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EL PLAN MARSHALL

Introducción

Durante este trabajo se expondrá el tema del Plan Marshall, revisando en qué consistió dicho plan, sus
antecedentes y sus consecuencias. Este Plan Marshall fue determinante para que los países europeos,
que habían padecido sobre sus propios territorios los desastres de la Segunda Guerra Mundial,
pudieran levantarse de nuevo. Estados Unidos, a través del Plan Marshall, oficialmente denominado
“Programa de Recuperación Europea” (ERP por sus siglas en inglés), pagó buena parte de la
reconstrucción de Europa después de la Segunda Guerra Mundial, y además hizo posible que se
extendiera y afianzara la influencia económica, política y cultural de los Estados Unidos en el mundo
occidental.
Gran Bretaña, exhausta por la guerra e incapaz de mantener su imperio, había llegado a reconocer que
su futuro dependía de mantener una estrecha relación con Estados Unidos y de impulsar a este país a
proteger la seguridad europea. Por otro lado, el tamaño de los sacrificios soviéticos (20 millones de
muertos por la guerra) y la impresionante determinación de sus ejércitos dieron un gran prestigio al
comunismo, reforzado por la convicción de muchas personas de que ésta era la ideología del
verdadero progreso y la justicia social.

La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), con José Stalin al mando, se abocó a recuperar su
economía de los estragos de la guerra y a mostrar al mundo su capacidad de organización social. Así,
aunque casi la mitad de la industria soviética se localizaba en la zona que estuvo ocupada por los
alemanes, hacia 1948 la URSS logró recuperar el nivel de producción de la anteguerra, e incluso logró
superarlo. Gracias a esto comenzó a imponer su dominio político sobre la Europa oriental.
DESARROLLO
El Plan Marshall (denominado oficialmente European Recovery Program o ERP) fue el principal plan de
los Estados Unidos para la reconstrucción de los países europeos después de la Segunda Guerra
Mundial, que a la vez estaba destinado a contener un posible avance del comunismo. La iniciativa
recibió el nombre del Secretario de Estado de los Estados Unidos, George Marshall, y fue diseñada
principalmente por el Departamento de Estado, en especial por William L. Clayton y George F. Kennan.
Hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial, las potencias triunfantes comprendieron que una de las
causas detonantes del conflicto, había sido la aguda crisis económica de 1930.
El plan comenzó su actividad en 1948, otorgando préstamos de trece mil millones de dólares que
serían entregados en el período 1948-1952. En realidad las donaciones representaron el 90 %. El
monto de los préstamos ascendió solo a un 10 %. La ayuda trascendió el marco europeo para llegar a
países aliados contra el comunismo, en Asia y Oceanía. Así fueron otorgados préstamos a Israel,
Filipinas, Vietnam y Australia.
El plan de recuperación europea fue expuesto en un discurso pronunciado en una ceremonia de la
Universidad de Harvard por el secretario de Estado, George C. Marshall, el 5 de junio de 1947. Marshall
proponía la ayuda económica de los Estados Unidos a cualquier nación europea, incluso aquellas que
estuviesen estrechamente asociadas con la URSS.
En un principio, el congreso norteamericano se opuso al plan alegando su alto costo para la economía,
pero lo que decidió el asunto fue el golpe comunista en Checoslovaquia en marzo de 1948, junto con
las nuevas demandas de Rusia a Finlandia y el temor a un triunfo comunista en las próximas elecciones
italianas.
El inminente avance del comunismo logró lo que el argumento económico o humanista no lograron. El
2 de abril de 1948 el Congreso aprobó la Ley de Recuperación Europea, que en un principio se planteó
hasta por 17 mil millones de dólares. A diferencia de las ayudas anteriores, que formaban parte de una
diplomacia económica agresiva, el plan Marshall adoptó la forma de donaciones (90%) más que de
créditos (10%).
Entre 1948 y 1952 16 países europeos obtuvieron cerca de 13 mil millones de dólares de los Estados
Unidos, repartidos de manera desigual. Gran Bretaña obtuvo el mayor porcentaje del dinero. Los
países que se consideraban amenazados por el comunismo y que vivían una situación más crítica —
Francia e Italia— recibieron una proporción ligeramente mayor. Los soviéticos se encargaron de que
ningún país de Europa oriental aceptara la propuesta norteamericana.
“Ustedes también pueden ser como nosotros”
La implantación del Plan Marshall en los países europeos trajo consigo la más intensa propaganda
internacional jamás vista en tiempos de paz. El programa de reconstrucción no se limitó a actuar sobre
el campo económico, sino que también se aseguró de proyectar los patrones culturales de Estados
Unidos sobre Europa.
A partir de 1948 los norteamericanos exportaron a Europa cientos de documentales y programas de
radio, miles de noticieros cinematográficos y millones de panfletos propagandísticos. Promovieron
conciertos, concursos de ensayos, competencias artísticas, calendarios, estampillas postales, tiras de
