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NIETZSCHE
Según Nietzsche los falsos valores que dominan toda la cultura occidental surgen
en el momento en que Sócrates, a partir de sus doctrinas morales, situó la vida, lo
terrenal, y lo inmanente en función de la muerte, lo suprasensible, lo trascendente
y el ser eterno. La filosofía socrática, continuada por Platón, puso los valores más
allá de lo contingente, en lo eterno e inmutable; sacó de la tierra el fundamento de
la acción humana. Fue así como se rompió el equilibrio entre los aspectos
apolíneos y dionisíacos, que habían surgido en la Grecia primitiva consolidándose
en la tragedia3, y se invirtieron los valores. Esta inversión llegó a su cima con la
imposición del cristianismo, que generó una moral de resentimiento contra todo lo
vital, una moral de esclavos y débiles; una moral de renuncia que pone toda la vida
en función de un falso trasmundo, que va en contra de la propia naturaleza:
“La moral que va en contra de la naturaleza, esto es, casi toda la moral que se ha
enseñado, respetado y predicado hasta hoy, va precisamente en contra de los instintos,
a los que condena, unas veces de una forma solapada y otras de un modo más ruidoso
y descarado. Cuando asegura que «Dios ve lo que hay en nuestro corazón», la moral
está negando los deseos más bajos y más elevados de la vida y está considerando a
Dios como enemigo de la vida… El santo en el que Dios tiene puesta su complacencia
es el castrado ideal. La vida termina donde empieza el «Reino de Dios».”4
Transvaloración
Los valores se han considerado, dentro de la historia del pensamiento, como algo
trascendente, como algo ideal, fuera del sujeto que debe normar la voluntad y la
vida de una manera rígida e inalterable. Los valores son universales, por lo tanto
3 Cfr. La obra El Nacimiento de la Tragedia, donde Nietzsche hace un análisis bastante completo
sobre esta temática.
4 Nietzsche, Friederich. El ocaso de los ídolos, en: OBRAS SELECTAS, p.575.
no emanan de la experiencia vivencial del individuo. El punto de inicio es que esta
postura debe modificarse, se debe considerar la importancia que puedan tener los
valores para la vida individual. De acuerdo con Herbert Frey: “Nietzsche es el
primero que abordó con rigor la interpretación del carácter subjetivo-relativo de los
valores. Estos sólo tienen validez en relación con el ser humano perceptivo,
sensible y pensante que necesita de valores para poder vivir según sus propias
concepciones.”5 Los valores, de acuerdo con lo anterior, deben existir para que la
vida de quien los realiza adquiera un sentido en sí misma, un sentido práctico y
único. Surgen a partir de la experiencia subjetiva y adquieren su importancia en la
vida individual al permitir de este modo, que el ser humano que los crea tome
conciencia de su propia naturaleza como ser vivo. Esta manera de concebir los
valores da como consecuencia, tomando en cuenta lo que expresa el autor antes
mencionado, que no se puedan concebir “valores generales en la naturaleza.”6 En
otras palabras, los valores no existen fuera del sujeto, es él quien los genera a partir
de su propia experiencia, de su sensibilidad y sólo son útiles cuando permiten que
el sujeto logre la plenitud de su vida, de su propia vida. Quien crea sus propios
valores se levanta por encima del rebaño, se autoafirma como un ser capaz de
valorar su voluntad y su vida, como un espíritu libre: “El aristócrata tiene conciencia
de que es él quien otorga sus propios valores morales, sin necesidad de que estos
sean aprobados, y juzga: «Lo que me es perjudicial, es perjudicial en sí mismo»
Tiene conciencia de que es él el que atribuye valor a las cosas, quien crea los
valores.”7 Con esta concepción de los valores Nietzsche puede declarar que hay
una moral decadente, falsa, negadora de la vida, una moral de esclavos y una moral
auténtica, que afirma la vida, una moral de señores (es en este sentido que utiliza
el término aristócrata, como un espíritu con voluntad de poder sobre sí mismo, un
espíritu libre de las cadenas que implican los valores de una falsa moral).
De modo que el individuo humano posee la capacidad de crear sus propios valores
que lo lleven a una vida autentica y sin los prejuicios que implican los valores
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morales. Pero antes tiene que romper con esos falsos valores que se le han
impuesto, tiene que llevar a cabo una transvalorización de todos los valores para
que pueda emerger como un espíritu libre.
El cristianismo es una enfermedad, y como tal hay que erradicarla del espíritu
humano para que el último hombre, representante de la moral decadente, pueda ser
superado e irrumpa el superhombre, prototipo del espíritu libre y de la moral noble,
donde los valores son afirmación de la vida.
Por eso, en la obra de Sade, los que se atreven a romper con los valores impuestos
y a crear sus propios valores son considerados como “inmorales” o, en palabras del
autor, “libertinos”. Sin embargo, el Marqués da argumentos suficientes para
demostrar que esos adjetivos carecen de sentido puesto que los valores son
absolutamente relativos y pueden variar de un sujeto a otro; aún los valores
considerados como “universales” son modificados en la acción particular de cada
sujeto. En la obra Justina, hay un pasaje en el cual un clérigo, después de haber
La naturaleza es cruel y sanguinaria, pero certera en sus fines; el mal es una forma
de ser de la naturaleza. Para ella no hay desgracias ni crímenes, no existen
diferencias cualitativas ni distintivas. El bien no es el bien, el mal no es el mal: todos
los dualismos son sólo la forma en que la naturaleza actúa y se conserva a sí misma.
