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Código: 9CIC1013
Unidad Académica Responsable: Dirección de Currículo General
Requisitos: Ninguno
Número de semanas: 15
UNIDADES TEMÁTICAS DE ESPAÑOL UNO
Competencias a fortalecer
El uso incorrecto de las letras puede causar que muchas palabras carezcan
de un verdadero sentido, o que su significado se vuelva diferente al que realmente
pretendemos transmitir.
Uso de la b
Se escriben con b, todas las terminaciones del pretérito imperfecto del modo
Indicativo del verbo ir y los verbos terminados en ar.
Ejemplos: amar/amaba; ir/iba; soñar/soñaba.
Se escriben con b, las palabras que inicien con abu, abo, ebu, etc.
Ejemplos: aburrido, abolir, ebullición.
Se escriben con b, las palabras que comienzan con bur, bus, buz.
Ejemplos: burdo, búsqueda, buzo.
Se escriben con b, todos los verbos terminados en bir, buir y sus conjugaciones.
Ejemplos: escribir, escribo, escribía; contribuir, contribuyo, contribuye, etc.
Menos: hervir, servir, vivir, etc.
Se escriben con b, las palabras que inicien con las sílabas ra, su, ti. Se escribe b
inmediatamente después de ellas
Ejemplos: rabo, subir, tibetano.
Se escriben con b, las palabras que inicien con bien, buen o bene.
Ejemplos: bienestar, buenaventura, benefactor.
Menos: Viena, viene, viendo, vientre, viento.
Se escriben con b, los infinitivos en casi todos los tiempos, de los siguientes verbos.
Ejemplos: saber, caber y haber.
Se escriben con b, las palabras que inicien con ca, car, ce.
Ejemplos: caballo, carbón, cebo, etc.
Menos: caviar, Carvajal.
Tomado de la obra “La ruleta rusa” de Rafael Flores Segura. Nacido en la ciudad de Danlí, El paraíso,
Honduras. (Graduado de la Universidad de Missouri, U.S.A.)
Hubo una vez, en el corazón del mundo, un reino que parecía ser el más bello
sobre la tierra. Sus casas majestuosamente diseñadas y con asombrosa cautela
ordenadas, semejaban una perfecta creación divina.
El rey era un hombre joven aún, de sonrisa cándida y mirar sombrío. Siempre
que tuvo que pelear lo hizo con gallardía y esmero; estaba acostumbrado a las más
duras batallas.
Su reino era visitado por diversidad de personas de diferentes reinos cercanos
al suyo. Acostumbraba dar, personalmente, la bienvenida a los invitados, así como
a los transeúntes y peregrinos.
A la gente le gustaba disfrutar de aquella variedad de frutas exóticas, plantadas
alrededor del reino. Éstas habían sido traídas de diferentes partes del mundo para
darle un toque especial a su palacio.
A algunas personas les gustaba contemplar la gran cantidad de riachuelos
artificiales, donde los peces jugaban al calor del sol abrasador. En los frondosos
árboles, centenares de pájaros se postraban dispuestos a alegrar las mañanas de
los huéspedes, con su delicado cantar. Parecía mágico saberse departiendo en
aquel pedazo de la naturaleza.
Un buen día, llegó a oídos del rey que una peste de envidia amenazaba su reino,
entonces dispuso enviar a su esposa y a su único hijo al reino más lejano posible
para que éstos no fueran a ser contagiados; luego ordenó que saliera un grupo
armado y matara a todos los que se descubriera que estaban infectados con la
mortal plaga. Día a día eran asesinadas cientos y cientos de personas enfermas
con el mal, sin embargo, lejos de terminar con él, éste seguía creciendo y creciendo.
Entonces decidió mandar a matar a todos los niños, creyendo que así se curaría la
epidemia, pero no dio resultado. Mandó a llamar a Xoil Caustré, su hombre de
confianza y guerrero incondicional.
—Tenemos que hacer algo para erradicar esta peste, —le dijo; tenemos que
matar a toda la gente que queda… orden que de inmediato fue cumplida. Al término
de la misma, el guerrero se presentó ante el rey y le dijo:
—Señor, sus órdenes han sido cumplidas. Toda la gente ha sido asesinada, ya
solo quedamos usted y yo. Creo que fue una decisión errada, pero usted es quien
tiene el poder —y quién no quisiera tenerlo—dijo.
