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Lenin

V. I. Lenin

¿Cómo debe organizarse la


emulación?

Escrito: Del 24 al 27 de diciembre de 1917 (del 6 al 9 de enero de 1918), firmado "V. I.


Lenin".
Primera publicación: El 20 de enero de 1919, en el num. 17 de Pravda.
Fuente:V. I. Lenin, ¿Cómo debe organizarse la emulación?, Editorial Progreso, Moscú
(1974), Págs. 5-15.
Digitalizado para el MIA: Por Alberto M., octubre de 2008.

Los escritores burgueses han emborronado y continúan emborronando montañas de papel,


elogiando la competencia, la iniciativa privada y demás encantos y admirables virtudes de los
capitalistas y del régimen capitalista. Se acusaba a los socialistas de no querer comprender la
significación de esas virtudes, ni tener en cuenta la «naturaleza humana». Pero, en realidad. el
capitalismo ha sustituido hace ya mucho tiempo la pequeña producción independiente de
mercancías, en que la competencia podía, en proporciones más o menos amplias, desarrollar el
espíritu emprendedor, la energía, la iniciativa audaz, por la producción industrial en grande y en
grandísima escala, por las sociedades anónimas, por los consorcios y demás monopolios. La
competencia significa, en este tipo de capitalismo, el aplastamiento inauditamente feroz del
espíritu emprendedor, de la energía, de la iniciativa audaz de la masa de la población, de su
inmensa mayoría, del 99 por 100 de los trabajadores; significa también la sustitución de la
emulación por la pillería financiera, el nepotismo, el servilismo en los peldaños mas elevados de
la escala social.

Lejos de apagar la emulación, el socialismo, por el contrario, crea por vez primera, la
posibilidad de aplicarla en escala verdaderamente amplia, verdaderamente masiva , crea la
posibilidad de hacer realmente que la mayoría de los trabajadores entren en la liza de una
actividad que les permita manifestarse en todo su valor, desarrollar sus capacidades, revelar los
talentos que en el pueblo forman un manantial inagotable y que el capitalismo pisoteaba,
oprimía y ahogaba por miles y millones.
Nuestra tarea, hoy con un Gobierno socialista en el poder, es organizar la emulación.

Los lacayos y los paniaguados de la burguesía han presentado el socialismo bajo el aspecto
de un típico cuartel gris, uniforme, monótono y penetrado de espíritu oficinesco. Los criados de
la caja de caudales, los lacayos de los explotadores –los señores intelectuales burgueses- han
hecho del socialismo un «espantajo» para el pueblo, que se ve condenado precisamente bajo el
capitalismo a una vida presidio y cuartel, de trabajo monótono y agotador, a una vida
semihambrienta y de triste miseria. La confiscación de las propiedades de los terratenientes, la
implantación del control obrero, la nacionalización de la banca constituyen el primer paso hacia
la emancipación de los trabajadores encerrados en ese presidio. La nacionalización de las
fábricas, la organización obligatoria de toda la población en sociedades de consumo, que
también serán sociedades de venta de productos, el monopolio del Estado sobre el comercio del
trigo y de otros artículos necesarios serán las medidas que han de seguir.

Solo ahora adquieren la posibilidad de manifestarse, amplia y realmente de un modo general,


el espíritu emprendedor, la emulación y la iniciativa audaz. Cada una de las fabricas, cuyo
dueño haya sido lanzado a la calle o, cuando menos, metido en cintura por un verdadero control
obrero; cada una de las aldeas donde se ha expulsado al terrateniente explotador, cuyas tierras
han sido confiscadas, es ahora, y solo ahora, campo de acción donde el hombre del trabajo
puede manifestarse en todo su valor, enderezar un poco el espinazo, erguirse, sentirse hombre.
Por primera vez, después de siglos trabajando para los demás, bajo el yugo, para los
explotadores, se tiene la posibilidad de trabajar para sí mismo y de trabajar beneficiándose de
todas las conquistas de la cultura y de la técnica más moderna.

