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B I B L I O T E C A C L Á S I C A
TOMO IX
ENEIDA
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TOMO I
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VIRGILIO EN AMÉRICA.
I.
Guzmán, discípulo del Brócense, y acabando por la aparecen en este momento, debidas á la erudición y
Eneida de Hernando de Velasco, poco tienen de al estro de un neogranadino y de un. mejicano: Ar-
amenos y de virgilianos, si exceptuamos algunas imi- cades ambo
taciones felicísimas del dulce Luis de León. Llámase este último .D. Fermín de la Puente y
La reciente y meritoria traducción del Sr. Ochoa Apezechea, miembro de la Academia Española. Para
está, como todos saben, escrita en prosa; y antes del estimar el mérito de la traducción de los libros i y iv
de éste no ha llegado á nuestros oídos, incluyendo á de la Eneida, que hasta ahora son los únicos que ha
Iriarte, el nombre de traductor alguno peninsular, dado á luz este señor, tenemos que referirnos al
reconocido como intérprete notable del épico latino. análisis que de ellos hace, en un artículo crítico,
Miéntras tanto, en esta misma Revista hemos te- otro americano bien conceptuado en España como
nido la agradable oportunidad de consignar los en- hombre de letras y de buen gusto, el Sr. D. José
sayos maestros de D. Juan C. Varela y de D. Ventura Antonio Calcaño, venezolano avecindado á la sazón
de la Vega, en los cuales se trasunta el más exquisito en las cercanías de Liverpool.
sentimiento de las bellezas del original, que trasla-
El crítico ha sometido la obra del mejicano á una
daron á versos castellanos en forma y lenguaje inta-
prueba dura, pero eficaz y decisiva. «Cuando se nos
chables.
viene á las manos, dice el Sr. Calcaño, la traducción
Vamos ahora á comunicar á nuestros lectores nue- de un autor clásico no podemos prescindir de ir á
vas pruebas de la aptitud de los literatos sudameri- ver, antes que todo, cómo han sido vertidos aquellos
canos para aclimatar en el terreno de las lenguas pasajes que, si hemos hecho particular estudio del
vivas, desafiando las trabas de las combinaciones texto, tenemos en la memoria.» Trayendo á la suya
métricas más ajustadas, el espíritu, las ideas, los sen- el mismo crítico los pasajes más célebres de los men-
timientos de los poetas de la afttigüedad clásica. Y, cionados libros de la Eneida, ya por sentenciosos,
como vivimos los americanos en completo divorcio ya por patéticos, ya por la belleza rítmica, ó por la
intelectual unos de otros, ignorando comunmente propiedad de las onomatopeyas, parangona el origi-
aquello que cada sección del continente conquista y nal con la versión, resultando que en la mayor parte
cosecha á favor de la civilización y de la honra de la de los casos sale airoso el traductor y sin ofensa el
patria común, creemos hacernos gratos á los argen- poeta original. No es esto corto elogio para el señor
tinos, revelándoles el secreto de dos bellas y serias Apezechea. En cuanto al mérito de la versifica-
traducciones de la obra virgiliana completa, que ción, el crítico le es favorable hasta el entusiasmo,
exclamando al cerrar la lectura de los cantos tradu- ¡Por cierto! á eso los dioses atendiendo
cidos: «¡Qué octavas, qué octavas hay en ellos! Están ¿ ese cuidado los agita ?
¡Cómo honra su autor á nuestra América!» Yo no sé lo que has dicho ni te entiendo,
Mas respuesta ninguna necesita.
El Sr. Calcaño justifica su ponderativo elogio co- ¡Vé, marcha á Italia! Por el mar horrendo
piando algunos trozos de la traducción mejicana. Ese tu nuevo reino solicita.
Despechada la tiernísima y orgullosa Dido al verse Yo espero (si piedad hay en el cielo)
abandonada por Eneas, dirígele el enérgico apostrofe Oue los escollos vengarán mi duelo.
~ A Dido entonces llamarás turbado;
que anda en la memoria de todos: Yo en negros fuegos seguiréte ausente;
Nec tibi diva parens, generis nec Dardanus duc- Y cuando el alma deje el cuerpo helado,
Sombra doquier, te aterraré presente:
tor , perfide Tu pena entonces sufrirás, malvado,
Y hasta en el centro del Averno ardiente
¡No! No es tu madre, pérfido, una diosa; Yo lo oiré, y á mis manes la noticia
Ni tus,padres de Dárdano manaron: La misma fama llevará propicia.
Del Cáucaso en la entraña cavernosa
Entre sus duros riscos te engendraron, Veamos ahora de qué manera ha trasladado tam-
Las tigres de la Hircania pavorosa
A sus pechos, cruel, te amamantaron; bién á octavas castellanas este mismo apostrofe el
Ya, ¿por qué disimulo ? ¿por qué tardo? poeta neogranadino (i):
¿A qué mayores males ya me aguardo?
¿Por ventura gimió por mi gemido?
¿Tornó á verme la vista vacilante?
¿ Le vi llorar con lágrimas vencido ? Indudablemente que la ventaja la lleva Caro so-
¿Sintió piedad de su infeliz amante? bre Puente y Apeze^iea, como traductor de este
¿ Qué más he de decir ? ¡ Y han consentido
Juno así y Jove á la maldad triunfante! desahogo magistral del amor burlado de una mujer.
¿ Dónde hallaré piedad, dónde consuelo? El granadino se mueve con mayor desenvoltura, y
¡Ya no hay fe ni en la tierra ni en el cielo! sabe envolver y amoldar mejor que el mejicano, en
Desnudo te lanzó la mar, é inerte la masa dócil de sus tersos endecasílabos, los porme-
Sobre mis playas te acogí rendida:
Partí loca contigo'reino y suerte; nores de la ironía, del dolor, de la rabia de la carta-
Tu flota reparé rota y perdida:
Yo liberté á los tuyos de la muerte;
Y ¡ay de mí! (¡que ardo en furias encendida!)
( i ) Aquí transcribe el critico, de la traducción de la Eneida
Hoy Apolo el oráculo te guía:
por el Sr. C a r o , cinco octavas (LXXU á LXXVII), que el lector
Un mensajero Júpiter te envía.
puede ver en este tomo á la p i g . 172.
xni
ginense. Para entender el primero es necesario hacer expresan en castellano bajo la inspiración, de
algún esfuerzo, mientras qué el segundo es transpa- lio. A veces las imitaciones son más
rente y armonioso, y disimula la fatiga de la tarea, píritu de los originales que las tradíi
complaciendo al lector. La libertad en la versifica- la letra, especialmente cuando se tral
ción de Caro va á par con la que emplea para inter- clásicos. Pocas odas castellanas se halla
pretar las imágenes del poeta latino: vuela con el nadas del color horaciano que la de
pensamiento de éste; no se arrastra calcando sus ex- León, titulada La Profecía del Ta/o. Várela, dete-
presiones. Así, por ejemplo, el «Sequar atris ignibus niendo especialmente su atención en er TiDftP a e ta N. L.
absens», del hemistiquio de Virgilio, nos parece más Eneida, que puede llamarse el libro del amor en este
poética y exactamente interpretado en este verso: magnífico poema, mostró sinceramente el tempera-
mento de la musa que le inspiraba, la sensibilidad
de su alma y la analogía de su genio con el del
«—Dido abandonada
Con tea hermosa aterrará tu mente», maestro predilecto de sus estudios. Pero escuchemos
sus versos en la boca de Dido:
que no en éste del mejicano, aunque tenga el mérito
de ser más literal: Pero yo ¿dónde voy? ¿Cómo pretendo
Con llanto débil ablandar la peña
De que es formado el corazón de un monstruo?
«Yo en negros fuegos seguiréte ausente.» Mis lágrimas ¿qué valen? nada aumentan
El triunfo del malvado, y engreído,
Contempla mi dolor y lo desprecia.
El título del presente a r t i l l o nos autoriza para ¿Se le oye algún suspiro? ¿Algún sollozo
poner al lado de estas dos traducciones una imitación Interrumpe su hablar? Quiere que crea
Que lo violenta un dios; como si fuesen
del mismo pasaje, del libro iv de la Eneida, tomada Los dioses como Dido, que no piensan
de la tragedia Dido de nuestro compatriota D. Juan En nada más que en él; como si un hombre,
C. Varela. Este poeta ha dramatizado el episodio Un hombre solo interesar pudiera
A los que en lo alto de su gloria miran
virgiliano, poniendo á los dos amantes uno frente al Como nada los cielos y la tierra.
otro en la escena. Ha aceptado los caracteres tales ¡Un dios! ¡Blasfemo! Parte, parte, inicuo;
como fueron concebidos por el gran épico, y su mé- La ambición es tu dios: te llama, vuela
Donde ella te arrebata, mientras Dido
rito se reduce á la exactitud con que el futuro fun- Morirá de dolor: sí, pero tiembla,
dador de Roma y la reina de Cartago sienten y se Tiembla cuando en el mar el rayo, el viento,
Y los escollos que mi costa cercan, ble que hasta por razón del idioma debe existir entre
Y amotinadas las bramantes olas,
En venganza de Dido se conmuevan. las letras latinas y las contemporáneas.^ Y de aquí,
Me llamarás entonces, pero entonces probablemente, nace también el esmero* con que en
Morirás desoído Nueva Granada se defiende contra las ihvasiones
extranjeras y los malos usos locales la integridad de
la lengua heredada. «Mirar por la lengua, dice un
II.
bogotano, vale para nosotros tanto como cuidar los
recuerdos de nuestros mayores, las tradiciones de
Volvamos al traductor neogranadino. nuestro pueblo y las glorias de nuestros héroes; y
Sólo conocíamos del Sr. D. Miguel Antonio Caro cuando varios pueblos gozan del beneficio de un
el título con que publicó sus poesías líricas en un idioma común, propender á su uniformidad es avi-
volumen en 8.° el año 1866 en Bogotá, y la fama de
gorar sus simpatías y relaciones, hacer de ellos un
su apellido en las letras de su país natal. Los Caros
solo pueblo» (1).
descienden de un gaditano nacido á la mitad justa
Nuestro traductor de Virgilio piensa á este res-
del siglo X V H I , conocido en Bogotá como magistrado
y como literato, y especialmente por su afición á la pecto como su compatriota, á punto que al leer sus
literatura clásica, de que dió muestras anotando el excelentes versos, nos sentimos transportados al afa-
Arte poética de Horacio. Su descendencia conserva, mado siglo de oro de la literatura castellana. Campea
según parece, como religión del hogar, la inclinación en ellos un respeto llevado h a s t a el arcaísmo por las
del ilustre abuelo, atestiguándolo la traducción de formas sintáxicas y los vocablos predilectos de He-
que tratamos. Es de advertir que en aquella repú- rrera y de León—achaque perdonable y aun meri-
blica de vida agitada, tanto ó más que la nuestra, y torio al trasladar al castellano la obra de un antiguo,
en donde los ensayos de las formas más peregrinas porque así parece la imitación más cercana al origi-
de gobierno democrático vertieron torrentes de san- nal. Pero si las producciones de D. José Eusebio
gre generosa, y en donde la novedad á este respecto Caro y de otros vates granadinos no nos convencie-
llegó á rayar en el delirio, jamás declinó el amor á
la bella literatura, ni se rompió el nudo que une á
la antigua con la moderna. Allí hubo siempre quien ( I ) Apuntaciones criticas sobre el lenguaje bogotano, por Rufino
José Cuervo. Bogotá, 1867-1872. Un v. in 8.*, de 527 páginas.—
recordara con hechos repetidos el consorcio indisolu- ( D e esta obra ha salido á luz en este año. en Bogotá, una 3® edi-
ción, considerablemente aumentada.)—El Editor.
XVI xvn
ran que esta excesiva devoción á la gramática de creto de la decadencia ó vitalidad de las lenguas.
nuestros abuelos en nada perjudica á los arranques Ellas progresan, se estacionan ó retrogradan, según
audaces del p'atriotismo republicano ni á la libertad la actividad de la nación que las habla.
de las ideas, estaríamos distantes de recomendar
como modelo á los sudamericanos el proceder segui- Horacio decia á sus discípulos: Sólo escribirá con
do por los Sres. D. Miguel Antonio Caro y D. Ru-
propiedad quien apele á la razón como fuente y raíz
fino José Cuervo (i)
de todo conocimiento. El estudio de los filósofos os
La gramática va hoy por el mismo camino por dará á conocer el fundamento de las ciencias y de las
donde huye avergonzada la retórica. Las cuestiones cosas naturales, y una vez conocidas, las palabras os
de propiedad del lenguaje no deben resolverse, no. fluirán espontáneamente á vuestros labios para ex-
según Salvá y Martínez López, sino según la refle- presaros con claridad.
xión propia y el instinto de lo bello y exacto adqui-
rido con el cultivo libre de las facultades del espíritu.
Scribendi recte sapere est etprincipium et fo?is.
A la formación de las lenguas ha precedido una
lógica severa, una ley de armonía que sólo sabrán
Se equivocaría quien hiciera torcidas y desfavora-
hallar y respetar los que discurran bien y tengan el
bles aplicaciones de lo que dejamos dicho sin detener
sentimiento de lo bello. Mientras un pueblo eduque
la pluma, al estilo y lenguaje del distinguido traduc-
su sazón, goce con la armonía de los sonidos, exija
tor neogranadino. Es el Sr. Caro un excelente hu-
de las formas las condiciones de la belleza, y lo com-
manista, un literato entendido, y al emprender su
prenda tanto en la Naturaleza como en el Arte, no
ardua tarea sabía bien el peso que echaba sobre sus
haya miedo de que ese pueblo desfigure, abastardee
hombros, robustos á fe.
ni afee la expresión escrita de la cultura intelectual
No es completo el ejemplar que poseemos de su
que ha alcanzado por medio de una educación gene-
obra; pero leyendo el suplemento al primer volumen
ral literaria y científica. Aquí está encerrado el se-
de ella, advertimos que ha tratado en la introduc-
ción , desconocida para nosotros, de la filosofía y del
estilo del clásico que vierte á nuestra lengua, mos-
( i ) Aquí sigue discurriendo el crítico sobre las transformacio- trando así la seriedad de sus estudios y la altura del
nes que en su concepto debe experimentar el castellano en Amé-
rica. Suprimimos esta parte como no pertinente al asuntó.—El punto de vista desde donde se encara al mayor teó-
Editor. logo, al mayor erudito, al mayor sabedor de las co<-
b
zón alguna vez se ha creído que la Eneida del gran
romanas, entre cuantos talentos ilustraron el siglo
poeta no debía verterse á los idiomas vivos, respe-
de Augusto. Virgilio fué el pontífice y el heraldo de
tándola como á las armas de Rolando por falta de
su época, el luminoso arco iris agorero de la paz por
bríos para esgrimirlas. Y tal vez sea acertada esta
que anhelaba el mundo romano, atónito con el fra-
opinión, porque si, trasladada del viejo suelo latino
gor de la caída del Egipto y del poderío oriental. En
aquella sublime epopeya tá las lenguas de formación
su famosa égloga iv- parece que hubiera vislumbrado
reciente, hubiera de conservar tan sólo su estructura
más allá del Imperio, el comienzo de la era de la
material y relatarnos descoloridas las proezas de los
idea, d é l a redención del esclavo, d é l a igualdad ó
héroes que en ella hacen papel, poco ó nada gana-
confraternidad de los hombres, ante un Dios pater-
rían los profanos que buscan en el maestro afamado
nal y único, en nada parecido á los dioses materiales
ejemplos de la verdadera y perpetua belleza lite-
adorados antes de él. Amigo de las labores del cam-
raria.
po, resumía en sí, por su observación propia, el cono-
cimiento de todos los fenómenos de la Naturaleza que Esta belleza de la obra de Virgilio se manifiesta
hasta entonces había podido adivinar la ciencia. Era como un perfume, como vislumbre apacible, como
un coloso intelectual con quien sólo puede compa- rumor armonioso que acompaña al lector, no sólo en
rarse en los tiempos modernos su discípulo Dante el palacio de Dido, en las fiestas y en las alegrías de
Alighieri. Inteligencias de esta naturaleza no puede Eneas y de sus compañeros, sino también cuando
mirarlas hito á hito sino el verdadero talento ama- presencia la catástrofe final del porfiado asedio d e
mantado con predilección al seno de las musas. Troya, las iras de Neptuno, los desastres de las ba-
tallas y las intrigas del Olimpo. Cerradas las pági-
A más del sabio y del inspirado hay que conside^ nas, el corazón se encuentra satisfecho y mejorado
rar en el cisne de Mantua al hombre de propósitos si padecía, la mente ennoblecida, el instinto literario
elevados, de corazón bondadoso, de hondísimos sen- menos expuesto á caer en trivialidades y en bajezas.
timientos , brotados á raudales en ondas sonoras y
Tales son. expresadas con generalidades, las im-
benéficas, en las cuales se espejea la luz de una ima-
presiones que causa en el ánimo del lector esa realidad
ginación casta como la de los astros. Así, pues, Vir-
indefinible que se llama «estilo virgiliano». De esta
gilio requiere ser sentido y comprendido á la vez por
impresión moral que supo grabar el mantuano es de
sus intérpretes, porque su oro se compone de la liga
la que convendría hacer partícipe al mayor número
de la razón con la sensibilidad, de la invención poé-
posible de lectores por medio de las vulgarizaciones
tica con el saber lentamente adquirido. Por esta ra-
de la Eneida, trasuntando en ellas, antes que todo, económico á la juventud americana, tentándola á
su estilo, porque éste es el alma misma de Virgilio, admirar y aprovechar los pingües tesoros de los va-
la más bella y humana del mundo pagano. riados climas en que habita, al mismo tiempo que
Guiados por este criterio, hemos leído las Eglogas, con mano maestra le mostraba cómo el espíritu de
las Geórgicas y cuatro de los libros de la Eneida tra- las letras clásicas puede animar, embelleciéndolas,
ducidos hasta ahora por el Sr. Caro. Delante de un las producciones de la moderna literatura. La obra
trabajo que requiere aliento y fuerzas poco comunes incompleta de Bello pudo convertirse en las Geórgi-
para emprenderle, la crítica debe mostrarse circuns- cas sudamericanas si hubiera tenido imitadores, ins-
pecta y fundada, so pena de cometer, más que una pirados, como el iniciador, en un pensamiento de
ligereza, una mala acción. Nos guardaremos de in- patriotismo y de civilización á un tiempo.
currir en ella, limitándonos á señalar, según nues- La agricultura es la generosa nodriza del hombre,
tro entender, algunas de las brillantes cualidades de y nadie mejor que Virgilio la ha idealizado en versos
que á cada momento da pruebas el literato neogra- que jamás perecerán por mucho que los aleje el
nadino: cere perennius será, sin duda, el monumento tiempo: oigámosle en la traducción neogranadina:
que erigirá en nombre de las letras americanas si
lleva á cabo su empresa, ya tan adelantada. Al hombre urgiendo, la escasez le educa,
Y el trabajo tenaz todo lo allana.
El Sr. Caro es felicísimo en muchos pasos de las Ceres, sabia maestra, á los mortales
Geórgicas, en las cuales se encierra la ciencia y la El seno de la tierra á abrir indujo
Cuando faltaron en las sacras selvas
experiencia agrícola de los romanos, embellecidas Bellotas y madroños, y Dodona
con los encantos del sentimiento y de la imagina- El sustento habitual negó cansada.
ción. En nuestro concepto, es ésta la obra de Virgilio Creció en esmeros el cultivo, en cuanto
Funesta á las espigas la impía nubla
más ardua para los traductores, y al mismo tiempo Y hórrido á los sembrados sobrevino
la que de preferencia debiera ponerse desde temprano El torpe cardo. Y ya la mies fallece:
en manos de los discípulos de Humanidades en las Que la áspera maleza en torno crece,
escuelas americanas. Un arado fué el cetro de Cinci- Y el abrojo la invade y el espino;
Oprimen ya el espléndido sembrado
nato, y debe ser el instrumento con que los hijos de Triste zizaña, estériles avenas.
las repúblicas prefieran labrar su fortuna. El autor Tú, pues, como afanado
de la Agricultura de la zona tórrida hizo con sus Las gramas no persigas
Con incansable rastro; si no alejas
admirables versos un valioso presente intelectual y Con ruidos las aves enemigas;
cultura. Si nuestro menguado código rural hubiera
Si hiriendo ociosas ramas, tenido presente el gran código rural de Virgilio, de
El asombrado campo no despejas,
Ni con voto eficaz la pluvia llamas, cierto que las laboriosas abejas, dulcemente cantadas #
¡Triste! con sesgos ojos de vecina y acariciadas en las Geórgicas, no habrían sido des-
Heredad mirarás la parva enhiesta, terradas á muchas leguas de los escasos plantíos y
Y tu hambre en la floresta
Aliviará la sacudida encina. sembrados de nuestros incultos campos. Los anima-
les útiles atraen de preferencia la atención de Virgilio,
Ni uno solo de los prolijos detalles con que pinta haciéndonos amar al buey paciente, á su hembra de
Virgilio la lucha del labrador con la Naturaleza ha ubres generosas, á la oveja que se despoja de su ve-
escapado á la sagacidad del traductor: no crecerán llón para vestirnos, al caballo que se asocia á nues-
las mieses si no se extirpan á tiempo el cardo y las tros viriles placeres, á nuestras hazañas de valor y
importunas cañas, si no se espantan las aves atraí- arrastra la carroza elegante del rico como la reja del
das por el apetito del grano. La pereza condenaría arado del humilde labriego.
al labrador á contemplar con tristeza la cosecha
Las llanuras colombianas como las argentinas son
abundante del vecino y á alimentarse con el insípido propicias á la noble raza del caballo. E n ellas, ha
y grosero fruto de las encinas. dicho Buffón, es donde debe estudiarse al potro en
toda su belleza y libertad, al caballo que, según el
mismo naturalista, es la más gloriosa conquista del
ffeu! magnum alterius frusira spectabis acervum, poder inteligente del hombre. El americano nace
Concitssaque famern in silvis solabere quercu! contemplando el caballo, y ensaya sus primeras fuer-
zas manejándole por la brida; en él atraviesa el de-
La agricultura fué considerada por los antiguos sierto, vadea los ríos, y sobre sus lomos y ancas con-
como el arte que enseña al hombre á apropiarse por duce á su querida y á sus hijos al poblado ó al nuevo
el trabajo y la industria, no sólo los dones de Ceres, techo que ha construido de totora á la margen de la
sino cuantos distribuye Cibeles, uno de cuyos atri- laguna lejana. El caballo es para el llanero y el gau-
butos es la llave con que abre y cierra, según las es- cho el personaje principal de sus idilios en acción ó
taciones, los tesoros de la Naturaleza, y gobernando de sus yaravís y cielitos, acompañados de la guitarra.
los leones que conducen su carro, dice simbólica- A esta intimidad entre el nobilísimo bruto y el hom-
mente que nada hay tan feroz é indómito que no se bre americano atribuímos el acierto con que el tra-
someta á la amorosa paciencia de la maternal agri-
ductor bogotano ha interpretado el siguiente pasaje La copia de trotones
del libro III de las Geórgicas. Que Marte unció, tal era; tales fueron.
Ya de griegos poetas celebrados,
Los del carro veloz del grande Aquiles;
Y Saturno agilísimo la hermosa
No menos diligencia Crin derramando sobre el cuello equino,
A la elección de los caballos debes. Así también, al asomar su esposa,
Tú , desde tierna edad á los que fíes Hirió, rápido huyendo,
El incremento de la raza, aplica El alto Pelion con relincho agudo.
