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Barry Barnes
Sobre ciencia
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El cientificismo
formas, lo cierto es que este tema sigue siendo un escándalo para la ciencia
natural establecida. Por una parte, es difícil rechazar el argumento de que
una buena metodología y un sistema de inferencias adecuado es la clave de la
ciencia. Es muy poco probable que en el curso de un debate los científicos
afirmaran: «No, la ciencia es dogma recibido y técnicas heredadas». Pero,
por otra parte, asociar la autoridad científica con el método científico supone
que prácticamente cualquiera pueda reclamar autoridad sobre prácticamente
cualquier tema. La parapsicología constituye el principio del fin de la astrolo-
gía (que en la actualidad alcanza un éxito notable), la frenología (que todavía
sobrevive), la ufología (en situación próspera), la futurología (una industria
en desarrollo) y el estudio científico de la existencia de (posibles) hadas en el
fondo del jardín. No pretendo afirmar que una difusión amplia de la autori-
dad científica sea siempre negativa, sino que los científicos de la ciencia
establecida están bien situados para reconocer sus desventajas. Todos los
intentos de este tipo de ampliar la autoridad científica, es decir, los intentos
realizados por grupos ajenos a la ciencia, suscitan invariablemente una for-
midable oposición en el seno de la ciencia. establecida.
Finalmente, es importante darse cuenta de que muchos expertos, o su-
puestos expertos, no buscan, de hecho, la aprobación del establishment cien-
tífico. Se limitan a adoptar el boato de la ciencia, sus símbolos y rituales, y
tratan de revestirse de autoridad científica. El anuncio en el que un hombre
vestido con una bata blanca recomienda unas píldoras determinadas es un ¡
símbolo adecuado de esta forma simple de actividad cientificista. Por supues- 1.
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expertos totalmente competentes, contratados para agradar y apaciguar los
intereses creados y como consecuencia de la corrupción pura y simple.
Sin embargo, probablemente es erróneo pensar que todos los expertos se
ajustan al modelo del físico y del ingeniero. Muchas veces, el conocimiento
de los expertos no es utilizado con una finalidad técnico-instrumental y, si lo
es, resulta difícil valorar su eficacia y su poder de predicción. Por logeneral,
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los científicos expertos aportan conocimiento técnico, pero en algunos casos
sólo se les requiere para que justifiquen y legitimen diferentes tipos de actua-
ciones. Muchas veces, los padres preocupados leen las obras más recientes
sobre el desarrollo y la educación del niño. No pueden esperar a poseer un
I conocimiento seguro, pues los niños han de ser educados. Por otra parte, las
obras más recientes no se aventurarán a predecir cómo crecerán los hijos, sus
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hijos en este caso. Pero si siguen un consejo autorizado, los padres tienen al
menos la justificación y la seguridad de que han hecho cuanto estaba en sus
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manos, cualquiera que sea el resultado. Los tribunales de justicia escuchan
los testimonios de los psiquiatras y médicos forenses. Aunque lo desearan,
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no pueden esperar el desarrollo de estas disciplinas científicas antes de deci-
dir en un caso concreto: cuerdo o demente, culpable o inocente. Pero se
puede afirmar que al escuchar la opinión de los expertos y pronunciar sus
veredictos, los tribunales han actuado de acuerdo con las opiniones más auto-
rizadas: la consulta a los expertos legitima sus decisiones.
En este tipo de situaciones, los expertos han de realizar su función cual-
quiera que sea el estado actual del conocimiento. Las grandes instituciones
deben continuar funcionando. Hay que juzgar a los acusados, identificar,
confinar y tratar a los dementes, educar e informar a los jóvenes, establecer
los tipos de interés de los bancos con independencia de lo que «saben real-
mente» los expertos.? Pero dado el tipo de sociedad en el que vivimos, con
nuestro respeto hacia la ciencia y los expertos, hay una demanda de expertos
en todos estos contextos. Probablemente, la hipótesis correcta, aunque CÍni-
ca, ha de ser que, cuando exista demanda, aparecerán «expertos», obligados
a existir porque son necesarios, sin que en este sentido importe qué es lo que
«realmente saben». Además, la actitud natural de este tipo de expertos será
una actitud cientificista. Después de todo, lo que se pide es un pronuncia-
miento de autoridad, que es lo único que puede asegurar o legitimar. Y asu-
mir la apariencia de autoridad supone asumir la apariencia de ciencia.
