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Vicente Molina
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Ideas sobre la locura
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PREFACIO
CAPÍTULO 1. LA RED
1.3. En el cerebro
1.3.3. Espejos
CAPÍTULO 2. LA PSICOSIS
2.1.3.1. Incidencia
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2.1.3.2. Consecuencias
2.1.3.3. Riesgo
2.2. Neurobiología
2.2.2. Neurodesarrollo
2.2.3.1. Evidencias
2.3. Genes
2.3.4. En su contexto
2.3.6.1. El genocidio
2.3.6.2. Explicaciones
2.4. El ambiente
7
2.4.3. Cannabis
CONCLUSION
BIBLIOGRAFÍA
INDICE ONOMÁSTICO
INDICE TEMÁTICO
8
The brain is the soul's fragile dwelling place (El cerebro es el frágil lugar donde el
alma reside).
WILLIAM SHAKESPEARE
9
Nada más libre que la imaginación humana, que,
aunque no puede exceder el depósito original de ideas
suministradas por los sentidos externos e internos,
tiene un ilimitado poder para mezclar, componer,
separar y dividir estas ideas en todo tipo de ficción y
visión. Puede inventarse un curso de eventos con toda
apariencia de realidad, adscribirles un tiempo y un
lugar, concebirlos como existentes y adornarlos ella
misma con toda circunstancia propia de cualquier
hecho histórico que crea con la mayor certeza (David
Hume, Investigación sobre el entendimiento
humano).
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amenazas reales, distinguir pensamiento y percepción y otros síntomas de indudable
interés neurocientífico y episternológico.
Podemos diferenciar dos tipos generales de psicosis. Hay una forma aguda,
inducida claramente por un factor identificable y generalmente externo, como una
sustancia tóxica o una infección. El otro tipo es el de los procesos crónicos, de origen
probablemente cerebral en el que los sujetos que los padecen tienden a presentar
delirios y alucinaciones de modo variablemente prolongado, en general con periodos
de reagudización y remisión más o menos completa. Es de este segundo tipo de
cuadros psicóticos del que voy a tratar en este libro, por su mayor relevancia
científica y clínica. Cuando hable de psicosis me referiré a ellos, que incluyen sobre
todo los problemas diagnosticados como esquizofrenia, trastorno bipolar y trastorno
delirante. Debe precisarse sin embargo que la dicotomía que acabo de hacer es algo
artificial, pues no es del todo raro que cuadros agudos con una causa tóxica (por
ejemplo, los secundarios a drogas) se cronifiquen incluso tras desaparecer ésta.
Este libro continúa a uno anterior, Las Puertas Abiertas de la Cordura, cuya idea
principal era que la enfermedad mental debía verse en continuidad fenomenológica y
biológica con la mente normal para poder comprenderse. Esta idea está ahora más
desarrollada para tratar de comprender mejor qué son realmente las psicosis (o por lo
11
menos, para exponer mi idea sobre este asunto). He actualizado, renovado y ampliado
los contenidos que en ese libro se relacionaban con la psicosis, aunque su idea
principal, la de la continuidad con la normalidad, se mantiene, pues pienso que es
clave para comprender aquélla. La mayor parte de los datos y argumentos, son ahora
nuevos, sin embargo. Los resultados de interés se acumulan a gran velocidad en la
literatura científica, y he tratado de integrar los que me han parecido más destacados
entre los recientes, conservando los que, por su permanencia, siguen siendo válidos
en el modelo. Si algún lector ha conocido mi libro anterior, espero que tenga
paciencia con las (no demasiadas) páginas que repiten datos, que si aparecen de
nuevo es por su insoslayable importancia. He tratado de poner esos todos datos
experimentales, los viejos y los más nuevos, en el contexto de otras fuentes de
conocimiento, pues la psicosis es un fenómeno que no puede reducirse a su vertiente
médica.
Entre los argumentos nuevos en este libro están la no linealidad de la respuesta del
cerebro, la importancia de la memoria operativa en la función simbolizadora normal y
su desequilibrio, el papel de las neuronas en espejo, el exceso de ruido cerebral que es
consecuencia previsible del desequilibrio de la trasmisión inhibitoria en la psicosis y
algunas nuevas ideas sobre la aportación genética a ella (relativas a la regulación y
contexto de los genes), y en general sobre la interfaz entre cerebro y entorno. El lector
encontrará también algunas consideraciones sobre sucesos y situaciones relevantes u
oportunas para este modelo de enfermedad mental (como ciertos hallazgos en
primates sobre teoría de la mente y memoria operativa, la persistencia de la psicosis
pese al exterminio o esterilización de los pacientes en la Alemania nacionalso cialista,
y la importancia de las ideas constructivistas para explicar los categóricos conceptos
vigentes de enfermedad mental).
Este libro está más orientado que el anterior a las personas que por motivos
profesionales (asistenciales o científicos) tienen contacto con este tipo de problemas,
pero he tratado de mantener un lenguaje adecuado para que sea totalmente accesible
para cualquier persona con una cultura media e inquietud por este apasionante asunto.
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1.1. SUTILES COMPLEJIDADES
En este capítulo voy a tratar de ofrecer una visión general de las propiedades
cerebrales conocidas que creo pueden subyacer a la discrepancia en el juicio de
realidad en la psicosis. En esta parte, sobre todo trataré de la función cerebral normal,
para en los siguientes capítulos tratar de sus alteraciones. Trataré en particular, sin
ánimo de ser exhaustivo (lo que por otro lado escaparía a mi alcance) de la
complejidad como propiedad inherente a la función cerebral, de las representaciones
o simbolizaciones mentales como propiedad emergente de esa complejidad, de la
importancia de la memoria operativa para su emergencia y de algunas vías por las que
el entorno puede influir en el cerebro.
Comencemos con algunas ideas generales. Como la actividad mental tiene una
relación directa con la del cerebro, la discrepancia representacional de la psicosis
puede responder primariamente a cierta disfunción cerebral, y probablemente es así
en muchos casos. Sin embargo, esta disfunción no parece, en función de lo que hoy
sabemos, fácil de entender ni categórica (cualitativamente diferente del estado sano).
Esto parece lógico, pues cuantos más elementos confluyen en una representación
cerebral (y en la psicosis deben confluir muchos) más posibles fuentes y más
complicadas interacciones pueden alterarla. En otras palabras, en el complejo sistema
cerebral, ciertas diferencias funcionales no patológicas en sí pueden dar lugar a
productos mentales muy diferentes de los que habría en su ausencia o incluso
abiertamente disfuncionales, al menos en ciertos entornos. Trataré de argumentar esto
13
con cierto detalle.
14
recepción y análisis de las señales y las respuestas (internas o externas) implican a
grupos o redes cerebrales de tamaño creciente, dependiendo del número de los
estímulos, sus necesidades de integración y las relaciones entre ellos. Por tanto, lo
que hoy denominamos funciones superiores (como la resolución de problemas, el
afecto, la planificación, la atención, la memoria, la regulación de la conducta o la
autoconcíencia), requieren de la acción coordinada, muchas veces simultánea, de
enormes grupos neuronales interconectados. Las alteraciones de esas funciones
superiores, precisamente las que subyacen a los problemas de muchos pacientes
psicóticos, pueden ser, en función del ingente número de elementos que constituyen
su sustrato, consecuencia de muy distintas causas. Esto es especialmente cierto si
consideramos que los grandes grupos neuralesb que subyacen a esas funciones
poseen además otras características que los distinguen entre sí (como distintos
neurotrasmisores y tipos de receptores) de cuyo equilibrio más o menos exacto
dependen las propiedades finales del sistema. Estas propiedades finales subyacen a la
variación interindividual de los productos mentales humanos.
Las propiedades físicas del cerebro humano impiden la causalidad lineal (el tipo
de causalidad que nos serviría para replicar las respuestas de modo enteramente
predecible), al menos en lo tocante a sus funciones más complicadas y nos limitan al
terreno de la probabilidad en cuanto a su predicción. La complejidad tomada en este
sentido (la impredecibilidad de las manifestaciones a partir de un cierto grado de
complicación de la estructura) puede subyacer a la variabilidad humana en sujetos
sanos7. Las mismas propiedades impredecibles «matemáticamente caóticas» podrían
15
verosímilmente contribuir a la existencia de la psicosis corno fenómeno puramente
humano y no cualitativamente distinto de la normalidad. Si el sistema cerebral es
intrínsecamente variable en sus manifestaciones, la introducción de sutiles cambios,
aun no cualitativamente patológicos en sí, puede aumentar la impredecibilidad de sus
respuestas y contribuir así a la discordancia entre realidad mental y objetiva del
sujeto.
Muchos factores, de los que iremos hablando, contribuyen a la «no linealidad» del
sistema cerebral. Baste ahora mencionar uno que merece destacarse por su
participación demostrada en ciertos síndromes psicóticos. En las redes neurales hay
elementos excitadores e inhibitorios8 (neuronas que poseen la facultad de evocar o
inhibir la respuesta9 de la siguiente(s) neurona (s) de la red), cuya combinación hace
que el resultado neto del procesamiento de una señal en esas redes dependa de muy
pequeñas variaciones en la fuerza relativa de sus conexiones. Supongamos una red
con solo tres elementos, donde A excita a B y C y B inhibe a C. C es el elemento
(también excitador) de salida del sistema, y por tanto quien «decide» el resultado neto
del input recibido (si excita o no a otro grupo neuronal, o a un elemento efector, como
un músculo o una glándula con los que está conectado). Si la fuerza de la excitación
de A sobre B es grande y también lo es la de la inhibición de B sobre C, C será
inhibido. Por tanto, no habrá impulso activador sobre el siguiente elemento en la
cadena (neuronal o efectos). Si la excitación de A sobre C es mayor que la inhibición
ejercida por B sobre C, C resultará excitado, y el correspondiente músculo, glándula o
grupo neuronal entrará en acción. Si son iguales, puede que el estado de C no cambie,
con lo que no habrá resultado apreciable sobre la salida del sistema. Y si es inhibido,
sus efectos no aparecerán sobre los elementos siguientes, y por tanto otras conexiones
sobre esos elementos (glándula, músculo o neuronas) inducirán acciones diferentes a
las que éstos tendrían en caso de no estar inhibido C.
Por tanto, la señal recibida por el sistema neuronal podrá ser transmitida a su
salida como netamente excitadora o inhibidora dependiendo de pequeñas variaciones
en el número de conexiones inhibidoras o excitadoras entre sus componentes, su
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secuencia y su fuerza relativa". Una misma señal podrá dar lugar a respuestas
diferentes en sistemas neuronales aparentemente muy semejantes y mínimas
diferencias de conectividad pueden explicar grandes cambios funcionales Como
además, tales diferencias de conectividad dependen también de variaciones genéticas
no patológicas (variantes genéticas normales en la población que modifican
propiedades relevantes a la trasmisión y proceso neurales dentro del rango de la
normalidad) y de la historia de la red (nuestro sistema nervioso cambia hasta cierto
punto con nuestra experiencia), los productos mentales en respuesta a un mismo
patrón de estímulos admiten un amplio grado de variación incluso en lo referido
exclusivamente a su sustrato neural. La predicción exacta es pues virtualmente
imposible en las redes cerebrales complejas reales, aunque esto no signifique que no
podamos hacer aproximaciones útiles al problema. En otras palabras, el grado de
incertidumbre con el que nos tenemos que manejar en psiquiatría es más alto que en
otras especialidades por el propio objeto con el que tratamos.
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estados, puedan aparecer los síntomas de la psicosis en una apreciable proporción de
las personas en algún momento, como iremos viendo.
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viene a ser lo mismo, sobre lo que en el mundo es relevante para ese individuo. «Los
procesos de simbolización contribuyen a dar un sentido subjetivo a la existencia de
cada individuo», que no se limita así a su supervivencia y la trasmisión de sus genes.
Además, la simbolización generalmente facilita organizar las acciones individuales y
colectivas en busca de la resolución de muchos de los problemas que se presentan a
los sujetos. Algunas de las simbolizaciones que adoptamos apoyan esa resolución de
modo instrumental, como el lenguaje, y otras lo hacen buscando la identificación
grupal en torno a metas comunes.
Merced a sus propiedades complejas, cuanto más altas son las funciones
cerebrales más sensibles se hacen sus respuestas a pequeños cambios externos o
internos. Por tanto, en las alteraciones mentales hay muchas posibilidades de que
pequeñas (y no anormales) variaciones influyan en la determinación de la respuesta
final. «La psicosis es desde ese punto de vista uno de los posibles conjuntos de
resultados de múltiples modos de alteración del complejo (no predecible) sistema
nervioso de relación entre el ser humano y su entorno». La alteración cuantitativa de
las relaciones entre los sistemas inhibitorio y excitatorío que se ha encontrado en las
psicosis (3-7) puede dar lugar bajo ciertas condiciones a simbolizaciones demasiado
poco relacionadas con la realidad externa, habiendo más fuentes de desequilibrio de
esa función.
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presencia, menos intensa, en otros primates. Esto es conocido hace tiempo pues ya en
El Origen del Hombre de Charles Darwin, publicado en 1871, encontramos esta
reflexión sobre lo que podemos llamar la vida simbólica de otros primates, o cuando
menos de sus fundamentos:
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indicaría el nacimiento de una realidad simbólica a la «externa», de enorme
importancia para el individuo humano.
Esta idea está particularmente bien ilustrada por los experimentos realizados por
Michel Gazzaniga y su grupo en pacientes con hemisferios quirúrgicamente
desconectados para tratamiento de su epilepsia". El asunto es como sigue. La
información de cada hemisferio visual llega al contrario en el cerebro porque las vías
se entrecruzan entre la retina y la corteza occipital. Lo que vemos con el lado derecho
de nuestros ojos (el campo visual derecho) es visto por el izquierdo del cerebro y
viceversa. Gazzaniga y sus colaboradores mostraron una imagen diferente a cada
hemisferio: una cresta de gallo al campo visual derecho (por tanto al hemisferio
cerebral izquierdo) y una escena de nieve al campo visual izquierdo (hemisferio
derecho). Luego pedían al paciente que eligiera un objeto de una serie. La mano
izquierda eligió una pala, y la derecha un gallo. La mano derecha es controlada por el
hemisferio izquierdo y viceversa. Lo interesante es que al pedir al paciente que
enunciara el porqué de su elección, sólo mencionaba lo percibido por el lado
izquierdo e integraba lo recibido por el derecho sin mencionar que lo percibido por
éste subyacía a su elección. Un paciente decía que había elegido el gallo porque va
con la cresta y la pala porque tenía que limpiar el cobertizo del gallo. No mencionaba
en ningún caso la relación nieve-pala. Los autores interpretaban que el hemisferio
izquierdo, que contiene en la gran mayoría de la población las funciones mentales,
está especializado en interpretar lo percibido. En otros experimentos encontraron que
las interpretaciones y predicciones de este hemisferio ten dían a ser rígidas, sin tener
en cuenta los patrones cambiantes de las percepciones (13).
21
creencias erróneas imposibles de desmentir por la evidencia compartida por otros o/y
procedente del exterior, estando muchas veces basados en interpretaciones erróneas
de elementos de esa realidad compartida. Los experimentos de Gazzaniga sugieren
que una comunicación interhemisférica deficiente puede facilitar la desconexión entre
ambos «tipos de realidad» (la simbólica y la objetiva), como antes comentaba que
podía ser también el caso para el desequilibrio entre excitación en inhibición. Hay
evidencias sólidas de que las conexiones entre hemisferios o entre regiones corticales
pueden ser menos eficientes en la esquizofrenia que en los sujetos normales (14-17).
Estas evidencias se han obtenido mediante un desarrollo de la técnica de la
resonancia magnética nuclear, la imagen por difusión de tensores, que permite
estudiar las vías por las que el agua difunde con más o menos facilidad en el cerebro,
de lo que se puede deducir la integridad de los tractos conectivos entre áreas.
1.3. EN EL CEREBRO
22
prefrontal mejora plausiblemente la capacidad de coordinación de todas esas
informaciones para dar lugar a una respuesta planificada y compleja. Es además una
de las regiones para las que hay más evidencias de alteración funcional en el conjunto
de las enfermedades que pueden cursar con psicosis. El incremento de la
comunicación inter-regional en el ser humano se relaciona probablemente además
con el gran aumento relativo de la materia blanca (la parte del cerebro formada por
los axones neuronales y su recubrimiento por células gliales) respecto otras especies
(24).
Las ideas recientes sobre el sustrato de nuestras funciones superiores dan gran
importancia a la comunicación y funcionamiento simultáneo de distintas regiones
cerebrales, como repasa Joaquín Fuster en su libro Cortex and Mind: Unifying
Cognition (26). Esas funciones mentales no están localizadas en una región más o
menos amplia, sino que surgen de la acción coordinada de muchas áreas distribuidas
a lo largo y ancho del cerebro22. Ya desde los trabajos del gran neuropsicólogo
Alexander Luria sobre las consecuencias de las heridas en la cabeza de muchos
soldados soviéticos, sabemos que las alteraciones en las funciones mentales aparecen
asociadas a distintas localizaciones cerebrales, y que la misma función puede
depender de agrupaciones neuronales diferentes en distintas personas. La propuesta
de que la actividad distribuida cerebral subyace a las funciones mentales está
23
particularmente apoyada en muchos estudios de imagen cerebral, que muestran una
activación distribuida en distintas regiones en relación a tareas de ese tipo. Esta
activación es dinámica, es decir, cambiante a lo largo de la tarea, y que se acompaña
de la desactivación de otras regiones23. Recientes descubrimientos vienen a
completar este cuadro de gran complejidad.
El ganador del Premio Nobel Gerald Edelman y Giulio Tononi proponen que lo
que subyace al fenómeno de la «conciencia» (las representación mental de uno
mismo esencial en nuestra realidad simbólica) es la actividad distribuida y
sincronizada, basada en conexiones reentrantes, es decir, recíprocas y reverberantes,
entre múltiples áreas corticales (27). Exponen esa propuesta en su obra A Universe of
Consciousness: how matter becomes imagination. La aparición de conexiones
eficientes y reentrantes entre los sistemas del lenguaje en el cerebro y las áreas
conceptuales (las cortezas sensoriales primaria y secundaria de cada modalidad, como
oído, vista o tacto) permitirían para estos autores la referencia a estados internos
mediante símbolos. Para esos mismos autores, existen dos formas de conciencia. Por
un lado, la primaria, o «capacidad de general una escena mental en la que una elevada
cantidad de información se integra para el propósito de dirigir la conducta presente o
inmediata». Por otro, la de «alto orden, que requiere de una capacidad semántica y, en
su forma más desarrollada, de capacidad lingüística»24. Esta es la conciencia, ya
simbólica, propiamente humana y la que se altera sustancialmente en muchos de los
trastornos mentales. Los trastornos o desequilibrios del delicado sistema conectivo, a
los que potencialmente podrían contribuir múltiples causas intrínsecas al cerebro o/y
extrínsecas a éste, podrían estar relacionados con el origen de la patología mental y
sus estados limítrofes. La interacción deficiente entre regiones corticales puede
subyacer a los fenómenos clínicos que se observan en la esquizofrenia (29)25.
De modo general, podemos decir que hay procesos y áreas cerebrales más básicos
(dedicados a la percepción de una modalidad sensorial, por ejemplo) y otros más
«complejos», como los dedicados a asociar distintas percepciones y experiencias,
para dar lugar a las representaciones mentales «con sentido» a que estamos
acostumbrados. En estas representaciones confluyen la integración de varias
modalidades sensoriales, las atribuciones de valor emocional a percepciones
complejas y las presunciones sobre los contenidos mentales ajenos, entre otras
funciones.
24
relevantes para comprender este tipo de problemas. Aunque se escapa totalmente de
mi conocimiento e intención exponer en detalle lo que hoy se sabe sobre la fisiología
de la percepción y las funciones integradoras multimodales (para lo que hay
excelentes textos), voy a hacer un somero repaso de algunos de los puntos más
relevantes para ese objetivo, empezando por los procesos perceptivos.
25
esas figuras no están ahí, nuestro sistema nervioso nos engaña haciendo que las
«veamos».
Todo ello hace pensar si la vulnerabilidad de las personas con psicosis (basada en
las menores capacidades cognitivas o de manejo emocional que muchas de ellas
sufren) puede, a través de la vivencia de falta de control prolongada, facilitar la
aparición de pensamientos poco relacionados con la realidad (los delirios) o la
percepción sensorial de patrones (interpretaciones alucinatorias) a partir de elementos
estocásticos de la realidad. La historia personal puede así matizar la propensión a la
26
psicosis. Esto se demuestra en hechos conocidos corno que pertenecer a una minoría
en una gran ciudad o experimentar repetidas «derrotas» personales (lo que sin duda
condiciona una vivencia de falta de control) son factores demostrados de riesgo para
la psicosis, corno veremos más en detalle.
27
demás antes de dar la suya. Una proporción muy alta de personas se adhirieron a las
respuestas de los demás pese a que eran evidentemente erróneas (36, 37). Resultados
similares se obtuvieron después con tonos sonoros.
1.3.3. EspEJos
28
relacionada con el reconocimiento de la propia cara en comparación con el
reconocimiento de la cara de su mejor amigo. Lo que encontraron fue que
precisamente las áreas que se piensa que contienen neuronas en espejo en el lado
derecho del cebrero (una frontal y otra parietal) mostraban una robusta diferencia de
activación entre ambas condiciones (38).
29
de agencia sobre los propios actos sino sentir que se está siendo controlado) o tener la
certeza (en algunos delirios) de que la identidad propia o la de otros no es la que
parece ser. No sería por tanto en absoluto descartable que algunas alteraciones de los
sistemas de neuronas en espejo contribuyeran a alguno síntomas de los pacientes
psicóticos. Esta es de hecho una línea actual de investigación en el campo de la
psicosis.
30
las columnas cortícales, que facilitarían el reconocimiento sensorial o la conducta
motora que la selección natural ha ido destacando positivamente (54). En cambio, las
atribuciones y decisiones individuales tendrían más relación (aunque no exclusiva)
con la red abierta de áreas de integración multimodal, como la prefrontal y otras.
31
percepción... en una representación unificada y multidimensional del estado del
sistema y de su entorno, e integrada con la información sobre las memorias y las
necesidades del organismo». Parece lógico en este marco pensar que las dificultades
en la memoria operativa puedan contribuir a la aparición de alteraciones como las de
la psicosis, en la representación simbólica (subjetiva) de la realidad externa. Un
déficit de esa función dificulta dirnensionahnente la representación del entorno y por
tanto facilita su representación errónea.
El primer salto cognitivo en los homínidos hacia las facultades actuales humanas,
siguiendo con Coolidge y Wynn, se habría visto facilitado por la transición del sueño
en los árboles al dormir en el suelo. Esto habría permitido la aparición de los patrones
de sueño típicos del ser humano actual incluyendo la llamada fase REM (rapid eyes
movement; o movimientos rápidos oculares), mucho menos probable en el
presumiblemente superficial e interrumpido sueño arbóreo de los homínidos previos
(por el riesgo de caerse, sobre todo). Para esos autores, el cambio al dormir en el
suelo pudo mejorar la cognición por al menos tres mecanismos que se ponen en juego
mientras soñamos (la ensoñación, o proceso de soñar sucede precisamente en la fase
REM): la simulación de las amenazas, la creatividad y la consolidación de la
32
memoria procedural (59). El momento del cambio del dormir arbóreo al suelo parece
haber coincidido con el cambio del llamado modo 1 al mucho más elaborado modo 2
de la industria lítica.
33
desarrollo anterior en nuestra especie.
Hay pruebas firmes de que muchos pacientes con psicosis tienen una capacidad
disminuida para mantener y manejar información en la memoria operativa (64). Sobre
esto hay una muy amplia literatura. Este déficit parece acompañarse en los grupos de
pacientes que lo muestran de una activación ineficiente de las regiones cerebrales
implicadas en esa función (65). Además, la alteración de la memoria operativa parece
compatible con la desorganización de la función cortical debida a una disfunción
inhibitoria, de lo que también hay firmes evidencias en la esquizofrenia (3, 51).
Parece lógico pensar que una alteración, por pequeña que sea, de la capacidad de
mantener y procesar elementos en la memoria operativa, como la que podemos
apreciar en la esquizofrenia, pueda tener graves consecuencias para la integración
mental del sujeto. Sobre todo si esta capacidad menoscabada se acompaña de otras
34
alteraciones presentes en ciertas personas con psicosis, como sucede de hecho según
los datos de muchos investigadores (no en todos los pacientes!). Entre estas
alteraciones se ha descrito en pacientes psicóticos una deficiente capacidad para
interpretar los contenidos mentales ajenos (la llamada teoría de la mente, quizá
relacionada con alteraciones en los sistemas de neuronas en espejo) o una actividad
mental desorganizada por problemas intrínsecamente cerebrales (por un déficit
GABA érgico primario). Las consecuencias deletéreas de un deterioro de la memoria
de trabajo pueden multiplicarse si se da en un contexto capaz de sobrecargar la
capacidad de procesamiento, como pertenecer a una minoría inmigrante en un
entorno urbano, un hecho de riesgo reconocido para las psicosis.