Laboriosa atención. El potro nuevo Al que así contemplaste
De estirpe generosa, Animoso corcel, cuando agobiado
Gallardo ya campea, Por las enfermedades, ó vencido
Y en noble porte y numerosos pasos Le vieres de la edad, ponle á cubierto,
Las blandas coyunturas ejercita: Y da á su honrada senectud descanso.
Toma la delantera en el camino, Para enlaces de Venus
A la crespa corriente vado tienta. Frío el ^aballo viejo, afán estéril
A puente ignoto avánzase el primero, Apura en ellos, y tal vez se llega
Ni de estrépitos vanos se intimida. A la amorosa lid, se enciende en vano,
La cerviz tiene erguida, Cual sin fuerza en la paja un alto fuego.
Aguda la cabeza, el vientre breve, Observa de antemano
Grupa redonda, el pecho Los bríos y la edad de cada potro,
Con músculos soberbios que le abultan. Su raza y vocación discierne luego;
Noble es el rucio azul, noble el castaño , Mira si causa en él y en qué manera,
De blancos y melados desconfío. La ignominia dolor, celo la gloria.
¡Con qué ingénito brío ¿No has visto cuando en rápida carrera
El pisador lozano Parten de la barrera
Sale del"puesto y sosegar no sabe A cubrir el palenque émulos carros?
Si armas de lejos resonar ha oído! Mancebos que en la faz muestran bizarros
Las orejas aguza, se estremece, El ansia de vencer, mientras el pecho
El encendido aliento La duda palpitante les devora,
Por la abierta nariz bramando arroja; Con retorcido látigo aguijando,
El cabello sacude aborrascado, Tendido el cuerpo van, suelta la brida;
Le esparce al diestro lado; En férvido volar arden las ruedas;
Y doble mueve la dorsal espina, Y ora se inclinan, y ora
Y recios cascos sobre el suelo asienta Parecen remontarse arrebatados
Que batido á compás hueco retumba. En vuelo aéreo á superior esfera.
Sofrenado de Pólux Amícleo No hay descanso, no hay paz. La arena roja
Tal Cilarosoberbio braveaba, En nubes se levanta:
Fogoso al delantero el de atrás moja bir en verso, del mismo modo que es en el pintor la
Con la espuma que arroja; distribución de los tonos del colorido, y las gradacio-
¡Tanto es el pundonor, la ambición tanta! nes de la modulación en el músico. Hay idiomas en
Estos versos, fuerza es confesarlo, no se parecen en que la frase en el verso sigue la misma línea recta
nada á los que generalmente nos regala la musa sud- que en la prosa, y toda la poesía consiste en ellos en
americana, libertina, indómita, sin más consejero el fondo ó en la sustancia de la idea. Pero el caste-
que el oído, á. veces mal educado y excesivamente llano no es de este número. En la prosa misma es
democrático en el estilo, en la elocución y en las garboso, lujoso, erguido, y exige de quienes lo usen
formas sintáxicas, casi siempre cortadas al talle de la en verso y con int^ciones de poetas, que levanten y
prosa. Si muchos han de saborearlos y deleitarse con acentúen esas cualidades, defectos ó virtudes de su
ellos, no faltarán quienes los hallen desabridos al índole, según quiera juzgarlos el juicio humano, ge-
paladar, obscuros á la inteligencia yv aun ásperos neralmente vario y voluminoso.
para leídos corrientemente. Pero nosotros, que nos En el caso presente existe una razón más para que
declaramos pertenecer á los primeros, es decir, á los los versos que quedan copiados merezcan la aproba-
admiradores de la noble versificación del Sr. Caro, ción de las personas instruidas y de buen gusto. por
entendemos que el verso debe tener también poesía cuanto traducen al más encumbrado y más delicada-
en su estructura, y participar, hasta en la ordenación mente noble y pulcro de los poetas latinos, en quien
de las palabras , del juego de la imaginación , que es brilla la tersura de la palabra y el pudor de la ima-
la primera de las facultades distintivas del poeta. El
gen. Sienta bien á su intérprete el dejo clásico, la
verso debe pasar por delante de la vista como el dia-
solemnidad antigua, de que tan discretamente hace
mante bruñido, destellando luz por cada una de sus
uso, logrando acercarse, cuanto es posible á un moi
facetas; ondear como airosa culebra ó como la co-
derno, á semejante original.
rriente de las aguas, y sorprender por la novedosa
variedad de sus movimientos, para que, como la
música ála letra, acompañe armoniosamente los giros
JUAN MARÍA GUTIÉRREZ.
originales é inspirados del pensamiento. Desdéñase
sin razón esta parte material de la versificación, y ni
se reflexiona sobre ella . ni se estudian sus condicio- (Revista del Rio de la Plata, número correspondiente al i . ° <lc Febrero 1875.)
nes, como si no constituyera parte del arte de escri-
( Yo aquel que ya con flauta campesina
Libre de afanes modulé canciones,
Y dejando la selva peregrina,
Causa fui que con ricas producciones
Satisficiese la región vecina
De exigente cultor las ambiciones
— Obra grata á la gente labradora—
Los horrores de Marte canto ahora.) j
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ENEIDA
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LIBRO PRIMERO.
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II.
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IV.' VII.
V. VIII.
«ó, oO
oU
IX. XII.
X. XIII.
»Y yo, que entre los Númenes campeo El alto Jove recelando eso,
De los Númenes todos soberana; Al ejército aéreo abrió esta sima,
Yo, que los altos títulos poseo
Y ahí en tinieblas le envolvió, y el peso
De consorte de Júpiter y hermana,
De altísimos collados le echó encima;
Ya tantos años há que en lid me empleo
Y un rey impuso al elemento opreso
Con solo un pueblo, y mi insistencia es vana!
Que con tacto severo, ya reprima,
¿Y habrá de hoy más quien me venere? ¿alguno
Ya dé medida libertad. Ahora
Que humilde ofrende en el altar de Juno?»
Juno ante él llega, y su favor implora:
XI. XIV. -
Tal medita la Diosa, y sus sollozos •Éolo, á quien el Rey de cielo y tierra
Ahogando en su furor, á Eolia vuela, Calmar concede y sublevar los mares,
Región nublada en lóbregos embozos, Oye: aquel pueblo á quien juré la guerra,
Región que aborta la hórrida procela: Surca el Tirreno, y sus vencidos lares
^ Eolo-allí en inmensos calabozos Lleva, y su imperio, á Italia. Desencierra,
Las roncas tempestades encarcela Éolo, tus alados auxiliares,
Y los batalladores aquilones,
Y envíalos con ímpetus violentos
Y hace pesar su imperio en sus prisiones.
A romper naves y á esparcir fragmentos.
*
VIRGILIO. S87J ENRIDV
XV. XVIÜ.
XVI. XIX.
Dice; y la hueca mole con el cuento »¡Oh tú entre aquivos héroes el primero,
Hiere del cetro, y la voltea á un lado; Diomédel esforzado! ¿qué ímpia suerte
Y al ver el ancha puerta, cada viento Me negó bajo el filo de tu acero
Quiere salir primero alborotado; En los campos de Troya hallar la muerte?
Y Notó á un tiempo, y Euro, y turbulento Do al ímpetu de Aquíles Héctor fiero
Abrego con borrascas, monte y prado Cayó; do el grande Sarpedofí; do inerte
Corren, barren el suelo, al mar se entregan Tanto noble adalid, rota armadura,
Y ondas abultan que la playa anegan. El Símois vuelca en su corriente oscura!»
- ^ J
XXI.
XXIV.
XXII.
XXV.
XXVII. XXX.
Dice; nubes disuelve, el sol desnuda, Vese allí en una cómoda ensenada
Y pone en paz las olas que batallan: Formando puerto, una isla: á sus costados
Cimotoe y Tritón de roca aguda Del piélago se rompe la oleada.
Los míseros navios desencallan; Y rota¿ entra á morir por ambos lados.
Con su tridente él mismo les ayuda, Guardando opuestos émulos la entrada,
Las sirtes abre, y cielos yaguas callan; Dos peñones, remate de collados,
Y por cima del mar, que apénas riza, Torvos se empinan: plácidas, á solas,
E n levísimo carro se desliza. Tiéndense al pié las sombreadas olas.
XXIX. XXXII.
¿Quién vió tal vez con la rabiosa ira Luégo, al entrar, divísase eminente,
Q u e la plebe en motin ruge y revienta? Del sol quebrando el trémulo destello,
Teas, guijarros por el aire tira; Hórrido bosque, y negro, y grande; en frente
La fuerza del enojo armas inventa: Cóncava peña cierra un antro bello.
Mas si á un prócer piadoso alzarse mira,
Y allí hay bancos de piedra; allí una fuente
Se contiene, se acalla, escucha atenta;
De agua dulce; es de Ninfas gruta aquello!
Sola esa voz los ánimos ablanda,
No aquí el cansado esquife ata la amarra;
Lleva la paz, y la obediencia manda.
No del áncora el garfio el fondo agarra.
ENEIDA.
13 VJSSUJO. C470
XXXVI.
XXXIII.
XXXIV. \ xxxvy: /
XXXV. T) XXXVIII.
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Ó yaá remo avanzando los navícs «¡Antiguos compañeros! sabedores
Frigios parecen, ó el de Cápis. Nada Ántesf de ahora de aventuras tales:
Por los ecuóreos límites vacíos Ya visteis acabar otros mayores,
Descubre á su esperanza su mirada. Dios dará fin á los presentes males.
Mas tres ciervos divisa que baldíos
Recorren la ribera: la manada,
J\ De Scila atroz escollos ladradores:
De impios Ciclopes playas funerales:
Al sabroso pacer vagando atenta, ¿Qué no habéis arrostrado? Alzad la frente,
Por acá y por allá los sigue lenta. Y ahogue su pena el corazon valiente!
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Bífi ' /¿-t-*-r '* C-tf-v ? c- • . ( / w
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XXXIX. XLII.
»Desgracias de hoy, mañana son memorias Tarde era Va, cuando del alt o cielo
Que despiertan secretas simpatías: Oteando el olímpico monarca,
Senda de rudas pruebas transitorias Tierras y costas, el tendido suelo,
Nos lleva al Lacio y sus riberas pias: Y el mar de velas erizado, abarca
Renacerán nuestras antiguas glorias; De una mirada, que con vivo anhelo
Sufrid, guardáos para mejores dias!» Fijó, en fin, en la líbica comarca;
Dice; rie esperanzas, y hondamente Y, los ojos brillando humedecidos,
Sella el fiero dolor que el alma siente. Venus así le hablaba con gemidos:
XL. XLIII.
XI.I. XLIV
Calla el hambre; y locuaz la fantasía »Tú prometiste que de aquí, algún dia-
Recuerda á los ausentes: teme; alienta; ¿Lo recuerdas?—de aquí, de la troyana
Y ya salvos, ya en la última agonía, Estirpe restaurada, se alzaría
Ya sordos al clamor los representa. Reina del mundo la nación romana.
Consigo Eneas, de la suerte impía ¿Qué nuevo plan la ejecución desvía?
Del animoso Oróntes se lamenta, Yo usaba con las dichas del mañana,
Y de- Amico, y de Licio, y de héroe tanto; Del ayer y sus ruinas consolarme;
Del grande Gias y del gran Cloanto. Mas ¿vemos hoy que el hado se desarme?
XLV. XLVIIL
«No; que se ensaña cada vez más crudo! Y con lá faz la besa con que el cielo
¿Término á tanto mal darás al cabo, Serenar suele en tempestad oscura;
Grande y buen rey? Con invisible escudo, Y «Calma,» dice, «Citerea, el duelo;
Del Adria entrando por el golfo bravo, De los tuyos el hado eterno dura.
Al riñon mismo de Liburnia pudo Verás alzarse á coronar tu anhelo
Anténor penetrar, y del Timavo
La ciudad de Lavinio: á etérea altura
Las cabezas venció; de argiva hueste
T u heroico Enéas subirás un dia;—
Salvado en ántes por favor celeste.
Ni nuevo plan la ejecución desvía.
XLVI. XLIX.
»Y en aquella región donde desata, »Él (pues voy á tu pecho, áun mal seguro,'
Los cerros atronando, mar rugiente A revelar recónditos arcanos)
Por siete bocas su raudal de plata, Él hará guerra larga; el cuello duro
Y los campos inunda en su corriente, Domará de los pueblos italianos;
Allí á Padua fundó: morada grata Dará á los suyos circundante muro,
E n ella, y patrio nombre dió á su gente, Y fundará costumbres. Tres verano«
Y de Troya las armas; y tranquilo Contará de los Rútulos triunfante;
Bajó á dormir en sepulcral asilo. Y tres inviernos le verán leinante.
XLVH. L.
»¿Y á nosotros, tus hijos, á quien silla »Y su hijo Ascanio, que festivo y tierno
Previenes celestial, se nos traiciona? Con renombre de Yulo se engalana,
¿Y anegadas las naves, ¡oh mancilla! (lio nombróse en el solar paterno
Porque de álguien el odio lo ambiciona, Cuando alzaba Ilion la frente ufana),
Tocar nos vedas la latina orilla? Treinta años llenará con su gobierno
¿Así nos vuelves la imperial corona? Mes á mes; y la sede soberana
¿O premio es éste de virtudes digno?» Mudando de Lavinio, hará á Alba Longa
Oyóla el Padre, y sonrió benigno; Robusta en fuerzas que al asalto oponga.
TOMO I . "2
18 YI8G1UO. [ÍT4' ENEIDA.
L!. LIV.
14!. LV.
un. LVI.
»Y siglo traerá el tiempo en que cadenas Dice, y al punto del Olimpo envía
Dé la casa de Asáraco á la argiva; Al alígero dios hijo de Maya,
A Ptia vencerá; verá á Micenas, Que á allanar á los náufragos la via
Si ántes gloriosaj ya á sus piés cautiva. Y el muro de Cartago á abrirles vaya;
Tan noble sangre llevará en las venas Pues de Dido recela, que podria
Julio—por nombre que de atras deriva; Alejarlos tal vez de aquella playa
César—con gloria que hasta el cielo alcanza; Si los altos designios ignorase.
El, cuyo imperio sobre el mar se avanza. Oyele el nuncio, y por el éter vase.
20 VIRGILIO. 3151 EI.EIOA. 24
LVÜ. LX.
LlX. LXII.
La flota deja so el peñón antiguo «En verdad no hemos visto aquella hermana
Que las aguas socavan sin estruendo, Tuya, á quien buscas, ni sabemos de ella.
"V" de las corvas sel . as al abrigo Mas ¿cuál te nombraré ? nos es cosa humana
Con sombra en torno de negror horrendo: Lo que suena tu voz, tu faz destella.
Sólo á Acátes llevándose consigo, ¿Eres alguna Ninfa? ¿eres Diana?
Cada cual ancha pica entra blandiendo: Yo diosa te presumo, y fausta estrella,
Ya en medio el bosque, Vénus de sorpresa Quienquier fueres, mi labio te saluda:
Vestida de espartana se atraviesa. ¡Oh! da propicia á náufragos tu ayuda!
Lxin. LXV1.
»Y por piedad, qué clima es éste, díno», »Su hermano en Tiro entóneos dominaba,
Ó qué zona del mundo, qué campaña; Pigmalion, el más feroz malvado:
Que sin saber ni gentes ni caminos, Enemistad entre los dos se traba,
Vamos perdidos en región extraña Y él á Siqueo, ante el altar sagrado,
A donde, infortunados peregrinos, Sacrilego y traidor á hierro acaba,
De olas y vientos nos lanzó la saña; Y también de codicia estimulado;
Y, grata á recibidos beneficios, Y á la sencilla enamorada h.rmana
Mi mano hará en tus aras sacrificios.» Oculta el crimen de su diestra insana.
LXIV LXVII.
«No merezco ese honor,» Vénus contesta: »Y con ficciones la entretiene en duda,
«Siempre de Tirias fué, si os maravilla, Y su amor de esperanzas alimenta;
De aljaba ornadas vaguear, cual ésta, Cuando en sueños por fin á la viuda
Con borceguí purpúreo á la rodilla. De Siqueo insepulto se presenta
Púnico imperio aquí se os manifiesta. La sombra misma, alzando la faz muda
Pueblos fenicios, de Agenor la villa; Con tétrico misterio macilenta;
Empero, esta región parte fronteras Y el ara le señala enrojecida,
Con las tribus del Africa altaneras.
E l pecho abierto y la profunda herida.
LXV. LXVUI.
»De Tiro vino huyendo del hermano, »Y el arcano espantoso que contrista
La que reina hoy aquí, por nombre Dido.— Y un rincón recataba, muestra entero;
El largo drama á desflorar me allano:— Y la excita á buscar con planta lista
Esta tuvo á Siqueo por marido, Más humano país, clima extranjero:
Rico en tierras cual no otro comarcano; Para ayuda de viaje, abre á su vista
Con vivo amor de la infeliz querido; En sótano ignorado, de dinero
A quien, bella con gracias virginales, Antiguo y vasto acopio. Conmovida
L a unió el padre en primeros esponsales. Dido despierta á apercibir la huida.
LXIX. Lxxn.
»Busca auxiliares; llegan á porfía
»De Troya procedentes (si ya sal es
Quiénes que temen del cruel tirano,
Lo que fué un tiempo la ciudad que digo),
Quiénes que odian la infame tiranía;
Tras largas vueltas y fatigss graves
Apañan, cargan de oro las que á mano
Golpe de airados vientos enemigo
Naves dispuestas por ventura habia;
Lanzó sobre estas costas nuestras naves.
Y ya cruza los campos de Océano Yo soy el pió Enéas, que conmigo
De Pigmalion avaro la riqueza; Voy llevando doquier, del mar por medio,
Y una débil mujer va á la cabeza. Dioses salvados de voraz asedio.
LXX. LXXIII.
Ellos con planta intríncanse ligera Tales la miel fabrican rica; y llena
Por do adviértela senda, y la colina Las celdillas al cabo el néctar blando;
Coronan ya, que á la ciudad frontera, Y ya salen de paz, la carga ajena
De lleno allá sus cúpulas domina. A recibir ufanas; ya cerrando
Eneas con asombro considera En trabado escuadrón, de la colmena
La fábrica estupenda y peregrina Los zánganos alejan, torpe bando:
Do un tiempo fueron chozas; y suspenso, Con afan vario la labor se enciende,
Puertas ve, y calles, y el bullicio inmenso. Y á tomillo vivaz la miel trasciende.
Lxxxn. LXXXV.
No descansan los Tirios: ó se empleen «¡Qué gran dicha á unos hombres se depara
En alzar el alcázar y dirijan •Que alzarse ven el suspirado muro!»
El giro á la muralla, y acarreen Dice Enéas á tiempo que repara
Gruesos cantos á empuje; ó puesto elijan En las altas techumbres; y seguro,
Para casa, y con zanja le rodeen: Gracias, ¡oh maravilla! á que la ampara
Sobre traza soberbia sitio fijan Contino en derredor celaje oscuro,
Propio al legislador, al magistrado, Entra por la ciudad con paso listo;
Y al augusto recinto del Senado. Anda entre todos, y de nadie es visto.
Lxxxin. LXXXVI.
LXXXVII. XC.
/ X /
Grata la Reina á auxilios singulares, «¡Acátesi ¿qué región, de nuestra famas'
Alzaba allí á la Diosa un templo Extenso, No hay ya en él mundo, ó nuestros hechos, llena?
Que á la vez ilustraba sus altares Mira á Príamo: aquí la gloria llama . . ,
Con favor sacro y con devoto incienso: Al que allá injusta adversidad condena:
Escalonado el atrio entre pilares El sentimiento aquí llantos ¿derrama,
Y trabes bronceadas, daba ascenso Y aquí se siente en la desgracia ajena!
A la alta puerta de metal bruñido Animo, pues; nuestro renombré'.claro
Que el quicio oprime, y gira con rüido. Presta esperanzas de feliz reparo.»
LXXXVIU. Cl
En este bosque el héroe al pecho laso Dice, y con mil recuerdos embebece
Halló aliento, á sus penas lenitivo, En la inerte pintura los sentido^;
Y alta lección de que en adverso caso Y mudo llanto el rostro le humedece;
Hay siempre de esperanza algún motivo; Que en ella, murós^fuera, en lid tejidos,
Pues, ya en el templo suntuoso, al paso Ya la troyana juventud parece,
Que todo lo registra pensativo, Que á los Griegos accfea* espavoridos;
Y aguardando á la Reina, allá en su mente Ya á los Frigios, Aquíles, que bizarro
Mide el poder de la ciudad naciente; Con plumaje gentU Vliela en su carro.
LXXX1X. . XCII.
Mientras nota á un plan mismo convertidas Reconoce con lágrimas, tras eso,
Manos de artistas y el primor del arte, Las tiendas, con sus lonas cual de nieve.
Por orden halla en cuadros repartidas Que Diomédes t á $ , vendido Reso
Leyendas de Ilion, lances de Marte, Del primer sueñp' en el regazo aleve:
Que al orbe ocupan ya. Ve á los Atridas, Allí el cruel en Sanguinario exceso
Ve á Príamo, é igual á cada parte Huelga;, y medroso de que alguno pruebe
Aquíles en los rayos de su ira; Pastos de Troya ó en el Janto beba,
Párase aquí, y con 1 (grimas suspira; Los caballos'indómitos se lleva.
VIRGILIO. ENEIDA.
XCHL XCVI.
Tróilo en pos viene: juvenil locura Él mismo en noble puesto allá campea
Ha hecho que fuerzas inferiores mida Par del negro Meranon, que con su banda
Con Aquíles: perdida la armadura, De Oriente, cierra. Al fin Pentesilea
Derribado de espaldas, de la bri.ía Las huestes amazónicas comanda
Traba, que al vacuo carro le asegura: De corvo escudo: el cíngulo rodea
Tiran los potros en veloz corrida; Aureo so el pecho descubierto; y anda
Arrastra el cuello y cabellera suelta, Furiosa entre los gruesos escuadrones,
Y el polvo fácil marca el asta vuelta. Y hembra y todo, armas hace con varones.
XCIV. XCVII.
Más allá al templo de Minerva, en tanto, Miéntras con viva admiración encuentra
Teucras matronas á ofrecerle llegan, Tales cuadros el héroe, y cada asunto
Por vencer su rigor, un regio manto: Le detiene, y la vista reconcentra
El tendido cabello al aire entregan; Luégo y la admiración toda en un punto;
Hieren el seno en muestra de quebranto Dido, la hermosa Dido al templo entra,
Las palmas; los humildes ojos ruegan: La cual doquiera penetrando, junto
Sorda la Diosa á la oracion prolija, Con damas de copiosa comitiva,
Torvas miradas en el suelo fija. La labor colosal risueña activa.
XCV. XCV1II.
Ene'as adelante á Aquíles halla Tal del Eurótas por la vega umbría
Volviendo, á trueco de oro, el insepulto ó ya del Cinto por el halda amena,
Cadáver que en redor de la muralla Gentil Diana leves coros guia
Tres veces arrastró con fiero insulto: Y la aljaba pendiente al hombro suena:
Hondo gemido de su pecho estalla Ninfas en torno agrúpanse á porfía,
El muerto amigo viendo allí de bulto, Y á todas ella en majestad serena
Y el carro vencedor y los despojos, Se aventaja al andar: delicia vaga
E inerme suplicando el Rey de hinojos. El seno de Latona oculta halaga.
TOMO I. 3
XC1X. CIL
C. CIII.
Mas entre inmensa multitud, que en esto »Hoy de incendio amenaza gente osada
Ansiosa al paso acude, al templo santo Nuestros bajeles: tu poder lo impida!