caricaturas, teatros guiñol, etcétera. Lanzaron en las fronteras de los países que se encontraban bajo la
órbita de la URSS millones de globos con mensajes pro-Estados Unidos. Todo este esfuerzo tenía un
fin: influir lo más posible sobre las mentes europeas para encaminar actitudes y mentalidades hacia la
visión del mundo estadounidense. Después de todo, Estados Unidos era un modelo de éxito.
El Plan Marshall y Argentina
El próximo Gobierno constitucional enfrentará dificultades unánimemente reconocidas como las
peores de su historia contemporánea. Afrontará también un orden mundial conflictivo que plantea a
todos los países, no sólo el nuestro, desafíos y dilemas inéditos. Como en otras circunstancias del
pasado, un período crítico en Argentina coincide con cambios profundos en el orden mundial.
En circunstancias límites como las actuales, el país debe replantearse sus interrogantes
fundamentales. Uno de ellos se refiere al potencial económico disponible y a las fuentes principales
del desarrollo económico futuro.El inventario de recursos revela que Argentina cuenta con un inmenso
espacio territorial, una oferta diversificada de recursos naturales y un acervo cultural y tecnológico
considerable. Desde el punto de vista de la dotación de recursos humanos y naturales, Argentina es el
país mejor dotado de la América Latina y del mundo en desarrollo.
El desastre de los últimos años ha debilitado severamente el aparato productivo. Pese a todo, el país
conserva todavía un considerable potencial de acumulación y los medios necesarios para la expansión
sostenida de la producción y del nivel de vida.
Debe realizarse un debate abierto y profundo sobre el potencial argentino y sobre las posibilidades de
asentar, sobre los recursos propios, el proceso de reconstrucción posmonetarista y el despegue
definitivo hacia una economía industrial avanzada. A estos efectos, las comparaciones internacionales
suelen ser útiles y esclarecedoras. Con estos propósitos, en esta nota se comparan el aporte
norteamericano a la reconstrucción europea después de 1945 con la experiencia argentina de los
últimos años.
Concluida la segunda guerra mundial, Estados Unidos cumplió un papel significativo en la recuperación
de Europa occidental. El impulso principal provino de la progresiva. revaluación del dólar y de los
elevados gastos norteamericanos en el exterior.
El deterioro de la posición competitiva de Estados Unidos y la expansión de la liquidez internacional
generada por el creciente déficit norteamericano impulsaron las exportaciones y el nivel de actividad
en Europa y el resto del mundo industrializado. De todos modos, el llamado Programa de
Recuperación Europea, promovido por el entonces secretario de Estado, Marshall, contribuyó a
financiar la escasez de dólares de la temprana posguerra. El programa benefició a diecisiete países
europeos y abarcó un período de cuatro años desde su inicio en 1947.
Siete años de crisis
El Plan Marshall consistió en contribuciones no reembolsables que ascendieron a cerca de 15.000
millones de dólares de la época. Computando la inflación de las últimas tres décadas, aquel monto
representa alrededor de 60.000 millones de dólares de 1982.
¿Cómo se compara este monto del Plan Marshall con las magnitudes significativas de la experiencia
argentina de los últimos siete años? Al respecto conviene recordar tres indicadores principales: la
brecha entre el producto real y el potencial, la destrucción de capital productivo y la deuda externa. El
primero se refiere a la diferencia entre el producto efectivamente registrado a partir de 1976 y el que
debía haberse realizado si la economía nacional hubiera mantenido la tasa de crecimiento vigente
hasta 1973. Entre 1976 y 1981 la brecha asciende a casi 100.000 millones de dólares. En 1982 el
producto real será del 70% del potencial y la brecha asciende a 40.000 millones de dólares.
La pérdida del producto e ingreso en el período 1976-1982 alcanza a 140.000 millones de dólares. Vale
decir: más del doble del Plan Marshall. El segundo indicador, la destrucción de capital, también revela
hechos significativos. Suponiendo un producto industrial del orden de los 25.000 millones de dólares,
una relación producto-capital de 1 a 3 y un desmantelamiento del activo fijo existente en el sector
manufacturero del 30%, se observa que la destrucción del capital industrial en el período 1976-1982
asciende a una suma próxima a los 30.000 millones de dólares.
Por otra parte, considerando una tasa de ahorro del 20%, la pérdida de ahorro por la brecha entre el
producto real y potencial antes apuntada es del orden de los 30.000 millones de dólares. A esto hay
que agregar la disminución de la reserva vacuna de diez millones de cabezas en los últimos años. En
conjunto, la destrucción de capital atribuible a la política monetarista, instalada a partir de abril de
1976, supera los 60.000 millones de dólares. Vale decir: un monto semejante al del Plan Marshall.
Finalmente, comparemos aquel programa de ayuda de Estados Unidos con la deuda externa argentina.
Entre 1975 y la actualidad, la deuda externa se incrementó en 32.000 millones de dólares. Alrededor
