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Rodolfo Ragucci
—[5]→
A
Miguel de Cervantes Saavedra.
Espíritu noble, recio, cristiano, águila caudalosa de la estirpe,
en el IV centenario de su nacimiento
este humilde homenaje
con devoción ofrece
la institución salesiana
en Buenos Aires
1547 - octubre - 1947
—[6]→ —7→
Advertencia preliminar
La obra de San Juan Bosco entiende que una de las maneras más eficaces de
celebrar las fechas gloriosas de los varones insignes que han merecido la gratitud y el
aplauso de la humanidad, es empeñarse en difundir el conocimiento de la vida y obra de
los mismos.
Por eso, en adhesión al homenaje universal que, con motivo del IV Centenario de su
nacimiento, se está tributando a Cervantes, cumbre eminente de las letras humanas, ha
establecido editar unas páginas que expongan con claridad y sencillez la maravillosa
labor del Príncipe de los Ingenios a los que no hayan tenido aún oportunidad de
estudiarle con alguna detención.
Para fin tan loable, se eligió -no sé si acertadamente- la materia de este librito, en
que el autor, tras de ofrecer, directa y brevemente, los datos biográficos principales ya
recibidos por todos como enteramente fidedignos, trata de dar, —[8]→ por orden
cronológico, una idea general y apreciación sucinta de todas las obras del genial literato
español, y, con espacio algo mayor, de su libro máximo, prez de la novelística mundial:
el Quijote.
Ojalá esta modesta reseña tenga la virtud de despertar en alguno de los que
benévolamente la recorran, el vivo deseo de acudir a las obras de aliento y volumen que
acerca de la producción cervantina han escrito preclaros maestros, y de saborearla
directamente en solícita lectura, con lo que ha de apreciar en toda su magnitud y por
menores la figura señera del ínclito Manco y los valores imperecederos que nos legó su
pluma.
Así sea, y, con la institución promotora de este homenaje, por bien recompensado
tendrá su grato esfuerzo este humilde hijo de Don Bosco.
—[9]→ —[10]→
—11→
1. Fechas de la vida de Cervantes
En 1547 -hace ya cuatrocientos años- nacía en Alcalá de Henares, a pocas leguas de
Madrid, Miguel de Cervantes Saavedra, a quien los siglos venideros habrían de admirar
y aclamar Príncipe de los Ingenios.
Era de noble linaje venido a menos, y heredó la penuria en que murió su padre
Rodrigo, de profesión cirujano.
Muy aficionado a leer, «aunque sean los papeles rotos de las calles»1, según propio
testimonio, parece que frecuentó las clases de los jesuitas de Sevilla.
—12→
Entonces solicitó del Rey un cargo en América; pero se le contestó: «Busque por
acá en que se le haga merced». Y no llegó para él esa merced. ¿No fue acaso
providencial para las letras esa negativa? Si Cervantes viene a América, ¿habría escrito
lo que escribió, sobre todo el Quijote?
Esa fue la época de su mayor actividad literaria, por la producción de las Novelas
ejemplares (1613), del Viaje del Parnaso (1614), la Segunda parte del Quijote, las
Ocho comedias y ocho entremeses nuevos (1615) y su última novela Los trabajos de
Persiles y Sigismunda (1616). Se explica tanta actividad porque presentía sin duda
cercana la hora de su muerte.
En efecto, postrado por cruel hidropesía, en 23 de abril de 1616 -el mismo día que el
mayor genio de Albión, Shakespeare-, después de recibidos piadosamente los Santos
Sacramentos y entre las preces rituales de la Iglesia, entregó su espíritu a Dios en
Madrid, a los sesenta y ocho años y siete meses, y, con el hábito de terciado franciscano,
fue inhumado en el Convento de las Trinitarias Descalzas.
—[15]→
Murió, dice Gil de Zárate, grande y cristiano como había
vivido; murió pobre, ignorado y solitario; silenciosamente
fue conducido a su humilde tumba y en la triste fosa común
se han perdido sus despojos.
¿Sospechó alguno de los que lo vieron expirar tan oscuramente que era ese el
instante preciso en que empezaba Cervantes a nacer a la gloria, que para su nombre
debía ir agigantándose con los siglos?
—16→
2. Autorretrato de Cervantes
Véase cómo el genial escritor se pintó a sí mismo en el prólogo de las Novelas
Ejemplares:
—[18]→
- II -
Cervantes, el escritor
—[20]→ —21→
Originalidad de su producción
¿Quién se la discute? Todo, especialmente en sus novelas, es enteramente original:
fondo, plan, —22→ caracteres; todo, como él mismo lo afirma, refiriéndose al Quijote,
«lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno», nunca imaginados,
por lo menos en la manera de utilizarlos y combinarlos.
Podrá haber algún pasaje de sus obras y algún tipo que recuerden los de este o aquel
autor, pero no será sino en muy tenues líneas o matices; su estro genial ha logrado, en
todo caso, construir, con el endeble armazón de una insinuación ajena, inmortal
arquitectura.
Firma de Cervantes
Los latinos abundan más: Allí están Virgilio con la Eneida, las Églogas y
Geórgicas; Horacio con las Sátiras, la Epístola a los Pisones, el Carmen saeculare, los
Epodos; Séneca, Plinio, Quintiliano; Lucano con su Farsalia, especialmente en
Numancia; en esta también Floro y Apiano; Ovidio con sus Metamorfosis, Tristes y
Fastos; Fedro, Apuleyo con su Asno de oro en la batalla de los cueros de vino; Catón;
Persio con sus Sátiras; Suetonio, Apio Claudio, Marcial, Tibulo, Julio César, Juvenal,
etc.
c) Italianas: estas fuentes e influencias son, sin duda, las más copiosas entre las
extranjeras, lo que se explica porque los autores italianos debieron de ser para Cervantes
los más usuales después de los españoles. Es innegable, además, la enorme influencia
que el ambiente renacentista ejerció en su espíritu naturalmente preparado —25→ a sus
efluvios, durante su permanencia en Italia.
Hay que recordar, en primer término, a Ludovico Ariosto, cuyo Orlando furioso lo
inspira en multitud de lugares, como en la cueva de Montesinos. Un cuento de Ariosto
parece tener parentesco con el relato de El curioso impertinente.
