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15 de enero de 2019

Homo Lebowski
Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona
UNO Días atrás, Rodríguez se puso a leer las primeras noticias del año cuyo solo
objetivo, se sabe, no es otro que el de sintetizar lo que vendrá a lo largo de los próximos
doce meses. Muestra no gratis (nada lo es) pero sí representativa y sintética. Es decir:
risas y lágrimas y, entre unas y otras, aullidos de furia más o menos contenida por las
seguramente cuantiosas muestras de estupidez humana siempre abundante más allá de
toda fecha y festejo.

Así, las precisiones acerca de los primeros bebés llegando al mundo y la muerte de ese
niño de tres años atragantado con las uvas findeañeras. Así, lo que se gastó en la última
cena no del hijo de Dios sino de sus millones de criaturitas (más que en la Noche Vieja
del 17, según las estadísticas) y lo de ese tipo que se voló la mano jugando con un
coleguita a una variante de ruleta rusa con petardo. Y la Derecha y la Izquierda y el
Centro. Y entre tanto fuego artificial y campanada acústica, un titular que a Rodríguez
no pudo sino llamarle la atención. “Detenido un conductor en Ibiza tras dar positivo en
todas las drogas detectables / El hombre circulaba en la madrugada de Año Nuevo de
manera temeraria por el centro de la ciudad”, leyó en el site de El País. Y lo primero que
se preguntó Rodríguez era, claro, cuáles eran “todas las drogas detectables” y no
demoró en enterarse, unas líneas más abajo, que el detenido de 31 años había “resultado
positivo en la ingesta de cocaína, metanfetamina, opiáceos, cannabis y anfetaminas. La
prueba de alcohol dio negativo”. Inmovilizados sujeto y automóvil, los policías
encontraron “26 pastillas de diferentes tipos –20 rosas y seis moradas– y dos envoltorios
con una sustancia que podría ser cocaína. Además, decomisaron un paquete con una
sustancia de color marrón y un peso de 0,15 gramos, que puede ser heroína”.

Al tipo, estaba claro, le iba la marcha y la aceleración y andaba con muchas ganas de
felices fiestas. Y entonces Rodríguez se puso a hacer lo que muchos que escriben (o que
quieren escribir) hacen: a falta de rostro y nombre se lo imaginó a partir de referentes ya
imaginados por otros. Dos modelos posibles, se dijo. El más obvio, claro, era el de
Patrick Bateman: el American Psycho de Bret Easton Ellis. Una máquina de matar
entrando y saliendo de discotecas ibicencas con (ya la descubrirían los policías) sierra
mecánica en el baúl. Pero a Rodríguez le pareció demasiado obvio. Así que optó por un
segundo modelo: Jeffrey “The Dude” Lebowski volviendo a casa a velocidad mínimo y
–pequeños ajustes– dando positivo en cannabis, cannabis, cannabis, cannabis, cannabis
y (vodka, licor de café, leche condensada) dos o tres White Russians.

