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NACIONAL
IMPERIALISMO EQUILIBRIO
DEL PODER
UNIDAD
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ELEMENTOS
DEL PODER COLONIALISMO
NACIONAL
Unidad XV
PODER NACIONAL.
ORIGEN: Periodo de políticas exteriores nacionalistas. Inicio con Napoleón.
Retrogradación durante 2º guerra mundial.
NOCIÓN: Alude al poder político exterior de ciertos individuos que pertenecen a la
misma nación. No siempre es de todos.
NACIONALISMOS MODERNOS relación con la formación de estados, con la
delegación del poder en órganos, existencia de aspiraciones de poder en cada
individuo. En la actualidad las tendencias psicológicas se apoyan en reglas de
conducta e instituciones sociales. Existen identificaciones colectivas basadas en
éticas y costumbres sociales.Con las guerras napoleónicas comenzó el periodo de
las políticas exteriores nacionalistas y las guerras de esta índole, es decir, la
identificación de grandes masas de ciudadanos con el poder nacional y las
políticas nacionales, dejando atrás la identificación con los intereses dinásticos.
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Geografía: El factor más estable del que depende el poder de una nación es,
obviamente el geográfico. El hecho de que EEUU se encuentre separado por agua
del reto de los continentes, es una circunstancia que configura la situación de este
país en el escenario mundial. Pero es una falacia sostener, como suele hacerse a
menudo, que el perfeccionamiento de los transportes, las comunicaciones y de las
tecnologías bélicas ha anulado el efecto aislacionista que representan los
océanos. Por cierto es que este factor es mucho menos importante de lo que era
hace cincuenta años atrás, pero desde la perspectiva de EEUU aun continua
siendo un elemento de importancia.
La posibilidad de guerra nuclear ha aumentado la importancia del tamaño del
territorio como fuente del poder nacional. Una nación requiere contar con un
territorio lo suficientemente amplio, como para diseminar en él sus centros
industriales y de población como así también sus instalaciones nucleares. De ahí
que el tamaño casi continental de sus respectivos territorios sea el que les permite
a naciones como EEUU, UniónSoviética y China desempeñar el papel de
potencias nucleares mayores.
Recursos naturales.
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la revolución industrial ha avanzado a un ritmo mucho más rápido que en toda la
historia precedente, el poder nacional se ha tornado más y más dependiente del
control de las materias primas tanto en tiempos de paz como en tiempos de
guerra.
En la medida que la importancia absoluta del control de las materias primas como
base del poder nacional fue aumentando en proporción a la mecanización de la
tecnología bélica, ciertas materias primas fueron también, adquiriendo
preponderancia sobre otras.
La influencia que el control de las materias primas puede llegar a ejercer sobre el
poder nacional y sobre los desplazamientos de ese poder queda
impresionantemente demostrada en nuestros días con el caso del uranio.Países
que poseen yacimientos de uranio (EEUU, Canadá, Unión Sudafricana) han
experimentado un ascenso en la jerarquía del poder, mientras los demás han visto
declinar su poder relativo.
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Tecnología.
A menudo el destino de las naciones y las civilizaciones ha estado determinado
por un desequilibrio en la tecnología bélica que la parte vencida no supo
compensar de otros modos.
El siglo XX ha sido testigo de cuatro innovaciones mayores en la técnica de la
guerra, las que le otorgaron una ventaja temporaria a quienes se anticiparon a
usarlas o bien las emplearon antes de que sus enemigos pudiesen resguardarse.
Primero, el submarino, utilizado por Alemania contra la armada británica, durante
la primera guerra mundial. Segundo, el tanque, empleado en gran numero y
concentración por los ingleses. Tercero, la coordinación estratégica y táctica de la
fuerza aérea con las fuerzas navales y de tierra contribuyo en gran medida a la
superioridad germana y japonesa durante las fases iniciales de la segunda guerra
mundial. Finalmente, las naciones que cuentan con armas nucleares y los medios
para descargarlas tieien una enorme ventaja tecnológica sobre sus competidores.
Sin embargo, la disponibilidad de armas nucleares también resulta en dos
extraordinarias paradojas ya mencionadas. Las mismas derivan de su enorme
capacidad de destrucción y la otra en la relación inversa que existe entre el grado
de destrucción de las armas nucleares y su empleo racional.
Si una nación cuenta con capacidad de contraataque nuclear, amenazara con la
destrucción total como represalia, por lo que la amenaza y la contra amenaza se
anularan recíprocamente o llevaran a la destrucción mutua de los beligerantes. Si
la nación amenazada no tiene capacidad nuclear de respuesta, sufrirá una
destrucción total o se rendirá incondicionalmente.
Liderazgo.
Además del empleo ocasional de las innovaciones tecnológicas, la cualidad de
liderazgo militar siempre ha ejercido una influencia decisiva sobre el poder
nacional. El poder de Prusia durante el siglo XVIII consistió ante todo en la
proyección del talento militar de Federico el Grande, y en las innovaciones
técnicas y tácticas que supo introducir. El arte de la guerra se modificó
sustancialmente ante la muerte de éste, en 1786 y la batalla de Jena, donde
Napoleón destruyo al ejército prusiano, que era tan fuerte y tan eficiente como lo
había sido hace veinte años. Pero lo que era más importante, faltaba en sus
líderes el genio militar, mientras en el otro bando había un genio militar al frente,
un genio que empleaba ideas nuevas en los aspectos estratégicos y tácticos.
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PODER POLITICO.
La política internacional implica una lucha por el poder. No importa cuales sean los
fines últimos de la política internacional: el poder siempre será objetivo inmediato.
No todas las acciones que una nación puede llevar a cabo respecto de otra son de
naturaleza política. Muchos de esos actos son normalmente realizados sin tomar
en consideración ninguna razón de poder y tampoco afectan el poder de la nación
que los lleva a cabo. En otras palabras, la intervención de un país en la política
internacional es solo uno entre varios tipos de actividades posibles en el marco de
la escena internacional.
Su naturaleza: cuatro distinciones.
Cuando hablamos de poder nos referimos al control del hombre sobre las mentes
y las acciones de otros hombres. Por poder político significamos las mutuas
relaciones de control entre los depositarios de la autoridad pública y entre estos
últimos, a la gente en general.
El poder político es una relación psicológica entre quienes ejercen y aquellos
sobre los que se ejerce. Otorga a los primeros control sobre ciertas acciones de
los segundos mediante el impacto que ejercen sobre las mentes de estos últimos.
El impacto deriva de tres fuentes: la expectativa de beneficios, el temor a las
desventajas y el respeto o amor hacia los hombres o instituciones. Puede
ejercerse mediante órdenes, amenazas, la autoridad o carisma de un hombre o de
un equipo de hombres a través de la combinación de cualquiera de estos factores.
A la luz de esta definición, deben hacerse cuatro distinciones: entre poder e
influencia, entre poder y fuerza, entre poder aprovechable y poder no
aprovechable, entre poder legítimo y poder ilegitimo.
El poder político debe distinguirse de la fuerza en el sentido del ejercicio de la
violencia física. Especialmente en la política internacional la fuerza armada como
amenaza, real o potencial, es el más importante factor material que contribuye a
conformar el poder político de una nación. Entonces debemos distinguir entre
poder militar y poder político. La disponibilidad de armas nucleares hace necesario
distinguir entre poder aprovechable y poder no aprovechable. Una de las
paradojas de la era nuclear, que contrasta con la experiencia de toda la historia
pre nuclear, consiste en que un incremento del poder militar no necesariamente
lleva a un incremento del poder político. La amenaza de una violencia nuclear
masiva implica la amenaza de la destrucción total. Como tal, continua siendo un
adecuado elemento de política externa cuando está dirigido a una nación que no
puede responder del mismo modo.
Finalmente debe distinguirse entre poder legítimo, es decir el poder cuyo ejercicio
se encuentra moral o legalmente justificado, del poder ilegitimo. Y el poder que se
ejerce con autoridad moral o legal a su vez debe distinguirse del poder a secas. El
poder del oficial de policía que me registra en virtud de una orden de arresto es
cualitativamente diferente del poder de un ladrón que realiza la misma acción en
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virtud de que porta un arma. El poder legítimo, al invocar una justificación moral o
legal para su ejercicio, es probablemente más efectivo que un equivalente poder
ilegitimo.
El concepto statu quo deriva de statu quo ante bellum, termino diplomático que se
aplicaba a las cláusulas de estilo en los tratados de paz que proveían a la
evacuación de un territorio de tropas enemigas con la consecuente restauración
de la soberanía de preguerra.
La política de statu quo tiende al mantenimiento de la estructura del poder
existente en un determinado momento de la historia. Puede señalarse que cumple
una función análoga a la de la política conservadora en el campo interno. El
momento histórico particular que sirve de punto de referencia para la política de
statu quo es frecuentemente el final de una guerra, cuando la distribución del
poder ha sido establecida en algún tratado de paz. Por lo tanto, la característica
distintiva de una política de statu quo es que aparezca como defensora del tratado
de paz que dio fin a la última guerra general.
