Sei sulla pagina 1di 236

EN RICO BERTI

El pensamiento político de
Arist ót eles
T RA D U C C I Ó N D E H EL E N A A G U I L A

R
ED I T O RI A L GRED O S, S. A.

MADRID
Tít ulo original italiano: IIpensiero politizo di Ansíatele.
© (íius. Latcrza íc Kigli, 1997. T ck Io s los derechos reservados.
Publicado de acuerdo con Marco Vigevani Agenzia Letteraria.
© de la traducción: Helena Aguila Ruzola, 2012.
© EDITORIAL GREDOS, S. A., 2012 .
López de Hoyos, 141 - 28002 Madrid.
www.editorialgredos.com

Primera edición: marzo de 2012.

.: GBECOO9
r ef
isbn : 978-84-249-2604-5
d epó si t o l eg a l : m . 5.994-2012

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito


del editor cualquier forma de reproducción, distribución,
comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida
a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro
(Centro Español de Derechos Reprográftcos, www.cedro.org)
si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra
(www.conlicencia.com; 91 702 19 70/ 93 272 04 47).
Todos los derechos reservados.
C O N T EN I D O

I. LA CIENCIA POLÍTICA, 9
II. LA CIUDAD, 21
III. LA FAMILIA, 39
IV. LA CRÍTICA A PLATON, 59
V. LA CONSTITUCIÓN, 73
VI. CÓMO SE TRANSFORMAN Y COMO SE CONSERVAN LAS
CONSTITUCIONES, 91
VIL LA CIUDAD FELIZ, 103
Nota biobibliográfica, 123

ANTOLOGÍA DE TEXTOS
La ciencia polít ica, 141
La ciudad, 147
La fam ilia, 153
La crítica a Plat ón, 175
Las constituciones, 193
Los cambios de constitución, 221
La ciudadfeliz , 225

7
I
L A C I EN C I A PO L Í T I C A

Con el adjet i vo «polít ica» (polit ice), a m enudo sust ant ivado, A r i st ó­
teles designa varias disposiciones o act ividades que pueden agr u par ­
se en dos gran des cat egorías, act ividades de la «ciencia» (episteme)
política y act ividades de la «prudencia» iphronesú) polít ica, cada una
de las cuales, com o verem os, se di vide a su vez en ot ras especies.
Arist ót eles m enciona, por así decirlo, oficialm ent e la «ciencia polít i­
ca» (polit ice episteme) al principio del gr u po de t rat ados dedicados a
la llam ada «filosofía práct ica», es decir, en el Li br o I de la Ét ica a
Nicómaco (como es bien sabido, los ot ros t rat ados son la Ét ica Eude-
m ia, la Gran ética y la Polít ica propiam ent e dicha).
En dicho libro, t ras recordar que t odo «art e» (techne) o discipli­
na y t odo «m ét odo» (methodos) o t rat ado cient ífico, así com o toda
acción y t oda decisión, t ienden a un fin, esto es, a un bien, Arist ót eles
añade que, así com o exist e una jer ar quía ent re los fines, pues los
unos son m edios para alcan zar los ot ros, t am bién exist e una jer ar ­
quía ent re las «art es» y las «ciencias» (epistem ai), pues algunas están
subordinadas a ot ras, razón por la cual las denom inam os «ar quit ec­
t ónicas».' El fin al cual están subordinados t odos los dem ás es el bien i.

i. Aristóteles, Ética a Nicómaco, I i . Para esta obra, sigo, en general, la tra­


ducción de A. Plebe publicada en Aristóteles, Opere, ed. G. Giannant oni, Roma-
Bari, Lat erza, 1973. Sin embargo, en este caso, prefiero traducir methodos por
«tratado científico» y no por «investigación». Cit o las obras según la paginación
de la ed. crítica de I. Bekker, Aristotelis Opera, ed. Academia Regia Borussica,
Berlín, 1830-1831, que aparece en todas las traducciones.
9
1(> /•,’/ pensamiento político Je . Instóteles

suprem o (to aristón), objet o de la ciencia «m ás dom inant e y ar quit ec­


t ónica» que exist e: la ciencia «polít ica».2
A cont inuación, Arist ót eles explica por qué el bien suprem o es
objet o de la ciencia política. Por «bien suprem o» ent iende el «bien
del hom bre» {to anthropinon agathon), idént ico para el individuo solo
y para la «ciudad» (polis), aunque, si lo consideram os com o bien de
la ciudad, es «m ás gran de y perfect o», por lo cual es «m ás herm oso
y divino» perseguir el bien de la ciudad. Pero el bien de la ciudad,
com o indica la palabra polis, es objet o de la ciencia «polít ica», por lo
cual el t rat ado (methodos) que va a com enzar t am bién es «polít ico»,
en cuant o exposición de la ciencia polít ica.3
Aclararé el significado del adjet ivo «política» cuando hable de la
ciudad, de la cual deriva la palabra. Ahor a veam os qué significa, en
este contexto, el sustantivo «ciencia». Indudablem ent e, se refiere a
una disposición cognoscit iva, o, com o dirá Arist óteles m ás adelante,
«dem ost rat iva»:4 la «ciencia». Sin em bargo, para Arist ót eles, la «cien­
cia» no difiere de lo que él llam a «filosofía», y em plea ambos t érminos,
episteme y philosophia, com o sinónimos.5 A sí pues, el Est agirit a no con­
cibe la distinción, t ípicamente m oderna, ent re «ciencia» política (o de
la política) ent endida como m era descripción — o, com o diría M . W e-
ber, com o discurso «exento de valoraciones» (wert frei)— y «filosofía»
política (o de la política) ent endida como base, justificación o valora­
ción. Acabam os de ver que la ciencia política de Arist óteles tiene como
objeto el bien y, por lo tanto, incluye valoraciones y juicios de valor.
Por ot ra part e, según Arist ót eles, hay varios tipos de ciencia o, lo
que es lo m ism o, de filosofía: ciencias (o filosofías) «t eorét icas», que
for m an parte del conocim ient o puro (theoria)\ «práct icas», que for ­
m an part e de la acción (praxis), y «poiét icas», que for m an part e de la

2. Ibid., 1094 a 27.


3. Ibid., 1094 b 7- 11.
4. Ética a Nicómaco, V I 3,1139 b 31-32.
5. H e intentado ilustrar este aspecto en mi libro L ’unitá del supere in Aristote-
le, Padua, Cedam, 1965.
/ a i cien cia política 11

producción (poiesis) de un objet o.6 Las ciencias t eorét icas com pren­
den la m at em át ica, la física y la «filosofía pr im er a» (después llam ada
«m et afísica»), las poiét icas com prenden — presum iblem ent e— t o­
das las «art es» y «t écnicas» (technai), y las ciencias práct icas com ­
prenden t odas aquellas cuyo fin es una acción, com o la hípica, la es­
t rat egia o la econom ía (sobre la cual volverem os); ent re estas, la «m ás
dom inant e y arquit ect ónica» es la ciencia polít ica, que, por tanto, es
una ciencia (o filosofía) práct ica;7com o el propio Arist ót eles declara:
«El fin de la política no es el conocim ient o, sino la acción».8
Eso significa que la ciencia política consist e en conocer el bien
suprem o del hom bre, pero, adem ás de conocerlo, t am bién debe con­
t ribuir a alcanzarlo, esto es, a pract icarlo. Y, puesto que Arist ót eles,
en la Ét ica a Nicóm aco, ident ificará el bien suprem o del hom bre con
la «felicidad» (<eudaim onia), el «vi vi r bien» (to eu zen) o el «obrar
bien» (to eu prat t ein), y lo concebirá com o el logro de las m ejores
disposiciones, esto es, de las «virt udes» (arete) caract eríst icas del
hom bre,91
0podem os decir que la ciencia polít ica se propone cont ribuir
a hacer a los hom bres m ás «buenos», «felices» y «virt uosos». En este
sent ido, com part e el m ism o fin que ot ra «polít ica» a la cual t am bién
alude Arist ót eles (sobre la que volverem os): la praxis polít ica, por
ejem plo, la de los legisladores. Pero lo com part e en calidad de «i n ­
dagación» (silepsis) o «búsqueda» (zetesis)'0 esencialm ent e cognoscit i­
va, esto es, de ciencia práctica.

6. M etafísica, VI i.
7. La expresión «filosofía práctica» se encuentra en M etafísica, II 1, 993 b
20-21, donde se dice que su fin es la acción (ergon); en cambio, el fin de la filosofía
teorética es la verdad.
8. Ética a Nicómaco, I 3, 1095 a 5-6. [En general, para la Ética a Nicómaco
sigo la traducción de J. Pallí (M adrid, Credos, 2010). (N. de la í.)|
9. Cf. Ética a Nicómaco, I 4, 1095 a 14-20. Sobre la concepción de la felici­
dad, véanse los caps. 6 y 7. En I 6, 1098 a 16-18, el bien del hombre, es decir, la
felicidad, se define como «actividad del alma conforme a la virtud».
10. Cf. Ética a Nicómaco, 1 13, 1102 a 5-13, donde el autor dice que el fin de
los «verdaderos» políticos, por ejemplo, de los legisladores de Creta y Esparta, es
12 /•.’/ pensamiento político ile . \mtóteles

La definición de la ciencia política com o conocim ient o del bien


(que coincide con lo que, a part ir de Arist ót eles, se denom ina «ét i­
ca») y, a la vez, com o ciencia práct ica, cuyo fin es hacer m ejores a los
hom bres, nos perm it e sit uar hist óricam ent e la post ura de Arist ót eles
con relación a la filosofía m oderna y a la filosofía política ant erior a
él, en part icular a la filosofía de Plat ón. L a concepción de la ciencia
polít ica com o conocim ient o del bien, esto es, la coincidencia en­
t re polít ica y ét ica, dist ingue la post ura de Arist ót eles de la ciencia y
la filosofía polít icas m odernas, pero, indudablem ent e, la apr oxim a a
la post ura de Plat ón. Insist en en ello varios filósofos de la segunda
m it ad del siglo xx, com o L eo St rauss y Er i c Voegelin , que cont rapo­
nen la filosofía polít ica de Plat ón y Arist ót eles a las ciencias políticas,
o sociales, m odernas de or igen weberiano, y t am bién a la filosofía
polít ica de M aquiavelo y H obbes, quienes concebían la polít ica com o
disciplina aut ónom a de la ét i ca."
Plat ón y Arist ót eles coinciden al ident ificar la ciencia política
con la ética, pero sus post uras divergen en m uchos aspect os. Por
ejem plo, Arist ót eles, en su concepción de la ciencia polít ica, int rodu­
ce la dist inción ent re ciencias (o filosofías) t eorét icas y ciencias (o fi ­
losofías) práct icas, dist inción del t odo ajena a Plat ón. Est e concibe la
ciencia polít ica, esto es, el conocim ient o del bien suprem o, com o algo
idént ico a lo que él denom ina la «dialéct ica», esto es, el conocim ien­
to de las ideas o la filosofía m ism a, at ribuyéndole com o objet o la idea
del bien, que es la causa del ser y del conocer para el rest o de ideas,
es decir, el principio de t odo.'2 En cam bio, Arist ót eles dist ingue la

«hacer que los ciudadanos sean buenos», fin que también atribuye, aunque en­
tendido como objeto de indagación y búsqueda, a la ciencia política.
n . Cf., por ejemplo, L. Strauss, Che cos’é lafilosofía política?, trad. it., Urbi-
no, Argalia, 1977 (ed. orig. 1954) [hay trad. cast.: ¿Q ué esfilosofía política?, M a­
drid, Guadarram a, 1970I; E. Voegelin, La nuova scienza política, trad. it., Roma,
Borla, 1968 (ed. orig. 1952) Ihay trad. cast.: La nueva ciencia de la política, M adrid,
Kat z, 2006].
12. Cf. Platón, República, VI 509 B. Para las obras de Platón utilizo la pagi-
i m ciencia política

ciencia polít ica, com o conocim ient o del bien suprem o del hom bre,
de todas las ciencias t eorét icas, incluida la filosofía pr im er a o m et a­
física, pues, aunque su objet o sea un bien suprem o, se t rat a de un
bien suprem o que nada tiene que ver con el hom bre, porque es una
de las causas prim eras del t odo o pr im er m ot or inm óvil: D i os.'3 Por
eso, algunos sost ienen, con r azón, que Arist ót eles es el fundador de
la «filosofía pr áct i ca»,'4 y gr an part e de la corrient e de la filosofía
m oderna conocida com o «rehabilit ación» o «renacim ient o» de la fi ­
losofía práct ica tiene com o aut or de referencia a Ar ist ót eles.'5
Com o ciencia (o filosofía) práct ica, la ciencia polít ica cuent a con
un estat uto epist em ológico dist int o al de las ciencias t eorét icas, esto
es, posee m enor «r igor » (ftkribeid) o precisión, ya que su objet o, el
bien o los bienes, en opinión de Ar ist ót eles, «present an m uchas d i ­
vergencias y posibilidades de er r or », puest o que las m ism as cosas,
por ejem plo, la r iqueza o la valent ía, pueden ser un bien o un m al
según cuáles sean las sit uaciones o las personas im plicadas. A t ravés
de dichos bienes es posible m ost rar la «ver dad», lo cual es propio de
cualquier ciencia, pero solo «de for m a sum aria y apr oxim ada» ipa-
chyclos kai typó)\ y t am bién es posible hacer dem ost raciones, com o es
propio de cualquier ciencia, aunque part iendo de prem isas que solo
son válidas «en la m ayor part e de los casos», con lo cual se llega a
conclusiones del m ism o tipo. Por eso, la ciencia polít ica se diferencia
de la m at em át ica, basada en dem ost raciones rigurosas, y de la ret ó-

nación tradicional que aparece en la ed. de Stephanus, incluida en todas las tra­
ducciones.
13. Aristóteles, M etafísica, XI I 7, 1072 a 35-b 30.
14. Cf. G. Bien, La filosofía política di Aristotele, trad. ¡t., Bolonia, II M ulino,
1985 (ed. orig. 1973), págs. 11- 17.
15. Cf. M. Riedel (ed.), Rehabilitierung der praktischen Philosophie, 2 vols.,
Freiburg, 1972-1974; F. Volpi, «La rinascita della filosofía pratica in Germania»,
en C. Pacchiani (ed.), Filosofía pratica e scienza política, Abano, Francisci, 1980;
L. Cortella, Aristotele e la razionalitá della prassi: Una analisi del dibattito sulla fi l o ­
sofía pratica aristotélica in Germania, Venecia, Jouvence, 1987; E. Berti, Aristotele
nel Novecento, Rom a-Bari, Lat erza, 1992, págs. 186-244.
H Elpensam ient o polít ico Je Aristóteles

rica, basada en discursos persuasivos.'6 En este aspect o, la post ura de


Arist ót eles es dist int a a la post ura de Plat ón, que at ribuía a la filoso­
fía y, por t ant o, a la ciencia polít ica, un r igor superior al de las m at e­
m át icas, y t am bién a la post ura de algunos filósofos m odernos, com o
H obbes y Spi n oza, quienes conciben, respect ivam ent e, la ciencia po­
lít ica y la ética com o disciplinas dot adas de un m ét odo r igurosam en­
te geom ét r ico.'7
Pese a ser una ciencia práct ica, no debem os con fun di r la ciencia
polít ica con ot ra for m a de saber práct ico, m ejor dicho, de i nt eligen­
cia práct ica, for m a que t am bién t eoriza Arist ót eles y que no es una
ciencia, sino un t ipo de disposición int elect ual o «vi rt ud dianoét i-
ca»; m e r efi er o a la «pr udencia» o «sensat ez» (phronesis). Se t rat a de
una disposición o vir t ud de la part e «opinat iva» o «calculadora» del
alm a, m ient ras que la ciencia, aun siendo práct ica, es una disposi­
ción de la part e «cient ífica», y consist e en la capacidad de deliber ar
bien, esto es, de calcular con exact it ud los m edios m ás ¡dóneos para
llegar a un buen fin previam ent e est ablecido. A sí pues, la pr uden ­
cia, a diferen cia de la ciencia, aunque sea práct ica, no hace dem os­
t raciones, y el único t ipo de ar gum en t ación que ut iliza es el llam ado
silogism o práct ico, un cálculo de los m edios para alcan zar un fin
preest ablecido, que desem boca en la acción. A diferen cia de la cien­
cia, la prudencia no afect a únicam ent e a los univer sales, sino t am ­
bién, y sobre t odo, a los part iculares, dado que la acción siem pre es
par t i cu l ar .'8
En el ám bit o de la cit ada «rehabilit ación de la filosofía práct ica»,
exist e una frecuent e t endencia a ident ificar la filosofía práct ica de
Arist ót eles con la prudencia. T al es el caso, por ejem plo, de Ga-
dam er, uno de los m ayores exponent es de esta corrient e, quien, en
Verdad y método, indica la filosofía práct ica de Arist ót eles com o m o- 1
8
7
6

16. Ética a Nicómaco, I 3,1094 b 11*27-


17. Abordé extensamente el método de la filosofía práctica de Aristóteles en
el libro L e ragioni di Aristotele, Rom a-Bari, Lat erza, 1989.
18. Ibid., V I , caps. 5 y 7.
/a í ciencia política '5

«lelo de su filosofía herm enéut ica y la define m ediant e los rasgos dis­
t int ivos que Arist ót eles at ribuye a la prudencia, esto es, la estrecha
conexión con la sit uación concret a del sujet o, la im posibilidad de
aprenderla m ediant e la enseñanza y, por t ant o, de olvidar la, la capa­
cidad de síntesis ent re el fin y los m edios y la presuposición de la
experiencia.'9
Ello ha sido el origen de m uchas confusiones en el cam po de la
ciencia política. A l hablar de la prudencia, Arist ót eles la ident ifica
con la «polít ica», refiriéndose, obviam ent e, no a la ciencia polít ica,
sino a la prudencia polít ica, ident ificada con la capacidad de delibe­
rar bien en lo referent e a la ciudad. Adem ás, el Est agi r it a dist ingue
tres tipos de prudencia: la que concierne al bien del i ndividuo (la
única llam ada prudencia en el lenguaje com ún), la que concierne al
bien de la fam i li a y la que concierne al bien de la ciudad. L a más
im port ant e es esta últ im a, puesto que el bien de la ciudad incluye el
bien del i ndividuo y el bien de la fam i li a.” Por eso, Arist ót eles indica
com o m odelo de prudencia a Pericles, un polít ico, el cual sabía «ver»
qué era un bien para sí m ism o y para los dem ás, es decir , sabía deli ­
berar bien, y llam a «prudent es» a los adm inist radores fam iliares y a
los gobernant es de ciudades, sem ejant es a Pericles.*'
A h or a bien, no hay duda de que Pericles y los dem ás gobernan­
tes o «polít icos» no son filósofos, ni siquiera práct icos, pues carecen
de ciencia polít ica y solo t ienen prudencia.” L a dist inción ent re cien­
cia polít ica, pat rim onio del filósofo (aunque sea práct ico, tal com o se
consideraba el propio Arist ót eles), y prudencia polít ica, pat rim onio
del polít ico ent endido com o gobernant e de una ciudad, es ot ra de las1
0
2
9

19. H .-G. Gadam er, Venta e método, trad. it., M ilán, Fratelli Fabbri, 1972
(ed. orig. 1960), págs. 365 y 376. [H ay trad. cast.: Verdad y método, Salamanca, Sí­
gueme, 1984-1992.]
20. Ética a Nicómaco, VI 8 ,114 1 b 23-1142 a 11.
21. íbid., 5 , 1140 b 7- 11.
22. Insistí en estas distinciones en E. Berti, «Phronesis et Science politique»,
en P. Aubenquey A. Tordesillas (eds.), Aristotepolitique: Études sur la «Politique»
d'Aristote, París, PU F, 1993, págs. 435-460.
i(i El pensamiento político ile Aristóteles

diferencias exist ent es ent re la post ura de Arist ót eles y la de Plat ón.
Es bien sabido que, para este últ im o, el filósofo debe ser t am bién
gobernant e, o el gobernant e debe ser t am bién filósofo; en cam bio,
para el Est agi r it a, el filósofo polít ico y el gobernant e son dist int os, al
igual que lo son sus respect ivas com pet encias.23
Según Arist ót eles, la prudencia polít ica incluye dos capacidades:
la de hacer buenas leyes o norm as de caráct er general, que se llam a
prudencia legislat iva y es «arquit ect ónica» en el cam po de la pr u­
dencia política, y la capacidad de deliberar bien, esto es, de hacer
buenos decret os y, por ende, de act uar bien en las sit uaciones par t i­
culares, lo cual suele denom inarse com únm ent e prudencia polít ica.24
L a prudencia legislat iva, si bien no debe confundirse con la ciencia
polít ica en sent ido est rict o, establece con esta una relación peculiar
de colaboración, a la cual Arist ót eles alude al final de la Ét ica a N i-
cómaco, disponiéndose así a dar el paso de esta obra a la Polít ica pro­
piam ent e dicha.
En el últ im o capít ulo del últ im o libro de la Ét ica a Nicóm aco, el
aut or resum e el cont enido de la obra declarando que ha t rat ado de la
felicidad, la vir t ud, la am ist ad y el placer para conocer dichas cuali­
dades y t am bién para ponerlas en práct ica, esto es, para «llegar a ser
buenos». D e este m odo, el Est agi r it a confirm a el caráct er práct ico de
la ciencia en cuest ión. D espués, añade que para alcanzar tal objet ivo
no bast an los razonam ient os, sino que se precisan un buen caráct er
nat ural y una buena educación. Solo pueden proporcionar esta últ i­
m a unas buenas leyes, que posean capacidad coercit iva y se basen en
la prudencia y la int eligencia. A sí pues, para com plet ar la obra de la

23. R. Bodéüs pone de relieve esta diferencia; cf. Lephilosophe et la Cité: Re­
cherches sur le rapport entre morale et politique dans la pensée d'Aristote, París, 1982,
y «Savoir politique et savoir philosophique», en G. Pat zig (ed.), Aristóteles’ «Poli-
tif(»: Akten des X I. Symposium Aristotelicum, Got inga, Vendenhoeck & Ruprecht,
1990, págs. 102-124. N o obstante, Bodéüs concibe la ciencia política como un sa­
ber prevalentemente teórico, por lo cual tiende a identificar el saber práctico úni­
camente con la prudencia.
24. Ética a Nicómaco, VI 8 ,114 1 b 23-27.
I ai acu n a política 12

ciencia política se necesita la colaboración de buenos legisladores,


esto es, de buenos políticos, en el sent ido de hom bres con prudencia
política; y, com o hemos vist o, dent ro de esta la m ás im port ant e es la
prudencia legislat iva.25
Ll egado a este punt o, A r ist ót eles señala que, en el ám bit o de la
polít ica, a di fer en ci a de cuan t o sucede en las ot ras art es, las perso­
nas que t ransm it en capacidades o com pet encias no coinciden con
las personas que operan a par t i r de ellas, com o ocur r e, en cam bio,
con los m édicos o los pint ores. En el cam po de la polít ica, algunos,
a quienes A r ist ót eles den om i n a «sofist as», declaran que la ense­
ñan sin ponerla en pr áct ica; ot ros, por el con t r ar io, ponen en pr ác­
tica la polít ica sin escr ibir ni h ablar de ella, y el Est agi r i t a los llam a
«polít icos», en el sent ido, obvi am ent e, de gobernant es. A r i st ót e­
les desapr ueba a los pr im er os, ya que, si bien declaran hacerlo, es­
tán m uy lejos de enseñar polít ica, pues no saben qué es ni de qué
t rat a; se li m it an a decir que es idént ica o i ncluso peor que la r et ó­
rica y a r ecopil ar leyes, com o si eso bast ara par a ser buenos legi sl a­
dores.26
N o está m uy claro quiénes son los «sofist as» a los que se refiere
Arist ót eles; tal vez aluda a Isócrat es, quien enseñaba ret órica para
for m ar a polít icos.27 L o que sí está el ro es que, según el Est agi r it a,
no es así com o se debe enseñar polít ica, sino que, ant es de nada, es
necesario decir qué es y de qué t rat a, esto es, cuál es su objet o. A d e­
m ás, solo pueden enseñar bien la polít ica «los hom bres de experien­
cia», quienes «juzgan rect am ent e de las obras de su cam po y ent ien­
den por qué m edios y de qué m anera se llevan a cabo, y t am bién qué
com binaciones de ellos ar m on i zan ».28 A t ravés de estas expresiones
se perfila con claridad la función de la ciencia polít ica, que es ense­
ñar a los polít icos o legisladores qué const it uciones son buenas y cuá-

25. Ibid., X 9 ,118 0 b 25-31.


26. Ibid., 1180 b 31- 118 1 a 17.
27. Es una suposición de I. Spengel. Cf. Isócrates, Antidosis, págs. 79 ss.
28. Aristóteles, Ética a Nicómaco, X 9, n 8 i a 17-b 9.
iH ¡ü pensam iento polít ico de . insidíeles

les no lo son, qué leyes se deben hacer y cuáles son las m ás adecuadas
en ciert as situaciones.
A sí, Arist ót eles concluye que, com o sus predecesores no t rat aron
adecuadam ent e de la legislación (expresión que t rasluce insat isfac­
ción ant e la obra de Plat ón, sobre la que volverem os), «quizá será
m ejor que lo exam inem os nosot ros, y en general la m at eria concer­
nient e a las const it uciones (peri polit eias), a fin de que podam os com ­
plet ar, en la m edida de lo posible, la filosofía de las cosas hum anas
(peri ta anthropeia philosophiaj».29 L a función de la filosofía que con­
cierne a las cosas hum anas o filosofía práct ica, coincident e con la
ciencia política, es, pues, i ndagar en las const it uciones, es decir, en las
dist int as form as de gobierno, con el fin de enseñar a los legisladores
cuáles son buenas y cuáles no lo son, cuál es la m ejor y cuáles result an
adecuadas en det erm inadas sit uaciones. Y el filósofo polít ico no se
ident ifica con el legislador, esto es, con el polít ico m ilit ant e, com o
debía ser según Plat ón, sino que, en ciert o sent ido, está a su servicio,
y, gracias a la experiencia adqui r i da a t ravés de sus indagaciones, le
proporciona crit erios de juicio para obrar con rect it ud.
Con dichas indicaciones, Arist ót eles se aleja de Plat ón y, dent ro
de la ciencia política en sent ido am plio, esto es, de la ciencia del bien
suprem o del hom bre, int roduce una dist inción ent re lo que podr ía­
mos llam ar la ciencia polít ica di r igi da al i ndividuo, es decir, la ética
individual o ética en general, expuest a en la Ét ica a Nicóm aco y las
ot ras dos Ét icas, y lo que podríam os llam ar la ciencia política d i r i gi ­
da a los gobernant es, cuyo objet ivo es inst aurar una especie de ética
colect iva, es decir, la filosofía polít ica en sent ido estrict o, que el aut or
expondrá en su obra t it ulada Polít ica. Plat ón no hace esta dist inción,
que m ás t arde se convert irá en la dist inción t radicional ent re ética y
política.
Arist ót eles concluye la Ét ica a Nicómaco anunciando los cont eni­
dos de la Polít ica: un exam en de las opiniones de sus predecesores
sobre las constit uciones (Li br o II); una búsqueda de las causas que

29. Ibid., 1181 b 12-15.


I m fien fia política iy

conservan o dest ruyen las ciudades o las const it uciones, basada en


las 158 const it uciones recopiladas por el m ism o aut or, y de las causas
por las que algunas ciudades están bien gobernadas y ot ras no ( L i ­
bros I I I - V I ) ; y, por últ im o, una ident ificación de la m ejor const it u­
ción, de cóm o debe est ar ordenada cada ciudad y de cuáles son las
leyes y usos m ás oport unos (Li br os V I I - V I I I ) . Com o puede verse, se
irat a de buscar causas, es decir, de una ver dadera ciencia, aunque
práct ica, ya que tiene un objet ivo práct ico: ayudar al legislador.
En realidad, la ética t eorizada en la Ét ica a Nicóm aco, que culm i ­
na en la ident ificación de la felicidad con la vida t eorét ica, esto es,
con la vida dedicada al est udio y la ciencia, era una ética que solo
podían pract icar los filósofos, pues no se podía pret ender que todos
los hom bres llevaran ese t ipo de vida. En r igor, los filósofos t am poco
podían pract icar esa vida, a menos que vivier an en una ciudad bien
ordenada que les perm it iera, al m enos a algunos de ellos, dedicarse a
la vida t eorét ica. Por eso, era necesario un orden de t ipo est rict am en­
te político en la ciudad.
Adem ás de todo ello, Arist ót eles se proponía const ruir una cien­
cia práctica para que todos los hom bres, no solo los filósofos, alcanza­
ran su propio bien. Y sentía la necesidad de poner a disposición de
todos, adem ás de la ética expuest a en la Nicom áquea, ot ra ciencia, la
ciencia política en sent ido estrict o, a t ravés de la cual los legisladores
podían ordenar bien la ciudad y perm it ir que todos los ciudadanos,
incluidos los no filósofos, accedieran, al m enos en part e, a la felicidad.
El conjunt o de am bos t rat ados, la ética propiam ent e dicha y la ciencia
política en sent ido estrict o, const it uye esa ciencia política en sent ido
am plio cuyo fin es alcanzar el bien suprem o del hom bre, esto es, el
bien de la ciudad y, por ende, el bien de cada individuo. Solo que se
trata de una ciencia filosófica, pues es obra del filósofo, y, com o tal, es
ajena a cualquier form a de prudencia individual o política.
A l igual que la ét ica, la ciencia política en sent ido estrict o, pese a
ser una ciencia práct ica, ut iliza, am én de procedim ient os dem ost rat i­
vos de caráct er sum ario y aproxim ado, procedim ient os clasifícat enos
semejant es a los que em plea Arist ót eles en zoología. D e hecho, el Es-
20 El pensamiento político de Aristóteles

t agirit a se refiere a la clasificación de las constituciones para ilust rar


dichos procedim ient os, que consisten en di vidir cada ciudad en varias
part es, según las dist intas cat egorías de ciudadanos que las int egran,
y en exponer t odas las com binaciones posibles ent re dichas partes;
luego, a cada com binación le corresponde un t ipo de constit ución.303
1
L a t ipología obt enida de este m odo t am bién posee una finalidad
práct ica: valorar las constit uciones para elegir la m ejor de todas.
L a copresencia de un m om ent o analít ico-descript ivo y un m o­
m ent o valorat ivo-prescript ivo apr oxim a la ciencia polít ica a las tech-
nai, en part icular a las technai no product ivas que consist en en el uso
de det erm inados conocim ient os, com o la m edicina y el art e de pilo­
t ar barcos, conocim ient os que el m ism o Arist ót eles com para a me«
nudo con la polít ica. En el caso de la m edicina, la copresencia de
diagnosis y t erapia da lugar a un estat uto epist em ológico sim ilar al
de la polít ica, ya sea ent endida en su sent ido m ás gen eral, según el
cual coincide con la ét ica, ya sea ent endida en su sent ido m ás est rict o,
según el cual se diferencia de esta.3'

30. Cf. Aristóteles, Política, I V 4,1290 b 20-39. Ilustra ampliamente este mé­
todo W . Leszl, «La política é una technel e richiede un'epistemel Uno studio
sull’epistemologia della Política di Aristotele», en E. Berti y M. M. Napolitano
Valdit ara (eds.), Etica, Política, Retorica: Studi su Aristotele e la sua presenza nell’etá
moderna, L ’Aquila, Japadre, 1989, págs. 75-134.
31. Subrayan la analogía entre ética y medicina W . Jaeger, «Aristotle’s Use
of M edicine as M odel o f Method o f his Ethics», en Journal o f H ellenic Studies,
L X X V 1I (1975), págs. 54-61 (reimpr. en íd, Scripta minora, Roma, Edizioni di
Storia e Letteratura, 1960); G. E. R. Lloyd, «The Role o f medical and biological
Analogies in Arist otle’s Ethics», en Phronesis, XI I I (1968), págs. 68-83; W . Fied-
\ tx,Analogiemodelle bei Aristóteles, Amst erdam, Grüner, 1978. En cuanto a la po­
lítica, véase Leszl, op. cit, esp. los magníficos esquemas de las págs. 129 y 134.
2
L A CI U D A D

( !(imo hem os vist o, el objet o de la ciencia polít ica es el bien suprem o


del hom bre, que Arist ót eles ident ifica con el bien de la ciudad, a la
cual define com o una com unidad const it uida con vist as a alcan zar
un bien que incluye t odos los dem ás bienes: el bien suprem o. Por
ello, la ciencia polít ica, com o su propio nom bre indica, t rat a de la
ciudad.
Con el t érm ino «ciudad» t r aduzco el gr i ego polis, del cual der i ­
va el adjet i vo «polít ico», que for m a part e del léxico filosófico occi­
dent al. En t iem pos de Ar ist ót eles, la polis era una r ealidad exist ent e
en Gr eci a desde hacía varios siglos, r ealidad que no ha vuelt o a re­
petirse a lo lar go de la hist oria, salvo quizá en la época de las ciuda-
des-Est ado m edievales. L a polis no coincide con la ci udad act ual,
puesto que, a di feren ci a de esta, incluye el t er r it or io de los alr ede­
dores, necesario para gar an t i zar su independencia económ ica, y no
form a part e de ningún Est ado soberano, sino que posee com plet a
aut onom ía.' T am poco coincide con el Est ado act ual, el cual es una
realidad hist órica m uy concret a, nacida a principios de la edad m o­
derna, que present a caract eríst icas inexist ent es en la polis gri ega.i.

i. Existe una amplia bibliografía sobre las características de la polis griega.


Véanse esp. F. de Coulanges, La cittá atttica, trad. it., Bari, Lat erza, 1925 [hay
trad. cast.: La ciudad antigua, M adrid, Edaf, 1982]; G. Glot z, La cittá greca, trad.
it., Turín , Einaudi, 1948 [hay trad. cast.: La ciudad griega, México, Unión Tipo­
gráfica Editorial H ispano Americana, 1957J; V. F.hrenberg, Der Staat dergriechen,
Leipzig, Teubner, 1961.
21
22 E l pensam iento poli tu o de Aristóteles

Por ello, es tan discut ible t raducir polis por «Est ado» com o por
«ciudad»/ y ut ilizo la segunda opción sim plem ent e por com odidad.
A l principio de la Polít ica, Arist ót eles define la polis com o una
kpinonia, t érm ino que puede t raducirse por «com unidad», pues
equivale perfect am ent e a est a, siem pre que no le dem os el sign ifica­
do t écnico que ha adqui r i do en el lenguaje sociológico m oderno, se­
gún el cual se opone a «sociedad». El aut or de tal cont raposición,
Fer din an d Tón n ies, define la «com unidad» com o un conjunt o de
personas unidas por un vínculo preexist ent e e independient e de sus
volunt ades, por ejem plo, el or igen com ún, la lengua, la t radición, la
cult ura y la «sociedad», ent endida com o conjunt o de personas uni­
das por un objet ivo com ún elegido librem ent e, que se act iva m e­
diant e una for m a de colaboración ent re ellos.2
34Si part im os de esta
dist inción, la polis, al m enos tal com o la define Arist ót eles, no es una
com unidad, sino una sociedad.
Según Arist ót eles, t oda kpinonia se const it uye con vist as a alcan­
zar un bien, y la que tiene com o fi n el bien m ás im port ant e — el que
en la Ét ica a Nicóm aco se define com o el bien del hom bre: la felici­
dad— es la com unidad m ás im port ant e e incluye al rest o de com u­
nidades. Esa es la polis, la kpinonia polit ike, expresión de puede t ra­
ducirse com o «sociedad polít ica».3 A h or a bien, conviene señalar que

2. El traductor al italiano de la Política publicada por la editorial Lat erza,


Renato Laurenti, traduce polis por «Est ado»; en cambio, C. A. Viano, quien tra­
dujo al italiano la misma obra para la editorial U T ET , optó por el término «ciu­
dad». Viano utiliza la misma opción en su antología de la Política editada por
Lat erza.
3. F. Tónnies, Comunitá e societá, trad. it., M ilán, Comunitá, 1979 (ed. orig.
1887) [hay trad. cast.: Comunidad y asociación, Barcelona, Península, 1979). Tón ­
nies simpatiza abiertamente con la comunidad; en cambio, J. M aritain, L ’uomo e
lo Stato, trad. it., M ilán, Vit a e pensiero, 1983 (ed. orig. 1951) [hay trad. cast. El
hombre y el estado, M adrid, Encuentro, 1997I prioriza la sociedad y declara que la
polis griega pertenece a esta última categoría.
4. Aristóteles, Política, I 1, 1252 a 1-7. Laurenti traduce kpinonia politike por
«comunidad estatal», pero yo, por las razones expuestas, prefiero la traducción
«sociedad política». Escribí acerca del significado de esta expresión en «Storicitá
/ .</ t it u lad 23

dir lia expresión, a diferencia de cuant o ocurre en el lenguaje m oder­


no, no designa a la clase gobernant e, sino al conjunt o de los ci udada­
nos, esto es, de quienes colaboran para alcan zar el bien com ún; algo
que, en el lenguaje cient ífico m oderno (p. e., el lenguaje de H obbes
o de Rousseau), se denom ina el «cuerpo polít ico».
La definición arist ot élica de polis está m ás cerca de la definición
liegeliana de «Est ado polít ico», que indica un «t odo», un ent ero,
una t ot alidad. Por algo H egel t radujo el gr i ego polis con Staat, si­
guiendo una t endencia frecuent e en las prim eras t raducciones ale­
manas de la Polít ica (J. G. Schlosser, 1798; Ch . Gar ve, 1799).5 Per o el
Est ado de H egel const it uye un t odo en cuant o sínt esis de «fam ilia»
y «sociedad ci vil», m ient ras que la polis de Arist ót eles const it uye un
lodo por ser un conjunt o de m uchas fam ilias, o grupos de fam ilias
(las «aldeas»), sin que exist a t odavía la «sociedad civil» m oderna. En
realidad, la síntesis que deseaba H egel no se ha hecho realidad en la
época m oderna, razón por la cual el Est ado m oderno, lejos de ser un
todo, solo es una part e de la sociedad, la part e cont rapuest a a la so­
ciedad civil m oderna, car act erizada, com o dice M ax W eber, por el
«m onopolio de la fuerza física legít im a».6
Com par ada con el Est ado m oderno definido en los t érm inos ex­
puestos, la polis de Arist ót eles presenta varias diferencias. En prim er
lugar, com o ya he dicho, esta es un t odo, no form a part e de nada,

cd attualitá della concezione aristotélica dello Stato», en Verifiche, VI I (1978),


pAgs. 305-358, y en las voces «Societa civile-Societá política» y «Stato» del D izio-
nario delle ideepolitiche dirigido por E. Berti y G. Campanini, Roma, Ave, 1993.
5. Sobre las primeras traducciones alemanas, cf. M. Riedel, Metaphysif( und
Metapolitif^: Studien su Aristóteles zur politischen Sprache der neuzeitlichen Philoso-
phie, Francfort del Meno, Suhrkam p, 1975 (trad. it.: Bolonia, II M ulino, 1990, la­
mentablemente incompleta). Acerca de la actitud de H egel respecto a la política
de Aristóteles, véase K. H . Ilting, «H egels Auseinandersetzung mit der aristote-
lischen Polit ik», en Philosophisches Jahrbuch, L X X I (1973), págs. 38-58.
6. Cf. M. W eber, I I lavoro intellettuale como professione, trad. it., Turín, Ei-
naudi, 1996 (ed. orig. 1920), pág. 48. (H ay trad. cast.: El trabajo intelectual como
profesión, Barcelona, Bruguera, 1983.]
24 El pensamiento político tic. It istóteles

m ient ras que el est ado es una part e de la sociedad. En segundo lu­
gar , la polis no posee el m onopolio del uso legít im o de la fuer za, pues
una part e de ella corresponde legít im am ent e a la fam ilia o «casa»,
que, para Arist ót eles, es ot ra com unidad de gran im port ancia int er­
na a la polis. En t ercer lugar, la polis tiene com o fin el bien suprem o
del hom bre, es decir, su felicidad, m ient ras que el Est ado m oderno
tiene com o fin, sust ancialm ent e, la paz, esto es, el orden int erno, ga­
r ant izado m ediant e el uso de la fuerza.
Pese a t odo, la polis t am bién posee una aut oridad, un derecho
legít im o a usar la fuer za, que Arist ót eles llam a arche («m ando» o
«gobierno»), el cual, com o verem os enseguida, se rige por la consti­
t ución, que Arist ót eles define com o el orden de la ciudad, el m odo
en que se dist ribuye y coloca el gobierno dent ro de la polis.
L a alusión al gobierno aparece al principio de la Polít ica, después
de la definición de polis, en un pasaje crucial:

Cuantos opinan que es lo mismo ser gobernante de una ciudad, rey,


administrador de su casa o amo de sus esclavos, no dicen bien. Creen,
pues, que cada uno de ellos difiere en más o en menos, y no específica­
mente. Como si uno, por gobernar a pocos, fuera amo; si a más, admi­
nistrador de su casa; y si todavía a más, gobernante o rey, en la idea de
que en nada difiere una casa grande de una ciudad pequeña.7

A qu í, Arist ót eles presupone que la fam ilia y la ciudad deben tener


un jefe, alguien que m ande: el adm inist rador o am o en el caso de la
fam ilia y el rey o el político en el caso de la ciudad. Y punt ualiza, sin
duda en abiert a polém ica con Plat ón, que la diferencia ent re fam ilia
y ciudad no es de cant idad, sino de especie; se t rat a de sociedades de
dist int as especies o clases, por lo cual t am bién exist en diferencias en­
tre quien gobierna la fam ilia y quien gobierna la ciudad. En seguida
verem os que gran parte de la crít ica de Arist ót eles al pensam ient o

7. Aristóteles, Política, I 1, 1252 a 7-13. [En general, para las citas de la Polí­
tica sigo la traducción de M. García Valdés (M adrid, Gredos, 1985). (N. de la í.)|
/ ai ciudad *5

polít ico de Plat ón puede resum irse en esta acusación de haber conce­
bido la ciudad com o una gr an fam i li a y, por t ant o, de haber con fun ­
dido dos sociedades específicam ent e dist intas.
Pero el Est agi r it a prosigue diciendo: «En cuant o al gobernant e y
al rey, cuando un hom bre ejerce solo el poder, es rey; pero cuando,
según las norm as de la ciencia polít ica, alt ernat ivam ent e m anda y
obedece (archon k ai archomenos), es gobernant e».8 El aut or alude a
un t ipo de aut oridad, la aut oridad real, que no considera propio de
la ciudad; de hecho, solo hay reyes en los pueblos no gri egos, don­
de no exist en verdaderas ciudades. El t ipo de aut oridad pr opio de la
ciudad, esto es, el gobierno «polít ico», es el que sigue la ciencia polí­
tica, cuyo objet o es alcan zar el bien suprem o o la felicidad de todos
los int egrant es de la ciudad. A dem ás, en el gobierno propio de la
ciudad, quien gobierna y quien es gobernado no siem pre son la m is­
ma persona, puest o que t odos se suceden en am bas funciones, esto
es, se alt ernan en el poder, por lo cual son gobernant es y gobernados.
Enseguida verem os que, para Ar ist ót eles, am bas caract eríst icas no
pert enecen al gobierno de t odas las ciudades, sino al gobierno de la
que, para él, es la m ejor ciudad o la ciudad ideal; se r efiere, pues, a
la idea o definición de ciudad.
En la Ed ad M edia y en la era m oderna, debido a una int erpret a­
ción errónea de Ar ist ót eles, se ident ificó el «m odelo arist ot élico» de
sociedad con el reino, for m ado por varias ciudades const it uidas, a su
vez, por m uchas fam ilias, con lo cual se ext endió a t oda la sociedad
política el t ipo de gobierno propio de la fam ilia. Est a concepción,
presente, por ejem plo, en T om m aso Cam pan ella y Jean Bodi n , y
t am bién en Robert Fi l m er , supone una cont inuidad ent re la fam ilia,
la ciudad y el reino, y se sirve de la segunda para legit im ar la aut ori­
dad del rey. U n m odelo al que se opondrá el i usnat uralism o de H ob-
bes, Lock e y Rousseau, según el cual, para legit im ar la exist encia de
una aut oridad, es necesario el consenso, el cont rat o social.9 En reali­

8. Ibid., 1252 a 13-16.


9. Sobre esta tema, en particular sobre el llamado «modelo aristotélico» de
2<> El pensamiento político de . Ínstateles

dad, Arist ót eles no adm it e ninguna cont inuidad ent re la fam ilia y la
ciudad, y considera el reino una for m a de gobierno m ás parecida a
la de la fam i li a, donde el jefe «ejerce la aut oridad por sí m ism o»,
a t ít ulo personal, que a la de la ciudad, donde el gobernant e ejerce la
aut oridad «según las norm as» de la ciencia polít ica, con vist as a al­
can zar el bien com ún y con alt ernancia de gobernant es, para que
t odos part icipen en el gobierno.
Est a doct rina contiene la solución a una aporía at ribuida a A r i s­
tóteles: la presunta falt a de legit im ación de la aut oridad política. A l ­
gunos sostienen que Arist ót eles — y antes que él, Plat ón— no da nin­
gun a razón por la cual los gobernant es deban obligar por la fuerza
a los gobernados a com port arse de det erm inada m anera, ni por la
cual los gobernados estén obligados a acat ar la volunt ad o las leyes de
los gobernant es.10 O t ros, m uy acert adam ent e, han objet ado que, para
Arist ót eles, las sociedades hum anas im plican por nat uraleza relacio­
nes de poder necesarias para garan t izar la unidad de la sociedad. Por
tanto, podem os decir que, para Rousseau, el hom bre nació libre; en
cam bio, para el Est agir it a, el hom bre nació para ser parte de una so­
ciedad est ruct urada jerárquicam ent e, y no puede ser feliz si no ent a­
bla relaciones de poder. A sí pues, la aut oridad es necesaria, ya que sin
ella no exist iría la sociedad y el hom bre no podría alcan zar su f i n ."
Adem ás, en la ciudad de Arist ót eles, no exist e un t ipo de legit i­
mación com o el cont rat o social, m ediant e el cual todos los súbdit os
están obligados a acat ar la aut oridad del m onarca a cam bio de ciert as
garant ías. Y el sim ple hecho de for m ar parte de una ciudad im plica
que sus int egrant es deciden colaborar para obt ener un bien com ún, y

sociedad, cf. N . Bobbio y M . Bovero, Societá e Stato nellafdosofta política moderna,


M ilán, II Saggiatore, 1979, esp. págs. 41-45. IH ay trad. cast.: Sociedad y estado en la
filosofía política moderna, M éxico, FCE, 1986.]
10. Cf. Riedel,o/ >. cit ., trad. it. págs. 129-130.
11. Cf. G. Seel, «Die Recht fertigung von H errschaft in der Politif( des Ar i s­
tóteles», en G. Pat zig (ed.), op. cit., págs. 32-62, en parte retomado en íd., «La
giustificazione del dominio della Política di Aristotele», en Berti y Napolitano
Valdit ara (eds.), op. cit ., págs. 57-73.
I m t itulad *7

lo hacen ya sea en un plano de paridad, es decir, part icipando todos,


ya sea t urnándose para ejercer la aut oridad. T al com o verem os, for ­
m ar parte de una ciudad es, hasta ciert o punt o, una necesidad nat ural
del hom bre, pero t am bién im plica una decisión racional, un interés y
un fin, que consiste en alcanzar la felicidad. En el fondo, para Arist ó-
leles, la obediencia a la aut oridad es tan legít im a com o lo era la obe­
diencia a las leyes en el Critón de Plat ón, y a ello se sum a la legit im a­
ción que supone la part icipación de t odo el m undo en el gobierno.
Com o hem os vist o, Arist ót eles ant icipa en las prim eras frases de
su Polít ica la tesis general de la obra, la est ruct ura de la ciudad ideal,
y se dispone a m ost rarla m ediant e lo que podríam os denom inar su
mét odo habit ual, que consiste en an al izar el t odo, en este caso, la
ciudad, en cada una de sus partes. Par a em prender dicho análisis, el
líst agirit a const ruye m ent alm ent e la génesis de la ciudad a t ravés de
una especie de hist oria de sus or ígenes.1* Se t rat a de una hist oria cla­
ram ent e ideal, que no pret ende t ener validez cronológica, cuyo fin
es m ost rar cuáles son las part es const it uyent es de la ciudad, es decir,
cuál es su est ruct ura.
Según Arist ót eles, la prim era part e, el núcleo prim it ivo y fun da­
mental a part ir del cual se desarrolla la ciudad, es la «fam ilia». El
t érm ino gri ego que la designa es oi^ ia, u oi/(os, del cual deriva «eco­
nom ía» (oikonomia), que significa gobierno de la fam ilia. D icho t ér­
mino t am bién designa lo que nosotros llam am os «casa», ent endida
no solo com o edificio para vivir , sino com o conjunt o de personas que
viven en él, lo cual incluye las propiedades necesarias para su sustento
(t ierra, herram ient as, animales). En este sent ido, la «casa» — lo que
los hist oriadores alem anes llam an das ganze H aus— sobrevivió en
Eur opa hasta la Revolución francesa; O t t o Br un n er reconst ruyó su
historia refiriéndose específicamente al concepto aristotélico deoifos.'31
23

12. Aristóteles, Política, 1 1-2, 1252 a 18-26.


13. Cf. O. Brunner, Per una nuova storia costituzionale e sociale, trac!, it., Milán,
Vita epensiero, 1970 (ed. orig. 1968). [Hay trad. cast.: Nuevos caminos de la historia so­
cial y constitucional, Buenos Aires, Alfa, 1976.]
iH E l pen sam iento político <ie \i estófeles

Para Arist ót eles, la fam ilia nace de dos bpininiai, de dos tipos de
asociación: la unión ent re el hom bre y la m ujer, cuyo fin es la repro­
ducción, y la unión ent re el am o y el esclavo, cuyo fin es la conserva­
ción de ambos. En los dos casos, se trat a de asociaciones nat urales,
basadas en el inst into; en el prim ero, en el inst int o sexual, y en el se­
gun do, en el inst into de conservación. N o exist en dudas acerca de la
nat uralidad del inst int o sexual; el m ism o Arist ót eles afi r m a que t o­
dos los seres vivos, plant as y anim ales, incluidos los hum anos, sien­
ten el im pulso nat ural de dejar t ras de sí un ser sem ejant e a ellos, por
lo cual no se t rat a de una elección. Por ot ra part e, el Est agi r it a t am ­
bién considera nat ural la unión ent re am o y esclavo, ya que el pr im e­
ro t iende por nat uraleza a m an dar , pues es capaz de «prever con la
m ent e», y el segundo t iende por nat uraleza a servi r, pues solo «pue­
de con su cuerpo r ealizar estas cosas». La unión de esas dos funcio­
nes es indispensable para la conservación, esto es, para la superviven­
cia de am bos, por lo cual es de int erés com ún .'1
Volverem os sobre esta doct rina, que, obviam ent e, crea m uchas
dificult ades. Ah or a cent rém onos en que Arist ót eles, después de des­
cribir las dos uniones de las que nace la fam i li a — la cual, por t ant o,
incluye a los cónyuges, los esclavos y los hijos, llam ados liber i en lat ín
para no confundirlos con los esclavos— , señala la diferencia exist en­
te ent re la m ujer y el esclavo, basada en la diferencia ent re sus res­
pect ivas funciones. Y deplora que los bárbaros sit úen al m ism o nivel
a la m ujer y al esclavo, hecho que at ribuye a la nat uraleza de esclavos
que poseen todos los bárbaros, incapaces de gobernarse a sí m ism os,
por lo cual concluye que es just o que los griegos dom inen a los bár ­
bar os.'5 Evident em en t e, se t rat a de ideas m achist as, esclavist as y r a­
cistas que eran lugares com unes en t iem pos de Arist ót eles; volver e­
m os sobre ellas m ás adelant e.
Con t odo, la fam i li a no es la única sociedad nat ural; según el
Est agi r it a, la fam ilia es la única sociedad nat ural que tiene com o fin 1
5
4

14. Aristóteles, Política, I 2,1252 a 26-34.


15. Ibid., i 252aj 4 - b 9 .
I ¿i t iudad

sat isfacer las necesidades de la vida cot idiana, presum iblem ent e,
la com ida y la vivienda. Exi st e ot ra sociedad nat ural, que surge de la
unión de m uchas fam ilias; Arist ót eles la llam a «aldea» {¡{orne), y se
dist ingue de la fam ilia porque su fin es sat isfacer necesidades no co­
t idianas, presum iblem ent e, la producción o el int ercam bio de obje­
tos necesarios para sobrevivir, por ejem plo, ropa, calzado y h er r a­
mientas. Arist ót eles no dice m ucho de la aldea, únicam ent e que, en
su form a m ás nat ural, es «una colonia de la casa» o la fam ilia, una
ext ensión de esta, for m ada por «herm anos de leche» e «hijos e hijos
de h i jos».'6
Es m uy int eresant e la observación de Arist ót eles sobre el gobi er ­
no de la fam i li a y la aldea; se t rat a de un gobierno real, o regio, en el
cual el más anciano de cada fam ilia, y de cada aldea, es el gober nan­
te. Por eso, ant año, en las ciudades t am bién gobernaba un rey, «com o
ocurre hoy con los pueblos (ta et hne)», es decir, con los pueblos no
griegos. Y, com o los m itos de los dioses surgieron en la edad pr i m i ­
t iva, se les at ribuyó a los dioses un gobierno de t ipo regio, el m ism o
tipo de gobierno exist ent e en las ciudades pr i m i t ivas.'7Es decir , para
Arist ót eles, el gobierno de t ipo real, el «reino», es t ípico de la fam i ­
lia, que es una sociedad de desiguales, propia de las ciudades pr im i ­
t ivas, sim ilares a la fam i li a, y de los pueblos no griegos, form ados,
com o he dicho, por individuos no iguales, o, en cualquier caso, no
libres.
A sí, a lo largo de esta reconst rucción genét ica ideal, que pret en­
de ser un análisis, llegam os a la ciudad propiam ent e dicha: «L a co­
m unidad perfect a (teleios) de varias aldeas es la ciudad, que t iene ya,
por así decirlo, el nivel m ás alt o de aut osuficiencia (autarkeiá), que
nació a causa de las necesidades de la vida, pero subsiste para el vi vi r
bi en ».'8 Com o puede verse, la ciudad es el t odo, no solo porque la
com ponen vari as aldeas for m adas por vari as fam i li as, sino porque1
8
7
6

16. Ibid., 1252 b 9-18.


17. Ibid., 1252 b 18-27.
18. Ibid., 1252 b 27-30.
V> pensamiento político Je Aristóteles

es perfect a: com plet a, aut osuficient e desde el punt o de vist a econó­


m ico, o de la satisfacción de las necesidades mat eriales, y desde el pun­
to de vista del gobierno (el t ér m i n oautarkeia, «aut osuficiencia», t am ­
bién significa capacidad de aut ogobernarse — archestai— ). L a ciudad
se diferencia de las sociedades ant eriores porque su fin no es sola­
m ent e vivir , o sobr evivir , sino vi vi r bien, es decir, alcan zar la pleni­
t ud de la vida, la felicidad.
Es int eresant e la observación de Arist ót eles, según la cual la ciu­
dad nace para vivir , por una necesidad m at erial, al igual que la fam i ­
lia, y solo una vez const it uida se le añade el objet ivo de vi vi r bien. Se
t rat a de dos funciones dist int as, por lo cual la ciudad t iene dos r azo­
nes de ser: una de ellas t iene que ver con la nat uraleza com o necesi-.
dad, com o inst into; la ot ra, con la nat uraleza com o fin últ im o, com o
perfección, com o verem os enseguida. Tam bi én es int eresant e obser­
var qu e, según el Est agi r i t a, cuan do una sociedad ad qu i er e las
dim ensiones suficient es para gar an t i zar am bos fines, debe conside­
rarse perfect a, esto es, com plet a, y no debe int egrarse en ninguna
sociedad m ás am plia. Lo cual explica las dim ensiones relat ivam ent e
lim it adas de las ciudades griegas com paradas con los reinos bárba­
ros, o con las post eriores m onarquías helenísticas. Podríam os decir
que las prim eras se basan en una filosofía según la cual «lo pequeño
es bello», siem pre que sea aut osuficient e, o sobre lo que luego ha
dado en llam arse «principio de subsi di ar iedad».'9
El hecho de que la ciudad sea una sociedad nat ural se basa en su
doble función; com o dice Arist ót eles, «t oda ciudad es por nat uraleza
(physei), si t am bién lo son las com unidades prim er as». Est a celebé­
r ri m a doct rina, que ya profesaba Plat ón y que ret om ará la t radición
arist ot élica m edieval en su t ot alidad, m usulm an a, judía y crist iana,
aleja la post ura de Arist ót eles del iusnat uralism o o cont ract ualism o
m oderno, según el cual la sociedad polít ica, esto es, el Est ado, nace
de un cont rat o, de una convención o decisión que pone fin a un 1
9

19. Cf. L. Lorenzetti, s.v. sussidiarietá, en Berti y Campanini (eds.), D iziona-


rio delle idee politiche, cit.
/m andad i

«est ado nat ural» an t er i or .20 Con ello, tal vez Arist ót eles t enía in­
tención de oponerse a la cont raposición que est ablecían algunos so­
listas (Ant ifon t e, Li cofr ón ) ent re «nat uraleza» y «ley», así com o al
cont ract ualism o de D em ócrit o, que reaparecería después del epicu­
reism o.2'
O t ra diferencia im port ant e ent re Arist ót eles y el iusnat uralism o
m oderno reside en la form a de concebir la propia nat uraleza. A sí, el
Kst agirit a afirm a:

L a ciudad es el fin (telos) de aquell as [de las com un idades prim eras] , y
la n at ur aleza es fin. En efect o, lo que cada cosa es, un vez cu m pl i do su
desar r oll o, decim os que es su n at ur aleza, así de un h om bre, de un ca­
ballo o de una casa. A d em ás, aqu el l o por lo que exist e al go y su fin es
lo m ejor, y la,aut osuficien cia es, a la vez, un fi n y lo m ejor .22

Com o puede verse, la nat uraleza no es la condición pr im i t iva, el


punto de part ida ni el com ienzo del desarrollo, sino su fin, el telos,
que en gri ego indica el proceso que conduce a un objet ivo y el obje­
tivo m ism o, el t érm ino y, por t ant o, la plena realización de lo desa­
rrollado, su perfección. A sí pues, para Arist ót eles, la ver dadera na­
t uraleza del caballo es el caballo adult o, t ot alm ent e desarrollado, con
sus capacidades al m áxim o, y la ver dadera nat uraleza de la casa es la
casa t erm inada, const ruida y funcional.
O t ro tanto puede decirse del hom bre, por lo cual decir que la
ciudad es «por nat uraleza» no es com o decir que es la condición
prim it iva en la que el hom bre se encuent ra, o a la cual el hom bre
pertenece desde su nacim ient o, sino la condición en que el hom bre se
encuent ra al final de su desarrollo, cuando deja de ser pr im it ivo y

20. Cf. Bobbio-Bovero, op. cit., págs. 26-40.


21. Cf. W . Kullm ann, IIpensiero político di Aristotele, M ilán, Guerini, 1992,
págs. 43-44. Sobre el contractualismo en la Ant igüedad, véase R. G. M ulgan,
«Lycophron and the Greek Theories o f Social Cont ract »,en Jour nalof the History
o f Ideas, X L (1979), págs. 121-128.
22. Aristóteles, Política, I 2, 1252 b 31- 1253 a 1.
/*,'/pensamiento pnlitu o de Aristóteles

pasa a ser — diríam os nosotros— «civil izado», t érm ino que deriva
dccivit as, «civilización». Por eso, la ciudad es el fin, la plenit ud de la
fam i li a y la aldea, la realidad en la cual se m anifiest a com plet am ent e
la nat uraleza del hom bre. En este sent ido, la nat uraleza es «lo m e­
jor »: la perfección, el punt o culm inant e de las facult ades hum anas,
el bien suprem o del hom bre, es decir, la felicidad.
A l caráct er nat ural de la ciudad está vinculada la fam osa defi n i ­
ción arist ot élica del hom bre com o «anim al polít ico o social por n at u­
raleza» (physei polit icón zoon), cuyo significado sigue siendo m uy
cont rovert ido. Arist ót eles la expone de este m odo:

El hombre es por naturaleza un animal social, y que el insocial [esto es,


sin/>o/¿?J por naturaleza y no por azar es o un ser inferior o un ser su­
perior al hombre [...], [o[ también amante de la guerra. [...] La razón
por la cual el hombre es un ser social, más que cualquier abeja y que
cualquier animal gregario, es evidente: la naturaleza, como decimos,
no hace nada en vano, y el hombre es el único animal que tiene pala­
bra (logon). Pues la voz es signo del dolor y del placer, y por eso la
poseen también los demás animales. [...) Pero la palabra es para mani­
festar lo conveniente y lo perjudicial, así como lo justo y lo injusto. Y
esto es lo propio del hombre frente a los demás animales: poseer, él
solo, el sentido del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto, y de los
demás valores, y la participación comunitaria de estas cosas constituye
la casa y la ciudad.13

En este fr agm en t o hay dos problem as: uno es el significado de la


expresión «animal social» o «político» y el otro es el significado de la ex­
presión «por nat ur aleza». En cuant o al prim ero, la com paración con
las abejas y los anim ales gregarios, llam ados t am bién «anim ales po­
lít icos», así com o el hecho de que, en la H istoria anim alium , A r i st ó­
teles llam e «anim ales políticos» a t odos los que com part en una act i­
vidad, esto es, a hom bres, abejas, horm igas y gr ullas,14 induce a2
4
3

23. Ibid., 1253 a 2-18.


24. Aristóteles, Hist. an., 1 1,487 b 33 ss.
pensar que el adjet ivo «polít ico» no se refiere exclusivam ent e a la
polis, sino que indica la propensión nat ural a cualquier t ipo de socie­
dad y, por t ant o, debe int erpret arse en el sent ido genérico de «socia­
ble» o «social». En tal caso, habría que ent ender la «nat uraleza»
i on i o t endencia nat ural o inst into, com o el inst int o sexual y el inst in­
to de conservación que explican el origen de la fam ilia.
Algun os represent ant es de la «rehabilit ación de la filosofía prác­
tica» arist ot élica están en cont ra de dicha int erpret ación. T al es el
caso de H an n a A r en dt , quien, en su fam oso libro L a condición hu­
mana, señala que la referencia al don de la palabra com o signo de la
nat uraleza política del hom bre y al hecho de que la palabra sirve
para expresar lo beneficioso y lo nocivo, lo just o y lo injust o, lo que
está bien y lo que está m al, es decir, la afirm ación de que la palabra
es inst rum ent o de «acción», no de «t rabajo» ni de «producción»,
indica que el hom bre, por nat uraleza, está hecho para un t ipo de
sociedad: la ciudad, el lugar de la acción, el «espacio público» donde
se ejerce la libert ad, un espacio opuest o a la fam ilia, a la «esfera pr i ­
vada» donde se t rabaja y produce para cubrir las necesidades, la cual
constit uye el reino de la necesidad.25
En esta int erpret ación, «polít ico» no significa genéricam ent e so­
ciable, sino hecho específicamente para vivir en la ciudad, pues solo en
la ciudad exist e el t ipo de vida, el praktikos bios (vida práctica, vida
activa) o politikps bios (vida política) que constit uye el fin, la realiza­
ción, la perfección del hom bre. L o m ism o opina Joachim Rit t er, según
el cual el hom bre es un anim al político, no genéricam ent e social, por­
que la razón (otro significado del griego logos) está vinculada a la polis,
lugar donde ser hom bres es act ivar la razón hum ana. Y, en la polis, la
razón opera en form a de praxis o form a de conducir una vida.26

25. H . Arendt , Vita attiva: La condizione umana, trad. it., M ilán, Bompiani,
1994 (ed. orig. 1958), págs. 18-27. [H ay trad. cast.: La condición humana, Barcelo­
na, Paidós, 1993.]
26. J. Ritter, M etafísica epolít ica: Studisu Aristotelee H egel, trad. it., Génova,
Marietti, 1983 (ed. orig. 1969), págs. 68-69. Siguen la misma línea dos discípulos
El pensamiento poli fien de Aristóteles

En cam bio, según ot ros estudiosos, la t eoría arist ot élica del hom ­
bre com o anim al polít ico tiene un fundam ent o esencialm ent e bioló­
gico, y significa que el hom bre t iende de un m odo lat ent e a la vida
social. Es ot ra tesis errónea, ya que, en la m ism a filosofía arist ot élica,
exist en num erosos argum ent os que dem uest ran que la polis es una
ent idad ar t ificial.27 En mi opinión, la solución m ás acert ada es la de
W . Ku l l m an n , quien sostiene que, según Arist ót eles, hay dos fact o­
res que originan la ciudad: un fact or inst int ivo y un fact or racional
(logos). El prim ero es algo que el hom bre t iene en com ún con la abe­
ja; el segundo es propio del hom bre y hace posible su felicidad, al-
canzable únicam ent e porque dispone de la razón (logos).1*
Est a interpretación también resuelve el segundo problem a, el del
significado de la expresión «por nat uraleza». N o significa que la ciu­
dad siem pre haya exist ido, ni que el hombre no pueda vivir fuera de la
ciudad o sin la ciudad. Com o hemos visto, Arist óteles dice que existen
«insociales» o «apolíticos» (sin ciudad) «por nat uraleza», dotados de la
m isma agresividad que H obbes at ribuye al hombre existente en el «es­
tado de nat uraleza». Com o verem os enseguida, el Est agirit a alude a
una época en que la ciudad aún no exist ía, si bien ya exist ía el hombre,
y tiene m uy presente que, para los pueblos bárbaros, form ados t ambién
por hombres, la ciudad, en el sentido griego del t érm ino, no existe.
Según Arist ót eles, la ciudad es el lugar en que el hom bre consi­
gue vi vi r bien, alcanza la felicidad, la perfección, su pleno desarrollo,
para lo cual debe t om ar una decisión libre y racional. El hom bre,

de Ritt er, G. Bien, op. cit ., y A. Kam p, D ie politische Philosophie des Aristóteles
und ihre metaphysischen Grundlagen, Freiburg-M únich, Alber, 1985, y también
R. G. M ulgan, Aristotle’s Political Theory, Oxford, Clarendon Press, 1977.
27. D. Keyt , «The Basic Theorem s in Aristotle’s Politics», en D. Keyt y
F. D. M iller, (eds.),/ l Companion to Aristotle’s «Politics», Oxford, Blackwell, 1991,
págs. 118-140.
28. Kullm ann, op. cit., págs. 37-61, esp. 50. Sigue la misma línea su discípulo
E. Schütrumpf, D ie Analyse der Polis durch Aristóteles, Ámsterdam, Grüner, 1980.
Del mismo autor, véase la traducción anotada de Aristóteles, Politikj Ruch I, l i ­
l i I , IV -V I, 3 vols., Berlín, Akadem ie Verlag, 1991-1996.
/ .</ ( ttulaii

im pulsado por el inst into nat ural de asociarse, puede elegir varias
lorinas de sociedad; por t ant o, opt ar por la ciudad com o sociedad en
l.i t|ue realizarse por com plet o es una decisión libre, fr ut o de la r a­
zón. Pero la razón t am bién for m a part e de la nat uraleza; en reali­
dad, es la expresión m ás t ípica de la nat uraleza hum ana, por lo cual,
para el Est agi r it a, no exist e ant ít esis ent re el caráct er nat ural y el
caráct er racional de la ciudad, y t am poco, creo yo, ent re su caráct er
i acional y su caráct er ar t i ficial .29
La prueba de la perfect a convergencia ent re nat uraleza y razón
se halla en el siguient e pasaje: «En t odos exist e por nat uraleza la
t endencia (horme, «inst int o») hacia tal com unidad [la ciudad] , pero
el prim ero que la est ableció fue causant e de los m ayores beneficios».303
1
Probablem ent e, la fi gu r a del fun dador de la ciudad es m it ológica
(algunos la ident ifican con Teseo), ya que la descripción del origen
de la ciudad, com o he dicho, no pret ende ser una narración hist óri­
ca, sino una invest igación analít ica. Pese a t odo, la idea de que la
ciudad t enga un fun dador im plica que esta no ha exist ido siem pre y
que, por t ant o, es obra del hom bre, concret am ent e de la razón.
Por ot ra parte, para explicar que el fundador de la ciudad ha pro­
porcionado grandes bienes, Arist ót eles afi r m a de nuevo que el hom ­
bre, cuando es perfect o (es decir, cuando vive en la ciudad), es el m e­
jor de los anim ales, m ient ras que cuando se apart a de la ley y la
justicia (esto es, de la ciudad) es el peor de todos, no solo por ser el más
agresivo y salvaje, y el más vulgarm ent e proclive a los placeres del
am or, sino t ambién porque la injust icia provist a de arm as com o la
int eligencia y el valor es sum am ent e peligrosa. Arist ót eles añade que
la justicia (<iikaiosyne) es una virt ud polít ica, que solo puede pract icar­
se en la ciudad, pues consiste en saber dist inguir lo que es justo, y la
justicia o derecho (dif(e) «es el orden de la com unidad ci vil».3'

29. En gran parte, esta también es la solución que aporta Kullmann, op. cit.,
prtgs. 37-61.
30. Aristóteles, Política, I 2,1253 a 29-31.
31. Ibid., 1253331- 39 .
IUpensamiento político J e Aristóteles

En este sent ido, Arist ót eles no es un iusnat uralist a, puesto que


no adm it e un «derecho nat ural» ant erior a la exist encia de la socie­
dad polít ica, aunque reconoce com o único derecho el reglam ent o de
la sociedad polít ica, es decir, de la ciudad. A h or a bien, para el Est a-
gir i t a, el derecho coincide con lo just o t am bién en el sent ido m oral,
de m odo que es un bien, una part e del bien (como hem os vist o, gr a­
cias al logos, los hom bres t ienen la percepción de lo beneficioso y lo
nocivo, y t am bién «del bien y del m al, de lo just o y lo injust o»), por ­
que el fin de la ciudad es el bien suprem o del hom bre. L o cual si gn i ­
fica que una ciudad que no se base en un orden just o y, por ende, en
la just icia, no es una ver dadera ciudad.32
Por últ im o, ot ra observación im port ant e de Arist ót eles sobre la
ciudad es que «por nat uraleza, pues, la ciudad es ant erior a la casa y
a cada uno de nosot ros, porque el t odo es necesariam ent e ant erior a
la part e». Y, para ilust rar la t esis, com para la ciudad con un or gan is­
m o com puest o de varios órganos, com o la m ano y el pie, los cuales,
si se arrancan del resto, dejan de ser una m ano y un pie, o solo lo son
por hom onim ia, com o ocurre, por ejem plo, cuando alguien llam a
«m ano» a una m ano de piedra. M ediant e este ar gum en t o, el Est agi-
rit a con fir m a que la ciudad exist e por nat uraleza y que es ant erior a
todos los individuos, puesto que un individuo separado de la ciudad
se encuent ra en la m ism a sit uación que la m ano o el pie arrancados
del resto del cuerpo, es decir, o deja de ser un hom bre para con ver ­
tirse en una «bestia» incapaz de for m ar parte de la ciudad (porque
no ut iliza la razón), o es un «dios» aut osuficient e que no necesita
for m ar parte de la ciudad.33
A fi r m ar que la ciudad es ant erior a la fam i li a y el individuo y
com pararla con un organism o no im plica una concepción «t ot alit a-

32. Sobre la cuestión del derecho natural en Aristóteles, véase J. Ritter, «Le
droit naturel chez Aristote: Contribution au renouveau du droit naturel», en A r­
chives de Philosophie, X X X I I (1969), págs. 416-457; F. D. M iller, «Aristotle on
Nat ural Law and Justice», en Keyt y M iller (eds.),o/>. cit., págs. 279-305.
33. Aristóteles, Política, I 2,1253 a 18-29.
lia» ni «organicist a» de la polít ica, porque el fin de la ciudad sigue
siendo el bien suprem o, la felicidad del hom bre, del i ndividuo. Para
Arist ót eles, la ciudad no es una «sust ancia», una ent idad que subsis­
ta por sí m ism a, sino un conjunt o de m uchas sust ancias, que son los
individuos. N o se puede negar que algunas de las expresiones que
em plea el Est agi r it a para r eferirse a la ciudad dan la im presión de
que esta es una sust ancia; por ejem plo, el ser «un t odo», el t ener
cualidades o su capacidad de r eal izar acciones y de ser feli z.34 Sin
em bargo, la ciudad no puede ser una sust ancia en el sent ido m ás r i ­
guroso del t érm ino, porque está com puest a de m uchas sustancias.
Por eso no es el fin, sino el m edio para alcan zar el fin que persiguen
los i ndividuos.35 En este caso, el t érm ino «ant erior» no sign ifica pre­
cedente en el t iem po, sino condición indispensable para alcan zar la
perfección. Solo puede haber hom bres perfect os y fam ilias perfect as
en las ciudades. Los apolít icos o insociales no son verdaderos hom ­
bres, no son hom bres que desarrollen a la perfección su hum anidad,
puesto que viven com o bestias, es decir, sobreviven, no viven «bien».

