Sei sulla pagina 1di 16

OPINIÓN |EDITORIAL

La tragedia de los niños migrantes


separados de sus padres continúa
Por EL COMITÉ EDITORIAL 31 de agosto de 2018

“No me gustó ni la imagen ni el sentimiento de saber que las familias eran


separadas”, dijo el presidente Trump el 20 de junio, cuando firmó una
orden ejecutiva para detener la práctica depravada de su gobierno de
separar a niños migrantes de sus padres que buscan asilo en la frontera
sur de Estados Unidos. “Esto resolverá el problema”.

Tal vez firmar una orden así fue una cuestión de conciencia para Trump,
quien se sintió moralmente obligado a abordar la crisis humanitaria
causada por su propia política fronteriza de tolerancia cero.

Si es así, el asunto todavía debería preocuparle. Aunque las separaciones


familiares han dejado de ser el foco de atención —lo que ha permitido a
Trump disfrutar su momento ejecutivo de la mañana sin tener que
enfrentar las imágenes televisadas de niños migrantes que lloran—, la
crisis en sí está lejos de resolverse. Cientos de niños permanecen
separados de sus padres. Muchos de los que han sido reunificados llevan
las cicatrices del trauma. Familias de migrantes continúan siendo llevadas
a centros de detención del gobierno, aunque ahora están detenidos juntos.

Con la brutalidad de su tolerancia cero, el gobierno de Trump encontró la


manera de hacer una cantidad de daño impresionante en un periodo muy
breve. En las seis semanas que la política estuvo en vigor, más de 2600
niños fueron separados de sus padres, sin ninguna consideración o
planeación sobre cómo se reunificaría a las familias al final .

Menos de una semana después de la orden ejecutiva, el juez federal Dana


Sabraw, al dar su fallo sobre una demanda colectiva presentada por la
Unión Estadounidense de Libertades Civiles (ACLU), impuso una orden
judicial temporal sobre las separaciones familiares y ordenó al gobierno
reunificar a todos aquellos que había separado. Se fijó la fecha límite del
26 de julio y los niños menores de 5 años fueron tratados de manera
expedita.

Más de un mes después de esa fecha límite, el progreso ha dado resultados


mezclados. Después de un difícil comienzo, y con ciertos retrasos
burocráticos de parte del gobierno, más de dos mil niños se han vuelto a
reunir con sus padres. Sin embargo, permanece la sombra de lo que esos
inocentes han sufrido. Voluntarios que trabajan con las familias reportan
señales de trauma por la separación y otros problemas de salud mental en
los niños. Algunos se han vuelto retraídos y callados. Algunos
experimentan pánico alrededor de desconocidos. Otros sienten un temor
enorme de dejar que sus padres se aparten de ellos, incluso para ir al baño.
Profesionales relacionados con la medicina advierten daño psicológico y
emocional a largo plazo, incluidos trastornos de ansiedad, depresión,
retraso en el desarrollo, así como problemas de confianza y de memoria.

Y esos son los “afortunados”. A finales de agosto, más de quinientos niños


todavía permanecen en custodia del gobierno, con miedo, confundidos y
con la incertidumbre de si algún día volverán a ver a sus padres. Unos
cuantos son hijos de padres que han sido calificados como no aptos para
la reunificación debido a antecedentes criminales u otras circunstancias.
(Los delitos que los descalifican incluyen cargos por posesión de drogas,
problemas con identificaciones y condenas por manejar en estado de
ebriedad).

No obstante, en la mayoría de los casos —343, en el último conteo— los


padres han sido deportados. Ubicarlos requiere de mucho tiempo y
trabajo que consume muchos recursos de los grupos sin fines de lucro que
encabezan el esfuerzo. Un comité directivo formado por ACLU tiene a
cincuenta personas que trabaja con número telefónicos que el gobierno
les dio después de cierto retraso; algunos números no son correctos. Para
empeorarlo, algunos padres son difíciles de localizar debido a que se han
perdido entre las sombras de sus devastados países de origen de los que
huyeron aterrorizados. Grupos como Justice in Motion han enviado
investigadores a buscar a esas personas en lugares remotos de México y
Centroamérica. En una audiencia reciente de estatus, el juez Sabraw
expresó optimismo de que las cosas parecían avanzar por buen camino.
Sin embargo, la ACLU espera que el proceso continúe por dos meses más,
mientras los niños siguen esperando.