Las evidencias apoyan esta idea. El tamaño del grupo es un índice indirecto de la
interacción social, ingrediente clave del medio en que viven los animales, y el cerebro
crece en las especies de primates con el tamaño del grupo so cial, Como mostró el
antropólogo Robín Dunbar, de la Universidad de Liverpool (66), cada tipo de primate
tiende a formar grupos sociales de un determinado tamaño similar, existiendo una
correlación significativa entre ese tamaño de grupo y el volumen del neocórtex. Los
símíos muestran un volumen cortical mayor que los monos para un determinado
grupo social, lo que quizá indica un grado de interacción social más complejo en
estos animales, lo que ejercería un mayor efecto trófico sobre el tamaño cerebral.
35
Joseph LeDoux en su libro Synaptic Self. «lo congénito (Nature) y lo adquirido
(Nurture) realmente hablan en el mismo lenguaje. Ambos en último término producen
sus efectos mentales y conductuales modelando la organización sináptica del
cerebro».
La menor madurez cerebral del ser humano durante sus primeros años en
comparación a otras especies deja un gran lugar para la influencia del entorno sobre
el desarrollo cognítivo. Es decir, para la influencia biológica de lo adquí rido.
Mientras el peso del cerebro humano al nacer está en torno al 25 por 100 del
correspondiente en el adulto, en el caso de los chimpancés esa proporción es del 54
por 100. Por tanto, el cerebro humano viene preparado para establecer su función en
los primeros años de la vida en función del entorno que rodea a su poseedor.
Igualmente, en las épocas iniciales el cerebro tiene una gran capacidad de reparación
que pierde después.
La evidente plasticidad física del cerebro ante los productos o eventos del entorno
es mayor cuanto más joven es el individuo aunque, si bien menos intensa, incluso en
la edad adulta el cerebro mantiene cierta plasticidad, tanto en animales como en
personas32. Hay muchos resultados que lo demuestran. Sabemos que la estimulación
cutánea prologada de una parte limitada de los dedos en un tipo de monos produce
una expansión de las áreas de la corteza en que están representadas esos dedos (67).
Siendo esa expansión diferente entre distintos individuos, tales diferencias eran
menores que las atribuidas al proceso de estimulación. Por otro lado, el entrenamiento
de un grupo de personas durante 3 meses en juegos malabares produjo un incremento
36
significativo en el volumen de materia gris del área cerebral somatosensorial, que es
la encargada de la coordinación y realización de los movimientos complejos precisos
en esos juegos (68). La comparación de la estructura cerebral entre un grupo de
pianistas profesionales y otros de músicos aficionados y no músicos reveló
diferencias significativas en áreas implicadas en la interpretación (visuo-espaciales,
auditivas y motoras) (69). La práctica en tocar las teclas de un piano durante un
periodo de tiempo breve (2 horas diarias durante 5 días) extendió la actividad del área
cerebral relacionada con el movimiento de los dedos implicados (70). En este mismo
trabajo, otro grupo fue requerido para realizar la misma tarea pero de modo
imaginario (sentarse al piano, pero sólo practicar «mentalmente»), mostrando la
misma extensión de la actividad del área motora.
37
En el contexto de la teoría evolutiva, no pocos han supuesto que el desarrollo
progresivo de esas áreas del hemisferio izquierdo en nuestra especie ha dado lugar al
lenguaje. Sin embargo, esta idea debe matizarse por al menos dos razones. Primero,
como mencionaba antes, cuando en un niño de muy corta edad se lesionan esas
regiones, el lenguaje se desarrolla, siendo asumidas sus tareas por otras regiones. En
segundo lugar, en los tristes casos conocidos de niños anatómica y funcionalmente
normales pero que vivieron en su infancia aislados hasta tal punto que no tuvieron
comunicación con nadie o casi nadie, el lenguaje no se desarrolló. Esto indica que en
gran medida el cerebro, al menos en lo relativo a la función que más nos diferencia de
otros animales, es enormemente plástico: depende de los estímulos exteriores para
adquirir su función e, incluso en lo relativo áreas a priori diferenciadas (como son las
del lenguaje), esa función puede ser asumida, en un periodo temporal muy temprano,
por otras regiones35.
38
su desequilibrio.
Los procesos de interacción entre cerebro y entorno durante los primeros años
(aunque no solo en esa época), hacen que cada persona vaya adquiriendo unos
postulados mentales que le permitirán responder rápidamente ante estímulos
frecuentes y relevantes. En relación a ello es interesante la propuesta del cerebro
como órgano «bayesiano», es decir, que actúa en base a inferencias probabilísticas
sobre el mundo tratando de formar hipótesis útiles para el futuro. De acuerdo a esa
idea, partiendo de predicciones innatas, basadas en la experiencia filogenética, la
experiencia cotidiana modifica el cerebro para representar el mundo como una «mejor
presunción» y, así hacer las predicciones más útiles (83). En otras palabras, el cerebro
maneja la incertidumbre sobre cómo es realmente el mundo mediante hipótesis
probabilísticas basadas en sus incompletas impresiones sensoriales.
39
por tanto, los modos de reaccionar frente a los eventos relevantes. Estas predicciones
probabilísticas conforman modos de valorar, y por ende de reaccionar,almacenados
en el cerebro.
Este tipo de procesamiento por debajo del nivel de la conciencia es coherente con
las crecientes evidencias que apoyan un procesamiento inconsciente de muchas
conductas, incluyendo muchas de las socialmente complejas, como describe el libro
The New Unconscious (editado por Ran Hassin, James Uleman y John Bargh). Esas
conductas complejas influyen marcadamente en el trato que el sujeto que las asume
recibe de los demás, lo que a su vez le confirma sus postulados inconscientes. Lo
emocionalmente relevante para un sujeto facilita mucho los procesos de asociación y
recuerdo, lo que refuerza en el medio plazo conceptos forjados por el sujeto sin base
40
racional. Como ejemplo, un trabajo sobre los sustratos neurales asociados al grado de
solidaridad mostrado por los sujetos normales (acción prosocial, o magnitud en la que
se busca maximizar los propios recursos siempre que otros dispongan de los mismos)
implica a la actividad de la amígdala más que a la de la corteza prefrontal (85). Es
decir, las decisiones sobre la solidaridad a mostrar con otros son más emocionales
que racionales (pues la amígdala se ocupa del procesamiento emocional rápido e
inconsciente). Tales decisiones, en función de la habitual reciprocidad esperable entre
personas, tenderá a confirmar la validez de las respuestas del sujeto, pues con quien
haya mostrado solidaridad tenderá a mostrarla hacia ese mismo sujeto.
Un estudio de los datos del proyecto HaoMap, que cartografía los millones de
polimorfismos genéticos37 presentes en la población normal mostró que la tasa de
evolución genética humana ha aumentado en épocas recientes, al menos en los
últimos 40.000 años, coincidiendo con nuestra aceleración cultural (86). Se ha
descubierto además que los genes que «codifican» el cerebro humano contienen
algunas diferencias estructurales respecto a los que participan en la correspondiente
codificación en el chimpancé, pero que las diferencias en los mecanismos de
regulación de esos genes entre ambas especies son mucho más importantes (87). Un
reciente trabajo de Lisa Stubbs y Katja Nowick, de la Universidad de Illinois, mostró
importantes diferencias entre el ser humano y el chimpancé en 90 factores de
transcripción que regulan la actividad de más de mil genes (88). Estos datos sugieren
que para explicar las diferencias entre el ser humano y otros simios, la manera en que
se utiliza el ADN es tan importante (si no más) como su propia composición. Esto
representa otro apoyo para las mayores posibilidades del entorno para modificar la
función cerebral en el ser humano respecto en los demás simios y por tanto, para la
enorme importancia de los productos simbólicos en nuestra especie.
Otros autores llegan más allá a proponer que los cambios en el genoma originados
por ciertas influencias biológicas y ambientales en la vida del individuo pueden
trasmitirse genéticamente a las generaciones siguientes, a través de cambios
epigenéticos, como los relativos a la metilación del ADN. Este punto de vista, que
postula que la evolución no es sólo producto de mutaciones casuales, sino que
contribuyen a ella también las respuestas de los individuos, es el de Eva Jablonka y
Marion Lamb, del Massachusetts Institute of Technology, que en su libro Evolution
in Four Dimensions proponen que a la evolución no sólo contribuyen aspectos
puramente genéticos (es decir, variaciones al azar en el ADN), sino que también lo
hacen mecanismos epigenéticos (la regulación de los genes que se expresan
41
efectivamente en un genoma), conductuales y simbólicos.
Hay más vías para la influencia mutua de entorno y cerebro en el ser humano sano
y enfermo. En función de sus rasgos innatos, basados en el genoma individual,
distintos sujetos reaccionan de modo diferente (aunque no inmutable) ante los
mismos eventos
42
relativo (es decir, la señal relacionada por la actividad eléctrica cerebral de fondo, no
vinculada al estímulo) y así amplificar la señal neuronal relacionada con un estímulo
determinado, como la percepción de una situación o incluso su valor emocional. La
dopamina refuerza así la señal neural asociada a un evento, por lo que tiene un papel
clave en el fundamento cerebral de la motivación. Por la misma razón, la dopamina es
fundamental en la capacidad de mantener la atención y de dirigir la conducta. Dicho
esto, también es importante precisar que la acción de la dopamina no es en absoluto
categórica en el cerebro humano. Es decir, su acción es moduladora en el sentido de
que su efecto sobre la neurona postsináptica puede ser excitadora o inhibidora
dependiendo de distintos factores. Esto es de hecho uno de los pocos puntos sobre los
que hay un acuerdo casi unánime entre los investigadores sobre la función de ese
transmisor cerebral. En palabras de una reciente revisión sobre el tema «...en el
sistema nervioso central... las funciones dopaminérgicas pueden caracterizarse grosso
modo como moduladoras, más que mediadoras, de funciones cognitivas,
motivacionales, neuroendocrinas y motoras» (92), pág. 2. Entre los factores que
hacen que la dopamina ejerza acciones diferentes sobre las neuronas en las que actúa
se incluyen la distintos perfiles de respuesta dependientes de la duración de la
estimulación por dopamina, efectos bidireccionales (pre a post y post a
presinápticos), o una dependencia de la historia de esa estimulación de los efectos que
produce. No es de extrañar que la dopamina, en función de esa compleja acción, se
relacione con problemas tan variados en sus manifestaciones como los relacionados
con las psicosis.
43
tareas en sujetos con baja capacidad intelectual (94).
44
A continuación trataré de la psicosis, con especial atención a su continuidad con la
salud mental. Ya hablé por extenso en otro lugar (en Las Puertas Abiertas de la
Cordura) de las similitudes entre las creencias, los fanatismos y los delirios, asuntos
relevantes para el tema de la psicosis, desde luego. En este capítulo trataré
brevemente de las continuidades entre los diagnósticos actuales, es decir, de su baja
especificidad y después de los datos neurobiológicos que apoyan una visión
dimensional de la psicosis, con especial atención al papel de la genética.
Si admitimos que pueda haber múltiples causas para el síndrome al que llamamos
psicosis, es de esperar un alto grado de continuidad dentro de los distintos cuadros
que pueden expresarse como psicosis. Tales cuadros tendrían como sustrato distintas
combinaciones de factores causales y pueden así representar nodos en un continuo
más que categorías realmente separadas en la naturaleza'. Las evidencias disponibles
apoyan esta idea al menos hasta cierto punto.
Entre los pacientes que trato con el mismo diagnóstico de esquizofrenia, C. L. (las
iniciales son inventadas) sufre persistentes alucinaciones auditivas que le refieren
amenazas hacia su hija, y a veces trata de buscar su origen, pero no tiene delirios
claros ni deterioro cognitivo. Ha sido capaz de establecer relaciones personales,
algunas de ellas las conserva aun, y de trabajar. Cuando toma su tratamiento
(clozapina) mejora mucho de esos problemas, sobre todo de las alucinaciones y su
repercusión en su vida. E. J. en cambio, sobre todo en sus crisis pero también entre
ellas, tiene su vida mental ocupada por la certeza de la inminencia del apocalipsis,
que entiende estaría causado por lo que percibe como la degradación moral de la
sociedad. Presta mucha atención a lo que él entiende como una red de trata de
blancas, que justifica a su vez como la explicación de que nunca haya tenido novia
(pues las chicas a las que él le gusta son inmediatamente abducidas por esa red).
45
Tampoco tiene un gran deterioro cognitivo, de hecho ha trabajado con cierto éxito,
pero sufre con frecuencia severas depresiones. La severidad de sus cuadros y la mala
respuesta al tratamiento han hecho necesario su ingreso a largo plazo. M. M. en
cambio es una paciente que llama la atención por su gran aplanamiento afectivo y lo
reiterado de su lenguaje. Al contrario de los casos anteriores, le cuesta trabajo (desde
hace poco tiempo, relativamente) realizar tareas mentales simples, y el contacto con
ella es llamativamente reiterativo. Su conducta también lo es, a veces pasa horas dado
vueltas alrededor de una rotonda. Es capaz de quedarse horas mirando al frente sin
decir ni hacer nada. Tiene alucinaciones auditivas, pero no parecen suponerle un gran
problema. El tratamiento le ayuda muy poco.
Entre los pacientes que trato con diagnóstico de trastorno bipolar, la diversidad es
muy similar. D. C. es un paciente típico, con severas depresiones y cuadros maniacos
típicos que ha respondido muy bien al litio, y está trabajando y casado hace años, sin
problemas. B. F. también tiene estos episodios, pero en los últimos viene sufriendo,
pese a una buena respuesta farmacológica en los previos y sin abandonar el
tratamiento, nuevos síntomas, como la convicción de que otros pueden conocer sus
pensamientos (de hecho, oírlos) y, en las crisis maniacas más recientes, convicciones
delirantes de perjuicio respecto personas de otras razas. Estos síntomas no están
mejorando mucho con el tratamiento con el que hasta hace poco las cosas iban bien
(litio más valproato). A. N. es una mujer con episodios eufóricos y depresivos claros,
que sin embargo no ha respondido nada bien al litio, al contrario que muchos otros
pacientes. No padece ni ha padecido delirios ni alucinaciones, ni déficit alguno en sus
función cognitiva. C. R. ha tenido varios episodios de manía con un gran contenido
de ideas delirantes y de vivencias alucinatorias, la mayor parte congruentes con su
ánimo patológicamente eufórico. Algunos de esos síntomas han persistido más allá
del final de los episodios eufóricos y realmente le ha costado mucho conseguir una
cierta estabilidad clínica. C. R. tiene además un importante problema en los últimos
años con sus capacidades cognitivas. Antes era capaz de desarrollar un trabajo
competitivo en la construcción, pero desde hace unos años su memoria, velocidad y
atención no son lo que eran, por lo que ha tenido que abandonar su actividad laboral.
Estos casos ilustran como en psiquiatría es más cierto que en otras especialidades
médicas que no hay enfermedades sino enfermos. Las razones subyacentes a esta
gran variación que obstinadamente escapa a los intentos clasificatorios son mal
conocidas, pero es probable se relacione con las distintas combinaciones individuales
de factores causales y protectores que tiene cada sujeto para estos problemas. Por
tanto, resulta demasiado artificioso agrupar categorialmente a sujetos pertenecientes a
una distribución continua.
46
discretas que se distinguirían claramente entre sí, sobre todo en lo referido a los
trastornos del ánimo (o afectivos) y la esquizofrenia. Esta concepción se relaciona
con los trabajos publicados en las primeras décadas del siglo xx por Emil Kraepelin,
principal promotor de la dicotomía entre esquizofrenia y psicosis afectivas, que
reforzó en las décadas siguientes Eugen Bleuler. Sin embargo el propio Emil
Kraepelin llegó a admitir en 1920 la coexistencia de síntomas de la «dementia
praecox» (esquizofrenia) y de las psicosis afectivas, con lo que tampoco para él podía
descartarse la continuidad entre ambas. En concreto afirmaba: «La imposibilidad
cada vez más evidente de realizar de modo satisfactorio la delimitación de ambas
enfermedades tiene que despertar la sospecha de que sea defectuoso nuestro
planteamiento del problema...».
Entre los procesos que pueden manifestarse con cuadros psicóticos están al menos
los que llamamos «depresión mayor», «trastorno bipolar», «trastorno por ideas
delirantes» y «esquizofrenia». Esas categorías están definidas como conjuntos de
47
síntomas de los que, para recibir el correspondiente diagnóstico, el paciente ha de
reunir la menos un mínimo definido por consenso. Pese a su «vaguedad» se usan
porque se han demostrado prácticas a la hora de predecir aproximada y globalmente
la respuesta de los enfermos a ciertos fármacos y su evolución.
Aun así, la realidad resultante de considerar todos los datos es más «dimensional»
que categorial (105). Los síntomas más típicos de una esquizofrenia pueden por
ejemplo estar presentes también en la depresión o el trastorno bipolar, y viceversa.
Un paciente diagnosticado como bipolar puede, en una fase depresiva o maníaca,
tener delirios o alucinaciones indistinguibles de las manifestaciones más típicas en la
esquizofrenia, como vivencias de influencia corporal o de control del pensamiento, o
voces dialogadas que comentan su propia actividad. Es el caso del paciente que he
presentado antes, en quien un aparente y bien establecido cuadro depresivo adquiere
características que lo hacen mucho más difícil de clasificar, sobre todo si se considera
solo la evolución en los últimos años. A la inversa, no es infrecuente observar
síndromes depresivos o maníacos completos entre pacientes diagnosticados de
esquizofrenia. Manuel Cuesta y Víctor Peralta2, del Hospital Virgen del Camino de
Pamplona hicieron un inteligente análisis (uno más entre muchos de los que han
hecho) de los datos clínicos de 660 pacientes psicóticos obtenidos con el sistema
AMDP (Manual para la Evaluación y Documentación de la Psicopatología,
correspondiente a sus iniciales en alemán [106]). Este es un sistema que permite
valorar 100 síntomas diferentes a lo ancho de la psicopatología, lo que es una ventaja
respecto otros estudios similares que han empleado escalas clínicas que limitan a
priori los síntomas incluidos. En este grupo de pacientes el 87 por 100 pertenecen a
los grupos nosológicos «no afectivos» (esquizofrenia en su mayoría). Sólo 83
pacientes sufrían un trastorno del ánimo con síntomas psicóticos. Manuel y Víctor
querían encontrar cómo se agrupaban los síntomas psicopatológicos en los pacientes
psicóticos encontrados en la clínica real. Encontraron que un modelo de 10
dimensiones era el que mejor describía esa agrupación, a base de un análisis factorial.
Pese a la baja proporción de «casos afectivos», encontraron que había un claro grupo
de síntomas del ánimo en esos pacientes psicóticos, que se agrupaban finalmente en
cinco dúnensiones clínicas (maniaca, depresiva, disfórica, catatónica positiva y de
introspección). Es decir, pese a la baja representación de pacientes afectivos, las diez
dimensiones clínicas que describían la agrupación de los síntomas de los pacientes
incluían cinco que desde un punto de vista categórico no se esperarían encontrar en
pacientes con psicosis no afectivas (ya que los síntomas de los trastornos del ánimo,
como la manía o la depresión, no están incluidos en los criterios actuales con que se
diagnostican los cuadros del 87 por 100 de esa muestra). Otro grupo ha utilizado el
mismo sistema (AMDP) y una aproximación estadística de escalado
multidimensional para valorar si un grupo de pacientes con síntomas de psicosis se
ajustaba más a un modelo categorial o dimensional (107). Los autores incluyeron a
priori 10 casos «prototípicos» de 10 diagnósticos ICD (3 subtipos de esquizofrenia, 3
de trastorno esquizoafectivo, 2 bipolares y uno correspondiente a depresión con
síntomas psicóticos). Lo que encontraron fue que si bien había una significativa
agrupación en torno a ciertos nodos, la distribución era bastante continua a la vez
(ilustrada en la figura 2 de ese estudio). En la misma línea, un reciente trabajo
48
muestra un índice de comorbilidad elevadísimo entre esquizofrenia y trastorno
bipolar (108). Concretamente, este índice era 20, lo que significa en este caso que el
riesgo de ser diagnosticado de esquizofrenia a los 45 años si un sujeto lo ha sido
previamente de trastorno bipolar es 20 veces superior al de un sujeto en la población
general.
49
esquizofrenia y trastorno bipolar. Como señalaba antes, los síntomas de manía o
depresión están muy presentes en los pacientes primariamente diagnosticados de
esquizofrenia, con lo que en muchos casos el recibir uno u otro diagnóstico implica
más una apreciación cuantitativa sobre los síntomas particulares. Lo que por otro lado
sufre de las graves limitaciones inherentes a la naturaleza subjetiva de muchos de los
síntomas y a la suspicacia con que muchos pacientes psicóticos se enfrentan al
proceso diagnóstico.
50
dos últimos del seguimiento) y el 42.8 por 100 no habían tenido síntomas de psicosis
en ese mismo periodo. Valorando su grado de discapacidad y de su funcionamiento
global con escalas adecuadas (DAS y GAF respectivamente), el 54 por 100
mostraban repercusiones mínimas o ausentes con la GAF y el 33.4 por 100 un grado
bueno/excelente de capacidad (mínima incapacidad). Este trabajo también demostró
que globalmente (en el conjunto de los centros) el factor que mejor predecía una
buena evolución del paciente era haber permanecido con síntomas psicóticos el
menor tiempo posible al inicio de su enfermedads.
Por el otro extremo, hay cerca de un 30 por 100 de pacientes, a los que llamamos
resistentes al tratamiento, que padecen síntomas positivos (delirios, alucinaciones y
trastornos del pensamiento y de la conducta), que no mejoran con los fármacos
habitualmente empleados en esta enfermedad. Algunos se benefician en un grado
variable de otro tratamiento, la clozapina, pero otros ni siquiera de ello. Finalmente,
el pronóstico de los pacientes con esquizofrenia en general parece depender hasta
cierto punto de las demandas sociales sobre el paciente, lo que no es sorprendente en
un problema que afecta a las que llamamos funciones superiores. De hecho, en los
países del tercer mundo puede haber una mejor adaptación en algunos casos, quizá
por las diferencias en las demandas a las que el individuo enfermo está sujeto, aunque
esta es una idea polémica (114), como muestran los interesantes resultados del
seguimiento de pacientes en la Etiopía rural, alguno de los que ya he mencionado. En
uno de estos trabajos (115), 318 pacientes con esquizofrenia, la mayor parte sin
tratamiento previo, iniciaron un seguimiento durante 3.4 años de media, que se
completó en 235 (33 murieron en ese periodo, un porcentaje muy alto). En el año
final del seguimiento, 54 por 100 sufrían de un estado psicótico, y un 17.6 por 100
habían remitido parcialmente (solo un 5.6 por 100 remitieron completamente). Los
factores de mejor pronóstico eran recibir medicación durante más del 50 por 100 del
tiempo de seguimiento, una edad de inicio más tardía y vivir en una casa con más de
tres adultos'. Esto apoya, además que el tratamiento farmacológico eficaz sigue
siendo de primera importancia para mejorar el pronóstico del paciente esquizofrénico.
51
entre los familiares de un paciente con uno de ellos, como la esquizofrenia, haya más
miembros con otro diferente, como el trastorno bipolar, que en el promedio de la
población.
52
clasificaciones mixtas pueden permitir superar, cuando menos en parte, la pérdida de
información inherente a la imposición de categorías en un fenómeno dimensional8.
La confección de un modelo mixto de ese tipo no es por otro lado tarea sencilla.
Siguiendo las ideas de Timothy A.Brown y David A.Barlow, de la universidad de
Boston (119), es decisivo para ello saber en qué nivel los elementos dimensionales se
incorporarían al diagnóstico, si como severidad de los constructos correspondientes
(depresión, esquizofrenia,...) o como evaluación dimensional de otros constructos. A
su vez, estos otros constructos pueden corresponder a los incluidos en las categorías
existentes (depresión más manía, esquizofrenia más trastorno obsesivo) o a
constructos no reconocidos actualmente, que puedan reflejar incluso factores de
riesgo (neuroticismo, conductas externalizadoras,...). Esto no es tarea fácil, sobre todo
si se busca un acuerdo razonable entre investigadores.
Las nociones dimensionales van ganando influencia en los grupos de trabajo que
van a definir los criterios diagnósticos de las próximas futuras ediciones de los
manuales psquiátricos (quinta edición de la DSM y undécima de la ICD). Parece que
incluirán en esos diagnósticos «especificadores» que permitirán reducir la separación
tan artificial que las clasificaciones actuales establecen entre los pacientes. No parece
desde luego que vayan a desaparecer las grandes categorías, como el trastorno bipolar
o la esquizofrenia, pero en los correspondientes criterios es probable que se admitan
matices que permitan una mayor dimensionalidad de estos diagnósticos.
