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• (-¡~:::~
RECUERDOS DE LÁ AtONTAN
EPISODIOS DE UN VIAJE -.-11-
DE L I M./,A~~A I Q U I T O S
.4~1 J.os
POR
SEGUNDA PARTE.
LIMA:.
1111'. MASI.AS- pLAZA DE LA MEROED.
1896.
RECUERDOS DE LA 1lONTANA
.-'-.4
EPISODIOS DE UN VIAJE
DE L I MA A IQUITOS
POR LOS
POR
JUAN DEL MO
SEGUNDA PAR
LIMA:
1MI'. MA~I.AS- PLAZA Dl<:LA MERCJm.
1896.
BANCO DE LA REPUBLlC,4.
llIUOTECA LUIS - ANGEL ARANG!,)
RECUERDOS DE LA MONTAÑA.
SEGUNDA PARTE.
EN LOS RIOS.
PUERTO BERMUDEZ.
Asi dicen llamarse el sitio en que nos echa-
mos al rio para que Dias nos salvara.
Hénos, pues, al fin de Ia primera etapa; la
jornada á pié ha concluido; ya no más ásperas
y empinadas cuestas que subir, no más bos-
ques enmarañados que atravesar, no. más pre-
cipicios: la corriente impelirá nuestra balsa,
ella será la que nos lleve al fin de nuestro ca-
mino sin fatigas, sin dolores, casi sin traba-
jo .... Esto no era más que una ilusión.
En el sitio en que el Quintiriaruñí, río muy
-4-
inferior -al Azupizú, afluye por la derecha, las
aguas caen con violencia ' formando lo que se
llama un rápido; en seguida corren con-una
~locidad no menor de cinco mjllas por unos
cien métros, más ó menos, para precipitarse
por entre peñascos en cascada y caer, lue-
go, en una especie de estanque. En el es-
pacio comprendido entre el rápido y la cas-
cada, deja el rio sobre la izquierda una playa
cuya anchura aumenta ó disminuye con las
avenidas: fué allí donde establecimos nues-
tro campamento.
Nada puede compararse á la satisfacción
que experimentamos al ver vencida la prime-
ra parte de nuestro viaje. Cuando puse en el
suelo mi ca1'(Ja y sentí mis espaldas. libres del
peso que sobre ellas había gravitado durante
esa penosa marcha, me juzgué el hombre más
dichoso de la tierra. Esa carga consistía en
mi ropa, una amaca de crudo; y un poncho.
que constituian mi equipo, y unas 12 Ó 15 li-
bras de dinamita que me echaron á cuestas
por ser la más importante ¡yrovisión de Mea
que llevabamos, y no ser conveniente confiar-
Ia á ninguno de los operarios que podía deser-
tar y .... dejamos al hambre. La llamo pro-
visión de boca, por que esa dinamita fué la
que nos proveyó de pésca en el Azupizú. El
peso total 'de mi carga variaba según se nu-
triera la ropa de la humedad de la montaña
ó se secara, pero nunca baj.aría de una arro-
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ba: una pluma de ave para cualquier mozo de
cordel; un mundo que llevé yo á cuestas.
Sin más dilación que el tiempo necesario
para escribir nuestra correspondencia, se pu-
sieron en marcha de regreso los peones, des-
pués de haberles dado el resto de carne ase-
sinada que quedaba, almorzando nosotros ese
día un bocadito de queso con sardinas que no
,hizo más que estimular al hambre que tuvi-
mos que guardar para luego.
Quedamos, pues, netamente los expedi-
cionarios á Loreto, de los que es tiempo de
decir algo para mayor ilustración del viaje.
Comandaba la expedición el injeniero Don
Cárlos A. Perez, jóven dotado de una natura-
leza bastante fuerte para resistir las penalida-
des y privaciones anexas á las exploraciones
de la montaña, y con una fuerza de voluntad
que no arredraba ninguna clase de contratiem-
po: nunca pasó por su mente la idea de que
hubieran obstáculos suficientes para-hacemos
retroceder. Compartiendo por igual las priva-
ciones, las fatigas y las labores, infundía á to-
dos su fé en el éxito y sU perseverancia en la
empresa.
