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SEMINARIO: PARTIDOS POLÍTICOS Y DEMOCRACIA

PROF. ALFREDO RAMOS JIMÉNEZ

Genealogía de los Partidos Políticos en las


Democracias Latinoamericanas
GUILLERMO T. AVELEDO
CARACAS, JULIO DE 2003

INTRODUCCIÓN

Los partidos políticos modernos, como organizaciones dedicadas a la


transformación de “las orientaciones y actitudes políticas generales sentidas por
ciertos sectores de la sociedad en programaciones de acción política nacional” 1, son
esenciales dentro de un sistema democrático, en el que predomina la freie
Werbung, la libre competencia por alcanzar el poder a través de reglas conocidas y
asumidas por la mayoría a través de procesos electorales periódicos2.

La esencialidad de los partidos políticos radica en que su


institucionalización, y profesionalización, en medio de la regulación del sistema
político, se hacen indispensables de modo de lograr la agregación de intereses
sociales y “convertir las necesidades expresas o latentes y los deseos más o menos
vagos y difusos de conjuntos de la población [en los que se aloja su clientela actual
o potencial] en pretensiones precisas y concretas a satisfacer por los poderes
públicos”3. Así, sin la mediación de los partidos no es posible actualizar los
principios democráticos en “las condiciones de la sociedad de nuestro tiempo”4.

Las orientaciones e intereses de diversos grupos sociales, agregados por el


partido político, no son armónicos ni uniformes en una sociedad democrática. En el
desarrollo histórico de una sociedad tal, han de aparecer conflictos alrededor de los
cambios que en la misma se producen. Alrededor de tales intereses, que
corresponden a posiciones determinadas en torno a dichos conflictos sociales, se
originan los partidos políticos. Estas asociaciones voluntarias aspiran alcanzar el
poder, precisamente, para promover a través de políticas públicas determinadas
“algún principio particular con el que estén de acuerdo” 5, pero no consagrado a sí
mismos, sino a los fines de distintos sectores sociales6, cristalizando en sus
programas los conflictos de dicha sociedad.

1
GARCÍA-PELAYO, Manuel: El Estado de Partidos. Alianza Editorial, Madrid, 1986, p.77.
2
ALCÁNTARA SÁEZ, Manuel y FREIDENBERG, Flavia: Los Partidos Políticos en América Latina.
Programa de América Latina y El Caribe, Instituto Nacional Demócrata para Asuntos Internacionales,
Washington, 2001, p.2.
3
García Pelayo, op.cit., id.
4
García Pelayo, op.cit., p.75.
5
Edmund Burke, citado por MARTÍNEZ SOSPECHA, Manuel: Introducción a los Partidos Políticos.
Editorial Ariel, Barcelona, 1996, p.15-16.
6
Giovanni Sartori, citado por Martínez Sospecha, op.cit. p19
1

A la luz de esas consideraciones, Seymour Lipset y Stein Rokkan han


sugerido que el origen de los partidos ha de ser estudiado abordando a los mismos
como “alianzas en conflicto sobre política y fidelidades a valores dentro de un
cuerpo político más amplio”7. Así, en un sistema democrático, los partidos
expresan los contrastes y promueven las demandas de los distintos grupos sociales,
y sirven como instrumentos para evitar que dichas contradicciones afecten la
legitimidad general del sistema8.
Aunque la teoría de Lipset y Rokkan se elabora a la luz de desarrollos
históricos específicos de países de la Europa Occidental, su esquema para el
análisis comparativo puede ser trasladado al estudio de la génesis de los partidos
políticos de otras regiones. De este modo es posible, una vez determinados los
conflictos y las correspondientes fracturas a lo largo del desarrollo histórico de una
región, podremos explicar el origen de los partidos políticos de sus sociedades.

Esta sociología histórica, que intenta superar las deficiencias de las teorías
sobre el origen de los partidos basadas en explicaciones electorales, ha sido
incorporada para el estudio del caso Latinoamericano por Ramos Jiménez 9. En
dicho estudio, el autor desprende de la historia de la región los conflictos que han
aflorado en las diferentes sociedades nacionales latinoamericanas, para luego
identificar los principales clivajes -correspondientes a dichos conflictos- de modo
de poder abordar el origen de nuestros partidos políticos. El uso de la perspectiva
histórico-conflictual, atendiendo a la naturaleza particular de los clivajes
regionales, es propuesto para “fundar explicaciones más coherentes sobre el
fenómenos partidista en los países latinoamericanos” 10.

El análisis comparado del origen de los partidos políticos latinoamericanos


estaría facilitado por el “paralelismo de evoluciones históricas” 11 en la región, así
como a las “semejanzas de las estructuras”sociales, económicas e ideológicas 12.
Como señala Ramos Jiménez:
“En la medida en que las historias políticas nacionales se iban
revelando convergentes, si no coincidentes, la comparación iba
adoptando presupuestos transnacionales. El innegable parentesco de
los partidos, que había sido destacado por Seiler en el ámbito
Europeo, constituía para nosotros algo más que un presupuesto
teórico”13

7
LIPSET, Seymour Martín y ROKKAN, Stein: “Estructuras de división, sistemas de partidos y alineamientos
electorales”, en BATTLE, Albert (editor): Diez Textos Básicos de Ciencia Política. Editorial Ariel,
Barcelona, p.235.
8
Lipset y Rokkan op.cit., p.236.
9
RAMOS JIMÉNEZ, Alfredo: Los Partidos Políticos Latinoamericanos. Universidad de Los Andes, CIPC,
Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico, Mérida, 2001.
10
Ramos Jiménez, 2001, op.cit., p.16
11
ROUQUIE, Alain: América Latina. Introducción al extremo occidente. Siglo Veintiuno Editores,
México, 1989, pp.23-25
12
Rouquie, op.cit., pp.26-28.
13
Ramos Jiménez, 2001, op.cit., p.19.
2

Cabe aquí decir que, ya que la perspectiva histórico-conflictual en el análisis


de los partidos no es estática, tampoco lo fueron las formas políticas sobre las
cuales se originaron los distintos partidos políticos latinoamericanos. La “larga
marcha” hacia la democratización, cuyo discurso goza hoy de una primacía siempre
aspirada en el continente, no estuvo exenta de contradicciones ni de problemas.
Así, a partir del estudio de Ramos Jiménez que sirve de fundamento a este trabajo,
señalamos los paralelismos entre las revoluciones latinoamericanas (que, como en
el caso europeo, dieron lugar a una serie de conflictos que luego se verían
expresados en diversas fracturas, cristalizadas a su vez en los partidos políticos) y la
progresiva, si bien inacabada14, democratización del continente.

De tal noción deriva el eje de la presente monografía: que el origen de los


partidos políticos latinoamericanos corresponde con el tránsito de la región hacia
regímenes democráticos y con el tránsito de las diversas formas políticas en la
historia regional. A su vez, dichas formas políticas han sido estructuradas de modo
determinante por los conflictos que han afectado nuestras sociedades.

A este fin, hemos dividido este trabajo en tres secciones: La primera, trata
sobre el análisis comparativo y la utilidad de la perspectiva histórico-conflictual
para abordarlo, así como de los conceptos y nociones básicos de tal perspectiva. La
segunda sección, trata sobre los desarrollos paralelos de la democratización de la
región y las tres revoluciones latinoamericanas, identificando sus conflictos y
clivajes respectivos. En una tercera y última sección se describe a las familias
políticas latinoamericanas, para –finalmente- pasar a comentar el fenómeno de las
transnacionales partidistas a la luz de los orígenes específicos de sus miembros.

14
Sobre la democracia como “viaje inacabado”, no particularmente en América Latina sino en Occidente,
léase DUNN, John (editor): Democracy - The Unfinished Journey, 508 BC to AD 1993. Oxford University
Press, Oxford, 1993.
3

I. ANÁLISIS COMPARATIVO Y DINÁMICA DE LOS CONFLICTOS

El análisis comparativo es una de las subdivisiones principales de los


estudios políticos. Dicho análisis trata de, ubicando las similitudes de desarrollo de
ciertas variables un número igualmente variable de países, identificar ciertos
patrones y aproximarse, aún tentativamente, a ciertas conclusiones teóricas
generales15. Así mismo, dichas generalizaciones ayudarían a establecer tipologías y
clasificaciones que sirvan para “detectar empíricamente tendencias evolutivas o
posibilidades de cambio sobre las cuales construir una teorización más exigente” 16

En el caso del estudio sobre los partidos políticos y su origen, el análisis


comparativo sobre su origen ha pasado por diferentes caminos, desde que
Duverger se preguntara sobre el desarrollo de los partidos políticos europeos desde
sus orígenes parlamentarios hasta su actuación en la contemporánea política de
masas:
“En 1850, ningún país del mundo (...) conocía partidos políticos en el
sentido moderno d de la palabra: había tendencias de opiniones,
clubes populares, asociaciones de pensamiento, grupos
parlamentarios, pero no partidos propiamente dichos. En 1950, éstos
funcionan en la mayoría de las naciones civilizadas, esforzándose las
demás por imitarlas.
¿Cómo se pasó del sistema de 1850 al de 1950? La pregunta no
nace sólo de la simple curiosidad histórica: del mismo modo que los
hombres conservan durante toda su vida la huella de su infancia
conservan durante toda su vida la huella de su infancia, los partidos
sufren profundamente la influencia de sus orígenes”17

La huella de los orígenes, importante desde entonces, tuvo una respuesta


prescriptiva para Duverger, a saber, que “en general, el desarrollo de los partidos
parece ligado al de la democracia, es decir, a la extensión del sufragio popular y de
las prerrogativas parlamentarias”18. Esta teoría institucional tiene el inconveniente
de inhibir el análisis comparativo, puesto que se refiere a “hechos históricos
probablemente irrepetibles y no trasladables especialmente, y (...) posee un
carácter institucional”19.