El rey rio esto como un acto de envidia y le dijo: — ¡tú también te contagiaste
con la enfermedad!, acto seguido le asestó una herida mortal. El guerrero cayó
fulminado. Sus ojos yertos estaban fijos en los ojos del rey. El rey como sin querer
exclamó —! cuánto no daría yo por estar así, …dormido como tú!...
Uso de la c
Se escriben con c, los verbos terminados en cir y ducir.
Ejemplos: deducir, conducir, aducir, etc.
Menos: asir.
Se escriben con c, los diminutivos: cito, ecita, ecillo, si provienen de palabras sin s
final.
Ejemplos: cafecito, piedrecita, panecillo.
Se escribe con c, la terminación ces que surge del plural de las palabras que
contienen z.
Se escriben con c, las formas de los verbos terminados en ceder, cender, cibir y
citar, siempre que no proceda de raíces que lleven s.
Ejemplos: preceder, encender, percibir, recitar, etc.
Se escriben con j las terminaciones en aje y las que inician con eje.
Ejemplos: viaje, salvaje, ejemplo, etc.
La miel silvestre
Horacio Quiroga
Tengo en el Salto Oriental dos primos, hoy hombres ya, que a sus doce años, y a
consecuencia de profundas lecturas de Julio Verne, dieron en la rica empresa de
abandonar su casa para ir a vivir al monte. Este queda a dos leguas de la ciudad.
Allí vivirían primitivamente de la caza y la pesca. Cierto es que los dos muchachos
no se habían acordado particularmente de llevar escopetas ni anzuelos; pero, de
todos modos, el bosque estaba allí, con su libertad como fuente de dicha y sus
peligros como encanto.
Desgraciadamente, al segundo día fueron hallados por quienes los buscaban.
Estaban bastante atónitos todavía, no poco débiles, y con gran asombro de sus
hermanos menores -iniciados también en Julio Verne- sabían andar aún en dos pies
y recordaban el habla.
La aventura de los dos robinsones, sin embargo, fuera acaso más formal a haber
tenido como teatro otro bosque menos dominguero. Las escapatorias llevan aquí en
Misiones a límites imprevistos, y a ello arrastró a Gabriel Benincasa el orgullo de
sus stromboot.
Benincasa, habiendo concluido sus estudios de contaduría pública, sintió fulminante
deseo de conocer la vida de la selva. No fue arrastrado por su temperamento, pues
antes bien Benincasa era un muchacho pacífico, gordinflon y de cara rosada, en
razón de su excelente salud. En consecuencia, lo suficiente cuerdo para preferir un
té con leche y pastelitos a quién sabe qué fortuita e infernal comida del bosque.
Pero así como el soltero que fue siempre juicioso cree de su deber, la víspera de
sus bodas, despedirse de la vida libre con una noche de orgía en componía de sus
amigos, de igual modo Benincasa quiso honrar su vida aceitada con dos o tres
choques de vida intensa. Y por este motivo remontaba el Paraná hasta un obraje,
con sus famosos stromboot.
Apenas salido de Corrientes había calzado sus recias botas, pues los yacarés de la
orilla calentaban ya el paisaje. Mas a pesar de ello el contador público cuidaba
mucho de su calzado, evitándole arañazos y sucios contactos.
De este modo llegó al obrage de su padrino, y a la hora tuvo éste que contener el
desenfado de su aijado.
-¿Adónde vas ahora? -le había preguntado sorprendido.
-Al monte; quiero recorrerlo un poco -repuso Benincasa, que acababa de colgarse
el winchester al hombro.
-¡Pero infeliz! No vas a poder dar un paso. Sigue la picada, si quieres… O mejor
deja esa arma y mañana te haré acompañar por un peón.
Benincasa renunció a su paseo. No obstante, fue hasta la vera del bosque y se
detuvo. Intentó vagamente un paso adentro, y quedó quieto. Metiose las manos en
los bolsillos y miró detenidamente aquella inextricable maraña, silbando débilmente
aires truncos. Después de observar de nuevo el bosque a uno y otro lado, retornó
bastante desilusionado.
Al día siguiente, sin embargo, recorrió la picada central por espacio de una legua, y
aunque su fusil volvió profundamente dormido, Benincasa no deploró el paseo. Las
fieras llegarían poco a poco.
