Sei sulla pagina 1di 20

Las ilusiones del

posmodernismo
Terry Eagleton
Introducción

Hago dos aclaraciones antes de emprender este intento de síntesis conceptual. En primer lugar,
las ideas que se van a desarrollar a continuación corresponden a puntos de vista del propio autor.
Dicho esto, puedo evitar repetir frecuentemente frases tales como "el autor considera que..." o
"para Eagleton...". En segundo lugar, hay tópicos que son poco profundizados y ejemplificados
en este resumen, de modo que si se necesita ahondar más se puede consultar directamente la
obra.

Terry Eagleton tiene un espíritu muy crítico con la posmodernidad. En primer lugar, hay que
diferenciar a la posmodernidad, un período histórico específico, del posmodernismo, una forma
de la cultura contemporánea correspondiente con dicho período.

La posmodernidad incluye la emergencia de un estilo de pensamiento que desconfía de las


nociones básicas de verdad, objetividad, progreso universal, emancipación, identidad, las
estructuras aisladas, los grandes relatos y los sistemas definitivos de explicación.

Esa manera de pensar se corresponde con ciertas nuevas particularidades del capitalismo
Occidental, que se fue moviendo hacia una forma global y descentralizada, hacia el mundo de la
tecnología, la industria cultural, las finanzas y el consumismo. Las políticas clásicas basadas en las
clases ceden ahora su lugar a una difusa serie de "políticas de identidad".

El posmodernismo es un estilo de cultura que refleja parte de los cambios de este período
histórico, al tratarse de un arte superficial, descentrado, sin fundamentos, auto-reflexivo,
juguetón, derivado, ecléctico y pluralista, que rompe con la distancia entre la alta cultura y la
cultura popular, característica de la época anterior.
Comienzos

En el capítulo inicial de este libro, publicado en 1996, el autor imagina un futuro sombrío,
pesimista, sin esperanzas, donde la izquierda revolucionaria ha sido derrotada y marginada de la
lucha política, al punto tal que su discurso ha quedado anticuado e incomprensible, y se contenta
tan sólo con las pequeñas luchas, locales y minoritarias: una izquierda que ha perdido la memoria
colectiva de sus batallas pasadas.

Ante los evidentes fracasos del pasado, y ante un sistema que todo lo abarca y todo lo oprime,
muchos radicales podrán volcarse hacia un "pesimismo libertario", que implica la posibilidad de
seguir soñando con una alternativa utópica, mientras se recalca permanentemente lo
recalcitrante del poder, la fragilidad del ego, el poder absorbente del capital, la insaciabilidad del
deseo, lo inescapable de la metafísica, lo ineludible de la Ley, los impredecibles efectos de la
acción política y la completa incredulidad de nuestras esperanzas.

Muchos otrora revolucionarios se volcarán hacia el lenguaje y la sexualidad, los únicos espacios
en apariencia que no están bajo el yugo del poder, mientras en simultáneo algunos pensadores
se encargarán de demostrar lo contrario, esto es, que son instituciones plenamente reguladas,
normalizadas.

La antigua idea de "crítica inmanente", es decir, la idea de que la debilidad del sistema surge
desde sus propias entrañas, es sustituida por la "deconstrucción", produciéndose un
desplazamiento de la acción política a la mera reflexión o el ejercicio mental. Ya no importa que
no haya ningún agente político para transformar la totalidad que es la sociedad, dado que no hay
en realidad ninguna totalidad para ser transformada.

Este descrédito de la totalidad es entendible en una época de derrota política de la izquierda.


Mucho de su escepticismo proviene de intelectuales que no tienen particularmente ninguna
razón importante para ubicar su propia existencia social dentro de un marco político más amplio.
Es más, existen pensadores radicales que creen que la totalidad es un impedimento fuerte para
el real cambio político. Otros tantos se niegan a ver a la sociedad como un todo para no atender
los desastres que provoca el capitalismo.

Es probable que en el mundo imaginario abunden los trabajos epistemológicos debido al colapso
aparente de ciertos modelos epistemológicos clásicos, vinculado estrechamente a la pérdida de
sentido de la actividad política. Ya que la práctica es una de las maneras más primarias de
vincularnos con el mundo, si alguna de sus formas reales nos es negada cobra sentido
preguntarse si en verdad hay algo real allí afuera, o si estamos atrapados en la cárcel de nuestro
discurso.
Una epistemología radical llevará a una política conservadora, ya que, si el discurso recorre todo
y no hay nada por fuera de él, aparecerá un idealismo metafísico del cual es imposible escapar.
Este nuevo idealismo va de la mano con un reduccionismo conocido como culturalismo, que
subestima fuertemente los caracteres naturales y materiales que comparten tanto hombres
como mujeres, y tilda a cualquier enunciado referente a ellos como una mistificación de la
naturaleza, sobreestimando en un mismo movimiento el significado de las diferencias culturales.

Un ser humano que se sienta idéntico a sí mismo, sin fisuras, absolutamente centrado y seguro
de su identidad, no tendrá ninguna necesidad de rebelarse. Con lo cual, en la época que
imaginamos habrá un sujeto lo bastante unificado que no verá ninguna necesidad en embarcarse
en una acción significativamente transformadora.