La segunda teoría, también desarrollada por Duverger, se basa en el origen


extraparlamentario y no electoral de los partidos (particularmente los socialistas,
aunque también de los partidos creados por organizaciones externas a la vida
parlamentaria, como los partidos confesionales) que serían generados por la
“extensión del derecho de asociación que propicia el desarrollo del liberalismo
15
McLEAN, Iain (editor): Concise Dictionary of Politics. Oxford University Press, Oxford, 1996, pp.92-93
16
DI TELLA, Torcuato S.: Historia de los Partidos Políticos en América Latina, siglo XX. Fondo de
Cultura Económica, México, 1993, p.337.
17
DUVERGER, Maurice: Los Partidos Políticos. Fondo de Cultura Económica. México, 1957, p.15
18
Duverger, op.cit, id.
19
HERNÁNDEZ BRAVO, Juan: “La Delimitación del Concepto de Partido Político. Las teorías sobre el
origen y evolución de los partidos”, en AAVV: Curso de Partidos Políticos, Ediciones AKAL Universitaria,
Madrid, 1997, p. 27.
4

político y como consecuencias directas de la revolución industrial”, teoría que


presenta los mismos inconvenientes que la teoría electoralista20.

Frente a esta postura, autores como Ostogorski, Daalder, Vilas y Panebianco,


han estudiado el origen de los partidos como derivado de “la ruptura de la sociedad
tradicional, de la revolución industrial (...), de las consecuencias directas de ésta y
de su contexto socioeconómico (...) [o de] los tiempos y modalidades de la
movilización de las clases”21. Paralelamente, autores como Lapalombara y Weiner,
destacan no sólo a la modernización en particular, sino a las crisis y rupturas
históricas, como momentos originarios de los partidos políticos modernos22.
Esta perspectiva, que tiene una importante dimensión histórica, es
adelantada y refinada por Lipset y Rokkan en su clásico estudio, en el cual plantean
la perspectiva histórico-conflictual para abordar el tema del origen a través del
método comparativo:
“Para entender los alineamientos concretos de los electores que
respaldan a cada uno de los partidos, debemos diseñar el mapa de las
variaciones en las secuencias de alternativas establecidas por los
ciudadanos activos y pasivos de cada sistema desde que surgió una
política competitiva. Los partidos no se presentan
simplemente de novo al ciudadano en cada elección. Cada
uno de ellos tiene una historia, y también la tiene el
conjunto de alternativas que ofrecen al electorado. En
estudios de una nación concreta no siempre debemos tener en cuenta
la historia para analizar alineamientos contemporáneos: suponemos
que los partidos son “hechos dados” e igualmente visibles para todos
los ciudadanos de la nación. Pero, cuando entramos en análisis
comparativos, es necesario añadir una dimensión histórica. No
podemos simple y llanamente explicar el sentido de las
variaciones en los alineamientos actuales sin datos
detallados de las diferencias en los procesos de formación
de los partidos y en el carácter de las alternativas ofrecidas
a los electorados antes y después de la ampliación del
sufragio”23

La historicidad de las alternativas políticas planteada por estos autores es


esencial para el desarrollo del análisis comparativo en perspectiva histórico-
conflictual, al proporcionar las evidencias necesarias para identificar los conflictos
en dichas sociedades, a la vez que ilustra el desarrollo de tales sociedades hacia la
democratización, “antes y después de la extensión del sufragio”. El inmediatismo
del análisis24 en perspectiva institucional/electoral puede esconder los conflictos

20
Hernández Bravo, op.cit., p.28.
21
Hernández Bravo, op.cit., id.
22
Hernández Bravo, op.cit., id
23
Lipset y Rokkan, op.cit., p.232, las negritas son nuestras.
24
La “ilusión del saber inmediato”, como diría Seiler; citado por Martínez Sospecha, op.cit., p.164. Se refiere
Seiler, en dicho comentario, a la tipología de acuerdo a parámetros superficiales de adscripción ideológica,
que no pueden ser explicados sincrónicamente de modo satisfactorio.
5

originarios a los alineamientos electorales presentes, y desviar la clasificación hacia


elementos superficiales que no permitan llegar a conclusiones trasladables más allá
del análisis coyuntural. Así, dicha historicidad es complemento del análisis
comparativo, como sugiere Sartori:
“El control comparado suele hacerse a lo largo de una división
horizontal, es decir, en términos sincrónicos. En política comparada,
confrontamos casi siempre unidades geopolíticas, o procesos e
instituciones, en un tiempo igual, o mejor, que se considera igual. Al
proceder de este modo, dejamos de lado la variable “tiempo”. Esta
simplificación no queda impune, sobre todo cuando los estudiosos
desprevenidos no advierten que una cosa es el sincronismo
“cronológico” (del calendario) y otra muy diferente el sincronismo
“histórico” (de tiempos históricos equivalentes). Es así que la
comparación sincrónica simplifica por demás los problemas, porque
autoriza un uso excesivo de la expresión ceteris paribus. Si los
tiempos son realmente iguales (es decir, si son tiempos históricos
bastante equivalentes), entonces es lícito presumir que toda una serie
de condiciones que se dan en ellos son también similares. De modo
que podemos dejarlas de lado.
Por el contrario, el control histórico es tal, precisamente
porque cuestiona una división vertical, es decir, diacrónica. Si el
método comparado se despliega horizontalmente, el histórico asume
en cambio, típicamente, una dimensión longitudinal. De aquí parece
desprenderse que no podemos ya postular la “paridad de las
condiciones”; por el contrario, la más de las veces debemos presumir
un ceteris non paribus.”25
De este modo, el análisis comparativo unido al análisis histórico, como
propone la perspectiva histórico-conflictual de Lipset y Rokkan, y como siguen
Seiler y Ramos Jiménez, permite que las limitaciones del simple análisis
comparativo sean “enfrentadas y resueltas”26. El nivel de análisis necesario
requiere de dos tiempos históricos para dar resultados transferibles a lo largo del
período estudiado y de los casos estudiados, siendo estos tiempos de análisis el
sincrónico y el diacrónico. Siguiendo a Seiler, como sugiere Ramos Jiménez, el
nivel de análisis sincrónico sirve para “establecer mejor los elementos constitutivos
de los diferentes partidos”, mientras que el nivel diacrónico sirve para “diseñar la
génesis del sistema de clivajes en que hunden sus raíces los partidos políticos
latinoamericanos”27. Se trata entonces de establecer, no sólo la naturaleza del
electorado, miembros y dirigentes de un partido dado en el momento actual, sino
además de determinar el conflicto histórico que dio lugar a la formación de ese
partido, y de partidos similares28, de modo de poder identificar las familias, la
genealogía, de los partidos políticos.

25
SARTORI, Giovanni: La Política. Lógica y método en las ciencias sociales. Fondo de Cultura
Económica, México, 2000, p.264.
26
Sartori, op.cit., p.266.
27
Ramos Jiménez, 2001, op.cit., p.24.
28
Seiler , citado por Ramos Jiménez, op.cit. p.94.
6

Sugerimos aquí, sin embargo, no sólo considerar este análisis a través de una
dualidad de tiempos históricos, sino a través del concepto de discronía, que puede
ilustrar y acaso superar algunos de los problemas admitidos por esta perspectiva,
que sigue siendo, ciertamente, la más compleja de las hasta ahora esbozadas. Por
ejemplo, alrededor del caso de las naciones europeas, la perspectiva histórico-
conflictual no ha podido ubicar con precisión ciertos movimientos políticos, como
los partidos fascistas y neofascistas, los partidos “de un solo tema” (como los
ecologistas, de género, etc.), o el conflicto entre materialismo y postmaterialismo
como nuevo eje de la polarización política29.

Estas limitaciones, sin embargo, no son suficientes para debilitar el modelo;


muestran, acaso, una importante incomprensión del valor del modelo, el cual no
admite categorías rígidas que se sobrepongan a todos los desarrollos histórico-
conflictuales particulares, sino más bien al contrario, sus categorías han de
depender, precisamente a los clivajes sociales específicos que sólo pueden resultado
de conflictos históricos. Sólo donde estos conflictos históricos –como en el caso de
Europa Occidental o de América Latina- puedan aparecer como paralelos, se hará
posible el método comparado.

Sin embargo, y especialmente en el contexto latinoamericano (aunque no


únicamente en él, el análisis discrónico puede añadir más que complicar la
perspectiva histórico-conflictual. Entendemos por discronías:
“desfases producidos dentro de la coherencia o
acompasamiento general perceptible en el despliegue temporal de las
diferentes estructuras u órdenes (político, social, cultural, técnico,
etc.) de la realidad. Así esas “discronías” han podido producirse, bien
en el seno de los distintos órdenes o estructuras, cuando entre sí
manifiestan signos de inadecuación. (...) [Una discronía consiste en]
la coexistencia o convivencia de estructuras o elementos estructurales
de distinto nivel histórico, no “sincrónico” o contemporáneo, no
surgido en consonancia o disonancia con el resto de la realidad
histórica de un mismo tiempo, y preferentemente debido a
peculiaridades internas de un proceso histórico iniciado
fundamentalmente por trasculturación, y a la incidencia constante de
causalidad exterior”30
Este concepto puede ser complementario a la perspectiva histórico-
conflictual propuesta por la teoría de los clivajes, dado que la misma entiende que
tales discronías son –precisamente- generadoras de conflictos, y que la pertinacia
de ciertos problemas y/o actitudes no responde simplemente a atavismos o
integrismos, sino a la coexistencia de problemas pertenecientes a momentos
históricos distintos, a agendas no resueltas. No resueltas incluso por aquellos
partidos llamados, en su origen, a la resolución de las mismas. Habríamos de
aceptar, de asumir el concepto, que los partidos políticos tanto en su origen como

29
Martínez Sospecha, op.cit., pp.182-190.
30
SORIANO, Graciela: Hispanoamérica: Historia, desarrollo discrónico e historia política. Cuadernos
del Instituto de Estudios Políticos, Universidad Central de Venezuela, Facultad de Ciencias Jurídicas y
Políticas, Caracas, 1987, p.47.
7

en su evolución, responden a grupos incompatibles, y agregan demandas que


carecen de correspondencia histórica31.
Así, al asumir el concepto de discronía, podemos “inferir que la historia
constituye, desde esta perspectiva, un movimiento constante de adecuación e
inadecuación, o sea, bien de cancelación, armonización y surgimiento, bien de
tensión, contradicción y crisis de discronías”32. El dinamismo del concepto es
compatible con los supuestos teoría de los clivajes.

