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Comentario al Evangelio del 2 de diciembre de 2018, I Domingo de Adviento, Ciclo C

Texto: Lc 21,25-28.34-36

Levanten la cabeza

Ante las señales desconcertantes que aparecen en el horizonte, que de distintas maneras llenan de
terror y angustia a muchas personas, los cristianos levantamos nuestra cabeza en búsqueda del
Señor. El mismo que vino cuando se hizo carne y que vendrá de nuevo al final de los tiempos, viene
permanentemente como juez. Es necesario vigilar y estar alerta, para aquilatar adecuadamente el
peso y la calidad de cada acontecimiento, de cada decisión y de cada compromiso. Los vicios y el
libertinaje nos alejan de la sensatez y la ecuanimidad. La familiaridad con Cristo, en cambio, y la
oración, despiertan nuestros sentidos para hacernos una idea adecuada de lo que sucede. Nosotros
no medimos el éxito o el fracaso de la vida en términos monetarios. Ni siquiera en base al honor o
al prestigio. Nuestros criterios provienen de Jesús. Queremos, como él y con la fuerza de su Espíritu
que no deja de derramar sobre nosotros, llevar adelante una existencia transparente, en la que
nuestra dignidad y la de nuestros hermanos sea reconocida y defendida continuamente, como signo
de la huella de Dios que todos llevamos. De ninguna manera ocultamos nuestra fe, ni permitimos
que el pesimismo nos arrolle. Esperamos, con júbilo, que su palabra salvadora se cumpla en nosotros
y en nuestra sociedad. Ajenos a los miedos y al desánimo, deseamos ser testigos de esperanza,
conscientes de que cosas nuevas llegan siempre que un corazón se convierte al Señor y con
sinceridad se aleja del mal y vive como auténtico hijo de Dios. Nuestra única esperanza está en el
Señor. Y sabemos que en la medida en que vivamos en el amor y en la verdad, en el servicio y la
honestidad, en la pureza y la fidelidad a su palabra, la palabra de su juicio nos confirmará como
miembros de su Reino.

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