En el órden jerárquico, seguía un sujeto,
cuyo nombre no viene al caso. Si en la desia-
nación de los empleos públicos influyese uOn
princípio de selección, ciertamente no los ocu-
parían ent€s como aquel de quién r6 trata'
pero como, por lo jeneral, es el favor quie~
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ahí decide, he aquí como 'segunda persona,
como quien dijera, segundo jefe de la expedi-
ción, á uno de esos pobres fátuos de cabeza
hueca que, como la tienen llena de aire, creen
que tienen mucho y se imaginan valer otro
tanto. Había sido estudiante de injeniero y
este era el único antecedente que hubiera po-
dido valerIe, si no fuera que unos estudian pa-
ra la cabeza y otros para los talones. Acostum-
brado solo á mandar dom~ticas en su casa,
ignoraba el modo como se trata en la esfera
del trabajo y de la industria y hasta en la
subordinación militar, á los hombres someti-
dos á las órdenes de uno, y esa ignorancia le
trajo el desprecio de los que hubiera querido
mandar. Era éste, por su nulidad completa.
una boca inútil y nada más.
En clase de turista iba un jóven de familia
limeña, á quien parece ella misma enviaba á
las rejiones amazónicas á enmendar su rumbo.
Chascarrero Y.hablador como un almanaque,
y por ende embustero como el mismo, ame-
nizaba las prolongadas horas de nuestros
dias de navegación entonanùo canciones, de
las que tenía un crecido repertorio, ya ha-
ciéndonos relacion de sus ave~turas galantes
(soñadas), bien hablándonos de sus riquezas ..
pretéritas, por que 10 que es ahora, iba ateni-
do á un destino que las recomend'1ciones de su
familia debían ya tenerle listo en Iquitos; así
decía él.
-7-
Otros dos jóvenes peruanos, y tres suman-
do al que esto escribe, formaban parte de esa
expedición, y la completaban dos extranjeros.
El uno era un americano á quién llamabamos
Tom, renegón como y~nqui que era; decía ser
piloto de la marina mercante de su país y ma-
nifestaba alguna instrucción. El otro era un
individuo de nacionalidz.d dudosa que respon-
día al nombre de Pablo. Primero decía ser de
Gibraltar, después afirmaba ser andalúz, para
lo que le faltaba echarle mucha sal á su gracia;
pero como tuviera los modales y la manera de
he.blar de la plebe más soéz de Chile, por
chileno lo tuvimos. Ambos eran hombres de
mar y el primero fué de gran utilidad en la
nc,vegación.
Cuando caía el sol del I.· de Agosto nos en-
caminamos á la orilla del rio á buscar la pesca.
Tres de los viajeros, el Sr. Perez entre ellos,
nos despoj amos de nuestros vestid os; en segui-
da se arrojaron dos torpedos con sus mechas
inflamadas, se oyó el ruido suhfluvial que pro-
dujo la explosión, burbujas de agua, como si
hirviera en los sitios en que se verificó, cubrie-
ron la superficie del rio yen seguida la corrien-
te empezó á arrastrar peces y más peces; la
mar; y nosotros no teníamos ya manos para
extraerlos cuando llegaron nuestros dos caI}l;....
pas amigos, oportunamente para ayu~~
en la faena y en el hartazgo consigui~~;"::'i;a
pesca consistió en sabrosas corbi~
-8-
aún'<fIue las de mar, y enotfO: pe'i' 'CUyl> ndm-
bre ignoro .....
El sitio de tanta abundáncia e'stà.Da sólo á
unos cuantosmétros delCêm~imen~. el1una'
poza formada por un gran peñón en el mismo
ángulo de unión de los dos Tios ya citados;
pero esa abundancia nos duró un día más y se
extinguió la pesca. Entónçes era preciso ir á
buscaria en sitios más retirados, lo que nos
mortificaba bastante, porq·ue permanecia!mos
las últimas horas del dia desnudos y Jriolenl:os
marchando así por la riberacascajosa del1I'Ío,
que nos maltrataba mucho los piés, ó bien
desgarrándonos la carne las espinas cuando
teníamos que penetrár al bosque.
Después de la pesca, que era el pan de ca-
da día, es decir la vi4!la,-lo '{¡1re másBos preo-
cupaba, era el-conseguir Ib~fpalos de balsa pa-
ra arreglar las primitivas embar~aciones <¡ue
habíamos menester. La materia prima y úni-
ca, que se necesitaba, no abundaba en ellu-
gar y había que alejarse algo é internarse en
el bosque á buscarla; lo :que'èraUna labor
harto dura para jentes estenuadas por las fa-
tigas anteriores. Los dos catIlpas tantas 'veces
ya citados, 'nOs la ·abreviàrdñ; Don Cárlos
pactó con ellos el carte dé los palos, y la si-
guiente mañana, antes del medio día, los vi-
mos bajar por la corriènte del -río,habiendo
hecho dos campasen -un ¡'·atoel trabajo que
~otros no hubieramós hecho-en un día.
