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EL IMPACTO DEL SUFRIMIENTO EN EL

MATRIMONIO

La reacción ante la muerte de un hijo es algo individual e intransmisible; es


algo estrictamente personal y pertenece a cada persona que transita por dicha
experiencia. Marido y mujer, padre y madre, generalmente sufren de diversa
manera y en forma frecuente no entienden las reacciones o necesidades de su
pareja. Hay veces en que cada uno se siente por momentos tentado, y por otros
renuente, a expresar sus sentimientos de tristeza y dolor cuando el cónyuge ha
tenido un “buen día”, y viceversa.
Aunque algunos de los padres no desee hablar de la muerte de su bebé, resulta
paradójico que le agrade que el otro lo haga, o sienta la necesidad de hacerlo.
Contradicciones típicas del proceso de sufrimiento.
El llanto es otra área de expresión en que los cónyuges suelen diferir. Es
aceptable, y una sana expresión de sufrimiento el llorar, pero muchos padres
encuentran dificultades para liberar las tensiones a través del llanto. Los
padres sienten, frecuentemente, la necesidad de llorar, pero lamentablemente
son estimulados por terceros a ser “fuertes”. Sin embargo no olvides que llorar
es una reacción normal y saludable.
Sufrir conlleva una actividad emocional, física y psíquicamente agotadora, y
no deja energías para algo más que eso: sufrir. Se hace difícil la comunicación
en el matrimonio, pero resulta esencial que esa falta de comprensión que se
presenta, y las emociones intensas que se sien-ten, no provoquen problemas
en el matrimonio. Sufrir, de todas maneras, es algo estresante, y las parejas
necesitan estar atentas respecto de que el sufrimiento no siempre hace que los
cónyuges se acerquen en el duelo.
Algo que resulta de gran ayuda es que los esposos se den cuenta de estas
dificultades y diferencias, de modo que cada uno de ellos no tenga
resentimientos ni rabia contra el otro, como tampoco sienta que al otro no le
importa lo sucedido, o que no está herido por la pérdida. Siempre es preferible
admitir las diferentes formas del sufrimiento y de su expresión, que ahogar
deliberadamente esas expresiones. Es bueno compartir los sentimientos, y es
también importante tener presente que las expresiones de sufrimiento que se
manifiestan sólo indican una pequeña par-te de lo que la persona, en realidad,
está sintiendo o experimentando. Es la punta de un “iceberg”. Marido y mujer
pueden reaccionar de manera diferente, y como íntimamente pueden. Y ello
ocurre también con sus relaciones íntimas y con sus muestras de afecto.
Mientras un cónyuge puede necesitar y buscar estar cerca del otro y compartir
intimidad, intentando asegurarse de que nada ha cambiado, el otro puede
considerar que retomar relaciones íntimas es una afrenta o una ofensa cuando
su bebé ha muerto. Reconoce y acepta que esas reacciones-ambas- son
normales. Con tiempo y paciencia , muchas parejas recobran su intimidad,
cuando ambos se sienten listos.
Es importante que los matrimonios adviertan con claridad que la solución para
estos problemas no es sencilla, que no hay tiempos preestablecidos, ni recetas
para la recuperación. Todos los esfuerzos deben dirigirse a compartir lo que
cada uno está sintiendo. Tu relación con tu cónyuge puede ser más incómoda
cuanto más tiempo tu te “encierres” en estos sentimientos y emociones.

Como puedo ayudar en mi matrimonio

1) Asigna principal prioridad a la relación de tu matrimonio

Es natural que el dolor, en un primer momento, y en el curso de su desarrollo. Vaya