La manifestación de política de statu quo que ha tenido mayor importancia para
EEUU y se ha convertido en la piedra basal de sus relaciones exteriores es la
Doctrina Monroe, que establece los dos principios esenciales de cualquier política
de statu quo. Por una parte, estipula respecto a la parte que le cabe a EEUU
dentro de la distribución del poder existente en el hemisferio occidental. Por otra
parte, proclama la resistencia al cambio por parte de EEUU en todo lo que tenga
que ver con la distribución del poder entonces existente, especialmente si
proviniera de una nación no americana.
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Hemos dicho que la política de statu quo tiende al mantenimiento de la distribución
de poder tal como existe en un momento particular de la historia. Esto no significa
que tenga que oponerse necesariamente a todo cambio. Si bien no se opone al
cambio en general, por el contrario se opone a cualquier cambio que signifique la
modificación de la relación de poder entre dos o más naciones. Los ajustes
menores en la distribución del poder pueden, sin embargo, mantener intactas las
posiciones de poder relativo de las naciones involucradas y ser completamente
compatibles con la política del statu quo. La adquisición de las Islas Vírgenes
puede haber contribuido al fortalecimiento de la ya dominante posición
estadounidense en el Caribe; pero no lo hizo y por lo tanto, fue compatible con una
política de statu quo.
La política de Prestigio.
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el prestigio. Por eso ciudades como La Haya y Ginebra sin siempre lugares
predominantes para la realización de reuniones internacionales.
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Inglaterra y Argentina y con el probable desarrollo del poder de esas naciones.
La función primaria de la política de prestigio se orienta a influir sobre estas
evaluaciones. Por ejemplo, si EEUU puede imponer sobre las naciones
latinoamericanas su poder, hasta el punto de persuadirlas de que su hegemonía
en el hemisferio occidental es indiscutible, entonces su política de statu quo en
dicho hemisferio estará a salvo de desafíos, con lo que su preponderancia
continuara asegurada. La política de prestigio es siempre un factos imprescindible
de cualquier política exterior nacional. La guerra fría se ha llevado a cabo
primordialmente con las armas de prestigio. EEUU y la Unión Soviética han
procurado intimidarse mutuamente con sus respectivos poderíos militares, logros
tecnológicos, potencial económico y sus principios políticos. El objetivo ha sido
claro: mantener la alianza con sus aliados, minar la unidad de la coalición hostil y
captar el apoyo de las naciones no comprometidas.
El prestigio se ha vuelto especialmente importante como arma política en los
tiempos modernos, cuando la lucha por el poder no solo requiere métodos
tradicionales de la presión política y la fuerza militar sino otros instrumentos más
adecuados para triunfar en la lucha por conquistar las mentes de los hombres.
Una política de prestigio logra un verdadero éxito cuando ofrece a la nación que le
persigue una verdadera reputación de poder que la exime de tener que emplear el
poder que realmente tiene. En este éxito intervienen dos factores: una indiscutible
reputación de poder y la reputación de restringirse en cuanto a su empleo. Son
ejemplos clásicos de esta sutil combinación de las políticas los imperio romano y
británico y la política del bueno vecino ejecutada por EEUU.
Durante la era de la política del buen vecino, la hegemonía estadounidense en el
hemisferio occidental se basó en la reputación de poder imbatible antes que en su
ejercicio real.
Imperialismo
Definimos al imperialismo como: una política orientada a la ruptura del statu quo y
a la modificación de las relaciones de poder entre una o varias naciones
(Morgenthau). En el terreno de las relaciones internacionales, el imperialismo se
opone a la política de statu quo, lo que le otorga un carácter dinámico.
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imperialismo es producto del sistema económico que lo origina, esto es el
capitalismo. Las sociedades capitalistas no son capaces de encontrar dentro de sí
mercados suficientes para sus productos ni inversiones suficientes para el capital
que poseen. Por lo tanto, tienen la tendencia a dominar áreas mayores no
capitalistas e incluso aéreas capitalistas a los efectos de convertirlas en mercados
para el excedente de su producción y para dar nuevas oportunidades de inversión
a los capitales también excedentes. Los marxistas pensaban que el imperialismo
era política del capitalismo y que, en consecuencia, una política imperialista era
cuestión de opción a la que el capitalismo podía recurrir o no según las
circunstancias. Según Lenin imperialismo es capitalismo en aquella fase de
desarrollo en la que el dominio de los monopolios y el capital financiero se
establecen por sí mismos, en la que adquiere mucha importancia la exportación de
capital, en la que ha comenzado la división del mundo entre los grandes trust
internacionales, en la que se ha producido el reparto de todos los territorios de la
tierra entre los grandes poderes capitalistas. Para los marxistas, el mal principal es
el capitalismo y el imperialismo solo en su expresión necesaria o probable.
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Diferentes tipos de imperialismo
La real naturaleza del imperialismo como política orientada a romper el statu quo
puede ser mejor explicada mediante la consideración de ciertas situaciones típicas
que favorecen las políticas imperialistas, y que, en presencia de las condiciones
objetivas y subjetivas que requiere una activa política exterior, casi
inevitablemente producirá una política imperialista.
1. Las guerras victoriosas: cuando se produce una guerra entre dos naciones
es bastante probable que la nación triunfadora proseguirá una política que procure
un cambio permanente en las relaciones de poder con su enemigo derrotado. La
vendedora adoptara esta política sin reparar en cuáles eran sus objetivos al
momento de la ruptura de hostilidades. El objetivo de esta política de cambio
consiste en transformar la relación existente entre el triunfador y el vencido al final
de la guerra en el nuevo statu quo en los acuerdos de paz. Así, una guerra
iniciada por el triunfador como medio de defensa del statu quo de preguerra, con
la proximidad de la victoria, se convierte en una guerra imperialista, ósea en el
intento de un cambio permanente del statu quo.
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llegar a un imperio mundial. Puede ser también un imperio o hegemonía de
dimensiones aproximadamente continentales. O puede ser una preponderancia de
poder estrictamente localizada. Dicho de otro modo la política imperialista puede
carecer de límites o tener solo aquellos que le oponga el poder de la presunta
víctima. Puede, también, tener límites geográficamente determinados, tal como las
fronteras físicas de un continente o quedar limitado por lo propósitos localizados
del propio poder imperialista.
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statu quo o el cambio de la relación de poder entre la potencia imperialista y sus
posibles víctimas.
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económico. El estado A no necesitaría amenazar con la fuerza militar o usar
pretensiones económicas para lograr sus fines. Para ello, la subordinación del
estado B a su voluntad se habría producido por la persuasión de una cultura
superior y por el mayor atractivo de su filosofía política. Sin embargo, este es un
caso hipotético. El imperialismo cultural dista mucho en los hechos de estar en
condiciones de obtener una victoria tan rotunda que vuelva superfluos a los otros
medios. El rol característico que cumple el imperialismo cultural en nuestros
tiempos es el de subsidiario de los otros medios. Ablanda al enemigo y abona el
terreno para la conquista militar o la penetración económica.
EL COLONIALISMO.
Mario amadeo.
ANTECEDENTES HISTORICOS.
El sistema colonial, entendido en su acepción más amplia, es tan antiguo como la
existencia de las unidades políticas. Desde las épocas más primitivas los pueblos
se han dividido en fuertes y débiles, y más fuertes siempre han tratado de dominar
a los más débiles, como por ejemplo, el caso del cautiverio del pueblo judío en
Egipto.
Roma fue el pueblo “colonialista” por excelencia en el mundo antiguo. No solo fue
solamente por su innata vocación conquistadora sino porque practico el sistema
colonial en un sentido muy semejante al de los tiempos modernos. Roma tuvo,
tanto durante el Imperio, diferentes tipos de cultura. Practicó, como los pueblos
más primitivos, la política de la tierra arrasada y de ello da cabal testimonio la sal
sembrada sobre las ruinas de Cartago. En Asia y en África estableció el sistema
de tributos o el régimen del protectorado, dejando nominalmente en el ejercicio de
la autoridad a los príncipes derrotados. Pero en los que fueron teatro de sus
principales conquistas extendió el sistema de vida propia. Esas regiones (Sicilia,
las Galias y gran parte de España) no fueron, en sentido estricto, colonias. Fueron
una prolongación de la propia Roma.
La Edad Media no conoció el sistema colonial. La única expansión territorial
europea a gran escala fue el resultado de una empresa religiosa – las cruzadas- y
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por su propia índole no podía generar, ni generó, establecimientos coloniales. Los
principados cristianos erigidos en Tierra Santa estaban integrados en el sistema
feudal pero no fueron colonias de los pueblos occidentales.
