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Conceptos urbanos e históricos de Antofagasta,


la ciudad adversa (versión corregida y
actualizada)

Article · December 2015

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1 author:

Claudio Galeno
Universidad Católica del Norte (Chile)
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Revista Tercer Milenio, Escuela de Periodismo, Universidad Católica del
Norte, Antofagasta, Chile.

Encrucijadas:

Conceptos urbanos e históricos de Antofagasta, la ciudad


adversa (versión corregida y actualizada)
Claudio Galeno-Ibaceta, Arquitecto UCN, Master y Doctor en Teoría e Historia de la Arquitectura UPC, Académico de la
Escuela de Arquitectura y Magíster en Arquitectura - Universidad Católica del Norte, miembro de Docomomo y de la
Asociación Iberoamericana de Historia Urbana.

Genérico y singular

En la última década del siglo XX, el arquitecto Rem Koolhaas publicó un escrito
crítico titulado “La ciudad genérica” (Koolhaas, 1995), donde analizaba, con cierta
resignación, características de las grandes urbes contemporáneas, entre las
cuales podríamos mencionar: crisis de identidad, atracciones en la periferia,
pérdida de la historia, hegemonía capitalista, desaparición de la vida pública,
jerarquización del vehículo y carretera, ausencia de reglas, conformación
multirracial, migraciones permanentes, dominio y distribución azarosa del
rascacielos, permisividad política, laboratorio sociológico de comunidades.

Sin embargo, a pesar de que Antofagasta sea más bien una ciudad intermedia y
en desarrollo, varias de estas características coinciden con su realidad,
Antofagasta no es genérica, de hecho es extremadamente singular. Los patrones
coinciden porque son generalidades inherentes a toda aglomeración urbana que
ha tenido un desarrollo acelerado, lo que ha desencadenado crisis propias de lo
urbano. El antropólogo urbano Ariel Gravano ha subrayado que en la
conformación de lo urbano está implícito el “sentido de conflicto permanente” de la
realidad de lo existente en consonancia con la necesidad del orden, de la
formación social del cosmos. Dice:

“Por eso, la principal contradicción inherente a lo urbano consiste en esa existencia (el
caos) y esa tendencia (el cosmos). Y el principal desafío de todo gobierno de lo urbano se
establece en esa tensión entre el dejar hacer a la correlación de fuerzas dominantes
(mercado de bienes, de transacciones políticas, de flujos de poder local-institucional) o el
planeamiento y la acción preventiva integral.” (Gravano, 2013: 11-12)

Si bien, podríamos decir que la ciudad genérica no existe, y más bien que cada
ciudad es única, hay ciertos temas evidentes que cruzan gran parte de las
ciudades, ciertas nociones de sobrevivencia del asentamiento, en el caso
latinoamericano heredados de la Leyes de India, y recomendados desde Vitruvio,
como son la adecuada elección del sitio donde emplazar la ciudad y la
arquitectura, que surge desde la cercanía a las fuentes de agua. En ese principio
fundacional, no genérico, y que plantea desde un inicio un conflicto permanente,
es que podemos detectar una de las principales particularidades de Antofagasta:
asentarse en la adversidad.

Adversidad y artificio

Antes que hubiesen ciudades, y en el inicio de ellas, por la costa del desierto de
Atacama pasaron los barcos de exploradores, piratas y naturalistas. Darwin en
1835 fue uno de los primeros en describir geológicamente los agrestes parajes
donde fue levantada Antofagasta:

“(...) la superficie se halla cubierta en parte de arena i en parte de una tierra rojiza que
cubre grandes manchones de conchas recientes i en parte de un sinnúmero de
fragmentos pequeños, angulosos, productos de la descomposición de las rocas plutónicas
o porfídicas por los cambios atmosféricos.” (Darwin, 1906: 218)

El historiador, Adolfo Contador, entregó una descripción que sintetiza claramente


los aspectos geográficos del espacio donde se formó la urbe: “(...) una planicie
rocosa de abrasión marina de 40 metros de espesor y un ancho cercano a los
3.000 metros, entre el borde costero y los cerros de la Cordillera de la Costa y que
se comunicaba estratégicamente en el extenso desierto o Pampa Central y los
pequeños valles de la precordillera a través de la quebrada de La Negra o Carrizo
por el Sur y la quebrada del Salar del Carmen por el Norte” (Contador, 1982: 3-4).

Antofagasta fue levantada en el desierto costero de Atacama a partir de 1866, su


emplazamiento fue elegido por su proximidad a los minerales y porque había una
pequeña ensenada que permitió construir algunos muelles para el embarque y
desembarque de materiales y personas. La elección no fue por su cercanía a
fuentes de agua o a terrenos agrícolas, como recomendaban las Leyes de India,
que aún eran influyentes a mediados del siglo XIX.1 Sin embargo, eso pudo haber
influido en la forma urbana del damero, pero no en las sugerencias generales de
las virtudes que deberían tener el sitio elegido para fundar, por ejemplo la
fundamental cercanía con fuentes de agua, de campos fértiles y de fuentes de
materia prima para levantar la ciudad (España, 1841, 105-106).


1
Una evidencia de su vigencia, es el hecho que la quinta edición de la “Recopilación de las leyes
de los Reinos de las Indias” haya sido publicada casi a mediados del siglo XIX, en 1841.
Esa decisión fundacional la pone inmediatamente en una situación paradójica, que
fue posible solo por la confluencia de todo el artificio tecnológico de la Revolución
Industrial. Antofagasta es definitivamente un artificio.