anestesiando tus sentimientos, o te lleve a un aislamiento sobre la base de considerar, o
sentir, que en el sufri-miento estás solo. Y ello no es inadecuado, toda vez que, en
estricta realidad, cada dolor es único y se percibe sólo en la mayor intimidad.
Sin embargo, no debes olvidar que formas parte de una familia, y que esa familia tiene
su célula en tu matrimonio. Lo más grande que tienes en común con tu cónyuge, es el
amor que los une, y luego de ello, tus hijos: el que ha muerto (que es fruto de ese amor)
y los que quedan vivos, si tienes más. Pero aún si no tienes hijos, al menos no te olvides
lo que representaba ese hijo que ha muerto desde la óptica del fruto del amor común de
la pareja
Por ello, la base de sustentación de tu recuperación también tiene, como especial
referencia, tu ma-trimonio. Trata de priorizar esta relación para poder compartir, y
fortalecer el trabajo de recupera-ción. Si has perdido a tu hijo, todavía te queda como
primera riqueza entre tantas otras –tu matri-monio: que fue el origen y la causa del
nacimiento de tu hijo, el cual representa el símbolo del amor. Y, como símbolo, encierra
una realidad: ese amor. Trata de conservarlo, de protegerlo. Intén-talo con todas tus
fuerzas. Y para ello otorga una especial importancia a la relación de tu matrimo-nio. No
crezcas en el desinterés; por el contrario, imponte priorizar esta relación.
Varios son los motivos que mueven a tomar una decisión de esta naturaleza. Si no tienes
más hijos, porque tu matrimonio es algo fundamental que te queda como realización
personal en el amor. Si tienes más hijos, porque, además de la razón ya mencionada, a
ellos los favorece que tu matrimonio crezca en el amor hacia ellos, como reflejo del
amor mutuo.

2) Cultiva la transparencia, la apertura de espíritu y la honestidad en los


sentimientos y en su expresión.

Tenemos -frente a nuestro dolor- en la relación matrimonial, una natural tendencia a


ocultar nues-tros sentimientos por varias razones. Muchas veces por pudor; otras por
creer que si lo hacemos podemos dañar o agravar el estado emocional de nuestro
cónyuge; y otras-finalmente- por una cues-tión de mera reserva, privacidad o intimidad.
Sin embargo, es sumamente útil no ocultar a nuestro cónyuge nuestros sentimientos.
Los buenos y los malos. Tanto la paz y la serenidad, como la rabia y el llanto, la
melancolía y la tristeza; como el recuerdo emocionado y la alegría de saber que tu hijo
está bien, o está feliz, si es lo que verdadera-mente sientes.
Es importante que cada uno de los cónyuges conozca lo que siente el otro, y lo que le
está pasando al otro. De otro modo jamás podrá comprenderlo, ni “compartir”. Y esto es
la esencia de tu matri-monio: “compartir la vida”. No te muestres como no eres, ni
intentes aparentar que no te pasa lo que te pasa. ¿Piensas por ventura que el otro no
podrá entenderte?.Por el contrario: juntos comprende-rán. Si el dolor es común no
quites a tu matrimonio este espacio común de la convivencia y del “compartir”. Estarías
restando un ámbito que es parte fundamental de tu vida a la decisión que al-guna vez
tomaste de “compartir” una vida con otro.

3) Acepta el dolor que tu sientes y encuéntrate predispuesto a valorizar y escuchar


la expresión de tu cónyuge, relativa al dolor que está sintiendo.

Suele suceder que sientes que tu dolor no puedes superarlo; y que ello te inhibe de
cualquier otro sentimiento, o de toda otra perspectiva de vida.
Sin embargo la rebelión contra tu dolor en nada te ayudará. El dolor está; y como es un
dolor del alma, para él no hay remedio que pueda comprarse en una farmacia. Cuanto
antes te decidas a aceptar tu dolor, ese dolor se podrá ir.Si-por el contrario- te rebelas a
sentir ese dolor, éste te presen-tará una lucha cruel por imponerse a la voluntad de no
sentirlo; se agrandará y permanecerá contigo más tiempo del que normalmente debería
permanecer.
Simplemente lo tienes: sientes dolor. Deja que esto ocurra, siente ese dolor. El dolor se
irá solo: cuando advierta que tu lo has aceptado: y que con tu aceptación ha sido
vencido pues ya no tiene voluntad alguna que doblegar.
La actitud de aceptación de tu dolor también te ayudará a valorizar y escuchar la
expresión del dolor de tu cónyuge; e imaginar sus sentimientos similares, aunque
muchas veces manifestados de otro modo, también se presentan en él.
Valorízalos: no te muestres extraño a esos sentimientos, aunque no sean los mismos que
tu sientes. La muerte de tu hijo es una prueba que ambos deben pasar, y tienes que
entender que la mejor ma-nera de pasarla es conociendo, valorizando y respetando el
mutuo dolor.

