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Juana Fernández Solar nació en Santiago de Chile el 13 de julio de 1900.

Desde su adolescencia, se sintió atraída irresistiblemente por Cristo. Joven


piadosa, deportista, alegre, trató de ser un ángel de paz en medio de las
dificultades familiares. El 7 de mayo de 1919, ingresó en el monasterio de
las Carmelitas Descalzas de “Los Andes” con el nombre de Teresa de Jesús.
Murió el 12 de abril del año siguiente, después de hacer su profesión
religiosa. Su vida y sus escritos Diario y Cartas y el santuario dedicado a
ella en los Andes, son difusores de espiritualidad en Chile y toda
Latinoamérica.

Juanita nació y creció en medio de una familia católica y profundamente creyente. Pero
era una época con un concepto de Dios en ocasiones muy desafortunado: un Dios
terrible y castigador, más juez que Padre. La herejía jansenista que Santa Teresita
(nuestra santa hermana francesa) superó, todavía tenía mucha fuerza en Europa y en
América a principios del siglo XX. De hecho, la influencia del jansenismo está presente
en los escritos y la vida de Juanita. Pero, al tiempo, se observa la acción de Dios que
supera esa influencia: No sé por qué no me causa tanto espanto el juicio, pues yo no
creo que las almas que han tomado y elegido a Jesús por dueño de su corazón sean
rechazadas. Un esposo tiene compasión de su esposa (D 29,10).
Dios en Juanita, como en todos los santos, no era un concepto, sino una experiencia
personal de relación con una Persona. Me siento llena de Él y en este instante lo
estrecho contra mi corazón pidiéndole que te dé a conocer las finezas de su amor. No
hay separación entre nosotros. Donde yo vaya Él está conmigo dentro de mi pobre
corazón. Es su casita donde yo habito; es mi cielo aquí en la tierra (C 40,7).
La joven, en sus cartas y diarios, nos muestra cómo experimenta a este Dios que la
habita. En seguida llama la atención las veces que habla del Ser de Dios, lo que nos
evoca reminiscencias bíblicas en las que Yahweh, el Dios del pueblo de Israel, se define
a sí mismo diciendo “Soy el que Es” (Éxodo 3,14) : “Ser divino”, “Ser infinito”, “Ser
infinitamente santo”, “Ser inmutable”, “el único Ser digno de ser conocido”, “El único
ser soberano”, “el Ser que es mi Todo adorado”. Y también otras definiciones como:
“Espíritu perfectísimo”, “Amor infinito”, “demasiado bueno”, “infinito y por lo tanto
incomprensible”, Divina majestad”, “grande e inmenso”, “suma de perfecciones
infinitas”, “llenez del vacío humano”, “el incomparable”, “dador de todo cuanto se
posee”, “mi origen y mi fin”, “mi Creador”, “la misma Sabiduría, el mismo Poder, la
misma bondad”…
Cada definición, cada expresión, que utiliza Juanita, nos muestra esa imagen de Dios
que sentía grabada en su corazón y que no muestra ese Dios cruel de su época. Cada
palabra contiene en sí no un concepto, sino una pasión por Alguien que supera toda
bondad y todo bien y que fascinó a la joven chilena.
Cuando la joven postulante llevaba apenas 8 días en el Carmelo, su confesor le aconsejó
que en la oración no buscara la imagen, sino el concepto puro de Dios, porque, si lo
imaginaba, lo empequeñecería (D 54) pero Teresa de los Andes buscará nombres
imaginables: “Señor, mi Padre, mi Esposo”, “Sol infinito”, “Esa Belleza”, “Esa
Bondad incomprensible”, “silencio, armonía, unidad”, “Océano de caridad”, “el
cielo”, “como una madre” (Me abandono en sus divinos brazos como un niño en los
brazos de su madre a quien no tiene cómo pagar. C62).
La experiencia trinitaria en Juanita parte de su comprensión del misterio de Jesús y su
encarnación, como vemos en estas dos cartas que escribió a dos de sus amigas: te
convido, Carmen, a entrar en el Divino Corazón. Allí vivo sumergida, respirando solo
lo divino y consumiendo mis muchas miserias en el fuego de su amor. Allí vivo
contemplando la grandeza de su divinidad. Miro primero a Dios -esa Trinidad
incomprensible-, me abismo en el seno de mi Padre, de mi Esposo, de mi Santificador, y
luego miro a ese Verbo eterno humanado, a mi Divino Jesús. Entonces, Carmen, es
cuando canto mi alabanza de gloria y de amor (Cta. 105). La Lucha L. me escribió una
cartita encantadora que me hizo mucho bien; y está feliz porque tú y yo somos
trinitarias. Cada día reverencio y admiro y amo más a la S. Trinidad. He encontrado
por fin, el centro, el lugar de mi descanso y recogimiento, y quiero que tú, equito de mi
alma, lo encuentres ahí mismo. Vivamos dentro del Corazón de Jesús contemplando el
gran misterio de la S. Trinidad, de modo que todas nuestras alabanzas y adoraciones