Ha columbrado Eneas que Sergesto De un pueblo religioso te apiada
Y Anteo viene, con el gran Cloanto, Que con su historia tu amistad convida!
Y otros que oscuro el Ábrego interpuesto No á hacer riza venimos por la espada
Lanzó á playas distintas. Con espanto En comarca á tu imperio sometida,
Entremezclado de alborozo vivo, No á la costa á volver con rica presa;
Ni es de vencidos tan soberbia empresa.
Ven los dos del embozo el fausto arribo.
a. C1V.
Y aunque las manos estrechar anhelan, »Hay de antiguo un país, con apellido
Mas lo raro del caso los detiene, De Hesperia por los Griegos señalado,
Y en la cóncava nube se cautelan, Pueblo en trances de guerra asaz temido,
Do á los que llegan atender conviene, Tierra asaz grata á la labor de arado:
Que dó surgieron digan, ó qué apelan, Fué primero de Enotrios poseído;
Pues embajada forman en que viene Y hora Italia se nombra, por dictado
Da famoso caudillo procedente,
De cada nave un noble personaje,
Si ya constante tradición no miente.
Y audiencia al paso claman y hospedaje.
CVHI.
CV.
»»Mas ¿quién no sabe á Troya y sus varones? De la arenga tocados, rato habia
No de tantas virtudes ei tesoro. Los de la nube ansiaban salir fuera;
Los nombres de tan nobles campeones, Y, á Enéas vuelto, Acátes le decia:
Ni ya esa guerra gigantesca ignoro: «Falta el que hundirse viste en la onda fiera;
No solemos los Peños corazones Cúmplese en lo demás la profecía,
Tan incultos llevar; ni al carro de oro Hijo de Vénus, que tu madre hiciera:
Sus caballos el Sol tan léjos ata ¿Qué aguardas?» Suelta en esto se evapora
De una ciudad que vuestra gloria acata. La opaca nube en la aura brilladora.
CXII. CXV.
CXIII. CXVI.
»Meted la flota: un mismo tratamiento «Ved salvo al que buscáis; yo soy Enéas!»
Tendrá el Teucro en Cartago y el de Tiro; Dice; y á Dido se convierte luégo:
Y ¡oh si arribase con el propio viento «Tú, sensible mujer, dichosa seas,
El héroe que nombró vuestro suspiro! Sensible á nuestra historia, á nuestro ruego;
Pues yo daré á emisarios mandamiento Que reino y casa á náufragos franqueas,
Que exploren la comarca en largo giro, De la espada reliquias y del fuego,
Por si, náufrago Enéss, mueve acaso, Juguetes de la mar, de la fortuna,
ó en selva ó en poblado, incierto el paso.» Ya sin arrimo ni esperanza alguna!
CXVII. cxx.
»Señora, á tu largueza, á tu hidalguía Recobrada, exoresó razones tales:
Corresponder nosotros mal podremos, «¡Oh! ¿qué impía mano perseguirte osa
Ni cuantos restos de la patria mia Al través de contrarios temporales?
Errantes van del orbe en los extremos. ¿Quién, ilustre mortal, hijo de Diosa,
Mas si hay Dioses que ven con simpatía Á estas playas te impele inhospitales?
La virtud; si áun justicia conocemos; ¿No eres tií á quien de Anquíses Cipria h e mosa v
Si el tribunal de la conciencia es algo, | Del frigio Símois en el valle ameno,
El Cielo premiará tu porte hidalgo! Concibió grata en su amoroso seno?
CXVIII. CXXI.
»¡Oh feliz hora en que la luz primera »Recuerdo á Teucro, que en Sidon venido,.
Viste del cielo! ¡oh ilustres genitores! Trocaba con destierro el patrio clima,
Miéntras amen del monte la ladera Ya de mi padre Eelo protegido,
Las sombras; miéntras corran bramadores Que iinperaba triunfante en Chipre opima.
Los -ios á la mar; miéntras la esfera Troya y Grecia de entonces en mi oido
Alimente sus trémulos fulsores. Sonaron con tu nombre. En alta estima
Durará tu alabanza y tu memoria: El tenía á los tuyos, si contrario,
Doquier yo aliente, vivirá tu gloria.» Y áun de Troya alabóse originario.
CXIX. CXXIL
CXXIV. CXXVII.
Ya en el seno interior del edificio Reliquias con que á par venir dispone
Previénese el opíparo convite: El noble cetro que regir solia,
Lucen vestes, do el clásico artificio Hija mayor de Príamo, Ilione,
Con la soberbia púrpura compite; Y el collar de menuda pedrería,
Brilla de plata sólido servicio, Y el diadema do el oro se compone
Y copas de oro, do el buril repite Con finas perlas en igual porfía.
Desde era inmemorial las patrias glorias, Acátes, que cumplir el cargo anhela,
Y los Reyes en.serie, y sus historias. Camino de las naves corre, vuela.
CXXV. CXXVIII.
cxxx. CXXXIII.
CXXXI. cxxxrv.
CXXXVIL CXL.
Cincuenta esclavas dentro, los manjares, lAy! ya al seno le estrecha dulce y blanda,
Puestas en fila, en sazonar se emplean, ¡Y es un gran Dios lo que en su seno anida!
Y con incienso en propiciar los Lares; De la Reina en el seno, lo que manda
Copas ministran, viandas acarrean La gran Diosa, su madre, Amor no olvida:
Otras cien, y en la edad cien mozos pares. De Siqueo la imágen veneranda
Entran, llamados, Tirios que pasean Sin sentir borra, y sin sentir convida
Densos en los alegres corredores, Con nuevo halago á nueva lid á un alma
Y los lechos ocupan de colores. Que retirada há tiempo vive en calma.
4$ VIRGILIO.
•3363 ÉNEIDA.
CXLL
CXLIV.
CXLIU. CXLVL
«¡Júpiter! si ya diste á los humanos Canta eso mismo á Arturo, las dos Osas,
De la hospitalidad el sacro fuero, Y las Híadas tristes; el arcano
Haz este dia á Tirios y á Troyanos Que las noches alarga perezosas;
Grato por siempre y de felice agüero" Por qué los soles del invierno cano
Lo aplaudan nuestros nietos más lejanos Con ruedas se despeñan presurosas
Benigna Juno y Baco placentero A bañarse en el líquido Océano.
Lo honren presentes; y en gozoso grito, Cesa; y acogen su cantar sonoro
Tirios, á saludarlo ahora os invito.» Tirios y Teucros aplaudiendo en coro.
TOUO I. 4
VIR0U.1».
cavo.
Y vuela el tiempo en pláticas sabrosas,
Y Dido, platicando, amor apura;
Mil cosas sobre Príamo, y mil cosas
> A preguntar sobre Héctor se apresura: LIBRO SEGUNDO.
Ya qué huestes trujera pavorosas
El hijo de la Aurora, oir procura;
Ya la historia saber de los gentiles
Potros de Reso, ó el poder de Aquíles.
CXLVIII.
«¡Que en fin,» exclama, «por ventura mia Todos callan; y Enéas, que cautiva
Desde el principio en relatar vinieses De todos la atención, desde alto lecho
Los pasos de la griega alevosía, Comienza: «¡Oh Reina! mandas que reviva
Huésped, y vuestras glorias y reveses! Inefable dolor mi herido pecho;
También tus viajes entender querría, Que cómo á manos de la hueste aquí va
Ya que contemplas los estivos meses El troyano poder cayó deshecho
Tornar séptima vez desde que yerras Recuerde: horrores que podré pintarte,
Mares cruzando y extranjeras tierras.» De ello testigo y no pequeña parte.
IL
cavo.
Y vuela el tiempo en pláticas sabrosas,
Y Dido, platicando, amor apura;
Mil cosas sobre Príamo, y mil cosas
> A preguntar sobre Héctor se apresura: LIBRO SEGUNDO.
Va qué huestes trujera pavorosas
El hijo de la Aurora, oir procura;
Ya la historia saber de los gentiles
Potros de Raso, ó el poder de Aquíles.
CXLVIII.
«¡Que en fin,» exclama, «por ventura mia Todos callan; y Enéas, que cautiva
Desde el principio en relatar vinieses De todos la atención, desde alto lecho
Los pasos de la griega alevosía, Comienza: «¡Oh Reina! mandas que reviva
Huésped, y vuestras glorias y reveses! Inefable dolor mi herido pecho;
También tus viajes entender querría, Que cómo á manos de la hueste aquí va
Ya que contemplas los estivos meses El troyano poder cayó deshecho
Tornar séptima vez desde que yerras Recuerde: horrores que podré pintarte,
Mares cruzando y extranjeras tierras.» De ello testigo y no pequeña parte.
IL
IV. Vil.
V. VIII.
XVI.
XIX.
«¡Cielos! ¿á dónde me arrojais? ¿qué puerto »Mi padre, escasa el arca de dinero,
»Queda ya á mi infortunio? La cadena »Guerrero aventuróme, y al cuidado
»Del Griego á quebrantar áun bien no acierto, »De aquel varón fióme, compañero
»Y ya el Troyano á muerte me condena.» »Antiguo nuestro y próximo allegado.
Compone á su gemido el desconcierto »Tomámos de esta playa el derrotero
La multitud, el ímpetu serena, »Muy al principio. Prosperó el Estado
Y con instancia á declarar le mueve »Mientras honrarle y atenderle supo,
Patria, linaje, y la intención que lleve. »Y parte á mí de su esplendor me cupo.
XVII.
XX.
XXI. XXIV.
«Ni pudiendo tener contino á raya, «Los Griegos,» sigue, «no una vez la prora
»Demente ya, mi^cólera sombría, »Volver pensaron, y soltar la clava,
»Clamé, juré que si á la amada playa »Del asedio cansados. En mal hora
»Tornase vencedor, me vengaria. »Tornábalos á puerto la onda brava
»Odios que Ulíses en silencio ensaya »Y el ala de los vientos bramadora.
»Hubo de acarrearme la osadía »Mas esa estatua al ver, que en pié se alzaba,
»De mis palabras: sin enmienda aquello »Con ira nueva y general tronido
»Vino á poner á mi desgracia el sello. »Resonó el cielo en llamas encendido.
XXII. XXV.
XXHL XXVI.
»Ya os dije, Griego soy: ¿qué más indicio, »La voz á oidos de*las gentes vino
»Si á todos nos nivela vuestra saña? »Moviendo al corazon mortal recelo;
»Ea, pues: ¡consumad el sacrificio! »Todos el rigor tiemblan del destino;
»Bien los de Atreo os pagarán la hazaña; »Cuaja á todos la sangre torpe hielo.
»Su triunfo, el Itacense.» El artificio »En tal crisis á Cálcas adivino
No vemos con que á fuer de Griego engaña; »Saca Ulíses con ímpetu y anhelo,
Antes le instamos á explicarlo todo. »Y de la hueste aquéjale en presencia
Con fina astucia y misterioso modo, »A interpretar la funeral sentencia.
XXVI!. XXX.
»Ya de aquel pecho de piedad desnudó »Ellos, blanco al furor de mis tiranos,
»Sondando muchos el ardid secreto; «Por mí habrán de lastar en roja piral
«Me auguraban mal fin. Diez dias mudo »Por los dioses del cielo soberanos
»Difirió Cálcas el fatal decreto. »Que apartan la verdad de la mentira,
»Cediendo al cabo al clamoreo agudo, »Por la noble lealtad, si ya en humanos
»Y á la mente ajustando del inquieto »Pechos cupo lealtad, la suerte mira
»Instigador el fallo, lo pronuncia: »No merecida, ¡oh Rey! que en mi se ceba;
»Yo la víctima soy; mi nombre anuncia. »Tanto infortunio á compasion te mueva!»
XXVIII. XXXI.
»Place á todos; y el golpe que temia »La piedad que con lágrimas demanda,
»Cada uno enántes en su mal, en cuanto C o n lágrimas le dan los corazones.
»Sobre un triste desciende, en alegría Abogamos por él. Al punto manda
»Pública trueca el general quebranto. Q u e los lazos le suelten y prisiones
»Ya se acercaba el tenebroso dia El Rey, y así le dice con voz blanda:
»De la degollación: con gozo, en tanto, -«Olvida ya las bárbaras legiones,
?>La salsamola alistan, y disponen »Mancebo, y sus malvados procederes:
»Fúnebres vendas que mi sien coronen. »De hoy más, quienquier tú seas, nuestro eres.
XXIX. XXXII.
xxxm. XXXVI.
xxxiv. XXXVII.
XXXV. XXXVIII.
»Cayó miedo en los ánimos: su ayuda »Plúgole á Cálcas, además, que fuese
»Camb'ió la Diosa en no dudoso amago; »De trabes poderosas guarnecida
»Que, al campo apénas se llevó, ceñuda »"V que las nubes con la frente hiriese,
»Los ojos clava con fulgor aciago; »Porque su peso y altitud impida
»¡Raro prodigio! humor amargo suda, »Que por las puertas quepa, y atraviese
»Y del suelo tres veces se alza en vago, »Las murallas, no avenga que nresitfa
»El escudo flamígero delante, »A la ciudad, del Paladión viuda,
-»Y el asta blandeando retemblante'. »Y con la antigua protección la acuda.
VIRGILIO.
tfi¿»A. gì
XXXIX.
XUI.
«Que si este don violáis—el agorero
"Pronostica (primero se convierta »El pecho entrambas enhestandò iguale«,
»En quiebra suya el malhadado agüero!)— Con encarnada cresta gallardean,
»Troya vencida quedará y desierta: Y en ruedas,, al andar, descomunales
»¿Qué es Troya? ¡el Asia! ¡Triunfareis, empero, El largo cuerpo sobreel pontoar quean:
»Si le internareis, la muralla abierta, Rotos gimen los líquidos cristales
»Y á las aguas de Grecia vuestras proras Por do hienden: abordan ya y campean,
»Irán, andando el tiempo, vencedoras!» La vista en sangre y rayos encendida:
Todos huimos, la color perdida.
XL.
XLIII.
»Así en un punto entre sus lloros viles,
Caza Sinon con pérfidos amaños »Lamiéndose las bocas sibilantes
En red de muerte á los que el grande Aquíles, Con la vibrante lengua, van derecho
INi el hijo de Tideo, ni diez años Para Laoconte: mas sus hijos ántes,
De terca opugnación, ni naves miles Tiernos gemelos, en abrazo estrecho
Pudieron domeñar. Tras sus engaños, Aferran, y sus miembros palpitantes
Con espanto de todos repentino, Apedazan, devoran. Pecho á pecho
Oye el paso cruel que sobrevino. Y meneando la aguzada hoja,
Encima el genitor se le¿ arroja.
/
XLI.
XLIV.
»Sacerdote por suerte designado
»¡Vano auxilio! ¡arduo afan! Ellas le abrazan
A honrar al Dios del húmedo elemento,
Con doble, firme vuelta la cintura;
Era Laoconte: ante el altar sagrado
Los escamados lomos le relazan
Degollábale un toro corpulento.
A la garganta, y á mayor altura
Súbito á la sazón venir á nado Sobrealzando las crestas, amenazan.
Vemos (de horror estremecerme siento), Con ambas manos él entre la impura
De la ínsula vecina procedentes, Ponzoña que las ínfulas le afea,
Por sobre el mar tranquilo dos serpientes.
Por sacudir los ñudos forcejea. - ; - ;.. .
TOMO I . |
68^-, VIROÍWI». ' tütte™ c1
XLV. XLVFH.
»D,«§c<%y untado al; fin, y cual pudiera. »"A entré BárffljbWean'tfo, á tú ñtrñézá
El toro que del ara huyendo herido, Cierta amenaza, ¡óh Troya! ¡oh"1 patria« ¡estáncift
De hacha insegura libertado hubiera Ant-igiia de altos Dioses! ¡fortaleza
Su manchada cerviz, en alarido Do vió un pueblo estrellarse su arrogancia!"
Rompe horrible., Las sierpes de carrera Sigue, y tfes-veces al'umbral trópieza
Con ronco són que retumbó á distancia;
Parten al templo de Minerva, y nido
Mas insta el vu¡%o en-su porfía loca,
A los pies de la Diosa encrudecida
Y al fin en el alcázar le coloca.
Hallan seguro bajo el.ancha egida.
XLWI. L.
U. . LIV.
UL -LV.i
»Y por cables que lanzan de ligero,' »¡Cuán trocado de aquél que í nüéstfciá'ojos
Desguíndanse de la hórrida guarida Resplandeció tras recias embestidas,
c
Esténelo, Tisandro, Ulíses fiero, Ó de Aquíles trújese los despojos
Tornando á respirar aura de vida: O incendiase las naves combatidas! - •'•'•'• •
Menelao; Macaón, que fué el primero, Yerta barban cuajados los rtiánójbs '•• 1 • •
Y Acamante y Toante de seguida, Del pelo en sangre; vivas las heridas ' • • '
Y R x p t ó l e m o audaz el de Peleo, Que en tomo recibió de la muralla;— '
Y el trazador del artit^cio, Eppq. . Y aquí en sueños mi voz en llanto estalla:
LIIL LVL
»Nada contesta: con mortal gemido »Tal cttóhSofcH ritieses sobitÜffWi flattra,
«¡Vuela! ¡huye!» exclama: Griego se apodera Soplando ¡el Austro, enfurecida pfreftdfe,
»De la cwdad: incendio ó bien si desbordado se dert^fhi
»Estalla: ¡Troya $e 4*§&l&m snterfl! Y valles, sureofc y sembrados hteftdt
»Mucho á la patria y ai monarca fea s>jdo Brava raudal, y en remolinos bratna
»Sacrificado: si algo la w^lierg, Arboles arrastrando que desprende^
»Salvárala este brazo: eo su agonía, Sfcbre un peñón, de la tormenta aquella
»Su culto, hijo de Venus, te cofjfía. Testigo inmóvil el pastor descue ía.
Wifl. IM.
LXX. LXXIH.
«Cual del hambre al furor lobos rapaces, »Al paso Andrógeo nos salió el primero
Miéntras que los cachorros por su vuelta Con gente mucha entre la sombra espesa,
Anhelan, seca la garganta, audaces Y creyéndonos suyos, delantero,
•Corren en sombras la campaña envuelta; «Amigos,» di£e, «¿qué indolencia es ésa?
Por medio de los hierros y las haces »¡Apresurad! Cuando Ilion entero
Enemigas así la planta suelta, »Es ya ceniza y dividida presa
De la muerte lanzados al encuentro »Al ímpetu feliz de nuestras tropas,
Tocamos ya de la ciudad al centro. »¿Vos apénas dejais las altas popas?»
. LXXI. LXXIY.
»La noche miéntras con su negro manto »Haber caido entre enemiga gente
Nos cobijaba. ;Oh noche de tormentos! Nuestra respuesta adviértele indecisa,
¿Quién podrá darte el merecido llanto Y cortando el discurso de repente,
<3 el número decir de tus lamentos? Arredra el pié con azorada prisa;
jLa al^a, antigua ciudad, de lauro tanto Bien cual trémulo salta el que serpiente
Coronada, flaquea en sus cimientos! Inesperada entre malezas pisa¿
Por calles, plazas, templos invadidos, Que se le vuelve enfurecida de ello
Cadáveres se ven yacer tendidos. Y enhiesta ensancha el azuüno cuello,
-V'lhGlUO. 0384 •393] BNEID.V, 77
-LXXV. LXXVHI.
LXXVI. LXXIX.
«®ien la fortuna apunta; srmigbs; ¡ea!' • »Hé aquí entre ásperas puntas, falleciente,
»EL Camino sigamos que señala: • O Casandra, hi a de Príamo, iba envuelta:
»Con los Griegos cambiemos-de librea; Del sagrario de Pálas por furente
»En kml del enemigo, ¿quién « o iguala ./ • Ciego invasor arrebatada: suelta
»Fuerza y astucia? ¡El mismo a'ihas provea"» La cabellera; al cielo vanamente
Dice, y ciñe el estoque argivo, y cala Con vivísimo ardor los ojos vuelta...
El almetede Andró geo penachudo, ¡Los ojos, ay, que las hermosas manos
Y ornado de blasón prcn.le el escudo, Con cadena oprimieron los villanos!
LXXVII. LXXX.
Rifeo le imitó; ni hacerlo dudan ' • •< »No tal sufrió Corebo arrebatado,
Dímas al punto y l j s de « a s p t s s n t ? S 5 Y entre el tumulto, de morir sediento,
Todos en armaduras pro- ias rrudan Precipitóse: en escuadrón cerrado
Los trofecs magnífixs re ientes. Seguimos los demás su movimiento.
Así ajefto's.áuspi.i s ncs escud n Mas, ¡ay dolor! los nuestros del terrado
Y oscuro el aire: á su favor frecuentes ¿ Del templo, observan en fatal momento
Choques de paso aventurando á tiento. Nuestro arreo y crestones, y en su engaño
Despertemos al Orco almas sin cuento. . Presto nos hacen lastimoso daño.
/• — ( .
VIRGILIO. 428] ENCIOR, 75* •
UfXXl. L XXXIV. i
LXXXLL. LXXXV. : i:
•Si '
»•Así brama, con fiera arremetida »Con ellos en-forzosa retirada '•"•-"..
Correspondiendo á nuestro audaz embate Abandoné la desigual porfía.
Caterva que á vengar salta ofendida ¡Oh pira extrema de mi Patria amada,
De la doncella el súbito rescate: Sacras cenizas de la gente mia!
Ayax violento, y uno y otro Atrida, Testigos sed que en la infeliz jornada-
Y los Dólopes todos. En combate Tanto arrostré cuanto arrostrar debia,
Entran también los que esparcido había' Y, á consentirlo el fallo de la suerte,
Por la oscura ciudad nuestra artería. Ganara por mi mano honrosa muerte.
'i í
LXXXHI. LXXXVFC
»De un lado y otro el edificio ascienden. »Por allí sola Andrómaca en su duelo,
Por pilares y escalas; con los brazos, Cuando áun cetro empuñaba el Rey anciano»
El escudo al izquierdo, se defienden Ir solia á sus suegros, y al abuelo
De pedradas sin cuento y saetazos; Llevaba el hijo tierno de la mano.
Suelto el derecho, en el remate prenden A entrar por allí mismo ahora yo vuelo;
Del edificio altísimo. En pedazos Calo el postigo, y la eminencia gano,
En tanto lostroyanos campeones Do abajo (¡vano ardor!) los Teucros echan
Las techumbres derruecan y bastiones. Cuanto á la mano ven, cuanto destechan»
LX XXVIII. XCI.
# »De tales armas su defensa fian.' »Á plomo allí con la pared se erguía
Aureas trabes lanzando en su despecho Excelsa torre en la región del viento-,
•Que de antiguos monarcas dado habian Que toda la ciudad mandaba un día
Noble decoro al admirado techo. Y la enemiga armada y campamento*
Otros abajaá resguardar se alian Por do fácil de herir aparecía
Las puertas, y tras ellas en estrecho Batírnosla en redor: del alto asiento
Grupo, puñal en mano, se aglomeran, Al combinado impulso desprendida^
Y apercibidos la avenida esperan. Cede, y precipitamos su caída*
LXXXIX. XCII.
»Cual dragón que aterido, soterrado, »;Oh cuánta turbación adentro! ¡oh cuánto
De venenosas hierbas se sustenta, Terror! Los huecos artesones llena
Mas de nuevo arreándose, en el prado Femenil alarido, ronco planto.
Sale á campar cuando el calor le alienta: Grita confusa y vária al cielo suena.
Voluble el lomo en roscas arrollado Cruzan matronas con afan y espanto
Miles colores con la luz ostenta; Las anchas salas que el rumor atruena,
Al sol mirando, el cuello al aire libra, Y las colunas á abrazar se arrojan,
Y la trisulca lengua hórrido vibra. Las besan, y en sus lágrimas las mojan.
