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Es vital replantearse como las fuerzas de progreso deben conseguir convencer más allá de los

los debates identitarios de la izquierda. Lo de ayer en Podemos en realidad es solo un síntoma,


analizarlo en base a malos y buenos, o intentar señalar lo que se piensa como una traición
quizás calme a algunos, pero no ayudará en la profunda reflexión que se tiene que hacer desde
los espacios que quieren transformar la realidad social de nuestras ciudades y pueblos.

Podemos nació para ser un instrumento que permitiera llevar a las instituciones ese pulso de
cambio del 15M. Y lo consiguió, pero lo consiguió en un momento donde lo que se necesitaba
y mucha gente reclamaba no era un partido más que compitiera en las elecciones, sino
espacios amplios, transversales y con gente y planteamientos muy diversos. Lo que permitió
ganar fue entender, localmente, los problemas de la gente.

Si hoy en día ciudades como Barcelona o Madrid han podido aumentar su influencia y
establecer, en muchas ocasiones, los temas a debatir públicamente ha sido por abanderar los
problemas sociales de sus territorios y, posteriormente, darse cuenta que los problemas son
compartidos.

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