En este ejercicio de imaginación se puede vislumbrar el final de la teleología, dada la corta


provisión de acción histórica con propósitos. También se puede imaginar una orientación hacia
ciertas actividades que aún reflejan algún grado de libertad, de carácter residual, como el
psicoanálisis y el lenguaje. De este modo, el texto cumpliría un rol ambivalente: nos brindará una
frágil imagen de libertad, al mismo tiempo que nos aprisionará dentro de él.

Imaginemos finalmente la posibilidad más extraña. ¿Y si en verdad la derrota política de la


izquierda nunca existió? Si en vez de haber sido derrotada, la izquierda se hubiese ido
desintegrando paulatinamente, y si la confrontación nunca tuvo lugar pero la gente actuó como
si hubiera sucedido, ¿qué futuro nos espera?
Ambivalencias

La narración del capítulo anterior no consiste en un mero ejercicio imaginativo, sino que es
justamente lo que está sucediendo en este período, el posmodernismo. El posmodernismo es un
resultado contingente -es decir, que podría no haber ocurrido- y fortuito -es decir, no previsto-
de la derrota histórica de las experiencias socialistas.

En este capítulo Eagleton se esfuerza por encontrar ambivalencias dentro del posmodernismo.
Vamos a ir nombrándolas a su turno, resaltando en negrita su contenido central, y ofreciendo
algunos párrafos descriptivos.

La política del posmodernismo ha sido al mismo tiempo enriquecimiento y evasión. Dicho de


otra manera, ha abierto nuevas y vitales cuestiones al costo de haberse retirado indignamente
de los viejos planteos políticos, no porque se hayan resuelto o hayan desaparecido, sino porque
por el momento son claramente intratables.

Hay que reconocerle al posmodernismo ciertos logros, como haber colocado las cuestiones de la
sexualidad, el género y lo étnico firmemente en la agenda política, visibilizando la opresión que
sufren millones de personas diariamente, opresión muchas veces olvidada por la izquierda
tradicional.

Sin embargo, estas cuestiones operaron como sustitutos de formas clásicas de radicalismo
político, que hacían énfasis en las clases, el estado, la ideología, la revolución y los modos
materiales de producción. El poder del capital se ha vuelto tan familiar, tan omnipotente y
omnipresente que incluso amplios sectores de la izquierda lo han naturalizado.

El desafío que tiene el socialismo por delante es integrar y re-elaborar sus conceptos clásicos
junto a las concepciones de las relaciones entre poder, deseo, identidad y práctica política.

La teoría posmoderna luce plural y diversa, cuando en realidad opera con rígidas oposiciones
binarias. Destaca los términos de diferencia, pluralidad y heterogeneidad como positivos y sus
términos antitéticos -como los de unidad, identidad, totalidad y universalidad- como negativos.
Sin embargo, existen algunas posturas posmodernas más refinadas que remarcan la
interdependencia entre estos términos en apariencia irreconciliables.

El posmodernismo relativiza todas las posturas, lo cual termina volviéndosele en su contra.


En un mismo movimiento rigurosamente escéptico ha relativizado las instituciones más
fuertemente naturalizadas, poniendo al descubierto las convenciones que las gobiernan. Pero
esta actitud relativista radical termina socavando cualquier intento del posmodernismo de
establecer bases sólidas para fundamentar sus posturas.
El posmodernismo está repleto de prescripciones morales universales y denuncia al mismo
tiempo la universalidad del Iluminismo. La hibridez es preferible a la pureza, la pluralidad es
preferible a la singularidad, la diferencia es preferible a la auto-identidad, la multiplicidad es
preferible a la unidad, etc. Pero esos imperativos son tan universales como los que se pretenden
destruir.

El posmodernismo es al mismo tiempo libertario y determinista. Es libertario debido a su deseo


de que el ser humano se libere de las obligaciones, mientras sostiene que el ser humano es el
mero efecto de fuerzas que lo constituyen por completo.

El posmodernismo se opone a los grandes relatos, y al mismo tiempo confecciona uno de ellos
a través de la concepción de "sujeto unificado".

El posmodernismo no rechaza la historia, sino la Historia, es decir, la idea de que existe una
entidad llamada Historia poseída de un sentido inmanente1 y un propósito que se desarrolla
secretamente alrededor nuestro. Dicho de otra manera, se opone a la idea de que la historia está
armada con algún sentido narrativo. Además, descarta el poder de la explicación histórica, que
plantea la importancia de entender un fenómeno en su contexto histórico para poder
comprender su origen y su dinámica.

Pero esta postura plantea problemas, ya que es muy difícil probar que la historia no tiene ni tuvo
en ningún momento alguna forma en particular. Frente a esta posición se contrapone la visión
de la historia como un relato del progreso y aquella que la considera en su totalidad como una
historia de escasez, lucha y explotación. Muchos posmodernos consideran a la historia como un
mero telón de fondo del presente. Además, muchas veces caen en la tentación de desarrollar
una fábula sobre el "sujeto unificado", que no sólo es ahistórica sino que además termina
pareciéndose a los grandes relatos que niega.

El discurso posmoderno lleva la categoría de "creencias" hasta un extremo en el cual anula


toda posibilidad de ofrecer explicación alguna.

Por ejemplo, se ofrece explicar nuestra conducta como regulada por convenciones, lo que
equivale a decir que "lo hacemos así porque es lo que hacemos", lo que no es en absoluto una
explicación.

Además, los posmodernos suelen invertir la llamada teoría de la correspondencia de la verdad,


afirmando que los hechos son construidos por el discurso, es decir, son un producto de ellos. De
esta manera se torna imposible cualquier comparación entre los hechos y el discurso sin caer en
un razonamiento circular. La verdad se convierte entonces en una forma de control social, una
función del poder y del deseo.

