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RECUERDOS DE LÁ AtONTAN
EPISODIOS DE UN VIAJE -.-11-

DE L I M./,A~~A I Q U I T O S
.4~1 J.os

Ríos Azupizú, Pichis, Pac~tea. Uéayali


y Amazonas,
IotercalÍufo de capítulos históricos concernientes
á. esas regioncl'l

POR

JUAN DEL MONTE

SEGUNDA PARTE.

LIMA:.
1111'. MASI.AS- pLAZA DE LA MEROED.

1896.
RECUERDOS DE LA 1lONTANA
.-'-.4
EPISODIOS DE UN VIAJE
DE L I MA A IQUITOS
POR LOS

Ríos Azupizú, Pichis, Pachitea. Uca~'ali


y Alnazonas,
Intercalado de capítuloS históricos concernientes
á esas regione"

POR

JUAN DEL MO

SEGUNDA PAR

LIMA:
1MI'. MA~I.AS- PLAZA Dl<:LA MERCJm.

1896.

BANCO DE LA REPUBLlC,4.
llIUOTECA LUIS - ANGEL ARANG!,)
RECUERDOS DE LA MONTAÑA.

SEGUNDA PARTE.
EN LOS RIOS.

PUERTO BERMUDEZ.
Asi dicen llamarse el sitio en que nos echa-
mos al rio para que Dias nos salvara.
Hénos, pues, al fin de Ia primera etapa; la
jornada á pié ha concluido; ya no más ásperas
y empinadas cuestas que subir, no más bos-
ques enmarañados que atravesar, no. más pre-
cipicios: la corriente impelirá nuestra balsa,
ella será la que nos lleve al fin de nuestro ca-
mino sin fatigas, sin dolores, casi sin traba-
jo .... Esto no era más que una ilusión.
En el sitio en que el Quintiriaruñí, río muy
-4-
inferior -al Azupizú, afluye por la derecha, las
aguas caen con violencia ' formando lo que se
llama un rápido; en seguida corren con-una
~locidad no menor de cinco mjllas por unos
cien métros, más ó menos, para precipitarse
por entre peñascos en cascada y caer, lue-
go, en una especie de estanque. En el es-
pacio comprendido entre el rápido y la cas-
cada, deja el rio sobre la izquierda una playa
cuya anchura aumenta ó disminuye con las
avenidas: fué allí donde establecimos nues-
tro campamento.
Nada puede compararse á la satisfacción
que experimentamos al ver vencida la prime-
ra parte de nuestro viaje. Cuando puse en el
suelo mi ca1'(Ja y sentí mis espaldas. libres del
peso que sobre ellas había gravitado durante
esa penosa marcha, me juzgué el hombre más
dichoso de la tierra. Esa carga consistía en
mi ropa, una amaca de crudo; y un poncho.
que constituian mi equipo, y unas 12 Ó 15 li-
bras de dinamita que me echaron á cuestas
por ser la más importante ¡yrovisión de Mea
que llevabamos, y no ser conveniente confiar-
Ia á ninguno de los operarios que podía deser-
tar y .... dejamos al hambre. La llamo pro-
visión de boca, por que esa dinamita fué la
que nos proveyó de pésca en el Azupizú. El
peso total 'de mi carga variaba según se nu-
triera la ropa de la humedad de la montaña
ó se secara, pero nunca baj.aría de una arro-
-5-
ba: una pluma de ave para cualquier mozo de
cordel; un mundo que llevé yo á cuestas.
Sin más dilación que el tiempo necesario
para escribir nuestra correspondencia, se pu-
sieron en marcha de regreso los peones, des-
pués de haberles dado el resto de carne ase-
sinada que quedaba, almorzando nosotros ese
día un bocadito de queso con sardinas que no
,hizo más que estimular al hambre que tuvi-
mos que guardar para luego.
Quedamos, pues, netamente los expedi-
cionarios á Loreto, de los que es tiempo de
decir algo para mayor ilustración del viaje.
Comandaba la expedición el injeniero Don
Cárlos A. Perez, jóven dotado de una natura-
leza bastante fuerte para resistir las penalida-
des y privaciones anexas á las exploraciones
de la montaña, y con una fuerza de voluntad
que no arredraba ninguna clase de contratiem-
po: nunca pasó por su mente la idea de que
hubieran obstáculos suficientes para-hacemos
retroceder. Compartiendo por igual las priva-
ciones, las fatigas y las labores, infundía á to-
dos su fé en el éxito y sU perseverancia en la
empresa.
En el órden jerárquico, seguía un sujeto,
cuyo nombre no viene al caso. Si en la desia-
nación de los empleos públicos influyese uOn
princípio de selección, ciertamente no los ocu-
parían ent€s como aquel de quién r6 trata'
pero como, por lo jeneral, es el favor quie~
-6-
ahí decide, he aquí como 'segunda persona,
como quien dijera, segundo jefe de la expedi-
ción, á uno de esos pobres fátuos de cabeza
hueca que, como la tienen llena de aire, creen
que tienen mucho y se imaginan valer otro
tanto. Había sido estudiante de injeniero y
este era el único antecedente que hubiera po-
dido valerIe, si no fuera que unos estudian pa-
ra la cabeza y otros para los talones. Acostum-
brado solo á mandar dom~ticas en su casa,
ignoraba el modo como se trata en la esfera
del trabajo y de la industria y hasta en la
subordinación militar, á los hombres someti-
dos á las órdenes de uno, y esa ignorancia le
trajo el desprecio de los que hubiera querido
mandar. Era éste, por su nulidad completa.
una boca inútil y nada más.
En clase de turista iba un jóven de familia
limeña, á quien parece ella misma enviaba á
las rejiones amazónicas á enmendar su rumbo.
Chascarrero Y.hablador como un almanaque,
y por ende embustero como el mismo, ame-
nizaba las prolongadas horas de nuestros
dias de navegación entonanùo canciones, de
las que tenía un crecido repertorio, ya ha-
ciéndonos relacion de sus ave~turas galantes
(soñadas), bien hablándonos de sus riquezas ..
pretéritas, por que 10 que es ahora, iba ateni-
do á un destino que las recomend'1ciones de su
familia debían ya tenerle listo en Iquitos; así
decía él.
-7-
Otros dos jóvenes peruanos, y tres suman-
do al que esto escribe, formaban parte de esa
expedición, y la completaban dos extranjeros.
El uno era un americano á quién llamabamos
Tom, renegón como y~nqui que era; decía ser
piloto de la marina mercante de su país y ma-
nifestaba alguna instrucción. El otro era un
individuo de nacionalidz.d dudosa que respon-
día al nombre de Pablo. Primero decía ser de
Gibraltar, después afirmaba ser andalúz, para
lo que le faltaba echarle mucha sal á su gracia;
pero como tuviera los modales y la manera de
he.blar de la plebe más soéz de Chile, por
chileno lo tuvimos. Ambos eran hombres de
mar y el primero fué de gran utilidad en la
nc,vegación.
Cuando caía el sol del I.· de Agosto nos en-
caminamos á la orilla del rio á buscar la pesca.
Tres de los viajeros, el Sr. Perez entre ellos,
nos despoj amos de nuestros vestid os; en segui-
da se arrojaron dos torpedos con sus mechas
inflamadas, se oyó el ruido suhfluvial que pro-
dujo la explosión, burbujas de agua, como si
hirviera en los sitios en que se verificó, cubrie-
ron la superficie del rio yen seguida la corrien-
te empezó á arrastrar peces y más peces; la
mar; y nosotros no teníamos ya manos para
extraerlos cuando llegaron nuestros dos caI}l;....
pas amigos, oportunamente para ayu~~
en la faena y en el hartazgo consigui~~;"::'i;a
pesca consistió en sabrosas corbi~
-8-
aún'<fIue las de mar, y enotfO: pe'i' 'CUyl> ndm-
bre ignoro .....
El sitio de tanta abundáncia e'stà.Da sólo á
unos cuantosmétros delCêm~imen~. el1una'
poza formada por un gran peñón en el mismo
ángulo de unión de los dos Tios ya citados;
pero esa abundancia nos duró un día más y se
extinguió la pesca. Entónçes era preciso ir á
buscaria en sitios más retirados, lo que nos
mortificaba bastante, porq·ue permanecia!mos
las últimas horas del dia desnudos y Jriolenl:os
marchando así por la riberacascajosa del1I'Ío,
que nos maltrataba mucho los piés, ó bien
desgarrándonos la carne las espinas cuando
teníamos que penetrár al bosque.
Después de la pesca, que era el pan de ca-
da día, es decir la vi4!la,-lo '{¡1re másBos preo-
cupaba, era el-conseguir Ib~fpalos de balsa pa-
ra arreglar las primitivas embar~aciones <¡ue
habíamos menester. La materia prima y úni-
ca, que se necesitaba, no abundaba en ellu-
gar y había que alejarse algo é internarse en
el bosque á buscarla; lo :que'èraUna labor
harto dura para jentes estenuadas por las fa-
tigas anteriores. Los dos catIlpas tantas 'veces
ya citados, 'nOs la ·abreviàrdñ; Don Cárlos
pactó con ellos el carte dé los palos, y la si-
guiente mañana, antes del medio día, los vi-
mos bajar por la corriènte del -río,habiendo
hecho dos campasen -un ¡'·atoel trabajo que
~otros no hubieramós hecho-en un día.
-9-
Pero con ésto dieron ellos por cumplido el
convenio y se retiraron con los objetos que
les habíamos dado adelantados en retribución.
siendo que solo habian palos para una balsa
cuando eran dos las que necesitabamos. Hu-
bimos, pués, de procuramos con nuestras pro-
pias fuerzas los que nos faltaban; y en verdad
que harto trabajo nos costó el cortar y más
que todo el extraer los cinco palos que se ne-
cesitaban para la otra balsa.
De dirijir la fábrica de las em"barcacione8 se
encargó Tóm, el americano; establecimos
nuestro astillero bajo la sombra de los árboles
y pusimos manos á la obra.
En estas tareas pasamos una semana en ese
puerto; durante ella vinieron varios salvajes á
visitamos trayéndonos alguna fruta, retomán
doles nosotros con lo qué teníamos; pero des-
graciadamente no podíamos hacerla con la
largueza que los hubiera animado á proveer-
nos con la abundancia que necesitabamos.
El domingo 7 de Agosto estaba todo listo
para la marcha; pero era domingo y .... ade-
más domingo 7, y'se dedicó al descanso. Este
día se dejó sentir un fuerte temblor de tierra:
la resonancia del ruido natural de ese fenóme-
no en la selva, yeI ruido del follaje que caía
de los árboles que se mecían, lo rodeó de un
aparato imponente, aterrador.
.- 10-

En el Asupizú.
Operación preliminar para el embarque fué
la traslación de las balsas al otro lado de la
cascada. Teniéndola sujeta por un cable, dejé
que la corriente arrastrara la primera, cuidan-
do de que no se apartara de la orilla; pero al
llegar á cierto lugar la atracción de la cascada
fué tan violenta, que caí de cabeza de una
altura de más de un metro, de suerte que si
no fuera á dar á un pozo de agua profundo
me hubiera hecho grave daño. Sin más que
este baño situé la balsa en aguas tranquilas
No fuí tan afortunado con la segunda, pués
habiendo dominado mis fuerzas la corriente,
arrastróla al centro del río, atravesándola en-
tre dos grandes rocas en el mismo borde de la
caída de las aguas. Estas venían á estrellarse
iracundas contra ese obstáculo interpuesto á
su paso y nosotros la veíamos cimbrarse afli-
jidos, pareciéndonos inevib.ble la destrucción
de un objeto que nos había costado buenas
fatigas; más que todo nos contrariaba la idea
de la demora que por tal causa íbamos á su-
frir. Felizmente el injenio del americano Torn,
nos hizo salir avante en este trance, y logra-
mos desabracar la balsa, bien que esponiéndo-
nos él y yo á ser descalabrados en la cascada,
Oportunamente había dispuesto el jefe de
la expedición que todos se proveyesen de re-
- Il-

mas; pero á la hora del embarque nos encon-


tramos con que solo el referido jefe, los dos
extranjeros y el que esto escribe, llevaban co-
sa tan necesaria; de los otros, dos no pensa-
ron nunca en labrarlos y dos los dejaron en el
campamento por lamentable olvido, y por
más lamentable decidia aún, no regresaron á
llevarlos: con la demora de algunos minutos
se habrían ganado horas que hubieran suma-
do días disminuidos en el cómputo total del
viaje. La falta de esos aparato~ de movilidad
recayó en perjuicio directo mío, por que co-
mo el americano y el chileno tripulaban la
balsa en la que iba el injeniero jéfe, con éste
eran tres los que llevaban remo, y en la que
yo conducía, era yo el único que Jo llevaba,
de lo Gue resultaba que tenía que multiplicar
mis esfuerzos para conservar la distancia á
que se había convenido navegar; pero aún
así no hubiera podido nunca contarrestar esa
triple fuerza, si no acortaran de cuando en
cuando ellos su andar, dando lugar á que se
aproximara la segunda balsa; que ahí no se
trataba de ganar el premio de una regata.
Esa ventaja, como luego veremos, solo duró
horas.
Aquí vino muy á pelo aquello de decir
en tierm de cie(Josel tuerto es rey; por que co-
mo quiera que los otros (los peruanos), eran
ciegos en materia de navegación, ó más pro-
piamente, mancos para manejar el remo (que
- I2-