34. Cf. Riedel, op. cit ., págs. 57-90; Kam p, op. cit ., págs, 164-168; Leszl,
op. cit., págs. 106-110.
35. Así lo demuestran Kullm ann, op. cit., págs. 11-36, y luego Schütrumpf,
«Kritische Überlegungen zur Ontologie und Terminologie der aristotelischen
Politi/ {», en Allgemeine Zeitschrift fü r Philosophie, VI/ 2 (1981), págs. 26-47.
3

L A FA M I L I A

T ras defi n i r la ciudad com o un con junt o de fam i li as, Ar ist ót eles,
antes de abor dar el ver dader o objet ivo de la Polít ica, que consist e en
an al izar cóm o hay que gober n ar la ciudad, se dedica a an al izar
cóm o hay que gober n ar la fam i li a. El Est agi r it a llam a al art e de
gobernar la fam i li a — que es, no lo olvidem os, una for m a de pr u ­
dencia (phronesis), no una ciencia— «econom ía», que si gn ifi ca «ad­
m inist ración fam i l i ar » y t iene m uy poco que ver con la econom ía
ent endida en sent ido m oderno. L o único que t ienen en com ún la
econom ía ant igua y la m odern a es que am bas se ocupan de la ad ­
quisición de r iquezas con el fin de cubri r las necesidades, con la
difer en ci a de que la adqui sición de r i quezas es solo una par t e de
la econom ía ant igua, m ient ras que const it uye la t ot alidad de la eco­
nomía m odern a.'
Adem ás, en la econom ía ant igua, la adquisición de r iquezas está
vinculada a la fam ilia y su objet ivo es sat isfacer los deseos de esta; es,
pues, una econom ía de t ipo dom ést ico. En cam bio, en la econom ía
m oderna, la adquisición de riquezas está vinculada a la llam ada «so­
ciedad ci vil», lo que H egel llam ó bürgerliche Gesellschaft, un con jun ­
to de individuos que opera para enriquecerse y se caract eriza por la
acum ulación indefinida; y, puesto que la sociedad civil incluye a t o­
dos los habit ant es de la sociedad polít ica, la econom ía m oderna t am - i.

i. Cf. M . I. Finley, L'economia degli antichi e dei modemi, trad. it., Rom a-
Bari, Lat erza, 19772 (ed. orig. 1973). [H ay trad. cast.: La economía de la Antigüe­
dad, México, FCE, 1975.]
39
4 ° pensamiento político de Aristóteles

bién se denom ina «econom ía política». M ás adelant e volverem os so­


bre estas dist inciones.
D ado que la fam ilia consta de tres relaciones, la relación ent re
am o y siervos (o esclavos), la relación ent re m arido y m ujer y la rela­
ción ent re padre e hijos, la econom ía a la cual se refiere Arist ót eles, es
decir, la adm inist ración fam iliar, consta de tres partes: el arte de gober­
nar a los esclavos, llam ado despoteia, el arte de gobernar a la esposa,
sin nom bre, y el art e de gobernar a los hijos, t ambién sin nom bre, a
los que se añade una cuart a parte: el art e de adqui ri r riquezas, llam a­
do «cremat ístico» (de chremata, «riquezas, bienes m at eriales»).2 En
prim er lugar, el Est agirit a t rat a del arte de gobernar esclavos, especi­
fica que for m a parte de las necesidades básicas (ananchaia chreia) y,
siguiendo su cost um bre, expone dos opiniones enfrent adas al respec­
to, con el fin de som et erlas a debate.
L a pr im er a opinión expuest a es que la despoteia o art e de gober ­
nar a los esclavos es una ciencia (episteme) y que coincide con la eco­
nom ía o art e de gober nar a la fam ilia, con la polít ica o art e de gober ­
nar la ciudad y con el art e regio o art e de gobernar el reino.3 Se t rat a
de la opinión de Plat ón que m encionam os al principio. Plat ón, en el
Polít ico, sostenía explícit am ent e que el art e de gober nar la ciudad o
política es una ciencia, concret am ent e una ciencia regia, y que es la
m ism a ciencia con que se gobierna a la fam i li a, es decir, la econom ía,
ya que, en lo t ocante al art e del gobierno, no hay diferencia ent re una
gran fam ilia y una pequeña ciudad. Por últ im o, afi rm aba que, pues­
to que el cabeza de fam i li a y el am o de los esclavos son la m ism a
persona, la ciencia de gobernar a la fam ilia y la de gobernar a los
esclavos es la m ism a.4 Com par t ía este parecer Jenofont e, el cual, en
el Económ ico, sostenía que el arte de m an dar produce buenos am os y
buenos reyes.5

2. Aristóteles, Política, 1 3, 1253 b 1-14.


3. Ibid., 1253 b 18-20.
4. Platón, Político, 259 A-C.
5. Jenofonte, Económico, XI I I , 5.
/ m fam ilia 4 1

Según esta opinión, el hecho de gobernar a los esclavos y, por


tanto, la inst it ución de la esclavit ud, era tan legít im o com o gobernar
a la fam ilia o gobernar la ciudad y, en este sent ido, no plant eaba n in­
gún problem a. Por ot ro lado, Plat ón, en la República, no t rat a espe­
cíficam ent e de la esclavit ud, porque prevé la abolición de la fam ilia,
«le la cual aquella for m a part e. En cam bio, en las Leyes, donde, al fin,
se resigna a conservar la fam ilia, habla con frecuencia de la esclavi-
tud y piensa en una legislación que acent úe la diferen cia ent re libres
y esclavos incluida en las leyes ent onces vigent es en At enas.6 A sí
pues, podríam os defi n i r esta opinión com o una post ura ext rem is­
ta, pues considera la esclavit ud algo norm al y no problem át ico,
('orno verem os, Arist ót eles rechaza de lleno tal post ura; de hecho,
según algunos est udiosos, el único objet ivo de la disert ación sobre la
esclavit ud incluida en su Polít ica es dem ost rar que el art e de gober ­
nar a los esclavos no puede ident ificarse con el art e de gobernar a la
fam ilia ni a la ciudad.7
L a opinión enfrent ada a la pr im er a post ura que expone A r i st ó­
teles consiste en que el hecho de gober nar a los esclavos y, por t ant o,
la inst it ución de la esclavit ud, es algo ant inat ural, por que el libre y el
esclavo solo son dist int os por ley, m ient ras que por nat uraleza son
iguales; por consiguient e, la esclavit ud no es just a y se basa en la vi o­
lencia.8 A l parecer, defendía esta opinión Alci dam an t e de Elea
(autor a quien solo conocem os por una cita del propio Arist ót eles),
según el cual «D ios hi zo a t odos los hom bres libres; la nat uraleza no
hizo esclavo a nadie».9 Probablem ent e, debían de com part ir esta
opinión algunos sofist as, com o A nt ifont e y Li cofr ón , y ciert os aut o-

6. Cf. Platón, Leyes, V I 777 E-778 A. Sobre la esclavitud en Platón, cf. G. Mo-
rrow, Plato s Laui o f Slavery in Its Relation to Gree\ Law , Urbana (Illinois), 1939;
y G. Vlastos, «Slavery in Plato’s Thought », en Philosophical Review, L (194),
pág. 243 ss.
7. Cf. M. Schofield, «Ideology and Philosophy in Aristotle’s Theory o f Sla­
very», en Pat zig (ed.),op. cit., págs. 1-27.
8. Aristóteles, Política, I 3,1253 b 20-23.
9. Cf. Aristóteles, Retórica, I 13, 1373 b 18. La opinión de Alcidamante apa-
4-* /:/ pcnsiirnirntn fndítno de ■\ri\fóteles

res t eat rales, com o Eur ípi des y Filem ón, quienes defendían la i gual­
dad de todos los hom bres.10 Para Arist ót eles, esta opinión t ambién
debía de result ar dem asiado ext rem ist a (ya que, com o verem os, él
sost endrá la exist encia de una esclavit ud nat ural), aunque no la r e­
chaza t otalm ent e.
Si consult am os los t extos en los cuales los aut ores cit ados presen­
tan sus respect ivas opiniones, verem os que ninguno de ellos las re­
fuerza con argum ent os, sino que m ás bien las dan por descont adas.
En part icular, los defensores de la esclavit ud no sienten la necesidad
de just ificarla, pues esta era una inst it ución tan di fun dida en la A n ­
t igüedad que no parecía r equerir just ificación alguna. El prim er fi ­
lósofo ant iguo que t rat a en profundidad el t em a de la esclavit ud es
Arist ót eles, lo cual dem uest ra que es el prim ero en percibir la escla­
vit ud com o un problem a y no com o un hecho obvio.
El Est agi r it a aborda el tema de la esclavit ud en tres fases: en la
prim era, define al esclavo; en la segunda, int enta just ificar r acional­
m ent e la exist encia de una esclavit ud nat ural; en la t ercera, expone
las dos opiniones enfrent adas a las que me he referido ant erior m en­
te. D esde un punt o de vist a filosófico, la part e m ás int eresant e es la
pr im er a, donde Arist ót eles, t ras aclar ar que el hecho de gobernar a
la fam i li a incluye el art e de adqui r i r los m edios necesarios para vivir
(ta anachaia), que t odo art e precisa los inst rum ent os necesarios para
cum plir con su com et ido y que t ales inst rum ent os deben ser de pro­
piedad, define al esclavo com o «un inst rum ent o para la vida» y «una
posesión an i m ad a»." U na definición que revela la ver dadera razón
de ser de la esclavit ud: la necesidad m at erial, que en la Ant igüedad

rece en un comentario anónimo a la Retórica, publicado en los Commentaria in


Aristotelem Graeca, X X I , 2, ed. H . Rabe, Berlín, 1886, págs. 74, 29 ss.
10. Para Antifonte, cf. H . Diels y W . Kranz, D ie Fragmente der Vorsok>a-
tikter, Berlín, 1921, II, pág. 353; para Licofrón,cf. M. Untersteiner, / sofisti, Floren­
cia, 1949, II, pág. 153, n. 4. Véanse también Eurípides, Ion, 854-856 y H elena, 726 ss.
Por último, para Filemón, véase ). M. Edmonds, The Fragments o f Attic Comedy,
Leiden, 1960, III A , pág. 14, n. 22.
11. Aristóteles, Eolítica, I 4 1253 b 23-33.
I Al / llt ilI / Í ll
4/ 5

no podía sat isfacerse con la ayuda de m áquinas, com o en la sociedad


indust rial m oderna, lo cual im ponía lo que M ar x llam a «la form a de
producción precapit alist a».121
4
3
T od o ello queda m uy claro en las líneas que siguen a la citada
definición aristotélica: «Si cada uno de los inst rumentos pudiera cum ­
plir por sí m ism o su com et ido obedeciendo órdenes o ant icipándose a
ellas, si, com o cuentan de las estatuas de D édalo o de los trípodes de
I lefesto, |...] las lanzaderas tejieran solas y los plectros tocaran la cíta-
i a, los constructores no necesitarían ayudant es ni los am os esclavos».'*
Ksta hipótesis, expresada mediante un período condicional irreal,
muestra la única alt ernat iva concebible a la esclavit ud: la exist encia de
instrumentos que obren solos, es decir, de m áquinas. Se trata de una
explicación perfect ament e económica — en el sentido m oderno del
término, es decir, en el lenguaje de M arx, «est ruct ural»— de la escla­
vitud, vinculada a la form a de producción de la sociedad ant igua.
Por ot ra part e, Arist ót eles establece una dist inción ent re inst ru­
mentos de producción (poiesis), com o la lan zadera, de los cuales se
obtiene un product o, e inst rum ent os de acción (praxis), com o el ves­
tido y la cam a, de los cuales solo se obt iene el uso que se les da. Y,
puesto que la vida (bios) es acción, el esclavo, com o inst rum ent o para
la vida, es inst rum ent o de acción. Los inst rum ent os de producción,
i orno la lan zadera, pueden no ser propiedad de quien los usa; en
cam bio, los inst rum ent os de acción, com o el vest ido y la cam a, deben
ser de propiedad. Por eso, Arist ót eles concluye esta pr im er a part e de
su disert ación afi r m an do que el esclavo, aun «siendo hom bre» (an-
thropos on), es una pr opiedad.'4 Conclusión que, com o adviert e el
propio Arist ót eles, plant ea la dificult ad de que un hom bre pueda
ser propiedad de ot ro hom bre.

12. K. M arx, Lineamentifondamentali della critica dell’economía política, trad.


¡i., Florencia, La Nuova Italia, 1970, vol. I I , págs. 95-148. [H ay trad. cast .:Elemen­
to!fundamentales para la crítica de la economía política, Madrid, Siglo XXI , 1976.]
13. Aristóteles, Política, I 4 1253 b 33-1254 a 1.
14. / bid., 1254 a 1-17.
44 El pensamiento polítn o de Aristóteles

El problem a surge en la segunda parte de la disert ación, cuando


el Est agi r it a se pregunt a si ese tipo de ser exist e por nat uraleza, si es
m ejor y es just o para alguien ser esclavo y si cualquier t ipo de escla­
vit ud es un fenóm eno cont ra nat ura. T r as lo cual declara que «no es
difícil exam inar lo t eóricam ent e con la razón y llegar a com prender ­
lo a part ir de la experiencia {to logo kai e\ ton ginom enon),'5 declara­
ción que revela por sí m ism a la volunt ad de just ificar racionalm ent e
una sit uación cot idiana. En este sent ido, m uchos hablan de un dis­
curso ideológico de Arist ót eles, ent endiendo el t érm ino «ideología»
tal com o lo ut ilizaba M ar x, esto es, com o un int ento de darle una
pát ina cient ífica a la defensa de un int erés, o, sim plem ent e, a la de­
fensa de una sit uación.'6
En r ealidad, Arist ót eles pret ende dem ost rar que exist e una es­
clavit ud basada en la nat uraleza y, por tanto, just a, convenient e para
el am o y para el esclavo, pero lo hace con argum ent os m uy débiles,
incoherent es ent re sí y opuestos a su ant ropología general. Em pi eza
recordando que, en t odas las cosas result ant es de una plur alidad de
partes y capaces de dar vida a algo en com ún, debe haber una part e
que gobierna y una que es gobernada, lo cual es algo n at ur al.'7 Con
t odo, ello no just ifica la esclavit ud, sino únicam ent e el gobierno, vá­
lido para la fam ilia y para la ciudad.
A cont inuación, el Est agi r it a aplica el m ism o principio a los se­
res vivos, y considera com o part es de ellos, en pr im er lugar, el alm a
y el cuerpo, y luego, dent ro del alm a, la razón y el apet it o, es decir, la
part e racional del alm a y la part e desprovist a de razón. El alm a go­
bierna el cuerpo con un gobierno de t ipo despót ico, sim ilar al que
ejerce el am o sobre el esclavo; en cam bio, la razón gobierna el apet i- 1
7
6
5

15. ¡bid., I 5,1254 a 17-21.


16. Cf. P. Pellegrin, «La théorie aristotélicienne de l’esclavage: Tendances
actuelles de l’interprétation», en Revue Philosophique de la France et de l ’Etranger,
1982, págs. 345-357. Yo también hablé de «ideología» en el artículo «Storicitá ed
attualitá della concezione aristotélica dello Stato», en Verifiche, V I I (1979),
págs. 305-358. Schofield, op. cit ., se muestra crítico con esta interpretación.
17. Aristóteles, Política, I 5,1254 a 28-32.
I >t IiW i i Im 4 1?

l " con un gobierno de t ipo polít ico o regio, sim ilar al que ejerce el
I Mí en gobernant e sobre la ciudad o el buen cabeza de fam i li a sobre la
l.im ilia. En am bos casos, el gobierno es nat ural y, por t ant o, just o y
i <inveniente para la part e gobernant e y para la part e gobernada. Las
mismas relaciones exist en ent re el hom bre y los anim ales dom ést icos
y ent re el m acho y la hem bra, es decir, ent re el hom bre y la m ujer.
I t rbemos suponer — y así lo con fir m a el aut or en ot ros pasajes—
que el hom bre gobierna a los anim ales dom ést icos al igual que el
.dina gobierna el cuerpo, con un gobierno despót ico, y que, en cam ­
bio, el hom bre gobierna a la m ujer al igual que la razón gobierna el
apetito, con un gobierno polít ico o r egi o.'8
Llegado a este punt o, Arist ót eles declara:

Todos los seres que se diferencian de los demás tanto como el alma del
cuerpo y como el hombre del animal (se encuentran en esta relación
todos cuantos su trabajo es el uso del cuerpo, y esto es lo mejor de
ellos), estos son esclavos por naturaleza, para los cuales es mejor estar
sometidos a esta clase de mando.'9

Sin lugar a dudas, es incongruent e considerar a unos hom bres tan


dist intos a ot ros com o lo es el cuerpo del alm a cuando t odos los hom ­
bres están form ados por un cuerpo y un alm a, o tan diferent es com o
un anim al y un hom bre cuando am bos son, en r ealidad, anim ales de
dist intas especies. Com o se ha dicho en m uchas ocasiones, según la
ant ropología general de Ar ist ót eles, el hom bre es una especie últ im a,
es decir, indivisible, del género ani m al, por lo cual no es posible d i ­
vidirlo a su vez en varias especies. Y, com o la diferencia de especie es
la única diferencia de nat uraleza, ent re individuos hum anos no pue­
den exist ir diferencias de nat ur aleza.1
20 A sí pues, el pr im er ar gum en ­
9
1
8
to que aport a Arist ót eles cont radice su ant ropología.

18. Ibid., 1254 a 32-b 16.


19. Ibid., 1254 b 16-20.
20. Cf. Kullm ann, op. cit., págs. 63-88.
4f» pensamiento pulitn <>de Aristóteles

Pese a ello, prosigue de este modo:

Es esclavo por n at uraleza [...] el que part icipa de la razón t ant o com o
para percibi r l a, pero no para poseerla; pues los dem ás anim ales no se
dan cuent a de la r azón , sino que obedecen a sus inst int os. En la ut i l i ­
dad la difer en ci a [ent re los esclavos por n at ur aleza y los anim ales] es
pequeña: la ayu da con su cuerpo a las necesidades de la vida se da en
am bos, en los esclavos y en los an i m al es dom ést icos.11

Est e ar gum en t o es dist int o al ant erior; ahora, en vez de com parar la
diferencia ent re el am o y el esclavo por nat uraleza con la diferencia
ent re alm a y cuerpo, o ent re hom bre y ani m al, la com para con la
divergencia ent re la r azón, o part e racional del alm a, y el apet it o, o
parte desprovist a de r azón; y esta últ im a, pese a no ser racional en sí
m ism a, puede percibir la razón y regirse por ella.
L a nueva com paración result a m ucho m ás convincent e que la
ant erior, ya que, efect ivam ent e, puede haber hom bres que no sepan
aut ogobernarse pero que sean capaces de com prender las órdenes de
ot ro y de obedecerlas, lo cual es convenient e para el ot ro y para ellos
m ism os. D e estos individuos podem os decir que no poseen por com ­
pleto la razón, pero que, en ciert o m odo, son part ícipes de ella y, por
tanto, son hom bres. En cam bio, los anim ales dom ést icos, cuando ha­
cen lo que desea el hom bre, no lo hacen porque com prendan sus
órdenes, sino porque se rigen por las pasiones; por ejem plo, por el
m iedo a que les peguen o por el ham bre. Por eso, algunos estudiosos
consideran este argum en t o com o la verdadera just ificación arist ot é­
lica de la esclavit ud nat ural, y defienden a Arist ót eles de la acusación
de ut ilizar un discurso ideológico.11 O t ros replican señalando que, al
principio, Arist ót eles había clasificado el gobierno de la razón sobre
el apet it o com o un gobierno político o regio, idóneo para la ciudad o2
1

21. Arist ót eles,Política, 1 5 1254 b 20-26.


22. Cf. W . W . Fort enbaugh, «Aristotle on Slaves and W omen», en J. Bar-
nes, M. Schofield y R. Sorabji (eds.), Anieles on Aristotle, 2: Ethics and Politics,
Londres, Duckwort h, 1977, págs. 135-139.
1 11/titniliti 47

l.i l.im ilia, com puest a de m ujer e hijos, y no com o gobierno despót i-
i o, vinculado a la relación ent re am o y esclavos.**
Por ot ra part e, com o hemos vist o, el m ism o Arist ót eles había
m inim izado la diferencia ent re los esclavos por nat uraleza y los an i ­
males dom ést icos al asegur ar que am bos t ienen la m ism a ut ilidad,
puesto que am bos ut ilizan su cuerpo para ayudar al am o a cubrir sus
necesidades m at eriales. Y esta es la ver dadera just ificación, econó­
mica y no ideológica, de la esclavit ud.
Con t odo, Arist ót eles insiste, y busca en el cuerpo, en el aspecto
tísico, una confirm ación de la diferencia de nat uraleza exist ent e en-
i i r libres y esclavos. A sí, sostiene que estos últ im os poseen un cuerpo
i obusto para los servicios necesarios, m ient ras que los prim eros t ie­
nen un cuerpo erguido e inút il para los t rabajos duros, pero m uy
adecuado para la vida política. Act o seguido, se ve obligado a reco­
nocer que a m enudo sucede lo cont rario, esto es, que algunos poseen
nn cuerpo de hom bres libres y un alm a de esclavos y ot ros poseen un
.dina de hom bres libres y un cuerpo de esclavos, y se consuela dicien­
do que no es tan fácil ver la belleza del alm a com o la belleza del
cuerpo.*4 A h or a bien, dejando a un lado el hecho de que t odos los
I ii imbres t ienen el cuerpo ergui do (com o el propio Arist ót eles afi r m a
en ot ra obra, int erpret ando el rasgo com o un signo de la divin idad
de la nat uraleza humana),*5 ¿qué dem uest ra una diferencia física
que no siem pre corresponde a una diferencia del alm a, t eniendo en
i lienta lo difícil que es ver la belleza del alm a?
El caráct er cont radict orio de estos argum ent os, su incoherencia
interna y el hecho de que se opongan a ot ras doct rinas de Arist ót eles
parecen con fir m ar que se t rat a de argum ent os ideológicos, m ient ras
que la verdadera explicación arist ot élica de la esclavit ud es de carác­
ter económ ico. En ot ras obras, e incluso en ot ros pasajes de la Polít i- 2
5
4
3

23. Cf. N . D. Smith, «Arist ot le’s Theory of Natural Slavery», en Keyt y


Miller (eds.), op. cit., págs. 142-155.
24. Aristóteles, Política, I 5, 1254 b 25-1255 a 1.
25. Aristóteles, Partes de los animales, II 10,652 a 12, y IV 10, 686 a 27-28.
pensamiento político de Aristóteles

ca, el Est agirit a m uest ra una opinión com plet am ent e dist int a, y des­
cart a que exist a una diferencia de nat uraleza ent re los hom bres.
Bast a cit ar el fam oso com ienzo de la M etafísica: «Todos los h om ­
bres, por nat uraleza, desean saber». Y, en la m ism a Polít ica, m ás
adelant e, el aut or afi r m a que la front era ent re libres y esclavos cam ­
bia según la const it ución, pues en det erm inados casos los esclavos se
t ransform an en ciudadanos, que la sociedad polít ica presupone que
todos los hom bres t ienen algo en com ún y que lo m ejor es proponer
com o recom pensa para todos los esclavos la libert ad.26 (Es oport uno
señalar que, en su t est ament o, Arist ót eles dispuso que liberaran a los
esclavos que poseía.)27
Por últ im o, al concluir su disert ación sobre la esclavit ud, A r i st ó­
teles les da la razón, «en ciert o m odo», a quienes niegan su caráct er
nat ural, y añade que t am bién exist en esclavos «por ley», por ejem ­
plo, los prisioneros de guer r a, y que la just icia de esa ley es m uy
cont rovert ida, pues depende de lo que se ent ienda por «just o». En
cualquier caso, sea cual fuere el valor de dicha ley, no siem pre qu i e­
nes son esclavos por ley lo son t am bién por nat ur aleza, es decir , no
siem pre poseen ver dadera nat uraleza de esclavos.28 L o cual si gn ifica
que el Est agi r it a no desea sim plem ent e just ificar el orden exist ent e
en la sociedad de su t iem po, donde los esclavos eran prisioneros de
guer r a, sino que ut iliza su doct rina de la esclavit ud para cuest ionar­
lo. En m i opinión, para Arist ót eles solo eran esclavos por nat uraleza
los bárbaros, quienes no sabían aut ogobernarse y desconocían or ga­
nizaciones com o la polis, donde al m enos algunos, com o di r ía H egel ,
son libres. En general, gobernaban a los bárbaros m onarquías despó­
ticas, en las cuales, com o t am bién di r ía H egel , solo hay un hom bre
libre, lo cual equivale a decir que nadie es libre.29

26. Aristóteles, Política, I I I 5; V I I 8,1328 a 25 ss; V I I 10 ,1330 a 31 ss.


27. Cf. Diógenes Laercio, Vidas y opiniones de losfilósofos ilustres, trad. cast., Ma­
drid, Alianza, 2007, V, 15.
28. Aristóteles, Política, I 6.
29. G. W. F. Hegel, Lezioni sulla filosofía della storia, trad. it., Florencia, La
I a /utnHia 4 ‘J

Por ot ra part e, Arist ót eles rechaza de lleno la opinión de Plat ón,


según el cual el hecho de gobernar la ciudad, de gobernar a la fam ilia
0 de que el am o gobierne al esclavo son idént icos y son una ciencia.
I'.l Kst agirit a afi r m a que el gobierno de una ciudad es dist int o al go­
bierno de un am o sobre un esclavo porque se ejerce sobre hom bres
libres, y es dist int o al de la fam i li a porque se ejerce sobre iguales. A sí
pues, ejercer el gobierno «polít ico» es gobernar a hom bres «libres e
iguales».30 Y no tiene sent ido decir que el gobierno del am o sobre el
esclavo es una ciencia, ya que no supone ningún conocim ient o i m ­
portante, com o dem uest ra el hecho de que el am o puede delegar
l.i tarea en un ayudant e, y así puede dedicarse «a la polít ica y a la
filosofía».31 Est as últ im as palabras cont ienen la ver dadera just ifica-
1uní arist ot élica de la esclavit ud: es necesario que unos cubran las
necesidades m at eriales para que ot ros sean libres de dedicarse a
l.is act ividades polít icas y filosóficas, ent endidas com o act ividades
intelectuales en general.
T r as la disert ación sobre la esclavit ud, m ejor dicho, sobre el go­
bierno que ejerce el am o sobre los esclavos, Arist ót eles expone su
i (incepción de la crem at íst ica, que, junt o con la cuest ión de la escla­
vit ud, form a un t rat ado sobre la propiedad. Si n em bar go, creo que
v.i a result ar m ás claro proseguir con el discurso sobre las dist int as
Iorinas de gobierno exist ent es en la fam i li a; de m odo que, t ras el
gobierno del am o sobre los esclavos, vam os a considerar el del m ar i ­
do sobre la esposa y el del padre sobre los hijos, es decir, el hecho de
gobernar a los libres. Arist ót eles declara que el gobierno sobre la
m ujer es de t ipo polít ico, sim ilar al de la ciudad, porque se ejerce
si ibre seres iguales, m ient ras que el gobierno sobre los hijos es de tipo
t egio, porque se ejerce sobre seres desiguales.3*

Ntiova Italia, 1967, vol. I, pág. 46. [Hay trad. cast.: Lecciones defilosofía de la historia,
ll.mclona, PPU, 1989.|
40. Aristóteles, Política, I 7, 1255 b 16-20.
11. Ibid., 1255 b 20-39.
;2. Ibid., I 12, 12593 37-6 1.
5" h'l pensamiento político ilr . Instóte/es

En am bos casos, se just ifica que gobiernen, respect ivam ent e, el


m arido y el padre porque el hom bre «es por nat uraleza más apt o
para m andar» (hcgemoni\ oteron) que la m ujer , del m ism o m odo que
el viejo y m aduro es m ás apt o que el joven e inm aduro.33 En cuant o
a la pr im er a relación, la exist ent e ent re hom bre y m ujer , Arist ót eles
reconoce que hay excepciones, pero las considera innat urales. Pr oba­
blem ent e, ello se debe al hecho de que, al menos desde el punt o de
vist a de la fuer za física, el hom bre es «m ás fuert e» que la m ujer .34
En cualquier caso, es innegable que el Est agir it a adolece de ciert o
m achism o, algo m uy di fun dido en la sociedad gri ega clásica, al igual
que en m uchas sociedades de la Ant igüedad. N o olvidem os, por
ejem plo, que en la t abla pit agórica de los opuestos, a la que aludir á
el propio Arist ót eles, el vocablo «fem enino» está en la colum na de
los t érm inos negat ivos, junt o a «m al» y «oscuridad».35
La diferencia ent re el gobierno de la ciudad, propiam ent e «polí­
t ico», y el que ejerce el m ar ido sobre su esposa es que, en el prim ero,
se produce una alt ernancia ent re gobernant es y gobernados, m ien­
t ras que en el segundo no exist e dicha alt ernancia. En cam bio, ent re
el gobierno del padre sobre sus hijos y el del rey sobre sus súbdit os no
hay ninguna diferencia, porque am bos se ejercen sobre personas de
la m ism a est irpe, y quien gobierna es superior por nat uraleza por ser
más «m aduro» y, según Arist ót eles, «perfect o» {teleios). En estos dos
gobiernos ejercidos sobre seres libres, el gobernant e t rat a con m ayor
«cuidado» (spoude) a los gobernados que a los objet os inanim ados y
a los esclavos, puesto que los seres libres poseen m ás valor.36
El Est agi r it a se pregunt a si los esclavos, adem ás de sus cualida­
des inst rum ent ales y serviles (como la robust ez o la habilidad), son
capaces de llegar a t ener alguna «vi r t ud», esto es, una excelencia de
t ipo ético, com o, por ejem plo, la t em planza, la valent ía y la just icia.

33. Ibid., 1259 b 1-4.


34. Cf. Política, I 5,1254 b 13-14.
35. Cf. Aristóteles, M etafísica, 1 5,986 a 22 ss.
36. Aristóteles, Política, I 12- 13,1259 b 4-21.
I ai fim iilia 5'

V adm it e que es posible, ya que los esclavos son hom bres y part ici-
It.i n de la razón, aunque, si eso es posible, no com prende en qué se
ililerencian de los hom bres libres. El m ism o problem a se plant ea en
11 caso de las m ujeres y los niños. N o es suficient e responder que
esclavos, m ujeres y niños pueden llegar a poseer vir t udes éticas en
menor grado que el am o, el m ar ido y el padr e, porque la diferencia
m i r e quien gobiern a y quien es gober nado no es una diferencia de
gi ado, sino de «especie», esto es, de función.37
Para solucionar el problem a, es necesario considerar las partes
del alm a. En esta hay una part e que gobiern a, que Arist ót eles deno­
mina «facult ad deliberat iva» (bouleuti^ pn), y una part e que es go­
bernada, desprovist a de razón. En t odos los seres hum anos, inclui­
dos los esclavos, las m ujer es y los niños, exist en las part es del alm a,
pero de m anera dist int a; «el esclavo no tiene en absolut o la facult ad
deliberat iva; la m ujer la t iene, pero sin aut oridad; y el niño la t iene,
pero im perfect a».3®
Lo m ism o puede decirse de las virt udes m orales, que son la ex-
i ciencia de las part es del alm a. T odos las pueden t ener, pero de dis-
unta for m a, es decir, en las cant idades necesarias para desem peñar
iiis respect ivas funciones (ergon); por ejem plo, la valent ía, en el hom ­
bre, es la perfección del m ando y, en la m ujer , es la obediencia. El
esclavo, por su part e, necesita una «pequeña» vir t ud que le im pida
incum plir sus t areas por inconst ancia o desgana, y esta vir t ud el es-
i lavo la aprende del am o, por lo cual «no hablan con razón los que
rehúsan r azonar con los esclavos» (Plat ón y Jenofont e).39
O t ra cuest ión int eresant e es si los «art esanos» (t echnitai) pueden
llegar a t ener virt udes éticas. L o ciert o es que el art esano, en part icu­
lar el que t rabaja m anualm ent e {bañarnos), com o un zapat ero, pade-
i c, en ciert o sent ido, una esclavit ud lim it ada, pues, aun sin t ener na-
mraleza de esclavo, porque no es propiedad de nadie, es esclavo de

Ibid., 1259 b 21-1260 a 4.


48. Ibid., 1260 a 4-14.
59. Ibid., 1260 a 14-36, 1260 b 3-7.
El pensamiento politteo de Aristóteles

la necesidad, que le im pide disponer de t iem po libre para dedicarse


a act ividades políticas e int elect uales.40 Arist ót eles no responde ense­
guida, pero más adelant e afi r m a, por un lado, que los art esanos t am ­
bién form an parte de la ciudad, porque algunas de sus artes son ne­
cesarias para vi vi r y ot ras, para vivir bien,41 y, por t ant o, son «libres
e iguales»; por ot ro, que los artesanos que solo t rabajan m an ualm en­
te (banausos) no desem peñan una función que requiera una excelen­
cia m oral.42
Por últ im o, volvam os a la crem at íst ica o art e de conseguir r ique­
zas. El problem a que Arist ót eles plant ea es qué relación t iene esta
con el art e de gobernar a la fam i li a, esto es, con la econom ía (en el
sent ido ant iguo del t érm ino). Est á claro que la función de la pr im er a
es conseguir riquezas y la función de la segunda, hacer uso de ellas,
por lo cual tiene sent ido decir que la crem at íst ica es part e de la eco­
nom ía, aunque se t rat e de una part e subalt erna, porque ut i li zar las
r iquezas es el fin para el cual estas se consiguen, y el fin siem pre es
superior a los m edios.43
N o obst ant e, ant es de acept ar esta conclusión, es necesario di s­
t inguir los tipos de r iqueza que se obt ienen con la crem at íst ica. Si se
t rat a de com ida, es posible conseguirla m ediant e la caza, la pesca, la
agri cult ura o las tres act ividades junt as, y t odo ello es perfect am ent e
nat ural: «T al capacidad adquisit iva ha sido dada evident em ent e por
la nat uraleza a t odos». Según Arist ót eles, por nat uraleza, las plant as
alim ent an a los anim ales y los anim ales, junt o con las plant as, ali ­
m ent an al hom bre.44 Est a afirm ación no significa que el fin nat ural,
int rínseco, de las plant as sea alim ent ar a los anim ales, ni que el fin de
los anim ales sea alim ent ar a los hom bres, pues tanto las plant as com o

40. / bid., 1260 a 36-b 2. La definición de banausos como persona que vive
del trabajo manual se encuentra en Política, I II 4, 1277 a 37-b 1.
41. Aristóteles, Política, I V 4,129 1 a 1-4.
42. Ibid., VI 4, 1319 a 26-28.
43. Ibid., I 8, 1256 a 1- 13.
44. Ibid., 1256 a 13^ 26 .
/ u fiinnlhi
l i

Ins ¡m ím ales, es decir, todos los seres vivos, t ienen com o fin int rínse-
in crecer y reproducirse.45 Sencillam ent e, la afirm ación significa
i|iie, para el hom bre, es nat ural alim ent arse de plant as y anim ales.
Pues bien, tal «capacidad adqui sit iva», cuyo objet o son los bie­
nes necesarios para la vida de la fam ilia o la ciudad, lo que Ar ist ót e­
les llam a «la ver dadera r iqueza», es obra de la crem at íst ica «nat u-
inl», que por eso form a part e del arte de gober nar a la fam ilia o
n i momia. Con t odo, Arist ót eles adviert e que dicha r iqueza, esto es,
la cant idad de bienes necesarios no ya para vi vi r , sino para vi vi r bien,
no es ilim it ada, com o pret ende Solón; tiene un lím it e, com o lo tienen
los inst rum ent os y m edios, porque, al fin y al cabo, la ver dadera r i ­
queza es un conjunt o de inst rum ent os.46
Se t rat a de una de las doct rinas m ás fam osas de Arist ót eles, el
nial, en este caso, va en cont ra de la opinión de la m ayoría de los
hombres de su t iem po. El gran Solón, cuyo parecer valora el Est agi -
i ita en ot ras ocasiones, represent a la opinión gen eralizada al afi r m ar
i|iie «para los hom bres no exist en lím it es de r iqueza».47 Solo hay un
i ipo de crem at íst ica que for m a part e de la econom ía, la cual es part e
de la política en sent ido am pli o y, a su vez, coincide con la ética. Se­
gún Arist ót eles, desde un punt o de vist a m or al, solo es legít im o el
lipo de crem at íst ica cuyo fin es r eun ir la cant idad finit a de riquezas
necesaria para vi vi r bien.
Pero Arist ót eles, adem ás de ser un m oralist a, es un cient ífico, un
estudioso de la r ealidad, por lo cual no puede dejar de señalar la
existencia de ot ro t ipo de crem at íst ica, la que t odos llam an con este
nombre y, por t ant o, debem os llam ar así: el art e de conseguir una
. .mtidad i lim it ada de r iquezas. Es afín al pr im er t ipo, ya que sigue
siendo un art e de conseguir r iquezas, pero, al m ism o t iem po, es dis­
tinto, porque el pr im er o es nat ural, es una for m a de cubrir las nece-

45. Cf. Investigación sobre los animales, II 2. Escribí sobre esta doctrina en «La
Imalitá di Aristotele», en Fondamenti, fase. X I V - X V (1989-1990), págs. 7-44.
46. Aristóteles, Política, I 8,1256 b 26-39.
47. Solón, fragm. 1 Diehl, 71.
S4 El pensamiento político de Aristóteles

súbeles nat urales, m ient ras que el segundo no lo es, pues únicam en­
te procede de la experiencia y el art e y, por tanto, es ar t i ficial .48 Est e
segundo t ipo de crem at íst ica, que no for m a parte de la econom ía en
el sent ido ant iguo del t érm ino, se asem eja m ucho a la econom ía
en sent ido m oderno, por lo cual m uchos estudiosos consideran a
Arist ót eles el descubridor de esta últ im a.49
Para explicar m ejor la diferencia ent re los dos t ipos de crem at ís­
tica, Arist ót eles int roduce una dist inción que luego se hará m uy fa­
mosa, puesto que la ret om an los m ayores represent ant es de la econo­
m ía clásica, A dam Sm it h y D avi d Ricardo, así com o su m ayor crít ico,
K ar l M ar x. M e refiero a la dist inción ent re «valor de uso» y «valor
de cam bio», que aparece en el siguient e pasaje:

Cada objeto de propiedad tiene un doble uso. Ambos usos son del
mismo objeto, pero no de la misma manera; uno es el propio del obje­
to, y el otro no. Por ejemplo, el uso de un zapato: como calzado y como
objeto de cambio. Y ambos son utilizaciones del zapato. De hecho, el
que cambia un zapato al que lo necesita por dinero o por alimento
utiliza el zapato en cuanto zapato, pero no según su propio uso, pues
no se ha hecho para el cambio. Del mismo modo ocurre también con
las demás posesiones.50

Es superfluo decir que el pr im er uso, el que es propio del objet o,


responde a la nat uraleza, porque respet a el fin para el cual exist e; en
cuant o al segundo uso o uso im propio, el cam bio, puede responder a
la nat uraleza o no, según el fin para el que esté hecho. A sí, Ar ist ót e­
les señala que el cam bio procede de un hecho nat ural, según el cual

48. Aristóteles, Política, I 9, 1256 b 40-1257 a 5.


49. Cf. E. Barker, The Political Thought o f Plato and Aristotle, Londres, Me-
thuen, 1906; W . D. Ross, Aristotele, trad. it., Barí, Lat erza (ed. orig. 1923) [hay
trad. cast.: Aristóteles, Buenos Aires, Charcas, 1981]; R. G. M ulgan, op. cit.
S. M eikle, Aristotle’s Economic Thought, Oxford, Clarendon Press, 1995, ofrece
una recopilación actualizada de estas interpretaciones y de las opuestas.
50. Aristóteles, Política, I 9, 1257 87-15.
/a! jamilia *5S

lus hom bres t ienen más de lo necesario en algunas cosas y menos en


olías, razón por la que, cuando las fam ilias int ercam bian objet os
para cubrir sus respect ivas necesidades, dicho cam bio no es algo con-
na nat ura, y ni siquiera for m a part e de la crem at íst ica en el sent ido
más com ún del t érm ino.5'
En este caso, Arist ót eles t am poco se lim it a a dar una sim ple va­
loración, sino que describe lo que, a su ent ender, es un desarrollo
lógico» {/{ata logon) del pr im er t ipo de cam bio, el cam bio de m er-
i .meías que venían «de m uy lejos» m ediant e la im port ación y la ex­
portación, una m odalidad que requirió la int roducción de la m one-
<l.i. D efine esta últ im a com o una cant idad de m et al, indicada en el
sello que lleva grabado, m ás fácil de t ransport ar que las m ercancías
y con un valor equivalent e a estas.5
52Según Arist ót eles, t ras el h al l az­
1
go de la m oneda, que respondía a la necesidad de cam bio, surgió
oirá for m a de crem at íst ica, «el com ercio de com pra y vent a» {kflpe-
hf(c), la crem at íst ica que t odos llam am os por este nom bre, que int en­
ta ext raer gran des beneficios m ediant e el int ercam bio y cuyo prot a­
gonista es el din er o.53
Arist ót eles señala que t odas las m odalidades de cam bio que ut i­
lizan el dinero no son innat urales, ya que r ecur r i r al dinero es «lógi-
m », inevit able y tal vez incluso razonable. Solo es innat ural aquel
lipo de com ercio en el cual «el dinero es el elem ent o básico y el t ér­
mino del cam bio». Con esta expresión, el Est agirit a acuña lo que se
convertirá en la fórm ula del cam bio capit alist a, D -M -D (D = dinero;
M = m ercancía; D = dinero aum ent ado t ras el cambio). A sí pues,
exist en dos tipos de cam bio basados en el dinero: el cam bio en el cual
el dinero solo es el m edio ut ilizado para cam biar una m ercancía por

51. Ibid., 1257 a 14-30.


52. Ibid., 1257 a 30-41. Aristóteles también habla de la moneda en el cap. 5
‘ Irl I abro V de la Ética a Nicómaco, donde dice que esta hace las veces de término
medio y de medida entre bien y necesidad y, por consiguiente, entre bien y bien.
Solo pueden cambiarse bienes distintos, aunque de igual valor, y la igualdad solo
puede darse entre valores conmensurables, que lo son gracias a la moneda.
53. Aristóteles, Política, 1 9, 1257 b 1-23.
Hl pensamiento poli tu o Je Aristóteles

ot ras, un cam bio expresable con la fórm ula M -D -M , y el cam bio en


el cual el dinero es principio y «t érm ino», puesto que se cam bia d i ­
nero por m ercancía (es decir, se inviert e) con el fin de obt ener, m e­
diant e un nuevo cam bio, una cant idad m ayor de dinero. El prim er
t ipo es nat ural, ya que su objet ivo es cubrir las necesidades de la fa­
m ilia y, com o tal, for m a part e de la econom ía; por el cont rario, el
segundo es innat ural, ya que su fin es, sencillam ent e, el enr iqueci­
m ient o, por lo cual const it uye lo que suele ent enderse por crem at ís­
tica y no for m a part e de la econom ía.54
A n ali zan do la segunda form a de int ercam bio, Arist ót eles descu­
bre en ella una caract erística fundam ent al: que está abiert a hasta el
infinito. L a prim era form a de cam bio, la que conduce a la m ercancía,
es finit a en sí m ism a, ya que, una vez obt enida la m ercancía necesaria
para cubrir las necesidades, el cam bio ha alcanzado su objet ivo y t er­
m ina. Pero la segunda form a de cam bio, que conduce al dinero, siem ­
pre está abiert a a ot ro cam bio que aum ent e ese dinero, y así sucesiva­
m ent e hasta el infinit o; su único fin es el enriquecim ient o infinit o, o,
com o dice Arist ót eles, el crecim ient o infinit o del dinero. A l referirse
a la segunda form a de cam bio, el Est agirit a hace una observación que
conlleva una condena im plícit a de esta, tanto desde el punt o de vist a
m oral com o desde el punt o de vist a m eram ent e descript ivo: «La cau­
sa de esta disposición [la de quienes ut ilizan esta for m a de cam bio] es
el afán de vivir , y no de vivir bien. A l ser, en efecto, aquel deseo sin
límites, desean t ambién sin límites los m edios producidos».55
Según Arist ót eles, exist e una form a aún peor de cam bio: la usu­
ra o prést am o con int ereses, en la cual la ganancia o aum ent o de d i ­
nero procede del m ism o dinero, no de aquello para lo cual se inven­
tó el dinero, que fue el int ercam bio de m ercancías. El int erés que es
frut o de la usura debe su nom bre (tomismos) a la palabra to/(os, «hijo»,

54. Así lo expone con claridad M eikle, op. cit., págs. 43-66 y 87-108. Véase
también el magnífico artículo de C. Nat ali, «Aristote et la chrématistique», en
Pat zig, (ed.), op. cit., págs. 296-324.
55. Aristóteles, Política, I 9 ,1257 b 27-1258 a 2.
I .,/ Unntha * 57

|(m i <|i i c es din er o hijo de dinero. A sí pues, de las t res form as de ga-
n.meia, esta es la más cont raria a la nat uraleza.56
Según algunos estudiosos, el análisis arist ot élico de la cremat íst ica
i iiiendida en el sentido más com ún, esto es, innat ural, procede de la
observación directa de uno de los prim eros mercados de la historia, el
t|iie surgió en At enas a mediados del siglo iv a.C., y por ello conside-
i .i i i a Arist óteles el descubridor de la economía en el sentido m oderno
ilel t érmino.57 Incluso M oses I. Fin ley, pese a ser cont rario a la tesis de
i|iiicnes consideran a Arist ót eles un precursor de la economía política
i l.isica y negar que este practicara el análisis económico en sentido
moderno, esto es, det erm inando las leyes mat emáticas y mecánicas de
l os intercambios comerciales, adm it e que el Est agirit a conoció y estu­
dió la economía de m ercado, economía que, en aquel entonces, practi-
i aban sobre t odo los metecos (los ext ranjeros que residían en At enas).5*
Por ot ra part e, la condena arist ot élica de la crem at íst ica innat u-
u l inspiró, a t ravés de T om ás de A qui n o, gran parte de la doct rina
mk ial de la Iglesia cat ólica, y obt uvo el consenso de uno de los m ayo-
i es críticos de la econom ía polít ica clásica, M ar x, el cual, adem ás,
sostiene que Arist ót eles est uvo a punt o de descubrir la verdadera
nat uraleza del valor, que es t rabajo hum ano cosificado, solo que las
ondiciones hist óricas de su t iem po, especialm ent e el sistema econó­
mico de la Ant i güedad, basado en el t rabajo de los esclavos, le im pi­
dieron descubrirlo.59

56. Ibid., 10 ,1258 b 2-8.


57. Cf. K. Polany, «Aristotele scopre l ’economia», en M. Vegetti (ed.), M ar-
M ilán,Felt rinelli, 1977, págs. 10 1- 131 (ed.orig. 1957). Aest e
ispreto de la obra aristotélica le han dedicado importantes estudios M. Vegetti,
II pensiero económico greco», en L. Firpo (ed.), Storia delle ideepolitiche, Turín,
I H KT, 1972, vol. I, págs. 583-607, y L. Ruggiu (ed.), Genesi dello spazio economi-
11, Nápoles, Guida, 1982.
58. M . I. Finley, La economía de la Antigüedad, cit., y «Aristotle and Eco-
iinmical Analysis», en Barnes, Schofield y Sorabji, Articles on Aristotle, cit.,
p.igs. 140-158.
59. K. M arx, II Capitule, trad. it., Roma, F.ditori Riuniti, 1974, vol. I, pág. 92.
5» lil pensamiento poli tu o de Aristóteles

Lo ciert o es que Arist ót eles no se det iene en el análisis concep­


t ual del cam bio y del dinero; t am bién exam ina las dist int as m aneras
en que se pueden obt ener riquezas. A lgun as de ellas pert enecen a la
crem at íst ica nat ural, incluida en la econom ía, y consist en, por ejem ­
plo, en saber qué reses son m ás rentables según la t ierra y el m edio
am bient e, en conocer la agricult ura en sus dist int as form as, la api ­
cult ura y la ganadería. O t ras pert enecen a la crem at íst ica en su sen­
t ido m ás general, es decir, innat ural, y son el com ercio (incluido el
arm am ent o de barcos para t ransport ar m ercancías), el prést am o con
intereses y el t rabajo ret ribuido. Est e últ im o, según Arist ót eles, está
vinculado, en part e, a los art esanos que pract ican las art es m anuales
(ibanausoi) y, en part e, a quienes no pract ican ningún art e y solo pue­
den t rabajar con su cuerpo, es decir, a sim ples peones. Exi st e una
especie de t érm ino m edio ent re estas dos form as de crem at íst ica: la
que explot a con fines com erciales los product os de la t ierra, por
ejem plo, los bosques y las m inas de m et ales.60
Por últ im o, Arist ót eles aduce com o ejem plo de crem at íst ica la
anécdot a según la cual T al es, con el fin de dem ost rar la ut ilidad de
la filosofía, t ras prever m ediant e cálculos ast ronóm icos una cosecha
de aceit unas especialm ent e abundant e, se hizo con t odos los l aga­
res de M ilet o y de Q uíos y, llegado el m om ent o de la recolección, los
alquiló a un precio m uy alt o. Según Arist ót eles, eso fue un ejem plo
de m onopolio, y añade — sin el m enor signo de reprobación— que
los polít icos, esto es, los gobernant es de las ciudades, si precisan de
recursos financieros superiores a los necesarios para una fam ilia,
pueden r ecurr i r a ese t ipo de est rat egias.6' T al vez este sea el punt o en
el cual Arist ót eles se apr oxim a m ás al concepto m oderno de econo­
m ía política.

[H ay trad. cast.: El Capital: Crítica de la economía política, M adrid, Siglo XX I ,


1980.]
60. Aristóteles, Política, I 11,1258 b 9-39.
61. Ibid., 1258 b 39-1259 a 36.
4

L A C R Í T I C A A PL A T Ó N

T r as defi n i r , en el Li br o I de la Polít ica, la ciudad y la fam i li a, y


ames de disert ar sobre las dist int as const it uciones o for m as de go­
bierno para est ablecer cuál es la m ejor , Ar ist ót eles exam i n a, tal
m i no había anunciado al final de la Ét ica a Nicóm aco, las const it u-
t iones que describen los pensadores ant eriores y las const it uciones
que ya exist en. Est e es el t em a del Li br o I I de la Polít ica, dedicado a
analizar las const it uciones que describe Plat ón en la República y las
I ryes, así com o las que proponen Fal eas de Calcedon i a e H i podam o
de M ilet o, las const it uciones de Espar t a, Cr et a y Car t ago, la de So­
lón y ot ras de m enor im port ancia. Com o era de esper ar , la part e
más int eresant e es la que se refiere a Plat ón, porque nos perm it e
asistir a la confront ación ent re los dos m ayores filósofos polít icos de
la A n t i güedad, y t am bién porque cont iene una serie de elem ent os
miles para delinear la m ejor const it ución según el cr it er io de A r i s-
i óteles.
El objet ivo de esta part e de la Polít ica no es exponer de un m odo
sistemático la República ni las Leyes — aunque Arist ót eles recorre de
mi m odo diacrónico el pensam ient o polít ico de Plat ón, con lo cual
exhibe una conciencia hist órica m uy precisa— , sino confront ar lo
que Plat ón escribe en am bos diálogos con el concepto arist ot élico de
«mdad com o sociedad polít ica (kpinonia polit ice), ent endida en el
sentido descrit o en el capít ulo prim ero. Es im port ant e t ener présen­
le dicho objet ivo, para evit ar las crít icas fáciles que puede suscit ar la
exposición arist ot élica en aquellos lect ores que t engan ant e sus ojos
59
<w El pensamiento poli m u <lr Aristóteles

los diálogos de Plat ón y puedan com probar si este dijo realm ent e lo
que le at ribuye Arist ót eles.'
La cuest ión que Arist ót eles plant ea al com ienzo del libro es:
¿qué deben t ener en com ún los ciudadanos de una polis para form ar
una «sociedad polít ica»? Es im posible que no deban t ener algo en
com ún, ya que com part en el «lugar », el t errit orio. Per o ¿t am bién
deben t ener una com unidad de m ujeres, hijos y bienes, com o sost ie­
ne Plat ón (Arist ót eles dice «Sócrat es», pero se refiere al personaje
que act úa com o port avoz de Plat ón) en la República P1T od a la di ser ­
tación de Arist ót eles gi r a alr ededor de este punt o, por lo cual carece
de sent ido lam ent arse de que no t iene en cuent a ot ras m uchas doc­
t rinas que Plat ón expone en el diálogo; de hecho, para m uchas de
ellas (por ejem plo, el caráct er nat ural de la ciudad, o la im posibilidad
de separar polít ica y ética), el silencio del Est agir it a equivale a un
consenso im plícit o. Por ot ra part e, es bien sabido que este nom bra,
explícit a o im plícit am ent e, a Plat ón sobre t odo cuando debe cr it icar ­
lo (siguiendo la frase de la Ét ica a Nicóm aco dest inada a convert irse
en proverbio: «A m i cus Plat o, sed m agis am ica verit as»),1
3 dando por
2
descont ado que, cuando no lo crit ica, las m ás de las veces lo aprueba.
Según Arist ót eles, Plat ón defiende la com unidad de m ujeres e
hijos porque, en su opinión, el bien suprem o para la ciudad es la

1. Así lo advierte muy acertadamente R. F. Stalley, «Aristotle’s Criticism of


Plato Republic», en Keyt y M iller (eds.), op. cit ., págs. 182-198. Las críticas más
duras a la exposición aristotélica se encuentran en E. Bornemann, «Aristóteles’
Urteil über Platons politische Theorie», en Philologus, L X X I X (1923), págs. 70-
i i i , 113- 158, 234-257. Véanse también L. Bertelli, H istoria e methodos: Analisi
critica e tópica política nel secondo libro della «Politica» di Aristotele, Turín , Para-
via, 1977; L. M. Napolitano Valdit ara, «La trattazione aristotélica della Politeia
di Platone», en Berti y Napolitano Valdit ara, (eds.), op. cit ., págs. 135-159;
M. Cant o-Sperber, «L ’unité de l’Et at et les conditions du bonheur public (Platón,
République, V ; Aristote, Politique, II)», en Aubenque y Tordesillas (eds.),op. cit .,
págs. 49-72.
2. Aristóteles, Política, II 1.
3. Aristóteles, Ética a Nicómaco, I 6,1096 a 11-16 .
I .i t i ftim a Platón (>i

unidad. Sin em bar go, Arist ót eles objet a que dicha razón no es vál i ­
da, puesto que la unidad de la polis, tal com o la ent iende Plat ón, no
< posible ni buena, y, adem ás, en caso de que fuera válida, las m edi­
das que sugiere Plat ón, en part icular la com unidad de m ujeres e
luios, no la garan t i zar ían . L a unidad que desea Plat ón solo es posible
mi la fam ilia — y m ás aún en el individuo— , pero la ciudad, según
Aiist ót eles, no es una fam i li a, sino una plur alidad por nat uraleza,
pin lo cual, si se t ran sform ara en una fam i li a, dejar ía de ser una ciu­
dad.4 list a crít ica r efleja la aversión de Arist ót eles por la ident ifica-
i ion del bien con el U no, incluida en las «doct rinas no escrit as» de
l'lalón , esto es, por la revalorización de la m ult iplicidad, que Plat ón
ident ifica con el m al,5 y t am bién r efleja la reivindicación arist ot élica
de la diferencia ent re fam i li a y ciudad, que ya aparecía en el Li br o I.
Adem ás — prosigue el Est agi r it a— , la ciudad es una pluralidad
de seres «dist int os», no por di gn i dad sino por función, y en eso di ­
verge de una sim ple alianza m ilit ar, cuyo fin es logr ar m ayor cant i­
dad de fuerzas sum ando los soldados de las ciudades aliadas, y t am ­
bién diverge del llam ado «pueblo» (ethnos), del conjunt o de personas
de la m ism a est irpe que no const it uye una ver dadera ciudad (la na-
i iún m oderna). Evident em en t e, alude a las dist int as profesiones, que
.e com plem ent an ent re sí, com o m uest ra el ejem plo de «los zapat e-
los y los carpint eros». Y añade que, de ser posible, sería m ejor que
ncinpre desem peñaran las funciones de gober nar y de ser gober na­
dos los m ism os, esto es, que los gobernant es no cam biaran.6 T al vez
sr.i una alusión a la República de Plat ón, donde gobiernan siem pre
los mism os, los filósofos, una especie de argumentum ad hominem
que Arist ót eles pront o abandona, pues, com o verem os enseguida,
i onsidera im posible que se produzca tal sit uación.
El Est agi r it a prosigue diciendo que, en aquellas ciudades donde
todos los ciudadanos son libres e iguales, es just o que t odos part ici-

4. Aristóteles, Política, 11 2, 1261 a 10-22.


5. Cf. Stalley,o/ >. cit., pág. 187.
6. Aristóteles, Política, II 2,126 1 a 22-39.
(\2 VI pensamiento político Je Aristóteles

pen en el gobierno. Pero no es posible que ello ocurra al m isino t iem ­


po, pues en tal caso no habría ninguna diferencia ent re gobernant es
y gobernados. Y propone com o solución que en dichas ciudades se
pract ique la «igualdad por int ercam bio recíproco» (to ison to ant ipe-
ponthos), es decir , que gobiernen «por t urnos» (/(ata meros), ora unos,
ora ot ros, pues al m enos de esta form a «se im it a» el gobierno de t o­
dos.7 Est a es la sugerencia polít ica original que Arist ót eles opone a la
concepción rígidam ent e jerár quica de la República, una propuest a
basada en la i gualdad de los ciudadanos, no en las profesiones, sino
en lo que hoy llam aríam os derechos políticos.
El segundo ar gum en t o que aduce Arist ót eles en cont ra de la ex­
cesiva unidad de la ciudad es el de la aut osuficiencia: así com o la fa­
m ilia es m ás aut osuficient e que el i ndividuo, por ser m ás art iculada,
así t am bién la ciudad es m ás aut osuficient e que la fam i li a, porque
aún es m ás art iculada. Por t ant o, si es preferible una m ayor aut osu­
ficiencia, t am bién será preferible una m ayor art iculación int erna,
esto es, una unidad m enor.8 Com o puede verse, la ciudad de A r i st ó­
teles debe ser una y m últ iple a la vez: una por el fin, que es el bien
com ún, el vivir bien y la aut osuficiencia; m últ iple por sus art icula­
ciones int ernas, const it uidas por las fam ilias, las profesiones y las
funciones políticas.
Por ot ra part e, aunque fuera ciert o, com o se lee en la República,
que el bien suprem o de la polis es la unidad, la com unidad de hijos y
m ujeres no cont ribuiría a lograr dicha unidad, por m ás que, según
Plat ón, dicha com unidad perm it iría a cada uno decir «esta es mi
esposa» o «este es mi hijo». En r igor, com o sostiene Arist ót eles, en
un régim en de propiedad com ún, esas frases no las podría decir
«cada uno» individualm ent e, sino «t odos» en un sent ido colect ivo, y
la palabra «m ío» no si gn ificar ía propio del i ndividuo, sino propio
de la colect ividad. Adem ás, nadie se preocupa de lo que es de todos,
porque cada uno se preocupa de lo suyo, y porque cada uno piensa