de la mitad del valor actualizado del Plan Marshall. En resumen: los recursos que Estados Unidos
destinó a promover la reconstrucción europea bajo el Plan Marshall fueron inferiores a la destrucción
de riqueza registrada en Argentina después de 1976.
Reconstruir sin ayuda
El país no puede esperar hoy programas de ayuda externa para financiar su reconstrucción
posmonetarista. No habrá ayuda no reembolsable, como el Plan Marshall, ni aumento sustancial del
financiamiento privado internacional mientras persistan las dificultades de la balanza de pagos
argentina y las tendencias actuales del orden mundial.
No cabe esperar, a corto plazo, una expansión sostenida del comercio mundial, la mejora de los
términos de intercambio de la producción primaria y la rebaja sustancial de las tasas de interés reales
que imperan en las plazas financieras internacionales. A diferencia de la reconstrucción europea
después de 1945, Argentina no contará con ayuda externa ni tampoco con un contexto expansivo del
crédito y la producción mundiales.
Argentina deberá enfrentar esta crisis contando, fundamentalmente, con sus propios recursos. Pero la
magnitud de la destrucción de riqueza posterior a 1976 y su comparación con el Plan Marshall ilustra,
por una vía ciertamente dramática, la dimensión y el potencial de una economía que soportó tamañas
calamidades.
Un país autoabastecido de energía, excedentario en alimentos, con un considerable mercado interno,
un acervo tecnológico no despreciable y una tasa de ahorro del orden del 20% de su ingreso nacional
cuenta con el potencial suficiente para asentar, en sus propios recursos, su reconstrucción y
crecimiento.
La apreciación del potencial argentino ha sido, históricamente, la línea divisoria entre la propuesta
nacional y la versión dependiente de nuestro desarrollo. Desde el debate registrado en la Legislatura
de Buenos Aires y el Congreso Nacional, en la década de 1870 hasta la actualidad, los epígonos del país
preindustrial sostuvieron siempre la incapacidad argentina de formar un sistema económico integrado
y de consolidar un modelo de desarrollo autosustentado.
Desde Vicente Fidel López en adelante, la propuesta nacional enfatizó, en cambio, las posibilidades
reales del país y la factibilidad de formar un sistema industrial avanzado en el marco del inmenso
espacio territorial argentino.
Hoy, en 1982, sigue planteado el mismo dilema histórico. Sólo que ahora la solución definitiva del
interrogante no admite más demoras. La política monetarista posterior a 1976 colocó al país en una
situación límite: Argentina enfrenta la crisis volcándose a su dimensión interior y a la plena
movilización de su potencial o tolera, definitivamente, la subordinación y el atraso.
La respuesta compromete el rumbo futuro del desarrollo del país y también el tipo de relaciones que
se establecerán con el resto del mundo. Vale decir: ratifica la posición periférica en el orden mundial o,
como decía Pellegrini, se intercambia "producto acabado por producto acabado". La respuesta
compromete también la estrategia para enfrentar la deuda externa.
El país chico y dependiente aplicará la receta ortodoxa de ajuste de los pagos internacionales. El país
real, en cambio, ubicará la deuda en el marco más; amplio de la reconstrucción de sus instituciones y
su economía y, sobre estas bases, negociará y llegará a soluciones mutuamente aceptables con los
acreedores externos.
Un 'plan Marshall' para América Latina
"Ha llegado la hora de que Estados Unidos prepare y ponga en marcha el equivalente, en estos
momentos, de un plan Marshall para Latinoamérica". Ésta es la propuesta del ex secretario de Estado
norteamericano, Henry Kissinger, para resolver las relaciones de Estados Unidos con sus vecinos del
Sur. Se trata de seguir el ejemplo de las Administraciones estadounidenses hacia Europa tras la II
Guerra Mundial, que significó el afianzamiento de los lazos entre Washington y sus aliados europeos.
El más importante acontecimiento de la reciente cumbre de las democracias industriales, celebrada en
Bonn, no fue adecuadamente analizada por los gobernantes allí presentes ni recibió la cobertura
informativa que merecía. Se trata de la carta firmada por 11 jefes de Gobierno de los principales países
de Latinoamérica, en la que se solicitaba ayuda a los reunidos, habida cuenta de que los "graves
problemas" de la crisis latinoamericana no pueden ser resueltos únicamente por los naciones que los
padecen. La respuesta de las democracias industriales fue protocolaria y evasiva. Se felicitaban, simple
mente, por el hecho de que los problemas de la deuda latinoamericana "aunque lejos de estar
resueltos, se están tratando con flexibilidad y de forma efectiva". En lenguaje corriente, esto no quería
decir más que los países reunidos en Bonn no iban a adoptar ningún tipo de acción de carácter
gubernamental. La reiteración, sin em bargo, de consignas familiares no puede cambiar la realidad de
los hechos, a saber, que cuando los presidentes de los principales países latinoamericanos hacen oír su
voz de forma conjunta y son ignorados, están amenazadas las relaciones políticas a largo plazo en el
hemisferio occidental.