corno se sabe oi)o teoícm).,.O(:umó'el ca¡~uie


que me encomenciar~ elj. de laexpedicióR
el manejo ~e la segunda balsa. Las recreá .•
ciones de mi niñéz, mis mataperradas de mu-
chacho de playa me hicieron adquirir regular
destreza en el manejo del remo, corno lam-
bién en el arte de la natación, y estas ha.,.
bilidades fueron con ocamón de este viaje;
útiles en e5tJ!emo, no á mi sólQ.sinoá todo~ los
expedicionarios. ..
Des.pués del medio día del 8 de Agosto, lu-
nes, emprendimos la segunda parte de nues-
tro viaje. El Azupizú es la imajen viva del
jenio de esos hombres que caracteriza la reu-
nión de dos afecciones al par.ecer meompati-
bles: la. c(tJ.ma y la violencia. Sem(fjante á esas
personas que. salen de una mansedu.mbre <lve..,
jil para e.ntrEtgarse á k>s ciegos trasportes de
la ira, el río éste parece dormido en sus es-
tensos remansos;las aguas corre!} ahí con tan-
ta lentitud que parece. ni se movieran y hay
que dade duro y <kveras:ïÙ remo par.a que
avance algo la balsa; pero denepente un rui-
do sordo, al principio, ensotdecedor al fin, co-
mo, el lejano rujido de la fiera que se aproxi.
ma, y una celeridad creciente á cada cumplido
CillU€ la bal~ avanza, anuncia uno de sus peli-
grosos tra~ortes. Antes que este llegue, he-
mos ido tod~abstra;idos-')lQr la soberana her ..
mosura de esœ ~5:. la mtersección apa~
rente de Jas riberas del doeI) las vueltas,
- 13-·
tanto atras como adelante, hace asemejar á
grandes estanques cada una de las secciones
en que así parece dividido; sus aguas son
cristalinas, hasta no ocultar ninguno de los
secretos que en su fondo guarda, en el cual
se van viendo las diversas clases de sus habi-
tantes: y el opulento bosque que arrogante se
alza en sus riberas pone á ese espejo el más
rico marco que la naturaleza pudo inventar
para engalanarse y seducir al hombre osajo
y emprendedor, o£reciéndole al par que rique-
zas ignotas, pero que su actividad y su indus-
tria ha de revelar, una morada paradicia'Ca.
Pero aparta nuestra vista del paisaje
ameno, para mirar de frente el peligro el gri-
to enojado de las aguas que van arrastrándo-
se entre piedras, rompiéndose en ell~s las
cristalinas linfas del antes manso y apacib16
río, que vemos ahora convertido en bravo y
espumoso torren te.
Pocos minutos habían trascurrido de nues-
tro embarque, cuando vimos en grandes cui-
tas á la primera balsa, que ;¡lejada mas de
dos cuadras por delante por causa ya co-
nocida, luchaba con el impetuoso rápido, el
primero que encontrábamos al paso. Todos
sus tripulantes tuvieron que echarse al agua,
á fin de evitar se volcara y ayudar á sacarla
del escollo. La nuestra, á medida que iba
avanzando aceleraba su. velocidad, hasta .qu~
se lanzó en el rápido con toda la rapidéz con
- 14-
que la violencia de la corriente la im polsabar
Corno los tripulantes de la primera, hubimos
de echamos al aguaá fin je salvarla ilesa.
Desde este momento, dice el ingeniero Perez
al respecto, "la navegación en el río fué una
série de contratiempos que nos obligaba á es-
tar casi desnudos y más tiempo en el agua
que en las embarcaciones, pues las correnta-
das que5e' suceden á cortos ín.tervalos tienen
tantas piedras, tanta velqcidad y poco fondo
que no hay embarcación que pueda salvarla~
por más hábil que sea el que las dirija:'
A los pocos minutos efectivamente l-:l faena
se repitió, no bajando de una docena las co-
rrentadas que ahí hubimo:s de salvar. Para
esta nos echabamos todos al :río, como se ha
dicho, y unos colocados á sus costados y á po-
pa el que la manejaba, se la iba levantando
para que pasara por sobre las rocas, ó suje-
tándola ó desviándola pc..ra que contra ellas
no se estrellara; operación que es la que ha-
bía que emplear á pié Y brazo firme, pués po-
día acontecer que la pesada balsa lanzada por
tan poderoso impulso fuera á aplastar V á
quebrantar los huesos á alguno de los que
pretendían atajarla; peligro in~inente que
corrieron algunos, varias veces.
A medida que el desnivel que causaba el
mal paso se acercaba á su solución, acreda el
impulso de la corriente y en igual proporción
la velocidad de la balsa, hasta llegar un mo-
- 15-
mento en ,que se precipitaba incontenible y
entonces, por lo general, no teníamos tiempo
más que para colgamos de ella y dejamos
arrastrar, haciéndonQs en piés y piernas, fuer~
tes magullones y dolorosas contusiones.
Otras veces el mal paso solo consistía 'en el
brusco cambio de nivel del río y entonces el
paso era más peligroso.
En este primer dia de malos pasos acaba-
ron de destruirse mis botines, quedando á pié
desnudo; tormento que solo pueden apreciar
los que, acostumbrados como el que es-
cribe, á usar buen calzado, se ven privados
de él y obligados á hollar de esta manera el
suelo.
En esos chiflones, que por igual amenaza~
ban las embarcaciones y la vida de sus tripu-
lantes, la atención y las fuerzas concentradas
en la conservación de éstos, se hacía suma-
mente dificil conservar el remo en la mano,
los que lo teníamos; así es que en los prime-
ros malos pasos, todos, con excepción mía,
quedaron desarmados de él, teniendo que
.~uplirlo con varas, hasta que S~ pudo conse-
guir otros.
Antes que cayera la tarde, dándonos tiem~
po para buscar pesca, abordamos hácia la
márjen izquierda del rio. Los dones de éste
fueron escasos, pues a penas conseguimos pes-
cado para nuestra merienda de esa tarde y
para escaso almuerzo del día siguiente.
- rti -' ..

. E~pl6amos .este, en· desatar la prim~


balsaycambia£ a:lgunO&t!è~ s~s palos, que se
habían averiado,' amenazând(Jla con una PlOn·
ta destrucción. Por.Ia tarde, como Ele costum .
bee, nos encaminamos ábuscar pescado .
Lo que hallamos fué unbs pececillos chiquitos,
pero muy bravœ, 'que la emprendieron con
nuestras pantorrillas; felizmente no tenian los
menguados, dientescomopafa sacamos san-
Rre, que si no, en ~zde'cdmer, nos comen.
Hub.imos pués decbn£o~arnos con tomar un
bocado de sardinas por toda cena, esa noche.
El día q\le siguió, 10 de Agosto, nos apre-
suramos á abandonar esa oriUa inhospitalaria,
mortificados por la duda de ~all.ar más ade-
lante el sustento, sin el cual;110 se vive; pero
apenas empezabam9s á.snrcar el río, apare-
cieron por la opuesta márjen cosa de seis
eampas, trayendo cada uno á cuestas su ter-
cio de yucas. Bn cuanto nos vieron se preci-
pitaron hácia ndsotros, é introduciéndoSe en
el agua, vinieron á entregar su valioso ob-
sequio en las balsas. Continuamos nuestra
marcha y eUos lW5 fQeron acompañando si:.....·
guiendo por la orilla, flechando pescado, es-
pectáculo que nos:éntretenía por la novedad.
Algunos eran bastante. diestros en esta mane-
ra de pescar- Y' rara vez sus flechas dejaban
de pinchar algún pez. También nosotros fui-
mos afortunados en esto; :pués habiendo bo-
tado un tiro de dinamita, conseguimos por-
- 17-
:ción de peces suficiente á nuestro almuerzo.
Con e:-ite objeto abordamos á la orilla iz-
quierda. 1\1ientras se cocía la comida, los
campas nos ocuparon el tiempo con su insa-
ciable curiosidad que los inducía á preguntar-
nos el nombre de todos los objetos que éí mano
habían; y suponiéndonos, sin duda, domina-
dos por igual deseo de saber, cada vez que
nosotros los satisfacíamos, se apresuraban á
decimos cual era el nombre del mismo objeto
en su lengua, dado caso que lo tuviera. En
esta instructiva ocupación estuvieron cierto
cspClcio de tiempo y en seguida se fueron call
la intención de traemos otro surtido de pro-
yisiones; pero como no regresaran promo creí-
mos que no volverían y desatracamos.
Antes del anochecer fuimos á hacer pasea-
na en una playa de arena, siempre hácia la
izquierda mano. En la opuesta orilla, una
cuadrilla de monos que en los árboles esta-
ban haciendo sus portentosas pruebas de
equilibrio y 3jilidad, se pusieron en gran al-
boroto en cuanto nos vieron: acaso, en su in-
telijencia de animales, nos creírln unos monos
méís grandes, de poco pelo y ningún rabo,
y serían sus chillidos saludos de bienvenida,
Ó, acClso también, manifestación de despecho
por que el río les impedía ir á dar la mano ...
Ó el rabo á los llegados compañeros.
En seguida se procedió ;.1 buscar el pan de
cada dia, el cual no fué necesario irlejos á
3
- 18-

encontrado, por que ahí mismo, .en un reman",


50, se estaba un vagre, ó cO$a par~cidaJ es-,
p~randon08 espro£eso; no bajaba eT peso de
esta pieza de media arroba y tuvimos abun-
dante merienda.
Con auspicios mejores que los del día an-
terior se emprendió la jornada el I I de Agos-
to, contentos como jentes que han comido y
confiados en que no nos había:de faltar el sus-
tento. Solo los malos pasos nos inquietaban,
no precisamente por el peligro que significa-
ban,sino por lo molestoso que nos era chimbar
á pié desnudo.
Estos malos pasos se preser.taban bajo dos
formas; unaE veces el tránsito de las aguas Je
uno á otro plano horizontal se verificaba por
el intermedio de un p1an9 inclinado de cierta
extensión, y estos eran los pasos peores; otras
el desnivel se producía por una repentina
depresión del terreno y se producía un tumbo
violento que era necesario abordar eon sere-
nidad y destreza.
Serían las 4 de la tárde cuando llegamos á
uno de estos últimos: el cauce del río dismi-
nuía y todo su caudal de agua se abocaba
por una estrechura, coincidiendo en este mis-
mo sitio el cambio de nivel del plano. Suce-
dió entónces que la primera balsa fué lanza-
da por una produccjón de fuerza centrífuga,
dígase así, sobre la orilla derecha, y fué á dar
precisamente al sitio dónde un árbol inclina-
-19-
ba sus ramas hasta introducidas en el agua y
éstas sumcrjieron la embarcación, perdiéndose
algunos de los objetos que en ella iban, ane-
gándo~e todos. Como el siniestro ocurrió en
la misma orilla. no peligró ninguno de los
tripulantes y solo sufrieron Ja mojada.
Prevenidos de tal manera los de la segunda
balsa, la descargamos antes de llegar al mal
paso y así la salvamos. El campamento se
hizo en el mismo sitio del fracaso.
Percance peor me pasó á mí luego, Un po-
co aguas arriba habiamos ido viendo abun-
dantes cardúmenes de peces: á cojer de ellos
nos encamil1amos, pués. En el momento en
que marchabamos á esto, oimos Jos gritos aJe-
gres de varios salvajes que venían, unos ba-
j ando el rio en balsa y otros por la orilla; re·
sultaron ser los de la víspera, que siguiendo-
nos venían á traemos las provisiones ofrecidas
y á recibir su recompensa.
Antes que llegaran se arrojó un torpedo con
buen provecho; en seguida se arrojó otro con
éxito mejor; pués cayeron á este segundo tiro
unos peces chatos como los llamados lenuua·
d08, pero de un color pardo oscuro, de peso
no menor de ~ á lO libras cada uno. Aquí el
percance.
Como fuera yo el único que sabía bucear,
cuando ocurría, como en el pres~nte, el caso
de que la pesca se sumerjiera en sitio profun-
do, me correspondía extraerla. La operación era
- Z(J-

bastante molesta, y á fin de abreviar Ias· repe-


tidas inmersiones que hubiera de verificaF
cuando fuer~ abundante la pesca, había re-
currido á un medio que consistía en introdu-
cir rápidamente los dedos en la boca dé los
peces muertos y de esta manera tenidos vol-
vía con un racimo de ellos á la superficie.
Pués eso mismo fuí á hacer ahora, y la pri-
m~ra vez no tuve' por que arrepentirme de
ello; más á la segunda ...• sentí la· opresión
de mi índice derecho por los incisivos dientes
del pez que juzgaba difunto y volví con el
dedo partido hasta llegar al hueso brotándo-
me abundante sangre por la herida.
Al llegar á la orilla ya estaban allí los cam-
pas anunciados y como se me acercaran y me
hablaran con gran interés, les signifiqué el
caso haciendo el ademan de morderme y se-
ñalándoles uno de los peces muertos. Al pun-
to quisieron armaria con él; pero les espliqué
que el !teeM". yacía allá en el fondo del río:
entónces cojieron un machete, prepararon una
vara hasta ponerIa aguda como lanza, y em-
barcándose en su balsa, fueron á buscaria;
todo con gran celeridad y con muestras de
bastante enojo. Las cristalinas aguas no ocul-
taban nada y al punto fué encontrado el pez
ya muerto, y sacado á la orilla recibió el cadá-
ver maja tan descomunal de mis ven(Jadores,
que ni para comido quedó; así 10 molier-()~~èOn
que si esto era con un animal que no hizo más
- 21 -

que morder á UIlO de sus matadores, lo que


hasta cierto punto era un acto de justicia he-
cha por propia mano ó por propios dientes
iquc no harían esos bárbaros con quien los
ofendiese! Buena fué esta experiencia en ca-
beza ajena, ó sí se quiere. en cabeza de pes-
cado. Esos, para amigos.
El siguiente día hubimos de permanecer
en el mismo lugar para que se secaran los ob-
jetos mojados en el naufrajio. Apenas había
amanecido, vimos venir corriendo y con aire
de mucho misterio al americano Tom; llegó y
cojió la unica carabina q:e quedaba, pués la
otra se fué á piq le la víspera, y regreso apre-
suradamente diciendo que ib'J. á cazar un ....
popotarno (hipopótamo, quería decir). Pero ya
el animal que vió, se había ido y regresó sin
más que la carabina que llevó.
Un momento después vimos que venía
aguas arriba cortando la carrien te un anim al
para mí desconocido; era una gran bestia; el
que es también conocido con los nombres de
sachavaca (nombre que le dan en Mainas),
Danta y Tapir; dos ó tres disparos no hicie-
ron más que ahuyentarlo y lo creimos perdido;
pero habiendo tomado tierra fué perseguido y
muerto. Es el animal, mayor que un cerdo cc-
bada, de figura un poco semejante á éste, pe-
ro difiere en el color parduzco de la piel más
cubierta de pelos, en tener en ~las patas tra-
seras tres uñas. y, más que todo, en la espe-
- 22-

cie de trompa que prolonga el labia superior.