Como era de esperarse, el gobierno de Trump ha sido menos entusiasta


en arreglar el problema que lo que fue en crearlo. Hace unos meses, trató
de zafarse de gran parte de sus responsabilidades sobre la reunificación al
asegurar que era el trabajo de la ACLU localizar a todos los padres que
habían sido deportados por el gobierno sin sus hijos. Nuevamente, el juez
Sabraw tuvo que interceder y reprobar la reacción, y ordenó que el
gobierno se coordine con la ACLU.

Para complicar el asunto, el gobierno ha decretado que las reunificaciones


deben llevarse a cabo en el país de origen de las familias. Lo que significa
que, una vez que son contactados, los padres enfrentan una decisión
imposible: renunciar a la solicitud de asilo de sus hijos y regresarlos a
casa, o dejar a sus hijos en Estados Unidos para que intenten navegar por
su cuenta a través del proceso de asilo.

En medio de todo este inmenso dolor, los desafíos de la corte siguen


proliferando. La ACLU lleva a cabo procesos en nombre de los padres
deportados que afirman que, en medio del caos de pesadilla de que les
arrebataran a sus hijos, fueron forzados o engañados para que firmaran la
renuncia de su propio derecho a solicitar asilo. Sin embargo, probar esos
hechos no es fácil y muchos de esos hombres y mujeres siguen
traumatizados por lo que han vivido.

También falta responder a la pregunta de cómo acabará esta situación. El


gobierno de Trump no ha hecho ningún movimiento hasta ahora para
desafiar la orden judicial sobre separaciones familiares, pero la semana
pasada, durante sus reportes de avance semanal al juez Sabraw, el
Departamento de Justicia silenciosamente presentó una notificación de
apelación que conserva el derecho del gobierno a volver a litigar
prácticamente cualquier aspecto de la orden judicial. Al notificar al juez
Sabraw, el subprocurador adjunto Scott Stewart aseguró a la corte que
simplemente era un asunto de protocolo que no afectaría la continuación
del proceso de reunificación. Sin embargo, podrían surgir problemas, por
ejemplo, sobre si se debería permitir regresar a Estados Unidos a los
padres deportados para la reunificación o si el gobierno tiene alguna
responsabilidad sobre ofrecer tratamiento por el trauma a los niños cuyas
vidas ha destrozado.

Nadie sabe qué elementos de la orden judicial el gobierno decidiría


desafiar, si lo hace. Sin embargo, dado que el atractivo político del
presidente ha sido construido en gran parte con base en sus furiosos
ataques a los migrantes, es mejor estar atentos.
OPINIÓN |EDITORIAL
Presidente Trump: no interfiera en
Venezuela
Por EL COMITÉ EDITORIAL 12 de septiembre de 2018

Estados Unidos no debe involucrarse en golpes de Estado, punto.

Así que es un consuelo saber que el gobierno de Trump optara por no


apoyar a los líderes rebeldes en Venezuela que buscaban destituir al
presidente Nicolás Maduro; pero sí es inquietante que Donald Trump y
sus asesores tomaran la decisión correcta por las razones incorrectas: la
falta de confianza en que los conspiradores tuvieran éxito en una
operación riesgosa, y no la preocupación por la idea de una intervención
en sí misma.

No hay duda de que Maduro es un líder electo de manera ilegítima que ha


encaminado a su país hacia un desplome político, económico y social
catastrófico. Hubo funcionarios estadounidenses que discutieron la
posibilidad de ayudar a destituirlo en tres reuniones que sostuvieron
durante el último año con líderes rebeldes —quienes iniciaron el
contacto—, como reportó The New York Times el fin de semana.

