La obra maestra de García Márquez sigue siendo un manual de historia.
De no ser por este libro, por ejemplo, el país no habría sabido de la masacre de las bananeras.
'Cien años de soledad', un manual de la historia de Colombia
Se cumplen 50 años de “Cien años…” y la gran novela sigue intacta,
como si la hubieran enterrado viva. Sigue siendo el manual de historia patria que no existió en mi infancia, suplantado como estuvo durante muchas décadas por el manual de historia patriotera de los gemelos siameses Henao y Arrubla. Tanto que, para poner un ejemplo, muchos colombianos descubrieron con asombro, leyendo los Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, que este país había vivido siempre desangrado por las guerras civiles, asolado por los horrores recíprocos de los liberales y los conservadores, desgarrado por las traiciones de los unos y los otros, paralizado por los enredos de los abogados vestidos de negro. Y cegado por las mentiras. En suma, o en resumen: descubrieron la historia verdadera.
Tuvieron que descubrirla en la ficción de la novela. No porque no
existiera una historia más veraz que la de los mellizos idénticos en las alturas más o menos inaccesibles de la academia. Cuando se publicó “Cien años…”, hace 50, ya a la edulcorada y edificante versión de Henao y Arrubla se habían superpuesto muchos libros más serios, y menos entusiastas; pero la conciencia de la historia nacional no había calado entre nosotros como lo hizo, prácticamente de la noche a la mañana, gracias a esa novela. Fue una revelación. Nadie sabía, para poner un ejemplo casi anecdótico, pero, por simbólico, trascendental, que en nuestro lindo país colombiano había ocurrido la gran matanza oficial de los huelguistas de las bananeras de la United Fruit. Había sido denunciada en su momento en el Congreso por Jorge Eliécer Gaitán, quien con eso ganó la fama de peligroso revolucionario que iba a culminar con su asesinato, pero la habían escamoteado de los libros oficiales de enseñanza. Se había aceptado sin discusión y para siempre “lo que había quedado establecido en los expedientes judiciales y en los textos de la escuela primaria: que la compañía bananera no había existido nunca”, como escribe García Márquez. Fue una revelación, digo, pero pronto volvió a quedar sepultada bajo las montañas de elogios a la imaginación desbocada del escritor: realismo mágico, bellas mujeres que suben al cielo colgadas de una sábana, espectros de ancestros que saludan a las visitas, vacas que paren trillizos, etcétera. Porque, claro, para las autoridades nunca es bueno que la verdad se sepa.
En video:Homenaje por lo alto a ‘Cien años de soledad’
Ha pasado medio siglo, y que Cien años de soledad es un libro de
historia es cosa que hoy parece una obviedad. Así lo reconocieron en sus discursos de alguna o de varias de sus reiterativas firmas de paz de los últimos meses el presidente Juan Manuel Santos Calderón y el comandante guerrillero Rodrigo Londoño Echeverri, Timochenko, que a lo mejor lo han leído: citó cada cual un pasaje escogido de la novela. Un pasaje a favor del uno, encarnación del Estado y del establecimiento, y otro pasaje a favor del otro, representante de la subversión. Porque para todos hay: es una novela idéntica a la realidad. Nada de realismo mágico: realismo real. Hiperrealismo. Pero le ha sucedido también a ese libro literalmente magistral, es decir, de magisterio, lo mismo que a las guerras de los Aurelianos y las parrandas de los José Arcadios que colman sus páginas: que no le ha enseñado nada a nadie. Porque no es más que la repetición de la repetidera, o (como descubría una y otra vez, y cada vez con sorpresa, la memoriosa Úrsula Iguarán, matrona casi inmortal de la familia Buendía de la novela) la demostración práctica de que el tiempo da vueltas en redondo, como la Tierra alrededor del Sol. Por eso “Cien años…” ha podido ser utilizado para lo contrario de lo que estuvo en su intención (no en la novelística, sino en la didáctica): no es ya denuncia de la farsa y la ignominia, sino que lo han convertido – ignominiosamente– en señuelo comercial para la industria turística. Cien años de soledad es, sin duda, como los cuentos de hadas. Pero tal como estos fueron en su origen: una mezcla inextricable de fantasía y realidad, de observación y de poesía, sin la ñoñería edificante que se les añadió después. Es un cuento en el que a Caperucita se la come de verdad el lobo, como se comió a la Caperucita Roja de carne y hueso de la leyenda popular original. Y lo han querido transformar en un producto de la fábrica de superproducciones biempensantes de Disney.
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