En este punto, conviene presentar la definición de tales supuestos. Los


clivajes, o cleavages, son las líneas de factura que sirven de expresión a los
conflictos producidos entre grupos colectivos enfrentados en defensa de sus
intereses33. Tales conflictos se generan por los cambios sociales promovidos por las
revoluciones que afectan a tal sociedad (que en el caso de las sociedades de Europa
Occidental se trata de la revolución inducida por la formación de los Estados-
Nacionales y por la revolución Industrial)34. Así, este análisis plantea un continuo35
(ver Fig. 1) que parte de las revoluciones específicas a cada sociedad, hasta
desembocar en los partidos y sistemas de partidos, siendo éstos “la parte
inmediata, visible y accesible, de toda una serie de conflictos, es porque los partidos
constituyen la expresión de las profundas contradicciones que atraviesan las
diversas sociedades”, la expresión de la “dinámica conflictual específica a cada
sociedad particular de la historia de cada país”.

Los conflictos corresponden a etapas del desarrollo político de una sociedad


en la cual las luchas en torno a los proyectos políticos (pacíficas o no) no se
encuentran canalizadas por mecanismos institucionales, donde la competencia
política no se desarrolla alrededor de reglas conocidas o, al menos, estas reglas no
parecen tener relevancia para algunos sectores sociales, por lo que en tal “estadio
existe una posibilidad revolucionaria”36. El surgimiento de esos partidos políticos,
también paralelo al desarrollo de las instituciones y reglas democráticas 37,
responde a la necesidad de evitar los “enfrentamientos violentos que derivan en
forma casi natural de los conflictos”38. El arreglo de tales partidos alrededor de sus

31
Esta idea nos resulta particularmente útil para explicar –al menos tentativamente- las modificaciones de las
“familias” políticas latinoamericanas, en su expresión en “transnacionales ideológicas”.
32
Soriano, op.cit., p.48.
33
MOLINA, Ignacio y DELGADO, Santiago: Conceptos Fundamentales de Ciencia Política. Alianza
Editorial, Madrid, 1998, p. 21
34
Lipset y Rokkan, op.cit., pp.244-255.
35
Ramos Jiménez, 2001, op.cit., p.74.
36
Seiler, citado por Ramos Jiménez, 2001, op.cit., 75.
37
Vid supra, nota 2.
38
Ramos Jiménez, 2001, op.cit., id.
8

afinidades con respecto alguna posición frente a determinados clivajes, permite la


configuración analítica de las familias de partidos.

Entonces, aparejado a la regularización de la vida política hasta el


establecimiento de la democracia de partidos, los diversos conflictos sociales
consecuencias de la modernización social y económica se rutinizan a través las
organizaciones partidistas, sin las cuales no puede funcionar el Estado democrático
contemporáneo. Son los partidos las organizaciones capaces –dentro del juego
político democrático- de articular las demandas que, provenientes de los conflictos
sociales, derivan en clivajes, de modo de poder transformar tales demandas en
expresiones específicas de política pública, al ser capaces de colocar sus cuadros en
posiciones de influencia y/o decisión dentro del aparato del Estado. De otro modo,
si los clivajes no encuentran un modo de llegar al Estado por medio de mecanismos
regularizados de expresión política, la legitimidad y funcionalidad de este Estado
para los sectores afectados puede quedar en entredicho.

El análisis del origen de los partidos políticos a partir de los clivajes corre,
por tanto, por una serie de etapas, a saber:
“Primero tenemos que considerar los procesos iniciales para llegar a la
política competitiva y a la institucionalización de las elecciones masivas,
luego debemos desenredar la maraña de divisiones y oposiciones que
produjeron el sistema nacional de organizaciones de masas para la acción
electoral y entonces y sólo entonces podremos aproximarnos a cierta
comprensión de las fuerzas que producen los alineamientos actuales de
votantes que están detrás de las alternativas históricamente dadas”39
Así, para la comprensión de las divisiones actuales de los sistemas políticos
latinoamericanos, hemos de recurrir a su origen histórico, superando las
deficiencias de la categorización de los partidos por medio de evidencias puramente
sincrónicas.

39
Lipset y Rokkan, op.cit, pp.232-233.
9

II. EL CONFLICTIVO TRÁNSITO HACIA LA DEMOCRATIZACIÓN EN AMÉRICA


LATINA

En América Latina las reglas democráticas han pasado por un largo proceso de
decantación y sólo recientemente han logrado su aceptación generalizada. Sin
embargo, ésta aceptación ha sido una aspiración de larga data en nuestro
continente. El origen de nuestras repúblicas tuvo como principio político, frente al
abandono de la legitimidad histórica de la monarquía metropolitana, el principio
de la legitimidad basado en la soberanía del pueblo40. Los intentos de imposición
de formas políticas no democráticas (pese a la pluralidad de formas en que la
mismas democracias latinoamericanas se han configurado) han sido relativamente
excepcionales. Incluso la justificación de las recurrentes intervenciones militares
han estado signadas por el mantenimiento –aún en hibernación- del orden
democrático, o su promoción radicalizada41. Como señala Rouquie:
“Con excepción de Cuba, todos los países de la América Latina (...) han
adoptado instituciones representativas y afirman ser democracias
pluralistas. (...) No obstante, el rasgo más sorprendente y significativo de la
vida política latinoamericana no son ni los golpes de Estado y los
alzamientos recurrentes, ni la sombría persistencia de presidentes vitalicios,
ni los mil y un medios fraudulentos para corregir la aritmética electoral, sino
indudablemente el apego teórico, platónico y omnipresente por las
instituciones representativas. En el momento en que se violan los principios
liberales o se eluden los marcos constitucionales y la regla mayoritaria,
afirman apelar a los valores permanentes del orden democrático
pluralista”42
Así, la lucha por el establecimiento de la democracia representativa –que sólo
puede entenderse hoy como democracia de partidos43, de la aceptación de la
legitimidad de la oposición, de la ampliación de los derechos ciudadanos (en
particular el derecho al voto) y del establecimiento del Estado de derecho ha sido,
al igual que en Europa, “continua y desigual” desde el siglo XIX44.

La transformación de las formas políticas latinoamericanas, hasta la


implantación actual del proyecto democrático representativo como modelo
hegemónico (frente al fracaso de alternativas autoritarias y pseudo-autoritarias) ha
pasado por distintos regímenes políticos45. Los países latinoamericanos han
alternado en el camino hacia su democratización –no exento de obstáculos-

40
GUERRA, François-Xavier: Modernidad e independencias. MAPFRE – FCE, México, 2000. Tercera
edición, p.360
41
DE ANDRÉS, Jesús: El voto de las Armas. Golpes de Estado en el Sistema Internacional a lo largo del
siglo XX. Los libros de la Catarata, Madrid, 2000, pp.129-130.
42
Rouquie, op.cit., pp.110-111.
43
García-Pelayo, op.cit., p.74
44
HARTLYN, Jonathan y VALENZUELA, Arturo: “La Democracia en América Latina desde 1930”, en
BETHELL, Leslie, ed.: Historia de América Latina. Vol. 12: Política y Sociedad desde 1930. Cambridge
University Press, Crítica, Barcelona, 1997, p.11.
45
RAMOS JIMÉNEZ, Alfredo: Las Formas Modernas de la Política. Estudio sobre la democratización
de América Latina. Universidad de Los Andes, CIPC, Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico,
Mérida, 1997, pp.91-95.
10

regímenes de dictaduras patrimoniales, democracias restringidas, regímenes


nacional-populares, regímenes militares y democracias de partidos. Como veremos
más adelante, el largo periplo del Estado oligárquico-liberal daría lugar a diferentes
crisis que eclosionarían en los intentos de regímenes y movimientos nacional-
populares. Frente a éstos, reaccionarían (sin solución de continuidad con los
regímenes oligárquicos) los regímenes militares sobre cuya deslegitimación se
construye la hegemonía del proyecto democrático (y el fin de la etapa autoritaria de
la política latinoamericana). La ocurrencia de crisis importantes en el seno de la
sociedad derivaría en los conflictos que aún hoy configuran el espectro político de
la región.

Tanto en las dictaduras patrimoniales, en los regímenes populistas, como en


los regímenes militares46, la presencia de partidos políticos fue limitada, sino nula.
Esta restricción respondía a las reglas de tales regímenes, en los cuales la oposición
política “civil” carecía de legitimidad (siendo el régimen la expresión de la
hegemonía de un caudillo o de un partido sobre otro[s], como en el caso de las
dictaduras patrimoniales, o en el caso de los regímenes derivados de revoluciones
nacional-populares)47, carecía de legalidad (estando prohibida bajo los estatutos de
excepción o las medidas “revolucionarias”), o veía su ámbito de acción demarcado
por reglas y divisiones impuestas desde el centro del régimen (como, por ejemplo,
en el caso del régimen militar brasileño entre 1964-1984, y su Acto Institucional nº
2, que creaba un sistema de partidos de dos opciones: “gobierno” (ARENA) y
“oposición” (MDB)48). Aunque tales regímenes no son exclusivos en cuanto a las
dificultades de instauración de una política regularizada e institucionalizada, ni
mucho menos los únicos regímenes donde la oposición se vio hostigada y
bloqueada, su influencia sobre el origen de partidos políticos es limitada: o éstos no
hubieran sido funcionales al régimen, no habrían sido capaces de canalizar
efectivamente los conflictos existentes dentro de la sociedad, (sea ya por la
naturaleza existencial de la política, o sea ya por el aislamiento a opciones distintas
al partido dominante), o –de haber surgido- no serían el resultado de la
cristalización de clivajes reales, sino artificiales.