El filósofo Gillo Dorfles en 1968 abordó la idea de artificio a partir de una frase de
Hegel: “el hombre se duplica”, en cuanto que el ser humano produce nuevas
realidades:

“(...) el hombre se duplica, en cuanto existe de por sí como objeto natural, pero existe
también en cuanto logra crear a su vez otros objetos, que no son necesariamente objetos
artísticos, pero que son transformaciones de la naturaleza: “entidades”, pues que no
existen en estado natural, sino que son “objetualizaciones” de algo.” (Dorfles, 1972: 13)

Para Dorfles el artificio también es naturaleza, ya que aclara que significa “hecho
ficticiamente con arte”, “a costa de deformar la naturaleza y realidad” (Dorfles,
1972: 16):

“Todo nuestro habitat usual, nuestro environment (al menos en los países de mayor
industrialización, pero antes de lo que se piensa también en aquellos todavía “salvajes”),
está transformado ya por el advenimiento de la máquina y por su entrometimiento en la
edilicia, en la señalética, en la producción de objetos industriales, de medios de
transporte, etc. Esta transformación –aparte de los inmensos beneficios materiales que ha
aportado a la humanidad- constituye una total diversificación en las condiciones de
equilibrio entre hombre y naturaleza. Del restablecimiento de ese equilibrio depende, en
mi opinión, buena parte de la posibilidad de recuperar muchas condiciones existenciales y
creativas, hoy en día modificadas, coartadas o exaltadas, y de las cuales el ambiente
arquitectónico y urbanístico constituye un indicio sensible.” (Dorfles, 1972, 16-17)

La ciudad de Antofagasta, reúne una serie de características que la singularizan,


por un lado la artificialidad de su formación, en el sentido de una ciudad que surge
donde no están dadas las condiciones para la vida, y por otro su acelerado
crecimiento, y umbral de migraciones desde diversas partes del mundo (Galeno,
González y Lufin, 2015). En el caso del desierto de Atacama, formar
asentamientos en ambientes adversos que no sean oasis, es un artificio donde
todo habitante es, en alguna dimensión, un inmigrante.

Ruralidad e hinterland

En la actualidad, las ideas sobre la ciudad están más vigentes que nunca. Los
estudios sobre poblaciones hechos por Naciones Unidas detectaron que el año
2007 fue un importante punto de articulación, en ese momento por primera vez la
población de las ciudades sobrepasó a la población de áreas rurales. En base a
esas investigaciones han elaborado proyecciones:

“El proceso de urbanización global ha avanzado rápidamente durante las últimas seis
décadas. En 1950, más de dos tercios (70 por ciento) de las personas en todo el mundo
vivían en asentamientos rurales y menos de un tercio (30 por ciento) en los asentamientos
urbanos. En 2014, 54 por ciento de la población mundial era urbana. Se espera que la
urbanización mundial continuará, por lo que en 2050, el mundo será un tercio rural (34 por
ciento) y dos tercios urbana (66 por ciento), más o menos a la inversa de la distribución de
la población rural-urbana global de la mitad del siglo veinte.” (United Nations, 2015: 7)

El Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (CELADE) de la CEPAL,
entrega otras cifras específicas sobre la población urbana para Latinoamérica:
1950: 42,2 %; 1960: 49,2 %; 1970: 56,6 %; 1980: 65,3 %; 1990: 70,8 %; 2000:
75,6 %; 2010: 78,7 %. (CELADE, 2013)

Los números alarmantes de las Naciones Unidas y de la CEPAL, paradójicamente


no coinciden con la singularidad de Antofagasta, que, como indican los censos,
toda su vida ha sido más urbana que rural. En 1907, el censo indicaba que habían
38.829 habitantes urbanos, frente a 9.065 de población rural; en 1930, la
población urbana era de 53591, mientras que la población rural descendió a 979
habitantes. Por otro lado en el Departamento de Antofagasta (que incluía varios
asentamientos hasta la precordillera), en 1895, la población urbana era de 17.720,
mientras que rural eran 3.958; en 1907, 42.993 eran urbanos, y 26.976 eran
rurales; en 1920, 63.408 eran urbanos y 57.599 eran rurales.

En la adversidad de Antofagasta no hay una ruralidad tradicional, si pensamos en


una extensión agrícola. En la costa del desierto de Atacama, lo rural sería los
aislados y tecnológicos campamentos mineros, o los espacios donde se
relacionaban ensenadas con las escasas vertientes de agua lo que permitió
inicialmente el asentamiento indígena de los camanchacos y luego la caleta de
pescadores. Algunos de esos espacios eran ecosistemas únicos en el desierto
como las reservas naturales de Cerro Moreno, La Chimba y Paposo.

El biólogo y urbanista Patrick Geddes en “Cities in Evolution” de 1915, sugería, a


propósito de los profundos cambios que se habían producido por la Revolución
Industrial, que frente a la miserable vida de la ciudad industrial, recuperar la
relación entre campo y ciudad. Si bien, Antofagasta coincide con la idea de ciudad
industrial, la reivindicación de la ruralidad no tiene cabida en Antofagasta, donde el
entorno directo es por un lado la magnificencia de un desierto montañoso y por
otro la vastedad del Océano Pacífico, y su hinterland es más bien de
asentamientos mineros en ambientes adversos, escasas caletas pesqueras y
algunos balnearios.

Por otro lado, la ciudad posee un hinterland de ecosistemas: Reserva Nacional La


Chimba y el Parque Nacional Morro Moreno, que siendo zonas protegidas en la
actualidad están poco conservadas. Son áreas donde debido a la presencia de
aguas, por vertientes y por la nieblas, se ha desarrollado vegetación y fauna, y en
su entorno hay muchos sitios arqueológicos de los primitivos habitantes costeros,
los camanchacos (Cruz y Llagostera, 2011). Son sectores que la ciudad debe
preservar y establecer un mayor vínculo, ya que representan justamente lo
contrario a la ciudad adversa. En el pasado las familias antofagastinas, los fines
de semana hacía paseos a La Chimba, en la actualidad el monumental vertedero
urbano tienen acorralado el acceso al área.

La dramática presencia de la naturaleza, sea esta agreste, es una condición


ineludible de esta ciudad adversa. Por otro lado también está esta naturaleza
artificializada en los jardines, en los parques, en las quintas. La ciudad ha
necesitado lo agrícola, por un lado como producción de subsistencia, pero también
por una voluntad de configuración de una cierta ruralidad. Evidencia de ello, fueron
las iniciales quintas, situadas en un principio en el entorno de la vía del Ferrocarril,
luego extendidas hacia el Parque Brasil, más tarde reconstruidas como un plan de
CORFO en el área norte cercana a la quebrada de La Chimba, y luego en la
plataforma de la Coviefi. En todas sus versiones, han sido sitio de producción,
pero también espacios de ocio del deseo de estar en lo verde (como la conocida
Quinta Casale), las áreas de cultivo hicieron más amable y contribuyeron al
imaginario nostálgico del espacio natal, del imaginario precedente, de la nostalgia
del origen y de configuración del imaginario colectivo.