Esta sustitución del trabajo esclavizado por el trabajo si propio –el cambio más grande que
conoce la historia de la humanidad– no puede realizarse, naturalmente, sin razonamientos, sin
dificultades, sin conflictos, sin el empleo de la violencia contra los parásitos inveterados y sus
lacayos. En cuanto a esto, no se hace ilusiones ningún obrero; templados en largos años de
trabajos forzados para los explotadores, de infinitas vejaciones y ultrajes por parte de los
explotadores , templados por la negra miseria, los obreros y los campesinos pobres saben que se
necesita tiempo para romper la resistencia de los explotadores. Los obreros y los campesinos no
se hacen en modo alguno las ilusiones sentimentales de los señores intelectualillos, de todo ese
fango de los de Novaya Zhizn[1] y demás, que han enronquecido «clamando» contra los
capitalistas, que han «gesticulado» y «tronado» contra ellos, para luego echarse a llorar y
portarse como perros apaleados, cuando llega la hora de la acción de pasar de las amenazas a
los actos, de realizar prácticamente el derrocamiento de los capitalistas.

La gran sustitución del trabajo esclavizado para sí propio, organizando en un plan de


conjunto, en una escala inmensa, en escala nacional (y, en cierta medida, en escala
internacional, mundial), exige también –además de las medidas «militares» de represión contra
la resistencia de los explotadores– inmensos esfuerzos de organización y una enorme iniciativa
organizadora por parte del proletariado y de los campesinos pobres. La tarea organizadora
forma un todo indisoluble con la de la implacable represión militar contra los esclavistas
(capitalistas) de ayer y su lacayuna jauría, esos señores intelectuales burgueses. Nosotros
siempre hemos sido los organizadores y los jefes, nosotros siempre hemos mandado –dicen y
piensan los esclavistas de ayer y sus agentes de entre los intelectuales–; queremos continuar
siendo lo que éramos, no vamos ahora a ponernos a obedecer a la «plebe», a los obreros y
campesinos: no nos someteremos a ellos; haremos de nuestros conocimientos armas para
defender los privilegios del saco de oro y el dominio del capital sobre el pueblo.

Así hablan, piensan y actúan los burgueses y los intelectuales burgueses. Desde el punto de
vista de su interés egoísta, se comprende su actitud: los gorrones y paniaguados de los
terratenientes feudales, los popes, los chupatintas, los funcionarios descritos por Gógol, los
«intelectuales» que odiaban a Belinski[2] se separaron también con gran «dificultad» del
régimen de servidumbre. Pero la causa de los explotadores y de sus lacayos intelectuales es una
causa desesperada. La resistencia de estos elementos va siendo quebrantada por los obreros y
los campesinos –desgraciadamente, con una firmeza, con una resolución y una inexorabilidad
aun insuficientes–, y acabara por ser definitivamente quebrantada.

«Ellos» piensan que la «plebe», los «simples» obreros y campesinos pobres, serán incapaces
de cumplir a gran tarea de organización que la revolución socialista ha impuesto a los
trabajadores, tarea verdaderamente heroica en el sentido histórico-mundial de la palabra. «No
podrán prescindir de nosotros», dicen, para consolarse, los intelectuales habituados a servir a los
capitalistas y al Estado capitalista. Pero verán frustrados sus desvergonzados cálculos. Ya
empiezan a salir hombres instruidos que se pasan al lado del pueblo, al lado de los trabajadores,
para ayudarles a romper la resistencia de los lacayos del capital. En cuanto a los organizadores
de talento, que abundan en la clase obrera y entre los campesinos, comienzan ahora a tener
conciencia de su valor, a despertar y a sentirse atraídos por el gran trabajo vivo y creador, a
emprender por sí mismo la construcción de la sociedad socialista.

