Seis puntos en que se contiene el ornato de la vida contemplativa supraesencial
Prosigamos brevemente en lo que se refiere al ornato de esta vida contemplativa. Santo Tomás, al tratar de la visión de la esencia divina, advierte cómo la felicidad de todas las cosas consiste en conseguir el fin para el que fueron destinadas. La felicidad del alma El entendimiento creado tiene como fin el lumen inteligible increado, es decir, la esencia divina. La suprema perfección del lumen intelectual creado de nuestro espíritu es el estar unido con Dios en la contemplación esencial y su gozo. Entonces Dios y el alma son una sola cosa en cierto modo, como la forma y su materia o el alma y el cuerpo. Pero no puede la forma unirse a alguna materia, a no ser que la materia esté dispuesta para ello según la exigencia de la forma, teniendo así capacidad de recibirla. Por ejemplo, el cuerpo humano no se une al alma si antes no tiene la disposición conveniente para ella. Igualmente nuestro espíritu. No puede unirse esencialmente con Dios en el gozo de la gloria, si previamente no se dispone para ello. Lumen gloriae La disposición en nuestro entendimiento o espíritu es el lumen gloriae con que se perfeccionan las potencias espirituales para contemplar y gozar a Dios en su esencia. Por eso, aunque todos los bienaventurados vean la esencia divina y gocen de la vida eterna, hay diferencias según la disposición individual. La naturaleza humana es incapaz de disponerse por sí misma y sólo lo tendrá mediante el lumen gloriae que conforma el alma con Dios. El que reciba más lumen gloriae contemplará a Dios con mayor perfección. El lumen gloriae está en proporción al grado de caridad pura que tenga el alma. Se recomienda la vida contemplativa como la parte mejor, porque la constante contemplación del amado y la frecuencia, pura y delectable fruición de la cosa amada, encienden poderosamente el acto de amar. El amor aumenta el deseo humano y capacita al espíritu para recibir más perfectamente el lumen gloriae conforme a la capacidad individual en la vida eterna. En esta vida temporal es inaccesible a los mortales. Nadie piense que puede llegar a la supraesencial contemplación con la propia ciencia, por mucha que fuere, o sutileza de ingenio, o cualquier otro ejercicio, aunque fuese muy meritorio. Tan sólo aquel a quien Dios con su profunda largueza quiere unir a sí por su espíritu y con el lumen gloriae. Podrá, por tanto, contemplar a Dios esencialmente el que sea iluminado por él. Pocos lo alcanzarán debido a su ineptitud, porque no se esfuerzan en disponerse y adornarse haciendo lo que está de su parte. Por lo demás, no es en plenitud de gloria como se muestra aquí la esencia divina. Nadie podrá entender plenamente lo que vamos a decir, aunque disfrute de altos conocimientos y tenga sutil y perspicaz ingenio, porque lo que humanamente se puede entender o enseñar a este respecto está lejos de toda experiencia. Cierto que este lumen gloriae no es accesible a todos los mortales, pero debemos siempre hacer de nuestra parte lo posible para no ser ingratos y procurar hallarnos debidamente adornados en la presencia de Dios, según nuestra capacidad. Dios agregará lo que falte, si halla la disposición necesaria. Corazón puro y elevado La disposición y ornato requiere seis cosas por parte del hombre, para contemplar fruitiva y esencialmente a Dios. Lo primero es tener una verdadera y tranquila paz con Dios y consigo mismo. El que la haya recibido necesita amar al Señor en grado tal que, por su divina honra y amor, sea capaz de renunciar a todas las cosas que antes acostumbró amar y usar desordenadamente. Es necesario que, con amor cordial y vivo ánimo, eleve a Dios todas sus potencias. Que, sobre toda multiplicidad e indisposición del corazón, viva en desnudez y simplicidad de alma, donde se consuma la ley del amor. De este modo deberá continuamente esforzarse en tener su ánimo interno elevado con pura intención, porque esto más que ninguna otra cosa coloca el corazón del hombre en cierta, deliciosa y tranquila paz. Silencio interior Lo segundo es el silencio interior, o sea, despojar las potencias intelectivas de toda imaginación, formas y semejanzas, que no representan al amado. Necesita la mente estar desnuda y ociosa de toda consideración exterior, si el hombre desea vivamente poseer a Dios. Esto resulta fácil para aquellos que aman a Dios únicamente y todas las cosas en él. El puro y descolorido amor hace al espíritu simple y ocioso de todas las cosas y levanta al hombre sobre sí mismo hasta Dios. La firme unión Lo tercero es una amorosa adhesión y fijación en Dios, de donde brota el mismo gozo. Quien se adhiere a Dios por amor puro, no buscando la propia utilidad, goza verdadermente de él por gracia y gloria. Esta es la adhesión gratuita y fecunda, que nos une al amado con tal vínculo de caridad que en adelante nos resulta imposible apegarnos a las cosas creadas. No deseamos complacer a nadie ni nadie puede satisfacernos. Nos lleva a esta adhesión el toque de que antes hemos hablado. Descanso en Dios Lo cuarto es la quietud del que ama en el amado. El amado es vencido por el que ama y es poseído en el puro y esencial amor. El amado se deja llevar en amor hacia el que ama. Ambos quedan en paz. Dormición licuescente Lo quinto es la dormición feliz en que el espíritu se consume y sale de sí sin saber adónde ni cómo. Fluye a la abisal profundidad del amor divino, olvidándose de pensar distintamente en Dios y en cualquier otra criatura, Sólo está en el amor que gusta o siente, por el cuales poseído con una simple y desnuda ociosidad de todas las cosas, Como se expanden el aceite que cae en el paño y el agua en el vino, así el espíritu se dilata en cierta inmensidad, para hacer cabida al Amado, haciéndose una longitud, sublimidad y profundidad con él. Este amor no tiene medida. Oscuridad transformante Lo sexto es una contemplación oscura, que la razón no puede comprender ni investigar a fondo, El espíritu está muerto y vive para Dios, porque se ha hecho, sin distinción, un sola cosa con él. Dios es su paz, descanso y gozo. En esta unión está su continuo expirar y transformarse en Dios sobre toda operación y deseo, Cuando el hombre sintiere en sí estos seis principios dichos, le será tan expedito y fácil contemplar y gozar en su introversión como respirar en la vida natural. Queda así adornado para la vida contemplativa supraesencial, porque se ha convertido en vivo y voluntario instrumento con el que puede obrar lo que quiere , como y cuando quiere, No se atribuye el hombre la eficacia de esta obra, Por eso permanece voluntario y expedito para hacer cualquier cosa que Dios mande, Vigoroso y fuerte para tolerar lo que Dios permita, Preparado para todo. Enrique Herp