XCIV. XCVII.
XCV. XCVIII.
C. ClII.
»Griegos el campo ocupan que áun da el fuego, »Dice; á su lado le reduce, y puesto
—Mas ya ansiosa querrás, augusta Dido, Sobre las losas á ocupar le obliga.
De Príamo saber. Príamo, luego Desacordado y jadeante, en ésto,
Que de las puertas oye el estallido, Polítes, de ellos hijo, á quien hostiga
Y encima siente al desbordado Griego, Pirro desaforado, el pié, tan presto
Ciñe al endeble cuerpo envejecido Como lo sufre su mortal fatiga,
Inútil hierro y olvidada malla, Por los vacíos atrios acelera,
Y aguija á perecer en la batalla. Y señala con sangre su carrera.
CI. CIV.
»Al raso en medio del palacio había »Ya con la pica por detras le toca,
Ancho altar, y por cima un lauro anciano Ya entre las manos el cruel le mira,
Asombrando á los Lares, descogía Cuando en faz de sus padres desemboca,
Denso follaje de verdor lozano. Y dando en tierra ensangrentado espira.
Hécuba en la marmórea gradería El venerable viejo, á quien provoca
Con sus hijas los Digsesciñq en.vano, El duro lance á generosa ira,
Bien cual palomas que .ep.bandada ayienta No en lo sume del riesgo el labio sella,
El repentino són de la tormeata. Mas respetos y amagos atropella:
cv.
CVIIL
«Si justo el cielo de los hombres cura,
»Y diciendo y haciendo, el inhumano
»Darános,» dice, «por tamaña ofensa,
Al mismo altar impávido arrastraba
»A mí venganza á colmo; larga y dura
Al noble Rey, que, trémulo de anciano,
»A tí la merecida recompensa!
»Poner te place al padre en angostura En la sangre del hijo resbalaba:
»De ver caido al hijo sin defensa, Le ase del pelo con la izquierda mano,
»Y no acatando encanecidas sienes Y con la diestra á su placer le clava
»A darle en rostro con su sangre vienes. Hasta el pomo la daga en el costado,
Fúlgida en alto habiéndola vibrado.
CVI.
CIX.
CXI. CXIV.
»Por ver con quiénes cuento, en .torno paso »¿Y para esto tornada ardiente lago
Las miradas; á nadie ya diviso: »Tantas veces la playa en sangre nuestra?
Dieron unos al fuego el cuerpo laso, »¡Oh! ¡no! que si en matar una hembra, no h a g o [j
Arrojáronse otros de alto piso. »De varonil valor gloriosa muestra,
Así todo oteándolo de paso, »Dar á tal monstruo el merecido pago
Al claror de las llamas, de improviso »Hazaña es justa y digna de mi diestra:
Observo un bulto en el umbral de Vesta;—» »No ya sedienta al envainar mi espada,
Erase Elena en lo escondido puesta. »Más de una sombra dejaré vengada!»
CXII. CXV.
cxm. CXVL
i
»¿Cómo? ¿habrá de salvarse la menguada «¡Cálmate, hijo! ¡tus palabras mide;
»Rastrándose en oscuros escondrijos? » T u pecho hirviente su ímpetu reporte!
»¿Y en Micénas y Esparta hará su entrada »Di, ¿será justo que el rencor te olvide
»Reina ella entre marciales regocijos, »De la familia nuestra, y no te importe
»De troyanos esclavos acatada »Saber si el genitor, á quien impide
»Tornando á ver esposo, padres, hijos? »Vejez cansada, el hijo, la consorte
»¿Y Troya en bravas llamas consumida? »Vivos están? ¿No ves que los circunda
»¿Y triunfante el acero regicida? »La multitud que la ciudad inunda?
90 VIRGILIO. [599 «15] ENEIDA. w
CXVII. CXX.
»Por mí, el hierro su sangre no devora; »Torna, torna á mirar: Pálas cruenta
»Por mí, el fuego sus huesos no calcina. »Ya los altos alcázares domina.
»¿Y á qué la faz baldonas seductora »Y envuelta en nimbo centelloso, ostenta
»De esa Lacedemonia que abomina »La terrible cabeza serpentina.
»Tu corazon? Y á Páris á deshora »A los Dáñaos el Padre mismo alienta,
»¿Por qué oprobias? No tiene la ruina »El Padre universal, y en la divina
»De Troya la opulenta humano origen: »Legión contra tu Patria iras enciende.
»Airados Dioses son quienes la afligen. » T ú el hierro envaina, pues; la fuga emprende.
C X VIII. CXXI.
»Es fuerza superior la que derriba »Nada temas: tu planta irá segura
«Sus altos techos. Si cejar te duele, »De la paterna casa á los umbrales;
»Yo esa que lenta en derredor te priva »¡Contigo soy!» Y bajo sombra oscura
»De luz, haré que de tus ojos vuele, Encubrióse, al decir palabras tales.
»Húmida, opaca niebla, y la cautiva Entónces la terrífica figura
»Vista dilates. Quién, verás, demuele Vi de adversas deidades colosales;
»Aquestos muros, y al materno aviso La hoguera vi donde Ilion se abrasa;
»La frente inclinarás grato y sumiso. Y Troya conmovida por su basa,
CXIX.' CXXII.
f
»Allá, do envuelto en polvo el humo ondea, »Cual viejo fresno que la ufana frente
»Y en pié no hoy mole ya ni canto alguno, Señorease sobre el monte enántes,
»La ciudad en su a'siento bambalea Y hora en redor la campesina gente
»A golpes del tridente que Neptuno Le diese al tronco hachazos incesantes;
»Sacude. Acá sobre la puerta Escea Que la alta copa temerosamente
»Ante todos sañuda avanza Juno, Estremece á los golpes resonantes,
»Y audaz, cubierta de acerada escama, Y amenaza, y restalla, y de la cumbre
»La amiga tropa de ".as naves llama. Desploma con fragor su pesadumbre.
viftctt.ro. «50] SM»*
cxxvi.
OXXfll.
•
»Desciendo, en 'fin; mis piés tai madre guia; »Mi padre así tendido en tierra dijo;
Campo las armas dan, reCfeja el fuego. Y vanamente en lágrimas, bañados
Mas no bien de la ántigtia cSsa mia Yo, mi Creusa, mi inocente hijo,
Á los umbrales anhelante llego, Todos le suplicamos apiñados
Mi padre, ¡ay! el primero á quien qíieria No así mal tanto consumase, fijo
Fuera llevartae, niégase á mi rüego E n afrontar los inminentes hados;
Pues sobre tantas ruinas apellida Mas él, sordo al solícito lamento,
Vil el destierro y mísera la vida: Mantiénese.en su puesto y firme intento.
CXXVII.
CXXIV.
«¡Huid los que én lozana primavera »Tor.no á las armas, y el arnés, requiero,
»Corazon abrigais esperanzado: Y á morir batallando me preparo;
»No así él Cielo mi nido destruyera Ni más alivio á mi dolor espero, \
»Si fuese mi existencia de su agrado! Ni otra salida, ni mejor reparo.
»¿Qué aguarda el que la Patria ya á extranjera «¡Oh padre mió!» en mi dolor profiero;
»Cadena vió doblarse? demasiado «¿Y pudiste idear que en desamparo
«Sobrevivo al estrago de los míos; »Te. abandonase por salvarme? ¿Agravios
»¡Oh! ¡dadme él adiós último, y partios! »Vierten cual éste paternales labios?
CXXVÍIL.
CXXV. I
•
»Avára del botín, condolecida »Si .es que completa asolacion previene,
»De mi miseria, él fin dará que aguardo »A Troya el Cielo en su insaciable enojo,
»Alguna mano á mi cansada vida; »Si la medida quieres que se llene
»Ni por falta de tumba me acobardo. »Con nuestros restos,, cumplirás,tu antojo
»A mi inútil véjez, aborrecida »Ya vendrá Pirro; franco el paso tiene;
»De los Dioses, el término retardo »Pirro con sangre del Monarca rojo,
»Desde que plugo al brazo omnipotente »De cuyo brazo matador n,o ampara.
»Lanzarmfe ún raye y aturdir tai mente.» »Ni al h^jpelpadre,. ni al anciapo el ara.
CXXXII.
CXXIX.
y. «
»¿Y á ésto sólo me sacas, alma Dea, »Súbita maravilla sorprendente
»Salvo por medio del adverso bando? De todos luégo las miradas llama:
»¿A que testigo en mis hogares sea, En medio del abrazo y el doliente
»No ya en la lid, de su rencor infando? Coloquio paternal, brota una llama
»¿A que, uno entre la sangre de otro, vea De Ascanio en la corona, y por su frente
»Hijo, padre y esposa agonizando? E ilesos rizos mansa se derrama:
»¡Al arma! ¡al arma! ¡La postrera hora Quién, al verle, el cabello le sacude;
»Llama al vencido, amigos, vengadora! Quién ya con agua, en su temor, le acude.
CXXXIII.
CXXX.
»¡Tornar dejadme á la ardua lid! Mi diestra »Mas mi padre con plácida alegría
»Renovará el conflicto: al fin, vengada El rostro augusto eleva; ambas las manos
»Coria, si ha de correr, la sangre nuestra.» Tiende, y al cielo esta plegaria envía:
Dije, á la cinta acomodé la espada, «¡Omnipotente Júpiter, si humanos
Y el escudo embrazando á la siniestra, »Ruegos te mueven á clemencia pia,
Ya iba á salir, cuando mi esposa amada »Una mirada compasiva dános!
Se echa á mis pies en el umbral de hinojos, »Si merecemos protección, propicio
Y nuestro dulce hijo alza á mis ojos. »Sénos, y sella el venturoso auspicio.»
CXXXIV.
CXXXL
CXLL CXLIV.
CXLII. CXLV.
»¡Ah! en tanto que mi pié medroso excusa »Llego primero al murallon oscuro,
Por ignoradas vueltas el camino, Puerta.y.umbral por do pasado habia;
No sé qué ínvido Dios mi ya confusa Esfuérzome á mirar, y mal seguro
Razón de lleno á desquiciarme vino: Sigo por rastros una y otra via.
No supe más qué fué de mi Creusa; Horror, silencio en el desierto muro
Si la detuvo mi cruel destino, Sólo hallar pude. Á la morada mia
Si erró la via, ó se sentó cansada;— Acudo; por si allá mi compañera
De entónces más, á mi clamor negada. Tal vez, tal vez la planta dirigiera.
CXLLLI.
CXLVI.
»Ni la eché menos hasta haber llegado »Mas de los enemigos mi morada
Todos los mios, con turbada huella, Presa era ya: la llama devorante
Al templo antiguo y salvador collado: Por el Ábrego rápido aventada,
Reunímonos; ¡ faltaba sola ella! Crece, sube, revuélvese ondeante.
Faltaba á su lujo, en lágrimas bañado; Enderezo al alcázar, y en la entrada
Faltaba á mí, que en áspera querella, Del sagrario de Juno (en lo restante
¡Oh entre males tamaños mal supremo! Abandonada ya la ciudadela),
De hombres y. Dioses con furor blasfemo. Hacen Fénix y Ulises centinela:
CXLVTI. CL.
CXLVIU: CL!.
»Allí sin fruto y por doquier demando »A Hesperia, patria de ínclitos varones,
El bien perdido: una vez y otra al viento »A donde ameno y dilatado ondea
Su nombre doy, los ámbitos llenando »El lidio Tibre, que en besar los dones
Con la cascada voz de mi lamento. »De sus fértiles ribas se recrea.
Así por las sombrías calles ando »Ancho imperio, magníficos blasones,
En su busca con ciego desatiento, »Régia consorte encontrarás; ni sea
Cuando al paso atraviésase y me nombra, »Mi memoria á tu pecho dolorosa:
Pálido, alto fantasma;—era su sombra. »Harto has llorado á tu apartada esposa.
CXLIX. CLH.
CLIV. l.
»La noche terminó con mi porfía* «Despues que el Cie'o la inculpada gente
Y torné. Con portátiles haberes De Príamo y troyana monarquía
Notable multitud llegado habia, Derribó en tierra, y la ciudad potente
Ausente yo, cabe el altar de Céres. En círculos de humo perecía;
Apellídanme todos jefe y guia: También por alta inspiración presente,
«Contigo,» dicen, «á doquier esperes Mas sin saber por dónde el hado guia
»¡Ay! alejarnos del confín troyano, O dó hemos de parar, labramos pinos
»Rostro haremos al lóbrego Océano.» •Que á otras playas nos lleven peregrinos.
CLV. II.
CLIV. l.
»La noche terminó con mi porfía* «Despues que el Cie'o la inculpada gente
Y torné. Con portátiles haberes De Príamo y troyana monarquía
Notable multitud llegado habia, Derribó en tierra, y la ciudad potente
Ausente yo, cabe el altar de Céres. En círculos de humo perecía;
Apellídanme todos jefe y guia: También por alta inspiración presente,
«Contigo,» dicen, «á doquier esperes Mas sin saber por dónde el hado guia
»¡Ay! alejarnos del confín troyano, O dó hemos de parar, labramos pinos
»Rostro haremos al lóbrego Océano.» •Que á otras playas nos lleven peregrinos.
CLV. ri.
»Allí varones y hembras, niños, viejos »Éramos cabe Antandro congregados
Y larga y miserable muchedumbre. Al pié de Ida, y no bien pintó el estío,
Y ya anunciaban pálidos reflejos Manda mi padre en brazos de los hados
Al sol, del Ida sobre la ardua cumbre. Soltar velas del viento al albedrío.
Ocupadas las puertas á lo lejos, Con llanto el puerto dejo, y los amados
Huye de auxilio la postrer vislumbre: Campos do Troya fué; y á la onda fio
Cedo á la suerte: á recibir me inclino Mi pueblo, y prole, y Dioses tutelares,
Mi padre, y á los montes me encamino. Y empiézome á engolfar en altos mares.
404 vraGiuo.
III.
VI.
IX.
XIL
XVIL XX.
»Señal dá, en fin, y á nuestra mente envía »Hay una isla en el mar, Creta nombrada*
»Tu inspiración.» Callé, y en tal momento «Cuna ya nuestra, con su monte Ida,
Ya el pórtico, ya el lauro se movia, »Cuna también de Júpiter sagrada,
Y el monte en torno retembló en su asiento» »De cien ricas ciudades guarnecida.
El velo que la trípoJe cubría »Trocó el gran Teucro esa feliz morada
Gimió, abrióse el sagrario: al pavimento »Con la retea costa: á su venida
Inclinamos las frentes confundidos, »Ni allí á Pérgamo halló, ni halló poblados,
Y sacra voz hirió nuestros oidos: »Sino hombres por ios valles derramados.
XXI. XXIV.
»Él, si éstas que aprendí no son infieles »Entrambos por las Cíclades ligeros
»Memorias, los cimientos sociales Y el mar corremos de islas esparcido,
»De Troya echó, y el culto de Cibéles Y emólanse, al pasar, mis compañeros
»Trajo, con sus misterios y atabales, Con clamores y náutico ruido;
»Los carros con leones por corceles, «¡A Creta! ,á Creta!» gritan vocingleros;
»Los bosques sacros, y áun en nombre iguales. «¡A nuestra patria, á nuestro antiguo nido!»
»¡Partamos! el oráculo dichoso E hiriéndonos en popa aura serena,
»Allá nos llama, á la región de Gnoso. Al fin tocamos la anhelada, arena.
XXII. XXV.
»Ni estamos lejos de su orilla grata; »Fundé una villa, mi dorado sueño,
»Tres luces gastaremos. Falta sólo Que Pérgamo llamé: del nombre uíano3
»Que aplaquen dones al que el mar maltrata, A los colonos miro, y los empeño
»Que amparo preste el que serena el polo.» A alzar el muro y á arraigarse hermanos.
Dice, y en la ara sendos toros mata Yace en la enjuta orilla el hueco leño:
A Neptuno y á tí, divino Apolo; Yo dicto común ley, reparto llanos;
Sendas ovejas al Invierno negra, Y á cultivar se entregan los mancebos
Blanca á Favonio que la mar alegra. Nuevos lazos de amor y campos nuevos.
XXIII. XXVI.
»La voz se esparce que del patrio suelo »Hé aquí, el aire infestando de repente,
Proscrito Idomeneo huido habia, El contagio cmel sacude el ala;
Que á huéspedes librando de recelo, Infausto nuncio de estación doliente,
Creta sus puertas solitaria abria. Los arboredos y sembrados tala:
Y así á Ortigia dejando, hendiendo á vuelo La vida va arrastrando falleciente
El mar, á Náxos báquica y sombría Quien ya el aliento último no exhala;
Costeando vencemos, á Oleáros, El Can ardiente estrago sordo hace:
Verde Donisa y albicant'e Páros. Marchito el lustre de los campos yace.
XXVff.' XXX.
»Y, sustento negando yermo el suelo, »En grato premio á tu favor, mañana
.Mi padre del oráculo divino »Al cielo hemos de alzar tus descendientes;
Manda cúe vamos á implorar consuelo »Mas hoy, á esa ciudad que soberana
Tornando á abrirnos por el mar camino: »Herencia haremos de invencibles gentes
Que cuál término, diga, al mustio duelo »(Que esto es tuyo, no nuestro), el paso allana
D e este pueblo reserva peregrino; »Lo harás, si en largo viaje no consientes
A quién habernos de acudir; á dónde »Reposo: asiento muda: el Dios profeta
Enderezar el T u m b o corresponde. «No te brindó con descansar en Greta.
XXVIII.
XXXI.
XXIX. XXXII.
«No temas,» me decian; «pues de parte »¡Ésta, ésta es nuestra patria verdaderal
»De Apolo, que oficioso nos envía, »Que allí Dárdano y Yasio nacimiento
, »Los destinos venimos á anunciarte »Tuvieron; aquel Dárdano, primera
»Que él, volviendo tü allá, te anunciaría. »Cepa de nuestra raza. Tú contento
»Tu brazo nos salvó de adverso Marte, »Vé, y de ello al viejo genitor entera
»Librónos tu piedad de llama impía; »Por cierto. Y de Corito en seguimiento
»Hemos seguido tu fortuna, y fieles »A los ausonios términos navega.
»Navegamos contigo en tus bajeles. »Mansión en Dicte Júpiter te niega.»
miiu i. 8
VffeGlLÍÓ. 1923 ENEJBA.
XXXIII.
XXXVI.
xxxiv. XXXVII.
»¿Mas quién iba á pensar que á Hesperia iria »Ya tres dias llevábamos enteros
»Nuestra gente jamás? ¿Ni quién pudiera
Y tres noches á oscuras, desmandados,
»A Casandra creer? ¡Hoy, hoy nos guia
Cuando léjos notamos placenteros
»Voz infalible que partir impera!»
Visos de tierra, y asomar collados,
Tal dijo, y aplaudimos á porfía.
Y humo al cielo subir. Los marineros
Quedan algunos en la infiel ribera;
Las antenas calando arrebatados,
Y el áncora levando y la esperanza Asen del remo, y al batir continó
El hueco leño al piélago se lanza. Cubren de espuma el líquido camino.
XXXIX
XLII.
XLV. XLVUI.
XLVI. XLIX.
«Vinisteis á matar nuestros rebaños, »Y vuelto Anquíses hácia el mar, las manos
»¡Hijos de Laomedon! ¡manos impías! Extiende, y con solemnes sacrificios
»Y en guerra, de sus patrios aledaños Los Númenes invoca soberanos:
»Quereis lanzar, sin culpa, á las ArpíasI «¡Dioses!» clama, «¡torced tales auspicios!
»¡Pues oid y temblad horribles daños! »¡Dioses! ¡tales anuncios haced vanos!
»Catad lo que os anuncio en profecías »¡A un pueblo justo defended propicios!»
»La mayor de las Furias: trasmitiólo Dice, y cables soltar en el momento
»A Febo Jove, y á Celeno Apolo. Manda, y las lonas descoger al viento.
L.
XLVII.
»Huimos de ellos, y del patrio clima . »Llamé al remo; y dejamos, con suspiro
De Ulíses maldecimos. Adelante Del batido oleaje, las arenas;
Léucates yergue su nublosa cima, Pronto las cumbres de Feacia miro,
Apolo hace temblar al navegante.
Y tórnanse á esconder, vistas apénas.
Allá torcemos: fatigada arrima
Llegamos al Caonio puerto, á Epiro
A la humilde ciudad la flota errante;
Costeando, y pedimos las almenas
Ya á proa el marinero anclas arroja;
Excelsas de Butroto. Aquí una nueva
Ociosos cascos la ribera aloja.
Dichosa hallamos que increíble eleva.
LI!. LV.
»El sol á la sazón su añal carrera »Hé aquí con sacros funerales dones.
Concluía, y con hálitos glaciales Antes de la ciudad, en selva umbría,
El cierzo aborregaba la onda fiera. Cabe un fingido Símois, libaciones
Fijé á un poste, del templo á los umbrales, Al caro polvo Andrómaca ofrecía;
Combo escudo que el grande Abas trajera,
Y los manes con tristes oraciones
Y del caso en memoria, letras tales:
A la tumba llamaba, que vacía
MONUMENTO GANADO1 Á LAS AQOEAS
De verde césped, á Héctor dedicara,
T R I U N F A N T E S HUESTES : CONSAGRÓLO E N É A S .
Y una, motivo al llanto, doble ara.
VIRGILIO. [3» ENEIDA. m
LVIL LX.
Lvni. LXI.
«¿Que. en fin'te miro en corporal figura? »¡No así la que incendiados sus hogares,
»¡Hijo de Vénus! ¿mensajero cierto »Sufrió á un duro jayan, de raza altiva
»Me apareces? ¿áun gozas la aura pura?... »Sufrió el rigor, y por remotos mares
»¡Ah! ¿y Héctor dónde está, si ya eres muerto?» »Anduvo errante, y concibió cautiva!
Esto dijo llorando, y la espesura
»Y despues que probé tantos azares,
Llenaba su clamor. Su desconcierto
»El tirano raptor en llama viva
Febril, dejóme sin respuesta; al cabo
»Por Hermíone ardió, nieta de Leda,
Mal breves frases anheloso-trabo:
»Y á Esparta corre do en su amor se enreda.
LIX.
LXII.
LXIII, LXVI.
»Él de entonce á sus campos y poblado» »Cual propia, en la ciudad mis companeros
»Apropió de Caonia el apellido, Entran: pórticos que amplios los reciban
»En honor de Caon; y en los collados L e s abre Heleno, y de ellos los primeros
»Que ves, segundo Pérgamo se ha erguido E n fuentes, tazas de oro, comen, liban;
»Y ese nuevo Ilion. Mas di, ¿qué hados Llenas copas empinan placenteros,
»Favorables de guia te han servido? Y resuena el salón. Así se iban
»¿Qué aura feliz, cuál misteriosa fuerza Corriendo un dia y otro. El soplo austrino
»Causa es que acá tu na e el rumbo tuerza> Ya hinchaba, voceando, el vago lino.
LXIV. LXVII.
»¿Qué se hizo Ascanio? ¿vive aún? Y aquella »Antes, empero, de soltar las naves,
»Que en la noche fatal...? ¡Destino impío! Yo á Heleno interpelé con tales voces:
»Pobre niño, ¿recuerdos guarda de ella? «Tú que de Febo los misterios sabes,
»¿Le anima á la virtud, al patrio brío, »Y sus lauros y trípodes conoces;
»Ver cuál dejan de sí brillante huella »Tú que entiendes los astros, y las aves
»Enéas, su buen padre, Héctor su tio?» »Con su canto augural y alas veloces;
Así hablaba llorando, y vanamente »Troyano vate, intérprete del Cielo,
Corria de sus lágrimas la fuente. »Con alta inspiración calma mi anhelo!