Una de las más importantes tareas, si no la más importante, de la hora presente consiste en
desarrollar todo lo posible esa libre iniciativa de los obreros y de todos los trabajadores y
explotados en general en su obra creadora de organización. Hay que deshacer a toda costa el
viejo prejuicio absurdo, salvaje, infame y odioso, según el cual solo las llamadas «clases
superiores», solo los ricos o los que han pasado por la escuela de los ricos, pueden administrar
el Estado, dirigir, en el terreno de la organización, la construcción de la sociedad socialista.

Ese es un prejuicio mantenido por una rutina podrida y fosilizada, por un hábito servil y, en
mayor medida por la inmunda avidez de los capitalistas, interesados en administrar saqueando y
saquear administrando. No; los obreros no olvidaran ni un minuto siquiera que necesitan la
fuerza del saber. El celo extraordinario que los obreros ponen en instruirse, hoy precisamente,
atestigua que en este sentido no hay ni pude haber error en el seno del proletariado. Pero el
obrero y el campesino de filas, que saben leer y escribir, que conocen a los hombres y tienen
una experiencia práctica, también son capaces e efectuar el trabajo de organización. Estos
hombres forman legión en la «plebe», de la que hablan con desdén y altanería los intelectuales
burgueses. La clase obrera y los campesinos poseen un manantial inagotable y aun intacto de
esos talentos.
Los obreros y los campesinos son todavía «tímidos», no están aun acostumbrados a la idea de
que ahora son ellos los que constituyen la clase dominante, les falta resolución. La revolución
no podía inculcar de repente estas cualidades a millones y millones de hombres obligados por el
hambre y la miseria a trabajar bajo el látigo durante toda su vida. Pero la fuerza, la vitalidad, la
invencibilidad de la Revolución de Octubre de 1917 consiste precisamente en que despierta esas
cualidades, derrumba todos los viejos obstáculos, rompe las trabas vetustas, lleva a los
trabajadores al camino de la creación por ellos mismo, de la nueva vida.

La contabilidad y el control constituyen la principal misión económica de todo Soviet de


diputados obreros, soldados y campesinos, de toda la sociedad de consumo, de todo sindicato o
comité de abastecimiento, de todo comité de fábrica, de todo órgano de control obrero, en
general.

Es necesario luchar contra la vieja costumbre de considerar la medida del trabajo y los
medios de producción desde el punto de vista del hombre esclavizado que se pregunta cómo
podrá libertarse de un peso suplementario, como podrá quitar algo a la burguesía. Los obreros
avanzados y conscientes han comenzado ya esta lucha y responden vigorosamente a los
elementos advenedizos, que han acudido a las fabricas en número particularmente, grande
durante la guerra, y que querrían tratar la fabrica, que pertenece al pueblo, que ya es propiedad
del pueblo, como antes, únicamente con el criterio de «sacar el mayor provecho y marcharse».
Cuánto hay de consiente, honrado y reflexivo entre los campesinos y en las masas trabajadoras
se alzara en esa lucha al lado de los obreros avanzados.

La contabilidad y el control –una contabilidad y un control de la cantidad de trabajo y


distribución de productos–, si se realizan en todas partes y con carácter general, universal, por
los Soviets de diputados obreros, soldados y campesinos, como supremo poder del Estado, o se
establecen de acuerdo con las indicaciones y por mandato de ese poder, constituyen la esencia
de la transformación socialista, desde el momento que se ha conseguido y asegurado el dominio
político del proletariado.

La contabilidad y el control necesarios a la transición al socialismo solo pueden ser obra de


las masas. La colaboración voluntaria y concienzuda de las masas obreras y campesinas,
prestada con entusiasmo revolucionario en la contabilidad y el control sobre los ricos, los
vividores, los parásitos y los hampones, es lo único que puede vencer esas supervivencias de la
maldita sociedad capitalista, esos detritus humanos, esos miembros irremisiblemente
descompuestos y podridos de la sociedad, ese contagio esa peste, esa llaga que el capitalismo ha
dejado en herencia al socialismo.