El sistema colonial moderno comienza con la conquista de los territorios de
Ultramar realizados por los pueblos de Occidente de Europa a partir de fines del
siglo XV. Se inició en esa época una sucesión prodigiosa de expansiones
territoriales en cuya virtud, los conquistadores europeos se hicieron dueños, en
menos de cien años, de la mayor parte del mundo conocido. Los primeros Estados
que se lanzaron a la aventura fueron los de la Península Ibérica.
COLONIALISMO E IMPERIALISMO.
Estos dos términos son usados con frecuencia en forma indistinta, y sin embargo
no son sinónimos. Existe entre ellos puntos de contacto, pero también poseen
diferencias que conviene apuntar. Imperialismo, dijimos, es toda política de
expansión que no limita sus objetivos a un campo o a un punto determinado sino
que los considera como virtualmente ilimitados.
El colonialismo ha sido imperialista en la medida en que ha procurado, mediante la
adquisición de nuevos territorios y mediante la subyugación de otros pueblos,
perseguir una política e poder. El imperialismo ha sido colonialista en la medida en
que sus aspiraciones ecuménicas de poder lo han llevado a conquistar regiones
distantes y habitadas por poblaciones de un grado inferior de desarrollo
económico o cultural.
La confusión entre estos dos términos se justifica porque históricamente las
primeras potencias han sido generalmente colonialistas y a su vez las naciones
dueñas de imperios coloniales más vastos han sido imperialistas.
El imperialismo fue colonialista porque la posesión de colonias confería una serie
de elementos que el imperialismo procura como metas supremas. Las colonias
estimulaban la actividad nacional y abrían campos nuevos al desarrollo de la
energía creadora de los más capaces. Servían de argumento persuasivo para el
aumento del poderío militar, sobre todo en el aspecto naval. Permitían extender la
presencia de un Estado hasta los confines más apartados de la tierra. Y estaban
de moda. En la época de oro de la política internacional clásica, todo país
imperialista que se respetara debía tener colonias. Esa posesión daba status. Ello
explica la urgencia con que Alemania se lanzó a las empresas coloniales después
de la guerra del 70.
El auge del colonialismo fomento pues, el imperialismo. Pero no lo engendró
porque el imperialismo responde a causas más profundas y permanentes que las
adquisiciones territoriales. Hoy la era colonial ha llegado a su término y sin
embargo el imperialismo continuasiendo una realidad actuante. Ya no se nutre de
tierras lejanas o de poblaciones exóticas. El imperialismo de hoy es menos
pintoresco pero más efecto que el de hace cien años. No se contenta con
domesticar al bon savage. Quiere dominar el cosmos.
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BALANCE DEL COLONIALISMO.
Desde el término de la segunda guerra mundial el régimen colonial ha sido uno de
los “tabús” de la política internacional. Es innegable que el régimen colonial genero
graves males, no solamente para los pueblos dominados sino también para las
metrópolis. Estos males fueron de orden moral, político y económico.
De orden moral porque el sistema colonial favoreció la corrupción de los
conquistadores y los conquistados, además el descubrimiento y la colonización de
nuevas tierras hizo revivir a la esclavitud (extinguida en los pueblos cristianos a
fines del siglo XV), además la carencia y mala calidad de la mano de obra
americana provoco, con su cortejo de inenarrables crímenes y sufrimientos, la
esclavización de muchos millones de negros africanos.
A la reviviscencia de la esclavitud se añadieron otros efectos nocivos del orden
moral. Vicios y enfermedades no conocidas por los nativos fueron transportados a
las colonias por los conquistadores e hicieron estragos. Poblaciones que eran,
antes del descubrimiento, comparativamente sanas se vieron diezmadas por el
alcoholismo y la tuberculosis, la lujuria de muchos conquistadores hizo fácil presa
en las mujeres indígenas. Por mucho tiempo, las “ovejas negras” de las familias
prominentes eran enviadas a las colonias para salvarlas así de la cárcel o del
patíbulo.
Del orden político porque el coloniaje exacerbo las rivalidades y las luchas por el
poder entre algunas de las grandes potencias europeas. Estas guerras coloniales
no fueron llevadas a cabo con el decoro con lo que fueron las contiendas
metropolitanas.
En el plano económico, la explotación irracional de algunos territorios coloniales
agotó rápidamente sus fuentes de producción y se volvieron inservibles. Los
metales preciosos fueron un arma de doble filo pues si bien promovieron rápidos y
fabulosos enriquecimientos, estos fueron efímeros y el oro y la plata traídos de las
Indias por España y Portugal fueron a parar en manos de los países más
industrializados del norte de Europa.
Con el mismo esfuerzo de objetividad veremos ahora los bienes que trajo consigo
la colonización.
Ante todo, la conquista de nuevas tierras fue el motor principal que impulso una
ampliación de conocimientos como no se había registrado en ninguna época
anterior en la historia universal. Las ciencias de la naturaleza recibieron aportes
invalorables que se extendieron desde la flora, la fauna hasta la sociología y la
historia. El repertorio del saber humano se ensancho en proporciones
incalculables.
Junto con estas tareas, el hombre europeo llevo a las nuevas tierras muchos
bienes de una civilización y cultura incomparablemente superiores a las de los
pueblos conquistados. Los europeos difundieron las ciencias y las técnicas; a
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través de su empuje, el Viejo Mundo se benefició con recursos y productos hasta
entonces ignorados y los mundos nuevos pudieron aprovechar los progresos
ganados por la inteligencia y el trabajo del hombre occidental a lo largo de tres mil
años. Los lugares malsanos se volvieron salubres. La medicina hizo bajar la
mortalidad y atenuó los efectos de muchas enfermedades antes endémicas. Las
artes, las ciencias y las letras dieron frutos admirables.
Finalmente, y sobre todo, la colonización de regiones desconocidas permitió
difundir el mensaje evangélico y con él, su doctrina de amor y fraternidad. La
propagación de la fe cristiana de los misioneros es una de las páginas más nobles
de la historia humana y redime a los pueblos que la llevaron a cabo de muchas de
sus culpas y de sus errores. Con la nueva fe llegaron a los pueblos sometidos
formas más dignas de vida, una organización de vida familiar más conforme a la
naturaleza del hombre, un sentido más cabal de la ley, un mayor respeto por la
dignidad de la persona humana. La obra evangelizadora cumplida a la vera de la
colonización europea represento una obra grandiosa de elevación moral.
EL “NEOCOLONIALISMO”.
Ante la persistencia de los resquemores y los econos provocados por los siglos de
dominación entre las antiguas colonias y las antiguas metrópolis, se ha facilitado la
creación de un nuevo mito que se ha designado como “neocolonialismo.
Nasser ha declarado que existe neocolonialismo cuando las potencias
imperialistas, aun renunciando a las apariencias de la dominación política, retienen
el poder real en otro país por procedimientos militares, económicos o culturales o
por los tres a la vez. El neocolonialismo se valdría pues, de tres medios distintos
para llegar a la misma meta de dominación.
Dentro de esta definición, habría neocolonialismo cuando una ex metrópoli
conserva en su antigua colonia bases militares o mantiene fuerzas de ocupación.
No importa que estos establecimientos militares resulten de tratados suscriptos
entre las partes. En realidad, toda alianza militar entre una ex colonia y la antigua
metrópoli sería una manifestación de neocolonialismo.
También habría neocolonialismo cuando, en virtud de la perduración de las
relaciones económicas estrechas, la ex colonia estuviera a la merced de la ex
metrópoli para asegurar su subsistencia material. Así, por ejemplo el hecho de que
aquellas comercien predominantemente con estas, la agrupación en organismos
económicos que agrupen a las colonias emancipadas con sus antiguos
dominadores, serian también expresiones de neocolonialismo.
Finalmente, habría neocolonialismo cuando la potencia dominante mantiene un
influjo cultural preponderante sobre la ex colonia. Este predominio cultural se
puede traducir en la orientación de la enseñanza, en la vinculación entre las elites
intelectuales con la ex metrópoli, en el cultivo de tradiciones comunes y sobre
todo, en la solidaridad ideológica con el pensamiento que prevalece en la antigua
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potencia dominante.
La peor manifestación de neocolonialismo para quienes condenan este sistema es
la preservación de la unidad espiritual entre “amos y esclavos”.
Corresponde ahora analizar qué es lo que hay de verdadero y que es lo que hay
de ficticio con el tema del neocolonialismo. Pero antes conviene puntualizar que si
bien la acusación va principalmente dirigida contra las ex metrópolis en sus
relaciones con las antiguas colonias, ella se extiende también al trato entre las
potencias calificadas de “imperialistas” y los países más débiles. Habría así, un
neocolonialismo norteamericano en relación con África, Asia y América Latina
aunque los EEUU no hayan sido una potencia colonial.