Varias de las Novelas ejemplares (El amante liberal, La fuerza de la sangre, Las
dos doncellas, La española inglesa, La señora Cornelia) han sido calificadas como
italianizantes por el carácter idealista que las informa.
Menéndez Pidal5 cita un Entremés de los Romances, que pudo haber sugerido el tipo
de don Quijote por su personaje Bartolo, quien de tanto leer romances acaba por perder
el juicio.
Influjos innegables son los de libros de caballerías que conoció el alcalaíno (Amadís,
Palmerín, Esplandián, Tirante el Blanco, etc.), de muchos romances viejos (Lanzarote,
don Rodrigo, Caiferos, del Cid, de Bernardo del Carpio, —27→ de Montesinos,
Durandarte, Valdovinos, conde Dirlos, etc.) y de los cancioneros.
Y a pesar de todo esto, nadie más original que Cervantes. Uno de los motivos de
mayor peso para negar que La tía fingida le pertenezca es, cabalmente, la falta de
originalidad, por la imitación muy estricta y casi servil, que hay en esta novela corta, de
la obra de Fernando de Rojas, de los Diálogos de Pedro Aretino y de otros libros
picarescos.
—29→
B. Sus novelas
En este género es donde campea soberano, y sin rival en el mundo, el genio de
Cervantes. Diré brevemente ahora de cada una de sus novelas, según el orden
cronológico con que fueron apareciendo.
1. La Galatea
En 1585 salía a luz el primer libro de Cervantes con el título de Primera Parte de la
Galatea. —30→ La segunda, que prometió y tantas veces pensó escribir nunca
apareció.
De este modo, Cervantes aparecía entre los novelistas cultivando el género pastoril,
que tenía entonces su breve relámpago de fortuna por la novedad de sus elementos de
apacibilidad, que representaban un contraste con la ya agotada y empalagosa novela
caballeresca.
Elementos de la «Galatea»
Su prosa, bastante hiperbática por cierto, prenuncia la incomparable del Quijote, que
saldría veinte años más tarde, y es superior a su parte poética, en la cual le aventajan sus
ya mentados predecesores, si bien no carece de frecuentes bellezas.
—31→
La poca fortuna de esta obra debe atribuirse, más que a otra cosa, al descrédito del
género por su falso idilismo.
Para la generalidad de los críticos, fue la Galatea un «ensayo juvenil», una «obra de
principiante», que «ocupa el último lugar entre las obras de Cervantes, en el orden de
perfección literaria», a pesar del profundo cariño que le profesó siempre el autor.
—33→
2. El Quijote
Su admirable excelencia
Es el Quijote la maravillosa obra maestra que a España envidian todas las literaturas,
que encomió Ampère como la caricatura más grande producida por el ingenio humano;
que Irving llegó a comparar con la Biblia en lo profano; que Hólland llamó la primera
novela del mundo, y que hace del ingenio alcalaíno uno de los tres gigantes en la
historia universal de las letras humanas: Homero, rey de la épica; Shakespeare, del
teatro, y Cervantes, de la novela y de la prosa.
El escudo del grabado muestra esta leyenda: —36→ Post tenebras spero lucem7,
confianza acaso del escritor en el reconocimiento futuro de sus méritos hasta entonces
injustamente apreciados.
En sus 52 capítulos refiere el libro las dos primeras salidas de Don Quijote. Al final
alude a una tercera, aunque sin expresar claramente si entendía narrarla él o esperaba
que lo intentase otro. Fue esta la Primera parte del Quijote.
Cuándo y cómo fue compuesto
No se sabe a ciencia cierta cuándo se escribió; pero puede asegurarse que fue
después de 1591.
Varias veces por deudas debió ir a la cárcel. Y allí, tal vez en Sevilla, parece que
planeó y escribió al menos parte de su novela, conforme con lo que él mismo expresa en
el Prólogo: «bien como quien se engendró en una cárcel, donde —37→ toda
incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación».
Una vez terminada, y obtenido en 1604 privilegio para publicarla, pensó ponerla
bajo el auspicio del Duque de Béjar, pero, refieren que se resistió este a aceptar la
dedicatoria, y que entonces le suplicó Cervantes tuviese a bien escuchar la lectura de un
capítulo, y que fue tanto lo que agradó a los presentes que le obligaron a leer hasta el fin
del libro.
—38→
Casi todos ven en este, un nombre supuesto; pero hasta ahora los esfuerzos para dar
con el verdadero han sido infructuosos.
Sea lo que fuere, lo cierto es que este libro está a cien leguas del auténtico Quijote.
Con todo hay que reconocerle méritos de estilo e invención, de expresión castiza, de
gracia narrativa y de vigor colorista; pero esto desaparece ante lo vulgar, grotesco y
repulsivo de muchos de sus cuadros, y más ante el cinismo que implica el proceder
innoble del envidioso autor, agravado por los burdos insultos que en el desdichado
prólogo lanza contra el Príncipe de los ingenios españoles, burlándose hasta de su
gloriosa manquedad.
—40→
La «Segunda Parte»
Tan triste episodio tuvo la virtud de avivar la pluma cervantina, de modo que un año
después, en 1815, con regocijo de todos, aparecía la verdadera Segunda parte del
Ingenioso Caballero Don Quijote de la Mancha, con dedicatoria al Conde de Lemos y
con prólogo en que con dignidad superior contesta al maligno del apócrifo. Son 74
capítulos.
Desmintiendo la afirmación, puesta por el autor en labios del cura, de que «nunca
segundas partes fueron buenas», la suya aventaja clara y notablemente a la primera en la
seguridad y firmeza de la ejecución; dominio perfecto de los elementos, que ofrecen
maravillosa armonía de conjunto; diseño justo de los caracteres; gracejo espontáneo y
suavemente satírico sin pesimismos; interés, acrecentado por la variedad de oportunos
episodios y pinturas; noble vitalidad del estilo, y exquisito gusto y mayor corrección de
la forma.
Indudablemente no desoyó Cervantes las observaciones críticas formuladas acerca
de la primera parte, y pudo así amenguar lunares y prevenir ulteriores desfallecimientos.