¡Obreros y campesinos, trabajadores y explotados! ¡La tierra, los bancos y las fábricas son
propiedad de todo el pueblo! Empezad a llevar vosotros mismos la contabilidad y el control de
la producción y distribución de los productos; ¡ese es el único camino hacia la victoria del
socialismo, la garantía de su victoria, la garantía de la victoria sobre toda explotación, sombre
toda miseria y necesidad! Porque en Rusia bastara trigo, hierro, madera, lana, algodón y lino
suficientes para todos, con tal de que se distribuyan bien el trabajo y los productos, con tal de
que se establezca un control de todo el pueblo, un control eficaz y practico de esta distribución;
con tal de que se venza, no solo en la política, sino también en la vida económica de todos los
días, a los enemigos del pueblo: a los ricos y a sus paniaguados y luego a los pillos, parásitos y
maleantes.

¡No haya piedad para esos enemigos del pueblo, para los enemigos del socialismo, para los
enemigos de los trabajadores! ¡Guerra a muerte a los ricos y a sus paniaguados, a los
intelectuales burgueses; guerra a los pillos, a los parásitos a los maleantes! Unos y otros, los
primeros y los últimos, son hermanos carnales, son engendros del capitalismo, niños mimados
de la sociedad señorial y burguesa, de esa sociedad en la que un puñado de hombres expoliaba
al pueblo y se mofaba de él; de esa sociedad en la cual la miseria y la necesidad empujaban a
millares y millares de seres por la senda de la delincuencia, de la corrupción, de la pillería, del
olvido de la dignidad humana; de esa sociedad que inculcaba inevitablemente a los trabajadores
este deseo; evadirse de la explotación, aunque fuese con engaños, librarse, deshacerse, aunque
no fuese más que por un momento, de un trabajo odioso, procurarse el pedazo de pan de
cualquier modo, a cualquier precio, para no pasar hambre, ni ver hambrientos a sus familiares.

Los ricos y los pillos formas las dos caras de una misma medalla; son las dos categorías
principales de paracitos nutridos por el capitalismo, los principales enemigos del socialismo.
Esos enemigos deber ser sometidos a la particular vigilancia de toda la población, deben ser
castigados implacablemente en cuanto cometan la menor infracción de las reglas y las leyes de
la sociedad socialista. Toda debilidad, toda vacilación, todo sentimentalismo constituirían, en
este aspecto, el mayor crimen contra el socialismo.

Para que la sociedad socialista quede inmunizada contra esos parásitos. Hay que organizar la
contabilidad y el control de la cantidad de trabajo, de la producción y distribución de los
productos, contabilidad y control ejercidos por todo el pueblo y asegurados voluntaria y
enérgicamente, con entusiasmo revolucionario, por millones y millones de obreros y
campesinos. Y para organizar esa contabilidad y ese control, completamente accesibles,
enteramente al alcance de las fuerzas de todo obrero y de todo campesino honrado, activo y de
buen sentido, hay que despertar sus propios talentos de organizadores, los talentos que nacen en
sus medios; hay que despertar en ellos y organizar en escala nacional la emulación en el terreno
de la organización; hay que hacer que los obreros y campesinos comprendan claramente la
diferencia entre el consejo necesario del hombre instruido y el control necesario del «sencillo>
obrero y campesino sobre la frecuentísima incuria de las personas «instruidas».

Esta incuria, esa negligencia, ese abandono, esa falta de puntualidad, ese apresuramiento
nervioso, esa tendencia a sustituir la acción por la discusión, el trabajo por las conversaciones,
esa inclinación a abordarlo todo y a no resolver nada, constituyen uno de los rasgos de las
«personas instruidas», que nace, no de su mala condición y menos aun de sus malas intenciones,
sino de todos los hábitos de su vida, de las condiciones de su trabajo, como resultado de su
fatiga, del divorcio anormal que existe entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, etc., etc.