Llegaron éstas a la segunda noche -aunque de un carácter un poco singular.
Benincasa dormía profundamente, cuando fue despertado por su padrino.
-¡Eh, dormilón! Levántate que te van a comer vivo.
Benincasa se sentó bruscamente en la cama, alucinado por la luz de los tres faroles
de viento que se movían de un lado a otro en la pieza. Su padrino y dos peones
regaban el piso.
-¿Qué hay, qué hay? -preguntó echándose al suelo.
-Nada… Cuidado con los pies… La corrección.
Benincasa había sido ya enterado de las curiosas hormigas a que llamamos
corrección. Son pequeñas, negras, brillantes y marchan velozmente en ríos más o
menos anchos. Son esencialmente carnívoras. Avanzan devorando todo lo que
encuentran a su paso: arañas, grillos, alacranes, sapos, víboras y a cuanto ser no
puede resistirles. No hay animal, por grande y fuerte que sea, que no haya de ellas.
Su entrada en una casa supone la exterminación absoluta de todo ser viviente, pues
no hay rincón ni agugero profundo donde no se precipite el río devorador. Los perros
aúllan, los bueyes mugen y es forzoso abandonarles la casa, a trueque de ser roídos
en diez horas hasta el esqueleto. Permanecen en un lugar uno, dos, hasta cinco
días, según su riqueza en insectos, carne o grasa. Una vez devorado todo, se van.
No resisten, sin embargo, a la creolina o droga similar; y como en el obraje abunda
aquélla, antes de una hora el chalet quedó libre de la corrección.
Benincasa se observaba muy de cerca, en los pies, la placa lívida de una
mordedura.
-¡Pican muy fuerte, realmente! -dijo sorprendido, levantando la cabeza hacia su
padrino.
Este, para quien la observación no tenía ya ningún valor, no respondió,
felicitándose, en cambio, de haber contenido a tiempo la invasión. Benincasa
reanudó el sueño, aunque sobresaltado toda la noche por pesadillas tropicales.
Al día siguiente se fue al monte, esta vez con un machete, pues había concluido por
comprender que tal utensilio le sería en el monte mucho más útil que el fusil. Cierto
es que su pulso no era maravilloso, y su acierto, mucho menos. Pero de todos
modos lograba trozar las ramas, azotarse la cara y cortarse las botas; todo en uno.
El monte crepuscular y silencioso lo cansó pronto. Dábale la impresión -exacta por
lo demás- de un escenario visto de día. De la bullente vida tropical no hay a esa
hora más que el teatro helado; ni un animal, ni un pájaro, ni un ruido casi. Benincasa
volvía cuando un sordo zumbido le llamó la atención. A diez metros de él, en un
tronco hueco, diminutas abejas aureolaban la entrada del agujero. Se acercó con
cautela y vio en el fondo de la abertura diez o doce bolas oscuras, del tamaño de
un huevo.
-Esto es miel -se dijo el contador público con íntima gula-. Deben de ser bolsitas de
cera, llenas de miel…
Pero entre él -Benincasa- y las bolsitas estaban las abejas. Después de un momento
de descanso, pensó en el fuego; levantaría una buena humareda. La suerte quiso
que mientras el ladrón acercaba cautelosamente la hojarasca húmeda, cuatro o
cinco abejas se posaran en su mano, sin picarlo. Benincasa cogió una en seguida,
y oprimiéndole el abdomen, constató que no tenía aguijón. Su saliva, ya liviana, se
clarifico en melífica abundancia. ¡Maravillosos y buenos animalitos!
En un instante el contador desprendió las bolsitas de cera, y alejándose un buen
trecho para escapar al pegajoso contacto de las abejas, se sentó en un raigón. De
las doce bolas, siete contenían polen. Pero las restantes estaban llenas de miel,
una miel oscura, de sombría transparencia, que Benincasa paladeó golosamente.
Sabía distintamente a algo. ¿A qué? El contador no pudo precisarlo. Acaso a resina
de frutales o de eucaliptus. Y por igual motivo, tenía la densa miel un vago dejo
áspero. ¡Mas qué perfume, en cambio!
Benincasa, una vez bien seguro de que cinco bolsitas le serían útiles, comenzó. Su
idea era sencilla: tener suspendido el panal goteante sobre su boca. Pero como la
miel era espesa, tuvo que agrandar el agujero, después de haber permanecido
medio minuto con la boca inútilmente abierta. Entonces la miel asomó,
adelgazándose en pesado hilo hasta la lengua del contador.
