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Ken Bain es director del Center for Teaching Excellence de la Universidad de Nueva
York. Durante años se dedicó a buscar y estudiar a los mejores profesores de los
Estados Unidos y en esta obra se presenta una síntesis del modus operandi de estos
grandes profesores que consiguieron que sus alumnos(as), además de aprender,
fueran una guía, un modelo o una simple influencia positiva y un buen recuerdo para el
resto de sus vidas.
Bain no considera buen profesor a aquel que prepara bien a sus alumnos(as) para el
examen, sino a aquel que consigue que sus alumnos(as) valoren el aprender, obtengan
un pensamiento crítico, se enfrenten con creatividad y curiosidad a la resolución de
problemas y también tengan compromiso ético, además de amplitud y profundidad en
el conocimiento específico. Lo que Ken Bain expone en su libro es un montón de ideas
para reflexionar concienzudamente, no una lista de técnicas que permiten ser
aplicadas de forma inmediata para conseguir ser un buen profesor automáticamente.
El profesor que desee mejorar su calidad docente debe no sólo leer el libro, sino
releerlo en años sucesivos o, al menos, releer este resumen una y otra vez, para
recordar estas ideas con el fin de seguir mejorando. A grandes rasgos, éstas son las
conclusiones más importantes:
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Fragmentos
seleccionados
del
texto:
Bain,
K.
(2007).
Lo
que
hacen
los
mejores
profesores
universitarios
(2ª
ed.).
Valencia:
Publicaciones
de
la
Universidad
de
Valencia.
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La buena docencia puede aprenderse. Es importante destacar que nadie es
perfecto; los mejores profesores tienen días malos y pelean para conseguir llegar a sus
estudiantes; no siempre siguen sus mejores métodos, pero tienen buena disposición a
enfrentarse a sus propias debilidades y errores. También destaca el compromiso de
estos docentes con la comunidad académica, viendo su labor dentro de la globalidad e
intercambiando con sus colegas ideas sobre la mejor forma de educar.
Estudiando a profundidad a los mejores profesores, éstos son algunos de los métodos
que ellos emplean en su labor cotidiana:
“Los seres humanos son animales curiosos. La gente aprende de manera natural
mientras intenta resolver problemas que le preocupan”. Algunas personas consiguen
excelentes calificaciones, pero no comprenden a fondo la materia y olvidan
rápidamente lo aprendido. No se trata de dar conocimiento a los estudiantes, sino de
facilitar que el conocimiento sea construido por ellos, teniendo en cuenta los
paradigmas que traen consigo pueden ser erróneos. Cambiar los modelos mentales es
lento, por lo que los profesores deben buscar situaciones en las que el modelo no
funciona, obligando a los(as) alumnos(as) a esforzarse. Más que dar las respuestas
correctas, hay que ayudar a los estudiantes a ver sus errores. No se trata de aprender
los hechos antes de aplicarlos, sino de aprender a la vez que se aplican, ayudar a los
estudiantes a construir su entendimiento, explicar cómo funcionan las cosas,
simplificando y aclarando conceptos básicos, contando casos prácticos y ejemplos que
enganchen a los estudiantes, dando razones para que los estudiantes quieran recordar
cada información.
“Algunos científicos de la cognición piensan que las preguntas son tan importantes que
no podemos aprender hasta que la adecuada ha sido formulada: [...] Cuantas más
preguntas hacemos, de más maneras podemos indexar un pensamiento en la
memoria”, por lo que los profesores estudiados estimulan a los estudiantes para que
formulen sus propias preguntas, suscitando su aprendizaje y su interés. Para motivar a
los(as) alumnos(as) hay que descartar los motivadores extrínsecos, pues hacen que
desaparezca el interés intrínseco que pudiera existir en cuanto desaparece la
recompensa extrínseca. Son más efectivos los refuerzos verbales en forma de ánimo o
elogios para estimular el interés (mejor elogiar la tarea bien hecha, que la inteligencia
de la persona que la hizo). “Si los alumnos estudian sólo porque quieren sacar buenas
notas o ser los mejores de la clase, no les irá tan bien como si estudiasen porque
tienen interés”. Los primeros son los “aprendices estratégicos”, aprendiendo a que les
vaya bien en la universidad sin cambiar sus concepciones del mundo. Los segundos
son “aprendices profundos”, ya que pretenden aprender para dominar esa materia. Por
último, están los que “evitan líos”: su primer objetivo es no equivocarse, son
aprendices superficiales y se conforman con sobrevivir memorizando, incluso aunque
no entiendan nada. Los profesores estudiados no promueven la competición sino que
muestran la belleza, utilidad o intriga existente y dejaban a los estudiantes control
sobre su educación, dándoles retroalimentación del trabajo hecho, exenta de
valoración alguna. No clasificaban a sus estudiantes, sino que contaban con todos y
fomentaban la cooperación.