Debido a la crisis en Venezuela, no es descabellado que haya diplomáticos


estadounidenses que se reúnan con todas las facciones, incluidos oficiales
militares rebeldes, para tener el pulso del rumbo del país. Por ejemplo:
¿quién quedaría a cargo en caso de un proceso de transición política?
¿Qué tipo de gobierno aspirarían a instalar?

Pero tener varias reuniones con los conspiradores empieza a parecer una
colaboración. Es una noticia que terminaría por filtrarse, como sucedió.

Y los comandantes rebeldes tenían razones para pensar que los


estadounidenses podrían simpatizar con su causa. El año pasado, el
presidente Trump declaró que Estados Unidos tenía una opción
militarpara Venezuela. Marco Rubio, senador republicano de Florida,
también ha sugerido que estaría a favor de una acción armada. Desde su
cuenta de Twitter, el senador animó a los disidentes de las fuerzas
armadas venezolanas a derrocar a su mandatario.

Incluso si Trump se siente tentado a intervenir o actuar militarmente —


como sugieren sus declaraciones—, el presidente debería considerar la
dolorosa historia de injerencia estadounidense en América Latina y los
intentos recientes de interferir en otros sitios para destituir dictadores e
instalar democracias.
Durante buena parte del siglo pasado, Estados Unidos acumuló una
historia sórdida en América Latina al hacer uso de la fuerza y la astucia
para instalar o apoyar regímenes militares y delincuentes brutales con
poco interés en la democracia.

Esa “diplomacia de las cañoneras” de principios del siglo XX derivó en el


envío de tropas estadounidenses a Cuba, Honduras, México, Nicaragua y
otras naciones para erigir gobiernos de acuerdo a la predilección de
Washington.

Durante la Guerra Fría, la CIA orquestó, en 1954, la destitución de Jacobo


Árbenz, el presidente electo de Guatemala; la invasión en 1961 de bahía
de Cochinos en Cuba, y el golpe de Estado en Brasil en 1964. También
ayudó a crear las condiciones para que, en 1973, una junta militar en Chile
derrocara al presidente democráticamente electo, Salvador Allende.

En años posteriores, Estados Unidos respaldó a los Contras, que


enfrentaban a la Revolución Sandinista de Nicaragua (en la década de los
ochenta), invadió Granada (1983) y apoyó gobiernos brutalmente
represivos en Guatemala, El Salvador y Honduras.

Pocas —si es que alguna— de estas intervenciones puede considerarse que


tuvieron un resultado idóneo.

El presidente de Estados Unidos no tiene mucha credibilidad ni buena


voluntad para trabajar con la región mientras esta busca una solución a la
pesadilla venezolana.
Hay una buena manera de presionar al régimen venezolano: Trump y
otros líderes no deben dejar de promover una transición negociada a
través del endurecimiento de sanciones enfocadas en Maduro y sus
secuaces, quienes han afianzado un sistema autocrático y corrupto. Cuba,
que depende de Venezuela por el petróleo y que tiene una buena relación
con Maduro, debería ser incentivada a aprovechar esa cercanía. Trump y
otros líderes también deben coordinar y ampliar la ayuda para los
venezolanos que sufren por la situación en su país.

Es alentador que la Casa Blanca decidiera enviar a las reuniones a un


diplomático y no a un miembro de la CIA, lo que habría sido una maniobra
más escandalosa. Sin duda, la vía diplomática es preferible a que Estados
Unidos intervenga militarmente en otro país, un proyecto que con certeza
fracasará de manera miserable.

Sin embargo, gracias a la decisión de Trump de retomar las sanciones a


Cuba, de adoptar una postura inflexible sobre el Tratado de Libre
Comercio de América del Norte y su antipatía a los esfuerzos
multilaterales, el presidente estadounidense no tiene mucha credibilidad
ni buena voluntad para colaborar mientras la región busca una solución a
la pesadilla venezolana.
Esta es una situación preocupante porque está claro que Maduro y su
visión socialista han sido desastrosos para Venezuela y la región. Maduro
debe dejar el poder. El país alguna vez fue uno de los más prósperos de
América Latina y tiene las mayores reservas comprobadas de petróleo en
el mundo. Pero después de dos décadas de régimen socialista y de una
corrupción monumental, la economía está colapsada y la inflación anual
puede superar el millón por ciento este año, según el Fondo Monetario
Internacional. Los alimentos básicos y medicinas son cada vez más
difíciles de conseguir. La crisis humanitaria ha llevado a cientos de miles
de venezolanos a huir hacia Colombia, Ecuador, Perú y otras naciones
vecinas.

