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Universidad de Chile

Facultad de Artes
Departamento de Teatro
Análisis dramatúrgico II
Profesor Paulo Olivares

Análisis de escena de “Quien le teme a Virginia Woolf”


Por: Javiera Vera y Nikolas Lagos

“Estoy segura de que me vuelvo loca de nuevo (…) Esta vez no voy a recuperarme.
Empiezo a oír voces y no puedo concentrarme. Así que estoy haciendo lo que me parece
mejor”. Es así como inicia la carta de suicidio de la escritora Virginia Woolf en 1941, el
revelamiento de sus sentimientos obsesivos y la manifestación de la clara depresión que
sostenía. Décadas más tarde, Edward Albee, un consagrado dramaturgo norteamericano,
dio luz a Quien le teme a Virginia Woolf y a sus cuatro personajes compuestos de estados
psicológicos complejos, evidenciados en diálogos potentes, con narraciones sin piedad y el
desquite más puro sin el freno de la falsa moral. Así también lo menciona la autora Carmen
Pérez Ríu en su texto “El retrato del doble”, al enfatizar que el diálogo de estos personajes
pone en práctica la dialéctica del conflicto con cinismo, agresión e interpretación
psicológica; un lenguaje crudo que, en ese entonces, el espectador estadounidense no
dirigió con facilidad.

La escena analizada y puesta en escena de esta obra, corresponde al Primer Acto desde
el momento en que Honey, marioneta de su estado etílico, pregunta inocentemente sobre el
supuesto hijo de George y Martha, gatillando así uno de los momentos más tensos de la
obra. Esta escena nos podría resultar representativa para el carácter de la obra en general y
entender los mecanismos dramatúrgicos con los que espera Albee. El sarcasmo y la ironía
son las armas con la que los cuatro personajes de la obra persisten en destruir la seguridad
del otro, el rompimiento de sus caretas y de las mentiras construidas para tapar las
debilidades más profundas. La indefinición entre la realidad y la ficción, una vez más,
opera como una balanza, una dinámica confusa reflejada en la poca claridad mental de los
personajes, sus malos entendidos, la agudeza para dar en las heridas íntimas y el sarcasmo
que rozan que en determinados puntos rozan con los absurdo y se ven justificados con el
alcohol y las desinhibiciones que genera. Es por ello que Pérez Ríu nos habla de los
convencionalismos del lenguaje como mecanismo de descripción de la hipocresía de los
usos y las costumbres sociales.

La exposición de lo frágil de estos personajes en esta escena hace escapar en ellos otra
de sus características fundamentales de ellos y de los recursos de Albee: El juego con la
agresión plasmada en la extraordinaria verbosidad con los que estos personajes se
interrumpen, gritan, insultan y superponen, da paso a la narración oral de las pequeñas
historias del pasado de cada uno, en donde lo interesante no es el relato en primera persona,
ni los hechos concretos, sino la versión de la otra u otro, la manipulación personal a
beneficio propio y la forma en que es narrado. La forma en que cada personaje narra sus
historias personales y la del otro tiene directa relación con los significados que adquirirán
los relatos. Esto, obligará al espectador a sumergirse en el mar de las no verdades.

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