¿A qué crisis se están refiriendo estas naciones? Para Estados Unidos y para la mayoría de las
democracias industriales, el problema no es otro que el excesivo endeudamiento de estos países de
Latinoamérica, que pretende ser resuelto, por parte de las democracias occidentales, mediante
métodos financieros tradicionales. Pero para los vecinos del sur de los Estados Unidos, la cuestión
representa nada menos que la supervivencia de sus instituciones políticas. La Administración
estadounidense se ha félicitado repetidamente por la expansión de Gobiernos democráticos en
Latinoamérica. Pero la pregunta clave, a este respecto, es si estas democracias pueden sobrevivir
frente al dramático deterioro del nivel de vida que les es impuesto, y si la falta de esperanza de salir de
esta situación no podría generar un populismo que rechace tanto la libre empresa como las relaciones
de cooperación del hemisferio occidental, y esto incluso an tes de que las tendencias del mercado,
sobre las que se basa una teoría económica ortodoxa, pueda ofrecer las inversiones ne cesarias para el
desarrollo. Una vez que el proceso de radicalización haya comenzado, es más probable que incluso una
política constructiva estadounidense lo acelere que el que se produzca el proceso contrario.
Si Estados Unidos espera de masiado tiempo, se dará. cuenta de lo peligroso que resulta fijar la
atención tan sólo en las presiones populistas o contrarias al libre mercado. Si esto llegase a ocurrir, los
Estados Unidos se encontra rían en una situación política de fensiva en su propio ámbito geo gráfico y,
ciertamente, su presencia en el resto del mundo entraría en declive, al igual que su capacidad para
concebir una política global creativa.
No es por casualidad que Fidel Castro se haya referido recientemente a la crisis provocada por la
deuda latinoamericana en lo que, para él, son términos relativamen te moderados. Fidel Castro
contempla este problema como una oportunidad para erigirse en el portavoz de un agravio
compartido. Ser el paladín de la causa de los países latinoamericanos endeudados permite a Castro, al
mismo tiempo, conseguir una respetabilidad en la zona y proseguir su tarea revolucionaria minando
las relaciones entre Estados Unidos y sus vecinos del sur.
Ignorar o trivializar el llamamiento de los presidentes latinoamericanos es, por tanto, extremadamente
peligroso. En Brasil y Argentina, tan sólo el pago de los intereses acumulados es probable que
represente al menos el 45% de los ingresos obtenidos de las exportaciones; en cuanto a México esta
cifra se sitúa justo por debajo del 40%. Esto nos conduce al resultado paradójico de que la conversión
de países en vías de desarrollo en países desesperados y sin salida pasa por las inversiones que realizan
los exportadores de capital.
No discuto la validez que, en términos financieros, pueda tener este análisis. Lo que pongo en cuestión
es su prudencia y viabilidad políticas. Los Gobiernos latinoamericanos, en su mayoría, han respondido
a la crisis con valentía y resolución: un buen ejemplo de esto lo constituye el drástico programa de
reformas recientemente anunciado por el presidente argentino, Raúl Alfonsín. Pero no son los bancos
ni las entidades financieras internacionales los que, fundamentalmente, han originado el fracaso de las
negociaciones sobre la deuda latinoamericana. Tales instituciones han llegado al límite de lo que, con
sus condicionantes particulares, organismos financieros de este tipo pueden aceptar, o de lo que las
propias normas de las entidades internacionales pueden permitir. El presidente del Banco de la
Reserva Federal Estadounidense, Paul Volcker, ha luchado heroicamente y desde una posición de
cuasisoledad con estas cuestiones en el seno de los organismos dependientes de las Naciones Unidas.
Pero las instituciones internacionales no pueden llenar el vacío creado por la inactividad de los
Gobiernos occidentales, que pretenden mantenerse aparte de un proceso que puede afectar
crucialmente a la estabilidad política del hemisferio occidental.
¿Qué habría ocurrido, a finales de los años cuarenta, si América hubiera adoptado frente a Europa la
línea de actuación que ahora pretende seguir con respecto a América. Latina? ¿Qué habría ocurrido si
George Marshall hubiera pretendido que la solución para salir de la crisis económica en aquellos
momentos era que Europa produjese más de lo que consumía, que importase más de lo que
exportaba, que se recortasen los prestaciones sociales y que todo el crecimiento fuese generado
gracias a los recursos propios de cada país?.
Las acciones emprendidas por Estados Unidos en aquella ocasión delimitan con claridad el marco de
actuación: para preservar la democracia en Europa occi dental, para vencer la desesperanza y ofrecer
una salida, Estados Unidos llevó adelante el plan Marshall.
Esta prudente y perspicaz medida no fue un medio de escapar a la realización de las reformas precisas
ni de obviar la responsabilidad a la hora de tomar decisiones difíciles. El plan pudo ofrecer la
esperanza, y los medios, sin la que las dificultades pueden llegar a convertirse en desintegradoras a