Uno tras otro, los cinco panales se vaciaron así dentro de la boca de Benincasa.
Fue inútil que éste prolongara la suspensión, y mucho más que repasara los globos
exhaustos; tuvo que resignarse.
Entre tanto, la sostenida posición de la cabeza en alto lo había mareado un poco.
Pesado de miel, quieto y los ojos bien abiertos, Benincasa consideró de nuevo el
monte crepuscular. Los árboles y el suelo tomaban posturas por demás oblicuas, y
su cabeza acompañaba el vaivén del paisaje.
-Qué curioso mareo… -pensó el contador. Y lo peor es…
Al levantarse e intentar dar un paso, se había visto obligado a caer de nuevo sobre
el tronco. Sentía su cuerpo de plomo, sobre todo las piernas, como si estuvieran
inmensamente hinchadas. Y los pies y las manos le hormigueaban.
-¡Es muy raro, muy raro, muy raro! -se repitió estúpidamente Benincasa, sin
escudriñar, sin embargo, el motivo de esa rareza. Como si tuviera hormigas… La
corrección -concluyó.
Y de pronto la respiración se le cortó en seco, de espanto.
-¡Debe ser la miel!… ¡Es venenosa!… ¡Estoy envenenado!
Y a un segundo esfuerzo para incorporarse, se le erizó el cabello de terror; no había
podido ni aun moverse. Ahora la sensación de plomo y el hormigueo subían hasta
la cintura. Durante un rato el horror de morir allí, miserablemente solo, lejos de su
madre y sus amigos, le cohibió todo medio de defensa.
-¡Voy a morir ahora!… ¡De aquí a un rato voy a morir!… ¡No puedo mover la mano!…
En su pánico constató, sin embargo, que no tenía fiebre ni ardor de garganta, y el
corazón y pulmones conservaban su ritmo normal. Su angustia cambió de forma.
-¡Estoy paralítico, es la parálisis! ¡Y no me van a encontrar!…
Pero una visible somnolencia comenzaba a apoderarse de él, dejándole íntegras
sus facultades, a lo por que el mareo se aceleraba. Creyó así notar que el suelo
oscilante se volvía negro y se agitaba vertijinosamente. Otra vez subió a su memoria
el recuerdo de la corrección, y en su pensamiento se fijó como una suprema
angustia la posibilidad de que eso negro que invadía el suelo…
Tuvo aún fuerzas para arrancarse a ese último espanto, y de pronto lanzó un grito,
un verdadero alarido, en que la voz del hombre recobra la tonalidad del niño
aterrado: por sus piernas trepaba un precipitado río de hormigas negras. Alrededor
de él la corrección devoradora oscurecía el suelo, y el contador sintió, por bajo del
calzoncillo, el río de hormigas carnívoras que subían.
Su padrino halló por fin, dos días después, y sin la menor partícula de carne, el
esqueleto cubierto de ropa de Benincasa. La corrección que merodeaba aún por
allí, y las bolsitas de cera, lo iluminaron suficientemente.
No es común que la miel silvestre tenga esas propiedades narcóticas o paralizantes,
pero se la halla. Las flores con igual carácter abundan en el trópico, y ya el sabor
de la miel denuncia en la mayoría de los casos su condición; tal el dejo a resina de
eucaliptus que creyó sentir Benincasa.
FIN
Uso de la ll
Se escriben con ll, las palabras terminadas en illo e illa, sus compuestos y
derivados.
Ejemplos: cepillo, vainilla, etc.
Se escriben con ll, las palabras terminadas en alle, elle, ello y ella.
Ejemplos: calle, muelle, camello, bella, etc.
Menos: plebeyo, leguleyo, Pompeya.
Uso de la m
Se usa m antes de b y p.
Ejemplos: bomberos, vampiro, ambulancia, etc.
Uso de la s
Se escriben con s, las palabras que terminan en ense, referente a los gentilicios.
Ejemplos: canadiense, nicaragüense, costarricense.
Uso de la v
Se escribe v después de: b, d y n.
Ejemplos: b: subvalora, subvertir, obviar, etc.
d: advertencia, adversario, adverbio, etc.
n: convenir, convidar, convocar, etc.