Su carne, despreciada por dañina por los ha-
bitantes de Loreto, nos pareció bastante
agradable. El resto del día y de la noche se
empleó en asesinar esa carne y secarIa al
fuego;
La jornada del siguiente día, 13, me mor-
tificó bastante, por que á pesar de las insi-
nuaciones del jefe, ninguno se comidió á guiar
la balsa, escusándose con su poca destreza:y
tuve que seguir con el remo en la mano mor-
dida. Para completar la fiesta,este dia le to-
có zozobrar á mi balsa.
Al caer la tarde avistamos un rápido é in-
continenti nos pusimos á salvarIo, pero el
impulso de la corriente nos cargó á la dere-
cha, donde íbamos, á estrenarnos contra un
tronco que, apoyado en un pequeño islote,
se avanzaba apenas rozando la superficie del
agua. Con el propósitO' de desviar la balsa
me boté al río, pero apenas tuve tiempo de
sumerjirme y salvar de ser aplastado y tritu-
rado en el choque que se produjo. Harto tra-
bajo nos costó salvar la· carga, lo que logra-
mos sin esperimentar otra pérdida que la de
casi toda la carne que se llevaba. Este nau-
fragio nos costó otra parada de un día.
Ellúnes 15 la emprendimos de nuevo. El
Sr. Perez, que iba haciendo observaciones
con el barómetro, nos anunció que en adelan-
te no seria tan accidentada 'la navegación, y
- 23-
así fué. Apenas partimos penetramos á una
correntada de 4 ó 5 millas de velocidad; pe-
ro léjos de ser embarazo alguno, servía, al
contrario, de rápido motor á nuestras embar-
c~ciones. De estas hubieramos querido hallar
sIempre.
El ancho jeneral del río en toda la exten-
sión que habíamos navegado, variaba entre
30 y 40 metros; pero después del medio dia
de este en que estamos, sus riberas se separa-
ron á doble distancia. Esto, la normalización
de la fuerza de la corriente, y la poca difi-
cultad que ofrecían los malos pasos, confirma-
ron las observaciones del injeniero y nos
anunciaron que llegábamos á las llanuras por
donde corren los rios navegables. En sus ori-
llas aparecían, de trecho en trecho, manchas
de cierta especie de gramalote ó maicillo y
en algunas de ellas vimos manadas de rOMO-
COS, que en el Pichis ibamos á encontrar en
abundancia.
Como á las 3 de la tarde el cielo se nubló
derrepente y se desencadenó una furiosa tem-
pestad; las aguas ajitadas por un viento con-
trario á su curso detenían las nalsas con su
oleaje: esto es lo que se llama en Loreto una
turbonada. La fuerza del viento era tanta,
que algunos árboles de la orilla, cuyo peso se
había aumentado con el agua acojida en su
follaje, fueron derribados. A nosotros por po-
- 24-

co nos cae uno; y cuidado,que con un garrota-


so de ésos ... amén.
Cuando el sol se a cercaba á la puesta, nos
encontramos en la confluencia del Masaré-
teque con el Azupizú, es decir, en el orígen
del Pichis; se unía por la derecha con un ea u-
dai de aguas turbias, como de avenidas, muy
superior al del segundo.
Había concluido nuestra navegación en el
Azupizú: demoramos en sus aguas justamen-
te una semana, de las cuales, cuatro días fue-
ron de navegación y tres de paradas con mo-
tivo de los contratiempos esperimentados. La
estensión recorrida desde el Quintiriaruñí al
Pichis es, según el ,Sr. Perez, 29 millas y
1300 metros y los rápidos y malos pasos que
dificultan su navegación en ese trayecto su-
man el número de 49. Los riachuelos Quin-
tolyaqui y Chichihuaqui, que vierten por la
honda izquierda, son sus afluentes.

El Plchis.
Serían, pués, las 4 de la tarde del día IS
de Agosto cuando empezamos á navegar por
las turbias aguas del Pichi:;;. Este río quiso
enseñamos á la mala vida desde el principio
y no nos dió pescado, siendo inútiles los in-
tentos que hicimos para proveemos de él; por
esto nosotros dimos fin ese día á nuestra me-
rienda con las provisi Ol~esque llevabamos en
- 25 -
',::onserva: j figuraos si sería opíparo el festin
'cuando entre ocho nos comimos dos latas
de sardinas!
Bien temprano nos echamos al río el día
siguiente. f-bhiend() cesado la avenida, las
aguas de (:stc se veían menos turbias que la
víspera y su vo!úmen habí;:t disminuido nota-
blemente.
Con la auscncia de la pesca y con la noti-
cia de que en esas riberas habí.tmos de hallar
abundantes pLítanos, diez y seis ojos iban
viéndolos con mirad;ls de lince. InlÍtiles fué-
ron al principio las investig'lciones de nuestra
visual, y ~íengañarla se ofrecían manchas de
una planta muy semejante al plátano, llama-
da platanillo; pero como á e.3Ode las diez del
dia ya no nos cupo duda de que era una ....
.1.lfU8a pal'arli8iaca la que estabamos viendo.
En efecto, al pié de una rústica morada sin
habitantes, como t'mica testigo de que allí vi-
vieron jentes, se alzaba solitaria una mata de
plátanos. Sólo un racimo pendía de ella y éste
estaba aun bast:ulte verde, circunstancia que
no valió para ccharle mano con toda nuestr;¡
ansiedad de hambrientos. Se cocieron los plá-
tanos y resultaron de una incipidez su pina,
pués no eran de los que se comen cocidos;
pero ello es que nos llenaron la barriga.
Durante este día la navegación, si no peli-
g-rosa, fué accidentada por algunas eorrenta-
das. En loS" lugares en que éstas se producian
el río por lo regular se bifurcaba formando
islas pedregosas de más ó menos estensión.
No cerró el día sin que saliéramos de la
ansietlad en que nes tenía. la incertidumbre
de encontrar las chacras de plátanos que bus-
cábamos. Efectivamente, poco ap-tes de las 5
de la tarde, vimos, sin que esta vez cupiera
engaño, las verdes hojas de un extenso huer-
to de la fruta codiciada. El sembrío estaba á
la mano derecha y al frente desembocaba el
río Chivis. Si mis informes no yerran, en es-
te lugar se efectuó el año 1887 la matanza de
caucheros, que hasta allí habian avanzado
esos osados exploradores ·de la montaña, que
obligó á los demás á abandonar tan peligro-
sa ribera; y si mal no recuerdo, el propietario
del puerto, fué un Guerra que sucumbió entre
las víctimas.
Grandemente nos sorprendía ver una colum-
na de humo que se elevaba en la especie de
cabo que formaba la confluencia de los dos
ríos. ¿ Quienes habían encendido ese fuego?
¿ salvajes ó civilizados? Cruzamos el río y
fuímos á averiguarIa; pero no encontramos
sino los troncos humeantes de un rozo listo
para sembrarse. En la orilla había \lna balsa
lijera, la que tomamos á guisa de buena
presa.
En seguida nos metimos por el cauce del
Chivis, bastante seco, á ver ·si se podía pes-
car, resultando infructuoso nuestro propósito
- '27 -
Pero en cambio la chácara de plátanos que al
lado teníamos, nos proveyó esa tarde de
abundante alimento.
Prt paramos la mañana del 17 nuestro de-
sa YUIlO para en seguida alzar anclas, cuando
nos sorprendió la a pariciÓn de dos salvajes.
A nosotros se acercaron sin aprehensión, pero
sin m mifestar la alegría que nuestra presen-
cia parecía causar siempre á los que hasta
antes que á elJos habíamos encontrado, se
acercaron, repito, muy sérios, articularon pa-
bbr:¡s que sin duda eran el saludo que nos
dirijían Y en seguida se pusieron á observar-
nos á nosotros Y á los objetos que llevábamos.
Despu(;s uno de ellos cojió el hacha, {mica
herramienta que teniamos, pués las demás se
habían ido;í pique en los naufrajios, y nos
signific'J el deseo de que se la obscquiasemos,
;:i lo cual no era posible acceder, aún que en
realidad nos hubiera infundIdo algún temor
su actitud reservada. Algo les obsequiamos
sin embargo,
Nos pusimcs en marcha una vez que ellos
se fueron; pero unos cien metros más allá
salieron dando gritos, los que la sorpresa me
hizo creer por un momento que provenían de
un jentío de salvajes. Los dos campas ocupa-
ron un;, balsa y navegando en conserva con
las nuestras, se vinieron flechando pescado.
Tomamos tierra esa tarde en una playa
pedregosa sobre la orilla derecha. La circuns-
{ancia de haberse sentido u'na fuerte y pTO'-
langada tempestadhácia la parte alta de la
montaña, nos hubiera hecho precavidos, sinÛ'
fuera cierta nuestra ignorancia en las luaña.o;
artera8 de los rios.
Con el apetitoso descanso de todas las no-
ches, tomé posesión del suelo con mi cuerpo
y me sumerjí en el sueño;, méísde media no-
che seria ya, cuandc fuí despertado por una
impresiÓn de frío hacia lospiés, yal recojer
éstos, sin duda para buscarles mayor abrigo,
palpé el agua que los cubría. Mé dí cuenta de
lo q'le pasaba: el río crecido por lás lluvias
había invadido la playa ésa en la que dor-
míamos. Al punto me acordé de las balsas y
me incorporé á buscarias con la vista, y las
ví que pausadamente, garrando en las pie-
dras de la orilla, se alejaban. Vólvílas á su
sitio asegurándolas del mejor modo que pude
y me acosté de nt}evo.
No sé cuanto 'tiempo trascurriría, cuando
fuimos despertadospor los gritos desesp.::ra-
dos de Tom que decía: ¡bal8as, vámonos! Lo
que quería decir es que la, ;CQrriente había al-
zado con las balsas, loque era muy cierto.
Verdadero estupor se apoderó de mí al con-
vencerme de tan tremenda realidad. Ahora
que estábamos ma~ estenuados, con los piés
imposibilitados tçuánta fatiga, cuántos dolo-
res no nos iba á:' procurar la fábric:t de otras
balsas! Estas reflecciones cruzaron rápidas
- 29 -

por mi mente y como SI ;as mismas se le hu-


bieran ocurrido ci Tom, ech,ímonos á correr
por la pedregosa ribera, insensibles en esa
hora al dolor de nuestros piés. Despues de
haber caminado unas dos cuadras, vimos sur-
jiendo en la oscuridad en el centro del rÍJ, á
las dos prófugas que muy tranquilas se iban
mecit;ndose en la corriente serem del Pichis.
Con unas cuantas braceada.'; estuvimos ,i su
costado, las capturamos y las volvimos ci su
sitio, amarrándobs ahora con toda seguridad.
Lo mejor es que los demás viajeros no pare-
cieron ni inquietarse por tal suceso
Sucesivamente fuimos encontrando en los
días q'ue siguieron, el Anacayalí, la quebrada
de los Lorenzos y los rios Apurucayalí y San
Lorenzo. Las chácaras de pléÍtanos de los
antiguos cauchcros siguieron proveyéndonos
del alimento diario y en dos ocasiones se pudo
matar ronSOC08, cuya carne nos pareció agrada-
ble, no obstante ser como la de la 8aclwvaca,
rechazad;l entre los loretanos por ser dañina
para la sangre. !\1ultitud de aves silvestres
acuáticas y gallináceas, pueblan las aguas y
las orillas que atravesamos, pero la carabina
Peabody que llevábamos no facilitaba su ca-
cería. Sobre todo abundaba cierta especie de
gallinetas; los árboles de la ribera en los que
se paraban, parecían verdaderos y nutridos
raCImos.
El lúnes 22 de Agosto, al caer la tarde, lle-
- - 3° ~
gamos á la confluencia del Pichls con el Pal-
cazu, los que reunidos forman el Pachitea.
Ambos rios representan, á la simple vista
igual caudal de agua, y tambien es al pa-
recer igual su ancho al. unirse: al go más de
una cuadra. El ancho general del Pichis pasa
siempre de media cuadra.
·Según los cálculos del injenicro Perez,
fa es tensión del Piehis alcanza 95 ¡oilIas y
1700 Jnétros y las distancias de su,s afluentes
son, t:q.n respecto á su boca: San Lorenzo 38
miHa:s;-Apurueayali, 43 milIas;-quebrada de
los Lorenzos, 46 y media millas;-Anacayalí,
66 millas y Chivis, 79 millas.
Hé aquí, ahora, las conclusiones del cita-
do injeniero, respecto á la praetieabilidad de
la navegación, que era uno de los fines de la
exploración que se practicaba ..
I. o El río Azupizú es innavegable en toda
época del año, aún para embarcaciones me-
nores.
2. o El Pichis es innavegable á vapor desde
su formación hasta la des~mbocadura del Chi-
vis ó Herrera Yacu en una distancia de 16
millas. Desde este punto en adela..nte, la na-
vegación puede llevarse á cabo por emparca-
ciones de o. m. 50 de calado y 10 millas de
anda~ .
3. o El camino de S. Luis de Shuaro al Pi-
chis debe venir hasta el Chivis siguienqo la
ruta marcada en el eróquis N.o I y de allí en
- 31 -