Edificios territoriales

La historia de ciertas ciudades en ambientes adversos se ha visto organizada a


partir de la configuración de sus bordes, como mediadores entre lo que está
afuera y la vida urbana que está dentro. En la modernidad antofagastina, en
diversos momentos se construyeron grandes edificios que mediaban entre la
ciudad y su entorno. Hay que tomar en cuenta que el afuera de esta ciudad
costera, era por un lado la árida Cordillera de la Costa y por otro la inmensidad del
Océano Pacífico. Estas grandes construcciones, configuraron bordes que
operaban articulando el espacio urbano con mar o desierto. El primer ejemplo fue
el establecimiento de Playa Blanca (actual Ruinas de Huanchaca), que
dramáticamente conectó los estratos geográficos del sur de la ciudad (Galeno,
2012); en época moderna, siguieron los Colectivos de la Caja de Seguro Obrero,
que mediaban entre el centro histórico y la nueva poza del puerto artificial (Galeno,
2006); el edificio de la Escuela de Salitres (actual Universidad Antofagasta, sede
Angamos) que contenía la extensión del espacio del antiguo Sporting Club; el
Hotel Antofagasta que reunió y elevó la vida urbana del centro con la extensión de
la bahía; el edificio Huanchaca (Curvo) y luego en Caliche, que contuvieron el
nuevo conjunto habitacional Gran Vía y los cobijaron del desierto; y
contemporáneamente la operación retornó sobre Huanchaca, con el edificio que
alberga el Casino Enjoy y el Hotel del Desierto que se sitúa en un borde de los
terrenos de las ruinas y contiene el espacio patrimonial, articulando la relación
urbana de ese lugar con la vastedad del océano.

Los colectivos fueron edificios destacados en su tiempo por el programa de


vivienda que había por detrás. El investigador Francis Violich, en su libro “Cities of
Latin America”, sobre las edificaciones levantadas por la Caja de Seguro Obrero
dijo:

“(...) Cerca de 1900 unidades de habitación han sido construidas desde 1935 por
la Caja. Los proyectos son usualmente casas alineadas o colectivos, y, por lo
general, están bien planificadas. Cuatro colectivos diseñados para las calurosas
regiones del norte, fueron construidos en Antofagasta, Arica, Iquique y Tocopilla.
Eran un poco gruesos en diseño; de hecho, el que pude visitar en Antofagasta era
lejos el grupo de edificios más moderno en el pueblo, la maravilla para todos los
que venían a verlos. (...)” (Violich, 1944: 139-140)

Edificios como el Huanchaca y Caliche, diseñados por Ricardo Pulgar San Martín,
son herederos del pensamiento de Le Corbusier y Ludwig Hilberseimer. El primero
fue muy influyente con las ciudades jardín verticales que propuso para ciudades
como Rio de Janeiro (1929) y Argel (1930), el segundo estratificó la ciudad y
separó vías tipos de circulación. Sin embargo, los emplazamientos y operatorias
urbanas de estos edificios, pueden ser comprendidos desde las ideas de Kevin
Lynch, principalmente con la idea de borde, como “límite entre dos fases”,
construcciones “que separan una región de otra o bien pueden ser suturas, líneas
según las cuales se relacionan y unen dos regiones”, definiendo arquitectura que
son “elementos fronterizos”. (Lynch, 2008: 62; Galeno, 2014: 64)

Horror vacui y sistema de espacios públicos

El horror vacui es un concepto que trata de intranquilidad que producen los


espacios vacíos en nuestras ciudades, y la imperiosa necesidad de llenarlos. No
se trata de terrenos baldíos, sino de los espacios libres que se han dejado en la
urbe, con el fin de que se produzcan actividades esporádicas de los ciudadanos.
Muchos de esos espacios son espacios públicos, como un parque, una plaza de
armas, una plaza de barrio, un paseo, un jardín, sitios diseñados para que se
produzca la vida pública, un paseo familiar, niños jugando con una pelota,
personas reposando en el prado, otras mirando la vida pasar desde un escaño,
etc. El horror vacui provoca que ciertas personas vean esos espacios vacíos como
una oportunidad de llenarlos, y con eso acabar con la continuidad democrática de
lo público. El vacío se ve como algo inútil, sin uso, no como algo que está hecho
para su uso espontáneo, y transitorio. El horror vacui produce un terror del vacío y
afecta en gran medida a la administración pública e instituciones, quienes ven en
esos sitios la oportunidad de ocuparlos con algo, acabando con la vida pública. No
se trata de que no puedan haber monumentos en lo público, lo que produce el
horror vacui no es una necesidad de ordenar y jerarquizar las ciudad, sino que
necesita imperiosamente llenar el centro de todo y convertir lo que queda del
espacio público en su periferia. El horror vacui centraliza y oprime, se aleja de toda
modestia y respeto al ciudadano.

El espacio público debe ser plural y vital, debe ser un sistema. Su energía viene
de su ocupación, de sus usos. Su pluralidad viene de la oportunidad de
superponer capas, de abrirse a lo espontáneo y efímero. De ofrecer alternativas
que devienen y son estimuladas por su multiplicidad y vinculaciones. Las ciudades
deben tener sistemas de espacios públicos, plazas que suceden a plazas, que dan
paso a parques, que continúan en paseos, que se abren en plazuelas o en atrios,
que se conectan a jardines, que se conectan a canchas, que se elevan en
miradores, que siguen en playas. Los espacios públicos son sistemas dinámicos
cuyo uso y movilidad se puede dar de variadas formas. En una visita a
Antofagasta el año 1997, el arquitecto Paulo Mendes da Rocha, dijo que el
espacio público era un ámbito que permitía una multiplicidad de opciones de
desplazamiento y ocupación, o en sus propias palabras un “orden para la
imprevisibilidad”.2 Una libertad de ocupación, que permite al ciudadano realizar lo
mismo de varias formas. Y podríamos agregar que incluso permitiría el anonimato
en lo público.