7. Ibid., 1261 a39-b6.


8. Ibid., 1261 b 10-15.
I a i t itii a a ¡‘latón Í 15

que y;i se preocuparán los dem ás; «com o ocur r e en los servicios do-
j i m' míc o s: m uchos criados sirven en ocasiones peor que un núm ero
menor».* Es una observación psicológica m uy realist a, y dem uest ra
que, para Arist ót eles, la nat uraleza polít ica del hom bre no es indica-
uva de ese presunt o alt ruism o nat ural que se le presupone con gran
opt im ism o, sino que es una opción racional.
Por ot ra part e, en un régim en de com unidad de hijos y m ujeres
prosigue Arist ót eles— , cada uno dice «m ío» en relación con la
11.lición num érica del t odo que él represent a, es decir, que «m ío»
lignít ica una m ilésim a, o una diezm ilésim a part e, y nadie sabe si el
lii|i> es suyo. En cam bio, en un régim en norm al, uno puede decir
-mi hijo», «m i herm ano» o «m i prim o» con plena convicción, y «es
i l u lam ent e m ejor ser pr im o ver dadero que hijo de aquella m ane-
i .i *. Adem ás, en el régim en de com unidad es posible que alguien
i reonozca a su hijo por el parecido físico, en cuyo caso el efect o de la
i H iminidad fr acasa.9
101
2Por últ im o, en dicho régim en t am bién es nece-
i.iiio evit ar el incesto y, para ello, no bast a con prohibir la unión
itirnal, com o dice Plat ón; habría que prohibir cualquier for m a de
.mior. En cuant o a la unión carnal, no tiene sent ido prohibirla por el
mero hecho de que produce un placer m uy int enso, com o sugiere
I l at ón ." T od as estas consideraciones revelan la clara preferencia del
I .siagirit a por una ciudad art iculada en dist int as fam ilias.
O t ro ar gum en t o que aduce Arist ót eles en cont ra de la com uni­
dad de m ujeres e hijos es que esta es cont raria a uno de los pilares de
la concordia en la ciudad: la am ist ad. Inevit ablem ent e, cuando la
amistad incluye a t odo el m undo, se diluye y ya no se not a, «com o un
| m»co de dulce m ezclado con m ucha agua result a im percept ible en la
m ezcla».11 Por últ im o, Arist ót eles crit ica la propuest a plat ónica de
II asladar a los hijos de una clase a ot ra, de guar dian es a agricult ores

9. Ibid., II 3,126 1 b 16-40. Cf. Platón, República, V 462 C.


10. Aristóteles, Política, II 3 , 1262 a 1-24.
11. Ibid., II 4,1262 a 24-40. Cf. Platón, República, III 403 A ss.
12. Aristóteles, Política, I I, 4,126 2 a 40-b 24.
í>4 lilpensamiento político de Aristóteles

o viceversa, si se ve que estos no poseen las caract eríst icas de la clase


en que nacieron. En su opinión, hacerlo genera confusión y neut ra­
liza el efecto de la com unidad, según el cual todos los padres debe­
rían considerar a todos los hijos com o propios.'3
Est a últ im a observación desm ont a una crít ica que suelen hacerle
a Arist ót eles los estudiosos m odernos: el no t ener en cuent a que Pl a­
tón propone la com unidad de m ujeres e hijos únicam ent e para la
clase de los guardianes, no para toda la ci udad.'4 Sin em bargo, la ci­
t ada observación dem uest ra que Arist ót eles es consciente de ello y
que, cuando crit ica la com unidad com o si afect ara a todos los ciuda­
danos, lo hace porque esta solo obt endría el efect o que persigue Pl a­
t ón, esto es, garan t i zar la m áxi m a unidad a la polis, si realm ent e les
afect ara a todos. En resum idas cuent as, Arist ót eles supone que Pl a­
tón es más coherent e con su propia doct rina de lo que lo es y, por
consiguient e, crit ica tal doct rina com o si este la aplicara de form a
coherent e a t odos los ciudadanos.'5
T r as plant ear el problem a de la com unidad de m ujer es e hijos,
Ar ist ót eles, siem pre con el fin de det er m in ar qué debe ser com ún
en la ciudad, aborda la cuest ión de la propiedad com ún (/(tesis), y la
for m ula de este m odo: ¿es m ejor que sea com ún la propiedad o el
uso que se hace de ella? Por ejem plo, ¿es m ejor que se separen las
t ier ras y se pongan en com ún los frut os, es m ejor t ener en com ún
las t ierras y r epar t ir los frut os según las necesidades in dividuales o
es m ejor t ener en com ún t ierras y fr u t os?'6
La objeción del Est agi r it a a la tesis de t ener en com ún las t ierras
es que, si los t rabajadores de los cam pos no son sus propiet arios, ha­
brá peleas ent re los que t rabajan poco y los que t rabajan m ucho, ya
que los prim eros ganar án m ás de lo debido y los segundos, menos.
«En gen eral, la convivencia y la com unidad en t odas las cosas hum a- 1
6
5
4
3

13. Ibid., 1262 b 24-35. Cf. Platón, República, 111 415 B ss.
14. Cf. Bornemann y Napolitano Valdit ara, op. cit., y Canto-Sperber, op. cit.
15. Tal como advierte Stalley, op. cit ., págs. 185-186.
16. Aristóteles, Política, II 5,126 2 b 37-1263 a 8.
/ .</ critica a Platón
<5

ii;is es di fíci l , y especialm ent e en estas. Son un ejem plo evident e las
asociaciones de com pañeros de viaje: en la m ayoría de los casos sur ­
uco diferen cias por cosas cot idianas, y por m enudencias chocan
unos con ot r os».'7 Est a últ im a observación m uest ra, una vez m ás, la
visión realist a de la nat ur aleza hum ana que posee Ar ist ót eles, lo
i nal desm ient e la acusación de excesivo opt im ism o que suelen ha­
cerle. En real idad, la crít ica precedent e no va d i r i gi d a cont ra la pe­
culiar solución a la cuest ión de la propiedad suger ida en la Repú bli­
ca., donde la propiedad solo es com ún ent re los guar dian es, aunque
no son ellos quienes t rabajan la t ierra. El l o viene a con fi r m ar que
Arist ót eles t rat a el problem a en gen er al, sin refer ir se exclusi vam en ­
te a la República.
La solución que propone es una especie de solución m ixt a ent re
el sistema colect ivist a de la propiedad y el sist em a privado: que la
propiedad, «en ciert o m odo», sea com ún, pero, «en gen er al», pr iva­
da. M ás concret am ent e, la propiedad debe ser pr ivada, y lo que debe
ser com ún es el uso que se hace de ella; así, «cada ciudadano, t enien­
do su propiedad pr ivada, pone unos bienes al servicio de los am igos
y se sirve de ot ros com unes». Y ello porque es nat ural que cada uno
se quiera a sí m ism o (lo único deplorable es el egoísm o, esto es, el
quererse en exceso) y desee ser propiet ario de algo, y, a la vez, desee
com placer o ayudar a los am igos o a los ext ranjeros, y para hacerlo es
preciso que exist a la posesión pr ivada, pues sin ella no puede haber
generosidad.1
181
7 9
Est e argum ent o en defensa de la propiedad pr ivada suele cal i fi ­
carse de insuficient e, porque no considera la propiedad un derecho,
sino el objet o de una t endencia nat ural, com o el quererse a sí m ism o,
y de un deseo, com o la gen erosidad.'9 En r ealidad, Arist ót eles no
pret endía defender la propiedad privada com o derecho inviolable;

17. Ibid., 1263 a 8-21.


18. Ibid., 1263 a 21-b 14.
19. Cf. T . H . Irwin, «Aristotle’s Defense o f Prívate Propriety», en Keyt y
Miller (eds.), op. cit., págs. 200-225.
(,U El pensamiento poli tico ¡le Aristóteles

lo que pret endía era lim it arla reafirm ando su uso com ún, según lo
que, en t érm inos m odernos, vendría a ser una especie de «t ercera
vía» ent re individualism o absolut o y colect ivism o.
A sí lo confirm an sus consideraciones post eriores, según las cua­
les no conviene ent usiasm arse con la com unidad de bienes com o si
esta fuera a producir una «m aravillosa am ist ad» ent re t odos, ni at ri ­
buir los enfrent am ient os ent re ciudadanos a la exist encia de la pr o­
piedad privada, cuando en realidad proceden de la m aldad hum ana
y t am bién se dar ían en un régim en de com unidad de bienes.10 A l gu ­
nos suponen que Arist ót eles está crit icando a los filósofos cín i ­
cos, los cuales debieron de acoger con ent usiasm o las págin as de
Plat ón sobre la com unidad de bienes, ya que coincidían con sus
ideas al respect o.2
21 Eso t am bién expli car ía por qué Arist ót eles no
0
t iene en cuent a el hecho de que la propuest a plat ónica solo se refer ía
a los guar dian es.
El Est agi r it a vuelve sobre la propuest a específica de la República
m ás adelant e, ret om a la crít ica a una concepción total {pantos) de la
unidad de la polis y la cont rapone a una unidad art iculada en la m u l ­
t iplicidad, del m ism o m odo que la «hom ofonía» se opone a la «sin­
fonía» y un solo pie se opone al rit m o. Arist ót eles no es cont rario a
la unidad, pero aspira a una unidad de la pluralidad que const it u­
ye la ciudad, la cual solo puede alcanzarse m ediant e la educación
{paideia), es decir, los usos, las act ividades int elect uales iphilosophia)
y las leyes. Y aduce com o ejem plo de tal unidad las «sisit ias», las
com idas colect ivas que im ponía el legislador de Espar t a y de Cr et a.22
N o estam os, pues, m uy lejos de la post ura plat ónica, si bien nos ha­
llam os m ucho m ás lejos de post uras com o el i ndividualism o m o­
derno.
La crít ica a la República prosigue observando que Plat ón no
aclara si la com unidad de m ujeres, hijos y propiedades se aplica t am -

20. Aristóteles, Política, II 5, 1263 b 15-29.


21. Cf. E. Barker, Gree\ Political Theory, Londres, 1918, págs. 120-124.
22. Aristóteles, Política, II 5, 1263 b 29-1264 a 11.
I ai in t Kii a Platón r'7

bien a los agricult or es, esto es, a los product ores en general. Si se les
aplica, no se ent iende en qué se diferen cian de los guar dian es, ni
por qué deben som et erse a sus órdenes. En cam bio, si la com unidad
no se aplica a los agricult or es, en una sola ciudad habrá dos ci uda­
des enfrent adas, la de los guar dian es y la del rest o de ciudadanos.
Según Arist ót eles, Plat ón sost iene que la agr esi vi dad recíproca se
elim ina con la educación, pero dest ina la educación únicam ent e a
los guar dian es y deja que los agricult or es sean dueños de sus pr o­
piedades. Por ot ro lado, si la com unidad t am bién se aplicara a los
agricult ores, ¿quién se ocuparía de la adm inist ración de la casa?232
4
I'.n realidad, Plat ón especifica que la com unidad se aplica solo a los
guardianes, no a los product ores.23 Y Ar ist ót eles lo sabe m uy bien,
como dem uest ra su observación sobre la propiedad adjudicada por
com pleto a los agricult ores. N o obst ant e, desea cr it icar esta post ura
y, para com plet ar la discusión dialéct ica, t am bién m enciona la pos­
tura opuest a.25
Arist ót eles t am bién crit ica el sist em a de gobierno propuest o en
l.i República, es decir, el hecho de que los gobernant es siem pre sean
los m ism os, y asegura que ello será m ot ivo de rebelión.26 A lo cual
.ilgunos han objet ado, con razón, que el Est agi r it a, com o verem os
más adelant e, t am bién defiende la part icipación en la vida polít ica
de una parte de los habit ant es, los que son libres, y excluye a los es-
i lavos y, en realidad, t am bién a los art esanos y los peones.27 Ant e-
i iormente, he señalado que t ant o Arist ót eles com o Plat ón considera-
I tan inevit able la esclavit ud; sin em bargo, en lo r eferent e a los hombres
libres, el prim ero adm it e una part icipación en el gobierno m ucho
más am plia que Plat ón.

23. Ibid., 1264 a 1i-b 6.


24. Cf. Platón, República, I V 421 I ) ss.
25. Napolitano Valditara, op. cit., subraya muy bien el carácter dialéctico de
l.i discusión aristotélica.
26. Aristóteles, Política, II 5, 1264 b 6-15.
27. Cant o-Sperber, op. cit., pág. 71.
68 /;/ pensamiento político de Aristóteles

Arist ót eles afi r m a que t oda la ciudad no puede ser feliz, com o
Plat ón t am bién desea, si no son felices sus part es, y que, con el siste­
m a que propone su ant ecesor, no pueden ser felices ni los guardianes
ni los agricult ores, y m enos aún los art esanos y los peones.18 Respect o
a la infelicidad de los guar dian es en la ciudad de Plat ón, Arist ót eles
int erpret a con un exceso de lit eralidad una objeción que el m ism o
Plat ón hace a su propia t eoría, relacionada con la vida aust era que
deberían llevar los guar dian es;19 por ot ra part e, Plat ón no habla de la
infelicidad del rest o de ciudadanos.
Es especialm ent e int eresant e la crít ica de Arist ót eles a las Leyes
de Plat ón. El Est agi r it a nos inform a diligent em ent e de que su pr e­
decesor las escribió después de la República, y establece una con fron­
t ación ent re los dos m ayores diálogos de Plat ón, observando que en
el prim ero habla sobre t odo de la const it ución (politeia) y en el se­
gun do propone un conjunt o de leyes y t rat a poco el t em a de la cons­
tit ución. Según Arist ót eles, en las Leyes, el at eniense pret ende que la
constit ución o régim en polít ico sea «m ás adapt able a las ciudades
act uales», m ás aplicable y m enos ut ópico, y «poco a poco lo recondu­
ce de nuevo a la ot ra República». Y lo ciert o es que, salvo en el caso
de la com unidad de m ujeres, hijos y propiedades, que no aparece, en
las Leyes incluye el m ism o t ipo de educación, el m ism o t ipo de vida
en lo referent e a los t rabajos indispensables y el m ism o régim en de
sisit ias; la única excepción es el aum ent o de los hom bres arm ados,
que pasan de ser 1.000 a 5.000.2
303
9
2
8 1
A este últ im o aspect o se refiere la pr im er a crít ica de Arist ót eles,
para quien el núm ero de hom bres act ivos es dem asiado alt o, ya que
r equerir ía un núm ero m ucho m ayor de m ujeres y siervos, con lo
cual necesit arían un t errit orio práct icam ent e i lim it ado.3' En seguida

28. Aristóteles, Política, II 5, 1264 b 15-25.


29. Cf. Platón, República, I V 419 A ss.
30. Aristóteles, Política, II 6, 1264 b 26-1265 a 10. Sobre el número de hom­
bres armados, cf. Platón, Leyes, V 737 E, 740 D.
31. Aristóteles, Política, II 6, 1265 a 10-18.
I j i t rít iai ti Platón (H)

vu cm os que la m ejor ciudad posible, tal com o la describe Ar ist ót e­


les en el Li br o V i l de la Polít ica, debe t ener un t errit orio lim it ado.
I .a segunda crít ica se refiere a la cant idad de propiedad pr ivada que
adm it e Plat ón en las Leyes: la suficient e para vi vi r de m anera so-
bi i a.,J El Est agir it a observa que se puede vi vi r de m anera sobria
pero m iserable, y por eso pr efiere calcular la propiedad necesaria
para «vi vi r bien», es decir, de m anera sobria y generosa.33 U n a vez
m;ís, Arist ót eles se m uest ra m ás m oderado y m enos aust ero que su
maestro. O t ra crít ica se refiere al hecho de que Plat ón, en las Leyes,
no regula el núm ero de ciudadanos ni de nacim ient os, lo cual, según
su discípulo, es peligroso, ya que puede conducir a la m iseri a.34 Y
sigue con ot ras observaciones de m enor int erés.
La crít ica m ás int eresant e se refiere al t ipo de const it ución que
propone Plat ón en las Leyes, la llam ada const it ución m ixt a. Según el
Est agirit a, la const it ución de \as Leyes pret ende ser {boulet aieinai) un
t ermino m edio ent re dem ocracia y oli gar quía, lo que el m ism o A r i s­
tóteles llam ará, com o verem os, «polit ia» (politeia), esto es, la const i­
tución por excelencia, en la cual gobiernan los «hoplit as», los ci uda­
danos suficient em ent e acom odados para conseguir arm as, es decir,
1.1 dase m edia.35 Según parece, Arist ót eles no crit ica esta int ención
«le su m ent or porque él t am bién propondrá la polit ia com o la m ejor
i «institución posible.
Ix> que Arist ót eles crit ica es la valoración que, a su ent ender,
li.icc Plat ón de dicha const it ución y su for m a de con figurar la en las
L ijes. Si Plat ón la concibe com o la const it ución m ás com ún o aplica­
ble, ent onces t iene razón; si, por el cont rario, la concibe com o «la
mejor después de la pr im er a», es decir, después de la que ideó en
1.1 República, ent onces debería haberla hecho m ás arist ocrát ica, tal

<2. Platón, Leyes, V 737 D.


33. Aristóteles, Política, 11 6,1265 a 18-28.
34. Ibid., 1265 a 28-b 17. En realidad, Platón, en Leyes, V 740 B, limita el
número de las familias.
35. Aristóteles, Política, II 6,1265 b 26-29.
71
El pensamiento político de Aristóteles

com o es, por ejem plo, la const it ución de los espart anos. L a com para­
ción con los espart anos recuerda a Arist ót eles la t eoría de la «const i­
t ución m i xt a», según la cual la m ejor constit ución debería ser m e-
meigmene («mixt a»), una mezcla de las demás — m onarquía, oligarquía
y dem ocracia— , y añade que, «según algunos», tal const it ución co­
incide con la de Espar t a, donde los reyes represent an la m onarquía,
el consejo de ancianos, la oli gar quía, y los éforos, elegidos por el pue­
blo, o las sisit ias, la dem ocracia.36
N o queda claro quiénes son esos «algunos»; podría t rat arse
de Isócrat es, el cual sostiene que Li cu r go im port ó a Espar t a la idea de
una constitución m ixt a inspirada en la ant igua constitución ateniense;37
o de D icearco de M esina, discípulo de Arist ót eles, aunque tal yez
cont em poráneo suyo, aut or de una obra t it ulada Tripoliti%ón, quien
ve en la const it ución espart ana una const it ución m ixt a.3* En reali­
dad, el ver dadero aut or de la t eoría parece haber sido el m ism o Pl a­
t ón, el cual, en las Leyes, declara que la const it ución espart ana posee
la «just a m edida» (to m etrion), porque une la inst it ución de los reyes,
el consejo de ancianos y a los éforos, con lo cual el reino es «m ixt o»
{symmeiktos) y m oderado.394 0
Sin em bargo, Arist ót eles no com part e tal doct rina, y solo la m en­
ciona para acusar a Plat ón de no haberla aplicado, ya que la constit u­
ción expuest a en las Leyes es una m ezcla de dem ocracia y t iranía, es
decir, de las dos peores constituciones y no de las dem ás; y, por si fue­
ra poco, t iende a la oligar quía, puesto que es obligat orio part icipar en
la asam blea y solo son elegibles para el consejo quienes poseen los
m ayores pat rim onios.30 L a prim era acusación es bastante infundada,

36. Ibid., 1265 b 29-1266 a 1.


37. Isócrates, Panatenaico, XI I 131,153.
38. Cf. Pseudo Arquit as en Estobeo, I V 1,138 , y G. J. D. Aalders, «Die M is-
chverfassung und ihre historische Dokumentation in den Política des Aristóte­
les», en Fondation H ardt (ed.). La «Politique» d’Aristote, Vendeouvres-Ginebra,
1965, págs. 199-238.
39. Platón, Leyes, III 691 C-692 A.
40. Aristóteles, Política, II 6,1266 a 1-30.
I m crítica a Platón 1

porque Plat ón, en las Leyes, solo dice que la dem ocracia y la m onar­
quía (no la t iranía) son las m adres del resto de constit uciones.4' La
secunda tiene m ás fundam ent o, pues aclara cuál es la diferencia ent re
la constit ución de las Leyes y l apolit ia de la que habla Arist ót eles: esta
última es un t érm ino m edio ent re dem ocracia y oligarquía y, por t an­
to, es peor que la espart ana, pues esta últ im a m ezcla las tres const it u­
ciones «simples» y, por lo menos, es m ás arist ocrát ica.4
1

41. Platón, Leyes, III 693 D -E.


5
L A C O N ST I T U C I Ó N

Arist óteles dedica los dos prim eros libros de la Política a los pr elim i­
nares, esto es, a la ciudad en general y a la fam ilia, t em as, que, pese a
lodo, contienen las nociones fundam ent ales de su pensam ient o polít i­
co, así com o al análisis crít ico de las doct rinas precedent es. Y , por fin,
en el Li br o I I I , aborda el t em a cent ral de la obra, el análisis de la cons-
litución, con el fin de det erm inar cuál es la m ejor. D edica los L i ­
bros I I y I V a la cuestión y, luego, tras exam inar las causas de los
cambios de constit ución (Libros V -V I ) , pasa a describir cóm o debe ser
la ciudad ideal, la m ejor de las ciudades posibles (Libros V I I - V I I I ) .
El Li br o I I I em pieza con una pr im er a definición de la const it u­
ción o régim en polít ico {politeia) com o «ordenación de los habit ant es
de la ci u dad ».1T r as esta prim era definición ext rem adam ent e gené­
rica, que parece incluir a todos los habit ant es, Arist ót eles afi r m a que
la ciudad es una «m ult it ud de ciudadanos» y que no t odos sus habi­
tantes son ciudadanos de pleno derecho. Por ejem plo, no lo son los
esclavos, porque no son libres; ni los met ecos (los ext ranjeros que
viven en la ciudad, condición en la que se hallaba el propio Ar ist ót e­
les en At enas); ni los niños, que hasta los diecinueve años no pueden
part icipar en la asam blea; ni los viejos, exim idos de las obligaciones
públicas. Según el Est agi r it a, es ciudadano de pleno derecho el que
participa en las funciones de juez y en el gobierno.1
2
A cont inuación, adviert e que tal definición es dem asiado res-

1. Aristóteles, Política, I I I , i , 1274 b 38.


2. Ibid., 1275 a 22-23.
73
74
H! ¡ten sam ien to político de A ristóteles

t ringida, puesto que, en realidad, no todos los ciudadanos part icipan


en el gobierno, y la am plía dist inguiendo ent re funciones de gobi er ­
no t em porales, desem peñadas por los gobernant es propiam ent e di ­
chos (los «arcont es»), y funciones de gobierno generales, desem pe­
ñadas por los m iem bros de la asam blea popular, quienes deliberan
acerca de los asunt os de la ciudad, pero sin gobernar en sent ido es­
t ricto. Y punt ualiza que son ciudadanos t odos los que part icipan en
las funciones de gobierno generales, esto es, los m iem bros de la
asam blea, y en las de juez, funciones que se podían adjudicar por
sorteo a cualquier m iem bro de la asam blea de At en as.’ Con t odo,
esta definición t am bién es dem asiado rest ringida, porque solo es
aplicable a las dem ocracias, de m odo que Arist ót eles propone ot ra
definición: son ciudadanos todos lo que t ienen la «facult ad» (exousia)
de part icipar en las funciones deliberat iva y judicial,3
4 es decir, que
part iciparían en ellas si vivier an en una dem ocracia.
El l o significa que solo son ciudadanos de pleno derecho, adem ás
de los gobernant es, los gobernados, aunque no t odos, sino únicam en­
te quienes poseen la «ciudadanía» (otro significado del t ér m i n opoli-
teia) por nacim ient o, o porque se les ha reconocido tras un cam bio de
constit ución.5 D e hecho, solo se encont raban en esas condiciones los
cabezas de fam ilia, esto es, los varones libres, adult os y propiet arios,
que represent aban una pequeña parte de los habit ant es de la ciudad;
a ellos se refería la expresión «libres e iguales».6 T al vez el lector m o­
derno, acost um brado a la idea de la igualdad ent re todos los hom bres,

3. Ibid., 1275 a 30-33.


4. Ibid., 1275 b 17-20.
5. Aristóteles, Política, I 2. Sobre la idea griega de ciudadanía, cf. Ehren-
berg, Der Staat der griechen, cit., y J. Bordes, Politeia dans la pensée grecque jusqu’a
Avistóte, París, Les Belles Lettres, 1982.
6. Acerca de la distinción ente gobernantes y gobernados, cf. C. Mosse,
«Citoyens “ actifs” et citoyens “ passifs” dans les cités grecques», en Revue des étu-
des anáennes, L X X X I (1979), págs. 241-249; sobre el estatus de ciudadano en ge­
neral, cf. C. Johnson, «W ho is Arist ot le’s Cit izen?», en Phronesis, X X I X (1984),
págs. 73-90.
Ia í constitución ...ü

se escandalice ant e tal concepto de ciudadanía, pero, en t iem pos de


Arist ót eles, suponía un progreso respecto a las constit uciones de los
pueblos bárbaros, donde casi nadie era ciudadano.
K1 nexo ent re ciudadanía y const it ución queda m uy claro en la
respuesta que da Arist ót eles a dos cuest iones que él m ism o plant ea
en relación con la definición de ciudadano: ¿cuándo podem os decir
que la ciudad ha act uado o no act uado? ¿Cuán do podem os decir que
la ciudad es la m ism a o es dist int a? L a respuest a depende de la cons-
lilución, ya que, en las t iranías, se dice que la ciudad act úa cuando
act úa el t irano; en las oli gar quías, que la ciudad act úa cuando act úan
los oligarcas, y en las dem ocracias, que la ciudad act úa cuando act úa
el demos o pueblo. Por ot ra part e, podem os decir que la ciudad sigue
siendo la m ism a no cuando el lugar donde se encuent ra o sus habi­
tantes siguen siendo idént icos, sino cuando perm anece igual su cons-
t itución, m ient ras que la ciudad deja de ser la m ism a cuando cam bia
la const it ución. «La ciudad es una com unidad de ciudadanos que
part icipan de una const it ución».7 Por eso algunos — y no van desen­
cam inados— consideran la const it ución com o la «causa for m al» de
la ciudad, aquello que la det erm ina, la conviert e en ciudad y le pro­
porciona una ident idad.8
L a im port ancia de la constit ución aparece en ot ra int eresant e
cuestión que plant ea Arist ót eles: si la virt ud del hom bre en general
coincide con la virt ud del ciudadano o no. L a virt ud del ciudadano,
es decir, lo que hace que un individuo sea buen ciudadano, es su con-
iribución al bien de la ciudad; dicha cont ribución depende de la posi­
ción que este ocupa, det erm inada por la constit ución. A sí pues, la
virt ud del ciudadano varía cuando varía la const it ución, pues es dis­
tinto ser un buen ciudadano en una oligarquía o en una dem ocracia.

7. Aristóteles, Política, III 3,1276 b 1-2.


8. Cf. Riedel, op. cit ., págs. 9 1- 112; Kam p, op. át ., págs. 166-167; Leszl,
op. cit ., págs. 106-110. El argumento puede defenderse aun sin llegar a decir que
l.i ciudad es una sustancia, ya que, en realidad, no lo es (cf. Kullm ann, op. cit.,
págs. n -27).
7 (' l i l pensamiento ¡xilíru o de . Instateles

Por tanto, esa virt ud no puede coincidir con la virt ud del hom bre en
general, que no depende de la constitución. La virt ud del ciudadano
ni siquiera coincide con la virt ud del hom bre en la m ejor const it u­
ción, pues en esta es suficient e que cada uno desem peñe bien su fun ­
ción en la ciudad y no es necesario, ni posible, que todos los ciudada­
nos sean hom bres virt uosos.9 Est a doct rina incluye un elem ent o de
dist inción ent re ética y política, que opone la post ura de Arist ót eles a
la de Plat ón, para quien ética y política coinciden plenam ent e.10
A m bas virt udes solo coinciden en la persona del buen gober nan­
te, que debe ser bueno y prudent e (phronimos); en cam bio, el ci uda­
dano com ún no debe necesariam ent e ser prudent e. En el gobierno
polít ico, el que se ejerce sobre libres e iguales y en el que t odos pue­
den part icipar, la vir t ud del ciudadano consiste en saber m andar y
saber obedecer, porque no se puede m andar bien sin haber obedeci­
do. Sin em bargo, la vir t ud propia de quien m anda es la prudencia
— una virt ud m oral adem ás de polít ica— , m ient ras que la vir t ud de
quien obedece es sim plem ent e la opinión ver d ader a." A lgun os han
considerado acert adam ent e esta dist inción ent re la vir t ud de quien
m anda y la virt ud de quien obedece com o un residuo de plat onism o
en Ar ist ót eles.11 Por ot ra part e, conviene recordar que Arist ót eles
considera la prudencia o sensat ez (phronesis) com o la virt ud por ex­
celencia del polít ico, pues com port a que este se responsabilice de las
consecuencias que t ienen sus acciones para los dem ás.'3
Según Arist ót eles, ot ro dat o que confirm a la diferencia ent re vir- 9
3
2
0
1

9. Aristóteles, Política, 111 4, 1276 b 16-1277 a 12.


10. Cf. P. Aubenque, «Politique et éthique chez Aristote», en Ktema, V
(1989), págs. 211- 221.
11. Aristóteles, Política, III 4,1277 a 12-b 32.
12. Cf. M. Narcy, «Aristote devant les objections de Socrate á la démocratie
{Politique, II I , 4 et 11)», en Aubenque y Tordesillas (cds.), op. cit., págs. 265-288.
13. Cf. P. Aubenque, La prudence chez Aristote, París, PU F, 1986a [hay trad.
cast.: La prudencia en Aristóteles, Barcelona, Crít ica, 1999], con un interesante
apéndice sobre la comparación entre la prudencia en Aristóteles y la prudencia en
Kant.
I a! constitución 11

tud del ciudadano y virt ud del hom bre, y que, por t ant o, confirm a la
un|M>rtancia de la const it ución, es el hecho de que los art esanos que
l t aha jan con las m anos, los banausoi, son considerados ciudadanos en
algunas ciudades y en ot ras no. Por ejem plo, en las arist ocracias, don­
de los cargos se obtienen gracias a la virt ud del hom bre, estos no pue­
den ser considerados ciudadanos de pleno derecho, ya que, si bien no
son esclavos y poseen nat uraleza de hom bres libres, no están libres del
i rabajo y no pueden dedicarse a las act ividades m ediant e las cuales
se alcanza la virt ud. En cam bio, en las oligarquías, donde los cargos se
obtienen gracias a la riqueza, los banausoi pueden ser ciudadanos, ya
que en m uchos casos son ricos. Y t ienen m ayores probabilidades de
serlo en las dem ocracias, donde, para ser ciudadano, basta con ser
hijo de padres ciudadanos o de un solo progenit or ciudadano.'4
T r as ilust rar la im port ancia de la const it ución en gen eral, A r i s­
tóteles pasa a las dist int as form as de const it ución, y da una nueva
definición m ás específica.
U na const it ución o régim en polít ico «es una ordenación de las
diversas m agist rat uras de la ciudad y especialm ent e de la que tiene
el poder soberano (politeum a). Y en t odas part es es soberano el go­
bierno de la ciudad, y ese gobierno es el r égi m en», o const it ución.'5
I'.l t érm ino politeum a designa la part e de la ciudadanía que t iene el
poder suprem o, tal com o dem uest ran los ejem plos que Arist ót eles
.id uce a cont inuación: en las dem ocracias, el politeum a es el demos, el
pueblo; en las oli gar quías, los oligoi, unos pocos.'6 El afi r m ar que
<1 politeum a es la const it ución sign ifica que este la det erm ina, ya
que las const it uciones divergen unas de ot ras según cuál sea el poli­
teuma o part e gobernant e de cada ci u dad .'71
7
6
5
4

14. Aristóteles, Política, III 5.


15. Ibid., 6,1278 b 8 -11.
16. Cf. W . Ryppel, «Politeuma: bedeutungsgeschichte eines staatsrechtli-
t lies Term inus», en Philologus, L X X X I I (1927), págs. 268-312 y 433-454; Bordes,
"/ '• at >Págs- 45° ' 4 5 I -
17. Kamp,o/ >. cit., págs. 150-151, sostiene que, para Aristóteles,politeia es un
K'-rmino con múltiples significados, aunque todos ellos confluyen en uno: el poli-

Hlpensamiento político de Aristóteles

A h or a bien, exist e una prim era dist inción, fundam ent al, ent re
las const it uciones, según se ejerza el gobierno en int erés de t odos,
gobernant es y gobernados, o solo en int erés de quien gobierna. En
este sent ido, Arist ót eles nos rem it e a su definición de gobierno des­
pót ico, el del am o sobre el esclavo, ejercido fundam ent alm ent e en
int erés de quien gobierna y solo accident alm ent e en int erés del go­
bernado; luego, a su definición de gobierno económ ico o fam i li ar ,
ejercido fundam ent alm ent e en int erés del gobernado y solo acciden­
t alm ent e en int erés de quien gobierna; por últ im o, a su definición de
gobierno polít ico, el de la ciudad for m ada por hom bres libres e i gua­
les que se alt ernan en la función de gobernant es y gobernados, ejer ­
ciendo «la aut oridad por t urno» {en m erei leit ourgein), y afi r m a que
estos, cuando están en el gobierno, lo ejercen en int erés de los gober ­
nados y, cuando son gobernados, piensan en su propio int erés.'8
En las prim eras dos form as de gobierno, exist e una diferencia
ent re int erés fundam ent al e int erés accident al, y am bos int ereses son
estables, dado que los papeles no se int ercam bian. En cam bio, el go­
bierno polít ico se caract eriza por el int ercam bio de papeles, y no se
ejerce de m anera estable en int erés de los gobernant es ni de los go­
bernados, sino ora de unos, ora de otros. Es rem arcable el hecho de
que, según Arist ót eles, el gobierno político nunca se ejerce en int erés
de quien gobierna, sino siem pre en int erés de los gobernados, pese a
que los ciudadanos se alt ernan en am bos papeles. El l o significa que
gobernar, com o indica el verbo que em plea Arist ót eles {leitourgein),
significa esencialm ent e servir, esto es, act uar en int erés de los dem ás.
A sí, en prim er lugar , podem os dist inguir ent re constit uciones
que persiguen el int erés com ún y, por t ant o, son «rect as», en el sen-

teuma. En mi opinión, el politeísmo es aquello a lo cual se refieren todos los signi­


ficados de politeia, pero solo cuando este último término se usa en la acepción de
«regulación de las funciones de gobierno». Cf. E. Berti, «La notion de société
politique chez Arist ot e», en O. Gigon-M . W . Fischer (eds.), Antike Rechts- und
Sozialphilosophie, Salzburger Schriften zur Rechts-, Staats- und Sozialphilosophie,
VI (1988), págs. 80-96.
18. Aristóteles, Política, III 6, 12786 30 - 1279 3 13.
h i constitución 7y

litio de justas y conform es a la nat uraleza del aut ént ico gobierno
político, y const it uciones que solo persiguen el int erés de quien go­
bierna, que son errores, «desviaciones» de las const it uciones rectas,
pues t ienen un caráct er despót ico, m ient ras que la ciudad es una so­
ciedad de hom bres libr es.'9 A l principio del libro, Arist ót eles, al u ­
diendo a esta prim era dist inción, ya había recordado que las cosas de
dist into género ordenadas de for m a que una sea ant erior y la ot ra
post erior no t ienen una definición com ún, y que tal es el caso de las
constit uciones, ent re las cuales las rectas son ant eriores y las erróneas
o desviadas post eriores, por lo cual no exist e una definición de cons­
tit ución única y com ún para t odas.50
M ucho se ha debat ido sobre el significado de esta dist inción; al­
gunos sostienen que alude a una ant erioridad cronológica, y que las
constit uciones rectas preceden en el t iem po a las desviadas;1
01 ot ros,
2
9
más convincent es, creen que no es una ant erioridad cronológica,
sino axiológica, puesto que las const it uciones rectas son m ás válidas
que las desviadas, y lógica, puest o que, para poder concebir y defi n i r
las const it uciones desviadas, deben t om arse com o referencia las rec­
tas.22 A sí lo con fir m a cuant o acabam os de ver , es decir, que la ver da­
dera const it ución (politeia), en el recto sent ido de la palabra, es aque­
lla en la cual se ejerce el gobierno en beneficio de t odos, o lo que es lo
m ism o, es un gobierno «polít ico» (arche polit icé) en el recto sent ido
del t érm ino, porque t iene lugar en una ver dadera ciudad (polis), en
una sociedad de hom bres libres e iguales. En cam bio, las form as des­
viadas de const it ución, de gobierno polít ico y de ciudad son llam adas
así im propiam ent e, ya que no son verdaderas const it uciones, ni ver ­
daderos gobiernos políticos ni ver daderas ciudades.

19. Ibid., 1279 a 13-21.


20. Política, l i l i , 1275 a 33-b 3.
21. Cf. E. Braun, Das dritte Buch der aristotelischen P o l i t i Viena, 1965,
|>;ígs. 20-22, 54-60.
22. Cf. W . W . Fort enbaugh, «Arist ot le on Prior and Posterior, Correct and
Mistaken Constitutions», en Keyt y M iller (eds.), op. cit ., págs. 226-237.
8<> /•,'/pensamiento polit iro de Aristóteles

T r as esta punt ualización, Arist óteles ret oma una clasificación que
se remont a a H eródot o,2* y dist ingue tres tipos de constitución en ge­
neral: el gobierno de uno, el gobierno de unos pocos y el gobierno de
la m ayoría, con lo cual también puede ret om ar la distinción de Plat ón
ent re la form a recta y la form a desviada de cada uno de los tres tipos.**
Así, en el gobierno de uno, dist ingue ent re reino y t iranía; en el go­
bierno de unos pocos, ent re arist ocracia y oligarquía; en el gobierno de
la m ayoría, ent re dem ocracia y «polit ia».2
45 En cuanto a este últ im o
2
3
nom bre, ausente en Plat ón, Arist ót eles observa que es com ún a todas
las form as de constitución, esto es, polit eia; respecto a su significado,
gobierno de la m ayoría en interés de todos, el Est agirit a observa que
la virt ud más frecuente ent re la m ayoría es la virt ud m ilit ar, por lo
cual el gobierno, en la polit ia, está en manos de ciudadanos capaces de
conseguir arm as, que son, como verem os enseguida, la clase m edia.
A lgun os sostienen que Arist ót eles denom ina «const it ución» o
régim en polít ico a la polit ia porque ve en ella la const it ución por
excelencia, el punt o de referencia a part ir de cual las dem ás t am bién
pueden ser llam adas const it uciones, y que t am bién aplica el t érm ino
«const it ución» a su fam osa t eoría de las palabras con m uchos si gn i ­
ficados que parten de un solo referent e.26 A decir ver dad, ello no
puede inferirse direct am ent e del t ext o, en el que la única considera­
ción de caráct er lingüíst ico se r efiere, com o ya hem os vist o, a la dis­
t inción ent re constit uciones rectas y desviadas. Pese a t odo, la tesis
puede acept arse com o algo im plícit o en el t exto arist ot élico, ya que,
com o pront o verem os, para Arist ót eles la polit ia es la m ejor const it u­
ción, incluso desde el punt o de vist a axiológico, la que responde
exact am ent e a la definición de constit ución recta. Por ello, puede
t raducirse en t érm inos m odernos por la expresión «gobierno const i­

23. Heródoto, H istoria, III 80-82; véase R. Laurenti, Introduzionealia Política


di Aristotele, Ñapóles, Istituto Italiano per gli Studi Filosofici, 1992, págs. 18-22.
24. Platón, Político, 291 D-292 A.
25. Aristóteles, Potó/ ca, III 7.
26. Cf. Bien, op. cit ., págs. 303-309; Na rey, op. cit., págs. 272-273.
h i constitución Hi

t ucional», o t am bién «república», si le dam os a este últ im o t érm ino


el significado ciceroniano de res populi, «gobierno del pueblo».*7 Su
diferencia respecto a la dem ocracia, form a desviada, es que en la
politia el politeum a está const it uido por la clase m edia, que gobierna
en int erés de t odos, m ient ras que, en la dem ocracia, está const it uido
por el demos, esto es, la plebe, los «pobres», que gobiernan en bene­
ficio propio.
A sí lo dem uest ra a cont inuación Arist ót eles, al int erpret ar la dis-
t i lición t radicional ent re gobierno de la m ayoría y gobierno de unos
pocos en t érm inos fundam ent alm ent e sociales, afi rm an do que, en
general, la m inoría es rica y la m ayoría es pobre, por lo cual la ver da­
dera diferencia ent re oli gar quía y dem ocracia es que la pr im er a es el
gobierno de los ricos y la segunda el gobierno de los pobres; dicho de
otro m odo, en la pr im er a el m érit o para part icipar en el gobierno es
la riqueza, el pat rim onio, que solo t ienen unos pocos, y en la segunda
es la libert ad, la condición de ser libre, algo que poseen t odos los
ciudadanos.*8
O li gar quía y dem ocracia t am bién divergen por la idea de just i­
cia en que se basan; en am bas const it uciones, la just icia se ent iende
fundam ent alm ent e com o igualdad, pero en la oli gar quía lo que
cuent a, lo que cualifica a la hora de part icipar en el gobierno, es la
igualdad en la r iqueza; en cam bio, en la dem ocracia, lo que cuent a
es la i gualdad en la libert ad. Arist ót eles com ent a que, en am bos ca­
sos, el crit erio adopt ado es una convención, pues «t odos, m ás o m e­
nos, son m alos jueces en sus cosas». A h or a bien, si se considera qué
es verdaderam ent e una ciudad, est o es, una sociedad const it uida con
vistas al int erés com ún, que es vi vi r bien, la verdadera just icia es la
igualdad en la virt ud polít ica, esto es, la aport ación de cada uno al
logro del bien común.*9
Basándose en ese crit erio, Arist ót eles realiza un juicio com para- 2
9
8
7

27. Cicerón, Sobre la república, I 25,39.


28. Aristóteles, Política, III 8.
29. Ibid., I I I 9. F. W olff, «L ’unité structurelle du livre I I I », en Aubenque y
82 El pensamiento poli tito de .Aristóteles

t ivo de los tres tipos de constit ución m encionados: el gobierno de


uno, el gobierno de unos pocos y el gobierno de la m ayoría. Y lo hace
respondiendo a la pregunt a: «¿Q ui én debe ser la part e m ás i m por ­
t ant e (to kyrion) de la ci u dad ?».3° L a respuest a es que lo m ejor es que
gobiernen m uchos, pues estos, aunque i ndividualm ent e no sean ex­
celent es, al est ar junt os reúnen, por así decirlo, la part e de vir t ud y
prudencia de cada uno, con lo cual obt ienen una vir t ud y una pr u ­
dencia superiores a la de uno y a la de unos pocos.3' A dem ás, excluir
del gobierno a la m ayoría es más peligroso para la est abilidad de la
const it ución que i nclui r la (y aqu í Ar ist ót eles alaba a Solón por en­
car gar a la m ayoría la t area de elegi r a los gobernant es y de pedirles
explicaciones).3* Por últ im o, es m ejor juez de un product o quien lo
usa que quien lo hace; por ejem plo, es m ejor ju ez del t im ón el pilo­
t o que el car pin t er o, y m ejor juez de un banquet e el invit ado que el
cocinero. D el m ism o m odo, son m ejores jueces del gobierno los des­
t inat arios, esto es, la m ayoría, que los gobernant es (unos pocos).33 A l ­
gunos, con razón, consideran este ar gum en t o una defensa de la tesis
de Prot ágoras, quien era not oriam ent e filodem ocrát ico, cont ra las
objeciones que le hacía Sócrat es en el hom ónim o diálogo plat ónico.34
A la objeción de que, ent re las m asas, suele haber i ndividuos
carent es de vir t ud, Arist ót eles responde que, en el gobierno de la
m ayoría, quien gobierna no es un solo juez, ni un solo consejero, ni
un solo m iem bro de la asam blea, sino el t ribunal, el consejo y la
asam blea, o, com o diríam os hoy, la inst it ución. A sí pues, no deben
gobernar las personas, sino las leyes.35 Por estas razones, y por ot ras

Tordesillas (eds.), op. cit ., págs. 289-314, ilustra muy bien el significado de este
capítulo.
30. Aristóteles, Política, III 10.
31. Ibid., III 11,128 1 a 40-b 23.
32. Ibid., 1281 b 23-38.
33. Ibid., 1281 b 38-1282 a 23.
34. Narcy.op. cit ., págs. 266-269.
35. Aristóteles, Política, III 11,128 2 a 23-b 13.
I ai constitución »*

que enunciará más adelant e, com o, por ejem plo, el hecho de que la
.mayoría es más difícil de corrom per que unos p o co s,A r i st ó t el es ha
sido considerado, si no un defensor de la dem ocracia (que para él, no
lo olvidem os, es una const it ución desviada), sí al m enos un filósofo
más filodem ocrát ico que Plat ón, aunque com part a con este la idea
de que la virt ud del gobernant e es la prudencia.3
37 A h or a bien, puesto
6
que la form a recta de la dem ocracia es l apolit ia, podem os decir que,
para Arist ót eles, la m ejor de las seis const it uciones de la clasificación
t radicional, t odas ellas const it uciones exist ent es, es esta últ im a.
En cuant o a la hipót esis del Est agi r it a según la cual, si en una
ciudad hay alguien de virt ud tan em inent e que no puede com par ar ­
se a los dem ás, dicho individuo es com o un dios ent re los hom bres y
ni siquiera form a part e de la ciudad, no debe estar som et ido a la ley
y él m ism o debe ser ley38 — hipótesis en la que algunos han querido
ver una alusión a A l ejan d r o M agno— ,39 se t rat a de algo com plet a­
mente abst ract o y t eórico y, según reconoce el m ism o Arist ót eles,
nunca puede convert irse en realidad. A sí pues, podem os decir que,
de las seis constit uciones exist ent es, el reino sería la m ejor si se ejer ­
ciera en su for m a m ás perfect a, solo que esta for m a nunca puede ser
una realidad.
La relación con A l ejan d r o const it uye uno de los int errogant es
del pensam ient o polít ico de Arist ót eles. Es bien sabido que Fi l i po II
de M acedonia m andó llam ar al filósofo para que fuese precept or de
su hijo A l ejan d r o, y que dicha relación dur ó varios años, probable­
mente desde el año 343 o 342 hasta el 340 a.C., cuando asociaron al
trono a A l ejan d r o, o hasta el 335, cuando Arist ót eles regresó a At e-

36. Ibid., III 15,1286 a 31-33.


37. Cf. P. Aubenque, «Arist ot e et la démocratie», en T . Zarcone (ed.), In­
dicióu et société: L'influence d‘Aristote dans le monde méditerranéen, Estambul, Isis,
i()H8, págs. 31-38 (reimpr. en Aubenque y Tordesillas (eds.), op. cit., págs. 255-
2(14); F. W olff, «Aristote démocrate», en Philosophie, X V I I I (1988), págs. 53-87;
Na rey, op. cit.
38. Aristóteles, Política, III 13,1284 a 3-14.
39. Cf. E. W eil, Aristote et l ’histoire, París, Klincksieck, 1960, págs. 184-185.
«4 /'V pensamiento político de Aristóteles

ñas.4" En t r e los tít ulos de las obras perdidas de Arist ót eles hay un
Alejandro o de las colonias y un diálogo Sobre el reino, en los cuales,
probablem ent e, el aut or se dir igía a su discípulo o le daba consejos.
Sin em bargo, en las obras conservadas de Arist ót eles no hay ninguna
m ención a A l ejan dr o, y el t ipo de constit ución que el Est agi r it a pre­
senta com o el m ejor no corresponde en absoluto al reino universal
que inst auró su discípulo. Es m uy posible que las relaciones ent re
am bos se det eriorasen en el m om ent o en que, durant e la expedición
cont ra los persas, A l ejan d r o m andó asesinar al sobrino de su m aes­
t ro, el hist oriador Calíst enes, porque este se negó a adopt ar la cos­
t um bre persa de post rarse de rodillas ant e él.
D esde luego, el silencio de Arist ót eles es elocuent e, y no tiene
sent ido pensar, com o hace el filósofo H an s Kelsen , que la part e m ás
m adura de su Polít ica, es decir, el Li br o I I I , es una especie de exalt a­
ción ideológica de la polít ica m acedonia.4' M ás bien se puede acusar
a Arist ót eles de anacronism o, por no haber r efl ejado en su obra una
realidad com o la m onarquía universal de A l ejan dr o, que iba t om an­
do cuerpo bajo sus ojos. L a om isión no era inm ot ivada; para A r i st ó­
teles, la ciudad gr i ega era la for m a de organización polít ica m ás
avan zada, y debía de considerar la m on arquía universal una const i­
t ución híbrida, que m ezclaba a gri egos y bárbaros, esto es, a iguales
y desiguales, libres y esclavos.
A l final del Li br o I I I y a lo lar go del Li br o I V , Arist ót eles anali­
za las for m as de const it ución m encionadas ant eriorm ent e, y enum e­
ra las vent ajas y defect os de cada una. L a pr im er a que exam ina es el
reino, el gobierno de uno solo por el bien de t odos, y afi r m a que, en
las m odalidades ya exist ent es, es la constit ución m ás adecuada para4
1
0

40. Con respecto a las informaciones verosímiles o inverosímiles que dan


los biógrafos antiguos sobre este período de la vida de Aristóteles, me permito
remitir al lector a mis libros Aristotele: D alla dialettica alia filosofía prim a, Padua,
Cedam , 1977, y Profilo di Aristotele, Roma, Studium, 1994.
41. Cf. H . Kelsen, «La filosofía di Aristotele e la política greco-macedone»,
trad. it., en Studi Urbinati, X L I I I (1969), págs. 59-134 (ed. orig. 1933).
Im constitución »5

los bárbaros, cuyo caráct er es más servil que el de los griegos, al igual
que ocurre con los asiáticos en general com parados con los europeos.
Í\>r ot ra part e, dice que el reino t am bién era idóneo para los griegos
de la edad heroica o pr im it iva, pues se t rat a de una for m a de gobier ­
no más adecuada para la fam ilia, com puest a por desiguales, que para
la ciudad, com puest a por libres e iguales.41En t r e las dist int as form as
de reino, es preferible el que está som et ido a las leyes, lo que hoy
llam aríam os m onarquía const it ucional, porque el gobierno de la ley
es «el gobierno de D ios y de la r azón», y la ley es «razón sin pasión».4
43
2
Cualquier a de las constituciones rectas puede ser la m ejor en de­
t erminadas circunst ancias; por ejem plo, un pueblo que puede produ­
cir una fam ilia con capacidades eminent es en la guía política es apt o
para que lo gobierne un rey; un pueblo al que pueden di r igi r jefes de
notables capacidades de un m odo convenient e para los hom bres libres
es apt o para la arist ocracia; un pueblo en el cual exist e un grupo de
individuos capaces de llevar arm as, de ser gobernados y de gobernar
según la ley, es apt o para l apolit ia. A sí pues, cuando una fam ilia o una
sola persona poseen m ayor virt ud que todos los dem ás, es just o que
dicha fam ilia o dicha persona t engan el reino.44 N o olvidem os que esta
hipót esis se refiere a un pueblo for m ado por i n dividuos desiguales.
A l final del Li br o I I I , hay un breve capít ulo en el cual se dice
que, ent re las constit uciones rectas, el reino y la arist ocracia son las
m ejores, porque en ellas gobiernan los m ejores, y que, en la m ejor
ciudad, la virt ud del hom bre y la virt ud del ciudadano coinciden.45
Todo ello parece una cont radicción respect o a lo que Arist ót eles ha
afirm ado ant eriorm ent e, por lo cual m uchos estudiosos consideran
apócrifo este capít ulo.46 Si no querem os llegar a una conclusión tan

42. Aristóteles, Política, I II 14.


43. ¡bid., I II 15-16.
44. Ibid., I II 17,1288 a 6-19.
45. Ibid., I II 18.
46. Cf. R. Laurenti, Genesi eformazione della «Política» di Aristotele, Padua,
Cedam, 1965, págs. 82 ss.; Narcy, op. cit.; W olff, op. cit.
86 /'.Y pensamiento político de Aristóteles

ext rem a, siem pre podem os int erpret ar que el argum en t o en cues­
tión solo es válido para ciudades, o sociedades, que no estén form a
das por individuos iguales. Com o verem os enseguida, para las socie­
dades form adas por iguales, Arist ót eles no duda en indicar la polit ia
com o m ejor const it ución.
El Li br o I V de la Política se abre con un nuevo intento de hallar la
m ejor constitución; ahora dist ingue ent re la m ejor en t érminos absolu­
tos, la m ás adecuada para los distintos pueblos, la m ejor en una situa­
ción concreta y la más fácil y com ún para t odas las ciudades, y sostiene
que lo más útil es ident ificar la segunda.47 La m ejor en t érminos abso­
lutos podría ser el reino, por las razones cit adas más arriba, pero es
imposible que se haga realidad en su form a m ás perfect a, puesto que
se basa en la superioridad ext raordinaria y casi divina del reinant e.4*
Con todo, esta podría ser la constitución que puede hacerse realidad
en condiciones ópt im as, de la que Arist ót eles hablará en los últimos
dos libros. Así, tras recordar que en cada ciudad puede result ar ade­
cuada una u ot ra constitución, la argum ent ación prosigue en busca de
la constitución más idónea para la m ayoría de ciudades, esto es, la m e­
jor constitución que pueda ser una realidad en condiciones normales.
Según Arist ót eles, las const it uciones m ás com unes son la ol i gar ­
quía y la dem ocracia,49 y am bas, com o ya he dicho, se diferencian en
sus gobernant es: en la pr im er a gobiernan los ricos y en la segunda,
todos los hom bres libres.505
1A cont inuación, el Est agi r it a ilust ra cua­
t ro form as de oli gar quía con m uchas referencias a la hist oria y la
realidad de su época,5* y luego pasa a ilust rar las form as rectas de las
cuales la oli gar quía y la dem ocracia no son m ás que desviaciones,
esto es, ilust ra la arist ocracia y la polit ia. Solo habla brevem ent e de la
arist ocracia, pero se ext iende m ás en la polit ia.

47. Aristóteles, Política, I V 1.


48. Ibid., I V 2,1289 a 39-b t.
49. Ibid., I V 3.
50. Ibid., I V 4.
51. Ibid., I V 5-6.
I m <¡institución «7

Según Arist ót eles, la polit ia o república viene a ser «una m ezcla


ent re oli gar quía y dem ocracia», que t iende m ás a la dem ocracia.5*
I )iclia m ezcla puede producirse com binando las prescripciones de la
oligarquía y la dem ocracia respect o a la adm inist ración de la just icia,
o a la dist ribución de los cargos, o a la part icipación de los ci udada­
nos en la asam blea. En este últ im o caso bast ará adm it i r la part icipa­
ción de los ciudadanos que no sean m uy ricos ni m uy pobres, que
t engan un pat rim onio «m edio» (mesón). L a m ezcla es perfect a cuan-
• lo el result ado queda exact am ent e a m edio cam ino ent re oli gar quía
y dem ocracia, com o ocurre en el caso de la const it ución espart ana.5
45
3
5
2
Por últ im o, t ras una breve disquisición sobre la t iranía, Ar ist ót e­
les plant ea la cuest ión: ¿cuál es la m ejor const it ución para la m ayoría
de las ciudades y para la m ayoría de los hom bres, si prescindim os de
l.i virt ud y la educación superiores a la m edia, es decir, de una cons­
tit ución ideal (kat ' euchen, «según los vot os»), y pensam os en una
vida de la cual puedan ser part ícipes la m ayor part e de los hom bres
y en una const it ución aplicable en la m ayoría de ci udades?54 Es de­
cir: ¿cuál es la m ejor const it ución aplicable en circunst ancias n orm a­
les? Par a responder, Arist ót eles nos rem it e a su Ét ica, concret am en­
te a la doct rina según la cual la felicidad consiste en vi vi r conform e a
la virt ud y la vir t ud es esencialm ent e «m edianía» (mesotes), de m odo
que la m ejor vida es la vida «m edia», la m edianía que cada uno pue­
da alcan zar.55
Los m ism os crit erios — prosigue Arist ót eles— se aplican a la
const it ución, puest o que la const it ución es «la vida de la ci u dad »;
y, como en todas las ciudades hay hombres m uy ricos, m uy pobres y
hombres que están en m edio, y com o «la just a m edida (i(o m etrion)
y la m edianía son lo ópt im o», lo m ejor es poseer unos bienes m ode-

52. íbid., I V 8,1293 b 33-36.


53. Ibid., 1294 b I 3 ' I 9-
54. Ibid., I V i i , 1295 a 25-31.
55. Ibid., 1295 a 35-39. Cf. Ética a Nicómaco, I 11,110 1 a 14-16; V I I 14 ,1153
HK El pensamiento político de Aristóteles

rados. Adem ás, «la ciudad debe est ar for m ada, hasta donde sea po­
sible, por individuos iguales y sem ejant es, lo cual se da sobre t odo
ent re las personas de clase m edia».56
«Es evident e que la m ejor sociedad polít ica es la que se basa en
la clase m edia», y que «la const it ución m edia {mese) es la m ejor ».57
Tam bi én es la m ás est able, porque las personas de clase m edia no
anhelan los bienes ajenos, ni los dem ás anhelan los suyos, con lo cual
la ciudad basada en la clase m edia no está di vidida en facciones. L a­
m ent ablem ent e — prosigue Arist ót eles— , casi nunca ha habido una
constit ución de este t ipo; de hecho, un solo hom bre ent re los que han
t enido el poder suprem o llegó a int roducirla.5®N o está claro a quién
se refiere el Est agir it a; unos creen que se t rat a de Ter ám en es, el cual
i nt rodujo en At enas una dem ocracia m oderada t ras la guer r a del
Peloponeso (la «const it ución de los cinco m i l», en el año 4 11 a.C.) ;
ot ros, que se t rat a de Solón, el pr im er o que i nt rodujo en At enas una
const it ución m oderadam ent e dem ocrát ica.59
En cualquier caso, no hay duda de que la m ejor const it ución en
el sent ido al que se refiere Arist ót eles, es decir, no una const it ución
ideal, aplicable solo en circunst ancias ópt im as, sino la m ejor ent re las
que pueden aplicarse en circunst ancias norm ales, es la constit ución
«m edia». Según parece, esta es la for m a perfect a d epolit ia, el t ér m i­
no m edio exact o ent re oli gar quía y dem ocracia. A decir verdad,
Arist ót eles no lo afi r m a explícit am ent e, no establece de m anera ofi ­
cial la ecuación ent re const it ución m edia y polit ia, pero lo dice i m plí­
cit am ent e cuando afi r m a que la const it ución m edia debe ser «una
m ezcla equilibr ada» ent re ricos y pobres, const it uida principalm en­
te por quienes poseen arm as, esto es, por los que t ienen suficient e

56. Aristóteles, Política, I V 11,129 5 b 25-27.


57. Ibid., 1295 b 34-35; 1296 a 7.
58. Ibid., 1296 a 36-40.
59. W . I. Newm an, The Politics o f Aristotle, Oxford, Clarendon, 1887-1902,
vol. I, págs. 470-472, defiende la primera opción, que probablemente sea la más
verosímil.
riqueza para com prar arm am ent o; exact am ent e lo m ism o que había
dicho ant eriorm ent e de l apolit ia.6o6
1
El Est agi r it a concluye el libro señalando que el buen legislador
tiene que di vi d i r la const it ución en t res part es: la part e que delibera
sobre los asunt os com unes (to bouleuom enin), la part e que asum e las
dist int as funciones de gobierno (to per i tas archas) y la part e judicial
(to di^ azon).6' U na clasificación en la que no podem os d ejar de ver
un ant icipo de la división en t res poderes, legislat ivo, ejecut ivo y j u ­
dicial, que M ont esquieu hará célebre. A cont inuación, Arist ót eles
trata varias cuest iones sobre las funciones o cargos del gobierno y las
(unciones judiciales.

60. Comparte esta opinión R. M ulgan, «Arist otle’s Analysis o f Oligarchy


mui Democracy», en Keyt y M iller (eds.),op. cit., págs. 307-322.
61. Aristóteles, Política, I V 14,129 7 b 41-1298 a 3.
6
CÓ M O SE T RA N SFO RM A N Y CÓ M O SE
C O N SERV A N L A S C O N ST I T U C I O N ES

En los Li br os I I I y I V de la Polít ica, com o hem os vist o, Arist ót eles


ilust ra los dist int os t ipos de const it ución e indica cuál es el m ejor. A
cont inuación, en los Li br os V y V I , aborda el t em a de la t r an sfor ­
m ación (m etabolé) de las const it uciones, y elabora una t eoría dest i­
nada a ser célebre por la variedad de casos que t om a en con sidera­
ción y la r iqueza de los ejem plos hist óricos aducidos. L a t eoría en
cuest ión posee un int erés que hoy llam aríam os cient ífico, de ciencia
de la polít ica ent endida com o descripción y explicación causal de
hechos, aunque t am bién conserva el caráct er de fi losofía práct ica
com ún a t odo el pensam ient o arist ot élico, puest o que cont iene una
serie de indicaciones, út iles para el legislador y el polít ico en gen e­
ral, sobre el m odo en que se pueden cam bi ar o con servar las const i­
t uciones.
Al principio, el Est agi r it a anuncia su int ención de exam i n ar «las
causas por las cuales se t ransform an las const it uciones»,1y al hablar
de t ransform ación no se refiere únicam ent e a la caída de una const i­
t ución, lo que hoy llam aríam os «r evolución», sino t am bién a su con­
servación, porque las causas de su caída son las m ism as que las de su
conservación, aunque en sent ido inverso. Por ello, las indicaciones
sobre cóm o ut i li zar el conocim ient o de t ales causas sirven t ant o para
quien desea hacer caer la const it ución, y para ello hace la revolución,
com o para quien desea conservarla e i m pedir la revolución. N o es
ciert o que la argum ent ación de Arist ót eles t enga una int ención bási- i.

i . Aristóteles, Política, V i , 1301 a 20-21.