Lo cierto es que para las potencias coloniales las colonias habían dejado de “ser
negocio” porque los gastos que importaban para garantizar su orden interno y su
seguridad exterior eran mayores que los beneficios que de ellas se extraía. La
conservación de un poder oculto sería mucho más onerosa para ellas que el
simple mantenimiento del status quo anterior.
Es verdad que, en algunos casos, las antiguas metrópolis han suscripto pactos de
seguridad con las ex colonias, pero lo que las ha movido a concretarlos es el
esquema estratégico general frente al otro bloque ideológico antes que la
intención de mantener una posición dominante en el país en el cual se ha
celebrado el acuerdo.
Por último, en lo que concierne al “neocolonialismo cultural” la acusación parece
poco seria, porque son las ex colonias las que han deseado conservar, para su
propio beneficio, este tipo de vínculos. La incorporación a culturas innegablemente
superiores como generalmente son las de las ex metrópolis levanta y no rebaja el
nivel intelectual interno y realza el prestigio de los nuevos países en el exterior. Es
esa la razón por la cual los pueblos anteriormente sometidos no han renunciado a
la lengua y a muchas de las instituciones y costumbres de la potencia dominante.
Por esa vía seguían comunicados con la civilización. La otra vía, podía llevarlos,
en breve plazo, a la barbarie.
Excusado es decir que esta apreciación general negativa que se acaba de hacer
respecto de la realidad del neocolonialismo no implica negar la existencia de
situaciones en las que un país poderoso emplea los canales que se han
mencionado para dominar a otros. Sabemos además, que en la descolonización
contemporánea los cortes de vínculos no han sido totales.
Unidad 15
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DIPLOMACIA
ORGANOS ANTECEDENTES
UNIDAD
16
PROCEDIMIENTOS PROCEDIMIENTOS
NO AMISTOSOS AMISTOSOS
FUNCIONES FORMAS
UNIDAD XVI
Mario Amadeo.
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los organismos son parte esencial e inseparable de la diplomacia; por esto es justo
identificarlos dentro de la definición.
ANTECEDENTES HISTORICOS.
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obligaciones y derechos.
Existe consenso unánime de que la diplomacia tal como hoy la conocemos, así
como la instalación de misiones permanentes ante los gobiernos extranjeros,
nació en Italia, hacia el final de la Edad Media y comienzos del renacimiento. La
primera misión de este tipo que la historia registra fue la que estableció el duque
de Milán, Francisco Sforza, en la Republica de Génova, en 1455. Muy poco
después, la práctica se generalizo entre las repúblicas y principados italianos,
sobresaliendo en esa práctica, la Republica de Venecia. Los embajadores
venecianos fueron acreditados ante los gobiernos no italianos, como España y
Francia.
LA DIPLOMACIA CLASICA
La era de la llamada “diplomacia clásica” se extiende entre la Paz de Westfalia
(1648) y el Tratado de Versalles (1919). Durante estos 270 años se elaboró y
perfeccionó una de las grandes creaciones de la civilización europea. Los rasgos
que caracterizan a la diplomacia clásica son los siguientes: La primera “regla de
juego” sobre la que se basaba la diplomacia clásica era el respeto por la soberanía
de los Estados. Este respeto no comportaba la idea de igualdad jurídica, pero si
entrañaba la noción de integridad política (aunque no territorial) del Estado y su
derecho a la existencia.
La segunda regla era la afirmación implícita de la unidad europea. Durante el
periodo dinástico de la diplomacia clásica, esa unidad se manifestó bajo la forma
de una “comunidad de fortuna” entre las testas coronadas. En el periodo nacional,
ese sentimiento de solidaridad subsistió bajo la forma de una creencia genérica en
los valores de la civilización y en la existencia de intereses comunes a todas las
potencias. El “concierto europeo” fue la expresión política de esa solidaridad.
La tercera regla consistía en considerar a la guerra como un conflicto entre
gobiernos y no como una lucha entre pueblos. Las luchas terminaban por
concesiones territoriales que no destruían al vencido y en el periodo dinástico, la
paz se completaba a menudo por alianzas matrimoniales entre las familias de los
soberanos beligerantes.
La cuarta regla de juego de la diplomacia clásica consistía en respetar el equilibrio
de poder o sea la norma según la cual ningún Estado de la comunidad
internacional podía poseer más poder que todos los demás reunidos. (Ej actual,
EEUU para con el resto de América).
La quinta regla comportaba el respeto absoluto por lo que hoy se denomina el
“dominio reservado” de los Estados. Cada país y cada gobierno era absolutamente
libre de hacer dentro de su territorio, lo que más le placiera.
El auge de la diplomacia clásica coincidió con el pleno desarrollo del derecho
internacional. Fundado por Francisco de Vitoria y perfeccionado por Grocio, el
derecho internacional se perfecciona como disciplina independiente en la época
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que ahora examinamos y se erige en elemento esencial y complementario de la
actividad diplomática. La regla pacta sunt servanda se afianza hasta el punto de
que entre 1815 y 1914 –culminación de la diplomacia clásica- son suscriptos más
de diez mil tratados y acuerdos internacionales. Muchos de estos instrumentos
son el resultado de conferencias y congresos cuyo desarrollo marca así el
comienzo de la diplomacia multilateral.
Ya señalamos que el régimen de representaciones permanentes se generalizó a
partir de la paz de Westfalia y a comienzos del siglo XVIII. Como consecuencia – o
simultáneamente- se instituyeron los órganos centrales de la política exterior y
empezaron a funcionar las cancillerías. La carrera diplomática (la carrera por
excelencia) era celosamente preservada de los avatares de la política interna. Se
creó un “estilo diplomático” que tuvo universal vigencia y una lengua común. Al
comienzo, esa lengua fue el latín, pero a partir de la paz de Utrecht (1713) el
francés quedo consagrado como el idioma de la diplomacia. La acción de los
representantes diplomáticos comenzó a gravitar poderosamente en los asuntos
internacionales.
En la era de la diplomacia clásica las relaciones internacionales se vieron
reguladas por formas exteriores estables y sujetas a un severo ceremonial. La
cortesía internacional se regía por reglas que eran tanto, o más observadas que
las propias normas jurídicas.
Regla de oro de la diplomacia clásica era el secreto de las negociaciones y,
muchas veces, de los acuerdos entre ellas celebrados. La opinión pública no fue
tenida en cuenta hasta la Revolución Francesa, y después de este acontecimiento
histórico se juzgó preferible no hacerla participar de las vicisitudes diplomáticas.
En síntesis, a lo largo de casi tres siglos se había elaborado un sistema de trato
entre los Estados que permitía con todos los defectos que dicho sistema poseía,
asegurar la vigencia no lejana de una comunidad internacional orgánica. Pero la
falta de principios auténticamente rectores, la carencia de instancias últimas a las
cuales referirse, impidieron que ese ideal pudiera realizarse. La derrota del
legitimismo afecto seriamente el estilo de la diplomacia clásica. La guerra de 1918
transformo sustancialmente el panorama internación y, entre otras cosas, puso
término a su reinado.
LA DIPLOMACIA CONTEMPORANEA.
Muchos de los valores de la diplomacia clásica se extinguieron junto con la época
que los vio florecer, otros nuevos han surgido cuyos méritos son innegables.
Cabe, ante todo, precisar que no todos los elementos y valores de la diplomacia
clásica han desaparecido de la escena. Más aun no solamente puede afirmarse
que algunos de sus basamentos principales siguen en pie sino también debe
reconocerse que algunas instituciones capitales se han vigorizado en sus
fundamentos políticos y jurídicos. Por vía de ejemplo, recordemos que la
32
Convención de Viena de 1960 sobre privilegios e inmunidades diplomáticas
confiere mucho más rigor y universalidad a las prerrogativas de los agentes
diplomáticos de las que poseían en tiempos de la diplomacia clásica.
Los tres elementos capitales que han contribuido a la creación de la diplomacia
contemporánea son: el sentido creciente de la comunidad internacional, la
valoración cada vez mayor de la opinión pública y la aceleración de las
comunicaciones.
El sentido creciente de la comunidad internacional ha determinado una prodigiosa
multiplicación de la actividad diplomática tanto en extensión como en profundidad.
Hasta hace muchas décadas, los países que participaban de la vida de relación
internacional eran menos de la tercera parte de los que hoy se encuentran
incorporados a ella. Este aumento, se ha hecho casi en su totalidad, a base del
acceso de países no europeos y anteriormente no independientes a la comunidad
internacional. Esta pues, se ha “democratizado” y ha perdido el carácter de un club
casi exclusivamente reservado a los pueblos de raza blanca.