El arquitecto Josep María Montaner, en su libro “Sistemas arquitectónico


contemporáneos”, se refiere a la relación de la vida urbana con los sistemas de
redes y nodos:

“(...) La ciudad, como creación humana, es un cúmulo de redes infraestructurales


superpuestas: abastecimiento de agua y energía, saneamiento, telecomunicaciones y
circulación. Todo territorio metropolitano está configurado por diversas redes artificiales


2
Paulo Mendes da Rocha entrevistado por Claudio Galeno en Antofagasta en 1997.
cada vez más poderosas que han ido destrozando, dividiendo e insularizando los
primigenios sistemas y redes ecológicas. Hablar de redes, significa hablar de nodos; sin
redes no hay nodos, y viceversa, el nodo no puede existir sin la red. El territorio se
convierte en una red sin centro ni periferia; un sistema de objetos interconectados de
miles de maneras distintas. Las redes existen en abstracto y pueden generar realidades
materiales e inmateriales. Y los nodos consisten en núcleos de alta densidad como los
intercambiadores. (...)” (Montaner, 2014: 201)

Los sistemas necesitan articulaciones. La arquitectura y el espacio urbano cobra


mayor potencia en los espacios que articulan. Allí se producen los cambios de
escala, de usos, y son potentes ámbitos de vida urbana. Como ha manifestado el
arquitecto Rolando Meneses en una entrevista, una articulación del espacio es
una convergencia de aberturas del espacio.

Esas articulaciones son parte de la continuidad y reunión de la ciudad. Jan Gehl,


ha manifestado que la ciudad es un lugar de encuentro. Los espacios entre
edificios permiten un sinfín de actividades: “caminatas de un lugar a otro, paseos,
paradas cortas, otras más largas, mirar vidrieras, conversaciones y encuentros,
ejercicios, bailes, actividades recreativas, intercambio y comercio, se ven juegos,
espectáculos callejeros y hasta mendigos.” (Gehl, 2014: 19)

Así como en la arquitectura, en el urbanismo es el cuerpo, el ser humano la


mónada, la unidad básica que exige al diseño. Acertadamente Gehl, revindica la
dimensión humana en el diseño de la ciudad, que hayan oportunidades para
caminar, cuando se promueve una vida a pie, y dice:

“Caminar es el punto de partida de todo. El hombre fue creado para caminar, y todos los
sucesos de la vida nos ocurren mientras circulamos entre nuestros semejantes. La vida,
en toda su diversidad y esplendor, se muestra ante nosotros, cuando estamos a pie.”
(Gehl, 2014: 19)

Finalmente, el urbanista entrega ciertos principios. Las distancias entre servicios


debieran ser caminables; debe haber versatilidad urbana y seguridad; diseño para
el peatón y el ciclista; reunir edificios y ciudad para ampliar ámbitos; incentivar la
permanencia en lo público (Gehl, 2014: 232). Además agrega:

“La seguridad, la confianza, el fortalecimiento de los lazos sociales, la democracia y la


libre expresión son conceptos clave a la hora de tratar de describir qué tipo de ideales
están atados a esta idea de la ciudad como lugar de encuentro. / La vida en el espacio
urbano lo abarca todo: desde un intercambio de miradas a pasar hasta las grandes
manifestaciones. Caminar a través del espacio público puede ser un objetivo en si mismo,
pero es también el comienzo de algo nuevo.” (Gehl, 2014: 29)
Salubridad y forma urbana

Salubridad e higiene son los grandes temas que introdujeron las reformas urbanas
a partir del siglo XIX, la más influyente fue la de París, dirigida por el Barón
Haussmann entre 1852 y 1870, que, entre varias operaciones, higienizó el espacio
urbano mediante la construcción del alcantarillado y abriendo un sistema de
grandes avenidas conocidas como bulevares que permitieron ventilar y asolear la
ciudad.

Coincidentemente, Antofagasta se funda (1868) en el contexto de esas difundidas


e influyentes operaciones urbanas, y como declara Arce en sus Narraciones, en el
comité que delineó la estructura urbana de la ciudad estaba el ingeniero británico
George Hicks, que sugirió el ancho de 20 varas (16,71 metros) para las calles
(Arce, 1997: 86). Fue una buena medida para la circulación pero también incluía
otros beneficios como la seguridad, ya que la mayor distancia entre manzanas
colaboró a la prevención de incendios, así como la sanidad, ya que las vías
diagonales suroeste-noreste coincidían con el viento predominante que durante el
día ingresaba desde el mar por el suroeste, de modo que las calles ventilaban el
espacio urbano. Además la manzana rotada es la mejor disposición de forma que
todas las fachadas estén expuestas en algún momento a la radiación. Más tarde la
arquitectura racionalista indagó sobre esos temas, principalmente de la mano del
arquitecto Walter Gropius, y de su conocido escrito de 1930 sobre la altura y
distancia entre edificios: “¿Construcción baja, media y alta?”. (Gropius, 1994)

Por otro lado, respecto de la salubridad de la forma urbana, el área industrial de la


Compañía Melbourne Clark (luego Compañía de Salitres) se ubicó correctamente
a sotavento respecto del casco urbano (por lo menos para el viento diurno). Más
tarde, el Establecimiento Industrial de Playa Blanca (actuales Ruinas de
Huanchaca) fue mal emplazado al sur-suroeste de la ciudad y cuando empezó a
producir en 1883 su chimenea contaminaba afectando la salud de trabajadores y
de los espacios en sus inmediaciones, como el Cuartel de 7º de Infantería y la
Escuela Mixta, por lo que la Municipalidad encargó estudios médicos y de
ingeniería para que se solucionase el conflicto (Ahumada, 1999: 60-61).

El emplazamiento del puerto de Antofagasta, después de varias propuestas


realizadas desde 1905, se definió en base a un proyecto de 1913, posiblemente
realizado por el ingeniero ítalo-árabe Abd-El-Kader (Archivo Biblioteca UCN). El
puerto era fundamental para mejorar el tráfico de carga, pero además se utilizaba
para el flujo de pasajeros y el abrigo de naves. Con el tiempo el transporte
marítimo de pasajeros fue decayendo con respecto al ferrocarril y al transporte
aéreo, con lo que el área portuaria se volcó principalmente a lo industrial. Poca
preocupación hubo en la época por la contaminación que se podría producir por el
puerto junto al centro. El embarque de salitre en sacos o briquetas decayó y dio
paso a los cátodos de cobre. Pero más tarde el recinto se usó para el transporte
de minerales a granel, por ejemplo plomo, sin haber construido silos, los que se
sumó a la contaminación de los motores de las naves, y en la actualidad con el
embarque de distintos otros minerales en polvo entre ellos concentrado de cobre.
La ciudad se densificó y el área portuaria quedó junto a viviendas,
establecimientos educacionales y de salud, y desafortunadamente a barlovento de
todo el casco central urbano.