9i
<>2 pensamiento político de Aristóteles

cam ente conservadora, com o muchos han sost enido al det ect ar not a­
bles problem as en la part e dedicada a la t iranía.2
La causa general de las t ransform aciones violent as, efect uadas
m ediant e una rebelión (stasis) — las únicas que corresponden a la
idea m oderna de revolución, pero no las únicas que est udia A r i st ó­
teles— , reside en el hecho de que, en det erm inado m om ent o, no
todos los que part icipan en una const it ución com part en la idea de
just icia en la cual esta se basa. T al com o explica Arist ót eles, cada
constit ución se basa en det erm inada idea de just icia, esto es, de i gu al ­
dad proporcional, y la diferen cia ent re las const it uciones depende de
la form a en que se ent ienda dicha idea. Por ejem plo, la dem ocracia
se basa en la idea de que quienes son iguales porque gozan de liber ­
tad deben ser iguales en t odo, m ient ras que la oli gar quía se basa en
la idea de que quienes son desiguales en la riqueza deben ser des­
iguales en t odo. Cu an do no t odos com part en estas ideas, est allan las
rebeliones.3
Por t ant o, podem os decir que t odas la rebeliones nacen de la des­
i gualdad, es decir, nacen porque algunos se sienten t rat ados de una
form a que no se corresponde a su idea de just icia, buscan la idea de
igualdad y desean ser t rat ados com o iguales. Esencialm ent e, hay dos
ideas de just icia: aspirar a una m ayor igualdad y aspirar a una m ayor
desigualdad; por tanto, las form as de const it ución t am bién son esen­
cialm ent e dos: la dem ocracia y la oli gar quía. L a dem ocracia es la
más est able, puesto que en ella solo puede producirse la rebelión de
los oligarcas cont ra el pueblo; en cam bio, la oli gar quía es m enos es­
table, porque en ella, adem ás de la rebelión del pueblo cont ra los
oligarcas, puede producirse la rebelión de algunos oligarcas cont ra
otros. Y la constit ución m ás estable en t érm inos absolutos es la que
se basa en la clase m edia.4

2. A mi parecer, comprende muy bien la intención de Aristóteles R. Polanski,


«Aristotle on Political Change», en Keyt y M iller (eds.), op. cit., págs. 323-345.
3. Aristóteles, Política, V 1, 1301 a 25-b 4.
4. Ibid., 1301 b 26-1302 a 15.
( '.timo se transforman y cómo se conservan ¡as constituciones

Un análisis más det allado de las causas de la caída de la const it u­


ción lleva a Arist ót eles a ident ificarlas con el espírit u de los rebeldes,
es decir, com o hemos vist o, con la idea de just icia que ellos t ienen y
los fines por los cuales se rebelan, que son el anhelo de m ayor lucro
o de m ayores honores, y t am bién con los hechos que originan la caí­
da, los cuales, según el Est agi r it a, pueden ser, adem ás del cit ado an ­
helo de lucro o de honores, el m iedo, el desprecio por los dem ás, el
crecim ient o desproporcionado de una part e de los ciudadanos (por
ejem plo, los pobres), los fraudes elect orales o las diferencias de raza.
( ¡eneralm ent e, en las oli gar quías se rebela la m ayoría, el pueblo, y en
las dem ocracias solo los not ables.5
A m enudo, el origen de las rebeliones es un hecho de poca i m ­
portancia, por ejem plo, un m ot ivo am oroso, la división de un pat ri­
m onio o una boda celebrada con vist as a una herencia; pese a ello, las
rebeliones siem pre inciden sobre asunt os de gran im port ancia. En
general, cuando una part e de los ciudadanos adqui er e m ayor repu­
tación y aut oridad — com o el A r eópago de At en as después de las
guerras persas, o los m arineros t ras la vict oria de Salam i n a, o los
opt imates de A r gos después de la bat alla de M ant inea, o el pueblo de
Siracusa t ras la vict oria cont ra los at enienses— , suele cam biar la
constit ución en su propio beneficio, y lo hace m ediant e la violencia o
el engaño.6
T r as estas consideraciones sobre las causas genéricas de la caída
de las const it uciones, Arist ót eles pasa a exam i n ar las causas de la
caída de algunas const it uciones concret as, em pezando por la dem o­
cracia. En general, las dem ocracias caen a causa de la insolencia de
los dem agogos, los cuales, para congraciarse con el pueblo, ofenden
a los notables reduciéndoles las riquezas o im poniéndoles excesivas
«lit urgias» (prest aciones públicas), con lo cual los im pulsan a rebe­
larse. An t añ o, los dem agogos t am bién eran jefes m ilit ares, y ello les
permit ía inst aurar la t iranía; m ás recient em ent e, suelen ser orado-

5. Ibid., V 2-3.
6. Ibid., V 4.
•M
El pensamiento político de Aristóteles

res, lo cual provoca la rebelión de los oligarcas.7 Por su part e, las


oli gar quías caen, com o hem os vist o, t ras la rebelión del pueblo con­
t ra los oligarcas o a causa de conflict os ent re los propios oligarcas,
algunos de los cuales se conviert en en dem agogos. Tam bi én est allan
rebeliones después de bodas o de procesos, por ejem plo, después de
la sent encia de un t ribunal.8
Por últ im o, en las arist ocracias, la caída de la constit ución puede
producirse cuando algunos, sin m erecerlo, u ot ros, que sí lo m er e­
cen, quedan excluidos del poder y quieren hacerse con él. Con t odo,
las arist ocracias y las polit ie, esto es, las dos form as de constit ución
rectas que corresponden a la oli gar quía y a la dem ocracia, caen sobre
t odo cuando se alejan de lo que es just o en cada const it ución, respec­
t ivam ent e, de la virt ud y de la just a conciliación de los dos elem ent os
(oligárquico y dem ocrát ico), si bien las polit ies son m ás estables que
el resto de const it uciones.9
Ll egado a este punt o, y ant es de exam inar las causas por las que
caen los reinos y las t iranías, Arist ót eles aborda las causas por las
cuales se conservan las const it uciones, y deja el t em a de los reinos y
las t iranías para el final del Li br o V . Est e desorden superficial des­
orient a a algunos crít icos, si bien puede deberse al hecho de que la
Polít ica, al igual que casi t odos los t rat ados de Ar ist ót eles, no es una
obra escrit a de form a seguida, según una única planificación, sino
un conjunt o de varios ciclos de clases, por lo cual puede incluir ci er ­
tas incongruencias. A h or a bien, ello no es óbice para que la obra
m ant enga un orden de caráct er m ás profundo.
Según Arist ót eles, conocer las causas por las que se conservan las
constit uciones es lo m ism o que conocer las causas por las que estas
caen, pues se t rat a de causas cont rarias y los cont rarios, al pert enecer
al m ism o género, son objet o de la m ism a ciencia. Pues bien, para
evit ar la caída de una const it ución, es im port ant e no t ran sgr edir las

7. Ibid., V 5.
8. Ibid., V 6.
9. Ibid., V 7.
(lom o se transform an y cóm o se conservan tas constituciones 95

leyes, t rat ar bien a quienes no form an part e del gr u po dirigent e y


procurar que la duración de los cargos sea br eve («por que no es tan
lácil hacer daño cuando se ocupa un car go por poco t iem po com o
cuando se ocupa por m ucho»).10
Adem ás, es necesario proporcionar a los ciudadanos m ot ivos de
t em or, de m odo que se m ant engan alert a y no bajen la guar dia en
t orno a la const it ución; no hay que alabar en exceso a nadie, pues es
m ejor asignar honores modest os y de lar ga duración que gran des y
de poca duración («porque esto corrom pe a los hom bres y no t odo el
m undo puede soport ar un gran éxit o»); hay que pr ocurar que nadie
alcance una posición dem asiado preem inent e, asign ar t areas y car ­
gos a las part es opuestas y crear leyes para evit ar que los cargos se
conviert an en fuent es de ben eficios."
Y Arist ót eles concluye:

A l pueblo no le disgust a t ant o verse excl u i do de los puest os de m an do


(más bien se alegr a de que lo dejen ocuparse t r an qui lam en t e de sus
asunt os) com o creer que los gobern an t es roban los bienes públicos,
pues, en tal caso, su fr e por dos m ot ivos: por no ser part ícipe de los
honores ni de los ben efi ci os.'1

Siguen varias indicaciones para i m pedir enriquecim ient os ilícit os de


los gobernant es, com o t ransm it ir los bienes públicos ant e la presen­
cia de t odos los ciudadanos, lim it ar las herencias a los parient es y
prohibir que la m ism a persona pueda recibir m ás de una, con el fin
de nivelar la r iqueza.1*
Par a gar an t i zar la conservación de una const it ución, es necesario
que quienes ocupan cargos públicos respet en dicha const it ución,
desem peñen las t areas propias de su car go y sean virt uosos y justos1
3
2
0

10. Ibid., V 8,1307 b 26-1308 a 24.


11. Ibid., 1308 a 24-b 33.
12. Ibid., 1308 b 34-38.
13. Ibid., 1309 a 10-32.
(>(> /•.’/ pensamiento político tic Aristóteles

(hoy diríam os «honest os»), si bien las cualidades varían en función


del cargo. Por ejem plo, en un m ando m ilit ar, im port a m ás la habili­
dad que la vir t ud; en cam bio, en un t esorero, es just o lo cont rario.
En gen eral, las const it uciones se conservan si se respeta el t érm ino
«m edio» (to mesón), es decir, la m oderación. Por ejem plo, la oli gar ­
quía y la dem ocracia pueden conservarse si no acent úan dem asiado
sus respect ivas caract eríst icas. Por últ im o, el inst rum ent o m ás i m ­
port ant e para conservar una const it ución es un sistema de educación
adecuado a la m ism a, «porque incluso las leyes m ás út iles, por m u­
cho que las rat ifiquen los ciudadanos, carecen de ut ilidad si estos no
han sido educados en el espírit u de la const it ución {en t epolit eiá)».'*
Ant es de pasar a exam i n ar las causas por las que se conserva
cada const it ución, Arist ót eles com plet a el discurso sobre las causas
de la caída aplicándolo al reino y a la t iranía, algo que no había he­
cho antes, y luego em pieza con el análisis de las causas de conserva­
ción de am bas constit uciones. Por t ant o, se t rat a de una disert ación
m onográfica sobre las causas de la caída y conservación del reino y la
t iranía, regím enes unidos bajo la denom inación de «m on ar quía»,
aunque el discurso versa sobre t odo sobre la t iranía, pues Arist ót eles
la considera m ucho m ás act ual que el reino. Ant es que nada, la defi ­
ne com o «la m ás perjudicial» de las const it uciones. «Casi todos los
t iranos — afi r m a a cont inuación el Est agi r it a, siguiendo claram ent e
el análisis de la t iranía que realiza Plat ón en la República— son an­
t iguos dem agogos que se ganar on la con fian za del pueblo calum ­
niando a los nobles», y aduce varios ejem plos. La diferencia ent re el
rey y el t irano es que el pr im er o desea ser un guar dián , para que los
propiet arios no sufran ningún revés y el pueblo no sea t rat ado con
prepot encia, m ient ras que el t irano no vela por los int ereses com u­
nes, sino únicam ent e por los propios; el rey busca la superioridad en
el honor y el t irano, en las riquezas; el rey tiene una guar dia de Cor ps
form ada por ciudadanos y el t irano, por m er cenar ios.'51
5
4

14. Ibid., V 9, 1309 a 33- 1310 a 18.


15. I bid.,V 10 , 1310 339 - 131138 .
Cómo se transforman y cóm o se conservan las constituciones 01

Los reinos caen porque los dem ás quieren las riquezas y los ho­
nores de los reinant es, y las t iranías caen a causa de la prepot encia de
los t iranos. En t r e los ejem plos de rebeliones cont ra los t iranos, A r i s­
tóteles cita la conjura cont ra Fi l i po II de M acedonia (la que «urdió
l’ausanias porque Fi l i po había perm it ido que Á t al o y sus am igos lo
insult aran»),'6 aunque no m uest ra una act it ud dem asiado filom ace-
donia. Si guen ot ros m uchos ejem plos de rebeliones m ot ivadas por la
prepot encia de los t iranos, incluidas aquellas causadas por injurias
contra las m ujer es.'7 O t ra de las causas de la caída de las t iranías es
el desprecio de los ciudadanos por el t irano; ot ra es la am bición de
los ciudadanos que asesinan al t irano para hacerse fam osos. Adem ás,
existen una serie de causas ext ernas que provocan la caída de las t i­
ranías, com o la agresión de ot ra ciudad con una const it ución dist in­
ta. Con t odo, en líneas generales, podem os decir que la caída de la
tiranía se produce esencialm ent e por dos causas: el odio y el despre­
cio que sienten los ciudadanos por el t irano.'® Por últ im o, Ar ist ót e­
les hace una observación que ya había hecho Plat ón, y que se hará
célebre en la edad m oderna, cuando la ret om e M aquiavelo: «Casi
todos los que han conquist ado su dom in io lo m ant ienen; en cam bio,
quienes lo han recibido | por ejem plo, m ediant e una herencia] lo
pierden r ápidam ent e».'9
T r as an al izar las causas por las que reinos y t iranías caen, A r i s­
tóteles ilust ra las causas por las que am bos se conservan. U n a di ser ­
tación que escandaliza a quienes opinan que Arist ót eles pret endía
dar consejos a los reyes m acedonios sobre cóm o podían conservar sus1
9
8
7
6

16. Ibid., 1311 b 1-3. La alusión al asesinato de Filipo, perpetrado en el año


336 a.C., demuestra que Aristóteles escribió la Política, o al menos esta parte, a
partir de dicha fecha, es decir, cuando ya había regresado a Atenas para dar clase
en el Liceo.
17. Ibid., 1311 153-40.
18. Ibid., 1311 b 40-1312 b 21.
19. Ibid., 1312 b 21-23. Cf. Platón, Leyes, II I 695 A ss., y N . M aquiavelo, El
Príncipe, I.
H! pensamiento político de Aristóteles

dom inios;1" ot ros, en cam bio consideran que el Est agirit a, convenci­
do de que la revolución era el peor de los m ales, pret endía enseñarles
a los t iranos la form a m ás eficaz de conservar sus dom inios;11 y otros
sostienen que la t iranía no m erecía tal disert ación, puesto que, en
r igor, ni siquiera es una aut ént ica constit ución o régim en polít ico.11
En realidad, no hay duda de que Arist ót eles condena por com plet o
la t iranía y las form as de conservarla, por lo cual su disert ación res­
ponde a la volunt ad de com plet ar de un m odo cient ífico el ar gum en ­
to, aunque t am bién puede serle útil al buen legislador, o al buen
polít ico en general, para conocer cóm o están organizados muchos
reinos bárbaros y qué m edidas se deben adopt ar para preservar la
ciudad gri ega de este t ipo de const it ución.13
Según Arist ót eles, hay dos tipos de m edios para conservar la t i­
ranía. A sí es com o define el prim ero, considerado el m ás t radicional:

[consiste en| reprimir a los individuos superiores, quitar de en medio


a los espíritus independientes, no permitir comidas comunes, ni cama­
rillas políticas, ni educación (paideia), ni nada por el estilo, y tener bajo
control todo lo que tenga que ver con la grandeza de espíritu y la con­
fianza, no dejar que existan círculos culturales (scholas), ni otras re­
uniones de estudios, y procurar por todos los medios que los súbditos
no se conozcan entre ellos.1*

T r as asegur ar que dichas prescripciones son «persas y bárbaras»,


Arist ót eles añade a la lista el hecho de r ecurr i r a espías, calum niarse
los unos a los ot ros, poner a am igos en cont ra de am igos, em pobrecer
a los súbdit os para que no t engan t iem po de conspirar, prom over 2
4
3
1
0

20. Cf. Newm an, op. cit., I V, pág. 484; Kelsen,o/ >. cit.
21. Cf. Ch. H . M cllwain, Constitucionalism Ancient and M odem, Nueva
York , 1947, págs. 38-39.
22. Cf. A. Petit, «L ’analyse aristotélicienne de la tyrannie», en Aubenque y
Tordesillas (eds.), op. cit., págs. 73-92.
23. Cf. Polansky, op. cit., págs. 340-341.
24. Aristóteles, Política, V 11, 1313 a 39-b 5.
Cómo se transforman y cóm o se conservan las constituciones 99

guerras con el fin de que los ciudadanos estén ocupados y en poder


.de un jefe, favorecer a los m alvados porque «un clavo saca ot ro cla­
vo», elegir com o com pañeros a los forast eros ant es que a los ci uda­
danos y cosas por el est ilo.15
El ot ro t ipo de m edios para conservar la t iranía revist e m ayor
ast ucia, y consist e en apr oxim ar la t iranía al reino, es decir , en hacer­
la más m oderada. Para ello, es convenient e que el t irano «fi n ja hacer
m uy bien el papel de r ey», sim ule preocupación por el din er o públi­
co, sim ule que se recaudan im puest os, se com port e con m oderación
en los placeres m at eriales «o, si no es así, evit e exhibirse ant e los de­
m ás», «se m uest re siem pre m uy devot o del cult o di vi n o», ot orgue
en persona los honores y se sirva de los dem ás para i n fl i gi r cast i­
gos; en definit iva, debe aparecer ant e sus súbdit os no com o un t ir a­
no, sino com o un buen cabeza de fam i li a y un gobernant e regio.16
Salt an a la vist a algunas coincidencias ent re los cit ados análisis
sobre el m odo en que caen las t iranías y el m odo en que se pueden
conservar y los análisis de N icolás M aquiavelo para explicar cóm o se
pierden y cóm o se conservan los Est ados. Indudablem ent e, M aquia­
velo conocía las obras éticas y políticas de Arist ót eles, a quien cita de
este modo: «En t r e las prim eras causas del declive de los t iranos que
indica Arist ót eles está el i n jur iar a las m ujeres, o agredirlas-, o violar ­
las, o rom per los m at rim onios».17 E incluso cuando no lo cit a, M a­
quiavelo t om a del Est agirit a ciert as indicaciones, com o el hecho de
que el gobernant e delegue en los dem ás los actos «gravosos» y conce­
da en persona los actos «de gr acia»,1®sim ule el uso de la religión com o
instrumentum regni ,19 elim ine a los i ndividuos superiores,30 etc.3'2
1
0
3
9
8
7
6
5

25. ¡bid., 1313 b 9-1314 a 12.


26. ¡bid., 1314 a 29-1315 b 1.
27. N . M aquiavelo, Discursos sobre la primera década, de Tito Livio, III 26.
28. N . M aquiavelo, El Príncipe, XIX.
29. ¡bid., X V I I y X X ;Discursos, I 11; II 5; I I I 33.
30. Discursos, III 4 y 30.
31. Cf. G. Longo, «La presenza di Aristotele in M achiavelli», en Berti y
Napolitano Valdit ara (eds.), op. cit ., págs. 233-238.
ainf /'./ pensamiento político de Aristóteles

K 1 Li br o V de la Polít ica t erm ina con una crít ica a la explicación


de las t ransform aciones en la constit ución o régim en que expone
Plat ón en la República. Según el Est agi r it a, Plat ón no explica sufi ­
cient em ent e la corrupción de la const it ución ideal (el er r or en el cál­
culo del «núm ero nupcial» no es un hecho lo bast ant e específico), y
solo adm it e t ransform aciones en sent ido único (de m ejor a peor),
cuando, en realidad, t am bién hay cam bios en sent ido cont rario; ade­
m ás, solo alude a un t ipo de causas, a la corrupción m oral de los go­
bernant es.32 Arist ót eles no niega la validez de las explicaciones pla­
tónicas, pero considera que no son lo suficient em ent e art iculadas y
com plejas, lo cual dem uest ra que, en su opinión, el t ema m erece una
invest igación cient ífica profunda.
El L i b r o V I de la Polít ica t iene com o objet i vo com plet ar dicha
i n vest i gaci ón i n dican do los m edios necesarios para con ser var la
dem ocr acia y la ol i gar q u ía.33 A r ist ót eles t am bién habla de la de­
m ocracia, e ilust ra am pliam ent e sus caract eríst icas, obser vando que
su punt o de par t i da (hypotesis) es la li ber t ad (eleut heria) ent endida
com o der ech o a par t i ci par por t ur n os en el gobi er n o de la ci udad
y com o posibilidad de vi vi r com o se qu i er a. Por eso, en dem ocr acia
los cargos se sort ean, la asam blea es sober ana, los que for m an par ­
te de ella perciben una r et ribución y lo just o coincide con la opi ­
nión de la m ayor ía.34
N at ur alm en t e, hay varias form as de dem ocracia, no t odas i gual ­
m ent e deplorables. La m ejor es la m ás ant igua, en la cual los ciuda­
danos eligen a los gobernant es y les exigen que rindan cuent as, y la
m ayoría de ciudadanos son agricult ores. T odos los crít icos coinciden
en que, aquí, Arist ót eles alude a la dem ocracia que inst auró So­
lón en At enas. L a segunda es la dem ocracia en la cual la m ayoría de
ciudadanos son pastores. Las ot ras dem ocracias son aquellas en las
que dom inan los peones y los com erciant es y se ot organ excesivas

32. Aristóteles, Política, V 12.


33. ¡b id .,V I i , 1317331- 39 .
34. Ibid., VI 2-3.
(.orno se transforman y com o se conservan las constituciones oí

licencias a m ujeres, niños y esclavos («lo cual, hasta ciert o punt o,


podría ser beneficioso»), en defi ni t i va, aquellas en las que se deja
vivir a cada uno a su ant ojo.55 Com o puede verse, Arist ót eles no era
precisam ent e un «liber al», sino un «dem ócrat a» en el sent ido m o­
derno del t érm ino, ya que, ent re las dos caract eríst icas de la libert ad,
prefería la pr im er a, esto es, part icipar en el poder, y no la segunda,
que consist e en vi vi r com o uno quiere.3
36
5
En cuant o a los m edios para preser var la dem ocracia, Arist ót eles
recom ienda evit ar confiscaciones m ediant e los t ribunales; reducir al
m ínim o los juicios públicos frenando a quienes acusan a la ligera;
evit ar asam bleas m uy frecuent es (por los costes) y procesos m uy lar ­
gos; ocuparse de que el pueblo no viva en la indigencia, si es necesa­
rio creando un fondo com ún con las ganancias para repart irlas ent re
los pobres, y ret ribuir siem pre la part icipación en las asam bleas.373
8
Por ot ra part e, los m edios para pr eser var las oli gar quías son m ant e­
ner el orden y pr ocurar que los gobernant es realicen «lit urgias» tales
corno sacrificios, fiest as y obras públicas.3®
El últ im o capít ulo del Li br o V I está dedicado al análisis de las
funciones de gobierno (archai), que corresponden, en gr an part e, a
los que llam aríam os «m inist erios» en los gobiernos m odernos. Las
funciones im port ant es son abast ecer el m ercado (m inist erio de in­
dust ria); cuidar de los edificios y las calles (m inist erio de foment o);
prot eger los cam pos y los bosques (m inist erio de m edio ambiente);
recaudar im puest os (m inist erio de hacienda), adm inist rarlos y dis­
t ribuirlos (m inist erio de econom ía); or gan izar los t ribunales, ejecu­
tar sent encias y vigil ar a los det enidos (m inist erio de just icia); cubrir

35. Ibid., VI 4.
36. J. Barnes, «Arist ot le on Political Libert y», en Pat zig (ed.), op. cit.,
págs. 249-263, y R. M uller, «La logique de la liberté dans la Politiquea, en Auben-
que y Tordesillas (eds.), op. cit ., págs. 185-208, ofrecen dos valoraciones opuestas
de la disquisición aristotélica sobre la libertad, la primera negativa y la segunda
positiva.
37. Aristóteles, Política, V 5.
38. Ibid., V 6.
i cu tilpensamiento política de Aristóteles

las necesidades bélicas y de defensa (m inist erio de defensa); or gan i ­


zar «los asunt os de los dioses» (m inist erio de los cult os); supervisar
las escuelas (m inist erio de educación) y or gan izar los espectáculos
gim nást icos y dionisíacos (m inist erio de deport es y espect áculos).”
Probablem ent e, esta part e de la política está incom plet a, pero no se
puede negar que, de t odos m odos, const it uye un int eresant e t rat ado
de polit ología.

39. Ibid., V 7.
7
L A CI U D A D FEL I Z

Los dos últ im os libros de la Polít ica, el V I I y el V I I I , están dedicados


oficialm ent e a «invest igar de un m odo convenient e cuál es la m ejor
const it ución»,1 pero aquí el t érm ino «const it ución» debe ent ender­
se en sent ido am plio, no solo com o dist ribución de las funciones de
gobierno, sobre t odo la función suprem a, sino com o reglam ent o ge­
neral de la ciudad, o com o «vida de la ci udad».2 A sí pues, la m ejor
constit ución no corresponde a una de las seis const it uciones exist en­
tes, descrit as en el Li br o I I I , ni es la m ejor ent re las que pueden
aplicarse en circunst ancias norm ales — const it ución que Arist ót eles
ya ha ident ificado con la «const it ución m edia», m ezcla de oli gar ­
quía y dem ocracia, es decir, la polit ia— , sino que, según Arist ót eles,
es la ciudad de un buen legislador, «la ciudad const it uida según los
votos {kflt’ euchen)»}
El lect or de los dos últ im os libros de la Polít ica tiene la im presión
de que la ciudad descrit a es una ciudad ideal, lo cual no significa que
sea utópica e im posible, com o la que describe Plat ón en la República?
Arist ót eles, por el cont rario, describe una ciudad que cree posible, si

1. Aristóteles, Política, VI I i , 1323 a 14-15.


2. Como hemos visto, este es uno de los significados del término politeia;
cf. Política, III 1, 1274 b 38; I V 11, 1295 a 40-b 1.
3. Ibid., V I I 4,1325 b 36.
4. Esta era la tesis, hoy desestimada por casi todos los estudiosos, de
W. Jaeger, Aristotele: Prime linee di una storia della sua evoluzione spirituale, trad.
it., Florencia, La Nuova Italia, 1984, págs. 348-395. [H ay trad. cast.: Aristóteles:
Rasespara la historia de su desarrollo intelectual, M adrid, FCE, 1983.]
103
<4 pensamiento político de Aristóteles

bien requiere unas condiciones ópt im as, y, en el fondo, el objet o de


su obra es proporcionar al buen legislador las indicaciones necesarias
para convert irla en realidad, es decir, las indicaciones sobre las con­
diciones ópt im as necesarias para que dicha ciudad pueda exist ir. Po­
dem os decir que esta posee el m ism o gr ado de realidad que tiene
para el i ndividuo la felicidad, la cual no es una ut opía, sino el fin
hacia donde se encam ina y, en la m edida de lo posible, un objet ivo
por cum plir. Por tanto, la podem os llam ar la «ciudad feli z».
A sí lo con fir m a Arist ót eles al principio del Li br o V I I , donde
afi r m a que, para aver i guar cuál es la m ejor const it ución, es necesario
especificar cuál es el t ipo de vida (bios) m ás deseable. Y su discurso
versa sobre el «vi vi r bien», que en el Li br o I ya aparecía com o obje­
t ivo de la ciudad, o, lo que es lo m ism o, versa sobre la felicidad, cuya
definición se infiere de los «discursos exot éricos» (externos a t odas las
disciplinas individuales, presum iblem ent e el Protréptico), a los cuales
Arist ót eles rem it e con frecuencia al lect or, y t am bién de los t rat ados
de ética, y consiste en decir que «hay tres tipos de bienes, los ext ernos,
los del cuerpo y los del alm a, y para ser feliz hay que poseerlos t odos».5
N at ur alm en t e, solo hay que buscar los bienes ext ernos en la m edida
en que sean necesarios, es decir, en cant idades lim it adas, y ot ro t ant o
puede decirse de los bienes del alm a o virt udes, t ant o las del caráct er
o virt udes éticas com o las del pensam ient o o virt udes dianoét icas. L a
felicidad consiste principalm ent e en estos últ im os bienes, por ello «a
cada uno le corresponde t ant a felicidad com o vir t ud, prudencia y
act ividades der ivadas de ellas».6
Exi st e una cont roversia ent re los estudiosos acerca de la concep­
ción arist ot élica de la felicidad; algunos sost ienen que la felicidad
consist e exclusivam ent e en ejercer virt udes dianoét icas, esto es, en la
denom inada «vi da t eorét ica» o «vi da con t em plat iva», m ient ras que
ot ros sost ienen que la felicidad, aun t eniendo com o referent e la vida
cont em plat iva, t am bién incluye el resto de virt udes, es decir, las vir -

5. Aristóteles, Política, V i l 1,1323 a 25-57.


6. Ibid., 1323 a 27-b 23.
I m andadfeliz K >S

ludes éticas (t em planza, valent ía, just icia, am ist ad, etc.).7 M e parece
evident e, t eniendo en cuent a los pasajes cit ados, que la segunda i n ­
t erpret ación se ajust a m ás al pensam ient o de Ar ist ót eles, y así queda
confirm ado en el Li br o V I I , donde el aut or no duda en afi r m ar que
«la felicidad de los hom bres y la felicidad de la ciudad es la m ism a».8
En la Polít ica, su concepción de la felicidad del i ndividuo y de la
ciudad aparece en la discusión de una int eresant e aporía: «Si es pre­
ferible la vida que com port a una part icipación act iva en el gobierno
de la ciudad o la vida del ext ranjero, desvinculada de la participación
polít ica»; o, plant eado en ot ros t érm inos: «Si es m ás deseable la vi ­
da política y práctica que la vida desvinculada de lo ext erior, por
ejem plo, una form a de vida t eorét ica, que, según algunos, es la única
propia del filósofo».9 Cont rariam ent e a lo que suele creerse, Arist ót e­
les prefiere una vida práct ica, ent endida rectam ente, a una vida pura­
mente teorét ica desligada de t oda part icipación política, com o podría
ser la vida de un ext ranjero. Él era ext ranjero en At enas y, com o tal,
se veía excluido de la part icipación en la vida política de la ciudad; sin
em bargo, no se ident ifica en absoluto con quienes consideran la vida
exclusivam ent e teorética com o la única digna de un filósofo.
Probablem ent e, estos últ im os son los hedonist as, com o Ar íst ipo

7. Sostienen esta segunda tesis, claramente mayoritaria hoy en día, J. L. Ac-


krill, «Aristotle on Eudaim onia», en Proceedings o f the British Academy, L X
(1964), págs. 339-359; )• Cooper, «Reason and H um an Good in Arist ot le», en
J. P. Antón y A. H . Preus (eds.), Essays in Ancient Gree!{ Philosophy, Albany (N .Y.),
1983, págs. 364-387; M . Craven Nussbaum, The Fragility o f Goodness, Cambridge,
CU P, 1986, pág. 375 [hay trad. cast.: La fragilidad del bien, M adrid, Visor, 1995];
T. H . Irwin Aristotle’s First Principies, Oxford, Clarendon Press, 1987, págs. 608 y
616-617; T . D. Roche, «“ Ergon” and “ Eudaim onia” in Nicomachean Ethics», en
Journal o f the History o f Philosophy, X X V I (1988), págs. 175-184; C. Nat ali, La sag-
gezza di Arsitotele, Nápoles, Bibliopolis, 1989; D. J. Depew, «Politics, M usic and
Contemplation in Aristotle’s Ideal State», en Keyt y M iller (eds.), op. cit.,
págs. 346-380. Actualmente, solo defiende la primera tesis R. Kraut, Aristotle in
the Fluman Good, Princeton, Princeton U P, 1989.
8. Aristóteles, Política, V I I 2,1324 a 5-8.
9. Ibid., 1324 a 14-17,27-29.
11MI El pensamiento político de Aristóteles

de Ci r en e,10 quienes consideran que gobernar a los dem ás, si se ha­


ce de m anera despót ica, supone una gran injust icia y, si se hace de
m anera convenient e para los ciudadanos, es un im pedim ent o para el
bienest ar personal, por lo que, en cualquier caso, debe evit arse. A
ellos se oponen quienes creen que la vida práct ica y polít ica es la
única digna del hom bre, ya que las dist int as virt udes no aparecen
m ás en la vida pr ivada que en la pública, y, adem ás, consideran el
gobierno despót ico y t iránico com o el único que aport a felicidad. En
ciert o m odo, buen ejem plo de ello son Espar t a, Cr et a y los pueblos
bárbaros, donde las leyes y la educación están enfocadas al dom inio
sobre los dem ás y, por ende, a la gu er r a." N o está claro quiénes son
los part idarios de la segunda y de la t ercera tesis; en el caso de la se­
gun da podem os pensar en Gor gi as y, en el de la t ercera, en el perso­
n aje de Calicles del Gorgias.'1
Arist ót eles liquida rápidam ent e la t ercera post ura observando
que ejercer un dom in io despót ico sobre hom bres libres es injust o,
por lo cual no puede ser virt uoso y no puede dar felicidad, m ient ras
que una ciudad podría ser feli z en un est ado de aislam ient o, sin ne­
cesidad de hacer la guer r a ni de som et er a los enem igos (aunque,
com o verem os, no es esta la ciudad en la que piensa el autor). Por
ello, la preparación bélica no debe ser el objet ivo de una ciudad,
com o sucede ent re los pueblos cit ados m ás arriba, sino únicam ent e
un m edio para conseguir la feli cidad.'3
Respect o a las dos pr im er as tesis, que ident ifican la felicidad con
la vir t ud, si bien ent endiendo esta com o exclusivam ent e t eorét ica o
com o exclusivam ent e práct ica, Arist ót eles afi r m a que am bas son en
part e correct as y en part e erróneas. L a pr im er a es correct a porque
defiende que la vida del hom bre libre es superior a la del am o, la cual
no t iene nada bueno en sí m ism a, pero es errónea porque no t iene en 1
3
2
0

10. Cf. Jenofonte, M emorables, II i , 8 - 11.


11. Aristóteles, Política, V I I 2,1324 a 35-b 22.
12. Cf. Platón, Gorgias, 500 C ss.
13. Aristóteles, Política, V I I 2,1324 b 22-1325 a 15.
I j i <i t u llid f e l i z ”/

m em a la diferencia exist ent e ent re gobernar a los libres y gobernar


a los esclavos, y porque prefiere la inercia {to apra^ teiti) a la acción (to
fnatt ein), «ya que la felicidad es una act ividad; y adem ás las acciones
de los hom bres justos y prudent es t ienen com o result ado m uchas y
nobles obr as».'4
H ast a aquí, se diría que Arist ót eles da la razón a la segunda tesis,
pues la validez de la prim era consiste únicam ent e en su coincidencia
con la t ercera, m ient ras que la segunda, que ident ifica la felici­
dad con la acción, parece ser correct a en su t ot alidad. Adem ás, el
Est agirit a int roduce una punt ualización que hace aún m ás acept able
la segunda tesis, relacionada con la vida política. Est a se debe ent en­
der com o gobierno constante cuando el gobernant e sea superior a los
gobernados, com o ocurre en el gobierno que ejerce el hom bre sobre
la m ujer , el padre sobre los hijos o el am o sobre los esclavos, y com o
gobierno «por t urnos» {en merei) cuando gobernant es y gobernados
sean iguales. Por t ant o, «si estas afirm aciones son exact as y si la feli ­
cidad debe ser considerada com o prosperidad, la vida act iva será la
m ejor, t ant o para la ciudad en com ún, com o para el i n d i vi d u o».'5
Ll egado a este punt o, Arist ót eles señala el lím it e de la segunda
tesis, esto es, el lím it e de la ident ificación de la vida práct ica única­
mente con la vida política.

Pero la vida práctica no está necesariamente orientada a otros, como


piensan algunos, ni los pensamientos son exclusivamente prácticos,
aquellos que formamos en orden a los resultados que surgen de la ac­
ción, sino que son mucho más las contemplaciones {theorias) y las me­
ditaciones que tienen su fin y su causa en sí mismas, ya que la prospe­
ridad es un fin y, en consecuencia, también una actividad.

Com o puede verse, Arist ót eles m ant iene la superioridad de la vida


práct ica, pero incluye en esta, adem ás de la polít ica, ot ras act ivida- 1
5
4

14. ¡bid., V I I 3,1325 a 16-34.


15. lbid., 1325 a 34-b 16.
i oM /:'/ pensamiento polftno de Aristóteles

des, com o las act ividades teoréticas (entre las cuales está la nat urale­
za, com o verem os enseguida). D e todos m odos, no excluye la polít i­
ca, tal com o puede leerse en la frase siguient e: «Sobre t odo decim os
que act úan de m odo suprem o aun en el caso de las act ividades ext e­
riores, los que las di r igen con sus pensam ient os».'6
L a unión de act ividades polít icas y act ividades t eorét icas, que
const it uyen el ejercicio com plet o de t odas las virt udes, es decir, la
realización perfect a de t odas las capacidades hum anas, es, según
propone Arist ót eles, un ideal de vida, de felicidad, válido para el
i ndividuo y para la ciudad. El Est agi r it a observa que las ciudades
que han elegido vi vi r por su cuent a y no dom in ar a las dem ás no
puede decirse que sean inert es, porque, en su int erior, se establecen
m uchas relaciones ent re sus part es, o, lo que es lo m ism o, se llevan a
cabo m uchas acciones políticas. Por ot ra part e, D ios y el univer so no
t ienen relación con el ext erior, pero consideram os que son felices (no
olvidem os que, para Arist ót eles, el universo es un ser vivo, una espe­
cie de divinidad). «A sí pues, es evident e que necesariam ent e la vida
m ejor será la m ism a para cada uno de los hom bres y, en com ún, para
las ciudades y para los h om br es».'7 Si prescindim os de la cuest ión de
cóm o act úan y son felices D ios y el universo, no hay duda de que el
ideal de vida, el concepto de felicidad que propone Arist ót eles para
el individuo y para la ciudad incluye t odas las virt udes y, por ende,
t odas las act ividades hum anas, t ant o políticas com o t eorét icas.'8
Par a que tal objet ivo se cum pla, son necesarias ciert as condicio­
nes, algunas de t ipo m at erial, com o el núm ero de ciudadanos, el te­
rrit orio, la ubicación de la ciudad, su com posición int erna o sus edi ­
ficios, y ot ras de t ipo, por así decirlo, for m al, com o la const it ución en
sent ido estrict o, esto es, la dist ribución de las funciones de gobierno.
Arist ót eles dedica a estos t em as el resto del Li br o V I I , donde indica1
8
7
6

16. Ibid., 1325 b 16-23.


17. Ibid., 1325 b 23-32.
18. Depew, op. cit., págs. 348-361, subraya este aspecto en lo tocante a la
ciudad.
! m ciudad feliz o<>

las condiciones ópt im as necesarias para con ver t ir en realidad la ci u­


dad feliz. A l det erm in ar sus condiciones, sus punt os de part ida
(hypotheseis) m at eriales, el aut or especifica que la población de la ci u­
dad feliz debe incluir un núm er o si gn ificat ivo de ciudadanos ver da­
deros, es decir, de hom bres capaces de ll evar arm as, y un núm ero no
excesivo de esclavos, m et ecos y forast eros, porque una población ex­
cesiva difícilm ent e se somet e al orden y a la ley. El lím it e m ínim o de
la población es la cant idad indispensable para gar an t i zar la aut osufi­
ciencia de la ciudad, no solo para vi vi r , sino para vi vi r bien. El lím it e
m áxim o es el que perm it e a todos los ciudadanos conocerse ent re
ellos, condición im prescindible, según Ar ist ót eles, para poder elegir
a las personas idóneas para cada cargo y pronunciar sent encias justas
con respecto a t odos.'9
En cuant o al t errit orio de la ciudad feli z, debe ser lo bast ant e
grande para que los ciudadanos vivan com o hom bres libres y so­
brios, lo cual, en opinión del Est agi r it a, sucede cuando el espacio se
abarca con una sola m irada. Por ot ra parte, el t errit orio debe ser de
difícil acceso para el enem igo, por obvias razones de defensa, y de fácil
salida para los ciudadanos. Por tanto, la ciudad feliz no puede estar
pegada al m ar , pues debe t ener cam pos y bosques, pero t am poco
debe est ar m uy alejada del m ar , con el fin de poder ut i li zar lo para el
t ráfico com ercial; adem ás, debe poseer una pequeña flot a, con m ar i ­
neros que sean ciudadanos y rem eros que no lo sean.”
Los ciudadanos deben ser valient es, com o lo son los pueblos eu­
ropeos (aunque t am bién son rudos), int eligent es y dot ados para las
art es, com o lo son los pueblos asiát icos (aunque t am bién son servi ­
les); am bas condiciones, nat uralm ent e, son propias de los griegos.

La estirpe de los helenos, que geográficamente ocupa la posición cen­


tral (entre Europa y Asia), participa de los caracteres de ambas pobla­
ciones, puesto que posee valentía e inteligencia, por lo cual vive siem-1
0
2
9

19. Aristóteles, Política, V I I 4.


20. Ibid., V I I , 5-6.
I l() tu pensamiento político de Aristóteles

prc libre, t iene las m ejor es inst it uciones polít icas y la posibilidad de
dom in ar los a t odos si alcan za la unidad const it ucional (m íaspolit eias),1'

A lgun os int erpret an la últ im a observación com o el deseo de A r i st ó­


teles de que se cree una federación de ciudades griegas, una suert e de
panhelenism o sim ilar al que profesa, en la m ism a época, Isócrates.**
En cuant o a la valent ía de los ciudadanos, Arist ót eles ret om a las fa­
m osas observaciones de Plat ón sobre el caráct er de los guar dian es, a
quienes com para con perros guar dian es afect uosos con los conocidos
y agresivos con los desconocidos, aunque el Est agi r it a cor r ige este
últ im o det alle (porque no hay que ser agresivo con nadie).*3
Respecto a la composición interna de la ciudad feliz, Aristóteles
reitera la tesis expuesta en el Li br o I, es decir, la necesidad de esclavos
que cubran las necesidades materiales, y añade la necesidad de cam pe­
sinos que proporcionen los alimentos, de artesanos que ejecuten las dis­
tintas técnicas, de soldados para la defensa, de propietarios (presumible­
mente para gobernar a los esclavos), sacerdotes y jueces.*4Es interesante
ver lo que hoy llam aríamos el estado jurídico de dichas categorías. Se­
gún Aristóteles, en la ciudad feliz no todos deben tener el estatus de
ciudadanos y, por tanto, no todos deben ser «partes» de la ciudad. O b­
viamente, no deben serlo los esclavos, porque no son libres, pero t ampo­
co los artesanos manuales (banausoi) ni los comerciantes, porque sus
actividades no son nobles ni virtuosas, y tampoco los campesinos, ya
que, para llegar a tener virtudes y realizar acciones políticas, se necesita
una cantidad de tiempo libre (í chole) del que ellos no disponen.*52
5
4
3
1

21. ¡bid., V I I , 1327 b 19-33.


22. Cf. N ewm an, op. cit ., I I I , pág. 366; M . Defourny, Ansióte: Études sur la
Politique, París, Beauchesne, 1932, págs. 496 ss.
23. Aristóteles, Política, V I I 7,1327 b 38-1328 a 16. Cf. Platón, República, II
375 C ss.
24. Aristóteles, Política, V I I 8. Sobre la composición de la ciudad, véase
P. Accattino, L ‘anatomía della cittá nella «Política» di Aristotele, Turín, Tirrenia,
1986.
25. Ibid., V I I 9,1328 b 24-1329 a 2.
¡ m ciudad feliz 111

La exclusión de art esanos y cam pesinos de la ciudadanía induce


a algunos crít icos a considerar la ciudad feliz de Arist ót eles com o
una especie de arist ocracia.26 En realidad, no se t rat a de arist ocracia,
sino de una idealización de la ciudad de la «const it ución m edia», la
polit ia, que es un híbrido m ejor ado ent re dem ocracia y oli gar quía,
const it uido por ciudadanos pert enecient es a la clase m edia. El l o re­
sult a evident e por la m anera en que Arist ót eles idea la dist ribución
de las funciones de gobierno. A sí, los ciudadanos, t odos ellos propie­
t arios capaces de adqui r i r ar m as, deben ser soldados cuando son jó­
venes, debido al vigor propio de la juven t ud; después, deben ser
«consejeros» (m iem bros del consejo u ór gan o deliberat ivo), a causa
de la prudencia que conlleva la m adurez y, cuando son viejos, deben
ser sacerdot es, pues así hallarán el «reposo» (anapausis).27
D e este m odo, quienes desem peñan las tres últ im as funciones
siem pre son las m ism as personas, en edades dist int as de su vida, y
siem pre se diferencian de los que desem peñan las funciones subor­
dinadas (esclavos, art esanos m anuales y cam pesinos); adem ás, se re­
part en «por t urnos» (kata meros) las funciones superiores, en part i­
cular la función de gober nar .28 El l o dist ingue la ciudad feliz de la
arist ocracia, donde siem pre ejercen el gobierno las m ism as personas.
Según Arist ót eles, la arist ocracia es un sistema deseable, pero casi
im posible de convert ir en realidad, porque es difícil encont rar per­
sonas t an superiores en vir t ud a los dem ás que puedan gobernar
siem pre. Por ot ra part e, no debem os olvidar que el Est agi r it a consi­
dera el gobierno esencialm ent e com o un servicio (leit ourgein), por lo
cual le parece just o que los ciudadanos, t ras haber servido a los de­
m ás gobernando durant e la m adurez, descansen y sean servidos en
la vejez. Volverem os sobre ello al hablar de la const it ución de la ciu­
dad feliz.
Respect o a la propiedad de la t ierra, Arist ót eles es part idario de

26. Cf. M ulgan, Aristotle's Political Theory, págs. 100-101, y Depew, op. cit.
27. Aristóteles, Política, VI I 9 ,1329 a 2-34.
28. Ibid., 1329 a 34-39.
I 12 pensamiento político de Aristóteles

la propiedad pr ivada (basta recordar su crít ica a la com unidad tic


bienes defendida en la República de Plat ón), que debe quedar en
m anos de los ciudadanos, esto es, de los hoplit as, los cuales se ocupan
de que t rabajen la t ierra esclavos y cam pesinos asalariados (si es
posible, bárbaros de t ierras cercanas). A h or a bien, el uso de tales
propiedades es, en part e, com ún, puesto que los propiet arios deben
cont r ibuir a los gast os generados por las sisit ias (banquetes de los go­
bernant es) y el cult o. A estos fines t am bién hay que dest inar los be­
neficios de algunos t errenos públicos, esto es, de algunas propieda­
des de la ciudad.293
0A sí pues, podem os decir que Arist ót eles era par ­
t idario de una for m a de econom ía «m ixt a» en el sent ido m oderno
del t érm ino.
L a descripción de las condiciones m at eriales de la ciudad feliz
prosigue con varias recom endaciones: es m ejor que se encuent re en
una zona elevada, lo cual garan t i za la defensa y la salubridad del
aire, y rica en agua; que las viviendas estén dist ribuidas, en parte,
regularm ent e (lo cual favorece los m ovim ient os) y, en part e, i r r egu­
larm ent e (lo cual favorece la defensa), y que la ciudad esté rodeada
de sólidas m urallas, t am bién por exigencias defensivas. Adem ás,
Arist ót eles aconseja que los edificios públicos, dedicados a las sisit ias
y al cult o, estén en la zona más alt a y las plazas, dest inadas a las es­
cuelas y el m ercado, ocupen la zona más baja (se refiere a zonas cla­
ram ent e diferenciadas).3”
Por últ im o, en cuant o a la verdadera constit ución (la polit eia en
sent ido estricto) de la ciudad feliz, Arist ót eles dice que su objet ivo es
vi vi r bien, o sea, la felicidad. A h or a bien, para cum plir dicho objet i­
vo, se necesitan una serie de m edios que alguien debe proporcionar.
N at ur alm en t e, quienes deben hacerlo son los no ciudadanos, pues,
aunque ellos t am bién deseen la felicidad, no t odos t ienen la posibili­
dad de alcanzarla, bien por circunst ancias fort uit as o nat urales (es
decir, porque son pobres o esclavos), bien porque algunos, aun te-

29. lbid.,V U 10.


30. ¡bid., VI I i i - i 2.
Im ciudad feliz

it icndo la posibilidad, no buscan la felicidad de la for m a adecuada.*'


Probablem ent e, con esta últ im a frase Arist ót eles alude a los que pre­
fieren ocuparse de sus asunt os y dejan el gobierno para los dem ás.
I „o ciert o es que t odo el m un do no desea part icipar en la vida polít i­
ca, aunque, según el Est agi r it a, quienes no lo desean se equivocan,
porque de ese m odo no pueden alcanzar la virt ud ni la felicidad.32
En cam bio, quienes persiguen de for m a adecuada la felicidad, la
cual es «perfect a act ividad y práct ica de vi r t u d », adem ás de pract i­
car la just icia con el fin de elim in ar el m al, deben aspirar a los hono­
res y al bienest ar, y así hacer el bien. Par a alcan zar tal objet ivo, son
necesarias la for t un a y la vir t ud, esto es, el conocim ient o y la elección
deliberada; la pr im er a no depende de nosotros, pero la segunda sí,
por lo cual t odos los ciudadanos deben pract icar la vir t ud (la del
buen ciudadano, no necesariam ent e la del hom bre en general), ya
que la ciudad solo puede ser feli z y virt uosa si son virt uosos t odos sus
ciudadanos (es decir, t odos los que part icipan plenam ent e de la ci u­
dadanía, no t odos los habit ant es). Y com o la virt ud — prosigue A r i s­
t óteles— es obra de la nat uraleza, el hábit o y la razón, y se pasa de la
nat uraleza a la razón a t ravés del hábit o y la educación (paideia), el
buen legislador debe gar an t i zar a todos los ciudadanos la educación
necesaria para llegar a ser virt uosos.33
Com o era de esperar, algunos t achan de clasist a esta concepción,
especialm ent e los críticos de orient ación m ar xist a,34 los cuales ol vi ­
dan que el propio M ar x aludía, sin escandalizarse, a la est ruct ura
económ ica de la sociedad ant igua, basada inevit ablem ent e en la es­
clavit ud com o for m a de producción precapit alist a y preindust rial.
La aport ación específica de Arist ót eles consiste en señalar el caráct er

3 >-
Ibid., V I I 13, 1331 b 24-1332 a 3.
32. Tam bién lo interpreta así P. Demont, «Le loisir («scholé») dans la Poli-
tique d’Arist ot e», en Aubenque y Tordesillas (eds.), op. cit., págs. 209-230,
esp. 228-229.
33. Aristóteles, Política, V I I 13,1332 a 7-b 10.
34. Cf., p. e., E. C. W elskopf, Probleme der M ube im alten H elias, Berlín
(Este), 1962, págs. 224 y 276.
“ 1 f a pensamientopoutnii 4c Aristóteles

ideológico y no inst rum ent al de la felicidad, afi rm an do que consiste


en act ividades com o la praxis política (que hoy t ambién reconocen
estudiosos «de izquierdas» com o H an nah A r en dt y Jür gen H aber-
mas) y la act ividad t eorét ica.35
Con respecto a la educación, Arist ót eles se pregunt a si todos de­
ben recibir la m ism a, o si es m ejor ofrecer una educación dist int a a
gobernant es y gobernados. Par a responder a la pregunt a, observa:

Si fuer an tan di fer en t es unos y ot ros de los dem ás com o suponem os


que se diferen cian los dioses y los héroes de los hom bres — a prim era
vist a por t ener una gr an super i or i dad pr i m eram en t e física, y luego del
alm a— , de tal m odo que fuer a indiscut ible y m anifiest a la super i or i ­
dad de los gobern an t es sobre los gobern ados, es evident e que sería
m ejor que, de una vez por t odas, siem pre los m ism os, unos m an dar an
y ot ros obedecieran. Pero com o est o no es fácil de al can zar y no es
posible que los reyes sean tan dist int os de sus súbdit os com o, según
Esci l ax, lo son en la I n di a, est á cl ar o que por m uchas razones es nece­
sar io que t odos por igual part icipen por t urn o (bata meros) de las fu n ­
ciones de m an dar y obedecer.36

En m i opinión, este pasaje dem uest ra que es un er r or int erpret ar en


clave proarist ocrát ica la ciudad ideal de Arist ót eles, ya que, en él, la
arist ocracia aparece com o una const it ución m ás adecuada para di o­
ses que para hom bres.
Por tanto, la conclusión es que, si los m ism os ciudadanos van a
ser gobernados en la juvent ud y gobernant es en la m adurez, todos
deben recibir la m ism a educación, una educación apt a para ser go­
bernados y para gobernar, sobre t odo para lo segundo. Y, puesto
que, com o hem os vist o en el Li br o I I I , en el caso del gobernant e, la
virt ud del ciudadano coincide con la del hom bre en general (es decir,

35. Cf. Arendt , op. cit., y ). H abermas, Theorie und Praxis, Fráncfort del
Meno, 1971. [H ay trad. cast.: Teoría y praxis, M adrid, Altaya, 1995.]
36. Aristóteles, Política, V I I 14, 1332 b 16-27. La alusión a Escilax procede
de H eródoto, H istoria, I V 44.
h i duiladfeliz ' 15

con la prudencia), la educación de todos los ciudadanos debe t ender


a la virt ud en gen eral, debe ser lo que hoy llam aríam os una educa­
ción «hum aníst ica».
Por ot ra part e, com o la educación de la An t i güedad incluía la
gim n asia y las denom inadas act ividades «liberales» (propias de los
hom bres libres), Arist ót eles establece un orden, una jer ar quía ent re
las part es de la educación, siem pre considerada com o una t area pr i ­
m aria del buen legislador. Par a ello, alude a la división del alm a en
dos partes, una de ellas provist a de razón y la ot ra no, así com o a
la subordinación de la segunda part e a la pr im er a. Lu ego m encio­
na la división de la razón (logos) en razón «práct ica», dedicada a
gui ar la pr axis, y «t eorét ica», dedicada exclusivam ent e al conoci­
m ient o, así com o la subordinación de la pr im er a a la segunda. Est as
divisiones se corresponden con las de «t oda la vida» {pas ho bios) en
«ocupaciones» (ascholia) y «t iem po libre» (.schole), guer r a y paz, ac­
ciones necesarias y út iles y buenas acciones. Según el orden de A r i s­
tóteles, la guer r a debe hacerse con vist as a la paz, las ocupaciones con
vist as al t iem po libre, las acciones necesarias y út iles con vist as a las
buenas acciones. A sí pues, hay que dedicarse a las ocupaciones y l u ­
char, pero aún es m ás im port ant e estar en paz y aprovechar el t iem ­
po libre; hay que realizar acciones necesarias y út iles, pero aún es
m ás im port ant e hacer buenas acciones. El legislador debe educar a
los hom bres, en su niñez o en ot ras edades, respet ando este orden.373
8
La dist inción ent re «ocupaciones» {ascholia) y «t iem po libre»
{schole) corresponde a la dist inción lat ina ent re negotium y ot ium , en
la cual el segundo t érm ino, com o es bien sabido, no significa inercia,
ni pérdida de t iem po, ni descanso, ni diversión, sino que indica el
desarrollo de act ividades no inst rum ent ales, que no se pract ican por
necesidad o ut ilidad, sino por su valor int rínseco y el placer que pro­
porcionan.3® H oy en día, a veces em pleam os el t érm ino «ocio» en
sent ido negat ivo, o para indicar la inacción t otal; en este sent ido, la

37. Ibid., 1333 a 16-b 5.


38. Demont, op. cit ., subraya el carácter «activo» de la schole.
I lo l'A pensamiento poli tu o <le Aristóteles

palabra francesa loisir o la inglesa leisure t raducen m ejor el t érm ino


gri ego schole. Con vi en e señalar que de dicho t érm ino der iva la pala­
bra «escuela», que no es sinónim o de ocio, pero que se diferencia del
«t rabajo» o de la «ocupación» porque no supone una fuent e de lu­
cro, sino únicam ent e de form ación y educación.
U n a vez aclarado esto, la jer ar quía que establece Arist ót eles re­
sult a m uy significat iva. N o im plica que la vida práct ica coincida con
la ocupación y la vida teorét ica con el t iem po libre, ya que la praxis
ent endida en sent ido am plio com prende, com o hem os vist o, las act i­
vidades t eorét icas, con lo cual t am bién es una act ividad no inst ru­
m ent al. D icha jer ar quía significa, en pr im er lugar, que las act i vi da­
des inst rum ent ales deben est ar subordinadas, u orient adas, a las
act ividades que no lo son, y que dent ro de estas últ im as, la act ividad
polít ica debe est ar subordinada a la t eorét ica. A sí pues, ent re las dos
últ im as act ividades no hay alt ernat iva ni exclusión recíproca, sino
cont inuidad y, a la vez, subordinación.
Se t rat a de una concepción peculiar de Arist ót eles, m ediant e la
cual crit ica la const it ución espart ana, y a quienes la alaban (presum i­
blem ent e, Plat ón y Jenofont e), porque daba dem asiada im port ancia
al adiest ram ient o m i lit ar y descuidaba las act ividades liberales, com o
si el objet ivo del hom bre y la ciudad fuera dom in ar al rest o m edian ­
te la guer r a. Según Arist ót eles, el adiest ram ient o m ilit ar sirve para
no caer som et ido ant e los dem ás, buscar una hegem onía útil para los
ciudadanos y dom in ar a quienes m erecen servir (los bárbaros), pero
no para ejercer un despot ism o absoluto. Por eso las ciudades m i li t a­
ristas, com o Espar t a, perm anecen en pie cuando luchan y caen en
t iem po de paz; el responsable de ello es el legislador, que no las ha
educado para que aprovechen el t iem po libre.39
N o es posible enseñar a aprovechar el t iem po libre sin ident ificar
las virt udes que lo prom ueven. Según Arist ót eles, estas son, pr in ci­
palm ent e, las vir t udes útiles para las ocupaciones, las cuales gar an t i ­
zan las condiciones necesarias para disponer de t iem po libre. Se re-

39. Aristóteles, Política, V I I 14 ,1333 b 5-1334 a 10.


I m ciu dad fe liz "7

ficre a la t em planza y la valent ía, ya que, según afi r m a cit ando un


proverbio: «N o hay t iem po libre para los esclavos», quienes no se
enf rentan al peligr o con valent ía son esclavos de los agresores.404
1Est a
doct rina im plica que los esclavos deben su condición, en part e, a la
falt a de virt ud o valent ía, puesto que no han sabido ar ri esgar su vida
para defender su libert ad y han pr efer ido la esclavit ud a la m uert e.
En ot ras palabras, los esclavos han pr efer ido un sim ple vi vi r o sobre­
vivir al vi vi r bien o felicidad. Cualquier a puede reconocer en estas
palabras un ant icipo de la fam osa dialéct ica del siervo y el am o que
expone H egel en la Fenom enología del espírit u.*'
Por ot ra part e, para aprovechar bien el t iem po libre se necesitan
t em planza y just icia, virt udes que, en t iem po de guer r a, im ponen las
circunst ancias, pero que, en t iem po de paz y prosperidad, cuando se
dispone de schole, deben ser especialm ent e cult ivadas. A dem ás, exis­
te una vir t ud específica apropiada para el buen uso del t iem po libre,
virt ud que Arist ót eles l l am aphilosophia y que algunos estudiosos in­
t erpret an en un sent ido m uy genérico, com o práct ica de las act i vi da­
des int elect uales o cult urales en general, tal com o las concibe Pen ­
d es en su fam oso discurso: «N osot ros flos at eniensesl filosofam os
(philosophoumen), pero sin flaqueza».42 En cam bio, ot ros int erpret an
dicha virt ud en un sent ido m ucho m ás específico, com o búsqueda de
la prudencia práct ica y la sabiduría t eorét ica.43 Según Arist ót eles, la
philosophia t am bién es frut o de la educación, y «la razón y la int eli­
gencia (logos hai nous) son para nosotros el fin de nuest ra nat uraleza,

40. Ibid., VI I 15 , 1334 a n -22.


41. G. W . F. H egel, Fenomenología dello spirito, trad. it., Florencia, La Nuo-
va Italia, 1967, págs. 159-164. fH ay trad. cast.: Fenomenología del espíritu, Valen­
cia, Pre-Text os, 2006.I
42. Aristóteles, Política, V I I 15, 1354 a 23. Cf. F. Solmsen, «Leisure and
Play in Aristotle’s Ideal State», en Rhcinisches M useum, CV I I (1964), págs. 193-
200 (reimpr. en íd., Kleine Schriften, II, H ildesheim, Olms, 1968, págs. 1-28);
C. Lord, Education and Culture in the Political Thought o f Aristotle, Ithaca, Cornell
UP, 1982, págs. 198-200. La cita es de Tucícides, La guerra del Peloponeso, II 40,1.
43. Cf. Depew, op. cit., pág. 371.
1 /'/pensamiento político de Aristóteles

de m odo que en vist a de estos fines deben or gan izar se la generación


y el ejercicio de los hábit os».44
Arist ót eles resum e así las t areas que debe com prender la edu­
cación:

Igual que el alma y el cuerpo son dos, así también vemos que existen
dos partes en el alma, la irracional y la dotada de razón, y dos estados
correspondientes a esas partes, uno de los cuales es el deseo, y el otro
la inteligencia; pero igual que el cuerpo es anterior en la generación
al alma, así también la parte irracional a la dotada de razón. Esto es
evidente, pues el coraje, la voluntad y también el deseo se encuen­
tran en los niños desde el momento mismo de nacer, pero el racioci­
nio y la inteligencia nacen naturalmente al avanzar en edad. Por
ello, primero es necesario que el cuidado del cuerpo preceda al del
alma, y luego el cuidado del deseo; sin embargo el cuidado del deseo
es en función de la inteligencia, y el cuidado del cuerpo en función
del alma.45

Cr eo que, ante t ales afirm aciones, no podem os hablar de int elect ua-
lism o, sino únicam ent e de una educación int egral, cuyo fin es ejercer
las act ividades int electuales.
U na vez ent ra en el t em a de la educación, cuya ordenación con­
sidera una de las t areas fundam ent ales del legislador, Arist ót eles
aborda la cuest ión desde el principio, y da indicaciones sobre las bo­
das que gar an t izan que se engendren hijos m ejores. En este sent ido,
aconseja que las m ujeres se desposen a los dieciocho años y los hom ­
bres, a los t reint a y siet e, con el fin de t erm inar junt os el período de
fert ilidad, que para ellas fi n ali za en t orno a los cincuent a años y para
ellos, en t orno a los setenta; con t odo, recom ienda que los hom bres no
engendren después de los cincuent a y cinco años. Por t ant o, es part i­
dar i o de lim it ar los nacim ient os, pero no por m edio del abandono de
los recién nacidos, sino por m edio del abort o, que debe efect uarse

44. Aristóteles, Política, V I I 15,1354 a 23-b 17.


45. Ibid., 1334 b 17-28.
i m <m a u a j c u ¿ . .v

«antes de que se desarrollen la sensibilidad y la vida en el feto». Por


últ im o, Arist óteles es cont rario al adult erio, al menos si es m anifiesto.46
A cont inuación, da indicaciones sobre cóm o cr iar a los niños, y
recom ienda una alim ent ación «rica en leche y con poco vino» y que
los acost um bren a soport ar el frío. Es part idario de los juegos, los
cuent os y de dejar gri t ar a los niños, pero aconseja que les ocult en el
lenguaje soez y los cuadros y represent aciones indecentes, y que los
eduquen en el cult o a los dioses.47Con estos t emas concluye el Li br o
V I I de la Polít ica y em pieza el V I I I , ent eram ent e dedicado a la edu­
cación, al igual que gran part e de la República de Plat ón.
En cuant o a la relación ent re política y filosofía, conviene señalar
una diferencia m uy concreta ent re am bos filósofos. Según Plat ón, la
filosofía t iene com o fin la polít ica, pues el filósofo esencialm ent e
debe gobernar, y la polít ica depende por com plet o de la filosofía,
porque solo el filósofo sabe gobernar bien. En cam bio, según A r i st ó­
teles, la polít ica goza de ciert a aut onom ía respect o a la filosofía, ya
que el buen polít ico, o el buen legislador, puede pract icarla gracias a
la prudencia práct ica que posee, y no es necesario que gobierne el
filósofo. A h or a bien, la política tiene com o fin la filosofía, y debe
crear las condiciones m at eriales y políticas para aprovechar el t iem ­
po libre, un t iem po que los jóvenes em plean adquiriendo las vir t u­
des éticas y dianoét icas y que los ancianos pueden em plear ejercien­
do las act ividades t eorét icas propiam ent e dichas.
Est as últ im as no deben ent enderse com o una cont em plación es­
t ática de verdades ya sabidas, o de causas conocidas, com parable a la
vida cont em plat iva del m onje m edieval. En griego, theoria t am bién
significa est udio, invest igación, act ividad cuyo fin es el conocim ient o
puro. Y , para Arist ót eles, las ciencias t eorét icas no son únicam ent e la
filosofía, sino ant e t odo la m at em át ica, y luego la física en la acepción
más am plia del t érm ino, que com prende el est udio de la nat uraleza
en general, del cielo, los elem ent os t errest res y, sobre t odo, del m un ­

46. Ibid., VI I 16.


47. lbid.,V II 17.
i ¿yi iu pensamiento /<olttna de Aristóteles

do vivo, esto es, plant as, anim ales y hombres. Por últ im o, lo que no­
sot ros llam am os filosofía en sent ido estrict o, que Arist ót eles deno­
m inaba «filosofía pr im er a», com prende la búsqueda de las causas
pr im er as del ser, ent endidas según t odos los t ipos de causas: m at e­
riales, form ales, m ot rices y finales. A sí, dent ro de este t ipo de filoso­
fía, la llam ada «t eología» o est udio de D ios solo es una pequeña par­
te, incluida en la búsqueda de la causa prim era m ot r iz.48
L a educación de la ciudad feli z — afi r m a Arist ót eles al principio
del Li br o V I I I — debe ser única e igual para todos los ciudadanos, ya
que cada uno de ellos es part e de la ciudad, y debe ser pública y no
pr ivada. A sí la han hecho los espart anos, y debem os alabarlos por
este m ot ivo (no por los cont enidos de su educación).49 En t r e las dis­
ciplinas út iles, la educación solo debe i ncluir aquellas que sean indis­
pensables y no hagan innoble a quien las cult iva (por t ant o, no debe
incluir los t rabajos ret ribuidos). D eben enseñarse las ciencias libera­
les (eleutheriai epistemai), pero no dem asiado, para que no dist raigan
a los alum nos del apr en dizaje de la vir t ud.501
5
Concret am ent e, hay que enseñar gram át ica y dibujo, porque son
út iles, y gim n asia, porque ayuda a desarrollar la valent ía, pero sin
darle la im port ancia excesiva que le dan los espart anos. Asim ism o,
la educación debe i ncluir el juego, que sirve com o descanso y no
debe confundirse con el buen em pleo del t iem po libre, que no es
descanso, sino act ividad. Y, sobre t odo, hay que enseñar m úsica en­
t endida en sent ido general, com o conjunt o de las artes (ta motísima,
«las cosas de las m usas»), y t am bién en el sent ido específico de arte
de los sonidos. Est a sirve para divert irse y para for m ar el caráct er,
pues cont ribuye a em plear bien el t iem po libre y a ejercit ar la int eli­
gencia (pros diagogen / {ai pros phronesin).5' Por ello, Arist ót eles anali-

48. Para justificar estas afirmaciones, remito al lector a mis libros cit. Aristo-
tele: D alla dialettica alia filosofía prima y Profilo di Aristotele.
49. Aristóteles, Política, V I I I 1.
50. Ibid., V I I I 2.
51. Ibid., V I I I 3-5. Acerca del valor de la educación musical, véanse los es-
I a i a t u llid [ t ' l iz 121

/.a las arm onías y rit m os m usicales, así com o lo útil que result a para
los jóvenes aprender a cant ar y a t ocar no la flaut a, sino la cít ara,
siem pre que lo hagan sin virt uosism os ni espírit u com pet it ivo.52
Por últ im o, t ras los efectos beneficiosos de la m úsica, Arist ót eles
m enciona la «cat arsis» o purificación de las pasiones, y anuncia que
t rat ará con m ayor am plit ud el t em a en la Poét ica, aunque no hay
rastro de él en dicha obra, por lo cual solo poseemos las indicaciones
cont enidas en la Polít ica. M erece la pena recordarlas, porque tiene
un valor educat ivo y, por t ant o, político.

Las emociones que irrumpen con fuerza en algunas almas existen en


todas ellas, aunque se diferencian por su mayor o menor intensidad.
Todos se ven arrastrados por la música a la compasión, el temor o el
entusiasmo, aunque algunos se dejan llevar más que otros por dichas
emociones, y, después de haber oído una música que ha conmovido su
alma, vuelven a su estado normal por efecto de las melodías sagradas,
como si hubieran seguido una terapia o una purificación (fatharsis).
Experimentan lo mismo aquellas almas que se dejan arrastrar por la
música a la compasión, el temor o cualquier otro sentimiento, pero
todas han experimentado algún tipo de purificación y de alivio acom­
pañado de placer.55

A cont inuación, Arist ót eles adm it e la exist encia de espectáculos m u­


sicales caract erizados por sonidos agudos y poco arm ónicos para que
descansen los peones y ot ras personas sem ejant es. Ese t ipo de soni­
dos parece ser t am bién adecuado para los jóvenes; sin em bar go, den ­
t ro del ám bit o de la educación, reservado a los ciudadanos libres, es
m ás convenient e para los jóvenes la ar m onía dórica, m ás gr ave y
vir i l. En cam bio, la arm onía fr i gi a, que suscita ent usiasm o y pasión,

tudios citados de Solmsen, Lord y Depew, que subrayan, respectivamente, su va­


lor como juego, como educación y como actividad intelectual.
52. Aristóteles, Política, V I I I 5-6.
53. Ibid., V I I I 7,134 234 - 15.
es m ás convenient e para los ancianos.54 Con estas frases, que, eviden­
t em ent e, form an part e de un debat e sobre la m úsica que debía tic
haberse inst aurado ent re los hom bres de cult ura (de hecho, Arist ót e­
les cita com o int erlocut ores a Plat ón y a Filoxenes), concluye la Po/ / -
t ica, de una for m a tan brusca que algunos la consideran inacabada.
En ver dad, el hecho de que el principal t rat ado que el aut or dedica
a la polít ica t erm ine hablando de m úsica revela su form a de ent en­
der la prim era.