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Pero con ésto dieron ellos por cumplido el
convenio y se retiraron con los objetos que
les habíamos dado adelantados en retribución.
siendo que solo habian palos para una balsa
cuando eran dos las que necesitabamos. Hu-
bimos, pués, de procuramos con nuestras pro-
pias fuerzas los que nos faltaban; y en verdad
que harto trabajo nos costó el cortar y más
que todo el extraer los cinco palos que se ne-
cesitaban para la otra balsa.
De dirijir la fábrica de las em"barcacione8 se
encargó Tóm, el americano; establecimos
nuestro astillero bajo la sombra de los árboles
y pusimos manos á la obra.
En estas tareas pasamos una semana en ese
puerto; durante ella vinieron varios salvajes á
visitamos trayéndonos alguna fruta, retomán
doles nosotros con lo qué teníamos; pero des-
graciadamente no podíamos hacerla con la
largueza que los hubiera animado á proveer-
nos con la abundancia que necesitabamos.
El domingo 7 de Agosto estaba todo listo
para la marcha; pero era domingo y .... ade-
más domingo 7, y'se dedicó al descanso. Este
día se dejó sentir un fuerte temblor de tierra:
la resonancia del ruido natural de ese fenóme-
no en la selva, yeI ruido del follaje que caía
de los árboles que se mecían, lo rodeó de un
aparato imponente, aterrador.
.- 10-
En el Asupizú.
Operación preliminar para el embarque fué
la traslación de las balsas al otro lado de la
cascada. Teniéndola sujeta por un cable, dejé
que la corriente arrastrara la primera, cuidan-
do de que no se apartara de la orilla; pero al
llegar á cierto lugar la atracción de la cascada
fué tan violenta, que caí de cabeza de una
altura de más de un metro, de suerte que si
no fuera á dar á un pozo de agua profundo
me hubiera hecho grave daño. Sin más que
este baño situé la balsa en aguas tranquilas
No fuí tan afortunado con la segunda, pués
habiendo dominado mis fuerzas la corriente,
arrastróla al centro del río, atravesándola en-
tre dos grandes rocas en el mismo borde de la
caída de las aguas. Estas venían á estrellarse
iracundas contra ese obstáculo interpuesto á
su paso y nosotros la veíamos cimbrarse afli-
jidos, pareciéndonos inevib.ble la destrucción
de un objeto que nos había costado buenas
fatigas; más que todo nos contrariaba la idea
de la demora que por tal causa íbamos á su-
frir. Felizmente el injenio del americano Torn,
nos hizo salir avante en este trance, y logra-
mos desabracar la balsa, bien que esponiéndo-
nos él y yo á ser descalabrados en la cascada,
Oportunamente había dispuesto el jefe de
la expedición que todos se proveyesen de re-
- Il-
El Plchis.
Serían, pués, las 4 de la tarde del día IS
de Agosto cuando empezamos á navegar por
las turbias aguas del Pichi:;;. Este río quiso
enseñamos á la mala vida desde el principio
y no nos dió pescado, siendo inútiles los in-
tentos que hicimos para proveemos de él; por
esto nosotros dimos fin ese día á nuestra me-
rienda con las provisi Ol~esque llevabamos en
- 25 -
',::onserva: j figuraos si sería opíparo el festin
'cuando entre ocho nos comimos dos latas
de sardinas!
Bien temprano nos echamos al río el día
siguiente. f-bhiend() cesado la avenida, las
aguas de (:stc se veían menos turbias que la
víspera y su vo!úmen habí;:t disminuido nota-
blemente.
Con la auscncia de la pesca y con la noti-
cia de que en esas riberas habí.tmos de hallar
abundantes pLítanos, diez y seis ojos iban
viéndolos con mirad;ls de lince. InlÍtiles fué-
ron al principio las investig'lciones de nuestra
visual, y ~íengañarla se ofrecían manchas de
una planta muy semejante al plátano, llama-
da platanillo; pero como á e.3Ode las diez del
dia ya no nos cupo duda de que era una ....
.1.lfU8a pal'arli8iaca la que estabamos viendo.