Curiosamente, una vez más, los criterios más básicos de organización de la vida
urbana moderna siguen válidos, por un lado no situar las áreas industriales a
barlovento de la estructura urbana, por otro que la forma urbana esté diseñada de
forma a ventilar y asolear calles y manzanas de la ciudad. ¿Cuantas nuevas
urbanizaciones de la especulación inmobiliaria contemporánea reflexionan sobre
la orientación y anchos de calles y manzanas? ¿Cuantos nuevos conjuntos o
edificios se han diseñado pensando en el impacto de su altura en el ambiente
urbano? (Palme y Guerra, 2013)

Imagen urbana, memoria y administración

Antofagasta el año 2016 cumple 150 años de su primer poblamiento. Sus primeros
años fueron en el auge de la globalizante Revolución Industrial con una creciente
intensidad eclecticista, luego vinieron los años experimentales del art decó y de
una sólida arquitectura del Movimiento Moderno, la posmodernidad fue un
proyecto que culminó en un regionalismo alineado con la búsqueda de una
arquitectura latinoamericana que ha perdurado hasta la contemporaneidad. A
pesar de la corta vida de Antofagasta, su vitalidad económica ha legado obras de
mucho interés y ha concentrado un gran número de ejemplares de arquitectura
significativa que deben ser conservados porque son la memoria de la ciudad y
reflejan el gran empuje de sus ciudadanos y del Estado en constituir imagen
urbana en una situación adversa.

Giulio Carlo Argan en su libro “Historia del arte como historia de la ciudad”,
reivindica la preservación, y reflexiona respecto de la criticada ciudad-museo. La
planificación de la urbe sería “un proyecto de orden y adaptación de lo ya existente
y de una previsión de futuros desarrollos”. El museo no sería un depósito o asilo
de obras, sino “un instrumento científico o didáctico para la formación de una
cultura figurativa o de los que Rudolph Arnheim llama ‘pensamiento visivo’”, “el
museo como centro vivo de la cultura visiva, es un componente activo del estudio
y del desarrollo de la ciudad”. (Argan, 1984: 80)

Sobre la vitalidad del patrimonio en la ciudad es fundamental que esa arquitectura


tenga uso, nunca congelarla y museificarla. Los edificios deben ser adaptados a
los nuevos tiempos, frente a la obsolescencia de los usos, replantar nuevas
actividades. Respecto de eso, Argan indica:

“Para revitalizar los centros históricos, por lo tanto, no se puede contar sólo con las
posibilidades técnicas de restauración; si la reanimación debe traducirse en una
refuncionalización orgánica, es claro que la intervención de los técnicos del patrimonio
cultural es necesaria desde la primera fase de estudio del proyecto y que es intervención
no deberá limitarse a los centros históricos propiamente dichos sino que tendrá que
extenderse a toda la ciudad, en cuanto influye sobre el centro histórico y lo condiciona.
(...)” (Argan, 1984: 79-80)

La protección de patrimonio cultural, pasa por la acción de variados especialistas,


entre ellas el rol de la historia es clave en la difusión de las piezas, la ciudadanía
no puede querer aquello que no conoce. Los datos técnicos, sociológicos y
empíricos de las obras son fundamentales para reconocerse en la ciudad, para
que la urbe se haga propia, que sus secretos sean revelados, compartidos hasta
convertirlos en mitos de la historia urbana. La construcción del pensamiento visivo
reúne los aspectos históricos con las iconografías. Los inventarios del patrimonio
operan sobre la memoria colectiva en cuanto se comparte, se exponen, se dan a
conocer, la investigación no tiene sentido si no se expone, solo de esa forma la
conservación adquiere una perspectiva orgánica donde la colectividad hace suya
la memoria del espacio urbano.

Respecto de la catalogación del patrimonio, Argan es contrario a la idea de definir


círculos cerrados de obras que debieran ser de interés:

“He oído repetir muchas veces y, sin duda es cierto, que es indispensable disponer de
una catalogación de los bienes, realizada a partir de una idea, definida jurídicamente, de
bien cultural. Considero indispensable una catalogación científica y su continuada puesta
al día, pero considero extremadamente peligroso la definición a priori de listas de cosas
que hay que proteger, con la implícita admisión de que todo lo que no está en esas listas,
no merece ser protegido.(...)” (Argan, 1984: 82)

Planificación y participación

En noviembre de 1939, el cultísimo José Papic Radnic, escribió un artículo para El


Mercurio de Antofagasta titulado “¿Y el urbanismo...?. Allí declaraba que su
reflexión estaba motivada por la lectura de la primera edición (1938) del libro “The
culture of cities” (La cultura de las ciudades) del urbanista y sociólogo Lewis
Mumford (cuyas ideas fueron muy influenciadas por Geddes). Papic identifica una
serie de puntos que una planificación contemporánea debiera abordar:

“(...) se nos ha puesto de manifiesto lo precario de nuestros sentimientos, de nuestra


preparación para interpretar las medidas científicas ya adoptadas en varios países,
incluido el nuestro, destinadas a asegurar la higiene, la estética de la edificación, las
facilidades de comunicación y de tránsito y la habilitación de espacios libres y de áreas
verdes, tan necesarios en el ritmo de la vida actual, para el crecimiento y el desarrollo
físico, moral e intelectual de todos los habitantes.” (Papic, 1939: 3)

Es importante que, frente a la anarquía urbana, él destaca: la higiene, la imagen


urbana, la movilidad, espacios públicos (ocio y vegetación). A pesar de que
Antofagasta ha tenido diversas planificaciones, mediadas por ingenieros y
arquitectos, hasta su primer plan regulador efectuado a partir de 1956 y terminado
en 1965, Papic, en 1939, indicaba que los planes urbanos de la ciudad estaban
estancados conservando antiguos principios obsoletos:

“La mayoría de nuestros planes urbanos permanecen estacionados conservando la rutina


de otras épocas, la rutina técnica de antiguos métodos, de antiguas disposiciones que ya
no son legales, de viejas modalidades financieras y viejas actitudes sociales, como si
fueran los únicos elementos que pueden acondicionar un desarrollo futuro, e ignorando
que el incalculable elemento que debe prevalecer en todo esquema urbano o regional no
es solo lo que el hombre tiene o esta acostumbrado a tener sino que lo que el hombre
necesita y esta destinado a necesitar.”