1
Interno.
El posmodernismo prohíbe efectuar comparaciones entre dos grupos cualesquiera de valores,
por lo que un valor no sería superior a otro sino diferente. Este movimiento relativista extremo
termina favoreciendo al sistema dominante que se pretende criticar, ya que lo deja a salvo de
cualquier crítica en profundidad.

El posmodernismo contrapone la concepción liberal clásica de libertad a una concepción


puramente contemplativa de la misma.

La concepción de un sujeto racional y autónomo se corresponde bastante bien con la fase más
clásica del capitalismo liberal. Este sujeto nunca estuvo tan bien fundamentado, ya que su
verdadera autonomía lo alejaba del mundo que podría prestarle cierto anclaje, y quedaba atado
nada más que a sí mismo.

La concepción posmoderna del sujeto se sostiene sobre la afirmación de que no hay ningún
fundamento, y por lo tanto el sujeto sería libre no porque esté indeterminado, sino porque está
determinado por un proceso de indeterminación. Si el sujeto está atravesado por fuerzas
azarosas y abierto ante un incesante juego de diferencias, no perecería haber nada a lo cual
adjudicar la idea de libertad.

Aclaremos. La libertad entendida tanto en términos positivos -soy más libre cuanto más puedo
actuar según mi voluntad, dentro de los proyectos que he elegido llevar a cabo en mi vida- como
en términos negativos -soy más libre cuantas menos limitaciones tengo- presenta varias
inconsistencias.

Algunos posmodernistas trabajan con la noción de emancipación mientras rechazan la noción


de identidad. Pero entonces, ¿qué identidad hay para ser emancipada?

Podemos concluir entonces que la emancipación que ellos piensan no consiste en llevar a cabo
cierta clase de proceso o acontecimiento, sino sólo reconocer las cosas como realmente son, es
decir, de ninguna manera en particular, sin ningún fundamento, azarosas y fortuitas. Sin
embargo, esta postura contemplativa no sólo incomoda al posmodernismo y es absolutamente
pasiva frente al sistema dominante, sino que también representa un refrito de ciertos errores
históricos del idealismo filosófico.
Historias

La Historia, algo distinto de la historia con minúscula, es para el posmodernismo un asunto


teleológico. Depende de la creencia de que el mundo se estaba y se está moviendo hacia un
objetivo determinado de antemano, inmanente, y que contiene en su interior la dinámica de su
despliegue. La Historia tiene una lógica propia y coopta nuestros proyectos aparentemente libres
para sus propios fines. Además, hablando en líneas generales, la Historia es unilineal, progresiva
y determinista.

El socialismo y el posmodernismo proponen un telos o una dirección de la historia de diferente


tipo. El socialismo y el posmodernismo más radical plantean la posibilidad de un orden social más
justo, libre, racional y compasivo. Otros posmodernos proponen una teleología más ambiciosa, y
llegan a afirmar cosas tales como que el Iluminismo conduce inevitablemente a los campos de
concentración.

Algunos posmodernos ven a la historia como una serie de coyunturas o discontinuidades, como
un asunto abierto, múltiple y en constante mutación.

A partir de los años '70, toda relación con la biología se convirtió en 'biologista', lo empírico se
volvió empirista y lo económico economicista. Algunas ramas del posmodernismo reaccionaron
a esto borrando de un plumazo lo biológico, y en ocasiones también lo económico. Ya no se
hablaba materialmente de la cultura, en vez de esto se pasó a hablar culturalmente de la materia.
Toda referencia a la naturaleza en los asuntos humanos es "naturalizar" traicioneramente.

Otro aspecto interesante para tener en cuenta es la cuestión de la naturaleza humana común,
que el posmodernismo considera esencialista o idealista. Sin embargo, Marx habló de la
naturaleza humana desde una visión materialista, muy lejos de las concepciones idealistas que
los posmodernos rechazan.

La historia de la posmodernidad tiende a ser vivida como unidimensional, priorizando el concepto


de tiempo en función del corto plazo, del contexto contemporáneo, de la coyuntura inmediata.
Sin embargo, ¿por qué motivo tenemos que aceptar que es ésta la temporalidad más relevante,
y no el largo plazo? Probablemente los posmodernos tengan cierto rechazo a prestar atención a
los grandes relatos y que las pequeñas narraciones se conviertan en meros efectos de ellos.

Para el pensamiento socialista, ha existido siempre un gran relato, y la mayor parte de él es para
lamentar, ya que lo constituye las persistentes realidades de la escasez y la explotación. Pero si
la historia fuera completamente fortuita y discontinua, ¿cómo explicaríamos semejante
continuidad?
La historia hasta el día de hoy ha sido, en cierto sentido, una serie de circunstancias extremas,
como bien lo saben los desposeídos y como desconocen en absoluto los poseedores. Pero sólo
podemos afirmar esta premisa con seguridad si tenemos alguna idea de a qué se parece una
condición no extrema, libre de indignidades y explotaciones. Y esto sólo puede surgir de la propia
historia, motivo por el cual los marxistas la caracterizan como dialéctica o auto-contradictoria.

Se ve entonces con claridad que creer que los marxistas son ingenuos devotos del progreso y que
sostienen que hay un molde universal de la historia caracterizado por el crecimiento indetenible
de las fuerzas productivas es una falacia en la que caen algunos posmodernos.

