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Historia del Carbon

El carbón ha sido usado en el territorio donde vivimos desde mucho


antes de que se llamara Colombia. Antes incluso de que llegaran los
españoles y de que las grandes mineras extranjeras tuviesen títulos
en La Guajira, Boyacá y Santander.

Su historia se remonta muchos años atrás: para llegar a sus primeros


momentos de uso, hay que olvidarse del siglo XX y ubicarse, durante
la época precolombina, en la meseta cundiboyacense, en el centro de
lo que tiempo después sería nuestro país, en donde la familia muisca
se encontraba en pleno proceso de expansión hacia el norte del
territorio.

En ese momento, antes de la llegada de los españoles, los muiscas o


chibchas comerciaban con las familias que los rodeaban: los pijaos,
quimbayas, panches y guanes. Gracias al intercambio, el oro que no
existía en el centro del país llegó a Guatavita desde Tolima y
Antioquia y dio pie al nacimiento de la leyenda de El Dorado.

Esto mismo sucedió con el algodón: como prueba de que los muiscas
eran grandes tejedores nos quedan las mantas que hasta hoy se
conservan en los museos. Pero el algodón debía nacer
necesariamente en tierras menos frías que las suyas, por lo que los
chibchas debían conseguirlo con las poblaciones vecinas a cambio de
uno de sus propios productos.

El bien que intercambiaban los muiscas estaba hecho con la sal que
encontraban en Zipaquirá y Nemocón, y era conocido como pan de
sal. Para crearlo, los muiscas calentaban durante horas una gacha de
cerámica repleta de agua con sal, que al colmatarse y enfriarse se
convertía en este pan, que luego se partía en pedazos y se
intercambiaba en los mercados. Para calentar las gachas, los muiscas
utilizaban carbón.

Además de ser indispensable para cocinar el pan de sal, el carbón


también se utilizaba para cocer cerámicas. Como explica Eduardo
Chaparro, analista minero y director del proyecto MDNP para América
Latina, “los indios se dieron cuenta de que había diferentes tipos de
arcilla que podían soportar, o no, las altas temperaturas. Fue así
como sometieron a distintas temperaturas las arcillas y descubrieron
que el carbón les proveía una temperatura constante sin tener que
talar árboles para obtener madera. Estas cerámicas que hoy aún se
pueden encontrar eran las que usaban para cocinar el pan de sal y
para quemar las urnas funerarias”.
La llegada de los españoles no significó el fin del carbón. Al contrario,
durante la Colonia se le dieron nuevos usos, con los cuales se
construyeron las ciudades.

El calor de la ciudad

En la primera Bogotá, en esa Santafé que empezó a crecer alrededor


de la Plaza de Bolívar, se construyeron las primeras casas coloniales
de techos altos de la ciudad. Allí se elevó, en septiembre de 1604, el
Colegio de la Compañía de Jesús, hecho con paredes de adobe, pisos
de tablón cerámico y techo de tejas de barro cocido. Estos dos
últimos elementos, característicos de las viviendas del barrio La
Candelaria, no se habrían podido crear sin carbón.

“El carbón se sacaba de la base del cerro de Monserrate –explica


Chaparro–. Y con este se cocieron las cerámicas y las tejas coloniales,
además de los tubos de gres que llevaban el agua por Bogotá. El
carbón construyó la ciudad”.

Este mineral era esencial en el día a día de los primeros bogotanos,


pues además de resultarles imprescindible para cocinar, calentaba
sus enormes casas gracias a unos braseros que soportaban carbones
ardientes y amenizaban con calor las noches heladas de la sabana.
Más adelante, llegando ya al siglo XIX, el gas carbono se empezó a
utilizar para iluminar las vías públicas de la ciudad.

El carbón también ayudó a que poco a poco crecieran ciudades


comerciales del centro del país como Cucunubá, Lenguazaque y
Samacá, como consecuencia de su explotación: la minería de carbón,
que ha estado tan ligada a nuestra historia, incluso desde antes de
que se concibiera la idea de ser un país. No es más que la
continuación de la historia de un mineral clave en la región,
protagonista de la vida de nuestros antepasados indígenas e
indispensable para la construcción de nuestras ciudades.

