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Suplico la ayuda del cielo en nuestro esfuerzo por enseñar como Cristo en nuestro
hogar.
Mi querida esposa, Julie, y yo hemos criado seis hijos preciosos, y hace poco nos hemos
quedado con “el nido vacío”. Cuánto echo de menos tener a los hijos en casa todo el
tiempo; extraño aprender de ellos y enseñarles.
Hoy dirijo mis palabras a todos los padres y a todos los que desean serlo. Muchos de
ustedes están criando a sus hijos en la actualidad; otros lo harán en breve. Aun así, para
otros el ser padres tal vez sea una bendición futura. Ruego que reconozcamos la sagrada
y gozosa responsabilidad que es enseñar a un niño.
Empecemos por la noche de hogar, que era una prioridad importantísima en el hogar fiel
en el que me crie. No recuerdo lecciones específicas de la noche de hogar, pero sí
recuerdo que nunca pasó una semana sin tenerla. Yo sabía lo que era importante para
mis padres.
Recuerdo una de mis actividades favoritas de la noche de hogar: Papá invitaba a uno de
sus hijos a pasar “La prueba”. Le daba al hijo una serie de instrucciones como: “Primero
ve a la cocina y abre y cierra la nevera. Luego corre hasta mi cuarto y agarra un par de
calcetines de mi armario. Entonces vuelve aquí, salta tres veces y di: ‘¡Lo hice, papá!’”.
Siempre va a haber oposición para que no hagamos la noche de hogar. A pesar de ello,
les invito a buscar una manera de sortear los obstáculos y hacer de la noche de hogar
una prioridad donde la diversión sea un ingrediente clave.
De pequeño a veces me irritaba lo que yo consideraba que era una cantidad excesiva de
oraciones familiares, y pensaba para mí: “¿Pero no oramos hace unos minutos?”. Ahora
que soy padre sé que una familia nunca ora demasiadas veces.
La enseñanza a demanda
La enseñanza que brindamos los padres se parece a un médico que está de guardia.
Siempre debemos estar listos para enseñar a los hijos porque nunca sabemos cuándo se
presentará la ocasión.
Somos como el Salvador, cuyas enseñanzas a menudo “no ocurrieron en una sinagoga,
sino en situaciones cotidianas e informales: mientras comía con Sus discípulos, sacaba
agua de un pozo o pasaba cerca de una higuera”.
Hace unos años, mi madre compartió que las dos mejores conversaciones que tuvo con
mi hermano Matt sobre el Evangelio ocurrieron mientras ella doblaba la ropa lavada y
cuando iban de camino al dentista. Una de las muchas cosas que admiraba de mi madre
era su disposición para enseñar a sus hijos.
Su enseñanza jamás cesaba. Mientras servía como obispo, mi madre, que por entonces
tenía 78 años, me dijo que yo necesitaba un corte de pelo. Ella sabía que yo debía ser un
ejemplo y no dudaba en decírmelo. ¡Te quiero, mamá!
Por ser padre, tengo la motivación de estudiar las Escrituras personalmente y de meditar
en ellas para ser capaz de reaccionar cuando se me presente una oportunidad de enseñar
a mis hijos o nietos. “Algunas de las mejores oportunidades para enseñar comienzan
con una pregunta o una inquietud en el corazón de un integrante de la [familia]”.
¿Prestamos atención durante esos momentos?
Me encanta la invitación del apóstol Pablo: “Estad siempre preparados para responder
con mansedumbre y reverencia a cada uno que os demande razón de la esperanza que
hay en vosotros”.
Siendo un adolescente, a mi padre y a mí nos encantaba retarnos para ver quién agarraba
con más fuerza. Apretábamos la mano del contrario tan fuerte como nos era posible para
que el otro hiciera muecas de dolor. Ahora no parece muy divertido pero, de algún
modo, lo era entonces. Después de una de aquellas batallas, papá me miró a los ojos y
me dijo: “Hijo, tienes manos fuertes. Espero que siempre tengan fuerza para nunca tocar
a una jovencita de manera inapropiada”; y entonces me invitó a seguir siendo
moralmente limpio y a ayudar a otras personas a hacer lo mismo.
Entonces el élder Callister rindió tributo a su padre y maestro: “Enseñó tanto actos
como actitudes de obediencia”.
Me parece sabio que de vez en cuando nos preguntemos: “¿Qué les enseño, o qué les
estoy enseñando, a mis hijos a través de mis actos y actitudes de obediencia?”.
Por último, el ejemplo es la enseñanza que más influencia tiene como padres. Se nos
aconseja ser “ejemplo de los creyentes en palabra, en conducta, en amor, en espíritu, en
fe y en pureza”.
Durante un viaje reciente, Julie y yo fuimos a la iglesia y vimos ese versículo en acción.
Un joven que salía a la misión habló en la reunión sacramental.
El joven dijo: “Ustedes creen que mi padre es un hombre muy bueno en la capilla,
pero…”. Hizo una pausa y me pregunté nervioso qué iba a decir a continuación.
Entonces añadió: “Es un hombre mucho mejor en casa”.
Después le di las gracias al joven por el inspirado tributo que le había rendido a su padre
y luego descubrí que su padre era el obispo del barrio. Aun cuando este obispo servía
fielmente al barrio, su hijo consideraba que era en casa donde daba lo mejor de sí
mismo.
El año pasado, estando de vacaciones con nuestros hijos menores, Julie sugirió que
hiciésemos bautismos vicarios en los templos de St. George y San Diego. Yo murmuré
para mí: “Ya vamos al templo cuando estamos en casa, pero ahora estamos de
vacaciones. ¿Por qué no hacer algo más típico de vacaciones?”. Después de los
bautismos, Julie quería tomar unas fotos en los exteriores del templo, y yo volví a
murmurar en silencio. Seguro que adivinan lo que sucedió entonces: tomamos las fotos.
Julie quiere que nuestros hijos tengan recuerdos de cómo ayudamos a nuestros
antepasados; yo también. No fue necesario impartir una lección formal sobre la
importancia de los templos. La estábamos viviendo gracias a una madre que ama el
templo y quiere que sus hijos compartan ese amor.
Los hijos reciben bendiciones eternas cuando los padres se aprecian mutuamente y
brindan ejemplos de rectitud.
Conclusión
Ruego que todos ustedes que se esfuerzan por dar lo mejor de sí mismos para enseñar
en el hogar hallen paz y gozo en ello. Si creen que aún pueden mejorar o que necesitan
prepararse más, por favor, respondan con humildad a las impresiones del Espíritu y
comprométanse a actuar.
El élder L. Tom Perry dijo: “La salud de cualquier sociedad, la felicidad, la
prosperidad y la paz de su gente, todas tienen su raíz en la enseñanza de los hijos en el
hogar”.
Sí, mi hogar ahora es un “nido vacío”, pero yo sigo de guardia, listo y dispuesto a
encontrar oportunidades adicionales y preciadas de enseñar a mis hijos ya adultos, a sus
hijos y algún día, espero, a los hijos de estos.
Suplico la ayuda del cielo en nuestro esfuerzo por enseñar como Cristo en nuestro
hogar. En el nombre de Jesucristo. Amén.