DOS Este 18 de enero se cumplirán veintiún años –mayoría de edad– del estreno de The
Big Lebowski de los hermanos siempre unidos Joel y Ethan Coen. Lo que no quiere
decir que el film en cuestión haya madurado: sigue tan fresco como siempre y tan
completamente irresponsable de sus actos como en 1998. Y lo cierto es que al ser
proyectada por primera vez dentro de la programación del Sundance Festival de ese año
a muchos no les gustó nada y a otros tantos le pareció una taradez luego de las alturas
alcanzadas por los Coen en su anterior y oscarizada Fargo. Aquí, de pronto, otra trama
girando alrededor de un secuestro de esos que no sale según lo planeado; pero sin nada
de la gravitas (que no se privaba de su humor ya característico) de aquellos paisajes
nevados y fríos. Aquí, la soleada y tóxica Los Angeles y un reparto de iluminados y
divinos idiotas como el irresponsable y eterno slacker/pasota Jeffrey “The Dude”
Lebowski (personaje que invita también ser llamado “Su Dudesidad... Duder... o El
Duderino si, ya sabe, a usted no le atrae lo de la brevedad”) y, también, por el que no
será recordado sino jamás será olvidado Jeff Bridges, reciente muy merecedor de un
Golden Globe a toda su trayectoria), el colérico veterano de Vietnam Walter Sobchack
(el inmenso John Goodman) y el pobre y ceniciento de Theodore Donald “Donny”
Kerabatsos (con esa cara y cuerpito de Steve Buscemi). Tres camaradas de bowling en
duelo eterno contra –gracioso reparto coral en estado de gracia y sobre el que parecía
flotar lo mejor del método de Robert Altman– su archinémesis bolística Jesús “The
Jesus” Quintana (John Turturro). Y quienes se meten en problemas que involucran a
secundarios de primera: millonario lisiado y descendiente directo del Potter de It’s a
Wonderful Life (el Gran Lebowski de la ecuación, The Dude es el humilde aunque
inconmensurable Lebowski), arte vanguardista, esposa-trofeo, neo-nihilistas
germánicos, cowboy crepusculares, mayordomo obsecuente (Brandt, uno de los más
breves pero mejores roles del por siempre extrañado Philip Seymour Hoffman), actores
porno, guionista de serie de t.v. en pulmón artificial y el amor por Credence Clearwater
Revival y el odio por The Eagles (y muy de acuerdo con eso, piensa Rodríguez). Todo
eso y mucho más que –si se lo mira con los ojos entrecerrados– despide destellos
deformados (muy) de The Big Sleep de Raymond Chandler. Algo que fue en su
momento un relativo fracaso de taquilla y de crítica pero, que al poco tiempo fue
considerado por el National Film Registry como “obra significativa en lo que hace a lo
cultural, lo histórico o lo estético” y portador de un soundtrack de antología donde
destaca el uso alucinatorio del la-la-lá-la-la-la-lá de “The Man in Me” de Bob Dylan. Y
–cuántos clásicos del cine han conseguido algo así, sobre todo si pronuncian las palabra
fuck 260 veces en 117 minutos– se convirtió en escuela filosófica y religión alternativa
seguida por miles de autodenominados achievers reuniéndose año tras año en festivales
o retiros espirituales para jugar a los bolos, beber White Russians y practicar lo que ya
se conoce y está registrado como Dudeísmo o la Iglesia del Dude de los Últimos Días y
cuya santa reliquia es una alfombra meada (también, hay que decirlo, se han bautizado
en el nombre de The Dude a dos variedades de arañas africanas: la Anelosimus
biglebowski y la Anelosimus dude). Porque, sí, “The Dude abides”. Verbo y mantra y
único mandamiento –abide– que puede traducirse y utilizarse indistintamente como
acatar, obedecer, soportar, atener, tolerar, aguantar, someter, mantener, esperar. Todas
esas cosas que The Dude (inspirado en el primer distribuidor de los Coen y al que el
doblaje y subtitulado español le faltó el respeto convirtiéndolo en El Mota) hace o no
hace o no se da cuenta que hace o no hace y qué le va a hacer. Y los Coen ya se han
cansado de explicar que –a diferencia de lo que sí tienen en carpeta para Barton Fink–
jamás filmarán una secuela de The Big Lebowski ¿Por qué? Fácil. Porque The Dude no
tiene ganas, porque está muy ocupado no haciendo nada y esperando que así sigan las
cosas sin importar demasiado eso de –como nos informa ese cowboy despidiéndose–
haya “un pequeño Lebowski” en camino.

TRES Rodríguez vuelve a ver The Big Lebowski y se la sabe casi de memoria y hasta
piensa en insertarle escenas nuevas con cameos de Joan Didion o James Ellroy o Eve
Babitz o Warren Zevon. O incluso hacer que The Dude se cruce con ese aprendiz de
Dude que es el casi plagio (para Rodríguez el único faux pas en la siempre original obra
de Thomas Pynchon) que es el Larry “Doc” Sportello de la novela Inherent Vice y, más
tarde, inevitablemente, de la muy coenística adaptación cinematográfica que hizo Paul
Thomas Anderson. Pero lo mejor de todo es lo que ya está ahí. Todo eso que se dice allí
suspirando o a los gritos (el guión tiene casi tantas frases “citables” como el de
Casablanca) y, entre todas sus palabras, la favorita de Rodríguez, es lo que dice el
siempre inestable y más inflamable que el napalm Walter Sobchack (John Goodman
inspirándose en los modos y maneras del ultra-conservador director de cine y guionista
John “Apocalypse Now” Millius quien se autodefinió como “Anarquista Zen” y
“Samurai Americano” y “Surfer Patriota”) advirtiendo una y otra vez a todos aquello de
“You’re entering a world of pain”. Estás entrando en un mundo de dolor, sí.

Lo que no es sino otra manera de decir que –ay, ay, ay– hay que aguantar y soportar y
esperar y rezar por no dar positivo en todas las desgracias posibles.

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