nivel político y en insostenibles desde una perspectiva moral. Así, se creó un entramado político que
ha servido de base para las relaciones atlánticas desde hace 40 años.
Crear unas nuevas relaciones políticas
Con respecto a Latinoamérica, muy diferente es la actitud actual de Estados Unidos y del resto de las
democracias industriales. Las cuestiones que son cruciales, de vida o muerte, para Gobiernos
democráticos recientes son manejadas por banqueros y funcionarios internacionales, quienes, por
muy perspicaces que sean, nunca tienen la suficiente autoridad ni la experiencia bastante como para
diseñar relaciones de carácter político.
Y es, precisamente, la construcción de un nuevo esquema de relaciones políticas la necesidad
prioritaria en este momento. Brasil, que está en trance de salir de una dictadura militar, tiene previsto
celebrar elecciones legislativas dentro de 15 meses, así como las primeras elecciones presidenciales
directas en un plazo algo superior a tres años. El centro político brasileño se encuentra dividido tras la
trágica muerte del presidente electo, Tancredo Neves, el primer presidente civil en 20 años. En este
período de dificultades, Brasil debe recibir un mensaje político, amistoso y esperanzado, por parte de
su poderoso vecino del norte.
La aún reciente democracia argentina se encuentra en una posición comparable. El Gobierno recibe
presiones tanto de los militares, recientemente apartados del poder, como de los peronistas con su
récord de libertinaje, basado en empresas públicas y en una actitud antiestadounidense latente.
Y, mientras las instituciones mexicanas están mucho más firmemente asentadas, el país se resiente de
las consecuencias del rápido crecimiento demográfico, la caída en los precios de los crudos y el
proceso de transformación de una sociedad agrícola en otra de corte industrial.
Es preciso realizar, por supuesto, importantes reajustes económicos, y la mayoría de los Gobiernos
latinoamericanos así lo reconocen. Pero, en definitiva, los sacrificios, para realizarlos, han de apoyarse
en la esperanza, en una perspectiva clara de mejorar. El diálogo de Latinoamérica con los países
acreedores, especialmente con Estados Unidos, debe ir más allá del mero recuento del pago de los
intereses de la deuda y llegar al crecimiento económico y al desarrollo.
A ningún país en vías de desarrollo, incluido Estados Unidos en un momento anterior y comparable de
su historia, se le ha exigido a la vez que inicie su desarrollo con el esfuerzo de su propio ahorro y que, a
la vez, exporte capital. Sin un programa para el desarrollo del hemisferio occidental, no sólo se
producirá, más tarde o más temprano, el colapso de la estructura deudora, sino que las instituciones
latinoamericanas y la cooperación política en el seno del hemisferio occidental se verán enfrentados a
graves riesgos.
Estas son las razones por las que Estados Unidos debe proponer actualmente el equivalente filosófico
contemporáneo del "plan Marshall", que constituya un programa para el desarrollo del hemisferio
occidental, capaz de aunar a los tres principales factores de esta crisis en una postura común: el
Gobierno de Estados Unidos y, confio, los de otras democracias industriales, las instituciones
financieras y los Gobiernos deudores.
Tres propuestas para una solución
En concreto, mis propuestas son: 1) Estados Unidos y otras democracias industriales deberían
establecer un organismo para el desarrollo del hemisferio occidental, abierto a los países acreedores y
deudores de Latinoamérica, con un plazo de tiempo fijado para las tareas a realizar, de cinco a siete
años, por ejemplo. Para reducir el impacto presupuestario que repre sentaría la creación de este
organismo, la financiación del mismo podría llevarse a cabo gracias al crédito de las democracias indus
triales para conseguir fondos en los mercados internacionales de capitales, de forma que un dólar de
capital suscrito pudiera, de hecho, servir de aval para la consecución de más dólares para nuevos
créditos. De esta forma, se prestaría, no se daría gratuitamente, una herramienta a aquellos países en
vías de desarrollo que participasen en el programa. Para impedir que el coste de los nuevos in tereses
incrementase excesivamente el volumen de la deuda, los fondos se prestarían a un tipo de interés bajo
y fijo. Cualquier diferencia que se produjese entre el coste del plan de préstamos y este tipo de interés
se añadiría al principal y sería reembolsado mediante un nuevo plan de pagos.
2) Los países deudores deberían tener la oportunidad de participar, país a país, con condiciones
adecuadas a sus circunstancias específicas. El incentivo, en este caso, será el darse cuenta de que ésta
puede ser su última y, ciertamente, mejor oportunidad para conseguir el objetivo de un crecimiento
autónomo. La mayoría de las reformas que ahora exige el Fondo Monetario Internacional son, en
realidad, esenciales para conseguir la recuperación económica. La dificultad estriba en que el tiempo
que se concede para la realización de estas reformas es demasiado corto como para permitir la
edificación de la infraestructura requerida para llevarlas a cabo.
DICTADURA DE PINOCHET