—41→
No escarmentado, sin embargo, el hidalgo sale otra vez con su inseparable Sancho,
y, malogrado su deseo de ver a Dulcinea del Toboso, señora de sus pensamientos, y,
después de pasar por nuevas y graciosas aventuras, llega a los dominios de unos
poderosos duques, que, a modo de broma, nombran a Sancho Panza gobernador de una
supuesta ínsula. Finalmente, trasladados caballero y escudero a Barcelona, preséntase,
disfrazado de Caballero de la Blanca Luna, el bachiller Sansón Carrasco, vecino de la
aldea de Don Quijote, que vence a este y le obliga a dar palabra de retirarse a su aldea,
como, en efecto, lo hace el hidalgo manchego, para morir cristianamente —43→ en su
lecho; arrepentido de sus locuras.
En la Parte primera se relatan dos salidas del Ingenioso Hidalgo, ambas desde el
lugar de la Mancha de cuyo nombre no ha querido acordarse el autor. En la primera
salida llega el héroe a la venta donde queda armado caballera; socorre luego al
muchacho Andrés y más allá es molido a palos por unos mercaderes y vuelto a su lugar
por su vecino Pedro Alonso. La segunda vez sale con su escudero Sancho y le suceden
las aventuras de los molinos de viento, de los frailes y el vizcaíno; el caso de su estancia
entre los cabreros y del entierro de Grisóstomo; las aventuras de los yangüeses y de la
venta segunda; la confección del bálsamo de Fierabrás; el manteamiento de Sancho; los
episodios de los rebaños que toma por ejércitos, del cuerpo muerto, de los batanes, del
yelmo de Mambrino, de los galeotes, de la penitencia en Sierra Morena, de la princesa
Micomicona y del encantamiento de don Quijote, a quien el cura y el barbero conducen
—44→ enjaulado desde Campo de Montiel a su lugar.
En la Segunda parte hay una sola salida. Llega don Quijote al Toboso, manda a
Sancho con una embajada a Dulcinea, que aparece encantada. Se encuentra luego con la
carreta de la Muerte y con la aventura del Caballero del Bosque, las de los leones, de las
bodas de Camacho, de la cueva de Montesinos, del rebuzno, de la venta en que para
Maese Pedro con sus títeres y el mono adivino. Pasa al reino de Aragón, y en el Ebro le
sucede la aventura del barco encantado. Le hospedan después los Duques, y síguense
allí los casos graciosos del Clavileño, del gobierno de Sancho en la ínsula Barataria con
los consejos y cartas de don Quijote y el encuentro con Ricote. Tras la aventura de doña
Rodríguez reanuda don Quijote el viaje. Llegado a Zaragoza, topa con las imágenes y
pelea con los toros. Se dirige a Barcelona, lucha con su escudero y pasa por las
peripecias de los bandoleros y de Claudia y Vicente en el bosque, de la cabeza
encantada, de Ana Félix, de la pelea con el Caballero de la Blanca Luna, que era el
bachiller Sansón Carrasco su vecino y que, al vencerle, le manda volverse a su lugar por
un año. Pone esto en ejecución el hidalgo, pensando hacerse pastor en el entretanto. Ya
en camino, le esperan —45→ las aventuras de los cerdos y de Altisidora. Después de
pasar breve rato en el palacio de los Duques, marcha a la aldea natal, a donde llega con
agüeros, cae malo, hace testamento y muere cuerda y cristianamente.
Notables son los discursos o razonamientos sobre la edad de oro, las letras y las
armas, la poesía y otros temas. Sabrosos los frecuentes diálogos entre amo y criado y los
coloquios de los escuderos y de los caballeros.
Finalidad de la obra
¿Cuál fue el propósito de este libro? En la última página, repitiendo lo que ha puesto
en otras, dice el autor: «No ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los
hombres las fingidas —46→ y disparatadas historias de los libros de caballerías».
Para lograrlo hace amables la nobleza y poesía de ideales humanos que entraña la
verdadera y razonable caballería, escribiendo una parodia de aquellos relatos, un libro
de entretenimiento, que deleite aprovechando y que fue a la vez «el último de los libros
de caballerías, el definitivo y perfecto, el que dio el primero y no superado modelo de la
novela realista moderna», como expresa Menéndez y Pelayo.
Por eso se han señalado en este varias maneras. Menéndez Pidal9 distingue tres: 1.º
«la de la lengua familiar que sigue con ligereza al pensamiento, sin preocuparse de
aquella trabazón inflexible que obliga al pensamiento a seguir los lentos pasos de la
lógica gramatical»; 2.º una, más trabajada y artificiosa, imitada de latinos e italianos,
como en los episodios sentimentales e idealistas, y 3.º otra, llena de afectación y
arcaísmo intencionados, cuando parodia escenas caballerescas o pastoriles, como en la
descripción del lago encantado.
—49→
Reales sois algunos descuidos, como los que Apunta Rojas10: enredo nacido de
muchas proposiciones incidentales, acumulación de preposiciones y gerundios,
menudeo de relativos y conjunciones, excesiva longitud de periodos, pobreza por
repetición innecesaria de vocablos, casos cacofónicos, redundancias, barbarismos,
especialmente italianismos y latinismos, etc. Todo lo cual halla gran disculpa en la falta
de reposo para limar, de quien, por la existencia andariega y azarosa, tuvo no poco de
improvisador.
Vistos aparecer una vez, ¿quién olvidará ya al noble don Diego o Caballero del
Verde Gabán, al bondadoso, «ingenioso y tracista» cura del lugar, al apacible Maese
Nicolás el barbero, al gracioso Bachiller Sansón Carrasco, a los generosos Duques, a la
ruda Maritornes, al médico Pedro Recio de Tirteafuera, al pícaro Ginés de Pasamonte y
a cien y cien otros, pastores, venteros y de toda condición? ¿Quién olvidará o
confundirá sobre todo, a don Quijote y Sancho Panza, los dos incomparables tipos-
símbolos de la humanidad de todos los tiempos, e imperecederos por el color indeleble
de verdad humana con que están pintados?
De Don Quijote:
De Maritornes:
(P. I, c. 16).
De Sansón Carrasco:
Pueden verse otros: el de Amadís, Reinaldos y Roldán (II, 1), el del Caballero del
Verde Gabán (II, 16).