Entre los errores, las definiciones y los pasos en falso de nuestra revolución, representan un
importante papel los errores, etc., nacidos de estas tristes particularidades –inevitables en este
momento– de los intelectuales de nuestros medios y de la falta de un control suficiente de los
obreros sobre el trabajo de organización de los intelectuales.

Los obreros y los campesinos son todavía «tímidos»; pero deben deshacerse de su timidez y
se desharán de ella sin duda alguna. No es posible prescindir de los consejos, de las directivas
de las personas instruidas, de los intelectuales, de los especialistas. Todo obrero, todo
campesino que tenga un poco de sentido lo comprende perfectamente, y los intelectuales de
nuestros medios no pueden quejarse de falta de atención y de estimación fraternal por parte de
los obreros y de los campesino. Pero el consejo y la directiva son una cosa, y otra, la
organización practica de la contabilidad y del control. Los intelectuales dan con frecuencia
admirables consejos y directrices, pero se revelan, en un grado ridículo, absurdo y bochornoso,
«inútiles», incapaces de aplicar esos consejos y directrices, incapaces de ejercer un control
practico, para que la palabra se transforme en acción.

Y en esto es donde no hay ninguna posibilidad de prescindir de la ayuda y del papel dirigente
de los organizadores prácticos salidos del «pueblo», obreros y campesinos trabajadores. «No
son dioses los que cuecen los pucheros». Esta es una verdad que los obreros y los campesinos
han de tener muy presente. Deben comprender que hoy todo radica en la práctica, que ha
llegado precisamente el momento histórico en que la teoría se trasforma en práctica, se vivifica
por la práctica, se corrige por la práctica, se comprueba por la práctica, y en que son
particularmente exactas las palabras de Marx de que «cada paso de movimiento real vale más
que una docena de programas»; toda acción que tiende prácticamente a parar los pies de un
modo efectivo a los ricos y a los pillos, a limitar sus posibilidades, a someterlos a una
contabilidad y a un control rigurosos, vale mucho más que una docena de admirables
disertaciones sobre el socialismo, porque «la teoría es gris amigo mío, pero el árbol de la vida
es eternamente verde».[3]

Hay que organizar la emulación entre los organizadores prácticos obreros y campesinos. Hay
que combatir toda tendencia a crear formas estereotipadas y a establecer la uniformidad desde
arriba, a lo que son tan aficionados los intelectuales. Las formas estereotipadas y la uniformidad
establecida desde arriba no tienen nada que ver con el centralismo democrático y socialista. La
unidad en los problemas fundamentales, cardinales, esenciales, lejos de verse perjudicada, está
asegurada por la variedad en los detalles, en las particularidades locales, en las formas de
abordar la práctica, en los modos de aplicación del control, en los métodos de exterminar a los
parásitos (los ricos y los pillos, lo haraganes y los intelectuales histéricos, etc., etc.) y de
hacerlos inofensivos.

La Comuna de Paris nos ha ofrecido un magnífico ejemplo de iniciativa, de independencia,


de libertad de movimiento, de despliegue de energías desde abajo, todo ello combinado con un
centralismo voluntario alejado de las formas estereotipadas. Nuestros Soviets siguen el mismo
camino, pero son «tímidos» todavía no se han «lanzado a fondo» a su nuevo y gigantesco
trabajo creador de un orden socialista. Es necesario que los Soviets pongan manos a la obra con
más audacia e iniciativa. Es preciso que cada «comuna» –cada fábrica, cada aldea, cada
sociedad de consumo, cada comité de abastecimiento– se lance a la emulación con los otros, en
calidad de organizadores prácticos de la contabilidad y del control del trabajo y de la
distribución de los productos. El programa de esa contabilidad y de ese control es sencillo, claro
e inteligible para todos: que todo el mundo tenga pan, que todo el mundo use buen calzado y
buenas ropas, tenga una vivienda abrigada, trabaje concienzudamente y que ni un solo pillo
(incluyendo a cuantos huyen del trabajo) se pasee en libertar, en lugar de estar en la cárcel u
obligado a los trabajos forzados más duros; que ningún rico, contravenga las reglas y las leyes
del socialismo, pueda escapar a la suerte de los pillos, suerte que en justicia debe sr la suya. «El
que no trabaja, no come»: este es el mandamiento práctico del socialismo. Esto es lo que hay
que organizar prácticamente. Estos son los éxitos prácticos que deben llenar de orgullo a
nuestras «comunas» y a nuestros organizadores obreros, campesinos y –con mayor motivo–
intelectuales (con mayor motivo porque estos últimos están muy acostumbrados, demasiado
acostumbrados a enorgullecerse de sus indicaciones y resoluciones de carácter general).