Chile, uno de los países de Latinoamérica con mayor tradición democrática, era sacudido el 11 de
septiembre de 1973 con un golpe militar, encabezado por el general Pinochet. Pero no fue una
sorpresa. El país vivía desde hacía meses en una tensión creciente y el rumor de un inminente golpe
crecía imparablemente. El pronunciamiento fue bien recibido por un amplio sector de la sociedad
chilena, enemiga de las reformas y cansada de las penurias económicas. Los militares desencadenaron
una furibunda represión contra los partidarios de la Unión Popular (UP), que se saldó con miles de
detenidos y centenares de muertos.

Sólo dos semanas antes del golpe, el general Augusto Pinochet había sido designado por Allende
comandante en jefe del Ejército. Sustituyó al dimitido general Carlos Prats, que falto de apoyos en la
cúpula y los mandos del ejército, no pudo resistir la presión social de la derecha. Posteriormente, en
1974, fue asesinado por la DINA, la policía política de la dictadura.

Augusto Pinochet era un hombre astuto, hermético y ambicioso, al que se consideraba un militar
constitucionalista –Allende confió en su lealtad hasta última hora-. No había jugado un papel
relevante en la preparación del golpe, pero cuando los organizadores se lo propusieron, no dudó en
aprovechar la oportunidad histórica de encabezarlo.