Estos grupos de trabajo, sobre todo los del DSM, están además planteando (con
muchas posibilidades de éxito) la inclusión en las clasificaciones de un «síndrome de
riesgo para la psicosis» («at risk syndrome»). Una parte importante de los pacientes
con ese «síndrome de riesgo» padecerán en el futuro una psicosis clínica, pero
muchos otros no, pese a mostrar unos rasgos muy parecidos a los de los anteriores en
el momento de ser diagnosticados «en riesgo». Esos rasgos se sitúan entre los
esperables en la población general y los que muestran los pacientes psicóticos.
53
(del 30 al 50 por 100) de esos chicos desarrollan una psicosis completa en los años
siguientes a su detección. Algunos investigadores sugieren que una intervención
preventiva puede impedir tal transición, al menos en una proporción significativa de
casos (121, 122). Si esto fuera así, podría retrasarse el inicio de las psicosis como la
esquizofrenia. O incluso impedir que se desarrollaran en muchos casos, pues la
superación natural del periodo más vulnerable a su aparición (la adolescencia
tardía/madurez temprana) conlleva una mayor maduración cerebral (recordemos la
tardía maduración cerebral, que se completa en torno a esa época). La teoría del
neurodesarrollo alterado9 como origen de la psicosis implica que algo más de tiempo
de maduración antes del inicio de la psicosis puede mejorar su pronóstico. Gracias al
mayor margen de maduración proporcionado por la intervención preventiva en los
sujetos «en riesgo», pueden disminuir las posibilidades de la aparición posterior de la
psicosis. Igualmente, el retraso de la aparición de una psicosis mejoraría las
posibilidades de adaptación individual, pues un cuadro como la esquizofrenia o como
otras psicosis interfiere muy gravemente en el desarrollo personal al inicio de la edad
adulta (periodo en el que se establecen relaciones de pareja, se completan los
estudios, se incorpora el sujeto a la vida laboral, ...). La psicosis manifiesta puede
también repercutir «per se» de modo negativo en la finalización de la maduración
cerebral, al menos en teoría.
54
las imágenes estructurales cerebrales por RM de 45 pacientes «en riesgo» y 25
controles para hacer un análisis neuroanatómico multivariante predicitivo de la
evolución posterior. Entre ellos, 18 pacientes desarrollaron una psicosis y 15 no
(otros 10 no fueron reanalizados). Las imágenes iniciales identificaban correctamente
al 88 por 100 de los sujetos que sufrieron después la psicosis y al 86 por 100 de los
que no, así como al 96 por 100 de los controles (129).
55
extremos penitenciales de algunos ascetas hindúes... constituía una práctica
habitual que un monje... dejara de comer hasta morir... Al igual que los
monjes budistas, los jainistas filtraban el agua que bebían para salvar la vida
de los animaluchos que contiene. Los monjes jainistas solían llevar plumeros
para barrer el suelo por el que caminaban y así evitar aplastar hormigas y otros
insectos; también se ponían un velo en la boca para no inhalar y matar a los
diminutos seres vivos que flotan en el aire. Ningún jaimista laico podía
dedicarse a la agricultura, ya que esta ocupación implica no sólo la
destrucción de la vida vegetal, sino también la de muchos seres que viven en
el suelo (ob. cit., págs. 436-437).
Podríamos especular con que algunas personas que llevaran a cabo tales extremos
fuesen enfermos psicóticos (con los criterios actuales para diagnosticar estos procesos
y si sus protagonistas fueran trasplantados a nuestro presente con aquellas conductas
intactas). Sin embargo, parece más posible que muchas de esas personas sufrieran una
sintomatología incompleta (no patológica en cualquier entorno) que, avivada por
peculiaridades del particular medio sociocultural, condujera a tan dramáticas
manifestaciones. Sus conductas, como las de tantos ascetas extremos, son tan
extraordinarias que no parecen entenderse en una relación juiciosa entre el sujeto y su
medio, lo que iría a favor de una cualidad psicótica. No obstante, la presentación más
completa de una psicosis es poco adaptativa, e impide más que facilita el éxito social,
por lo que parece poco probable que la mayoría de esas personas de tan radicales
conductas fueran enfermos en sentido estricto. Parece pues más posible que hubiera
en ellos ciertas manifestaciones subclínicas de psicosis que favorecieran su conducta
extrema, pero sin la grave interferencia de la enfermedad manifiestan.
56
Davidianos («Branch Davidians», David Koresh,convencido de ser la reencarnación
de jesucristo y del Ciro de Persia) o de la secta de la Puerta Celestial (Marshall
Applewhite, convencido de ser un extraterrestre), todas las cuales acabaron con el
suicidio o la muerte de sus seguidores, padecieron como mínimo síntomas psicóticos
que interferían con su percepción en interpretación de la realidad13
2.1.3.1. Incidencia
Se admite que los métodos usados para estudiar estos síntomas poseen suficiente
fiabilidad al menos en la población occidental, sobre la que se han realizado
habitualmente los estudios. Los cuestionarios que se usan a tal fin incluyen preguntas
del tipo de si el sujeto siente que por la calle la gente le vigila, si no puede fiarse en
general de nadie, o si siente que es posible comunicarse con los animales. Para poner
las cosas en todo su contexto, hay que aclarar que, además del grado de ambigüedad
que tales preguntas contienen, un problema de estas investigaciones es que
frecuentemente se hacen a base de cuestionarios auto-administrados para poder llegar
a grandes muestras. Es decir, que el sujeto contesta por sí mismo a las preguntas que
el investigador le presenta por escrito, sin poder pedir aclaraciones a éste, que por
tanto tampoco suele poder aclarar normalmente el sentido de las respuestas con el
sujeto. En uno de estos instrumentos auto-administrados (el llamado Community
Assessment of Psychic Experiences, o CAPE 42, se le pregunta literalmente, entre
otras cosas, al sujeto si «alguna vez nota que la gente le dice cosas con doble
sentido», o si «está siendo perseguido de alguna manera», o si «alguna vez nota si
está destinado a ser alguien muy importante», si (siempre ó alguna vez) «está bajo el
control de alguna fuerza o poder distinto a usted mismo». Sin duda son preguntas a
las que puede contestarse de modo afirmativo por muchas razones, no todas
57
patológicas". Al sujeto se le pide que conteste en una escala de cuatro puntos desde
nunca a casi siempre (en términos de frecuen cia) y, si está presente el síntoma, la
intensidad de la molestia que causa desde no molesto a muy molesto.
Con todo, hay un consenso bastante general sobre la validez de tales evaluaciones
autoadministradas. Pese a ser ambiguas, es el conjunto de las respuestas lo que se
evalúa, además de la relación de las puntuaciones que se obtienen con otros datos,
como la peor adaptación global de las personas con mayor puntuación, o el que las
evaluaciones por expertos en el campo con instrumentos de validez reconocida
arrojen resultados similares. De hecho, se demuestra que las respuestas en esas
evaluaciones predicen la calidad del ajuste y funcionamiento sociales en la población
(138) y que la información que se obtiene con estas escalas autoadministradas por los
sujetos es similar a la que se obtendría con una evaluación realizada por un
especialista (139)16
2.1.3.2. Consecuencias
En otro trabajo sobre la repercusión de estos síntomas, se halló que las personas de
la población general que presentaban síntomas de psicosis tenían 4 veces más
probabilidades de ser despedidas de sus trabajos, 15.2 veces más de ir a la cárcel en
58
algún momento, 3.2 veces más de estar desempleados, 3.6 veces más de tener
problemas serios con la policía, y más del doble de tener problemas serios de pareja,
de separarse o ser abandonadas, de conflictos en el trabajo o de problemas legales
(138). Los sujetos con psicosis clínicas tienen dificultades similares, pero más
intensas.
2.1.3.3. Riesgo
59
o el consumo de cannabis. Estos factores están ampliamente aceptados como de
riesgo para el desarrollo de psicosis como la esquizofrenia y, en menor medida, para
psicosis de otro tipo. Merece destacarse su relación con el tamaño de la población. El
grupo de la Universidad de Maastrich ha mostrado una variación significativa de la
incidencia de los síntomas psicóticos en la población sana en relación a ese tamaño:
en ciudades de menos de 500.000 habitantes estaría en torno al 13 por 100, y en
ciudades de más de dos millones y medio de habitantes llegaría al 23 por 100.
También es interesante señalar que, en otro trabajo, el grado de persistencia de estos
síntomas, que lógicamente acaban interfiriendo con la vida del sujeto, se asociaba
también a factores del entorno que, según los autores, sensibilizarían el cerebro
facilitando esa persistencia (144). Entre esos factores ambientales se encontraron
precisamente la vida urbana, el consumo de cannabis y las experiencias psicológicas
traumáticas.
60
es revelada por un trabajo que se siguió a más de 500 personas entre los 20 y 40 años,
de las que un 6 por 100 de personas mantenían a lo largo de ese tiempo ideas y
conductas cercanas a la esquizofrenia sin repercusión clínica (138). El grupo con
síntomas psicóticos de larga duración estaba mucho más afectado en términos de
problemas personales, legales y laborales. El factor que más diferenciaba a esas
personas con síntomas persistentes de los que los habían mostrado a los 20 años pero
en quienes luego habían desaparecido era precisamente el consumo de cannabis en el
año de la inclusión. Aquellos que lo consumían semanalmente tenían 5.2
posibilidades más de mantener después los síntomas psicóticos que los que no lo
hacían. El consumo de menores cantidades también elevaba el riesgo, pero de modo
menos marcado, multiplicando por 2.3 el riesgo frente a los que no lo consumían. Así
pues el consumo de cannabis es un ejemplo de factor del entorno que, actuando en
torno a la adolescencia, es capaz de generar dificultades muy marcadas en los años
siguientes, no limitadas a los que sufren esquizofrenia, y quizá más especialmente en
personas que, en función de una cierta dotación genética no anormal, sean más
sensibles a esa influencia. Parece de gran interés investigar si las personas que
desarrollan esquizofrenia en relación con el consumo de cannabis tenían síntomas
psicóticos como los descritos antes de consumirla, o algún tipo de alteración cerebral
subclínica.
Hay otras evidencias que apoyan la implicación de los mismos factores causales
en las psicosis mayores y en los síntomas psicóticos atenuados en la población. Una
de las principales hipótesis sobre las causas de la esquizofrenia es que en su
desarrollo tienen están implicados factores que dificultan un adecuado desarrollo
cerebral, por ejemplo obstaculizando el establecimiento de conexiones adecuadas. Es
la hipótesis llamada del «neurodesarrollo alterado»(78, 148, 149). Según ella los
sujetos más jóvenes tendrían una frecuencia alta de síntomas «esquizoides», o
«esquizotípicos» n (es decir, similares a las de los pacientes con esquizofrenia) ya que
su cerebro no está totalmente desarrollado18.
Las observaciones apoyan esa idea. Los datos muestran, como ya he mencionado
antes, una mayor frecuencia de síntomas psicóticos en los sujetos más jóvenes. En un
estudio en el que se siguió la evolución de un grupo de 761 sujetos entre los 11 y los
26 años, la cuarta parte de los sujetos presentaba a los 11 años algún tipo de creencia
psicótica (150), siendo este tipo de síntomas menos frecuentes en poblaciones de más
edad. Es interesante que en este trabajo el 25 por 100 de los niños que presentaban
síntomas psicóticos «intensos» a los 11 años tenían a los 26 años esquizofrenia o un
trastorno similar (pero el 75 por 100 no lo presentaban!!). El cerebro humano tarda
mucho en madurar, sobre todo en sus regiones anteriores o frontales, donde
frecuentemente se observan desviaciones cerebrales en la esquizofrenia. Se acepta
que hasta la tercera década de la vida tal maduración no se completa, lo que resulta
muy llamativo en comparación con primates como los chimpancés en los que esa
maduración se completa en el segundo o tercer año de la vida. A esa prolongada
maduración puede deberse la mayor frecuencia de los síntomas psicóticos en la
población general entre los más jóvenes.
61
2.2. NEUROBIOLOGÍA
2.2.2. NEURODESARROLLO
Las técnicas de imagen cerebral, que permiten valorar ciertas propiedades del
62
cerebro en vivo se han aplicado con especial ahínco al estudio de la psicosis. La
primera en emplearse fue la electroencefalografía, que facilita estudiar la actividad
bioeléctrica derivada de la trasmisión eléctrica entre neuronas. Aunque es una técnica
con baja resolución espacial y muy sensible a los artefactos sigue teniendo gran
validez, pues su capacidad para estudiar lo que sucede a escala de milisegundos no ha
sido igualada19. Por su parte, la anatomía cerebral se ha estudiado con técnicas
radiológicas, y más recientemente con resonancia magnética nuclear. Las
aplicaciones de esta técnica permiten además valorar cambios en la perfusión en
relación al estado funcional (en reposo o haciendo una tarea determinada), el estado
de las conexiones entre áreas (mediante la denominada tractografía) y la
concentración de ciertos elementos bioquímicos muy importantes, como el GABA, el
glutamato o el N-acetilaspartato20, mediante la espectroscopia por RM. A su vez, las
técnicas derivadas de la medicina nuclear, como la tomografía por emisión de
positrones o de fotón único permiten valorar cambios de consumo de glucosa o 1
perfusión con las tareas cerebrales y el estado de la trasmisión neural (valorando la
concentración de receptores o la liberación del neurotransmisor tras un estímulo).
63
La idea más aceptada actualmente para explicar esas alteraciones estructurales es
la de un desarrollo cerebral alterado por retraso en la maduración o por déficit
relativo (nunca por ausencia) de algún elemento neural, por motivos genético al
menos en parte. Es decir, que la maduración cerebral pre o/y postnatal no se hace de
modo completamente normal. Las etapas de la maduración cerebral incluyen la
proliferación y diferenciación celulares en el embrión, la correcta migración a sus
sitios funcionales, el establecimiento de conexiones a corta y larga distancia y el
refinado de esas conexiones (el proceso de poda sináptica) en el que ya hemos visto
que juega un rol esencial la historia del individuo. Las alteraciones anatómicas en las
psicosis para muchos autores reflejan alteraciones en esos procesos madurativos (por
ejemplo, una incorrecta migración o una mala regulación del establecimiento de las
conexiones).
64
Hasta aquí todo bien para apoyar la teoría del neurodesarrollo, pero merece la
pena puntualizar de qué diferencias estamos hablando, para no perder las perspectiva.
Los niños que luego iban a tener esquizofrenia sonreían (según sus madres) de media
a las 6.1 semanas, los que padecerían otros problemas mentales a las 5.7 semanas y
los que iban a ser mentalmente sanos a las 5.5 semanas. Más o menos media semana
de diferencia. En cuanto a la deambulación, los primeros lo hacían sin ayuda a los
13.01 meses, los segundos a los 12.15 meses y los terceros a los 11.71. No eran pues
diferencias enormes ni que llamaran la atención como anormales: el niño medio que
va a desarrollar esquizofrenia unos 25 años después sonríe unos 3 días después que el
que no va a sufrir esa enfermedad y caminaba 1.3 meses después. Por otro lado, no
todos los futuros pacientes de esquizofrenia mostraban retrasos estadísticamente
significativos, por cuantitativamente pequeños que fueran, pues muchos de ellos se
encontraban en el rango de la normalidad.
Como ejemplo ilustrativo puede citarse lo que sucede con el hipocampo, una de
las regiones donde más se han replicado tales diferencias en la esquizofrenia. El
hipocampo es una estructura muy relevante en las funciones de la memoria y la
comparación entre medio interno y externo, presumiblemente alteradas en algunos
pacientes con esa enfermedad. Se relaciona íntimamente con otras áreas cerebrales
filogenéticamente antiguas y modernas, resultando en conjunto muy relevantes en la
65
regulación del afecto, la agresión y la autoconservación. Entre sus conexiones más
destacadas están la amígdala, el giro para-hipocámpico,el cíngulo anterior,la región
frontal anterior, la ínsula, la región orbitofrontal y el caudado anterior, incluyendo el
núcleo accumbens. El hipocampo tiene un desarrollo más importante en el hombre
que en otros primates, al menos en algunas de sus porciones (158). Esto subraya su
gran relevancia en el funcionamiento mental humano. De hecho, esta estructura tiene
en el ser humano un papel clave en la transferencia de las trazas de memoria
declarativa (la que nos permite recordar eventos que nos han sucedido o palabras) a la
memoria a largo plazo. Esto no sucede en otros primates, sin que esa diferencia
funcional tenga una obvia expresión en la morfología aparente (159).
Una reducción similar del hipocampo puede estar presente también en otras
alteraciones mentales como la depresión, donde además parece ser proporcional a la
duración de la enfermedad (161). Se ha descrito la misma atrofia también en el
trastorno por estrés postraumático y en alteraciones endocrinológicas como la hiper-
secreción de hormonas corticosteroides, o con motivo de su administración exógena.
Incluso en situaciones de mero estrés parece posible encontrarla, pues se ha mostrado
(en la musaraña) cómo al cabo de 28 días el estrés sostenido puede producir en el
hipocampo un aumento significativo de la llamada «apoptosis» o «muerte neuronal
programada» (162). Esto plantea aún más dudas sobre el significado de su
disminución en la esquizofrenia, dado el inevitable estrés crónico que sufren las
personas con esta enfermedad. Podríamos estar viendo así en el hipocampo
disminuido una consecuencia más que una causa del problema, aunque en contra de
esta posibilidad habla el hecho que también lo vemos con frecuencia entre personas
que han sufrido un primer episodio de esquizofrenia. Sin embargo, éstas pueden
haber sufrido un importante gado de estrés antes de manifestarse la enfermedad
incluso por primera vez, ya que habitualmente su primer episodio culmina una etapa
de grave desajuste académico o laboral, social y familiar.
66
entre los valores individuales de pacientes y controles, de tal modo que la mayoría de
los sujetos con esquizofrenia caen en el rango de la normalidad. Además, la
comparación de resultados entre distintos artículos sobre el tema sugiere que algunos
pacientes pueden tener alteraciones significativas en algunas de estas áreas, otros
pueden tenerlas en otras, y no pocos en ninguna. Se han realizado distintas revisiones
sobre el tema, que ilustran esa dispersión de hallazgos y el escaso tamaño de las
diferencias. Entre ellas merece destacarse la de Martha Shenton [1]. Ello no obsta
para que la significación biológica de esos pequeños cambios pueda ser importante,
aunque aún no la comprendamos bien. Pero aun así, su pequeña magnitud, el gran
solapamiento con el cerebro de los controles sanos, y la variabilidad de los hallazgos
entre pacientes con el mismo diagnóstico, apoyan la continuidad cualitativa entre el
cerebro normal y el de los enfermos. El número de factores genéticos que contribuyen
a la puesta a punto definitiva del cerebro humano es enorme, no siendo de extrañar
que haya una amplia variación en las alteraciones «finas de su maduración», que
posiblemente expliquen esa gran variación en las alteraciones cerebrales de los
pacientes.
Del mismo modo que estos datos neuropatológicos, y que los datos clínicos que
hemos visto, las alteraciones estructurales y funcionales en la esquizofrenia se
continúan con las de pacientes con otros diagnósticos, sobre todo con trastorno
bipolar (163). En lo que respecta a las alteraciones de la estructura, en el trastorno
bipolar se encuentra, al igual que en la esquizofrenia, un cierto déficit de volumen de
materia gris frontal y del hipocampo en comparación con sujetos normales (164-166).
La magnitud de estas alteraciones estructurales tiende a ser mayor en la esquizofrenia
que en el trastorno bipolar, pero su solapamiento es grande. En el trastorno bipolar
encontramos un patrón de estructura cerebral situado como promedio entre la
normalidad y la esquizofrenia, algo que también ocurre en muchos datos clínicos de
ese trastorno. Los problemas estructurales cerebrales parecen particularmente
evidentes en la forma infantil del trastorno bipolar, como muestra un estudio reciente
(167), lo que sucede también en la esquizofrenia. Igualmente, el trastorno bipolar de
inicio infantil muestra una disminución de los niveles de N-acetil-aspartato, sustancia
que se relaciona con la cantidad de tejido neuronal viable y se detecta con
espectroscopia por resonancia magnética. Estos datos sugieren que en el trastorno
bipolar las alteraciones cerebrales son directamente proporcionales a la carga genética
e inversamente proporcionales a la dependencia de in fluencias ambientales; que
cuanto más pronta es su expresión, más marcadas son las alteraciones.
67
que la «disolución» de la función de una estructura superior (como la corteza)
provoca la hiperactivación o liberación de las funciones de estructuras cerebrales
subordinadas y más antiguas, como las límbicas (8). Las lesiones anatómicas (o
«disoluciones») de regiones superiores conducirían a un menoscabo o desaparición de
su función y a la liberación de la actuación de otras regiones, filogenéticamente más
antiguas. Pierre Janet, autor de finales del siglo xix y primeros del xx, llegó a
similares conclusiones. Para él en la enfermedad psiquiátrica se daría una incapacidad
de acceder a los niveles superiores de organización cerebral, en los que se situaría la
representación de la realidad, «liberándose» así los inferiores23. Una idea más
refinada en este sentido, pero básicamente coincidente, es la más reciente de
M.Marsel Mesulam, quien entiende que cuando la corteza prefrontal funciona mal, el
sistema nervioso lo hace de manera predeterminada, de modo que los estímu los
provocan respuestas más directas para obtener una gratificación inmediata (170). La
región frontal es necesaria para que el cerebro no funcione temporalmente de esa
manera que podemos llamar automática24 (170), lo que le posibilita asociar los
estímulos a sus significados (es decir, crear la «realidad simbólica» en que vivimos
los seres humanos). El rendimiento usual del lóbulo frontal es poner los estímulos «en
perspectiva» temporal, semántica y emocional, inhibiendo los que son inadecuados en
un determinado plan. Ejerce su labor de control a través de mecanismos como la
memoria operativa (que mantiene en mente el objetivo de la acción), y la atención
(inhibiendo la distraibilidad y el deseo de inmediata gratificación). Con el mismo
resultado, y en el contexto de la imprescindible aportación de otras estructuras como
la amígdala, la ínsula o el cíngulo anterior, confiere el tono emocional a los
acontecimientos. Pues bien, si el lóbulo frontal es lesionado, y aunque la lesión no
produzca modificaciones con relevancia categorial, se pueden liberar tendencias a
actuar de modo inadecuado o incomprensible desde la perspectiva del observador. La
región frontal, en otras palabras, codifica el contexto de las señales recibidas por el
cerebro (170), lo que implica que un déficit de su función puede aumentar las
probabilidades de una confusión en el significado de esas señales (procedentes del
medio interno o externo al sujeto).
Corno he mencionado antes, hay evidencias que apuntan a que un cierto grado de
alteración frontal está presente al menos en ciertos casos de pacientes con
esquizofrenia, en los que, de acuerdo con las ideas de Jackson y Mesulam, podría
facilitar una alteración del sistema lírnbico. La alteración del desarrollo correcto de
regiones corno la frontal (no digo que sea una alteración exclusiva de esta región ni
común a todos los pacientes) puede implicar una hiperactivación de las áreas lírnbicas
región que, si es sostenida, puede tener consecuencias neurotóxicas y podría, al
menos en parte, explicar el menor volumen promedio del hipocampo en la
esquizofrenia. Fenomenológicamente esa liberación podría expresarse corno una
hiper-expresión de instintos filogenéticarnente relacionados con esa región, corno los
de autoconservación. Entre los síntomas más frecuentes en las psicosis, las vivencias
referenciales (la certeza de ser el centro de la atención de todo lo que les rodea) y
paranoides (la vivencia de que alguien o algo está tratando de perjudicarles
gravemente), pueden entenderse corno instintos de autodefensa exacerbados, tanto
que acaban separando al paciente de la realidad.
68
Las alteraciones límbicas pueden tener relación con las frecuentemente
encontradas alteraciones de la memoria en las psicosis (64), pues una de las funciones
del sistema hipocampal tiene que ver con la memoria declarativa. Las estructuras
límbicas son claves para la memoria semántica y episódica en el ser humano, pero sus
funciones también incluyen (en el ser humano y otros animales menores) la
navegación espacial. Es decir, la orientación en la dimensión espacial y temporal del
entorno. Como describe Gyórgi Burzsaki en su libro Rythms of the Brain, parece
muy plausible que la memoria episódica haya evolucionado a partir de la
modificación de ciertas neuronas del hipocampo especializadas en codificar la
posición del animal a partir de la dirección y velocidad del movimiento, que puede
haber evolucionado a la representación del desarrollo temporal de los eventos (o
memoria episódica). A su vez, existen neuronas en otras regiones límbicas, como el
área entorrinal, que codifican la posición sin depender de la dirección previa del
movimiento, lo que hace pensar a ese autor que podrían haber evolucionado para
codificar significados despojados de sus características espaciotemporales (es decir,
formar conceptos abstractos) (171).