En efecto, al pié de una rústica morada sin
habitantes, como t'mica testigo de que allí vi-
vieron jentes, se alzaba solitaria una mata de
plátanos. Sólo un racimo pendía de ella y éste
estaba aun bast:ulte verde, circunstancia que
no valió para ccharle mano con toda nuestr;¡
ansiedad de hambrientos. Se cocieron los plá-
tanos y resultaron de una incipidez su pina,
pués no eran de los que se comen cocidos;
pero ello es que nos llenaron la barriga.
Durante este día la navegación, si no peli-
g-rosa, fué accidentada por algunas eorrenta-
das. En loS" lugares en que éstas se producian
el río por lo regular se bifurcaba formando
islas pedregosas de más ó menos estensión.
No cerró el día sin que saliéramos de la
ansietlad en que nes tenía. la incertidumbre
de encontrar las chacras de plátanos que bus-
cábamos. Efectivamente, poco ap-tes de las 5
de la tarde, vimos, sin que esta vez cupiera
engaño, las verdes hojas de un extenso huer-
to de la fruta codiciada. El sembrío estaba á
la mano derecha y al frente desembocaba el
río Chivis. Si mis informes no yerran, en es-
te lugar se efectuó el año 1887 la matanza de
caucheros, que hasta allí habian avanzado
esos osados exploradores ·de la montaña, que
obligó á los demás á abandonar tan peligro-
sa ribera; y si mal no recuerdo, el propietario
del puerto, fué un Guerra que sucumbió entre
las víctimas.
Grandemente nos sorprendía ver una colum-
na de humo que se elevaba en la especie de
cabo que formaba la confluencia de los dos
ríos. ¿ Quienes habían encendido ese fuego?
¿ salvajes ó civilizados? Cruzamos el río y
fuímos á averiguarIa; pero no encontramos
sino los troncos humeantes de un rozo listo
para sembrarse. En la orilla había \lna balsa
lijera, la que tomamos á guisa de buena
presa.
En seguida nos metimos por el cauce del
Chivis, bastante seco, á ver ·si se podía pes-
car, resultando infructuoso nuestro propósito
- '27 -
Pero en cambio la chácara de plátanos que al
lado teníamos, nos proveyó esa tarde de
abundante alimento.
Prt paramos la mañana del 17 nuestro de-
sa YUIlO para en seguida alzar anclas, cuando
nos sorprendió la a pariciÓn de dos salvajes.
A nosotros se acercaron sin aprehensión, pero
sin m mifestar la alegría que nuestra presen-
cia parecía causar siempre á los que hasta
antes que á elJos habíamos encontrado, se
acercaron, repito, muy sérios, articularon pa-
bbr:¡s que sin duda eran el saludo que nos
dirijían Y en seguida se pusieron á observar-
nos á nosotros Y á los objetos que llevábamos.
Despu(;s uno de ellos cojió el hacha, {mica
herramienta que teniamos, pués las demás se
habían ido;í pique en los naufrajios, y nos
signific'J el deseo de que se la obscquiasemos,
;:i lo cual no era posible acceder, aún que en
realidad nos hubiera infundIdo algún temor
su actitud reservada. Algo les obsequiamos
sin embargo,
Nos pusimcs en marcha una vez que ellos
se fueron; pero unos cien metros más allá
salieron dando gritos, los que la sorpresa me
hizo creer por un momento que provenían de
un jentío de salvajes. Los dos campas ocupa-
ron un;, balsa y navegando en conserva con
las nuestras, se vinieron flechando pescado.
Tomamos tierra esa tarde en una playa
pedregosa sobre la orilla derecha. La circuns-
{ancia de haberse sentido u'na fuerte y pTO'-
langada tempestadhácia la parte alta de la
montaña, nos hubiera hecho precavidos, sinÛ'
fuera cierta nuestra ignorancia en las luaña.o;
artera8 de los rios.
Con el apetitoso descanso de todas las no-
ches, tomé posesión del suelo con mi cuerpo
y me sumerjí en el sueño;, méísde media no-
che seria ya, cuandc fuí despertado por una
impresiÓn de frío hacia lospiés, yal recojer
éstos, sin duda para buscarles mayor abrigo,
palpé el agua que los cubría. Mé dí cuenta de
lo q'le pasaba: el río crecido por lás lluvias
había invadido la playa ésa en la que dor-
míamos. Al punto me acordé de las balsas y
me incorporé á buscarias con la vista, y las
ví que pausadamente, garrando en las pie-
dras de la orilla, se alejaban. Vólvílas á su
sitio asegurándolas del mejor modo que pude
y me acosté de nt}evo.