Por lo mismo, aunque la democracia se ha extendido en la mayoría de los


gobiernos latinoamericanos en los últimos veinticinco años, hay pocas
personas y líderes en la región que protestarían si Maduro fuera
destituido.

La participación de Estados Unidos en su derrocamiento, sin embargo, sí


atizaría los resentimientos y sospechas regionales hacia Washington. Las
noticias de las reuniones le han servido como propaganda a Maduro,
quien desde hace tiempo intenta, ridículamente, culpar a Estados Unidos
de los problemas de Venezuela.

Es difícil ser optimistas sobre el curso de Venezuela, que muchos expertos


predicen terminará colapsando en la anarquía. Aun así, respaldar un
golpe de Estado también dificultaría que los estadounidenses se
presenten como defensores creíbles de la democracia alrededor del
mundo, un esfuerzo que ya ha sido socavado por la desidia de Trump a las
normas democráticas en su país y su entusiasmo por algunos tiranos del
mundo.
OPINIÓN |EDITORIAL
La prensa libre te necesita
Por EL COMITÉ EDITORIAL 16 de agosto de 2018

En 1787, el año en que la Constitución de Estados Unidos fue aprobada,


es ampliamente conocido que Thomas Jefferson le escribió a un amigo:
“Si tuviera que decidir si debemos tener un gobierno sin periódicos o
periódicos sin gobierno, no dudaría en preferir lo segundo”.

De cualquier modo, así es como él se sentía antes de convertirse en


presidente. Veinte años después, tras enfrentarse a la supervisión de la
prensa desde el interior de la Casa Blanca, se mostraba menos seguro de
su valor. “Ahora no se puede creer nada que sea visto en un periódico”,
escribió. “La verdad misma se hace sospechosa cuando aparece en ese
vehículo contaminado”.

La incomodidad de Jefferson era, y sigue siendo, entendible. Reportar las


noticias en una sociedad abierta es una misión entrelazada con el
conflicto. Su incomodidad también ilustra la necesidad por el derecho que
él ayudó a consagrar. Como los padres fundadores creían con base en su
propia experiencia, un público bien informado tiene las mejores
herramientas para eliminar la corrupción y, a largo plazo, promover la
libertad y la justicia.

“La discusión pública es un deber político”, indicó la Corte Suprema en


1964. Esa discusión “debe ser desinhibida, vigorosa y totalmente abierta”
y “puede incluir ataques vehementes, cáusticos y en ocasiones poco
placenteros y agudos contra el gobierno y los funcionarios”.

En 2018, los ataques más dañinos provienen de funcionarios del gobierno.


Criticar a los medios —por darles menos o más importancia a las noticias,
por equivocarse en algo— es completamente correcto. Los reporteros y
editores son humanos y cometen errores. Corregirlos es crucial para
nuestro trabajo. Sin embargo, insistir en que las verdades que no te gustan
son “noticias falsas” es peligroso para el alma de la democracia. Y decir
que los periodistas son los “enemigos del pueblo” es peligroso.

Estos ataques a la prensa son particularmente amenazadores para los


periodistas de naciones con un Estado de derecho menos estricto y para
publicaciones de menor tamaño en Estados Unidos, que ya han sido
golpeadas por la crisis económica de la industria. Y, sin embargo, los
periodistas de esos diarios continúan con el arduo trabajo de hacer
preguntas y contar las historias que de otra manera no conocerías. Por
ejemplo, The San Luis Obispo Tribune escribió sobre un preso que estuvo
inmovilizado durante 46 horas, lo que causó su fallecimiento. El suceso
obligó al condado a cambiar cómo trata a los prisioneros que padecen
enfermedades mentales.