54. I b i d 1342 a 18-b 34.


N O T A B I O B I BL I O G RÁ FI C A

Arist ót eles nació en el año 384/ 383 a.C., de padres griegos, en Est a-
gir a, una polis libre sit uada cerca de la península calcídica, colonia de
Calcis o, según algunos, de A n dr os. Su padre, N icóm aco, fue m édi­
co personal del rey A m i n t a I I I de M acedonia, uno de los ant ecesores
de Fi l i p o I I . Su m adre, Efest i ada, era nat iva de Calcis, ciudad de la
isla de Eubea, donde poseía una casa en la que Arist ót eles se refugió
antes de m or ir. Su padre falleció cuando Arist ót eles era niño, t ras lo
cual quedó a cargo de Pr oxeno de A t ar n eo (ciudad gr i ega del A sia
m enor), quien tal vez era el m ar ido de su herm ana (Arim nest a) y
padre de N ican or , a quien Arist ót eles nom bró heredero en su t est a­
mento.
A la edad de diecisiet e años (367/ 366 a.C.) , Arist ót eles llegó a
At enas, ingresó en la Academ ia de Plat ón y perm aneció en ella vei n ­
te años, hasta el 348/ 347, año de la m uert e de Plat ón. L a llegada de
Arist ót eles a At enas coincidió con la segunda est ancia de Plat ón en
Siracusa (367-365), de m odo que, t em poralm ent e, di r igía la A cade­
m ia ot ra persona, según algunos Eu doxi o de Cn ido, aunque otros
afi rm an que es falso. En cualquier caso, por sus obras sabem os que
Arist ót eles siem pre t uvo en gr an consideración a Eudoxio.
M ient ras el Est agi r it a estaba en la Academ ia, concret am ent e en
el 362, m ur ió Gr i l o, hijo del hist oriador Jenofont e, y el joven acadé­
m ico com puso un diálogo, hoy perdido, t it ulado Gr ilo, que t rat aba
de ret órica. Si n duda, en ese período se dedicaba a la ret órica, com o
at est igua el epicúreo Fil odem o de Gad ar a (siglo I a. C.), según el cual
Arist ót eles com enzó una clase de ret órica con esta frase: «Es vergon-
I2 3
I24 Nota binbibliof’ráfu u

zoso callar y dejar que hable Isócrat es». U na frase que solo puede
pert enecer al pr im er período at eniense de Arist ót eles, el que pasó en
la Academ ia, porque Isócrat es, el fam oso or ador que di r igía una es­
cuela de ret órica en At enas, m ur ió en el 338, es decir, ant es de que
Arist ót eles regresara a la ciudad (335/ 334).
En t r e el 361 y el 360, Plat ón est uvo por t ercera vez en Siracusa,
acom pañado de varios discípulos, pero no hay const ancia de que
Arist ót eles fuera uno de ellos. D e hecho, m ás t arde, algunos den i­
gradores del Est agi r it a lo acusaron de haber aprovechado la ausen­
cia de Plat ón para apoyar una revuelt a cont ra él y hacerse con la di ­
rección de la escuela, un dat o indudablem ent e falso. En el 354, el
académ ico Eudem o de Ch i pr e, am i go de Arist ót eles, m ur ió en Si r a­
cusa, en la bat alla ent re los am igos de D ión (y de Plat ón) y el t irano
D ionisio I I , y el Est agi r it a escribió en m em oria suya un diálogo t it u­
lado Eudem o, t am bién perdido, que t rat aba de la inm ort alidad del
alm a. En el 353, Isócrat es escribió una oración t it ulada Antidosis, en
la cual proponía cam biar sus r iquezas por las de su acusador, aun ­
que, al m ism o t iem po, hacía apología de su vida y su escuela frent e a
quienes lo habían cr it icado y decía que la educación que proporcio­
naba la Academ ia era inút il. Ar ist ót eles, en nom bre de la escuela,
respondió con una exhort ación a la filosofía t it ulada Protréptico, que
debió de escribir en los años inm ediat am ent e sucesivos.
En el 348, el rey Fi l i po I I de M acedonia se apodera de la ciudad
de O lint o, sit uada cerca de la península calcídica y, por t ant o, de
Est agi r a, lo cual suscitó una fuert e reacción ant im acedonia en A t e­
nas, capit aneada por D em óst enes. Según algunos, a causa de ello,
Arist ót eles dejó At enas al año siguient e (347). Per o lo ciert o es que
no hay m ot ivos para creer que fuera filom acedonio. Sin lugar a du ­
das, era m ás filom acedonio que él Espeusipo, el sobrino de Plat ón, a
quien este, a su m uert e, acont ecida en el m ism o año 347, designó
com o sucesor en la dirección de la Academ ia. L o m ás probable es
que Arist ót eles dejar a la Academ ia debido a la m uert e de Plat ón,
por considerar que había desaparecido la razón principal de su per­
m anencia en At enas, que era colaborar con su m aest ro.
Nota binbibhof’rüjnu ias

T r as dejar At enas, Arist ót eles est uvo con H er m i as, t irano de


At arneo (la ciudad de Proxeno, su tut or) con quien ent abló am ist ad,
y cont rajo m at rim onio con una parient e suya (herm ana, sobrina o
hija) llam ada Pit ias. H er m i as era aliado del rey Fi l i po, razón por la
cual, en el 34 1, lo m at aron los persas, cont ra quienes Fi l i p o ya pr epa­
raba la expedición que luego llevaría a cabo su hijo A l ejan dr o. A r i s­
tóteles escribió un epigr am a en honor a H er m i as, que se colocó sobre
una estat ua del t irano en D el fi s, y un H im no a la virt ud, en el que
com paraba a H er m i as con los dioses de la m it ología. N o es seguro
que H er m i as asignara a Arist ót eles y a ot ros dos académ icos, Er ast o
y Cor iseo, la ciudad de Asos para abr i r una escuela que, según al gu ­
nos aut ores m odernos, era com o una filial de la Academ ia.
En el 345/ 344, Arist ót eles m archó a M it ilene, en la isla de Les-
bos. D e ot ra ciudad de la m ism a isla, Ereseo, era Teofr ast o, discípu­
lo y am igo de Arist ót eles, que lo sucedería en la dirección de la es­
cuela peripat ét ica. Es probable que la am ist ad ent re am bos filósofos
naciera en este período, aunque tal vez surgier a ant es, en At enas, en
la Academ ia de Plat ón, si es ciert o cuant o dice D iógenes Laer ci o
(V 36), esto es, que Teofr ast r o, antes de escuchar a Arist ót eles, escu­
chó a Plat ón.
En el 343/ 342, el rey Fi l i po I I , al cual probablem ent e Arist ót eles
ya había dedicado una exhort ación a la filosofía durant e el período
académ ico (del m ism o m odo que, en el Protréptico, se la dedicó al rey
Tem isón de Chi pre), lo llam ó a M i eza (M acedonia) para confiarle la
educación de su hijo A lejan dr o, que a la sazón cont aba trece años. Se
ha escrit o y fant aseado m ucho sobre la relación ent re Arist ót eles y
A lejan dr o, especialm ent e en la t radición favorable al Est agi r it a, en­
t usiasm ada con la pr oxim idad ent re el m ayor rey y el m ayor filósofo
de su t iem po. Es innegable que exist ió una relación, com o at est igua
incluso una fuent e host il a Arist ót eles. Por ot ra part e, en los cat álo­
gos ant iguos de las obras de Arist ót eles consta que este dedicó a A l e­
jandr o un diálogo, Sobre el reino, y que t it uló ot ro diálogo Alejandro
o de las colonias, aunque solo quedan fragm ent os de am bos. Sin em ­
bargo, en sus obras conservadas, Arist ót eles no habla jam ás de A l e-
I «¿U Nota biobihUo^ nífua

jandro, ni tic su conquist a de Persia, que fue el acont ecim ient o inris
ext raor dinar io de finales del siglo iv. Y, en la Polít ica, considera la
polis, represent ada por At enas, com o la sociedad política perfect a y
el reino sobre una nación ent era (ethnos), com o lo eran M acedonia,
Persia y el im perio de A lejan dr o, com o una constit ución prim it iva,
m ás adecuada para los bárbaros que para los griegos.
T od o ello significa que Arist ót eles fue, sin duda, el precept or, o
uno de los precept ores, de A l ejan d r o, pero que no consideraba las
hazañas de este com o un efect o de sus enseñanzas. Probablem ent e,
en el 340, cuando Fi l i po asoció al t rono a A l ejan d r o, que contaba
apenas dieciséis años, el filósofo abandonó M ieza para regresar a su
Est agi r a nat al (ciudad que, a petición suya, Fi l i po reconst ruyó tras
haberla dest ruido); o quizá, en el año 335, cuando A l ejan d r o se con­
vir t ió en el único m onarca de M acedonia t ras la m uert e de Filipo,
Arist ót eles volvió de nuevo a At enas. Sin duda, las relaciones ent re
el filósofo y el rey se det erioraron cuando, en el 327, durant e la expe­
dición cont ra Persia, A lejan dr o m andó asesinar al sobrino de A r i s­
tóteles, el hist oriador Calíst enes, porque este se negó a adopt ar la
cost um bre persa de post rarse de rodillas ant e él.
En At enas, a la edad de cincuenta años, Arist ót eles pudo abrir al
fin su escuela en el jardín dedicado a Apolo Licio, por lo cual se llam ó
Liceo. El caráct er de dicha escuela es controvert ido: según algunos,
era un «t íaso», una asociación para el cult o de las musas, dotada de un
edificio propio, con un «peripat o» (paseo cubierto o lugar para pa­
sear), de donde procede el nom bre de «escuela peripat ét ica», una bi­
blioteca, un museo, alojam ient os y aulas. Según otros, Arist ót eles,
com o «meteco» (habitante de At enas pero ciudadano de ot ra polis), no
podía ser dueño de ningún edificio, y enseñaba en un cent ro público.
En cualquier caso, Arist ót eles im part ió cursos sobre disciplinas filosó­
ficas y cient íficas, com o lógica, física, psicología, zoología, filosofía pri­
m era, ética, política, ret órica y poética, tal com o dem uest ran sus t rat a­
dos. Y, probablem ent e, los im part ía en un lugar donde había libros y
mat erial para el estudio, como recopilaciones de proverbios, de consti­
tuciones y de observaciones sobre astros, animales y plantas.
Nota biobibnognijica l27

D ebieron de asist ir regularm ent e a la escuela de Arist ót eles va­


rios discípulos e invest igadores, com o Teofr ast o, aut or de varias
obras, quien sust it uyó al Est agi r it a en la dirección del Li ceo t ras la
m uert e del m aest ro; Eudem o de Rodas, aut or de una hist oria de
la m at em át ica y de una hist oria de la ast ronom ía; A r ist óxeno de T a-
rento, m usicólogo; D icearco de M esine, filósofo polít ico; Est rat ón de
Lám psaco, que sucedería a Teofr ast o; Clear co de Soli y D em et rio
do Fal er o, que m ás t arde asum iría el gobierno de At enas.
En el 324/ 323, llegó a At enas la noticia de la m uert e pr em at ura
de A l ejan dr o, acont ecida en Persia. El part ido ant im acedonio se su­
blevó, y Ar ist ót eles, a causa de la relación que había m ant enido con
Fil ipo y A l ejan d r o y, sobre t odo, con An t ípat r o (a quien había nom ­
brado su albacea), gobernador de At enas por encargo del rey, fue
acusado de im piedad. Probablem ent e, la acusación ocult aba una hos­
t ilidad polít ica, y em plearon com o pret ext o el H im no a la virt ud que
Arist ót eles escribió en honor de H er m i as, en el cual el filósofo había
ut ilizado expresiones que podían parecer una especie de di vi n i za­
ción de su am igo.
El Est agi r it a t em ía el result ado del proceso, de m odo que aban­
donó At enas ant es de que se celebrara y se t rasladó a Caléi s, en la isla
de Eubea, donde aún poseía la casa m at erna. N o sabem os si es ciert o
que declaró, com o dice la t radición, que se iba para im pedir que los
at enienses pecasen por segunda vez cont ra la filosofía (la prim era
vez fue la condena a m uert e de Sócrat es). En cualquier caso, no de­
bió de ser agradable para un hom bre de m ás de sesenta años dejar
prem at uram ent e la escuela y a sus colaboradores, y quizá t am bién
sus libros y ot ros m at eriales de invest igación, para salvar la vida. N o
obst ant e, su estancia en Calcis fue breve, ya que al año siguient e
(322/ 321) Arist ót eles m ur ió, probablem ent e de enferm edad.
1 2H___________ _ Nota biobibhogrd/ica

Principales ediciones y traducciones de las obras en general

Ar i st ó t e l e s , Obras completas, M ad r i d , Cr ed os, 1988.*


a r i st o t e l i s Opera ex recensione I. Bek k er i edidit A cadem i a Regi a Borussi-
ca, Ber ol i n i 18 31- 18 79 . L os dos pr i m er os volúm enes, al cuidado de
Bek k er , i ncluyen el corpus de obras que la t radición m anuscrit a at r i ­
buye a Ar ist ót eles. El vol. I I I cont iene las t raducciones lat inas del Re­
nacim ient o. El vol. I V , los escolios ant iguos, edit ados por C. A . Br an -
dis y H . U sen er. El vol. V , los fr agm en t os de obras perdidas, edit ados
por V . Rose, y el Index Aristotelicus de H . Bon it z. En t r e 1960-1987,
O . Gi gon pr epar ó una nueva edición de est a obra, edit ada en Berlín
por Gr u yt er . L os vols. I - I I incluyen el cor pus; el I I I , los fr agm en t os; el
I V , los escolios y la Vita marciana; el V , el Index de Bon it z.
Ar i st ó t e l e s , Opere, ed. G . Gi an n an t on i , 4 vols., Rom a-Bar i , Lat er za, 1973.
Est a t raducción no in cluye t odas las obras.
The Works of Aristotle translated into English, ed. J. A . Sm it h y D . W . Ross,
12 vols., O xfor d , Cl ar en d on Press, 1908-1952. Est a t raducción está
com plet a.
j . b a r n e s , The Complete Works o f Aristotle: The Revised Oxford Translations,
2 vol s., Pr i n cet on , Princet on U P, 1984.

Ediciones, traducciones y comentarios de las obras de ética

Ética a Nicómaco, t rad. J. Pal l í, M ad r i d , Gr edos, col. Bibliot eca Básica


Gr ed os, 2010.
Ética Nicomáquea; Ética Eudemia, t rad. J. Pal l í, M ad r i d , Gr ed os, 1998.
Poética; Magna moralia, t r ad. M . T . M ar t ín ez y L . M ar t ín ez, M adr i d , Gr e­
dos, 20 11.]
Ethica Nicomachea, ed. I. Byw at er , O xfor d , O C T , 1894 (y sucesivas reim pr.).
L ’Ethique á Nicomaque, in t r od., t r ad. y n. R. A ., Gau t h i er y J. Y. Jol i f, 4
vols., I n sit ut Su p ér i eu r de Ph i l osoph i e, Lovai n a, 1979 ( i a ed. 1958-
195 9 )-

* H emos añadido a la bibliografía original las obras más importantes en cas­


tellano. (N. dele.)
Nota biobibliogrtíjica I 2<;

Nicom achische Ethik,, trail. y n. F. Dirlmeier, Berlín, Akademie Verlag,


1964 (1* ed. 1959).
The Nichotnachean Et hics, trad. y n. H . G. Apostle, Dordrecht-Bostin, Rei-
del, 1975.
Etica N icom achea, introd., trad y n. C. M azzarelli, M ilán, Rusconi, 1979.
Nicom achean Et hics, introd., trad y n. T . Irwin, Indianápolis-Cambridge,
Hackett Publi. Comp., 1985.
Etica N icom achea, introd., trad y n. M. Zanatta, M ilán, Rizzoli, 1976.
I I libr o dellagiu st izia (Et ica N icom ache F), ed. R. Laurenti, Bari, Adriatica,
[s.d.|.
Eudem ische Et hi!{ , introd., trad y n. F. Dirlmeier, Berlín, Akademie Ver­
lag, 1984 ( i aed. 1962).
Et hique á Elídem e, introd., trad y n. V. Décarie, París-M ontreal, Vrin,
1978.
Eudem ian Et hics: Boo/ (s I, I I y V I I I , trad y n. M. J. W oods, Oxford, Claren-
don Press, 1992a.
Et hica En dem ia, ed. R. R. W alzer y M . M ingay, Oxford, O CT, 1991.
M agna M oralia, trad. y n. F. Susemihl, Leipzig, Teubner, 1883.
M agna M oralia, trad. y n. F. Dirlmeier, Berlín, Akademie Verlag, 1993
( i aed. 1958).
Grande m ót ale, introd., trad. y n. A. W artelle, en Revue de l'In st it u í Catho-
liqu e de París, XX I I I (1987), págs. 3-90.
Lesgr an s liares d'ét hiqu e, trad. G. Dalimier, París, F'lammarion, 1992.
Ü ber die Tugend, trad. E. A. Schmidt, Berlín, Akademie Verlag, 1965.
Et iche (Et ica Edem ea, Et ica N icom ache, Grande Et ica), ed. L. Caiani, Tu-
rín, U T ET , 1996.

Ediciones, traducciones y com entarios de las obras de polít ica

Polít ica, trad. M. García Valdés, M adrid, Gredos, 1995.


Constitución de los atenienses, introd., trad. y n. M. García, M adrid, Gredos,
1984.]
Polit ica, ed. F. Susemihl, BT , Leipzig, 1882.
The Polit ics, introd. y n. W . L. N ewman, 4 vols., Oxford, Clarendon Press,
1887-1902.
• V ' Nota biobibliográ/ini

Polít ica e Costitttzione degli A t eniesi , ed. C. A. Viano, Turín, U TK T , 19 ^ ,


Polít ica, ed. W . D. Ross, Oxford, O CT, 1957.
L a Polit iqu e, introd., trad. y n. J. Aubonnnet, 5 vols., París, Les Belles Lct
tres, 1960-1989.
Polit ics: Boof(s I I I and I V , trad. y n. R. Robinson, con un estudio dr
D. Keyt , Oxford, Clarendon Press, 1995 ( i aed. 1962).
Polít ica, ed. A. Dreizehnter, Munich, Fink, 1970.
The Polit ics, trad. C. Lord, Chicago, Chicago UP, 1984.
Les polit iques, introd., trad. y n. P. Pellegrin, París, Flammarion, 1990.
Polit H {:Buch I, I I -I I I , I V -V I , trad. y n. E. Schütrumpf, 3 vols., Berlín, Aka-
demie Verlag, 1991-1996.
The Polit ics, trad. E. Barker, introd. y n. R. F. Stalley, Oxford, Oxford UP,
T9 9 5 -
Politics: Books I a n d I I , trad. y n. T. J. Saundes, Oxford, Clarendon Press, 1996.
I I trattato su ll’econom ía, ed. R. Laurenti, Bari, Laterza, 1967.
Econom ique, ed. B. A. van Groningen y A. W artelle, trad. y n. A. W arte-
lle, París, Les Belles Lettres, 1968.
L ’am m inistrazione della casa, ed. C. Natali, Roma-Bari, Laterza, 1995.
Atheniensium Respublica, ed. F. G. Kenyon, Oxford, O CT, 1920.
Constitution o f Athens and Relat ed Texis, introd., trad. y n. K. von Frit z y
E. Kapp, Nueva York, H afner, 1950.
Athenaion Polit eia, ed. M. H . Chambers, Leipzig, Teubner, 1986.
Staat der A t hener, trad. y n. M. Chambers, Berlín, Akademie Verlag, 1990.
L a costituzione degli A t eniesi, ed. G. Lozza, M ilán, M ondadori, 1991.

M onografías y recopilaciones sobre el pensam iento de Aristóteles


{por orden cronológico)

w. d . r o ss,A r ist ot le, Nueva York, Routledge, 1923. [Hay trad. cast.: Aristó­
teles, trad. Diego F. Pró, Buenos Aires, Charcas, 1981 (ed. orig. 1923,
fundamental).!
d . j . a l l a n , The Philosophy o f Arist ot le, Londres, Oxford U P, 1952 (muy
buena).
a u t o u r d ’ a r i st o t e , Récu eil d ’études offert a M gr. A. M ansión, Lovaina,
Publ. Univ. De Louvain, 1955.
Nota biobibliogrdjica O '

a a .v v ., The Journal o f H ellenic Studies, L X X V I (1957).


a a .v v ., Aristotele nella critica e negli studi contemporánea M i lán , V i t a e pcn-
siero, 1957.
aa. v v ., Actes du Congrés de Lyon de iAssociation Guillaume Budé, Par ís, Les
Belles Let t r es, 1960.
j. m o u r k a u , Arislot e et son école, Par ís, PU F, 1962.
m . c;r e n e ,/4 Portrait o f Aristotle, Ch i cago, Ch i cago U P, 1963.
l. nÜRiNG, Aristóteles: Exposición e interpretación de su pensamiento, t rad. y
ed. B. N avar r o, M éxi co, U n i v. N aci on al A ut ón om a de M éxico, 1990
(ed. or i g. 1966, la exposición m ás com plet a de su obra y su filosofía).
j . m . m o r a v c i sk (ed.), Aristotle. A Collection o f Critica! Essays, Lon d r es, M c-
M i ll an , 1968.
a a . v v .,The Monist, L I I (1968), n° 2.
p. m o r a u x (ed,), Aristóteles in derneueren Forschung, D ar m st ad t , W issens-
chaft liche Buch gesel lsch aft , 1968.
o. e . r . l l o y d , Aristotle: Thegrowth and structure o f his thought, Cam br i d ge,
Cam b r i d ge U P, 1968.
a a .v v ., L ’attualita della problemática aristotélica: Atti del convegno franco-
italiano tenutosi a Padova nel 1967, Pad u a, A n t en or e, 19 71.
g . r e a l e , Introduzione a Aristotele, Rom a-Bar i , L at er za, 1974. [ H ay t rad.

cast .: Introducción a Aristóteles, Bar cel on a, H er d er , 2007.]


e . BERTt, Studi Aristotelici , L ’ A q u i l a, Japadr e, 1975.
a a .v v ., «A r ist ot ele nel 23o cent enario del la n ascit a», Veriftche, V I I (1978).
g . sh e n k y h .- m . g e r l a c h (eds.), Aristóteles: Anldsslich seines 2300. Todesta-

ges, H al l e, M ar t i n -Lu t h er U n i v., 1978.


a a .v v ., Paideia, n úm er o especial dedi cado a A r i st ót eles, Bu ffal o-Br ock -

port , 1978.
a a .v v ., Proceedings o f the World Congress on Aristotle (Thessaloniki 1978),
4 vols., At en as, Publicat ion s o f t he M i n i st ry o f Cu l t u r e and Sciences,
1981-1984.
e. ber t i , Profilo di Aristotele, Rom a, St u d i u m , 1994 ( i a ed. 1979).
j. l . a c k r i l l , Aristotle the Philosopher, O xfor d , O xfor d U n i ver si t y Press,
19 81. [ H ay t r ad. cast .: La filosofía de Aristóteles, t rad. F. Br avo, Car a­
cas, M ont e Á vi l a, 1987. |
d. o ’m ea r a (ed.), Studies in Aristotle, W ash i n gt on , T h e Cat h oli c U n i ver si t y
O f A m er i ca Pr ess, 19 81.
Nota biobibliogrdfim

s. m a n si ó n , Ét udes aristotéliciennes, Lovaina, Instituí Supérieur de Philoso •


phie, 1984.
a a .v v ., Arist ot élica: M élanges offerts á M . de Cort e, Bruselas, Ousia, 1985.
j . w i e sn e r (ed.), Aristóteles Werk, und W irfytng, 2 vols., Berlín, W. de Gruy-
ter, 1985-1987.
m . a . si n a c e u r (ed.), Aristote aujour d’h u i: Ét udes réunies, Toulouse, Er¿s,
1988.
j . l e a r , Aristotle, t hedesir et o understand, Cambridge, Cambridge UP, 1988.
e . w e i l , Aristotélica, trad. it., Milán, Guerini, 1990.

m . a . si n a c e u r (ed.), Penser avec A ristote, Toulouse, Erés, 1991.


c. v i g n a , Invit o alpen sier o d i Aristotele, M ilán, Mursia, 1992.
e . b e r t i , Aristotele n el N ovecent o, Roma-Bari, Laterza, 1992.

a a . w ., «Aristote (I); Aristote (II)», en Ét udesPhénom énologiques, V I I I -I X,


Bruselas, Ousia, 1992-1993.
j. b a r n es (ed.), The Cam bridge Com panion to Aristotle, Cambridge, Cam ­
bridge UP, 1995 (con un enfoque principalmente analítico y una bio­
grafía muy completa).

Estudios sobre el pensam iento polít ico de Aristóteles

(En esta sección, al igual que en las siguientes, me limito a incluir el título
de volúmenes o recopilaciones, puesto que el elevado número de ar­
tículos existentes requeriría demasiado espacio.)

w . o n c k e n , D ie Staatslehre des Aristóteles in historisch-politischen Um rissen,


2 vols., Leipzig, 1870-1875 (reimpr. Aalen, Scientia, 1964).
e. ba r r er , The Polit ical Thought o f Plat o and A rist ot le, Londres, Methuen,
1906.
m . d e f o u r n y , Aristote: Ét udes sur la Polit iqu e, París, Bcauchesne, 1932.
a a .w ., L a polit iqu e d ‘Aristote, Vandoeuvres-Ginebra, Fondation H ardt,
1964.
j. r i t t er , M etaphysi^ und Politil^ : St udien zu Aristóteles und H egel, Frán-
cfort del Meno, Suhrkamp, 1969 (esta obra ha contribuido al rena­
cimiento de la filosofía práctica de Aristóteles, de tendencia filohege-
liana).
Nota biobibliogrdfica '3*

r.-p. iiACii-K («!.), Ethi/( und PolitH( des Aristóteles, D ar m st adt , W iss. Bu ch ­
e s . , 1972.
i>. (ed.), Schriften zu der Politiza des Aristóteles, Hildesheim,
st e i n m e t z

Olms, 1973.
<;. b i e n , D ie Grundlegungder politischen Philosophie bei Aristóteles, M un i ch ,
K ar l A l b er Fr ei b u r g, 1973 (en la m i sm a línea que J. Ri t t er , pero in clu­
ye una exposición com plet a del pen sam i en t o político).
m . r i e d e l , Metaphysii^ und M etapolitik: Studien su Aristóteles zur politischen
Sprache der neuzeitlichen Philosophie, Fr án cfor t del M en o, Su h r k am p ,
*9 7 5 -
r. c. m u l gan , Aristotle’s Political Theory, Oxford, Clarendon Press, 1977.
j . b a r n e s , m . sc h o f i el d y r . so r a b j i (eds.), Arricies on Aristotle, 2: Ethics and
Politics, Londres, Duckwort h, 1977.
aa. v v ., «A u t ou r de la Pol it i que d ’A r i st ot e», en Ktema, V (1980).
e . sc h ü t r u m p f , D ie Analyse der Polis durch Aristóteles, Á m st er dam , Gr ü -
n er , 1980 (crít ico con Ri t t er y Bien).
r . bo d éü s , Le philosophe et la Cité: Recherches sur le rapport entre morale et
politique dans la pensée d’Aristote, Par ís, Bi bliot h éque de L i ége, 1982
(sobre el dest inat ari o de la Política).
f . c a l a b i , La cittá dell’«oikos»: La «politia» di Aristotele, Lu cca, Pacin i Pa-

zzi , 1984 (m uy crít i co con Arist ót eles).


a. k a m p, D ie politische Philosophie des Aristóteles und ihre metaphysischen
Grundlagen, Fr ei b u r g-M ú n i ch , A l b er , 1985 (en la línea de J. Ri t t er y
G . Bien).
. ac c at t in o , L ‘anatomía della cittá nella« Política» di Aristotele, Turín,
T i r r en i a, 1986.
e. ber t i y m . m . n a po l i t a n o v a l d i t a r a (eds.), Etica, Política, Retorica: Stu-
di su Aristotele e la sua presenza nell’etá moderna, L ’A q u i l a, Japadr e,
1989.
. p a t z i g (ed.), Aristóteles’ «Politik»: Akfen des X I. Symposium Aristotelicum,
Got i n ga.V en d en h oeck & Rupr ech t , 1990.
s. g . sa l k e v e r , Finding the M ean: Theory and Practice in Aristotelian Polit i­
cal Philosophy, Pr i n cet on , Pr i ncet on U P, 1990.
d. . d . m i l l e r , (eds.),/ l Companion to Aristotle’s «Politics», O xfor d ,
k ey t y f

Bl ack w el l , 19 9 1.
f . w o l f f , Aristote et la politique, Par ís, PU F, 19 91.
c. lord v d. k . o ’ c o n n o r (eds.), Essays in the Foundation o f Aristotelian Volt-
tical Science, Berkeley, California UP, 1991.
r . Introduzione alia Política di Aristotele, Ñápeles, lstituto Italia­
l a u r e n t i,

no per gli Studi Filosofici, 1992.


w. k u l l m a n n , H pensiero político di Aristotele, trad. it., M ilán, Gucrini,
1992 (crítico con la línea Ritter-Bien-Kamp).
o. g u a r i c h a , Ética y Política según Aristóteles, 2 vols., Tucumán-Buenos
Aires, Centro Editor de América Lat ina, 1992.
p. a u b e n q u e y a . t o r d e s i l l a s (e d s .), Aristotepolitique: Étudessur la «Politi-
que» d'Aristote, París, PU F, 1993.
f . d . m i l l e r , Nature, Justice and Rights in Aristotle’s «Politics», Oxford, Cla-
rendon Press, 1995.

Estudios sobre el contexto histórico de la obra aristotélica

e. w e il ,Aristote et l'histoire: Essai sur la «Politique», París, Klincksieck, 1960.


v. ,D er Staat der griechen, Leipzig, Teubner, 1961.
e h r e n be r g

c. m o s sé , Les institucions grecques, París, A. Colin, 1967.


m . m . a u s t i n , P. Vidal-Nacquet, Economía y sociedad en la antigua Grecia,

trad. T . de Lozoya, Barcelona, Paidós, 1986 (ed. orig. 1972).


m . 1. f i n l e y , La economía de la Antigüedad, trad. J. J. Utrilla, México, FCE,

1975 (ed- or'g- I 973>-


j. 1 Problémes de la démocratie grecque, París, H ermann, 1975.
d e r o m e l y,

[H ay trad. cast.: Los fundamentos de la democracia, M adrid, Cupsa,


1 9 7 7 -J

G. 1. h ux l ey , On Aristotle and Gree/( Society, Belfast, 1979.


m . 1. f in l e y , Ancient Democracy and Modem Ideology, Nueva York, The
Viking Press, 1980. [H ay trad. cast.: Esclavitud antigua e ideología mo­
derna, trad. A.-P. M oya, Barcelona, Crítica, 1982.]
c h . m e i e r , D ie Entstehung des Politischen bei den Griechen, Francfort del

Meno, Suhrkamp, 1980.


c. a m p o l o , La política in Grecia, Roma-Bari, Lat erza, 1981.
m . 1. f i n l e y , Economy and society in ancient Greece, Londres, Chatto &

W indus, 1981. [H ay trad. cast.: La Grecia antigua: economía y sociedad,


Barcelona, Crítica, 1984.]
Nota biobibliagr dfua ',V5

|. bo r d es , Politeia dans la pensée grecquejusquá Ansióte, París, Les Belles


Let t r es, 1982.
m, 1.f i n l e y , Democracy Ancient and M odem, Londres, Chatto & W indus,
1973. [H ay trad. cast.: Vieja y nueva democracia, Barcelona, Ariel, 1980.]
m . 1. f i n l e y , Politics in the Ancient World, Cambridge, Cambridge U P,

1983. [H ay trad. cast.: El nacimiento de la política, Barcelona, Crítica,


1986.]
<. m o ss í.,La femme dans la Gréce antique, París, A. Michel, 1983. [H ay trad.
cast.: La mujer en la Grecia clásica, San Sebastián, Nerea, 1985.]
cu. m e i e r y p . v e y n e , Kannten die Griechen die Demokratie?: Zwei Studien,
Berlín, Klaus W agenbach, 1988.
m . h . h a n se n , The Athenian Democracy in the Age o f Demosthenes, Oxford,

Blackwell, 1991.
c. m o ssé , Politique et sociétéen Gréce ancienne: L e «modéle» athénien, París,
Aubier, 1995.
t>. m u s t i , Demokratia: Origine di un’idea, Rom a-Bari, Lat erza, 1995.

Estudios sobre la génesis de la «Política»

w. j a e g e r , Aristóteles. Grundlegung einer Geschichte siener Entwichjung,


Berlín, 1923. [Hay trad. cast.: Aristóteles: Bases para la historia de su de­
sarrollo intelectual, trad. cast., M adrid, FCE, 1983.]
r . l a u r e n t i , Genesi eformazione della «Política» di Aristotele, Padua, Ce-

dam, 1965.

Estudios sobre lajusticia y la ley

m . sa l o m ó n , Der Begriff der Gerechtigkeit bei Aristóteles, Leiden, Brill, 1937.


m . h a m bu r g er , Moráis and Law: The Growth o f Aristotle's Legal Theory,
Nueva York, Biblo and Taunen, 1965 (1* ed. 1951).
j. r i t t e r , Naturrecht bei Aristóteles, Stuttgart, Kohlhammer, 1961.
c. d espo t o po u l o s , Aristote sur lafam ille et lajustice, Bruselas, Ousia, 1983.
c. z a n e t t i , La nozione di giustizia in Aristotele, Bolonia, II Mulino, 1993.
• V' Nota biohibliografu a

Estudios sobre ¡a critica a otras constituciones

e. br a u n , D ie Kritif( der Lakedaimonischen Verfassung in den Politiza des


Aristóteles, Klagenfurt , 1956.
l . b e r t e l l i , Historia e methodos: Analisi critica e tópica política nel secando
libro della «Política» di Aristotele, Turín, Paravia, 1977.

Estudios sobre temas concretos

e. br a u n , Aristóteles über Bürger-und Menschentugend, Viena, Ósterr.


Akad. der Wiss., 1961.
e. br a u n , Das dritte Buch der aristotelischen «Polit i\ »: Interpretation, Viena,
Ósterr. Akad. der Wiss., 1965.
c. d . c o n t o g i o r g i s , La théorie des révolutions chez Aristote, París, Pichón,
I 9 7 8-
c. l or d,Education and Culture in the Political Thought o f Aristotle, Ithaca,
Cornell U P, 1982.
r . bo d éü s , Philosophie et politique chez Aristote, Nam ur, Société d’études

classiques, 1991.
j . a . sw a n so n , The Public and the Prívate in Aristotle’s Political Thought,
Ithaca, Cornel U P, 1992.
m . p. n i c h o l s , Citizens and Statesmen: A Study o f Aristotle’s Politics, Savage
(Maryland), Rowman and Littlefeld, 1992.

Estudios sobre el pensamiento económico

r . l a u r e n t i , St udisull’«Económico» attribuito ad Aristotele, M ilán, M arzo-


rati, 1968.
a . b eet h o u d , Aristote et l ’argent, París, Maspero, 1981.
o. l a n g sh o l m , The Arisotelian Analysis o f Usury, Oslo, Universitetsvorla-
get, 1984.
s. m e i k l e , Aristotle’s Economic Thought, Oxford, Clarendon Press, 1995.
Nota biobibliogrdfita i y

Estudios sobre la «Constitución de los atenienses»

l . d ay y m . c h a m b f .r s , Aristotle’s History o f Athenian Democracy, Berkeley,


California U P, 1962.
m. a. l ev i , Commento storico alia «Respublica Atheniensium» di Aristotele,
2 vols., M ilán-Varesc, Istituto Tipográfico Cisalpino, 1968.
i*, j . r o d es, A Commentary on the Aristotelian «Athenaion Politeia», Oxford,
Oxford U P, 1982.
|. j . k e a n e y , The Composition o f Aristotle’s «Athenaion Politeia»: Observa-
tion and Explanation, Oxford, Oxford U P, 1992.
1.. r . c r e sc i - l . p i c c i r i l l i (eds.), L ’ «Athenaion Politeia» di Aristotele, Géno-
va, II M elangolo, 1993-
AN TO LO GÍ A DE TEXTO S
L A C I EN C I A PO L Í T I C A

EL MÉTODO DE LA CIENCIA POLÍTICA

Aristóteles expone el estatuto epistemológico de la ciencia política en las


páginas iniciales y en las finales de la Ética a Nicómaco. Al principio de la
obra, en los tres primeros capítulos del Libro I, que incluyo a continua­
ción, el autor presenta la «ciencia política» como la investigación cuyo ob­
jeto es el bien supremo del hombre, que es, antes de nada, el bien de la
ciudad. Aristóteles esboza el método de dicha ciencia explicando que es
menos precisa que las ciencias teoréticas, que consiste en argumentar de
modo sumario y aproximado y que las conclusiones de sus argumentacio­
nes poseen un carácter general y son válidas en su mayoría. Hasta aquí, el
Estagirita no distingue la política, ciencia del bien de la ciudad, de la ética,
ciencia del bien del individuo, puesto que considera la segunda una parte
de la primera.

El texto que sigue procede de Ética a Nicómaco, Libro I, caps. 1-3, M adrid, Gredos,
col. Biblioteca Básica Gredos, págs. 23-26.

1. [ 1094 a] T od o art e y t oda i nvest igación e, igualm en t e, t oda ac­


ción y li br e elección parecen t ender a algún bien; por esto se ha
m anifest ado, con r azón , que el bien es aquell o hacia lo que t odas
las cosas t ienden. Si n em bar go, es evi den t e que hay algun as d i fe­
rencias ent re los fines, pues unos son act ividades y los ot ros obras
apart e de las act ividades; en los casos en que hay algunos fines apar ­
te de las acciones, las obras son n at ur alm ent e pr efer ibles a las act i-
M1
142 Antología de textos

vidades. Per o com o hay m uchas acciones, art es y ciencias, m uchos


son t am bién los fines; en efect o, el fin de la m edicina es la salud; d
de la con st r ucci ón n aval , el n avi o; el de la est r at egi a, la vi ct or i a;
el de la econom ía, la r iqueza. Per o cuant as de ellas están subor di ­
nadas a una sola facult ad (como la fabricación de frenos y t odos los
ot ros ar reos de los caballos se subordinan a la equit ación, y, a su
vez, ésta y t oda act i vi dad guer r er a se subordinan a la est rat egia, y
del m ism o m odo ot ras art es se subordinan a ot ras diferent es), en
t odas ellas los fines de las principales son pr efer ibles a los de las
subor din adas, ya que es con vist as a los pr im er os com o se persiguen
los segundos. Y no im port a que los fines de las acciones sean las
act ividades m ism as o algo diferent e de ellas, com o ocurre en las cien­
cias m encionadas.

2. Si , pues, de las cosas que hacem os hay algún fin que queram os
por sí m ism o, y las dem ás cosas por causa de él, y lo que elegim os no
está det erm in ado por ot ra cosa — pues así el proceso seguiría hasta
el infinit o, de suert e que el deseo sería vacío y vano— , es evident e
que este fin será lo bueno y lo m ejor. ¿N o es ver dad, ent onces, que
el conocim ient o de este bien t endrá un gr an peso en nuest ra vida y
que, com o ar quer os que apunt an a un blanco, no alcanzarem os m e­
jor el que debem os alcan zar ? Si es así, debem os int ent ar det erm i ­
nar , esquem át icam ent e al m enos, cuál es este bien y a cuál de las
ciencias o facult ades pert enece. Par ecer ía que ha de ser la suprem a
y dir ect iva en gr ado sum o. Est a es, m anifiest am ent e, la polít ica. En
efect o, ella es la que r egula qué ciencias son necesarias en las ci uda­
des [ 1094 b] y cuáles ha de aprender cada uno y hast a qué ext rem o.
Vem os, adem ás, que las facult ades m ás est im adas le están subor di ­
nadas, com o la est rat egia, la econom ía, la ret órica. Y puest o que la
polít ica se sirve de las dem ás ciencias y prescribe, adem ás, qué se
debe hacer y qué se debe evit ar, el fin de ella incluirá los fines de las
dem ás ciencias, de m odo que const it uirá el bien del hom bre. Pues
aunque sea el m ism o el bien del i n dividuo y el de la ci udad, es evi ­
dent e que es m ucho m ás gr an de y m ás perfect o alcan zar y salva-
h i ciencia política m

rilar el de la ciudad; porque pr ocurar el bien de una persona es


¡ligo deseable, pero es m ás herm oso y di vin o con seguirlo para un
pueblo y para ciudades.

A esto, pues, t iende nuest ra invest igación, que es una ciert a disci­
plina polít ica. N uest r a exposición será suficient em ent e sat isfact oria,
si es present ada tan claram ent e com o lo perm it e la m at eria; porque
no se ha de buscar el m ism o rigor en t odos los razonam ient os, com o
tampoco en t odos los t rabajos m anuales. Las cosas nobles y justas
que son objet o de la política present an t ant as diferencias y desviacio­
nes, que parecen exist ir solo por convención y no por nat uraleza.
Una inest abilidad así la t ienen t am bién los bienes a causa de los per­
juicios que causan a m uchos; pues algunos han perecido a causa de
su riqueza, y ot ros por su coraje. H ablan do, pues, de t ales cosas y
partiendo de tales prem isas, hem os de cont ent arnos con m ost rar la
verdad de un m odo tosco y esquem át ico. Y cuando t rat am os de cosas
que ocurren generalm ent e y se part e de t ales prem isas, es bast ant e
con llegar a conclusiones sem ejant es. D el m ism o m odo se ha de
acept ar cada uno de nuest ros razonam ient os; porque es propio del
hom bre inst ruido buscar la exact it ud en cada m at eria en la m edida
en que la adm it e la nat uraleza del asunt o; evident em ent e, tan absur­
do sería acept ar que un m at em át ico em pleara la persuasión com o
exigir de un ret órico dem ost raciones.
11095 a] Por ot ra part e, cada uno juzga bien aquello que conoce,
y de estas cosas es un buen juez; pues, en cada m at eria, juzga bien el
inst ruido en ella, y de una m anera absolut a, el inst ruido en todo. A sí,
cuando se t rat a de la polít ica, el joven no es un discípulo apropiado,
ya que no t iene experiencia de las acciones de la vida, y los r azona­
mient os part en de ellas y versan sobre ellas; adem ás, siendo dócil a
sus pasiones, aprenderá en vano y sin provecho, puesto que el fin de
la polít ica no es el conocim ient o, sino la acción. Y poco im port a si es
joven en edad o de caráct er juvenil; pues el defect o no radica en el
t iem po, sino en vi vi r y procurar t odas las cosas de acuerdo con la
pasión. Par a t ales personas, el conocim ient o result a inút il, com o para
144 Antología de textos

los incont inent es; en cam bio, para los que orient an sus afanes y ac­
ciones según la razón, el saber acerca de estas cosas será m uy pr ove­
choso.

LA TAREA DEL FILOSOFO POLITICO

En las páginas finales de la Ética a Nicómaco, Aristóteles, tras la diserta­


ción sobre la ética propiamente dicha, o ciencia del bien del individuo,
pasa a la ciencia política en sentido estricto, o ciencia del bien de la ciudad,
y recuerda su intención práctica, que es lo que hace mejores y más felices a
los ciudadanos. Dicha intención solo puede cumplirse a través de las leyes,
por lo cual es una tarea para el buen legislador. A diferencia de cuanto
ocurre en las otras ciencias, en política el legislador no aprende la ciencia
de quienes la han practicado, es decir, de los políticos, sino de quienes es­
criben tratados sobre ella, que son los filósofos. Ahora bien, estos no deben
hacer como los sofistas, que identifican la política con la retórica y se limi­
tan a recopilar las leyes existentes, sino que deben decir qué es la política,
cuáles son sus objetivos (la ciudad y la constitución), qué dicen sus antece­
sores, cuáles son las distintas constituciones, cómo se destruyen, cómo se
conservan y cuál es la mejor. Así es como Aristóteles anuncia el contenido
de la Política.

El texto que sigue procede de Ética a Nicómaco, op. cit ., Libro X , cap. 9, págs. 298-
301.

Q uizá, t am bién, el que desea hacer a los hom bres, m uchos o pocos,
m ejores m ediant e su cuidado, ha de int ent ar llegar a ser legislador,
si es m ediant e las leyes com o nos hacem os buenos; porque no es pro­
pio de una persona cualquier a est ar bien dispuest o hacia el prim ero
con quien se t ropieza, sino que, si esto es propio de alguien, lo será
del que sabe, com o en la m edicina y en las dem ás art es que em plean
diligencia y prudencia. A h or a bien, ¿hem os de invest igar ahora
dónde y cóm o puede uno llegar a ser legislador, o, com o en los otros
casos, se ha de acudir a los políticos? ¿O no hay sem ejanza ent re la
I ai arricia política '45

política y las dem ás ciencias y facult ades? Pues, en las ot ras, las m is­
mas personas parecen im part ir estas facult ades y pract icarlas, com o
los médicos y pint ores, m ient ras que en los asunt os polít icos los sofis­
tas profesan enseñarlos, pero ninguno los pract ica, sino los gober ­
nantes, los cuales parecen hacerlo en vir t ud de ciert a capacidad y
experiencia, m ás que por r eflexión; pues no vem os ni que escriban
ni que hablen de tales m at erias [ i 181 aj (aunque, quizá, sería m ás no­
ble que hacer discursos en t ribunales o asambleas), ni que hayan hecho
políticos a sus hijos o a algun o de sus am igos. Si n em bar go, sería ra­
zonable hacerlo si pudieran, pues no podrían legar nada m ejor a sus
ciudades, ni habrían deliberadam ent e escogido para sí m ism os o
para sus seres m ás queridos ot ra cosa m ejor que esta facult ad. En
indo caso, la experiencia parece cont ribuir no poco a ello; pues, de
otra m anera, los hom bres no llegarían a ser polít icos con la fam i li a­
ridad polít ica, y por esta razón parece que los que aspiran a saber de
política necesitan t am bién experiencia. A sí, los sofist as que profesan
conocer la polít ica, est án, evident em ent e, m uy lejos de enseñarla. En
efecto, en general no saben de qué índole es ni de qué m at eria t rat a;
si lo supieran, no la colocarían com o siendo lo m ism o que la ret órica,
ni inferior a ella, ni creerían que es fácil legislar reuniendo las leyes
más reput adas. A sí dicen que es posible seleccionar las m ejores leyes,
como si la selección no r equiriera int eligencia y el ju zgar bien no
fuera una gr an cosa, com o en el caso de la m úsica. Pues, m ient ras los
hombres de experiencia juzgan rect am ent e de las obras de su cam po
y ent ienden por qué m edios y de qué m aner a se llevan a cabo, y t am ­
bién qué com binaciones de ellos ar m on i zan , los hom bres inexpert os
deben cont ent arse con que no se les escape si la obra está bien o m al
hecha, com o en la pint ura. Per o las leyes son com o obras de la polí­
tica. 11181 b] Por consiguient e, ¿cóm o podría uno, a part ir de ellas,
hacerse legislador o ju zgar cuáles son las m ejores? Pues los m édicos
no se hacen, evident em ent e, m ediant e los t rabajos de m edicina. Es
verdad que hay quienes int ent an decir no solo los t rat am ient os, sino
cómo uno puede ser curado y cóm o debe ser cuidado, dist inguiendo
las diferent es disposiciones nat urales; pero todo esto parece ser de
a Antología de textos

ut ilidad a los que t ienen experiencia e inútil a los que carecen de la


ciencia m édica. A sí t am bién, sin duda, las colecciones de leyes y de
const it uciones polít icas serán de gr an ut ilidad para los que pueden
t eorizar y ju zgar lo que esté bien o m al dispuest o y qué género de
leyes o constit uciones sean apropiadas a una sit uación dada; pero
aquellos que acuden a t ales colecciones, sin hábit o alguno, no pue­
den for m ar un buen juicio, a no ser casualm ent e, si bien pueden
adqui r i r m ás com prensión de estas m at erias.
Pues bien, com o nuest ros ant ecesores dejaron sin invest igar lo
relat ivo a la legislación, quizá será m ejor que lo exam inem os noso­
tros, y en general la m at eria concernient e a las const it uciones, a fin
de que podam os com plet ar, en la m edida de lo posible, la filosofía de
las cosas hum anas. A n t e t odo, pues, int ent em os recorrer aquellas
partes que han sido bien t rat adas por nuest ros predecesores; luego,
part iendo de las const it uciones que hem os coleccionado, int entem os
ver qué cosas salvan o dest ruyen las ciudades, y cuáles a cada uno de
los regím enes, y por qué causas unas ciudades son bien gobernadas y
ot ras al cont rario. D espués de haber invest igado estas cosas, tal vez
estemos en m ejores condiciones para percibir qué for m a de gobierno
es m ejor , y cóm o ha de ser ordenada cada una, y qué leyes y cost um ­
bres ha de usar.
Empecemos, pues, a hablar de esto.
L A CI U D A D

I-a Política contiene una exposición de la ciencia política interpretada en


sentido estricto, es decir, como ciencia del bien de la ciudad. En los dos
primeros capítulos del Libro I, Aristóteles define la ciudad (polis) como
«sociedad» (fooinonia, aquí traducido por «comunidad») que incluye todas
las demás, esto es, autosuficiente y perfecta. Para aclarar la noción de ciu­
dad, propone descomponerla en partes y reconstruirla en una especie de
historia ideal, que empieza con la familia, sociedad originaria, sigue con la
aldea, o unión de varias familias, y llega hasta la ciudad, o unión de varias
aldeas. Este pasaje contiene la famosa doctrina del carácter natural de la
ciudad y la no menos famosa definición del hombre como «animal político
(o social) por naturaleza».

El texto que sigue procede de Política, Libro I, caps. 1-2, Madrid, Gredos, col.
Riblioteca Clásica Gredos, págs. 45-53.

1. [ 1252 a] Puest o que vem os que t oda ciudad es una ciert a com u­
nidad y que t oda com unidad está const it uida con m ir as a algún
bien (porque en vist a de lo que les parece bueno t odos obran en t o­
dos sus actos), es evident e que t odas t ienden a un ciert o bien, pero
sobre t odo t iende al suprem o la soberana ent re t odas y que incluye
a t odas las dem ás. Est a es la llam ada ci udad y com uni dad cívica.
Por consiguient e, cuant os opinan que es lo m ism o ser gobernant e
de una ci udad, r ey, adm in ist r ador de su casa o am o de sus esclavos,
no dicen bien. Cr een , pues, que cada uno de ellos di fi er e en m ás o
en m enos, y no específicam ent e. Com o si uno, por gober n ar a po­
ny
Antología de textin

eos, fuera am o; si a m ás, adm in ist r ador de su casa; y si t odavía a


m ás, gobernant e o rey, en la idea de que en nada di fi er e una casa
gran de de una ciudad pequeña. Y en cuant o al gobernant e y al rey,
cuando un hom bre ejerce solo el poder, es rey; pero cuando, segi'm
las norm as de la ciencia polít ica, alt ernat ivam ent e m anda y obede­
ce, es gobernant e.
Per o esto no es ver dad. Y será evident e lo que di go si se exam ina
la cuest ión según el m ét odo que proponem os. Porque com o en los
dem ás objet os es necesario di vidir lo com puest o hasta sus element os
sim ples (pues estos son las part es m ínim as del todo), así t ambién,
considerando de qué elem ent os está for m ada la ciudad, verem os
m ejor en qué difieren ent re sí las cosas dichas, y si cabe obtener al ­
gún result ado cient ífico.

2. Si uno observa desde su origen la evolución de las cosas, t ambién


en esta cuest ión, com o en las dem ás, podrá obt ener la visión más
perfect a. En pr im er lugar, es necesario que se em parejen los que no
pueden exist ir uno sin el ot ro, com o la hem bra y el m acho con vistas
a la generación (y esto no en virt ud de una decisión, sino com o en los
dem ás anim ales y plant as; es nat ural la t endencia a dejar t ras sí ot ro
ser sem ejant e a uno m ism o), y el que m anda por nat uraleza y el súb­
dit o, para su seguridad. En efect o, el que es capaz de prever con la
m ent e es un jefe por nat uraleza y un señor nat ural, y el que puede
con su cuerpo r ealizar estas cosas es súbdit o y esclavo por nat uraleza;
por eso al señor y al esclavo int eresa lo m ism o. 11252 b] A sí pues, por
nat uraleza está est ablecida una diferencia ent re la hem bra y el escla­
vo (la nat uraleza no hace nada con m ezquin dad, com o los forjadores
el cuchillo de D elfos, sino cada cosa para un solo fin. A sí com o cada
órgano puede cum plir m ejor su función, si sirve no para m uchas
sino para una sola). Pero ent re los bárbaros, la hem bra y el esclavo
t ienen la m ism a posición, y la causa de ello es que no t ienen el ele­
m ent o gobernant e por nat uraleza, sino que su com unidad result a de
esclavo y esclava. Por eso dicen los poetas:
justo es que los helenos manden sobre los bárbaros,1

ent endiendo que bárbaro y esclavo son lo m ism o por nat uraleza.
A sí pues, de estas dos com unidades la pr im er a es la casa, y H esío-
tlo di jo con razón en su poem a:

L o pr i m er o casa, m u jer y buey de l abr an za.1


2

Pues el buey hace las veces de criado para los pobres. Por tanto, la co­
munidad constituida nat uralment e para la vida de cada día es la casa,
a cuyos m iem bros Carondas llam a «de la m ism a panera»,3y Epim éni-
des de Cr et a «del m ism o com edero».4Y la prim era com unidad form a­
da de varias casas a causa de las necesidades no cot idianas es la aldea.
Precisam ent e la aldea en su for m a nat ural parece ser una colonia
ile la casa, y algunos llam an a sus m iem bros «herm anos de leche»,
«hijos e hijos de hijos». Por eso t am bién al principio las ciudades
estaban gobernadas por reyes, com o t odavía hoy los bárbaros: resul­
taron de la unión de personas som et idas a reyes, ya que t oda casa está
regida por el m ás anciano, y, por lo t ant o, t am bién las colonias a cau­
sa de su parentesco. Y eso es lo que dice H om ero:

Cad a un o es l egi sl ador de sus h i jos y esposas,5

pues ant iguam ent e vivían dispersos. Y t odos los hom bres dicen que
por eso los dioses se gobiernan m onárquicam ent e, porque t am bién
ellos al principio, y algunos aún ahora, así se gobernaban; de la m is­
ma m anera que los hom bres los represent an a su im agen , así t am ­
bién asem ejan a la suya la vida de los dioses.

1. Eurípides, Iph. Aul., 1400.


2. H esíodo, Op., 405
3. Aristófanes, Eq., 1296; Plut ., 806.
4. Sobre Epiménides, famoso legislador cretense, cf. Constitución de los
atenienses, I.
5. H omero, Odisea, I X 114.
ISO Antología de tex/m

L a com unidad perfect a de varias aldeas es la ciudad, que tiene


ya, por así decirlo, el nivel m ás alt o de aut osuficiencia, que nació a
causa de las necesidades de la vida, pero subsiste para el vivir bien.
D e aquí que toda ciudad es por nat uraleza, si t ambién lo son las co­
m unidades prim eras. L a ciudad es el fin de aquellas, y la nat uraleza
es fin. En efect o, lo que cada cosa es, un vez cum plido su desarrollo,
decim os que es su n at ur aleza, así de un hom bre, de un caballo o de
una casa. [ 1253 a] A dem ás, aquello por lo que exist e algo y su fin es
lo m ejor , y la aut osuficiencia es, a la vez, un fin y lo m ejor. D e todo
esto es evident e que la ciudad es una de las cosas nat urales, y que el
hom bre es por nat uraleza un anim al social, y que el insocial por na­
t uraleza y no por azar es o un ser i nferior o un ser superior al hom ­
bre. Com o aquel a quien H om er o vit upera:

sin tribu, sin ley, sin hogar,6

porque el que es tal por nat uraleza es t am bién am ant e de la guerra,


com o una pieza aislada en el juego de dam as. L a razón por la cual el
hom bre es un ser social, m ás que cualquier abeja y que cualquier
anim al gr egar i o, es evident e: la nat uraleza, com o decim os, no hace
nada en vano, y el hom bre es el único anim al que t iene palabra. Pues
la voz es signo del dolor y del placer, y por eso la poseen t am bién los
dem ás anim ales, porque su nat uraleza llega hasta t ener sensación de
dolor y de placer e indicársela unos a ot ros. Per o la palabra es para
m anifest ar lo convenient e y lo perjudicial, así com o lo just o y lo in­
just o. Y est o es lo propio del hom bre frent e a los dem ás anim ales:
poseer, él solo, el sent ido del bien y del m al, de lo just o y de lo injus­
to, y de los dem ás valores, y la part icipación com unit aria de estas
cosas const it uye la casa y la ciudad. Por nat ur aleza, pues, la ciudad es
ant erior a la casa y a cada uno de nosot ros, porque el t odo es necesa­
riam ent e ant erior a la part e. En efect o, dest ruido el t odo, ya no ha­
brá ni pie ni m ano, a no ser con nom bre equívoco, com o se puede

6. H omero, litada, I X 63.


Im ciudad

decir una m ano de piedra: pues tal será una m ano m uert a. T odas las
cosas se definen por su función y por sus facult ades, de suert e que
cuando estas ya no son t ales no se puede decir que las cosas son las
m ism as, sino del m ism o nom bre. A sí pues, es evident e que la ciudad
es por nat uraleza y es ant erior al individuo; porque si cada uno por
separado no se basta a sí m ism o, se encont rará de m anera sem ejant e
a las dem ás part es en relación con el t odo. Y el que no puede vivir
en com unidad, o no necesita nada por su propia suficiencia, no es
m iem bro de la ciudad, sino una best ia o un dios.
En t odos exist e por nat uraleza la t endencia hacia tal com unidad,
pero el pr im er o que la est ableció fue causant e de los m ayores benefi­
cios. Pues así com o el hom bre perfect o es el m ejor de los anim ales,
así t am bién, apart ado de la ley y de la just icia, es el peor de todos. La
injust icia m ás insoport able es la que posee arm as, y el hom bre está
nat uralm ent e provist o de arm as al servicio de la sensat ez y de la vi r ­
tud, pero puede ut ilizar las para las cosas m ás opuestas.
Por eso, sin vir t ud, es el ser m ás im pío y feroz y el peor en su
lascivia y voracidad. L a just icia, en cam bio, es un valor cívico, pues
la just icia es el orden de la com unidad ci vil, y la vir t ud de la just icia
es el discernim ient o de lo justo.
L A FA M I L I A

LA ESCLAVITUD

En el Libro I de la Política (caps. 3-7), Aristóteles aborda el tema de la fa­


milia entendida en sentido amplio: padres, hijos, esclavos y propiedades.
Esta consta de tres relaciones: la relación entre marido y mujer, la relación
entre padres e hijos y la relación entre amo y esclavos. El Estagirita trata
de esta última en primer lugar, se opone a quienes consideran la esclavitud
como algo obvio y también a quienes la consideran algo siempre innatural
c intenta demostrar que, en algunos casos, puede ser natural. Además de
la justificación puramente ideológica de su tesis, basada en la relación en­
tre cuerpo y alma, Aristóteles comprende la verdadera razón de ser de la
esclavitud: la necesidad de que alguien cubra las necesidades materiales de
la familia en una sociedad donde aún no se conoce la máquina.

El texto que sigue procede de Política, op. cit., Libro I, caps. 3-7, págs. 53-64.

3. [ 1253 b| U n a vez que está claro de qué partes consta la ciudad, es


necesario hablar, en pr im er lugar, de la adm inist ración de la casa,
pues toda ciudad se com pone de casas. Las partes de la adm inist ra­
ción dom ést ica corresponden a aquellas de que consta a su vez la casa,
y la casa perfect a la int egran esclavos y libres. Ah or a bien, com o cada
cosa ha de ser exam inada ant e t odo en sus m enores elem ent os, y las
partes prim eras y m ínim as de la casa son el am o y el esclavo, el m ar i ­
do y la esposa, el padre y los hijos, de estas tres relaciones será necesa­
rio invest igar qué es y cóm o debe ser cada una. Son, pues, la heril, la
153
»S4 Antología de texto\

conyugal (la unión del hom bre y la m ujer carece de nom bre), y n i
t ercer lugar la procreadora, que t am poco t iene un nom bre específico.
Sean así estas tres relaciones que hemos mencionado. H ay ot ra parte
que a unos les parece que es idént ica a la adm inist ración dom éstica y
a ot ros la parte m ás im port ant e de ella. Com o sea, habrá que exam i ­
narlo. M e refiero a la llam ada crem at íst ica. H ablem os, en prim er lu­
gar , del am o y del esclavo, para que veam os lo relat ivo a ese servicio
necesario, por si podem os llegar a t ener un conocim ient o m ejor de
esa relación del que ahora adm it im os. U nos, en efecto, creen que el
señorío es una ciert a ciencia, y que la adm inist ración de una casa, la
potestad del am o, la de la ciudad y la del rey son lo m ism o, com o di ­
jim os al principio. O t ros, que la dom inación es cont ra nat uraleza,
pues el esclavo y el libre lo son por convención, pero en nada difieren
por su nat uraleza. Por esta razón t am poco es justa, ya que es violenta.

4. A h or a bien, la propiedad es una part e de la casa, y el art e de ad­


qu i r i r , una part e de la adm inist ración dom ést ica (pues sin las cosas
necesarias es im posible tanto vi vi r com o vi vi r bien). Y lo m ism o que
en las art es det erm inadas es necesario disponer de los inst rum ent os
apropiados si ha de llevarse a cabo la obra, así t am bién en la adm in is­
t ración dom ést ica. D e los i nst rum ent os, unos son inanim ados y ot ros
anim ados; por ejem plo, para un piloto, el t im ón es inanim ado, y ani­
m ado el vigía (pues en las art es el subordinado hace las veces de un
inst rum ent o). A sí t am bién, las posesiones son un inst rum ent o para
la vida y la propiedad es una m ult it ud de inst rum ent os; t am bién el
esclavo es una posesión anim ada, y t odo subordinado es com o un
inst rum ent o pr evio a los ot ros inst rum ent os. Pues si cada uno de
los inst rum ent os pudiera cum pli r por sí m ism o su com et ido obede­
ciendo órdenes o ant icipándose a ellas, si, com o cuent an de las est a­
t uas de D édal o o de los t rípodes de H efest o, de los que dice el poeta
que entraban por sí solos en la asamblea de los dioses,' las lanzaderas
t ejieran solas y los plect ros t ocaran la cít ara, los const ruct ores no ne- 1

1. Cit a adaptada de H omero, ¡liada, X V I I I 376.


h i familia ' SS

ccsit arían ayudant es ni los am os esclavos. 11254 a) A h or a bien, los


llam ados inst rum ent os lo son de producción, m as las posesiones son
inst rum ent os de acción. En efect o, la lan zadera produce algo apart e
de su em pleo, pero el vest ido y el lecho, solo su uso. A dem ás, ya que
la producción y la acción di fi er en específicam ent e, y am bas necesi­
tan de inst rum ent os, necesariam ent e estos deben m ant ener la m i s­
ma diferencia. L a vida es acción, no producción, y por ello el esclavo
es un subordinado para la acción. D e la posesión se habla en el m is­
mo sent ido que de la parte. Pues la part e no es solo part e de ot ra cosa,
sino que pert enece ent eram ent e a ella, y lo m ism o la posesión. Por
eso el am o es solam ent e dueño del esclavo, pero no le pert enece. El
esclavo, en cam bio, no solo es esclavo del am o, sino que le pert enece
ent eram ent e.
Cu ál es la nat uraleza del esclavo y cuál su facult ad result a claro
de lo expuest o; el que, siendo hom bre, no se pert enece por nat urale­
za a sí m ism o, sino a ot ro, ese es por nat ur aleza esclavo. Y es hom bre
de ot ro el que, siendo hom bre, es una posesión. Y la posesión es un
inst rum ent o act ivo y dist int o.

5. D espués de esto hay que exam i n ar si alguien es de tal índole por


nat uraleza o si no; si es m ejor y just o para alguien ser esclavo o no, o
bien si t oda esclavit ud es cont ra nat uraleza. N o es difícil exam inar lo
t eóricam ent e con la razón y llegar a com prenderlo a part ir de la ex­
periencia. M andar y obedecer no solo son cosas necesarias, sino t am ­
bién convenient es, y ya desde el nacim ient o algunos están dest inados
a obedecer y ot ros a m andar. Y hay m uchas form as de m andar y de
obedecer, y siem pre es m ejor el m ando sobre subordinados m ejores:
por ejem plo, m ejor sobre un hom bre que sobre una best ia, porque la
obra llevada a cabo con m ejores elem ent os es m ejor. D on dequier a
que uno m anda y ot ro obedece, hay una obra com ún. En efect o, en
t odo lo que consta de varios elem ent os y llega a ser una unidad co­
m ún, ya de elem ent os cont inuos o separados, aparecen siem pre el
dom inant e y el dom inado, y eso ocurre en los seres anim ados en
cuant o pert enecen al conjunt o de la nat uraleza. D e hecho, en los se­
■S'» Antología de textos

res que no part icipan de vida exist e ciert a jerar quía, com o la de la
arm onía. Per o esto sería quizá propio de una invest igación alejada
de la nuest ra.
El ser vivo está const it uido, en pr im er lugar, de alm a y cuerpo,
de los cuales uno m anda por nat uraleza y el ot ro es m andado. Pero
hay que est udiar lo nat ural, con preferencia, en los seres conform es
a su nat uraleza y no en los corrom pidos. Por eso hay que observar al
hom bre que está m ejor dispuest o en cuerpo y en alm a, en el cual esto
result a evident e. [ 1254 b] Ya que en los m alvados o de com port a­
m ient o m alvado, el cuerpo parece m uchas veces m an dar en el alm a,
por su disposición vil y cont ra nat uraleza.
Es posible ent onces, com o decim os, observar en el ser vivo el
dom inio señorial y el polít ico, pues el alm a ejerce sobre el cuerpo
un dom inio señorial, y la int eligencia sobre el apet it o un dom inio
polít ico y regio. En ellos result a evident e que es conform e a la nat u­
raleza y convenient e para el cuerpo ser regido por el alm a, y para la
part e afect iva ser gobernada por la int eligencia y la part e dot ada de
razón, m ient ras que su igualdad o la inversión de su relación es per­
judicial para todos.
Tam bi én ocurre igualm ent e ent re el hom bre y los dem ás an i m a­
les, pues los anim ales dom ést icos t ienen una nat uraleza m ejor que
los salvajes, y para t odos ellos es m ejor est ar som et idos al hom bre,
porque así consiguen su seguridad. Y t am bién en la relación ent re
m acho y hem bra, por nat ur aleza, uno es superior y ot ro i nferior , uno
m anda y ot ro obedece. Y del m ism o m odo ocurre necesariam ent e
ent re todos los hom bres.
A sí pues, t odos los seres que se diferencian de los dem ás tanto
com o el alm a del cuerpo y com o el hom bre del anim al (se encuen­
t ran en esta relación todos cuant os su t rabajo es el uso del cuerpo,
y esto es lo m ejor de ellos), estos son esclavos por nat uraleza, para
los cuales es m ejor est ar som et idos a esta clase de m ando, com o
en los casos m encionados. Pues es esclavo por nat uraleza el que pue­
de ser de ot ro (por eso precisam ent e es de ot ro) y el que part icipa de
la razón t ant o com o para percibirla, pero no para poseerla; pues los
Im familia '52

dem ás anim ales no se dan cuent a de la razón, sino que obedecen a


sus instintos. En la ut ilidad la diferencia es pequeña: la ayuda con su
cuerpo a las necesidades de la vida se da en am bos, en los esclavos y
en los anim ales dom ést icos. L a nat uraleza quiere incluso hacer d i fe­
rentes los cuerpos de los libres y los de los esclavos: unos, fuert es para
los t rabajos necesarios; ot ros, erguidos e inút iles para t ales m enest e­
res, pero út iles para la vida polít ica (ést a se encuent ra di vidida en
act ividad de guer r a y de paz). Per o sucede m uchas veces lo cont ra­
rio: unos esclavos t ienen cuerpos de hom bres libres, y ot ros, alm as.
Pues esto es claro, que si el cuerpo bast ara para dist inguirlos com o
las im ágenes de los dioses, t odos afi r m ar ían que los inferiores m ere­
cerían ser esclavos. Y si esto es ver dad respect o del cuerpo, m ucho
m ás just o será est ablecerlo respect o del alm a. Per o no es igual de
fácil ver la belleza del alm a que la del cuerpo. [ 1255 a] A sí pues, está
claro que unos son libres y ot ros esclavos por nat ur aleza, y que para
estos el ser esclavos es convenient e y justo.6

6. Pero no es difícil ver que los que afi r m an lo cont rario t ienen ra­
zón en ciert o m odo; pues se dice en dos sent idos lo de esclavit ud y
esclavo. H ay t am bién una especie de esclavos y de esclavit ud en vi r ­
t ud de una ley, y esa ley es un ciert o acuerdo, según el cual las con­
quist as de guer r a son de los vencedores.
Sin em bargo, m uchos ent endidos en leyes denuncian este der e­
cho, com o denunciarían por i legalidad a un orador, en la idea de que
el som et ido por la fuerza sea esclavo y vasallo del que puede ejercer
la violencia y es m ás fuert e en poder. Y unos piensan así; ot ros de
aquella ot ra m anera, incluso ent re los sabios.
La causa de esta cont roversia y lo que provoca la confusión de
argum ent os es que en ciert o m odo la vir t ud, cuando consigue m e­
dios, tiene t am bién la m áxim a capacidad de obligar, y el vencedor so­
bresale siem pre por algo bueno, de m odo que parece que no exist e la
fuerza sin la vir t ud y que la discusión es solo sobre la just icia. Por eso
unos opinan que la just icia es benevolencia, y ot ros que la justicia es
eso m ism o: que m ande el m ás fuert e. Por que, apart e de estos ar gu-
., ‘>8 Antología de textos

ment os opuestos, nada firm e ni convincent e presentan los ot ros razo


nam ient os de que lo m ejor en virt ud no debe m andar y dom inar.
Algun os, at eniéndose ent eram ent e, según creen, a una ciert a no­
ción de just icia (puesto que la ley es algo justo), consideran justa la
esclavit ud que result a de la guer r a, pero al m ism o t iem po lo niegan:
pues se acept a que la causa de las guer r as puede no ser just a, y de
ningún m odo se puede llam ar esclavo a quien no m erece la esclavi­
t ud. D e lo cont rario sucederá que los que parecen m ejor nacidos
sean esclavos e hijos de esclavos, si por accident e son apresados y
vendidos. Por eso los griegos no quier en llam arse a sí m ism os escla­
vos, pero sí a los bárbaros. Si bien, cuando dicen eso, no pret enden
r eferirse a ot ra cosa que a esa noción de esclavo por nat ur aleza, com o
dijim os desde el principio; pues es necesario adm it i r que unos son
esclavos en t odas part es y ot ros no lo son en ninguna.
Y del m ism o m odo piensan acerca de la nobleza: ellos se consi­
deran nobles no solo en su país, sino en t odas part es, pero a los bár ­
baros solo en su país, com o si, por un lado, hubiera una for m a abso­
lut a de nobleza y de libert ad, y, por ot ro, ot ra no absolut a, así com o
dice H elena de Teodect es:

V ást ago de dos raíces di vi n as,


¿Q uién se at r ever ía a l l am ar m e si er va?3

A l expresarse así, solo por la vir t ud o la vileza dist inguen al esclavo


del libre, y a los nobles de los de bajo [ 1255 b] nacim ient o; pues esti­
m an que lo m ism o que de los hom bres nacen hom bres, y de las bes­
t ias, bestias, así t am bién de hom bres buenos nacen buenos. Y eso
int enta hacer la nat ur aleza m uchas veces, pero no siem pre puede.
Es evident e que esta discusión t iene razón de ser y que hay escla­
vos, y t am bién libres, que no lo son por nat ur aleza; t am bién es evi ­
dent e que en algunos casos tal condición está bien definida. D e estos,
para uno, es convenient e y just o ser esclavo, y para ot ro, dom in ar , y2

2. Nauck, T GF%pág. 801, n. 3.


! m fa m ilia ..'W

uno debe obedecer y ot ro m an dar con la aut oridad de que la nat ura­
leza le dot ó, y por t ant o, t am bién dom in ar . Per o el pract icarlo m al es
perjudicial para am bos, ya que la part e y el t odo, el cuerpo y el alm a
t ienen los m ism os int ereses. Y el esclavo es una part e del am o, una
especie de part e anim ada separada de su cuerpo. Por eso t am bién
hay un int erés com ún y am ist ad recíproca ent re esclavo y am o, que
m erecen serlo por nat uraleza. En t r e los que no se da tal relación,
sino que lo son por convención y forzados, sucede lo cont rario.

