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'Cien años de SOLEDAD

Por ANTONIO CABALLERO

La obra maestra de García Márquez sigue siendo un manual de historia.


De no ser por este libro, por ejemplo, el país no habría sabido de la
masacre de las bananeras.

'Cien años de soledad', un manual de la historia de Colombia

Se cumplen 50 años de “Cien años…” y la gran novela sigue intacta,


como si la hubieran enterrado viva. Sigue siendo el manual de historia
patria que no existió en mi infancia, suplantado como estuvo durante
muchas décadas por el manual de historia patriotera de los gemelos
siameses Henao y Arrubla. Tanto que, para poner un ejemplo, muchos
colombianos descubrieron con asombro, leyendo los Cien años de
soledad de Gabriel García Márquez, que este país había vivido siempre
desangrado por las guerras civiles, asolado por los horrores recíprocos
de los liberales y los conservadores, desgarrado por las traiciones de los
unos y los otros, paralizado por los enredos de los abogados vestidos de
negro. Y cegado por las mentiras. En suma, o en resumen: descubrieron
la historia verdadera.

Tuvieron que descubrirla en la ficción de la novela. No porque no


existiera una historia más veraz que la de los mellizos idénticos en las
alturas más o menos inaccesibles de la academia. Cuando se publicó
“Cien años…”, hace 50, ya a la edulcorada y edificante versión de Henao
y Arrubla se habían superpuesto muchos libros más serios, y menos
entusiastas; pero la conciencia de la historia nacional no había calado
entre nosotros como lo hizo, prácticamente de la noche a la mañana,
gracias a esa novela. Fue una revelación. Nadie sabía, para poner un
ejemplo casi anecdótico, pero, por simbólico, trascendental, que en
nuestro lindo país colombiano había ocurrido la gran matanza oficial de
los huelguistas de las bananeras de la United Fruit. Había sido
denunciada en su momento en el Congreso por Jorge Eliécer Gaitán,
quien con eso ganó la fama de peligroso revolucionario que iba a
culminar con su asesinato, pero la habían escamoteado de los libros
oficiales de enseñanza. Se había aceptado sin discusión y para siempre
“lo que había quedado establecido en los expedientes judiciales y en los
textos de la escuela primaria: que la compañía bananera no había
existido nunca”, como escribe García Márquez. Fue una revelación, digo,
pero pronto volvió a quedar sepultada bajo las montañas de elogios a la
imaginación desbocada del escritor: realismo mágico, bellas mujeres
que suben al cielo colgadas de una sábana, espectros de ancestros que
saludan a las visitas, vacas que paren trillizos, etcétera. Porque, claro,
para las autoridades nunca es bueno que la verdad se sepa.

En video:Homenaje por lo alto a ‘Cien años de soledad’

Ha pasado medio siglo, y que Cien años de soledad es un libro de


historia es cosa que hoy parece una obviedad. Así lo reconocieron en
sus discursos de alguna o de varias de sus reiterativas firmas de paz de
los últimos meses el presidente Juan Manuel Santos Calderón y el
comandante guerrillero Rodrigo Londoño Echeverri, Timochenko, que a
lo mejor lo han leído: citó cada cual un pasaje escogido de la novela. Un
pasaje a favor del uno, encarnación del Estado y del establecimiento, y
otro pasaje a favor del otro, representante de la subversión. Porque
para todos hay: es una novela idéntica a la realidad. Nada de realismo
mágico: realismo real. Hiperrealismo.
Pero le ha sucedido también a ese libro literalmente magistral, es decir,
de magisterio, lo mismo que a las guerras de los Aurelianos y las
parrandas de los José Arcadios que colman sus páginas: que no le ha
enseñado nada a nadie. Porque no es más que la repetición de la
repetidera, o (como descubría una y otra vez, y cada vez con sorpresa,
la memoriosa Úrsula Iguarán, matrona casi inmortal de la familia
Buendía de la novela) la demostración práctica de que el tiempo da
vueltas en redondo, como la Tierra alrededor del Sol. Por eso “Cien
años…” ha podido ser utilizado para lo contrario de lo que estuvo en su
intención (no en la novelística, sino en la didáctica): no es ya denuncia
de la farsa y la ignominia, sino que lo han convertido –
ignominiosamente– en señuelo comercial para la industria turística. Cien
años de soledad es, sin duda, como los cuentos de hadas. Pero tal como
estos fueron en su origen: una mezcla inextricable de fantasía y
realidad, de observación y de poesía, sin la ñoñería edificante que se les
añadió después. Es un cuento en el que a Caperucita se la come de
verdad el lobo, como se comió a la Caperucita Roja de carne y hueso de
la leyenda popular original. Y lo han querido transformar en un producto
de la fábrica de superproducciones biempensantes de Disney.

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