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Una reclamación clasista

No hay documento de cultura que no lo sea, al tiempo, de barbarie.

-Walter Benjamin

El martes 30 de agosto una gran parte de la población mexicana despertó aun con

gran sentimiento por la muerte del cantautor Juan Gabriel; sin embargo, y en

medio de tanta luctuosidad, hubo un paria que se atrevió al mal gusto de hablar

pestes del difunto y, de paso, a contradecir la inminente sacralidad popular del

legado del divo Juárez. Su nombre es Nicolas Alvarado, y su profesión, por ahora,

es la de ser director de TV UNAM.

En lo particular siempre aplaudiré las muestras de autenticidad que por ese simple

echo se puedan colocar más allá del lugar común –ojo, no es que todo lo auténtico

este automáticamente por afuera, y nunca por encima, de las practicas populares,

o que todo lo que intente ser diferente de la vox populi sea inmediatamente

autentico-. De tal modo que, en consecuencia, una opinión o reflexión del tipo

“igual y este artista no es la gran cosa” será igualmente bienvenida.

El problema con toda opinión, y sobre todo con aquellas hechas públicas a través

de medios masivos de información, lo cual les otorga además cierta

responsabilidad política, son los argumentos que intentan sustentarlas, pues de

ellos depende su potencia y capacidad reactiva. Uno puede decir simplemente “no

me gusta el verde” y ser una opinión respetable, o decir por qué razones

personalísimas no le gusta ése color y seguir siendo igualmente respetable. Pero

si las razones en las cuales sustentas tu opinión son meros adjetivos que a su vez
necesitan ser explicados también, y que además surgen desde el inequívoco de

primeras impresiones alentadas por pretensiones de superioridad, es decir, desde

un auto proclamado esnobismo, entonces esas opiniones se encuentran en

primera fila para la discusión y la crítica.

Una opinión adquiere un peso específico no sólo por los argumentos que intentan

sustentarla, sino también por el medio en cual es transmitida, así como por las

circunstancias que rodean tanto al medio como al opinante. No implica lo mismo

llamarle ‘naco’ o ‘iletrado’ a alguien presente que alguien ausente, en la

comodidad de tu casa con un receptor determinado que a nivel nacional de

manera pública.

Ya antes había dicho que algo público es también algo político, puesto que tiene la

capacidad de afectar a más de una persona. Una declaración pública es una

declaración que se presume libre, y justo por su carácter libre conlleva cierto grado

de responsabilidad. Una opinión pública y libre tendría que ser, por lo tanto, una

opinión responsable, de tal manera que aun si esa opinión implicara una

confrontación directa con un estatus quo o un sentimiento popular, cosa

totalmente saludable para una sociedad, no escinda o fracture los componentes

básicos de esa sociedad de manera dañina e irreconciliable. Esa es precisamente

la importancia política de lo público, un conflicto que ayude a mejorar tanto a

individuos como a la población en general, más no que acrecenté enemistades

internas.
Los comentarios del también conductor televisivo no son irresponsables sólo por

las razones anteriormente expuestas, sino que además él mismo ostenta un cargo

de innegable valor social y cultural, ya que es el responsable de manejar un medio

de comunicación que sirve de enlace y difusión entre la máxima casa de estudios

y el público en general. Pero basta de abstracciones, vayamos a las prosodias en

concreto.

Ya Yuri Vargas se encargó de demostrar que algunos de los juicios respecto de la

obra musical de juanga por parte de Nicolas son equívocos, no sólo porque él

mismo acepta que desconoce la obra del cantante y que la juzga desde su casi

nulo contacto con ella, sino que además no usa correctamente los adjetivos con

los cuales describe el legado del nacido en Michoacán y que aun si los usara bien

estos no se adecúan a las composiciones del divo. Así que pasemos por alto esta

parte, y revisemos mejor la dimensión política de lo escrito por el periodista.

Nicolás Alvarado es, o pretende ser, una figura referente en cuanto a temas

culturales se trata; su trabajo como director de TV UNAM implica un compromiso

de vinculación entre la sociedad y cultura que de ella emana. Por ello resulta

increíble que alguien cuya responsabilidad sea la de acercar la cultura, y la

ciencia también, al gran público se declare a favor de lo contrario.

La postura predominante del columnista de Milenio es de un engreimiento y

pedantería gratuitos procedentes de una banal pretensión de intelectualidad.

Como si la alta cultura y la cultura popular fueran enemigos naturales, como si


conocer de Boris Vian te pusiera en un nivel superior y te apartara de los simples

mortales que escuchan Juan Gabriel.

Es insultante e inverosímil que el encargado de establecer una comunicación y un

dialogo entre la cultura y la población no se dé cuenta que la reticencia de la

segunda para con la primera exista justamente por el cliché que él encarna tan

fielmente: el iluminado que muestra desprecio por las expresiones vulgares. Tales

posturas, lejos de ser inteligentes, reflejan complejos y valoraciones erróneas que

solo dañan al tejido social.

Ciertamente la cultura puede servir como un factor y un indicador de que tan

avanzada es una sociedad, pero también es una expresión de lo que esa sociedad

es y produce, así que colocar arbitrariamente a ambas en niveles distintos es,

cuando menos, un error. Darle a la cultura un estatuto de superioridad de clase es

negar la posibilidad de que aquella sea un instrumento para la emancipación de

esta. Y, sobre todo, es particularmente irresponsable e inconsciente, políticamente

hablando, encasillar a un autor a una sola clase social y despreciarlo por eso,

cuando su popularidad e importancia cultural radica justo en la transversalidad de

su legado. Establecer un juicio de valor desde una aparente superioridad de clase

solo acrecienta los complejos y desconfianzas a ambos lados de la línea divisoria.

Ya no hablemos del final de su escrito, pues al auto afirmase como esnob se está

acuartelando ante cualquier posible cítrica, lo cual no significa otra cosa que cerrar

la posibilidad a todo dialogo, o a toda postura que concuerde con su visceralidad.

Una posición bastante intelectual, de eso no hay duda.


Y que no se confunda, el señor tiene todo el derecho de no gustarle Juan Gabriel,

de hecho yo tampoco soy fan. Pero si de clases se trata, yo prefiero ser el

protagonista de la historia…

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