4) Se paciente con tu cónyuge y contigo mismo. Advierte que tu cónyuge,


probablemente, no se encuentre en la misma etapa del proceso del dolor en que tu
te encuentras, y admite que ello es normal

El problema de los “tiempos” es algo que nos angustia por nuestra propia naturaleza.
Hemos queri-do siempre dominar el tiempo, encerrarlo con agujas y números. Fijar
“nuestros”tiempos de nues-tras obras, proyectos; más aún, gobernar el “tiempo” de los
demás.
La muerte de nuestro hijo nos ha demostrado que el “tiempo” no es nuestro. Y que nada
podemos hacer con ese “ tiempo”, que a su vez es relativo en función de lo que sentimos
y de lo que desea-mos.
Por ello resulta fundamental desarrollar la paciencia. No esperar que pase en nuestro
“tiempo” lo que debe pasar. Lo que debe pasar será en “ su” debido “tiempo”. Al
“tiempo” de un plan y de una obra que nos excede y que no viene de nosotros; aunque
“está” en nosotros.
Y la pregunta que todos nos hacemos respecto de cuanto habrá de durar este proceso de
dolor; cuan-to tiempo más; tiene una sola respuesta: durará todo lo que debe durar: ni
menos ni más.
Y en este “ tiempo” sin horas, sin minutos y sin segundos, sino sólo “tiempo”, a lo largo
del proceso de dolor, es común que los cónyuges no transiten paralelamente las etapas.
Es más; lo frecuente es que-como una suerte de compensación-cuando uno de ellos esté
más golpeado, el otro se sienta en mejores condiciones, y viceversa. También en lo que
hace a la duración del proceso, los tiempos suelen ser diferentes.
Por ello es de especial importancia advertir y comprender que el otro cónyuge puede
encontrarse en una etapa de dolor distinta de la en que tu estás. Y que debes respetar y
apoyar esa diferencia.
De allí que parte del respeto es no juzgar ni interferir en sus sentimientos, ni en el
desenvolvimiento de sus etapas, sino respetarlas. Si tu estás bien, y él no, no le
recrimines que siga llorando, sobre la base de sostener que ha pasado el “tiempo” de
llorar. Igualmente si tu estás mal y el otro está bien, no le recrimines su sonrisa
sosteniendo que aún es tiempo de “llorar”. No lo juzgues si desea man-tener el luto, o si
ha resuelto levantarlo. Respeta, acepta, comprende y apoya cada una de sus mani-
festaciones y decisiones; aunque no las compartas.

5)No esperes que tu cónyuge sea para ti el único camino para restablecerte de tu
dolor

Si bien es tu cónyuge lo más cercano que tienes en ese “compartir” del dolor de la
muerte de tu hijo, es importante que entiendas que no es él, el único camino de
salvación para restablecerte de tu do-lor.
Es una parte necesaria del camino y un elemento fundamental; pero no el único.
En primer lugar nada podrá hacer tu cónyuge por ti , si tu no lo dejas hacer. Si lo
rechazas, si te aís-las de él, si le ocultas tus sentimientos; si le diriges sólo reproches,
culpas o temores
En segundo lugar, tampoco podrá hacer nada por ti, tu cónyuge, si no existe dentro de ti
una íntima y firme decisión de superar tu dolor, de restablecerte.
No pienses que tu cónyuge pueda “ rescatarte” de tu angustia, de tu desazón, de tu
tristeza. Sólo podrá dentro de sus posibilidades, pues tu cónyuge también está pasando
por el proceso de dolor, ayudarte, acompañarte y compartir el tránsito por este proceso
de dolor.
Pero así como el dolor es, a la vez, personal e intransferible, no puede ser “arrancado”
desde fuera de ti mismo, sino desde tu interior; y en ello tienes un protagonismo.
De allí que la reflexión te sugiera que no esperes que sea tu cónyuge quien te sane; y.
consecuente-mente, no culpes a tu cónyuge ni dirijas sentimientos negativos a él si no
sanas en el tiempo que esperas sanar.