Aunque las funciones mentales tienen un sustrato difuso, existe una cierta
especialización de algunas estructuras relativa a la memoria, como sucede con el
hipocampo, que además es un nodo especialmente importante en la comparación de
las representaciones internas y los estímulos externos. De este modo, la
hiperactivación patológica del hipocampo puede reforzar en exceso ciertas
representaciones innésicas y darles una apariencia sensorial, pues la memoria sería
una reviviscencia en términos neurales, adquiriendo así la fuerza (o vivacidad, para
David Hume) de lo externo a la mente, muy compatible con los conceptos recientes
sobre el sustrato de la memoria, corno los de Gerald Edelman y Giulio Tononi, para
quienes la memoria puede ser entendida corno «remembered present» (172). Estos
autores entienden la memoria no tanto corno almacenamiento estático de datos en una
estructura al que se puede acceder para su recuperación sino corno una re-
presentación (recreación mental) de los datos que formaron esos recuerdos en su
presentación original. El paciente puede así confundir lo pensado con lo percibido, lo
que puede contribuir decisivamente a los delirios y las alucinaciones. Hay ciertas
evidencias empíricas para esta idea de la confusión entre los espacios mental interno
y externo en las psicosis, como veremos más adelante.
69
una estructura que controla al sistema límbico. Como veremos, hay otras evidencias,
por ejemplo una menor activación metabólica prefrontal ante una tarea en que la que
participa esta área, que apoyan una alteración frontal como promedio en la
esquizofrenia.
Los estudios post mortero en la esquizofrenia han revelado pocas cosas, y desde
luego nada definitivo. Pero sí hay una interesante replicación de algunos datos
mostrando que el sistema neuronal inhibitorio (que normalmente actúa como «freno»
en la transmisión cerebral), funciona «menos» (como media, pero no está ausente ni
disminuye en todos los casos) en la corteza de los pacientes con esquizofrenia (176,
177). Es un resultado quizá más sólido que otros, aunque no enteramente específico
para ese síndrome. El sistema cerebral inhibitorio depende de las células que
llamamos interneuronas, que usan el ácido gamma-amino-butírico (GABA) como
transmisor y actúa a modo de regulador de la actividad cerebral. La actividad
neuronal en ausencia (o déficit) de la actividad inhibitoria se extendería
descontroladamente por todo el cerebro, ya que la mayoría de las neuronas en la
corteza son excitadoras y están conectadas entre sí. Parece lógico suponer (ya que el
70
cerebro está hecho así) que este balance frenado/excitación sea necesario para
seleccionar los grupos neuronales adecuados para una tarea pero sin permitir que la
excita ción se extienda de modo metabólicamente ineficiente y cognitivamente
impreciso a todas las demás neuronas. Un adecuado frenado mediante el sistema del
GABA permite activar las células precisas, pero no otras, en la compleja e
interconectada red cerebral.
Los sistemas inhibitorios son claves por otra razón: análogamente al lenguaje
binario de los ordenadores, permiten la multiplicidad funcional subyacente a la
diferenciación e integración. Una serie de neuronas excitatorias no permite más
opción que la de un incremento de la extensión y la magnitud de la excitación
original. En cambio, la combinación de neuronas excitatorias e inhibitorias permite,
dependiendo de la fuerza relativa de las conexiones entre ellas, múltiples
posibilidades. Estas posibilidades oscilan entre una simple regulación al estilo de un
termostato (si una neurona excitatoria activa una inhibitoria que a su vez inhibe a la
primera), y la selección de grupos neuronales con la inhibición simultánea de otros en
respuesta a un estímulo.
71
por las propiedades no lineales mencionadas en el primer capítulo hay que añadir las
consecuencias de que muchas de las conexiones entre neuronas y regiones cerebrales
se retroalimentan. Es decir, considerando por ejemplo una región que proyecta sobre
otra (en un modelo simple), la estimulación de la primera por la segunda puede dar
lugar a una activación de una vía inhibitoria que va de la primera a la segunda, lo que
puede prevenir un exceso de activación inapropiada o no rentable en términos
metabólicos. Esto desde luego introduce un grado más de impredecibílídad al
sistema, si consideramos que la fuerza o eficiencia de los mecanismos reguladores
(de retroalimentación) puede ser distinta entre sujetos. La retroalimentación, además,
no se establece entre parejas de regiones solamente, sino que puede implicar a
muchas redes a su vez imbricadas a distintos niveles entre sí. En palabras de Norbert
Wiener, uno de los padres de la cibernética, la retroalimentación «es el control de una
máquina en base a su comportamiento real y no al esperado». Los defectos, al menos
funcionales, en tales de sistemas de retroalimentación parecen muy posibles en los
pacientes con psicosis, si atendemos a, por ejemplo, los datos obtenidos con
neuroimagen del sistema dopaminérgico en pacientes con esquizofrenia por el grupo
de Marc Laruelle y otros (53, 147, 178, 179) en los que encontramos que la liberación
de dopamina no parece tener el mismo frenado que en sujetos normales, al menos en
las fases activas de la enfermedad.
2.2.3.1. Evidencias
72
pocas muestras, por otro lado) no aparecen interneuronas aberrantes, un apreciable
descenso en ellas ni hay falta total de GABA. Como en el resto de las alteraciones
descritas para esta enfermedad, los valores de los pacientes y los normales se solapan
en gran medida (181, 183). Además, estas diferencias en la esquizofrenia son
similares a las que pacientes con otros diagnósticos, como el de trastorno bipolar,
muestran respecto de los sujetos sanos (5).
Un reciente trabajo muestra como uno de los genes cuyas variantes se han
implicado en el riego de padecer esquizofrenia, el de la Neuregulina (NRG1) es
precisamente clave en la correcta regulación de las funciones de las interneuronas
(184). Este trabajo en el que participó un grupo del CSIC español liderado por Oscar
Marín y Beatriz Rico muestra que entre las funciones más importantes de estor genes
está precisamente la regulación de la trasmisión inhibitoria en la corteza cerebral. En
concreto, son clave en el desarrollo temprano de las células que soportan la
trasmisión inhibitoria (las interneuronas) y la formación de conexiones entre
interneuronas y neuronas excitatorias. Del balance entre ambos tipos de neuronas
surge la actividad cerebral coordinada que subyace a la mental. Como sabemos, la
esquizofrenia es una enfermedad de elevada proporción causal genética, que
probablemente se produce a través de la interacción de distintas variantes genéticas
no necesariamente anormales. Entre las variantes que se han hallado por distintos
grupos implicadas en aumentar el riesgo de padecer esta enfermedad están las de los
genes para la NRG1 (o neuregulina) (185) a y su receptor ErbB4.
73
claramente que ésta puede ser de hecho la situación en muchos pacientes con
psicosis. Por ejemplo, en dos estudios diferentes el grupo de Georg Winterer encontró
que en los pacientes con esquizofrenia la actividad cerebral era excesiva durante el
desarrollo de una tarea, tanto en términos de actividad eléctrica como de aumento de
la perfusión (189, 190). Los pacientes mostraban una actividad excesiva no vinculada
a la tarea, lo que incrementaba la activación total sin mejora del rendimiento. En el
segundo de los trabajos aparece además un dato muy interesante: que tanto en los
pacientes como en los controles sanos el exceso de activación se correlacionaba con
un menor rendimiento en pruebas neuropsicológicas.
Este tipo de alteración (un defectuoso frenado que impide la activación apropiada)
puede explicar la alteración funcional más sólidamente descrita en la esquizofrenia,
que es la «hipofrontalidad». Entendemos por tal una menor activación metabólica de
la región prefrontal cuando el sujeto realiza una tarea en la que está implicada esta
región, como cuando es necesario retener un dato durante todo el desarrollo de una
actividad, o cuando la atención debe mantenerse pese a estímulos potencialmente
distractores (191, 192). Esa activación se examina valorando los cambios provocados
por la realización de esa tarea en el consumo de glucosa prefrontal o en el aporte
sanguíneo a la región. Los resultados de estos trabajos demuestran que los pacientes
con esquizofrenia activan el área prefrontal, aunque lo hagan en un porcentaje inferior
al de un grupo normal, con una diferencia habitualmente de escasa magnitud. En un
trabajo de nuestro grupo encontramos que respecto la media global de consumo de
glucosa, la activación en pacientes en primer episodio de esquizofrenia estaba en
torno al 94 por 100 y en los sujetos control en torno al 97 por 100 durante una tarea
de atención. Los pacientes en primer episodio psicótico sin esquizofrenia estaban en
torno al 95 por 100 (192). Su déficit por tanto no es tampoco cualitativo. Hay datos
que muestran que los pacientes activan la región usando los mecanismos normales,
pero lo hacen de modo ineficiente, de tal forma que su activación ha de ser mayor
para conseguir rendimientos similares (45, 65). Esto desde luego parece muy
coherente con una alteración de los mecanismos inhibitorios.
74
modo por defecto en la esquizofrenia puede relacionarse con una deficiente función
inhibitoria en esa enfermedad. En otras palabras, que un déficit en la inhibición
normal explicaría una excesiva actividad basal que no puede frenarse con normalidad
para permitir al cerebro rendir adecuadamente en tareas cognitivas o afectivas.
Por último, la falta de frenado del modo predeterminado para adaptarse a las
demandas cognitivas es también muy coherente con los resultados de una reciente
colaboración entre investigadores del NIMH (Instituto de Salud Mental americano),
la universidad de Heidelberg, la de Yerevan (Armenia) y Bar¡ (Italia) (197). Estos
investigadores encontraron una isoforma de un canal de potasio regulada por una
variación genética sobre-expresada en pacientes con esquizofrenia de tres muestras
diferentes. La variante (llamada KCNH2 3.1) inducía un exceso de frecuencia de
disparo neuronal, disminuyendo la capacidad de adaptar la excitabilidad neuronal a
las tareas necesarias. Las personas sanas con la misma variación 28 tenían menos
capacidad cognitiva (CI total y velocidad de procesamiento) y activaban en exceso,
de modo ineficiente, el hipocampo y la corteza frontal en tareas respectivamente de
memoria y de memoria de trabajo. Todo esto son cosas frecuentemente encontradas
en grupos de pacientes con esquizofrenia.
75
Esto implica una discriminación cerebral menos eficiente entre los estímulos internos
y externos, que aumenta la probabilidad de errores como confundir los propios
temores con la realidad, lo que puede facilitar a su vez pensamientos aberrantes. Pero
ni esos pacientes carecen por completo de capacidad de discriminación entre los
espacios interno y externo, ni todos los pacientes muestran disminución de esa
capacidad, ni siquiera los que lo sufren la tienen siempre disminuida, sino que
simplemente tendrían en ciertas condiciones menos posibilidades de acertar. En estos
estudios se evidenció además que los pacientes activaban regiones que, en otras
circunstancias, también empleaban los controles. Nuevamente nos encontramos con
una distinción no categórica.
Hay otra disfunción que puede tener una gran relevancia para la desorganización
mental que presentan muchos pacientes con psicosis, entendidas ambas
(desorganización y psicosis) en un amplio sentido. No entendernos totalmente cómo
nuestro cerebro forma las representaciones mentales complejas, sobre todo en lo
referido a la integración de aspectos sensoriales separados de un objeto para
76
identificar su unicidad, o al ser conscientes de nuestra propia percepción. Aun así,
parece claro que el sustrato de tales funciones no es una neurona o grupo de neuronas
segregadas del resto. La «teoría de la neurona abuela» proponía que una determinada
neurona codificaría todas las representaciones (sensaciones y memorias) relativas a
un suceso, corno la abuela de un sujeto, tras haber convergido en ella las
correspondientes estirnulaciones sensoriales a lo largo de la vida. Pero esta
interpretación jerárquica de la función cerebral hoy parece poco verosímil para
muchos científicos, al menos para muchos autores, por razones de lógica (hay
demasiadas cosas en el mundo para ser así codificadas). Sin embargo, hay que
reconocer a partir de ciertos experimentos que la idea tiene sentido, al menos en
parte. Corno describe Marco lacoboni en su libro Mirroring People, Itzhak Fried y sus
colaboradores hicieron registros unicelulares en cerebros de pacientes epilépticos
(201), a los que presentaban imágenes de personajes famosos (corno la foto de Bill
Clinton o la de Jennifer Aniston). Encontraron células individuales que efectivamente
sólo respondían a esas imágenes, y no a otras de personas parecidas (por ejemplo,
Julia Roberts). Los autores defienden esto corno apoyo de la teoría de la neurona
abuela (mejor dicho, en sus palabras de la «célula de Jennifer Aniston»). Pero para mí
este razonamiento tiene un gran fallo, pues es mucha casualidad que encontraran (que
registraran, quiero decir) justo las neuronas que codificaran las fotos que presentaron.
En ningún caso tenían idea previa de dónde encontrar exactamente tales células (cosa
bastante obvia, por otro lado), por lo que no puede pensarse que el registro al azar
diera como resultado encontrar la neurona de la imagen presentada entre todas las
posibles del universo mundo. Parece más plausible que las neuronas registradas
estuvieran relacionadas con muchas imágenes distintas entre sí hasta cierto punto,
algo compatible con una red de memoria más que con «neuronas abuela».
Por tanto, hoy se suele aceptar una visión más conectivista de la función cerebral,
para la cual sería la acción simultánea de numerosas neuronas la que contribuiría a la
integración de las sensaciones, a la memoria y a otras funciones complejas. Ya
hablamos algo de esto al mencionar el trabajo de Edelman y Tononi. Esta acción
simultánea de grupos neuronales más o menos extensos se manifiesta a través de los
llamados ritmos cerebrales, que pueden ser identificados por las técnicas de la
electroencefalografía y magnetoencefalografía y resonancia magnética funcional. No
conocemos del todo el significado de tales ritmos, que se han agrupado en función de
la frecuencia de su oscilación y han sido denominados con letras griegas (delta, theta
alfa, beta, y gamma, por orden creciente de frecuencia), pero el ritmo gamma puede
ser especialmente relevante en la integración sensorial y en la formación de distintos
tipos de memoria (202, 203). Este ritmo es muy dependiente en su génesis de la
función de las neuronas inhibitorias, algunos de cuyos tipos presentan unas
propiedades de disparo en el rango de frecuencia de ese ritmo. Como la función de las
neuronas inhibitorias puede ser deficiente en las psicosis (en una proporción
significativa de pacientes), habría una alta probabilidad de que esas funciones
integradoras de los ritmos cerebrales (que reflejan la coordinación neuronal
subyacente) se viera menoscabada. De hecho, hay evidencias de que tales ritmos (los
gamma en particular) pueden presentar alteraciones significativas en ese síndrome
(203). Una propiedad muy interesante de tal disfunción es su potencial para producir
77
una alteración continua más que categórica, y además temporalmente variable (por sí
misma o en relación a los estímulos del medio) de las funciones de integración de la
vida mental. Esto es de hecho lo que presentan los pacientes psicóticos.
Merece la pena en este punto volver a algo que ya mencioné páginas atrás. Puede
haber cierto déficit de conectividad en el sustrato de la esquizofrenia, al menos en
algunos casos. Esta deficiente conectividad parece lógico que pueda contribuir, en
algunos casos, a una actividad cerebral menos organizada o eficiente, como uno de
los muchos posibles factores cerebrales contribuyentes a la psicosis. Recordemos que
la riqueza de las conexiones dendríticas es uno de los rasgos más distintivos del
hombre como especie (19, 20). En el trabajo del grupo de Lynn Selemon se evaluaron
la morfología y densidad neuronales de dos regiones cerebrales en pacientes con
esquizofrenia y con troles sanos (204). Los pacientes mostraban en las regiones
frontal y visual una densidad neuronal más elevada que la de los controles (y mayor
en la región frontal), lo que se interpretó como una posible disminución de la
extensión de los árboles sinápticos29, es decir, como índice de una menor
conectividad entre neuronas. Sin embargo los árboles sinápticos no habían
desaparecido, ni estaban gravemente disminuidos; ni siquiera aparecían disminuidos
en todos los pacientes. Es verosímil que este problema contribuya, junto a la
desorganización secundaria a las alteraciones de la inhibición, a explicar alteraciones
como la hipoactivación regional, e incluso algunas desviaciones morfológicas.
Ambos problemas no necesitan coincidir en los mismos pacientes. Las funciones
mentales se basan probablemente en la activación distribuida y re-entrante (recíproca)
de distintos nodos corticales, es decir, precisan un buen funcionamiento de las
conexiones, por lo que una leve desorganización de las mismas puede dificultar el
correcto proceso de la información de la realidad. La conectividad es además
potencialmente muy sensible a las influencias biológicas y sociales del entorno, sobre
todo en los años iniciales de la vida, en virtud de los procesos de poda sináptica y a la
necesidad de los estímulos del entorno para la formación de las conexiones eficientes.
Recordemos los casos de los niños criados sin contacto con otros seres humanos y sus
gravísimas dificultades posteriores para desarrollar el lenguaje. Un déficit del sistema
inhibitorio como el que he mencionado antes puede además facilitar una desaparición
de algunas conexiones a través de un proceso de hiperexcitación tóxica.
78
estudiado dentro del grupo incluido.
Los estudios son aquí enormemente numerosos, y las discordancias tanto o más.
No obstante, algunos datos merecen comentarse, sin pretender hacer un repaso
exhaustivo de la literatura científica, a cuyas fuentes (las revistas donde estos
resultados se publican) remito al lector interesado.
79
Rey Juan Carlos (212). Este trabajo, junto con los anteriores, muestra unas
diferencias muy grandes dentro del diagnóstico común de esquizofrenia (que todos
los pacientes compartían) en sus ganglios de la base. Es especialmente interesante
señalar que los tratamientos que han venido recibiendo los pacientes hasta hace poco,
y que desde luego los kraepelinianos de nuestro grupo recibían (los antipsicóticos
típicos) aumentan significativamente el tamaño de esos núcleos basales. Por tanto, la
disminución de esa estructura asociada al mal pronóstico no parece explicarse como
efecto del tratamiento sino más bien como correlato de la enfermedad. (213). Hace
algunos años, trabajando en el Hospital Doce de Octubre de Madrid, publicamos una
comparación de distintos parámetros biológicos entre pacientes que habían
respondido o no al tratamiento con antipsicóticos típicos. Valoramos distintas
medidas entre ambos grupos (RM estructural, activación con PET, espectroscopia por
RM y el potencial P300), y encontramos diferencias muy marcadas entre ellos, pese a
que todos compartían el mismo diagnóstico (214). En general, los que no respondían
a esos tratamientos demostraban una mayor severidad de sus desviaciones cerebrales.
Esta línea de hallazgos subraya la heterogeneidad biológica aun pobremente
considerada dentro de la esquizofrenia.
80
En otros aspectos del pronóstico de los pacientes con psicosis también se
manifiesta la heterogeneidad biológica contenida en nuestras etiquetas diag nósticas.
La respuesta a los fármacos con que actualmente tratamos la esquizofrenia debería ser
más fácil de predecir en función de parámetros cerebrales que de los síntomas, dado
que estos dependen en última instancia de lo que el paciente perciba subjetivamente y
manifieste o no al clínico que le trate. Por tanto, esos síntomas están sujetos a muchos
más factores de variación que lo objetivo en el cerebro. Además, los datos cerebrales
que han mostrado desviación entre pacientes y controles (presencia o no de atrofias
regionales, mayor o menor activación ante una tarea,...) deberían estar relacionados
con las manifestaciones de la enfermedad. Sin embargo, las cosas no son tan claras
como «deberían ser». Un primer trabajo realizado con PET (en condiciones de reposo
cognitivo) en el Institute of Psychiatry de Londres por Peter E Liddle encontró unos
patrones funcionales aparentemente bastante lógicos asociados a los síndromes
positivo, negativo y de desorganización en la esquizofrenia (174). Globalmente, en
este estudio se refirió que la mayor actividad en las regiones temporales mediales
(centradas en torno al hipocampo) se asociaba a mayor severidad de los síntomas
positivos (lo que los autores llamaron «distorsión de la realidad»). Además, que la
«pobreza psicomotora» (síntomas negativos) y la desorganización se asociaban a
alteraciones en la actividad prefrontal, sobre todo a disminuciones de ésta. Los
primeros resultados (más actividad límbica, más síntomas positivos) se han replicado
por otros grupos, incluso en pacientes con muy reciente historia de tratamiento (173,
175). En cambio, la asociación entre hipofrontalidad y síntomas negativos ha sido
menos replicada. Por un lado, otros grupos han encontrado una relación inversa entre
la actividad frontal y la sintomatología negativa, pero en distintas regiones cuyas
funciones son igualmente distintas, como la medial prefrontal (219). Por otro, la
magnitud de la supresión del modo predeterminado (en otras palabras, el grado en
que permanecen activas las regiones que suelen estar más activas en reposo pero no
en una tarea cognitiva) se ha mostrado relacionado con la psicopatología global
(195). Precisamente una de las áreas claves en la red del modo predeterminado es la
región medial prefrontal.
En cuanto a los datos estructurales algunos grupos han encontrado una asociación
entre varias medidas de atrofia de la región frontal y la severidad de los síntomas
negativos (220, 221), también en primeros episodios de esquizofrenia (217). Sin
embargo, estos resultados son poco consistentes, pues el estudio de los correlatos
estructurales del llamado síndrome deficitario (síntomas negativos primarios y
persistentes) reveló que no había diferencias anatómicas significativas en esa región
entre pacientes con y sin ese síndrome. Un reciente trabajo en 175 pacientes con
esquizofrenia trató de encontrar los correlatos de las principales dimensiones
sintomáticas de pacientes con esquizofrenia (222). Estos pacientes mostraban
reducciones de materia gris en las regiones prefrontal, límbica y paralímbica,
temporal y talámica. La asociación con los síntomas era como sigue: la
desorganización se relacionó con las alteraciones temporales, insulares y mediales
prefrontales (bilaterales); los síntomas positivos con las alteraciones en torno a la
cisura de Silvio y talámicas; los negativos, con alteraciones orbitofrontales, mediales
prefrontales, laterales prefrontales y temporales así como en regiones límbicas y
81
subcorticales. Por su parte, un grupo de pacientes de muy alto riesgo para psicosis
que de hecho la desarrollaron mostró una correlación de sus síntomas negativos con
la reducción en otra región importante, el cíngulo anterior (223).
Estos pacientes, los de «alto riesgo», han sido profusamente estudiados con
neuroimagen para tratar de dilucidar criterios que permitieran predecir
«objetivamente» quienes desarrollarían efectivamente una psicosis y en quienes por
tanto estaría más justificado iniciar un tratamiento preventivo. Un meta-análisis de
este asunto (224) ha encontrado que los pacientes que después desarrollarían una
psicosis tienen mayores volúmenes cerebrales (siendo el tamaño del efecto30 de la
diferencia de 0.36), junto con reducciones de similar tamaño de efecto en la materia
gris insular, prefrontal, del cíngulo y del cerebelo. En este mismo estudio se encontró
una menor activación prefrontal (y también occipital) en los que desarrollaron
después una psicosis, siendo mayor el tamaño del efecto que en el caso de las
variables estructurales. Este dato es concordante con otros que muestran que entre los
pacientes en primer episodio psicótico, aquellos que van a evolucionar peor (es decir,
que van a recibir el diagnóstico de esquizofrenia una vez cumplido el plazo
estipulado para ello) tienen en su estado inicial una menor activación de la corteza
prefrontal durante una tarea de atención (192, 225).
82
dentro de la esquizofrenia). En todo caso, los datos de este origen apoyan la
multiplicidad de los factores cerebrales implicados en la polimórfica presentación de
estos trastornos.
2.3. GENES
Esta idea, aunque no es nueva, pues incluso es mencionada por Darwin en su libro
El Origen del Hombre32, ha sufrido muchos avatares a lo largo del si glo xx, desde
ser aceptada incondicionalmente (llegando a subyacer a los más tristes episodios de la
historia de la Medicina, como la esterilización y exterminio de pacientes mentales en
la primera mitad del siglo xx, de lo que hablaré después) hasta ser completamente
negada bajo muy cuestionables fundamentos científicos.
83
población) a la luz de los resultados de los análisis de todo el genoma (GWAS)33.
Según sus autores la mejor explicación para la causalidad genética de la esquizofrenia
consiste en múltiples variantes de riesgo comunes en la población que aportarían cada
una de ellas un riesgo muy pequeño para la enfermedad, si bien su efecto puede ser
multiplicativo en el sujeto que las porta. A partir de cierto umbral (pongamos 250
variantes de un total de 1000 posibles) el riesgo se dispararía, quizá en relación a
factores ambientales desencadenantes o facilitadores. Es posible, según los autores de
ese trabajo, que una combinación de un número aun más alto de ciertas variantes
determinara la ocurrencia de la psicosis en cualquier entorno, pero aun esas
combinaciones serían distintas entre distintos pacientes34. La población sana, por su
parte, tendría en general un número inferior de variantes de riesgo, siempre por
debajo del umbral necesario para la manifestación de la enfermedad. Un similar
modelo causal, basado en múltiples factores genéticos de un peso bajo y presentes en
la población normal, parece encontrarse también en el trastorno bipolar (232).
Lo dicho hasta ahora se refiere al riesgo global aportado por el genoma. A partir
del conocimiento de este riesgo, se han hecho muchos esfuerzos para dilucidar qué
genes y cuales variaciones dentro de ellos condicionan el riesgo para las psicosis.