La diplomacia contemporánea – con relación a la clásica- se ha expandido
también en profundidad. Quierese decir que no solamente ha aumentado el
número de sujetos de la actividad diplomática sino que se ha producido una
extraordinaria diversificación de los temas en el repertorio cotidiano de dicha
actividad. Antes, los problemas que se abordaban entre los Estados eran, en el
sentido estricto de la palabra, predominantemente políticos. Hoy, casi casi todos
los asuntos que son de materias de interés interno lo son también de interés
internacional. Las cuestiones económicas y financieras, los problemas científicos y
técnicos en sus más variados aspectos, los asuntos culturales, son objeto de
negociaciones internacionales y determinan la celebración constante de
encuentros bilaterales así como también de congresos y conferencias.
La valoración cada vez mayor del factor opinión pública ha dado lugar a la
aparición de lo que Nicolson llama diplomacia democrática. Se trata, tal vez, del
rasgo que más nítidamente distingue a la diplomacia contemporánea de su
predecesora, la diplomacia clásica.
La aspiración de que el pueblo tomara conocimiento y opinara sobre la conducción
y manejo de los negocios extranjeros fue ya planteada en la época anterior (en
1808 Matternich, embajador de Paris, hacía referencia a ese anhelo)
La situación cambio como consecuencia de la primera guerra mundial, que barrió
con los regímenes mas firmemente adeptos a la diplomacia tradicional. El primero
de los 14 puntos del presidente Wilson, que establecía la necesidad de que los
acuerdos internacionales fueran negociados a la luz pública y dados a conocer
una vez celebrados; marco la pauta a la que se ajustaría la actividad diplomática
hasta el día de hoy.
El tema de la diplomacia secreta y la diplomacia abierta está muy trillado, y son
ampliamente conocidos por los argumentos a favor y en contra de cada uno de los
33
procedimientos. Por nuestra parte, creemos que la publicidad de la acción
diplomática, en la forma irrestricta en la que se ha llevado a cabo, no ha favorecido
la causa de la paz internacional. La diplomacia secreta tenia, sin duda,
inconvenientes serios. Pero la “diplomacia abierta” ha agravado las tensiones
internacionales mucho más.
El elemento más nocivo que contiene la diplomacia abierta es la permanente
necesidad en que se encuentran los conductores de la política exterior de
presentar ante sus propios pueblos (y también ante los demás) éxitos
espectaculares y victorias resonantes. La búsqueda de prestigio nacional o
personal se convierte así en primicia. Esta apetencia inmoderada de “victorias de
prestigio” y de ese temor de hacer un “mal papel” ante la opinión publica resultan
muy peligrosos cuando se trata de países poderosos y dotados de fuerte
capacidad destructiva.
El ideal sería retomar algunas prácticas de la diplomacia clásica por lo que
concierne al secreto de las negociaciones y mantener el principio de la publicidad
por lo que se refiere a los actos formales. Los pueblos tienen derecho a saber, sin
duda, cual es la índole de los compromisos contraídos por sus gobiernos y cuál es
el alcance de sus obligaciones internacionales. Pero no necesitan interferir
permanentemente en el quehacer cotidiano de los diplomáticos ni inyectar
elementos emocionales en la toma de decisiones que requieren un conocimiento
cabal de los verdaderos términos del problema.
Donde resulta evidente que la diplomacia contemporánea es de nivel inferior a la
diplomacia clásica es en la observancia de las formas. Es admisible afirmar que la
diplomacia tradicional confirió excesiva importancia a los formalismos con que se
rodeaba a las relaciones internacionales y que muchos de los elementos de su
ritual nos parecerían hoy complicados y por veces ridículos. Hoy se ha caído en el
exceso opuesto y el desdén por las formas se manifiesta tanto en los
acontecimientos trascendentales como en los actos baladíes. Esta subestimación
de las formas en la diplomacia contemporánea afecta sobre todo al lenguaje. En la
diplomacia contemporánea se utiliza una terminología directa y cruda que
contribuye a la exacerbación de los conflictos.
FORMAS DE DIPLOMACIA.
Diplomacia directa.
Llámese diplomacia “directa” aquella que prescinde de los emisarios y
representantes habituales- el personal diplomático- y se lleva a cabo a través de la
negociación o el dialogo entre los propios conductores de la política internacional.
La diplomacia directa es pues, la que reúne a los Jefes de Estado o de gobierno o
a los Ministros de Relaciones Exteriores o titulares de otras carteras de los
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respectivos países.
La diplomacia directa no fue muy practicada en la era de la diplomacia clásica.
Señalada excepción a esta regla fue el Congreso de Viena, donde se reunieron los
Jefes de Estado y los Cancilleres de casi todos los países intervinientes.
A partir de la primera y sobre todo la segunda guerra mundial, la diplomacia
directa ha proliferado de tal manera y en tal medida que se ha convertido en un
modo de negociación regular y permanente entre los Estados. Los acuerdos entre
los vencedores que regularon el ordenamiento posterior a la segunda guerra
mundial fueron logrados por medio de las conversaciones mantenidas entre los
“tres grandes” 8los jefes de los gobiernos norteamericano, británico y ruso) en
Yalta y en Potsdam. Cuando los encuentros congregan a los Jefes de Estado o de
gobierno, se duele usar la expresión “diplomacia en la cima” o “en la cumbre”.
La diplomacia directa es materia de muchas controversias, estos inconvenientes
pueden ser resumidos en tres puntos. En primer lugar, suscitan en la opinión
pública, una expectativa desmedida que se basa en la que se basa en la
preparación espectacular y en la difusión excesiva con que se la rodea. Como los
resultados son generalmente magros, se produce una decepción que muchas
veces deja las cosas peor de lo que estaban antes.
En segundo lugar, las pronunciadas diferencias psicológicas y culturales, los
antagonismos ideológicos y hasta la incomunicabilidad idiomática entre hombres
más acostumbrados a mandar que a negociar, genera incomprensión y es causa
de rivalidades.
En tercer lugar, las reuniones a tan alto nivel suelen carecer de la debida
preparación técnica. La exclusión de los diplomáticos profesionales, la frecuente
carencia de un orden del día ajustado y preciso, coadyuvan a la confusión de los
debates. En algunos casos extremos, los gobernantes se apartan de las líneas
centrales de la política de sus países y deben, luego, desdecirse de sus promesas
y compromisos.
No hay duda de que esas críticas son exactas, aunque, la diplomacia directa y
muy especialmente la que se limita a dos países, puede ser útil para momentos
difíciles.
La diplomacia directa, y sobre todo la diplomacia “en la cumbre”, son la última
instancia a la cual solo convendría recurrir cuando las instancias inferiores se
hubieran mostrado incapaces de resolver los problemas.
Diplomacia bilateral.
La diplomacia bilateral es la forma, por antonomasia, que asumen las relaciones
entre los Estados.
Cuando un gobierno trata con otro no puede asumir la representación de terceras
potencias, salvo que reciba un mandato expreso para actual en su nombre. El
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caso más frecuente es el que se plantea en tiempos de guerra cuando los
beligerantes designan a una nación amiga para que defienda sus intereses ante el
Estado con el cual se encuentran en guerra.
Si bien los Estados en sus relaciones bilaterales no pueden, por regla general,
asumir la representación de otras potencias, es frecuente, en cambio, que su trato
verse sobre su posición respecto a terceros países. El caso más típico es el de las
alianzas que se conciernan para defenderse de un potencial enemigo común.
La diplomacia bilateral es menos ostentosa y se presta menos al lucimiento de sus
protagonistas que las otras formas de diplomacia. Pero suele ser mas eficaz en
sus resultados y más duradera en sus efectos. Las relaciones entre dos países
versan sobre cuestiones concretas y poco se prestan para las generalidades y las
divagaciones. Exigen más sentido de responsabilidad por parte de quienes la
manejan porque en ella las consecuencias de un error o de un mal paso pueden
ser más graves que en la diplomacia colectiva. Por ello, los conductores de la
política exterior de un país no deben dejarse llevar por las apariencias y deben
prestar a la diplomacia bilateral la preeminencia que efectivamente tiene
FUNCIONES DE LA DIPLOMACIA.
Calduch.
Una vez hemos determinado el significado y alcance del concepto de diplomacia,
debemos referirnos a las principales funciones que cumple en el marco general de
las relaciones internacionales; se pueden destacar las siguientes:
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originariamente política, se ha convertido también en una representación
administrativa. La verdadera importancia del diplomático radia en la
representación política que desempeña. Gracias a ella, el Estado acreditante goza
de la capacidad de mantener y participar en una variada y decisiva gama de
relaciones con el Estado receptor. En efecto, precisamente porque los gobiernos
de ambos países admiten políticamente que sus respectivas misiones
diplomáticas representan a los propios Estados, sus agentes pueden actuar
comprometiendo con sus decisiones y actividades la voluntad y responsabilidad
estatal. Esta función de representación política constituye, por tanto, el sustrato
último sobre el que descansa el ejercicio de todas las demás funciones que se
desempeñan por los agentes diplomáticos.