En la madrugada del martes 11 de septiembre –el ataque a las Torres Gemelas también fue un martes
11 de septiembre- los barcos de la Armada, que habían zarpado el día anterior para participar junto a
buques estadounidenses en unas maniobras militares, regresaron a Valparaíso. Unos pocos cañonazos
bastaron para ocupar las calles del puerto, la Intendencia y los centros de comunicación. Eran las 6 de
la mañana.

El bombardeo del palacio de La Moneda

El presidente Allende, advertido de los primeros movimientos golpistas de la Armada en Valparaiso,


había llegado a La Moneda, acompañado de su guardia personal, a las 7,30h. En los alrededores del
palacio ya se apostaban tropas rebeldes. En su primera alocución por radio, Allende informó al país del
levantamiento, que él suponía restringido a la Armada en Valparaíso. Quince minutos después las
radios de oposición transmitieron la primera proclama de las Fuerzas Armadas.

Después de tratar inútilmente de comunicarse con los jefes de los tres ejércitos, Allende tuvo claro que
los tres cuerpos estaban conjurados en el golpe. Entonces empezaron a sentirse los primeros disparos
entre golpistas y francotiradores instalados en los edificios públicos próximos. A las 9,20h, Allende
habló por última vez a través de Radio Magallanes. Con emotivas palabras, en el que sabe será su
último discurso, se despidió del pueblo chileno.

Poco más tarde, los tanques comenzaron disparar intensamente contra La Moneda, desde donde los
defensores respondieron el fuego. Allende rechazó el ofrecimiento de un avión para partir al exilio.
Alrededor de las 11h, a instancias del presidente, un grupo de mujeres -entre las que se encontraban
sus hijas- y funcionarios del gobierno abandonaron el palacio.

A las 12h cuatro aviones arrojaron durante quince minutos más de veinte bombas explosivas sobre el
viejo edificio, que empezó a arder. El ataque a La Moneda constituyó la acción militar más
emblemática del golpe, la más determinante para su éxito y un ejemplo de precisión, porque las
bombas destruyeron el interior del inmueble pero no la fachada del palacio, la cual sólo quedó
impactada por disparos de rifle y metralla.

Todavía hoy se desconoce la identidad de los cuatro pilotos de los Hawker Hunter que participaron en
esa operación –durante años corrió el rumor de que habían sido pilotos norteamericanos-. El pacto de
silencio entre pilotos y mandos de la Fuerza Aérea chilena perdura y los intentos recientes (2011) de la
justicia por esclarecerlo han sido infructuosos.
La muerte de Allende

El presidente resistió los ataques aéreos y terrestres dentro de La Moneda, junto con un grupo de
fieles colaboradores, hasta que efectivos militares lograron entrar en el edificio por una puerta lateral.
La guardia de Carabineros, encargada de custodiarlo, ya se había pasado a los golpistas. Cuando los
militares ocuparon la planta baja, Allende instó a sus colaboradores a rendirse. Eran las 13,30h.

Oscar Soto, médico personal del mandatario, que ya se había entregado, escuchó una ráfaga de
metralleta y ya no volvió a ver a Allende. Cuando el comandante Roberto Sánchez - otro fiel
colaborador del presidente- entró al salón donde estaba el cuerpo de Allende, lo encontró con un fusil
automático AK-47 dirigido a la mandíbula, pero puesto en tiro a tiro –es una de las incógnitas que
queda por aclarar: la metralleta estaba puesta tiro a tiro y lo que se escuchó fue una ráfaga-.

En los primeros momentos, persistieron varias versiones sobre su muerte: que murió combatiendo en
la defensa del palacio, que fue asesinado cuando se encontraba herido y que acabó suicidándose
antes que rendirse, con la AK-47 que le había regalado Fidel Castro. Esta última hipótesis es la más
aceptada después de que el mismo presidente, en su discurso radiofónico de despedida a través de
Radio Magallanes, expresara: "pagaré con mi vida la lealtad del pueblo". Esta versión está avalada por
el testigo presencial Patricio Guijón, un médico colaborador de Allende, y aceptada por la familia. Fue
enterrado en el cementerio de Viña del Mar y con la llegada de la democracia en 1990 fue trasladado
al de Santiago.

El 23 de mayo de 2011, a petición de la fiscalía, su cadáver fue exhumado para revisar las causas del
fallecimiento. El equipo internacional que examinó el cuerpo confirmó que Allende se suicidó.

Una sociedad dividida

Salvador Allende se había convertido en el líder natural de la izquierda chilena desde mediados de los
años cincuenta. Impulsor de la fórmula conocida por la vía chilena al socialismo, una vía pacífica, que
postulaba un socialismo democrático y pluripartidista, muy distinto al impuesto por Fidel Castro en
Cuba. Fue candidato en cuatro ocasiones a la presidencia. A excepción de la primera vez (1952), donde
obtuvo un testimonial 5,4% de los votos; en 1958 consiguió el 28,8% y en 1964, el 38,9 frente al 56,1
del democristiano Eduardo Frei Montalva.

Finalmente, en las elecciones del 4 de septiembre de 1970,encabezando la candidatura de la UP -


coalición que integró a socialistas, comunistas, radicales y otros pequeños partidos -, recibió el 36,6 de
los votos, casi dos puntos más que el derechista Jorge Alessandri y nueve más que el
democristiano Radomiro Tomic, pero dos puntos menos que su propia candidatura de 1964.