Las clases más apreciadas son aquellas con gran exigencia, pero también con
muchas oportunidades para revisar y mejorar el trabajo antes de ser
calificado, aprendiendo así de los errores cometidos.
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Desde el primer día de clase se invita (no se ordena) a los estudiantes a efectuar
ciertas tareas para conseguir ciertas expectativas, que responderán a ciertas
preguntas que susciten interés. Las preguntas más generales hay que mantenerlas
presentes a lo largo de todo el curso. Un profesor propuso la norma “AQNLI” (¿A Quién
Narices Le Importa?), por lo que invita a sus estudiantes a hacer esa pregunta en
cualquier momento de cada explicación, obligando así al profesor a justificar la
importancia de lo que está explicando. Otros profesores exigen traer a clase dos
preguntas cada día. Ese interés se mantiene vivo si se consiguen conectar la preguntas
básicas con los intereses y vidas de los(as) alumnos(as), y ello se facilita contando
anécdotas personales y relatos sobre la historia de los hechos explicados a modo de
“diálogo socrático” (aprender de los errores, sin que éstos tengan consecuencias en la
evaluación final). Estos profesores abarcan a todos los tipos de alumnos posibles,
dando diferentes niveles y proporcionando preguntas variadas con, por ejemplo, datos
clave, definiciones principales, cómo se sabe cada cosa, qué se pensaba hace diez
años, qué preguntas hay sin resolver, etcétera, destacando “la ausencia de certeza en
el conocimiento”. Enseñan sus disciplinas resaltando más el desarrollo intelectual que
los datos en sí mismos, a menudo considerando aspectos emocionales, artísticos,
éticos, ambientales, sociales y económicos.
Estos profesores hablan de lo que quieren que sus estudiantes “hagan” más
que de lo que deberían “aprender”. Tratan de ayudar a ver la belleza, el
disfrute o la curiosidad que hay en la materia, y una parte importante de la
planificación consiste en lo que deberían hacer el primer día para ganarse la devoción
de los estudiantes por los objetivos del curso.
Entre todas las preguntas que se seleccionan en esta obra destacamos sólo unas
pocas: ¿Dónde estarán las dificultades principales? ¿Qué puedo aclarar para darles una
buena base para construir su comprensión? ¿Qué puedo hacer en el aula para
ayudarles a aprender fuera de ella? ¿Qué preguntas puedo exponer para llamar la
atención de asuntos importantes?
Los profesores más eficientes muestran los debates existentes en el seno de cada
disciplina, mostrando las conclusiones en vigor y aludiendo a creencias anteriores o
pasajes históricos. Hay que interesarse por lo que les interese a los(as) alumnos(as)
para orientar hacia allí la docencia, o incluso pedir que los(as) alumnos(as) valoren los
distintos temas del curso, aunque tal vez esto requiere estar dispuestos a cambiar
exámenes y tareas (entre otras actividades).
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cuánto aprendizaje se ha conseguido). La primera tarea es más importante y, para
ello, hay que proporcionar a los estudiantes realimentación de sus errores antes de la
evaluación. Si no se puede hablar con cada alumno individualmente, al menos sí en
grupos, para conocer sus problemas, su aprendizaje y corregir sus errores.
Diversos estudios psicológicos han mostrado que los estereotipos sociales negativos
influyen en el rendimiento académico. Empeora el rendimiento la ansiedad que genera
la conciencia de los estudiantes de pertenecer a un grupo marginal o en desventaja
(afroamericanos, extranjeros, ser mujer...). En esos casos, es el éxito el que causa la
preocupación más que el fracaso.
Más que proponer clases de repaso, hablaban de grupos de trabajo de excelencia que
mejoraba la percepción de los(as) alumnos(as) y aumentaba la confianza en sí
mismos. Asimismo, ponen énfasis tanto en el desarrollo intelectual como en el
personal (respecto al primero se resaltan las diez habilidades de razonamiento que
identificó el físico Arnold Arons para el pensamiento crítico):
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4. ¿Cómo dirigen la clase?
El profesor Bain encontró estos principios bastante comunes entre los grandes
maestros:
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• Buscar compromisos y ayudarles a aprender fuera de clase: una
profesora les decía a sus alumnos(as) que la decisión de matricularse es de
ellos, pero una vez que han decidido cursar la materia, tenían
“responsabilidades con todos los demás miembros de la comunidad de
aprendizaje”. También es positivo mirar a los estudiantes y generar discusiones
que despierten su razonamiento crítico.