adelante siguiendo la márjen izquierda del


Azupizú bastante distante de este río para
salvar sus sinuosidades. La extensión á re-
correr para salvar el Azupizú es solo de ~;I
40 kilómetros ....•. '
,/
En el Pachitr.n . • 'l ~
.' ~~-;;~~'.~'
Fuimos á v~rar nuestras ~éiJ:'!. ..,,; .f.~n!iS'."-,
.."\~.;
ya de arena sItuada en el mISm(\J\{¡n ~ liài{f.
toma su orígen este rio; en un pl:\...~¡ ~ ~~
bordeando el Palcazu y el Pachite~.""t •.l,f;1n;OS _
un sembrio de plátanos de regular entûl.-\WR;'
perdido por su abandono, como todos los que
habíamos encontrado, entre la selva que iba
reivindicando sus dominios, con renaciente
vigor. En él nos internamos, el campamento
una vez instalado, á buscar fruta para nues-
tro sustento: operación á que solo esa necesi-
dad impresc:indible podía obligar á los que,
de muchos dias atrás, teníamos los piés impo-
sibilitados por varias causas, ~pero todas pro-
venientes de una sola: la falta de calzado.
En efecto, sensibilizados nuestros piés por
la acción contínua del agua, se escaldaban y
lastimaban cuando pisábamos la fina arena
de la playa ó su cascajo; luego venía á san-
grarIas la manta blanca, tan abundante coma
las arenas, el impío táóano, la golosa' abeja y
tanto insecto que pulula en esas riberas;
y cuando penetrabamos al bosque las hormi·
- 32-
gas, las espinas, las raíces de las plantas que
se extienden como redes, todo, todo se con~
juraba para hacer un dolor de cada paso que
dábamos.
_.'Al siguiente día ocupamos la mañana en
construir una b;¡lsa lijera para facilitar la caza
y después'de almorzar nos pusimos en mar-
cha. "
. El Pachitéi. en su nacimiento presenta una
anchura que, á la simple vista, no exede la
de cualquiera de los dos ríos que lo forman;
por esta causa la masa de agua, abocada allí
violentamente, corre con bastlnte velocidad;
pero después el cauce se dilata y toma el río
su corriente normal, que me imajino'no lle-
gue á tres millas ..
Presumiendo el jefe de la expedición que
no habíamos de hallar platanales en mucha
extensión, dispuso se hiciera buen acopio de
víveres; pero á la hora del embarque sobre-
vino un desacuerdo y la mayor parte de los
plátanos quedaron botaJos en la orilla. Bueno
habría sido que Dios nos castigara por la so-
berbia, si no .hubiera estado yo también com-
plicado; pero no nos castigó.
Los dos primeros días no ocurrió incidente
digno de me:1ción; fué el tercero cuando yen-
do aproximados más á la derecha que á la
opuesta banda, divisamos en ésta ùn extenso
platanal, hácia el cual bogamos incontinenti.
Los que primero llegaron subieron el repecho
- 3-3-
del barranco y se internaron, siguiéndolos
l~ego los últimos. j Oh espectáculo el que se
nos presentó á la vista! ¡oh musapa'J'adisiaca.
Con razón todos habían enmudecido, pues
aquello imponía ocupar la boca en cosa más
agradable que en hablar. De casi todas las
plantas pendían racimos maduros, sobre los
que nos precipitamos con más avidel: que si
fueran racimos de oro. Y aquello fué comer
y comer; tres comidas distintas y una sola tra-
gazón; tragazón única, descomunal, bestial.
Es que estábamos ansiosos de cosas dulces,
así como lo estábamos de sal. Todavía que-
dó un campito para Jas papallas, otros velloci·
IW8 de oro que amarillaban en los elevados
árboles que los producen; y á fuer de postre
preparamos un cebwhe de plátanos; extrava-
gancia culinaria digna solamente de ocurrír-
seles á los que estaban privados de esa sus-
tancia única que nada suple: la sal.
Después nos pusimos á observar el sitio en
que estábamos. El puesto se encuentra den-
tro del ángulo que forman el Pachitea y un
rio pequeño que vierte· por la izquierda. Su
nombre es Santa Isabel y perteneció á un
aleman, D. Cárlos Ganz, quién hizo el plan-
t!o de las frutas ya citadas como tambié~ de
lImones y ají. La casa habitación estaba
aún en buen estado y bajo su techo pasamos
la noche. El citado propietario hasta había
trasladado allá reses vacunas para propagar
i
- 34-
sn cría; pero hubo de abandonar el Iugar~
hecho á propósito del cual me hicieron una
referencia en Iquitos, que alguien puede con-
firmar Ó reducir á leyenda; y que, á ser cierto,
ofrecería un rasgo de caballería rU8ticana de
parte de los salvajes.
Me contaron, pués, que cuando los campas,
que acojieron á los caucheros que á estable-
cerse fUeron en las riberas del Pichis, con
cordialidad, si interesada, también leal; cuan-
do los campas, digo, se apercibieron de que su
vecindad les era no benéfica, como se imaji-
naron, sino dañosa, notificáronles para que
abandonasen esas playas; intimación que
despreciaron aquéllos hasta que la sangrienta
matanza que se ha rememorado antes, advir-
tió á los sobrevivientes que no era vana ame-
naza la que habían recibido; apresurándose á
abandonar esos lugares donde, en lugar de
riqueza, iban á hallar la muerte. Entónces
los mismos salvajes corrieron traslado de su
voluntad de señores de la selva al referido
Ganz, quién se aprèsuró á obedecerles.
La causa de que esa amistad de los cam-
pas se trastornara hasta convertirse ell odio
sanguinario, fué las correría8.
En años anteriores, cierto número de aven-
tureros, habituados á la montaña tanto como
los mismos salvajes, se juntab~n, y solían
unirse á indios semicivilizados que habitan el
Ucayali y sus afluentes, Conibos, por lo gene-
- 35-
ral; y luego emprendían la cor'rena, que era
una batida á la montaña para caza?' salvajes,
que iban después á vender á los otros ríos.
Si no estoy trascordado, el precio de una pieza
de carne era de 80 á lOa soles. Esos bárba-
ros corredores han alejado de la civilización á
muchas tríbus.
Continuemos ahora nuestro viajc.
Desabracamos después.de almorzar, encon-
trando durante ese día una ó dos chácaras
más de plátanos, á Jas que no fué necesario
arribar porque iba mas bien provistos de ese
artículo Único de nuestro sustento. Por la
tarde nos detuvimos en una playa de fina
arena situada éÍ la derecha, la que por las
huellas abundantes que se veían, comprendi-
mos era paradero de aves acu;Ític~. En efecto,
á poco de haber llegado empezó á revoletear
sobre nuestras cabezas una nube de grullas
que protestaban á grito herido de la usurpa-
ción cometida; nosotros llevamos la injusticia
hasta disparar varios tiros sobre ellas, no pu-
diendo acertar ninguno. En esto oscureció y
se acabó la fiesta.
De pronto oímos un rumor lejano, é instan-
tes después se hizo perceptible el acompasa-
do golpe de los remos de una canoa; en se-
guida se avistó su mole en la oscuridad y por
{¡ltimo abordó. Entónces salimos nosotros
d~l acecho, é intimando con enerjía á los re-
eJen llegados, fuímos á reconocerlos. Eran los
trípulantes de la canoa, en la que desde· Ma":
s-isèa hasta el Mairo, había $urcado nose
quién que se encaminaba á Huánuco ..
Acto contínuo tramamos una conspiración
para a poderarnos al siguiente día de la canoa,
y proseguir en ella nuestro viaje, y con esta
determinación nos echamos á dormir. Pero
los otros, sea porque su suspicacia natural
les hiciera sospech¡r de la conjuración, sea
por la costumbre de madrugar, desatracaron
cuando aún estábamos c()n los ojos cerrados,
y cuando los abrímos fué para verlos alejar-
se rápidamente~
. La realización de nuestro plan hubiera ace-
lerado el viaje, y ello no hubiera implicado
acto reprochable, porque la embarcación iba
de vacío y á.los bogas se les hubiera retribui-
do su trabajo .. , .. '
Hubimos, pues, de seguir en nuestras lerdas
balsas. La mayor parte de ese día trascurrió
sin novedad alguna; pero en la tarde fuimos
alarmados por la detonació,n de arma de fue-
go. Nos tranquilizamos ',enseguida, atribu-
yendo el hecho á los bogas de la canoa; pero
muy pronto supimos su orijen verdadero.
Estando aún distantes viIIiQSflotar sobre el
río hacia la orilla derecha, ;ilgb que nos llamó
la atención; pronto distinguimos en esos ob-
jetos ,canoas, y anunciándonos ellaS que allí
habían habitantes, aceleramos la marcha á
ver qué jente ëra. Los que allí moraban salie-
37 -.
ron á recibimos y nos invitaron á que saltára-
mos á tierra y subiéramos á su habitación.
Eran caucheros y trabajaban para un comer-
ciante de Masisea ó Puerto Can seco, apelli-
dado Vargas. Nos atendieron cariñosamente
y nos dieron datos muy oportunos sobre las
condiciones del río. Dos eran, según su dic-
támen, los pasos peores en que teníamos que
peligrar: el de Súngaru-yacu y el de She-
bonya.
Muy cerca de la habitación de estas jentes,
tributa sus aguas la quebrada de Serrano-ya-
cu [agua del serrano J, por la que, cuando está
crecida, penetran en canoas á buscar el cau-
cho. En frente, en la b:mda del río, se obser-
vaba un gran rozo donde habían hecho sus
sembríos. Nos proveímos de ellos con, una
pieza de paiohé y un poco de fariña y conti-
nuamos la jornada, yendo á pernoctar algo
más abajo.
Al siguiente día acampamos para dormir
casi frente á la embocadura del Súngaru-
yacu.
Cuando supimos de boca de los caucheros
los peligros que el Pachitea nos reservaba,
perdimos algo de la tranquilidad con que em-
pezamos á navegarIa; pero nuestra confianza
se iba restableciendo otra vez.
Era el día 28 de Agosto, y horas como las
3 de la tarde, cuando teníamos entablada una
conversación acerca de la buena fortuna que
hasta entonces había acompañado nues'tra
expedicióu, y á la cual puse yo término con
estas palabras: "Sin embargo, .no hay que
cantar victoria todavía, que en la boca dE:l
horno se quema el pan. "-Ni profeta que hu-
biera sido.
En ese momento se pusieron de pié los
tripulantes de la primera balsa; imitámos-
los nosotros y vimos blanquear la espuma de
las aguas que se rompían allá, en un mal pa-
so sin duda; su ronco bramido así lo com-
probaba. Inmediatamente nos apresuramos él
sal vario.
Una isla pedregosa, de esas que las cre-
èientes cubren, dividían las aguas del río. Si-
guiendo las prescripciones de los caucheros
a.cordamos tomar el canal de la izquierda,
que era ciertamente, el más practicable. Yo,
sin fundar en nada esta determinación, qui-
se cargarme hacia la- márjen derecha del
canal elejido; pero hube de ceder et la opi-
nión de los otros que valía mas que la mía
aislada, que optaron por segbir la estela
de la primera balsa. La balsa chica tripula-
da por un solo hombre, elijió el lado que yo
ib;l á seguir y pasó sin percance. La otra
balsa fué arrastrada por la corriente y sufrió
un lijero choque contra uno de los troncos
que constituían lo más sél ia del peligro; pero
bien manejada y con más brazos útiles, salvó
ilesa. Cuando yo advertí á mis compañeros
39 -
de balsa de que ésta no obedecía al gobier-
no, se apres.uraron á usar de las varas que
llevaban á fuer de remos; pero en ese mo-
mento decisivo no hubo acuerdo sobre el mo-
do de salvar el paso. Querían los otros des
viar la balsa de la dirección en que la lanzaba
la corriente y pasar por el centro del río; mas
yo, que con mis esfuerzos había venido mi
diendo esa atracción irresistible, quería, apro-
vechando de ella misma, cargar la balsa á la
izquierda, donde si bién el naufragio era tam-
bién casi cierto, iba éi haber la facilidad de
salvar lél carga sin m<is perjuicio que la mo-
jada, por cuanto el siniestro tendría lugar en
la orilla. Pero (ln e:stadisputa lle{jaron .
quiero decir, sufrimos tan fuerte choque con-
tra un tronco, que éste se rompió y por poco
zozobramos ahí mismo. Por un instante nos
creimos salvos y lanzamos un ¡hurra! triun-
fal; pero todavía resonaba en la selva el eco
de esa exclamación, cuando se produjo un
violento choque y se hundió la balsa quedan- .
do entre dos aguas presa entre los troncos
en que había escollado. Cuando me dí cuen-
ta de lo que pasaba, quise salvar mi cuader-
no de apuntes; pero por descuido, ó mejor
dicho, por un exeso de confianza, no asegu-
raba mi equipaje atándolo contra la balsa, de
suerte que fué lo primero que se sumerjió.
U n momento después, todo cuanto se lleva-
ba en la balsa estaba hundido C'n el fondo
- 40 -=-
del río ó era arrastrado por la corriente,
Nuestros esfuerzos se, encaminaron en se·
guida á ver modo de sacar li bálsa,· pero es-
taba tan fuertemente tenida por la palizada
que parecía remachada ahí. Hubimos pues,
de desistir de inútiles esfuerzos y esperar el
socorro de los otros, quedando entre tanto
en berlina, sobre los troncos causantes del
siniestro.
Las otras balsas .11evadas por el impulso de
la corriente, apenas podían ap~rcibirse de lo
que ocurría tras ellas, y solo media hora des·
pués vina par la orilla izquierda D. CárIos
Perez á imponerse de lo que había menester
para sacar la balsa del escollo ése; y tras-
currió todavía doble espaciô de tiempo para
que volviera con Tóm trayéndonos una ha-
cha para cortar las arp.a.rras y la balsita au-
xiliar.
Entónces llegó el momento de que saliera
á tierra alguno de los náufragos; de éstos solo
·dos sabíamos nadar; pero el otro era bastante
tímido para el agua y menos ejercitado, moti-
vo por el que me eché sin vacilar al agua. La
corriente era tall rápida,· que en recorrer me-
nos de media cuadra que distábamos de la
orilla, perdí una ente,ra a¡rastrado por eHa
Por esto fué muy dificil llevar la balsa al
sitio en qne el a.uxilio era necesario, para
lo cual hubimos de subir por la orilla á tomar
cierta altura. En esta. ~.imera parte de la
- 41-

tarea sufrimos una copiosa sangria, produ-


cida por .las picadas de una planta trepadora
armada de espinas parecidas á dientes de sie-
rra, por el modo como nos desgarraban el
cuerpo, y por los insectos tan' abundantes co-
mo dañinos y sanguinarios.
Antes, la corriente me había dejado semi-
desnudo, quitándom(~. al salir nadando á tie-
rra, pantalone~ y calzoncillos, y cosa igual-
mente perjudicial iba á hacer con el compa-
1Ïero con quien fuÍ ,í prestar auxilio á los Ii.áu-
fragas. Se dcsnu(ló completamente para es-
tar milS expedito y puso su ropa en la misma
halsa, pero al llegar (:sta á ia palizada se vol-
có, cayendo al agua todo lo que iba en ella.
Después de varios intentos frustrados se lo-
gró abordar.
Algún riesgo y harto susto sufrió uno que,
valiéndose de los trozos de madera de halsa
que llevábamos para asiento, se echó al agua
para que lo cojicramos. El poder flotante del
improvisado salvavIdas no correspondía al
peso del individuo, quién, mientras nosotros
hacíamos esfuerzos para reprimir la velocidad
con que la corriente nos llevaba y cojerlo, iba
bebiendo abundantemente sin tener sed; por
pace le falta el resuello al hombre.
Se procediÓ luego, con el hacha llevada al
efecto, á cortar las amarras de la balsa presa
y palo por palo se le fué sacando. U na vez
concluido ésto, como no todos cupiéramos en
6
- 4:t -

la balsa, hubimos de emprender dos la trave-


sía al campa.mento por la orilla.
Empezó la víacrucis para mí. El sol babía
apagado sus últimos destellos para que brilla-
ra sin competencia una luna esplendorosa.
La orilla por la que caminaba se componía
de una especie de pizarra, suave si no hubie-
ran estado mis piés incapaces de sufrir con-
tacto alguno sin dolor. De pronto llegamos ¿í.
un punto en que la playa terminaba en un
barranco, enmontado sobre el cual se arrimaba
el río. Para salvar este paso era necesario
ascender y atravesar cierto espacio por entre
el bosque. ¡Oh conflicto! ¿Como hacer eso?
¿ y .... las víboras? Ahí estaba el coco. Sin
embargo, no se ofrecía ninguna otra vía prac-
ticable y hubo de preferirse. No sé si oracio-
nes ó improperios iba rezando en esa vía do-
lorosa; los guijatros que hollaban mis piés,
me hacían ver más estrellas que la5 que
hay en el firmamento, y peor 10 hacían las
espinas y los zancudos; estos' últimos pare-
cian escuadrones de caballería {ormados en
mis desnudas piernas, los que al aplastar mis
manos, reaparecían multiplicados; imaldición!
iQue no me volvía rayo para fulmínarme so-
bre todas las hormigas qne pisan suelo! No
sé cuantos rejimientos de estos bichos em-
prendieron sobre mí tal carga á bayoneta, que
al trote tomé las de Villadiego.
Pero como pasaba .... Esto me interroga-
- 43-
-
ha entre mí, verdaderamente perplejo ante
esa barrera importuna .... iAh! ahí estaba el
río con su corriente motora; ahí estaba para
trasladarme en sus ondas á la playa, no ya
muy distante del campamento. A nadar se
dijo.
U n momento después, llegaba muy fresco á
donde, al rededor de la hoguera en que se
cocian los plátanos, se hablaba sobre Jas epi-
sodios y emociones del naufrajio.
Al siguiente día, los que tenían aún algo
sobrante, nos vistieron á los d03 que todo lo
habíamos perdido; á mí me dieron un calzon-
cilla, á Tom otro y camiseta; traje con el cual
deberíamos llegar al Ucayali.
Las primeras horas de la mañana se em-
plearon en amarrar de nuevo la balsa, y sólo
des pues de almorzar estuvimos listos para
partir.
El día q\le siguió, 30 de Agosto, de Santa
Hosa, y fiesta por lo tanto, fué de veras de
fiesta para nosotros. U na hora trascurriría
desde que empezamos á navegar, cuando di·
visamos un objeto que parecía avanzar en
opuesta dirección á nuestra marcha. Bien
pronto vimos perfectamente una canoa que
venía surcando el río, flameando en su popa
una banderita peruana. Momentos después
sentimos la detonación y vimos el fogonazo de
arma de fuego con que éramos saludados por
los que venían, correspondiendo por nuestra
-44-
parte de manera semejante, á las demostnr-
clones de amistad que se nos hada. Aproxi,,:
mámonos unos á otros y nos unimos en cor J