Es Don Quijote la encarnación del idealismo puro y noble, o del sentido poético de
la vida, que a veces sueña con quimeras, pero no excluye realismos elevados. Es el
hidalgo animoso y, a fuer de cabal cristiano y español, caballero del bien y la justicia,
compasivo, resignado en los reveses, «ingenioso» y cuerdo en todo; sólo ridículo
cuando lo emborracha la exageración o delirio romántico de sus impulsos generosos,
como consecuencia de perniciosas lecturas. Y si entonces provoca a risa, no va ésta
exenta de hondo —52→ pesar por el descalabro o infortunio del héroe, que se ha
captado desde un principio la cariñosa simpatía creciente del lector.
Sancho Panza marcha a su lado, como expresión del realismo vulgar o sentido
prosaico del vivir, que persigue el aspecto utilitario de las cosas; pero no le faltan a él
tampoco sus briznas de noble ideal. Es un villano tosco, analfabeto, goloso, crédulo,
«cristiano viejo» -como él mismo afirma (I, 47)-, de buen humor, con ribetes de
inocente malicia que le hace gracioso socarrón. Pero, de fondo honrado, amante de su
casa, sufrido y leal con su amo, por influjo del ideal de este, va transformándose
gradualmente para el bien y dominándole el buen sentido.
(II, 12).
(II, 2).
—53→
—54→
Realismo y universalidad
Este realismo, que vivifica los caracteres, palpita en todo: en los asuntos, episodios,
descripciones topográficas, de objetos, etopeyas, parodias pastoriles y caballerescas, en
el estilo que hablan sus hombres, en la expresión de los sentimientos que el noble
Manco no hizo más que trasladar de sus propias andanzas y experiencias.
Esto, sumado al valor, no sólo español, sino humano de sus criaturas, que adquieren
así relieve de arquetipo, comunica su envidiable universalidad al libro rey, lo cual se
advierte luego claramente en las traducciones. Porque sucede que, al ser trasladado a
otras lenguas, pierde el Quijote no pocas de sus eximias condiciones de forma; pero
siempre deja percibir la fragancia embriagadora que viva guarda el fondo del cántaro
precioso: la fragancia inevaporable de lo real y humano.
En los once años que vivió aún Cervantes después de la primera publicación del
Quijote, vio 16 ediciones, entre ellas las traducciones inglesa (1612) y francesas (1614 y
1616) de la primera —55→ parte, éxito editorial no igualado hasta entonces ni por el
mismo Shakespeare. Las posteriores son innumerables y en todos los idiomas.
Refiere Aribáu que «hallándose Felipe III en un balcón de su alcázar de Madrid, vio
de lejos a un estudiante que sentado a la orilla del Manzanares con un libro en la mano,
interrumpía a cada paso su lectura, dándose palmadas en la frente y haciendo grandes
extremos de contento. "Aquel estudiante, dijo el rey, o está fuera de sí, o lee la historia
de Don Quijote". No faltaron —56→ palaciegos que corrieron inmediatamente a saber
la verdad del caso, y volvieron a felicitar a S. M. que había acertado». Y añade Aribáu:
«Por respeto a la dignidad real, creemos que esta anécdota se refiere a tiempo posterior,
cuando ya hubiese muerto Cervantes, pues no podríamos perdonar a Felipe el que,
conociendo el mérito del Don Quijote, no premiase a su autor por los buenos ratos que
había recibido, o no le pagase por lo menos la deuda contraída por su padre. De todas
maneras, los cortesanos tampoco le recordarían esta obligación; siempre han sido lo
mismo»12.
En la misma Segunda Parte, el bachiller Sansón Carrasco le habla así a Don Quijote
de la popularidad de la Primera: «Los niños la manosean, los mozos la leen, los
hombres la entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es tan trillada, y tan leída, y
tan sabida de todo género de gentes, que apenas han visto algún rocín flaco, cuando
dicen: "Allí va Rocinante". Y los que más se han dado a su lectura son los pajes: no hay
antecámara de señor donde no se —57→ halle un Don Quijote: unos le toman, si otros
le dejan; estos le embisten y aquellos le piden». Y un poco antes había aseverado: «A
mí se me trasluce que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzga».
Ediciones argentinas
También en la Argentina se han hecho varias ediciones del Quijote, empezando por
la de La Plata en 1904 (que era también la primera edición sudamericana), ilustrada y
precedida de la vida de Cervantes, como homenaje al tercer centenario de la novela
inmortal. A esta edición siguieron la de la Biblioteca de La Nación (1908); la de la Casa
Escasany (1916) en seis tomitos; la popular de Sopena Argentina (1938); dos de Espasa-
Calpe Argentina (1940); una en «Colección Austral» -que lleva ya seis ediciones- y otra
en presentación más pulcra; la dirigida por Joaquín Gil (1942), con prólogo y notas de
Juan Suñé Benages; la de la librería «La Facultad» (1943) en tamaño manuable y en uno
o dos tomos, y otra de la misma editorial (1943) en tamaño mayor, con estudio inicial
de Menéndez y Pelayo e ilustraciones de Gustavo Doré; la de la Editorial Anaconda
(1945) y la edición crítica de José Ballesta (1945) en dos volúmenes. Para —58→ uso
escolar, la editorial Apis de Rosario ha publicado Cincuenta aventuras del Quijote
(1938) (ya dos ediciones), con estudio, selección y notas de Nice Lotus; la Editorial
Atlántida, una selección de aventuras para los niños (1938), etc.
La editorial Estrada acaba de poner en circulación una edición para la juventud con
interesante estudio preliminar del docto académico José A. Oría.
El más inmediato influjo ejercido por este libro extraordinario, fue el golpe de
muerte que asestó a la ya agonizante literatura caballeresca.
¿Y cómo enumerar toda la labor del cervantismo, o estudio del genial novelista,
especialmente en esta su obra capital? Incontables son los comentarios, análisis, críticas,
exégesis, biografías, polémicas, ensayos sicológicos, sociales, paremiológicos,
topográficos, etc.
—59→
Con sólo las obras escritas sobre el Quijote puede formarse la más rica biblioteca.
Sus derivaciones a las otras artes (diseño, grabado, pintura, estatuaria, música) son
también innumerables.
Voces de la crítica
—60→
Hégel: «(Es) lo más seriamente épico de todas las literaturas, después de los poemas
de Homero».
Coleridge: «Los mayores genios creadores del mundo moderno son Dante,
Shakespeare, Cervantes y Rabelais».