Como resultado, muchos grupos de investigación han encontrado muchas variantes
genéticas que explican un cierto incremento del riesgo para las enfermedades que
pueden cursar con psicosis. Lamentablemente muy pocas se han replicado en
distintos estudios. Esta escasa replicación es cierta incluso para la esquizofrenia de
acuerdo a las revisiones recientes sobre el tema (234, 235).
84
Los efectos de las variaciones genéticas asociadas con la esquizofrenia no son
grandes. En la fecha que escribo esto se admiten 43 genes candidatos para esta
enfermedad cuyo «tamaño de efecto» (una medida estadística para valorar la fuerza
de una asociación) sobre el riesgo para esa enfermedades es modesto en todos los
casos (http://schizophreniaforum.org/res/sczgene/TopRe- sults.asp). Esto es
especialmente cierto en lo relativo a la evidencia para una alta heredabilidad, que no
se encuentra para ninguno de los genes individuales (pese a la alta heredabilidad de la
enfermedad en sí).
Por otro lado, sabernos que la herencia de los problemas genéticamente complejos
(en que participan muchos «locus» o genes localizados en distintos puntos de la
cadena de ADN) presenta fenómenos tan interesantes para la patología mental corno
la llamada «heterogeneidad debida al locus» (locus heterogeneity en la literatura
anglosajona). Se trata de un fenómeno por el que, en la herencia de rasgos fenotípicos
a los que contribuyen muchos genes, dos padres afectados pueden tener una
descendencia completamente normal (236). Supongamos, por ejemplo, que tres genes
participan en un rasgo (en el caso de las psicosis, seguro que son muchos más), y que
lo hacen de modo recesivo (los dos genes de cada sujeto han de ser del tipo
patológico para que se manifieste la enfermedad). Si llamarnos con las letras
mayúsculas al afecto, podernos tener (para manifestar la enfermedad) los tipos AA,
BB ó CC. Pongamos que el padre es AAbBcc, y la madre aaBBCc. En ambos, la
85
enfermedad será manifiesta (por distintas vías biológicas, pero con similar resultado
observable, corno por ejemplo una sordera o un déficit intelectual). Sin embargo,
muchas probabilidades de descendencia son del tipo heterocigoto (AaBbCc), aun con
algún caso afecto (los BB). Esto cuadra bien con lo que vernos en las familias de
pacientes afectos con psicosis bipolar o esquizofrénica, donde hay un 10 por 100 de
afectos (y 90 por 100 de no afectos) respecto a la población general, aunque esa
proporción au menta si ambos padres están afectos pero en ningún caso hasta
determinar que la mayoría de los descendientes compartan la enfermedad de los
padres. Otra consecuencia de ese fenómeno es que si las vías son diversas y hasta
cierto punto comunes entre trastornos puede aumentar la permeabilidad genética entre
condiciones (por ejemplo, aumentar el riesgo de esquizofrenia entre familiares de
pacientes bipolares, como de hecho, ocurre en todos los problemas mentales).
86
mentales sin ninguna duda un número mucho mayor de genes está implicado en cada
una de ellas, y por tanto potencialmente en sus alteraciones36. Por ello podemos
admitir fácilmente que una herencia poligénica de la patología mental apoya la
continuidad etiológica de ésta con la función mental en la población general.
Estos fenómenos son ejemplos que ilustran lo lejos que está el sistema genético
humano de una regulación determinista simple, lo que es por lo demás de esperar,
dada la variedad interindividual en nuestra especie. La multiplicidad de las causas
genéticas es coherente con la existencia de estados intermedios tanto entre categorías
diagnósticas como entre éstas y la normalidad.
87
análisis de todo el genoma en relación con su asociación con la esquizofrenia (231).
88
probablemente conforman el sustrato genético de la esquizofrenia pueden condicionar
diferentes aspectos de la enfermedad. Tener distintas combinaciones de esos factores
de riesgo genéticos puede contribuir a las semejanzas entre pacientes con distintos
diagnósticos, o a las diferencias entre casos con el mismo. Por tanto, cabe pensar si
estas diferencias en la base genética contribuyen a las también diferentes expresiones
clínicas entre los pacientes, que son evidentes incluso cuando éstos comparten un
diagnóstico. Esto se ha evaluado en trabajo muy reciente, que nos ofrece una
información de enorme potencial para entender la contribución de la variación
genética a la patología psicótica. El denominado Wellcome Trust Case Control
Consortiuzn (un grupo científico dedicado a estos menesteres) ha tratado de seguir un
interesante «camino inverso» para comprender esa contribución genética a la
fenomenología psicótica. Como las manifestaciones aparentes del trastorno bipolar
son tan variables entre sujetos, sus autores pensaron que sería mejor tratar de
averiguar qué compartían los pacientes con una cierta variación genética
verosímilmente implicada en ese trastorno. Basados en sus propios resultados
previos, eligieron una variación en el gen del receptor A (unidad beta 1) para el
GABA. Encontraron que, efectivamente, una determinada forma clínica del trastorno
bipolar (la forma «esquizoafectiva bipolar» 38) estaba especialmente asociada a tal
variación. Este dato puede mostrar un cómo la propia información biológica (en sus
múltiples piezas) puede ayudar a resolver el enigma de la falta de correspondencia
entre los fenotipos actuales y los resultados de la investigación biológica. Como es
obvio, se trata de un solo locus genético entre muchos más de los posibles, y la
variante fenotípica elegida tiene muchas verosímiles regulaciones genéticas. Por
tanto, futuras investigaciones deberían tratar de explicar la aportación de distintas
combinaciones de genes a los fenotipos complejos y variables entre pacientes. Este
camino ya ha comenzado, y luego comentaré los interesantes datos que resultan de
considerar el riesgo aportado por una determinada variante genética dependiendo de
otras que tenga el paciente (lo que se ha denominado el contexto genético). En estos
trabajos se muestra por ejemplo como ciertos genes influyen en determinados
aspectos del rendimiento cognitivo. Por ahora, los datos publicados son resultado de
estudios en sujetos normales.
Las variantes genéticas que hasta ahora se han asociado significativamente con la
esquizofrenia son numerosas (240), y es previsible que su número siga aumentando,
en vista de la profusión de nuevas relaciones que aparecen en la investigación cada
pocos meses. Puede decirse algo similar respecto al trastorno bipolar, y lo que diga a
partir de aquí sobre la esquizofrenia posiblemente será aplicable también a ese
trastorno. Las variantes genéticas que aumentan relativamente el riesgo para ambos
problemas están sin embargo presentes también en la población normal, bajo la forma
de polimorfismos, siendo simplemente algo más frecuentes entre los pacientes con
estas enfermedades. Un trabajo muy reciente ilustra este hecho. Tras analizar el
genoma completo de un conjunto de muestras que totalizaban 4.999 pacientes y
15.555 controles se encontraron ciertas variantes algo más frecuentes entre los
pacientes, pero cada una de estas variantes tenía una odds ratio (lo que representa la
proporción de su frecuencia entre pacientes y controles) entre 1.15 y 1.25 (241). Es
decir, cada una de esas variantes era sólo un 15 a 25 por 100 más frecuente entre los
89
pacientes, no estando en modo alguno ausente de los controles.
Los datos más recientes van mostrando de otras maneras la escasa relación entre
las manifestaciones de la enfermedad mental como es entendida hoy y la variación
genética. Matthew W.State repasa en un reciente comentario a la publicación de la
asociación entre una variación en el gen de la CNTAP2 (contactin-associated protein-
like 2) y el mutismo selectivo y los rasgos de ansiedad social cómo la variación en
ese gen se ha asociado también a otros trastornos (242). Entre ellos a epilepsia,
autismo, deficiencia intelectual, trastorno de la Tourette o esquizofrenia. Otros datos
muestran además que «la misma variación en un mismo locus genético» puede tener
efectos muy distintos en el sistema nervioso entre sujetos, como se ha demostrado
para el gen WDR62 (243, 244). Esto hace plantearse a State los límites del uso de los
fenotipos para comprender la aportación genética a la patología mental. Es posible
que esa diferencia en las manifestaciones fenotípicas de la variación genética
individual esté al menos parcialmente explicada por el contexto genético, del que
hablaré después. En todo caso, pese a la inespecificidad en las manifestaciones
observables de la variación genética, tanto más esperable cuanto más complejas sean
estas, sí parece una buena estratgia la búsqueda de repercusiones de en etapas
anteriores a eas manifestaciones conductuales.
Distintos genes cuya variación puede modificar distintas propiedades del cerebro,
pueden contribuir a la variación cerebral dentro de un mismo diagnóstico
psiquiátrico. Como hay muchísimas combinaciones diferentes de factores genéticos
de riesgo, y tales combinaciones además pueden modularse en su expresión por
elementos ambientales, el resultado en lo tocante a la estructura y función cerebrales
puede ser muy distinto entre pacientes, aunque compartan el mismo diagnóstico. Esta
variación cerebral debe influir en la variable presentación fenomenológica de los
pacientes, en su heterogénea evolución y en su poco predecible respuesta a fármacos
con una acción más o menos conocida sobre el sistema nervioso. Lo esperable, por
tanto, es que haya una relación entre la variación en genes relevantes y las
correspondientes alteraciones (o ausencia de alteraciones) de los sistemas cerebrales
en que esos genes influyen. Esto es en gran parte posible porque vamos siendo
capaces de conocer mecanismos neurales a través de los cuales las variantes genéticas
(o polimorfismos) contribuyen a las alteraciones de la morfología y función
cerebrales (245) en la patología mental, como los mencionados al principio de esta
sección. Nuevamente son mecanismos no patógenos en sí mismos.
90
En cuanto a las alteraciones morfológicas, un ejemplo nos puede servir para
ilustrar la situación, el de las variaciones en la determinación genética del grupo de
sustancias que denominamos citocinas. Estas son unas moléculas implicadas en el
desarrollo del sistema nervioso y en sus respuestas posteriores ante factores
ambientales desfavorables. Las citocinas tienen un papel en la correcta migración y
posicionamiento neuronales y en las reacciones inflamatorias en el cerebro ya
desarrollado (246). Las alteraciones morfológicas cerebrales en la patología mental
pueden tener relación también con otras variantes genéticas, pero las citocinas son un
buen ejemplo del tipo de implicación del que hablo. Una de las citocinas es la
interleucina beta. En condiciones normales existe también una sustancia antagonista
que impide a la interleucina desarrollar sus efectos. Hay polimorfismos en sus genes
respectivos que influyen en la síntesis de una y otra condicionando sus respectivos
niveles. Una de esas variantes genéticas hace que sus poseedores produzcan más, y
otra que fabriquen menos cantidad de ambas. Pues bien, los pacientes con
esquizofrenia que muestran la variante del gen que hace que se sintetice más
antagonista de la interleucina, pueden tener los ventrículos más dilatados que los que
no poseen esa variante (247). Este es uno de los resultados de los trabajos que sobre
el tema he realizado con Sergi Papiol y Lourdes Fañanás, de la Universidad de
Barcelona. Los pacientes con esquizofrenia tienen como grupo una cierta dilatación
de los ventrículos laterales, quizá en relación con una alteración estructural de su
sistema límbico. Podría pensarse que una mayor presencia de antagonista de la
interleucina (lo que sería determinado por el genoma del sujeto) dificultara una
adecuada migración neuronal en el desarrollo. resultando en esa alteración
estructural, que se evidenciaría en ventrículos más dilatados. Como el sistema
límbico forma parte de las paredes que limitan los ventrículos, su pérdida de volumen
aumentaría el de éstos. Sin embargo, la variante genética que se asocia a esa
dilatación en los pacientes está presente también en el25.1 por 100 de la población
española normal, y sólo es algo más frecuente entre los pacientes con esquizofrenia
(digamos un 30 por 100). Su efecto no es pues determinante per se de la dilatación
ventricular o de esta enfermedad, pero puede contribuir a producir esa dilatación si se
padece esquizofrenia. También se ha descrito una relación entre la variante genética
que hace fabricar más interleucina y el déficit de materia gris frontal en esa misma
enfermedad (248). Se ha pensado que esto podría estar en relación con una mayor
sensibilidad a las repercusiones de los problemas cerebrales y al estrés tras iniciarse la
esquizofrenia4o
También sabemos que las variaciones en los genes que codifican la enzima
COMT y el BDNF (brain-derived neurotrophic factor o factor de crecimiento
derivado del cerebro) pueden influir en la morfología cerebral en esta enfermedad
(245). En particular, en lo relacionado con el BDNF, es interesante la relación
encontrada en una amplia muestra de pacientes con un inicio reciente de su
esquizofrenia y otros cuadros similares y la pérdida de volumen de materia gris en los
tres primeros años de su enfermedad (249). Como recordamos, el BDNF es una
molécula clave en la conservación de las sinapsis en el proceso de maduración
cerebral, y por tanto también lo es en los procesos del neurodesarrollo, en los que
además de esa tiene otras funciones. Por otro lado, sabemos que en los estudios de
91
seguimiento de pacientes con esquizofrenia (estudios de la estructura cerebral con
RMN separados varios años en cada caso) muchos pacientes pierden una cantidad
apreciable de materia gris. Esta pérdida es significativamente mayor que la de los
controles sanos en un mismo periodo de tiempo, al menos en ciertas regiones
cerebrales (250-252)41. Lo importante del estudio de que hablaba antes (249) es que
relaciona la variación de los pacientes en un gen que regula el BDNF con esa pérdida
de materia gris (frontal y temporal). En ese punto, la variación consiste en tener
valina o metionina en una posición. Como hay dos genes por sujeto, las
combinaciones son 3 (dos Val, dos Met, o uno de cada). El poseer al menos una Met
se asociaba a un volumen menor de materia gris fronto-temporal. Pero además de esa
influencia puramente genética, los autores de este trabajo muestran que la cantidad de
exposición a los fármacos antipsicóticos (su dosis acumulada) también contribuye
significativamente a esa pérdida de materia gris.
En otro estudio se mostró que una variante del gen que codifica el BDNF influye
en el volumen de materia gris occipital y temporal en pacientes con esquizofrenia
(253). Lo que resulta especialmente interesante de ese trabajo es que en los mismos
sujetos (pacientes y controles sanos) la misma variación genética se relacionó con la
capacidad de memoria verbal y la habilidad visuoespacial, funciones a su vez muy
relacionadas con esas áreas cerebrales. La similitud en las influencias del genotipo
sobre la capacidad cognitiva está en línea con la presencia ya comentada de los
factores genéticos implicados en la esquizofrenia entre la población normal. Este es
un campo en plena ebullición, como muestran recientes revisiones sobre el tema
(245).
92
referidos en la literatura sobre esquizofrenia.
Sin embargo, no todos los investigadores (ni mucho menos) han encontrado un
exceso de alelo de riesgo de la COMT en los pacientes con esquizofrenia (258). Este
es otro dato coherente con la implicación en las enfermedades psicóticas de múltiples
factores genéticos, variables entre individuos. Se trataría probablemente en todos los
casos de variaciones de la normalidad, con influencia no muy grande sobre ciertas
funciones psicológicas. El alelo de la COMT al que nos referíamos podría tener un
papel en ciertos pacientes o grupos, pero no en otros, al igual que el resto de los
factores genéticos invocados.
93
ineficiente que he considerado en secciones anteriores, como la falta de frenado del
modo por defecto o el exceso de ruido cortical electroencefalográfico.
Una pregunta relacionada con el riesgo aportado con los genes a la psicosis resulta
obvia: si la esquizofrenia y otras psicosis tienen una alta heredabilidad ¿contribuyen
los mismos factores genéticos a los síntomas en la población normal? Ya hemos visto
que un número importante de personas en esta población muestran evidencia de esos
síntomas, que podemos conceptuar como psicosis atenuadas.
Una reciente publicación procedente de Finlandia apoya que una variante genética
(asociada al riesgo para esquizofrenia por otros autores) del gen denominado DISC-1
(«DIsturbed in SChizophrenia-1) tiene relación con variaciones de conducta que
pueden asociarse a la esquizofrenia (259). Los autores de este trabajo solicitaron a
todos los nacidos en 1966 en dos provincias del norte de Finlandia una muestra para
estudiar su ADN y un consentimiento para el estudio. De unos 12.000 sujetos a
quienes se lo pidieron, consiguieron ese consentimiento en 4.651, en quienes
valoraron unas dimensiones clínicas que se han asociado en otros trabajos a los
síntomas de la esquizofrenia. Encontraron que una de las variantes de ese gen se
asociaba en la población normal a Luya de esas dimensiones, concretamente a mayor
«anehdonia social» (cierta incapacidad dimensional para experimentar relaciones
sociales placenteras). Es importante mencionar que el efecto de esta variación
genética, si bien estadísticamente significativo, era por sí mismo cuantitativamente
escaso (explicando en tomo a un 5 por 100 de la variación en ese rasgo psicológico).
También parece importante que el efecto parecía depender del sexo, en tanto la
asociación aparecía en las mujeres pero no en los varones.
En el mismo sentido, otro estudio, esta vez realizado en Grecia, valoró en una
94
población de reclutas la variación en otro gen, en este caso el denominado de la
Catecol-metil-transferasa, también implicado por algunos autores en el riesgo para
esquizofrenia, y ciertos rasgos de personalidad similares a los presentes en las
psicosis (260). Estos rasgos fueron valorados por medio de test en los que cada sujeto
responde a una serie de preguntas sobre sus síntomas, y cuyo resultado final es una
puntuación en alguna dimensión clínica. Encontraron que la variante asociada en
algunos estudios (pero no por otros) al riesgo para la esquizofrenia y a ciertas
disfunciones cortícales en esa enfermedad, estaba asociado entre los reclutas sanos a
la llamada «esquizotipia» (tendencia a la soledad, conductas aberrantes, pensamientos
no justificados por la realidad). Es decir, a un conjunto de rasgos de pensamiento,
afecto y relación similares a una esquizofrenia leve o limitada. El mismo grupo de
investigación, en otra publicación (261), encontró que esa misma dimensión estaba
asociada (en los mismos sujetos posiblemente) a la variación en otros dos genes (los
de de la D-amino-ácido oxidasa (DAAO) y la neuregulina (NRG1).
Un estudio realizado con más de 2000 reclutas en Grecia (261) mostró que las
variantes de algunos de los genes más consistentemente implicadas en la
esquizofrenia por las investigaciones recientes podrían asociarse en la población sana
a un cierto grado de alteraciones neuropsicológicas, similares a las que muestran
como grupo los pacientes con esquizofrenia. Los autores de ese trabajo eligieron los
genes de la D-arnino-ácido oxidasa (DAAO), la neuregulina (NRG1), la disbindina
(DNTP1) y el activador de la D-aminoácido-oxidasa (DAOA).Evaluaron la relación
entre los polimorfismos de esos genes y el rendimiento en pruebas de inteligencia
general, atención y memoria de trabajo. Encontraron que ciertas variantes genéticas
(concretamente, de NRG1 y DAAO) se asociaron en la población general a
reducciones en la capacidad de la memoria de trabajo y en la atención y (como
mencioné antes) a puntuaciones más elevadas de esquizotipia.
Éstos datos incipientes muestran que el riesgo genético para la psicosis clínica y la
que aparece en la población general puede compartir algunos factores. El estudio de
las alteraciones cognitivas en la esquizofrenia y sus familiares ha revelado otros datos
interesantes en la misma dirección. En los trastornos poligénicos con alta
heredabilidad las personas con más variantes genéticas comunes a los pacientes
95
deberían tener más rasgos similares a los de éstos que las menos genéticamente
relacionadas. Muchos datos apoyan la validez de esta predicción para la psicosis,
pues una consistente línea muestra en los familiares en primer grado de los pacientes
psicóticos anomalías en medidas cognitivas y cerebrales similares a las de los éstos,
pero menos intensas42. La gran mayoría de esas personas nunca desarrollará un
problema como el de sus familiares enfermos. A modo de ejemplo, aunque los datos
no son unánimes, probablemente por su dispersión, se ha encontrado que los
hermanos de los pacientes con esquizofrenia comparten con ellos algunos déficits de
materia gris cortical (263-265), así como de ciertos marcadores bioquímicos
relacionados con esa materia gris en el hipocampo (266). Recordemos que tales
déficits se encuentran frecuentemente entre grupos de pacientes con esquizofrenia
como desviaciones estadísticas respecto de los sujetos sanos.
Los datos en familiares de pacientes con trastorno bipolar son similares. Por
ejemplo, en gemelos estudiados con resonancia magnética se encuentran cambios en
volúmenes cerebrales (272), pero además se encuentran también alteraciones
neuropsicológicas significativas en sus hermanos (273), y déficit de una medida de
filtrado sensorial en sus familiares (274). Los parientes cercanos tanto de pacientes
bipolares como de personas con esquizofrenia mostraban un cierto déficit de materia
gris (163). Esto probablemente se debe a que, como hemos visto ya, ambos síndromes
comparten un cierto número de factores genéticos. Lo esperable es pues que sus
familiares sean también similares entre sí en algunas características de su cerebro.
96
Como ya he mencionado, los factores genéticos implicados en la psicosis
esquizofrénica, y en otras enfermedades como el trastorno bipolar, son múltiples. Los
efectos de cada uno son sin embargo modestos, al menos si se los compara con los de
otras alteraciones genéticas como las que causan retraso mental: hay una gran
diferencia en el funcionamiento cognitivo entre los enfermos de psicosis y los que
padecen retrasos mentales genéticos (como el propio del síndrome de Down,
probablemente porque en este y otros síndromes similares las anomalías son
cromosómicas, implicando a muchísimos genes, pero los mismos en todos los casos).
Todo esto nos parece indicar una aportación continua pero muy compleja de la
variación genética no patológica tanto a la enfermedad mental como a la expresión en
la población normal de conductas similares a algunas cuando menos de las que
presentan los pacientes. En el mejor de los casos, los factores genéticos individuales
(o los de otro tipo) explicarán cada uno solo un parte pequeña de cada rasgo de la
enfermedad.
97
valoración de los rasgos autistas, y los que tenían esas áreas menos conectadas tenían
en cambio mayor puntuación «autista». Este trabajo sugiere que la presencia de
ciertas des viaciones cerebrales puede subyacer a conductas similares a las
patológicas, aunque no anormales en sí mismas, en la población general.
2.3.4. EN SU CONTEXTO
Los datos más recientes muestran que la expresión de una determinada variante
genética depende en buena medida de su contexto. Es decir, del resto de las variantes
genéticas del sujeto que posee tal variante genética, o al menos de las más
relacionadas con ella. A la modificación del efecto de un gen dependiendo de su
contexto se le ha denominado epistasis. Poseer una variante genética u otra como las
que he mencionado para la COMT, BDNF, inlerleuch-ia o muchas otras (pues hay
variación de ese tipo en todos los genes) solo es una parte del problema. El resto de
las variantes genéticas del sujeto, sobre todo las que codifican las vías más
relacionadas entre sí, es el contexto genético de cada uno de los politnorfismos
individuales, y tiene un efecto modificador sobre su expresión (277). Muchos de los
datos que voy a comentar se han obtenido sobre todo en sujetos normales, pero
pueden ayudar a comprender el tipo de regulación compleja y variable entre sujetos
que subyace a la causalidad genética de la enfermedad mental.
98
receptor (GLUR3) para el glutamato, que es corno sabernos el trasmisor excitador
que utilizan la mayor parte de las neuronas cerebrales (279). Un tercer ejemplo de
influencia dependiente del contexto genético sobre la acción de la COMT en la
activación cerebral procede de la variación en otro gen, el KCNH2, muy relacionado
con la apertura de ciertos canales íónícos (para el potasio) claves en la regulación de
la función neuronal, en concreto de su tasa de disparo o despolarización. Una
isoforma de ese gen específica de los primates (llamada KCNH2 3.1) está tres veces
más expresada en el cerebro que en el corazón. Los autores de este trabajo encuentran
que en el hipocampo de pacientes con esquizofrenia esa isoforma está muy
aumentada (2.5 veces respecto los sanos), y que esa sobre-expresión influye
negativamente en el rendimiento cognitivo (es decir, sus poseedores tenían menores
velocidad de proceso y cociente intelectual) (197). Además, la isoforma KCNH2 3.1
se asocia a activación ineficiente cerebral (mucha activación con peores resultados)
en pruebas de memoria. La sobre-expresión de esa isoforma en las neuronas
corticales produce un patrón inadaptativo de disparo rápido de esas neuronas, lo que
sin duda influye en una menor capacidad de adaptación ante las demandas del
entorno y las tareas. Estamos hablando de una variante de reciente aparición en la
escala filogenética (es propia de primates) y de la que por tanto podría suponerse que
tuviera un papel en la cognición humana. En cambio, su sobreexpresión
condicionaría, según esos resultados, el riesgo para las psicosis.