A falta de una victoria por mayoría absoluta, el pleno del Congreso y el Senado debía elegir al nuevo
presidente. Aunque el centro-derecha tenía mayoría, los democristianos no aceptaron las propuestas
de Alessandri y, el 24 de octubre, las cámaras proclamaron presidente de la República a Salvador
Allende, por 153 votos contra 35 para Alessandri. Tomó posesión el 3 de noviembre.

En las legislativas de marzo de 1973, la UP aumentó el respaldo hasta el 45 por ciento de los votos,
pero fue insuficiente para conseguir la mayoría de las dos Cámaras. Allende dirigió el país durante tres
añoscon la oposición del Congreso y una parte de la sociedad, antagónica a sus ideas. Su voluntad de
disminuir la pobreza y las desigualdades no tuvieron el suficiente apoyo social. La sociedad chilena se
fue polarizando cada vez más y el centro político se hundió. Además, la misma UP, en demasiadas
ocasiones, le proporcionó un apoyo político endeble y fragmentado.

La crisis económica
Los mil días de gobierno de Allende estuvieron lejos de ser la ansiada experiencia de revolución sin
fusiles que proclamaba. A la creciente tensión social -avivada entre bastidores por Washington- se le
sumo una política económica recibida con hostilidad y miedo por empresarios y grandes propietarios

En julio de 1971, Allende promulgó la ley de Nacionalización del Cobre. Después llevó a cabo
expropiación de haciendas, el aumento del control estatal de empresas y bancos, la nacionalización de
compañías extranjeras y medidas de redistribución de la renta. Sus intentos de reestructurar la
economía del país llevaron al aumento de la inflación y la escasez de alimentos. En diciembre de
1972, Allende denunció ante la Asamblea General de la ONU la agresión internacional y el boicot
económico del que era objeto su país. Finalmente, meses antes del golpe, una prolongada huelga de
camioneros que se oponían a sus planes de nacionalización dejaron las tiendas desabastecidas. Los
comerciantes, sin casi nada que vender, se unieron a la protesta. El malestar social era imparable.

El papel de Estados Unidos

La masiva desclasificación de documentos estadounidenses sobre el golpe de Estado en Chile en 1999


y el año 2000 confirmó la responsabilidad de Washington en el derrocamiento de Allende. Los
documentos de la CIA, el Pentágono, el departamento de Estado y el FBI señalaron que desde la
elección de Allende en 1970, el entonces presidente Richard Nixon autorizó al director de la
CIA, Richard Helms, a socavar al gobierno chileno por temor a que el país se convirtiera en una nueva
Cuba.

De hecho, la agencia realizó operaciones encubiertas en Chile desde 1963 a 1975, primero para
impedir que Allende fuera electo –sobornando a políticos y legisladores-, luego para desestabilizar su
gobierno y, tras el sangriento golpe, para apoyar la dictadura de Pinochet. Los documentos también
revelaron que la CIA pagó 35.000 dólares a un grupo de militares chilenos implicados en el asesinato,
en octubre de 1970, del general René Schneider, comandante en jefe del Ejército y leal a Allende.

Las víctimas

El mismo día 11, todavía vivo Allende, el comité político de la UP decidió no resistir: los trabajadores
debían abandonar sus centros de trabajo y regresar a sus hogares, pero hubo enfrentamientos en la
Universidad Técnica, en industrias y en otras poblaciones del paísque arrojaron decenas de muertos
y miles de detenidos. Las embajadas comenzaron a llenarse de asilados.

El Estadio Nacional se convirtió en el mayor campo de detención, cerca de 30.000 partidarios de la UP


fueron hechos prisioneros, torturados y muchos asesinados, entre ellos el cantautor Víctor Jara.
Según el informe Rettig (1991), murieron a causa de la violencia 3.196 personas, de las que 1.185
fueron detenidos políticos desaparecidos, de las que pocos han sido encontrados e identificados. Pero
estas cifras son de muertos y desaparecidos comprobadas meticulosamente tras las denuncias
recibidas por la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, creada en 1990. Otras fuentes elevan
las cifras significativamente.

La última víctima ilustre de aquel luctuoso septiembre chileno fue el laureado poeta Pablo
Neruda. Falleció el día 23. El funeral se convirtió en la primera manifestación contra la Junta Militar. Su
muerte todavía es un misterio. En febrero de este mismo año, su cadáver ha sido exhumado para
intentar aclarar si falleció como consecuencia del cáncer de próstata que padecía o fue envenenado.
En cualquier caso, su fallecimiento es paradigma del dolor por el golpe militar y el fracaso
del socialismo a la chilena que él tanto defendió.

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