Función de comunicación e información: Constituye una de las funciones
primordiales que justifican la necesidad de la diplomacia permanente. El desarrollo
de las nuevas formas de diplomacia directa y al más alto nivel exige para su
eficacia la disponibilidad de canales oficiales de comunicación y gestión que solo
pueden garantizarse con la presencia de misiones permanente.
Las funciones de comunicación que realizan las misiones y agentes diplomáticos,
operan en ambos sentidos, de las autoridades del Estado acreditante a las del
Estado receptor y viceversa. A diferencia de las informaciones realizadas por los
medios de comunicación social, la comunicación diplomática posee la
característica de oficialidad, es decir que garantiza que la información comunicada
se corresponde con la posición gubernamental.
La función comunicativa resulta decisiva para el desarrollo de los procesos
negociadores y la notificación de las instrucciones que deberán seguir los
representantes diplomáticos en el desempeño de su actividad. Pero también sirve
para facilitar cuantas informaciones son solicitadas por el gobierno acreditante
sobre las condiciones políticas, económicas, etc. Del país receptor.
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suficientemente reveladores.
Función de protección de los nacionales y los intereses del Estado: La
diplomacia ha venido desempeñando tradicionalmente la tarea de proteger a sus
ciudadanos que se encuentran en el Estado receptor. Esta protección se extiende
desde la seguridad física en los supuestos de desórdenes políticos o conflictos
bélicos, llegando incluso a coordinar operaciones de evacuación, hasta el
asesoramiento jurídico ante las autoridades del país receptor. La misión
diplomática junto con las misiones consulares, se convierten así, en órganos de la
Administración estatal establecidas en el extranjero. Ya se trate desde
inscripciones registrales (nacimientos, matrimonios, defunciones) a la participación
electoral, legalización de documentos, etc.
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Tal es, entre otros, el caso de los tratados p de los procedimientos para la solución
pacifica de los conflictos. Otros, en cambio, constituyen usos comúnmente
aceptados y configuran lo que cabría llamar “las reglas del juego” de la política
internacional. Aunque no tiene obligatoriedad legal, su violación importaría
menospreciar esa convivencia amistosa que es el complemento indispensable de
la verdadera paz.
Los procedimientos internacionales, como todo lo humano, están sujetos a
cambios. Pero estos cambios no son frecuentes y cuando ocurren es porque
también han variado los elementos básicos que integran la vida de relación
internacional.
PROCEDIMIENTOS AMISTOSOS.
La clasificación más difundida de los procedimientos de acción internacional los
divide en procedimientos amistosos y procedimientos no amistosos. Los primeros
son aquellos por los cuales los Estados se esfuerzan de común acuerdo por
encontrar una solución armónica de las dificultades que los separan o por
establecer fórmulas de cooperación en asuntos en que sus intereses coinciden.
Los procedimientos no amistosos son aquellos por los cuales los Estados
procuran imponer sus propios criterios mediante una acción de tipo unilateral. Los
procedimientos no amistosos puede, a su vez, ser pacíficos cuando no se recurre
a la fuerza y bélicos cuando implican el uso de esta.
Los procedimientos amistosos de acción internacional son los más frecuentes
puesto que ellos forman la trama diaria de la actividad de las Cancillerías.
Los procedimientos amistosos pueden ser políticos o jurídicos. Los primeros se
usan indistintamente para acciones de cooperación o para situaciones conflictivas.
Los segundos se emplean exclusivamente en ese segundo caso.
La negociación.
La negociación es el procedimiento por excelencia de acción internacional.
Consiste en el conjunto de gestiones que dos o más Estados realizan para llegar a
una acción común o para resolver amistosamente las diferencias surgidas entre
ellos.
La negociación se realiza siempre por los canales diplomáticos. Estos canales
pueden ser, o bien por vía normal de las Cancillerías a través de sus
representantes, por el conducto directo de los Jefes de Estado o de gobierno o
finalmente, por el contacto a través de organismos técnicos.
La negociación es el más universal y más frecuente medio de acción internacional,
es usada en todo género de situaciones. La actividad diplomática es una
permanente negociación.
La primera condición que se requiere para entablar una negociación es saber
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exactamente lo que quiere obtenerse de la contraparte. El Estado debe fijarse con
toda claridad sus objetivos y determinar en cuanto sea posible el límite máximo de
las concesiones que esté dispuesto a efectuar. Para ello, como es obvio, debe
guardar sin demasiado margen de erros la fuerza que posee en cada caso para
hacer prevalecer sus puntos de vista.
No es menos esencial que la claridad de las ideas sobre la propia posición es el
conocimiento cabal que ha de asumir la contraparte. La apreciación equivocada
sobre el grado de firmeza con que un adversario, en caso de conflicto grave, ha de
sostener sus puntos de vista ha sido la cauda de muchas tragedias en las historia
de la política internacional.
La estimación correcta de la voluntad de compromiso que anima a la contraparte
es un don innato de los grandes estadistas y no se aprende en los libros. Cuando
el presidente Kennedy decretó la cuarentena a Cuba en la crisis de “los misiles” de
octubre de 1962 corrió el riesgo de que la UniónSoviética no cediera ante esa
imposición y provocaraasí el estallido del conflicto armado. Pero su instinto político
le hizo prever que los rusos no forzarían el bloqueo y logro, con su actitud uno de
los triunfos diplomáticos más resonantes que un país haya obtenido en nuestra
época.
El negociador no solo debe estimar con precisión el grado de flexibilidad de la
contraparte sino que también debe comprender sus motivaciones; el negociador
inteligente debe siempre tener en cuenta este factor y estar dispuesto a facilitar
fórmulas que permitan “salvar la cara” del gobierno con el cual negocia.
La condición capital para llevar a efecto con resultado favorable una negociación
es la paciencia. El negociador que se irrita y se impacienta lleva todas las de
perder.
Es muy conveniente que el negociador establezca para sí una diferencia entre
aquellos puntos esenciales sobre los cuales no puede ceder y otros accesorios en
los que le es permitido hacer concesiones. Esta disyunción entre lo principal y lo
secundario le permitirá ser firme y a la vez poner de manifiesto ese espíritu de
compromiso sin el cual ningún acuerdo resulta posible.
El negociador internacional no es un “mercachifle” pero hay ocasiones en que no
tiene más remedio que apelar a las tácticas que suelen aplicarse en el trato
comercial. Cuando el secretario estadounidense estaba negociando con los rusos
la compra de Alaska, advirtió que el gobierno zarista estaba muy necesitado de
dinero y ansioso por concluir la operación, el estadounidense estaba aún más
interesado en el negocio que la contraparte, simuló una indiferencia y le hizo saber
que su gobierno no tenía urgencia alguna en llegar a un acuerdo sobre el tema;
los rusos se atemorizaron y bajaron sus pretensiones. Así es como EEUU se
adueña de esta zona por una ínfima cifra.
Por elevada que sea su jerarquía, el negociador debe estar en permanente
contacto con su gobierno y mantenerlo permanentemente informado sobre la
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marcha de la negociación pues resulta altamente inconveniente para su país y
para él mismo que sea desautorizado.
Este tipo de incidentes es hoy poco frecuente en virtud de la rapidez de las
comunicaciones y de las facilidades con que los representantes diplomáticos y
otros agentes autorizados a negociar pueden mantenerse en contacto con sus
gobiernos.
La negociación internacional puede versar sobre los temas más dispares, desde
los más trascendentales hasta los más baladíes. Pero en todos los casos, las
pautas que acabamos de nombras constituyen elementos que deben ser tenidos
en cuenta por quienes tienen a su cargo la delicada tarea de representar a sus
países frente a las potencias extranjeras en asuntos en que está en juego algún
aspecto del interés nacional.
Los tratados.
Cuando la negociación internacional llega a buen término y cuando versa sobre
materias de cierta importancia, lo normal es que se concrete en algún tipo de
acuerdo permanente.
Llámese tratado a todo acuerdo de voluntad entre dos o más Estados que genera
derechos y obligaciones para las partes que lo celebran.
el pilar fundamental sobre el que descansa la buena armonía internacional es el
principio de pacta sunt servanda: los pactos deben ser observados.
Una vez más debemos recordar, a este respecto, que las relaciones
internacionales se funden en la confianza puesto que, no existiendo una autoridad
superior a los Estados que imponga coercitivamente la observancia de sus
compromisos, los acuerdos de voluntad dependen de la buena fe con que los
contratantes cumplan.
Sobre la base de la interpretación literal de un texto celebre de Maquiavelo, los
políticos y algunos autores de la escuela realista afirman que la observancia de los
tratados debe subordinarse al interés nacional de los Estados pactantes. Cuando
el cumplimiento de un compromiso lesiona ese interés, los Estados deben
considerarse en libertad para desconocerlo.