Tícknor: «El Quijote es obra superior, no sólo a todas las de su época, sino a las de
los tiempos modernos;... ha gozado del más alto valor y aprecio, a que no ha podido
llegar obra alguna».
Gioberti: «Es la epopeya más admirable que se conoce entre los genios creadores
nacidos en la moderna Europa».
C. Cantú: «Una sátira sin hiel es una cosa más bien única que rara, así como es raro
un libro que hace reír sin atacar a las costumbres, a la religión ni a las leyes. Tal es Don
Quijote, obra que a la sencillez de la fábula reúne la verosimilitud de los sucesos, en que
no se advierte el prurito de despertar el interés y en la que se ofrece una pintura exacta
de las costumbres españolas —61→ que suple la falta de una epopeya nacional... Al
descubrir (don Q.) en medio de sus ridiculeces la rectitud que le anima, en vez de risa,
inspira compasión. Por esta razón, el libro en su conjunto es melancólico y revela cuán
cerca está lo sublime de lo ridículo... Nadie le iguala en la claridad y grandeza de la
fábula, es el modo de pintar los personajes, en los conocimientos que revela a cada paso
y, al propio tiempo, en su peculiar manera de razonar, que nos hace reír cuando niños, y
pensar cuando hombres. En una palabra, el Don Quijote será eterno, tan eterno como las
alucinaciones heroicas y el espíritu positivista, tanto como los delirios utópicos y los mil
obstáculos que hallamos en nuestra vida y que nos quitan cada día una ilusión».
Saint-Victor: «Las obras, como los hombres, con el tiempo suelen cambiar de
carácter y de fisonomía. La obra de Cervantes, admirada durante largo espacio de
tiempo como la obra maestra de la alegría y del chiste, hoy nos conmueve a la manera
de un drama trágico. Cuanto más se aleja de nosotros el famoso andante, más simpático
se nos hace... Don Quijote nos conmueve divirtiéndonos, se hace respetar en medio de
la risa que nos causa, y los más fríos burlones —62→ ceden a la compañía de sus
infortunios. Y todo esto es porque el bravo caballero de la Mancha tiene alma de héroe
bajo las ridículas vestiduras del loco, y sus actos más absurdos son extravíos de una idea
sublime... Fuera de su idea fija, Don Quijote es el más sabio y elocuente de los
hombres... Hay grandísima elocuencia en su lenguaje; su palabra es un perpetuo sursum
corda».
Manuel Pinheiro Chagas: «Cervantes, que era un genio, rompió los moldes del
género satírico; las figuras que creó su-fantasía tomaron fuerza, se animaron, y lo que
debía ser un libro de simple parodia acabó siendo un gran estudio del alma humana...
Remontose a espacios etéreos, en donde habitan los creadores, los que, como Prometeo,
supieron arrancar una centella divina para dar vida a sus concepciones, los genios
sobrehumanos que se llaman Homero y Shakespeare, Goethe y Moliére».
Klein: «Escribió Cervantes la novela maestra entre todas las novelas, su Don
Quijote... el libro ejemplar que jamás ha brotado de la literatura mundial...».
Jünemann: «Puede -hasta será probable- que —64→ la Ilíada primitiva, genuina,
fuera superior. La tan interpolada que ha llegado a nosotros, no lo es; es acaso inferior.
No tiene la perfecta unidad que el Quijote. No pinta al hombre entero como el Quijote:
al hombre ideal y al hombre real... Inmortales son entrambas obras; y tan inmortales que
comunican su inmortalidad a sus idiomas. El griego no perecerá, porque no puede
perecer la Ilíada; ni el español perecerá, porque no puede perecer el Quijote. La Ilíada
es el libro de los sabios; el Quijote, el libro de todos. La Ilíada, el libro de la grande y
eterna Hélade; el Quijote, el libro del mundo».
C. Vossler: «El poeta que más tenaz y sobriamente ahondó en las relaciones entre el
idealismo heroico y el éxito material, fue sin duda alguna Cervantes... Nunca había
venido a las mientes de otro poeta la idea de combinar la locura con el heroísmo, de tal
manera íntima e indivisa que la persona que lleva en sí los dos elementos,
netísimamente distintos, resulte con todo eso armónica, una, humana, digna y venerable
hasta en sus sandeces... Calderón, en virtud de su austeridad, y Cervantes por su
humorismo, mantienen la comunicación poética del siglo de oro con el nuestro, que no
es de oro, y garantizan la solidaridad de España con la humanidad».
—65→
Y para cerrar esta porfía de ponderaciones, óigase a uno de los nuestros, a Ricardo
Rojas: «Hubo en el Siglo de Oro escritores que aventajaron a Cervantes en algunas de
las funciones técnicas del lenguaje; por ejemplo, Lope es más suelto en la versificación,
Góngora más imprevisto en las figuras, Quevedo más sabio en las metáforas, Gracián
más conciso en los conceptos; pero ninguno le aventaja en riqueza y naturalidad de
expresiones, en la facultad de representar caracteres humanos, en el misterioso don de
dar a la frase escrita, forzosamente artificial, el aire de vida espontánea que es propio de
la palabra oral... Cervantes piensa musicalmente aun en la prosa, y en ella es admirable
por el movimiento que anima su relato, como lo es por la vivacidad con que pinta sus
figuras. Por tales virtudes, Cervantes da a su poema prosificado el encanto de la
poesía... El poema de Cervantes se parece a las catedrales por su libertad creadora, por
su elevación idealista, por su amplitud enciclopédica, por sus contrastes violentos, por
su dinamismo lírico, por su elocuencia simbólica, por su doctrina moral y por su profusa
imaginería, en las que caben figuras de perfecta belleza, de fealdad monstruosa y de
fantástica evocación».
—66→
Algunas muestras
Del buen suceso que el valeroso Don Quijote tuvo en la espantable y jamás
imaginada aventura de los molinos de viento
—67→
De cómo Don Quijote cayó malo, y del testamento que hizo, y su muerte
—71→
—76→
3. Novelas ejemplares
Su número y dedicatoria
Estas novelas cortas, arquetipos soberanos del género, por las cuales Tirso calificó a
Cervantes de Boccaccio español, son doce.