Lxym.
»Él toros ántés, como el rito manda »Y á fe que el remo blandear se vea
Inmola; desciñó la venda pia; »Del mar Trinacrio y Tusco en los cristales,
El favor de los Númenes demanda, »Y la ínsula de Circe, hija de Ea
Y por la mano hácia el altar me guia. »Visites, y los lagos infernales,
¡Oh Febo! en tu presencia veneranda »Tiempo ántes que de tí fundado sea
Temor yo entónces y temblor sentía, »Estable muro. Agora las señales
Cuando comienza, sacerdote sabio, »Escucha de la tierra prometida,
Heleno á hablar con inspirado labio: »Y en la memoria conservarlas cuida.
LXX. LXXIII.
«¡Hijo de Vénus! no del prez receles »Cuando oculto raudal con planta lenta
»Que te anuncian auspicios celestiales- »Rondando fueres caviloso un día,
»Tal es la voluntad de Jove, y fieles »Si allí una hembFa de eerdo corpulenta
oTal la necesidad, tus hados tales. »Al márgen ves entre robleda umbría,
»Empero, porque rueden tus bajeles »Con treinta lechoncillos que alimenta,
»En tu navegación ahorrando males, »Alba, en torno á sus ubres la alba cria,
»Y firme gozo al aferrar te quepa »Esa es la seña: allí podrás, te auguro,
«Tus destinos, de hoy más, tu mente sepa. j>De afanes tantos descansar seguro.
LXXI. LXXIV.
»Cosas hay que decillas Juno, es cierto »Ni el pronóstico tiembles de comeros
»O sabellas tal vez las Parcas védan- »Hasta las mesas: os oirá benmo
o s yo entre mucho lo esencial te'advierto »Apolo, y á cumplirse los agüeros
»Y anuncios doy que aprovecharte puedan »Vendrán sin daño por mejor camino.
»Ante todo, á esa Italia, vega y puerto »Mas de la ítala costa á do con fieros
»Que á tu corto entender cercanos quedan »Tumbos va á desbravarse el mar vecino,
»Aun de tí la separan, á fe mia, »Huye, que todas por ahí moradas
»Largo espacio interpuesto y larga via. »Son, de pérfidos Griegos habitadas.
LXXV.
Lxxvin.
»Fundada por los Locros aparece »Eran en uno entrambos continentes;
»Naricio allá: con militar arreo »Mas vino el mar con ímpetu y ruina
»Los campos Salentinos, que enaltece »Y con sus olas separó rugientes
»Procedente de Licto Idomeneo: »De la sícula costa la vecina.
«Allá humilde Petilia, á quien guarnece »Opónense de entónces diferentes,
»Filoctétes, caudillo melibeo: »Y opresa en el canal la onda marina,
»Huye en suma y traspuestos esos mares, »Tal vez muros, tal vez fértil campaña,
»Grato, saltando en tierra, eleva altares. »Acá y allá con sus espumas baña.
LXXVI.
LXXIX.
»Tú, si fias de Heleno, ¡hijo de Diosa! »Guarte no allí te asuste útil demora:
»Si de Apolo el oráculo obedeces »Ten calma, aunque los tuyos te den prisa,
»Que Heleno anuncia, áun óyeme: una cosa »Aunque el rumbo marcando bullidora
»Te intimo y te encarezco una y mil veces: »Haga fuerza álos mástiles la brisa;
»Que hábil de Juno triunfes poderosa »Ten calma, y los oráculos implora,
»Con votos y con dones y con preces: »Acude á consultar la profetisa,
»Triunfante has de ir, porque seguro yayas »Que persuadida de tus ruegos ella
>>Las sículas dejando, á ítalas playas. »Cantará los semblantes de tu eStreHa.
LXXXII. LXXXV.
Lxxxvn. XC.
»Y de triples metales fabricada »Andróm'aca á su vez, bañada en lloro,
Y de anillos de oro guarnecida, Una ausencia eternal viendo cercana,
Una cota me da, y una celada Ropas presenta recamadas de oro
Con espléndido airón enriquecida, Y una clámide á Ascanio da troyana;
De Pirro enántes armadura usada: De ornadas telas de sutil tesoro
Ni dones él para mi padre olvida. Empieza á desvolver la pompa ufana,
De caballos, de guias, de remeros Y, «Guarda estas labores de mis manos,»
Nos abastece V suministra aceros. Dice, excusando cumplimientos vanos:
LXXXVIII. XCI.
LXXXIX. XCII.
»,Hé ahí del mar Italia se levanta! »¡Yo gimiendo les daba adíoses tales:
»¡Vé arrebatarla de t u flota al vuelo!... «¡Oh' ¡dichosos quedad, pues la fortuna
»Ten; que allende, al olor de gloria tanta, »Fijasteis! ¡Arrostramos temporales
»Ha de rondar paciente vuestro anhelo; »Nosotros: vos no hendeis ola importuna
»De Ausonia la región que Apolo canta, »Ni á playas vais que os huyan desleales!
»Aun léjos cae. ¡Te defienda el Cielo, »La paz se os concedió. De un Janto y una
»Padre feliz por la filial ternura! »Troya gozáis que hicieron vuestras manos:
»Basta: ¡el Austro os convida, y ya murmura.» »¡Así auspicios la quepan más humanos!
m ENEIDA. 135
VIRGILIO. [499
XCIH. XCVÍ.
XC1V. XCVII.
»De allí hácia los Ceraunios, desde donde »Italia léjos honda aparecía;
Puede á Italia pasarse sin fatiga, «¡Italia!» Acátes exclamó el primero,
Navegámos. En tanto, el sol se esconde, Y todos repitieron á porfía
Y la sombra los montes cubre amiga. El saludo de «¡Italia!» placentero.
Ya en tierra, á qué remeros corresponde Golma Anquíses de vino, en su alegría,
Velar, hacemos que la suerte diga; Un alto vaso que adornó primero
Solaz cobramos en orilla grata, De hojas festivas, y en la popa erguido
Y manso el sueño nuestros miembros ata. Con preces tales dominó el rüido:
XCVIII.
xcv.
»La noche áun no mediaba su carrera «¡Oh grandes Dioses de la mar y el suelo!
De las horas llevada, y Palinuro »¡Arbitros de los vientos! Dad que aprisa
Ya se alza, y á la brisa más ligera »Avancen nuestras naves en su vuelo;
Oidos tiende entre el silencio oscuro: »¡Merced hacednos de oportuna brisa!»
De una ojeada al rodear la esfera, Y el aura, anticipándose á su anhelo,
Ve en paz los astros declinar; ve á Arturo, Arreciaba amorosa. Se divisa
Y las Híadas tristes y las Osas, Cercano arrimo; y de Minerva un templo
Y áureo con armas Orion lumbrosas. En yerta cumbre descollar contemplo.
XCIX. en.
»El velámen cogiendo incontinente »Todo en órden cumplido, el mar convidí
Damos fondo á las proras. Arqueado Torcemos la asta á la vestida entena,
El puerto á impulsos de oriental corriente, Y la costa dejamos, por guarida
Le oculta y ciñe natural vallado. De aleves Griegos, de asechanzas llena.
Yertos escollos guárdanle de frente El golfo de Tarento vi en seguida;
Que azota encanecido el mar salado; Fundo de Hércules ya, si no condena
Y como á entrar el leño se aproxima, La verdad á la fama. Preeminente,
Semeja huir la consagrada cima. Sacra Lacinia se aparece en frente.
C. cm.
»Cuatro potros vi allí, primer agüero, »Y ya asoma Caulonia, y Scilaceo
Niveos rozando la menuda grama; Que náufraga infamó reliquia tanta;
A cuya vista, «¡Oh suelo forastero! Y ya el sículo Etna léjos veo
»Tu hospedaje es de guerra,» Anquíses clama: Que, al parecer, de la onda se levanta;
«¡Guerras ama el corcel; nuncio es guerrero! Y oigo roto en la playa el clamoreo
»Mas también el corcel los juegos ama;
Del mar que en peñas su furor quebranta;
»Tiempo há que, dócil copia, carros tira;
Enríscase la espuma, y el arena
»El presagio, á esta cuenta, paz respira.»
Arrebatada en remolino suena.
CI. CIV.
»Pálas, la diosa de armas resonantes, »Y mi padre gritaba: «Ésta es, sin duda,
Fué, á quien gracias rendimos, la primera »Caríbdis abísmosa, y éstos, éstos
Que allí Troyanos hospedó triunfantes: »Los arrecifes, ¡amenaza aguda!
Con la púrpura frigia, en su ribera, »Que Heleno ya nos anunció funestos."
Cubrimos ante el ara los semblantes; »¡Ea! cada uno con el remo acuda
Y, lo que Heleno tanto encareciera, »Tanto riesgo á evitar!» Acuden prestos;
Con pompa ritual á Juno argiva Palinuro, el primero, á izquierda vira,
Hicimos sacrificio y rogativa. Y gimiendo la proa en la onda gira.
•
cv. CVIIL
cxv.
CXII.
»Él, como arreos columbró troyanos, «Yo Aqueménides soy,» dijo sincero
Paróse, dando de terror señales; E l afan serenando que le aterra:
Vuela luégo á la orilla, y en insanos «Fui del mísero Ulíses compañero,
Lloros prorumpe y en palabras tales: »A Itaca tuve por nativa tierra.
«¡Por los Dioses del Cielo soberanos, »Mi padre, escasa el arca de dinero,
»Por esta santa luz y auras vitales, »Me aventuró á los lances de la guerra:
»Oid, hijos de Troya, mi gemido: »Llamábase Adamasto. ¡Ah, siempre el hado
»Arrancadme á esta playa; es cuanto pido! »Me mantuviese de mi padre al lado!
CXVl.
CXIII.
»Yo la verdad confesaré de grado: »Miéntras huir de esta ímpia costa emprende
»Griego hice ya contra Ilion campaña: »Hé aquí mi gente me dejó en olvido,
»Si perdón no os merece mi pecado, »En un antro que lóbrego se extiende
»Fin poner presto á adversidad tamaña. »De manjares sangrientos esparcido:
»¡Ea! ¡heridme, matadme; destrozado »El antro de un Ciclope. El monstruo hiende
»Al mar lanzadme á sosegar su saña! »(Oh, qué monstruo cien veces maldecido!)
»Pues del hado el rigor quiere que muera, »Las nubes, si la frente alza espantosa;
»A manos de hombres moriré siquiera.» »Y nadie hablarle ni áun mirarle osa.
142 VIRGILIO.
639] ENEIDA. 14S
CXVIL CXX.
»Crudos devora á cuantos tristes caza. »¡Huid, tristes, huid! todo os conjura!
»Tendido en medio al antro donde espía, »Cortad lo¿ cables sin perder momento;
»Con la mano feroz con que atenaza »Pues como ese, que agora por ventura
»Asir dos de los nuestros vile un dia: »Ordeña, consolando su tormento,
»A golpe en un peñón los despedaza; »Su grey lanosa en su caverna oscura,
»El umbral de la sangre se mecia; »Como ese horrendo Polifemo, hay ciento,
»Vi humor los miembros destilar, y ardiente »Y en magna procesión la prole infanda
»Tremer la carne al dar diente con diente. »Ronda esta costa, y por los montes anda.
CXVIII. CXXI.
»No tal Ulíses soportó; ni en ese »Ya por tercera vez brillar he visto
»Trance á su fama desmintió su pecho; »Las fases de la luna renovadas,
»Mas aguardó á que el monstruo se rindiese »Desde que en esta soledad existo
»De manjares y vino satisfecho: »Y á las fieras disputo sus moradas.
»Rindióse al fin, doblando el cuello, y fuése »Cauto los monstruos de una peña avisto.
»Adurmiendo en la cueva, su amplio lecho; »Y su voz tiemblo y tiemblo sus pisadas;
»Y su boca brotaba entre^rumores, »Y zonzas nutren mi existencia acerba
»Trozos de vianda, y de licor vapores.; »Silvestres bayas y arrancada hierba.
CXIX. "CXXII.
»A los Dioses llamando en nuestra ayuda, »Vi llegar vuestra flota á esta ribera, i
»Sorteado el peligro, á un mismo instante »Mientras miradas de ansiedad dirijo
»Corremos en redor, y una asta aguda »Cuan léjos logro; y fuese lo que fuera,
»Clavamos en el cjo del gigante: »Palpitando volé de regocijo.
»Ojo, al metal que á Argivos combo escuda, i»Ya, ya estoy libre de esta raza fiera:
»O al gran disco de Febo semejante; »¡Ahora matadme si quereis!» Tal dijo;
»Ojo único, bajo hosca ruga oculto;— Y ya un bulto, áun no bien de hablar acaba.
»Y así vengámos su brutal insulto. En los vecinos montes descollaba.
CXXIIL CXXV!.
CXX1V. cxxvn.
»Llega á la playa de su ruta al cabo; »Yo los vi, yo, los étneos hermanos,
Y al mar entrando, con sus ondas lava En pié, con sendos ojos imponentes,
Del ojo, herido del ardiente clavo, ¡Junta horrenda! mirándonos insanos,
La sangre que grumosa chorreaba. Al cíelo alzadas las soberbias frentes.
Crujir los dientes le hace el dolor bravo Tales inmoble ostentan los ancianos
•Que el mal renueva y el enojo agrava; Cipreses y los robles eminentes
Y más y más se interna en la agua, y ésta Cima piramidal ó copa vana,
L e moja apénas la cintura enhiesta. En los bosques de Jove ó de Diana.
CXXV. CXXVHI.
»Temblando, y á par nuestro recibido »Con el vivo temor que nos aguija,
El que, eso visto, la verdad decia, Al sacudir el cable, al dar la vela,
Las amarras soltamos sin rüido, Torcemos á do el viento nos dirija,
Y el mar los remos barren á porfía. Y á do el viento sopló, la nave vuela.
Sintió el gigante, y se volvió al sonido; Mas porque no el azote nos aflija
Mas víó que con el brazo no podia Entre Scila y Caríbdis, que revela
Tocarnos ya, ni competir tampoco La voz de Heleno, que á evitarlo exhorta,
Con las jónicas ondas, de ira loco. Volver y el rumbo enderezar importa.
TOMO i. 10
VIRGILIO. [68T 703J ENEIDA.
CXXIX CXXXII.
CXXXI.
CXXXIV.
n. • V.
Vil. X.
Dice; y baña en sus lágrimas, vencida, »Fué de los Dioses voluntad, no dudo,
El seno amigo. Respondióle Ana: Favor de Juno, que en tu bien se esmera,
«Tú, á quien más amo que mi propia vida, Que frigios buques tras embate rudo
Qué, ¿pasarás la juventud lozana Saludasen al fin nuestra ribera.
Sin coger flores con que amor convida, ¿Qué no promete tan dichoso nudo?
Sin lograr frutos de que amor se ufana? Con la troyana juventud guerrera
¿Piensas que de los vivos los cuidados ¡Cuánto en gloria y poder la patria gana!
Van el sueño á inquietar de los finados? ¿Qué gran nación la que verás mañana!
VIIL XI.
»Fuese así, ¿qué les debes? No hubo amante, »En tanto á la Deidad en los altares
Ni hoy en esta nación, ni ántes en Tiro, Inclina en tu favor con sacrificios,
Que tu pecho ablandase de diamante: Miéntras al extranjero en tus hogares
Á Yárbas desdeñaste, y el suspiro Obligas con benévolos oficios.
De tantos de que al África arrogante, Causas proponle de aguardar: los mares
Claros guerreros, alabarse miro. Agitados de vientos impropicios,
¿Mas á tu amor v utilidad te opones? La flota inhábil para alzar el vuelo,
Oye á ese amor y mira á estas regiones. E l pluvioso Orion y ambiguo el cielo.»
XIL XV.
Más que á todos á Juno, la que enlaza Y ya á Eneas á ver los muros guia
Cuellos de amantes con feliz cadena, Y primores le enseña por do viene;
La Reina acude, y si ofrecerle traza Empezados proyectos le confía,
Blanca novilla, que inmolar ordena, Va á hablar tal vez, y al pronto se detiene;
Entre uno y otro cuerno ella la taza O ya en festines, en cayendo el dia,
De sagrado licor derrama llena; Con preguntas, cual ántes, le entretiene;
Y si, ornado el altar, favores pide, Que lances torne á referir le agrada,
La sacra ceremonia ella preside.
Y torna á oirle, de su voz colgada.
XIV.
XVII.
Cuando todo á los vivos aconseja »Mal pudiera ignorar que sospechosas
Tomar descanso, en la desierta sala T ú de Cartago las mansiones hallas;
Pasea sus congojas, y honda queja, Yo sé que en tus recelos no reposas
Consigo á solas, de su pecho exhala; Cuando ves de Cartago las murallas.
Ó en el lecho tal vez caer se deja Mas ¿no habrá fin á tan acerbas cosas?
Que ocupó en el festin, y se regala ¿Siempre hemos de reñir duras batallas?
Con el amado, que al amado ausente Justo es ya que finquemos, si te place,
Presente le ve allí; le oye, le siente." Eterna paz en venturoso enlace.
XIX. XXII.
XX. XXIII.
XXIV. XXVII.
»Yo, yo temo del Hado los arcanos; »Dido y el Rey de la troyana gente
Ni decir sé si Júpiter se paga E n una gruta entónces á deseo
De que, uniéndose Tirios y Troyanos, Reparo buscarán: seré presente,
Solo un pueblo la unión de entrambos b a g a . Y haré, si t u favor cordial poáeo,
Mas tú los pensamientos soberanos Q u e á consorcio se obliguen permanente,
Del mismo Jove suplicante indaga; Y el juramento sellará Himeneo.»
Que es derecho de esposa; y de consuno T a l su ardid Juno expone á Vénus; y ésta
Obraremos despues.» Respondió Juno: Sonrisa de adhesión dió por respuesta.
XXV. X^VIIL
XXVI. XXIX.
»Yo, en viendo las garzotas de colore» Soberbio de oro y grana, el campo huella,
Agitarse, y que empiezan la espesura Y espumoso u n bridón tasca el bocado:
Con cuerdas á ceñir los cazadores, Ya ella sale á montarle, y va con ella
Recia borrasca moveré en la altura. E l juvenil cortejo alborozado.
El cielo en torno asordaré á rumores, Su clámide purpúrea franja bella
Granizo lanzaré de nube oscura; Pinta; es áureo el carcaj que lleva al lado;
Dispersos correrán, y á todos lados La veste ciñe en áureo broche; en oro
Con ciega sombra toparán cerrados.
Coge de sus cabellos el tesoro.
E.NEíD V.
VIRGILIO. W .
XXX. XXXIII.
XXXI. XXXIV.
Honran al Dios, su altar ciñendo santo, Hé aquí el cielo amenaza, óyense truenos,
Y Cretenses y Dríopes en coro, Sigue granizo y tempestad oscura;
Y abigarrados Agatirsos, canto Y, Tirios y Troyanos de atan llenos,
Mezclando y danzas en tropel sonoro; Cada cual por su lado huir procura:
El de Cinto en las cumbres vaga en tanto; Ni de Vénus al nieto acosa ménos
Orna el suelto cabello, á par del oro, El cielo: albergues van por la llanura
Con tiernas hojas de gentil guirnalda, Buscando: de las sierras eminentes
Y los dardos retiemblan á la espalda. Se despeñan las aguas á torrentes.
XXXII. XXXV.
Llena de ardor contra los Dioses, creo, Más: que olvidando públicos cuidados,
La Tierra hubo á la Fama hija postrera, E n la red del placer entretenidos,
Póstuma hermana á Encelado y á Ceo, Gozan los dias del invierno helados,
Agil de miembros y de piés ligera. Por amor, lo que duren, encendidos:
Cuantas plumas, enorme monstruo y feo, La ímpia Diosa por campos y poblados
Ciñendo al cuerpo va, ¿quién tal creyera? Va esto poniendo en bocas y en oidos,
Tantos debajo oculta ojos despiertos,
Y al rey Yárbas torciendo, llega en breve,
Tantas bocas y oidos siempre abiertos.
Le inflama el alma, y á furor le mueve.
TOMO I . II
XLII.
7. L V .
»¿Ves? ¿Ó cuando á las nubes rompe el seno »¡Que no así, le dirás, su madre hermosa
El fuego, y tiembla el hombre, asombro es vano? Me le ofreció; ni para fin tan triste,
¿No es voz de tu furor el ronco trueno? Cuando la muerte entre la lid le acosa,
¿Ciegos salen los rayos de tu mano? Una vez y otra á remediarle asiste;
Vino aquí errante una mujer: terreno Mas para que su raza glor iosa
Compró para ciudad pequeña: un llano Restaure, y éntre á Italia, y la conquiste
La di que cultivado la abastase; Henchida de poder, hirviertte en guerra,
A su dominación yo eché la base. Y leyes dicte al orbe de la tierra!
• mi e n e i d a .
XLVIII.
LL
Fué uno verle y ponérsele delante: Propínese mil cosas, y cuan presto
«¿Tú á echar las bases de Cartago atento? Se fija en una, á esotra -vuelve en tanto;
¿Tú ornando esta ciudad, postrado amante? Vacila: al fin resuelve, y á Sergesto
¿Tú de tus hados sordo al llamamiento: Y á Mnestco convoca, y á Cloanto:
Pues díme—que de Olimpo radiante Que hagan, les manda, sin rumor apresto
Me envía á ti por sobre el raudo "iento De embarcaciones; que su gente á canto
El que el mundo gobierna y l a j esferas— Reúnan de zarpar; armas prevengan,
¿Qué es lo que en Libia descuidado esperas? Y sus intentos bajo sello tengan.
LV, Lvni.
»Que si no te da impulsos la memoria Que él entre tanto con mesura y tiento—
De tus altos destinos, ni te afanas Pues la espléndida Dido nada sabe,
Por ceñirte el laurel de la victoria, Ni espera que en eterno alejamiento
Mira á Ascanio crecer: las italianas Aquel tan grande amor tan presto acabe—
Comarcas son su herencia; allí su gloria. Para hablarle, buscando irá momento
¿De un hijo harás las esperanzas vanas?....» El más propicio, y modo el más süave:
Calió, y la vista deslumbrada deja, Esta es su voluntad. Todos aprueban,
Y cual sombra en el aire huye y se aleja. Y alegres el mandato á cabo llevan.
LVi. LIX.
Quedó Enéas absorto, híspido el pelo, ¿Cómo engañar á un corazon que ama?
Hecha un nudo la voz en la garganta. Ella todo lo sabe, lo adivina;
Ya en dejar piensa aquel amado suelo, Fué quien primero descubrió la trama,
Que la divina inspiración le espanta. Y, áun en horas serenas, de rüina
Mas ¡duro trance! ¡amargo desconsuelo! Amagos presintió. ¿Qué más? La Fama
i Ir á anunciar que el áncora levanta Sus ocultos recelos amotina,
A aquella que por él de amor fallece!... Maligna susurrando que aparejan
Cómo, no sabe, ni por dónde empiece. Naves los Teucros; que á Cartago dejan.
LX.
LXffl.
LXIX.
LXVI.
Él, que de Jove, mientras ella hablaba, »Mas jay! la voz de oráculo divino
Guarda en su mente el mand miento impreso, Fuerza mi voluntad, Febo me guia;
Fijos los ojos en el suelo clava, Navegar para Italia es mi destino.
Mudo resiste del dolor al peso. Ya éste es mi amor, y esta es la patria mia!