No sé cuanto 'tiempo trascurriría, cuando
fuimos despertadospor los gritos desesp.::ra-
dos de Tom que decía: ¡bal8as, vámonos! Lo
que quería decir es que la, ;CQrriente había al-
zado con las balsas, loque era muy cierto.
Verdadero estupor se apoderó de mí al con-
vencerme de tan tremenda realidad. Ahora
que estábamos ma~ estenuados, con los piés
imposibilitados tçuánta fatiga, cuántos dolo-
res no nos iba á:' procurar la fábric:t de otras
balsas! Estas reflecciones cruzaron rápidas
- 29 -
dial abordaje.
Tripulaban es;¡ canoa un señor Obando, que
se dirijía á Huánuco. y los bogas que lo enca-
minaban. Había sido este caballero compañe-
ro del injeniero Perez en la expedición que
por estos mismosrios nevó á cabo el coronel
Palacios dos años ante.~, y para celebrar su
buena amistad y el feliz encoentro, atraca-
mos á la orilla. donde se bebió con modera-
ción un poco de cachaza (aguardiente de caña)
y se fumó algo de tabaco. Cosas eran estas.
cuyo gusto teníamos ya casi olvidado. Des-
pués de una despedida no menos cordial que
el e~cuentro, nos separamos cada cual por su
cammo. ,
Pasados dos dias negamos á un paw peli-
groso que me imajíno sea el llamado Sira;
después de un momento devacilaci(ln, había-
mos tomado el canal de la izquierda, cuando,
con suma sorpresa. oimos grito de jente: eran
dirijidos á nosotros para advertimoS no siguie-
ramos por all{y tomaramos el de Ia derecha.
Asi 10 hicimos; y el que nos favoreció con la
advertencia, que había estado en la orilla de
ese lado. emprendió á bajar por el mismo
curso. Nos esfor£amos para alcanzarlo, pero
él parecía hacer esfuerzos para que no lográ-
ramos nuestro propósito. Esto y cierto silbi-
- 4S-
do especial (imitando á la perdíz), como si
fuera señal convenida, nos ponía con más cu-
riosidad y hacía re loblar nuestros esfuerzos
para darle caza Pero al llegar á un sitio en
quc el brazo este se subdividia, tomó el me-
nor, en el que no había capacidad de agua
suficiente para las dos balsas grandes, así es
que tuvimos que dejar á la chica con esa co-
misiÚn y tomar nosotros el canal mayor.
El hombre ese que no se dejaba alcanzar pa-
ra dade siquiera las gracias, se detuvo al fin
en un paradcro de cauchcros, los cuales mani-
testaron á nuestro ccmisionado la posibilidad
de llegar al siguiente día por la tarde á la
confluencia con el Ucayali.
La noticia (:5ta y el estar la luna en toda
su plenitud, lo que prometía una hermosa no-
che, nos decidió á quitar algunas horas al
descanso para ganar distancia, y después de
haber merendado los sempiternas plátanos,
seguimos la marcha.
Las primeras horas las pasamos todos en
vela escuchando los chascarros y los cantos
del cantor; pero después, incitados sin duda
por el sua\e mecimiento de las balsas, cada
uno se acomodó como pudo y solo quedamos
en vela el jefe de la expedición y los que lle-
vábamos el remo en la mano.
Así caminamos hasta á eso de la media
noche, hora en que nos encontramos en un
punto en que el río se bifurcaba en dos bra-
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zos, dividido por una isla; á ella abordamos á
pasar el resto de la noche.
Al siguiente día, después de navegar todo
él, llegamos al cerrar la noche áuna chácara
abandonada. Reconocido el lugar por el se-
ñor Perez, resultó que :l.Únestábamos bastan-
te lejos de la boca.
Otro día más trascurrió sin que llegáramos
á la confluencia con tanta ansiedad, esperada.
En el trascurso de éste pasamos por delante
de una casa -habitada, en el exterior de la
cual vimos abundante fruta que incitaba
nuestro apetito siempre estimulado por el es-
caso alimento que tomábamos. En la tarde
nos cruzamos con un hombre que venía sur-
cando el río en canoa: era el. propietario de
ese puesto, quien nos dijo no hallarse ya muy
distante la confluencia; pero al mismo tiempo
nos advirtió, que no era conveniente pasar la
boca de noche por haber muchos troncos de
árboles en ella.