La competencia entre partidos dentro de las democracias restringidas u


oligárquicas era, en buena medida, franca, aunque no del todo exenta de arreglos
extra electorales, venalidad y fraude. Por otro lado, los partidos aquí surgidos
competían por un electorado limitado. La presión de la sociedad hacia la expansión
del derecho al sufragio, junto a la crisis de efectividad y representatividad de las
instituciones del Estado oligárquico-liberal, dieron lugar al surgimiento de nuevos
partidos, cuyo compromiso sería limitado con la democracia representativa

46
Sin embargo, es claro que la crisis de los regímenes autoritarios es esencial para facilitar la transición hacia
las democracias, así como para motivar el surgimiento de partidos políticos democráticos (y el realineamiento
de viejos partidos dentro del proyecto democrático).
47
Sobre el tema, léanse los comentarios sobre Hispanoamérica en SORIANO, Graciela: “La noción de
oposición como expresión histórica de la disconformidad política”, en Politeia, nº 21, 1998, pp.165-190.
48
CALDEIRA, Jorge et altri: Viagem Pela História do Brasil. Companhia das Letras, Sao Paulo, 1997,
p.314.
11

restringida, siendo mayor el compromiso con el desarrollo de sus programas49, en


perjuicio de las instituciones liberales.

En lo que respecta a la democracia de partidos, derivada de la crisis de los


regímenes militares (y de otras alternativas autoritarias), sus características de
libre competencia electoral y de apertura de derechos políticos, hace que bajo los
mismos puedan originarse nuevas organizaciones partidistas, como respuesta a los
debates sobre el énfasis de las políticas públicas a partir de la democratización, y ya
no sobre la legitimidad del régimen democrático en sí mismo.

En cualquier caso, las sociedades democráticas latinoamericanas actuales,


configuradas en torno al proyecto democrático, son el resultado de sucesivas
revoluciones socio-político-económicas, las cuales se manifestarían en las
presiones ejercidas hacia la actualización de la “aspiración permanente” de los
principios democráticos, tanto por las élites, los sectores emergentes y las masas
populares (cada uno de los cuales dotaría de contenidos variables al proyecto).
Estas revoluciones consisten en tres grandes movimientos sucesivos: la revolución
oligárquica, la revolución nacional-popular, y la revolución democrática50.

La primera revolución, la revolución oligárquica, se articula alrededor de los


esfuerzos de reordenación de las naciones latinoamericanas luego de la
descomposición sufrida por las guerras de emancipación. A su vez, durante esta
revolución, tiene lugar la formación de los Estados Nacionales latinoamericanos,
los intentos de integración territorial alrededor de una autoridad central (fuese ya
por imposición o por negociación con sectores dominantes locales), la formación de
un mercado nacional que insertase a la nación en la dinámica capitalista mundial
(que enfrenta los intereses de las élites comerciales-urbanas y las agroproductoras-
rurales), la internalización de una identidad colectiva por sobre los particularismos
regionales y tradicionales, y la emergencia de un conjunto funcional e
ideológicamente diferenciado de instituciones autónomas de la sociedad (y de
sectores intermedios como la Iglesia católica)51.

La revolución nacional-popular surge a la luz de la crisis del Estado


oligárquico-liberal. La desarticulación de las economías nacionales agro-
exportadoras debida a la crisis Europea (iniciada por la primera guerra mundial y
agravada por el crack de 1929) y la influencia de la rápida penetración del capital
estadounidense, iniciada en la última etapa del siglo XIX (desplazando a la
influencia británica, aliada con la oligarquía comercial) estuvo aparejada con el
crecimiento del sector industrial nacional, lo que estimulaba el reforzamiento del
control de la oligarquía sobre los factores económicos y una política más
intervencionista. Por otro lado, el crecimiento demográfico y el creciente éxodo
campesino hacia las ciudades fomentaba el desarrollo de un sector obrero urbano,
desarrollo que unido a las crecientes presiones de los sectores medios, impulsaba la

49
Hartlyn y Valenzuela, op.cit., pp.11-12.
50
Ramos Jiménez, 2001, op.cit., pp.77-83.
51
OSZLAK, Oscar (1978): “Formación histórica del Estado en América Latina: elementos teórico-
metodológicos para su estudio”, en Estudios CEDES, vol. 1, Nº 3, Buenos Aires, 1978, pp.231-267.
12

difusión de nuevas ideologías (antagónicas con la ideología liberal, como el


socialismo) y el avance de reformas sociales importantes, que iban aparejados con
un recrudecimiento de la política clientelar por parte de la oligarquía, la cual
cobraba nuevo significado con la expansión del sufragio. Todo esto acompañado de
poco apego a la cultura democrática por parte de los sectores emergentes52. Esta
situación llevaría al establecimiento de nuevos regímenes autoritarios y excluyentes
impulsados tanto por los movimientos nacional-populares (a través de regímenes
plebiscitarios) como por reacciones conservadoras (expresadas en el auge del
golpismo a partir de los años 30), que postergarían el establecimiento de la
regularidad democrática.

Por último, la revolución democrática, cuyo origen se encuentra en la


quiebra de los regímenes autoritarios (fuesen populistas o militares) no podía
superar su legitimidad de origen, al fracasar en la búsqueda de respuestas
duraderas a los problemas de inestabilidad e ingobernabilidad que les dieron
origen53. La apertura democrática implicaría la convicción –asumida gracias a las
lecciones de las largas y traumáticas experiencias autoritarias- de la superioridad
del sistema democrático, basado en la libre competencia ente partidos (por encima
de los liderazgos personalistas, no desaparecidos, pero sí debilitados), en la
regularización de las reglas y en la actualización libre de interferencias de sus
propios mecanismos de resolución de conflictos; convicción tal que previniera el
regreso de fórmulas abiertamente autoritarias54. El fin de la vida en clandestinidad
daría un nuevo auge a los partidos políticos, protagonistas de estas transiciones.
Sin embargo, y a medida que se desarrollaban las transiciones hacia la democracia,
sobrevenía la crisis del Estado de bienestar durante los años 80, generaría feroces
críticas a los partidos democráticos, y al centralismo e intervencionismo estatales.
Las respuestas frente a estas crisis no derivarían en regímenes militares, sino en
alternativas neoliberales tecnocráticas y en alternativas neopopulistas55. El
integrismo indígena, frente a un stablishment político visto como culturalmente
excluyente, también tomaría vuelo en esta etapa.

Estas revoluciones han producido una serie de conflictos estructurales que


atraviesan las sociedades latinoamericanas. Estos conflictos vienen alimentados
por las contradicciones sociales basadas en la estructura socioeconómica (la
contradicción renta/capital y la contradicción capital/trabajo) y en la estructura
sociocultural y en la cultura política (la contradicción tradiciónmodernidad y la
contradicción dependencia/autonomía)56. Los conflictos históricos que de tales
contradicciones se derivan serían los siguientes57:

52
CARMAGNANI, Marcello: Estado y Sociedad en America Latina, 1850-1930. Editorial Crítica/Grijalbo,
Barcelona, 1984, pp.176-235.
53
Ramos Jiménez, 2001, op.cit., p.82.
54
LUNA, Félix: Golpes de Estado y Salidas Electorales. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1983,
p.174.
55
Ramos Jiménez, 1997, op.cit., pp.89-99; pp.101-116.
56
Ramos Jiménez, 2001, op.cit., p.85.
57
Ramos Jiménez, 2001, op.cit., p.87.
13

1) Las guerras de emancipación nacional, durante la primera mitad del


siglo XIX, que destruyeron –sin extinguirlo- el orden social y la
estructura económica del sistema colonial,
2) Las guerras por la conformación de los Estados nacionales bajo el
sistema federal o unitario, a lo largo del siglo XIX, fundamentadas en
la contradicción entre la autonomía de los poderes locales y la
conformación del Estado nacional,
3) Las guerras civiles urbano-rurales, también a lo largo del siglo XIX,
por el control y determinación del sistema económico y su
articulación al mercado internacional,
4) Las luchas anticlericales decimonónica, por la derogación del derecho
eclesiástico sobre las leyes civiles, por la recuperación para los
municipios de los ejidos eclesiásticos y por la expansión de la
educación laica y republicana,
5) Las luchas anti-oligárquicas por la promoción de la alternabilidad
política, la expansión del derecho al sufragio,
6) La emergencia de movimientos populistas en la primera mitad del
siglo XX, que articulan las demandas de los grupos sociales
desarraigados por la crisis del Estado oligárquico y la explosión
urbana,
7) El auge de las revoluciones y movimientos nacionalistas,
8) El surgimiento de los movimientos sindicales socialistas y anarco-
sindicalistas surgidas con la aparición de concentraciones proletarias
en los centros urbanos y la emergencia de nuevas ideologías,
9) Las luchas anti-imperialistas y las insurgencias revolucionarias
socialistas y de movimientos de liberación nacional.
10) Los procesos de transición a la democracia luego del quiebre de los
autoritarimos militares, y,
11) La presión para la reforma del Estado, a favor de la descentralización
político-administrativa y la desregulación económica.

Cada una de estos conflictos estructurales polariza las actitudes políticas,


creando una serie de clivajes que a su vez tienen la capacidad de generar partidos
políticos en la región. A partir, entonces, de tales conflictos podemos derivar los
siguientes clivajes58:
Revolución Oligárquica:
 Grandes Propietarios / Burguesía
 Gran Burguesía / Pequeña Burguesía
 Iglesia / Estado
Revolución Nacional-Popular:
 Burguesía / Clase Obrera
 Oligarquía / Masa Popular
 Imperialismo / Nación
Revolución Democrática:
 Autoritarismo / Democracia

58
Ramos Jiménez, 2001, op.cit., p.89.
14

 Estado / Mercado

De estos clivajes podemos derivar una serie de familias políticas en las cuales
podremos distribuir los partidos políticos latinoamericanos de acuerdo a su origen
histórico (fig. 2)59. Es posible apreciar, así, cómo los arreglos políticos
contemporáneos corresponden –o, al menos, son visibles- al desarrollo histórico de
la región, dentro de la cual encontraremos diferencias dentro de la configuración
específica del sistema de partidos nacionales. En cada caso, y más allá del análisis
comparado, esto responderá a la importancia concreta que dentro de cada país
tengan determinados clivajes.