—80→
Su mérito singular
Son de mérito indiscutible: Lacroix, según lo trae Ríus, escribía con razón: «Aunque
Cervantes no hubiese escrito sino las Novelas Ejemplares y la Numancia, ocuparía
igualmente el primer lugar entre los grandes escritores de España», y otros agregan que
también, un sitio preclaro en la literatura mundial.
En realidad, para nuestros días no pudieran pasar todas por moralmente inofensivas,
si bien hayan podido serlo acaso para el espíritu de aquel tiempo.
—81→
El Quijote apócrifo las llama «más satíricas que ejemplares, si bien no poco
ingeniosas». Pero son, ciertamente, ejemplares por sus excelencias de concepción,
ejecución y estilo, que las hacen de lo más granado de la producción cervantina;
después del Quijote, estas grandes novelitas.
Cómo se clasifican
Han sido diversamente clasificadas, según el punto de vista. Unos las dividen en
novelas de tesis (con que directamente se inculca alguna verdad o principio moral) y de
simple deleitar aprovechando, y colocan entre las primeras El Licenciado Vidriera, La
Gitanilla, La fuerza de la sangre, El coloquio de los perros, El amante liberal y El
celoso extremeño, y entre las segundas, La señora Cornelia, Rinconete y Cortadillo, La
ilustre fregona, El casamiento engañoso, La española inglesa y Las dos doncellas.
Para Pfandl son todas novelas románticas, menos el Coloquio de los perros y
Rinconete y Cortadillo, que llama cuadros satíricos de costumbres, —82→ y El
licenciado Vidriera, obra de saber proverbial en forma de novela.
—83→
Los que dan su título a esta novela son dos muchachos que se asocian para probar
fortuna: estafan a un arriero, despojan a unos caminantes. Llegados a Sevilla, se
incorporan a la hermandad de Monipodio, aprenden su curiosa organización y secretos,
presencian animados lances y conocen el distrito de la ciudad, que deberá ser teatro de
sus hazañas.
Novela y coloquio que pasó entre Cipión y Berganza, perros del hospital de la
Resurrección: Se la ha llamado «pequeña obra maestra» (Fitzmaurice Kelly). Es una
sátira de costumbres, original por el recurso fabulesco y los donaires que evocan a
Luciano.
El amante liberal: Muy elogiada por unos, es tenida por otros como la más endeble
de las Ejemplares.
Pinta en sentido cuadro las desventuras que en Argel pasa un cautivo español, y
refleja sin duda horas vividas del autor.
Sería prolijo enumerar los muchos descendientes que cada una de estas novelas tuvo
en España y fuera de ella.
—[86]→ —87→
Su dedicatoria
Miguel de Cervantes.
Señala la crítica sus deficiencias: falta de unidad por los numerosos relatos
interpolados, complejidad y monotonía de aventuras con detrimento del interés,
ausencia de vigor sicológico en los caracteres (señálase como excepción el de Clodio),
situaciones fantásticas, coincidencias inverosímiles, errores geográficos, preocupación
constante de imitación clásica, etcétera.
En los dos primeros libros parece que da rienda suelta a la inspiración romántica,
que, según observa Savy-Lopes, constantemente orientó a Cervantes hacia los dominios
de la pura fantasía, a pesar de la intuición maravillosa que de la realidad poseía. En los
dos últimos libros está el autor en terreno conocido, lo que se echa de ver en lo justo de
las descripciones y lo vivo de los retratos, escenas populares y cuadros de costumbres
locales.
Argumento
La primera publicación del Persiles data del año 1617, uno después de muerto
Cervantes. En el mismo siglo tuvo una decena de ediciones y fue traducido al inglés,
francés e italiano. Posteriormente fue olvidado, mas en los últimos años no ha faltado
algún intento de revisión reivindicatoria.
—[92]→ —93→
C. Su teatro
Actividad dramática
No son, ciertamente, las obras que Cervantes compuso para el teatro, el puntal de su
gloria insuperada, pero él mismo dejó escrito:
A pesar de los visibles desaciertos, hay en estas obras bellezas frecuentes que
denuncian todo el brío genial de los mejores días del autor.
—94→
Primeras manifestaciones
De la primera época son varias que se han perdido y las dos siguientes que lograron
salvarse: Numancia (1583?), de tanta emoción patriótica que, al ser representada cuando
la invasión napoleónica, enardeció a los heroicos defensores de Zaragoza, y que, no
obstante sus extravagancias, sigue siendo, dice Cejador, la mejor tragedia que en
castellano tenemos.
Menéndez y Pelayo: «Más que ninguno de ellos (Rueda, Timoneda, Cueva, Virués,
etc.) se levantó el divino ingenio de Miguel de Cervantes en aquella su ruda Numancia,
tan épica en medio de su desaliño, y tal, que retrae a la memoria la férrea poesía del
viejo Esquilo en Los siete sobre Tebas».
Tícknor: «Muy pocas veces se habrá representado en las tablas la vida real y
positiva con —95→ tan sangrienta verdad, y menos todavía se habrá logrado producir
un efecto tan poético con incidentes puramente individuales».
El trato de Argel (1583?), la segunda de las piezas salvadas, es una «desligada serie
de escenas de cautiverio, que, por ser de una realidad tan viva y palpitante, conmueve
aun en medio de la rudeza y tosquedad del artificio» ( Menéndez y Pelayo) . Con el
nombre de Sayavedra aparece allí el propio Cervantes.
La producción posterior
A la segunda época se atribuyen las que publicó en 1615, entre las cuales se
destacan Pedro de Urdemalas, palpitante de realismo y donaire; El rufián dichoso,
pintoresca antítesis entre dos caracteres de la vida española de entonces: lo místico y lo
picaresco; las comedias caballerescas El gallardo español y La casa de los celos (tal
vez de la primera época) y las de costumbres La entretenida, La gran sultana —96→ y
Los baños de Argel, estas dos últimas de tema de cautivos.
Lo mejor de su teatro
Pero donde culmina su aptitud dramática es en los graciosos entremeses, admirables
escenas burlescas de costumbres, que han merecido los mayores elogios de la crítica, y
que son considerados como puente de transición entre los pasos de Rueda y los sainetes
de Ramón de la Cruz.
Algunos le han atribuido otros tan excelentes como Los habladores y El hospital de
los podridos; pero no son suficientes las pruebas que se traen para poder afirmarlo sin
duda alguna.