7. Est á claro, por estas razones, que no es lo m ism o el poder del am o


y el polít ico, ni t odos los poderes son idént icos ent re sí, com o algunos
dicen; pues uno se ejerce sobre personas libres por nat uraleza, y ot ro,
sobre esclavos, y el gobierno dom ést ico es una m on arquía (ya que
t oda casa es gobernada por uno solo), m ient ras que el gobierno polí­
tico es sobre hom bres libres e iguales. El am o no se llam a así en vi r ­
t ud de una ciencia, sino por ser de tal condición, e igualm ent e el es­
clavo y el libre. N o obst ant e, puede exist ir una ciencia del am o y ot ra
del esclavo. L a del esclavo sería com o la que profesaba aquel de Si -
racusa. A l l í, un individuo, a cam bio de un sueldo, enseñaba a los
esclavos los servicios dom ést icos corrient es. Puede añadirse t am bién
un apr en dizaje de cosas tales com o el arte culinario y las dem ás cla­
ses de servicios sem ejant es. H ay di versidad de t rabajos; unos más
honrosos, ot ros m ás necesarios, y, com o dice el r efrán, hay esclavos y
esclavos, am os y am os.3
T od as las ciencias de este t ipo, pues, son ciencias serviles. La
ciencia del am o es la que enseña a servirse de los esclavos. Pues el
am o no lo es por adqui r i r esclavos, sino por saber servirse de ellos.
Est a ciencia no tiene nada de gran de ni de venerable: el am o debe
solo saber m andar lo que el esclavo debe saber hacer. Por eso todos
los que t ienen la posibilidad de evit ar personalm ent e sufr i r malos
ratos confían este car go a un adm inist r ador , y ellos se dedican a la
polít ica y a la fi l osofía. L a ciencia de ad q u i r i r esclavos — es decir ,

3. Según el léxico Suda, se trata de un verso del Pancraciasta de Filemón.


irio Antología de textos

la ciencia justa— es diferent e de estas dos; es una especie de ciencia


de la guer r a o de la caza. En lo que respecta al am o y al esclavo quede,
pues, definido de esta m anera.

LA CREM ATÍSTICA

Dado que la familia también forma parte de la propiedad, o de los bienes


materiales necesarios para sustentarla, Aristóteles, en el Libro I de la Polí­
tica (caps. 8 'i i ) , trata del arte de adquirir tales bienes, denominado «cre­
matística» (de chremata, cosas o riquezas). El filósofo diferencia la crema­
tística conforme a la naturaleza, que consiste en obtener la cantidad
limitada de bienes necesarios para cubrir las necesidades, de la crematísti­
ca contra natura (muy extendida), que consiste en acumular riquezas de
un modo ilimitado. En la descripción de la segunda crematística incluye
una serie de doctrinas, como la distinción entre valor de uso y valor de
cambio y la definición de la moneda, teorías que retomará la economía
entendida en el sentido moderno del término.

El texto que sigue procede de Política, op. cit., Libro I , caps. 8 - n , págs. 64-78.

8. [ 1256 a] Considerem os ahora, en su conjunt o, según el m ét odo


seguido, el t em a de la propiedad y de la crem at íst ica, puest o que
precisam ent e el esclavo era una part e de la propiedad. En prim er
lugar , uno podría pregunt arse si la crem at íst ica es lo m ism o que la
econom ía, o una part e, o au xi liar de ella; y si es auxi liar , si lo es com o
la fabricación de lanzaderas respect o del art e textil o com o la pr o­
ducción del bronce respect o de la escult ura. Pues no prest an servicio
de la m ism a m anera, sino que una procura inst rum ent os, y ot ra, la
m at eria. Ll am o m at eria a la sustancia de que se hace una obra; por
ejem plo, las lanas para el t ejedor y el bronce para el escult or.
Es evident e, ent onces, que no es lo m ism o la econom ía que la
crem at íst ica. Pues lo propio de ésta es la adquisición, y de aquella,
la ut ilización. ¿Q ué art e, sino la adm in ist r ación dom ést ica, se ocu-
¡ m familia \ U \

pará del uso de las cosas de la casa? En cam bio, es objet o de di scu­
sión si la crem at íst ica es una part e de la econom ía o algo de dist int a
especie.
En efect o, si es propio de la crem at íst ica considerar de dónde
sobrevendrán los recursos y la propiedad, y si la propiedad y la r i ­
queza com prenden m uchas part es, habrá que m i r ar pr im er o si la
agricult ura es una part e de la crem at íst ica o algo de ot ro género, y,
en gen eral, el aprovisionam ient o y adquisición de alim ent os.
Por otro lado, hay m uchas clases de alim ent ación; por eso son m u­
chos los géneros de vida de los animales y de los hombres. Com o no es
posible vivir sin aliment o, las diferencias de aliment ación han hecho
diferentes las vidas de los animales. Así, de las fieras, unas viven en
rebaño y ot ras dispersas, según conviene a su aliment ación, por ser
unas carnívoras, otras herbívoras y ot ras om nívoras. D e tal m odo la
nat uraleza ha dist inguido sus m odos de vida según la apt it ud e incli­
nación de cada uno, porque no les agrada a todos nat uralm ent e lo mis­
m o, sino cosas distintas a unos y a otros. Incluso ent re los m ism os car­
nívoros y herbívoros los m odos de vida de unos y otros son diferentes.
I gualm ent e sucede t am bién ent re los hom bres. D i fier en m ucho,
en efect o, sus vidas. Los m ás perezosos son pastores, ya que de los
anim ales dom ést icos obtienen graciosam ent e la alim ent ación sin
t rabajo, aunque les es necesario t rasladar los rebaños a causa de los
pastos, y ellos se ven obligados a acom pañarlos, com o si cult ivaran
un cam po vivient e. O t ros viven de la caza, y unos de una clase de
caza y ot ros de ot ra dist int a. Por ejem plo, unos de la pirat ería, ot ros
de la pesca — los que viven junt o a lagos, pant anos, ríos o el m ar — ,
ot ros de la caza de aves o de anim ales salvajes. Per o la m ayoría de los
hom bres vive de la t ierra y de los product os cult ivados.
Est os son, poco m ás o m enos, los m odos de vida de cuantos t ie­
nen una act ividad product iva por sí m ism a, y no se procuran su ali ­
m ent o m ediant e el cam bio y el com ercio: [ 1256 b] el pastoreo, la
agri cult ura, la pirat ería, la pesca y la caza. O t ros, com binando estos
m odos de vida, viven plácidam ent e, supliendo lo que le falt a a su
m odo de vida para ser suficient e. Por ejem plo, unos el past oreo y a la
IU 2 Antología de texttu

vez la pirat ería; ot ros, la agricult ura y la caza. D e igual m anera, rn


los dem ás géneros de vida los hom bres se com port an del m ismo
m odo según les obliga la necesidad.
T al capacidad adquisit iva ha sido dada evident em ent e por la na
t uraleza a todos los anim ales, t ant o desde el m ism o m om ent o de su
nacim ient o, com o cuando han acabado su desarrollo. D e hecho, des
de el principio de la generación algunos anim ales producen junio
con sus crías la cant idad de alim ent o suficient e, hasta que la prole
pueda procurárselo por sí m ism a; por ejem plo, los verm íparos o los
ovíparos. En cuant o a los vivípar os, t ienen en sí m ism os un alim ent o
para las crías durant e ciert o t iem po, el product o nat ural llam ado le­
che. D e m odo que hay que pensar evident em ent e que, de m anera
sem ejant e, las plant as exist en para los anim ales, y los dem ás an i m a­
les para el hom bre: los dom ést icos para su servicio y alim ent ación;
los salvajes, si no t odos, al m enos la m ayor part e, con vist as al al i ­
m ent o y ot ras ayudas, para proporcionar vest ido y diversos ins­
t rum ent os. Por consiguient e, si la nat uraleza no hace nada im perfec­
to ni en vano, necesariam ent e ha producido todos esos seres a causa
del hom bre. Por eso el art e de la guer r a será en ciert o m odo un arte
adquisit ivo por nat uraleza (el art e de la caza es una part e suya), y
debe ut ilizarse cont ra los anim ales salvajes y cont ra aquellos hom ­
bres que, habiendo nacido para obedecer, se niegan a ello, en la idea
de que esa clase de guer r a es just a por nat uraleza.
A sí pues, una especie de art e adquisit ivo es nat uralm ent e una
part e de la econom ía: es lo que debe facilit ar o bien procurar que
exist a el alm acenam ient o de aquellas cosas necesarias para la vida y
útiles para la com unidad de una ciudad o de una casa. Y parece que
la verdadera riqueza proviene de estos, pues la provisión de esta clase
de bienes para vi vi r bien no es i lim it ada,com o dice Solón en un verso:

Ningún límite de riqueza está fijado a los hombres.4

4. Solón, fragm. 1 Diehl, 71. La idea también se encuentra en Teognis,


595-596.
Im familia

En efect o, exist e aquí uno, com o en las dem ás art es. N i n gú n inst ru­
m ent o de art e alguna es ilim it ado ni en cant idad ni en m agnit ud. Y
la riqueza es la sum a de inst rum ent os al servicio de una casa y de
una ciudad. Por t ant o, es evident e que hay un art e de adquisición
nat ural para los que adm inist ran la casa y la ciudad.

9. Exi st e ot ra clase de art e adquisit ivo, que precisam ent e llam an


— y está just ificado que así lo hagan— crem at íst ica, para el cual
11257 aj parece que no exist e lím it e algun o de r iqueza y propiedad.
M uchos consideran que exist e uno solo, y es el m ism o que el ya m en­
cionado a causa de su afinidad con él. Sin em bargo, no es idént ico al
dicho ni est á lejos de él. U n o es por nat uraleza y el ot ro no, sino que
result a m ás bien de una ciert a experiencia y t écnica.
Acerca de este t om em os el com ienzo desde el punt o siguient e:
cada objet o de propiedad tiene un doble uso. Am bos usos son del
m ism o objet o, pero no de la m ism a m anera; uno es el propio del ob­
jet o, y el ot ro no. Por ejem plo, el uso de un zapat o: com o calzado y
com o objet o de cam bio. Y am bos son ut ilizaciones del zapat o. D e
hecho, el que cam bia un zapat o al que lo necesita por dinero o por
alim ent o ut iliza el zapat o en cuant o zapat o, pero no según su propio
uso, pues no se ha hecho para el cam bio. D el m ism o m odo ocurre
t am bién con las dem ás posesiones, pues el cam bio puede aplicarse a
t odas, t eniendo su origen, en un principio, en un hecho nat ural: en
que los hom bres t ienen unos m ás y ot ros m enos de lo necesario. D e
ahí que es evident e t am bién que el com ercio de com pra y vent a no
for m a part e de la crem at íst ica por nat ur aleza, pues ent onces sería
necesario que el cam bio se hiciera para sat isfacer lo suficient e.
En efect o, en la pr im er a com unidad (es decir, en la casa), es evi ­
dent e que no tiene ninguna función, pero sí cuando la com unidad es
ya m ayor. Pues los unos t enían en com ún t odas las cosas, pero los
ot ros, al est ar separados, t enían m uchas pero diferent es, de las cuales
es necesario que hagan cam bios según sus necesidades, com o aún
hoy lo hacen m uchos de los pueblos bárbaros, al t rueque. Cam bian
unos product os út iles por ot ros, pero nada m ás. Por ejem plo, dan o
— r. /i ntotognt ac textos

reciben vino por t rigo, y así cada cosa de las ot ras sem ejant es. Este
t ipo de cam bio ni es cont ra nat uraleza ni t am poco una form a de la
crem at íst ica, pues era para com plet ar la aut osuficiencia nat ural. Sin
em bargo, de este surgió lógicam ent e el ot ro. A l hacerse m ás grande
la ayuda ext erior para im port ar lo que hacía falt a y expor t ar lo que
abundaba, se int rodujo por necesidad el em pleo de la m oneda, ya
que no eran fáciles de t ransport ar t odos los product os nat uralm ent e
necesarios.
Por eso para los cam bios convinieron ent re sí en dar y recibir
algo tal que, siendo en sí m ism o út il, fuera de un uso m uy fácilm en­
te m anejable para la vida, com o el hierro, la plat a y cualquier otra
cosa sem ejant e. A l principio fue fi jado sim plem ent e en cuant o a su
t am año y peso; pero al final le im prim ieron t am bién una m arca para
evit ar m edirlos, pues la m arca fue puesta com o señal de su valor.
[ 1257 b] U na vez invent ada ya la m oneda por la necesidad del
cam bio, surgió la ot ra for m a de la crem at íst ica: el com ercio de com ­
pra y vent a. A l principio tal vez se dio de un m odo sencillo, y luego
ya se hizo, con la experiencia, m ás t écnico, según dónde y cóm o se
hiciese el cam bio para obt ener m áxi m o lucro. Por eso la crem at íst ica
parece t rat ar sobre t odo de la m oneda, y su función es el poder con­
sider ar de dónde obt endrá abundancia de recursos, pues es un arte
product ivo de r iqueza y recursos. Ciert am ent e, m uchas veces consi­
deran la riqueza com o abundancia de dinero, porque sobre esto ver ­
sa la crem at íst ica y el com ercio.
Si n em bargo, ot ras veces hay la opinión de que el dinero es algo
insignificant e y com plet am ent e convencional, y nada por nat urale­
za, porque si los que lo usan cam bian las norm as convencionales, no
vale nada ni es út il para nada de lo necesario, y siendo rico en dinero,
m uchas veces se carece del alim ent o necesario. Ciert am ent e ext raña
es esta riqueza en cuya abundancia se m uere de ham bre, com o cuen­
tan en el m it o de aquel M idas, quien, por su insaciable deseo, con­
vert ía en oro t odo lo que tocaba.
Por eso buscan ot ra definición de la r iqueza y de la crem at íst ica,
y lo hacen con razón. En efect o, cosas dist int as son la crem at íst ica y
Im fam ilia "'S

la riqueza según la nat uraleza: ésta es la adm inist ración de la casa;


aquel ot ro art e del com ercio, en cam bio, es product ivo en bienes, no
en general, sino m ediant e el cam bio de product os, y ella parece tener
por objet o el dinero, ya que el dinero es el elem ent o básico y el t ér ­
m ino del cam bio. Est a riqueza sí que no t iene lím it es, la der i vada de
esta crem at íst ica. Com o la m edicina no tiene lím it es en rest ablecer la
salud y cada una de las art es es i lim it ada en su fin (pues quieren rea­
li zar este al m áxim o), pero no es i lim it ada en lo pert inent e a tal fin
(pues el fin es un lím it e para todas), así t am bién no se da en esta cla­
se de crem at íst ica un lím it e en su fi n ; su fin es el t ipo de r iqueza de­
finido y la adquisición de recursos. D e la econom ía dom ést ica, en
cam bio, no de la crem at íst ica, hay un lím it e, porque su función no es
ese t ipo de riqueza. A sí que, por un lado, parece evident e que nece­
sariam ent e haya un lím it e de cualquier r iqueza, pero en la realidad
vem os que sucede lo cont rario. Pues todos los que t rafican aum ent an
sin lím it es su caudal.
L a causa es la estrecha afinidad ent re las dos crem at íst icas. Sus
em pleos, siendo con el m ism o m edio se ent recruzan, pues am bas
ut ilizan la propiedad; pero no de la m ism a m anera, sino que ésta
at iende a ot ro fi n , y el de aquella es el increm ent o. D e ahí que al gu ­
nos creen que esa es la función de la econom ía dom ést ica, y acaban
por pensar que hay que conservar o aum ent ar la riqueza m onet aria
indefinidam ent e. La causa de esta disposición es el afán de vi vi r , y
no de vivir bien. [ 1258 a] A l ser, en efect o, aquel deseo sin lím ites,
desean t am bién sin lím it es los m edios producidos. Incluso los que
aspiran a vivir bien buscan lo que cont ribuye a los placeres cor por a­
les, y com o eso parece que depende de la propiedad, toda su act i vi ­
dad la dedican al negocio; y por este m ot ivo ha surgido el segundo
t ipo de crem at íst ica.
A l residir el placer en el exceso, buscan el art e que les produzca
ese placer excesivo. Y si no pueden procurárselo por m edio de la
crem at íst ica, lo int ent an por ot ro m edio, sirviéndose de t odas sus
facult ades no de un m odo nat ural. L o propio de la valent ía no es
producir dinero, sino confianza; ni t am poco es lo propio del arte
MU) Antología de textos

m ilit ar ni de la m edicina, sino la vict oria y la salud, respect ivam ent e.


Si n em bargo, algunos conviert en t odas las facult ades en crem at íst i­
cas, com o si ese fuera su fin, y fuera necesario que todo respondiera
a ese fin.
A sí pues, hem os t rat ado de la crem at íst ica no necesaria, sobre
qué es y sobre cuál es la causa de su em pleo. Y en cuant o a la necesa­
ria se ha dicho que es diferent e de aquella, que es nat uralm ent e par ­
te de la adm inist ración dom ést ica, relacionada con el alim ent o, no
com o aquella, ilim it ada, sino con un lím it e preciso.

io. Q ueda clara, pues, la cuest ión plant eada al principio: si la cre­
m at íst ica es cosa propia del adm inist r ador de una casa y del político
o no; pero es necesario que exist a para am bos la base de ésta. En efec­
to, com o la polít ica no produce a los hom bres, sino que los recibe de
la nat uraleza y se sirve de ellos, así t am bién es necesario que sum i ­
nist re el alim ent o la nat uraleza, la t ierra o el m ar o algún ot ro ele­
m ent o. A part ir de estos recursos corresponde al adm inist r ador ver
cóm o han de m anejarse. Ya que no es propio del art e textil producir
las lanas, sino servirse de ellas y conocer qué t ipo es útil y adecuado
y cuál m alo e inadecuado.
T am bi én podría uno pregunt arse por qué la crem at íst ica es una
part e de la adm inist ración dom ést ica y la m edicina no, aunque los
m iem bros de la casa deben t ener salud lo m ism o que vida o cual­
quier ot ra cosa de las necesarias. Per o com o en ciert o sent ido es pro­
pio del adm inist rador de su casa y del gobernant e m i r ar por la salud,
y en ot ro no, sino propio del m édico, así t am bién, en cuant o a los
recursos, hay casos que son propios del oficio del adm inist rador;
ot ros que no, sino de un art e auxi liar .
Pero, ant e t odo, com o antes se ha dicho, debe exist ir una base por
nat uraleza, ya que es función de la nat uraleza sum inist rar alim ent o
al ser que ha nacido; pues el alim ent o para todos es el residuo de la
m at eria de la que se originan. Por eso la crem at íst ica a part ir de los
frut os de la t ierra y de los anim ales es siem pre conform e a la nat ur a­
leza.
I m jum iiia

Ah or a bien, este art e, com o hem os dicho, t iene dos form as: una,
la del com ercio de com pra y vent a, y ot ra, la de la adm inist ración
dom ést ica. Est a es necesaria y alabada; la ot ra, la del cam bio, just a­
mente censurada (pues no es conform e a la nat uraleza, sino a expen ­
sas de otros). Y m uy razonablem ent e es aborrecida la usura, porque,
en ella, la ganancia procede del m ism o din er o, y no de aquello para
lo que este se invent ó. Pues se hizo para el cam bio; [ 1258 b] y el int e­
rés, al cont rario, por sí solo produce m ás dinero. D e ahí que haya
recibido ese nom bre,5 pues lo engendrado es de la m ism a nat ur ale­
za que sus generadores, y el int erés es din er o de dinero; de m odo que
de t odos los negocios este es el m ás ant inat ural.

11. U n a vez que hem os precisado suficient em ent e el t em a desde el


punt o de vist a t eórico, es necesario exponer lo desde el práct ico. En
todas estas cuest iones la t eoría se desarrolla librem ent e, pero la prác­
tica se pliega a las necesidades.
En la crem at íst ica hay part es de ut ilidad concret a: a propósit o
del gan ado, ser expert o en qué r azas son las m ás vent ajosas y dónde
y cóm o; por ejem plo, cóm o es la adquisición de caballos o de gan a­
do vacuno o de ovejas, y lo m ism o de los dem ás anim ales (pues hay
que ser expert o, com paran do unos con ot ros, en cuáles son los m ás
vent ajosos y qué lugares les convienen, porque unos prosperan en
unos t errenos y ot ros en ot ros); luego, del cult ivo de la t ierra, ya esté
ést a desprovist a de plant as, ya plant ada, y de la api cult ur a, y de los
dem ás anim ales acuát icos o volát iles, de los que pueden obt enerse
beneficios.
Est as son part es y principios de la crem at íst ica propiam ent e di ­
cha. D e la basada en el cam bio, la m ás im port ant e es el com ercio (y
esta tiene tres partes: em barque, t ransport e y venta. Cad a una de
ellas difier e de las ot ras por ser una m ás segura y por proporcionar
ot ra m ás ganancia). L a segunda parte es la usura, y la t ercera el t ra­
bajo asalariado. (En este está, por un lado, el de los oficios especiali-

5. Tókps, «hijo, interés», de la misma raíz que tiktein, «engendrar».


ion Antología tic texto*

zados6y, por ot ro, el de los no especializados, cuya ut ilidad se reduce


a la fuerza corporal.) U na t ercera form a de crem at íst ica, int erm edia
ent re ésta y la pr im er a (ya que part icipa de la nat ural y de la de cam ­
bio), es la que se refiere a los product os de la t ierra que, sin frut os,
son útiles; por ejem plo, la explot ación de los bosques y toda clase de
m inería. Est a com prende m uchas clases, pues hay m uchos tipos
de m et ales ext raídos de la t ierra.
Sobre cada una de estas crem at íst icas se ha hablado ahora en
general; el est udio m inucioso por partes sería útil para las diversas
act ividades, pero sería pesado insist ir en ello.
D e estas act ividades, las m ás t écnicas son aquellas en las que hay
un m ínim o de azar ; las m ás rudas son aquellas que dañan m ás el
cuerpo, y las m ás innobles, las que m enos necesitan de cualidades
personales.
Puest o que algunos han escrit o sobre estos t em as, com o Car es de
Paros y Apolodoro de Lem n os [ 1259 a] sobre la labranza y las plan­
t aciones, e igualm ent e ot ros aut ores sobre t em as diferent es, cual­
quier a que esté int eresado en ellos puede exam inarlos en estas obras.
A dem ás, t am bién habría que reunir lo que se ha dicho esporádi­
cam ent e de los m edios con que algunos lograron enriquecerse, pues
t odas estas cosas son útiles para quienes est im an la crem at íst ica. Por
ejem plo, lo que se le ocurrió a T al es de M ilet o. Est o es una idea cre­
mat íst ica que se at ribuye a él por su fam a de sabio, pero que es en
realidad una aplicación de un principio general.
Com o se le reprochaba por su pobreza lo inút il que era su am or
a la sabiduría,cuent an que previendo, gracias a sus conocim ient os de
ast ronom ía, que habría una buena cosecha de aceit unas cuando to­
davía era invierno, ent regó fianzas con el poco din er o que t enía para
ar r en dar todos los m olinos de aceite de M ilet o y de Q uíos, alquilán-

6. Es banausos cualquier artista que trabaja con el fuego (baunos, «fogón»;


cf. H . Frisk, Grieschische Etymologische W órterbuch, H eidelberg, 1960,1, pág. 218).
De ahí, el vocablo pasó a designar a todos los que desempeñan oficios especializa­
dos.
¡M fam ilia lóy

dolos por m uy poco porque no t enía ningún com pet idor. Cuan do
llegó el m om ent o oport uno, m uchos los buscaban a la vez y apresu­
radam ent e, y él los realquiló en las condiciones que quiso, y, habien­
do reunido m ucho dinero, dem ost ró que es fácil para los filósofos
enriquecerse, si quieren, pero que no es eso por lo que se afanan.
A sí se dice que de esta m anera Tal es dio pruebas de su sabiduría.
Pero hay en ello, com o hem os dicho, un principio general de cr em a­
tística: asegurarse, siem pre que uno pueda, el m onopolio. Por eso
t am bién algunas ciudades recurren a este m edio, cuando están en
apuros de dinero, y establecen un m onopolio de las m ercancías.
En Sicilia, un hom bre, con el dinero que se le había confiado en
depósito, com pró t odo el hierro de las m inas, y después, cuando llega­
ron los com erciant es de los m ercados, era el único que lo vendía, sin
hacer una subida excesiva del precio; pero, no obst ant e, sobre sus cin­
cuenta t alentos obt uvo cien. Cuan do D ionisio se ent eró de esto, dio
órdenes de que se llevara el dinero, pero que no perm aneciera m ás
t iem po en Siracusa, por haber descubiert o una fuent e de recursos
perjudicial a sus intereses. Sin em bargo, la idea de T al es y ésta son la
mism a. Am bos se las ingeniaron para hacerse con el m onopolio.
Es útil t am bién para los políticos conocer estas cosas, pues m u ­
chas ciudades t ienen necesidad de recursos financieros y de t ales m e­
dios de procurárselos, com o una casa, o m ás aún. Por eso algunos
gobernant es dir igen su polít ica solo hacia esas cosas.

M U JERES Y NIÑOS

Arist ót eles dedica los últ im os dos capít ulos del L i br o I de la Polít ica a ilus­
t rar brevem en t e cóm o debe ser el gobier n o de los cabezas de fam i l i a sobre
su esposa y sus hijos. El gobiern o sobre la m ujer es de t ipo «polít ico», si m i ­
lar al gobiern o de la ci udad, por que se ejerce ent re iguales, aun que en este
no se produce la al t ernancia t ípica del gobi er n o polít ico, porque, según el
Est agi r i t a, el hom bre est á «m ás dot ado para m an dar» que la m ujer . En
cam bio, el gobier n o sobre los hijos es de t ipo regio, porque se ejerce ent re
170 Antología de texto>

desiguales. Por otra parte, Aristóteles se pregunta cuál es la virtud, o ext r


lencia, o perfección, de los distintos componentes de la familia, y concluye
que es distinta para cada uno. De este modo, establece que la virtud del es
clavo es inferior a la del amo y similar a la virtud de los artesanos manuales.

El texto que sigue procede de Política,op. cit ., Libro I, caps. 12-13, págs. 78-85.

12. L as partes de la adm inist ración dom ést ica eran tres: una, la del
dom inio del am o, de la que ant es se ha hablado; ot ra, la pat erna; la
t ercera, la conyugal. Pues t am bién hay que gobernar a la m ujer y a
los hijos, com o a seres libres en am bos casos, pero no con el m ism o
t ipo de gobierno, [ 1259 b| sino a la m ujer com o a un ciudadano, y a
los hijos m onárquicam ent e. En efect o, el hom bre es por nat uraleza
m ás apt o para m an dar que la m ujer — a no ser que se dé una sit ua­
ción ant inat ural— , y el de m ás edad y m aduro m ás que el m ás joven
e inm aduro. En la m ayoría de los regím enes de ciudadanos, alt ernan
los gobernant es y los gobernados (pues se pret ende por su nat uraleza
que estén en pie de igualdad y no difier an en nada). Sin em bargo,
cuando uno m anda y ot ro obedece, se busca est ablecer una di feren ­
cia en los at avíos, en los t rat am ient os y honores, com o ya lo di jo
A m asi s en la anécdot a sobre el lavapiés.7
L a relación del hom bre con la m ujer es siem pre de esta m anera.
En cam bio, la aut oridad sobre los hijos es regia. Pues el que los en­
gen dr ó ejerce el m ando por afect o y por su m ayor edad, lo cual es
precisam ent e lo específico del poder real. Por eso H om er o invocó
con razón a Zeus al decir:

Padre de hombres y de Dioses,8

7. H eródot o, II 172.
8. Cf. H omero, litada, I 544.
I m familia 7 '

a él que es rey de t odos ellos. Pues el rey debe di ferenciarse por na­
t uraleza, aunque sea igual por su raza. Eso precisam ent e le ocurre al
m ás viejo respect o del m ás joven, y al padre respect o del hijo.

13. A sí pues, está claro que el cuidado de la adm inist ración de la


casa debe at ender m ás a los hom bres que a la posesión de cosas in­
anim adas, y a las vir t udes de aquellos más que a la posesión de la
llam ada r iqueza, y m ás a las de los libres que a las de los esclavos. En
pr im er lugar , pues, uno podría pregunt arse sobre los esclavos si
exist e algun a ot ra virt ud propia del esclavo, adem ás de las inst ru­
m ent ales y serviles, m ás valiosa que estas, com o la prudencia, la for ­
t aleza, la just icia, y dem ás hábit os t ales, o no tiene ninguna apart e de
los servicios corporales. Con am bas respuest as se plant ea una d i fi ­
cult ad. Pues si las t ienen, ¿en qué se diferenciarían de los libres? Y si
no las t ienen, siendo hom bres y part icipando de la razón, es absur ­
do. A pr oxim adam en t e lo m ism o se plant ea t am bién sobre la m ujer
y sobre el niño. ¿Ti en en t am bién sus vir t udes propias? ¿L a m ujer
debe ser prudent e, valerosa y just a? ¿Y el niño, int em perant e y t am ­
bién prudent e, o no? Y en general hay que exam i n ar esto respecto
del que obedece por nat ur aleza y del que m an da, y si su virt ud es
una m ism a o es ot ra diferent e. Por que si am bos deben part icipar de
la perfección hum ana,9 ¿por qué uno debe m an dar siem pre y el ot ro
obedecer? Y no es posible que la diferen cia sea en el m ás y en el m e­
nos, porque el obedecer y el m an dar difier en específicam ent e, y no
en el m ás y en el m enos. Por ot ra part e, que uno deba part icipar y el
ot ro no, parece ext raño. Pues si el que m anda no es prudent e y just o,
¿cóm o va a m an dar bien? Si no lo es el que obedece, ¿cóm o obede­
cerá bien? [ 1260 a] El que es int em perant e y cobarde no hará nada
de lo que debe. Es evident e, por consiguient e, que am bos necesaria­

9. KaX.OKáyauía, como perfección conjunta del cuerpo y el alma, es el ideal


de la educación humanística griega; cf. H . I. M arrou, Storia dell’educazionegreca,
trad. it., Roma, 1950, págs. 72 ss. IH ay trad. cast.: H istoria de la educación en la
antigüedad, M adrid, Ak al, 1985.]
172 Antología de textos

m ent e deben part icipar de la vir t ud, pero hay diferencias en ella,
com o las hay t am bién ent re los que por nat ur aleza deben obedecer.
T am bi én esta idea nos ha gui ad o siem pre al t rat ar del alm a: en
ésta exist e por n at ur aleza lo que d i r i ge y lo di r igi do. D e los cuales
afi r m am os que t ienen una vi r t u d di fer en t e, com o de lo dot ado de
r azón y de lo irr aci on al . Es evident e, por t ant o, que ocur r e t am ­
bién lo m i sm o en los dem ás casos. D e m odo que por nat ur aleza la
m ayor ía de las cosas t ienen elem ent os regent es y elem ent os r egi ­
dos. D e diversa m anera m anda el libre al esclavo, y el varón a la
m u jer , y el hom bre al niño. Y en t odos ellos exist en las part es del
alm a, pero exist en de di fer en t e m aner a: el esclavo no t iene en ab­
solut o la facult ad deli ber at iva; la m u jer la t iene, pero sin au t or i ­
dad; y el niño la t iene, pero i m perfect a. A sí pues, hay que suponer
que necesariam ent e ocur r e algo sem ejant e con las vir t udes m or a­
les: t odos deben par t i ci par de ellas, pero no de la m ism a m an er a,
sino solo en la m edida en que es preciso a cada uno para su fun ­
ción. Por eso el que m an da debe poseer perfect a la vir t ud ética
(pues su función es sencillam ent e la del que d i r i ge la acción, y la
r azón es com o el que d i r i ge la acción); y cada uno de los dem ás, en
la m edida en que le cor r espon de. D e m odo que está clar o que la
vir t ud m oral es propia de t odos los que hem os dicho, pero no es
la m ism a la prudencia del hom bre que la de la m ujer , ni t am poco la
for t aleza ni la just i ci a, com o creía Sócr at es.101Si n o que hay una for ­
t aleza par a m an dar y ot ra para ser vi r , y lo m ism o sucede t am bién
con las dem ás vir t udes.
Est o es m ás claro aún si lo exam inam os por part es, pues se enga­
ñan a sí m ism os los que dicen en t érm inos generales que la virt ud es
la buena disposición del alm a, o la rect it ud de conduct a, o algo sem e­
jant e. M ucho m ejor hablan los que enum eran las virt udes, com o
Gor gi as," que los que las definen así. Por eso se ha de creer que lo
que el poeta ha dicho sobre la m ujer se puede aplicar a todos:

10. Platón, M enón, 71-73 c.


11. Platón, M enón, j i t - j i .
¡ m familia '7*

El silencio es un ad or n o de la m u j er '1

pero eso no va al hom bre. Puest o que el niño es im perfect o, es evi ­


dente que su vir t ud no es en relación con su ser act ual, sino en rela­
ción a su m adur ez y su guía. Y asim ism o la vir t ud del esclavo está en
relación con el am o.
H em os est ablecido que el esclavo era út il para los servicios ne­
cesarios,'3 de m odo que es evident e que t am bién necesita de poca
virt ud, es decir, de la precisa para no dejar de cum pli r sus t rabajos
por int em perancia o por cobardía. A lgui en podría pregunt arse que,
si lo dicho es ver dad, ent onces los art esanos necesit arán t ener t am ­
bién vir t ud, ya que m uchas veces por int em perancia dejan de hacer
sus t rabajos. ¿O es este un caso di ferent e? Pues m ient ras el esclavo
part icipa de la vida de su am o, el art esano está m ás alejado, y solo le
concierne la vir t ud en la m ism a m edida que su servidum bre, pues el
obrero m anual tiene una especie de servidum bre (1260 b] lim it ada,
m ient ras el uno es esclavo por nat uraleza, no así el zapat ero ni nin­
gún ot ro artesano. Es claro, así pues, que el señor debe ser para el
esclavo la causa de tal virt ud, pero no porque la enseñanza de los
t rabajos sea propia del am o. Por eso no hablan con razón los que
rehúsan razonar con los esclavos y dicen que solo hay que darles
ór denes,'4 porque hay que reprender más a los esclavos que a los
niños.
Sobre estos t em as, quede definido de esta m anera. En cuant o al
m ar ido y la esposa, los hijos y el padre, la vir t ud propia de cada uno
de ellos y las relaciones ent re sí, qué es lo que está bien y lo que no lo
está, y cóm o hay que perseguir el bien y evit ar el m al, es necesario
exponerlo al hablar de las for m as de gobierno. Porque com o t oda
casa es una part e de la ciudad, y estos son asunt os de la casa, y la vi r ­
t ud de la parte debe exam inarse en relación con la virt ud del t odo, es

12. Sófocles, Áyax, 293.


13. Cf. 1254 b 16-39.
14. Platón, Leyes, I V.
«74 Antología de textot

necesario educar a los hijos y a las m ujeres con vist as al régim en de


gobierno, si es que precisam ent e tiene alguna im port ancia para que
la ciudad sea perfect a que sean perfect os los hijos y las m ujeres. Y
necesariam ent e t iene im port ancia, pues las m ujeres son la m it ad de
la población libre, y de los niños salen los m iem bros de la com unidad
polít ica.
D e m odo que com o quedan precisadas estas cuest iones, y de las
rest ant es hay que hablar en ot ro lugar , dejem os com o t erm inados los
razonam ient os presentes, t om em os ot ro punt o de part ida y exam i ­
nemos en pr im er lugar las opiniones de los que las han m anifest ado
sobre la m ejor for m a de gobierno.
L A C R Í T I C A A PL A T Ó N

LA CRÍTICA A LA COMUNIDAD DE M U JERES E H IJOS


DE LA «REPÚ BLICA»

En el Libro II de la Política, Aristóteles, siguiendo su práctica habitual,


analiza las opiniones de sus predecesores respecto a la mejor constitución
o régimen político, y se detiene sobre todo en la que describe Platón en la
República y las Leyes. De la República (citada a través del personaje de
Sócrates), analiza ante todo la famosa doctrina de la comunidad de hom­
bres y mujeres y la somete a una dura crítica, acusándola de querer trans­
formar la ciudad en una especie de gran familia, lo cual, según Aristóte­
les, va en contra de la naturaleza de la polis, que es una sociedad de iguales
(mientras que la familia es una sociedad de desiguales) y es la unidad de
una multitud (de familias), por lo cual no puede tener la misma unidad
que es propia de la familia.

El texto que sigue procede de Política, op. cit .. Libro I I, caps. 1-4, págs. 87-95.

1. [ 1260 b] Puest o que nos proponem os con siderar , respect o de la


com unidad polít ica, cuál es la m ás fi r m e de t odas para los que son
capaces de vi vi r lo m ás con form e a sus deseos, hay que exam i n ar
t am bién las ot ras for m as de gobiern o, t ant o las que usan algunas
ciudades que t ienen fam a de t ener buen gobiern o, com o ot ras pr o­
puestas por algunos t eóricos y que parecen est ar bien, para ver lo
que t engan de rect o y út il, y adem ás para que el buscar algo dist int o
de ellas no parezca quer er dárselas de sabio, sino que se vea que
l 75
17 () Antología de textos

aplicam os este m ét odo por esto: por no ser buenas las que act ual-
m ent e exist en.
En prim er lugar, hay que establecer com o punt o de part ida el
que es el principio nat ural de esta invest igación. Es necesario que to­
dos los ciudadanos lo t engan en com ún t odo o nada, o unas cosas sí y
ot ras no. N o tener nada en com ún es evident em ent e im posible, pues
el régim en de una ciudad es una especie de com unidad, y ant e t odo es
necesario tener en com ún el lugar. El lugar de la [ 1261 a] ciudad, en
efecto, es uno det erm inado, y los ciudadanos t ienen en com ún una
m ism a ciudad. Pero la ciudad que va a estar bien adm inist rada, ¿es
m ejor que tenga en com ún todo cuanto sea susceptible de ello, o
es m ejor que unas cosas sí y otras no? Porque es posible que los ciuda­
danos t engan en com ún los hijos, las m ujeres y la propiedad, com o en
la República de Plat ón: allí Sócrat es dice que deben ser comunes los
hijos, las m ujeres y las posesiones. Sobre todo, ¿es m ejor la situación
actual o la que resultase de la legislación descrita en la República ?

2. A par t e de m uchas ot ras dificult ades que t iene el que las m ujeres
sean com unes para t odos,' está t am bién que la causa por la que Só­
crat es afi r m a la necesidad de est ablecer tal legislación no parece de­
ducirse de sus razonam ient os. A dem ás, para el fin que él afi r m a
debe t ener la ciudad, es im posible según está for m ulado, y no está
precisado cóm o debe int erpret arse. M e r efiero a que lo m ejor es que
t oda ciudad sea lo m ás unit aria posible. Est a es la hipótesis que acep­
ta Sócrat es. Sin em bargo, es evident e que al avan zar en este sent ido
y hacerse m ás unit aria, ya no será ciudad. Pues la ciudad es por su
nat uraleza una ciert a plur alidad, y al hacerse m ás una, de ciudad se
convert irá en casa, y de casa en hom bre, ya que podríam os afi r m ar
que la casa es m ás unit aria que la ciudad y el i ndividuo m ás que la
casa. D e m odo que aunque alguien fuera capaz de hacer esto, no
debería hacerlo, porque dest ruiría la ciudad.
Y no solo la ciudad está com puest a de una plur alidad de hom ­

1. P la tó n , República, V 4 5 7 c -d .
I m (Tíf ica a Platón m

bres, sino que t am bién di fi er en de m odo específico. U na ciudad no


resulta de individuos sem ejant es. U na cosa es una ali an za m ilit ar y
ot ra una ciudad. L a pr im er a es útil por la cant idad, aunque haya
ident idad de clase (ya que el fin nat ural de la ali an za es el auxilio);
com o un peso m ayor hará inclinarse la balanza. En el m ism o sent ido
di feri r á la ciudad de la t ribu, cuando su población no esté separada
en aldeas, sino com o los arcadios.
Per o los elem ent os de los que debe result ar una ciudad difier en
específicam ent e. Por eso precisam ent e la igualdad en la reciprocidad
es la salvaguar di a de las ciudades, com o ya se ha dicho en la Ét ica.
A ún ent re los libres e iguales es necesario que esto sea así, pues no es
posible que t odos gobiernen a la vez, sino por años o según algún
ot ro orden o t iem po. Sucede ent onces que de este m odo t odos llegan
a gober nar , com o si los zapat eros y los carpint eros se alt ernaran, y no
fueran siem pre los m ism os zapat eros y carpint eros. Puest o que es
m ejor que sea así t am bién en la com unidad polít ica, es evident em en­
te preferible que gobiernen siem pre los m ism os, si es posible. Pero
en los casos en que no es posible, por ser t odos iguales por nat urale­
za, [ 1261 b] es just o t am bién que — t ant o si el m an dar es un bien o
un m al— t odos part icipen de él. Est o se t rat a de im it ar , al cederse los
iguales por t urno el poder y al considerarse com o iguales fuera de su
cargo. U nos gobiernan y ot ros son gobernados alt ernat ivam ent e,
com o si se t ran sform aran en ot ros. Y del m ism o m odo ent re los que
m andan; unos ejercen unos cargos y ot ros, ot ros. Por lo t ant o, de
todo esto es claro que la ciudad no es tan unit aria por nat uraleza,
como algunos dicen, y que lo que llam an el m ayor bien en las ci uda­
des, las dest ruye. Sin em bargo, el bien de cada cosa la salva.
Es t am bién evident e según ot ro punt o de vist a que no es m ejor
buscar para la ciudad la unificación excesiva: la casa es m ás aut osu-
ficient e que el i ndividuo, y la ciudad m ás que la casa; y se pret ende
que ya es una ciudad cuando sucede que es aut osuficient e su com u­
nidad num érica. Por tanto, si precisam ent e es preferible lo m ás aut o-
suficient e, t am bién hay que pr efer ir lo m enos a lo m ás unit ario.
,2 h Antología de textos

3. Pero ni aunque sea lo m ejor esto: que la com unidad sea lo más
unit aria posible, t am poco esto es evident em ent e probado por el lie
cho de decir t odos a la vez «m ío» y «no m ío». Est a es, según Sócra
tes, la señal de que la ciudad es perfect am ent e unit aria. L a palabra
«t odos» t iene un doble sent ido. Si se ent iende en el de «cada uno»,
tal vez se est aría m ás cerca de lo que Sócrat es quier e sign ificar , pues
cada uno llam ará su h i jo al m ism o i ndividuo, y su m ujer a la m ism a;
y sucedería de la m ism a m anera con la hacienda y con cada una (li­
las cosas. Pero, de hecho, no lo dir án en ese sent ido los que t ienen las
m ujeres y los hijos en com ún, sino que hablarán de «t odos» y no de
«cada uno en part icular». E igualm ent e respect o de la hacienda: será
de «t odos», pero no de «cada uno» de ellos. A sí pues, al decir «t o­
dos» está claro que hay un ciert o equívoco. Los t érm inos «t odos»,
«am bos», «pares» e «im par es», por su doble sent ido, producen silo­
gism os eríst icos. Por eso, el que t odos digan lo m ism o está bien, pero
no es posible y no conduce en absolut o a la concordia.
A dem ás de eso, la propuest a t iene ot ro inconvenient e: lo que es
com ún a un núm ero m uy gran de de personas obt iene m ínim o cui ­
dado. Pues todos se preocupan especialm ent e de las cosas propias, y
menos de las com unes, o solo en la m edida en que at añe a cada uno.
En cuant o a los dem ás, m ás bien se despreocupan, en la idea de que
ot ro se ocupa de ello, com o ocurre en los servicios dom ést icos: m u­
chos criados sirven en ocasiones peor que un núm ero m enor. Cada
ciudadano t endrá m il hijos, y estos no com o propios de cada uno,
sino que cualquiera es por igual hijo de cualquiera 11262 a]; así que
todos se despreocupan igualm ent e.
A dem ás, dirá «m ío» a tal hijo, feliz o desgraciado,2 cada ciuda­
dano, sea cual sea su núm ero, refiriéndose de la m ism a m anera a
cada uno de los mil o cuantos t enga la ciudad: «m ío» o «de Fulan o»;
y aún eso de m anera insegura, pues no es claro a quién le aconteció
nacerle un hijo o que siga vivo una vez nacido.
Ent onces ¿es m ejor que cada uno de los dos m il o diez mil ciu-

2. C it a c a si lit e r a l de P la tó n , República, V 463 ss.


! m crltua a Platón ' 7< J

dadanos diga «m ío» refiriéndose a lo m ism o, o m ás bien que digan


«m ío» com o en las ciudades act uales? En efect o, a una m ism a perso­
na uno llam a «su h i jo», ot ro «su herm an o», ot ro «su prim o» o cual­
quier ot ro nom bre de parent esco, según los lazos de sangre, i nt im i­
dad o afi n i dad con él o con los suyos. Y adem ás de estas relaciones, a
ot ro lo puede llam ar com pañero de fr at r ía o de t ribu. Es ciert am ent e
m ejor ser pr im o ver dadero que h i jo de aquella m anera.
Por ot ra part e, t am poco es posible evit ar que algunos lleguen a
con jet ur ar quiénes son sus herm anos, hijos, padres y m adres. Por los
parecidos que t ienen los hijos con los padres, forzosam ent e obt en­
dr án pruebas seguras. Est o es precisam ent e lo que sucede, según d i ­
cen algunos de los que han escrit o sobre viajes al m undo: algunos
habit ant es de la Li bi a superior t ienen en com ún las m ujer es, y los
hijos que nacen se repart en ent re ellos según su parecido. H ay al gu ­
nas m ujer es y hem bras de ot ros anim ales, com o las yeguas y las va­
cas, que son nat uralm ent e m uy propensas a dar hijos sem ejant es a
sus progenit ores, com o la yegua llam ada Just a, en Fársal o.4

4. A dem ás, para los organizadores de esa com unidad no es fácil


prevenir los inconvenient es tales com o agravios, hom icidios invo­
lunt arios o volunt arios, peleas y ult rajes, falt as que son algo m ucho
más im pío cont ra los padres y m adres y los que son parient es pr óxi ­
m os que cont ra los ext raños. Incluso es forzoso que ocurran con más
frecuencia si no se conocen que si se conocen; adem ás ent re quienes
se conocen pueden darse las expiaciones acost um bradas, y ent re los
ot ros no.
Es t am bién absurdo que, habiendo est ablecido la com unidad de
hijos, suprim a solo la cohabit ación de los am ant es, y no prohíba el
am or ni los dem ás t rat os que, ent re padres e hijos y ent re herm anos,
son el colm o de la indecencia, puesto que ya lo es el m ism o hecho de
su am or. Es t am bién absurdo prohibir la unión ent re ellos por la
única causa de que el placer result ant e es excesivam ent e violent o,
pues el que sea padre e hijo, o ent re herm anos, no lo considera en
nada im port ant e.
iHo Antología de texto*

Parece que la com unidad de m ujeres e hijos es más útil 11262 l>|
para los labradores que para los guardianes. Pues será el afect o menor
si son com unes los hijos y las esposas, y es necesario que sea así en los
subordinados para que obedezcan y no t ram en revoluciones. Pero en
conjunt o, tal ley va a producir necesariam ent e efectos cont rarios a los
que deben tener las leyes bien establecidas, y a la causa por la que
Sócrat es piensa que debe regular así sobre los hijos y las m ujeres.
Creem os, pues, que la am ist ad es el m ás gran de de los bienes en
las ciudades (con ella se reducirían al m ínim o las sediciones), y Só­
crat es alaba principalm ent e que la ciudad sea unit aria, lo cual parece
ser y él lo dice, obra de la am ist ad, com o t am bién sabem os que en los
discursos sobre el am or Arist ófanes dice que los am ant es por su
fuert e am or desean unirse y am bos llegar a ser, de dos que eran,
uno.3 Per o en esta ciudad es forzoso que la am ist ad se diluya con
una tal com unidad, en la que de ningún m odo llam e «m ío» el hijo
al padre o el padre al hijo. Pues com o un poco de dulce m ezclado
con m ucha agua result a im percept ible en la m ezcla, así sucede con el
parent esco m ut uo al que se refieren aquellos nom bres, y, en un r égi ­
men sem ejant e, en m odo alguno será necesario que el padre se cuide
de los hijos, ni el hijo de su padre, ni unos herm anos de ot ros. H ay
dos cosas principalm ent e que hacen que los hom bres t engan int erés
y afect o: la pert enencia y la est im ación. N in gun a de estas dos puede
exist ir en los som et idos a tal gobierno.
Por ot ra part e, eso de t ran sfer ir los hijos de los labradores y de
los art esanos a los guar dian es, y los de estos a aquellos, im plica m u­
cha confusión sobre el m odo de hacerlo; y es necesario que los que
los ent reguen y t ransfieran sepan qué niños ent regan y a quiénes.
Adem ás, de los delit os ant es dichos, com o afrent as, pasiones am or o­
sas y m uert es, necesariam ent e ocur r ir án m ás. Pues los guar dian es
ent regados a los ot ros ciudadanos dejan de llam ar herm anos, hijos,
padres y m adres a los dem ás, y t am bién los que vivan ent re los gu ar ­
dianes a los rest ant es ciudadanos, de m odo que no evit arán com et er

3 . P la tó n , Banquete, 191 ss.


Im frítifti a Viaton |H|

alguna de tales acciones por causa del parent esco. Sobr e la com uni ­
dad de m ujeres e hijos quede precisado ya de este m odo.

LA CRÍTICA A LA COMUNIDAD DE PROPIEDADES DE LA «REPUBLICA»

Aristóteles analiza la doctrina de la comunidad de propiedades contenida


en la República de Platón (Libro II, cap. 5), y observa que esta obtiene un
resultado opuesto al que se propone, ya que, en vez de provocar mayor
unidad interna en la ciudad, causa mayores conflictos, debido a la tenden­
cia de cada individuo a desinteresarse por lo que es propiedad común. Con
todo, Aristóteles no considera la propiedad privada un derecho absoluto, y
propone una solución en la cual la riqueza, esto es, la tierra, sea en su ma­
yor parte propiedad privada de los cabezas de familia (quienes hacen que
esclavos y campesinos trabajen en ella), pero el uso sea común y cubra las
necesidades de la familia y de la ciudad (por ejemplo, para organizar las
sisitias o banquetes comunes). Hacia el final de este pasaje, Aristóteles
también critica el sistema de gobierno que propone Platón, en el cual los
gobernantes siempre son los mismos.

El texto que sigue procede de Política, op. cit., Libro II, cap. 5, págs. 95-103.

5. En conexión con esto, hay que exam i n ar el t em a de la propiedad,


cóm o deben adm in ist r arla los que pret enden regirse con el m ejor
régim en: si la propiedad ha de ser com ún o no. Est e t em a podría
exam inarse incluso apart e de la legislación sobre las m ujeres y los
hijos. Q uier o decir que, [ 1263 a] respect o de la propiedad, podem os
pregunt arnos — aunque los hijos y las m ujeres no sean com unes,
com o sucede ahora en t odas partes— si es m ejor que la propiedad y
el uso sean com unes; por ejem plo, que los cam pos sean de propiedad
part icular, pero que los frut os se pongan en com ún para su consum o
(como hacen algunas t ribus), o al cont rario, que la t ierra sea com ún
y se la t rabaje en com ún, pero que los frut os se repart an para sus
necesidades part iculares (se dice que algunos bárbaros t am bién prac-
1H2 Antología tic textos

t ican esta clase de com unidad), o que los cam pos y los frut os sean
com unes.
Si los que cult ivan la t ierra no son sus dueños, la cuest ión sería
dist int a y m ás fácil, pero si la t rabajan para sí m ism os, la cuestión
sobre la propiedad puede present ar m ás dificult ades; de hecho, al no
ser iguales en los beneficios y en los t rabajos, sino desiguales, es for ­
zoso que surjan acusaciones cont ra los que disfrut an o reciben m u­
cho y t rabajan poco, por part e de los que reciben m enos y t rabajan
más. En general, la convivencia y la com unidad en t odas las cosas
hum anas es difícil, y especialm ent e en estas. Son un ejem plo evi den ­
te las asociaciones de com pañeros de viaje: en la m ayoría de los casos
surgen diferencias por cosas cot idianas, y por m enudencias chocan
unos con ot ros. Tam bi én solem os chocar sobre t odo con los criados a
quienes m ás t rat am os para los servicios corrient es.
El t ener en com ún la propiedad present a estas y ot ras dificult a­
des sem ejant es. El régim en act ual, m ejor ado por buenas cost um bres
y por la im plant ación de leyes just as, puede ser superior en no poco.
Pues t endrá lo bueno de am bos. Q uier o decir con lo de «am bos»: el
régim en de propiedad com ún y el de propiedad pr ivada. Pues la
propiedad debe ser en ciert o m odo com ún, pero en general privada.
Los int ereses, al est ar divididos, no ocasionarán acusaciones recípro­
cas, y producirán m ás, al dedicarse cada uno a lo suyo. Per o, gracias
a la vir t ud, se act uará para su uso según el proverbio: L as cosas de los
am igos son com unes.4 Incluso act ualm ent e, en algunas ciudades
está esbozado ese régim en com o para probar que no es im posible, y
especialm ent e en las ciudades bien adm inist radas ya exist e en ciert as
cosas y podría exist ir en ot ras. Cada ciudadano, t eniendo su propie­
dad pr ivada, pone unos bienes al servicio de los am igos y se sirve de
ot ros com unes. A sí, en Lacedem onia, se ut ilizan los esclavos de unos
y ot ros, por decirlo así, com o si fueran propios, y t am bién los caba­
llos y los perros y los product os del cam po si están necesit ados en sus

4. Según parece, la frase se remonta a Pitágoras (Diógenes Laercio, V I I I 10),


aunque algunos estudiosos dudan del sentido de la comunidad de los pitagóricos.
Im crítua a Platón

viajes por el país. Es claro, por tanto, que es m ejor que la propiedad sea
privada, pero para su utilización que se haga com ún. El modo de tal
realización, eso es tarea propia del legislador. Adem ás, desde el punt o
de vista del placer, es indecible cuánto im port a considerar algo como
propio. Pues no en vano cada uno se tiene [ 1263 b] am or a sí m ism o, y
ello es un sent imiento nat ural. Se censura con razón el egoísmo, pero
esto no consiste en am arse a sí m ism o, sino en am arse más de lo que se
debe, com o el caso del am or al dinero, ya que todos, por decirlo así,
aman cada una de estas cosas. Por ot ro lado, el hacer favores y ayudar
a los am igos, huéspedes o com pañeros es la cosa m ás agradable, y esto
solo se hace si la propiedad es privada. Est os placeres ciert ament e no
se dan si se hace la ciudad dem asiado unit aria, y adem ás se dest ruye
evidentemente la práctica de dos virt udes: la continencia respecto de
las m ujeres (pues es una bella acción abstenerse de la m ujer ajena por
continencia) y la generosidad en el em pleo de las propiedades, ya que
nadie podrá most rarse generoso ni realizar ninguna acción generosa,
pues en el uso de los bienes se ejercit a la generosidad.
A sí pues, tal legislación podría parecer at ract iva y filant rópica; el
que oye hablar de ella la acoge contento creyendo que habrá una
am ist ad adm irable de t odos para con t odos,5 especialm ent e cuando
se crit ican los males act uales que exist en en los regím enes, en la idea
de que se han producido por no haber com unidad de bienes; me re­
fiero a los procesos de unos cont ra ot ros por los cont rat os, juicios por
falso t est im onio, y adulaciones a los ricos. Pero nada de esto ocurre
por la falt a de com unism o, sino por la m aldad de los hom bres, pues­
to que vem os que los que t ienen sus propiedades en com ún y part i­
cipan de ellas discrepan m ucho m ás que los que t ienen los bienes
separados; pero observam os que son pocos los que t ienen lit igios por
los bienes de la com unidad, si los com param os con los m uchos lit i­
gios de los que poseen propiedades privadas.

5. Probablemente, Aristóteles se refiere a los predicadores cínicos, los cua­


les debieron de aceptar con entusiasmo ciertas páginas de Platón muy acordes a
su ideología.
184 Antología tic textos

Adem ás, es just o no hablar solo de cuánt os m ales se suprim irían


con la práct ica com unist a, sino t am bién de cuántos bienes se verán
privados. Se ve claro que la vida será t ot alm ent e im posible. Y la cau­
sa del err or de Sócrat es es necesario pensar que está en la incorrec­
ción de su hipótesis: la casa y la ciudad deben ser unit arias en ciert o
sent ido, pero no t ot alm ent e. Pr ogresando en esta t endencia, en efec­
to, puede dejar de ser ciudad, o podrá serlo, pero una ciudad que casi
no lo es, una ciudad de rango i nferior , com o si se hiciese de la sinfo­
nía una hom ofonía, o del rit m o un solo pie. Per o siendo una m ult i ­
plicidad, com o se ha dicho ant es, hay que hacerla una y com ún m e­
diant e la educación. Y es absurdo que el que se dispone a int roducir
la educación y cree que m ediant e ella la ciudad llegará a ser digna,
piense enderezarla con tales m edios, y no con las cost um bres, la fi l o­
sofía y las leyes, de la m ism a m anera que en Lacedem onia y en Cr e­
ta el legislador [ 1264 a] est ableció la com unidad de bienes en las co­
m idas en com ún.6
N o hay que desconocer t am poco que debe t enerse en cuent a el
lar go t iem po y los m uchos años en que no h abr ía pasado desaper ­
cibido, si t al solución fu er a buena; casi t odo est á ya descubiert o,
pero algun as ideas no se han r ecogido, y ot ras, aun que se conocen,
no se ponen en práct ica. Per o, sobre t odo, r esult ar ía clar o si uno
pudiese ver r ealm ent e tal régim en or gan izado. Pues no se podrá
hacer la ciudad sin d i vi d i r y separar a los ciudadanos, ya para las
com idas en com ún, ya en fr at r ías y t ribus. D e m odo que de lo le­
gislado no result ará n i n gun a ot ra cosa except o que los guar dian es
no cult i ven la t ier ra. L o cual int ent an t am bién ah or a i m plan t ar los
lacedem onios.
Por ot ra part e, t am poco ha dicho, ni es fácil de decir, cuál es la
m odalidad de régim en en conjunt o para los que viven en com uni­
dad. A u n qu e casi la t ot alidad de la ciudad está for m ada por la m ul-

6. Una de las razones por las que se introdujeron las comidas en común,
llamadas «sisitias», fue la voluntad de influir en los caracteres de sus partici­
pantes.
I a i critica a Platón 1K5

tit ud de los dem ás ciudadanos, acerca de los cuales no se ha definido


nada: ni si las posesiones de los agricult ores deben ser com unes, o
cada uno las suyas, ni t am poco si sus m ujeres e hijos han de ser pr i ­
vados o com unes. Por que si t odas las cosas son com unes a todos de la
m ism a m anera, ¿en qué se diferen ciarán estos de aquellos gu ar d i a­
nes? ¿Q ué vent aja t endrán los som et idos al m ando de estos últ im os?
¿Con qué pret ext o se som et erán al m ando, a no ser que se Ies em plee
algún procedim ient o hábil, com o el de los cretenses? Est os conceden
a sus esclavos sus m ism os derechos, y solo les prohíben los ejercicios
físicos y la posesión de arm as.
Per o si t ales cosas son para los agricult ores com o en las dem ás
ciudades, ¿cuál será el caráct er de esa com unidad? H abr á necesaria­
m ent e dos ciudades en una m ism a, y estas cont rarias ent re sí, pues de
un lado, hace a los guar dian es com o defensores, y, de ot ro, a los agr i ­
cult ores, art esanos y dem ás ciudadanos.
D enuncias y procesos y cuant os ot ros m ales reconoce que exist en
en las ciudades, todos exist irán t am bién ent re ellos. A u n qu e Sócrat es
dice7 que no necesit arán m uchas leyes, a causa de su educación, por
ejem plo las relat ivas a la policía urbana, a los m ercados y ot ras sem e­
jant es, sin em bargo solo da educación a los guardianes. A dem ás hace
a los agricult ores dueños de sus propiedades m ediant e el pago de un
t ribut o; pero, com o es lógico, serán m ás difíciles de m an ejar y est a­
rán llenos de m ás pret ensiones que en ciert as ciudades los hilot as, los
siervos y los esclavos. Per o si estas cuest iones son igualm ent e necesa­
rias o si no, hasta ahora no se ha definido nada, ni t am poco sobre
cuest iones conexas: cuál será su gobierno, su educación y sus leyes.
N o es problem a fácil de descubrir, ni t am poco de poca im port ancia,
cuáles sean las clases subordinadas para conservar segura la com uni ­
dad de los guardianes.
11264 b] Y si se establece la com unidad de m ujeres y la propiedad
privada, ¿quién adm inist rará la casa, com o los hom bres los t rabajos
del cam po? ¿Y si son com unes las propiedades y las m ujeres de los

7 . P la tó n , República, I V 425 c -d .
i8ú Antología tic textos

agricult ores? Es absurdo deducir de la com paración con los anim ales
que las m ujeres deben ocuparse de las m ism as cosas que los hom bres,
porque los anim ales no t ienen que adm inist rar la casa. Y es ar ri esga­
do est ablecer las m agist rat uras com o lo hace Sócrat es:8 los gobernan­
tes son siem pre los mismos, y eso llega a ser causa de sediciones incluso
ent re los hom bres que no poseen ningún relieve, y m ucho más ent re
hom bres im pulsivos y belicosos. Q ue se ve obligado a que ejerzan las
m agist rat uras, es evident e, pues el oro que procede del dios no está
m ezclado unas veces en las alm as de unos y ot ras veces en las de ot ros,
sino siem pre en las de los m ism os. D ice que en el m ism o m om ent o
de su generación, el dios m ezcla en unos oro, en ot ros plat a, y bronce
y hierro en los que han de ser art esanos y agricult ores.
Adem ás, aunque suprim e la felicidad de los guardianes, afirm a
que el legislador debe hacer feliz a la ciudad ent era. Per o es im posi­
ble que sea feliz t oda, si la m ayoría o no todas sus partes o algunos no
poseen la felicidad. Pues el ser feliz no es lo m ism o que ser par: esto
puede exist ir en el t odo, sin exist ir en ninguna de sus partes; en la
felicidad es im posible. Por ot ra part e, si los guar dian es no son felices,
¿qué ot ros lo son? Ciert am ent e, no exist ir en el t odo, sin exist ir en
ninguna de sus part es; los art esanos ni la m uchedum bre de los obre­
ros m anuales. A sí pues, el gobierno del que Sócrat es ha hablado t ie­
ne estas dificult ades y ot ras no m enores.