Algunos radicales posmodernos son pluralistas con respecto de la oposición política, pero
monistas en torno a la relación con el sistema que enfrentan. Y esto se deriva de la perspectiva
simplista del poder dominante, ya que coincide con la ingenua creencia libertaria de que el poder,
el sistema, la ley, el consenso y la normatividad son en sí mismos negativos. Sin embargo, el poder
y la autoridad pueden ser cosas excelentes, todo depende quién los tenga, en qué circunstancias
y con qué propósitos. Por ejemplo, el poder para acabar con la miseria es para celebrar
absolutamente.

El concepto de clase social aparece en la teoría posmoderna como un elemento de la tríada clase
/ género / raza. Por lo tanto, algunas personas estarían oprimidas a causa de su género, otras a
causa de su raza y otras a causa de su clase. Esta conceptualización es esencialmente culturalista,
ya que no distingue la opresión hacia las mujeres en tanto mujeres -hecho biológico- de la
opresión de un burgués a un proletario, asunto completamente social.

De todas maneras, el marxismo no se reduce a las clases sociales. Lo original del pensamiento de
Marx y Engels no fue el descubrimiento de las clases sociales, sino el planteo de que el
nacimiento, el florecimiento y la desaparición de las clases sociales, junto a las luchas entre ellas,
están vinculados al desarrollo de los modos históricos de producción.

Es esta perspectiva histórica la que distingue al marxismo de las críticas de clases que sólo
prestan atención a sus efectos más opresivos en la actualidad. Sin embargo, hay muchos
marxistas que consideran que hay un único agente de la transformación social -la clase
trabajadora-, error comparable al de aquellos posmodernos que creen que ese agente ha sido ya
superado por los "nuevos movimientos políticos".

Hay posmodernos que no son tan absolutistas con respecto a las clases sociales y a su concepción
del orden social. Por ejemplo, algunos de ellos consideran como beneficiosa la libertad de
consumo, mientras que critican al capitalismo en otros aspectos. Y es aquí cuando aparece la
pregunta ¿es el sistema capitalista progresista? La respuesta más adecuada es "sí y no".
Por un lado, es la mayor acumulación de fuerzas productivas que ha visto la historia, cuestión
que hace posible por primera vez el sueño de un orden social libre de escasez. Es el primer modo
global de producción, que ha barrido con todos los obstáculos a la comunicación humana, y cuyos
ideales -libertad, justicia, autodeterminación, igualdad de oportunidades- han opacado, al menos
en principio, a casi todas las ideologías previas en la profundidad de su humanismo.

Por otro lado, todo esto es adquirible al más terrible de los costos. Esta dinámica liberación de
potencial ha sido al mismo tiempo una gigantesca tragedia humana, en la que las potencialidades
son mutiladas y malgastadas; las vidas destrozadas, y la gran mayoría de los hombres y las
mujeres condenados a una infructuosa labor en beneficio de unos pocos.

Es esta visión dialéctica la que rechazan, por un lado, los posmodernos reaccionarios, para los
cuales el mercado es básicamente positivo, y por el otro, los posmodernos radicales, para los
cuales el valor creativo debe encontrarse por fuera del sistema, en sus fisuras o márgenes. Ambas
visiones posmodernas dejan de lado la naturaleza contradictoria del capitalismo.

Es la respuesta idealista del posmodernismo frente al fracaso de la modernidad con la cual debate
el socialismo. Es a las contradicciones de la modernidad a las que se dirige el socialismo -
contradicciones entre las bellas ideas de la razón, la libertad o la justicia y sus correlatos
empíricos. El fracaso de este gran relato particular no implica la bancarrota de los grandes
relatos, sino la imposibilidad de universalizar ciertos valores que propone la teoría liberal bajo
estas condiciones históricas.

Para el posmodernismo radical, la libertad y la pluralidad aún tiene que ser creadas
políticamente, y sólo pueden alcanzarse luchando contra la clausura de la Historia. Para una
variedad menos comprometida del posmodernismo, existir históricamente implica pasar a través
del falsificador esquema de la Historia y vivir descentradamente en los límites de los
fundamentos y de los orígenes. Es difícil no ver a esta perspectiva como otra forma de idealismo,
para la cual la libertad consiste simplemente en leer diferentemente el mundo.

El posmodernismo radical, como sugerimos en el párrafo anterior, rechaza tajantemente la idea


de clausura; es decir, no desean excluir a nadie del orden social. Sin embargo, esta idea muy
noble en apariencia es un tanto absurda. En el orden social que necesitamos construir,
seguramente no habrá lugar para racistas, patriarcas o explotadores, lo que no quiere decir que
haya que colgarlos de los talones. Una sociedad pluralista sólo puede alcanzarse con una definida
oposición a sus antagonistas. Por lo tanto, la idea de que toda clausura es opresiva es
simplemente falsa.

Finalmente, a pesar de todo, el socialismo y el posmodernismo no están enfrentados de manera


irreconciliable en la cuestión de la historia. Ambos creen en una historia que puede ser de
pluralidades, juego libre, plasticidad, final abierto; es decir, que no sea Historia. Para el propio
Marx, todo hasta ahora ha sido prehistoria, una variación tras otra en el permanente motivo de
la explotación. La muerte de la Historia aún está por llegar.
En definitiva, la universalidad y la pluralidad van de la mano, ya que sólo cuando existan las
condiciones materiales en la que todos los hombres y mujeres puedan auto-determinarse se
hablará de genuina pluralidad. La noción humanista del agente auto-determinado y la concepción
posmoderna del sujeto múltiple no están finalmente en oposición.
Sujetos

En el sujeto posmoderno, a diferencia de su antecesor cartesiano, el cuerpo está integrado a su


identidad. Se ha convertido en una de las principales preocupaciones del pensamiento
posmoderno.

