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Unas lecciones de
investigación criminal
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La investigación criminal es la fase preparatoria del sistema penal acusatorio. Los objetivos de la investigación
criminal: “Preparar mediante la investigación y colección, todos los elementos de convicción necesarios para que
el fiscal del Ministerio Público pueda fundar su acusación, o que sirvan para exculpar al inculpado. Al tener
conocimiento de un hecho público, el Fiscal del Ministerio Público formaliza el inicio de una investigación. El
investigador criminal entra en escena y, para empezar, preserva la escena del crimen para resguardar la lógica real
del tetraedro de la criminalística: víctima, victimario, medio de caución y sitio del suceso”. Aranque, Danilo
“Importancia de la estructura típica de la investigación criminal”, (25/01/06)
http://www.monografías.com/trabajos/7/incn/incri.shtml.
Fernando Cardini, profesor argentino de ciencias forenses, considera que aunadas las criminología, la medicina
legal y la criminalística, articuladas en el complejo de la ciencia forense, tienden a cumplir las tres etapas del
proceso penal:
1. Verificación del hecho delictivo
2. Determinación de su autoría
3. Lo relativo a la personalidad del delincuente para la adecuación de la sanción
posible de la vivencia corporal e interpersonal, de las respiraciones, los ritmos, los
contactos y los tiempos vividos.
Quizá los criminólogos, aunque no hayan cometido un crimen, toda su vida han
soñado siempre con cometerlo; por eso pueden pensar, se dedican a pensar, y
quieren pensar, como el asesino.
El objetivo es enunciar aquello ocurrido en las escenas respectivas; sin embargo, es
muy diferente en el área de la investigación criminal y en el área del montaje
coreográfico. Si bien ambos rastrean significados subjetivos, en el primer caso hay
que determinar los móviles que llevaron al criminal a delinquir, hay que reconstruir los
estados internos durante el acontecimiento, con el fin de localizar al culpable y/o
determinar su grado de culpabilidad, para que los gestores asignen la pena
adecuada.
Por el contrario, el investigador de danza quizá quiere hablar de las experiencias de
movimiento porque sabe qué bien (o qué mal) se siente eso: ¿cómo comunicar las
intensidades, los placeres, las sensaciones de dominio y a veces de vacío? Enuncia,
tal vez para intensificar la experiencia, tal vez para comunicarla con toda su
carga vivencial.
El esquizoanalista del montaje busca elementos subjetivos, diría Baz (1998), a fin de
hacer inteligibles situaciones concretas tratando de establecer sus nexos con los
procesos del mundo social. La interpretación aquí es descifrar el sentido de lo
experimentado. Dice Baz: “La interpretación no se impone, se constituye. Es la
creación de nuevos sentidos que arrojen una nueva inteligibilidad sobre la
subjetividad y la cultura, una lectura que una estrechamente el análisis de las formas
simbólicas de los territorios psicosociales concretos”. (1998: 61)
Ahora bien, para la creación de estos nuevos territorios no importan tanto, ni para el
forense ni para el esquizoanalista, la tipificación de las estructuras psíquicas, las
causas sociales, las inercias culturales de los hechos, en términos de causa-efecto o
de una lógica mecánica objetiva, sino los significados subjetivos puntuales,
asociados con la escena del crimen o con el salón de ensayos.
Lo que vuelve a empatar a los dos tipos de investigación, y lo que justifica sacar a
relucir el ámbito del crimen en una investigación sobre la coreografía, es que, sin
duda, el forense y el esquizoanalista aman de alguna manera el cuerpo y sus
minucias, las acciones, las estructuras corporales y sus placeres, y se inmiscuyen en
el lugar de los hechos para bordar sobre esas situaciones nuevos sentidos, nuevas
conexiones.
En este sentido, las tareas de ambos no se realizan por la vía racional de manera
privilegiada, aunque por supuesto la emplean, sino por la ruta analógica, entendiendo
ésta como forma de enunciación; diría Anzieu, como una posibilidad de
representación de una complejidad irreducible, palabra que surge pegada a los
materiales y a los cuerpos.
Si el delincuente está prófugo y no puede responder a sus preguntas, el criminólogo
tiene ante sí una difícil situación. En esta investigación, ha sido muy afortunado el
hecho de haber podido ver a los sujetos en acción; también los miembros del
colectivo hablaron de lo que vivieron, lo cual añade significados y completa el sentido
situacional. Nuestro dispositivo de investigación me proporcionó una capa densa de
materiales producidos al enfrentarme con las escenas de ensayo. El material de
investigación7 constituye el foco de vida parcial, por esquizoanalizar; es el punto de
emergencia de toda fenomenicidad múltiple e inédita. Accedí, pues, a una
desterritorialización de los significados subjetivos, diseminados por todas las escenas:
músculos, texturas, sonidos de pasos, discursos, tonos de voz, relaciones, etc.
