre lo que
es posible hacer según los criterios científico-técnicos y lo que se debe hacer según el
ordenamiento ético-jurídico. Este ordenamiento, curiosamente, resulta frecuentemente
desfasado de la realidad que lo supera con creces; así mismo la incorporación a ultranza de
la ciencia y la técnica plantea una constante preocupación en los niveles de toma de
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decisiones políticas en el sector salud, dado que se debe conciliar la necesidad de


garantizar una atención de calidad (según los estándares de la Ciencia Médica) con la
necesidad de satisfacer las demandas de salud del individuo y/o del colectivo; éstas
últimas, consumen conjuntamente con la inversión en recursos humanos y de planta física
buena parte de los presupuestos de salud nacionales, sin que ello se traduzca en una
cobertura programática eficaz, eficiente y/o efectiva.

A su vez el uso desproporcionado de la tecnociencia en Medicina está acarreando


además una interesante situación en la relación médico-paciente, ya que en la psique y
comportamiento de éste último “se confía en la medicina tecnológica y se duda de los
médicos” (De Siquiera en OPS, 1997 :109) en la medida que se fortalece el mito urbano de
la máquina incapaz de fallar en su evaluación.

Figura 7
Características de la relación médico-paciente

DE ANTAÑO ACTUAL
Conocimiento y tecnología médicos Progreso científico técnico avasallador.
rudimentario.
Ejercicio médico individual, frecuentemente Ejercicio en equipo interdisciplinario y
acompañado con la enfermera. multiprofesional, en grandes instituciones.
Limitada intervención de los medios de Información constante y actualizada en
comunicación. materia de salud en el ámbito de los medios
de comunicación.
Paciente pasivo, sumiso ante las órdenes Paciente activo, beligerante, informado.
médicas, desinformado.
Escasas barreras en la relación médico- Múltiples barreras en la relación médico-
paciente. paciente.
Coste limitado. Coste elevado.
Mercantilismo médico limitado y muy Mercantilismo médico cada vez más
cuestionado. frecuente y tolerado.
Medicina impregnada de un elevado sentido Medicina fría, impersonal y deshumanizada.
de humanitarismo.
Fuente: León, A. En Universidad Central de Venezuela y otros modificado por Santeliz, J.
(2004). Título original “El carácter mítico actual de la relación médico-paciente. Pp.89-90.

Con relación a las familias de los afectados (médico y persona enferma), la del
paciente debe soportar la carga emocional y material que supone el tener a uno de sus
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integrantes enfermo, más el peso adicional que le impone un sistema de atención médica
deshumanizado (horarios de visita inhumanos, largas colas, maltrato, desinformación,
vejaciones, etc.). La familia del médico también se resiente ya que no cuenta con él o ella
para el cumplimiento de roles claves, no cuentan con el esposo o esposa, con el padre o la
madre, con el hermano, el amigo, en fin no cuentan con el ser humano, que adicionalmente
es médico.

Con todo ello, la sociedad como un todo sufre en la medida que pacientes,
médicos, estudiantes y familias lo hacen, viéndose además obligada a buscar alternativas
dentro del Sistema Moral Justificado y del Derecho Positivo para garantizarle al individuo
y al colectivo un mínimo de protección a sus derechos fundamentales ante una Medicina y
médicos que lucen “agresivos e insensibles”.

Completándose así un círculo vicioso, donde curiosamente ganan las empresas


aseguradoras y los abogados, donde se están generando continuamente respuestas
comportamentales no operativas en los actores involucrados (persona enferma beligerante
y desconfiada, familia estresada, médico a la defensiva, pólizas de seguros contra
malpraxis médica, constantes litigios por supuestas fallas médicas, nuevas legislaciones,
costos de atención elevados, vacío emocional en las familias y personas concretas, soledad,
sufrimiento, dolor).

Así entonces la Medicina se va transformando poco a poco de una profesión de


servicio con rasgos paternalistas indiscutibles, centrada en el bienestar de la persona,
socialmente privilegiada y de dudosa capacidad resolutiva a una profesión de servicio
indudablemente contractual, tecnocientífica, con grandes potencialidades diagnósticas y
terapéuticas, pero seriamente cuestionada en el manejo de lo estrictamente humano que le
atañe, así como también en sus fines.

Ahora bien ¿por qué toda esta situación? Lima (en Universidad de Carabobo,
1993 : 144-145) afirma:
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Los médicos nos hemos aislado de la realidad del enfermo.


Nos limitamos la mayoría de las veces a verlo y a medirlo.
Ignoramos quién es y lo que nos tiene que decir de sus
miserias y sufrimientos... Nuestra formación general, venida a
menos en un mundo de especialización, no nos permite ver la
cruel amputación que hemos hecho al hombre al considerar
que su totalidad es aquello asequible a nuestros instrumentos.

Sánchez (1998) en cambio, aborda la causalidad como un fenómeno circunscrito


al ámbito de la Medicina Occidental, resultante de: las insuficiencias para la atención a la
dimensión social y adaptativa, así como de la incapacidad para la comprensión en el
significado simbólico y cultural de la enfermedad humana. Limitaciones derivadas de un
médico que ve a la enfermedad como una lesión u alteración orgánica, mientras que para
la persona enferma es dolor o sufrimiento matizado por la cultura y sus propias
experiencias, sumado a un modelo biomédico incapaz de reconocer cualquier otro tipo de
parámetro distinto al biológico.