La sexualidad comenzó en los años '60, en parte como una extensión de la política radical a
regiones que había lamentablemente descuidado. Sin embargo, como las energías
revolucionarias comenzaron a retroceder, la preocupación por el cuerpo fue paulatinamente
desplazando su lugar.

La época de la posmodernidad tiene la peculiaridad de haber soltado amarras de la Naturaleza y


al mismo tiempo haber girado hacia ella. Por un lado, ahora todo es cultural; por otro lado,
debemos redimir a la Naturaleza atacada por la hybris2 de la civilización. Para los nuevos
somáticos, no todo viejo cuerpo funciona. Si el cuerpo libidinal sirve, el cuerpo trabajador, no.

Es importante ver, dado que el posmodernismo no lo hace, que no somos criaturas "culturales"
más que "naturales", sino seres culturales en virtud de nuestra naturaleza, es decir en virtud de
la clase de cuerpos que tenemos y de la clase de mundo al que pertenecemos. Dado que hemos
nacido de forma prematura, incapaces de cuidar de nosotros mismos, nuestra naturaleza
produce una grieta en la cual debe moverse la cultura; de otra manera moriríamos.

El cuerpo humano no se distingue de los demás cuerpos físicos porque tenga una entidad
espectral tal como el 'alma', a la que numerosos filósofos como Tomás de Aquino o Wittgenstein
se han referido a lo largo de la historia. Lo especial en el cuerpo humano es justamente su
capacidad para transformarse en el proceso de transformación de los cuerpos materiales a su
alrededor.

El lenguaje es lo que nos emancipa hasta cierto punto de las pesadas obligaciones de nuestra
biología, y nos permite abstraernos del mundo, y así transformarlo o destruirlo. El lenguaje nos
libera de la prisión de nuestros sentidos y se vuelve una manera de soportar el mundo de nuestro
alrededor.

El amanecer de la modernidad nos mostró que había múltiples y conflictivas versiones de la


buena vida, y que ya no podíamos ponernos de acuerdo en los aspectos fundamentales de la
cuestión. El resultado político de esta cuestión es el liberalismo, en donde el estado justo es
neutral respecto de cualquier concepción particular sobre la buena vida, restringiendo su
jurisdicción a proveer las condiciones en las que los individuos puedan descubrirla por su cuenta.

2
El término de origen griego 'hybris' hace referencia a un orgullo y confianza desmesurados en sí mismo.
En un movimiento que gran parte de la antigüedad hubiera encontrado sorprendente, el buen
vivir se ha convertido ahora en un asunto privado, mientras que el trabajo para hacerlo posible
permanece público. Sin embargo, la idea liberal de estado es claramente paradójica, ya que
plantear que el estado debe ser neutral respecto del bien parece inevitable para aseverar cierta
concepción del bien, lo cual no es en absoluto neutral.

Corresponde por lo tanto al estado liberal aceptar tanto a conservadores como socialistas, pero
no puede ser indiferente a sus proyectos, ya que estos pueden acabar con él. El estado liberal
prioriza un interés por encima del resto: el interés de la elección individual. El resto de los bienes
quedan indefectiblemente subordinados a éste, siendo el principal fundamento por el cual
excluye al socialismo y las variantes comunitaristas.

La conformación colectiva de valores puede significar no menos sino más pluralidad, y el


malentendido se produce por la ambigüedad del término "cultura común". Una cultura común
puede significar o bien que se comparte comúnmente o bien que la cultura está comúnmente
estructurada. La segunda no implica necesariamente la primera, ya que, si todo el mundo es
capaz de participar plenamente en el modelo de cultura a través de instituciones de democracia
socialista, el resultado se parecerá mucho más a una cultura diversa, pluralista y heterogénea
que a una compuesta por una visión del mundo compartida.

Algunos posmodernos suelen unificar convenientemente toda variante del liberalismo,


considerándolo como promotor de algún tipo de yo hobbesiano, en donde los seres humanos son
meros átomos naturales anteriores a toda relación social. La historia de la filosofía occidental es,
según ellos, el relato de un sujeto cabalmente autónomo, en contraste con el sujeto disperso y
dividido de la habitual ortodoxia posmoderna.

Este enmascaramiento ignorante y dogmático no debe dejar de enfrentarse. Como ejemplo de


la amplia variedad de visiones del sujeto que nos presenta la modernidad, podemos mencionar
a las concepciones de Spinoza, Hume, Kant, los idealistas alemanes como Schelling o Hegel, Marx,
Kierkegaard, Nietszche o Sartre.

A grandes rasgos, podemos distinguir la oposición entre deontólogos y teleólogos. Los


moralistas teleológicos como los marxistas, los utilitarios y los comunitaristas piensan que la
felicidad o el buen vivir debe constituir nuestro centro de atención, y que hablar de derechos sólo
tiene sentido en ese contexto. Por el contrario, los deontólogos radicales como Kant sostienen
que las acciones son correctas o incorrectas casi al margen de si son para maximizar la felicidad
humana.
El yo enérgicamente productivo del capitalismo liberal está cediendo terreno al sujeto
consumista de la última etapa de la misma historia. La libertad del sujeto liberal clásico estaba
siempre restringida, al menos en teoría, por su respeto a la autonomía de los demás. El sujeto de
este orden social es al mismo tiempo la fuente de la libertad y, en el límite entre él y sus
competidores, el obstáculo para conseguirla.

