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5 Cf. LYNCH, John: «La Iglesia católica en América Latina, 1830-1930», en Leslie
BETHELL (ed.): Historia de América Latina, vol. 8, América Latina: cultura y sociedad, 1830-
1930, Barcelona, Crítica (1991), 65-122.
6 Para una mayoría de la población tanto urbana como, sobre todo, rural, la situación
creada tras la desaparición de la administración colonial se puede comparar a la que se dio en
el imperio romano de occidente tras su caída, a finales del siglo v, cuando, sobre todo en el
mundo urbano, las autoridades de la Iglesia suplieron en gran. medida las funciones de la de-
saparecida administración imperial.
7 El caso más dramático fue el de Centroamérica, donde la situación casi permanente de
conflicto y guerra civil entre 1824 y 1830, la dictadura liberal y anticlerical de Morazán en
los 30, que expulsó a las órdenes religiosas, y de nuevo la guerra civil en la década de los 50.
A la Iglesia en esta región no le quedaron ni siquiera el cobro de los diezmos: vid. por ej., Ed-
gar ZÚÑIGA C.: Historia eclesiástica de Nicaragua, Managua, Hispamer (1996),303-318.
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cional sino también al interior de sus propios pueblos. Por otro lado, el
estamento clerical aceptó con naturalidad el ejercicio del patronato re-
publicano -en realidad era el estilo de gobierno, acentuado por el
regalismo borbónico, al que estaban acostumbrados- siempre que el
titular del poder ejecutivo se mostrara respetuoso con la Iglesia. Y esto
fue 10 que hicieron la gran mayoría de los caudillos que, con una orien-
tación abiertamente conservadora, gobernaron de hecho la casi totali-
dad de las nuevas repúblicas durante este períod0 8 ; en algunos países,
como el México de Santa Anna, la Argentina de Rosas o el Chile «por-
taliano», se puede hablar incluso de una alianza tácita entre régimen
caudillesco y alto clero para mantener el orden establecido frente a las
intentonas liberales o radicales, más o menos ligadas a la masonería y,
en todo caso, contrarias a la influencia de la Iglesia en la sociedad. En
esa alianza jugaron un papel relevante los pocos obispos metropolita-
nos que quedaron en el continente, como Vázquez en México, Luna y
Pizarro en Lima, Goyeneche en Arequipa, Vicuña y Larraín en Chile,
Mosquera en Santafé de Bogotá, etc. 9 •
Quizás la prueba más clara de que esta primera etapa fue favorable
para la Iglesia en su relación con los nuevos gobiernos se encuentra en
el hecho de que todas las primeras constituciones republicanas afirma-
ron la religión católica como la del Estado, y sólo en el caso de las
constituciones de Venezuela y de la Confederación Centroamericana de
1824 se permitió la tolerancia de cultos.
Por su parte, la Santa Sede se limitó a poner un mínimo de ordenen
la dirección de la Iglesia latinoamericana, con el establecimiento de al-
gunos delegados apostólicos con amplias facultades sobre extensos
territorios y el nombramiento de algunos obispos - a veces con la cate-
goría de in partibus infidelibus, para evitar el conflicto con el preten-
dido derecho de patronato-; pero no dejó de insistir mediante encícli-
cas y otras manifestaciones oficiales en su derecho y deber de velar por
la atención pastoral de sus fieles en aquellos países, que eran la in-
mensa mayoría de la población.
10 Cf. BRADING, David A.: Orbe indiano. De la monarquía católica a la república criolla
(1492-1867), México, FCE (1992).
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11 Vid., por ej., Edgar ZÚÑIGA c.: op. cit, 303-393. En este país centroamericano, el go-
bierno del general Tomás Martínez (1862-68) firmó un concordato con la Santa Sede.
12 DEMELAS, M.D. y SAINT-GEOURS, Yves: Jerusalén y Babilonia: religión y política en
Ecuador, 1780-1880, Quito (1988).
13 Cf. V ALDA PALMA, Roberto: Historia de la 19lesia en Bolivia en la República, La Paz
(1995),113-117.
14 Cf. FRIEN, Hans-Jürgen y MARTÍNEZ DE CODES, Rosa María (coord.): «El proceso des-
vinculador y desamortizador de bienes eclesiásticos y comunales en la América española. Si-
glos XVIII y XIX», Cuadernos de Historia Latinoamericana, n. 7, AHILA (1999).
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18 Esa presencia se vio notablemente incrementada con clero regular y secular proce-
dente de la Europa del sur, sobre todo, como una manifestación más de la emigración masiva
de europeos a los países del Río de la Plata en las décadas finales del siglo XIX. Un estudio
detallado y extenso sobre este fenómeno en ÁLVAREZ GILA, Óscar: Euskal Herría y el aporte
europeo a la Iglesia en el Río de la Plata, Vitoria-Gasteiz, Universidad del País Vasco
(1999).
19 Cf. MARTfNEZ DE CODES, Rosa María: La Iglesia Católica en la América indepen-
diente. Siglo XIX, Madrid, Mapfre (1992), 287-321.
20 Laprimera Universidad católica se fundó en Santiago de Chile en 1889 (Cf. ARANA,
F.: op. cit., 599-600).
21 Cf. ADAME GODDARD, Jorge: El pensamiento político y social de los católicos mexica-
nos 1867-1914, México (1981).
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22 Vid., por ej., HERAS, Julián: Los franciscanos y las misiones populares en el Perú, Ma-
drid, editorial Cisneros (1983), 37-123.
23 Cf. AMORES, Juan B.: «La Iglesia en Cuba al final del período colonial», Anuario de
Historia de la Iglesia, VII, Pamplona (1998),67-83.