LA CRÍTICA A LAS «LEYES»

Especialmente interesante es la crítica de Aristóteles a las Leyes, el último


diálogo de Platón, en el que este renuncia a la ciudad ideal concebida en la
República para describir la mejor constitución o régimen político posible.
Aristóteles se siente muy próximo a la doctrina de las Leyes, si bien critica
algunos aspectos, como el número excesivo de habitantes que prevé para la
ciudad, la extensión de la propiedad y la falta de una limitación de los na-

8. República, I I I 412 ss.


cim ient os. Arist ót eles acerca el t ipo de const it ución que Plat ón propone en
este diálogo a lo que él l lam a polit ia (o «r epúbli ca»), est o es, una const it u­
ción que es una m ezcla de ol i gar qu ía y dem ocraci a, aun que crit ica a Pl a­
tón y asegur a que est e la habría concebido com o una m ezcla de dem ocr a­
cia y t iranía.

El texto que sigue procede de Política, op. cit., cap. 6, págs. 103-110.

6. Y más o m enos sucede lo m ism o respect o a las Leyes, escrit as más


t arde; por eso es m ejor t am bién hacer un breve exam en sobre el ré­
gim en en ellas propuest o. D e hecho, en la República, Sócrat es sobre
pocas cosas ha dado precisiones com plet as: sobre cóm o se debe esta­
blecer la com unidad de m ujeres e hijos, la propiedad y la ordenación
del régim en político. D i vi de, en efect o, la m ult it ud de habit ant es en
dos partes: una la de los agricult ores, y ot ra, la de los defensores, y de
estos últ im os saca una t ercera, la que delibera y es soberana de la
ciudad.9 Sobre los agricult ores y los art esanos, Sócrat es no ha preci­
sado en absolut o si part icipan de alguna m agist rat ura o de ninguna,
y si t am bién ellos deben poseer arm as y part icipar en la guer r a o si
no. Per o piensa que las m ujeres deben part icipar en la guer r a y com ­
part ir la m ism a educación que los guardianes. El resto de la obra
está lleno de explicaciones ajenas al t em a y acerca de la clase de edu­
cación que debe darse a los guardianes.
[ 1265 a] Las Leyes, en su m ayor part e, son, just am ent e, leyes;
poco se dice en ellas del régim en polít ico, y aunque quier e hacerlo
más adapt able a las ciudades act uales, poco a poco lo reconduce de
nuevo a la ot ra República. A par t e de la com unidad de las m ujeres y
de la propiedad, en lo rest ant e asigna las m ism as disposiciones a am ­
bos regím enes: la educación es la m ism a, y la vida libre de los t raba­
jos necesarios, y acerca de las com idas en com ún igualm ent e, excep­
to que en las Leyes dice que deben exist ir com idas en com ún t am bién

9. S o n los filó so fo s; cf. P la tó n , República, III 4 1 2 d -e .


1
IÍ H Antología tic texto\

para las m ujeres y que en una obra son mil los que poseen las arm as,
y en ot ra, cinco mil.
T odos los razonam ient os de Sócrat es t ienen or igi n ali dad, sut ile­
za, novedad y perspicacia, pero sin duda es difícil que t odo esté bien,
y no debe pasarnos desapercibido que la cant idad que acabam os de
indicar necesit ará una región com o Babilonia o alguna ot ra de ex­
t ensión desm esurada, de la que puedan m ant enerse cinco mil hom ­
bres ociosos, y junt o a ellos ot ra m ult it ud m uchas veces m ayor de sus
m ujeres y servidores. Las hipótesis deben ser a volunt ad, pero no
deben ser nada imposible.
Se dice que el legislador debe est ablecer las leyes m irando dos
cosas: al t errit orio y a los hom bres. Pero conviene añadir, adem ás, los
lugares vecinos, si la ciudad debe vi vi r una vida propia de una ci u­
dad y no de un solit ario. Pues en la guer r a es necesario servirse de
arm as no solam ent e útiles en su propio t errit orio, sino t am bién en
los t errit orios de alrededor. Y aunque no se acept e este t ipo de vida,
ni para el individuo ni para la com unidad de la ciudad, no por ello
debe ser m enos t em ible para los enem igos, lo m ism o si invaden el
país com o si se ret iran.
Y en cuant o a la ext ensión de la propiedad, hay que ver si no es
m ejor fi jar la de m anera diferent e y con m ás claridad. Pues dice10
que debe ser suficient e com o para vi vi r con m oderación, que es com o
si se di jer a para vi vi r bien. Est o es dem asiado general; adem ás es
posible vi vi r con m oderación pero m iserablem ent e. U n a definición
m ejor sería m oderada y liberalm ent e. (Separadas am bas cosas, a la
liberalidad seguirá el lujo, y a la m oderación la est rechez.) Est as son
las únicas act it udes deseables en el uso de los bienes; no es posible,
por ejem plo, usarlos m ansa o valient em ent e, pero sí m oderada y li ­
beralm ent e, de m odo que estas son necesariam ent e las act it udes res­
pecto a ellos.
Es absurdo t ambién que, igualando las propiedades, no tome m e­
didas sobre el núm ero de ciudadanos, y deje la nat alidad sin límite,

io. Platón, Leyes, V 737 d.


com o si bastara para mantenerse el m ism o núm ero la infecundidad de
una ciert a cantidad 11265 bl de habitantes, puesto que parece que esto
sucede en las ciudades actuales. Pero eso debe ser precisado con más
exact it ud en esa ciudad que en las actuales: ahora nadie está necesita­
do, porque los bienes se repart en ent re t oda la población, sea cual sea
el núm ero; pero entonces, al ser indivisible la propiedad, es forzoso
que el exceso de población, sea más o menos cuantioso, no tenga nada.
Se podría suponer que es necesario lim it ar la procreación m ás que la
propiedad, de m odo que no se engendren más de ciert o núm ero, y
establecer este at endiendo a las event ualidades de que m ueran algu­
nos de los nacidos y a la infecundidad de otros. El dejar de lado esto,
com o ocurre en la m ayoría de las ciudades, llega a ser forzosam ent e
causa de pobreza para los ciudadanos, y la pobreza engendra sedicio­
nes y crímenes. Fidón de Corint o, uno de los más ant iguos legislado­
res, creyó que las casas y el núm ero de ciudadanos debían perm anecer
iguales, aunque al principio todos t enían lotes de t ierra desiguales en
ext ensión. Y en las Leyes ocurre lo contrario. Pero sobre estas cuest io­
nes, de qué m odo nos parece m ejor, lo direm os después.
T am bi én se ha om it ido en las Leyes en qué han de dist inguirse
los gobernant es y los gobernados. Pues dice solo que, com o la rela­
ción de la urdim bre a la t ram a, hecha de dist int a lana, así t am bién
debe ser la de los gobernant es con los gobernados. Puest o que per m i ­
te que la hacienda ent era aum ent e hasta quint uplicarse, ¿por qué no
había de ser lo m ism o con la t ierra hasta un ciert o lím it e?
T am bi én hay que exam i n ar la división de las casas, por si no
conviene a la adm inist ración dom ést ica, pues asignó a cada uno dos
edificios, en lugares separados, y es difícil habit ar dos casas.
El sist em a, en su conjunt o, no quier e ser ni una dem ocracia ni
una oli gar quía, sino un t érm ino m edio ent re am bas, al que llam an
«república», pues es el régim en de los que t ienen ar m as pesadas." Si
establece este régim en com o el m ás asequible a las dem ás ciudades,

11. En las Leyes (VI 753 b ss.), Platón divide a la población, formada por
cuatro clases, en dos partes: los guerreros, a quienes eligen para ocupar cargos, y
nm w ngia ar TCXTñs

quizá lo ha propuest o bien; pero si lo considera com o el m ejor des­


pués del de la República no lo ha hecho bien. T al vez alguien podría
alabar el de los lacedem onios o incluso algún ot ro más arist ocrát ico.
Algun os dicen que el m ejor gobierno debe ser una m ezcla de todos
los regím enes, y por eso elogian el de los lacedem onios. Ést os dicen
que es una m ezcla de oli gar quía, m onarquía y dem ocracia; la reale­
za, según ellos, es la m on arquía, el gobierno de los ancianos la ol i ­
gar quía, y que se gobiernan dem ocrát icam ent e bajo el de los éforos,
ya que estos se eligen del pueblo. Según ot ros, el eforado es una t ira­
nía, y el gobierno dem ocrát ico está represent ado en las com idas en
com ún y en el resto de la vida cot idiana.
[ 1266 aj En las Leyes se ha di ch o*12 que es necesario que el r égi ­
m en m ejor se com ponga de dem ocracia y de t iranía, las cuales o no
pueden considerarse en absolut o com o regím enes de gobierno, o
com o los peores de todos. O pinan m ejor los que m ezclan m ás; pues
el régim en com puest o de m ás elem ent os es m ejor.
En segundo lugar, ese régim en es evident e que no tiene ningún
elem ent o m onárquico, sino oligárquicos y dem ocrát icos, y t iende a
inclinarse m ás hacia la oli gar quía. Est o se ve claro por el m odo de
nom brar los m agist rados. El hecho de que sean sort eados de ent re
los ya elegidos es com ún a m uchos sist em as, pero el que sea obli­
gat orio para los m ás ricos asist ir a la asam blea, elegi r a los m agist r a­
dos o int er venir en cualquier ot ro asunt o polít ico, m ient ras los
dem ás quedan exent os, eso es oligár quico, así com o pr ocurar que
sean m ás num erosos los m agist rados procedent es de las clases ricas,
y que las m agist rat uras m ás alt as estén desem peñadas por los m ayo­
res t ribut arios. Incluso la elección de los consejeros la hace oli gár qu i ­
ca: t odos t om an part e en la elección obligat oriam ent e, cuando se t ra­
t a de elegi r ent re los ciudadanos de la pr im er a clase; luego ot ros

los campesinos y los artesanos. Evidentemente, son los primeros quienes dirigen
el Estado.
12. Est a aserción de Aristóteles no se encuentra en las Leyes, aunque Platón
expresa ideas similares en varias ocasiones.
i m alt a a tí rlatón v

tantos de la segunda, y después de la t ercera. Per o el voto no es obli­


gat or io para todos cuando se t rat a de los de t ercera y cuart a clase, y
en la elección de ciudadanos de la cuart a clase el vot o solo es obliga­
t orio para los de pr im er a y segunda. Y después dice que debe elegi r ­
se un núm ero igual de cada clase. A sí que serán m ás y m ejores los
m agist rados procedent es de los m ayores t ribut arios, porque algunos
de las clases populares, al no ser obligat orio, no vot arán.
A sí pues, que tal régim en no debe com ponerse de dem ocracia y
m on arquía parece evident e por estas razones y por las que direm os
después, cuando nos propongam os el exam en de tal régim en. A d e­
m ás, tiene un riesgo elegi r los m agist rados ent re ciudadanos ya ele­
gidos, pues si algunos, aunque sean pocos, quieren ponerse de acuer­
do, siem pre se hará la elección según su volunt ad. Est a es la m anera
en que se presenta el régim en propuest o en las Leyes.
L A S C O N ST I T U C I O N ES

EL CIUDADANO Y SU VIRTUD

En el L i b r o I I I de la Polít ica, A r i st ót eles abor da el t em a de la const it ución


o régim en polít ico, objet o pr i ncipal de la obra. D ad o que la const it ución
est ablece qui én for m a part e de la ci u d ad , es d eci r , qui én es ciudadan o,
ant es de d efi n i r la const it ución es necesario acl ar ar el concept o de ci u d ad a­
no. En los caps. 1- 5 del libr o, A r i st ót eles da var ias defin icion es de ci u dada­
no, y al final lo i den t ifica con el que t iene la posibilidad de part icipar en la
asam blea y los t ribunales. Est a defi n i ci ón excluye, eviden t em en t e, a escla­
vos, ext r an jer os, m ujer es y m uchachos. Por ello, el Est agi r i t a se pregunt a
si la vi r t u d , es deci r , la per fecci ón , del ci u dadan o coincide con la del h om ­
bre en gen er al, y responde que solo es así en el caso de los gobernant es. Por
t ant o, quedan exclui dos de la vi r t u d del ci u dadan o los esclavos y los ar t e­
sanos m an uales, que no pueden ocu par car gos públicos, unos por falt a de
libert ad y ot ros por fal t a de t iem po.

El texto que sigue procede de Política, op. cit ., Libro I I I , caps. 1-5, págs. 151-
168.

1. [ 1274 bj Par a quien exam ina los regím enes polít icos, qué es cada
uno y cóm o son sus cualidades, la pr im er a cuest ión a exam i n ar , en
general, sobre la ciudad es: ¿qué es la ciudad? Pues act ualm ent e es­
tán di vididas las opiniones; unos dicen que la ciudad ha realizado tal
acción; ot ros, en cam bio, dicen que no fue la ciudad, sino la ol i gar ­
quía o el t irano. Vem os que t oda la act ividad del polít ico y del legis­
la
i'H Anto/ofiiti de textos

lador se refiere a la ciudad. Y el régim en político es ciert a or dena­


ción de los habit ant es de la ciudad.
Puest o que la ciudad está com puest a de element os, com o cu al ­
quier ot ro t odo com puest o de m uchas partes, es evident e que lo que
prim ero debe estudiarse es al ciudadano. La ciudad, en efecto, 11275 a |
es una ciert a m ult it ud de ciudadanos, de m odo que hem os de exam i ­
nar a quién se debe llam ar ciudadano y qué es el ciudadano. Pues
t am bién frecuent em ent e hay discusiones sobre el ciudadano y no es­
tán todos de acuerdo en llam ar ciudadano a la m ism a persona. El
que es ciudadano en una dem ocracia, m uchas veces no lo es en una
oligar quía.
D ejem os de lado a los que de un m odo excepcional reciben esa
denom inación, com o los ciudadanos nat uralizados. El ciudadano no
lo es por habit ar en un lugar det erm inado (de hecho los m et ecos' y
los esclavos part icipan de la m ism a residencia), ni t am poco los que
part icipan de ciert os derechos com o para ser som et idos a proceso o
ent ablarlo (pues este derecho lo t ienen t am bién los que part icipan de
él en virt ud de un t rat ado; estos, en efect o, lo t ienen, m ient ras en
m uchas partes ni siquiera los met ecos part icipan de él plenam ent e,
sino que les es necesario designar un pat rono, de m odo que part ici­
pan no plenam ent e de tal com unidad). Es el caso de los niños aún no
inscritos a causa de su edad y de los ancianos liberados de t odo servi­
cio; se deberá decir que son ciudadanos en ciert o m odo, pero no en
un sent ido dem asiado absolut o, sino añadiendo alguna det erm in a­
ción, a unos «im perfect os», a ot ros «excedent es por la edad» o cual­
quier ot ra sem ejant e (no im port a una que ot ra, pues está claro lo que
se quiere decir).
Buscam os, pues, al ciudadano sin m ás y que por no t ener ningún
apelat ivo tal no necesita corrección alguna, puesto que t am bién hay
que plant earse y resolver tales dificult ades a propósit o de los pr iva­
dos de derechos de ciudadanía y de los dest errados.
U n ciudadano sin más por ningún ot ro rasgo se define m ejor que

1. Los «metecos» eran extranjeros domiciliados.


I m .c constituciones ">5

por part icipar en las funciones judiciales y en el gobierno. De las m a­


gist rat uras, unas son lim it adas en su dur ación, de m odo que algunas
no pueden en absoluto ser desem peñadas por la m ism a persona dos
veces, o solo después de det erm inados int ervalos; ot ras, en cam bio,
pueden serlo sin lim it ación de t iem po, com o las de juez y m iem bro
de la asam blea. T al vez podría alegarse que esos no son m agist rados
ni part icipan por ello del poder, pero es ridículo considerar privados
de poder a los que ejercen los poderes m ás altos. Pero no dem os nin­
guna im port ancia a esto, pues es una cuest ión de denom inación, y no
hay un t érm ino para lo que es com ún al juez y al m iem bro de la
asam blea, no se sabe cóm o debem os llam ar a ambos. D igam os, para
dist inguirla, m agist rat ura indefinida. Ent onces establecemos que los
que part icipan de ella son ciudadanos. T al es la definición de ciuda­
dano que m ejor se adapt a a todos los así llam ados.
N o debem os olvidar que las realidades cuyos supuest os difieren
específicam ent e — y uno de ellos es prim ero, ot ro segundo, y ot ro el
siguient e— o no t ienen absolut am ent e nada en com ún en cuant o
tales, o escasament e. Y vem os que los regím enes políticos difieren
unos de ot ros específicam ent e, y que unos son post eriores y otros
ant eriores. I 1275 b| Los defect uosos y degenerados serán forzosa­
ment e post eriores a los perfect os. (En qué sent ido decim os degener a­
dos, quedará claro m ás adelant e.) D e m odo que t am bién el ci udada­
no será forzosam ent e dist int o en cada régim en. Por eso el ciudadano
que hem os definido es sobre t odo el de una dem ocracia; puede ser el
de ot ros regím enes, pero no necesariam ent e. En algunos, el pueblo
no exist e ni celebran regularm ent e una asam blea, sino las que se
convocan expresam ent e, y los procesos se juzgan repart iéndolos en­
t re los m agist rados. Por ejem plo, en Lacedem onia los éforos juzgan
los referent es a los cont rat os, los geront es los de asesinat o, e i gual­
ment e ot ros m agist rados ot ros procesos. D el m ism o m odo ocurre en
Car t ago: algunas m agist rat uras juzgan todos los procesos.
Per o la definición del ciudadano adm it e una corrección; en los
dem ás regím enes el m agist rado indefinido no es m iem bro de la
asam blea y juez, sino el que corresponde a una m agist rat ura det er ­
i ()(> Antología de textos

m inada; pues a todos estos o a algunos de ellos se les ha confiado el


poder de deliberar y ju zgar sobre t odas las m at erias o sobre algunas.
D espués de esto result a clar o quién es el ciudadano: a quien tiene la
posibilidad de part icipar en la función deliberat iva o judicial, a ese
llam am os ciudadano de esa ciudad; y llam am os ciudad, por decirlo
brevem ent e, al conjunt o de tales ciudadanos suficient e para vivir
con aut arquía.

2. En la práct ica se define al ciudadano com o el nacido de dos pa­


dres ciudadanos y no de uno solo, el padre o la m adre. O t ros incluso
piden m ás en tal sent ido, por ejem plo dos, tres o m ás antepasados.
Pero dada tal definición de orden cívico y conciso, algunos se pre­
gunt an cóm o será ciudadano ese t ercer o cuart o ant epasado. Gor gi as
de Leont inos, quizá por no saberlo o por ironía, dijo: igual que son
m ort eros los objet os hechos por los fabricant es de m ort eros, así t am ­
bién son lariseos los hechos por sus art esanos, pues hay algunos que
fabrican lariseos. Sin em bargo, la cosa es sencilla; si, conform e a la
definición dada, part icipaban de la ciudadanía, eran ciudadanos, ya
que no es posible aplicar lo de «hijo de ciudadano o ciudadana» a los
prim eros habit ant es o fundadores de una ciudad.
Q uizá el tema presenta una dificult ad m ayor en el caso de cuan­
tos part iciparon de la ciudadanía m ediant e una revolución; por
ejem plo, los que hizo ciudadanos Clíst enes en At enas después de la
expulsión de los t iranos. I n t r odujo en las t ribus a m uchos ext ran je­
ros y esclavos metecos. Pero la discusión respect o a estos no es quién
es ciudadano, sino si lo es just a o injust am ent e. A un que t am bién uno
podría pregunt arse esto: ¿si alguien es ciudadano [ 1276 a] i n jus­
t am ent e, no dejar á de ser ciudadano, en la idea de que lo injust o
equivale a lo falso? Pero, una vez que vem os que algunos gobi er ­
nan injust am ent e y de estos afirm am os que gobiernan, aunque no
sea just am ent e, y el ciudadano ha sido definido por ciert o ejercicio
del poder (pues, com o hem os dicho, el que part icipa de tal poder es
ciudadano), es evident e que hay que llam ar ciudadanos t am bién a
estos.
/ a i s constituciones '<>7

3. La cuest ión de si son ciudadanos just a o injust am ent e está en re­


lación con la discusión m encionada antes. Algun os, en efecto, se pre­
gunt an cuándo la ciudad ha act uado y cuándo no, por ejem plo,
cuando una oli gar quía o una t iranía se conviert e en una dem ocracia.
Ent onces hay algunos que quieren rescindir los cont rat os, bajo pre­
t exto de que no los t om ó la ciudad sino el t irano, y ot ras m uchas
obligaciones sem ejant es, en la idea de que algunos regím enes exist en
por la fuer za y no por ser convenient es a la com unidad. Y si algunos
se gobiernan dem ocrát icam ent e según el m ism o procedim ient o, ha­
brá que afi r m ar de igual m odo que las acciones de tal régim en son
acciones propias de la ciudad com o las r ealizadas por la oli gar quía y
la t iranía. Est e t em a parece em parent ado con esta di ficult ad: ¿cuán­
do y cóm o hay que decir que la ciudad es la m ism a o que no es la
m ism a sino ot ra diferent e?
El exam en más t rivial de la dificult ad es el que t iene en cuent a el
lugar y los habit ant es, pues es posible que el lugar y los habit ant es
estén separados, y que unos habit en en un lugar y ot ros en ot ro. Est a
dificult ad debe considerarse bast ant e sencilla (pues el que la palabra
ciudad t enga varias acepciones hace fácil la cuestión). I gualm ent e en
el caso de que la población habit e el m ism o lugar, podem os pr egun ­
t arnos ¿cuándo debe considerarse que la ciudad es una? N o será,
ciert am ent e, por sus m ur allas, pues una sola m ur alla podría rodear
el Peloponeso. T al es qu i zá el caso de Babilonia y de t oda población
que tiene el perím et ro m ás bien de una nación que de una ciudad.
D e Babilonia dicen que al t ercer día de haber sido t om ada, una par ­
te de la ciudad no se había ent erado. Pero el exam en de esta di fi cul­
tad será m ás oport uno en ot ra ocasión.
En cuant o al t am año de la ciudad, el político no debe olvidar qué
ext ensión conviene y si debe t ener una sola raza o m ás. Y en el caso
de que unos m ism os habit ant es pueblen el m ism o lugar, hay que
afi r m ar que la ciudad es la m ism a m ient ras sea el m ism o el linaje de
los que la habit an, aunque cont inuam ent e unos m ueren y ot ros na­
cen, com o acost um bram os a decir que los ríos y las fuent es son los
m ism os, aunque su corrient e surge y pasa cont inuam ent e, ¿o hay
iy8 Antología de textos

que decir que los hom bres son los m ism os por esa razón, pero l.i
ciudad es ot ra?
[ 1276 b] Pues si la ciudad es una ciert a com unidad, y es una co
m unidad de ciudadanos en un régim en, cuando el régim en se alt era
específicam ent e y se hace diferent e, parecerá forzoso pensar que la
ciudad t am poco es la m ism a, así com o decim os de un coro que es
diferent e, unas veces cóm ico y ot ras veces t rágico, aunque a m enudo
lo com ponen las m ism as personas. I gualm ent e, decim os que toda
ot ra com unidad es dist int a cuando es dist int o el t ipo de su com posi­
ción; por ejem plo, decim os que la arm onía de los m ism os sonidos es
dist int a cuando el m odo es dorio y cuando es frigio. Si esto es así, es
evident e que se debe decir de una ciudad que es la m ism a at endien­
do principalm ent e a su régim en, y es posible llam arla con un nom ­
bre dist int o o el m ism o ya sean los que la habit an los m ism os hom ­
bres ya sean ot ros com plet am ent e dist intos. En cuant o a si es justo
cum plir o no los contrat os cuando la ciudad cam bia a ot ro régim en,
es ot ra cuest ión diferent e.4

4. A cont inuación de lo que acabamos de decir hay que exam inar si


debe considerarse la m ism a la virt ud del hom bre de bien y la del buen
ciudadano, o no es la mism a. Pero si esto debe ser objet o de invest iga­
ción, hay que abordar prim ero m ediant e un bosquejo la del ciudada­
no. A sí com o el m arino es un m iem bro de una com unidad, así t am ­
bién lo decim os del ciudadano. A un que los m arinos son desiguales en
cuant o a su función (uno es rem ero, ot ro piloto, ot ro vigía y ot ro tiene
ot ra denom inación semejant e), es evident e que la definición m ás exac­
ta de cada uno será propia de su función, pero al m ism o t iempo una
ciert a definición com ún se adapt ará a todos. L a seguridad de la nave­
gación es, en efecto, obra de todos ellos, pues a este fin aspira cada uno
de los m arinos. I gualm ent e ocurre con los ciudadanos; aunque sean
desiguales, su t area es la seguridad de la com unidad, y la com unidad
es el régim en. Por eso la virt ud del ciudadano está forzosam ent e en
relación con el régim en. Por tanto, si hay varias form as de régim en, es
evident e que no puede haber una virt ud perfect a única del buen ciu-
¡ m s amsut ut ¡unes 'W

dadano. En cam bio afirm am os que el hom bre de bien lo es conform e


a una única virt ud perfecta. A sí que es claro que se puede ser buen
ciudadano sin poseer la virt ud por la cual el hom bre es bueno.
N o obstante, se puede abordar el m ism o tema de ot ro modo, plan­
t eando el problem a desde el punt o de vista del régim en m ejor. En
efecto, es imposible que la ciudad se com ponga ent eram ent e de hom ­
bres buenos, pero cada uno debe realizar bien su propia act ividad, y
esto depende de la virt ud. Por otra parte, puesto que es imposible que
todos los ciudadanos sean iguales, 11277 a] no podría ser una m ism a la
virt ud del ciudadano y la del hom bre de bien. L a virt ud del buen ciu­
dadano han de t enerla todos (pues así la ciudad será necesariament e la
mejor); pero es imposible que t engan la del hom bre de bien, ya que no
todos los ciudadanos de la ciudad perfect a son necesariament e hom ­
bres buenos. Adem ás, la ciudad está com puest a de element os dist in­
tos, com o el ser vivo, por de pront o, de alm a y cuerpo; y el alm a, de
razón y de apetito; y la casa, de m arido y de m ujer , y la propiedad,
de am o y de esclavo. D e igual m odo, t ambién la ciudad está com pues­
ta de todos estos elementos, y, además, de otros de distintas clases. Por
tanto, necesariamente no es única la virt ud de todos los ciudadanos,
como no lo es la del corifeo de los coreutas,2y la del simple coreuta. Por
ello, de lo dicho resulta claro que, sencillamente, no es la m isma virtud.
Pero, ¿será posible que coincidan en alguien la virt ud del buen
ciudadano y la del hom bre de bien? D ecim os que el buen gober n an ­
te debe ser bueno y sensat o, y que el polít ico ha de ser sensato. Y al ­
gunos dicen incluso que la educación del gobernant e debe ser dist in­
t a; así se ve que a los hijos de los reyes se les adiest ra en la equit ación
y en la guer r a; y Eur ípi des dice:

L ej os de m í los r efi n am i ent os,


sino lo que la ci udad requi er e,3

queriendo decir que hay una educación propia del gobernant e.

2. El corifeo era el director del coro; los coreutas, los miembros del coro.
3. N auck, T G F\ fragm. 16.
?U I > Antología de textos

Si la virt ud del buen gobernant e y la del hom bre de bien fuera la


m ism a, com o t am bién el gobernado es ciudadano, no sería absoluta
m ent e la m ism a la del ciudadano y la del hom bre de bien, aunque
pueda serlo en el caso de algún ciudadano; porque no es la m ism a la
virt ud del gobernant e y la del ciudadano. Q uizá por eso di jo Jasón
que t enía ham bre cuando no era t irano, significando que no sabía
ser un sim ple part icular.
Por ot ra part e, se elogia el ser capaz de m an dar y de obedecer, y
la virt ud de un ciudadano di gn o parece que es el ser capaz de m an­
dar y de obedecer bien. A sí pues, si establecemos que la virt ud del
hom bre de bien es de m ando, y la del ciudadano de m ando y de obe­
diencia, no pueden ser igualm ent e laudables. Puest o que es de opi­
nión com ún que el gobernant e y el gobernado deben aprender cosas
diferent es y no las m ism as, y el ciudadano debe saber y part icipar de
una y ot ra; de ahí se puede ver fácilm ent e la consecuencia.
Exi st e, en efect o, un gobierno propio del am o, y llam am os tal al
que se refiere a las t areas necesarias, que el que m anda no necesita
saber hacer, sino m ás bien ut ilizar . L o ot ro sería servil. L l am o lo ot ro
a ser capaz de desem peñar las act ividades del servicio. D ecim os que
hay varias clases de esclavos, ya que sus act ividades son varias. Una
part e de ellos la const it uyen los t rabajadores m anuales. Ést os son,
com o lo indica su nom bre, [ 1277 b] los que viven del t rabajo de sus
m anos, ent re los cuales está el obrero art esano. Por eso, en algunas
ciudades ant iguam ent e los art esanos no part icipaban de las m agis­
t rat uras, hasta que llegó la dem ocracia en su for m a ext rem a.
A sí pues, ni el hom bre de bien, ni el polít ico, ni el buen ci udada­
no deben aprender los t rabajos de t ales subordinados, a no ser oca­
sionalm ent e para su servicio ent eram ent e personal. D e lo cont rario,
dejar ía de ser el uno am o y el ot ro esclavo. Per o exist e un ciert o m an ­
do según el cual se m anda a los de la m ism a clase y a los libres. Ése
decim os que es el m ando polít ico, que el gobernant e debe aprender
siendo gobernado, com o se aprende a ser jefe de caballería habiendo
servido en la m ism a, y general de infant ería sirviendo a las órdenes
de ot ro y habiendo sido jefe de r egim ient o y jefe de com pañía. Por
Ims constituí iones 201

eso se dice y con razón que no puede m an dar bien quien no ha obe­
decido.4 L a virt ud de estos es dist int a, pero el buen ciudadano debe
saber y ser capaz de obedecer y m andar; y esa es la vir t ud del ciuda­
dano: conocer el gobierno de los hom bres libres bajo sus dos aspectos
a la vez.
Am bas cosas son propias del hom bre de bien; y si la t em planza y
la just icia son de una for m a dist int a en el que m anda y en el que
obedece pero es libre, es evident e que no puede ser una sola vir t ud
del hom bre de bien, por ejem plo su just icia, sino que t endrá form as
dist int as según las cuales gobernará y obedecerá, com o son dist int as
la t em planza y la fort aleza del hom bre y de la m ujer. (El hom bre
parecería cobarde si es valient e com o es valient e la m ujer , y la m u ­
jer parecería habladora si fuera discret a com o lo es el hom bre bueno.
Pues t am bién es dist int a la adm inist ración dom ést ica del hom bre y
la de la m ujer ; la función del pr im er o es adqu i r i r , la de ella guar dar.)
L a prudencia es la única virt ud peculiar del que m anda; las de­
m ás parece que son necesariam ent e com unes a gobernados y a go­
bernant es. Per o en el gobernado no es vir t ud la prudencia, sino la
opinión ver dadera, pues el gobernado es com o un fabricant e de fl au ­
tas y el gobernant e com o el flaut ist a que las usa.
D e estas consideraciones queda claro si la vir t ud del hom bre de
bien y la del buen ciudadano son la m ism a o dist int as, y de qué m a­
nera son una m ism a y cóm o son dist intas.

5. Acerca del ciudadano queda aún uno de los problem as. Real ­
m ent e, ¿es ciudadano solo el que puede part icipar del poder o t am ­
bién hay que considerar ciudadanos a los t rabajadores m anuales? Si
han de considerarse ciudadanos incluso los que no part icipan de las
m agist rat uras, no es posible que aquella virt ud m encionada sea pr o­
pia de t odo ciudadano (pues el t rabajador m anual sería ciudadano).
Y si ninguno de ellos es ciudadano, ¿en qué gr upo debem os colocar
a cada uno? N o son, en efect o, met ecos ni ext ranjeros. ¿O direm os

4. Lo dice Solón (Diógenes Laercio, I 69).


202 Antología <ic textos

que de esa argum ent ación no result a ningún absurdo? 11278 a| l’ ucs
t am poco los esclavos ni los libertos pert enecen a ninguna de las cla­
ses m encionadas. L a verdad es que no hay que considerar ciudada­
nos a todos aquellos sin los cuales no podría exist ir la ciudad, puesto
que t am poco los niños son ciudadanos de la m ism a m anera que los
hom bres, sino que estos lo son absolut am ent e, y aquellos, bajo con­
dición, pues son ciudadanos, pero incom pletos.
En los t iem pos ant iguos y en algunos lugares, los t rabajadores
m anuales eran esclavos o ext ranjeros, y por eso aún hoy lo son la
m ayoría. L a ciudad m ás perfect a no hará ciudadano al t rabajador.
En el caso de que este t am bién sea ciudadano, la virt ud del ciudada­
no de la que ant es hablam os no habrá de aplicarse a todos, ni siquie­
ra solam ent e al libre, sino a los que están exent os de los t rabajos ne­
cesarios. D e los que realizan esos t rabajos necesarios, unos los hacen
para servicio de un individuo solo y son esclavos, ot ros los hacen para
servicio de la com unidad y son t rabajadores y jornaleros. U n breve
exam en a part ir de aqu í m ost rará claram ent e cuál es la sit uación de
estos, pues lo que hem os dicho, una vez explicado, se hace evident e.
Puest o que hay varios regím enes políticos, es forzoso que haya
t am bién varias clases de ciudadanos, y especialm ent e de ciudadanos
gobernados, de suert e que en algún régim en habrán de ser ciudada­
nos el obrero m anual y el jornalero, en ot ros será im posible. Por
ejem plo, si es un régim en de los llam ados arist ocrát icos, en el que las
dignidades se conceden según las cualidades y los m érit os; pues no es
posible que se ocupe de las cosas de la virt ud el que lleva una vida de
t rabajador o de jornalero. En las oligar quías el jornalero no pue­
de ser ciudadano (ya que la part icipación en las m agist rat uras de­
pende del pago de impuest os elevados), pero un t rabajador m anual
sí puede serlo, porque la m ayoría de los art esanos se enriquecen. En
Tebas había una ley según la cual no podía part icipar del poder el
que no llevara diez años ret irado del com ercio.
Per o en m uchos regím enes la ley adm it e incluso a los ext r an je­
ros. En algunas dem ocracias el hijo de una ciudadana es ciudadano,
y en m uchos países están en la m ism a sit uación los hijos ilegít im os.
I ms constituciones

Sin em bargo, com o hacen ciudadanos a t ales personas solo por falt a
de ciudadanos legít im os (pues debido a la escasez de hom bres se si r ­
ven de estas leyes), cuando la población aum ent a los van poco a poco
excluyendo, prim ero a los hijos de esclavo o esclava, luego a los de
m ujeres ciudadanas, y finalm ent e solo t ienen por ciudadanos a los
hijos de padre y m adre ciudadanos.
D e lo ant erior está claro que hay varias clases de ciudadanos y
que se llam a principalm ent e ciudadano al que part icipa de los hono­
res públicos; así t am bién d i jo H om er o

como a un extranjero privado de honores,5

pues el que no part icipa de los honores es com o un met eco. Y donde
esto se hace de m odo encubiert o es con el fin de engañar al rest o de
la población.
Si se debe considerar dist int a o la m ism a vir t ud [ 1278 b] la del
hom bre de bien y la del buen ciudadano, queda claro por lo dicho:
en alguna ciudad uno y ot ro son el m ism o y en ot ras no, y ese últ im o
no es cualquier a, sino el polít ico y con aut oridad o capaz de t enerla,
por sí m ism o o con la ayuda de ot ros, en la adm inist ración de los
asunt os de la com unidad.

LOS SEIS TIPOS DE CONSTITUCIÓN EXISTENTES

En los caps. 6-7 del Libro III de la Política, Aristóteles define la constitu­
ción o régimen político como ordenación de los distintos cargos o «magis­
traturas» que existen en la ciudad, en particular del cargo supremo, que es
el gobierno. Si este se halla en manos de la mayoría, del pueblo, la consti­
tución es una democracia; si está en manos de unos, pocos, los oligarcas, es
una oligarquía. Antes de incluir la distinción tradicional entre las consti­

5. H omero, ¡liada, I X 648; con estas palabras, Aquiles lamenta que A ga­
menón lo haya tratado de una forma tan miserable.
-'"I Antología de texUn

tuciones (que se remonta a Heródoto y que Platón retoma en el Polít ico),


Aristóteles recuerda su doctrina de las distintas formas de gobierno: des­
pótico, regio y político, doctrina que le sirve para distinguir entre constim
ciones rectas, en las cuales se ejerce el gobierno en interés de todos, y cons
tituciones desviadas, en las que se ejerce el gobierno únicamente en interés
de los gobernantes (como ocurre en el gobierno despótico).

El texto que sigue procede de Política, op. cit., Libro I I I , caps. 6-7, págs. 168-169.

6. U na vez definidos estos punt os, hay que exam i n ar a cont inuación
si se debe adm it i r un solo régim en o m ás, y si m ás, cuáles y cuántos,
y qué diferencias hay ent re ellos. U n régim en polít ico es una or dena­
ción de las diversas m agist rat uras de la ciudad y especialm ent e de la
que t iene el poder soberano. Y en t odas part es es soberano el gobi er ­
no de la ciudad, y ese gobierno es el régim en. D i go, por ejem plo, que
en las dem ocracias es soberano el pueblo, y, por el cont rario, en las
oli gar quías la m inoría. Y así afirm am os que su régim en es dist int o,
y aplicarem os ese m ism o argum en t o respect o de los dem ás.
H ay que est ablecer pr im er o con qué fin está const it uida la ci u­
dad, y cuánt as son las form as de gobierno relat ivas al hom bre y a la
com unidad de vida. Se ha dicho en las prim eras exposiciones, en las
que se ha definido la adm inist ración dom ést ica y la aut oridad del
am o, que el hom bre es por nat uraleza un anim al polít ico, y, por eso,
aun sin t ener necesidad de ayuda recíproca, los hom bres t ienden a la
convivencia. N o obst ant e, t am bién la ut ilidad com ún los une, en
la m edida en que a cada uno le im pulsa la part icipación en el bienes­
t ar. Ést e es, efect ivam ent e, el fin principal, t ant o de t odos en com ún
com o aisladam ent e. Pero t am bién se reúnen por el m ero vivir , y
const it uyen la com unidad polít ica. Pues quizá en el m ero hecho de
vi vi r hay una ciert a part e del bien, si en la vida no predom inan en
exceso las penalidades. Es evident e que la m ayoría de los hom bres
soport an m uchos sufrim ient os por su vivo deseo de vi vi r , com o si en
el vivir hubiera una ciert a felicidad y dul zur a nat ural.
I m s constituciones *>*>

Pero t am bién es fácil dist in guir las clases de aut oridad de las que
hablam os. D e hecho, en los t rat ados exot éricos hem os dado a m enu­
do precisiones de ellas.6 L a aut oridad del am o, aunque haya en ver ­
dad un m ism o int erés para el esclavo por nat uraleza y para el am o
por nat uraleza, sin em bargo no m enos se ejerce at endiendo a la con­
veniencia del am o, y solo accident alm ent e a la del esclavo, pues si el
esclavo perece no puede subsist ir la aut oridad del am o.
El gobierno de los hijos, de la m ujer y de t oda la casa, que llam a­
mos adm inist ración dom ést ica, o se ejerce en int erés de los goberna­
dos o por algún bien com ún a am bas part es, pero esencialm ent e en
interés de los gobernados, com o vem os t am bién en las dem ás art es,
por ejem plo, en la m edicina y [ 1279 a] en la gim n asia, aunque acci­
dent alm ent e sea en provecho de los que las ejercen, pues nada im pi ­
de que el m aest ro de gim nasia sea a veces t am bién uno de los que la
pract ican, así com o el pilot o es siem pre uno de los navegant es. El
m aest ro de gim n asia o el pilot o m iran el bien de los di r igi dos, pero
cuando personalm ent e se conviert en en uno de ellos, accident alm en­
te part icipan del beneficio. Pues ent onces el uno se conviert e en na­
vegant e, y el ot ro, aun siendo m aest ro de gim nasio, en uno de los que
la ejercit an.
Por eso t am bién en las m agist rat uras polít icas, cuando la ciudad
está const it uida sobre la igualdad y sem ejanza de los ciudadanos, se
considera just o que estos ejerzan la aut oridad por t urno. En una
época ant erior, juzgaban digno cum pli r un servicio público t ur n án­
dose, com o es nat ural, y que ot ro, a su vez, velara por su int erés,
com o ant es él, cuando gobernaba, m iraba por el int erés de aquel.
M as ahora, a causa de las vent ajas que se obt ienen de los cargos pú­
blicos y del poder, los hom bres quieren m andar cont inuam ent e,
com o si el poder procurase siem pre la salud a los gobernant es en es­
t ado enfer m izo. En esas circunst ancias, sin duda perseguirían los
cargos.

6. Probablemente, al hablar de «tratados exotéricos», Aristóteles alude al


diálogo perdido Sobre lajusticia.
•?!>() Antología dr tcxtoi

Es evident e, pues, que todos los regím enes que t ienen com o olí
jet ivo el bien com ún son rectos, según la just icia absolut a; en cam bio,
cuantos at ienden solo al int erés personal de los gobernant es, son de­
fect uosos y t odos ellos desviaciones de los regím enes rectos, pues son
despót icos y la ciudad es una com unidad de hom bres libres.

7. U na vez hechas estas precisiones, hay que exam inar a continua


ción cuánt as en núm ero y cuáles son las for m as de gobierno; y en
prim er lugar las rectas, pues, definidas estas, result arán claras las
desviaciones.
Puest o que régim en y gobierno significan lo m ism o, y gobierno
es el elem ent o soberano de las ciudades, necesariam ent e será sobera­
no o uno solo, o pocos, o la m ayoría; cuando el uno o la m inoría o la
m ayoría gobiernan at endiendo al int erés com ún, esos regím enes se­
rán necesariam ent e rectos; pero los que ejercen el m ando at endien­
do al int erés part icular del uno o de la m inoría o de la m asa son
desviaciones; porque, o no se debe llam ar ciudadanos a los que par­
t icipan en el gobierno, o deben part icipar en las vent ajas de la com u­
nidad.
D e los gobiernos unipersonales solem os llam ar m onarquía a la
que m ira al int erés com ún; arist ocracia al gobierno de unos pocos,
pero más de uno, bien porque gobiernan los m ejores, o bien porque
se propone lo m ejor para la ciudad y para los que pert enecen a ella.
Cuan do la m ayor parte es la que gobierna at endiendo al int erés co­
m ún recibe el nom bre com ún a todos los regím enes: república. Y es
así con razón, pues uno solo o unos pocos pueden dist inguirse por su
excelencia; pero un núm ero m ayor es ya difícil que alcance la perfec­
ción en t oda clase de vir t ud, [ 1279 b| pero puede dest acar especial­
m ent e en la virt ud guer r er a, pues ésta se da en la m asa. Por ello
precisam ent e en este régim en la clase com bat ient e tiene el poder su­
prem o y part icipan en él los que poseen las arm as.
Las desviaciones de los regím enes m encionados son: la t iranía de
la m on arquía, la oli gar quía de la arist ocracia y la dem ocracia de la
república. L a t iranía es una m on arquía que at iende al int erés del
I m s com í M u m it'\ " V

m onarca, la oli gar quía al int erés de los ricos y la dem ocracia al int e­
rés de los pobres; pero ninguno de ellos at iende al provecho de la
com unidad.

OLIGARQUÍA Y DEMOCRACIA

Tras exponer la clasificación tradicional de los tipos de constitución, Aris­


tóteles, en los caps. 8 y 9 del Libro III de la Política, examina cada tipo,
empezando por la oligarquía y la democracia, los sistemas más comunes
en las ciudades griegas. El filósofo parte de una observación de carácter
socioeconómico: como los ricos suelen ser pocos y los pobres son muchos,
la verdadera diferencia entre oligarquía y democracia es que la primera es
el gobierno de los ricos y la segunda, el gobierno de los pobres. Además,
señala que la diferencia entre los tipos de constitución tiene que ver con la
idea de justicia, esto es, de igualdad proporcional, de los gobernantes. En
las democracias, donde el poder está en manos del pueblo, este considera
que quienes son iguales en la libertad, es decir, todos los hombres libres,
son iguales en todo. En cambio, en las oligarquías, donde el poder está en
manos de los ricos, estos creen que quienes son desiguales en riquezas son
desiguales en todo. Ninguna de estas dos formas es una constitución recta,
pues ninguna se preocupa del bien común.

El texto que sigue procede de Política,op. cit., Libro I I I , caps. 8-9, págs. 172-178.

8. Es necesario hablar un poco más am pliam ent e de en qué consiste


cada uno de estos regím enes. En efect o, la m at eria t iene algunas d i ­
ficult ades, y es propio del que filosofa desde t odos los punt os de vist a
y no solo t iene en cuent a el aspect o práct ico no descuidar ni dejar de
lado nada, sino poner en claro la verdad sobre cada uno de ellos.
L a t iranía es, com o se ha dicho, una m on arquía que ejerce un
poder despót ico sobre la com unidad polít ica. H ay oli gar quía cuando
los que t ienen la riqueza son dueños y soberanos del r égim en; y, por
el cont rario, dem ocracia cuando son soberanos los que no poseen
2<)fl Antología de texto*

gran cant idad de bienes, sino que son pobres. Una prim era d i fi cu l ­
tad concierne a la definición. En efecto, si la m ayoría fuese rica y
ejerciera el poder de la ciudad, y si, i gualm ent e, en alguna parte ocu­
rriera que los pobres fueran m enos que los ricos, pero por ser más
fuert es ejercieran la soberanía en el régim en, podría parecer que no
se han definido bien los regím enes, puesto que hem os dicho que hay
dem ocracia cuando la m ayoría es soberana, y oligar quía cuando es
soberano un núm ero pequeño.
Por ot ro lado, si se com bina la m inoría con la riqueza, y el gran
núm ero con la pobreza para defi n i r así los regím enes, y se llam a
oli gar quía a aquel en que los ricos, que son pocos, t ienen las m agis­
t rat uras, y dem ocracia a aquel en que las t ienen los pobres, que son
m uchos en núm ero, eso im plica ot ra dificult ad. Pues, ¿cóm o llam a­
rem os a los regím enes recién m encionados: aquel en que los ricos
sean m ás num erosos y aquel en que los pobres sean m enos, pero
unos y ot ros sean dueños de sus respect ivos gobiernos, si no hay nin­
gún ot ro régim en fuera de los m encionados?
Est e razonam ient o parece hacer evident e que el que sean pocos
o m uchos los que ejercen la soberanía es algo accident al, en el prim er
caso de las oli gar quías, en el segundo de las dem ocracias, porque el
hecho es que en t odas part es los ricos son pocos y los pobres muchos
(y por ello sucede que las causas cit adas no son el origen de esa di fe­
rencia). L o que diferencia la dem ocracia y la oli gar quía ent re sí es la
pobreza y la riqueza. Y necesariam ent e cuando ejercen el poder en
vir t ud de la riqueza [ 1280 a] ya sean pocos o m uchos, es una oli gar ­
quía, y cuando lo ejercen los pobres, es una dem ocracia. Per o sucede,
com o dijim os, que unos son pocos y ot ros m uchos, pues pocos viven
en la abundancia, m ient ras que de la libert ad part icipan t odos. Por
estas causas unos y ot ros se disput an el poder.

9. H ay que com prender, prim ero, qué definiciones se dan de la oli­


gar qu ía y de la dem ocracia y en qué consist e la just icia oli gár quica y
dem ocrát ica, pues t odos se adhieren a una ciert a just icia, pero avan ­
zan solo hasta ciert o punt o, y no expresan en su t ot alidad la just icia
¡Áisiomnnut t mrs JO < )

suprem a. Por ejem plo, parece que la just icia es igualdad, y lo es, pero
no para t odos, sino para los iguales. Y la desigualdad parece ser jus­
ta, y lo es en efect o, pero no para t odos, sino para los desiguales. Per o
se prescinde de «para quiénes», y se ju zga m al. L a causa de ello es
que el juicio es acerca de sí m ism o y, por lo gen eral, la m ayoría son
malos jueces acerca de las cosas propias. D e m anera que, com o la
justicia lo es para algunos y la dist ribución debe hacerse del m ism o
m odo para las cosas y para quienes son, com o se ha dicho ant es en la
Ét ica, están de acuerdo sobre la igualdad de las cosas, pero discut en
la de las personas, sobre t odo por lo que acabam os de decir , porque
juzgan m al lo que se refiere a ellos m ism os, pero adem ás por­
que unos y ot ros hablan de una just icia hasta ciert o punt o pero creen
hablar de la just icia absolut a. Los unos, en efect o, si son desiguales
en algo, por ejem plo en riquezas, creen que son t ot alm ent e desigua­
les; los ot ros si son iguales en algo, por ejem plo en libert ad, creen que
son t ot alm ent e iguales. Per o no dicen lo m ás im port ant e: si los hom ­
bres han for m ado una com unidad y se han reunido por las riquezas,
part icipan de la ciudad en la m ism a m edida en que part icipan de la
riqueza, de m odo que el argum en t o de los oligárquicos parecería
t ener fuerza (pues no es just o que part icipe de las cien m inas el que
ha aport ado una igual que el que ha dado t odo el resto, ni de las m i ­
nas prim it ivas ni de sus intereses). Per o no han for m ado una com u­
nidad solo para vivir sino para vi vi r bien (pues, en ot ro caso, habría
t am bién ciudades de esclavos y de los dem ás anim ales, pero no las
hay porque no part icipan de la felicidad ni de la vida de su elección).
Tam poco se han asociado para for m ar una alianza de guer r a para
no sufr i r injust icia de nadie, ni para los int ercam bios com erciales y
la ayuda m ut ua, pues ent onces los t irrenos y los cart agineses, y todos
los que t ienen cont rat os ent re sí, serían com o ciudadanos de una úni­
ca ciudad. H ay, en efect o, ent re ellos convenios sobre las im port acio­
nes y acuerdos de no falt ar a la just icia y pact os escrit os de alianza.
[ 1280 b] Per o ni t ienen m agist rat uras com unes para estos asunt os,
sino son dist int as en cada uno de ellos, ni t ienen que preocuparse
unos de cóm o son los ot ros, ni de que ninguno de los sujet os a los
210 Antología de textm

t rat ados sea injust o ni com et a ninguna m aldad, sino solo de que m>
se falt e a la just icia en sus relaciones m ut uas.
En cam bio, t odos los que se preocupan por una buena legislación
indagan sobre la virt ud y la m aldad cívicas. A sí es evident e que para
la ciudad que ver daderam ent e sea considerada t al, y no solo de nom ­
bre, debe ser objet o de preocupación la vir t ud, pues si no la com uni
dad se reduce a una alianza m ilit ar que solo se diferencia especial
m ent e de aquellas alianzas cuyos aliados son lejanos, y la ley result a
un convenio y, com o dijo Li cofr ón el sofista, una garant ía de los de­
rechos de unos y ot ros, pero no es capaz de hacer a los ciudadanos
buenos y justos.
Q ue es de este m odo, es evident e. En efecto, si alguien pudiera
reunir los lugares en uno solo, de suert e que la ciudad de M égara y la
de Cor int o fueran abarcadas por las m ism as m urallas, a pesar de eso
no habría una sola ciudad. Tam poco la habría aunque se celebraran
m at rim onios ent re unos y ot ros, si bien este es uno de los lazos de
com unidad propios de las ciudades. Igualm ent e, t ampoco si los habi­
tantes vivieran separados, aunque no tanto que no fuera posible la
com unidad, y t uvieran leyes para im pedir que falt aran a la justicia en
sus int ercam bios, y uno fuera carpint ero, ot ro cam pesino, ot ro zapa­
t ero, y ot ros un oficio de tal tipo, y en núm ero fuesen unos diez mil,
pero no t uvieran en com ún ninguna ot ra cosa que estas, t ales como
int ercam bios y alianzas m ilit ares, t am poco así habría una ciudad.
¿Cuál es la causa? Ciert am ent e, no por la dispersión de la com uni­
dad. Pues incluso si se reunieran los m iem bros de una com unidad así
(cada uno se sirviera de su propia casa com o de una ciudad) y se pres­
t aran ayuda m ut uam ent e com o si t uvieran una alianza defensiva solo
cont ra los que los at acaran injust am ent e, ni siquiera así a quien inves­
t iga con rigor le parecería que hay una ciudad, si se relacionaban
igualm ent e una vez reunidos que cuando estaban separados.
Es evident e, pues, que la ciudad no es una com unidad de lugar
para im pedir injust icias recíprocas y con vist as al int ercam bio. Est as
cosas, sin duda, se dan necesariam ent e si exist e la ciudad; pero no
porque se den t odas ellas ya hay ciudad, sino que esta es una com u-
ím .<comnttu t ona

nielad de casas y de fam ilias para vivir bien, con el fin de una vida
perfect a y aut árquica. Sin em bar go, no será posible esto si no habit an
un m ism o lugar y cont raen ent re sí m at rim onios. Por eso surgieron
en las ciudades los parentescos, las fr at r ías, los sacrificios públicos y
las diversiones de la vida en com ún. T od o es obra de la am ist ad, pues
la elección de la vida en com ún supone am ist ad. El fin de la ciu­
dad es, pues, el vi vi r bien, y esas cosas son para ese fin. U n a ciudad
11281 a | es la com unidad de fam ilias y aldeas para una vida perfect a
y aut osuficient e y ésta es, según decim os, la vida feli z y buena.
Por consiguient e, hay que est ablecer que la com unidad exist e
con el fin de las buenas acciones y no de la convivencia. Por eso pr e­
cisam ent e a cuant os cont ribuyen en m ayor gr ado a una com unidad
tal les corresponde una part e m ayor de la ciudad que a los que son
iguales o superiores en libert ad o en linaje, pero inferiores en virt ud
política, o a los que los superan en r iqueza, pero son superados por
aquellos en vir t ud. Q ue t odos los que disput an sobre los regím enes
políticos hablan solo de una part e de la just icia, queda claro a part ir
de lo que hem os dicho.

ARISTOCRACIA Y «POLITIA»

En el Libro I V de la Política continúa el análisis de las distintas formas de


constitución iniciado en el Libro III. Incluyo los caps. 7-9 del Libro IV,
que contienen la exposición de la aristocracia y la politia (o «república»).
La primera es la forma recta del gobierno de unos pocos, en la cual gobier­
nan los ciudadanos que sobresalen por su virtud (como ocurre en Cartago
y Esparta); la segunda es la forma recta del gobierno de la mayoría, forma
que Aristóteles designa con el nombre común a todas las constituciones,
politeia (en el texto que sigue el término se ha traducido por «república»),
y que ahora define como una mezcla de oligarquía y democracia. La aris­
tocracia y Ydpolitia son muy similares, ya que la aristocracia también es una
mezcla de oligarquía y democracia, solo que tiende más a la oligarquía (es
decir, es una oligarquía moderada), mientras que la politia tiende a la de­
mocracia (o sea, es una democracia moderada). Según Aristóteles, la mejor
212 Antología <lc textos

m ezcla es la que est á en el cent ro, es deci r — com o verem os en segu i d a— ,


la «const it ución m edi a».

El texto que sigue procede de Política, op. cit., Libro IV, caps. 7-9, págs. 258-246.

7. A dem ás de la dem ocracia y la oli gar quía hay aún ot ros dos r egí­
m enes; uno de los cuales todos lo reconocen y se ha cit ado com o una
de las cuat ro form as de gobierno (se habla de cuat ro form as: m on ar ­
quía, oli gar quía, dem ocracia, y en cuart o lugar, la llam ada arist ocra­
cia); una quint a for m a es a la que se le aplica el nom bre com ún a
t odas ellas (pues se llam a república), pero por no darse con frecuen­
cia pasa inadvert ida a los que int ent an enum er ar las for m as de los
regím enes y se ocupan solo de cuat ro, com o Plat ón en la República.7
[ 1293 b] Est á bien llam ar arist ocracia al régim en que hemos des­
crit o en los prim eros libros (pues el régim en form ado por los ciudada­
nos absolutamente mejores en virt ud, y no buenos en relación a un
supuest o det erm inado, es el único que puede llam arse con justicia
arist ocracia, pues en él solo la m ism a persona es en t érm inos absolutos
a la vez hom bre bueno y buen ciudadano, m ient ras que en los dem ás
regímenes los ciudadanos son buenos respecto a su propio régimen).
Sin em bargo, hay algunos regímenes que presentan diferencias con los
oligárquicos (se les llam a arist ocracia) y con la llam ada república; en
ellos las m agist rat uras se eligen no solo por la riqueza, sino t ambién
por la virt ud. T al régimen difiere de los dos mencionados y se llama
arist ocrát ico; pues incluso en los regím enes que no se cuidan pública­
ment e de la virt ud hay sin em bargo quienes son estimados y tenidos
por hombres de bien. A sí pues, donde el régim en tiene en cuenta la
riqueza, la virt ud y el pueblo, com o en Car t ago, ese sistema es arist o­
crát ico, y también lo es en aquellas ciudades en las que, com o la de los
lacedemonios, at iende solo a dos de esos factores, a la virt ud y al pue­
blo, y es una m ezcla de esos dos, de la dem ocracia y de la virt ud.

7. Platón, República, V I I I 544 ss.


¡ ms constituciones

Por consiguient e, estas son, adem ás de la prim era que es el régi ­


men m ejor, las ot ras dos form as de arist ocracia, y en t ercer lugar,
cuant as de la llam ada república se inclinan m ás bien hacia la oli ­
garquía.

8. N os queda t rat ar de la llam ada república, así com o de la t iranía.


Fi jam os este orden, aunque la república no sea una desviación ni
t am poco las arist ocracias que acabam os de m encionar, porque en
realidad t odas son for m as erróneas del régim en m ejor , y en conse­
cuencia se enum eran con las desviaciones, y esas son en r igor desvia­
ciones de ellas, com o dijim os al principio. Es razonable m encionar a
la t iranía en últ im o lugar , porque de t odos los regím enes es el menos
const it ucional, y nuest ra invest igación t rat a de las constit uciones.
Q ueda explicado así por qué causa se ha fi jado este orden. A h or a
debem os considerar la república. Su nat uraleza result a m ás clara,
definidas ya las caract eríst icas de la oli gar quía y la dem ocracia, pues
la república es, por decirlo sencillam ent e, una m ezcla de oli gar quía
y dem ocracia. Per o se suele llam ar repúblicas a las form as que se
inclinan a la dem ocracia, y arist ocracias a las que se inclinan más
bien a la oli gar quía, porque la educación y la nobleza acom pañan
preferent em ent e a los m ás ricos. A dem ás, los ricos parecen t ener
aquellos bienes por los que los delincuent es com et en injust icias; por
eso se llam a a los ricos hom bres de bien y dist inguidos. Y com o la
arist ocracia t iende a at ribuir la suprem acía a los m ejores ciudadanos,
t am bién se dice que las oli gar quías están form adas principalm ent e
por hom bres de bien.
[ 1294 a] Parece del dom in io de lo im posible que una ciudad, que
no esté gobernada por los m ejores, sino por los m alos, esté bien or de­
nada, e igualm ent e que una ciudad m al ordenada esté gobernada
por los m ejores. Pero una buena legislación no es t ener leyes bien
est ablecidas y que no se las obedezca. Por t ant o, debe ent enderse que
la buena legislación es, por una part e, obedecer a las leyes est ableci­
das, y, por ot ra, que las leyes a las que se obedece sean buenas (pues
t am bién se puede obedecer a leyes malas). Y esa obediencia puede
214 Antología de textos

darse en dos sent idos: o a las m ejores posibles para ellos, o a las m e­
jores en absoluto.
La arist ocracia parece consist ir sobre todo en la repart ición de
los honores de acuerdo con la virt ud. L a arist ocracia, en efecto, se
define por la vir t ud, la oli gar quía por la riqueza, y la dem ocracia por
la libert ad. Pero la opinión de la m ayoría perm anece en todos los
regím enes; de hecho, en una oli gar quía, en una arist ocracia y en una
dem ocracia, la opinión de la m ayor parte de los que part icipan del
gobierno es lo que ejerce la soberanía. En la m ayoría de las ciudades
exist e la form a llam ada república: la m ezcla alcanza solam ent e a ri­
cos y a pobres, riqueza y libert ad, pues en casi todos los pueblos los
ricos parecen ocupar el lugar de los hom bres de bien. Pero com o son
tres los elem ent os que se disput an la i gualdad del sist em a político
— la libert ad, la riqueza y la vir t ud— (porque el cuart o, que se llam a
nobleza, acom paña a esos dos, pues la nobleza es riqueza y virt ud
ant iguas), es evident e que la m ezcla de los dos elem ent os, de los ricos
y los pobres, debe llam arse república, y la de los tres, arist ocracia por
encim a de las dem ás except o la verdadera y prim era.
A sí pues, se ha dicho que exist en ot ras form as de gobierno ade­
m ás de la m on arquía, la dem ocracia y la oli gar quía, y cuáles son, y
en qué difieren unas de ot ras las arist ocracias, y las repúblicas de la
arist ocracia, y es evident e que estas dos últ im as form as no están lejos
una de ot ra.

9. A cont inuación de lo expuest o, digam os de qué m anera surge,


junt o a la dem ocracia y la oli gar quía, la llam ada república y cóm o se
la debe establecer. Y al m ism o t iem po est ará claro por qué rasgos
se definen la dem ocracia y la oli gar quía, pues hay que capt ar pr im e­
ro la dist inción ent re ellas, y luego, a part ir de ellas, hay que hacer
una sínt esis t om ando una caract eríst ica de cada una.
H ay t res procedim ient os de hacer esta sínt esis y m ezcla: o bien
hay que t om ar a la vez las disposiciones legislat ivas de una y ot ra,
por ejem plo, acerca de la adm inist ración de la just icia: en las ol i gar ­
quías fi jan una m ult a a los ricos si no adm inist ran just icia, y los po-
¡m s constituciones *'S

brcs no reciben ningún salario; en las dem ocracias, los pobres reci­
ben un salario y a los ricos no se les im pone ninguna m ult a. Una
solución com ún e int erm edia ent re ellas son am bas a la vez, y ello es
propio de una república, [ 1294 b] pues es una m ezcla de am bas.
Est e es un m odo com ún de com binación. O t ro consiste en t om ar
el t érm ino m edio de lo que am bas disponen. Por ejem plo, para par ­
t icipar en la asam blea, unos lo hacen sin ninguna renta o m uy pe­
queña, y ot ros a part ir de una renta elevada; el t érm ino com ún no es
ni lo uno ni lo ot ro, sino la rent a i nt erm edia ent re ambas.
El t ercer m odo es una com binación de las dos reglam ent aciones,
parte de la legislación oli gár quica, y part e de la dem ocrát ica. Por
ejem plo, parece ser dem ocrát ico que los cargos se den por sort eo, y
oligár quico que se den por elección; dem ocrát ico t am bién que no se
basen en la rent a, y oli gár quico que dependan de la rent a. Por consi­
guient e, propio de la arist ocracia y de la república es t om ar un ele­
m ent o de cada régim en: de la oli gar quía que las m agist rat uras sean
elect ivas, y de la dem ocracia que no dependan de la renta.
Est a es, pues, la m anera de hacer la m ezcla. El crit erio de que
están bien m ezcladas dem ocracia y oli gar quía es cuando el m ism o
régim en se puede llam ar dem ocracia y oligar quía. Es evident e que
esto sucede por est ar bien m ezcladas. O cur re esto t am bién con el
t érm ino m edio, ya que en él se m anifiest a cada uno de los ext rem os.
Es precisam ent e lo que sucede con el régim en de los lacedem onios.
M uchos int ent an hablar de él com o de una dem ocracia, por t ener su
ordenación m uchos elem ent os dem ocrát icos, por ejem plo, en pr i ­
m er lugar, lo referent e a la educación de los niños; los de los ricos se
crían igualm ent e que los de los pobres, y se educan de igual m anera
a com o lo podrían hacer t am bién los hijos de los pobres. E i gualm en ­
te en la edad siguient e, y cuando se hacen hom bres de la m ism a for ­
m a, no hay nada que dist inga al rico del pobre. A sí, en lo que respec­
ta a la alim ent ación, es lo m ism o para todos en las com idas públicas;
t am bién en cuant o al vest ido, los ricos lo llevan tal cual podría pro­
curarse cualquier pobre. A dem ás, respect o a los dos cargos m ás i m ­
port ant es, uno lo elige el pueblo, y part icipa del ot ro: eligen a los
2l<) Antología de texto*

geront es y part icipan del eforado. O t ros lo llam an oligar quía porque
t iene m uchos elem ent os oligárquicos; por ejem plo, t odas las m agis
t rat uras son elect ivas y ninguna se asigna por sorteo, y pocos tienen
poder soberano de la pena de m uert e y de dest ierro, y ot ros muchos
rasgos sem ejant es.
En una república bien m ezclada debe parecer que exist en a la
vez am bos regím enes y ninguno de ellos, y que se conserva por sí
m ism a y no por ayuda del ext erior; y por sí m ism a, no porque los
que la deseen sean m ayoría provenient e de fuera (pues esto podría
ocur r ir t am bién en un régim en malo), sino porque ninguna de las
part es de la ciudad en absolut o quer r ía ot ro régim en.
A sí pues, acabam os de decir ahora de qué m anera hay que esta­
blecer una república, e igualm ent e t ambién las llam adas arist ocracias.

LA CONSTITUCIÓN M EDIA

El cap. 11 del Libro I V de la Política está dedicado a describir la llamada


«constitución media» o «régimen de tipo medio», que no pertenece a nin­
guna de las seis categorías que forman parte de la clasificación tradicional.
Según Aristóteles, dicha constitución es la mejor en condiciones normales,
o, lo que es lo mismo, la mejor aplicable a la mayor parte de las ciudades.
Se llama «media» no solo porque es un término medio perfecto entre de­
mocracia y oligarquía, que son las dos constituciones más comunes, sino
también porque, en ella, el poder queda en manos de la clase media, de
quienes no son muy ricos ni muy pobres. Para el Estagirita, pertenecen a
dicha categoría los ciudadanos lo bastante ricos para poder adquirir arma­
mento personal: los «hoplitas» (en griega, «armados»). Es la mejor consti­
tución porque la clase media no es envidiosa, como los pobres, ni objeto de
envidia, como los ricos, con lo cual puede garantizar mayor estabilidad a
la ciudad. Según Aristóteles, solo ha convertido en realidad la constitución
media un hombre, probablemente Terámenes (se refiere a la «constitu­
ción de los cinco mil» de Atenas, instaurada el 4 11 a.C.).
I ms constituí iones 217

El texto que sigue procede de Política, op. cit, Libro I V, cap. 11, págs. 247-254.