Algunos juicios
Acerca de esta originalidad cervantina de los entremeses, así se expresaron algunos
de los críticos mas insignes:
—97→
Schack: «Infinitamente superiores a estas comedias son los ocho entremeses... y sin
vacilar podemos decir que Cervantes no ha sido superado (en este género) por ninguno
de los que le sucedieron... Cuando campea en ellos tanta gracia e ingenio como en los
de Cervantes, cuando abundan en ellos tantas sentencias y rasgos tan agudos como
discretos, no se les puede negar altísimo mérito... Ofrece (la edición de estos
entremeses) maravillosos ejemplos de la fusión del lenguaje de la vida ordinaria con la
cultura literaria más refinada».
Menéndez y Pelayo: «Son cada cual (de los entremeses), sobre todo los escritos en
prosa, un tesoro de lengua y un fiel y acabado trasunto de las costumbres populares».
Cejador: «El entremés, esto es, la comedia enteramente española, llegó en Cervantes
a su cima y adonde no había llegado antes ni ha llegado después. Quiñones de
Benavente le imitó y le siguió muy de cerca; pero jamás alcanzó su profundidad
filosófica ni su inmortal ironía; y Quiñones está por encima de todos los demás
entremesistas españoles».
—99→
D. Su poesía
Era la gracia que ya los de su tiempo le negaron, hecho que pudo quizá haber creado
en él la persuasión de que en realidad el Cielo no se la había concedido.
Hoy los críticos, desde un punto de vista más objetivo y hecho caso omiso de la
comparación, van opinando de otro modo. Hoy, a pesar de los que aun ceden al
prejuicio o que quizá no se adentraron lo bastante en la poesía de nuestro hidalgo y a
pesar de haber él afirmado también, que era más versado en desdichas que en versos, es
necesario declarar bien alto que Cervantes fue poeta y egregio poeta, y no en uno, sino
en los varios géneros de poesía.
Su excelencia en los diversos géneros
Así, muy dignos por cierto de la poesía dramática son buen número de pasajes
briosos, nobles o emocionantes de La Numancia, Los tratos de Argel y otras comedias y
entremeses. Menéndez —101→ y Pelayo, después de trascribir unas redondillas de la
primera, exclama: «¡Y el hombre que de esta manera escribía, no era poeta, no sabía de
versos!».
Pero es en el jardín lírico donde abundan más sus flores de matices y aromas más
exquisitos. No son muchas las poesías sueltas que de este género se conservan. De su
más remota mocedad (1569) son un soneto-epitafio, unas quintillas y la elegía que
comienza «¿A quién irá mi doloroso canto», escritos en ocasión de la muerte de la reina
doña Isabel de Valois.
—102→
Algunas muestras
Notables son los sonetos burlescos que empiezan «Vimos en julio otra semana
santa» y «Un valentón de espátula y gregüesco» y el siguiente que anda en las
antologías como dechado de los de esta especie:
Muchas más son las poesías que andan intercaladas en las comedias o en las obras
en prosa. De estas merece recordarse, por ejemplo, este galano soneto de La
entretenida:
A la esperanza
—104→
Llenos de donaire y fluidez son los romances «Entren, pues, todas las ninfas» de La
ilustre fregona, «Yo soy hijo de la piedra» de Pedro de Urdemalas, «Escuchadme los
de Orán» de El gallardo español, «Hermosita, hermosita» de La Gitanilla, etcétera.
Véanse unos fragmentos del penúltimo nombrado:
caballeros y soldados,
que firmáis con nuestra sangre
vuestros hechos señalados:
Alimucel soy, un moro
de aquellos que son llamados
galanes de Melïona,
tan valientes como hidalgos...
Pero, sea yo quien fuere,
basta que me muestro armado
ante estos soberbios muros,
de tantos buenos guardados;
que, si no es señal de loco,
será indicio de que he dado
palabra que he de cumplilla,
o quedar muerto en el campo.
Y así, a ti te desafío,
don Fernando, el fuerte, el bravo,
tan infamia de los moros
cuanto prez de los cristianos...
Y, para darte ocasión
de que salgas mano a mano
a verte conmigo agora,
destas cosas te hago cargo:
—105→
que peleas desde lejos,
que el arcabuz es tu amparo,
que en comunidad aguijas
y a solas te vas despacio:
que eres Ulises nocturno,
no Telamón al sol claro;
que nunca mides tu espada
con otra, a fuer de hidalgo.
Si no sales, verdad digo;
si sales, quedará llano,
ya vencido o vencedor,
que tu fama no habla en vano.
Aquí, junto a Canastel,
solo te estaré esperando
hasta que mañana el Sol
llegue al poniente su carro.
Del que fuere vencedor
ha de ser el otro esclavo,
premio rico y premio honesto.
Ven, que espero, don Fernando.
—106→
No hay menos alma en las dulces liras «Virgen bendita y bella» de la misma pieza
anterior y en Virgen que el sol más bella (verso que recuerda el de la canción de fray
Luis de León «Virgen que el sol más pura») de La Gran Sultana, comedia en la cual se
lee también este primoroso y devoto soneto que recita la cautiva española:
Un florilegio cervantino que reuniera estas y otras joyas poéticas escondidas, de que
está esmaltada la obra imperecedera del padre del Quijote, pondría bien de manifiesto su
derecho al —108→ título indiscutible de preclaro poeta que le han querido negar la
prevención y la ligereza, nacidas sin duda del desconocimiento de esta vena.
Poeta en prosa
Por otra parte, aunque Cervantes no hubiese escrito nada en verso, no habría dejado
de ser altísimo poeta por su prosa, porque si es poeta el creador de lo bello, es decir, de
algo que engendra ese deleite puro y desinteresado que ennoblece y eleva al alma que lo
percibe, ¿quién más acreedor que él a ese título, sobre todo por la creación de la
epopeya estupenda que es el inmortal Quijote, donde sus lectores de casi cuatro
centurias han bebido, como en manantial inagotable, copiosos raudales de
perpetuamente frescos e inenarrables deleites?
—[109]→
- III -
Cervantes, inmortal
—[110]→ —111→
1. La gloria de su pluma
Si por gloria se entiende la honra que por sus señaladas dotes y acciones se tributa a
una persona, o la fama y nombradía que por ellas se conquista, ¿quién tasará la gloria de
Cervantes, cuando es sin medida la fama que circunda su nombre y su memoria, y
excepcional y única la honra con que se le enaltece dondequiera se rinde culto a las
manifestaciones nobles del espíritu?