En la actualidad existe una serie de expertos parcos en conocimientos
pero con una imagen sólida. Están bien establecidos, desempeñan puestos
importantes en la estructura institucional, encuentran amplia audiencia en la
opinión pública (como se puede comprobar por la lista de best-sellers) y tienen
ante sí la perspectiva de una brillante carrera y buenos salarios. Muchas veces
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92 SOBRE CIENCIA
La tecnocracia
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ciaiizadas; sólo ha de tener los conocimientos suficientes para evaluar toda la
información técnica que se le ofrece. La posibilidad de acceder a una gran.
cantidad de información la sitúa en una posición singular. Es, a un tiempo, el
sector mejor informado y más poderoso de la sociedad. Y, en su experiencia,
la política y la vida en general están estrechamente relacionadas; de hecho,
son casi una misma cosa.
Inmediatamente por debajo de la elite política aparece un estrato forma-
do por administradores especializados, cuyo conocimiento y habilidad técni-
ca les sitúa en una posición privilegiada en la sociedad, y les otorga una
participación real, aunque secundaria, en la toma de decisiones. Estos indivi-
duos, que conocen con gran profundidad los temas de su especialidad, pero
que como personas están limitados en su conocimiento a un reducido contex-
to puramente técnico o puramente administrativo, gozan de un grado eleva-
do de poder e influencia. En su experiencia, la política y su identidad profe-
sional especializada están estrechamente relacionadas, pero no la política y la
vida en general (a menos que decidan, como lo hacen muchos de ellos, que
toda su vida gire en torno a su identidad especializada). Por lo general, se ven
lo bastante bien recompensados y poseen la suficiente influencia como para
sentirse firmemente comprometidos con la estuctura de la sociedad. Pero el
precio que han de pagar por esa influencia es el de aportar su asesoría técnica
al escalón superior, a los encargados de tomar las decisiones, renunciar explí-
citamente a todo derecho en la determinación de la política y contribuir a
mantener desinformado al resto de la sociedad. Se les exige que acepten las
normas del anonimato y la confidencialidad.
Finalmente, llegamos al tercer sector de la sociedad, la gran masa de la
población en general. Ya que en las sociedades modernas la toma de decisio-
nes políticas es una cuestión de índole técnica que exige un conocimiento y
competencia especializadas, y ya que la población en general carece de ese
conocimiento y se le impide acceder a él, no tiene participación alguna
.. en la actividad política. Esa gran masa de personas carece de informa-
. cien y, por eso, carece también de poder. Habermas los califica también
como «despolitizados». Su participación en el proceso político se limita a los
períodos que preceden a las elecciones generales, cuando, sobre la base de
Unainformación restringida y distorsionada, filtrada por los medios de infor-
mación, degradada, trivializada y sesgada por las agencias publicitarias y los
cOrnunicadores profesionales, eligen entre las elites políticas enfrentadas. En
consecuencia, y esto no puede sorprender, son muchos los individuos del
sector mayoritario de la población que piensan que se abre un gran abismo
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aparentes serán las discusiones sobre los fines, sobre el derecho a poseer la
capacidad de matar o, por ejemplo, de matar a la población civil en lugar de
al personal militar. Además, las discusiones técnicas entre los especialistas y
los responsables de la toma de decisiones se llevan a cabo en el lenguaje
de los expertos y sus resultados se presentan en forma cuantitativa, ya se trate
de las características del arma o de su coste. Esto otorga a la discusión técnica
una aureola de autoridad y respetabilidad con la que no puede competir el
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debate sobre los fines. Faltan expertos reconocidos en ética, en moral y en
decencia humana y nA existe 11., "'_.1.'"
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Habermas adopta un punto de vista amplio cuando escribe sobre los exper-
tos. Analiza todo el sistema e intenta comprender cuáles son sus implicacio-
nes para nuestra forma de vida. Contempla el conocimiento no en la forma
tradicional, en términos de validez y eficacia, sino en función de las conse-
cuencias más generales de su existencia y de la forma en que es distribuido.
Muy en especial, considera que debe existir una conexión sistemática entre el
conocimiento y el poder en la sociedad e intenta comprender las implicacio-
nes de esa conexión. Considero de gran importancia que se tome con serie-
dad esta forma de pensar sobre el conocimiento y los expertos, y que se
impulse para que pueda coexistir con otros puntos de vista, más restringidos,
que nos son muy familiares. Ahora bien, lo cierto es que esa forma de ver las
cosas es muy poco habitual en el mundo de habla inglesa. Esta es la razón por
la que he dirigido la mirada hacia un escritor continental para ejemplificarla:
por alguna razón, los autores del continente adoptan un punto de vista más
amplio que los autores ingleses.