Es también importante para un buen comunicador tener una buena oratoria y muchos
de los profesores habían practicado pronunciación, el timbre de sus voces y hasta
cómo mirar a los estudiantes (incluyendo a los de la última fila); para esto ayudan
preguntas retóricas como: ¿entendiste?, o del tipo: ¿alcanzas a ver desde allí?
Los mejores docentes se aprenden los nombres de los(as) alumnos(as), se salen del
podio o escritorio, y algunos se detienen durante unos segundos mirando a sus
alumnos(as), manteniendo el suspenso, modifican el ritmo y salpican con algo de
humor, usan un lenguaje cálido, comprometido, contando bien cada hecho para invitar
y estimular, pero también un lenguaje frío para recordar o resumir. Es importante
escuchar a los(as) alumnos(as), por ejemplo, en debates que estimulen su
participación e interés, trabajar en grupos o directamente pedirles su participación, con
estilo relajado y con sentido del humor para evitar el miedo a equivocarse. Resulta
útil pedirles a los(as) alumnos(as) que califiquen trabajos ya hechos o, bien, que
averigüen cuál es el mejor trabajo de dos o más.
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superioridad sobre los estudiantes y parecen querer esconder las técnicas o trucos que
le hacen, en su opinión, ser superiores, por lo que no tienen interés en explicar con
claridad.
Algunos profesores que pretenden formar muy bien a sus alumnos(as) ponen el
examen final con el objetivo de desconcertar a la mayor parte de los estudiantes. Eso
suele decir poco sobre los logros de los estudiantes, del profesor y, peor aún, fomenta
el aprendizaje estratégico en lugar del profundo, es decir, que los estudiantes se
centren únicamente en averiguar la clase de preguntas que les puede plantear el
examen.
Algunos de los mejores profesores animan a sus estudiantes a ser puntuales para
poder beneficiarse de sus comentarios antes de la siguiente tarea, además de hacerles
ver que ellos tienen el control para organizarse bien. Los mejores profesores no
dan puntos por cumplir ciertas reglas (participar en clase, ir a tutorías), sino que
animan a seguir esas reglas por el beneficio intrínseco (practicar, corregir
errores).
Los grandes profesores intentan averiguar todo lo posible de sus estudiantes no para
enjuiciarlos, sino para poder ayudarlos mejor a aprender. Algunos pasan encuestas
preliminares, otros dan una lista de las principales preguntas que el curso les ayudará
a responder y luego piden que midan su interés en ellas, algunos se van a comer con
sus estudiantes, pero en general “el proceso de ir conociendo a los estudiantes
continúa todo el curso”.
Para medir el aprendizaje, algunos piden a sus estudiantes que escriban al final de la
clase las conclusiones más importantes que han sacado. Respecto al examen
reconocen que el aprendizaje es permanente y “muchos profesores extraordinarios
hacen exámenes de conjunto, globales, de forma que cada prueba reemplaza a la
anterior”, y el examen final incluye toda la asignatura, de manera que los(as)
alumnos(as) perciben que tienen varias oportunidades para aprender, estimulando
así a aquellos que suspenden los primeros exámenes parciales. No usan las
calificaciones para motivar a los estudiantes, pues quieren saber hasta qué punto
comprenden sus alumnos(as). Algunos incluso dicen el primer día de clase las
principales preguntas del examen final. “El objetivo es conseguir congruencia entre los
objetivos intelectuales del curso y los que pone a prueba el examen”.
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En general, los mejores profesores tienen humildad para reconocer la enorme
dificultad para evaluar el aprendizaje y reconocen que pueden equivocarse. Algunos
incluso pedían a sus estudiantes que se calificaran a sí mismos.
No obstante, los mejores profesores también obtenían valoraciones negativas por parte
de algunos estudiantes. No interesan tanto los métodos (como si ayuda y anima
a los estudiantes a aprender): ¿qué has probado para ayudar y fomentar el
aprendizaje? ¿Estimulaste el interés por la asignatura? Por lo tanto, para la evaluación
docente hay que usar la evaluación objetiva de los estudiantes: “la única forma de
determinar niveles de aprendizaje es mirar con detalle los resultados reales de los
estudiantes (escritos que entregan, las preguntas que son capaces de responder, los
problemas que pueden resolver o el rendimiento que pueden dar)”, ya que la
calificación media de la clase no proporciona esa información.
Donald L. Finkel escribió un libro titulado Dar clase con la boca cerrada (Teaching with
your mouth shut, 2000), “reconociendo que la docencia no es sólo dar clases
magistrales, sino cualquier cosa que podamos hacer para ayudar y animar a los
estudiantes a aprender sin causarles ningún daño de importancia” (sin cometer errores
como los comentados anteriormente mencionados).
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