59
Ramos Jiménez, 2001, op.cit., p.101.
15

III. FAMILIAS DE PARTIDOS POLÍTICOS EN AMÉRICA LATINA

Los conflictos descritos arriba hallan su cristalización en los clivajes también


expuestos. A su vez, éstos hallan expresión en las distintas familias de partidos
políticos latinoamericanos; al determinar el origen de cada partido podemos
determinar su ubicación en estas categorías, y avanzar una propuesta de genealogía
político-partidista latinoamericana.

Siguiendo, entonces, la tipología avanzada por Ramos Jiménez, existen en


América Latina cuatro familias principales de partidos políticos, a saber:
oligárquica, socialista, popular, democrática60.

Familia Oligárquica:
Los partidos políticos oligárquicos surgen en América Latina a raíz de los
conflictos derivados de la construcción del Estado nacional, sobre los regímenes de
democracia restringida. Dadas las peculiares características de la competencia
entre partidos en esta etapa (la recurrencia del fraude electoral, el voto censitario,
las restricciones constitucionales a la participación política, o la resolución bélica
de los conflictos entre partidos) y de las facciones que actuaban en la incipiente
vida política, se puede hablar de protopartidos. Tales facciones se organizaron, “de
manera poco rígida” entre partidos conservadores y partidos liberales61, los
cuales, pese a las diferentes etiquetas y heterogeneidad de comportamientos
históricos, se formaron para la defensa y promoción de los intereses de élites
rivales, ambos dentro de la oligarquía62. El surgimiento de tales partidos responde
a los clivajes Iglesia/Estado y Grandes Propietarios/Burguesía; esta bipolaridad
clásica cristalizó con más estabilidad en Colombia, Ecuador, Chile, Uruguay, la
Cuba pre-Batista, los países centroamericanos y, el Brasil imperial63.
Los partidos conservadores se alinearían alrededor de los sectores
clericales, la centralización del poder político y la oposición a los intereses
comerciales y librecambistas; en general, se alimentaban de una ideología que
desconfiaba de la ampliación de los derechos democráticos, y que apelaba al
mantenimiento del orden establecido64.
Por su parte, los partidos liberales, que finalmente consolidan el sistema
oligárquico como un sistema de colaboraciones entre élites65, promovían los
intereses de sectores laicos, la incipiente burguesía y sectores agrarios volcados
hacia la exportación. Éstos partidos aspiraban un orden social menos
tradicionalista y más secularizado, más descentralizado y, en última instancia,

60
Ramos Jiménez, 2001, op.cit., p.94.
61
Hartlyn y Valenzuela, op.cit., p.29.
62
Para una caracterización de las oligarquías latinoamericanas, léase ROUQUIE, Alain, op.cit., pp. 109-152
63
DI TELLA, Torcuato S.: Historia de los Partidos Políticos en América Latina, S. XX. Breviarios FCE,
México, 1993, pp. 337-338.
64
Di Tella, op.cit., p.338; Hartlyn y Valenzuela, op.cit., id.; Ramos Jiménez, 2001, op.cit., p.185; WERZ,
Nikolaus: Pensamiento sociopolítico moderno en América Latina. Nueva Sociedad, Caracas, 1995, pp.49-
52.
65
CARMAGNANI, Marcello: “Elites políticas, sistemas de poder y gobernabilidad en América Latina”, en
METAPOLITICA, Vol. 2, N° 5, Enero-Marzo, 1998. CEPCOM, México, pp.7-17
16

orientado hacia la integración nacional al mercado capitalista mundial 66. En buena


medida, proporcionaron a los sistemas políticos latinoamericanos de una efectiva
alternativa legitimadora, en aquellos países donde hubo mayor regularización –que
no ampliación- de la vida democrática.
La política de compromisos entre conservadores y liberales, y el surgimiento
de nuevas clases sociales urbanas (surgidas por el desarrollo industrial, y
educacional), en particular la burguesía, cuyas demandas eran bloqueadas, derivó
en formaciones políticas que, desprendidas de los movimientos liberales (acaso
postulando las “verdaderas” y “originales” banderas liberales), darían lugar a los
partidos radicales, alimentados por los intereses “antioligárquicos” de su base
social67. Los típicos ejemplos de este radicalismo fueron el Partido Radical chileno,
cuya participación fue muy importante durante el período de la “república
parlamentaria”, gracias a la mayor vigencia de las libertades públicas y la
ampliación de los derechos de participación de los sectores populares en ese país 68;
.y la Unión Cívica Radical argentina, surgida a finales del siglo XIX como
desprendimiento de la fracasada alternativa liberal frente al dominante y
conservador Partido Autonomista Nacional. Acaso las flaquezas del sistema político
argentino, lo hicieron refractario al empuje de la UCR, cuyo avance dependió -en
mayor medida que el del partido Radical Chileno- de liderazgos pseudo-caudillistas
y carismáticos, como el de Hipólito Yrigoyen69.

Familia Socialista:
Bajo el amplio espectro de la “izquierda latinoamericana”70, encontramos a
los partidos de la familia socialista, surgidos a la luz de la revolución nacional-
popular71. Dentro de la misma encontramos a los partidos socialistas moderados, a
los partidos comunistas y a los partidos revolucionarios.
El clivaje inicial que alimenta el surgimiento de estos partidos es la
polarización burguesía / clase obrera, representando los intereses de un sector
obrero con creciente presencia social, gracias a la incipiente industrialización de los
países latinoamericanos. Del mismo modo, dada la importante penetración del
capital norteamericano (y la presencia, en menor medida, del capital europeo) en la
región desde finales del siglo XIX, el clivaje Imperialismo / Nación también jugaría
un rol fundamental. Sin embargo, dentro de esta familia, si bien se compartían
supuestos ideológicos fundamentales, han existido profundas discrepancias con
respecto a los medios de aplicación de la doctrina marxista (y el modo de alcanzar
el poder) en el medio latinoamericano; discrepancias que llevaron a feroces debates
e, incluso, a violentos enfrentamientos72. Esta región fue testigo de la aparición de
tales partidos en medio de condiciones sociales poco auguriosas: ¿cómo podían

66
Di Tella, op.cit., id.; Hartlyn y Valenzuela, op.cit., id.; Werz, op.cit., pp.43-49.
67
Ramos Jiménez, 2001, op.cit., p.202-208.
68
Di Tella, op.cit., p.31.
69
Di Tella, op.cit., p.34; SABSAY, Fernando: Caudillos de la Argentina. Editorial El Ateneo, Buenos Aires,
2002, pp.405-430.
70
ANGELL, Adam: “La Izquierda latinoamericana desde c. 1920”, en BETHELL, Leslie, ed.: Historia de
América Latina. Vol. 12: Política y Sociedad desde 1930. Cambridge University Press, Crítica, Barcelona,
1997, p.73.
71
Ramos Jiménez, 2001, op.cit., p.95, p.211.
72
Angell, op.cit., id.
17

organizarse partidos revolucionarios con una débil clase trabajadora, una


numerosa pequeña burguesía y un sector campesino abrumador? ¿Cómo podían
enfrentarse estos partidos a coaliciones de sectores sociales tan disímiles, sólo
unidos en su feroz oposición al ideario socialista?
El surgimiento de estos partidos responderá a los conflictos originados a la
luz de la revolución nacional-popular: el desarrollo de un incipiente proletariado, el
desarrollo de concentraciones urbanas, la entrada de nuevas ideologías (tríadas por
inmigrantes radicales europeos), y el empuje del capitalismo (especialmente el
norteamericano) sobre nuestras sociedades. Así mismo, su desarrollo se verá
signado por la influencia de la dinámica propia del socialismo mundial. Los tres
clivajes característicos de esta etapa, en especial el clivaje Imperialismo/nación y el
clivaje Burguesía/clase obrera, marcarán la emergencia de estos partidos.
Aunque la aparición de las ideas socialistas en América Latina data de
mediados del siglo XIX, no sería sino hasta finales de ese mismo siglo cuando
aparecerían los partidos socialistas moderados, cristalizando las demandas del
incipiente proletariado nacional y de sectores intelectuales de izquierda alrededor
de los clivajes arriba mencionados. En 1896 surgiría el Partido Socialista
Argentino, y le acompañarían temprano otras experiencias nacionales, como el
partido socialista chileno73, el uruguayo o el peruano. Estos partidos, que llegaron a
desarrollar una importante actividad parlamentaria, siguiendo las tendencias de la
socialdemocracia europea y de la Internacional Socialista, si bien contemplarían la
posibilidad de alianzas con sectores progresistas dentro sus respectivas sociedades,
procurarían diferenciarse de las alternativas nacional-populares, y se distanciarían
de las imposiciones del comunismo internacional, fuese al rehusarse a plegarse con
la III Internacional (antes de la II Guerra Mundial, como es el caso del PS
argentino, el PSU uruguayo y el PPS mexicano), o fuese ya como escisión de tales
partidos comunistas por su rigidez y pliegue a las políticas de la Unión Soviética
(mas cercanos a las ideas del eurocomunismo que a los planteamientos
socialdemócratas; como es el caso del MAS venezolano, el Partido Socialista de
Costa Rica y el MIR boliviano). Contemporáneamente, los partidos socialistas,
presentes en todo el continente, se han encuadrado en el clivaje antiautoritario y a
favor de la transición y consolidación de regimenes democráticos, como modo de
avanzar su agenda social, impulsados fuera de la rigidez burocrática o doctrinaria, y
a través del replanteamiento del clivaje clase obrera/burguesía, como el nuevo
sindicalismo alrededor del cual surgió el PT brasileño (y la Causa Radical
venezolana)74.
En cuanto a los partidos comunistas, su aparición, expansión y relativa
ineficacia a la hora de consolidarse como alternativa viable para alcanzar al poder
se debe al impacto de la revolución rusa y a su subsiguiente dependencia del
movimiento comunista internacional, que dictaría mucho de sus tácticas y acciones
(fuese por medio del Comintern, hasta la II Guerra Mundial, o por medio del
mismo estado soviético, durante la guerra fría). Esta relación de dependencia, que