Sus autores, del grupo del NIMH (el que hace unos 10 años reportó la relación
entre el alelo Val del gen de la COMT y la ineficiencia de la función prefrontal en
esquizofrenia) estudiaron 3 muestras familiares, incluyendo en cada una datos de al
menos un hijo afecto y los dos padres. En el trabajo de que estamos hablando
reportan los resultados obtenidos de dos de esas muestras, y en otra publicación los
resultados de la tercera (una muestra infantil). Partiendo de su plausibilidad biológica,
estudiaron la asociación con la esquizofrenia de 19 variantes para el gen GAD1, que
codifica la isoforma GAD67, de gran importancia según los datos post-mortero en
esquizofrenia (5, 176, 181). Además, obtuvieron una amplia batería de datos
neuropsicológicos. Por último, valoraron la influencia de la variación genética en el
gen GAD1 sobre la función cerebral en una muestra de sujetos sanos no incluida en
las anteriores, midiendo con RM funcional la activación durante un test N-back (de
memoria de trabajo) según el genotipo que se poseyera. Los resultados son
99
complicados, pero de gran interés.
¿Qué puede deducirse de todo esto? Pues que no se puede afirmar que la variación
en GAD1 influya realmente en el riesgo de padecer esquizofrenia. Y seguramente que
si lo hace es a través de muchas posibles variantes cada una con un efecto muy
pequeño, pero en todo caso solo en las mujeres. Las diferencias entre las variantes de
riesgo en una y otra muestra indican que los factores genéticos no tienen por qué
coincidir entre personas con el mismo diagnóstico, al menos mientras sigamos usando
los criterios fenomenológicos actuales. En cambio, en los varones parece lógico
según esos resultados suponer que la variación en GAD1 influya significativamente
en su capacidad cognitiva.
Es posible, por ejemplo, que el riesgo global (en hombres y mujeres) para la
psicosis pueda estar más relacionado, en lo tocante a la trasmisión GABA, con otros
genes (la NRG, por ejemplo), pero que la variación en la GAD1 sea importante para
matizar la expresión fenotípica individual, probablemente a su vez dependiendo del
resto de factores genéticos del sujeto.
Las interacciones genéticas a que antes aludía (la epistasis), lógicamente no sólo
se establecerán entre dos variaciones, sino que deben ser múltiples, considerando que
la mayor parte de los genes humanos tienen expresión en el sistema nervioso central.
Se ha descrito recientemente que una interacción entre la variación de tres genes
(NRG1, erbB4 y AKT1)43 puede multiplicar por 27 el riesgo de padecer
esquizofrenia (283). Ya he mencionado antes la gran importancia de la NRG1 en el
desarrollo del sistema GABAérgico. Afortunadamente esa combinación de
100
variaciones es muy rara. Lo que además muestra este último trabajo es que la
combinación de esas tres variantes que se encuentra con más frecuencia entre los
pacientes se asocia en sujetos sanos a una menor eficacia en el procesamiento
cerebral de información en un test N-back44, es decir, a una mayor activación para
lograr el mismo rendimiento que los no poseedores de esa variante. Este es un
resultado frecuente en la investigación en esquizofrenia, la activación ineficiente de
estructuras relevantes para las tareas examinadas. En el trabajo referido llama de
nuevo la atención que los autores no examinen si en los pacientes de su muestra se
cumple la misma relación que en los controles (variación genética de riesgo-
activación ineficiente).
Todo esto puede ser un atisbo de los mecanismos de la complejidad del sustrato de
la función y la patología mentales. La interacción de las distintas variaciones en los
genes que codifican para los componentes de la función cerebral (o de otras muy
relacionadas, como la del cerebelo), aporta virtualmente infinitas potencialidades
relevantes, a su vez moduladas en su expresión por las de otros sujetos individuales y
por las condiciones colectivas (culturales, normativas o ecológicas).
101
la forma de microdeleciones y microduplicaciones (desaparición, duplicación o
multiplicación de pequeñas partes de la secuencia de un cromosoma, es decir,
porciones de un cromosoma que aparecen repetidas un mayor o menor número de
veces de lo normal) no tan frecuentes como los polimorfismos. Este hallazgo se ha
replicado inicialmente por al menos dos grupos (289, 290). Concretamente, en las
regiones cromosómicas 1g21.1, 22811.2 y 15g13.3. Ambos grupos estudiaron
grandes poblaciones (1433 y 3381 pacientes, respectivamente). Sus datos parecen
sólidos, pero sin embargo, la proporción de pacientes portadores de esas variantes es
muy baja en ambos casos (menor del 1 por 100), aunque la significación de los
resultados deriva de su práctica ausencia entre los normales en esas muestras. Las
variaciones en el número de copias más importantes para la psicosis parecen estar en
regiones implicadas sobre todo el neurodesarrollo y la transmisión por el sistema del
glutamato (291). De este estudio es interesante que, aunque esas variaciones eran más
frecuentes entre los pacientes (un 15 por 100 las tenían), también aparecían en un 5
por 100 de los controles45, a diferencia de los resultados antes expuestos. En los
últimos años han ido apareciendo resultados que replican, incluso en las mismas
regiones cromosómicas, tales tipos de alteraciones genéticas en los pacientes con
esquizofrenia, pero parece pronto para aceptarlas como un hecho claramente
relacionado con la causa de este trastorno.
102
muy superior en 2005, no disponible en los datos publicados. Las tasas por 100.000
habitantes pasaron de 5.56 en 1989 a 6.60 en 1998, incluyendo suicidios y tentativas,
con un aumento constante anual. Los datos epidemiológicos apoyan en otros países
occidentales un aumento de la tasa de suicidio en las generaciones nacidas tras la
Segunda Guerra Mundial (294). Esto es una evidencia indirecta que apoya la falta de
disminución de la incidencia de la patología mental grave.
2.3.6.1. El genocidio
103
exterminio de esos pacientes con la publicación del libro titulado Autorización para la
Destrucción de la Vida que no Merece Vivirse (la traducción es mía), donde
encontramos un párrafo como éste:
En 1932 se publicó otro artículo titulado «La Erradicación de los Menos Valiosos
para la Sociedad», con igual finalidad, por el psiquiatra Berthold Khin.
104
En todo caso, lo que parece claro es que el asesinato y la esterilización de la
mayoría de las personas que padecían trastornos psiquiátricos graves en un país como
Alemania no disminuyeron significativamente las tasas de esquizofrenia en las
generaciones siguientes. Los datos procedentes del infame intento nacionalsocialista
de exterminar a los pacientes con esquizofrenia añaden otro argumento a la paradoja
de la persistencia de estas enfermedades. De algún modo, éstas han de tener una gran
relación con el cerebro normal para que puedan reaparecer tan rápidamente tras un
exterminio sistemático de quienes las padecen.
2.3.6.2. Explicaciones
En primer lugar, se ha propuesto que los genes asociados a esa patología severa
podrían transmitirse a través de los familiares sanos. Pero a largo plazo esto parece
poco plausible como única explicación, ya que las tasas reproductivas de los
hermanos de pacientes son también algo inferiores a las de la población general
(298). En el caso de otros procesos, como el bipolar o el trastorno obsesivo, las tasas
reproductivas son asimismo significativamente menores que en la población general.
No obstante, la trasmisión de genes a través de los familiares no es incompatible con
otras posibilidades para explicar la permanencia de las psicosis. Tener un hermano
con esquizofrenia eleva el riesgo de padecerla, y lo hace también aunque en menor
grado tener un familiar de segundo grado con esa enfermedad. Por otro lado, como he
mencionado al hablar de los mecanismos de trasmisión genética de problemas
complejos, ciertos genes silentes de riesgo sí pueden ser portados por los familiares y
por la población general.
Otra teoría para la persistencia de los trastornos mentales graves postula que los
genes asociados a éstos tengan funciones adaptativas en la población general. Bajo
ciertas circunstancias (corno vivir en una ciudad, una gripe materna en el segundo
trimestre del embarazo o cierto grado de sufrimiento perinatal, factores ambientales
de cierto peso en el riesgo para la psicosis) esos genes podrían contribuir a
desencadenar un proceso psicótico. Sin embargo, en ausencia de esas circunstancias,
esas variantes genéticas podrían conferir ventajas. Pero estas supuestas ventajas no
son obvias ni han sido identificadas hasta la fecha. Aun así, podrían relacionarse con
la pleiotropia, o codificación de más de un rasgo por un solo locus genético. Una
variedad genética que confiriese ventaja para un rasgo pudiera a la vez conferir
elevación de riesgo para una patología mental. Es por ejemplo la situación del gen
que aumenta el riesgo para la anemia falciforme, que a su vez protege de la malaria y
por eso puede trasmitirse con más frecuencia en los entornos donde la malaria
aumenta el riesgo de mortalidad. Pero esto no deja de ser teórico en el caso de la
patología mental, al no haberse identificado ventajas en otros ámbitos para las
personas con patología mentales, especialmente las graves. Ni siquiera las ventajas
asumidas por la cultura popular, como el incremento de la creatividad asociado a la
105
enfermedad mental, se han visto confirmadas en revisiones sobre este tema (299),
pese a excepciones como el Nobel John Nash49. Este caso más bien ilustra lo
variable que puede ser la evolución de los pacientes, por su diferente dotación pre-
mórbida, las diferencias cerebrales que condicionan su evolución y respuesta al
tratamiento y el distinto grado de apoyo social y familiar que disfrutan. Sin embargo,
esta explicación para la persistencia de la patología mental grave podría tener parte de
verdad si se confirmasen algunos resultados recientes que proponen una selección
positiva de algunas de las variantes genéticas que pueden estar implicadas en el
riesgo para la esquizofrenia (300). La propuesta de los autores de este trabajo es que
esas variantes pudieran haber tenido una utilidad evolutiva general para la especie,
algo en cierto modo similar a las ideas de Timothy Crow relativas a que esta
enfermedad es un producto colateral a la adquisición del habla por el ser humano.
106
reguladoras, con repercusiones más sutiles pero posiblemente relevantes, el potencial
para la variación genética cerebral en cada sujeto resulta ser enorme, y puede
contribuir a la permanencia temporal de patologías con base genética pero con
desventajas adaptativas obvias. La enorme parte de nuestro genoma relacionada con
las funciones cerebrales puede hacer a éstas especialmente sensibles a las variaciones
debidas al azar. Esto también contribuiría a esa variabilidad tan grande que se
comprueba entre pacientes, debida a que no tendrían las mismas mutaciones, y a
justificar la gran variedad de factores genéticos posiblemente implicados en distintos
síndromes mentales. Es decir, aunque parece a priori difícil de aceptar que muchos
cambios genéticos diferentes contribuyan a un síndrome concreto, lo cierto es que,
como hemos visto ya, en cada uno de los síndromes en que hoy clasificamos la
patología mental la uniformidad es más teórica que real, tanto en términos clínicos
como biológicos. Esto hace más verosímil que muchos cambios genéticos diferentes
en proporción variable en distintos sujetos puedan contribuir al origen de los
problemas mentales y sus estados límite
Una revisión sobre estudios de ligamiento ha mostrado que una gran cantidad de
regiones cromosómicas puede contener genes de susceptibilidad para la esquizofrenia
(308). Se señalan cerca de 4.000 genes, es decir, una alta proporción del total del
genoma humano. Ese tipo de estudios se hace en familias con miembros afectados
por una determinada enfermedad, para tratar de conocer qué regiones cromosómicas
son distintas entre afectados y no afectados.
107
desfavorable de las variantes genéticas que de lugar a un optimismo excesivo o
demasiado escaso, en cuyo caso habría más probabilidad de expresión fenotípica
como enfermedad mental.
Finalmente, no hay que olvidar que pueden darse cambios especialmente rápidos
en rasgos controlados por distintos locus genéticos y el entorno. Esto se ha observado
en particular en relación a la altura de los sujetos, demostrándose que la de los hijos
de los inmigrantes japoneses a Hawai en la primera mitad del siglo xx era 4 cm de
media superior a la de sus padres y a la de los hijos de los que quedaron en Japón
(309). Como en el caso de la función mental es especialmente intensa y evidente esa
interacción entre múltiples locus genéticos y las características del entorno, parece
probable que puedan producirse cambios similares al de la altura (quizá no todos
positivos) por un mecanismo parecido.
De este modo hay que suponer que la mayor o menor carga en múltiples factores
genéticos, producto de la complejidad del sustrato de las funciones cerebrales y de los
inevitables errores de traducción, sería determinante para el riesgo de padecer
trastornos mentales. Estos trastornos no tendrían así una causa unívoca ni
cualitativamente distinta de los rasgos generales de la población, lo que parece
compatible con las estimaciones de que hasta un 50 por 100 de la población padecerá
a lo largo de su vida algún trastorno mental (310). A esto se añaden los riesgos
cambiantes en el entorno, pues los pequeños errores mutacionales o/y otro tipo de
variantes genéticas implicadas en la patología mental pueden adquirir más o menos
relevancia dependiendo del entorno en que aparezcan. Así, factores de riesgo
ambientales para los trastornos mentales graves como la residencia en una ciudad
grande (311), o el consumo de cannabis en la adolescencia (312), pueden haberse
incrementado en épocas recientes. A la vez se han reducido otros como el sufrimiento
perinatal, lo que compensaría el aumento de riesgo debido a los anteriores. La
frecuencia temporal de estos problemas resultaría de la interacción entre factores de
riesgo genético estables, debidos al azar, y factores ambientales variables, algunos en
aumento y otros en disminución.
2.4. EL AMBIENTE
108
población general a una deficiente capacidad de formar una adecuada teoría de la
mente, uno de los problemas que pueden conferir vulnerabilidad a la psicosis.
Comenzaré examinando este aspecto.
Buena parte del contenido de las creencias y los delirios tiene que ver con la
interpretación de las intenciones de los otros, lo que a su vez se relaciona con lo que
ha venido en denominarse «teoría de la mente» («intentional stance, para Dennett).
«Esta es la capacidad del individuo de identificar el punto de vista del otro mediante
las pistas verbales y ambientales disponibles, de modo que pueda comprender sus
intenciones o pensamientos y anticiparse a ellos». Un cierto grado de alteración de las
funciones subyacentes a su formación puede relacionarse con el origen de procesos
como las psicosis, lo que es apoyado por evidencias experimentales y clínicas. La
paciente anterior tiene grandes dificultades en interpretar correctamente las
intenciones de los demás, condicionando que su conducta resulte incomprensible para
los demás, lo que a su vez hace que éstos le traten de un modo que confirma sus
temores iniciales. Una auténtica profecía autocumplidora.
109
condiciones normales cada individuo forma una «teoría de la mente del otro»,
mediante la cual identifica al otro como poseedor, también él, de una mente propia y
diferente, y puede comprender hasta cierto punto sus contenidos. Se adquiere así un
cierto grado de certeza (probabilística) sobre lo que pensarán los demás, que
evidentemente puede ser más o menos atinado. Del mismo modo, la teoría de la
mente es muy importante en la comprensión empática del otro, lo que es sin duda un
ingrediente clave en la interacción humana. Parafraseando a Thomas Nagel «...para
entender que hay otras personas en el mundo, se debe ser capaz de concebir
experiencias que no le suceden a uno... para ello es necesario tener una concepción
general de los sujetos de experiencias y ubicarse a uno mismo como caso particular
de aquella» (313).
110
chimpancés eligen a éste o al primero para que les «informe» sobre la localización de
la comida. Tres de los cuatro chimpancés acertaron (eligieron al primero) aunque solo
después de entre 100 y 150 intentos (317).
111
Como este sistema neuronal responde a lo que hacen otros, parece lógico
implicarlas en las conductas de imitación, cuya complejidad también es muy alta en
el ser humano, mucho más que en otros primates. La imitación es una re-acción (me
refiero a rehacer, no a reaccionar) de lo que vemos en otros. Los psicólogos Tanya
Chartrand y John Bargh valoraron la hipótesis de que la mayor facilidad para imitar a
otros se asociaría a una mayor capacidad empática, que puede entenderse como una
mejor capacidad para entender los estados emocionales ajenos. Encontraron que la
mayor respuesta imitativa de indicadores emocionales, como el enrojecimiento facial
o los movimientos nerviosos de los pies se asociaba con un cuestionario adecuado a
una mayor reacción empática. En el lado contrario, las personas con un síndrome
congénito llamado de Moebius tienen incapacidad para mover la musculatura facial, y
tienen grandes dificultades para identificar los estados emocionales ajenos (320). Hay
datos recientes que muestran que un efecto deletéreo similar puede producirse en las
personas que usan toxina botulínica para disminuir sus arrugas faciales.
Parece coherente pensar que un sistema neuronal cuya actividad depende en buena
parte de la observación de los actos ajenos y la de la interpretación que se hace de los
112
mismos tenga una estrecha relación con la elaboración de las teorías sobre los
contenidos mentales de los que nos rodean. De algún modo, lo que hacen las
neuronas en espejo es reproducir en el sujeto los actos que observa y es bastante
verosímil en función de las evidencias experimentales disponibles pen sar que la
«reproducción» interna de los actos observados pueda tener que ver con la predicción
inmediata de las intenciones del actor. Es decir, la «interiorizacíón» del acto
observado facilita la predicción de sus intenciones.
113
alteraciones cognitivas en general y de la cognición social (326). La cognición social
hace referencia a las capacidades neurocognitivas que tienen relación directa con la
conducta social (atribución, agencia, emoción), mientras que la cognición en general
se relaciona con conceptos globales (memoria, atención, solución de proble mas,..).
Los autores de ese trabajo demuestran que el déficit en la cognición social (sobre todo
en teoría de la mente) contribuye mucho más que el de la cognición general al
funcionamiento comunitario de los pacientes con esquizofrenia.
Los factores ambientales que modulan el riesgo para las psicosis pueden ser de
índole relacional o psicosocial, incluyendo las pérdidas dolorosas. En algunos de
estos asuntos relacionales puede influir mucho la calidad de la teoría de la mente y
por tanto es de presumir en ellos un rol para el sistema de neuronas en espejo. Otros
eventos ambientales de índole más biológica también pueden relacionarse con el
riesgo para la psicosis, como el consumo de cannabis. También pueden interactuar
ambos tipos, lo que se comprueba por ejemplo respecto del tamaño del lugar de
residencia, o de la emigración.
Un reciente trabajo realizado sobre nada menos que toda la población nacida en
Suecia entre 1972 y 1977 examinó la relación entre las características de ciertos
factores individuales y comunitarios que se supone que aportan riesgo para padecer
una psicosis y el riesgo que esos factores realmente aportaban en esa población (330).
Los autores dispusieron de todos los datos sociodemográficos que necesitaron de los
203.829 individuos nacidos en ese intervalo, de los que 881 habían desarrollado una
esquizofrenia y 1944 cualquier tipo de psicosis. Entre los resultados, el tamaño del
lugar de residencia siguió siendo un factor relevante para aumentar el riesgo (más
grande, más riesgo), aunque su efecto (1.4 veces en una ciudad grande respecto el
medio rural) se atenuaba sin desaparecer totalmente una vez tenidos en cuenta otros
factores individuales. Entre estos otros factores, los de efecto más significativo eran
la historia familiar (que multiplica por 4.3 el riesgo), el tener uno o dos padres
extranjeros (que eleva entre 1.9 y 2.3 el riesgo), la fragmentación social en la escuelas
o el crecer en un hogar con un solo progenitor. Globalmente, estos factores son de
114
índole más bien individual y tienen mucho que ver con la interacción con los demás.
De ahí la gran importancia que pueden tener para su modulación los mecanismos
correctos subyacentes a la teoría de la mente para adaptarse a circunstancias adversas,
como la relativa incomunicación en ciudades grandes o los problemas derivados de la
emigración.
En palabras de los autores de este trabajo «ciertas características que definen a los
individuos como diferentes respecto la mayoría de la gente en su entorno local
pueden aumentar el riesgo de (padecer) psicosis». No deja de recordar esto a la gran
importancia que ha tenido a lo largo de toda la historia y tiene a lo ancho del mundo
la adscripción a un grupo (nacional, tribal, racial, religioso, deportivo, de edad, de
consumo de un determinado bien o de cualquier otro tipo) y el enfrentamiento con los
más cercanos que no comparten tal grupo56. Tal grupo es en muchas ocasiones en
buena medida imaginario en tanto sus componentes dan por hecho que su pertenencia
les inviste de rasgos positivos, de los que normalmente suelen carecer los otros (o a
los que incluso los otros pueden oponerse). No debe ser casualidad que los delirios
más frecuentes entre los pacientes con todo tipo de psicosis sean los de referencia (ser
observado, comentado, vigilado o seguido por otros) y el de perjuicio.
Dicho esto, la exposición no estaría completa sin notar que la mayor parte de la
gente que es «diferente» a otros (racial, económica, educativamente o de cualquier
otro modo) nunca desarrolla una psicosis, y que en entornos estables durante largo
tiempo donde muy pocas personas reúnen tales criterios de «fragmentación social» o
de diferencia (racial, migratoria o de otro tipo) siguen existiendo las psicosis, con
unas tasas de incidencia no demasiado distintas a los entornos donde tales hechos se
dan en una apreciable proporción de la población. Por tanto, y del mismo modo que
sucede con los factores genéticos, no conocemos factores ambientales que causen por
sí mismos patología mental en todos los que se están expuestos a ellos, ni que, pese a
aportar riesgo para la psicosis (como la vida en grandes urbes) estén ausentes de la
vida de una proporción muy apreciable de la población sana.
115
factores de transcripción, en la plasticidad de la cromatina, en la ratio de receptores
D1/D2, en la estructura de las sinapsis dendríticas o en el estado de afinidad de los
receptores dopaminérgicos (130).
2.4.3. CANNABIS
116
las psicosis y la relación entre consumo y psicosis permanece pese al ajuste en
factores de confusión, además de evidencias procedentes del campo cognitivo y de la
neuroiunagen (130). Merece destacarse un trabajo en el que se administró una
pequeña cantidad de tetrahidrocannabinol (THC, el principio activo del cannabis) a
22 sujetos sanos por vía intravenosa y se valoraron los cambios relacionados con
experiencias psicóticas a en las dos horas siguientes. Los autores encontraron que
estas experiencias (valoradas con las escalas PANSS y CAPE, una pensada para
pacientes, la segunda para sujetos sanos) aumentaban significativamente tras recibir
THC (337). Esto fue repetido en pacientes esquizofrénicos estables, que también
mostraron un incremento transitorio en sus síntomas psicóticos con la administración
de THC (338).
117
problemas de salud mental en un futuro cercano, aunque obviamente su consumo no
condiciona necesariamente su aparición en cualquier individuo.
Entre los factores ambientales de riesgo para los problemas mentales de índole
menos biológica o/y más relacional pueden mencionarse las pérdidas dolorosas
tempranas y el grado de estrés sufrido por el sujeto de modo prolongado. He
mencionado antes la como experiencia social de «derrota personal» (130) es un factor
demostrable de riesgo para la psicosis. Las dificultades tempranas y en general el
sometimiento a una situación de estrés severo y prolongado hacen que el sujeto, en
grado variable según sus cualidades intrínsecas59 pueda adoptar creencias o generar
118
percepciones más separadas de la realidad compartida. La falta de control
experimentada en circunstancias gravemente adversas puede ser un factor clave en la
generación de pensamientos psicóticos, pues ya vimos que esa falta de control tiende
a incrementar la percepción de patrones inexistentes o de «conspiraciones» en
situaciones experimentales manipuladas para que el sujeto las viva como fuera de su
control.
La influencia de las pérdidas personales sobre la salud mental del adulto recibió
un gran apoyo empírico de los estudios sobre la depresión que Organización Mundial
de la Salud encargó a John Bowlby en 1948. En ellos, se trataba de evaluar la
repercusión de la pérdida de los progenitores sobre los muchos niños huérfanos tras la
Segunda Guerra Mundial. Este trabajo se publicó en 1951, bajo el título Conducta
Maternal y Salud Mental. Su principal conclusión fue que los niños que carecían de
una figura materna estable en su infancia mostraban retraimiento y tristeza en edades
posteriores como rasgos permanentes y significativos de su conducta60. No se trata
directamente del riesgo para psicosis, pero es un buen ejemplo del potencial patógeno
de estas pérdidas.
119
según lo que se va averiguando, con la modificación epígenética de las características
del ADN de las crías. Esto por ejemplo se evidencia en una serie de estudios
realizados por grupo de Michael Meaney en ratas y sus crías. En ellos se muestra
cómo la frecuencia con que las crías reciben muestras de lo que podemos hacer
equivalente a la cercanía afectiva (como las veces que son lamidas por sus madres)
influía después en el modo de conducta que mostraban ante el estrés los animales ya
adultos. Para eliminar el efecto de la «herencia pura», incluso intercambiaron a las
crías de las madres «poco lamedoras» y «más lamedoras», mostrando que era el
efecto de la conducta de la madre y no la herencia per se la que más condicionaba la
respuesta frente al estrés en el periodo adulto de las crías (347). El efecto tenía
relación con cambios en la metilación del ADN dependientes de la conducta materna,
siendo la metilación el principal mecanismo a través del que se establece la
regulación epigenética del ADN. La pérdida de los progenitores biológicos en el caso
del ser humano suele asociarse a la presencia de otros cuidadores menos afectivos
que aquellos.