Para responder a un llamado hecho la semana pasada por The Boston


Globe, The New York Times se une a más de doscientos periódicos, desde
diarios en grandes áreas metropolitanas hasta pequeños semanarios
locales, para recordarles a los lectores sobre el valor de la prensa libre en
Estados Unidos. Estos editoriales reafirman una institución
estadounidense fundamental.

Si todavía no lo has hecho, por favor, suscríbete a los periódicos locales de


tu ciudad. Reconoce su labor cuando creas que han hecho un buen trabajo
y critícalos cuando pienses que pueden hacerlo mejor. Todos estamos
juntos en esto.

En este enlace puedes leer fragmentos de los editoriales publicados en


inglés por más de doscientos diarios de Estados Unidos que alzan la voz
para recordar el valor de la libertad de prensa.
OPINIÓN |EDITORIAL
Editorial: Donald Trump y el falso mito
del hombre que se hizo a sí mismo
Por EL COMITÉ EDITORIAL 3 de octubre de 2018

“Construí lo que construí por mí mismo”.

Este alarde ha estado desde hace tiempo en el núcleo de la mitología de


Donald Trump, una persona que logró convertirse en multimillonaria
gracias a su propio esfuerzo. La historia contada con frecuencia señala que
el joven Trump aceptó un modesto préstamo de un millón de dólares de
su padre, Fred, un moderadamente exitoso desarrollador inmobiliario de
Queens, y —a través de su astucia, trabajo arduo y pura fuerza de
voluntad— transformó ese préstamo en un imperio global
multimillonario.

Es un clásico relato estadounidense de ambición y autodeterminación. No


es precisamente un Horatio Alger —escritor cuyas novelas sobre personas
que alcanzan la riqueza a partir de la perseverancia—, pero es interesante
e impresionante, sin duda.

A excepción de que, como mucho de lo que Trump ha estado vendiendo


al público estadounidense en los últimos años, esta historia sobre sus
orígenes es un engaño: una versión de la realidad tan elaboradamente
embellecida que califica como ficción más que como biografía. Además,
como sabemos que es de esperarse con Trump, la creación de este mito
involucra una gran dosis de actividades éticamente poco precisas, incluso
posiblemente ilegales.

Como reveló una investigación extensa de The New York Times, Trump lo
hizo solo gracias a su propio esfuerzo, si no se cuentan las enormes
recompensas financieras que recibió del negocio de su padre desde que
empezó a caminar. (A los 3 años, el pequeño Donald ya reportaba un
ingreso anual de lo que en la actualidad equivaldría a 200.000 dólares al
año). Estos beneficios no solo incluyen las ventajas comunes de provenir
de una familia rica y acomodada —las conexiones, el acceso a crédito, la
red de protección incorporada—. Para los Trump, también involucró
donaciones directas de efectivo y decenas de millones en “préstamos” de
los que nunca se cobraron intereses o tuvieron que ser pagados. Fred
Trump incluso compró varias propiedades y empresas, en las que nombró
como propietarios totales o parciales a sus hijos, quienes cosecharon las
ganancias.
Conforme Donald Trump surgía como el hijo predilecto, Fred hizo tratos
especiales y acuerdos para incrementar, en particular, la fortuna de
Donald. The New York Times descubrió que, antes de que Donald
cumpliera 30 años, había recibido cerca de 9 millones de dólares de parte
de su padre. A la larga recibió más, que en dólares actuales serían 413
millones de dólares.

En el proceso, parece que los Trump se tomaron ciertas libertades al


interpretar las leyes fiscales. The New York Times descubrió que tramar
esquemas elaborados para evitar pagar impuestos sobre el patrimonio de
su padre, incluido el entendimiento del valor del negocio familiar, se
convirtió en un pasatiempo importante para los hijos de Fred, y Donald
tomó un rol activo en el esfuerzo. Según expertos fiscales, las actividades
en cuestión muestran un modelo de fraude, un enturbamiento deliberado
de las aguas financieras. Cuando se le solicitó un comentario sobre los
hallazgos de The New York Times, un abogado del presidente
estadounidense envió una declaración por escrito en la que niega
cualquier acto ilícito y en la cual asegura que, de hecho, Trump tuvo poca
participación con las confusas transacciones que involucran la riqueza de
su familia.