El 4 de Setiembre fué un día memorable
entre los de la espedición: lo aguardábamos
con la ansiedad de una buena nueva. Como
nuncios de ella, á medida <fue avanzábamos,
se multiplicaban las garzas; y los árboles,
cuajados de esas aves de blanquísimas plu-
mas, parecían jigantescos algodoneros. Abun-
daban, también, á cada paso más, según nos
lo habian comunicado la vispera, los árboles
detenidos en toda la estensión del ancho del
- 47--
río por la vaciantE.. Después abordamos á un
platanal sin jente y desde la altura en que
estaba situado pudimos distinguir una linea
que venia á cortar la del Pachitea: era la ho-
lla del Ucayali. Poco menos de medio día
era, cuando, sin transición que hiciera nota-
ble el cambío, pasamos de la corriente del
uno á la del otro rio.
EL UCAYALI
Ultimos dins de navegación en balsas.
Aquí sí era distinto el panorama que se
nos ofrecía. Arriba, el Alto Ucayali y el Bajo
Ucayali á partir de la boca del Pachitea, di-
latan la estensión visible del río en sentido
lonjitudinal hasta bien distantes vueltas y po·
diamos contemplar un remedo de. horizonte.
Fomentaba la ilusión del mar una prolongada
playa de arena en la marjen derecha, y hasta
las lijeras enramadas con que se cubren los
pescadores del paieM, que á la distancia me
parecían los caballitos de totora que usan los
del mismo oficio en los puertos del norte de
nuestra costa; y por un momento creí estar
viendo un pedazo de ella. Pero no, no era ése
el horizonte del mar ni esas aguas eran las su
yas, tan amargas como dulce me era su recuer-
do en esos momentos, ni esas playas las que
- 48
recorrí en los dias floridos de. mi vida, ni
aquellos pescadores que veía holladas, ~ran
los que, en otro tiempo niños, habían Com-
partido conmigo en los juegos de la infan-
cia los placeres de la edad. feliz: eran hom-
bres de tribus aún semisalvajes, remo&, coní-
Õ08. sipobo8 etc. habitantes de la gran arteria
del Perú: el Ucayali, en cuya corriente man-
sa vogábamos ya. -
Tendria algo así como un kitómetro de an-
choeste hermoso río en el sítio de la con-
fluencia, distancia que aumenta conforme va
recibiendo el tributo de los muchos rb3 que á
él vierten sus aguas. Desde que empezamos
á navegar en su corriente desapareció la so-
ledad absoluta que reina en. el , Pachitea, Pi-
chis y Azupizú y á no lar~ós intérvalos nos
cruzábamos con canoas tnpuladas por indios
de las tribus civilizadas que se ocupan de la
pezca del pawM y otros peces, del primero
sobre todo, que constituye un artículo de mu-
cho comercio.
Con los primeros resplandores de la luna
fuimos á varar las balsas á una isla de arena
á pasar la noche. Debe saberse que en esta
region de las llanuras y de los rios navega-
bles, las piedras no existen; desde un pun to
que juzgo en los dos tercios deL curso del Pa-
chítea, desaparecieron para no verlas más,
sino como curiosidades de otras rejiones.
Momentos después q~;amaneció nos pusi-
- 49-
i
mas en marcha. lbamos verda<jeramente im-
pacientes por alcanzar el punto final de nues-
tros padecimientos y fatigas, que para noso-
tros tenia mos que iba á ser puerto Canseco ó
Ma~;ís,·;t, ]ugar eH el que esperábamos tomar
end);l~caciÓn él vapor.
CUT,;) él las 10 de la. mañana vimos á nues-
trél izquierùa un caserío, el primer poblado
que halhibamos; no pasaría de media doce-
na el nÜmero de habitaciones y he olvidado
su nombre. Me llamó sobremanera la. aten-
ción el 110 ver sino mujeres, lo que provenía
de que los hombres estaban en el caucho.
Al pasar preguntamos á esas mujeres por
las l:=guas que aún faltaban para llegar á Ma-
sisea, contestándonos que cuatro, noticia que
nos causó sumo desagrado, pues creíamos es-
tar más cerca. Pude convencerme después
de que esta jente no tiene noción de las me-
didas itinerarias, apreciando las distancias
por el tiempo empleado en recorrerIas. En
los ríos es costum brc espresar las distancias
por vueltas. O porque les inspiraramos inte-
rés humanitario, ó por curiosidad mujeril por
ver á esos limefíos, nos invitaron para que
abordáramos á su puerto, lo que hicimos al
momento. Probé en ese lugar por prinlera
vez, la bebida de yuca llamaùa rnasato rJ
(mas/utto) la que hallé de un sabor bastante
ingrato, aunque creo que tenga cualidades
tónicas. Las mi~mas mujeres rectificaron b
7
-- 5° -
medida de ~ d\'M~nêia d-e p1ierto Canseco,
diciéndonos n\>'nos faltabáJi' sino dos' vueltas.