73
Chile contó con la peculiar situación de integrar en su sistema parlamentario pluripartidista a los partidos
socialista y comunista, lo cual lo haría un miembro incomodo dentro del movimiento comunista internacional.
Hartlyn y Valenzuela, op.cit., p.29.
74
Ramos Jiménez, 2001, op.cit., pp.226, 231; Angell, p.127.
18

motivo frecuentes cambios tácticos75, generaba la desconfianza de potenciales


aliados que, junto a la hostilidad de otros sectores sociales (que llevaron a la
frecuente ilegalización de estos partidos), evitaron que llegaran a consolidar su
posición como alternativa legitima y efectiva al resto de los partidos políticos. De su
auge durante mediados de la década de 194076, pasaron a una súbita crisis durante
la década siguiente. La perdida de identidad propia (al sumergirse en las alianzas
impuestas por el browderismo), el avance de los movimientos nacional-populares y
la presión de los regímenes militares ponían en evidencia la incapacidad de la
izquierda ortodoxa para la movilización política. Esta debilidad relativa fomentaba
escisiones de estos partidos hacia la izquierda del espectro, que derivarían en la
formación de los partidos revolucionarios.
Los partidos revolucionarios, surgidos a la luz de la revolución cubana de
1959, no surgen desde los partidos comunistas, aunque podrían llegar a formar
estrechas relaciones con estos. De hecho, el Movimiento 26 de Julio no tuvo el
apoyo inicial del PSP (comunista) cubano, común a la lenta reacción del resto de
los partidos comunistas del continente. La revisión de estrategias y el triunfo de
este movimiento dieron inicio a la proliferación de guerrillas rurales (salvo en
aquellos países con fuertes partidos socialista de masas), que sumando a los
clivajes antiimperialista y anticapitalista una fuerte tendencia antiburguesa (que
desestimaba la importancia de una revolución burguesa inicial a favor de la lucha
campesina), despojando a los partidos comunistas de su carácter de única fuente de
legitimidad marxista77. Los fracasos de esta estrategia, más allá del ejemplo cubano
eran evidentes a inicios de la década de 1970. Sin embargo, el derrocamiento del
régimen de Allende en 1973, el recrudecimiento de los regimenes militares
existentes y la pertinacia de estructuras de poder oligárquicas, reavivaron a estos
partidos (y la influencia cubana)78, los cuales, empero, desaparecerían o se
realinearían dentro de la ola democratizadora y de pacificación durante la década
siguiente. Partidos como el FMLN salvadoreño, el M-19 colombiano (desprendido
de un partido populista), y el FSLN nicaragüense, se abrirían al libre juego
democrático79.
Cabe destacar que han surgido en América Latina, debido a las
peculiaridades de los enfrentamientos internos dentro de la familia socialista,
movimientos de izquierda “integrista”, trotskistas y maoístas. Sin embargo, su
carácter marginal, y su vocación de partidos “auténticos”, los ha dejado al margen
de los procesos de democratización latinoamericanos, amen de la absorción de

75
La dinámica de esta relación, y sus implicaciones sobre la actuación de los partidos comunistas
latinoamericanos desde los inicios de la Revolución Rusa hasta la Segunda Guerra Mundial y los albores de la
Guerra Fría (gracias a su sometimiento tanto a Moscú como al Partido Comunista de los Estados Unidos), que
explicaría su declive durante la década de los 1950 frente a la avanzada nacional-popular y los regimenes
militares, es descrita en CABALLERO, Manuel: Latin America and the Comintern, 1919-1943. Cambridge
University Press, Cambridge, 1986.
76
En esta etapa, los partidos comunistas gozaron de un enorme prestigio y de una amplia tolerancia por su
participación en las coaliciones antifascistas en el contexto de la II Guerra Mundial. Angell, op.cit., p.95.
77
Ramos Jiménez, op.cit., p.230; Angell, op.cit., p.101.
78
DROZ, Jacques: "Socialismo y Comunismo en América Latina", en Historia General del Socialismo, Vol.
IV De 1945 a Nuestros Días. Ediciones Destino, Barcelona, 1983, pp. 240-248.
79
Angell, op.cit., p.130; Ramos Jiménez, 2001, op.cit., p.231.
19

muchos de estos dentro de las amplias alianzas antiautoritarias de los partidos de


izquierda80.
Familia Popular:
Los grandes rivales de los partidos de la familia socialista por el favor de las
masas desarraigadas por la crisis del Estado Oligárquico-liberal, fueron los partidos
de la familia popular, acaso los primeros movimientos políticos propiamente de
masas en el continente, herederos sui generis de los partidos radicales de inicios de
siglo. Articulados fundamentalmente como partidos del “pueblo” y de la “nación”,
se originaron alrededor del clivaje antioligárquico y también como respuesta a la
penetración imperialista81, estas organizaciones, con vocación de partidos de
masas, también serán expresión de las contradicciones de la revolución nacional-
popular. Aunque es difícil desligar a los movimientos nacionalistas de los
populares82, alli donde se enfatiza el clivaje antiimperialista, surgieron con más
ímpetu los partidos nacionalistas, y donde se privilegió el clivaje antioligarquico,
emergieron los partidos populares83
Los partidos nacionalistas tienen como ejemplos al PRM mexicano (que se
convertiría en el PRI actual), al APRA peruano y al MNR boliviano. Ambos
movimientos intentaron canalizar la agenda antiimperialista (y en menor medida)
antioligárquica a través de si, pretendiendo un rol hegemónico dentro de sus
sociedades, por encima de divisiones de clase y doctrina, de modo de articular una
alianza estable a lo largo de todos los sectores sociales (cooptados
corporativamente) que permitiera consolidar un programa de desarrollo nacional
autónomo84. En este sentido, el éxito del PRM (y su transición hacia el PRI) y el
fracaso del MNR para consolidar su poder, son emblemáticos. La capacidad del
PRM de unificar –y neutralizar- las diversas fuerzas que eclosionaron durante la
revolución mexicana, para transformarse en un partido casi hegemónico fue
notable, en contraste con la absoluta incapacidad del MNR en lograr tal unidad,
por la incapacidad de articular un proyecto cohesionador y una estructura
burocrática que absorbiese los intereses divergentes de su coalición 85. En cuanto al
80
Ramos Jiménez, 2001, op.cit., p.235.
81
Sin embargo, hay que decir que este clivaje no tendría el mismo significado para los partidos de la familia
popular, y los partidos de la familia socialistas, en cuanto como se definiesen frente al clivaje anticaplitalista.
Aunque si bien para ambos la penetración del capital extranjero es un enemigo fundamental, para los primeros
el capitalismo autoctono (diferenciado de la oligarquia “entreguista”) es un miembro natural de las alianzas
revolucionarias nacionalistas, que de suyo promoveran reformas estatistas e intervencionistas. De todos
modos, la vaguedad doctrinaria de los partidos de la familia popular podria –de ser necesario- aligerar su
énfasis sobre algún clivaje determinado.
82
Alain Touraine agrupa, en su análisis sobre las políticas nacional-populares, no sólo integra ambas
nociones, sino que añade a su clasificación partidos y movimientos que señalaríamos aquí como radicales y
hasta como democráticos (colocando dentro de esta metacategoría –nacional-popular- a partidos y
movimientos tan disímiles como el yrigoyenismo de la UCR, el gaitanismo, el battlismo, el Aprismo, el
Partido de la Revolución Dominicana, Acción Democrática y la Democracia Cristiana chilena),
diferenciándolos sólo en su énfasis (fuese ya alrededor de la integración político-cultural, de la independencia
nacional o de la participación política); ver TOURAINE, Alain: “Las Políticas Nacional-Populares”, en
Actores Sociales y Sistemas Políticos en América Latina. PREALC, Santiago de Chile, 1987, pp. 139-170).
83
Ramos Jiménez, 2001, op.cit., p.96.
84
Ramos Jiménez, 2001, op.cit., pp.249-250.
85
DE LA PEÑA, Guillermo: “Las movilizaciones rurales desde c. 1920”, en BETHELL, Leslie, ed.: Historia
de América Latina. Vol. 12: Política y Sociedad desde 1930. Cambridge University Press, Crítica,
Barcelona, 1997, pp. 220-221, 231-234; Ramos Jiménez, 2001, op.cit., pp.250-252, 254-255.
20

APRA, el bloqueo que sufrió por parte del sistema político peruano y sus pertinaces
fracasos electorales, lo inhibieron de llegar al poder para promover su programa,
desdibujado por las alianzas o adelantado –sin relación con el APRA- por el
régimen militar de Velasco Alvarado. Solo su moderación posterior, luego de la
muerte de Haya de La Torre, pudo ayudarlo a alcanzar el poder, abandonando
muchas de las posturas que le dieron origen86.
Por su parte, los partidos populistas se agrupan principalmente alrededor
del clivaje oligarquía/pueblo, y tienden hacia la formación de liderazgos
personalistas y autoritarios, funcionales para la movilización política de los
sectores desarraigados (sin miramientos de clase) en el campo y las ciudades. Tal
liderazgo, cuyos ejemplos clásicos son el justicialismo peronista argentino, el
getulismo brasileño, el velasquismo en Ecuador, entre otros, se encontraría mas
allá de toda institucionalidad democrática u organización partidista. Al contrario
de los partidos nacionalistas, el personalismo inicial no dio paso a una generación
de relevo o a la formación de una estructura partidista, sino que arrastro consigo la
suerte de dichos partidos. Solo en algunos casos, dicho liderazgo se ha convertido
en el único elemento de cohesión, incluso después de la muerte de estos “líderes
únicos”), que permite la identificación dentro de cierta tradición simbólica por
encima de las reorientaciones ideológicas del partido (como en el caso del
peronismo menemista87). Estos partidos, en su momento de auge, derivaron en
regímenes autoritarios, bonapartistas y semicorporativos, con un compromiso
ambiguo con la democracia liberal88, promovieron la recurrencia de salidas
militares. De este modo, ni por sus efectos inmediatos, ni por su ejercicio en el
poder, pudo avanzarse demasiado en la consolidación de los regimenes
democráticos.