Cualquiera puede entender el impulso de embellecer el pasado para dar


una buena impresión. Para Trump, cuya vida entera ha destinado a crear
una marca y vender un cierto tipo de glamur de mal gusto, este
embellecimiento de su imagen ha sido clave para su éxito. Y lo buscó con
un desenfado sin vergüenza, a veces frívolo.

Veteranos de los medios neoyorquinos todavía ríen al recordar que Trump


los llamaba, haciéndose pasar por un publicista llamado John Barron, o a
veces John Miller, para agasajarlos con relatos de la glamurosa vida
personal de Trump —a cuántas modelos conquistaba, qué actrices lo
buscaban, con qué celebridades pasaba el rato—. Tan asqueroso, de mal
gusto y extraño como todo esto parecía, tenía el objetivo de fomentar una
imagen de Donald Trump como el amo del universo que, como indica el
cliché, las mujeres deseaban y los hombres querían emular.

Este mito fue pulido y aumentado por los años de Trump en el


programa El aprendiz, en el cual interpretó el papel de un dios
empresarial todopoderoso y omnisapiente que podía crear o destruir las
fortunas de quienes llegaban ante él para ganar sus favores. En ocasiones,
Trump podía ser duro o incluso insultaba a las personas, pero siempre era
en el contexto de dar el trato rudo pero amoroso que los concursantes
necesitaban escuchar. ¿Y quién estaba más calificado para dar esas
lecciones que Donald Trump? Como en todos los programas de
telerrealidad, no tenía sentido. Sin embargo, promovió precisamente la
imagen dorada que Trump —con una ayuda multimillonaria de su padre—
había cultivado cuidadosamente durante toda su vida.
Con este vistazo al funcionamiento interno de las finanzas de la familia
Trump, algunos de los aspectos más sombríos y éticamente sospechosos
de la fabricación del mito de Trump comienzan a surgir; con ellos,
también se generan muchas preguntas, sobre todo lo que todavía no
sabemos acerca del hombre y su imperio comercial. Al ver cómo ese
imperio y su papel en crearlo son tan centrales para la persona que Trump
afirma ser —el rasgo característico de su narrativa heroica—, los
estadounidenses tienen derecho a algunas respuestas. Para empezar, este
sería un excelente momento para que Trump diera a conocer esas
declaraciones de impuestos que hasta ahora se ha negado a divulgar.

En sus memorias de 1987, El arte de la negociación, Trump dio su punto


de vista sobre los orígenes de su éxito: “Yo apelo a las fantasías de la gente.
La gente probablemente no siempre piense en grande, pero todavía
pueden emocionarse mucho por quienes sí lo hacen. Por eso una pequeña
hipérbole nunca hace daño. La gente quiere creer que algo es lo más
grande y lo más grandioso y lo más espectacular. Lo llamo una hipérbole
honesta. Es una forma inocente de exageración y una forma muy efectiva
de promoción”.

Pero cada vez más, la disposición de Trump de distorsionar la realidad —


y las reglas— al servicio del mito se ve menos como exageración inocente
y más como engaño malintencionado, con una gran porción de corrupción
agregada. No es la historia de éxito reluciente y brillante que ha tratado
de hacernos creer. Parece que es algo mucho más oscuro.
OPINIÓN |EDITORIAL
¿Por qué Trump le teme a la lactancia
materna?
Por EL COMITÉ EDITORIAL 10 de julio de 2018

El intento de los delegados estadounidenses en la Organización Mundial


de la Salud de hundir o deshacerse de una resolución que busca promover
la lactancia materna en los países no desarrollados representaba tantas
cosas: era una posición acosadora, anticientífica, proindustria, en contra
de la salud pública y corta de miras, por mencionar solo algunos aspectos.

Pero no sorprendió. De hecho, es solo uno de los ejemplos más recientes


del sello del gobierno de Donald Trump que atormenta a los países más
débiles al hacer a un lado las preocupaciones de salud pública para servir
a los intereses de las empresas poderosas. La industria de la fórmula
láctea tiene un valor de 70.000 millones de dólares y, debido a que la
lactancia materna se ha vuelto popular en los países más desarrollados,
ha puesto sus expectativas de crecimiento en los países en desarrollo.