Deben elaborarse y comprobarse prácticamente por las comunas mismas, por las pequeñas
células, en el campo y en las ciudades, millares de formas y métodos prácticos de contabilidad y
de control sobre los ricos, los pillos y los parásitos. La variedad es aquí una garantía de
vitalidad, una prenda del éxito en la consecución del fin común y único: el de limpiar el suelo
de Rusia de todos los insectos nocivos, pulgas (pillos), chinches (ricos), etc., etc. en un lugar s
reencarcelará a una docena de ricos, a una docena de pillos, a media docena de obreros que
huyen del trabajo (del mismo modo desvergonzado como lo hacen en Petrogrado numerosos
tipógrafos, sobre todo en las imprentas del partido). En otro, se les obligara a limpiar las
letrinas; en un tercero, se les dará, al salir de la cárcel, carnets amarillos para que todo el pueblo
los vigile como seres nocivos, mientras no se enmienden. En otro, se fusilara en el acto a un
parasito de cada diez. En otro más, se idearan combinaciones de diversos modos y medios y se
recurrirá, por ejemplo, a la libertad condicional de los ricos, de los intelectuales burgueses, de
los pillos y de los maleantes susceptibles de enmienda rápida. Cuanto más variado, tanto mejor
y más rica será la experiencia común, más segura y rápidamente triunfará el socialismo y más
fácilmente determinara la practica –porque esta es la única que puede hacerlo– los mejores
procedimientos y medios de lucha.

¿En qué comuna, en qué bario de gran ciudad, en qué fabrica, en qué aldea no hay
hambrientos, no hay parados, no hay ricos parásitos, no hay granujas, lacayos de la burguesía,
saboteadores, que se hacen llamar intelectuales? ¿Dónde se ha hecho más para aumentar el
rendimiento del trabajo, para construir nuevas y buenas casas para los pobres, para alojar a los
pobres en las casas de los ricos, para dar una manera regular su botella de leche a todos los
niños de las familias pobres? Estas son las cuestiones en que debe basarse la emulación de las
comunas, de las comunidades, de las asociaciones y cooperativas de consumo y de producción,
de los Soviets de diputados obreros, soldados campesinos. Este es el trabajo en que deben
destacarse y elevarse prácticamente a los puestos de dirección de todo el país los organizadores
de talento. Estos elementos abundan en el pueblo, pero se hallan cohibidos. Hay que ayudarles a
desenvolverse. Ellos, y solo ellos, pueden, con el apoyo de las masas, salvar a Rusia y salvar la
causa del socialismo.

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[1] Se refiere al gupo de mencheviques internacionalistas e intelectuales de tendencia menchevique que se
agrupaban en torno al periódico Novaya Zhizn («Nueva Vida»), tambien conocidos como los
novozhiznentsi. El periódico apareció en Petrogrado desde abril de 1917 hasta julio de 1918. [Nota del
MIA]

[2] Visarión Griegórievich Belinski (1811 - 1848): Demócrata revolucionario, filósofo materialista,
publicista, y crítico literario. Fue amigo de Bakunin en la época del círculo hegeliano y uno de los
fundadores de la escuela del "Naturalismo" ruso. [Nota del MIA]

[3] Palabras de Mefistófeles, en Fausto de J. W. Goethe. [Nota del MIA]

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