Se escriben con v, las palabras terminadas en: ivo, iva, ava, ave y avo.
Ejemplos: agresivo, iniciativa, brava, clave, clavo, etc.
Menos: silaba y sus derivados; árabe, cabo, rabo y jarabe.
Se escriben con v, las palabras que empiezan con: vice, villa o villar.
Ejemplos: vicecónsul, villano, ovillar, etc.
Menos: bíceps, bicerra, billar, bicentenario y billarda.
Se escriben con v, las palabras que empiecen con las sílabas: pre, prí, pro y pol.
Ejemplos: prevención, privación, provincia, pólvora, etc.
Menos: prebenda, probable, probeta, probidad, problema.
Uso de la x
Se escriben con x, los compuestos con las preposiciones latinas ex y extra.
Ejemplos: ex presidente, extraordinario, etc.
Uso de la y
Se escriben con y, las formas conjugadas de los verbos terminados en uir.
Ejemplos: atribuir/atribuye, construir/construye, distribuir/distribuye, etc.
Uso de la z
Se escriben con z las palabras terminadas en anza, anzo y azgo.
Ejemplos: adivinanza, danzo, hallazgo, etc.
Menos: gansa y manso.
Se escriben con z las terminaciones ez, eza, az y oz, de los nombres abstractos.
Ejemplos: pez, belleza, voraz, atroz, etc.
Se escriben con z las terminaciones azo y aza que denotan aumento, golpe.
Ejemplos: ojazos, puñetazo, etc.
Se escriben con z, las terminaciones iz, ez, oz y az, de los nombres patronímicos.
Ejemplos: tapiz, vejez, precoz, sagaz, etc.
Nos gusta_a la casa porque aparte de espa_iosa y antigua (hoy que las casas
antiguas sucumben a la más _entajosa liquida_ión de sus materiales) guarda_a los
recuerdos de nuestros _isabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la
infancia.
Nos ha_ituamos Irene y yo a per_istir solos en ella, lo que era una locura pues
en esa casa podían _ivir ocho personas sin estor_arse. Hacíamos la li_pie_a por la
mañana, le_antándonos a las siete, y a eso de las on_e yo le deja_a a Irene las
últimas ha_itaciones por repasar y me i_a a la co_ina. Almor_á_amos al mediodía,
siempre puntuales; ya no queda_a nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos
resultaba grato almor_ar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos
bastábamos para mantenerla li_pia. A ve_es __egábamos a creer que era ella la
que no nos dejó ca_arnos. Irene recha_ó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí
se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en
los cuarenta años con la ine_presada idea de que el nuestro, simple y _ilencioso
matrimonio de hermanos, era ne_esaria clausura de la genealogía asentada por
nuestros _isabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y
esquí_os primos se quedarían con la ca_a y la echarían al suelo para enrique_erse
con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la _oltearíamos
justi_ieramente antes de que fuese dema_iado tarde.
Irene era una chica na_ida para no molestar a nadie. Aparte de su acti_idad
matinal se pasa_a el resto del día te_iendo en el _ofá de su dormitorio. No sé por
qué te_ía tanto, yo creo que las mu_eres te_en cuando han encontrado en esa la_or
el gran prete_to para no hacer nada. Irene no era así, te_ía cosas sie_pre
ne_esarias, tricotas para el in_ierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para
ella. A ve_es te_ía un chaleco y después lo deste_ía en un momento porque algo
no le agradaba; era gra_ioso ver en la canasti__a el montón de lana encrespada
resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados i_a yo al centro a
comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se compla_ía con los colores y nunca
tu_e que de_olver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una _uelta por
las librerías y preguntar _anamente si ha-ía novedades en literatura francesa. Desde
1939 no llegaba nada valioso a la Argentina.
Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no
tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tenido. Uno puede
releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin
escándalo. Un día encontré el cajón de atajo de la cómoda de alcanfor lleno de
pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una
mercería; no tuve valor para preguntarle a Irene qué pensaba hacer con ellas. No
necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los campos y el
dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tenido, mostraba una
destreza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las manos como erizos
plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se
agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.
Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con
gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte más
retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza
puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina,
nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el
pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba
al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al
living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que
conducía a la parte más retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta
de roble y más allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía mirar a la
izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que
llevaba a la co_ina y el baño. Cuando la puerta estaba a_ierta advertía uno que la
casa era muy grande; si no, daba la impre_ión de un departamento de los que se
edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte de
la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, sal_o para hacer la
limpie_a, pues es increíble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será
una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay
dema_iada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los
mármoles de las con_olas y entre los rombos de las carpetas de macramé; da
trabajo sacarlo bien con plumero, _uela y se suspende en el aire, un momento
después se depo_ita de nue_o en los muebles y los pianos.
Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles.
Irene estaba te_iendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se
me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la
entornada puerta de roble, y daba la _uelta al codo que llevaba a la cocina cuando
escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido _enía impre_iso y sordo,
como un volcar_e de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de con_ersación.
También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que
traía desde aquellas pie_as hasta la puerta. Me tiré contra la pared antes de que
fuera dema_iado tarde, la _erré de golpe apoyando el cuerpo; feli_mente la llave
estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran _errojo para más seguridad.
Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate
le dije a Irene:
—Tu_e que _errar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo.
Dejó caer el te_ido y me miró con sus graves ojos can_ados.
—¿Estás seguro?
Asentí.
—Entonces -dijo reco_iendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.
Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor.
Me acuerdo que me te_ía un chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco.
Los primeros días nos pare_ió peno_o porque ambos habíamos dejado en la
parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura fran_esa, por
ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una _otella de Hesperidina
de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días)
cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.
—No está aquí.
Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.
Pero también tu_imos ventajas. La limpie_a se simplificó tanto que aún le-
_antándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya
estábamos de bra_os cru_ados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la co_ina y
ayudarme a preparar el almuer_o. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras
yo preparaba el almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos
alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios
al atarde_er y poner_e a co_inar. Ahora nos bastaba con la me_a en el dormitorio
de Irene y las fuentes de comida fiambre.
Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para te_er. Yo andaba un
poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a
revisar la colección de estampillas de papá, y eso me sirvió para matar el tiempo.
Nos di_ertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el
dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:
—Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de papel para
que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a
poco empe_ábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.
(Cuando Irene soñaba en alta vo_ yo me des_elaba en seguida. Nunca pude
habituarme a esa vo_ de estatua o papaga__o, vo_ que _iene de los sueños y no
de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que
a ve_es hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio,
pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, to_er,
pre_entíamos el ademán que condu_e a la lla_e del velador, los mutuos y frecuentes
insomnios.
Aparte de eso todo estaba ca__ado en la casa. De día eran los rumores
domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un cru_ido al pasar las hojas del
álbu_ filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la co_ina y el
baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en vo_ más
alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una co_ina hay demasiados ruidos de
lo_a y _idrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas ve_es
permitíamos allí el silen_io, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living,
entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos despa_io para
no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a
soñar en alta vo_, me des_elaba en seguida.)
Es casi repetir lo mismo sal_o las con_ecuencias. De noche siento sed, y antes
de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la co_ina a ser_irme un vaso de agua.
Desde la puerta del dormitorio (ella te_ía) oí ruido en la co_ina; tal vez en la co_ina
o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó
la atención mi brusca manera de detenerme, y _ino a mi lado sin decir palabra. Nos
quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la
puerta de roble, en la co_ina y el baño, o en el pasillo mismo donde empe_aba el
codo casi al lado nuestro.
No nos miramos siquiera. Apreté el bra_o de Irene y la hice correr conmigo hasta
la puerta can_el, sin _olvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuertes pero
siempre sordos, a espaldas nuestras. _erré de un golpe la can_el y nos quedamos
en el _aguán. Ahora no se oía nada.
—Han tomado esta parte -dijo Irene. El te_ido le colgaba de las manos y las hebras
i_an hasta la can_el y se perdían debajo. Cuando vio que los o_illos habían quedado
del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.
— ¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? —le pregunté inútilmente.
—No, nada.
Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi
dormitorio. Ya era tarde ahora.
Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las on_e de la noche. Rodeé con mi
brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle.
Antes de alejarnos tu_e lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la lla_e a la
alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en
la casa, a esa hora y con la casa tomada.
Ejercicio: Tome diez de las palabras que ha corregido y mencione que regla puso
en práctica para corregirla.
Reglas gramaticales
Ejemplo Regla gramatical utilizada para corregir la palabra
Limpie Se usa m antes de b y p