Familia Democrática:
El avance del proyecto democrático y el quiebre de los regímenes
autoritarios (así como el descrédito de las alternativas populistas y el fracaso de las
alternativas socialistas), es testigo de la emergencia de la forma partidista como
modo dominante del ejercicio político en la región. La revolución democrática,
articulada fundamentalmente alrededor del clivaje antiautoritario, sea este el
autoritarismo militar, oligárquico, populista o revolucionario. Central a esta
revolución son los partidos socialdemócratas y demócrata cristianos, al punto de
que la persistencia de partidos de otras familias se hace viable políticamente en la
medida en que estos se reorienten hacia el imperativo categórico del
antiautoritarismo o se realineen hacia posturas similares a estas subfamilias.
La postura más cercana al desarrollismo y al intervencionismo estatal fue
promovida por los partidos socialdemócratas y democristianos. Estos partidos,
cuyas bases social principal es la clase media, suelen dar a sus programas una
orientación policlasista. Con vocación de partidos de cuadros, se organizan
alrededor de estructuras profesionalizadas de militantes, promoviendo en última

86
Hartlyn y Valenzuela, op.cit., p.31; Ramos Jiménez, 2001, op.cit., pp.252-254.
87
AUYERO, Javier: “Todo por amor, o lo que quedó de la herejía. “Clientelismo Populista” en la Argentina
de los noventa”, en BURBANO DE LARA, Felipe (editor): El fantasma del populismo. Aproximación a
un tema (siempre) actual. Caracas, Editorial Nueva Sociedad, 1998, pp.81-118.
88
Hartlyn y Valenzuela, op.cit., p.31.
21

instancia cierta elitización, que deviene en la formación de una clase política. Por
otro lado, y este es el deslinde fundamental frente a los partidos nacional-
populares, es su proclividad hacia la libre competencia entre partidos. Si bien esto
se logro por un largo proceso de aprendizaje (en el cual no faltaron lecciones
traumáticas ni retrocesos), los esfuerzos pertinaces para institucionalizar el
liderazgo les permitió canalizar la convulsión política en sus términos.
Los partidos socialdemócratas aparecen en la escena latinoamericana en la
primera mitad del siglo XX, en la efervescencia política de la revolución nacional-
popular, de cuyo carácter se deslindarían89. Los ejemplos prototípicos de tales
partidos son Acción Democrática, en Venezuela, el partido de la Liberación
Nacional, en Costa Rica, y el PRD dominicano. En el caso de los dos primeros, su
doble deslinde del comunismo y de las tendencias autoritarias del populismo, así
como su marcada oposición a la reinstauración oligárquica (sumamente
improbable en el caso venezolano), lograron evitar en ellos tendencias hegemónicas
(pese a su natural propensión a expandir su influencia sobre sectores intermedios y
grupos de presión, como sindicatos y gremios). Ambos se convirtieron, en actores
institucionalizadotes clave hacia la consolidación democrática90, tendencia
reforzada por la actuación de los partidos socialdemócratas en las transiciones
postautoritarias posteriores, como en el caso del PRD dominicano, el PMDB y el
PSDB brasileños, y la Izquierda Democrática del Ecuador91.
Los partidos democristianos, por su parte, surgieron desde finales de la
década de 1940, inspirados en el pensamiento social católico, aglutinando dentro
de sí sectores de las clases medias desafectas al conservadurismo oligárquico. Éstos
alcanzaron mayor influencia en Chile, Venezuela, y Costa Rica, aunque están
presentes en casi todos los países del continente, llegando a ser esenciales para la
democratización de países como Panamá, El Salvador, República Dominicana y
Guatemala92. El PDC chileno, originado como escisión del partido conservador,
alcanza el gobierno a mediados de la década de 1960, procurando avanzar su
programa de “revolución en libertad”, “tercerista” entre las alternativas socialista y
oligárquica, sin lograr desplazar a ninguna de éstas. Eventualmente, durante la
transición desde el régimen militar, su carácter centrista lo convertiría en pieza
clave de la amplia coalición de oposición contra el gobierno, descartando sus
tendencias “comunitarias” y promoviendo una economía de mercado “con rostro
humano”93. El socialcristiano COPEI no surgiría desde viejos partidos
conservadores (extintos en Venezuela desde las guerras federales) sino de las
divisiones dentro del movimiento estudiantil (como una reedición actualizada del
clivaje Iglesia/Estado) y, aunque encarnizadamente opuesto a AD durante sus
primeros años, el régimen militar de la década siguiente reforzaría para siempre
sus convicciones democráticas, convirtiéndose en compañero del amplio espectro
político venezolano junto a su contraparte socialdemócrata. En cuanto al PUSC

89
Di Tella denomina a estos partidos como “partidos populistas de clase media” o “apristas”, señalando al
APRA como modélico de este tipo de organizaciones; otro tanto haría con los democristianos, incluyéndolos
en su categoría de partidos “centristas de clase media”. Di Tella, op.cit., pp.344-345, 355-356.
90
Hartlyn y Valenzuela, op.cit., pp.31-32.
91
Ramos Jiménez, 2001, op.cit., pp.279-280.
92
Hartlyn y Valenzuela, op.cit, pp.33-34; Ramos Jiménez, 2001, op.cit., pp.280-285.
93
Hartlyn y Valenzuela, op.cit, pp.33.
22

costarricense, éste sólo alcanzaría la unidad en la década de 1980, para convertirse


en contrapeso efectivo del PLN, superando por completo el conservadurismo en su
tendencia calderonista94.
La crisis del Estado de bienestar y el auge de los movimientos de reformas
político-económicas desrreguladoras y descentralizadoras, promovió el origen de
los partidos democráticos con tendencia a favorecer el mercado. A su vez, partidos
con tendencias neoconservadoras emergerían, no para salirse del cauce
democrático, sino para ofrecer una alternativa ante al centrismo intervencionista
de socialdemócratas y democristianos. Los partidos de corriente neoliberal,
defensores de la economía de mercado y del elitismo tecnocrático, así como su
desdén hacia la forma política partidista (en especial la representada por la “clase
política” formada bajo el impulso de los partidos socialdemócratas y
democristianos), emergieron durante la década de los 1980, y tuvieron su auge bajo
el llamado “Consenso de Washington”. Este consenso se extendió de tal modo que
varios partidos de centro democrático se plegaron sobre las reformas pro-mercado.
El éxito electoral de algunos de estos partidos, como el de la ADN boliviana 95, o en
su momento el fujimorismo peruano96 y el PRN brasileño97, se ha visto
acompañado por la influencia creciente de otros partidos afines, con posibilidades
de triunfo nacional cercanas, como la UDI y Renovación Nacional en Chile,
surgidas de las fuerzas que se desprendieron del pinochetismo más recalcitrante.
Con respecto a los partidos neoconservadores, aunque pueden actuar en
dupla con los sectores neoliberales (con los cuales tienen profundas afinidades),
éstos enfocan su participación en la vida política en la articulación de ciertos
sectores tradicionales de las clases dominantes, de modo de mantener su
influencia98, y de polarizar con los remanentes de los partidos populares o
socialistas, desplazando así a los partidos de centro, bajo la idea de la “renovación
nacional” o la “restauración de la república”. Característicos de esta tendencia son
la minoritaria UCEDE argentina, la Nueva Fuerza Republicana boliviana, el PSC
ecuatoriano, el PAN guatemalteco y la ARENA salvadoreña (que ha polarizado con
el revolucionario FMLN en la última etapa de la consolidación democrática).

Las “Transnacionales” Partidistas


Los vínculos de solidaridad e intereses a lo largo de estas familias y
subfamilias, así como las estrategias de expansión e implantación específicas a
determinadas ideologías, fomentan la formación de agrupaciones partidistas
continentales99. La importancia de estas organizaciones, en particular las
internacionales democráticas (la IS y la ODCA)100, radicó en buena medida en la
exportación de las ideologías partidistas, en la formación de cuadros