Con razón' puede objetarse que los animales de laboratorio son extremadamente
más simples en su conducta e interacciones que los humanos, y que tal tipo de
extrapolaciones deben ser más que cuidadosas. Pero también hay razones sobradas
para pensar que algo similar puede suceder entre nosotros; a fin de cuentas los
mecanismos cerebrales conocidos tienen mucho en común a lo largo de las especies.
En primer lugar, el hecho de que tengamos un periodo de maduración cerebral más
prolongado que ningún otro animal puede ser evolutivamente entendido como una
oportunidad para que el entorno esculpa su influencia sobre el cerebro. En segundo
lugar, hay muchas evidencias que apoyan la reactividad de ese órgano en relación a
las circunstancias individuales. Ya he mencionado algunas (la expansión de algunas
regiones corticales con la práctica de ciertas tareas, por ejemplo), y podemos aludir
igualmente a los dramáticos cambios anatómicos y funcionales que acontecen en el
ser humano (niño y adulto, pero sobre todo en los niños) ante la deprivación sensorial
más o menos completa. Tales cambios no sólo se evidencian en la corteza sensorial
correspondiente, sino que afectan también al procesamiento de orden más alto de las
señales correspondientes al déficit sensorial, en el que están implicadas otras áreas.
Por ejemplo, en los déficit sensoriales visuales (por enfermedad ocular, por
intervenciones médicas u otras razones), no sólo aparecen alteraciones de percepción,
sino también pueden encontrarse defectos de reconocimiento de formas o de memoria
operativa de estímulos visuales (332).
120
trasmiten a otras regiones relacionadas con el proceso de más alto nivel de la
información respectiva, como la prefrontal, igualmente disfuncional en muchos
pacientes con esquizofrenia. Como todas estas son alteraciones replicadas en distintos
grupos de pacientes mentales, y como el entorno de tales pacientes suele ser más
pobre que el de otras personas, podemos especular con una cierta aportación causal
de tal empobrecimiento temprano en la alteración del desarrollo cerebral". En apoyo
de esta posibilidad, una amplia línea de evidencias que demuestra la gran influencia
de las características del entorno en el desarrollo de las funciones superiores en el ser
humano (revisada en (348)). Podemos citar entre los resultados de esa línea de
evidencias que los primogénitos tienden a poseer cocientes intelectuales algo más
altos que sus hermanos, sobre todo en familias numerosas y de clase social baja (lo
que se ha atribuido a una mayor estimulación maternal del primer nacido), que las
madres menos jóvenes (de más de 25 años) tienen hijos algo más inteligentes (una
diferencia de un 5 por 100 aproximadamente) o que los hijos adoptivos pueden tener
hasta 30 puntos más de cociente intelectual que sus madres biológicas (332).
121
de psicosis puede ser pertenecer a minorías raciales, como ya hemos visto antes
(311). El riesgo relativo no se debía a la raza, sino al hecho de pertenecer a una
minoría emigrante, ya que se elevaba por igual en africanos, afrocaribeños, hindúes e
irlandeses, y además era mucho mayor entre los emigrantes que entre sus
compatriotas que permanecían en su lugar de origen. Parece lógico así pensar que el
estrés asociado a la emigración puede ser parte de las causas que condicionan el
aumento de riesgo en este grupo. Esto es muy compatible con la repetida observación
de que el riesgo aportado por pertenecer a una minoría racial está moderado por la
proporción de personas pertenecientes a esa minoría en el entorno (344, 352). Esta
idea parece compatible con una interacción de la suspicacia con la que todos miramos
al diferente con una proclividad biológica en las personas con más riesgo para luego
desarrollar una psicosis. Ye he comentado antes que tamaño de la localidad de
residencia, es un factor cierto de riesgo tanto para los procesos psicóticos que
precisan tratamiento como para los síntomas psicóticos en la población «sana» (134,
311, 330, 353). Las grandes ciudades son los núcleos que reciben los flujos
migratorios
Por lo dicho hasta ahora, parece evidente que no hay una única causa determinada
ni previsiblemente determinable para la psicosis en ninguna de sus manifestaciones
como actualmente las clasificamos (esquizofrenia, trastorno bipolar,..). Más bien
parece que hay muchas causas para ese síndrome, que pueden contribuir a distintos
aspectos de las manifestaciones de la enfermedad correspondiente. Este hecho
condiciona los posibles modelos explicativos su origen, que también deben tomar en
cuenta la alta complejidad (en número de componentes y en sus relaciones no
lineales) de la red que subyace a las funciones mentales. En particular, «hay que
considerar para esos modelos los elementos que contribuyen a esa red de forma
cuantitativa» (es decir, que pueden funcionar más o menos sin dejar de funcionar, o
poseer mayores o menores magnitudes sin ser anormales, en la población general) y
«que además se han encontrado alterados (cuantitativamente) en enfermedades
mentales que cursan con psicosis». Si además su alteración puede de modo
biológicamente verosímil contribuir a una grave discordancia representacional entre
los mundos objetivo y subjetivo, es lícito considerar su disfunción como causa(s) o
mecanismo(s) subyacentes a la psicosis. Algunos de esos mecanismos patógenos
deben tener una fuerte heredabilidad, dada la contribución genética a la psicosis, lo
que no significa que ésta se herede solamente por transmitirse alguno de los
mecanismos que pueden contribuir a la misma (sin causarla por sí mismos).
122
Igualmente, a través de algunos de esos mecanismos debe establecerse de modo
discernible la influencia de los elementos ambientales que incrementan el riesgo para
la psicosis. La alta heredabilidad de enfermedades como la esquizofrenia o el
trastorno bipolar indica que esos factores ambientales serían desencadenantes
necesarios más que causas sensu stricto en muchos casos.
123
El número de espinas sinópticas. A través de las espinas se establecen las
conexiones entre neuronas, cuyo número refleja el grado de comunicación
entre éstas. Su variación por tanto puede facilitar o dificultar la eficiencia de tal
comunicación, básica en la génesis de funciones superiores, para las que
admitimos una participación multirregional. Tal número de sinapsis, según
algunos grupos, puede estar disminuido en áreas como la prefrontal en las
psicosis esquizofrénicas (356). Sin duda una comunicación ineficiente por este
mecanismo menoscaba las capacidades de procesamiento complejo
subyacentes al pensamiento simbólico y por ende a la adaptación a la vida
social. Los procesos de poda sináptica, al menos en primates, en la
adolescencia aumentan la ratio inhibición/excitación, y sabemos que la poda
sináptica tiene relación con los elementos ambientales.
124
prefrontal. Además, recibe un grado de regulación muy elevado desde la
corteza, que puede permitir una influencia de la propia corteza sobre lo qué
ésta permite que le llegue. Hay datos claros sobre alteraciones celulares (360),
anatómicas (361) y funcionales (362) en el tálamo.
Como muestran los trabajos de Peter Uhlhaas, entre otros, una disfunción en áreas
125
sensoriales primarias puede desorganizar los procesos posteriores dando lugar
a percepciones psicóticas (30). Cada vez resultan más interesantes las
alteraciones estructurales y funcionales encontradas en pacientes con psicosis
en áreas sensoriales, corno las visuales corticales.
No sería raro (nadie lo ha estudiado en profundidad hasta ahora, que yo sepa) que
el sistema de neuronas en espejo pudiera contribuir a las alteraciones presentes
en la patología mental, dada su muy probable implicación en el sustrato de la
«teoría de la mente». Hay pocos trabajos hasta ahora que analicen esta
implicación (380, 381), pero parece un campo de gran interés por todo lo dicho
en las páginas anteriores. Hay más evidencias de un déficit de activación del
sistema de neuronas en espejo en el autismo (321, 382, 383), síndrome que
comparte muchos rasgos clínicos y biológicos con la esquízofrenía.
Todas estas fuentes de alteración, cuya relación no pretende ser exhaustiva tienen
en común el no determinar un cerebro cualitativamente distinto entre pacientes y
sujetos sanos. Y el que han sido encontradas en cuidadosos estudios realizados en
grupos de pacientes con esquizofrenia o/y trastorno bipolar, aunque generalmente con
gran solapamiento de los hallazgos entre los grupos (pacientes con esquizofrenia y
sanos o pacientes con y sin esquizofrenia). No hay replicaciones unánimes de tales
disfunciones, quizá con la excepción de la disfunción inhibitoria, presente al parecer
en diferentes formas de psicosis, pero poco estudiada aun. Más bien,
126
ambientales para alterar el funcionamiento cerebral. Aunque la interfaz
cerebro/ambiental es mal entendida para el riesgo de psicosis, su relevancia es muy
apoyada por los datos tanto epidemiológicos como neurocientíficos. Vamos
conociendo los mecanismos a través de los cuales, de modo discernible, tal interfaz se
establece, como el sistema de neuronas en espejo, la regulación de la poda neuronal y
el establecimiento de conexiones interregionales, la epigenética o el contexto
genético. Su estudio debe ser una vía para solucionar nuestro deficiente conocimiento
sobre la psicosis. Eso sí, siempre que se haga desde postulados científicos y a partir
de datos y no de ideologías, buscando comprender bien esos mecanismos cerebrales
discernibles de interacción.
127
Cualquier idea sobre la enfermedad psiquiátrica debe considerar, además del
conocimiento científico sobre la misma (variación genética y cerebral,
psicopatología, epidemiología, psicofarmacología,...), el que tiene de ella que la
sociedad en la que se da. A fin de cuentas, todas las definiciones actuales de los
síndromes en que aparece la psicosis consisten en una recopilación de síntomas y
signos con la puntualización de que éstos son diferentes de lo que se espera de una
persona sana en la cultura o sociedad de quienes padecen esos síntomas y signos. La
creencia en la comunicación con directa con seres del más allá puede ser mayoritaria
en un grupo geográfico o en una minoría cultural, y esa creencia por sí misma no será
patológica en ese grupo, mientras que probablemente lo sea en otros entornos donde
tal comunicación no forme parte de las ideas generalmente aceptadas. A su vez, esta
dependencia de lo socialmente aceptable para definir lo patológico implica que el
umbral a partir del que se consideran patológicas cualesquiera manifestaciones tiene
no poco de construcción social (razonablemente fundada en la actualidad, eso sí, en
tanto que considera datos epidemiológicos). En todo caso por esta dependencia de la
«construcción social» para definir lo psicótico, merece la pena considerar las ideas de
los filósofos constructivistas, que creo útiles para mejor poner en perspectiva los
datos científicos sobre la psicosis.
128
acerca de él. Aunque los seres pensantes jamás hubiesen existido, el mundo
seguiría teniendo muchas de las propiedades que actualmente tiene. En el
campo de la salud y la enfermedad, Thomas Sydenham (1642-1689) pensaba
que las enfermedades podían clasificarse como las plantas o los animales,
teniendo en la naturaleza una existencia independiente del observador que
estaría lista para ser descubierta.
129
hechos. No pocos intelectuales han pretendido en su nombre negar la existencia de
cualquier realidad objetiva. Es bastante ilustrativa al respecto la posición extrema de
Bruno Latour, Este constructivista francés negó explícitamente la existencia del
bacilo de Koch previa a su descripción por el médico alemán que le dio nombre, a
raíz de la hipótesis arqueológica de que el faraón Ramsés II (fallecido en 1213 a.C.)
habría muerto de tuberculosis (hipótesis basada en el análisis de sus restos). El
argumento de Latour era que «¿cómo habría podido morir por un bacilo que fue
descubierto por Robert Koch en 1882?» reafirmándose en esta postura al insistir en
que tal afirmación (la muerte del faraón por tuberculosis) sería un anacronismo
similar al que constituiría decir que Ramsés hubiera muerto abatido por una
ametralladora. Concluía diciendo que «Antes de Koch, el bacilo no tenía existencia
real alguna»(387).
Sin embargo, y pese a estos y otros abusos, las ideas constructivistas son de
mucha utilidad para entender nuestra noción actual de patología mental. A estas
alturas del libro no tengo que justificar que creo en la existencia de este tipo de
enfermedad, que existe un sustrato en el cerebro para ella, y que es evidente la
relevancia de la interacción cerebro-medio para la psicosis. La precisión que ahora
quiero hacer se refiere a la noción categorial que defendemos sobre este tipo de
patología y las consecuencias que de ello se derivan. Mi pretensión de que «la
consideración del constructivismo en Psiquiatría puede ayudar a identificar ciertas
fuentes de los errores implícitos en nuestras nociones de causalidad y taxonomía
psiquiátricas» es secundaria a los resultados de la investigación fenomenológica y
biológica a que he venido haciendo alusión. La identificación de tales errores puede
contribuir a mejorar el rendimiento de la investigación para la comprensión del
cerebro psicótico y, por ende, los modos de tratamiento de estos graves problemas.
Así pues, pienso que la primera versión de la visión clásica sobre el conocimiento
(la que defiende que los hechos existen fundamentalmente por sí mismos, que las
justificaciones que apoyan las creencias en su existencia son independientes de las
necesidades sociales y que la mera exposición a la evidencia explica lo que creemos)
no conduce a lo que entendemos hoy como enfermedad mental. Si la idea de
Sydenham sobre las enfermedades fuera correcta (las enfermedades existen por sí
mismas listas para que las descubramos), deberíamos haber encontrado elementos
objetivos que caracterizaran las tales tipos de enfermedad (por ejemplo, en lo relativo
a la psicosis). Lamentablemente no ha sido así. Y no es por falta de datos: se ha
investigado intensivamente, y disponemos de una enorme cantidad de evidencias
sobre el sustrato objetivo de la enfermedad mental grave. Sin embargo, tales
evidencias disponibles no apoyan que las categorías en que la clasificamos existan
como entidades discretas en la naturaleza, del mismo modo que sí existen como tales
la hepatitis o la isquemia cerebral. Los datos que he venido exponiendo sobre la
presentación clínica en sujetos sanos y enfermos, el sustrato genético y la variación
cerebral demuestran que no hay un correlato objetivo suficientemente sólido como
para sostener la existencia como entidades naturales de las categorías en que
actualmente clasificamos la psicosis (esquizofrenia, trastorno bipolar) y la
enfermedad mental en general. Estas categorías parecen ser, como he dicho antes,
130
segmentos inseparables de una cuerda (un continuo) con muchos nudos (nodos en
torno a los que se agrupan proporciones relevantes de sujetos) sin solución de
continuidad con otros modos. Si esas categorías existieran por sí mismas deberíamos
encontrar correlatos genéticos, cerebrales, terapéuticos o clínicos (síntomas,
cognición, evolución) más homogéneos de lo que de hecho observamos y con menos
continuidades entre las categorías. En otras palabras, estas categorías tienen bastante
de construcción (social, la ciencia es parte de la sociedad) y menos de entidades
naturales. Ahora bien, no por ello los enfermos dejan de existir ni de estar enfermos.
En nuestras ideas sobre la psicosis influyen mucho los conceptos vigentes sobre la
causalidad médica en general, en función de la contingencia (necesidad social) de
atender a quienes padecen estos trastornos. Con esto no quiero apoyar que «todos los
hechos» sean una mera construcción social, ni siquiera en el campo de lo psiquiátrico,
sino que «las necesidades e intereses contingentes» en nuestra sociedad (es decir, la
necesidad asistencial de tratar a los enfermos del mejor modo que hasta hoy
conocemos, el modelo médico, y del interés científico de progresar en el
conocimiento de estos problemas), condicionan un determinado modo de interpretar
que «la información E justifica la creencia B». El paradigma científico imperante en
Medicina hasta la actualidad es categórico (las enfermedades son diferentes de la
salud y distintas entre ellas), ya que este modo de clasificar la enfermedad funciona
muy bien en otras ramas de esa ciencia para tratar los problemas e investigar sobre
ellos (tener o no tener una tuberculosis o un cáncer de páncreas son estados bien
diferentes de no tenerlos, y lo que tienen en común los que padecen esos problemas
es más relevante que lo que los diferencia). Sin embargo, el modelo no ha funcionado
bien en Psiquiatría. Por tanto, en esta rama de la ciencia, «la exposición a la evidencia
relevante» no es la única fuente para explicar nuestra idea sobre el enfermar mental.
131
Consideremos otro ejemplo que ilustra la dependencia social de la construcción
del concepto de «lo patológico». El sentido que da una determinada cultura a ciertas
variaciones en las formas de relacionarse entre las personas puede ser clave a la hora
de valorar el resultado de la proclividad genética individual como patológico o no.
Por su parte, la variación genética confiere al sujeto un rango en la expresión de una
característica fenotípica, en este caso influyendo sobre la capacidad de regulación o
reactividad emocional, como hemos visto en páginas anteriores, pero el que ese rango
caiga o no dentro de lo que un grupo entiende por patológico depende, en el caso de
lo mental, de construcciones sociales. Este es por tanto otro punto relevante para
valorar la importancia del constructivismo social en psiquiatría, y puede ilustrarse con
un ejemplo reciente procedente de la investigación neurobiológica. La variación en
un gen relacionado con el receptor de la oxitocina (una hormona implicada en la
regulación afectiva), contribuye a regular el grado de empatía que es capaz de
demostrar un sujeto (388). Ese gen posee un polimorfismo con dos posibles alelos (A
y G), y las personas que poseían al menos una copia del tipo A tenían en ese estudio
menos disposición empática (medida en pruebas psicológicas como la denominada
«Leer la Mente en los Ojos»). Además, mostraban una mayor reactividad ante el
estrés (valorada por la tasa cardiaca ante una reacción de sobresalto). Sin embargo, la
valoración social y cultural del grado de empatía y la reactividad al estrés puede ser
tan importante como el condicionante genético de su intensidad para calificar como
patológica o no un determinado rango en esas características conductuales,
independientemente de su aportación genética. Por lo demás, la importancia del
factor fisiológico en la empatía queda subrayada por los resultados de otro trabajo
que muestra la relación entre los niveles de testosterona y la desconfianza
interpersonal, algo que podemos considerar contrario a la empatía (389). Sus autores
administraron testosterona a 24 mujeres, y demostraron que, en comparación con el
placebo, esa hormona disminuía la confianza interpersonal, haciéndolo de modo
particularmente marcado en aquellas personas que con más facilidad se confiaban en
condiciones naturales. De hecho, las personas que antes de recibir la testosterona eran
poco confiadas, no mostraban efecto de su adminis tración. Las mediciones en ese
trabajo se basaban en el juicio por parte del sujeto sobre si una cara desconocida era o
no a priori digna de ser confiada. Parece obvio suponer que estas variaciones y
muchas otras puedan influir en algunos de los síntomas de la psicosis. Así, lo
considerado como enfermo puede depender tanto de unas variantes fisiológicas
cerebrales que condicionan la proclividad a ciertos síntomas como de la valoración
social que se haga de tales síntomas, sobre todo a la hora de establecer el límite entre
salud y enfermedad mentales.
132
esa enfermedad, y más con conceptos apriorísticos o ideológicos sobre su naturaleza.
Aunque en cualquier rama de la ciencia es grande la influencia de ese tipo de
conceptos en la interpretación de las observaciones, el trabajo referido demuestra su
especial importancia para los problemas mentales. Es posible que esto se tenga que
ver con el esfuerzo por capturar en una categoría cualitativamente separada de la
normalidad un fenómeno como la psicosis con demasiados puntos en común con ésta,
lo que conlleva una mayor influencie de las posturas a priori de los investigadores. Es
decir, la falta de una visión dimensional de la psicosis tiene primariamente relación
con el paradigma categorial de la Medicina.
Sé que esto suena un poco a las ideas de Michel Foucault sobre las relaciones
entre conocimiento y poder en la psiquiatría, muy similares a su vez a las de Karl
Marx sobre la relación entre poder y conocimiento («las ideas prevalentes no son más
que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes»). Para Foucault, tal
relación es muy importante en nuestra especialidad, hasta el punto que la entiende
como la fuente (falsa) de la legitimidad de ésta. En otras palabras, que el ejercicio del
poder sobre los que muestran ciertos trastornos de conducta podría investirse de
ropajes científicos para facilitar el control de esas personas mediante, por ejemplo, los
psicofármacos. No es esta mi postura.
Sin embargo, aunque esta es una visión exagerada, en tanto los enfermos mentales
existen y en muchos casos ven aliviados sus problemas con los tratamientos
(biológicos o no) que les administramos (y que la industria farmacéutica ha
sintetizado e investigado), las ideas de Foucault son pertinentes en el análisis de la
promoción (con indudables intereses comerciales y de prestigio académico) de ciertos
tratamientos biológicos para toda clase de problemas vitales y conductuales3. Su
resultado indirecto es una simplificación excesiva de la causa y manifestaciones de
tales problemas. Esto puede además conducir a problemas de salud pública, pues los
psicofármacos no están exentos de efectos secundarios, ni mucho menos. Un reciente
e interesante artículo reflexiona sobre el efecto sobre la seguridad de los pacientes de
seis estrategias comerciales usadas para incrementar el beneficio de las ventas
farmacéuticas a través del mayor uso de productos (391). Estas estrategias
133
frecuentemente empleadas por las industrias del ramo incluyen: favorecer la
reducción de umbrales para el diagnóstico, exagerar la seguridad y la eficacia
supuestas, apoyarse en datos intermedios (por ejemplo, la eficacia en reducir el
colesterol y no saber si se reducen los infartos), promover la creación de nuevas
enfermedades y estimular los usos no autorizados. Desde luego, casi todos, si no
todos estos mecanismos son muy frecuentes en la comercialización de los psicofár
macos y a la vez son obstáculos relevantes para comprender realmente qué es
enfermedad mental. La dimensionalidad que muchos autores proponen no justifica ni
implica en modo alguno que toda condición en la población sana en continuidad con
una patológica pueda considerarse como enferma y tratarse en consecuencia con
fármacos. Paradójicamente, esta «pseudodimensionalidad» que hace equivalente
malestar a enfermedad es una nada despreciable dificultad para una razonable
comprensión dimensional del enfermar mental.
Esto ha sido objeto de no pocos debates sobre riesgo y beneficio por parte de
muchos actores entre los que cabe citar, siguiendo a Soledad Márquez y Ricard
Meneu (394), a los médicos, los medios de comunicación, las industrias
farmacéuticas, los gestores sanitarios y los propios pacientes y sus correspondientes
organizaciones. El riesgo para padecer un problema cardiovascular en relación a los
niveles de colesterol y triglicéridos elevados en la sangre es un ejemplo de una
condición para la que se define una intervención (un tratamiento) que en principio
debe ser rentable en términos de riesgo-beneficio para la población. Sin embargo,
otras intervenciones preventivas son menos inocuas, como las relacionadas con la
hipertrofia prostática benigna, y en ellas puede estar menos clara la rentabilidad a la
que aludía. O desde luego, en el espinoso asunto, de gran importancia conceptual, de
134
las personas «en riesgo» para psicosis y su consiguiente tratamiento. O la
administración de antidepresivos o problemas de ánimo reactivos o menores y otras
situaciones similares.
135
mencionado «síndrome de riesgo para la psicosis». Este proceso de extensión de las
indicaciones ha sido muy evidente, así como sus implicaciones conceptuales, en la
pasada década en relación a nuevos antidepresivos.
136
En palabras de Bertrand Russell, vivirnos en un «océano de insania sobre el que la
pequeña barca de la razón humana apenas flota». La enfermedad mental, incluyendo
la psicosis, no es un estado cualitativamente diferente de la salud mental en el sentido
en el que lo son generalmente salud y enfermedad en otras ramas de la Medicina,
donde existe un criterio más definido de normalidad. La psicosis es más bien un
conjunto de desviaciones en diferentes órdenes que se agrupa en torno a ciertos
nodos, los diagnósticos, en la población, sin una causalidad identificable ni
características inequívocas que los diferencien de nodos más cercanos. Sin embargo,
su existencia no es razonablemente cuestionable. El conocimiento de los rasgos
dísfuncionales, su sustrato subyacente y su interacción con el entorno desde un punto
de vista dimensional puede, además de mejorar la calidad de la atención a los
pacientes mentales, mejorar la comprensión y control de nuestra conducta desde
parámetros más racionales
137
ACCUMBENS: Es una parte de los núcleos de la base muy importante en las
conductas de motivación y en las adicciones, con gran enervación por las vías
dopaminérgicas.
AMÍGDALA: pequeño núcleo del sistema límbico muy importante para la regulación
emocional y de la agresividad. Está delante del hipocampo.
BDNF: Factor de crecimiento derivado del cerebro, una sustancia segregada por el
propio cerebro y básica para el mantenimiento de las neuronas, que pueden morir
en su ausencia.
CAUDADO: Uno de los núcleos de la base, estructuras de materia gris situadas por
debajo de la corteza. Implicado en funciones motoras y cognitivas, y es muy rico
en dopamina.
CÍNGULO: Región cerebral situada en el interior de ambos lóbulos, justo encima del
cuerpo calloso. Muy importante, sobre todo en su parte anterior, en tareas de
regulación emocional y de atención, y muy conectado con el sistema límbico.
138
DAAO: D-amino-ácido oxidasa. És una enzima implicada en la síntesis de Dserina,
una molécula importante en la transmisión por glutamato, a través del receptor
NMDA. El gen que la codifica tiene variantes relacionadas con el riesgo para las
psicosis.