Por otro lado, expone y estimula la creación de planificaciones, que bogan por la
imagen y la racionalidad urbana, planes que además han sido adoptados por el
mismo Estado:

“Afortunadamente en Chile el Gobierno se ha preocupado de la necesidad imperiosa de


crear planes reguladores, considerando que es un axioma de la ciencia urbanística el que
las ciudades no deben desarrollarse al azar, obedeciendo sólo a estímulos que provienen
de circunstancias o conveniencias del momento, ya que el desarrollo de la vida urbana
debe obedecer a normas pre-fijadas y a un plan de conjunto evitando así alarmantes
improvisaciones que cuentan dolorosos sacrificios pecuniarios, sin conseguir muchas
veces, el anhelado efecto estético y utilitario.”

Papic, informa sobre el desarrollo de normas urbanas que se han dictado desde
1929, y de la necesidad de Antofagasta de contar con una regulación:

“Y el Gobierno de Chile, con fecha 14 de enero de 1930, dictó una Ley nº 4563 que
aprueba una Ordenanza General de Construcciones y Urbanización; ordenanza que en
sus disposiciones relativas a la urbanización establece que todas las municipalidades, de
toda ciudad superior a 20.000 habitantes, deben presentar un anteproyecto de
transformación de sus respectivas ciudades, anteproyecto que servirá de base para las
líneas de edificación y las rasantes correspondientes. / En Antofagasta no se ha
elaborado dicho anteproyecto ni municipalidad alguna se ha preocupado de realizar un
plan regulador. / Sólo existen trazados de calles y manzanas que bien podrían
considerarse oficiales de la comuna y que bajo ningún punto de vista debían de ser
alterados ya que han consultado en principio las necesidades y el desarrollo primordial de
la ciudad.”

Hace referencia a la existencia de un grupo de asesores urbanos, entre los cuales


estaba el arquitecto Alfonso Campusano Núñez,3 y de las obras que promovió
este grupo:

“Un efímero Comité de Urbanismo al cual pertenecieron Don Alfonso Campusano, Don
Ricardo Sotomayor, Don Luis Erazo, Don Martín Cerda, etc., Tenía la tutela moral sobre
su realización y uno de sus proyectos de trazado fue la avenida Costanera que uniría el
nacimiento de la calle Balmaceda, junto al mar con el Balneario Municipal. Y las
observaciones y las direcciones del Comité de Urbanismo eran respetadas por la
autoridad municipal. / Hoy dicho Comité no existe y se construye arbitrariamente, pasando
por encima de todo principio fundamental de Urbanismo.”

En tono de manifiesto, reivindica el valor y actualidad de la planificación urbana:

“Y en la ciudad que un tiempo se llamó modelo, ¿Podemos llamar a esto urbanismo…?


¿Se han considerado las sugestiones del urbanista arquitecto jefe de la I.
Municipalidad?… ¿Se ha interesado la autoridad comunal en el desarrollo futuro de la
población…? / ¡No!… La autoridad no se ocupa aún del urbanismo.- No ha tomado aún
contacto con el urbanismo, que según Le Corbusier, Munford, Wallace, Wagner, y otros
insignes urbanistas, es prever y preparar.”

Las reivindicaciones de Papic eran legítimas en cuanto la modernidad del


instrumento de planificación, sin embargo no reconoce que la ciudad se había
desarrollado gracias a una serie de instrumentos cartográficos, por lo general
realizadas por ingenieros.

Entre ellos, podríamos destacar, inicialmente el plan fundacional de José Santos


Prada, de 1869, en el cual incidió el británico George Hicks. Luego el plano de
1873 de Adolfo Palacios, que revela el ensamblaje de ciudad y las vías férreas
trazadas por Josiah Harding. El levantamiento de 1880 realizado por el capitán de
fragata Francisco Vidal Gormaz, luego del inicio de la Guerra del Pacífico, con el
fondo marino en torno a la poza y los pequeños ensanches de esos años. En
1892, el proyecto del agua potable de Roberto J. Manning. En 1898 el plano del
desarrollo del ferrocarril y la ciudad hasta el kilometro 28, proyectado por el
Departamento de Ingenieros del FCAB. Los planos realizados por el ingeniero


3
El primer arquitecto racionalista de Antofagasta.
Luigi Verga Abd-El-Kader, el de hijuelaciones de 1899 y el de 1901. El proyecto
para un nuevo puerto en 1905 realizado por el ingeniero holandés H. L. van Hooff.
El plano de alcantarillado de 1908 que usó el sistema unitario en zig-zag del
francés Paul Wery. En 1913 dos diseños para puertos, uno realizado por el
ingeniero A. D. Swan de Montreal sobre La Poza, el cual se contrapone a otro
diseño más racional, probablemente de Abd-El-Kader, en el borde poniente del
centro, que fue el proyecto que se ejecutó. Además en 1914, Abd-El-Kader publicó
parcialmente ese diseño en su Plano-Guía Comercial de 1914.

Siguen muchas otras planificaciones y registros cartográficos, para sintetizar,


podríamos destacar el plan de 1934 que muestra ensanches hacia el sector de las
actuales unidades vecinales Salar del Carmen, Pablo Krugger, Favorecedora y
Gran Vía. Sin embargo, un plan de 1925, ya revelaba las intenciones de crecer
hacia el norte luego de los patios de ferrocarril y hacia el sur luego del antiguo
Club Hípico (actual Estadio Regional).