94
Hartlyn y Valenzuela, op.cit, pp.34; Di Tella, pp.264-266.
95
Di Tella, op.cit., p.312.
96
Originalmente enfrentado por el Partido Liberal de Mario Vargas Llosa, también neoliberal. La disyuntiva
ente dos alternativas neoliberales (una de las cuales era de corte veladamente autoritario) se debió al desplome
del aprismo, luego de su experiencia en el gobierno. Di Tella, op.cit., p.305; Ramos Jiménez, 2001, op.cit.,
p.289.
97
Di Tella, op.cit., p.301.
98
Ramos Jiménez, 2001, op.cit., p.291.
99
Ramos Jiménez, 2001, op.cit., p.19.
100
Hartlyn y Valenzuela, 2001, op.cit., p.34.
23

profesionalizados que fomentaran la organización de partidos en sus respectivos


países, en la coordinación de políticas comunes y, especialmente, en la promoción
del proyecto democrático, rompiendo con el aislamiento impuesto por los
regímenes autoritarios.
Dada la hegemonía presente del proyecto democrático, estas organizaciones
transnacionales han pasado, de sus orígenes ideológicamente específicos, a ser
testigos de la incorporación de partidos provenientes de diversas familias. Esto ha
sucedido por dos procesos simultáneos: por un lado, la ampliación progresiva de
estas organizaciones hacia formas más incluyentes (aún procurando mantener
elementos diferenciadores importantes), de modo de promover su influencia en la
mayor cantidad posible de países; y, por otro lado, el realineamiento de diversos
partidos para poder acceder a los mecanismos de solidaridad continental, y
adquirir credenciales democráticas, implícitas en su adscripción a tales
organizaciones.
Al ubicar a los diferentes partidos en familias políticas hemos tomado en
cuenta el clivaje que les dio origen. La ubicación de los mismos dentro de las
transnacionales partidistas ha de responder entonces al clivaje que representen
actualmente, que no es necesariamente –o principalmente- el que les haya dado
origen101. Así, podemos decir que el clivaje central de nuestro tiempo es el clivaje
antiautoritario (el cual ha de definir la adscripción o no de los partidos a los
sistemas de libre competencia partidista), el cual subordina al resto de los clivajes.
Así, podemos decir que todos los partidos son democráticos, y que son sus
diferencias específicas las que los distribuyen en las diferentes organizaciones
continentales. Cabe decir que en algunos casos la pertenencia a una organización
no excluye a un partido de adscribirse a otra (aunque la censura de un partido
miembro puede excluir a otro partido de entrar en la misma transnacional102).
En América Latina coexisten hoy diversas organizaciones partidistas
internacionales, a saber: la Internacional Socialista, la Organización Demócrata
Cristiana de América (miembro de la IDC), la Internacional Liberal y la Unión de
Partidos Latinoamericana.
La Internacional Socialista103, fundada en 1896, ha actuado en la región
desde la década de 1950. En su seno encontramos partidos de diverso cuño, desde
partidos socialistas (como el PS chileno), hasta partidos de origen revolucionario
(como el FSLN nicaragüense), pasando por un importante número de partidos
101
Ramos Jiménez, 2001, op.cit., p.93.
102
Uno de los ejemplos típicos de esta disposición es la recurrente negativa del partido COPEI a aceptar la
entrada en ODCA de los partidos resultantes de sus divisiones, en particular el partido Convergencia
Nacional.
103
Partidos miembros de la IS - América Latina y el Caribe (2003): Partidos Miembros Plenos:
Argentina: Partido Socialista, Unión Cívica Radical; Bolivia: Movimiento de la Izquierda Revolucionaria;
Brasil: Partido Democrático Laborista; Chile: Partido Por la Democracia, Partido Radical Social Demócrata,
Partido Socialista; Colombia: Partido Liberal Colombiano; Costa Rica: Partido Liberación Nacional; Ecuador:
Partido Izquierda Democrática; México: Partido de la Revolución Democrática; Nicaragua: Frente Sandinista
de Liberación Nacional; Paraguay: Partido Revolucionario Febrerista; Perú: Partido Aprista Peruano; Puerto
Rico: Partido Independentista Puertorriqueno; República Dominicana: Partido Revolucionario Dominicano;
Uruguay: Partido Socialista del Uruguay; Venezuela: Acción Democrática. Partidos Consultivos: México:
Partido Revolucionario Institucional; Panamá: Partido Revolucionario Democrático; Uruguay: Partido Nuevo
Espacio. Partidos Observadores: Colombia: Alianza Democrática M-19, El Salvador: Partido Socialdemócrata
(fuente: www.socialist-international.net ).
24

socialdemócratas (como AD y el PRD dominicano). A la vez, incluye partidos de


origen oligárquico, radical y nacionalista que, aún con sus fuertes niveles de
identificación heredada104, como la UCR argentina, el Partido Aprista Peruano y el
Partido Liberal colombiano, han logrado adoptar a lo largo de su desarrollo, las
banderas de sectores progresistas.
La Organización Demócrata Cristiana105 de América, fundada en 1947, es
más definida ideológicamente, siendo la gran mayoría de sus miembros partidos de
orientación socialcristiana. En su seno apenas se encuentran partidos separados de
la tradición democristiana, los cuales, sin embargo, son partidos muy importantes
dentro de sus países respectivos. Este es el caso del justicialismo argentino y del
conservatismo colombiano: el primero de ellos ha sido recurrentemente apoyado
por el pequeño partido democristiano argentino desde los inicios de la transición
postautoritaria; mientras el segundo absorbió dentro de sí todos los intentos de
establecer un partido de este tipo en Colombia (el presidente Betancur, elegido
como conservador, provenía de los cuadros del PDC colombiano, y el presidente
Misael Pastrana asumiría la denominación “social cristiano” para este partido).
La Unión de Partidos Latinoamericana106, por otro lado, fue fundada en
1991, y agrupa en su seno a diversos partidos neoliberales y de tendencia
conservadora (como ARENA, la ADN boliviana, la UDI chilena, etc.) y algunos
partidos de otras familias (como el justicialismo argentino o el conservatismo
colombiano, así como el PRSC dominicano). Esta organización es cercana, dentro
del espectro político de la región, a la Internacional Liberal, la cual, sin embargo,
apenas si cuenta con partidos miembros provenientes de Latinoamérica.
Más allá del socialismo, ¿cómo se articulan los partidos de las izquierdas a
través de estas organizaciones? La viabilidad de una internacional de partidos
socialistas en la región se ha puesto en duda107. Después de la caída del régimen
soviético, la izquierda latinoamericana pasó un largo proceso de redefinición, y
procuró buscar una identidad común frente a la embestida neoliberal. A mediados
de la década, bajo los auspcios del PT brasileño, se formó el Foro de São Paulo. Este
foro no es, ni mucho menos, una organización partidista internacional. Más al

104
Hartlyn y Valenzuela, op.cit., pp. 30, 34.
105
Organización Demócrata Cristiana De América: Argentina: Partido Demócrata Cristiano, Partido
Justicialista; Bolivia: Partido Democráta Cristiano; Brasil: Partido Da Frente Liberal, Partido Da Social
Democracia Brasileira; Chile: Partido Demócrata Cristiano; Colombia: Partido Conservador Colombiano;
Costa Rica: Partido Unidad Social Cristiana; Ecuador: Partido Democracia Popular / UDC; El Salvador:
Partido Demócrata Cristiano, Partido Acción Popular; Guatemala: Democracia Cristiana Guatemalteca;
Honduras: Partido Demócrata Cristiano; México: Partido Acción Nacional; Nicaragua: Partido Unidad Social;
Panamá: Partido Popular De Panamá; Paraguay: Partido Demócrata Cristiano; Perú: Unión Demócrata
Cristiana, Partido Popular Cristiano; República Dominicana: Partido Reformista Social Cristiano; Uruguay:
Partido Demócrata Cristiano; Venezuela: Partido Demócrata Cristiano COPEI (fuente, www.odca.cl )
106
Unión De Partidos Latinoamericana: Argentina: Partido Justicialista, UCEDE; Bolivia: Acción
Democrática Nacionalista, Nueva Fuerza Republicana; Chile: Renovacion Nacional, Unión Democrata
Indepdendiente; Colombia: Partido Conservador Colombiano, Nueva Fuerza Democratica; Costa Rica:
Partido Integracion Nacional; Ecuador: Partido Social Cristiano; El Salvador: Alianza Republicana
Nacionalista; Guatemala: Partido Por El Avanzado Nacional; Honduras: Partido Nacional De Honduras;
Nicaragua: Partido Conservador; Paraguay: Partido Colorado; Peru: Partido Polular Cristiano; Republica
Dominicana: Partido Reformista Social Cristiano, Fuerza Nacional Progresista; Venezuela: Proyecto
Venezuela (fuente: www.upla.net ).
107
Ramos Jiménez, 2001, op.cit., p.211.
25

contrario, se trata de una federación poco rígida de partidos de todo el espectro de


la izquierda latinoamericana, como el Frente Amplio uruguayo, el PRD mexicano,
el partido comunista cubano, el FMLN salvadoreño, y el FSLN nicaragüense. A su
vez, comparten este foro (cuyas declaraciones luego de cada reunión conforman
una suerte de sumario de las diferentes agendas de izquierda latinoamericana),
múltiples organizaciones sociales (indigenistas, ecologistas, de género, etc.), que no
se ven expresadas directamente por los partidos políticos socialistas.

COMENTARIOS FINALES

El análisis de la genealogía de los partidos políticos latinoamericanos a


través de la dinámica de conflictos no sólo facilita el análisis comparado, sino que
permite replantearse el estudio de los casos nacionales más allá del mero recuento
cronológico, demasiado concentrado en ciertas figuras descollantes de la política
continental, más que en las estructuras específicas a cada país. De este modo,
podrá apreciarse en perspectiva la larga marcha hacia la democratización de
nuestros países.

Dicho esto, puede admitirse que, aunque las ofertas autoritarias no han
desaparecido, la hegemonía del proyecto democrático parece consolidada. Sin
embargo, el resurgimiento durante la última década de movimientos neopopulistas
y neorrevolucionarios, que consolidan posiciones por medio –y a expensas- de los
mecanismos democráticos, así como las limitaciones del mismo proceso
democratizador para satisfacer las demandas de sociedades crecientemente
desintegradas y anómicas, podría indicar lo contrario. Las amenazas a la
consolidación democrática podrían venir de clivajes no resueltos dentro de los
sistemas democráticos.

Ciertamente, la supervivencia de los partidos actuales pasará porque éstos se


mantengan como alternativas legítimas y viables frente a los clivajes que los
originaron, y que puedan adaptarse al surgimiento de nuevos conflictos sociales.
Sin embargo, la persistencia de numerosas asimetrías sociales permanece como
dedo acusador sobre los partidos latinoamericanos. La recurrencia discrónica de
ciertos clivajes, tomados como banderas de nuevos movimientos y organizaciones,
pone en evidencia el hecho de que el proyecto democrático será siempre
inconcluso. Pero no se trata de aceptar un límite, sino de trabajar constantemente
por su consolidación

En última instancia, la legitimidad de nuestros sistemas democráticos


subsistirá en tanto el clivaje antiautoritario permanezca, como el imperativo
categórico de nuestros partidos políticos contemporáneos.
26

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