Esta tesis, como la mayoría de las que propugnan la escuela realista, no
solamente constituye una flagrante violación de la moral y del derecho natural sino
que importa un gravísimo error en el campo estrictamente político.
El deber y la conveniencia de cumplir con los compromisos internacionales
imponen a los Estados la necesidad de ser muy cuidadosos en la concertación de
sus acuerdos. Un Estado que firma un tratado inconveniente por error o por dolo
de los funcionarios signatarios, no puede invocar esas causales para desconocer
los acuerdos prescriptos.
Hay sin embargo, una circunstancia en la cual los acuerdos internacionales
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pierden vigor. Es cuando varíanfundamentalmente las condiciones dentro de las
cuales fueron suscriptas. Se aplica en tales casos la llamada cláusularebus sic
stantibus.
En virtud de lo arriba expuesto, la aplicación de la cláusula rebus sic stantibus es
de carácter restrictivo. Solo puede ser invocada cuando pierde personalidad
jurídica uno de los contratantes, cuando desaparece o se altera sustancialmente el
objeto principal acerca del cual el acuerdo versó o cuando la alteración del estado
de cosas existente al tiempo del acuerdo vuelve su aplicación materialmente
imposible.
Existen varias figuras de acuerdos internacionales. Los tratados propiamente
dichos son acuerdos formales y solemnes, como por ejemplo, un tratado de límites
o un tratado de paz. Las convenciones son acuerdos multilaterales sobre temas
específicos. Los pactos son acuerdos de colaboración política o militar. Los modus
vivendi son acuerdos que reconocen el estado de cosas existente sin
comprometer la posición doctrinaria de las partes contratantes. Los protocolos son
instrumentos escritos que formalizan acuerdos celebrados en forma verbal. Las
notas reversales son acuerdos que constan en comunicaciones de Cancillería a
Cancillería y en las cuales se consigna la materia del compromiso. Las
declaraciones son expresiones comunes de anhelo que carecen de obligatoriedad
jurídica pero que comprometen moralmente al Estado que lo suscribe.
La consulta.
En sentido lato, la consulta consiste en el intercambio de puntos de vista entre dos
o más Estados sobre asuntos de interés común. Por medio de estos intercambios,
cada Estado da a conocer su posición y toma conocimiento de la que aquellos con
los cuales la consulta se celebran.
En este sentido amplio, la consulta es un procedimiento tan antiguo como la
negociación. Pero en su forma institucionalizada tiene origen reciente y es una
creación de la comunidad americana.
El objeto de la consulta en el sistema interamericano es el de intercambia puntos
de vista y adoptar resoluciones frente s situaciones que constituyan una amenaza
para la independencia y la integridad territorial de los países del continente.
El procedimiento de consulta representa un aporte muy valioso de los países de
América al desenvolvimiento armónico de las relaciones internacionales. Fortalece
el sentimiento de igualdad y de cooperación entre los países que a través de él
manifiestan su reciproco respeto. Es, además un método eficaz para coordinar la
acción conjunta y para proseguir coordinadamente las metas comunes. La
consulta excluye la coacción moral de las mayorías sobre las minorías o sobre los
países aislados. Pero facilita la transmisión de informaciones útiles en cuya virtud
aquellos Estados que disienten con los demás por falta de adecuado
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conocimiento, pueden ilustrarse mejor y adherir así al sentir dominante.
El procedimiento de consulta ha sido también incorporado a algunos acuerdos de
carácter bilateral celebrados entre países americanos. Así por ejemplo se
encuentra consagrado por el protocolo firmado en 1961 entre la Argentina y el
Brasil como resultado de la conferencia celebrada en Uruguay entre los Jefes de
Estado de ambos países.
Los buenos oficios. Los buenos oficios consisten en gestiones realizadas por
terceros países para actuar como intermediarios en la procura de soluciones
amistosas para los diferendos que separan a las partes en conflicto. Los países
oferentes de buenos oficios no proponen soluciones sino que se limitan a servir de
intermediarios entre las partes para que estas mismas lleguen a la solución. A lo
sumo, pueden limitarse a sugerir de manera extraoficial fórmulas de arreglo.
La mediación. Se diferencia de los buenos oficios en que la intervención de los
terceros países es más activa e incluye la propuesta de fórmulas concretas de
solución. La mediación puede, eventualmente limitarse a procurar el cese de las
hostilidades dejando librada a la negociación directa entre las partes la
concertación de los acuerdos de paz. En 1914 la Argentina, el Brasil y chile
mediaron exitosamente en el conflicto que dividió a México (entonces agitado por
una guerra civil) de los EEUU.
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solución de sus dificultades a un tercero. Este tercero puede ser un Jefe de Estado
o personalidad destacada o bien un tribunal arbitral. Los poderes del árbitro
emanan de la decisión de las partes y están establecidos en un instrumento
llamado “compromiso arbitral”. Los litigantes pueden apelar al arbitraje en virtud de
un tratado previamente suscripto o en virtud de un acuerdo concertado como
consecuencia del conflicto. Según lo determine el compromiso arbitral, el árbitro
puede dictar su laudo conforme a derecho o según la equidad. En todos los casos,
el laudo arbitral es obligatorio para las partes y su desconocimiento entraña una
de las faltas más graves que pueda cometerse en la vida de relación internacional.
El arbitraje representa una formula políticamente aceptable siempre que no se
someta a la decisión arbitral cuestiones que afecten los intereses vitales de la
Nación. Si así ocurriera, un fallo adverso correría el riesgo de ser repudiado por
quienes se han sometido a él o por las generaciones subsiguientes.
PROCEDIMIENTOS NO AMISTOSOS.
Cuando los Estados no consideran posible o eficaz resolver un conflicto por vías
amistosas y cuando se consideran con fuerza suficiente para imponer su voluntad
a la contraparte, suelen apelar a los medios no amistosos. Por ellos se procura
que el conflicto quede resuelto según el criterio de una de las partes, con
prescindencia del sentir de la otra.
Los procedimientos no amistosos pueden ser de carácter violento y de carácter no
violento según se recurra o no al uso de la fuerza armada.
Los procedimientos no violentos se denominan métodos coercitivos y forman una
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variada gama de medidas de presión material o moral. En cuanto a los métodos
violentos, que suponen el uso de la fuerza armada son dos: la guerra y la
intervención.
Los procedimientos no amistosos pueden ser usados por los países en forma
individual o adoptados en virtud de decisiones emanadas de los organismos
internacionales, en este último caso revisten el carácter de sanciones y tienen por
objeto castigar a un país que ha cometido alguna infracción grave contra de los
derechos de los demás Estados.
La acción psicológica.
Recién en 1914 se renueva el intento de utilizar la acción psicológica como medio
de acción internacional. En principio, la acción psicológica no podría ser
considerada como un procedimiento no amistoso, sino “neutro”.
La primera característica de la acción psicológica como procedimiento de acción
internacional es que no está dirigida a operar directamente sobre los gobiernos,
sino sobre los gobernados. Por ello está al margen de la diplomacia, que dice
siempre relación de gobierno a gobierno. El influjo de la acción psicológica sobre
los gobiernos es indirecto y se produce a través de la presión que se espera
obtener por parte de la opinión pública de los países extranjeros sobre sus
respectivas autoridades.
Como sinónimo de la acción psicológica es frecuente que se use la palabra
“propaganda”. Indudablemente la propaganda es una de las armas de la acción
psicológica. Pero estas dos expresiones no son idénticas y no deben ser
confundidas. La propaganda consiste en el conjunto de actos mediante los cuales
se procura presentar de manera favorable ante la opinión pública la propia
posición. La acción psicológica engloba la propaganda pero tiene un alcance
mucho más amplio. No solamente incluye la presentación favorable de la propia
posición sino también la presentación adversa de la posición ajena.
La propaganda.
La propaganda es uno de los hechos más importantes de la vida contemporánea y
su aplicación no se restringe al campo político. Por lo que a nuestro tema
concierne, la propaganda es hoy uno de los elementos básicos de la acción
internacional de los Estados y reviste, para estos, tanta o mayor importancia que
la labor que se realiza a través de los canales clásicos.
La propaganda de proponer objetivos y se vale de técnicas. Los objetivos de la
propaganda son fijados por los gobiernos y corresponden, en líneas generales, a
los objetivos de la política exterior de cada Estado. Las técnicas se asemejan, con
las debidas variantes, a las técnicas de la propaganda en la actividad privada.
Se puede enumerar cuatro principales formas que asumen las técnicas de
propaganda: 1° métodos de presentación; 2°tecnicas para atraer atención; 3|
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sistemas para lograr respuesta; 4° métodos para obtener aceptación.
La presentación consiste en la exhibición del caso de la manera más favorable
posible. Debe poner máximo énfasis en todos aquellos aspectos susceptibles de
causar simpatía y en omitir todos aquellos que puedan causar aversión. La
propaganda a veces dice la verdad per casi nunca dice toda la verdad.