«Mi gratitud tu esplendidez alaba,» Cual hov Troyano á Ausonia me encamino,
Esto al fin dijo apénas; «y confieso Tiria á Cartago tú viniste un dia;
Que si arguye? ¡oh Reina! con mercedes, Ya en paz la riges: en igual manera
Muchas y grandes recordarme puedes. Buscamos, do reinar, zona extranjera.
LXX.
LXVII.
»Yo llevaré al recuerdo de esos dones »Mi padre Anquises, cuando en alto vuelo
La imágen tuya dulcemente unida, La noche entolda el orbe de la tierra
Mientras guarde mis propias tradiciones. Y brillan las estrellas por el cielo,
Mientras mi pecho aliente aura de vida. En sueños me habla, y su actitud me aterra:
Lias oye, en la cuestión, breves razones: Mi Hijo Ascanio me es causa de desvelo,
No pensaba ocultarte mi partida, Y en él mirando, el corazon se cierra;
Ni de unión conyugal te hice promesa; Que aquí, distante del confin hesperio,
No así te engañes: mi misión no es ésa. Yo le defraudo el prometido imperio.
LXXI.
LXVIII.
»¿No ves que si el destino me otorgara »No há mucho el nuncio de los Dioses vino;
Guiar las cosas, reparando males, Por vida de ambos que le vi te juro,
Ya hubiera visto por mi patria cara? Enviado por Júpiter, camino
¡Podría de sus héroes los mortales Por los aires abrir, y entrar el muro:
Restos honrar; al golpe de mi vara Estoy mirando su esplendor divino;
Se alzaran sus alcázares reales, Oyendo estoy su mandamiento duro!
Y poderosa, como en ántes era, No me des más, no más te des tormento;
Troya de sus cenizas renaciera! Llévanme á Italia, y con dolor me ausento!»
LXXV.
LXXJL
LXXVl.
LXXIII.
»Ya ¿qué .hay que disfrazar? ¿qué más espero?" »Nada te objeto, ni partir te impido:
Ve llorando á su amante, ¿y se contrista? Vé, y por medio del mar, en seguimiento
¿Le merecí una lágrima, un ligero Camina de ese imperio prometido;
Signo de compasion? ¿volvió la vista? ¡Busca esa Italia con favor del vientol
.Cielos! ¿Qué agravio acusaré primero? Mas sí justas deidades, fementido,
¿Cuál Dios habrá que á vindicarme asista? Algo pueden, te juro que el tormento
Ni Juno ya, ni Jove, ¡oh desengaño! Hallarás, entre escollos, que mereces,
Con justa indignación miran mi daño. Y á Dido por su nombre allí mil veces
LXXIV.
LXXvn.
Ella súbito aquí la voz detiene, Tal las hormigas próvidas saquean
Y huye la luz odiosa con gemido; Riquezas que en sus antros acumulan;
El, que á oponer razones se .previene, Y, en la hierba cruzándose, negrean,
Queda atónito, absorto, atontecido. Y en senda angosta, por do van, pululan:
Y hé aquí un grupo de esclavas la sostiene Unas á empuje granos acarrean,
En brazos; y la llevan sin sentido Otras, á la que tarda ora estimulan,
Al tálamo, de mármoles labrado, Corrigen ora á la que pierde el tino;
Y la reclinan sobre el regio estrado. Con tanta agitación hierve el camino.
LXXIX. LXXXII.
Cierto que con palabras de dulzura ¡Tu pobre corazon qué sentiria!
El religioso príncipe, quisiera ¡Cuán grande hubo de ser, Dido, tu pena,
Mitigar de la triste la amargura Cuando hirviente la playa en lejanía
Y el dolor suavizar que la exaspera. Atalayabas desde la alta almena!
Gime él de corazon su desventura, ¡Qué, al sentir la confusa vocería
Que amor le oprime con angustia fiera; Con que al mar asordaba la faena!...
Todo, empero, lo vence, y determina Tú ¿á qué un alma no obligas, amor ciego?
Recto cumplir la voluntad divina. Por ti ella al lloro vuelve, y vuelve al ruego.
LXXX. LXXXII!.
»Yo que pude esperar dolor tan fiero Tal la triste con lágrimas deeia;
Lo sabré soportar, hermana mia. T a l á Enéas con lágrimas la hermana
Este único favor te pido, empero: Habla, y vuelve, y retorna, y su porfía
Pues te preciaba en tanto, y ser solia {No hay con él argüir) fatiga es vana;
El pérfido contigo verdadero, Que ni por llantos su intención varía,
Y tú hallabas sazón de entrarle y via, Ni á ruegos ya su voluntad se allana;
Anda, y doblar con súplicas procura Rigor del hado: al penetrar su oido
Esa cerviz cual de enemigo dura. Embota un Dios la fuerza del gemido.
LXXXV. Lxxxvni.
»Que no con Griegos, le dirás, la guerra Cual recio, antiguo roble á quien trabada
Juré en Aulide, naves á hacer riza Legión de vientos en el Alpe embiste;
No envié á Troya, no moví la tierra Braman; cruje la rama atormentada
Que cubre de su padre la ceniza. Y de hoja el suelo en derredor se viste;
.¿Pues por qué oidos á mi llanto cierra? Mas él, asido de peñascos, nada
<Qué h u y e azorado así? ¿Quién le hostiliza? T e m e , y á opuestos ímpetus resiste,
Buen viento espere y que la mar se ablande: Y el cielo con su copa hiriendo altiva,
Es gracia, y la postrera que demande. C o n raíz honda en el Averno estriba;
LXXXVI. LXXX1X.
«
xcvi. XCIX.
XCVII. C.
«
»Que ardores hiela con sus cantos jura, Y así ignorante la infeliz jornada
Y da al helado fuego en que se queme; Va á preparar. La Reina, en cuanto mira
Ataja los torrentes, y en la altura Al cielo descubierto levantada
Suspenso el astro sus hechizos teme; En el patio interior la triste pira,
Sombras evoca entre la noche oscura, Con leños resinosos solidada
Y oirás bajo sus piés cuál muje y treme Y con rajas de roble, en torno gira
La tierra; y cuál, verás, los fresnos bajan, Tendiendo hojosa amenidad, y al muro
Que al conjuro, del monte se descuajan. Guirnaldas cuelga de verdor oscuro.
XCVIII. CI.
CV.
CIL
Con aguas ya que del Averno el cieno Sólo Dido sus penas' no adormece;
Mustias figuran, libación se hizo; No se hizo el sueño para angustia tanta
Y alléganse, cargados de veneno, Ni sus ojos ni su alma favorece
La hierba pubescente, el tallo rizo Muda la noche con su sombra santa:
Que de la luna al esplendor sereno Amor entre su pecho se embravece
Cortó segur de cobre; y el hechizo Y nuevas olas sin cesar levanta;
Que, hurtado á la cerviz de potro tierno, Y de ellas combatida, de esta suerte
Falto dejóle del amor materno. T o r n a consigo á disputar su muerte:
CVI.
CHI.
Dido misma la sal ofrenda y trigo, «¿Qué he de hacer? ¡Oh tormentos inhumanos!
Un pié descalzo, desceñido el manto, ¿Buscaré mis antiguos amadores?
E invoca á las estrellas, por testigo ¿Iré humilde á los reyes comarcanos?
Tomando de su fin al Cielo santo: ¡Yo pisé su esperanza y sus amores!
Ellas su historia saben, y si amigo ¿Seguiré, triste sierva, á los Troyanos?
Hubo algún Dios á quien moviese el llanto ¡Harto gratos han sido á mis favores!
De amantes mal pagados, ése pide ¿Ni á bordo su altivez me sufriría?
Vea en su causa y de vengarla cuide. Qué, ¿áun no he probado bien la alevosía
CIV.
eviL
Era la noche: al medio del camino »De esa de Laomedonte infame raza?
Iban los astros por el alto Cielo; ¿Sola iré tras su pompa? ¿Ó con los mios
Calla el bosque y el piélago marino; Volaré armada en pos á darles caza?
Yacen los brutos que sustenta el suelo: Mas si á éstos de sus términos natío.
Ni en breñas ni por lago cristalino Arranqué á viva fuerza, ¿con qué traz..
Se ve de ave esmaltada salto ó vuelo: Los moveré á tornar á los navios?
Todo está en calma, y todo mal se olvida; No, no; mi salvación la muerte sea;
Naturaleza yace adormecida. • ¡Calle á hierro el dolor de una alma rea!
il: i
184 VIRGILIO. [548
56SJ ENEIDA.
*
CVIII.
CXI.
Dice; y vuela, y la amarra del navio »¿Qué digo? ¿Dónde estoy? ¿Qué desvarío
Corta de un tajo de fulmínea espada; Trastorna mi razón? ¡Dido infelice!
A su ejemplo, á su impulso, el mismo brío Ya el peso sientes de tu sino impío!
A los pechos de todos se traslada. Cuando partija de mi cetro hice,
Ya arrancan, ya se llevan; ya vacío Convino este furor; ya, ya es tardío!
Quedó el playón: debajo de la armada ¡Traidor! ¡Y luégo de él que va se dice
La mar se oculta, y al batir contino Con los patrios Penates; que de escombros
Cubren de espuma el líquido camino. Salvo al anciano padre sacó en hombros!
CXV. CXVIII.
El áureo lecho de Titon la aurora »¡Ah! ¡sus cuerpos hacer trozos sin cuento
Tímida deja, entre celajes raya, Pude, y de ellos sembrar la onda bravia!
Y ya su lumbre, que horizontes dora, Matar al hijo, y el manjar sangriento
Ve la Reina infeliz de la atalaya; Pude al padre servir; ¿quién lo impedía?
Ve la armada alejarse voladora Peligro, ¿cuál? ¡Morir era mi intento!
Con las velas parejas; ve la playa ¡Yo á sus tiendas llevara llama impía;
Desamparada, y el desnudo puerto, Y'o al padre, al hijo, á todos, muerte fiera!
i Yo los matara allí; luégo, muriera!
Y todo siente estar mudo y desierto.
CXVI. CXIX.
Y el tierno pecho ofende y los cabellos: »¡Sol, cuya luz los ámbitos visita,
«¿Y esos advenedizos mi esperanza T ú que todo descubres, nada ignoras!
Burlarán,» dice, «con erguidos cuellos? Juno, que viste mi amorosa cuita
¿Impune al ponto el pérfido se lanza? Nacer, y hoy mides mis finales horas!
¿No corre en armas mi ciudad á ellos? ¡Hécate, á quien en calle tripartita
¿Naves no parten á tomar venganza? Claman de noche! ¡Furias vengadoras!
¡Id, hachas menead, asid los remos! jOh Dioses, cuantos veis mi atan postrero!
,Soltad las velas! ,por el mar volemos! jYo imploro compasion, justicia espero!
CXX. CXXIII.
CXXI. CXXIV.
CXXVI. CXXIX.
Dice; 7 mover esotra el paso intenta «Fundé yo una ciudad, ciudad preclara,
Con senil priesa. Mas la audaz amante, Murallas propias coronó mi mano;
Terrible' con la idea que apacienta, Vengué la sombra del esposo cara;
Temblorosa la faz, la vista errante, Yo tomé enmienda del malvado hermano.
Torva en el ceño, en el mirar sangrienta. ¡Feliz, harto feliz si no tocara
Jaspeado de visos el semblante, Mis costas, nada más, bajel troyano!»
Pálida de la muerte ya cercana Y aquí, á par que en el lecho el rostro imprime,
Vuela al recinto funeral insana. «¿Moriré inulta? ¡mas muramos!» gime.
CXXVH. CXXX.
cxxvm. CXXXI.
CXXXII. CXXXV.
Oye el caso la hermana, y rostro y pecho Los mustios ojos con fatiga vana
Desesperada hiere en modo rudo; T r a t a de alzar la moribunda Dido:
Al lúgubre lugar vuela derecho, Fáltanle ya las fuerzas; sangre mana
Y á Dido llama con lamento agudo: Del pecho abierto con cruel sonido.
«¡Y esto significaba.el ara, el lecho! E l codo apoya, y por alzar se afana
¡Esto intentabas! ¡Y ofenderte pudo T r e s veces, y tres veces sin sentido
Que te hiciese en la muerte compañíal Cae sobre el lecho. Con errante vista
j T ú me engañabas, ah! ¡yo te creia! Busca la luz, y al verla se contrista.
CXXXIII. CXXXVI.
cxxxiv. CXXXVIK
L IV.
Ya salvo Eneas con sus naves hiende, «¡Oh magnánimo Enéas! ¡oh rey m:o?
Merced del Aquilón, la mar oscura, No, si me enviase celestial consuelo
Y tornando á mirar, su vista ofende El mismo Jove, saludar confío
La dejada ciudad, que arde y fulgura: A Italia nunca con aqueste cielo.
La causa no se ve; mas ¿quién no entiende ¿No ves cómo del véspero sombrío
Cuánto puede en mujer venganza dura Los vientos se alzan, y en contrario vuelo
Y obstinada pasión? Y así el viajero Vienen furiosos á estrellarse, y cómo
Terror concibe de funesto agüero. Condensa el aire cerrazón de plomo?
II.
V.
XV.
XIL
XIII. XV¡.
»El que en la lucha, en la veloz carrera Tersa, en esta sazón, salir se mira
Ó al duro cesto á competir se atreve, Del fondo sepulcral sierpe que ondea
El que con mano á disparar certera Y en siete roscas de alongada espira
El dardo agudo y la saeta leve, Con manso halago el túmulo rodea:
Concurran á la lid que los espera, Cerúleas manchas, al compás que gira,
Y quien ganare el premio, ése le lleve. Desvuelve, con que el lomo se hermosea,
Orad en tanto, compañeros mios, Y semejan las puntas de la escama
Y de hoja en derredor la sien cubrios.» Aureos destellos y matiz de llama.
XIV. XVII.
Calla; el materno mirto orna su frente: Tal, mirándola el sol, íris destella
Lo imita Helimo, y en su edad florida Y de luz entre nublos se matiza.
Ascanio, y en la suya decadente Visto el héroe la sierpe, el labio sella
Acéstes, y otros y otros en seguida. Absorto; mas recelos tranquiliza,
Va él al sepulcro entre infinita gente, Que inocente entre pulcras tazas ella,
Y por sacra costumbre establecida, Gustando los manjares, se desliza,
Sanguínea libación en taza doble Y en doméstico giro placentero
Ofrece, y fresca leche, y néctar noble. T o r n a á ocultarse do salió primero.
VIRGILIO.
109] ENEIDA. 201-
XVIIL
XXI.
XXVIII.
XXV.
X X X í. XXXIV.
XXXII. XXXV.
Y otra vez Gias con furor le intima: Viendo á Gias, Mnesteo la esperanza
«Torna, Menétes, á la izquierda!» En esto Cobra de rebasarle. Al par rebosa
Siente á Cloanto que le viene encima Sergesto en ella, y, el primero, alanza
Y á ganarle de mano acude presto: S u nave hácia el peñasco presurosa:
Ya á las rocas sonantes se aproxima Esta, mitad á su rival se avanza,
Entre ellas y él lanzándose interpuesto, Mitad la Priste su costado acosa;
Y á ambos atras dejándolos de pronto, Y en fuerza del peligro y del deseo,
En bajel triunfador boga en el ponto» Recorriendo el bajel habló Mnesteo:
XXXVI. XXX1S. •
«Soldados de Héctor, que la patria mia Los marinos con alto clamoreo
Miró á mi lado en la final pelea! Hacen, si al pronto yertos, de ferrados
Como en las sirtes gétulas fué un día, Chuzos y picas oportuno empleo
En este lance vuestro aliento sea; Por desclavar los remos quebrantados.
Cual ya en el jonio mar, vuestra osadía," Gozoso en tanto, á buen remar, Mnesteo,
O en las rápidas ondas de Malea. Propicios ya los vientos y los hados,
Ni aspiro á ser primero. ¡Oh, si pudiese... Tiende el rumbo á do el piélago declina,
No; á quien lo dió Neptuno, el triunfo es de ése! Y raudo y libre por el mar camina.
XXXVII. LX.
XXXVIII. XLI.
Hé aquí vencer les dió súbito caso; Así la Priste, que fatiga tanta
Y fué así que forzando espacio estrecho. Tomaba forcejando la postrera,
Metió Sergesto el imprudente vaso Con ímpetu espontáneo se levanta
Entre las peñas á encallar derecho: Y huyendo por las ondas va ligera.
La roca retembló con el fracaso; Lo primero, á Sergesto se adelanta
Se oyó el remo crujir cuasi deshecho Con su nave entre escollos prisionera,
En puntas de coral, do sin defensa
Y allí haciendo le deja vanos votos
Entró la proa y se aferró suspensa.
E ideando volar con remos rotos-
• XLII. XLV.
Tras Gias sigue, y á su nao pujante, Dijo; y á par oyó de Forco anciano
Falta ya de piloto, desafía: La virgen Panopea sus acentos;
Vence; sólo Gloanto va delante; Y el coro de Nereidas soberano
Y vuela en pos, creciendo su osadía: Condolióse en sus huecos aposentos:
Redóblase la grita estimulante Movió la nao Portumno con su mano,
De los espectadores, que á porfía Y fugaz como soplo de los vientos,
Roncos aplauden su feliz carrera, Y no ménos veloz que alada flecha,
Y los ecos en torno hinchen la esfera. E l hondo puerto penetró derecha.
XLin. XLVI.
Los unos, que triunfantes se creyeran, Los combatientes por sus'nombres llama
Ya en riesgo el triunfo, coronarlo ansian: Enéas, y,sus triunfos galardona;
Incompleto, la palma no quisieran; A voz de heraldo resonante aclama
Completo, por la palma morirían: Vencedor á Cloanto, y le corona:
Los otros eso mismo osan y esperan; Ciñe, en suma, á su sien la verde rama;
Porque triunfando van, triunfar confían, Y á cada nave tres becerros dona,
Y pudieran juntándose ambas proras Y que lleven les da vino abundante,
Partir el premio á un tiempo vencedoras. O una pieza de plata á su talante.
XLIV. XLVIi.
•
i'fM
XL.VIÍI. LL
XLIX. LH.
Loriga de oro y - triple y fina malla Tal sesga sierpe, en el camino hollada
Relucía en los dones del trofeo: De veloz rueda, ó por viador, que herida
Usóla ya en los campos de batalla, La deja, y medio muerta, de pedrada,
Campos que riega el Símois, Demoleo: E l cuerpo tuerce por lograr salida;
Mal consiguen en hombros sustentalla Con lengua ardiente, con feroz mirada
Dos esclavos, Sagíris y Fegeo; Yérguese, en parte, rebosando vida,
Y así y todo, el jayan con ella un dia Y, en parte, de dolor se arrastra llena,
Fugitivos Troyanos perseguía. Y en sus propios anillos se encadena.
L. LIU.
Y en campos la ganó que el Símcis riega Mas la nave que en remos Saqueaba,
Enéas ya, cabe Ilion divino; Las velas descogiendo á puerto viene.
Y ahora la otorga al que segundo llega, Enéas de Sergesto el arte alaba
Arma al par y ornamento peregrino. Con que gente y bajel salvar obtiene,
Dos calderas, despues, de bronce entrega, Y le da el galardón: era una esclava
Tercer presente á quien tercero vino; De Creta oriunda, que por nombre tiene
Y dos vasos de argento, muestra rara, Foloe; en artes de Minerva, diestra;
Que el cincel de figuras abultara. Al seno puestos dos infantes muestra.
LIV.
LVIL
Así*acabada la naval porfía,
«Al campo* adolescentes, os convido,»
A un sitio ameno de hierbosos prados
E l Rey dijo á la gente congregada;
Enéas se adelanta: en torno habia
«Y á promesa gustosa dad oido:
Corvas selvas, umbríferos collados:
Nadie sin dón saldrá de la estacada.
Del va'le.el fondo en círculo se amplía;
Hé aquí dos dardos de metal buido,
Teatro natural forman sus lados; Cretenses, y de argento nielada
Y allá la multitud vuela contenta, Una hacha de dos filos: ved en esto
Y en medio el Rey con majestad se asienta El común premio á cada cual propuesto.
LV.
Lvni.
LX1II.
LX.
LXIV.
LXI.
.R
LXV.
LXIl.
No allí Niso olvidó su amistad bella; Y una piel de león da á Salió, armada
Mas álzase en el pérfido terreno; C o n áureas garras y hórridas guedejas.
Salió sigúele incauto, se atropella, Niso entónces habló con voz turbada:
Y yéndose de pies rueda en el cieno. «Si ese honor á vencidos aparejas
Euríalo veloz como centella Y tanto un contratiempo te apiada,
Adelante de todos, de ardor lleno, Para Niso, señor, ¿qué premio dejas?
Entre aplausos sin número se lanza, Mió es el triunfo, si la suerte esquiva
Y, merced de amistad, el lauro alcanza. Q u e á Salió hirió despues, no me derriba.»
216 VIBGÍLIO. 375J e n e i d a . 217
LXVI; LX!X.
LXVUI. LXXI.
Con murmullo del vulgo circunstante. «¿Qué más quieres que aguarde, hi;o de Diosa?
Lleno Dáres alzóse de ufanía: El dón se me adjudique, pues ninguno
Él solo, en Troya, á Páris arrogante Su fuerza con mis fuerzas medir osa.»
A contrastar lidiando se atrevía; Los Teucros barbotaban de consuno
Y él solo á Bútes, triunfador gigante, Apoyando la súplica orgullosa.
Que, de origen bebricio, pretendía Con ruego en tanto Acéstes importuno
Llevar sangre de Amico, invicto en guerra. Reprende, incita'á Entelo, que á su lado
Cabe el túmulo de Héctor echó á tierra. Yace en el verde césped reclinado:
VI' GILIO. [3S9 406] ENEIDA.
LXX¡'. LXXV
«Tu nombre de valiente entre valiente» Más que de paso el mismo Dáres cía;
¿Qué sirve, Entelo, sin tan buenos dones Y mudo con la mano el grande Enéas
Con tanta calma en paz llevar consientes? E l enorme volúmen revolvía
Hoy de Erice divino y sus lecciones De los gruesos anillos y correas,
¿No es deber patrio que el honor sustentes? Y di jóle el anciano: «¿Qué sería
La fama que asombraba estas regiones Si de Hércules las armas giganteas
¿A dónde se oscurece? ¿Qué se han hecho Hubieses visto, y la espantosa hazaña
Los despojos pendientes de tu techo?» Q u e hizo estas playas funeral campaña?
LXXIII. LXXVI.
Entelo respondió: «No son extraños »Fué hijo Érrce, cual tú, de Vénus, y esos
Valor y amor de gloria al pecho mió; Los correones son que usaba en lides:
Mas siento ya de la vejez los daños, ¿Esparcidos los ves de sangre y sesos?
Mis miembros ciñe ya rígido frió. Los mismos son con que paró ante Alcídes;
Yo si hoy tuviese el que en mis verdes años, Y yo también con vigorosos huesos
Cual le goza ese audaz, ardiente brío, Los blandí contra fuertes adalides
No el premio disputara, sí la palma; Cuando áun léjos la edad miraba ingrata
Que ocupe el premio vil, lo llevo en calma.-» Que ambas mis sienes esmaltó de plata.»
LXXIV. LXXVII.
LXXXIV. LXXXVII.
LXXXV. LXXXVIII.
No sufre En jas que adelante siga Y á plomo entre ambos cuernos, guarnecida
La encarnizada obstinación de Entelo, La mano descargó cual duro hierro:
Y del campo, ya muerto de fatiga Húndese el cráneo, y trémulo, sin vida,
Saca á Dáres con voces de consuelo: En tierra con su mole da el becerro.
