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¿FUE AL-ANDALUS UNA SOCIEDAD TOLERANTE?

Bajo el signo de la subordinación

FRANCISCO GARCÍA FITZ


UNIVERSIDAD DE EXTREMADURA

Pocos tópicos están tan arraigados como la idea de que en al-Andalus se desarrolló una sociedad
tolerante en la que musulmanes, judíos y cristianos convivieron en un clima de armonía, coexistencia
pacífica y respeto mutuo. Una visión tan idílica -una “Edad de Oro” de la convivencia multicultural y
plurirreligiosa- se sustenta sobre indicios fragmentarios e ignoran o ensombrecen a otros que
contradicen el tópico, dando lugar a una imagen distorsionada de la realidad. De las prescripciones
coránicas que proponen la protección a los fieles de otras religiones en absoluto se deriva un trato de
igualdad ni una integración de las distintas comunidades en un mismo plano. Al contrario, la
protección que los amparaba -dimma- suponía su exclusión de la comunidad islámica -umma- y la
creación de un vínculo de sumisión colectiva.
Esto se concretaba en medidas que subrayaban su inferioridad: económicamente, estaban
discriminados y obligados a pagar impuestos diferentes y más onerosos; políticamente, se hallaban
excluidos de las altas esferas del poder; legalmente, la discriminación afectaba a múltiples aspectos: en
el ámbito familiar, el matrimonio entre cristiano y musulmana estaba prohibido; en el profesional, la
superioridad de los musulmanes se plasmaba en la prohibición de que realizaran trabajos serviles para
sus vecinos cristianos o judíos -masajearles, guiar a sus bestias, sujetarles el estribo, sacar su basura o
limpiar sus letrinas-. La separación entre comunidades conllevaba que cada una tuviera sus propias
carnicerías y que se recomendara a los musulmanes no comprar ropas de cristianos o judíos, igual que
si fueran leprosos. La imagen de los sacerdotes -libertinos, fornicadores, sodomitas- y de las mujeres
cristianas que los visitaban -concupiscentes y bebedoras- expresan la desconfianza y el desprecio que
los musulmanes sentían hacia los protegidos.
Estas normas se completaban con prohibiciones que afectaban a la vertiente pública de sus
prácticas religiosas -manifestar opiniones, tocar las campanas, organizar procesiones, construir nuevos
templos-. Prácticas sociales, como emborracharse o comer cerdo ostensiblemente, estaban condenadas.
Costumbres prestigiosas -portar armas, montar a caballo, caminar por el centro de un camino- les
estaban vedadas. La imposición, con ánimo ignominioso y bajo amenaza de azotes y cárcel, de signos
externos en las ropas que señalasen su condición subraya su segregación y subordinación.
El grado de exigencia de estas normas fue variable y muchas veces laxo, pero su endurecimiento
en tiempos de almorávides y almohades exasperó a las comunidades mozárabes y judías que se
implicaron en revueltas o en expediciones militares contra la dominación norteafricana, lo que a la
postre condujo a muchas al exilio, a la deportación o a la conversión forzosa.
La vida cotidiana de los protegidos estuvo marcada, en definitiva, por el signo de la
subordinación, el apartamiento y la humillación, subyaciendo un poso de desprecio, desconfianza,
hostilidad y prejuicio hacia ellos incompatible con la citada imagen de al-Andalus. Al contrario, las
prescripciones vejatorias, discriminatorias, segregacionistas e infamantes construyeron un muro de
separación entre las comunidades. Desde la perspectiva actual, resulta difícil homologar a la andalusí
con una sociedad tolerante y plural que trata al diferente en un plano de igualdad, respeto y aceptación
de la diversidad.
Convivencia y/o coexistencia