El sujeto posmoderno es en cierto sentido paradójico, al mismo tiempo "libre" y determinado.


Es "libre" porque está constituido por un conjunto difuso de fuerzas, porque es parte de múltiples
y conflictivos sistemas que le dan una falta de identidad que puede llegar a confundirse con la
libertad. Por otro lado, debido al sesgo culturalista se puede caer en un enérgico determinismo:
estamos inevitablemente definidos por el poder, el deseo, las convenciones o comunidades
interpretativas dentro de comportamientos o creencias particulares.

Lo que se omite en esta caracterización del sujeto posmoderno es el hecho de que los seres
humanos son determinados precisamente de una manera que les permite un grado de
autodeterminación, y cualquier oposición final entre lo condicionado y lo autónomo se revela
como falsa.

Hay muchas ideologías violentas dando vueltas, y el posmodernismo ha hecho genuinos


esfuerzos por combatirlas. Si bien es verdad que el sujeto posmoderno corre peligro de
naturalizar el consumismo, también es verdad que su carácter difuso, resquebrajado y
descentrado se parece mucho más a la condición de los desposeídos. Y en este sentido es un
desafío para la izquierda política que piensa que el punto era simplemente actuar, sin la
necesidad de problematizar la naturaleza del agente, es decir, de ellos.

Estamos atrapados entre dos épocas: la vieja época del yo "humanista liberal", que marcó ciertos
logros importantes, no sin altos costos; y el yo deconstruido que aún no termina de afirmarse y
demostrar que puede no sólo rebelarse sino también transformar. Sin embargo, persiste un
modelo, el de la democracia socialista, que promete poder combinar lo mejor de los dos mundos:
la auto-determinación y el auto-descentramiento en un sujeto autoconstruido con libertad.
Falacias

En ese capítulo recorreremos numerosos conceptos que los posmodernos rechazan, pero al
hacerlo incurren en importantes errores. Dichos conceptos son los de jerarquía, esencia,
teleología, metarrelato, universalismo y humanismo. Al tratar estos conceptos recorreremos
otros tantos relacionados, como los de diversidad, pluralidad y diferencia.

El término jerarquía significa, de modo más general, cualquier clase de estructura con grados, no
necesariamente social. Se refiere a algo parecido a un orden de prioridades. Todo el mundo
suscribe a alguna jerarquía de valores, sin la cual la vida social se tornaría prácticamente
imposible.

Las prioridades coyunturales o provisionales son aceptadas, pero las jerarquías absolutas son las
más resistidas por los posmodernos. Sin embargo, nada terrible parece esconderse tras ellas. Es
difícil imaginar una situación en donde divertir a los hambrientos sea preferible a alimentarlos, o
torturar gente menos criticable que molestarla.

Algunos posmodernos suelen confundir el concepto de jerarquía con el concepto de elitismo.


Estos términos no sólo no son análogos, sino que desde un punto de vista político son
contrapuestos, ya que es prioridad de la política radical desafiar el poder de las elites sociales.

Hay dos contradicciones que merecen ser resaltadas. En primer lugar, muchos posmodernos
radicales se entusiasman con la diferencia, pero se abstienen de hacer juicios de valor. Sin
embargo, no valoran ninguna diferencia por sobre otra, pero sí valoran la diferencia en tanto tal.
En segundo lugar, el determinismo cultural es contradictorio con una revisión de los valores, dado
que esto último implica una especia de voluntarismo que el primero niega.

El segundo concepto del que nos vamos a ocupar es el esencialismo. En su forma más inocua, es
la doctrina según la cual las cosas están hechas de ciertas propiedades, y algunas de esas
propiedades son constitutivas, en el sentido de que, si fueran suprimidas o radicalmente
transformadas, la cosa en cuestión se convertiría en otra, o finalmente en nada. Planteada así, la
doctrina parece bastante trivial.

Creer en el esencialismo no es necesariamente compartir la opinión de que todas las propiedades


de una cosa le son esenciales. Por ejemplo, tener un cierto peso es esencial para el ser humano,
pero tener cejas tupidas no lo es. Hay ciertas propiedades que son esenciales a todas las cosas,
como por ejemplo la capacidad de cambiar o de establecer relaciones.

Creer en el esencialismo tampoco obliga a opinar que hay siempre una sola propiedad central
que es la que hace que la cosa sea lo que es. Dicho de otra manera, el esencialismo no es una
forma de reduccionismo.
Por otro lado, las esencias no son fijas, sino que pueden cambiar, es decir, se puede tener un
esencialismo históricamente relativizado. Por ejemplo, ser valiente era parte de ser un guerrero
en las sagas antiguas, mientras que tener coraje no necesariamente forma parte de lo que
significa hoy ser un soldado. Ser cierta clase de ser cultural es realmente esencial a nuestra
humanidad, es decir, pertenece a nuestra naturaleza humana. Sin embargo, pertenecer a una
cultura particular no es para nada esencial.