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 HISTORIA DEL CARBÓN
 CARBÓN EN COLOMBIA

INVESTIGACIÓN | 1/18/2019 7:19:00 PM





La versión del vendedor de la
camioneta blindada que estalló
con 80 kilos de pentolita
Por 25 millones, José Aldemar Rojas le compró el vehículo a un
vendedor de quesos de Arauca, que además dice haber sido
extorsionado por el ELN. SEMANA revela en exclusiva el testimonio
del penúltimo dueño de la Nissan Patrol.

La versión del vendedor de la camioneta blindada que estalló con 80 kilos de


pentolita Foto: Fotomontaje Semana

Wilson Arébalo tenía su camioneta Nissan Patrol gris, con blindaje 2.5
y modelo 1993, parqueada frente de su quesera en la vereda
Primavera de Arauquita. Era un día a finales del 2017, José Aldemar
Rojas había salido del caserío La Esmeralda hacia Fortul, en Arauca.
Iba acompañado de otro hombre cuando se cruzó con el vehículo y se
acercó a su dueño, a quien no conocía. Entonces le preguntó por el
precio del carro y en ese mismo instante y sin muchos rodeos le
ofreció comprárselo..

Ese es el relato que le entregó Arébalo a la Fiscalía este jueves sobre


el final de la tarde, siete horas después de que la que fue su
camioneta explotara en la Escuela de cadetes General Santander, en
un ataque que causó la muerte de al menos 21 personas y dejó
heridas a más de 60. Allí, en la vereda de Arauca donde entregaba su
testimonio, Arébalo continuó su relato. Tras decirle que le compraba
la camioneta, Rojas se montó, la condujo y se mostró dispuesto a
pagar los 25 millones de pesos que Arébalo le pidió.

En contexto: "Pusimos la bomba en la General Santander...


nos tocó encaletarnos"

"A los 10 días el señor José me envía los 10 millones de pesos y me


dijo que cuando tuviera el traspaso, él me daba el resto de plata. Él
pisó el negocio con esa plata". Entonces comenzó el trámite de venta
de la camioneta, que tuvo algunos problemas notariales. Finalmente,
el papeleo terminó y Rojas le mandó los 15 millones restantes a
Arébalo a través de un intermediario desconocido, según relató.

El negocio habría ocurrido apenas un par de meses antes de que, en


febrero de 2018, Rojas obtuviera su licencia de conducción. Pero este
último traspaso de la camioneta no es el único que le interesa a las
autoridades. Arébalo también contó que le había comprado la
camioneta, en diciembre de 2016, a un hombre llamado Mauricio,
conocido como "Macancán", que vivía en Saravena, Arauca. A cambio
de la Nissan, él le había entregado un Renault Aveo, más 10 millones
de pesos.

Esta transacción es llamativa para las autoridades porque el vendedor


sería Mauricio Mosquera León, quien fue capturado por rebelión,
señalado de pertenecer al ELN.

Puede leer: EN VIDEO: El recorrido del carro bomba para


llegar a la General Santander

Arébalo también contó que le pagaba una extorsión anual de 1 millón


de pesos a la estructura ‘Omaira Montoya‘ del ELN. Y agregó: "A mí
me amenazaron una vez un comandante de la guerrilla, alias Totto,
comandante de la comisión Omaira Montoya. A mí él me mandó a
amarrar porque le pegué un puño a un empleado que trabajaba
conmigo. Posteriormente dio la orden de que me soltaran". También
contó que un comandante conocido como alias Grillo lo encañonó al
menos cuatro veces por diferencias personales.
Los investigadores han concentrado esfuerzos para establecer el
pasado de la camioneta Nissan, pues fue esta el hilo del que se jaló
para empezar a esclarecer el atentado. Con la placa del vehículo se
conoció el nombre de José Aldemar Rojas, que apareció registrado
como su propietario. A partir de esa identidad se ha construido la
investigación.

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