Un periodo de madurez, fueron los años cincuenta y sesenta, marcados por dos
hitos: el primer plan regulador realizado por Jorge Poblete Grez, Julio Mardones,
Sergio González y Gonzalo Mardones (TAU arquitectos) a partir de 1956 y
oficializado el 30 de noviembre de 1965 (Decreto Ministerio de Obras Públicas
nº1614), diseñado en base a la concepción del zoning. Y el estudio pre-inversional
para el “desarrollo urbano regional” de 1967-1968, que realizó un equipo
multidisciplinario liderado por Emilio Duhart, Juan Casanova, Helio Suarez y
Walter Witt, un documento en dos volúmenes que determinó las directrices de
muchas de las acciones que se fueron concretando hasta la actualidad. El
contexto de la ciudad moderna en la década del 60 se puede ampliar, en las ideas
de la relación entre habitantes y la vitalidad de la ciudad expuestas por Lewis
Mumford:

“La misión final de la ciudad consiste en promover la participación consciente del hombre
en el proceso cósmico e histórico. A través de su estructura compleja y duradera, la
ciudad acrecienta enormemente la capacidad del hombre para interpretar estos procesos
y toma en ellos una parte activa, formativa, de modo que cada fase del drama que en ella
se representa tenga, hasta el máximo grado posible, la iluminación de la conciencia, el
sello del propósito, el color del amor. Esa exaltación de todas las dimensiones de la vida,
a través de la comunión emotiva, la comunicación racional, el dominio tecnológico y, por
sobre todo, la representación dramática, ha sido la función suprema de la ciudad en la
historia, y sigue siendo el principal motivo para que la ciudad continúe existiendo.”
(Mumford, 1966: 753)

Respecto del rol de la planificación urbana frente al ciudadano, Argan dice:


“Es perfectamente comprensible que la complejidad de las situaciones urbanas actuales,
la extensión y densidad de las aglomeraciones, la cantidad de sus exigencias hagan
necesaria la figura del especialista, del administrador de los valores culturales de la
ciudad, pero él actúa siempre por procuración, en nombre y según la profunda aunque no
siempre consciente y declarada intención de la ciudadanía. Su verdadera tarea es de
educador, más bien que de técnico, su verdadera finalidad no es crear una ciudad sino
formar un conjunto de personas que tengan el sentimiento de ciudad. Y dar a este
sentimiento confuso y fragmentado en miles o millones de individuos una forma, en la que
cada uno pueda reconocerse a sí mismo y a su experiencia de la vida asociada.” (Argan,
1984: 229-230)

Desarrollo orgánico

El estudio pre inversional de 1968 que el equipo de Duhart elaboró al Ministerio de


Vivienda y Urbanismo a partir de 1967, fue el primer documento que operó
críticamente sobre la ciudad y la región. A propósito de su contemporaneidad con
el plan regulador recientemente aprobado en 1965, uno de los antecedentes que
tomaban en cuenta era el plan del equipo de Poblete, sobre el cual establecían
ciertas críticas:

“Algunos de los proyecto considerados en el Plano Regulador son de indiscutible valor,


como las avenidas de Circunvalación y Costanera, actualmente en ejecución, y los
centros equipadores regionales y de barrio. Por otra parte, sin embargo, no se advierte
una política definida de estructuración urbana ni de densidades de población. El
emplazamiento del área industrial es discutible, por cuanto ya aparece rodeada de
viviendas y con muy pocas posibilidades de expansión futura. Las viviendas situadas al
norte y oriente del sector industrial quedarán expuestas a molestias por este hecho. En
todo caso los plano seccionales propuestos en el Plan Regulador pueden contribuir a la
articulación urbana y constituyen un recurso eficaz en la planificación de la ciudad.” (Chile,
1968 (Tomo 1): 71)

Duhart propuso un plan general de desarrollo urbano para formar un “hecho


urbano orgánico y armónico” que sirva a la región. El plan fue planteado como una
herramienta dinámica susceptible de ser corregida en el tiempo. Podemos
mencionar algunas de las operaciones planteadas, entre ellas la linealidad de la
ciudad:

“(...) El mar está presente a todo lo largo de la ciudad y representa un valor y un bien que
no ha sido debidamente valorizado. Se afirma, pues, como un criterio general de
orientación, que la ciudad será mejor en la medida que el mar tenga fácil acceso y
desarrollo como área de recreo y esparcimiento. Igualmente, la ciudad obtendrá ventaja y
agrado al disfrutar de su situación sobre un plano inclinado semejante a un balcón sobre
el mar.(...)” (Chile (Tomo 2), 1968: 53-54)

Por otro lado respecto de las áreas verdes y de esparcimiento, debido a la


escasez de agua, la sugerencia indicaba que fuesen sobrias y económicas de
agua y que se complementasen con otras a orilla del mar. Agrega: “Esta misma
consideración demuestra las ventajas de la densificación urbana, en orden a
racionalizar el uso del agua.” (Chile (Tomo 2), 1968: 54)

Fue identificada la necesidad de un puerto auxiliar que podría estar en la caleta de


La Chimba, junto a una fundamental planta desalinizadora. De hecho el tema de
una nueva fuente de agua, sin arsénico, es una preocupación que cruza
prácticamente todo el estudio. Habría que mencionar que desde el año 2003, en
Antofagasta, está en funcionamiento una planta desalinizadora en base a la
tecnología de osmosis inversa, que abastece un 60% del consumo de la ciudad y
está ubicada junto a la caleta de La Chimba.

Se evidenció en el estudio que la CORFO desarrollaría un área industrial al norte


de La Chimba, para lo cual tenía 680 ha. Para ocupar esos sitios, entre diversas
operaciones, se debería trasladar a un sector extraurbano el aeródromo y el club
de golf de La Chimba. Desde el centro hasta ese sector industrial, se propone el
desarrollo de viviendas. Por otro lado se indica la necesidad de trasladar los patios
de ferrocarril en el centro por el estrangulamiento que producen. Se sugirió que
fuesen utilizados para densificar el área céntrica como lo realizaba en ese
momento la CORMU con el plan SOQUIM en los terrenos de la Anglo Lautaro,
actualmente conocido como Villa Codelco. Sobre el crecimiento, indicaban:

“El crecimiento en extensión se concibe como proceso orgánico y ordenado a contar de


las áreas más próximas al centro actual, a base de núcleos integrados de vivienda y
trabajo. La extensión lineal existente entre el centro antiguo y La Chimba obliga a dotar a
los nuevos sectores de vivienda de centros equipadores semiautónomos que los haga
independientes del centro urbano actual.” (Chile (Tomo 2), 1968: 60)

Asimismo, a pesar de que se planteaba como alternativa otro puerto en Mejillones,


que podría tener ciertas ventajas, el informe no considera era opción como las
más indicada, tanto por los aspectos económicos como que el destino de
Mejillones era eminentemente turístico.

