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MATRIMONIO
Suele suceder que sientes que tu dolor no puedes superarlo; y que ello te inhibe de
cualquier otro sentimiento, o de toda otra perspectiva de vida.
Sin embargo la rebelión contra tu dolor en nada te ayudará. El dolor está; y como es un
dolor del alma, para él no hay remedio que pueda comprarse en una farmacia. Cuanto
antes te decidas a aceptar tu dolor, ese dolor se podrá ir.Si-por el contrario- te rebelas a
sentir ese dolor, éste te presen-tará una lucha cruel por imponerse a la voluntad de no
sentirlo; se agrandará y permanecerá contigo más tiempo del que normalmente debería
permanecer.
Simplemente lo tienes: sientes dolor. Deja que esto ocurra, siente ese dolor. El dolor se
irá solo: cuando advierta que tu lo has aceptado: y que con tu aceptación ha sido
vencido pues ya no tiene voluntad alguna que doblegar.
La actitud de aceptación de tu dolor también te ayudará a valorizar y escuchar la
expresión del dolor de tu cónyuge; e imaginar sus sentimientos similares, aunque
muchas veces manifestados de otro modo, también se presentan en él.
Valorízalos: no te muestres extraño a esos sentimientos, aunque no sean los mismos que
tu sientes. La muerte de tu hijo es una prueba que ambos deben pasar, y tienes que
entender que la mejor ma-nera de pasarla es conociendo, valorizando y respetando el
mutuo dolor.
El problema de los “tiempos” es algo que nos angustia por nuestra propia naturaleza.
Hemos queri-do siempre dominar el tiempo, encerrarlo con agujas y números. Fijar
“nuestros”tiempos de nues-tras obras, proyectos; más aún, gobernar el “tiempo” de los
demás.
La muerte de nuestro hijo nos ha demostrado que el “tiempo” no es nuestro. Y que nada
podemos hacer con ese “ tiempo”, que a su vez es relativo en función de lo que sentimos
y de lo que desea-mos.
Por ello resulta fundamental desarrollar la paciencia. No esperar que pase en nuestro
“tiempo” lo que debe pasar. Lo que debe pasar será en “ su” debido “tiempo”. Al
“tiempo” de un plan y de una obra que nos excede y que no viene de nosotros; aunque
“está” en nosotros.
Y la pregunta que todos nos hacemos respecto de cuanto habrá de durar este proceso de
dolor; cuan-to tiempo más; tiene una sola respuesta: durará todo lo que debe durar: ni
menos ni más.
Y en este “ tiempo” sin horas, sin minutos y sin segundos, sino sólo “tiempo”, a lo largo
del proceso de dolor, es común que los cónyuges no transiten paralelamente las etapas.
Es más; lo frecuente es que-como una suerte de compensación-cuando uno de ellos esté
más golpeado, el otro se sienta en mejores condiciones, y viceversa. También en lo que
hace a la duración del proceso, los tiempos suelen ser diferentes.
Por ello es de especial importancia advertir y comprender que el otro cónyuge puede
encontrarse en una etapa de dolor distinta de la en que tu estás. Y que debes respetar y
apoyar esa diferencia.
De allí que parte del respeto es no juzgar ni interferir en sus sentimientos, ni en el
desenvolvimiento de sus etapas, sino respetarlas. Si tu estás bien, y él no, no le
recrimines que siga llorando, sobre la base de sostener que ha pasado el “tiempo” de
llorar. Igualmente si tu estás mal y el otro está bien, no le recrimines su sonrisa
sosteniendo que aún es tiempo de “llorar”. No lo juzgues si desea man-tener el luto, o si
ha resuelto levantarlo. Respeta, acepta, comprende y apoya cada una de sus mani-
festaciones y decisiones; aunque no las compartas.
5)No esperes que tu cónyuge sea para ti el único camino para restablecerte de tu
dolor
Si bien es tu cónyuge lo más cercano que tienes en ese “compartir” del dolor de la
muerte de tu hijo, es importante que entiendas que no es él, el único camino de
salvación para restablecerte de tu do-lor.
Es una parte necesaria del camino y un elemento fundamental; pero no el único.