Como The New York Times reporteó, la resolución solamente enunciaba


que la leche materna es la alternativa más saludable para los niños y que
se debían tomar pasos para minimizar la promoción imprecisa de sus
sustitutos.

La aseveración de Trump este lunes en Twitter —en la que decía que las
mujeres necesitaban tener acceso a la fórmula láctea debido a la
desnutrición— desafía tanto a la ciencia como al sentido común: es
apabullante la evidencia de que la leche materna es la alternativa más
nutritiva para los bebés, y por mucho. Entre sus beneficios, tiene la
posibilidad de prevenir enfermedades diarreicas e infecciones
respiratorias, que son frecuentes en países de ingresos bajos.

La falta de ética en las prácticas de mercadotecnia usadas por los


productores de fórmula es un problema de larga data y bien establecido
que ha contribuido a un descenso de la lactancia en los países de bajos
ingresos. En 2015, menos del 40 por ciento de los bebés menores de 6
meses de edad eran lactados en los países en desarrollo. Duplicar esa
proporción podría salvar cientos de miles de vidas.

Es cierto que para algunas familias la fórmula láctea puede ser


fundamental, pero también es menos nutritiva que la leche materna en
todos los sentidos. Entre otras cosas, no contiene los anticuerpos que la
leche materna sí tiene. En los países en desarrollo, esas deficiencias
pueden tener un impacto devastador en la salud de los niños.
Ecuador estaba listo para presentar esta medida cuando Estados Unidos
amenazó con “medidas comerciales punitivas” y el retiro de ayuda militar
crucial, a menos que el país desistiera de presentarla.

Al final, triunfó el sentido común en esta ronda de acoso y la resolución


pasó sin mayores cambios, por raro que parezca, gracias a Rusia. Pero los
funcionarios estadounidenses están usando estas mismas tácticas en
otras situaciones similares; por lo que persiste la preocupación de que
puedan tener éxito en esos frentes.

En marzo, los representantes comerciales de Estados Unidos amenazaron


con retirar el apoyo al acuerdo de paz colombiano y el encumbramiento
de Colombia en la Organización para la Cooperación y Desarrollo
Económicos (OCDE), a menos que los funcionarios colombianos de salud
desistieran en varios esfuerzos por reducir los precios de los fármacos de
prescripción. Las medidas que Colombia está considerando han sido
autorizadas por la Organización Internacional del Trabajo, pero las
farmacéuticas han presionado a los países para que no las apliquen, con
ayuda de los representantes comerciales estadounidenses.

Los funcionarios estadounidenses han propuesto cambios a la política


comercial mundial que prohibirían ese tipo de medidas, lo que también
frustraría otros esfuerzos para ampliar el acceso a fármacos nuevos y muy
necesitados para combatir la tuberculosis. Esta aún tiene niveles de
epidemia en varios países de ingresos medios y bajos y causó la muerte de
1,7 millones de personas tan solo en 2016, según la Organización Mundial
de la Salud.

Es tentador llamar trumpiano a este acercamiento a la salud pública solo


porque tiene todos sus rasgos característicos: una actitud reverencial ante
las compañías ricas y poderosas, el menosprecio a las necesidades de la
gente pobre o enferma y ninguna atención a las consecuencias de largo
plazo. Sin embargo, aunque no hayan triunfado del todo con la fórmula
para bebés, otros gobiernos estadounidenses son tan responsables como
el actual en lo que atañe a los fármacos.

Las administraciones de Obama y Clinton también intentaron mantener


los precios altos de los medicamentos en los países de bajos ingresos; el
de Obama, al impedir el mercado de los genéricos en la India y otros
países, mientras que el de Clinton apoyó políticas que mantuvieron el
precio del medicamento contra el VIH mucho más alto de lo necesario.