6) Dedícate y sé comunicativo. Otorga especial atención a los afectos que cada uno
siente por el otro. Aprende y practica manifestaciones de amor. Recuérdate estar
en contacto en forma física; la importancia de las caricias y del contacto humano
son fundamentales para la recuperación , y como vía de demostrar amor y
valoración

No es bueno que le rechazo físico, o el desinterés por tu cónyuge sean elementos que
acompañen tu proceso de tránsito por el dolor.
Por el contrario, cultivar el afecto y el amor mutuo, suelen ser bálsamos que disminuyen
el impacto que el dolor produce.
La sensación de soledad, o de sufrimiento íntimo pueden arrastrarte hacia una cúpula de
aislamiento que en nada te beneficia sino que te perjudica, pues te quita nutrientes
paratu vida espiritual y afec-tiva. Es importante que practiques manifestaciones de
amor; que intentes- al menos – practicarlos; y en ello el contacto físico ayuda.
Habrás oído hablar de que los abrazos tienen propiedades terapéuticas; como así
también las cari-cias y los besos. Cuántas veces una mano en el hombro, un roce, o una
caricia dan más alivio que mil palabras. El sentido de la vibración; la transmisión
directa del sentimiento.
Es muy probable que en un primer tiempo te resistas a reanudar tu contacto sexual con
tu cónyuge. Sentimientos de culpa frente a la posibilidad del mutuo placer; desinterés; o
la aterradora idea sólo de que ello pueda darse, se te presentarán frecuentemente. Del
mismo modo, las primeras experien-cias en este sentido te harán sentir confuso y hasta
pueden ser traumáticas. No te asustes; es normal que esto ocurra.
Sin embargo debes imponerte igualmente llevar adelante esa experiencia. Será más
difícil, segura-mente, para la mujer que para el varón; ya que por su propia naturaleza la
mujer requiere de un pro-ceso más lento en esta relación, ya que su actitud frente al
sexo es menos epidérmica; o al menos de reacción no tan inmediata como en el caso del
varón.
Por otra parte, este contacto será un elemento importante para poder evaluar y advertir
de un modo más directo, cómo está tu cónyuge y cómo transita su proceso de dolor. No
te escapes de tu cónyu-ge, no lo esquives. Búscalo y encuéntralo; y en el encuentro
fúndanse en la experiencia y el dolor común, que tiene su origen en el fruto del amor
común que es tu hijo muerto.

7 )Admite o crea un espacio en tu relación. Todos tienen derecho a tener un grado


de privacidad con sus sentimientos, incluyendo el dolor

Puedes pensar que las reflexiones anteriores tienden a “socializar” o “comunicar” tu


dolor privándo-te de intimidad, o de tu propio camino de recuperación
Nada de eso. Los pensamientos que hemos esbozado tienden a la búsqueda de algunos
modos de ayudar dentro del matrimonio. Pero ello de manera ninguna inhibe que
conserves un ámbito propio, un rincón íntimo, o momentos sólo tuyos para la relación
con tu hijo muerto.
Como bien se señala en la máxima que comentamos, yu tienes derecho a tener un grado
de privaci-dad con tus sentimientos, incluyendo el dolor. Por eso admite que tanto tú
como tu cónyuge, puedan tener un espacio propio.
Pero también apuntamos a otro sentido de la privacidad: la relación matrimonial. Esta
relación también, en algún aspecto, debe tender a preservarse a sí misma y como
“relación matrimonial” propiamente dicha. No la esquives.
Es común advertir que a la muerte de un hijo prosigue una crisis matrimonial, muchas
veces pro-funda. No la subestimes; dedícale tiempo y atención. No te abandones, pues
llegarás a perder más de lo que ya has perdido: que es mucho.
Tu matrimonio puede coexistir con la intimidad de tu dolor. No hay incompatibilidad
alguna en este aspecto.
UN MENSAJE PARA TI QUE DESEAS RECUPERARTE,
Y QUE DESEAS HACERLO EN TU PROPIO
MATRIMONIO

Permítete junto a tu cónyuge disfrutar cada uno del otro, y disfrutar la vida cada vez que
puedas. Encuéntrate predispuesto a que rían juntos, del mismo modo en que pueden
llorar juntos. Busca y encuentra algunas cosas agradables y placenteras para hacer
juntos.
Ayúdense el uno al otro a recordar que la vida es más que el hijo que ha muerto. Así
como es de importante ese hijo para ti, y así como es intenso el dolor que tu sientes
respecto de su muerte, debes comprender que tu matrimonio y tu relación conyugal
involucran mucho más que ese hijo.

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