En primer lugar nada podrá hacer tu cónyuge por ti , si tu no lo dejas hacer. Si lo
rechazas, si te aís-las de él, si le ocultas tus sentimientos; si le diriges sólo reproches,
culpas o temores
En segundo lugar, tampoco podrá hacer nada por ti, tu cónyuge, si no existe dentro de ti
una íntima y firme decisión de superar tu dolor, de restablecerte.
No pienses que tu cónyuge pueda “ rescatarte” de tu angustia, de tu desazón, de tu
tristeza. Sólo podrá dentro de sus posibilidades, pues tu cónyuge también está pasando
por el proceso de dolor, ayudarte, acompañarte y compartir el tránsito por este proceso
de dolor.
Pero así como el dolor es, a la vez, personal e intransferible, no puede ser “arrancado”
desde fuera de ti mismo, sino desde tu interior; y en ello tienes un protagonismo.
De allí que la reflexión te sugiera que no esperes que sea tu cónyuge quien te sane; y.
consecuente-mente, no culpes a tu cónyuge ni dirijas sentimientos negativos a él si no
sanas en el tiempo que esperas sanar.
6) Dedícate y sé comunicativo. Otorga especial atención a los afectos que cada uno
siente por el otro. Aprende y practica manifestaciones de amor. Recuérdate estar
en contacto en forma física; la importancia de las caricias y del contacto humano
son fundamentales para la recuperación , y como vía de demostrar amor y
valoración
No es bueno que le rechazo físico, o el desinterés por tu cónyuge sean elementos que
acompañen tu proceso de tránsito por el dolor.
Por el contrario, cultivar el afecto y el amor mutuo, suelen ser bálsamos que disminuyen
el impacto que el dolor produce.
La sensación de soledad, o de sufrimiento íntimo pueden arrastrarte hacia una cúpula de
aislamiento que en nada te beneficia sino que te perjudica, pues te quita nutrientes
paratu vida espiritual y afec-tiva. Es importante que practiques manifestaciones de
amor; que intentes- al menos – practicarlos; y en ello el contacto físico ayuda.
Habrás oído hablar de que los abrazos tienen propiedades terapéuticas; como así
también las cari-cias y los besos. Cuántas veces una mano en el hombro, un roce, o una
caricia dan más alivio que mil palabras. El sentido de la vibración; la transmisión
directa del sentimiento.
Es muy probable que en un primer tiempo te resistas a reanudar tu contacto sexual con
tu cónyuge. Sentimientos de culpa frente a la posibilidad del mutuo placer; desinterés; o
la aterradora idea sólo de que ello pueda darse, se te presentarán frecuentemente. Del
mismo modo, las primeras experien-cias en este sentido te harán sentir confuso y hasta
pueden ser traumáticas. No te asustes; es normal que esto ocurra.
Sin embargo debes imponerte igualmente llevar adelante esa experiencia. Será más
difícil, segura-mente, para la mujer que para el varón; ya que por su propia naturaleza la
mujer requiere de un pro-ceso más lento en esta relación, ya que su actitud frente al
sexo es menos epidérmica; o al menos de reacción no tan inmediata como en el caso del
varón.
Por otra parte, este contacto será un elemento importante para poder evaluar y advertir
de un modo más directo, cómo está tu cónyuge y cómo transita su proceso de dolor. No
te escapes de tu cónyu-ge, no lo esquives. Búscalo y encuéntralo; y en el encuentro
fúndanse en la experiencia y el dolor común, que tiene su origen en el fruto del amor
común que es tu hijo muerto.
Permítete junto a tu cónyuge disfrutar cada uno del otro, y disfrutar la vida cada vez que
puedas. Encuéntrate predispuesto a que rían juntos, del mismo modo en que pueden
llorar juntos. Busca y encuentra algunas cosas agradables y placenteras para hacer
juntos.
Ayúdense el uno al otro a recordar que la vida es más que el hijo que ha muerto. Así
como es de importante ese hijo para ti, y así como es intenso el dolor que tu sientes
respecto de su muerte, debes comprender que tu matrimonio y tu relación conyugal
involucran mucho más que ese hijo.