DISC T.Proteína de múltiples funciones cuya regulación genética (un gen situado en
el brazo corto del cromosoma 1) se ha implicado en el riesgo para la
esquizofrenia.
ESTRIADO: Una de las divisiones de los núcleos de la base cerebrales, que incluye
al caudado y al putamen. Su parte ventral está más implicada en tareas de control
emocional y cognitivo, y la dorsal en el del movimiento.
GEÍA: Además de las neuronas, el otro tipo de células en el cerebro. Tienen un rol de
139
sostén de las neuronas pero además se les reconoce cada vez más un papel muy
activo en los procesos cognitivos.
INTERNEURONAS: son neuronas que usan GABA como transmisor, es decir, que
inhiben a aquella con que se comunican. Son clave para impedir una excitación
desorganizada del cerebro, y pueden funcionar algo peor en problemas como la
esquizofrenia.
140
NEURONAS EN ESPEJO: Conjunto de neuronas que se activan tanto para hacer una
tarea con una intención o percibir un evento muy concreto como al ver a otro
hacer esa misma tarea o incluso al ver representado ese evento.
PODA SINAPTICA: Proceso por el cual las conexiones menos utilizadas entre
neuronas van eliminándose en los primeros años de la vida.
PREFR NTAL: Conjunto de áreas del lóbulo frontal situadas por delante del área
motora. Muy desarrolladas en el hombre, son clave en las funciones cognitivas.
MRNA: ácido ribonucleico mensajero. Es el tipo de RNA que lleva a los orgánulos
celulares donde se fabrican las proteínas (los ribosomas) la información genética
necesaria para su correcto ensamblaje.
141
una tarea. Puede medirse con EEG o RM funcional, y se relaciona con la
actividad basal cerebral. Se piensa que puede estar elevada en las psicosis.
TÁLAMO: gran núcleo diencefálico (en el centro del encéfalo) fundamental sobre
todo en la regulación de la percepción, aunque tiene otras funciones.
142
TRASTORNO OBSESIVO: Problema en que el sujeto sufre de repeticiones mentales
de dudas que entiende sobrevaloradas y frecuentemente se ve forzado a reiterar
actos que, pese a comprender innecesarios, e le ocupan gran parte del día.
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189
i He incluido en el título la palabra locura con intención. Solemos referirnos con
ese término a las conductas incomprensibles para las que admitimos que pueden
calificarse como enfermedad. «Locura» es una palabra con connotaciones negativas,
pero no disponemos de ningún término científico neutral para referirnos a lo mismo
pues trata de un concepto del vocabulario general, lo que apoya su evidencia a través
de las culturas y épocas.
i Hay más ejemplos: las fobias temores extremos igualmente injustificados; las
obsesiones son contenidos mentales cuya repetición no está relacionada con su
relevancia y las crisis de ansiedad anticipaciones demasiado temerosas del futuro, en
función de lo que cabría esperar. Todos ellos son ejemplos de desviaciones más
cuantitativas que de estados cualitativamente distintos de la normalidad.
2 Aunque quizá fuera mejor hablar de la del encéfalo, que incluye el cerebro, así
como el cerebelo y el tallo cerebral, cuyas aportaciones son también muy relevantes
para la vida mental del ser humano. No obstante, dado el claro predominio del
cerebro en lo que se refiere a la actividad cognitiva, y por consistencia con la
190
terminología que suele usarse, me referiré en el libro en general a la actividad y
organización cerebrales, sin que ello implique descartar la de esas otras partes.
Sin mencionar por ahora sus ciertas interacciones recíprocas con el entorno.
De hecho no creo que tenga mucho sentido establecer una separación demasiado
neta entre la psiquiatría y la neurología salvo por la utilidad práctica de esa distinción.
Hoy la separación entre ambas disciplinas es epistémica, y en la práctica se deriva de
la especialización de los métodos de una y otra. El tiempo dirá hacia donde derivará
tal separación.
s Cada vez sabemos más de lo complejas que pueden ser las funciones de las
regiones que previamente se pensaban que tenían un papel «simple» en un proceso
determinado. Es muy difícil pensar ya en regiones «superiores», sobre todo si se
considera la enorme importancia del proceso emocional paralelo al «racional».
'No conozco estudios que lo evalúen, pero me parece asumible que otros simios
sean entre sí menos diferentes en lo mental que los humanos.
8 Se calcula generalmente que un 20 por 100 del total de neuronas son de tipo
inhibitorio, casi un 80 por 100 excitadoras y un pequeño pero muy importante
porcentaje «moduladoras».
10 Las ideas de Hebb son muy importantes para comprender el sustrato del
aprendizaje y la memoria. El llamado principio de Hebb, postulado en 1949, implica
que si dos input llegan a la vez a una neurona, y uno de ellos la despolariza, se
inducen cambios sinápticos permanentes, de modo que la neurona responderá más
fácilmente después a ese estímulo en su presentación posterior.
191
«Real» y lo «Simbólico». Lo Real corresponde para Lacan a la verdadera naturaleza
del mundo, más allá de nuestro lenguaje y de nuestra capacidad de comprenderlo. Lo
Simbólico, en cambio, es el sistema lingüístico común que usamos para describir lo
que puede ponerse en palabras. Este mundo simbólico está determinado por los que
nos precedieron, que atribuyeron los significados a las palabras. Vivimos pues en «lo
Simbólico», y tenemos sólo una parcial conciencia de «lo Real».
15 Este ha sido para mí un libro asombroso, por las acertadas intuiciones del
autor, como cuando se refiere a la plasticidad cerebral y el lenguaje, con las
observaciones de la adquisición por los pájaros de cantos distintos al propio de su
especie si son criados por otros pájaros, a la posible interpretación «animista» de
eventos de la naturaleza por los perros como primer paso del desarrollo de creencias
religiosas, o a la posibilidad sobre la que luego volveré de transmitir lo aprendido a
generaciones futuras a través de la herencia genética (cuyo mecanismo Darwin no
podía conocer).
16 Otro destacado investigador en este tipo de estudios fue Roger Sperry, que fue
galardonado con el Nobel por ellos.
18 Como todo el mundo sabe, las neuronas son células que constituyen el cerebro
y el resto del sistema nervioso central. Son los principales elementos de
procesamiento nervioso, comunicándose a través de contactos que denominamos
192
sinapsis. Hay otro tipo de células, las llamadas gliales, que también influyen
activamente en el procesamiento nervioso, y cuyo papel va comprendiéndose
progresivamente.
20 Las áreas de Broadmann son una convención muy utilizada para la división
funcional de la corteza cerebral. El trabajo de este autor parceló esa corteza en
regiones con, hasta cierto punto, funciones distintas. Por ejemplo, el área 17, en la
región occipital, tiene funciones visuales, o la 4 funciones motoras.
21 Esto del más alto o bajo nivel es otro asunto cada vez puesto más en cuestión
por los descubrimientos recientes. Hay muchas evidencias de que ciertas neuronas de
las áreas motoras tienen un papel perceptivo, de modo que forman el sustrato para un
ciclo perceptivo-motor completo. Hablaré luego de este interesante tipo de neuronas
un poco más.
23 Hay regiones que permanecen más activadas durante el «reposo mental» y que
se desactivan para dar paso a otras cuando una tarea más específica es requerida. Esto
constituye el «modo por defecto» (traducción de default mode, que en mi opinión
debería haberse traducido al castellano como «modo predeterminado» )cerebral, de
acuerdo a las ideas inicialmente propuestas por Marcus Raichle. Esta es una de las
más prometedoras líneas de investigación en psiquiatría.
24 Pienso, y es una opinión, que una de las claves para la autoconciencia humana
puede residir precisamente en la identificación de otros como sujetos a través de
simbolizaciones como el lenguaje que implican la creación de un acuerdo entre
distintos sujetos, y por tanto el reconocimiento de que existen otras individualidades.
Esa idea permitiría una evolución de la autoconciencia (humana) basada
posiblemente en parte en interacciones socioculturales que potenciarían las
consecuencias de las diferencias en organización cerebral repecto otras especies de
primates. La importancia de los otros en el auto-reconocimiento y por tanto en la
«autoconciencia» se ve apoyada por la observación de que los simios aislados tienen
menos capacidad de autorreconocerse que los que viven en entornos socialmente
ricos (28). M. lacoboni, «Facing Yorself», en Mirroring People, Nueva York,
Picador, 2008, págs. 130-156.
193
25 Aunque las funciones superiores sean fruto de la acción coordinada del cerebro
resisten a la alteración de alguna de sus partes. Esto también recibe apoyo de los
mencionados experimen- tos de Michael Gazzaniga en los que, como recordamos, se
había seccionado en algunos pacientes el cuerpo calloso (el tracto de fibras que une
ambos hemisferios cerebrales). Habían quedado por tanto tras la intervención con dos
«hemicerebros» casi incomunicados entre sí. Sin embargo, su funcionamiento mental
y conducta observable era indistinguible, salvo en ciertas interesantes situaciones
experimentales, de la de los sujetos que no se habían sometido a esa intervención.
Esto parece indicar que la evolución haya dado prioridad al establecimiento de
circuitos locales altamente conectados, con cierta autonomía funcional aunque
abiertos y muy comunicados entre sí. Esto sería una forma de superar la dificultad
que opone la «economía» del tamaño cerebral a la creación de muchas más
conexiones, según las ideas de George Striedter, de la Universidad de California
Irvine. También contribuye a explicar por qué pese a la alteración que aparece en
algunos pacientes individuales en los correspondientes estudios de ciertas partes muy
importantes para la vida mental, como la prefrontal, su funcionamiento global es
bueno excepto en situaciones de mayor demanda.
194
30 Este es un debate presente en la filosofía desde mucho tiempo atrás. Por
ejemplo, John Locke, el empirista inglés, defendía la idea de la tabula rasa, para la
que todo individuo viene con potencialidades ilimitadas y acaba siendo producto de
sus experiencias. En cambio, Immanuel Kant viene a defender la presencia en las
personas de ciertos moldes mentales que limitan el modo en que percibimos el
mundo.
32 Son muy importantes a este respecto los trabajos galardonados con el Premio
Nobel de David Hubel y Torsten Wiesel, que entre otras cosas demostraron cómo el
tipo de estímulos visuales que recibe (o de los que carece) un animal (gatos y monos
en este caso) durante su desarrollo determina la organización de la corteza visual.
195
variantes en las secuencias de ADN de los genes, a las que llamamos polimorfismos.
En todos los genes hay varias posibles secuencias, con variaciones muy leves,
muchas de las cuales dan lugar a productos (las proteínas que codifican) normales
pero con ciertas diferencias funcionales, que en muchos casos a su vez influyen en las
propiedades cerebrales. La investigación va mostrando en las décadas recientes que
ciertas variantes genéticas contribuyen al riesgo a padecer ciertos problemas
mentales, a través posiblemente de la variación en los productos que codifican
(proteínas en los neurorreceptores o moléculas que degradan los trasmisores
liberados, por ejemplo).
196
usar un método estadísitco que facilitaba la inclusión de trabajos de los que no se
disponía de los datos «crudos»; de hecho, al aplicar su técnica sobre los datos de los
otros dos metaanálisis no encontraron un efecto significativo, lo que corrobora que es
la diferencia de muestras lo que explica la discrepancia). En todo caso, no parece
sorprendente que haya datos contradictorios si consideramos la más que probable
heterogeneidad biológica de una conducta tan compleja como la depresiva.
i Es importante recordar, pese a todo, que los criterios que usamos para el
diagnóstico en psiquiatría no son arbitrarios, aunque se sustenten parcialmente en
concepciones teóricas generales que, como tales, no han podido ser contrastadas
experimentalmente en todos sus extremos. Esos criterios son en su mayoría fruto de
numerosos y extensos trabajos sobre poblaciones amplias y en distintos entornos, por
lo que sus problemas de ajuste en muchos casos reales deben entenderse menos como
defectos metodológicos que como la consecuencia previsible de la continuidad entre
los parámetros de la salud y la patología mentales.
197
base genética propia (Cardno et ál., «A twin study of genetic relationships between
psychotic symptoms», Am J Pscyhiatry, 2002, 159, 539-545).
9 Para esta teoría, de la que luego hablaré por extenso, el origen de la psicosis
(sobre todo de la esquizofrenia) es un retraso u otro tipo de alteración del correcto
desarrollo cerebral.
10 Patrón constituido por la actividad de una serie de regiones que están más
activas en reposo cognitivo y se desactivan cuando otras regiones son requeridas para
198
una tarea determinada. Aunque en la literatura científica se habla de «default mode»,
creo que la mejor traducción es modo predeterminado.
199
sentirse «perseguidos», el 18 por 100 sienten que los demás «les miran mal» y el 25
por 100 «especialmente cerca de Dios».
24 No hay que confundir esta idea con lo que se viene llamando «modo por
defecto» en la literatura reciente. Este es un conjunto de áreas que están más activas
cuando no realizamos de modo consciente ninguna tarea mental concreta, y cuya
actividad decrece cuando hemos de concentrarnos en una de esas tareas.
200
inhibidos o suprimidos por una acción excesiva de los centros superiores (168)
(S.A.Spence, «Hysterical Agents», en The Actor's Brain, Nueva York, Oxford
University Press, 2009, págs. 263-283). Esta idea está basada en la presencia de una
actividad deficiente, en el caso de síntomas como la ceguera o anestesia histéricas, en
las regiones corticales que normalmente se estimulan por las correspondientes
modalidades sensoriales (vista o tacto, en esos casos), junto con una activación
marcada de regiones más altas en la jerarquía de procesamiento, como las frontales
(169) (A. Mai is-Gagnon, 1. Giannoylis, J.Downar, C.L.Kwan, D.J.Mikulis,
A.P.Crawley, K.Nicholson y K.D.Davis, «Altered central somatosensory processing
in chronic pain patients with "hysterical" anesthesia», Neurology, 2003, 60(9), 1501-
1507). Siendo la atención una de las funciones en las que estas regiones frontales
participan en mayor grado, esa idea es coherente con el hecho de que la retirada de la
atención por distintos medios (farmacológicos o no) se acompaña de una mejoría de
tales síntomas. Es como si la atención fuera precisa para su mantenimiento.
Igualmente, el posible contenido «simbólico» del síntoma parece coherente con la
implicación de esas áreas frontales, que se asumen implicadas en la génesis del
pensamiento simbólico humano.
26 Algunos datos recientes apoyan que estas interneuronas también pueden tener
un papel excitatorio (6) (D.A.Lewis, «The chandelier neuron in schizophrenia», Dev
Neurobiol), para añadir complicación al asunto.
27 Se utilizó una escala diferente a la utilizada en los pacientes para valorar tales
síntomas. Una cierta proporción de las personas mentalmente sanas puede presentar
síntomas de psicosis atenuados. Este trabajo muestra que la base biológica de tales
síntomas puede ser compartida por sujetos sanos y enfermos.
29 Los árboles sinápticos están formados por las ramificaciones de los cuerpos
neuronales que sirven para conectarse con otras neuronas, por medio de las sinapsis.
Su apariencia es al microscopio similar a un árbol. Si son menos densos, los cuerpos
de las neuronas pueden aparecer más juntos, es decir, con una mayor densidad
neuronal.
201
30 El valor de la de «d de Cohen», parámetro para medir ese tamaño, indica entre
0.2 y 0.3 un tamaño de efecto pequeño, entre 0.5 y 0.8 medio y si es mayor, un
tamaño de efecto grande.
32 Donde podemos leer: «Con el hombre vemos rasgos similares en casi cada
familia; y ahora sabemos, gracias a la admirable labor del Sr Galton, que el genio,
que implica una maravillosamente compleja combinación de altas facultades, tiende a
ser heredado y que, por otro lado, es demasiado cierto que la locura y el deterioro
metal tienden a aparecer igualmente en las mismas familias» (90) (C.Darwin,
«Manner of Development», en The Descent of Mand, and Selection in Relation to
Sex, Londres, Penguin Books, 1879 (2004), págs. 43-85).
37 Algunos resultados estiman una carga genética menor. Por ejemplo, el trabajo
antes citado sobre la genética de la esquizofrenia y trastorno bipolar en Suecia estima
que la aportación genética respectiva para esos trastornos es del 64 por 100 y 59 por
100.
202
remisión de los afectivos).
39 Las comillas las pongo porque en buena ley es difícil llamarlas alteraciones,
pues no distinguen a un paciente individual de un grupo de controles en apenas
ningún caso. Son más bien diferencias promediadas estadísticamente significativas.
40 De hecho, esos déficit de materia gris son mayores como media en pacientes
crónicos que al inicio del proceso, aunque no sabemos bien qué subyace a esa
disminución cuando se presenta.
42 Sin embargo, creo que hay menos datos en apoyo a una mayor frecuencia de
síntomas psicóticos entre familares de enfermos psicóticos.
44 El sujeto tiene que responder si una letra en una serie es igual a la anterior (1-
back), o a la presentada dos (2-back) o tres (3-back) puestos antes.
46 Otros autores proponen, sin ser excluyentes con la idea de la continuidad, una
mayor severidad o la implicación de cambios genéticos que condicionen un deterioro
más temprano entre los pacientes con esquizofrenia que en el caso del trastorno
bipolar. En un trabajo, por ejemplo, se muestra cómo el deterioro de las funciones
cognitivas puede preceder el inicio de los síntomas más evidentes entre estos
pacientes, mientras que puede ser posterior a ese inicio entre los pacientes bipolares
(293) (R.M.Murray, P.Sham, J.Van Os,J. Zanelli, M.Cannon y C.McDonald, «A
developmental model for similarities and dissimilarities between schizophrenia and
203
bipolar disorder», Schizophr Res, 2004, 71(2-3), 405-416).
204
«teoría de la mente», actúan para satisfacerlas (les ayudan). Igualmente, estos
primates tienen un elevado grado de empatía por los estados ajenos, que apunta en la
misma dirección.
52 Este de las neuronas en espejo sería una de las áreas de mayor interacción entre
sistema nervioso central y características del medio social del sujeto. Uniría su
influencia cuanto menos al de la epigenética (modificaciones de la expresión
genómica dependiente del entorno) y a la plasticidad neuronal para superar la vieja e
insostenible dicotomía «nature vs nurture».
Este libro desmiente algunos tópicos generalmente aceptados, sobre todo a partir
de La Historia de la Locura en la Epoca Clásica de Michel Foucault. Este autor
defendía que el modelo médico de la enfermedad mental se «inventó» en el siglo xix
en respuesta a la revolución industrial yen relación con el afán de dominio de las
clases prevalentes. Sin embargo, la historia de los modos de tratamiento de la
enfermedad mental grave muestra unos modos mucho más humanitarios que los
descritos por Foucault (como el famoso «barco de los locos», en que supuestamente
serían embarcados sin rumbo). Los análisis de los registros relacionados en los siglos
xvii y XVIII muestran más bien el afán de protección del enfermo, internamientos en
muchos casos limitados y, desde luego, ninguna evidencia del «barco de los locos»
(328) (E. E Torrey y J.Miller, «The Birth of Bedlam: Insanity Prior to 1700», en The
Invisible Plague: The Rise of Mental 111nessfrom 1750 to the Present, New
Brunswick, Rutgers University Press, 2007, págs. 6-22). En los años 60 y 70 del siglo
xx se defendió por diversos autores la idea del «trastero», según la que los asilos y
hospitales para enfermos mentales serían un lugar donde arrinconar a las personas
molestas o gravosas para las familias (o la sociedad en conjunto). Sin embargo, los
datos de la época en que aumentan más los ingresos en tales centros (la segunda
mitad del siglo xix) muestran más bien que tales ingresos se contemplaban más bien
como una última opción, reservada para pacientes realmente graves (329) (E.F.Torrey
y J.Miller, «Possible Causes of Epidemic Insanity», en The Invisible Plague: The
Rase of Mental Illness from 1750 to the Present, New Brunswick, Rutgers University
Press, 2007, págs. 314-334). La idea implícita en los trabajos de Foucault y otros
historiadores de la época (como David Rothman y Andrew Scull) es que el desarrollo
205
capitalista, la emergencia de la economía de mercado, explicaría la creación de las
etiquetas de enfermedad mental para poder apartar ciertos elementos no productivos
de la circulación social. Tal justificación puede tener, de acuerdo a los datos que antes
citaba basados en el análisis de los registros de la época, una mucha mayor
justificación ideológica que factual.
61 Cabe precisar no obstante que tales efectos son más marcados en condiciones
206
de experimentación, donde la deprivación puede ser extrema.
«Puedes ser tan audaz como para quitarle a un cocodrilo una joya de la boca,
En los últimos años venimos asistiendo a una imparable extensión del consumo de
psicofámacos (que según el National Institute of Clinical Excellence, en el Reino
Unido, se ha multiplicado por 2.4 entre 1992 y 2002). Hay datos muy similares
disponibles en Estados Unidos. Esta extensión se basa en parte en la prescripción de
estos fármacos para problemas en que su utilidad es dudosa en el mejor caso, como
las reacciones vivenciales. En otras palabras, asistimos a una medicalización de la
vida cotidiana. Con o sin intención expresa, según los casos, tal medicalización se ha
asumido entre la profesión médica, donde proliferan investigaciones muy
relacionadas con intereses comerciales, que propugnan la utilidad de ciertas
prescripciones en problemas vitales complejos (desánimo reactivo, trastornos de la
personalidad, compra compulsiva...).
207
minoría de las personas que toman estos tratamientos aparece una marcada
desinhibición que facilitaría tal tendencia, que incrementaría la incidencia del suicidio
entre ellas. Esta no es una idea plenamente aceptada, desde luego (398)
(Y.D.Lapierre, «Suicidality with selective serotonin reuptake inhibitors: Valid
claim?», J Psychiatry Neurosci, 2003, 28(5), 340-347). Más bien se suele admitir que
se trata de fármacos muy útiles entre otras cosas para disminuir el riesgo de suicidio
«asociado a la depresión clínica, es decir, a la auténtica enfermedad depresiva». Sin
embargo, de ser ciertas al menos en parte las ideas de Healy, un uso excesivo de tales
antidepresivos podría tener consecuencias muy negativas para las personas que los
tomaran sin padecer tal enfermedad depresiva (de ahí el riesgo asociado a la
sobremedicalización del sufrimiento mental). En otras palabras, muchos psiquiatras e
investigadores admiten un efecto desinhibidor de la conducta para tales fármacos. La
inhibición conductual es clave para no poner en acto tendencias poco deseables, ideas
o impulsos que aparecen en el espacio mental pero cuya realización sería gravemente
perjudicial para el sujeto o/y su entorno. Una debilitación de tales mecanismos
inhibitorios, como la que puede aparecer con esos fármacos puede constituir un gran
problema en personas sin una enfermedad depresiva, sobre todo en aquellas con una
impulsividad demasiado exacerbada. Es el caso de muchos de los llamados trastornos
de la personalidad, en quienes tales inhibidores de la recaptación de la serotonina son
muy frecuentemente prescritos.
208
Índice
PREFACIO 9
CAPÍTULO 1. LA RED 12
1.1.1. A primera vista 13
1.1.2. Símbolos incomprensibles 17
1.2. Mundos interiores 19
1.3. En el cerebro 22
1.3.1. La maraña sináptica 23
1.3.2. Percibir y entender 24
1.3.3. Espejos 28
1.3.4. Recordar qué estamos haciendo 30
1.4. Modulación ambiental 34
1.4.1. Esculpir un cerebro 35
1.4.2. El cerebro bayesiano 39
1.4.3. Regulación délos genes 41
1.4.4. Mejores genes... según para qué 42
CAPÍTULO 2. LA PSICOSIS 44
2.1.1. Una cuerda y muchos nudos 46
2.1.2. Diagnósticos de riesgo 53
2.1.3. Psicosis atenuadas 54
2.1.3.1. Incidencia 57
2.1.3.2. Consecuencias 58
2.1.3.3. Riesgo 59
2.2. Neurobiología 61
2.2.2. Neurodesarrollo 62
2.2.2.1. Liberación límbica 67
2.2.3. Un cerebro ruidoso 70
2.2.3.1. Evidencias 72
2.2.4. ...Y una mente ruidosa 75
2.2.5. De dónde salen los síntomas 79
2.3. Genes 83
2.31.1. ¿Qué genes? 84
209
2.3.2. Variación de la expresión 85
2.3.2.1. ¿Qué se hereda? 87
2.3.3. Genética y psicosis atenuada 94
2.3.4. En su contexto 98
2.3.5. Genes raros 101
2.3.6. Incidencia a toda prueba 102
2.3.6.1. El genocidio 103
2.3.6.2. Explicaciones 105
2.4. El ambiente 108
2.4.2. Entornos de riesgo 114
2.4.3. Cannabis 116
2.4.4. Pérdidas y estrés sostenido 118
2.5. Un modelo multicausal 122
CAPíTULO 3. CONSTRUCTIVISMO Y PSICOSIS 127
3.2. Dificultades para una visión dimensional 132
CONCLUSION 136
GLOSARIO BÁSICO DE TÉRMINOS NEUROCIENTÍFICOS 137
BIBLIOGRAFÍA 143
INDICE ONOMÁSTICO 183
210