dial abordaje.
Tripulaban es;¡ canoa un señor Obando, que
se dirijía á Huánuco. y los bogas que lo enca-
minaban. Había sido este caballero compañe-
ro del injeniero Perez en la expedición que
por estos mismosrios nevó á cabo el coronel
Palacios dos años ante.~, y para celebrar su
buena amistad y el feliz encoentro, atraca-
mos á la orilla. donde se bebió con modera-
ción un poco de cachaza (aguardiente de caña)
y se fumó algo de tabaco. Cosas eran estas.
cuyo gusto teníamos ya casi olvidado. Des-
pués de una despedida no menos cordial que
el e~cuentro, nos separamos cada cual por su
cammo. ,
Pasados dos dias negamos á un paw peli-
groso que me imajíno sea el llamado Sira;
después de un momento devacilaci(ln, había-
mos tomado el canal de la izquierda, cuando,
con suma sorpresa. oimos grito de jente: eran
dirijidos á nosotros para advertimoS no siguie-
ramos por all{y tomaramos el de Ia derecha.
Asi 10 hicimos; y el que nos favoreció con la
advertencia, que había estado en la orilla de
ese lado. emprendió á bajar por el mismo
curso. Nos esfor£amos para alcanzarlo, pero
él parecía hacer esfuerzos para que no lográ-
ramos nuestro propósito. Esto y cierto silbi-
- 4S-
do especial (imitando á la perdíz), como si
fuera señal convenida, nos ponía con más cu-
riosidad y hacía re loblar nuestros esfuerzos
para darle caza Pero al llegar á un sitio en
quc el brazo este se subdividia, tomó el me-
nor, en el que no había capacidad de agua
suficiente para las dos balsas grandes, así es
que tuvimos que dejar á la chica con esa co-
misiÚn y tomar nosotros el canal mayor.
El hombre ese que no se dejaba alcanzar pa-
ra dade siquiera las gracias, se detuvo al fin
en un paradcro de cauchcros, los cuales mani-
testaron á nuestro ccmisionado la posibilidad
de llegar al siguiente día por la tarde á la
confluencia con el Ucayali.
La noticia (:5ta y el estar la luna en toda
su plenitud, lo que prometía una hermosa no-
che, nos decidió á quitar algunas horas al
descanso para ganar distancia, y después de
haber merendado los sempiternas plátanos,
seguimos la marcha.
Las primeras horas las pasamos todos en
vela escuchando los chascarros y los cantos
del cantor; pero después, incitados sin duda
por el sua\e mecimiento de las balsas, cada
uno se acomodó como pudo y solo quedamos
en vela el jefe de la expedición y los que lle-
vábamos el remo en la mano.
Así caminamos hasta á eso de la media
noche, hora en que nos encontramos en un
punto en que el río se bifurcaba en dos bra-
-46 -
zos, dividido por una isla; á ella abordamos á
pasar el resto de la noche.
Al siguiente día, después de navegar todo
él, llegamos al cerrar la noche áuna chácara
abandonada. Reconocido el lugar por el se-
ñor Perez, resultó que :l.Únestábamos bastan-
te lejos de la boca.
Otro día más trascurrió sin que llegáramos
á la confluencia con tanta ansiedad, esperada.
En el trascurso de éste pasamos por delante
de una casa -habitada, en el exterior de la
cual vimos abundante fruta que incitaba
nuestro apetito siempre estimulado por el es-
caso alimento que tomábamos. En la tarde
nos cruzamos con un hombre que venía sur-
cando el río en canoa: era el. propietario de
ese puesto, quien nos dijo no hallarse ya muy
distante la confluencia; pero al mismo tiempo
nos advirtió, que no era conveniente pasar la
boca de noche por haber muchos troncos de
árboles en ella.
El 4 de Setiembre fué un día memorable
entre los de la espedición: lo aguardábamos
con la ansiedad de una buena nueva. Como
nuncios de ella, á medida <fue avanzábamos,
se multiplicaban las garzas; y los árboles,
cuajados de esas aves de blanquísimas plu-
mas, parecían jigantescos algodoneros. Abun-
daban, también, á cada paso más, según nos
lo habian comunicado la vispera, los árboles
detenidos en toda la estensión del ancho del
- 47--
río por la vaciantE.. Después abordamos á un
platanal sin jente y desde la altura en que
estaba situado pudimos distinguir una linea
que venia á cortar la del Pachitea: era la ho-
lla del Ucayali. Poco menos de medio día
era, cuando, sin transición que hiciera nota-
ble el cambío, pasamos de la corriente del
uno á la del otro rio.

EL UCAYALI
Ultimos dins de navegación en balsas.
Aquí sí era distinto el panorama que se
nos ofrecía. Arriba, el Alto Ucayali y el Bajo
Ucayali á partir de la boca del Pachitea, di-
latan la estensión visible del río en sentido
lonjitudinal hasta bien distantes vueltas y po·
diamos contemplar un remedo de. horizonte.
Fomentaba la ilusión del mar una prolongada
playa de arena en la marjen derecha, y hasta
las lijeras enramadas con que se cubren los
pescadores del paieM, que á la distancia me
parecían los caballitos de totora que usan los
del mismo oficio en los puertos del norte de
nuestra costa; y por un momento creí estar
viendo un pedazo de ella. Pero no, no era ése
el horizonte del mar ni esas aguas eran las su
yas, tan amargas como dulce me era su recuer-
do en esos momentos, ni esas playas las que
- 48
recorrí en los dias floridos de. mi vida, ni
aquellos pescadores que veía holladas, ~ran
los que, en otro tiempo niños, habían Com-
partido conmigo en los juegos de la infan-
cia los placeres de la edad. feliz: eran hom-
bres de tribus aún semisalvajes, remo&, coní-
Õ08. sipobo8 etc. habitantes de la gran arteria
del Perú: el Ucayali, en cuya corriente man-
sa vogábamos ya. -
Tendria algo así como un kitómetro de an-
choeste hermoso río en el sítio de la con-
fluencia, distancia que aumenta conforme va
recibiendo el tributo de los muchos rb3 que á
él vierten sus aguas. Desde que empezamos
á navegar en su corriente desapareció la so-
ledad absoluta que reina en. el , Pachitea, Pi-
chis y Azupizú y á no lar~ós intérvalos nos
cruzábamos con canoas tnpuladas por indios
de las tribus civilizadas que se ocupan de la
pezca del pawM y otros peces, del primero
sobre todo, que constituye un artículo de mu-
cho comercio.
Con los primeros resplandores de la luna
fuimos á varar las balsas á una isla de arena
á pasar la noche. Debe saberse que en esta
region de las llanuras y de los rios navega-
bles, las piedras no existen; desde un pun to
que juzgo en los dos tercios deL curso del Pa-
chítea, desaparecieron para no verlas más,
sino como curiosidades de otras rejiones.
Momentos después q~;amaneció nos pusi-
- 49-
i
mas en marcha. lbamos verda<jeramente im-
pacientes por alcanzar el punto final de nues-
tros padecimientos y fatigas, que para noso-
tros tenia mos que iba á ser puerto Canseco ó
Ma~;ís,·;t, ]ugar eH el que esperábamos tomar
end);l~caciÓn él vapor.
CUT,;) él las 10 de la. mañana vimos á nues-
trél izquierùa un caserío, el primer poblado
que halhibamos; no pasaría de media doce-
na el nÜmero de habitaciones y he olvidado
su nombre. Me llamó sobremanera la. aten-
ción el 110 ver sino mujeres, lo que provenía
de que los hombres estaban en el caucho.
Al pasar preguntamos á esas mujeres por
las l:=guas que aún faltaban para llegar á Ma-
sisea, contestándonos que cuatro, noticia que
nos causó sumo desagrado, pues creíamos es-
tar más cerca. Pude convencerme después
de que esta jente no tiene noción de las me-
didas itinerarias, apreciando las distancias
por el tiempo empleado en recorrerIas. En
los ríos es costum brc espresar las distancias
por vueltas. O porque les inspiraramos inte-
rés humanitario, ó por curiosidad mujeril por
ver á esos limefíos, nos invitaron para que
abordáramos á su puerto, lo que hicimos al
momento. Probé en ese lugar por prinlera
vez, la bebida de yuca llamaùa rnasato rJ
(mas/utto) la que hallé de un sabor bastante
ingrato, aunque creo que tenga cualidades
tónicas. Las mi~mas mujeres rectificaron b
7
-- 5° -
medida de ~ d\'M~nêia d-e p1ierto Canseco,
diciéndonos n\>'nos faltabáJi' sino dos' vueltas.
Nos despedimos luego y fuimos á 'dar las
vueltas. -
Poco antes de medio día divisamos el lu-
gar tanto tiempo y con tanta ansiedad espe-
rada: allá estaba; á la orilla derecha se veían
esparcidas las casas que forman el poblado
que lleva el nombre de uno de nuestros bra-
vos y malogrados marinos de, la guerra con
Chile. El sol estaba eneI meridianO' cuando
atracamos al puerto de un caballero cuyo
nombre me es sensible no recordar para con-
signarIo aquí, como lo merece el recuerdo de
13:s.atenciones que prodigó á sus huéspedes
viaJeros.
Trascurrido solo el tiempo necesario para
aderezar las viandas, pudimos saborear el más
abundante y suculento festín que gustarse
puede. Allí la pava del monte y la perdiz, la
charapa y el sajino, entre las aves y las car-
nes; el paiche, la gambitana, el súngàro y~
otros peces esquisitos ... '.todo eso guisado
con sal y remojado con vino .... ¡Oh! lo úni-
co que sentíamos era que el apetito se nos
iba quitando, pues era sensible tener que de-
jar sobras de tan rica comida.
Supimos aquí que los vaporcitos no llega-
rían por entonces sino hasta Puca-aIJpa, por
lo cual había que seguir hasta este punto,
distante 24 horas de bajada, en canoa."
- 51 -

El mismo caballero ese nos proporcionó la


canoa necesaria y cuando ya era de noche
nos despedimos de nuestro jeneroso huésped
y emprendimos la marcha. Muy luego vino
la luna á convertir esa noche de navegación
en noche de recreo, y ésto y el vino que ha-
bía bebido me hicieron olvidar por un mo-
mento que estaba en la rejión de las tormen-
tas y sujirió en mi mente la idea de fiesta de
tal manera que creía de veras que las detona-
ciones y el relámpago de la tempestad, eran
el efecto de los fuegos artificiales de la fiesta
que imajinaba.
Cerca del amanecer era cuando pas~bamos
por Mazarao, otro lugar poblado situado á
inmediaciones de uno de los afluentes del
Ucayali. Al medio dia abordamos á una pla-
ya, distante unos cien metros de la cual se
hallaba la morada de un español. Allí obtu-
vimos víveres para nuestro almuerzo. A sazo-
nar este nos detuvimos poco más adelante y
despues de él seguimos aguas abajo.
Cuando ya el sol estaba muy cerca de su
ocaso, divisamos aún distante Puca-allpa, y
con este motivo redoblamos nuestras fuerzas
llegando á ese lugar con los últimos albores
del día.
Una banda salió á recibimos; de músicos
era, sí; pero con cuánto placer no hubiéra-
mos renunciado á ese triunfal recibimiento.
Porque el triunfo que celebraban esos milla-

BANCO DE LA REPUBLICA
1I1UOIKA LUIS - ANGëL Â~;..NCO
-52-
res de millares de zancudos, no efa el de nues-
tra llegada, sino el suyo propio, el del festin
que les llevaban nuestros cuerpos.

ReSluneu
Es grato detenerse después de las rudas
jornadas de la vida, á contemplar las empre-
sas á que se han consagrado nuestros esfuer-
zos; empresas que sí bien, no parezcan tener
más que una importancia individual, pueden
alcanzar con su radio consecuencias solo pre-
vistas por la voluntad, Ó por la constancia de
los que las realizan.
Heme, pues, ya en las márgenes del opu-
lento Ucayali. Para llegar ahí tuve que vencer
dificultades inauditas de todo orden, arros-
trar peligros mortales, menoscabar mi salud
y mis fuerzas, ¿ por qué? ¿ para qué? .... Qui-
zá algún día se sepa que no era un simple es-
píritu de aventuras lo que me llevó allá.
El primer inconveniente con que se tropie-
zaen la realización de toda empresa, suele
encontrarse en la opinión. Feliz aquél á quien
ésta acompañe en sus determinaciones: la
opinión, sea que ella se entienda en el senti-
do de la popularidad, sea entendiéndola como
simple aprobación de los que conocen nues-
tras concepciones, la opinión, es, repito, ó un
poderoso motor para alcanzar el fin propues-
-- 53

to 6 una barrera á veces insuperable, atrave-


sada en nuestro camino. Siempre <Jue suceda
que uno conciba UJ} proyecto que implique
algún esfuerzo, esa opinión se revelará, cuan-
do menos en la forma de consejos. Ya es el
cariño de personas queridas que temen por
nuestra vida ó por nucstra fortuna, si hay pe-
ligro que correr, el interesado en disuadimos,
ya el c~píritll ~lp'Jcado de los que miden nues-
tra fuefí~a de ánimo con su propia debilidad,
el que deduce previsiones funestas que se
tr;,dllccn en consejos que nos aparten del ca-
mino por el que meditamos emprender; ya
es cs~ mismo apocamiento de espíritu que,
inspira.do por la envidia, quÍere ver á todos
com0 es el mismo, el que, mintiendo interes,
sale á oponerse el nuestras determinaciones.
Mas por cierto que nadie tenía envidia
del viajero que solitario íba por las serranías
J
de :Jnin, á dar alcance á una espedición par-
tida hacía poco menos de un mes, á la que, á
n''lyor abundamiento, la generalidad preveía
el fin cie las empresas frustradas; pero sí en-
contré esc espíritu de humanidad innato en
el ser racional, ese espíritu que nos sujiere
interéq hasta por las personas estrañas á
ouestra amistad, y que se revela en ocasio-
nes c'Jmo la presente.
La primera dificultad. pues, con la que
tropezé yo, y la que mas esfuerzos me costó
vencer, fué el temor que las jentes sencillas
- 54-·