Se plantea erradicar las viviendas autoconstruidas al borde oriental del centro, al


sur del cementerio hasta quebrada El Toro, y remodelar y densificar con nuevas
habitaciones. Respecto de las circulaciones, se plantea el traslado de la estación
de ferrocarriles hacia un sector marginal en La Chimba denominado población
Punta Brava. Sintetizan: “(...) Es evidente, pues, que las viviendas de mejor
calidad y el equipamiento de esparcimiento y turismo continuarán demostrando
afinidad por el Sur; el Centro deberá racionalizarse y densificarse; y el Norte
afrontará los principales problemas de crecimiento y expansión.” (Chile (Tomo 2),
1968: 56)

Uno de los temas más relevantes planteado por Duhart y equipo, fue la formación
de áreas de esparcimiento vinculadas al turismo. La propuesta se sostenía en el
estudio encargado a la empresa británica Transport & Tourism Technicians Ltd.
para analizar la factibilidad turística de la ciudad y su hinterland y de la región.
Decían:

"El modesto desarrollo actual no refleja sin embargo el potencial turístico de Antofagasta y
su región. Según el informe de 'Transport & Tourism Technicians Ltd.' de Londres sobre
Turismo en Chile 1967: 'La zona de Calama - Antofagasta (Zona 2) cubre una de las
áreas más interesantes desde el punto de vista arqueológico y de paisajes de desierto e
incluye una de las mejores playas de Chile en Mejillones'" (Chile (Tomo 1), 1968: 55).

Se planteó turismo a tres escalas: internacional, nacional y regional. Mientras que


una de las mayores dificultades se identifica una vez más en el agua. Por otro lado
se sugiere un plan que debiese comprender las siguientes etapas: 1. Recolección
de datos de la costa; 2. Acciones para solucionar deficiencias; 3. Decisiones
preliminares sobre cuales ubicaciones ofrecen perspectivas estables; 4. Estudio
del estado actual de esos sitios y de sus capacidad de albergar centros de
esparcimiento; 5. Acción inmediata para detener cualquier desfiguración de esos
lugares. Además sobre la ciudad se indicaban lo siguiente:

“Propendiendo al aprovechamiento de un bien al alcance de la ciudad, se propone el


desarrollo de playas y áreas libre en un sector de la costa comprendido entre los baños
municipales y el regimiento, así como de una playa frente a la población Trocadero. Estas
proposiciones se consideran como provechos pilotos para la habilitación más extensiva de
toda la costa urbana, hecha accesible a través de la avenida Costanera.” (Chile (Tomo 2),
1968: 67)

Además agregaban:

“Específicamente en el rubro esparcimiento, la ciudad carece de facilidades adecuadas


inmediatas para satisfacer a su propia población. Al analizar el equipamiento se vio la falta
de facilidades de esparcimiento, especialmente de playas adecuadas, zonas de camping,
clubes de yates o pesca deportiva, etc. en general aquellas relacionadas con la vocación
marítima de la ciudad.” (Chile (Tomo 2), 1968: 68)
Sistemas orgánicos

El arquitecto Richard Neutra es reconocido por su arquitectura pensada para la


salud del cuerpo y por el concepto de “realismo biológico”, que reivindica un
diseño soportado en el estudio del ser humano, desde lo fisiológico a lo
psicológico. Su base del planeamiento, desarrollada a mediados del siglo XX, está
cada vez más vigente:

“Nosotros, como ninguna otra generación anterior, poseemos los conocimientos


científicos que nos capacitan para estudiar los equipos orgánicos, sensoriales y nerviosos
de los seres humanos y su grado de capacidad para absorber cualquier cosa que la
maquinaria pueda imponerles. Si la ciudad no ha de transformarse en una devoradora
humana alimentada exclusivamente desde el exterior, debemos concentrarnos honesta y
sinceramente en el diseño, no por razones de eficiencia técnica, producción o ganancias
comerciales, sino contra las mil irritaciones y daños que ahora amenazan con ser
detrimentos acumulativos superiores a todo lo soportable. La ciudad del futuro tendrá, tal
vez, que levantarse gracias a los esfuerzos de una junta de planeamiento dirigida por un
biólogo con amplitud de criterio. Esa ciudad será entonces un feliz y compuesto diseño
para la supervivencia.” (Neutra, 1958: 39-40)

Las ideas de Neutra, están presentes en las necesidades y reivindicaciones


ciudadanas. Por otro lado esto nos recuerda que el alcalde modelo Maximiliano
Poblete era médico. En la actualidad de Antofagasta se están abordando varios
temas muy relevantes en torno a la planificación urbana: un transporte público de
vanguardia, el rescate del patrimonio, la escasez de vivienda, el destino del
vertedero, o las funciones de áreas industriales como el puerto, entre otros. Esta
nueva formulación de estrategias y desafíos se desarrolla luego de que la opinión
pública nacional fijara su mirada en Antofagasta a partir del fructífero Plan
Bicentenario que logró conjugar acciones de instituciones públicas y privadas.

Richard Burdett y Philipp Rode, en el proyecto “Era Urbana” (Urban Age), en base
a sus viajes y estudios de grandes ciudades globales determinaron las principales
conexiones que subyacen en lo urbano: a. cohesión social y forma construida; b.
sustentabilidad y densidad; c. transporte público y justicia social; d. espacio
público y tolerancia; e. buena gobernanza y buena ciudad. (Burdett and Rode,
2010: 23)

Burdett dice que las ciudades deben ser versátiles. Saskia Sassen defiende la
urbanidad (cityness) de los espacios, una suerte de carácter de la ciudad, de
singularidades de la vida en la urbe. Por otro lado, Jan Gehl plantea una ciudad
sostenida en el ser humano como punto de partida universal, donde los grandes
tópicos son: a. la dimensión humana; b. los sentidos y la escala; c. ciudad vital,
segura, sana y sostenible; d. ciudad a la altura de los ojos; c. la vida como primer
principio, en segundo lugar el espacio, y por último los edificios. (Gehl, 2014)

¿Qué Antofagasta nos merecemos? En síntesis, podríamos decir que una ciudad
sana, caminable, única, que se acepta a si misma, que reconoce su memoria y
entorno fortaleciendo su imagen urbana, en la cual los ciudadanos nos
respetamos, nos reconocemos e identificamos.

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