«¿Demente estabas? ¡Ah, infeliz! te hostiga «¡Salve, Erice inmortal!» clamó en seguida:
No humana fuerza, pero el mismo Cielo; «Puestas las armas, con que triunfos cierro.
Cedes á un Dios; rendirte no te pese.» Más bien que la de Dáres, en memoria,
Dijo; y manda su voz que la lid cese. Yo dó y consagro esta ánima á tu gloria.»
LXXXVI. LXXXIX.
En torno del vencido en ese instante Luégo al juego del arco el Rey troyano
Llega fiel uno y otro camarada, Invita, y premios pone. De la nave
Y, flacas sus rodillas, vacilante Que Seresto gobierna, con su mano
La cabeza, la boca ensangrentada Va él mismo y fuerte arbola el mástil grave;
Y el ornato dental roto y nadante, Y alígera paloma al aire vano
Llévanle al puerto. Morrion y espada En el tope suspende (atada el ave
Reciben advertidos, y se alejan, A una cuerda, la cuerda al mástil fija)
Y el toro al vencedor y el lauro dejan. A donde el tiro el flechador dirija.
xc. xcm.
Llegan de ellos; y un casco que reciba Tendió el arco avanzándose forzudo
Las suertes, traen en medio. La primera, Mnesteo, vuelto á lo alto ojos y flecha;
La de Hipocon, el de Hírtaco, con viva Mas no tanto que al ave hiriese, pudo
Aclamación del vulgo, saltó fuera. La férrea punta encaminar derecha:
Coronado la sien de verde oliva, Rompió empero la cuerda y lineo nudo;
Reciente prez de la naval carrera, Y libre el pié de la atadura estrecha,
Oyó, en segundo término, Mnesteo La paloma veloz sacude el vue'o
Grato sonar su nombre á su deseo. Entre nubes plomizas por el Cielo.
XC1. XCIV.
xcn. XCV.
Todos con brazo enarco arman pujante, Solo Acéstes quedaba, ya baldío,
Y sacan primas flechas del aljaba: Y la pal ma perdida y la esperanza;
Ante todas, del nervio rechinante Mas del brazo ostentando el arte y brío
Arrancó la que el de Hírtaco ajustaba: Y del arco sonante la pujanza,
Hiere el viento, y al mástil que delante Vuelta la faz al ámbito vacío,
Mira, parte veloz, y en el se clava: Apunta en vago, la saeta lanza,
Al golpe tembló el palo; alas agita Y ocasiona, no entonces entendido,
Medrosa el ave, y el concurso grita. Milagro aéreo de infeliz sentido.
TOMO i . 45
XCVI.
XCIX."
cvm. CXI.
Como hienden delfines la onda fria; Fué así que en ese medio, rencorosa,
Nadando, al mar Carpacio, en varios modos Mal sanada lá llaga que encubría,
Cual marañada, inextricable via Juno del Cielo á Iris vaporosa
En la alta Creta con sus mil recodos A las naves ilíacas envía:
El laberinto pérfido tejía A la húmida ninfa la gran Diosa
Porque, en calando, se perdiesen todos; Impetu añade en la región vacía
Así los pequeñuelos se cruzaban Y del arco la adorna de colores,
Y tal madeja, entrando, huyendo, traban. .Miéntras vuelve en secreto sus dolores.
CIX. CXII.
Niño entónces Ascanio todavía, Y así, con mustia faz y ojos inmotos,
Con esotros mozuelos sus iguales Con una voz, la que el dolor les presta,
Al glorioso abuelo estos hacía «Mares cruzamos ya,» dicen, «ignotos;
Honores, si festivos, funerales: ¡Oh, y cuánto de agua por salvar nos resta!»
Celebraba la alegre compañía Por lograr firme asiento elevan votos;
En los sículos campos juegos tales; Hablar de un más alli, pesar les cuesta;
Mas trocó la Fortuna en un instante
Y hé aquí, miéntras derraman sus querellas,
Con torvo ceño el plácido semblante.
íris astuta se desliza entre ellas.
V i r g i l i o .
636] ENEIDA. 233
CXIV. CXV1I.
cxv. CXVIH.
C X VI.
CXIX.
23Í VIRGILIO.
cxx.
Ellas perplejas á la flota en tanto
Y él, «¡Desgraciadas! ¿qué f u r o r extraño,
Revuelven maliciosas las miradas:
Q u é error,» les dice, «os precipita ciego?
El interpuesto mar les causa espanto,
¿Pensáis que á argivos campos hacéis daño?
Mas l is llaman regiones anunciadas.
¡Oh, á vuestras esperanzas pegáis fuego!
Oscilan entre amor y deber santo, fs~
Yo vuestro Ascanio soy: ved si os engaño.»
Cuando íris de repente á sus miradas
Dice, y el morrion, disfraz del juego,
Toma vuelo, y una ala y otra ala,
Deposita á sus plantas, y les muestra
Trazando un arco inmenso, abre é iguala.
La faz amiga y la inocente diestra.
CXXI.
CXXIV.
CXXIX.
CXXVI.
CXXX.
CXXVII.
*
CXXVIII. CXXXI.
Y ya sin más tardar, de los collados, «¡Hijo de Diosa! al fin llegar porfía
Acompañados del fragor del viento Q u e una vez y otra vez marcó tu sino:
R Í O S descienden á inundar los prados Tenaz luchando un dia y otro dia,
Furiosos con hinchado movimiento: Vencerás los rigores del destino.
Ciego á los buques va medio abrasados, Ahí Acéstes está que se gloría
Las popas cubre el rápido elemento, De su origen superno: en tu camino
Y oprimiendo el vapor, que al fin apaga. T e dé su luz,.y á su favor sincero .
Libra las naves de la peste aciaga. Los restos fia del estrago fiero.
VIRGILIO. [715 e n e i d a . 239
CXXXII. CXXXV.
»Quienquier de tu alta empresa lleve enfado, »Vé, y cumple sin temblar las prevenciones
Las matronas, cansadas de los mares, Que anciano consultor te hace sinceras:
Los ancianos; en fin, cuanto á tu lado Flor de mancebos, recios corazones
Mezquino, flojo, inválido notares, Llevar debes de Italia á las riberas:
Quede todo de Acéstes al cuidado: Allí con tus valientes campeones
Funden ellos aquí muros y altares, Gentes has de postrar duras, guerreras-
Y de Acéstes merced, de Acesta el nombre Mas ántes avendrá que te regales
Al nido que afiancen, grato asombre.» Bajando á las moradas infernales.
c x x x n r. CXXXVI.
Alentó el sabio al Rey; mas le destroza »Harás, en pos de mí yendo, hijo mió,
Con nuevas dudas que á su mente inspira. Cruzando el hondo Averno, oficio grato
Y ya la húmida Noche en su carroza Que yo no habito el Tártaro sombrío,
Que negra copia de caballos tira, Mas los campos Elíseos moro y trato,
Ocupa el firmamento. En esto goza Deliciosa comarca, gremio pió:
Ensueño seductor el héroe, y mira Una maga de púdico recato,
La apariencia bajar del padre amado Si hartas víctimas negras inmolares,
Que á hablarle empieza con benigno agrado: Te llevará á los místicos lugares.
CXXX1V. CXXXVII.
«Hijo, más caro que mi propia vida »Y la prole y ciudad que te destina
Miéntras las auras respiré vitales; Fortuna, entonces mirarás presente.
Tú, á quien prueba Fortuna encrudecida, Mas ahora, adiós: la Noche ya declina.
A partir de Ilion, con tantos males! Y con soplos me acosa el Oriente
Jove en tu auxilio de enviarme cuida; De sus potros fogosos, que avecina.»
Jove, que de las sedes celestiales Así hablaba la sombra, y de repente
Del afan se conduele que te aqueja, Húrtase al hijo y á su amante empeño
Y el voraz fuego de la flota aleja. Cual humo vano ó fábrica de un sueño.
C XXXVIII. CXLI.
Y él, «¿Por qué de mis brazos se desliza Marca el troyano Rey con el arado
T u imágen? ¿no te curas de mi ruego? De la ciudad el ámbito; sortea
¿Huyes? ¿me dejas?» clama; y la ceniza Los solares del campo rodeado
Resucitando incontinente, el fuego Para edificios, y esto manda sea
Q u e aletargado dormitaba, atiza: Troya, y eso Ilibn. Alborozado,
Sacra masa y colmado incienso luégo Cordial troyano, Acéstes, á la idea
Al Dios ofrece que á su pueblo ampara, Del nuevo reino, tribunal y plaza
Y humilde á la alma Vesta honra en el ara. Designa, y al Senado fueros traza.
CXXXIX. CXLII.
CXL. CXLIII.
Madres se alistan que en los nuevos techos Ya llegaba el momento: el Austro insiste
Fundar asientos de familias deban: Convidando á la mar blanda y serena:
Quédanse á par cuantos vulgares pechos Alzase lloro femenil, y triste
De grandes cosas ambición no llevan. La corva playa con lamentos suena:
Tostados bancos, mástiles deshechos, En el abrazo último resiste
Vuelan los otros á mudar; renuevan Amor á desatar dulce cadena:
Remos, jarcias, con mano diligente; Las madres mismas que la mar ternian,
Número escaso, mas resuelta gente. Ni áun la osaban nombrar, partir querrían.
t o m o i. j(j
242 VIRGILIO.
785] ENEIDA. 243
CXLIV.
CXLVI1.
Cuantos han de quedarse, en sus fatigas »Eterno es el furor que su alma siente;
Parte al troyano Rey piden ahora: Que no bastó á su cólera sombría
El con palabras los consuela amigas, Haber talado la ciudad potente
Hijos á Acéstes los entrega, y llora. Que en la ancha Frigia dominaba un dia,
Manda á las Tempestades enémigas Ni arrastrar las reliquias de su gente
Matar una cordera; á Erice adora; Por senda de martirio. Todavía
Tres becerros también manda le maten, Al pueblo hundido en perseguir no cesa
Y que en órden los cables se desaten. En sus huesos nadantes y pavesa!
CXLV.
CXLVIII,
No halla en tanto á su afan Vénus sosiego; »Hoy, ¡qué horror! á las hembras roba el tino,
Vuela á Neptuno, y «El que Juno abriga Y las naves ardiendo á los Troyanos,
Odio irreconciliable,» gime, «al ruego, Fuerza á Enéas, cerrándole el camino,
Neptuno ilustre, á descender me obliga; A dejar en destierro á sus hermanos.
Que no su ira cruel, su rencor ciego Haz siquiera que al Tibre laurentino
Amansan años ni piedad mitiga, Estos últimos restos lleguen sanos,
Ni lo que ordena el hado ó Jove manda Si ya al muro las Parcas prometido -r
Su indómita ambición quiebra ni ablanda. No han de negarles; si lo justo pido.»
CL. CLIII.
Respondió el Dios que el ponto señorea: »¿Qué dudas, pues? ¿qué temes por Enéas?
«Pon confianza en el imperio mió, Yo lo mismo que entónces, ahora siento:
Que en mis reinos naciste, Citerea, El al puerto de Averno que deseas
Y ya á Eneas mostré mi afecto pió: Llegará con su gente á salvamento:
Yo mil veces, por él, si el mar ondea Habrá sólo uno que anegarse veas,
Las nubes conjurando á estrago impío, Escogido holacausto.» Así el aliento
Serené la amenaza; y no hice ménos Neptuno á Vénus vuelve; y ya bizarro
En tierra que del piélago en los senos. Con arreos de oro orna su carro.
CLI. CUV.
CLII. CLV.
CLVII. CLX.
CLVIII. CLXI.
CLXIII.
r.
Segura, empero, prosiguió la flota
Del favor de Neptuno protegida. Así hablaba y lloraba juntamente.
Mas hé aquí ya se acerca en su derrota Ya, riendas dando, por el mar navegan,
A la roca, otro tiempo tan temida, Y á las costas de Climas (cuya gente
De las Sirenas, que la mar azota, De Eubea vino) sin tardanza llegan.
De albos huesos de náufragos guarida; Tornan proas al mar: con tenaz diente
Y léjos con monótonos bramidos La ancla fija el bajel, y á tierra apegan
Resuenan los escolios combatidos. Las corvas popas, que en la orilla alzadas
La bordan de colores variadas.
CLXIV.
IL
Notó Enéas entónces que á la armada
Falta el piloto y perecer podría; Ledos embisten en hesperia tierra:
Y con mano acudiendo acelerada Quién hiere el pedernal, que en sus entrañas
La noche toda él mismo el timón guia; De la llama los gérmenes encierra;
Y entónces exclamó con voz ahogada: Quién penetra las ásperas montañas
«¡Pobre amigo! ¡fiaste en demasía Y leños corta, ó por su seno yerra,
De cielo bonancible y mar serena; Intrincada guarida de alimañas,
Yacerás insepulto en triste arena!» Y vuelve, y dando de placer señales
Enseña los hallados manantiales.
ti
CLXII.
CLXIII.
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Segura, empero, prosiguió la flota
Del favor de Neptuno protegida. Asi hablaba y lloraba juntamente.
Mas hé aquí ya se acerca en su derrota Ya, riendas dando, por el mar navegan,
A la roca, otro tiempo tan temida, Y á las costas de Climas (cuya gente
De las Sirenas, que la mar azota, De Eubea vino) sin tardanza llegan.
De albos huesos de náufragos guarida; Tornan proas al mar: con tenaz diente
Y léjos con monótonos bramidos La ancla fija el bajel, y á tierra apegan
Resuenan los escollos combatidos. Las corvas popas, que en la orilla alzadas
La bordan de colores variadas.
CLXIV.
IL
Notó Enéas entónces que á la armada
Falta el piloto y perecer podría; Ledos embisten en hesperia tierra:
Y con mano acudiendo acelerada Quién hiere el pedernal, que en sus entrañas
La noche toda él mismo el timón guia; De la llama los gérmenes encierra;
Y entónces exclamó con voz ahogada: Quién penetra las ásperas montañas
«¡Pobre amigo! ¡fiaste en demasía Y leños corta, ó por su seno yerra,
De cielo bonancible y mar serena; Intrincada guarida de alimañas,
Yacerás insepulto en triste arena!» Y vuelve, y dando de placer señales
Enseña los hallados manantiales.
ÜL VI.
IV. VIL
V, VIII.
Por vez primera allí devuelto al suelo, Enéas con su gente asaz tuviera
Grato, Apolo, al favor, logró ofrecerte En cada cuadro la mirada fija,
Sanas las alas que bogó en su vuelo Si, enviado adelante, no volviera
Y un templo dedicarte hermoso y fuerte. Turbando Acátes su atención prolija:
En las puertas, de Andrógeo el fin, el duelo Con Acates, graciosa compañera,
Grabó de los Cecrópidas, que á muerte Deífobe llegó, de Glauco hija,
Siete hijos tributaban cada un año; Intérprete de Apolo y de Diana;
La urna ciega allí está do sale el daño^ Que vuelta al Rey de la nación troyana,
IX XII.
«No es sazón de admirar primores tales,» «¡Eneas! ¿no será que al Numen santo
Le dice: «importa que inmolar decidas Con tus votos y súplicas regales?
De grey vacuna siete recentales No han de abrirse á tus pasos entretanto
Y á par siete ovejuelas escogidas.» Del pavoroso templo los umbrales.»
Esto dijo: Troyanos principales Calló: los Teucros con glacial espanto
Van á cumplir las órdenes oidas; Oyeron resonar palabras tales,
Y mostrándoles sigue ella el camino Y postrándose el Rey, con hondo acento
Al elevado templo Sibilino. Oró así en religioso arrobamiento:
X. XIII.
XI. . XIV.
»Y ¡oh tú que en siglos ves áun no llegados, Diciendo: «¡Oh tú hasta ahora libertado
Santa sacerdotisa! (yo no pido De los riesgos del > iélago marino,
Imperio i o ofrecido por mis hados) Hoy de riesgos de tierra amenazado!
Da á mis Teucros gozar reposo y nido Vendrá tu gente al reino de Lavino
Con los Dioses de Troya fatigados; (No temas, no, que lo revoque el hado);
Y á He'cate y á Apolo, agradecido, ' Mas tiempo habrá que llore porque vino;
De mármol fundaré templo y altares Guerras, ásperas guerras estoy viendo;
Y fiestas en su honor apolinares. Miro al Tibre ondear, de sangre horrendo.
XVI. XIX.
»Tú en mi reino también ilustre asiento »Otro Janto, otro Símois, y otra hogaño
Tendrás, y tus sagradas predicciones Campaña cual la griega rigurosa
Guardando con solemne acatamiento, Verás, que el Lacio cria ya en tu daño
Tu culto servirán dignos varones. Otro Aquíles feroz hijo de Diosa;
Mas oye: á la merced irán del viento Ni faltará á tu gente en suelo extraño
Tus palabras si en hojas las dispones; De Juno el odio que jamas reposa;
Canta tú misma lo que cierto veas.» Y en tanto, ¿qué ciudades, ni qué playas
Aquí dió fin á su oracion Enéas. Habrá, infeliz, donde á rogar no vayas?
XVII. XX.
XXIV.
XXII. XXV.
«Áun no me has anunciado ¡oh virgen! nada «La prenda de su amor el tracio Orfeo,
ó nuevo ó imprevisto de mi vida. Luégo que hondo el Erebo la devora,
Mas oye: si hay aquí al Averno entrada, A salvar acertó, felice empleo
Si aquí está la laguna tan temida, Haciendo de su cítara sonora:
Con sobras de Aqueronte sustentada, Pólux, merced de enérgico deseo,
Concede que un favor solo te pida: Librar logró al hermano á quien adora,
Mi padre anhelo ver; guia mi planta, Y partiendo con él su sér divino
Y dígnate de abrir la puerta santa. Pasa y repasa el lóbrego camino.
XXIII. XXVI.
XXVII.
XXX.
XXIX.
XXXII.
»En medio de estas selvas donde moro, »Mas ¡ah! miéntras al sacro umbral se inclina
Oculto un ramo está que el tallo tierno T u oido, atento al deseado indulto,
Tiene, y las hojas trémulas, de oro, Un cadáver tus tropas contamina;
Consagrado á la Juno del Infierno: F u é tu amigo y le ignoras insepulto:
Cierra en su seno el fúlgido tesoro A honrarle ovejas negras vé y destina;
Hojoso un árbol entre el bosque eterno, Su cuerpo vé á librar de odioso insulto;
Y de valles en torno guarnecido, Y así, en fin, á estas lóbregas moradas
La amiga lobreguez le hurta al sentido. Bajarás, no 'á vivientes franqueadas.»
2G0 VIRGILIO. ENEIDA.
XXXII!. XXXVI.
XXXIV. XXXVII.
Hablando, pues, del mal que les espera. Y llorando, el sagrado mandamiento
De doler y ansiedad el pecho lleno, A cumplir van, y fúnebres altares
Allá tirado en la árida ribera Con árboles á alzar al firmamento:
Cadáver infeliz ven á Miseno: Van á una antigua selva, hondos hogares
Miseno, hijo de Eolo, á quien diera De fieras: al herir de hachas violento,
Natura el arte de excitar al bueno Los fresnos y los pinos seculares
A los combates, y el guerrero bando Vacilan, los hendibles robles gimen,
Llenar de fuego, su clarin tocando. Y los olmos rodando el bosque oprimen.
XXXV. XXXVIII.
XLII.
XX.vIX.
#
Como en bosques que invierno heló, enverdece
Así exhala plegarias y querellas,
El visco, y con la prole de que abunda,
Cuando á su vista, sobre el manso viento,
No hija del árbol á que asido crece,
Llegan iguales dos palomas bellas El tronco protector blondo circunda;
Abatiendo el suave movimiento T a l la ráfaga de oro resplandece;
A posarse en el césped verde. En ellas Tal, herida del aura vagabunda,
Mira Enéas atónito y atento T r e m e y cruje la lámina divina
Las mensajeras de su madre, y clama E n medio allá de la copuda encina.
Con el acento del que espera y ama:
XLIII.
XL.
XLVI. XLIX.
XLVIÍ.
L.
LI. LIV.
LUI. LVI.
LX.
Lvn.
Parte de allí para Aqueron camino:
Lleno de años, con sombras halagüeño.
Vasto abismo que en lecho hondo de cieno
Convida un olmo en la mitad; y es fama
Hierve, y en el Cocito de contino
Que acude en derredor del firme leño
El arena descarga de su seno.
Aerio enjambre que el silencio ama:
Guardian del territorio convecino,
Subsiste asido un mentiroso ensueño
El mustio rio y márgen inameno
En cada hoja fugaz de cada rama;
El barquero Carón adusto cuida
Y en torno hórridas fieras, monstruos viles
Con ceño horrible y faz descolorida.
Tienen cabe las puertas sus cubiles.
LXI.
LVIII.
Centauros hay allí; silbante y fiera El cual sucia caer al pecho deja -
Hidra; Sciías biformes que el mar cria; La blanca barba; es fuego su mirada;
Briareo, el de cien brazos; la Quimera Cuélgale de los hombros rota y vieja
Que de llamas armada desafía; Con un nudo su túnica enlazada;
Con sus hermanas Górgona guerrera, Con tardas velas y un varal maneja
Con sus iguales pestilente Arpía, El ferrugíneo barco en que traslada
Con tres cabezas Gerion gigante: ' os muertos: es su edad, si bien anciana,
¿Quién habrá que los mire y no se espante? Vejez propia de un Dios, recia y lozana.
LIX.
LX1I.
LXIII. LXVI.
LXIV. LXVII.
Y hé aquí la turba que llegó primera »Ni el linde ingrato y aguas murmurantes
Pasar quiere, ántes que otros, lago allende; Logran salvar las ánimas que vagan
Con vivo amor de la ulterior ribera * Desprovistas de honores, sin que ántes
Esfuerza ruegos y las palmas tiende. Enterrados en paz sus huesos yagan;
Carón, de tanta multitud que espera, O cien años arreo andando errantes
Ya á éste toma, ya á aquél; á nadie atiende; Sobre esta zona, su esperanza halagan;
Mas á muchos también, ¡desventurados! Y al cabo de ellos admitidas, vuelan
Léjos rechaza de los tristes vados. A ver, en fin, los sitios por que anhelan.»
LXV. I.XVIII.
LXX. LXXIII.
«¿Cuál Dios,» le dice, «Palinuro amado, »Vi las costas de Italia al cuarto dia,
Ahogándote con mano traicionera Encumbrado por hórrida oleada:
T e vino á arrebatar de nuestro lado? Poco á poco nadaba, y salvo habría
Faltóme en cuanto á ti, por vez primera, Hollado, en fin, la playa deseada;
Fiel ántes siempre Apolo á lo anunciado, Mas, ¡triste! como á presa de valía
Prometiendo que salvo á la ribera Me embiste horda feroz blandiendo espada
Deseada de Italia tocarías: No bien de húmedas ropas agobiado
jMal coronó las esperanzas mias!» Trepaba, uñas hincando, agrio collado.
S
LXX1. LXXIV.
•
La sombra respondió: «Ni fraudule íto »Hoy, desecho del mar, en sus riberas
F u é contigo el oráculo divino, Vientos me azotan. Por la luz del cielo
¡Oh hijo de Anquíses! ni en el mar sediento Y las auras que áun gozas placenteras,
"Númen odioso á sepultarme vino. Por tu hijo amado, y por su ilustre abuelo,
Yendo yo, en vela, á mi deber atento. Si á éste das honras que de aquél esperas,
Casual golpe en la popa sobrevino, Tu invicta mano de tan grande duelo
Y en medio de las ondas, sin soltalle, En el puerto de Velia me redima
Caí con el fiado gobernalle. Piadosa arena derramando encima-
t o m o 1. 4 8
382] ENEIDA. 275
274 VIRGILIO.
LXXVIII.