con las que me encontraba trCl,tabande suJe-


rir en mí. La montaña me la pintaban COll
los colores mas sombríos: madriguera de sal-
vajes irreconciliables con el hombre civilizado.
antro de fieras sanguinarias, nidada de sier-
pes ponzoñosas, la vida que de estos enemi-
gos librara sería indefectiblemente aniquila-
da por la inclemencia propia del clima; que
ahí hasta el aire que se respiraba era enemi-
go del hombre. Tal creían las jentes sencillas.
con las que me encontraba; acasp lio ten-
drían más ilustración al respecto que la som-
bría leyenda de 1uan Santos Atahualpa.
A la sombra luego viene á unirse la reali-
dad: la montaña; la selva enmarañada donde
hay que abrirse paso á machete, .como si di-
jeramos, una batalla perpétua; la selva que
quita el sol, el aire, el campo á nuestra vista.
que no deja. ni espacio para nuestra huella,
sí no se lo arrebatamos. Y estas dificultade&
materiales, la fuerza bruta de la natU'rateZlI,
viene á agoviar nuestro cuerpo, precisamen-
te cuando el ánimo está apocado por los te-
mores preconcebidos ..
Los salvajes; no eran éstos los que mucho
temor me inspiraban; sabía respecto á ellos
más que las buenas jentes de la Sierra; sa-
bía que, con excepción de una que otra tríbu
dejenerada hasta una escala inferior al hom-
bre, sabía, digo, que ~on.105 niños de la Au-
'TJUtnídad, á l~s que há~.q~e tratar como el
- 55-
ihombre experimentado debe tratar al mno.
Los primeros de esos nuestros semejan-
tes con quienes me encontré, me infundieron
un sentimiento ingrato, algo que podía ser
lástima y repugnancia h2cia esa porción de
nuestra especie. Los amueshas aproximados
á las poblaciones de Chanchamayo, me pare-
cieron, física y moralmente, muy inferiores á
los campas que habitan más al interior, y á
las tríbus ribereñas de los ríos. Tipos harto
menguados de salvajes he vi~to en el Amazo-
nas y en el Ucayali; hablo de los esclavos que
poseen los hacendados de esas rejiones; pero
ahí la servidumbre ha terminado el atrofia-
miento del sér moral, lo que no sucede con
tos que están catequizando los misioneros de
San Luis, para los que no me doy cuenta de
la causa de su inferioridad, cuando son libres
y tan próximos están al foco de la civilización.
Mis observaciones respecto á los salvajes
fueron muy limitadas y no puedo extender-
n;~ en largas disquisiciones respecto á ellos:
no puedo dar más noticias de sus costumbres
y de su naturaleza que las que en el curso de
esta narración he dado incidental mente, á lo
<¡ue agregaré muy poco.
Pude comprobar la verdad con que un no-
table escritor afirma que en las sociedades
civilizadas, la mujer es, estéticamente ha-
hlando, superior al hombre; le sobrepasa en
helleza física y moral; al contrario en las
- 56-
agrupaciones salvajes, el hombre es en todc~
superior á la mujer: en ellas existe la hembra,
pero no el bello sexo. Y tan bien ~e comprue-
ba este aserto, que puede marcarse una esca-
la ascendente. En las manada8 di: esclavo8 que
~e encuentran en los ríos, las mujeres son
tan feas, tan repugnantes, que inspiran pro-
funda I,ístima. Yesos esclavos son el produc-
to de las correrías de antaño y alguna~
de ogaño, á las tríbus más apartadas de b
civilización. Ya entre los campas, los coni-
bas, los remos v demás tribus reconciliadas
, eÓn 'lli civilizaciÓn, se encuentran tipos agra-
dables~ 'casi bellos; pero aún no puede la mu-
:JM.",desarrollar toda su nobleza moral, sus-
'ift.c~s,porque á sus espansiones hay un
::~~dlq<,l.arinsuperable: los celos del mac/w, la
:p~Si{Hi,Wás sanguinaria del salvlje, y ta m-
bi~n d~r' hombre civilizado. Para complet;lr
la eséa1a, _citaré á la loretana de hermosa y
agràciada fisonomía y esbelto cuerpo, poco
cuIta, pero agradable en su sencillo trato,
amante del hombre á quien se une, asi sea
eventualmente, muy aseada, muy hacendo-
sa y muy trabajadora.
U n detalle á manera de noticia. Oí referir
en el Ucayali una costumbre, ceremonia ó co-
mo quiera llamársele, que bién puede decirse
la cíl'curwi8ión de la. mujer. Es un acto que
practican inmediatamente antes del matri-
monio y por el que en parte se suprimen las
funciones. ; : .. Pero no es el caso pata refe-
rirIo como :n05 lo contaron; EHo se realizá
sí, previo el narcotizamiento de la c;lesposad;:i'
por mediQ de lâ bebida llamada masliato pa-
ra evitacla Jos dolores que las operacioríeft'
practicadas por una especie de docto'1'a ó hritJ(j
la. h:artanexperimentar, dada la tosquedad de
los iAstrumentos con que se realiza la una, y
1<1 VrNproPi6<lmJ, deáfluél con que se practica'
la otra. Esta es costumbre de los conibos.
Hehêlblado de los hombres, hablaré ahora
de' -las bestias. Casi puede decirse que _

Jeneral,. no ofende al hombre Sth<> p .


-clerse; 6 cuandO. 1.0 encae~t.ra d . !J1.jd~r
~~I!'
~'''\'
~ay'fieras en la monta,ña. El t~gre,p' _(.~~gia·.~,:,

.•~§~t
..;'.,.l.'\ ... -"\"
embargo, ~ay casos. e,xcepclonaley 'u~ta, ••~ ~)! 'i
ellos ocurnó en· ~tICla •. estando.~ .. c'r:/ /. i
tos, en el qu: nn Hombre luchó cue "fi , ....•. j
po con un tigre quê lo asaltó, m. , ~.
consecuencia je las heridas que recibl' .. ~.../
:d má:l peligrosa que el tigre es la (/1J,IJ/tlgaruz.'
especie de jabalí que anda en grandes mana- '
<ias y que ès muy témible cuando se -embra- '
vece •.
Lo que. máS téltlor me inspirabáeran las '
vfbora:sj'yesto que á mí ~e ocurría creb que

Ese terrór «lue' PoS ~á'


aconte'£c3; l, todos los, que v~ná la nk»i'1taiia,._
~atural~ es ~mbi,én
ooDveftieJtte: ; él~ con la constante aJarm~rèn
que'l1os tjeí:le~. educa·. rtil~str~ vista 'á".'á' ob-
I

ienracfón rilpi4~..,t!band6 'là costümbre há


3
.....,s ~
disipaqQ. el tetpor~ pe-rrn;tnentéj queda ··el frJ .•
bito, eJ in~tintQ¡ djgam~' asi;: . G~daobsenta:-
<;160,,:1, .;,': ,.l- :,., ,.' I ",

.Las : víboras; nQsQlk·tan abundantes' ni


tan. ofensiyas como pordo regular· se fi:ree;
pero es bueno ser precavido con ellas. Agrá-
dales el. abrigo .de la ropa' ,y s~benmet-er~
se en las. ca mas y en l~ baúles. ,Cuando
bajábamos ..por el Paçh~~a,,· ·t~ve·en"cietta
ocasión. una bien. çerç.a•. ,Habia cojid.) una..
¡

cabeza de plátanos guÎñe0s en sazón· y.ta lle-


vé á mi balsa; al colocaria. Yi algoquè·se.m().
,N.ía entr;e los plát"anos"y· un-, momento des~
pués desarr91l9' toQa. ,SU'~Ionj itud, 'una de esas
rastreras~Ouando.v;e·~ía de, Iquitos 'á Yurima-
guas en el vap::>r"Savi.á;", tuv.e ·t~mbién.ul1a·
bajo deja hama~a eÎ,1 W).~~fmí~'- .,¡.; J'

La~ p,ormigas, ¡tÇl;,m~.·,ltlaQca;' 105 rába-


nos y l~, ,zfln ::udos, .l:té ~<}\1í,J~.¡verdaderas
fieras de la. moqt~Õ~i :(f\~ ~tatV la segunda y
la ,cuarta, las peore~;:La" mfl'(l,ta( 'l¡I.ànca, chi-
•• ~ _ i " ••

qUltlta cornoun atomol ¡ ~~r0 ·$;lJ.lg\lulanaco-


mo un tigr~.,no o$deja~iri~t~t~~ôSde que
el Sol alumbra hasta que la noche llega... Su
tamaño m.ier~ópicQ lelf~ilita'.e\ Tl'edi~ de
introduc~rSe.iNr, c~.llqùi~ri, p~~t~á;~parnos
la sCl.ngr~" c/lus~nçlo'J;U'Qa,¢s.p~ de: sarona;. ,
Abundan en, elA.s.upi~flea.el .., P¡ichis y en l

eCPach it~a y..p¡lf3¡aH)l:¢~, d~ eUllS,::Vr<>CU-


rábamos no,:perm~lJ,e~r {J,Il c:fl.día·eG!'laspla-
yas más qQe el )ie~~(il)cijs~ableá¡nu~-,
- 59 _.

'Ua alimentación. Felizmente es animal diur~


no y la noche la consagra al descanso, dejan-
do al mismo tiempo reposar á sus víctimas.
No así el zancudo; aquél os bebe la sangre
para vivir; pero éste vive solo para beberos
la sangre: no duerme de noche ni reposa nun-
ca un segundo y os atormenta tanto con su
,tgudo aguijón, como con su música intolera-
ble El tábano es otro; sin ruido y sin osten-
tación se posa muy taimado, como un ver-
dadero ladrón, y no caeis en cuenta de que os
está sustrayendo la sangre hasta que se ha
repletado de ella. La hormiga se singulariza
por su jenio rabioso. Las hay de distintas'
clases y tamaños, siendo la mayor y más da-
ñina la llamada i8ula por los naturales de
Loreto. Su tamaño es casi una pulgada, é
inocula un veneno, si no mortal, ocasión de
muy agudos dolores y de intensa fiebre que
postra al úfendido. Otra clase de hormigas
es una parecida á la negra que tanto abunda
en las habitaciones viejas; su picadura es do-
lorosa, pero no causa más daño que la sensa-
cióri desagradable del momento.
A esos peligros que hay que arrostrar, á
esas mortificaciones que hay que sufrir, viene
á sumarse la dificultad de conseguir los me-
dios de subsistencia, cuando no se lleva, co-
mo nos acontecía, los víveres necesarios para
el caso. Pero la Providencia, grande, justa
y buena, nos suministró el pan si·,. 8al de
-.. (io---

la selya, y muy poços fueroo nuestro! días


d~ ,a,yuI)o.. Sí, pobre era: nuestra mesa, por
más' que nOl'i9tros. para engañarnos, quisiera-
mos finjir una variedad verdaderamente ex.!
travagante. Así nos complacíamos enbautí,
zar con los nombres más pomposos del r~per-
torio culinario, las confecciones que bacíamo1"i
con Jos peces, los plátanolJ ó la carne que; la
caza nos proporcionara,. y aún nos forjába-
mos la .ilu~ióDde qu<: èsosguisos et:'an lo que
los 1I,amábaQlos, pero al , lIe~arlo~há la boca
sufríamos la decepción ¡esa comida natenía
sal! La sa. que simboliza la gracia del inje-
nio, y la sabiduría, la sal que no falta ni en
el bautismo, ~os estaba negada allí. dondt:,
más necesaria nos er~. Pues digo., y(¡}~ qu~
co~er sin sal es la,penamá13 .crnel que se
puede hacer sufrir á tod~sé.r que sepa· comer.
J\.sí como Ja sal, nos faltaba el. dulc.e; pero,
pronto nos acostumbramos' á pasar sin él )'
y~ tomábamos nuestr() café y nuestro té sin
echa!;"de ménos esa a~radable sustancia. ' Fj.-
nalmente, el mismo té y el café se: concluye-
ron por el com¡umo que hácíaItlos ~l uno,so-
merjidq en ~ ,Pichi/; el otro.,' desde ~n-
toncas, ~I agua pura •. bien que hervida, usur-
paba el lugar y ~J 'oomblel,de esas aristocrá-
ticas bebid~., ,,_
Sin embarg<:\soportába:mQS ,Gm ,~n:t;-
ción las privaciones, y era 'solemne~ése desli-
zarse ocho hombres por Ioanoa solitar)os-pI,sill
- 61-

más amparo que sus fuerzas. y la Providencia:


allá á las orillas, la selv-l:jnescrutable desde
cuya espesura ,;ica~o el feró~, pero ê0barde
caahivo, husmeaba una presa para su apetito
de bestia ó de canibal;: ese bosqne bajo cu-
ya -sombra tenebrosa han venido pasando sin
dejar:huella quién sabe eua,ntas jeneraciones
de salvajes, priv~dos del sol dela conciE:ncia¡
adelante quizá el escollo en ·el que en Oft mo-
mento iban á terminar tantos padecimientos,
valioso precio de un porvenir, qùe'pèdía'~er
el grandioso porvenir de la patria amada. Y
mientras tanto el Sol. ca1cinabá nuestra ca-
beza y enardecía nuestra sangre con sus etlu·
viosardientes y fulgorosos y las a'vès entória-
ban en las enramadas el himno triste dè:Utso-
ledad ó el can to de sus alegrias, corno si no
fueran eSos ocho aventureros podèt050S para
alterar la vida de todos los séres que en fa'
naturaleza viven á impuls'os putamen~e veje-
tales. ' ,
Por la tarde llegábamos rendidos pór la fa-
tiga y por la insolacióná una ptáyá 1 cdrUli-
rMrMI)amo8 el insfpido alimento,' sé ch~daba
y se bromeaba un rato y luego el' s'Çiéñotran-
quilo del hombre 'ÍeIb; cerraba
,l.
nae¡tr6s
r
p:1f
C
.
pa dos.' r .• ".

Pero á medi~a que avarizábam6~,.tiri'rtial


cada día más grave se iba apod~rán'do de va-
riDSde lose?,pedicionarios. 'Nuêstros pies co-
menzaron por escaldarse con Iaarená y pot
- 6z-
l~stimà.tse èn las piedms:;los in~eot(}g los irri...;
t~roQiC9JJ:.:su$·'omcirdeduras sutile~ Y'la erisl~
p~la causadai pot là insolación puso .cotmó' á~
mál; hincháronse .tant<? y eran· tan agudos los'
dp}prtrtr'que sufrí.un05; .que. apenas podlíamos
dar paso. Loiínico que I08oa~iviabar.eri1 el te-
nerlos· todo·~ldia metidds." en !lguadál' 'no, el
peroeste·alivío·e·ra ilusóriw lporqpe al contra-
rio, c~n tlSepf¡Qéedimieiitose ·agrav.aba 'la· en-
f~J1medad. ;Es~a~{.e¥estía":y.a-'·earactereS alar-
maJltea c¥aa.~o llegamos (~PubarAH"a. '
. ~ , ' ~ ," ; • '-1 -. J " " .

