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Eduardo Limas
El 21 de noviembre a las 7 de la noche entré al café, buscaba un espacio para trabajar y revisar
los pendientes de la etapa final del semestre. Logré colonizar una mesa ante lo concurrido, al parecer
muchos estudiantes invaden los cafés en busca de paliar sus últimas misiones académicas.
A contramesa, tres personas con una mac como centro de mesa, charlaban, el elemento más
visible de las diapositivas en pantalla, mostraban gráficas y cantidades de dinero. Sin una intención
directa, observé que era una dinámica de venta, o mejor dicho, de persuasión. Con un ángulo oblicuo
desde el punto de observación, tenía el lugar perfecto para visualizar la escena: ¡Estafa a las 10 en
punto!
Últimamente leo de nuevo El mundo y sus demonios de Carl Sagan, cuyo contenido es sobre la
ausencia del pensamiento crítico y la proliferación de pseudociencias o imposturas intelectuales, una
advertencia sobre el peligro del analfabetismo científico. Tres personas reunidas en una mesa, los
vendedores a los lados, no podía dejar de observarlos, eran como dos predadores circundando con la
presa en el centro, estática, sin posibilidad de huida.
Me dije: “Este es un perfecto escenario para sentirme miserable en un mal día. A la mesa de
enfrente están estafando a una persona ¿Qué estoy haciendo para que no ocurra? ¿Qué sentido tiene
estar leyendo a Sagan si no tomo una acción en este momento” Sin darme cuenta sentía una voluntad
de levantarme a interrumpir la conversación. ¿Qué haría? ¿Reflexionar en clase con mis alumnos por lo
que estaba viendo y no hice nada?
La reunión terminó, hubo una despedida y la señora salió del lugar. Impulsivamente me levanté
de la mesa hacia mi carro, fingí abrir la puerta en busca de algo y desde el estacionamiento la miré
subirse con prisa a su camioneta. Era el momento de interactuar:
En ningún momento esperaba bloquear de raíz este tipo de problemas, no soy ingenuo, pero por
lo menos en mí estaba la responsabilidad moral de crear una advertencia. Si bien la mujer participará en
la “empresa piramidal”, mi intención fue crear un potencial recuerdo de éxito o fracaso en ella. Me
explico: Cuando sea una adinerada empresaria (después de que sus 11 invitados de inversión inviten a
otros 11 y cada uno tenga otros 11 a su cargo; es decir un total de 131 personas) dirá en una conferencia
de negocios, con muchos obstáculos como la gente que hace dudar de sus capacidades. “El día en que
me uní a Melaleuca un joven apuesto (já, es mi narración) me dijo que entraría a un fraude”. O si las
cosas no salen como los vendedores prometieron, ella perderá más capital que su inversión, y recordará
que al menos alguien le advirtió.
Siempre tengo la duda si existe una intención deliberada en involucrar clientes a las estafas
piramidales. Es decir ¿están conscientes de que su negocio es imposible y es necesario engañar con una
expectativa o con una promesa que no pasará? El problema es que el pensamiento crítico está ausente,
no existe la mínima duda de si es posible, hay apelación a las emociones y anécdotas de los
vendedores. Cuando suspendemos el juicio existe la parálisis de la acción, una pérdida del libre
albedrío, actuamos sin saber.