El posmodernismo es anti-esencialista, ya que entiende al esencialismo como la "cosificación en


dirección a un tipo de naturaleza inmutable". Sin embargo, por lo que comentamos en los
párrafos anteriores, queda claro que se trata de una malinterpretación. El esencialismo es
indispensable para saber qué necesidades son esenciales a la humanidad, de modo tal que
cualquier orden social que las niegue puede ser acusado de negar nuestra humanidad.

Pasemos ahora al concepto de teleología. La teleología por lo común implica la presunción de


que hay algo potencial en el presente que puede resultar (o no) en determinado tipo en el futuro.
Dicho de otra manera, la teleología es una manera de describir dónde estoy a la luz de adónde
puedo plausiblemente irme. Muestra cómo un cierto tipo de futuro es función del presente, sin
serlo en un sentido fatalista.

Este concepto de teleología es fuertemente rechazado por los posmodernos, y su error proviene
de considerarlo en un sentido fatalista, de manera tal que creen que la historia se desliza hacia
un objetivo predeterminado. Sin embargo, aunque esto no sea así, es cierto que existen los
propósitos y las intenciones históricas, los proyectos definidos y dirigidos por sus fines
particulares.

La mayoría de la gente -salvo algunos posestructuralistas- aceptan la noción de condiciones


necesarias: la proposición de que hay momentos en los que, en función de lograr Y, debe primero
haberse conseguido X. Si la historia fuese puramente azar, en el sentido de que no hay relaciones
causales significantes entre sus partes, resulta difícil saber cómo se podría evitar, por ejemplo, el
stalinismo.

Las sociedades post-capitalistas autoritarias son, entre otras cosas, el resultado de tratar de
construir el socialismo bajo condiciones trágicamente inadecuadas, sin el beneficio de fuerzas
productivas desarrolladas, aliados seguros, vecinos no hostiles, campesinos cooperativizados,
una vigorosa tradición liberal democrática, una sociedad civil en buen funcionamiento, una clase
trabajadora razonablemente educada y así sucesivamente. Estas son las condiciones necesarias
para la construcción del socialismo.

Como vemos, hay una gran diferencia entre plantear que el socialismo se sigue de manera
automática al capitalismo, lo cual estaría en consonancia con la concepción de teleología
posmoderna, a sostener que un capitalismo desarrollado provee algunas de las condiciones
necesarias para la construcción del socialismo.
Pasemos ahora el concepto de metarrelato, entendiendo este concepto como una gran narrativa
globalizante. El rechazo de los llamados "metarrelatos" es constitutivo de la filosofía
posmoderna. Las opciones que se plantean son estrechas: o se está entusiasmado por un
metarrelato particular, como la historia del progreso técnico o la marca de la Mente, o se
rechazan todos los posible metarrelatos y se gira hacia la pluralidad de relatos.

Hay básicamente dos tipos de actividades que mantienen vigente a la especie humana: una tiene
que ver con la reproducción material; la otra, con la reproducción sexual. Sin estos dos relatos,
la historia humana se hubiera detenido y el posmodernismo no hubiera existido. Éstos no son
metarrelatos en el sentido de historias de las cuales todas las demás son una mera función.

Hay una diferencia entre la teoría para la cual todo lo demás puede supuestamente deducirse,
como en las formas más pretenciosas del alto racionalismo, y el relato que es "grande" en el
sentido de proveer la matriz dentro de la cual muchas -pero no todas- de nuestras prácticas
toman forma. Y se ha comprobado que existen otros grandes relatos además de los
mencionados, como la historia global del imperialismo y del colonialismo.

Finalizamos con el concepto de universalismo. El posmodernismo es reacio a admitir que hay


proposiciones que son verdaderas en todas partes y en todos los tiempos, como aquella que dice
que "en todo tiempo y lugar, la mayoría de los hombres y las mujeres han vivido vidas de labor
claramente inútil, habitualmente para el beneficio de unos pocos", o aquella otra que afirma que
"las mujeres han sufrido siempre opresión".

El posmodernismo, al ser tanto anti-elitista como anti-universalista, vive en una cierta tensión
entre sus valores políticos y filosóficos. Por un lado, el anti-elitismo, es decir, el intento por evitar
jerarquizar o priorizar ciertos valores por sobre otros, sosteniendo que ninguno es superior sino
diferente, llevaría a una absoluta neutralidad, que es algo así como una "imagen invertida" del
universalismo al que se repudia. Por otro lado, el posmoderno escéptico de la universalidad cree,
al estilo culturalista, que los valores morales están asentados sobre tradiciones locales
contingentes, y que no tienen mayor fuerza que esa. ¿Pero no es esto una afirmación
universalista, del tipo "todos los valores son producto de la tradición local"?

Los posmodernos temen que el universalismo promovido por el Iluminismo y encarnada en el


hombre blanco occidental termine por aplastar las diferencias culturales, y hay mucha evidencia
en su favor. Sin embargo, universalidad y diferencia no están necesariamente enfrentadas.

Tratar de manera igualitaria a los seres humanos no quiere decir tratarlos de igual manera, dado
que si esos individuos tienen diferentes necesidades y capacidades, se cometería una injusticia.
Marx consideraba la noción de igualdad como una abstracción burguesa. El socialismo no está en
realidad interesado en la igualdad en abstracto. Tratar a dos personas igualitariamente debe de
significar no darles lo mismo sino ocuparse de la misma manera de sus diferentes necesidades.
Por lo tanto, una concepción razonable de igualdad implica la noción de diferencia.
Además, es una peculiaridad de nuestra especie estar constituidos para vivir diferencialmente
nuestras naturalezas, no en el sentido en el cual se habla de que "no hay dos tomates
exactamente idénticos", sino en el sentido en que esta individuación es una actividad del "ser de
nuestra especie".