Lo bueno y lo malo son tan necesarios como la vida y la muerte.
El único objeto de la naturaleza es la creación en el placer de destruir; cuando el
hombre destruye, da rienda suelta a todos los instintos criminales que la naturaleza
ha puesto en él, es un ser natural, sigue sus fines; la virtud y la educación son
antinaturales: (LFA, p. 41) DOLMANCÉ:
¡Ah, renuncia a las virtudes, Eugenia! ¿Hay uno solo de los sacrificios que pueden hacerse
a esas falsas divinidades que valga lo que un minuto de los placeres que se gustan
ultrajándolas? Bah, la virtud no es más que una quimera, cuyo culto sólo consiste en
inmolaciones perpetuas, en rebeldías sin número contra las inspiraciones del temperamento.
Tales movimientos, ¿pueden ser naturales? ¿Aconseja la naturaleza lo que la ultraja? No seas
víctima, Eugenia, de esas mujeres que oyes llamar virtuosas. No son, si quieres, nuestras
pasiones las que ellas sirven: tienen otras, y con mucha frecuencia despreciables... Es la
ambición, es el orgullo, son los intereses particulares, a menudo incluso sólo la frigidez de
un temperamento que no les aconseja nada. ¿Debemos algo a semejantes seres, pregunto?
¿No han seguido ellas sólo las impresiones del amor propio?
Por lo que a mí respecta, creo que tanto valen unas como otras; y quien sólo escucha esta
última voz tiene más razones sin duda, puesto que ella sola es el órgano de la naturaleza,
mientras que la otra lo es sólo de la estupidez y del prejuicio. Una sola gota de leche
eyaculada por este miembro, Eugenia, me es más preciosa que los actos más sublimes de una
virtud que desprecio.
El placer y el dolor son las formas en que la naturaleza actúa en el ser humano.
El placer sólo se consigue siguiendo la voluntad natural, que se vivencia en el dolor.
Por ejemplo: la procreación, que sólo es valorada como buena a los ojos del
hombre, altera el orden natural: el placer consistirá en actuar conforme a la
naturaleza misma y evitar la procreación humana, sin importar que se cometan
crímenes, ya sean de orden legal (asesinatos) o moral (crímenes sexuales:
sodomía, prostitución, pedofilia, etc) (Juliette 2, p. 329-30: “Si (el hombre) se
multiplica, se equivoca, porque le quita a la naturaleza el honor de un fenómeno nuevo, al
ser necesariamente el resultado de sus leyes nuevas criaturas. Si las que están lanzadas
no se propagasen, lanzaría nuevos seres y gozaría de una facultad que ya no tiene. No es
que no pudiese tenerla si lo quisiese, sino que jamás hace nada inútil y en tanto que los
primeros seres lanzados se propaguen por las facultades que tienen en sí mismos, ella no
propaga: nuestra multiplicación, que sólo es ya una de las leyes inherentes a nosotros,
perjudica pues decididamente a los fenómenos de los que la naturaleza es capaz. De esta
forma, lo que nosotros consideramos como virtudes se convierten en crímenes a sus
ojos. Al contrario, si las criaturas se destruyen, tienen razón respecto a la naturaleza, porque
entonces dejan de usar una facultad recibida, pero que no es una ley impuesta, y vuelven
a poner a la naturaleza en la necesidad de desarrollar una de sus más hermosas
facultades, que mantenía encadenada por su inutilidad.”)
Las ciento veinte jornadas de Sodoma como una clasificación exhaustiva de las
perversiones. (P. 64)
“Es ahora, querido lector, cuanto tienes que preparar tu corazón y tu espíritu para el
relato más impuro que haya sido nunca hecho desde que el mundo existe, ya que no se ha
encontrado un libro parecido ni entre los antiguos ni entre los modernos. Imagínate que
todo el placer aceptado o prescrito por esta bestia de la cual hablas sin cesar y sin
conocerla, y que llamas naturaleza, que estos placeres, digo, serán expresamente
excluidos de este libro y que si por azar los encuentres irán acompañados de algún crimen
o coloreados por alguna infamia. Sin duda, muchos de los extravíos que verás pintados te
disgustarán, lo sé, pero habrá algunos que te enardecerán hasta el punto de costarte
semen, que es lo que se requiere; ¿si no lo hubiésemos dicho todo, analizado todo, cómo
querrías que hubiésemos podido adivinar lo que te conviene? Eres tú quien tiene que
tomarlo o dejarlo y abandonar el resto, otro hará lo mismo que tú, y poco a poco todo habrá
encontrado su lugar. Supón una magnífica comida donde se ofrecen seiscientos platos a tu
apetito; ¿los comerás todos? No, sin duda, pero este número prodigioso amplía los límites
de tu elección, y encantado por este aumento de facultades, no regañas al anfitrión que te
regala. Haz lo mismo aquí: escoge y deja el resto sin declamar contra él, sólo porque no
tiene el talento de complacerte. Piensa que complacerá a otros, y sé filósofo.”