LXXV.
LXXXIV.
LXXXI.
LXXXVII.
xc.
•
«¡Infeliz Dido! ¿Conque no mentía
Y de pronto indignada huye y se esconde
En nuevas que me trajo funerales
En la parte del bosque más espesa,
La fama? ¿Tú empuñaste daga impía?
Entre acopados árboles, en donde
¿Yo causa hube de ser de tantos males?
Al renovado amor que le profesa,
Mas por todos los astros, Reina mia,
Siqueo como de ántes corresponde.
T e juro, y por los Dioses celestiales,
Eneas, de piedad el alma opresa,
Y por estas mansiones justicieras, . A la sombra siguió por trecho largo
Que partí á mi pesar de tus riberas. Llorando para sí su lloro amargo.
XCIV. XCVII.
»La férrea voluntad del Cielo santo Mas andando el camino, á los postreros
Que á esta abismosa eternidad me envía, Campos llegaban cuya igual alfombra
Lo mismo allá, con invencible encanto Van á solas hollando los guerreros
Me arrancó de tu lado y compañía. A quien la fama por sus hechos nombra.
Ni pensé nunca que á delirio tanto Entre los capitanes que primeros
Te pudiese arrastrar la ausencia mia. Al paso Eneas encontró, la sombra
¡Mas ten! ¡vuelve! ¿á quién huyes? ¡Ley severa Vió del pálido Adrastro, vió á Tideo,
Permite vernos por la vez postrera!» Vió al ínclito en la lid Partenopeo.
XCV. xcvin.
Tal dice el héroe á la infelice amante, Vió también los Troyanos que segados
Por si en su ánimo airado tierno cava En duras lizas los soberbios cuellos,
Ó amansa su mirada centellante; Fueron con llanto de la patria honrados:
Las razones el llanto entrecortaba. Glauco, Medon, Tersíloco; y con ellos
Mas ella, vuelto el tétrico semblante, Los tres hijos de Anténor afamados;
Torvos los ojos en el suelo clava, Y Polifétes, que tus dones belios
Y tanto muestra que la voz la toca Honró, Céres; é Ideo, que áun regía
Cual si ya mármol fuese ó firme roca. El carro y armas que rigiera un dia.
VIRGULO. e n e i d a . 283
XCIX. en.
Tantas sombras al ver en larga hilera «¡Valeroso Deífobo, esperanza
Eneas, conociéndolas, suspira; De Troya, hijo de reyes! ¿Quién fué osado
Mas á izquierda y derecha se aglomera En tí á ejercer insólita venganza?
La multitud, que con pasión le mira; ¿Quién consumó tan bárbaro atentado?
Ni á su curiosidad satisficiera Oí que de combate y de matanza
Mirarle sólo, á detenerle aspira, Aquella horrenda noche tú cansado,
Y mil ánimas llegan voladoras Sobre enemigos que humilló tu acero
Con sus preguntas á tejer demoras. Caido habías á morir postrero.
G. CUI.
Entanto viendo al héroe, y la armadura »¡Mísero amigo! yo en la playa nuestra
Del héroe, que cruzando centellea T e alcé entónces funéreo monumento
El vacuo espacio de su estancia oscura, Que áun hoy tus armas y tu nombre muestra
Tiemblan los cabos de la gente aquea:
Tres veces te llamé con alto acento.
Tratan unos de huir, cual con pav.ura
Mas ¡ay! ni verte pude, ni mi diestra
Ya al mar lo hicieron en campal pelea;
En suelo de la patria acogimiento
Gritan otros, y á médias sólo acierta
Mullir á tu ceniza.» Eneas dijo;
Clamor tenue á exhalar la boca abierta.
Y de Príamo así respondió el hijo:
CI. CIV.
Sigue; y hé aquí, las manos mutiladas, «Tú hiciste tu deber; yo estoy pagado
Llagado el cuerpo y con la fazHiendida,
Y agradecido estoy. Suerte inhumana
Ambas sienes de orejas despojadas,
Es la que me hunde en tan horrible estado
Y rota la. nariz con torpe herida,
Y el crimen de la pérfida Espartana:
Deífobo se ofrece á sus miradas; ¡Éste, éste es de la pérfida el legado!
Y al ver que triste, avergonzado cuida Recordarás en la alegría insana
De ocultar de su afrenta las señales, Que pasámos la noche postrimera;
Hablóle en tono amigo y voces tales: ¿Quién no ha de recordarlo aunque no quiera
$31] ENEIDA. 285
VIRGILIO.
CVIII.
CV.
»Entónces, cuando el monstruo de madera »Mas ¿á qué me detengo en mis pesares?
De armas grave los muros dividía, T ú aquí, es posible? y con vital aliento?
Hembras ella ordenaba la primera ¿Juguete de los vientos de los mares
En libre danza y bulliciosa orgía; Vienes, ó por divino mandamiento?
Y una antorcha blandiendo traicionera ¿Qué toques de fortuna singulares
Con que iba en torno al coro, falsa guia, T e traen, el profundo apartamiento
De la alta torre en nuestro daño ¡ay ciegos? A visitar de la región sombría
Señas hacía á los atentos Griegos. Q u e nunca vió la claridad del dia?»
CVl. CIX.
• " • y/- \
cvn. CX.
*
f
286 VIRGILIO«
559] ENEIDA.
CXI. CXIVÍ
«Perdón,» dice Deífobo, «si muevo «¿Qué gritos de dolor hieren mi oido?»
T u enojo, profetisa soberana! Dice Enéas parándose asombrado:
El número fatal que llenar debo «¿Quiénes llevan allí su merecido?
Torno á llenar doliente sombra y vana. »¿Cuál es ¡ay! su suplicio y su pecado?»
T ú vé en paz, gloriosísimo renuevo, Y la Sibila respondió: «No ha sido
iOh luz, oh prez de la nación troyana! Nunca á justos varones otorgado,
Goza suerte mejor que fué la mia.»
Magnánimo caudillo, entrar las puertas
Y así diciendo á su ángulo volvía. Sólo al delito por la pena abiertas.
CXIl. CXV.
Tornó Eneas á ver, y á izquierda mira »Mas yo, cuando los bosques infernales
Cerrada una ciudad de triple muro Por Hécate guardaba, del espanto
Al pié de una alta roca: en torno gira Vi el reino y sus tormentos eternales:
Con lenguas Flegeton de fuego puro, Tiene el cetro el cretense Radamanto,
Y revuelca peñascos en su ira: Que interroga á las almas criminales,
Frente, gran puerta, de diamante duro Castiga sus delitos, y de cuanto
Las jambas, cual ni de hombres quebrantada Ocultó hasta la muerte astucia fría,
Ni áun de Dioses lo fuera por la espada. A hacer les fuerza confesion tardía.
CXI1L CXVI
CXVIII. CXXI.
»Allí, humilladas las soberbias vidas, »Yugadas nueve allí cubriendo yace,
Los antiguos engendros de la Tierra Alumno de la Tierra creadora,
Revuélvense en recónditas guaridas Ticio: el hígado eterno le renace,
A donde el rayo su ambición encierra: Pasto ai buitre cruel que le devora,
Vi á par los dos enormes Alóidas No le consume, y sus entrañas pace
Que el Cielo con sus manos, ¡loca guerral Y fiero en lo hondo de su pecho mora:
Descargar intentaron, y en su encono Ni el corvo pico en el roer se amansa,
A Jove mismo derrocar del trono. Ni de brotar la viscera se cansa.
CXIX. CXXII.
^ »Vi allí también yacer, de angustias lleno, »¿Qué, si á Ixion y Piritoo á cuento
A Salmoneo, por su error insano, Trajese? ¿ó los que roca ven colgante
Que de Jove el relámpago, y el trueno Pronta siempre á caer? Áureo aposento
Quiso imitar de Olimpo soberano: Regalado festín miran delante;
De cuatro brutos gobernando el freno Mas la Furia mayor vela de asiento
Y antorchas sacudiendo con su mano, Al lado, y como alguno se levante
A Elis cruzó, y en su triunfal camino Las mesas á tocar, corre", y vocea,
Culto pedia como á sér divino. Y airada amaga con su horrible tea.
TOMO I . 19
£90 VIRGILIO.
623] ENEIDA. 291
cxxm. cxxv:.
»Allí gimiendo están los que al hermano »Y áun hubo ya con ciego desatiento
Profesaron, en vida, odio demente; Quien de su hija el tálamo invadiera.
Los que hicieron ultraje al padre anciano. Todos formaron criminal intento
Los que en fraude envolvieron al cliente; Y corona ciñeron en su esfera.
Allí los solitarios que, la mano No si cien bocas yo, si lenguas ciento
Cerrada siempre al mísero pariente, Tuviese y férrea voz, contar pudiera
Sobre el oro enterrado hicieron nido: Las especies sin fin de los delitos,
Infame grey en número crecido. Los nombres de las penas infinitos.»
CXXIV.
CXXVII.
»Y allí aguardan castigo los que amores Así la anciana profetisa habia
Adúlteros pagaron con la vida; Hablado, y «¡Sús!» añade: «hora es preciso
Los que hicieron traición á sus señores; Que el paso abrevies, y por esta via
Los que en guerra se alzaron fratricida; A cumplir tu deber vayas sumiso:
No cures de su pena los horrores Los muros que los Cíclopes un día
Ni las causas saber de su caida. Sacaron de su fragua, allá diviso;
Quién vuelca enorme risco; atado esotro Ya, bajo el arco que se eleva enfrente,
Gira en rueda veloz, su eterno potro. Las puertas veo de Pluton potente.
CXXV.
CXXVIII.
CXXXlIl.
CXXX.
CXXXIV.
CXXXI.
Brilla de Teucro allí la estirpe clara Están allí los que á la patria amaron,
Robustez ostentando y lozanía: Y heridas por la patria recibieron;
Egregios héroes á quien ver tocara Allí los sacerdotes que guardaron
En siglo más feliz la luz del dia. Austera castidad miéntras vivieron;
A lio, á Asáraco, á Dárdano repara Vates dignos que á Febo interpretaron;
Autor de la troyana monarquía, Maestros que el vivir embellecieron
Enéas, y armas léjos ve, y baldíos Con artes nuevas; los que haciendo bienes
Carros que honraron ya marciales bríos. Vencieron del olvido los desdenes.
cxxxv. CXXXVIII.
CXXXVI. CXXXIX.
«Oid, almas felices, ruegos pios; Y viendo que hácia allá se dirigía
Y tú, máximo vate, ¿dó se esconde Hollando Enéas el gramoso prado,
Anquíses, por quien ya los grandes ríos Abre Anquíses los brazos, de alegría
Cruzamos del Erebo; dínos, dónde? Lágrimas vierte y clama enajenado:
¡Ah! ¿qué sitios repuestos y sombríos «¿Conque venciste intransitable via,
Nos le ocultan?» Museo la responde: Hijo, á fuerza de amor? ¿Conque á mi lado
«Aquí moramos bajo hojosos techos, Hoy tornas? ¿Es posible que consigo
Y son márgenes blandas nuestros lechos; "Verte, oirte, tocarte, hablar contigo?
cxxxvm CXL.
»Frescos prados tratamos por recreo, »Yo, tiempos computando, aqueste día
Y á nadie se fijó mansión segura; Fausto acercarse vi: cumplióse el voto.
Mas pues tanto Ínteres traer os veo, ¡Mas cuánta extraña tierra en tu porfía
Venid conmigo á la vecina altura Habrás medido, y cuánto mar ignoto,
Y camino hallará vuestro deseo.» Y qué de riesgos arrostrado, en via
Dice; ante ellos los pasos apresura, De confín tan profundo y tan remoto!
Y horizontes de luz les manifiesta: De los líbicos pueblos, hijo amado,
De ahí, descienden de la erguida cresta. ¡Cuánto temblé por tí funesto hado!»
VIRGILIO.
ENEIDA.
CXL1. CXLIV.
CXLII. CXLV.
Dice, y llorando, con amante empeño »Esas son las que afluyen al Leteo
Tres veces va á abrazar al padre anciano; Y en raudal bienhechor beben olvido.
Cual humo huye la sombra ó como sueño Tiempos hace, hijo amado, que deseo
Y él tres veces aprieta el aire vano. Mostrarte mi linaje esclarecido
Tornó á mirar, y un bosque vió risueño En estas sombras que delante veo,
En un valle repuesto comarcano:-
Porque, absorto en destino tan subido,
Gárrulo bosque, plácido retiro
De haber llegado á la que áun mal conoces.
Que manso baña el Lete en blanco giro. Itálica región, conmigo goces.»
ex LUÍ. CXLVI.
En torno vagan del durmiente rio «Mas ¿es creíble que al sabido cielo,»
Gentes, pueblos, enjambres voladores, Enéas contristado así murmura,
Y cual abejas que en sereno estío «Alguna alma de aquí remonte el vuelo
Rondan fugaces peregrinas flores, Y á informar torne la materia oscura?
Y á los lirios de cándido atavío ¡Mísera humanidad! ¡Qué inmenso anhelo
Asedian, confundiendo sus rumores, De vida y goces! ¡qué cruel locura!»
Tal llenando de estruendo la campiñg Anquíses acudiendo á su sorpresa,
La aérea multitud vuela y se apiña. Ordenadas razones así expresa:
CLXvn. CL.
«Porque en luz de verdad tu mente aclares, »Por eso corren 'del dolor los grados,
Hijo, escucha: En los cielos y en la tierra, Y vicios propios cada cual expía:
Y en las líquidas capas de los mares, Hay unas que, purgando sus pecados,
En la alba luna que inconstante yerra, Expuestas penden en región vacía;
Y en el sol y en los grandes luminares, Otras al fuego ó en profundos vados
Espíritu eternal dentro se encierra: Residuos sueltan que la culpa cria:
Todo hínchelo él, vago y profundo; Y así los Manes, por diversos modos,
Alma y centro común, él mueve el mundo. Merecida pasión sufrimos todos.
CXLVffl. OLI.
CLXIX. CLIL
»De ahí es que ansian y temen, y ó padecen »Consumados mil años, al Leteo
Ó envueltos gozan en su cárcel dura: Almas acuden en tropel nutrido:
No ven la luz; ni quedan, si fallecen, Arrástralas un Dios, porque el deseo
Limpios del todo de la mancha impura Nazca en ellas, envuelto en alto olvido.
De las miserias que al mortal empecen. De volver á vestir corpóreo arreo,
¡Pobres almas! la sombra en ellas dura De subir á habitar terreno nido.»
De usos viles en años adquiridos T a l dice, y lleva al héroe y la Sibila
En su lucha y su unión con los sentidos. Entre el ruidoso pueblo que desfila.
[754 SAI
300. VIRGILIO.
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7 7 2 ] ENEIDA- "
CLIII.
GLVI.
Y porque logre, al avanzar la hilera, »Contempla aquésos cuya sien serena
Ver de frente lo digno de memoria, Asombra en derredor cívica encina:
Le conduce á un collado, y, «Considera, Cuáles de ellos á Gabia y á Fidena
Hijo,» le dice, «la sublime gloria
T e alzarán, y la villa Nomentina;
Que á la raza de Dárdano le espera;
Y de ellos cuáles una y otra almena
Oye los claros nombres que en la historia-
Fundarán sobre montes Colatina,
Nos guarda Italia; entre futuras gentes
Y á Pomecio y á Inuo, á Bole y Cora;
Mira pasar tus dignos descendientes. Nombre á campos darán sin nombre ahora.
•
CLIV. CLVII.
»Ese, de asta de paz y augusto porte, «Vé á Rómulo, hijo de Ilia, descendiente
Que á la luz va por suerte el más cercano. De Troya, hijo de Marte, que al abuelo
Será el primero que á la vida aporte, Sigue; y mira ondear sobre su frente
Con sangre mixta y con renombre albano: Crestones dobles con gallardo vuelo:
Mira, es Silvio: Lavinia tu consorte Marca el padre en su noble continente
A luz darále, de tu amor, ya anciano, Su propia,-alta misión. Por él al cielo
Póstumo dón: le criará su madre Levantará la frente pensadora
Rey en las selvas, y de reyes padre. Roma, del orbe militar señora.
CLV. CLVUI.
»De ahí en Italia empezará el reinado »La cual de siete alcázares murada,
De Troya. Honor de la Troyana gente, Con viriles renuevos en que abunda
Prócas luégo aparece, y á su lado Rie, como en su carro alborozada
A Cápis ves y á Numitor presente; De Berecinto la Deidad fecunda
Y al otro Silvio, á quien tu nombre añado. Por las frigias ciudades torreada
Eneas, ya en virtudes eminente, Va, y su prole celeste la circunda:
Ya en armas, si reinare en Alba un dia: Cien nietos que amamanta v que la adoran;
¡Qué mancebos! ¡ qué heroica bizarría! T o d o s son Dioses y entre Dioses moran.
302 VIRGILIO. [78* 80t] ENEIDA. 305
CLIX. CLXII.
»Los ojos torna: á tu nación atento «No corrió Alcídes mismo espacio tanto,
Contempla en Roma; á César mira; advierte Auñque prendió con rápida saeta
Los racimos de Yulo tu sarmiento, La cierva piés-de-bronce, y de Erimanto
Que á luz cabal predestinó la suerte. Impuso paces en la selva inquieta,
Este es, éste es el que una vez y ciento Y el lerneo confín cubrió de espanto.
Oiste á altos anuncios prometerte, ¿Y dudamos vencer adversa meta
César Augusto, hijo de un Dios, que al mundo- Nuestra gloria ensanchando? ¿Harán temores
El áureo siglo volverá fecundo. Que no hollemos la Ausonfa triunfadores?
• CLX. CLXIil.
»
»Él á Italia honrará con tales dones »¿Quién es aquél que coronado asoma
Cual ya Saturno; y llevará su imperio De insigne oliva, y que con propia mano
Del Indo y Garamanta á las naciones, Ya sobre sí sacras ofrendas toma?
Su valor fatigapdo al hemisferio; Su barba anuncia y su cabello cano
Y abriránse á su paso las regiones Al primer rey-legislador de Roma,
Que
/ allende el Sol se embozan en misterio,/ Que de su humilde Cúres, aldeano,
A do el cielo con astros rutilante Y de su hogar, desnudo, imperio grande
Rueda en los hombros del eterno Atlante. Saldrá á regir cuando el deber lo mande.
CLXI. CLXIV.
»Ya ven los Caspios reinos su venida, »Tulo va en pos, que moverá á pelea,
Por anuncios, con ánimo intranquilo; La paz quebrando, á ejércitos vecinos
Ya la tierra Meótica trepida, Ya al prez no usados que el valor granjea;
Sus siete brazos estremece el Nilo. Y Anco despues, que áun hoy en sus caminos
Tigres guiando con pampínea brida El aura popular vano desea.
Y de Nisa impeliendo, excelso asilo, ¿O quieres ver los príncipes Tarquinos,
Su carro victorioso, Baco empero De Bruto vengador el alma fiera
Llegar no pudo á ese último lindero. Y los fasces que al pueblo recupera?
836] ENEIDA. 30S
CLXV.
C L X V I I I.
»Bruto duras segures el primero
Cobrará, y el honor del consulado; »Aquél, cuando á Corinto á su talante
Y al ver que nuevo plan traman guerrero, Haya tratado y al orgullo aquivo,
El, de la bella libertad prendado, Al Capitolio correrá triunfante;
Muerte á sus hijos mandará severo. Este, el país de Agamemnon nativo
En él vencieron (¡padre infortunado!), Subyugará, y en Pérses arrogante
•Cualquier fallo que espere á su memoria, Verá á un nieto de Aquíles fugitivo:
Amor de patria y ambición de gloria. Tales desquites á Ilion reserva
Y al profanado templo de Minerva.
CLXVI.
CLXIX.
»Brillar Decios y Drusos vé lejanos;
Torcuato, que levanta el hacha impía; »No al gran Catón olvidaré, no á Coso;
Camilo, que del triunfo, con romanos Ni ya á los Gracos, ni á los dos Scipiones, •
Rescatados pendones, se gloría. Relámpagos de guerra, pavoroso
Esas dos almas que cual dos hermanos Apellido á las líbicas regiones.
En sombra armadas ves, rayando el di a Fabricio, en tu pobreza poderoso,
.¿Qué guerra no se harán? ¡Cuánto de estragos! ¡Salve! y tú, el oro en rústicos terrones
¡Qué grandes huestes y sangrientos lagos! Esparciendo, oh Serrano! ¡Salve, oh Fabios!
No, aunque cansado, os callarán mis labios.
CLXVII.
CLXX.
»De los Alpes el suegro se abalanza;
-Convoca sus legiones de Oriente »Máximo, con tardanzas tú prudentes
El enojado yerno á la venganza. Salvarás la Nación. Y esto adivino:
¡Hijo§! ¡no hiráis el seno á la inocente Otros con más primor vultos vivientes
Patria! no eterniceis bárbara usanza! Harán de bronce duro ó mármol fino;
¡Tú, el primero, de Olimpo procedente, Oradores habrá más elocuentes;
Oh sangre mia, de rencores libre, Sabios podrán con más seguro tino
No ya esa arma cruel tu mano vibre! El cielo escudriñar y las estrellas,
Y los cercos medir y el poder de ellas;—
TOMO 1. 20
306 VlRGILiÓ. BNBIDA.
CLXXI. CLXXIV.
»En mar revuelta armado caballero »Del Campo Marcio á la romana plaza
Librará al pueblo de infeliz destino, ¡Cuántos gemidos herirán los cielos!
Venciendo al Galo, al Peno, y el tercero Y si ya tu onda su sepulcro abraza,
Será que ofrenda igual cuelgue á Quirino.» ¿Qué, oh Tibre, no verás de acerbos duelos?
Viendo Eneas que aquél por compañero Ningún mancebo de troyana raza
Trae á un jóven de aspecto peregrino Tanto alzará, como él, de los abuelos
Y brillante armadura, mas la frente Latinos la esperanza; hijo más bueno
Mustia casi, ojos bajos, faz doliente; Nunca otro criarás, Roma, á t u seno.
CLXXlIi.
CLXXVI.
«¿Y quién es el doncel, ¡oh padre!» exclama, »¡Oh tipo de fe antigua y piedad rara!
«Que le sigue en amiga competencia? ¡Oh, qué brazo invencible en lid guerrera?
¿Hijo suyo será, ó acaso rama Ninguno, si viviese, le retara
Remota de su ilustre descendencia? Impune, ó ya á pié firme combatiera
¿Qué són de córte en torno se derrama? Ó caballo brioso espoleara.
¡Cuán parecido en la marcial presencia!
Mas ¿qué suerte llorosa no le espera?
¡Mas ay! que en torno de su frente vaga
¡Ah! lograses trocar males por bienes!
Odiosa noche con su sombra aciaga!»
Tú un Marcelo serás, sombra que vienes!
ENEIDA.
S0&
897]
308 VIRGILIO.
CLXXX.
CLXXVII.
Yendo hablando los tres, hé aquí despide
«Azucenas me dad con mano larga; Anquíses á los dos por el abierto
Que, á ilustre nieto fáciles honores, < Pórtico de marfil. Enéas mide
Cortos alivios de esparanza amarga, Arrancando de allí, camino cierto
Quiero esparcir sobre su frente flores.» Hácia amigos y naves, y decide
Dice, y la voz en lágrimas se embarga. Ir tierra á tierra de Cayeta al puerto.
Tal los campos hollando encantadores Ya, por fin, proa afuera áncoras tiran;
En que benigna luz mágica oscila, Las popas en la costa alzar se miran.
Míranlo todo el héroe y la Sibila.
CLXXVII!.