ALEJANDRO GARCÍA SANJUÁN


UNIVERSIDAD DE HUELVA

Entendida como sinónimo de libertad religiosa, la tolerancia es un concepto moderno. Sus orígenes
suelen situarse en el desarrollo del empirismo británico, con la célebre Carta sobre la Tolerancia de John Locke
(1689-1690). Luego el concepto se extendería a través de los ilustrados franceses, consagrándose como uno de
los principios básicos del liberalismo burgués decimonónico. Sin embargo, la libertad religiosa puede ser
entendida de formas muy distintas, incluso totalmente contrapuestas. Buena muestra de ello la tenemos en la
reciente sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo (marzo de 2011) que autoriza la presencia
de crucifijos en las aulas de las escuelas italianas.
Desde los orígenes del Islam, las sociedades musulmanas han dado cabida en sus territorios a distintas
comunidades religiosas, sobre todo cristianas y judías, pero también, en algunos casos, zoroastrianas, budistas e
hinduistas. Durante el período islámico clásico, estas comunidades poseían un estatuto jurídico propio,
denominado en árabe zimma, que los diferenciaba legalmente de los musulmanes y que tenía una dimensión
contractual, implicando derechos y obligaciones. Cabe hablar, por lo tanto, de una desigualdad legal entre
zimmíes y musulmanes en las sociedades islámicas clásicas, tanto respecto al ámbito de los derechos como al de
las obligaciones.
La obligación fundamental de los zimmíes consistía en acatar la autoridad del gobierno islámico
establecido, lo que implicaba, sobre todo, no enfrentarse a él ni ayudar a sus enemigos. A cambio de
permitírseles vivir en territorio islámico no siendo musulmanes, debían pagar un impuesto especial de
capitación, de origen coránico y llamado yizya, que sólo recaía sobre los varones adultos, sanos y con mínima
capacidad económica. Podría considerarse una especie de contribución por derecho de residencia.
El derecho principal de los zimmíes era el de vivir en condiciones de seguridad, que debía ser
garantizada por el Estado islámico frente a cualquier agresión, tanto procedente de un enemigo exterior como de
los propios musulmanes. Frente a ese derecho, no tenían la obligación de defender al Estado que garantizaba su
seguridad, pues el deber de participar en el yihad sólo incumbe a los musulmanes. El segundo derecho más
importante era el de “apartamiento”, es decir, poder vivir de acuerdo a sus propias normas internas, sin
interferencias de los musulmanes. Esto afectaba a todos los aspectos del derecho privado, es decir, matrimonios
y herencias. Asimismo, se garantizaba una cierta libertad religiosa, aunque mediante prácticas discretas y
limitadas al interior de los templos, así como la interlocución de las autoridades religiosas respectivas. Algunos
derechos religiosos eran materia de controversia, por ejemplo el de construir nuevos lugares de culto. Tenían
libertad de movimientos y de ocupación, pudiendo asentarse en cualquier parte del territorio musulmán, sin que
la ley los obligase a confinarse en espacios recluidos. La concentración solía obedecer a una tendencia natural a
vivir rodeados de sus semejantes, pues nada impedía la vecindad entre musulmanes y zimmíes.
A pesar de estos derechos, la posición de los zimmíes no era equiparable a la de los musulmanes, sino
inferior, lo que se manifiesta a través de ciertas restricciones. En una sociedad definida por parámetros islámicos,
no se acepta la autoridad de un no musulmán sobre los musulmanes, lo que excluía a los zimmíes del ámbito del
poder público, es decir, soberanía y magistraturas, aunque no de la administración. Asimismo, en caso de
conflicto entre zimmíes y musulmanes, prevalecía la normativa islámica. Pese a todo, este panorama legal,
aunque distante de nuestra noción de “libertad religiosa”, se diferencia de manera considerable de situaciones
como el apartheid, al que, de forma anacrónica, algunos investigadores han asimilado el estatuto de la zimma.
Sobre este marco general, brevemente definido, se han desarrollado experiencias históricas muy
diversas, que oscilan entre la coexistencia natural y la violencia religiosa. En cualquier sociedad coexisten
tendencias más rigoristas junto a otras más liberales. Asimismo, junto a colectivos e individuos más militantes
hay otros que viven las creencias religiosas de manera más desapasionada. Un cambio en las circunstancias
políticas, sociales o económicas puede generar cambios en las relaciones entre comunidades religiosas distintas.
No sería razonable, por anacrónico, proyectar en el pasado realidades jurídicas actuales de tolerancia y
libertad religiosa que son el producto de la evolución histórica. El concepto islámico clásico de zimma tiene una
dimensión jurídica e implica la atribución de ciertos derechos a las minorías religiosas, aunque también consagra
la desigualdad legal entre musulmanes y no musulmanes. Su aplicación debe entenderse, por lo tanto, en el
marco histórico de la sociedad y la época en la que se desarrolla.

(en Andalucía en la Historia, Nº 34 (2011), pp. 6-7)

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