11. ¿Cuál es la m ejor constit ución y cuál es el m ejor género de vida


para la m ayoría de las ciudades y para la m ayoría de los hom bres, si
no se juzga por una virt ud por encim a del com ún de los ciudadanos,
ni por una educación que exige una nat uraleza y unos recursos favo­
rables, ni por un sistema de gobierno hecho a su deseo, sino por un
género de vida adecuado para que lo com part a la m ayoría de los
hombres y un sistema de gobierno del que puedan part icipar la m a­
yoría de las ciudades? Pues los regím enes que se llam an arist ocracias,
de los que hem os hablado ahora m ism o, o bien caen fuera del alcan­
ce de la m ayoría de las ciudades, o bien son m uy próxim os de la lla­
m ada república, y por eso se debe hablar de am bas com o de una sola.
L a decisión sobre t odas estas cuest iones depende de los m ism os
principios elem ent ales. Pues si se ha dicho con razón de la Ét ica que
la vida feliz es la que m enos im pedim ent os ofrece de acuerdo con la
virt ud, y que la vir t ud es un t érm ino m edio, necesariam ent e la vida
m edia es la m ejor , por est ar el t érm ino m edio al alcance de cada in­
dividuo. Y estos m ism os crit erios serán necesariam ent e los de la vi r ­
tud y m aldad de la ciudad y del régim en polít ico, [ 1295 b] pues el
régim en es una ciert a for m a de vida de la ciudad.
En t odas las ciudades hay tres elem ent os propios de la ciudad:
los m uy ricos, los m uy pobres y, en t ercer lugar , los int erm edios en­
t re unos y ot ros. A sí pues, puesto que se reconoce que lo m oderado y
lo int erm edio es lo m ejor, es evident e que t am bién la posesión m o­
derada de los bienes de la fort una es la m ejor de t odas, pues es la que
m ás fácil obedece a la razón. En cam bio, lo superbello, lo superfuer-
te, lo supernoble, lo superrico, o lo cont rario a esto, lo m uy pobre, lo
m uy débil y lo m uy despreciable, difícilm ent e sigue a la razón, pues
aquellos se vuelven soberbios y m ás bien grandes m alvados, y estos
m alhechores y sobre t odo pequeños delincuent es, y de los delit os
unos se com et en por soberbia y ot ros por m aldad. Adem ás las clases
m edias son las que m enos rehuyen los cargos y m enos los am bicio­
nan, act it udes am bas perjudiciales para las ciudades.
2l8 Antología /Ir texto*

Por ot ra parte, los que t ienen en exceso bienes de fort una, fuerza,
riqueza, am igos y otros sem ejant es ni quieren ni saben obedecer (y
esto les ocurre ya en el seno de la fam ilia, siendo niños; a causa del lu j<*
ni siquiera en la escuela tienen la cost umbre de obedecer); en cambio
los que tienen una necesidad excesiva de estas cosas son dem asiado
serviles. D e m odo que los unos no saben m andar, sino obedecer a una
aut oridad propia de esclavos, y los otros no saben obedecer a ningu­
na aut oridad, sino ejercer el m ando con una aut oridad despót ica. Por
consiguient e, se form a una ciudad de esclavos y amos, y no de hom ­
bres libres, donde unos envidian y otros desprecian, lo cual dista m u­
chísim o de la am istad y de la com unidad política, pues la com unidad
im plica am istad y los hom bres no quieren com part ir con los enem i­
gos ni siquiera el cam ino. La ciudad debe estar const ruida lo más
posible de element os iguales y semejant es, y esto se da sobre todo en
la clase m edia, de m odo que una ciudad así es necesariament e la m e­
jor gobernada, form ada de los element os que decim os que es la com ­
posición nat ural de la ciudad. Y en las ciudades estos ciudadanos es­
pecialment e son los que perduran, pues ni ellos codician, com o los
pobres, los bienes ajenos, ni otros codician lo suyo, com o los pobres
los de los ricos, y com o no son objet o de conspiración, ni conspiran,
pasan su vida libre de peligros. Por eso está bien lo que deseó Focílides:

Muchas cosas son mejores para los de en medio; quiero en la ciudad


ser de posición media.8

Es evident e, por tanto, que la com unidad política m ejor es la consti­


t uida por la clase m edia, y que es posible que sean bien gobernadas
esas ciudades en las que el elem ent o int erm edio es num eroso y más
fuert e que los ot ros dos, o si no, que cada uno de los ot ros, pues añ a­
diéndose a un elem ent o produce el equi li br io e im pide que se pro­
duzcan los excesos cont rarios. Por eso es una suert e m uy gran de que
los ciudadanos t engan una fort una m edia y suficient e, [ 1296 a] por­

8. Fragm . 12 Diehl.
I m .1 ( O l h t l t l U t o n t a 11<>

que donde unos poseen m uchísim o y ot ros nada, o surge una dem o­
cracia ext rem a o una oli gar quía pura o una t iranía debido al exceso
de una o de ot ra; de hecho, de la dem ocracia m ás radical y de la oli­
garquía surge la t iranía, y m ucho m enos de los regím enes int erm e­
dios y de los próxim os a ellos. L a causa, después, al t rat ar de los
cam bios de los regím enes polít icos, la direm os.
Es evident e que el régim en de t ipo m edio es el m ejor , pues es el
único libre de sediciones. D on de la clase m edia es num erosa es don ­
de m enos se producen sediciones y discordias ent re los ciudadanos.
Y las grandes ciudades están m ás libres de sediciones por la m ism a
causa, porque la clase m edia es num erosa; en cam bio, en las peque­
ñas es m ás fácil que t odos los ciudadanos se dividan en dos clases, de
m odo que no quede nada en m edio de ellas, y casi t odos o son pobres
o ricos. Las dem ocracias son m ás firm es y m ás dur ader as que las
oligar quías gracias a sus clases m edias (pues estas son m ás num er o­
sas y part icipan m ás de los honores en las dem ocracias que en las
oligarquías), pero cuando, en ausencia de estas clases, los pobres se
ext ienden dem asiado en núm ero, surge el fracaso y pront o desapare­
cen. D ebe considerarse una prueba de esto el hecho de que los m ejo­
res legisladores sean ciudadanos de la clase m edia. Solón pert enecía
a ella (lo m anifiest a su poesía), y Li cu r go (pues no fue rey), y Car an ­
das, y, en general, la m ayoría de los otros.
Es evident e t am bién, a part ir de estas consideraciones, que la
m ayor part e de los regím enes sean dem ocrát icos o bien oligárquicos,
pues debido a que la clase m edia es con frecuencia poco num erosa en
estas ciudades, cualquier a que sea el gr upo que predom ine — ya los
que poseen la riqueza, ya el pueblo— , desplazando a la clase m edia,
llevan por sí solos el gobierno, de m odo que surge una dem ocracia o
una oligar quía. Adem ás, com o se producen disensiones y luchas en­
t re el pueblo y los ricos, cualquier a que sea el que llegue a im ponerse
sobre los cont rarios no establece un régim en com ún ni igual para
t odos, sino que considera com o prem io de su vict oria la preem inen­
cia en el gobierno, y unos crean una dem ocracia y otros una ol i gar ­
quía. A ú n m ás, los que t uvieron la hegem onía en la H élade, m i r an ­
220 . \ otología tic texto*

do a la form a de gobierno que exist ía ent re ellos, est ablecieron en las


ciudades, unos, dem ocracias, y ot ros, oligar quías, sin tener en cuenta
el int erés de esas ciudades, sino el suyo propio. D e m odo que, por
estas causas, el régim en int erm edio o nunca ha llegado a exist ir, o
pocas veces y en pocas ciudades. U n solo hom bre de los que en tiem
pos ant eriores t uvieron la hegem onía fue inducido a im plant ar esc
régim en,9 pero ya en las ciudades está est ablecida la cost um bre de no
desear la igualdad, I 1296 b] sino de pret ender m an dar o som et erse si
son vencidos.
A part ir de esto, result a evident e cuál es el régim en m ejor y por
qué causa. En cuant o a los dem ás regím enes, puesto que afi r m a­
mos que exist en varias dem ocracias y varias oligar quías, no es difícil
ver cuál ha de considerarse el prim ero o el segundo y así el que sigue
por ser m ejor o i nferior , una vez definido el m ejor. N ecesariam ent e
siem pre debe ser m ejor el m ás próxim o a este y peor el que está más
alejado del t érm ino m edio, a no ser que se juzgue respecto a ciert as
condiciones. Y digo lo de con referencia a ciert as condiciones, por­
que con frecuencia, aunque sea preferible un régim en, nada im pi­
de que para algunos les convenga m ás ot ro régim en.

9. Se ha discutido mucho para det erminar quién es el «hombre» que quiso


dar a Grecia este «régimen intermedio» o constitución media. Según Newm an
(I 470-471), es Terám enes, cuya figura y obra es suficientemente conocida
(cf. G. De Sanctis, Storia greca, I I , págs. 370 ss.).
L O S CA M BI O S D E C O N ST I T U C I Ó N

Los Libros V y VI de la Política están dedicados a los cambios de constitu­


ción o régimen; en ellos se analizan las causas por las que las constituciones
caen o se conservan y se indican los medios para cambiarlas o conservarlas.
En los dos primeros capítulos del Libro V, Aristóteles indica las causas de
los cambios. La principal es el hecho de que la idea de justicia o igualdad
proporcional de los gobernantes no coincide con el parecer de la mayoría
de ciudadanos. Esta causa forma parte de las disposiciones de quienes se
rebelan, pero también deben considerarse los fines por los cuales se rebe­
lan, que son el ánimo de lucro y de honores. Por último, deben considerar­
se los orígenes, los hechos de los que parten esos cambios, que pueden ser
muchos y muy variados (crecimiento desproporcionado de algunas partes,
fraudes electorales, etc.).

El texto que sigue procede de Política, op. cit ., Libro V , caps. 1-2, págs. 279-286.

1. [ 130 1 a] D e los dem ás t em as que nos habíam os propuest o, ya se


ha hablado de casi t odo. Per o por qué causa, cuánt as y de qué clase
cam bian los regím enes, cuáles son los t ipos de dest rucción de cada
régim en y de qué regím enes se pasa principalm ent e a cuáles, y ade­
m ás, qué m edios hay de salvación de los regím enes, t ant o en general
com o de cada uno en part icular, y por m edio de cuáles se podría
salvaguar dar m ejor cada uno de ellos, eso hay que exam i nar lo a con­
t inuación de lo ya t rat ado.
En prim er lugar, se debe establecer el principio de que muchos
son los regím enes existentes y si bien todos están de acuerdo en la jus-
221
222 Antología <lc textoi

ticia y la igualdad proporcional, no las alcanzan, com o ya se ha dichn


ant eriorment e. La dem ocracia surgió de creer que los que son iguales
en un aspecto cualquiera son iguales en absoluto. Y la oligarquía de
suponer que los que son desiguales en un solo punto son desiguales en
todo: por ser desiguales en bienes suponen que son desiguales absolu
t amente. En consecuencia, unos considerándose iguales exigen parí i
cipar en todo en igualdad; y ot ros, considerándose desiguales, preten
den tener más, pues el «m ás» en este aspecto es una desigualdad. Así
pues, todos t ienen cierta justicia, pero desde el punt o de vist a absoluto
están en el error. Y por esta razón, cuando unos u otros no participan
del poder según la concepción que cada uno tiene, se sublevan. Y de
ent re todos, podrían rebelarse con más justicia, aunque son los que
menos lo hacen, los que se dist inguen en virt ud, [ 1301 b] pues es m uy
razonable que sean los únicos absolutamente desiguales.
H ay algunos que sobresaliendo en linaje no se consideran merece­
dores de un trato de igualdad a causa de esta desigualdad, y se consi­
dera son nobles aquellos cuyos ant epasados t uvieron virt ud y riqueza.
Est os son, por así decir, los principios y fuent es de las sediciones,
la causa por la que se sublevan. (Por eso los cam bios se producen de
dos m aneras: unas veces conciernen al régim en; lo hacen para im ­
plant ar ot ro en lugar del est ablecido; por ejem plo, de la dem ocracia
se pasa a la oli gar quía o de la oli gar quía a la dem ocracia, o de estas a
la república y la arist ocracia o viceversa; ot ras veces no conciernen
al régim en est ablecido, sino que prefieren la m ism a sit uación, por
ejem plo, la oli gar quía o la m on arquía, pero quieren que sea adm i ­
nist rado por ellos. A dem ás, puede ser por una cuest ión de m ás o de
m enos, por ejem plo, para que la oli gar quía exist ent e sea m ás oli gár ­
quica o m enos, o la dem ocracia exist ent e sea m ás dem ocrát ica o m e­
nos, y lo m ism o en relación con los dem ás regím enes, para que se
tensen o se relajen. O t ras veces es para cam biar alguna part e del ré­
gim en, por ejem plo, establecer o suprim ir alguna m agist rat ura, como
en Lacedem onia, según dicen algunos, Lisandro intentó abolir la rea­
leza y el rey Pausanias, el eforado; t am bién en Epi dam n o cam bió
parcialm ent e el régim en, y en lugar de los jefes de t ribu crearon un
Los anublos tic <tinstitución

Consejo; pero t odavía es obligat orio para los m agist rados que acce­
den al poder acudir a la H eliea cuando se somet e a vot ación alguna
m agist rat ura, y t am bién es oligár quico que exist a un solo m agist r a­
do suprem o en este régim en.)
En t odas part es, pues, la sublevación tiene por causa la desigual­
dad, pero no si los desiguales t ienen una part e proporcional (pues la
m onarquía heredit aria es desigual, si exist e ent re iguales), pues en
general se sublevan int ent ando buscar la igualdad.
Per o la igualdad es de dos clases: la i gualdad num érica e i gual­
dad según el m érit o. En t iendo por num érica lo que es idént ico o
igual en cant idad o t am año, y según el m érit o lo que es igual en pro­
porción. Por ejem plo, num éricam ent e, tres excede a dos y dos a uno
en igual cant idad, y proporcionalm ent e cuat ro sobre dos es igual que
dos sobre uno, pues igual fracción es dos de cuat ro y dos de uno, en
ambos casos es la m it ad. Y aunque todos están de acuerdo en que lo
absolut am ent e just o es la i gualdad según el m érit o, disient en, com o
se di jo ant es, los unos porque, si son iguales en un aspect o, creen ser
com plet am ent e iguales, y los ot ros porque, si son desiguales en algún
aspecto, reclam an para sí la desigualdad en todo.
Por eso t am bién exist en principalm ent e dos regím enes: la dem o­
cracia y la oli gar quía, porque nobleza y vir t ud se encuent ran en po­
cos, pero los at ribut os de estos 11302 a] dos en m ás. En efecto, nobles
y buenos en ninguna part e exist en cien, pero ricos hay en m uchos
lugares. Q ue un régim en se organice absolut a y t ot alm ent e en una
sola clase de igualdad es m alo, y es evident e por los hechos, pues
ninguno de t ales regím enes es dur ader o. L a causa de esto es porque
a part ir de un principio inicial erróneo es im posible no ir a dar al fi ­
nal a algún m al; por eso se debe hacer uso unas veces de la igualdad
num érica, y ot ras de la igualdad según el m érit o. Sin em bar go, la
dem ocracia es m ás segura y m enos sujet a a cam bios que la ol i gar ­
quía. Pues en las oli gar quías se producen dos clases de sublevacio­
nes: la de los oligarcas ent re sí y la de los oligarcas cont ra el pueblo.
En cam bio, en las dem ocracias solo la del pueblo cont ra la ol i gar ­
quía, pero la del pueblo cont ra sí m ism o, alguna di gna de m ención,
224 Antología tic textov

no se produce. Adem ás, la república de la clase m edia está m ás cerca


de la dem ocracia que de la oli gar quía, y es ese precisam ent e el más
seguro de tales regím enes.

2. Puest o que est am os exam inando de qué circunst ancias se or i gi ­


nan las revuelt as y los cam bios en los regím enes políticos, debem os
com prender prim ero, de una m anera gen eral, sus principios y cau ­
sas. Son, por así decir, en núm ero de tres aproxim adam ent e, y debe­
mos defi n i r cada uno prim ero esquem át icam ent e. H ay que det erm i ­
nar con qué est ado de ánim o se sublevan y por qué causa, y en tercer
lugar cuáles son los orígenes de las agit aciones civiles y de las disen­
siones ent re ciudadanos.
A sí pues, se debe considerar com o causa m ás general de su dis­
posición de ánim o al cam bio, aquella de la que ya hem os hablado.
Los que aspiran a la i gualdad se sublevan si creen que, siendo i gua­
les, t ienen m enos que los que t ienen m ás, y los que aspiran a la des­
i gualdad y a la suprem acía, si suponen que, siendo desiguales, no
t ienen m ás sino igual o m enos (a esto puede ser que aspiren unas
veces just a y ot ras injust am ent e). D e hecho, si son inferiores, se su­
blevan para ser iguales, y si son iguales, para ser superiores. Q ueda
dicho, pues, en qué est ado de ánim o se sublevan.
Las causas por las que se sublevan son el lucro, el honor y lo con­
t rario de esto. Tam bi én por escapar a la deshonra y al cast igo, ya de
ellos m ism os o de sus am igos, se sublevan en las ciudades.
Las causas y principios de estos movimientos, de donde nace el cita­
do estado de ánimo, en los sublevados, y los objetivos que hemos señala­
do, son en un sentido siete y en otro más. D os de ellos son los mismos
que los mencionados, pero no de la misma manera, pues por el lucro y
el honor los hombres se incitan unos contra otros, pero no para adquirir­
los para sí mismos, com o se ha dicho antes, I 1302 b] sino porque ven que
otros los aventajan en poseer más, unos justamente y otros injustamente.
Adem ás, por la soberbia, por el miedo, por la supremacía, por el despre­
cio, por el crecimiento desproporcionado. Y otra clase de causas son la
intriga, la negligencia, las nimiedades y la disparidad.
L A CI U D A D FEL I Z

LA M EJOR VIDA PARA EL INDIVIDUO Y PARA LA CIUDAD

En el Libro VI I de la Política, Aristóteles llega al fin último de toda su


obra, que es indicar cuál es la mejor constitución o régimen. Con esta ex­
presión, él se refiere a la más deseable, la constitución conforme a los votos,
aplicable solo en condiciones óptimas. N o es utópica, ya que puede conver­
tirse en realidad, pero aún no existe porque requiere condiciones especia­
les desde el punto de vista material y también formal. En los tres primeros
capítulos del libro, Aristóteles establece cuál es la mejor vida para el indi­
viduo y la ciudad a la vez. Rechaza la tesis según la cual la mejor vida co­
incide con la actividad filosófica, y también la tesis según la cual coincide
con la actividad política, tras lo cual identifica la mejor vida con una vida
activa, compuesta por actividad política y actividades intelectuales.

El texto que sigue procede de Política, op. cit ., Libro V I I , caps. 1-3, págs. 399-409.

1. I 1323 a] Sobre el régim en m ejor , el que se proponga hacer una


invest igación adecuada, es necesario que det erm ine pr im er o cuál es
la vida m ás preferible, pues si esto está oscuro, t am bién está oscuro,
forzosam ent e, el régim en m ejor , ya que es norm al que a los m ejor
gobernados dadas las circunst ancias les vaya lo m ejor posible, si no
sucede algo ilógico. Por eso es preciso, prim ero, ponernos de acuerdo
sobre cuál es la vida m ás preferible, por así decir, para t odos, y des­
pués de esto, sobre si es la m ism a para la com unidad y para el i n di ­
viduo t om ado aisladam ent e, o si es diferent e. Con sideran do, pues,
225
2211 Antología ¡Ir textos

que hemos hablado suficient em ent e en los Tratados exotéricos' sobre


la vida m ejor, nos servirem os ahora de ellos.
Pues, en verdad, nadie podría discut ir aquella división de los
bienes según la cual los repart e en tres grupos: los ext ernos, los del
cuerpo y los del alm a, y t odos ellos deben t enerlos los hom bres feli ­
ces. Pues nadie podría llam ar feli z al que no part icipa en absolut o de
la fort aleza, ni de la t em planza, ni de la just icia, ni de la prudencia,
sino que t eme a las moscas que vuelan junt o a él, y no se abst iene de
las peores acciones, si le acucia el deseo de com er o de beber, sino que
sacrifica por un cuart o a sus más queridos am igos, y sem ejant em en­
te t am bién, en lo que concierne a las cualidades de la m ent e, es tan
insensat o y falso com o un niño o un loco.
Per o si casi t odos est arían de acuerdo en estas cosas dichas, di fi e­
ren en cam bio cuando se t rat a de la cant idad y de la superioridad
relat iva; de la vir t ud, en efecto, creen que basta t ener el gr ado que
sea; en cam bio, de r iqueza, de bienes m at eriales, de poder, de gloria
y de t odas las cosas de este tipo buscan una superabundancia infinit a.
N osot ros, en cam bio, les direm os que es fácil sobre este punt o llegar
a la convicción recurriendo a los hechos, puest o que vem os que no se
adquieren y se conservan las virt udes por m edio de los bienes ext e­
riores, sino estos por m edio de aquellas, y que la vida feliz, ( 1323 b|
ya consista para el hom bre en el placer, en la virt ud o en am bas cosas,
corresponde a quienes están adornados con los dones del caráct er y
de la int eligencia en gr ado sum o, aunque estén m oderadam ent e fa­
vorecidos en la posesión de bienes ext eriores, m ás que a los que po­
seen estos bienes por encim a de lo necesario, pero están falt os de
aquellos.
Tam bi én es fácil de com prender, si lo exam inam os racional­
ment e. En efecto, los bienes ext eriores t ienen un lím it e, com o cual­
quier inst rum ent o (todo lo que es útil sirve para una cosa det erm ina-

1. Varios críticos, como Jaeger (Aristóteles, trad. it. cit., pág. 372), suponen
que se trata de una alusión al Protréptico, una de las obras más sugestivas de la
primera etapa de Aristóteles.
/ At t int iiiil f rliz 227

da); y su exceso, necesariam ent e, o perjudica, o no sirve de nada a los


que los poseen; en cam bio, cada uno de los bienes relat ivos al alm a,
cuant o m ás abundan, m ás út iles son, si hem os de at ribuirles no solo
la belleza, sino t am bién la ut ilidad.
En general, es evident e — direm os— que el estado m ejor de cada
cosa en relación con las dem ás, respect o a su superioridad, está a la
m ism a dist ancia exist ent e ent re las cosas de las que afirm am os que
son estados. D e modo que si precisamente el alm a es más valiosa que la
propiedad y que el cuerpo, t ant o en absolut o com o para nosotros, es
necesario t am bién que el m ejor est ado de cada una de estas r ealida­
des esté en una relación análoga. A dem ás, por causa del alm a estas
cosas son nat uralm ent e preferibles y deben elegirlas t odas las perso­
nas sensat as, y no el alm a por causa de ellas. A sí pues, convengam os
en que a cada individuo corresponde t ant o de felicidad cuant o t enga
de vir t ud, de prudencia, y act úa de acuerdo con ellas. Poniendo por
t est igo a la di vin idad, que es feli z y dichosa, pero no por ninguno de
los bienes ext eriores, sino por sí m ism a y por t ener una det erm inada
nat uraleza, ya que t am bién la buena suert e es dist int a necesariam en­
te de la felicidad por esta razón, pues la causa de los bienes ext eriores
al alm a es lo fort uit o y el azar , m ient ras que nadie es just o ni pr u­
dent e por suert e ni m ediant e la suert e. Se sigue de ello, acudiendo a
los m ism os argum ent os, que la ciudad m ejor es a la vez feli z y prós­
pera; pero es im posible que le salgan bien las cosas a los que no obran
bien, y no hay obra buena ni del i ndividuo ni de la ciudad sin virt ud
y prudencia.
La belleza, la just icia y la prudencia de la ciudad t ienen la m ism a
capacidad y la m ism a for m a que las virt udes por cuya part icipación
se llam a al hom bre just o, prudent e y m oderado.
Per o queden en este preám bulo estas cuest iones, ya que ni es
posible dejar de t ocarlas ni se pueden recorrer det enidam ent e todos
los argum ent os que les son propios, pues esto es t area de ot ro est u­
dio; pero ahora quede est ablecido que la vida m ejor , t ant o para el
individuo en part icular com o para las ciudades en com ún, es la que
está acom pañada de virt ud dot ada [ 1324 a] de recursos suficient es
228 Antología de texto>

com o para poder part icipar en las acciones virt uosas. Y en cuant o a
los que ponen objeciones, dejándolos a un lado en la presente inves­
t igación, nos ocuparem os de ellos m ás adelant e, si a alguno no le
convence lo que hem os dicho.

2. N os falt a por decir si hay que afi r m ar que la felicidad de cada


uno de los hom bres es la m ism a que la de la ciudad o no es la m ism a.
Tam bi én esto es evident e, t odos est arán de acuerdo en que es la m is­
m a. En efect o, cuant os basan en la r iqueza la vida feli z de un ciuda­
dano, esos t am bién consideran feli z a la ciudad ent era si es rica. Y los
que aprecian, sobre todo, la vida de tipo t iránico, esos dirán que la ciu­
dad más feliz es la que m anda sobre m ayor núm ero; y si alguien adm i­
te que el i ndividuo es feli z por su vir t ud, t am bién di r á que la ciudad
más virtuosa es más feliz.
Pero aquí hay dos cuest iones que necesitan exam inarse: una, qué
vida es preferible, la del que part icipa en la política y en la com uni­
dad civil, o más bien la del ext ran jer o y desligado de la com unidad
polít ica; y ot ra, qué régim en y qué or ganización de la ciudad debe
considerarse m ejor , ya sea que se juzgue deseable que todos part ici­
pen de la ciudad o que algunos no, pero sí la m ayoría. Per o puesto
que esta últ im a es t area del pensam ient o y de la especulación polít i­
ca, pero no lo que es preferible para cada uno, y nosotros ahora he­
mos propuest o esta consideración, aquella deberá quedar com o se­
cundaria y esta últ im a será t area de nuest ra invest igación.
Pues bien, es evident e que el régim en m ejor es esa organización
bajo la cual cualquier ciudadano puede prosperar y vi vi r felizm ent e;
pero se discut e por part e de aquellos que están de acuerdo en que la
vida virt uosa es la m ás deseable, si es preferible la vida polít ica y
práct ica o m ás bien la que está desligada de t odas las cosas ext eriores,
por ejem plo, una vida cont em plat iva, que según algunos, es la ún i ­
ca filosófica. Est as vienen a ser, en efect o, las dos clases de vida que
parecen pr efer ir los hom bres m ás am biciosos respect o a la vir t ud,
t ant o los ant iguos com o los de ahora: m e refiero a la vida polít ica y a
la filosófica. Y no es de poca im port ancia saber en cuál de las dos está
la ver dad, pues si se es sensat o, necesariam ent e se or gan izar á t ant o el
hombre individual com o la sociedad polít ica en com ún, en función
del fin m ejor.
U n os2 creen que la aut ori dad que se ejerce sobre los vecinos de
m anera despót ica va acom pañada de una i njust ici a ext r em a; la que
se ejerce por vías legales no t iene esa i n just ici a, pero es un obst ácu­
lo para el bienest ar personal. O t ros t ienen una opinión casi opuest a
a lo dicho: solo es di gn a de un h om bre la vida práct ica y polít ica,3
ya que para el ejer cicio de cada vir t ud no t ienen m ejor posición los
par t icular es que los que llevan los asunt os públicos y se ocupan de
la polít ica. [ 1324 b| U n os, pues, piensan así; ot ros afi r m an que el
único régim en fel i z es el despót ico y el t ir án i co, y para algunos la
met a t ant o de las leyes com o del r égi m en es som et er a los pueblos
vecinos.
Por eso, aunque la m ayor part e de las leyes establecidas en la
m ayoría de los pueblos es, por así decir, caót ica, no obst ant e, si las
leyes m iran hacia un objet ivo único, t odas apunt an a dom inar, com o
en Lacedem onia y en Cr et a, donde la educación y el conjunt o de las
leyes están ordenadas en gran parte en función de la guer r a. T am ­
bién, en t odos los pueblos capaces de dom in ar a ot ros se honra esa
capacidad, com o ent re los escitas, los persas, los t racios y los celtas.
En algunos incluso hay ciert as leyes que est im ulan a esta vir t ud,
com o en Car t ago, donde dicen que reciben el adorno for m ado por
los brazalet es, tantos com o cam pañas m ilit ares en que hayan t om ado
parte. Exi st ía en ot ro t iem po en M acedonia una ley que ordenaba al
hom bre que no había m at ado a ningún enem igo ceñirse con un ron­
zal; y ent re los escitas, en ciert a fiest a, no se perm it ía beber de la copa
que pasaba de m ano en m ano a quien no había m at ado a ningún
enem igo. En t r e los iberos, pueblo belicoso, se elevan tantos obeliscos
en t orno a la t um ba de un hom bre com o enem igos haya aniquilado.

2. Como Arístipo en Jenofonte, M emorables, II 1, 8-11.


3. El mayor representante de esta tendencia es Gorgias; cf. Platón, Gor-
gias, 500 C ss., y M enón, 71 e.
•M" Antología de textos

Y en ot ros pueblos hay ot ros m uchos usos sim ilares, unos est ableci­
dos por las leyes y ot ros por las cost um bres.
Sin em bargo, a quienes quier en exam inar las cosas, tal vez pue­
de parecerles dem asiado ext raño que la función del político sea esto:
poder ver cóm o m andar y dom in ar despót icam ent e a los vecinos,
tanto si quieren com o si no quieren. ¿Cóm o, en efecto, este oficio
puede ser el de un hom bre de Est ado o de un legislador, lo que ni
siquiera es legít im o? Pues no es legít im o el gober nar de un m odo no
exclusivam ent e just o, sino incluso injust am ent e, y es posible dom i­
nar a ot ros sin just icia. Es m ás, en las dem ás ciencias t am poco vem os
esto, pues no es función del m édico ni del pilot o persuadir o for zar
en un caso a los pacient es y en ot ro a los pasajeros. Pero la m ayoría
de la gent e parece pensar que el gobierno despót ico es polít ico y lo
que para sí m ism o cada uno niega que sea just o o convenient e no se
aver güen za de pract icarlo respecto a los dem ás: pues para sí m ismos
piden que se les gobierne con just icia, pero en lo que respecta a los
dem ás no se cuidan para nada de la just icia. Est o es absurdo a no ser
que por nat uraleza unos sean dom inables y ot ros no dom inables, y si
sucede de este m odo, no debe int ent arse dom in ar a t odos, sino a los
dom inables, com o t am poco cazar personas para un banquet e o sacri­
ficio, sino lo que se puede cazar para este fin, y lo que se puede cazar
es un anim al salvaje que sea com est ible.
[ 1325 a] Ciert am ent e, t am bién podría ser feli z por sí m ism a una
ciudad sola que esté bien gobernada, si es posible que en algún lugar
una ciudad se adm inist re por sí m ism a sirviéndose de leyes buenas
— en cuyo caso la organización de su régim en no est ará orient ada
hacia la guer r a ni hacia el dom inio de sus enem igos— ; m e t em o que
no exist a nada parecido. Es evident e, por t ant o, que todos los cuida­
dos relat ivos a la guer r a deben ser considerados buenos, pero no
com o el fin suprem o de t odo, sino com o m edios para este fin.
Es propio del buen legislador considerar cóm o la ciudad, el gé­
nero hum ano y cualquier ot ra com unidad part icipará de la vida
buena y de la felicidad que les es posible alcanzar. Sin em bargo, al ­
gunas de las leyes est ablecidas di fer i r án ; t am bién esto es oficio del
legislador: ver , en el caso de que haya vecinos, qué clase de ejercicios
deben pract icarse en relación con sus caract eres diferent es o cóm o
se deben adopt ar m edidas adecuadas a cada uno de ellos.
Per o la cuest ión de saber a qué fin debe t ender el régim en ideal
puede ser m ás t arde objet o de una invest igación adecuada.

3. A los que están de acuerdo en que la vida acom pañada de virt ud


es la m ás deseable, pero difieren acerca de su em pleo, debem os ha­
blar ahora com o a part idarios de dos opiniones (unos rechazan los
cargos polít icos, juzgan do que la vida del hom bre libre es dist int a de
la de un político y la m ás deseable de todas; ot ros que esta últ im a
es la m ejor , ya que es im posible que el que nada hace obre bien, y el
bien obrar y la felicidad son lo m ism o), y decir que unos y ot ros en
part e t ienen razón y en part e no: los prim eros, en que la vida del
hom bre libre es m ejor que la del am o; esto es ver dad, pues nada res­
petable es servirse de un esclavo com o esclavo, pues el dar órdenes
acerca de las necesidades cot idianas no tiene nada en com ún con la
nobleza. En cam bio, el pensar que t oda aut oridad es despót ica no es
correct o, pues no hay m enos dist ancia ent re la aut oridad que se ejer ­
ce sobre hom bres libres y la que se ejerce sobre los esclavos que la
que hay ent re el ser nat uralm ent e libre y el esclavo por nat uraleza.
Per o sobre este t em a ya se ha precisado bast ant e en los prim eros de­
bates. Por ot ra part e, alabar m ás la inact ividad que la acción t am po­
co es ver dad, ya que la felicidad es una act ividad; y adem ás las accio­
nes de los hom bres justos y prudent es t ienen com o result ado m uchas
y nobles obras.
Sin em bargo, después de las precisiones hechas, alguien, tal vez,
puede suponer que el poder suprem o es lo m ejor de todo, ya que así
podría ser soberano del m ayor núm ero y más nobles acciones. De
m odo que el que es capaz de m andar no debe ceder el poder al veci­
no, sino más bien arrebat árselo; según esto, ni el padre debe t ener en
cuent a a los hijos, ni los hijos al padre, ni en general, el am igo a su
am igo, ni t ener consideración ninguna, porque lo m ejor es lo más
preferible, y el que te vayan bien las cosas es lo m ejor. T al vez puede
Antología de textos

haber verdad en tales palabras, si lo m ás deseable de todos los bienes


I 1325 b] es lo que pert enece a los ladrones y salt eadores; pero, sin
duda, no es posible que así ocurra, y entonces tal suposición es falsa.
Pues no pueden ser herm osas las acciones de quien no se dist ingue
tanto com o el varón de la m ujer o el padre de los hijos o el am o de los
esclavos, de m odo que el que se ha apart ado del buen cam ino no pue­
de rect ificar luego en la m edida en que se ha desviado de la virt ud.
Pues ent re iguales lo bueno y lo just o consiste en una alt ernancia, y
esto es lo igual y sem ejant e. En cam bio, lo desigual para los iguales
y lo no sem ejant e para los sem ejant es es cont rario a la nat uraleza, y
nada cont rario a la nat uraleza es herm oso. Por eso, siem pre que al­
guien sea superior en virt ud y en capacidad para realizar las m ejores
acciones, a ese es noble seguirle y just o obedecerle. Pero debe poseer
no solo virt ud, sino capacidad que le haga apt o para la acción.
Per o si estas afirm aciones son exact as y si la felicidad debe ser
considerada com o prosperidad, la vida act iva será la m ejor , tanto
para la ciudad en com ún, com o para el i ndividuo. Per o la vida prác­
tica no está necesariam ent e orient ada a ot ros, com o piensan algunos,
ni los pensam ient os son exclusivam ent e práct icos, aquellos que for ­
m am os en orden a los result ados que surgen de la acción, sino que
son m ucho m ás las cont em placiones y las m edit aciones que t ienen su
fin y su causa en sí m ism as, ya que la prosperidad es un fin y, en
consecuencia, t am bién una act ividad.
Sobre t odo decim os que act úan de m odo suprem o aun en el caso
de las act ividades ext eriores, los que las dir igen con sus pensam ien­
tos. Adem ás, ni las ciudades fundam ent adas en sí m ism as, y que han
pr efer ido una vida de este t ipo, necesariam ent e t ienen que ser inac­
t ivas, pues la act ividad t am bién puede ser parcial, ya que las partes
de la ciudad t ienen m uchas com unidades int errelacionadas. I gu al ­
ment e ocurre esto en cada uno de los individuos hum anos; pues en
ot ro caso, D ios y el universo ent ero difícilm ent e podrían ser perfec­
tos, puest o que no t ienen act ividades ext eriores, apart e de las que les
son propias.
A sí pues, es evident e que necesariam ent e la vida m ejor será la
IM I IHlilIti /( II.\

m ism a para cada uno de los hom bres y, en com ún, para las ciudades
y para los hom bres.

LAS CONDICIONES M ATERIALES DE LA CIUDAD FELIZ

Tras establecer cuál es el mejor tipo de vida para la ciudad, Aristóteles, en


los caps. 4 y 5 del Libro VI I de la Política, determina lo que podríamos
llamar las condiciones materiales que deben darse para que la ciudad sea
feliz. Entre ellas, señala en primer lugar la cantidad de población, que no
puede ser excesiva, porque un exceso de población crearía desorden, sino
que debe tener como límite inferior un mínimo indispensable para garan­
tizar la autosuficiencia y como límite superior la posibilidad de que todos
los ciudadanos se conozcan. Otro tanto puede decirse del territorio, que
debe ser lo suficientemente grande para que los ciudadanos dispongan de
tiempo libre (.schole, aquí traducido por «vida holgada»), y, al mismo tiem­
po, lo bastante pequeño para poder abarcarlo con una sola mirada.

El texto que sigue procede de Política, op. cit., Libro V I I , caps. 4-5, págs. 410-414.

4. D espués de las cosas dichas ahora com o preám bulo sobre estas
cuest iones y nuest ros est udios ant eriores sobre los dem ás regím enes,
el punt o de part ida de lo que nos queda por decir es exam inar pr im e­
ro qué condiciones debe reunir la ciudad que vaya a ser const it uida
según nuest ros deseos. Pues no puede darse el m ejor régim en sin un
conjunt o de m edios apropiados. Por ello es necesario presuponer
m uchas condiciones de acuerdo con nuest ros deseos, sin que ninguna
de ellas sea im posible; m e refiero, por ejem plo, al núm ero de ciuda­
danos y al t errit orio. En efect o, lo m ism o que los dem ás art esanos,
com o el t ejedor y el const ruct or de naves, [ 1326 a| necesitan t ener la
m at eria que sea adecuada a su t rabajo (y en la m edida en que ésta se
encuent re m ejor preparada, forzosam ent e más herm oso result ará el
product o de su arte), así t am bién el político y el legislador deben dis­
poner de la m at eria que sea convenient em ent e apropiada a su obra.
vi . \fitología de textos

Pert enece a los recursos de una ciudad, en prim er lugar, el n ú ­


m ero de personas: cuánt os y de qué condición deben ser por nat ur a­
leza; y respect o al t errit orio, igualm ent e, cuál debe ser su ext ensión y
su cualidad.
Ciert am ent e la m ayoría de la gent e cree que la ciudad feliz con
viene que sea grande; y si bien esto es verdad, desconocen qué tipo
de ciudad es gran de y cuál pequeña, pues juzgan la m agnit ud de una
ciudad por el núm ero de sus habit ant es. Per o se debe m i r ar más
bien, no la población, sino el poder. En efect o, hay t am bién una fu n ­
ción de la ciudad y, en consecuencia, la que pueda cum plir la m ejor,
esa debe considerarse la m ás gran de, de la m ism a for m a que puede
decirse que H ipócrat es es m ás gran de, no com o hom bre sino com o
m édico, que cualquiera que le es superior en est at ura. Per o aun en el
caso de que se deba ju zgar por el núm ero de habit ant es, no se debe-
hacer según cualquier clase de gent e (pues necesariam ent e en las
ciudades suele haber un núm ero gran de de esclavos, met ecos y ex­
t ranjeros), sino t eniendo en cuent a solo los que son parte de la ciu­
dad y const it uyen sus part es propias. En efecto, la superioridad n u­
m érica de estos elem ent os es señal de una gr an ciudad, pero aquella
de la que salen m uchos obreros m anuales pero pocos hoplit as, no
puede ser gran de, pues no es lo m ism o una ciudad gran de que m uy
populosa.
D e ot ra part e, t am bién result a evident e por los hechos que es
difícil, tal vez im posible, que la ciudad dem asiado populosa sea r egi­
da por buenas leyes. En t odo caso, ent re las ciudades que se conside­
ran bien gobernadas no vem os ninguna que descuide el núm ero de
la población. Est o es evident e t am bién por la vía del razonam ient o.
L a ley, en efect o, es un ciert o orden, y la buena legislación es necesa­
riam ent e una buena ordenación, y un núm ero excesivam ent e eleva­
do no puede part icipar del orden, ya que esto sería obra de un poder
divino, com o el que m ant iene unido el universo. Y puesto que la
belleza suele acost um brar a realizarse en el núm ero y la m agnit ud,
result a de ello que t am bién una ciudad, que una la m agnit ud con ese
lím it e indicado, será necesariam ent e la m ás herm osa. Pero exist e
t ambién una m edida de la m agnit ud de la ciudad, lo m ism o que en
todos los dem ás seres, anim ales, plant as e inst rum ent os; pues cada
uno de ellos, si es dem asiado pequeño o ext rem adam ent e gran de, no
m ant endrá su propia capacidad, sino que o bien quedará por com ­
pleto pr ivado de su nat uraleza, o bien será defect uoso. Por ejem plo,
una em barcación de un palm o no será en absolut o una nave, ni t am ­
poco una de dos estadios, sino que, el alcanzar ciert o t amaño, [ 1236 b]
t ant o por su pequeñez com o por su enor m i dad, hará difícil la nave­
gación.
I gualm ent e, t am bién, la ciudad que se com pone de dem asiado
pocos habit ant es no es aut osuficient e (y la ciudad ha de ser aut osufi-
ciente), y la que se com pone de dem asiados será aut osuficient e en sus
necesidades esenciales, com o un pueblo, pero no com o una ciudad,
pues no le es fácil t ener una const it ución; pues, ¿quién podría ser
general de una m ult it ud t an gr an de?, o ¿quién será su heraldo, com o
no sea un Est ent or?
Por eso, la ciudad pr im er a necesariam ent e es la que está for m a­
da de ese m ínim o de gent es que sea un gr upo hum ano aut osuficien­
te respect o a vivir bien en una com unidad política. Es posible t am ­
bién que la ciudad que exceda de ese núm ero sea una ciudad m ayor,
pero esto no puede, com o dijim os, llevarse al infinit o. Cu ál es el l ím i ­
te de este exceso, es fácil de ver por los hechos. En efecto, las act ivi­
dades de la ciudad corresponden a los gobernant es y a los gober na­
dos; y es función del gobernant e el m ando y la adm inist ración de la
just icia. Per o para em it ir un juicio sobre lo just o y para dist ribuir los
cargos de acuerdo con el m érit o, es necesario que los ciudadanos se
conozcan unos a ot ros y sus cualidades respect ivas, en la idea de que
donde esto no ocurre, la elección de los m agist rados y los juicios se­
rán por fuerza defect uosos, pues en am bas cosas no es correct o im ­
provisar com o evident em ent e ocurre con un núm ero excesivo de
ciudadanos. A dem ás, a los ext ranjeros y met ecos les es fácil part ici­
par de la ciudadanía, pues no es difícil pasar inadvert idos a causa del
exceso de población. Es evident e, por lo t ant o, que este es el lím it e
ideal de la ciudad: el m ayor núm ero posible de población para la
2y* Antología de textos

aut arquía de la vida y que pueda ser abarcada fácilm ent e en su t ot a­


lidad. A sí pues, respect o a la m agnit ud de una ciudad, quede defi n i ­
da de esta m anera.

5. Aproxim adam en t e lo m ism o es lo que concierne al t errit orio. Res­


pect o a las cualidades, es evident e que t odos harían elogios del más
aut árquico (y necesariam ent e será tal el que produzca de t odo, pues
aut osuficient e es t ener de t odo y no carecer de nada). En ext ensión y
m agnit ud deben ser t ales que los habit ant es puedan llevar una vida
holgada,4 con liberalidad y prudencia al m ism o t iem po. Si tenemos
razón o no en poner este lím it e debe ser exam inado después m ás en
det alle, cuando hagam os m ención de la propiedad, de la abundancia
de bienes, cóm o y de qué m anera deben ut ilizarse, pues m uchas son
en este asunt o las opiniones, porque los hom bres son arrast rados ha­
cia dos excesos en la m anera de vivir : unos hacia la m ezquindad y
ot ros hacia la molicie.
N o es difícil decir la configuración del t errit orio (aunque en al­
gunos punt os haya que seguir t am bién a los expert os en estrat egia):
debe ser inaccesible para los enem igos y de fácil salida para sus habi­
tantes. [ 1327 a] A dem ás, lo m ism o que decíam os que el núm ero de
ciudadanos debe ser abarcable, así t am bién debe ser el t errit orio.
Q ue este sea abarcable es que el t errit orio sea fácil de recorrer.
En cuant o al em plazam ient o de la ciudad, si es necesario hacerlo
de acuerdo con nuest ros deseos, conviene que se est ablezca en sit ua­
ción favorable t ant o respect o al m ar com o respect o a la t ierra. U na
prim era norm a es la que ya hem os dicho: la ciudad debe est ar com u­
nicada con t odos los lugares para el envío de socorro, y, la ot ra, que
ofrezca facilidades de paso al t ransport e de los product os recogidos,
de la m adera de const rucción y de cualquier ot ra indust ria que el
país pueda poseer.

4. «Vida holgada» es aquí la traducción de schole, que significa hacer un


buen uso del tiempo libre.
I m t itulad /<"//’ 2 <7

LA CONSTITUCIÓN DE LA CIUDAD FELI Z

Además de las condiciones materiales, la condición para que la ciudad fe­


liz se haga realidad es la constitución o régimen. Con el fin de determinar
cuál debe ser, Aristóteles, en los caps. 13-15 del Libro VI I de la Política,
recuerda que la felicidad proviene del ejercicio de la virtud, pero que no
todos los habitantes de la ciudad con capaces de alcanzar la virtud; de he­
cho, solo lo son aquellos que poseen la naturaleza y el tiempo libre para
conseguirlo, es decir, los hombres acomodados. E incluso ellos necesitan
cult ivar su naturaleza mediante los hábitos y la razón, esto es, precisan de
una educación. Todos los ciudadanos deben ser educados en la virtud, tan­
to los gobernantes como los gobernados, ya que, al ser todos iguales, los
mismos ciudadanos gobernarán y serán gobernados por turnos: esa es la
constitución. Así pues, en etapas distintas de su vida, los ciudadanos se
dedicarán a las ocupaciones y al buen uso del tiempo libre, a la guerra y a
la paz, a las actividades útiles y a las actividades que son un bien en sí mis­
mas, sin olvidar nunca que las primeras se realizan con vistas a las segun­
das. Por tanto, son tan necesarias las virtudes vinculadas a las ocupaciones
(valentía, templanza, justicia) como las virtudes vinculadas al tiempo libre
(amor a la sabiduría o filosofía).

El texto que sigue procede de Polít ica, op. cit ., Li br o V i l , caps. 13- 15, págs. 432-
444.

13. Sobre el régim en m ism o, hay que decir de qué elem ent os y de
qué clase debe const it uirse la ciudad que int enta ser feliz y gober n ar ­
se bien. Pues hay dos cosas en las que está el bien para todos: una
consiste en poner correct am ent e la m et a y el fin de las acciones, y
ot ra en encont rar las acciones que conducen a ese fin. (Pues es posi­
ble que esas dos cosas sean diferent es ent re sí y que estén en concor­
dancia: unas veces, el objet ivo está bien est ablecido, pero en la prác­
tica no se consigue alcan zarlo; ot ras veces, se alcanzan t odos los
m edios para el fin propuest o, pero el fin est ablecido es m alo; y ot ras
se falla en lo uno y lo ot ro, por ejem plo en la m edicina. En efect o, a
veces los m édicos no juzgan bien qué cualidades debe t ener un cuer ­
Antología de textos

po sano, ni logran encont rar los m edios para el fin est ablecido por
ellos. En las artes y en las ciencias deben dom inarse am bos factores,
el fin y las acciones que llevan a ese fin.) A sí pues, que todos aspiran
a vi vi r bien y a la felicidad, es evident e, pero estas cosas unos tienen
la posibilidad de alcanzarlas, y ot ros no, a causa de la suert e o de la
nat uraleza [ 1332 a] (pues el vi vi r bien requiere ciert o bagaje de bie­
nes, en m enor cant idad para los dot ados de m ejores disposiciones, y
en m ayor para los dot ados de peores disposiciones), m ient ras que
ot ros desde el principio buscan por m al cam ino la felicidad, aunque
t ienen los recursos.
Pero puesto que nuest ro propósit o es conocer el régim en m ejor,
y ese es con el que una ciudad puede ser m ejor gobernada, y la ciu­
dad es m ejor gobernada por el régim en que hace posible la m ayor
m edida de felicidad, es evident e que no nos debe pasar por alt o en
qué consist e la felicidad.
D ecim os (y lo hemos definido en la Ét ica, si algún provecho t ie­
nen aquellos argum ent os) que la felicidad consiste en el ejercicio y
uso perfect o de la vir t ud, y eso no condicionalm ent e, sino absolut a­
ment e. Y ent iendo por «condicionalm ent e» lo que es necesario, y
por «absolut am ent e» lo que está bien. Por ejem plo, en el caso de las
acciones just as, las correcciones y cast igos justos proceden sin duda
de la vir t ud, pero son necesarios y son buenos por ser necesarios
(pues sería preferible que no necesit ara de esas cosas ni el hom bre ni
la ciudad); en cam bio, las que buscan los honores y la prosperidad
son las acciones m ás herm osas en un sent ido absolut o; en efect o, la
prim era cat egoría de acciones es el rechazo de algún m al, y las accio­
nes de la segunda cat egoría son lo cont rario, ya que preparan y gen e­
ran bienes. El hom bre bueno puede hacer buen uso de la pobreza, la
enferm edad y los dem ás infort unios, pero la felicidad consist e en sus
cont rarios (tam bién esto está definido en los Tratados de Ét ica, que el
hom bre bueno es aquel para quien, a causa de su vir t ud, los bienes
absolutos son bienes, y es evident e que el uso que haga de ellos será
t am bién, necesariam ent e, bueno y noble en sent ido absoluto); y por
ello los hom bres suelen pensar que los bienes ext eriores son causa de
I m nutitiii (fin'. 2J9

la felicidad, com o si la causa de tocar con brillant ez y dest reza la cí­


t ara se asignase com o causa a la lira m ás que al arte.
Es necesario, así pues, a part ir de lo dicho que el legislador en­
cuent re dispuest os unos bienes y se procure ot ros. Por ello hacemos
votos para que la constit ución de la ciudad disponga de esos bienes
de los que la suert e es dueña soberana, pues pensam os que es sobera­
na. Per o que la ciudad sea buena ya no es obra de la suert e, sino de
ciencia y de resolución. Sin em bargo, una ciudad es buena cuando
los ciudadanos que part icipan en su gobierno son buenos. Y, para
nosot ros, t odos los ciudadanos part icipan del gobierno. Por consi­
guient e, hay que exam i n ar esto: cóm o un hom bre se hace bueno,
pues aun en el caso de que todos los ciudadanos en conjunt o fueran
buenos, pero no i n dividualm ent e, será preferible esto últ im o, pues la
bondad de t odos sigue a la de cada uno.
A h or a bien, buenos y dignos llegan a ser los hom bres gracias a
tres fact ores, y estos tres son la nat uraleza, el hábit o y la razón. Efec­
t ivam ent e, prim ero hay que ser hom bre por nat uraleza y no ot ro
anim al cualquiera, y por t ant o con ciert a cualidad de cuerpo y alm a.
[ 1332 b] Per o hay algunas cualidades que no sirve de nada poseer­
las de n acim ien t o, pues los hábit os las hacen cam bi ar . A l gu n as
cualidades, en efect o, por nat uraleza son suscept ibles, a t ravés de los
hábit os, de inclinarse hacia lo peor y hacia lo m ejor. Los dem ás ani­
m ales viven principalm ent e guiados por la nat uraleza; algunos, en
pequeña m edida, t am bién por los hábit os; pero el hom bre adem ás es
gui ado por la razón; él solo posee razón, de m odo que es necesario
que estos tres fact ores se arm onicen uno con el ot ro. M uchas veces,
efect ivam ent e, los hom bres act úan m ediant e la razón en cont ra de
los hábit os y de la nat uraleza, si están convencidos de que es m ejor
act uar de ot ra m anera.
H em os det erm inado más arriba qué caract eríst icas deben t ener
los ciudadanos que se dejen m anejar más fácilm ent e por el legisla­
dor. El resto es obra de la educación, pues se aprenden unas cosas
por la cost um bre y ot ras por la enseñanza oída.
24 0 Antología tic textos

14. Puest o que t oda com unidad polít ica está com puest a de gober ­
nant es y gober nados, es necesario exam i n ar esto, si los gobernant es
y los gobernados deben ser dist int os o los m ism os t oda su vida, pues
es evident e que la educación deberá cor r espon der a esta dist inción
de funciones. Si fueran t an diferen t es unos y ot ros de los dem ás
com o suponem os que se diferen cian los dioses y los héroes de los
hom bres — a pr im er a vist a por t ener una gr an superior idad pr im e­
ram ent e física, y luego del alm a— , de tal m odo que fuera indiscu­
t ible y m anifiest a la superi or idad de los gobernant es sobre los go­
bernados, es evident e que sería m ejor que, de una vez por t odas,
si em pre los m ism os, unos m an dar an y ot ros obedecieran. Pero
com o est o no es fácil de alcan zar y no es posible que los reyes sean
tan dist int os de sus súbdit os com o, según Esci l ax, lo son en la I n dia,5
está clar o que por m uchas razones es necesario que t odos por igual
part icipen por t urno de las funciones de m an dar y obedecer. La
igualdad consist e en que los que son iguales t engan lo m ism o, y es
di fíci l que perm anezca el régim en polít ico const it uido en cont ra de
lo just o. En efect o, en unión de los ciudadanos gober nados est arán
deseosos de sublevarse t odos los que habit an el país, y es im posible
que los que est án en el gobi ern o sean t ant os que puedan vencer a
t odos estos.
Sin em bargo, que deben ser dist int os los gobernant es de los go­
bernados, es indiscut ible. Cóm o se conseguirá esto y de qué m anera
part iciparán del gobierno, debe exam i nar lo el legislador. Ya hemos
hablado de ello. La nat uraleza, en efect o, ha proporcionado la dist in­
ción, al hacer a i ndividuos de la m ism a especie a unos m ás jóvenes, y
a ot ros m ás viejos: de ellos, a los prim eros les va bien ser gobernados,
y a los segundos gobernar. Y nadie se m olest a por ser gobernado de
acuerdo con su edad, ni se considera superior, especialm ent e cuando
t am bién él va a obt ener esta recom pensa cuando llegue a la edad
correspondient e.

5. Cf. M üller, Georg. Gr. M in., I, págs. xxxm ss. Según H eródot o (I V 44),
Darío mandó a Escilax a explorar la India y Arabia.
Im i ituldii feliis

Por consiguient e, se debe afi r m ar que en un sent ido los gober ­


nantes y los gobernados son los m ism os, y en ot ro que son dist int os;
[ 1333 a l de m odo que su educación debe forzosam ent e en parte ser
la m ism a y en parte ser dist int a. En efect o, el que se propone gober ­
nar bien debe, según dicen, haber sido gobernado prim ero. (Pero un
gobierno, com o se ha dicho en la pr im er a part e de este t rat ado, se
establece ya en int erés del gobernant e, ya en int erés del gobernado.
D e estos, al prim ero lo llam am os despót ico, y al segundo, gobierno
de hom bres libres. A l gun as de las órdenes dadas difier en no por su
cont enido, sino por su fin. Por ello m uchas t areas que parecen ser vi ­
les, para los jóvenes libres, es bello desem peñarlas, pues en lo que
respecta a la belleza y falt a de belleza las acciones no se diferencian
t ant o por sí m ism as com o por su fin y su causa.) Y puest o que afi r ­
m am os que la virt ud del ciudadano y del gobernant e es la m ism a
que la del hom bre bueno, y que la m ism a persona debe pr im er o obe­
decer y luego m andar, sería t area del legislador ver cóm o los hom ­
bres serán buenos, m ediant e qué m edios, y cuál es el fin de la vida
m ejor.
El alm a está d i vi d i d a en dos part es, una de las cuales posee por
sí m ism a la r azón, y la ot ra no la posee por sí m i sm a, pero es capaz
de obedecer a la razón. Y decim os que las vir t udes de estas par ­
tes del alm a son las que hacen que se llam e, en ciert o sent ido, a un
hom bre bueno. Per o, ¿en cuál de ellas está m ás bien el fin? A los
que adopt an la di visi ón que nosot ros proponem os no les result a
dudoso cóm o responder. Pues siem pre lo peor se debe a lo m ejor , y
est o es eviden t e igualm en t e en lo ar t i fi ci al com o en lo n at ur al, y es
m ejor lo que posee razón. L a r azón est á d i vi d i d a en dos, según
acost um br am os a d i vi d i r l a; una es práct ica y ot ra t eórica. D e la
m ism a m an er a, pues, evi den t em en t e se d i vi d i r á la part e r acional
del alm a. Y en cuant o a las acciones, di r em os que la sit uación es
an ál oga, y deben ser pr efer ibles las que corresponden a la part e
m ejor por nat ur aleza para los que son capaces de alcan zar l as t odas
o dos, por que siem pre es pr efer ible para cada uno lo m ás alt o que
puede alcan zar.
H2 Antología de textos

La vida t om ada en su conjunt o se di vide en t rabajo y ocio/ ’ en


guer r a y paz, y de las acciones, unas son necesarias y út iles, y otras
nobles. Y en este t erreno, es necesario hacer la m ism a elección que
para las part es del alm a y sus act ividades: que la guer r a exist a en
vist a de la paz, y el t rabajo en vist a del ocio, y las acciones necesarias
y útiles en vist a de las cosas nobles. Ent onces el polít ico habrá de le­
gislar t eniendo en cuent a t odo esto, t ant o en lo que se refiere a las
part es del alm a com o a sus act ividades respect ivas, pero fijándose
especialm ent e en las cosas m ejores y en los fines. D e la m ism a m ane­
ra en lo relat ivo a los m odos de vida y a la elección en las acciones
concret as: pues un hom bre debe ser capaz de t rabajar y de guer r ear ,
[ 1333b] pero m ás aún, de vi vi r en paz y t ener ocio, y llevar a cabo las
acciones necesarias y út iles, pero t odavía m ás las nobles. Por consi­
guient e, a estos objet ivos hay que orient ar la educación de los que
aún son niños y de las dem ás edades, que necesitan educación.
Pero las ciudades que, ent re los gri egos, pasan por ser act ual­
m ent e las m ejor gobernadas, y los legisladores que est ablecen esos
regím enes, no parecen haber or gan izado lo r elat ivo al régim en con
vist as al m ejor fi n , ni las leyes ni la educación en orden a t odas las
vir t udes, sino que, de m anera sór dida, se inclinaron hacia las consi­
deraciones út iles y m ás lucrat ivas. D e una m anera sem ejant e a ésta,
t am bién algunos escrit ores post eriores han profesado la m ism a opi ­
nión, pues al alabar la República de los lacedem onios adm ir an el
objet ivo del legislador , que t odo lo or denó con vist as a la dom in a­
ción y la gu er r a, lo cual es fácil de r efut ar por la lógica, y los hechos,
act ualm ent e, lo han refut ado. Pues, así com o la m ayoría de los hom ­
bres am bicionan dom in ar a m uchos, porque der i va de ello una gr an
abundancia de bienes de for t un a, así t am bién T i b r ón y t odos los
dem ás, que han escrit o sobre el régim en de Lacedem on i a, adm ir an
m anifiest am ent e al legislador de los lacedem onios, porque, por ha-

6. «Trabajo» es aquí la traducción del griego ascholia, opuesto a schole,


«ocio», y se refiere a las ocupaciones de tipo instrumental, que son útiles para
otras cosas.
I ai ( iiiihnl frhv. ------

bersc ejercit ado en los peligros, m an dar on sobre m uchos. Y sin em ­


bargo, es evident e que puest o que act ualm ent e ya no t ienen los lace-
dem onios el im perio, no son felices ni su legislador es bueno. Y
adem ás, es ridículo que, conservando sus leyes y sin ningún obs­
t áculo que les im pidier a pract icarlas, hayan dejado de vi vi r bien. N o
t ienen una concepción correct a del poder que el legislador debe m a­
nifiest am ent e honrar, pues el gobiern o de hom bres libres es m ás no­
ble y más conform e a la vir t ud que el gobierno despót ico. Tam poco
por esto debe considerarse feli z la ciudad ni loable al legislador por
ejercit ar a los ciudadanos a vencer para dom in ar a sus vecinos, ya
que esto conlleva un gr an daño. Es evident e que aquel de los ci uda­
danos que sea capaz de ello int ent ará conseguir el poder para poder
m andar en su propia ciudad. Es precisam ent e lo que los lacedem o-
nios reprochan al rey Pausanias, aun cuando tenía tan alt a dignidad.
Ciert am ent e, ningún r azonam ient o, ninguna ley de este t ipo es
digna de un polít ico, ni út il, ni ver dadera. Pues las m ism as cosas son
las m ejores para el i ndividuo y para la com unidad, y estas son las que
el legislador debe im buir en las alm as de los ciudadanos. L a práctica
de los ejercicios m ilit ares no debe hacerse por esto, para som et er a
esclavit ud a pueblos que no lo m erecen, sino, prim ero, para evit ar
ellos m ism os ser esclavos de ot ros, [ 1334 a] luego para buscar la he­
gem onía en int erés de los gobernados, y no por dom in ar a t odos; y en
t ercer lugar , para gobernar despót icam ent e a los que m erecen ser
esclavos. Q ue el legislador debe afanarse con preferencia por or de­
nar las disposiciones sobre la guer r a y lo dem ás con vist as al ocio y la
paz, los hechos at est iguan las palabras. En efecto, la m ayor parte de
t ales ciudades se m ant ienen a salvo m ient ras luchan, pero, cuando
han conquist ado el im perio, sucum ben. Com o el hierro, pierden el
t em ple en t iem po de paz, y el responsable es el legislador, por no
educarlos para poder llevar una vida de ocio.

15. Puest o que la com unidad y los part iculares t ienen m anifiest a­
m ent e el m ism o fin, y la m ism a met a por necesidad debe correspon­
der al hom bre m ejor y al régim en m ejor, es evident e que deben te­
244 Antología de textos

ner las virt udes que se relacionan con el ocio, pues, com o hemos
dicho m uchas veces, la paz es el fin de la guer r a y el ocio el del t raba­
jo. Per o de las virt udes útiles para el ocio y su disfrut e, las hay que se
ejercit an en el t rabajo, pues se deben poseer m uchas cosas necesarias
para que nos sea posible llevar una vida de ocio. Por eso conviene
que la ciudad sea prudent e, valerosa y resist ente, pues, según el pro­
verbio,
no hay vida de ocio para los esclavos,

y los que no pueden afr ont ar el peligro con valent ía son esclavos de
sus atacantes.
A sí pues, es necesario valor y resist encia para el t rabajo, la filoso­
fía para el ocio, la prudencia y la just icia para los dos m om ent os a la
vez, y especialm ent e en t iem po de paz y ocio, ya que la guer r a obliga
a ser just os y sensatos, m ient ras que el goce de la buena suert e y el
ocio que acom paña a la paz los hace m ás soberbios. Les es necesario,
pues, m ucha just icia y m ucha prudencia a los que parecen m uy prós­
peros y disfr ut an de t oda clase de dichas; por ejem plo, los hom bres,
si exist en com o dicen los poetas, que viven en las Islas de los Bi en ­
avent urados. Ést os necesit arán sobre t odo la filosofía, la prudencia y
la just icia, en cuant o que disfr ut an de m ás ocio en la abundancia de
t ales bienes.
A sí pues, es evident e la razón por la que la ciudad que se propo­
ne ser feli z y di gna debe part icipar de estas virt udes: pues si es una
vergüenza no poder hacer uso de los bienes, aún más no poder ha­
cerlo en t iem po de oció, sino m ost rarse nobles en el t rabajo y en la
guer r a y, en cam bio, com o esclavos en t iem po de paz y de ocio. Por
ello no debe pract icarse la virt ud a la m anera de la ciudad de los la-
cedem onios: estos no se diferencian de los dem ás [ 1334 b] por no
considerar com o bienes suprem os los m ism os que los dem ás, sino
por creer que esos bienes result an de una vir t ud det erm inada. Y
puesto que consideran estos bienes y su disfrut e m ayor que el de las
vir t udes,* * * y que por sí m ism a result a claro a part ir de esto. Per o
cóm o y por qué m edios se consigue, eso se ha de considerar.
I m a tultul feliz

Precisam ent e hem os det erm inado ant es que son necesarios na­
t uraleza, hábit o y razón. Y de estos fact ores, cóm o debe ser la nat u­
raleza de los ciudadanos se ha definido ant es; nos queda por exam i ­
nar si deben ser educados ant es por la razón o por los hábit os. Est os
dos fact ores deben est ar ent re sí en la m ás perfect a ar m onía, pues
puede ocur r ir a la vez que la razón se engañe en la det erm inación
del principio fundam ent al m ejor y que los hábit os induzcan a error
de m anera sem ejant e.
L o que es, al m enos, evident e en pr im er lugar , com o en los de­
m ás casos, es que la generación procede de un principio y el fin que
parte de ciert o principio es relat ivo a ot ro fin. La razón y la int eli­
gencia son para nosotros el fin de nuest ra nat uraleza, de m odo que
en vist a de estos fines deben or gan izar se la generación y el ejercicio
de los hábit os. En segundo lugar, igual que el alm a y el cuerpo son
dos, así t am bién vem os que exist en dos part es en el alm a, la irr acio­
nal y la dot ada de r azón, y dos estados correspondient es a esas partes,
uno de los cuales es el deseo, y el ot ro la int eligencia; pero igual que
el cuerpo es ant erior en la generación al alm a, así t am bién la parte
irracional a la dot ada de razón. Est o es evident e, pues el coraje, la
volunt ad y t am bién el deseo se encuent ran en los niños desde el m o­
m ent o m ism o de nacer, pero el raciocinio y la int eligencia nacen na­
t uralm ent e al avan zar en edad. Por ello, prim ero es necesario que el
cuidado del cuerpo preceda al del alm a, y luego el cuidado del deseo;
sin em bar go el cuidado del deseo es en función de la int eligencia, y
el cuidado del cuerpo en función del alm a.

Potrebbero piacerti anche