salgan del Corazón de nuestro Jesús perfeccionadas, y unidas a las suyas. Así
viviremos unidas a la Humanidad de N. Señor y abismadas en su Divinidad. (Cta. 109).
Esta experiencia la acerca a cada ser humano y le ayuda a vivir el amor fraterno con
radicalidad: El amor a nuestros semejantes es la medida del amor de Dios No ver la
criatura- solo a Dios en su alma, ya que en el bautismo nos hicieron templos de la
Santísima Trinidad. (Cta 82).
La lectura de nuestra hermana carmelita Isabel de la Trinidad, influyó mucho en ella y
en su espiritualidad trinitaria. Si no hubiese muerto tan joven y hubiese tenido tiempo de
profundizar más en el conocimiento y lectura de Santa Teresa y San Juan de la Cruz,
hubiese podido ahondar mucho más en este misterio.
Es Jesús quien le muestra este Rostro de Dios: Dios Trino, Dios Amor. Juanita llama a
Jesús su “Capitán”, emulando con ello a Santa Teresa de Jesús, sin saberlo: Esta es la
voz que me guía, que suelta las velas del barco de mi alma para que no sucumba, y
para que no se hunda. Siempre siento esa voz querida que es la de mi Amado, la voz de
Jesús en el fondo del alma mía; y en mis penas, en mis tentaciones, Él es mi
Consolador, Él es mi Capitán (El día que cumple 15 años. D 10). Me dejo guiar porque
soy ciega y Él es mi Luz. Soy soldado que sigo a mi Capitán. Donde quiera que Él esté,
está su soldado (D 48).
Jesús es la mayor expresión del amor divino: “tanto amó Dios al mundo que entregó a
su Hijo Único…” (Jn 3,16). Quisiera, mi Isabel, hablarte de mi Jesús, quisiera
encenderte en su amor, ya que yo no lo amo lo bastante; pero soy incapaz de ello.
Quisiera, hermanita, que vieras en Jesús, en el Verbo, el amor que nos ha demostrado;
pero no me atrevo a franquear ese abismo infinito en el que me pierdo, sobre todo, que
tú lo has sondeado más que yo. No miremos en Él nada más que amor; ya que Dios es
amor. El amor es su esencia, en el amor se hallan todas sus perfecciones infinitas (Cta.
149)
“Dios es amor” (1Juan 4,8). Esta verdad bíblica la viven los santos con alegre
radicalidad: Dios me ha amado infinitamente desde una eternidad (Cta. 81). La
radicalidad de los santos no tiene otro origen; no es deseo de un ascetismo sin sentido,
sino la única respuesta posible a un amor ilimitado: Nuestro Señor nada suyo reservó
para Sí al amarme (Cta. 81).
Este amor de Dios no es una teoría, sino un hecho palpable, pues Dios encarnado nos ha
dado muestras de su querer con sus obras: El Salvador se sacrificó por nosotros desde
la cuna hasta la Cruz, desde la Cruz hasta anonadarse enteramente bajo la forma de
pan. Él, todo un Dios, bajo las especies de pan, y hasta la consumación de los siglos.
¡Qué grandeza de amor infinito! (Cta. 107).
Teresa se desborda cuando quiere definir este amor de Dios y así salen numerosas
expresiones en sus escritos, “apellidos” diversos de este AMOR: “amor divino”, “amor
infinito”, “amor eterno”, “amor constante”, “amor grande, tan grande, gran amor”,
“amor inmutable”, “amor fuerte”, “amor puro, desinteresado, inmutable”, “amor
misericordioso”, “amor que no puede resistir”, “amor que reúne todas las ternuras de
una madre”…
Por eso Juanita, que murió siendo apenas una muchacha, quisiera haber amado desde
siempre y con semejante intensidad, a este Dios de amor. Es el grito que le escribe a su
hermana Rebeca en la despedida de una carta, y que nos deja como legado a todas las
personas que también nos llamamos cristianas: Nada me dices si haces oración. No
pierdas, hermanita, el tiempo. ¡Cuánto me pesa a mí el haberlo perdido! Cómo
quisiera, desde que tuve uso de razón, haberme dedicado a conocer a este Dios tan
bueno, a este Ser infinitamente hermoso, el único Ser digno de ser conocido. Amale,
que solo Él merece nuestro amor. Vive en Él más que en ti. Dios está más en nosotros
que nosotros mismos. Dios nos llena, nos traspasa enteramente, porque [es] inmenso y
todas las cosas están en Él. ¡Oh hermanita querida! Él en su grandeza no se olvida de
sus criaturas, y constantemente obra con amor y paternal solicitud. Más aún, siendo
Dios Espíritu perfectísimo, ha tomado forma humana; más aún, de pan. Fíjate, se ha
rebajado más aún que el hombre, ha tomado forma de cosa, de pan, porque encuentra
sus delicias en habitar con los hijos de los hombres. Y que nosotros permanezcamos
insensibles, que nos olvidemos de su amor, que no le demos todo nuestro ser, es una
monstruosa ingratitud. ¡Y Él la soporta en silencio, siendo Todopoderoso! Oh
hermanita, date a Él, ámale y síguele... Adiós. (Cta. 108)

Frase: Busquen siempre a Dios, en Él está la fuente de la dicha

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