Ahora, si nos preguntamos de dónde le ha nacido tanta gloria, no es muy difícil la
respuesta. Él mismo expresó: «Cada uno es hijo de sus obras». Y, pues la obra por
excelencia de Cervantes, el Quijote, es la gloria más fúlgida de España, de su magnífica
lengua y de la literatura universal, es natural inferir que Cervantes es hijo predilecto de
la gloria. Esa obra magistral —112→ le da a su afortunado autor aquella segunda vida
de que habla Manrique en sus famosas Coplas:
Y ved lo singular de esta gloria: la gloria que mana de todos los capítulos del
Quijote se comunica a las demás obras cervantinas, las cuales sin esa participación de
refulgencia no habrían ciertamente llamado la atención extraordinaria que despiertan
ahora por ser hermanas de aquel. La vitalidad maravillosa del libro rey se ha trasfundido
a los menores, como savia vivaz, en vigor de juventud perenne.
—113→
2. La gloria de su vida
Y más aún: la gloria de esos libros, la celebridad que ellos engendraron, está
iluminando con resplandor de mediodía toda la vida del autor.
La vida de este, oscura y azarosa, que la muerte debía haber sepultado en eterno
olvido, al contacto misterioso de los rayos de gloria de esas páginas, resucita y se pone
de pie para ofrecerse robusta y lozana a la contemplación admirativa de biógrafos e
historiadores. ¿Qué ha acontecido? El prodigio que se produce siempre con los genios:
la vida de la fama que lograron, prolonga su vida temporal, y así la vida temporal de
Cervantes correrá paralelamente a la de su gloria y no ha de acabar en el tiempo sino
cuando un espantoso ciclón social logre barrer de sobre la faz de la tierra el último
vestigio de nuestra cultura occidental y cristiana.
—114→
Gloria es la oscuridad de su cuna; gloria, las dificultades en que, por la pobreza
paterna, se vio envuelta su educación intelectual; gloria, la penuria inseparable; gloria,
sus horas de paje y de soldado; gloria, su hazaña lepantina que le costó la famosa
manquedad; gloria, los años largos del cautiverio berberisco; gloria, sus andanzas de
humilde funcionario; gloria, la aspereza de sus prisiones; gloria, la envidia y
persecución más o menos encubierta de los ingenios rivales; gloria, la indiferencia con
que se reciben los primeros frutos de su talento; gloria, su resignación de Job en los
reveses; gloria, hasta su muerte, casi ignorada de todos, pero cristianísima como la que
más.
Sendas glorias son todos esos tropiezos, sinsabores, angustias e injusticias, porque
ellos están comunicando singular relieve a la obra del escritor, revelan el temple
extraordinario de un espíritu gigante y patentizan la independencia y la libertad aquilina
con que supo volar sobre todas las miserias y mantenerse en las regiones soberanas del
ideal.
«La gloria -expresó Cicerón-, sigue a la virtud como una sombra». Y Cervantes dijo
casi lo mismo al afirmar que «la honra puédela tener el pobre, pero no el vicioso», que
«la verdadera nobleza consiste en la virtud» y que «la virtud val e por sí sola lo que la
sangre no vale». A su gran virtud de paciencia heroica, de optimismo cristiano en las
adversidades, de esperanza indefectible, siguió para Cervantes la gloria. Bien sabía que
la vida del hombre en este valle del siglo es un batallar incesante, como aprendió en las
Sagradas Letras, y luchó varonilmente y ciñó la corona.
¿Qué importa ahora que no haya gozado de los fulgores de la casa ilustre ni nadado
en mar de riquezas? «Medimos la grandeza de los hombres -escribió Cornelio Nepote-,
no por sus bienes de fortuna, sino por su virtud».
Por eso, goza ahora Cervantes de la plenitud de la gloria. La suya es esa gloria
verdadera que dijo Marco Tulio: «la que echa hondas raíces y como árbol fecundo se
propaga»; los tiempos no la derriban ni debilitan, antes la trasmiten de generación en
generación y de pueblo en pueblo.
—[116]→ —117→
3. La gloria de su cristianismo
Pero la gloria de Cervantes no es sólo la gloria terrenal. Todas las glorias de aquí
abajo, por más voluminosas, brillantes y universales que sean, tienen al fin su ocaso;
unas durarán más, otras menos; las de más suerte alcanzarán a ver el último día de este
mísero planeta que habitamos. Y esto no lo ignoraba nuestro discreto hidalgo, que
escribió: «Fama, por mucho que dure, en fin se ha de acabar con el mismo mundo, que
tiene su fin señalado».
Por eso, como discreto, buscó esa otra gloria de «el vivir que es perdurable» de
Manrique, la gloria que jamás termina y es galardón generoso de Dios para los que en
este mundo le guardaron fidelidad o, en términos sencillos, vivieron las máximas
saludables del sagrado Evangelio de Cristo.
Aspirando incesantemente a esa gloria de los discretos, tomó Cervantes, en pos del
Maestro, la senda que indefectiblemente a ella conduce, y cargó él también la cruz de
las adversidades, y supo sonreír en medio de estas, con el optimismo del que sabe que a
las tinieblas del Viernes Santo seguirá la alborada radíosa de la Resurrección, y luchó
como bueno contra los enemigos —118→ de Cristo, y fue su apóstol entre los partícipes
de su cautividad, y, sobre todo empleó con ejemplar fervor en su servicio, como piadoso
cofrade, los años de la edad caduca, y los días postreros para disponer debidamente el
alma al amplio perdón de las inevitables flaquezas humanas y al premio inenarrable que
a sus siervos humildes y confiados prepara Dios en el seno de sus paternales
misericordias. Como el hidalgo de su novela, vivió noble y generoso y murió cristiano
para empezar la nueva vida de la eternidad.
En el Quijote, hablando de los linajes, dice él que «unos fueron que ya no son, y
otros son que ya no fueron»: hubo personajes que fueron en el mundo famosos unos
días y ya no lo son; nadie los recuerda. Cervantes fue de los últimos: fue poco menos
que nada en su pasaje por la tierra; ahora vive y vivirá siempre como Príncipe y Rey de
los Ingenios.
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