En suma, en este contexto la persona enferma experimenta una notable reificación


en la medida que es –simplemente- un conjunto de parámetros biológicos alterados o es
asiento de una lesión orgánica con repercusiones funcionales. Alienación, reificación,
lesión secundaria al ejercicio médico emergen entonces como consecuencias lógicas de un
sistema médico cada vez más lejano de los fines y valores que lo sustentaron por siglos.

Realidad que incluso permea al interior de las Escuelas de Medicina, donde una
creciente e indetenible deshumanización institucional les caracteriza al punto de
considerarse como un escenario formativo físicamente negligente y emocionalmente
abusivo, donde el estudiante va desarrollando expectativas irreales en torno a la profesión,
conductas de negación, patrones no operativos de comunicación, rigidez, aislacionismo,
baja autoestima y un perfeccionismo patológico (Owen, 1995).

De hecho Vílchez (1991 : 9) a manera de ejemplo de lo que se ha dado por llamar


el currículo oculto en Medicina, afirma:
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Figura 8
Deshumanización médica: causas, indicadores y consecuencias

1. Predominio del racionalismo científico en desmedro de la sensibilidad


humana.
2. Deficiente sistema de selección para el ingreso a las Escuelas de Medicina.
3. Prosecución en la Escuela de Medicina, discrecional y centrada en los
conocimientos y técnicas.
4. Escasa o deficiente formación humanista en la carrera de Medicina.
Causas

5. Relación médico-paciente según las reglas del mercado.


6. Sobreexposición del médico al sufrimiento de la persona enferma, sin estar
preparado para su manejo.
7. Evitación sistemática del tema del sufrimiento humano y las emociones
durante su etapa de formación.
8. Explotación del médico: sueldos denigrantes, condiciones laborales
inadecuadas, abuso por parte de los empleadores.
9. Alienación médica.
10. Médicos poco humanistas, presentados como “modelos de éxito”.
1. Insensibilidad en la prestación de servicios de salud.
2. Mercantilismo médico.
3. Calidad total en la atención médica, conforme a los principios propios de una
organización con fines de lucro.
4. Predominio del estatus social en desmedro de la calidad humana.
5. Sacralización del saber científico y de la tecnología de punta.
Indicadores

6. Conversión del médico en un Técnico ególatra.


7. Culto irracional a la soberbia, codicia y pseudociencia.
8. Proliferación irracional de Facultades y Escuelas de Medicina, con exceso de
matrícula.
9. Sustitución de la confraternidad médica por la deslealtad, el celo profesional
y el egoísmo.
10. Tolerancia y encubrimiento de la malpraxis médica y/o de los abusos
burocráticos.
11. Abandono de la ética médica.
12. Abdicación del Juramento hipocrático.
1. Negligencia médica.
2. Malpraxis.
3. Iatrogenia.
4. Pseudotratamiento.
Efectos

5. Impericia médica.
6. Intrusismo.
7. Indolencia.
8. Maltrato.
9. Síndrome de conveniencia médica.
10. Imagen social negativa.

Fuente: Nizama, M. (2002). Humanismo médico. Pág. 2-4.


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La formación del médico, por ejemplo, se sustenta en una de


las dos opciones siguientes:

Ideario Realidad
Prevención. Curación, rehabilitación.
Atención ambulatoria y en el hogar. Hospitalización.
(Comunidad)
Ejercicio público. Ejercicio privado.
Equipo de salud y delegación de funciones. Auto-suficiencia.
Medicina general.
Alta especialización.

Ninguna Escuela de Medicina desdeña la opción primera y les


dice a sus alumnos que opten por la segunda. Los estudiantes,
no obstante, captan y aprehenden que los médicos más
exitosos (medido el éxito en términos de ingresos y estatus
social) son quienes ejercen la opción segunda.

Empíricamente, preocupa no sólo los indicadores descritos, sino la existencia de


un docente médico y una Escuela de Medicina que confunden los fines de la profesión con
las acciones, al tiempo que renuncian al humanismo por un pensamiento tecnológico
dogmático, sustentado en el no eticismo, el no ontologismo y el no simbolismo. En
síntesis, al permitir hacer de la Medicina una ciencia experimental, deshumanizada y
deshumanizante, donde el compromiso personal con el bienestar del otro y la voluntad para
el trabajo en equipo no constituyen prioridades.

Por todo ello, urge retomar la senda perdida que facilite el transitar la ruta del
humanismo médico ya que se hace perentorio e impostergable aceptar y reconocer que la
ciencia y la tecnología no son solo conocimientos, métodos y medios sino también valores
y normas autoconferidas, en un complejo sistema de resonancia afectiva (Ortiz, 2002) e
igualmente se debe aceptar y reconocer que la Medicina va más allá de la curación en el
plano físico de la persona enferma y que incluye en su práctica una dimensión ética y
noética (espiritual) de innegable valor, al momento de las decisiones o de establecer el
vínculo con la persona enferma: principal centro de interés del profesional de la Medicina.
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