Nos despedimos luego y fuimos á 'dar las
vueltas. -
Poco antes de medio día divisamos el lu-
gar tanto tiempo y con tanta ansiedad espe-
rada: allá estaba; á la orilla derecha se veían
esparcidas las casas que forman el poblado
que lleva el nombre de uno de nuestros bra-
vos y malogrados marinos de, la guerra con
Chile. El sol estaba eneI meridianO' cuando
atracamos al puerto de un caballero cuyo
nombre me es sensible no recordar para con-
signarIo aquí, como lo merece el recuerdo de
13:s.atenciones que prodigó á sus huéspedes
viaJeros.
Trascurrido solo el tiempo necesario para
aderezar las viandas, pudimos saborear el más
abundante y suculento festín que gustarse
puede. Allí la pava del monte y la perdiz, la
charapa y el sajino, entre las aves y las car-
nes; el paiche, la gambitana, el súngàro y~
otros peces esquisitos ... '.todo eso guisado
con sal y remojado con vino .... ¡Oh! lo úni-
co que sentíamos era que el apetito se nos
iba quitando, pues era sensible tener que de-
jar sobras de tan rica comida.
Supimos aquí que los vaporcitos no llega-
rían por entonces sino hasta Puca-aIJpa, por
lo cual había que seguir hasta este punto,
distante 24 horas de bajada, en canoa."
- 51 -
BANCO DE LA REPUBLICA
1I1UOIKA LUIS - ANGëL Â~;..NCO
-52-
res de millares de zancudos, no efa el de nues-
tra llegada, sino el suyo propio, el del festin
que les llevaban nuestros cuerpos.
ReSluneu
Es grato detenerse después de las rudas
jornadas de la vida, á contemplar las empre-
sas á que se han consagrado nuestros esfuer-
zos; empresas que sí bien, no parezcan tener
más que una importancia individual, pueden
alcanzar con su radio consecuencias solo pre-
vistas por la voluntad, Ó por la constancia de
los que las realizan.
Heme, pues, ya en las márgenes del opu-
lento Ucayali. Para llegar ahí tuve que vencer
dificultades inauditas de todo orden, arros-
trar peligros mortales, menoscabar mi salud
y mis fuerzas, ¿ por qué? ¿ para qué? .... Qui-
zá algún día se sepa que no era un simple es-
píritu de aventuras lo que me llevó allá.
El primer inconveniente con que se tropie-
zaen la realización de toda empresa, suele
encontrarse en la opinión. Feliz aquél á quien
ésta acompañe en sus determinaciones: la
opinión, sea que ella se entienda en el senti-
do de la popularidad, sea entendiéndola como
simple aprobación de los que conocen nues-
tras concepciones, la opinión, es, repito, ó un
poderoso motor para alcanzar el fin propues-
-- 53
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embargo, ~ay casos. e,xcepclonaley 'u~ta, ••~ ~)! 'i
ellos ocurnó en· ~tICla •. estando.~ .. c'r:/ /. i
tos, en el qu: nn Hombre luchó cue "fi , ....•. j
po con un tigre quê lo asaltó, m. , ~.
consecuencia je las heridas que recibl' .. ~.../
:d má:l peligrosa que el tigre es la (/1J,IJ/tlgaruz.'
especie de jabalí que anda en grandes mana- '
<ias y que ès muy témible cuando se -embra- '
vece •.
Lo que. máS téltlor me inspirabáeran las '
vfbora:sj'yesto que á mí ~e ocurría creb que
.
.. :, ..·Do Puca:'"Allp.ká Iquitos.
.
".
I ' ~ ; Oj"' ; .' . i, .... :', tr • ; ' •••
9
66 --
Iquitos.
Cuando amaneció el 22 de Setiembre, VI-
mos allá, surjiendo de la verde selva la
ciudad objeto de nuestros afanes; se des-
tacaban la chimenea de la Factoría por su
elevada talla y hs alegres y elegantes casas
del Malecón.
Se levó anclas y se avanzó lentamente
para no exponerse á un mal tropiezo. Cosa
Je dos kilómetros antes de llegar, pasamos
por delante de la boca del río Itaya que aflu-
ye por la izquierda.