En el caso del VIH, la constancia de las protestas mundiales lograron


cambiar la opinión pública y el curso de la historia de la medicina. Estados
Unidos trabajó en las excepciones para los medicamentos contra el VIH y
permitió que surgiera un mercado de fármacos genéricos que redujo
dramáticamente la epidemia.
Si los funcionarios estadounidenses hubieran triunfado en el caso de la
lactancia, el resultado sería fácil de prever: la gente sufriría; los ingresos
de las empresas, no.
EL PAÍS
EDITORIAL

La eutanasia, a debate
El Congreso debe abordar a la vez el derecho a paliativos y la ayuda
a morir
18 OCT 2018 - 00:00 CEST
Maria Jose Carrascosa, enferma de esclerosis multiple en fase terminal. © CARLOS
ROSILLO EL PAÍS

El Congreso de los Diputados va a abordar por fin, tras varios intentos fallidos, la
regulación de la eutanasia y el suicidio asistido. El desbloqueo de la proposición de
ley orgánica presentada por el PSOE asegura que pueda tramitarse, y esta vez tiene
altas posibilidades de salir adelante si no se interrumpe la legislatura. El hecho de que
Ciudadanos haya comprometido su apoyo allana el camino para una medida que
supone un avance importante en la extensión de los derechos civiles. La ley prevé la
despenalización de la ayuda a morir en casos de enfermedad grave e incurable con un
pronóstico de vida limitado o una discapacidad irreversible que cause un sufrimiento
insoportable. De llegar a buen puerto, supondrá un paso decisivo en la extensión de
los derechos civiles. Como ya ha ocurrido otras veces en materia de regulación
bioética, si se aprueba, el legislador demostrará su capacidad para atender los cambios
sociales y de sensibilidad en materias que atañen a la libertad y la autonomía de las
personas.

EDITORIALES ANTERIORES

Disponer de la propia vida (28/06/2018)

Derecho a decidir la muerte (06/04/2018)


Regular la eutanasia (17/04/2017)

Ciudadanos ha condicionado su apoyo a la aprobación previa del proyecto de ley de


muerte digna que presentó en marzo de 2017 y se encuentra en una fase avanzada de
tramitación. Pero la despenalización de la eutanasia y el suicidio médicamente asistido
no es incompatible con la regulación de los cuidados paliativos. Ambas normas
pueden tramitarse en paralelo. El proyecto de Ciudadanos regula el acceso a los
cuidados paliativos y la sedación terminal, y su propósito es extender el derecho a una
muerte digna que ya han regulado con normas específicas 10 comunidades
autónomas. En estos momentos, todavía hay muchos lugares en los que no se muere
bien por falta de recursos médicos o porque no está plenamente garantizado que los
facultativos atiendan la voluntad del paciente cuando este decide rechazar un
tratamiento o un soporte vital. Es preciso garantizar unos paliativos de calidad, pero
eso no impide afrontar también la despenalización de la ayuda a morir. Incluso con
los mejores y más completos cuidados paliativos seguirá habiendo enfermos
incurables con un gran sufrimiento que desearán morir. En esos casos, debe ser el
paciente quien decida si quiere seguir viviendo. Si decide morir, ha de recibir ayuda
médica para hacerlo en condiciones seguras y dignas.

La despenalización de la muerte asistida cuenta con un amplio apoyo ciudadano desde


hace años. El miedo a los costes electorales ante la previsible oposición de la Iglesia
católica es lo que ha frenado el cambio legislativo. Pero el apoyo a la eutanasia y el
suicidio médicamente asistido es mayoritario incluso entre las personas que se
declaran católicas. No hay ninguna razón para no aprobar un proyecto que permitirá
a los enfermos incurables decidir el momento de morir sin tener que recurrir a la
clandestinidad como ocurre ahora. Muchos enfermos de patologías
neurodegenerativas deciden suicidarse mucho antes de lo que desearían por el miedo
a que el avance de la enfermedad les impida poder hacerlo más tarde. Por supuesto,
la existencia del derecho a decidir el momento de la muerte no obliga a nadie a
ejercerlo si sus creencias se lo impiden y tampoco obliga a los médicos a practicar
esta asistencia si hacen objeción de conciencia.

Potrebbero piacerti anche