Llamar la atención equivale a despertar interés. La propaganda es ineficaz cuando
no apela a pasiones o convicciones que preexisten en el ánimo de la gente a la
cual va dirigida. Provocar respuesta significa tener eco y suscitar reacción.
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simplificación violenta que comportan promueve la mendacidad porque rara vez la
verdad es tan elemental y tan unilateral como el slogan la presenta.
La guerra psicológica, más todavía que las diferencias de ideología o los choques
de intereses o las pugnas por el poder, es instrumento preparatorio de los
enfrentamientos bélicos. Es posible llegar a compromisos cuando se puede
distribuir los bienes o repartir el poderío. Pero el odio es un sentimiento indivisible
y total en el que no hay parvedad de materia.
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agresor. Los países africanos han procurado aplicar esta medida a la Republica de
Sudáfrica por su política de apartheid.
La guerra
Desde el punto de vista de nuestra disciplina, la guerra es la lucha armada entre
dos o más Estados mediante la cual un bando procura destruir el poder del
adversario e imponerle su voluntad.
Las causas de la guerra pueden ser inmediatas o mediatas. Las causas
inmediatas son las motivaciones concretas que han llevado a los Estados
beligerantes a enfrentarse. Las causas mediatas se refieren a los orígenes
profundos de los antagonismos que conducen al enfrentamiento armado entre los
pueblos.
Las causas inmediatas de los conflictos pueden ser la apetencia por más
territorios, la conquista de nuevos mercados, la obtención de gloria y prestigio,
entre otras. Las causas mediatas de la guerra son mucho más difíciles de
discernir, hay en este tipo de causas un elemento biológico, porque el hombre es
un animal naturalmente agresivo. Hay un elemento sociológico porque las
sociedades humanas poseen elementos conflictivos que no siempre pueden
armonizarse. Hay un elemento psicológico porque el temor, el resentimiento, el
odio o la voluntad de poder suelen están en la raíz de los conflictos que generan
los choques armados. Incluso el instinto lúdico lleva a la competición y al desafío
entre los pueblos.
En muchos conflictos armados es posible determinar quiénes son los agresores y
quienes los agredidos. Pero no son raros los casos en los cuales no es atribuible a
ninguno d ellos bandos o puede ser adjudicable a ambos.
La guerra desde el punto de vista de la moral ha sido juzgada de diferentes
maneras según las épocas. Ningún pensador del mundo antiguo repudio la guerra,
solo Horacio la deplora diciendo que “es detestable para las madres”.
La doctrina cristiana creo la doctrina de la “guerra justa”. Para el cristianismo, es
justa la guerra cuando tiene por objeto defender los derechos propios amenazados
por el agresor o restaurar el orden jurídico o moral subvertido. La guerra es, pues,
acto de legítima defensa y también pena para el agresor.
Cuando la política internacional se “desacralizo”, a comienzos de la Edad Moderna
el problema de la guerra justa dejo de preocupar a los filósofos y a los hombres
del Estado. La guerra fue entonces, considerada como un medio licito entre otros,
de hacer valer los propios derechos o simplemente actuar en el campo
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internacional. De lo que se trató fue, más bien, de regular su curso y de
circunscribir sus efectos. Las llamadas “leyes de la guerra” no concernieron a la
guerra en sí, sino el modo en que era llevada a cabo. Por el Pacto de Paris de
1928 más de setenta países declararon su voluntad de renunciar a la guerra como
instrumento de la política internacional. Finalmente la carta de la ONU impone
recurrir a la organización para obtener justicia y considera contrarios al derecho
los conflictos armados que no surjan de decisiones colectivas tendientes a hacer
frente a los países declarados agresores.
No obstante, la idea de ilicitud intrínseca de la guerra como medio de acción
internacional, no ha penetrado todavía profundamente en la conciencia de los
pueblos. La guerra sigue siendo implícitamente considerada como la última ratio
para resolver los conflictos internacionales .
La guerra no sustituye por completo a los demás medios de acción internacional.
Más aun, durante los conflictos bélicos, los Estados que participan en ellos suelen
desarrollar una acción diplomática todavía más intensa de la que llevan a cabo
durante los tiempos de paz.
La mayor parte de esa acción está dedicada a lograr condiciones más favorables
entre los países ajenos al conflicto. Se trata, en primer lugar, de evitar que otros
Estados se unan al enemigo. Y se trata, en segundo término, de hacer todo en
cuanto sea posible para conseguir más adeptos para la propia causa. El objetivo
ideal de la política exterior para un país en guerra es dejar aislado al enemigo y
obtener el máximo apoyo para la propia causa.
En los dos conflictos mundiales ocurridos en este siglo, los dos bandos se
propusieron ese objetivo.
La conquista de nuevos aliados es intrínsecamente contradictoria con la
neutralidad. En general, los beligerantes toleran esta para evitar males mayores
pero en general la miran con poca simpatía. Excepción a la regla es el caso de
aquellos Estados que por su situación geográfica pueden prestar mayores
servicios como neutrales que como beligerantes.
El intento de alinear a los neutrales en las propias filas puede reducirse a
instancias persuasivas o al empleo de, medios de presión política o económica.
Puede, finalmente, apelar al uso de la fuerza armada. Cuatro países del norte de
Europa fueron invadidos por Alemania ante su negativa de permitir el paso pacifico
de las tropas germánicas por sus territorios.
Cuando la acción para obtener el apoyo de los neutrales o impedir que se pasen al
bando enemigo es de carácter persuasivo, se ve acompañada de promesas u
ofrecimientos. Hitler ofreció a España la restitución de Gibraltar.
La guerra ha evolucionado sustancialmente en el transcurso del presente siglo, y
existe una diferencia de naturaleza casi más de grado entre la guerra clásica que
rigió hasta 1914 y la guerra total que se inicia con la primera guerra mundial.
En virtud de la elaboración de la legislación internacional y de la doctrina y, sobre
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todo, en virtud de la fuerza de las costumbres establecidas, la guerra clásica o
“convencional” se desarrollaba dentro de los límites prefijados y comúnmente
aceptados por los beligerantes. Los efectivos que participaban en las operaciones
eran comparativamente poco numerosos en relación con la población de los
países y hasta la guerra e 1914 no llegaron al millón de hombres. Si los efectivos
eran limitados, también lo era el campo de operaciones. Aún no había entrado a
actuar la aviación, de tal manera que los bombarderos aéreos contra las
poblaciones civiles eran desconocidos. Las hostilidades se llevaban a cabo en las
regiones fronterizas de los países en pugna o en el mar.
Finalmente, los objetivos perseguidos por los beligerantes en la guerra clásica
también eran limitados. Como resultado de la lucha, cambiaba de mano alguna
fracción del territorio, se alteraba alguna alianza o algún príncipe reinante trocaba
su trono por otro, pero nunca se soñaba con la posibilidad de borrar del mapa al
rival sino solo se aspiraba a debilitarlo. La guerra era, en suma, un deporte de
reyes.
La primera guerra mundial modifico sustancialmente el esquema clásico con
respecto a la guerra. Esta alteración culmino con la segunda guerra mundial. Con
estas dos contiendas se configuro una nueva forma de conflicto bélico al que se
denominó “guerra total”
Como su nombre lo indica, la guerra total se caracteriza por la ilimitación
prácticamente absoluta en el empleo de los medios y en la consecución de sus
fines por parte de los beligerantes. La guerra, lo mismo que en las épocas
primitivas, volvió a ser de pueblo a pueblo y afecto por igual a los civiles como a
las fuerzas combatientes. El empleo masivo del arma aérea y la difusión del
espionaje y las “quintas columnas” convirtió en campo de operaciones todo el
territorio de los beligerantes. El objetivo de la lucha fue, la rendición total del
enemigo.
La aparición de la guerra total no ha significado el fin de la guerra convencional de
los objetivos limitados; la Guerra de Corea, la guerra árabe-israelí, la Guerra de
Vietnam, se liberan conforme a modelos tradicionales.
El hecho más transcendental en cuanto a la modificación de las condiciones de la
guerra se refiere a la utilización de la energía atómica con fines bélicos. Hoy no se
duda de que el efecto destructivo producido por el empleo de tales armas
provocarían el fin de la civilización y, muy probablemente, la inhabitabilidad de
vastas zonas del planeta. El efecto disuasorio de semejante perspectiva ha sido el
factor determinante de que la tercera guerra mundial no haya estallado todavía.
La experiencia ha enseñado que las formulas puramente procesales son
inoperantes para impedir los conflictos armados. Ellas solo valen en cuanto
reflejan una honda creencia, profunda e irremovible de los males de la guerra. Los
estados que firmaron el Pacto de Paris se limitaron a pagar un tributo verbal al
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repudio de la guerra. La verdad es que no creían en lo que firmaban.
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