.
.. :, ..·Do Puca:'"Allp.ká Iquitos.
.
".
I ' ~ ; Oj"' ; .' . i, .... :', tr • ; ' •••

. ~OS :~o£y¡;mQS hUbi1l)os,: 4,e arrastramos pa-


rcL~\lbir á ga~ase~.harraJ1.ço·y l1~gar .,al phw
qe, la poblacló}l;Il~.estrad.olencia se había
agravado, }1asta s.u ~xtrem.o m¡ásagudo, y es'
inmudable q~~' la .:prosecl)cién del viaje en
esas cond,icione,.3 nos' hubiera t$aido. funestos.
resultados. "0 o' o : •

~({iba:, fu,i¡~os~~cibidoS,. pot elo:~eñor Don


Agustin ¡Qlu,pet;, quien nos dió alo.ia~iento y
proye)CÓíá' .~uest1;os ga~t~~ durante el tie.mpo
q~e flllí, p'ermap,~clm~s,,; ¡E-S:te caballero nos
pr~dlgó to~a ~l~sede a~IlCJj)n~$. y su trato
cariñoso y
franco, fué la primera compensa-.
ción á tantas fatigas!.!; ·:1. ¡. , ;
~n 'el U çaya~i q~~ia.~zq.o esa, plaga detzanc~
dos ,que es, .induda.blell)~Ate; ·peQr. que Jas diez-
juntas que cayeron s0br~ ~gipto .. !Dios mfo!
¿ fuiste tú el qué hizo estos infernales bichos?
N~Jas estrellas del cielo,' I1i: las arenas de Jas
mares y los ríos, son tantas comd losza'neu-
dos que:nos asaltaron en Puca-ABra;'
,Dias se Jo pague al Sr. Cauper que, propor-
cionándome un mosquitero, me :l}bró de 'Ja
muerte; de la muerte, sí; porque sino á pico-
tones, á insomnios me iban á' quita,r la vida
esos forajidos. Dios s~ lb pague: también, por
qu~ nos CU~Ó (Jomo:á <Jdbal;l:olfámis compañeros
yámí. Cómo á caballos digo, pórque'ftotándo:-
lo~ con aguarráz, se cura á esôs· animlÍle~
cuando. Se les .hinchan Jas pátasl . Ni,mág
ni ménos hizo D Agustin ,con nosotros; j True;
nos con él remedio! Durante ·uncuartô' de
hora, .10 menos, nos estáhamos viendo. más
estrellas que las que hay 'en el fittnamen-
to .. , Perp no hay bién 'que por· mal no 'ietigá:
al segundo día la hinchazón emp'èzó â cede'f'
y tres ó cuatro dias después potlOïmós cal-
zamos y reconocer ese Iu~ar hospitalario. ¡'.'
Lo componen una veintena de casas, (Hvi-
didas en dos grupos ó barrios algo ap~rta~bS;
paf~ir.del uno al otro seatravièsa semb'l'íos
de plát~nOs. café,' ~daYos, y otra~¡.ff~t4S: en~
tre l~s :eUr1.lesse cuenta' el: delicios¿h~í~1'àn:~1;,
El barrio en que estaba la: casa dè rlú'é1s!I'O
huésped,. se llama Buena Vista, merecido~or
]a ampli~ y bella perpectiva que. se abraza
co.n ]a 'mIrada.
-El día Í3 de, Setiembre ,la serenidad del
~. P.4 -
Uçayali £I,lé, tur-báda·por ·la;hél~e·d61 vapor·
cito:;.' 'Lf\ur¡(, ,que~ desde ;·l:iien distant~ et!
aJJ..W;lçjÓ..CÇ>n ~~ silbido·agudo. El sig~ie~te dia
14, partimos,'. eniLá' mañana, después' de ha-'
b~I:perm~J)ecido:8 dias- en ese ~gradab}e lu·
¡ar",[térmhio de nuestros,.padecimientos y-
en el cual los humanitarios cuidados del se-
ÎjQf Caupe;I'.no~devolvîeron ja salud.' .
"No es ppsibl~;q\¡le ,haya cónsuvado en la
me~ria~el nQ!Il)hrede los muchos puertos en
que !~~~Qs.·q.ue no' bajarían. del, ntiÍrlero de'
v.eipte;.enti'e . ellos recuerdo Contart1àha,'!
TJ:~piche, California y el pueblo de Sarayacu
dOJld~ ví caballo;:; y. ganado vacuno. I

,'Como incidont~ notable ocurrió el vararse


el yapor:el terc~to 6 cuarto día de fa navega-
ción;.lo que no .tuv~ más ·consecuencia que la
d~mora de ~4 horas ~ue eStuvo allípegad0~
Dosó tfe&-I~~íJcosa·corriente en los·
rios,. tllvie{Ofl de notable ,el ser fenómenos pa-
ra mí. .
AI pasar por cier:ta.parte
I del río,vimbs
al4j; .sobre Jc¡..:playà .c:ompletamente seca, á
regular. distancia·del agua, el vapor "Bèrmu-
d~z," d~.la propiedad de· D. Carlos Mourrai-
lIe, ~ncaU~do durañte la' creciente y dejado
aIlf;.por;la,ryc¡.c~nte •. ' .. '
El 2 I, d~spué~dël medio día, penetrãtt105
•••• j I ',.; .'

(1) Ásí 8e llamaÍl lu iempestad~ d.lqn~ •• t",


8~"";
I••n Iflr tan fuertes que hacen :r.ozobr.ar á lu cano.,s cUlUldo
nI) uD.dirijidM l'or bO,uDÍ1l1 "peno. ..
- 65-
:l hs élgU:lS del "Rey de los Híos." Este su-
c('~() llenÓ mí alma de la m~s grande emo-
cil',;" y par Lln momento contcmplé embcbi-
('0 ~lIS ap;<rt:1das orillas, los senos prolonga-
dü~~qne for:nélO sus curb;]~;, Clue uno se ~ma-
jin;J.ra golfos elel Oceano, si no difiriera por
¡'l;-¡l~~ra opuesta ese paisaje flor;do de las ári-
d:¡s clstas del Pacífico peruano. Era ya no-
che osc.nra cuando llegamos al punto en que
parte la isla de Iquitos el curso del río, cn-
c;ll':~¡:1,í.ndc;se el c;lDal menor á las riberas so-
bre hs C-;'-~C~ foC a~.;icnta esa ciudad.
Dos grc'ndu; vapores de la Compañía de
né',\'c;;aci,'~ en el Amazonas estaban fondea-
cb~:~;l b boca del c;cnal, efectuando sus ope-
f<lCiOllCS de ca:-ga y descarga; numerosas lu-
ees se veían en uno y otro. Alléi lejos, la fos-
forescencia del alumbrado público de Iquitos,
nos anunciaba un hogar civilizado, y Ja ansie-
dao de arribar á sus playas no me dejó con-
cili:1r el sueño durante esa noche. La' 'Lau-
ra" largó anclas ahí mismo, porque en épo-
cas de vaciante, como en las que estábamos,
se expone á vararse y estarse allí hasta la
prÓxima creciente, el va por que no ande con
cautela. Los vapores grandes, como es sabi-
do. no llegan en esta época al mismo Iquitos,
sino quedan en el lugar citado, trasbordando
la carga que conducen á embarcaciones apro
piadas en las que se efectúa la descarga.

9
66 --

Iquitos.
Cuando amaneció el 22 de Setiembre, VI-
mos allá, surjiendo de la verde selva la
ciudad objeto de nuestros afanes; se des-
tacaban la chimenea de la Factoría por su
elevada talla y hs alegres y elegantes casas
del Malecón.
Se levó anclas y se avanzó lentamente
para no exponerse á un mal tropiezo. Cosa
Je dos kilómetros antes de llegar, pasamos
por delante de la boca del río Itaya que aflu-
ye por la izquierda.
A medida que la "Laura" se acercaba, el
puerto se cubría de jente, animando la esce-
na la muchedumbre femenina que llenaba el
aire con sus alegres bienvenidas á sus amigos
ó parientes que pasajeros venían. Al escu-
char ese bullicio placentero, yo sentía doble-
garse la natural alegría que la escena y el lle-
gar al término de nuestro viaje promovía, an-
te una inspiración de tristeza: no había para
mí una frase de cariño, ninguna de esas fiso-
nomías se alegraba al encontrarse sus ojos
con los míos: era el forastero á quien solo por
curiosidad se le mira el rostro; el forastero que
si no repulsión, solo indiferencia inspira. Nada
más triste que encontrarse solo en medio de
una multitud alegre.
La .. Laura" se arrimó á la orilla, se puso
- 67-
la tabla que sirve de puente para tomar tie-
rra,y la multitud, de mujeres principalmente,
se precipitó á la cubierta á estrechar con abra-
zo cariñoso á los que llegaban y á recibir el
tributo de amistad ó de cariño, consistente
en frutos y otros objetos de Jas ríos,
Poco después de llegar s:1ltáb;} mas á tierra,
subíamos al barranco, y una vez tomada po-
sesión de la morada en que iba mas á habitar
transitoriamente, me echaba yo solo ri andar
por Jas calles. Me parecia sueño verme en
una ciudad despues de tanto vagar entre
bosques y ríos, y hasta me aturdía de ha-
llarme entre tanta jente; me parecía sueño
verme tan lejos de mi C;lsa, de mi familia;
verdad es que esa distancia es mayor en
tiempo que en espacio; pero ello es que tarda-
ría en comunicarme con los mias, lo mismo
ó más que si estuviera en otro continente. Mi
primer cuidado fué encaminarme al correo;
pero no había letra para mí y esto acentuó la
soledad y la tristeza de mi espíritu.
Iquitos cs una hermosa población, más por
Jo pintoresca que por lo monumental. Es, per-
mítaseme la comparación, una bella campe-
sina que, trasladada á la corte ha hermanado
con perfecta armonía las gracias del campo ;i
las coqueterías de la sociedad. Son amplias
y cortadas en ángulo recto sus calles, y sus
habitaciones regularmente construidas. Se
vell muchas casas cuyos frentes, desde la cor·
68 -

niza hasta el zócalo, están revestidos de la-


drillos de 10z:1, furmando mos<licos. luj~, que
no he visto en ninguna otra ciu<! :(1.
En las construcciones se en;p\:' c1 ladri110
tubular, el adob0n y ci::rto proccJi'!Jicntn <¡ue
consiste en colocar piezas de l11;èJLras sin la-
brar Ó cail<l paralelamente, á distancia de ~()
centímetros. más ó menos, sirvicllc'o de: (ra-
bazÓn <:í la greda que se vá adaptando sobre
ellas. Los techos se cubren con tej:l. calami-
na Ó p;dmas.
Edificios nocionales solo dos existen: la Ca-
sa de Gobierno y Li Fa 'torírt. El primero es
un edilicio de agradable y sl\lida construcciÓn
en el que funciona la Prefectura, Subprefec-
tura, Juzgado de Primera Instancia, Aduana,
Capitanía, Correo, y anexo el cuartel de po-
licíay dreel juntamente; resultando en \'er-
dad, estrecho, para tantas oficinas. En ci,
tiempo en que yo estuve allí, se encontraba
bastante deteriorado y es de supon(~r~c se ha-
yan hecho las reparaciones que requeria.
De la Factoría tengo noticia de que fué un
estrtblecimiento completo en su jéncro; pero
el d'~scuido de autoridades poco guardosas
de los bienes nacionales y la avidez de la rebus,
(~a. la han reducido á mediana serrería con un
muy limitado taller de herrería.
En el interior de esta Factoría hay un árbol
c¡lIC era una verdadera maravilla de la natu-
raleza; siguiendo hl. misma recta del tallo del
ji~~arltc, en el mismo centro de la copa, hab¡;:t
-.;recido una eStKcic: de pél!mera que se eleva-
ha superid[ á ks r::m:'s del élrbol, ofreciendo
el máf' pir:torcsco cn~ltr;lste. Estando yo alJéÍ.
a!gullos tuvieron la m;::c!igna ocurL~ncia de ha-
ecï cIe sus l¿/.w.'/(;.~ (frutes) bl2.nco p2.ra lucir su
bu\na puntería cnn armas de fuego y fusila-
ron ;í (:'~a reina de 11. s·:l·/.:! en el elevado trola
(lue se había erijido.
El are;: que ccupalJ:l b población en (';Je
tie:11J)() (;~íï()s de 1392 á 94), antes que b:Jj~.lr
exec :krf:' de JI1 kilt'hnetro cuadréLdo; siendo
de é¡;l'¡ertir, que reina tanta actividad en ks
c)w~ruccjol1es, que ¿fa él día se ve crecer la
1· .,
PO\! ,lcJOn.
Iq~litos es una ciudad comnl~tamente nuc-
va que nebe su nombre á la tríbu de indios
así 1 !:l.Inad:l. Toda vía 110 se han cerrado todos
los ojos que conocieron estos sitios, cuando
solo los habitaban los Iquitos y los ó01:hñfJ''5,
qlle, fujitivos par las persecuciones de las trÍ-
bus bárbaras del Alto "Marañón, vinieron á
buscar un asilo contra sus acechanzas al lado
de l.quellos; ambos sin nocicin alguna de pro-
grc~ o, desarrollándose en una existencia pura-
mente vejeLl ni m;ís ni menos que la selva
,t la que arlêL:ltaban espacio para vivir y
multiplicar: hoy apenas se recuerda el sitio
::11que un'¡ y otra moraban, habiéndose re-
fundido las dos parcialidades en la masa de
ia población, unidad verificada por el progre-
7° -
so SIempre creciente de esa importante CIU-
dad.
De entónces acá, hasta la misma naturale-
za ha variado; así, refieren los ancianos de
Iquitos. que en años pasados desembocaln el
río Itaya en un punto que est;í. comprendido
en la población, y en la actualid3d se encuen-
tra alejado á media legua de distancia; ta n¡-
bién antes el canal del río. completamente
franco, no ofrecía dificultad para la navega-
cIón; y ahora. invadido su cauce por los ban-
cos ocasionados por el hundimiento del di'iue
flotante que allí hubo, presenta dificult;; -'es
que lo hacen innavegable durante el tic: ,po
del estiaje para vapores (le gran calado.
Iquitos, favorecido en un tiempo par la pro-
tecci~)n oficial más ámplia. no tomó vue]!) al
\erdadero progreso sino cuando el espíritu
industrial le prestó sus alas poderosas. Ese
espíritu es el que crea hoy nuevas empresas
C:lda día, fomentándolas el ánimo trabajador
del loretano y de las colonias extranjeras alb
radicadas.
Como m1.nifcstacior.es de ese progreso, cir-
culaban en esa rejión durante mi permanen-
cia allá, un semanario político noticioso: "El
Amazonas;" otrc feEtivo literario: "El Zancu-
do;" y "El Registro Oficial," órgano cuya ín-
dole la cspresa su nombre. Un teatro impro-
visado ofrecía amenas y cuItas veladas á la
parte ilustrada de la población, siendo de la-
- 71-
mentar que hasta ahora no se haya construi-
do edifici? apropiado para lúsespectáculos de
esa especIe.
Posee dos escuelas de varones y otras tan-
tas de mujeres, regularmente regentadas y con
una asi~tencia de alumnos algo numerosa; un
matadero de reses para el consumo y mer-
caà,).
J ,rl iglesia, situada en la plaza central y
ími, l de la ciudad, presenta regular golpe de
vist,¡; pero sus paredes, que se encuentran en
ma' èst;-¡do, requieren una séria reparación.
J}~~r() ese progreso que me complazco en re·