Entramos a la fase más interpretativa y delicada de este trabajo, en donde nos
topamos con la difícil tarea de dar lectura tanto a las palabras como a las acciones, y
más aun, a las acciones como metáfora de las palabras y a las palabras como
metáfora de las acciones. La mirada en esta investigación ha pretendido escudriñar
en el interior de estos actores, quizá en un exceso voyerista de mirar a lo invisible,
¿qué se siente estar acostado tanto tiempo, con las piernas en alto? ¿Qué se siente,
dejarte caer para atrás, sobre las espaldas; qué emociones se mueven en ese acto
de arriesgue, de pérdida de control?
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Tengo el siguiente material, surgido de los encuentros con este coreógrafo y su grupo: Transcripción de
entrevista a Serafín Aponte; transcripción del discurso grupal correspondiente a cuatro sesiones de grupo de
reflexión; aproximadamente cinco horas de grabación en video, correspondientes a los ensayos que accedí durante
el proceso de montaje de “Las nuevas criaturas”.
De hecho, los documentos que dan testimonio de las experiencias vividas junto a
Serafín Aponte y su grupo, contienen material que habla de diversas dimensiones
existenciales; muestran acciones corporales, dan cuenta de uniones y separaciones
de los cuerpos en el espacio; recuperan el discurso de los integrantes del grupo, que
dan testimonio de cómo vivieron las sesiones de ensayo, hablan de proyectos y
anhelos, de ideas por plasmar en los cuerpos, de cómo el resto del mundo (el viaje en
el metro, las personas que estuvieron y ahora no están), se introduce en la
experiencia grupal, y de qué manera ellos se llevan su experiencia cuando salen al
mundo.
De cómo el discurso posterior al ensayo es metáfora de éste.
De cómo el ensayo de hoy fue metáfora del discurso de ayer.
De cómo el montaje de una coreografía es metáfora de la vida.
De cómo la vida se vuelve metáfora del proceso grupal que se vivió.
Se presenta una tarea compleja para explorar este fenómeno de conversiones.
En un primer momento, se trata de localizar y enunciar los significantes, objetos de la
conversión; es decir, los elementos enunciables y observables de las situaciones
experienciales, lo que requiere de una habilidad para encontrar figuras, trazos de
experiencia y darles un nombre, hacer enunciable lo puntual. Sin embargo, el material
videograbado, el testimonio concreto, los materiales, las acciones físicas
desglosadas, los discursos palabra por palabra, no dan cuenta en sí mismos de las
pautas significativas.
Así que, en segundo momento, hay que localizar en esas figuras materiales las
significaciones, el contenido psíquico, afectivo, que rebasa la pura concreción y dibuja
en ella diseños metafóricos; es aquí donde se hace indispensable un abordaje
analógico.
Me acerco, para localizar este tipo de diseños, al material de campo situacional, tanto
la enunciación de la forma observable como sus derivados metafóricos, al concepto
de ritornelo de Guattari (1996), que describe como formas de vencer el tiempo,
ritmos que encarnan y singularizan contenidos existenciales.
Para Guattari, las significaciones, los signos de la enunciación, se instalan en “pastas
para modelar” muy heterogéneas: musicales, escultóricas, lingüísticas, que proponen
valores heterogéneos. Se trata entonces de poder leer la polifonía de la enunciación,
su multicentralidad, pues en ella se expresan verdades existenciales ricas, cargadas
de muchas voces personales y sociales.
De esta enunciación, se puede seguir cómo arregla los signos plásticos, los
organizadores del tiempo para entender la composición de esta enunciación afectiva,
cuyos datos son más bien atmosféricos.
La ritornelización del mundo sensible, dice Guattari, produce el aire de familiaridad
que experimentamos. Una constelación de ritornelos existenciales crea una especie
de “lengua” que involucra elementos retóricos, léxicos, fonológicos, gestuales; y esta
constelación define la pertenencia existencial a un grupo-sujeto. Los ritornelos no son
sino la forma de despliegue del afecto, materia desterritorializada de la enunciación,
categoría pre personal que se produce antes de la definición de identidades; se trata
de un “flujo atmosférico” cuya delimitación no es discursiva. Así, el afecto crea
constantemente duraciones heterogéneas del ser, tiene una potencia activa que no
sólo es discursiva y sí hiper compleja; en el afecto se engendra lo complejo porque
hace proliferar mutaciones.
El ritornelo produce un sentimiento relativo de unicidad, se constituye en nudo
existencial. Es importante para la observación de una escena de montaje tomar en
cuenta que, desde la enunciación de los observables puntuales, se debe atinar en la
localización de pequeños gestalt o “motivos”, que después habrán de arrojar una
significación afectiva. Así, desde el primer momento, el de la enunciación de lo
concreto, hasta el segundo, la transposición analógica, está por desarrollarse una
tarea intensamente interpretativa.