Se le echa en cara a los socialistas, o al menos a los marxistas, que sean universalistas. Se es
socialista, entre otras razones, porque la universalidad no existe hoy en ningún sentido positivo,
salvo el meramente descriptivo o ideológico. No todo el mundo disfruta todavía de la libertad, la
felicidad y la justicia.

Parte de lo que evita que esto se cumpla es el falso universalismo, que sostiene que puede ser
alcanzado si se extienden los valores y las libertades de un sector particular de la humanidad -
simplificando, del hombre occidental- a todo el planeta. El mito del "final de la historia" es la
creencia complaciente de que o bien ya ha ocurrido o bien está a punto de suceder. El socialismo
es una profunda crítica de ese falso universalismo, pero no en nombre de un particularismo
cultural a la manera posmoderna.

Tanto el posmoderno como el liberal valoran la diferencia como su ideal último, por más
diferentes que puedan ser esas diferencias. El conservador cree que las diferencias "dadas" -o
innatas- entre individuos deben traducirse automáticamente en términos políticos. El socialista
difiere notablemente del conservador, pero también del posmoderno y el liberal. Para él, la
diferencia no es el objetivo político último, aunque es parte de sus fines e inseparable de su
consecución. Pero las diferencias no pueden florecer plenamente mientras hombres y mujeres
languidecen bajo formas de explotación, y combatir esas formas implica en efecto ideas de
humanidad necesariamente universales.

Si el posmodernismo es una forma de culturalismo es porque, entre otras razones, se rehúsa a


reconocer que lo que los diferentes grupos étnicos tienen en común social y económicamente es
al fin meas importante que sus diferencias culturales. ¿Más importante para qué? Para los
propósitos de su emancipación política.

La idea de universalidad comprende el concepto de identidad: para ciertos propósitos políticos,


pero de ninguna manera para cualquier propósito, los individuos deben ser tratados como tales.
"Identidad" significa aquí que, por ejemplo, tú no tienes una mayor autoridad política que yo por
ser hijo de un terrateniente. Una identidad razonablemente segura, opuesta a otra cohesionada
de manera paranoica es una condición necesaria para el bienestar humano.

La opinión de que la pluralidad es un valor en sí mismo es formalmente vacía y


preocupantemente ahistórica, ya que de ser así deberíamos velar, por ejemplo, porque hayan
más variantes del fascismo o más clases sociales.
Finalizamos con el concepto de humanismo. Hay un sentido ético en la palabra, que significa la
creencia de que a los seres humanos se les debe compasión y respecto; un sentido sociológico,
que significa que las estructuras sociales son mejor vistas como productos de agentes humanos,
y un sentido histórico, que denota períodos como el Renacimiento en el cual el ser humano se
convierte en el centro de atención de los sabios.

El posmodernismo rechaza el humanismo en la cuestión sobre si se es humanista porque se cree


en una esencia humana o naturaleza común, en el sentido de ciertas propiedades que los seres
humanos comparten de manera importante simplemente en virtud de su humanidad y que
tienen implicancias éticas y políticas.
Contradicciones

El posmodernismo es a la vez radical y conservador.

Por un lado, es radical en tanto desafía a un sistema que todavía necesita de valores absolutos,
de fundamentos metafísicos y de sujetos auto-idénticos. Contra esto lanza la multiplicidad, la no
identidad, la transgresión, el anti-fundamentalismo, el relativismo cultural. El resultado, en su
mejor parte, es una subversión llena de recursos contra el sistema dominante de valores, al
menos en el nivel de la teoría.

Por otro lado, el posmodernismo falla en reconocer que lo que pasa por el nivel de la ideología
no siempre sucede en el nivel del mercado. Si el sistema tiene necesidad de un sujeto autónomo
en la corte judicial o en el colegio electoral, tiene poca utilidad para él en los medios o los
shoppings centers. Es más, en esos sectores, la pluralidad, el deseo, la fragmentación y todo lo
demás le son naturales. Y es aquí donde se revela como conservador.

El pensamiento posmoderno del fin de la historia no nos augura un futuro muy diferente del
presente, una imagen a la que ve, extrañamente, como motivo de celebración. Pero hay en
realidad un futuro posible entre otros, el fascismo. La gran prueba del posmodernismo es cómo
zafar de esto. Hay un cuerpo rico de obras sobre racismo y etnicidad, sobre la paranoia del
pensamiento idéntico, sobre los peligros de la totalidad y el temor a la otredad, sobre las
maniobras en el poder.

Todo esto es sin dudas de considerable valor. Sin embargo, su relativismo cultural y su
convencionalismo moral, su escepticismo, pragmatismo y localismo, su disgusto por las ideas de
solidaridad y organización disciplinada, su falta de una teoría adecuada de la participación
política: todo esto pesa fuertemente contra él.

Al enfrentar a sus antagonistas políticos, la izquierda, ahora más que nunca, tiene necesidad de
una ética fuerte e incluso fundamentos antropológicos; nada menos que esto puede proveernos
de los recursos políticos que requerimos. Y en este juego, el posmodernismo no parece ser la
solución.

Potrebbero piacerti anche