A medida que la "Laura" se acercaba, el
puerto se cubría de jente, animando la esce-
na la muchedumbre femenina que llenaba el
aire con sus alegres bienvenidas á sus amigos
ó parientes que pasajeros venían. Al escu-
char ese bullicio placentero, yo sentía doble-
garse la natural alegría que la escena y el lle-
gar al término de nuestro viaje promovía, an-
te una inspiración de tristeza: no había para
mí una frase de cariño, ninguna de esas fiso-
nomías se alegraba al encontrarse sus ojos
con los míos: era el forastero á quien solo por
curiosidad se le mira el rostro; el forastero que
si no repulsión, solo indiferencia inspira. Nada
más triste que encontrarse solo en medio de
una multitud alegre.
La .. Laura" se arrimó á la orilla, se puso
- 67-
la tabla que sirve de puente para tomar tie-
rra,y la multitud, de mujeres principalmente,
se precipitó á la cubierta á estrechar con abra-
zo cariñoso á los que llegaban y á recibir el
tributo de amistad ó de cariño, consistente
en frutos y otros objetos de Jas ríos,
Poco después de llegar s:1ltáb;} mas á tierra,
subíamos al barranco, y una vez tomada po-
sesión de la morada en que iba mas á habitar
transitoriamente, me echaba yo solo ri andar
por Jas calles. Me parecia sueño verme en
una ciudad despues de tanto vagar entre
bosques y ríos, y hasta me aturdía de ha-
llarme entre tanta jente; me parecía sueño
verme tan lejos de mi C;lsa, de mi familia;
verdad es que esa distancia es mayor en
tiempo que en espacio; pero ello es que tarda-
ría en comunicarme con los mias, lo mismo
ó más que si estuviera en otro continente. Mi
primer cuidado fué encaminarme al correo;
pero no había letra para mí y esto acentuó la
soledad y la tristeza de mi espíritu.
Iquitos cs una hermosa población, más por
Jo pintoresca que por lo monumental. Es, per-
mítaseme la comparación, una bella campe-
sina que, trasladada á la corte ha hermanado
con perfecta armonía las gracias del campo ;i
las coqueterías de la sociedad. Son amplias
y cortadas en ángulo recto sus calles, y sus
habitaciones regularmente construidas. Se
vell muchas casas cuyos frentes, desde la cor·
68 -
CONCLUSION.
Iniciada la publicación de este viaje en los
albores de la contienda civil que ha debastado
el país, continuada después de ésta entre las
inquietudes y ocupaciones de un cuartel. á
más de su poca competencia literaria, ha ca-
recido el autor de esos ocios amenos que, se-
gún Lamartine, requiere la literatura; se en-
contrarán, pues, en esta narración faltas y
lagunas que las razones indicadas no me han
permitido salvar.
También los conocedores de los lugares
que he recorrido encontrarán, quizá, altera-
ciones ó cambios de los nombres y posiciones
de los lugares: lo que muy bien puede suce-
der, pues no habiendo en tl terreno que atra-
vesaba la expedición casi ningún medio de
informarse, me atuve para redactar esta na-
rración á informaciones tomadas por mi cuen-
ta, casi todas con posterioridad al viaje, prin-
cipalmente de personas de Iquitos.
Pero nada ha sido óbice á la publicación
de estas pájinas, con lo que me propuse dos
fines: el uno, el contribuir junto con mis lec-
tores al acrecimiento de nuestra flota, á la
restauración de nuestro poder naval; el otro,
dar una idea aunque sea imperfecta, de esas
rejiones, á las que de mucho tiempo atrás me
arrastraba una vocación invencible y patrió-
- 81-
tica; rejiones donde se levantará el Pert'i lleno
de vida y rejuvenecido el día que á ellas se
encamine la actividad de sus hijos; y cuando
á 11.3 ll~dustrias usurarias y feudales que lejos
de ser alas son límites de todo progreso, ha-
ya sucedido la industria espan8iva y CJ'eadora,
esa industria que hizo un coloso de los Esta-
dos Unidos del Norte, esa industria que lleva
á Chile y á la Argentina de progreso en pro-
greso, como si dijéramos de cumbre en cum-
bre, á una prosperidad igual á la de aquella
gran nación.
En el Asupizú . 10
El Pichis . 24
.En El Pachitea " . 31
El Ucayali--Ultimos dias de navegación en
ba,lsas . 47
ResÚl1len . 52
De Puca-AUpa á Iqpitos . 62
Iquitos . 06
Una invasión desatentada . 75
Conclusión . 80
•
Erratas notables.
Pag LIIŒA. DrCE