~on~lccr, y que rebcíonado con el resto de la


nación, se acrecería por este hecho y fomen-
taría un gran desarrollo en el Perú todo, se
encuentra limitado á esa rejión, derivan-
do beneficios sólo;í Estados estraños, quizá
no tanto por incuria ó ignorancia de nuestros
Gobiernos, cuanto por voluntad deliberada de
sus propios habitantes y usufructuarios. Un
estrechísimo punto de mira local, hace que el
loretano, por lo jeneral, (comprendo en esta
denominación no solo á los nacidos, sino tam-
hiel á los limeños (I) residentes allá) mire con
a vel siói1 todo progreso, tad? ensanche de esas
rejiones; p;,rece que temiera fueran á me-
noscabarle los frutos con que se enriquece, y
(I) Allá se llaman lirnf'ño8 lo,los los nflcido~ de la c".ia
dfl I" monl.t~ña al Pacífico; quizá con la excepci6n de 108 ce-
!endilJo~. lJl\mud~ '-c"ilico,~;y. lOB chaohllpoyalloschachaR.
- 72-
es muy cierto lo que afirma un diario de esta
capital, cuando asienta las siguientes palabras:
"Tomó en seguida Ll palabra el señor Al-
caLi. Este caballero, como algunos otros <1m~
tienen intere . ;cs en el Departamento de Lore-
to, v1.;l1cn mostrando desde tiempo atr;Î.s.
marcada resistencia para todo lo que sea \te-
Vitr colonias que puedan abrir al comercio ut~i-
versallas rcjjones amazónicas. Parece qm
les d(~sagrada la explotación de aquella rej ión
por personas extrañas ¡í la localidad, repitién-
donos constantemente su tendencia de anexión
ci otros Estados. Este deseo no es el del pue·
blo, cuyo corazÓn patriota no puede abrigar
tal sentimiento; es(: deseo, en nadic puedt:
existir, y es solo la amenaza para detener to·
da intervención de ésta hacia ac¡uelh zona. (I)
Dos cualid,ldes predominan en el carácter
de los habitantes de Iquitos: la laboriosidad
y la alegría. El Lúnes, despues que la fa.cto-
ría (que muy rara vez cesa en sus labores)
anuncia la hora de trabajo con su pito, todo
el mundo s(;; entrega á sus faenas con esa ,vo-
luntad del que ama su bienestar, fruto de su
riqueza, hasta el Sábado á las 4 de la tarde,
en que el mismo pito anuncia la hora del so-
láz. Comienza entonces la música, y la ale-
gría y la espansión reinan hasta el Lúnes, sin
- 73-
que ninguna pendencia turbe esas horas pIá
cidas.
U na de las fiestas más alegres que pueden
presenciarse, es el carnaval en Iquitos.
La jente del pueblo se junta en cuadrillas,
llamadas tamborada'S, que recorren las calles
bailando marineras al són de pequeñas bandas
compuestas de uno ó dos clarinetes y otros
tantos tambores, ó de alguna concertina (Ia
afición á la mt'isica es jenial en esa rejión);
mientras la jente de tono se entrega al baile
de máscaras en salones públicos y privados.
En el juego de cama val se usa, como en to-
das partes, el agua y la pintura, y se emplean
unos globos que llaman cav8shiñas, hechos de
8herin(/a (jeve fino). El último día de esa fies-
ta se derriban las umshas, que consisten en
elevadas palmeras ela vadas E:nciertos lugares
de la población, todo su tallo envuelto, por lo
general, con vendas rojas y blancas, los colo-
res nacionales, sus palmas arriba arrolladas
en forma de escudo, y de él pendientes diver-
sos objetos de fantasía. Esta solemnidad final
suelen presidirla las primeras autoridades y
los personajes más caracterizados, que salen
eon banda de música, todos embardunados y
hechos una sopa .... La costumbre será ley;
pero protesto de que el hecho no tiene nada
de solemne.
No falta de cuando en cuando, algún rico
de buen humor, que para solazar á las bellas
, 10
- 74-
fquíteñas, organice una jira danzante por d
río, fiesta, en verdad de muy buen gusto, so-
bre todo cuando se realiza en noche9 de luna.
Por último, la fiesta sude tener su epílog(}
en el entierro de ño Carnaval; lo que propi L-
mente no es un entierro, porque es al río á
donde echan el figurín, con que quieren sim-
bolizar esa locura humana.
Es característica la poca tendencia que hay
al robo en las cla!'les más ínfimas de ese pue-
blo; un hecho de esa naturaleza es tan raro
como ocasionado á escandalizar la moralidad
de esas jentes y á excitar su indignación con-
tra sus contraventores; éstos deben ocultarse
bien para evitar tremendo escarmiento. Pero
en cambio de ese puritanismo con respecto á
la propiedad, es aceptada como un derecho la
esclavitud de los salvajes, y 'se practican otros
jéneros de espoliaciones que acreditan que no
un principio de moralidad sino de convenien-
cia, es el que hace tan odioso el robo. Quiere
decir, que este es oborrecido en la forma gro-
sera que lo acredita con ese nombre; mas no
en las maneras embozadas de las espoliacio-
nes. Por otra parte, suelen cometerse actos
de venganza que verdaderamente horripilan
por su crueldad.
Así como los hombres, son laboriosas la¡.¡
mujeres; y son agradables por ésto, por la be-
lleza de su ti po y por el hábito del aseo. Des-
de antes que raye la aurora acuden al agua.
-75-
del Aelwal 6 á algún otro manantial de agua
saludable para la bebida, á hacer su acopio
doméstiço. Como otro escritor viajero lo ob-
servó antes que yo, es un espectáculo que re-
.:uerda escenas de la Biblia, el verias con su
airoso talle, y su agraciada fisonomía, ir al ma-
nantial ó á la fuente con su cántaro á la cabe-
;r;a. No os aproximeis mucho á ellas, porque
os encontrareis con tinos ojos que dicen:
f[/ü·érerne,. y si no sois un José .... quizá ella
no será una Lucrecia.

Una. invasió:-:, des:ltcntuda.-Los Misio-


neros.
Algún ~iempo antes de mi residencia en
Iquitos, ocurrió que se sustrajeron las joyas
sagradas de la iglesia de Andoas, si mal no
recuerdo. Parece ser que se implicó en ese he .
cha á un sacerdote ecuatoriano, el mismo que
fué detenido en la cárcel de Yurimaguas. Ig·
noro si por evasión· ó por veredicto del Juez,
se vió en libertad.
En Diciembre de 1892 Ibgó un individuo
donde cierto sujeto de iquitos, y le pidió pres-
tada una canoa para trasladarse al Napa, á lo
que tuvo á bien acceder aquél. Dos ó tres
días después le fué devuelta la embarcación,
y en la carta en la que agradecía el favor, des-
cubría su nombre y el carácter sacerdotal: era
-'quél de quien se hace antes mención.
- 76-"
Pues bien; este sacerdote, así que se creyó
fuera del alcance de Iá.s autoridades peruanas,
emprendió, 10 que sin duda creen los misio-
neros de ese jaéz, ejercicio de su ministerio,
pero que no es más que la tiranía sacerdotal
impuesta ci las desventuradas rejiones que do-
minan. Tuvo buen cuidado de emprenderla
solo con ciudadanos ecuatorianos, lo que, pOI"
cierto, no quita nada á la gravedad del caso.
El modo como ese sacerdote entendía ejer-
cer su ministerio, era pretendiendo obligar
á fortiori á las jentes éí cumplir con las prácti-
cas católicas, muy principalmente el sacra-
mento matrimonial; y como ocurriera que sus
pretensiones fueran desairadas, se retiró á las
misiones de Santa Rosa en el Ecuador, ju-
rando antes amenazas, de las que, desde lue-
go, no hicieron juicio los que de ellas eran ob-
jeto. Pero en el mes de Febrero ó Marzo dei
año siguiente, 1893. se vió bajar al sacerdote
ese por h corriente del mismo río, esta vcr;
con un fuerte destacamento de fuerzas ecua-
torianas, las que realizaron los iracundos de-
signios de ese, no buen pastor, sino lobo de la
grey de Cristo. Las personas lsolo ecuatoria-
nas, ya se sabe] que habían desairado sus
exijencias, fueron capturadas y, remachándo-
les pesados grillos, trasladadas á los dominios
de esa teocrácia.
Sea porque el hecho ocurriera á bastante
distancia para poder emprender con éxito la
-77-
persecución de los secuestradores, sea por pu-
nible desmayo de las autoridades, nada se hi-
zo por ellas en el terreno de los hechos; igno-
ro cual fuera la actitud del Supreme Gobierno
para desagraviar á la nación de ese ultraje á
su soberanía; mas, á lo que parece, éste. afa-
nado entonces en la tarea de imponer al Perú
el odioso régimen á costa de tanta sangre de-
rrocado, nada ó poco hizo en el sentido que el
patriotismo y la dignidad nacional aconsejan.
Mal que pese á los buenos católicos, no
son los misioneros el factor necesario para la
civilizaci1n de las tríbus bárbaras de la mon-
taña; algunos son dañinos como aquel de la
hazaña que se acaba de referir; y la mayor
parte de las veces su procedimiento hace es-
tériles sus esfuerzos, así sea tan grande como
se quiera su abnegación. Porque pretender
civilizar salvajes con el dogma; porque pre-
tender, con la idea relijiosa, con una idea
abstracta, ilustrar intelijencias aún incapaces
de la abstración y el reciocínio; intelijen-
cias que si algún desarrollo han alcanzado, lo
deben á los hechos prácticos de una existen-
cia azarosa, es pretensión tan necia que solo
puede ocurrirse á los mibgreros que lo inten-
ten. ¿ O creeis, acaso, que hombres que solo
ven lo que se mira con los ojos del cuerpo,
van á percibir allá arriba más que los astros
que marcan las estaciones de la vida; imaji-
nais que vean allá otro Dios que el más bri-
- 78-

Ila nte de todos esos astros, ni otro:Malo que


el rayo que ilumina las noches tenebrosas de
la tonnenta. t Acaso pueda concebir indefini-
do horror hácia un al(Jo superior á todo )0
humano cn horas de tribulación; pero nunca
el mGÍúoinio les sujerirá la fé en un Dias que
les veda la satisfacción de los apetitos que
so~ el goce supremo de su naturaleza de' sal-
vaJes.
y para que el procedimiento de imposición
de las ideas relijiosas, único fin á que se po-
dría aspirar, diera como éxito la agrupación
de alguna tribu al rededor de una iglesia,
sería necesaria igual imposición de fuerza:
la historia de las misiones de nuestras monta-
ñas testifica, que allí donde el brazo secular
no fué en áuxilio de la relijion. lê!. tea del sal-
vaje redujo á pavesas el templo del nuevo
Dios, y el misionero cayó herido por sus fle-
chas.
iy qué desastre tan grande para la civili-
lización, para la humanidad y hasta para los
verdaderos principios del Evanjelio, no scría
si las intolerantes órdenes relijiosas impusie-
ran su dominio á los silvestres habihntes de
las selvas! iQué funesto poder resultaría de
tal alianza de ,fanatismo y barbárie en esos
bosques encastillados! La historia del Para-
guay encierra pájinas· muy negras de la histo-
ria de la humanidad; y sin remontamos al pa-
sado, ahí están las misiones ecuatorianas
- 79-
del alto Napa, donde se ha.éstablecido el ne-
gro r~inado de la más abs ¡rda, de la más
abominableteocrácia. Ay! del seglar que á ese
reino de tinieblas llegue si 110 se dá duro en
el pccho, si no comulga con la hostia de esos
misioneros de la ira fanática; y esto haciendo,
pase de prisa; no vaya á sospechar en él. el
misionero al competidor industrial, tan abo-
rrecido como el ateo y el hereje; al competi-
dor que vaya á arrebatarle los IJcros del mo-
nopolio junto con su poder teocrático impues-
to; monopolio que pone en sus manos, en true-
que de baratijas y viles mercancías, las rique-
zas que los embrutecidos catequizados ex-
traen de la selva y de las auríferas playas de
los ríos.
En ese remoto rincón del mundo, á donde
sin duda creen los que ministros de Dios se
llaman, que no penetra el ojo de Dios j cuán-
tos crímenes que solo su mano de Omnipo-
tente podrá castigar, no se cometen!
De nuestros grandes ríos estan hoy ausen-
tes los misioneros; diríase que el silbido del
vapor, ese grito de la civilización, los hubiera
auyentado. Los pocos que quedaron hasta
hace algunos años, fueron expulsados por
inmorales poi las autoridades de policía ..
Los Lavigerie no abundan ya: solo la som-
bra del Monje Blanco se destaca solitaria al!;í.
en las arenas de la moderna Cartago.
-- 80 -

CONCLUSION.
Iniciada la publicación de este viaje en los
albores de la contienda civil que ha debastado
el país, continuada después de ésta entre las
inquietudes y ocupaciones de un cuartel. á
más de su poca competencia literaria, ha ca-
recido el autor de esos ocios amenos que, se-
gún Lamartine, requiere la literatura; se en-
contrarán, pues, en esta narración faltas y
lagunas que las razones indicadas no me han
permitido salvar.
También los conocedores de los lugares
que he recorrido encontrarán, quizá, altera-
ciones ó cambios de los nombres y posiciones
de los lugares: lo que muy bien puede suce-
der, pues no habiendo en tl terreno que atra-
vesaba la expedición casi ningún medio de
informarse, me atuve para redactar esta na-
rración á informaciones tomadas por mi cuen-
ta, casi todas con posterioridad al viaje, prin-
cipalmente de personas de Iquitos.
Pero nada ha sido óbice á la publicación
de estas pájinas, con lo que me propuse dos
fines: el uno, el contribuir junto con mis lec-
tores al acrecimiento de nuestra flota, á la
restauración de nuestro poder naval; el otro,
dar una idea aunque sea imperfecta, de esas
rejiones, á las que de mucho tiempo atrás me
arrastraba una vocación invencible y patrió-
- 81-
tica; rejiones donde se levantará el Pert'i lleno
de vida y rejuvenecido el día que á ellas se
encamine la actividad de sus hijos; y cuando
á 11.3 ll~dustrias usurarias y feudales que lejos
de ser alas son límites de todo progreso, ha-
ya sucedido la industria espan8iva y CJ'eadora,
esa industria que hizo un coloso de los Esta-
dos Unidos del Norte, esa industria que lleva
á Chile y á la Argentina de progreso en pro-
greso, como si dijéramos de cumbre en cum-
bre, á una prosperidad igual á la de aquella
gran nación.

FIN DE LA SEGl'NDA y l;LTIMA PARTE.


IXI)ICE.
PAG.

Rl-:CL'l~RDOS DE LA MOSTA~A-SEGT:l\DA PAR-


TB- Et-: LOS H!OS.
o:>
Puerto Bermuùo? . ù

En el Asupizú . 10
El Pichis . 24
.En El Pachitea " . 31
El Ucayali--Ultimos dias de navegación en
ba,lsas . 47
ResÚl1len . 52
De Puca-AUpa á Iqpitos . 62
Iquitos . 06
Una invasión desatentada . 75
Conclusión . 80

Erratas notables.
Pag LIIŒA. DrCE

4 20 una amaca de cru- una-hamaca de cru-


do; y un do y un
9 18 qué que
14 15 qué ahí que ese día
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22 la opinión La opinión
64 20 fenómenos fenómenos nuevos

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