Sin embargo, hay que recordar que cualquier teoría amplia sobre el cono-
cimiento y la sociedad es también, inevitablemente, una teoría especulativa.
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veces superior al nivel natural. Aunque la gente no caía muerta por las calles,
estaba sometida a una ingestión permanente de plomo, cuyos efectos, aun-
que no mortales, eran negativos. La publicación de estas conclusiones suscitó
una controversia virulenta, cuyo centro no eran tanto los argumentos de dos
interpretaciones opuestas como la autoridad de los profesionales que las sus-
tentaban. Los toxicólogos afirmaban ser los asesores más experimentados y
competentes en materia de toxicidad y decían que su teoría del concepto de
umbral de toxicidad era fundamental; sus oponentes rechazaban ambas afir-
maciones. Ese complejo debate sobre los efectos del nivel de plomo en el
medio ambiente era también, en gran parte, una disputa sobre los límites de
demarcación de dos profesiones.
No son sólo la formación y las lealtades profesionales las que dividen a los
expertos. Todo experto es también un individuo con su propia historia y con
una sede de compromisos y afiliaciones individuales. Por ello, unos contri-
buyen activamente en la investigación en temas de defensa y colaboran en el
estudio de las armas nucleares o de la guerra biológica por razones puramen-
te personales, y otros, también por idénticas razones, prestan su ayuda y
colaboración técnica a los movimientos pacifistas.
Es difícil decir cuál es la importancia positiva de los compromisos perso-
nales de los científicos y expertos, pero, desde luego, es indudable que tiene
un significado negativo muy evidente. Debido a la diversidad de esos com-
promisos, debido a que los científicos proceden de ambientes muy distintos,
se afilian a grupos muy distintos y poseen criterios morales y políticos muy
distintos, resulta extraordinariamente difícil organizarlos para la consecución
de un objetivo político importante. Son muchos los intentos que se han hecho
para organizar a los científicos como una fuerza política coherente que pudie-
ra utilizar su influencia de forma sistemática para la consecución de unos
objetivos políticos concretos. La Asociación de Trabajadores Científicos, la
Sociedad para la Libertad de la Ciencia, la Sociedad Británica para la Res-
ponsabilidad Social en la Ciencia y la Ciencia para el Pueblo son algunas de
las sociedades que se han formado en el Reino Unido para cubrir este objeti-
vo. Pero ninguna ha conseguido reunir más que a una parte de los científicos,
suscitando al mismo tiempo la oposición activa de un grupo numéricamente
comparable, por lo cual su influencia política es muy reducida.
Al igual que ocurre entre la mayor parte de los profesionales, los científi-
cos tienden a mostrarse en desacuerdo sobre las cuestiones ajenas a la cien-
cia. Sostienen opiniones diferentes sobre los valores del capitalismo y el so-
cialismo, el mercado libre y la intervención del Estado, el multilateralismo y
el unilateralismo, y sobre cualquier otro problema político importante. Sólo
se muestran unidos cuando se trata de alcanzar objetivos políticos inmediatos
como el incremento del salario o el apoyo hacia su trabajo. Pero estos proble-
mas son también los que unen a los miembros de otras profesiones, como los
mineros o los granjeros. Sin embargo, no deja de ser curioso que se siga
intentando organizar a los científicos con planteamientos de mucho mayor
alcance, como si en el mundo de la ciencia existiera una mayor uniformidad
moral y política.
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LOS EXPERTOS EN LA SOCIEDAD 101
dad casi total entre los expertos hace que sus afirmaciones sean convincentes.
Hay muchos casos en que eso no ha: ocurrido así. La población ha subestima-
do siempre los peligros de la adicción a la nicotina y ha sobrestimado el
peligro de consumir hachís, soslayando la opinión generalizada de los exper-
tos. Asimismo, ha rechazado las conclusiones de los expertos sobre los efec-
tos de la pena capital y de la pornografía. Incluso en un tema intranscendente
como es el de la fluoración del agua, muchas comunidades de los Estados
Unidos y de Europa han hecho caso omiso del amplio consenso existente
entre los expertos y muchos programas de fluoración han sido interrumpidos.
A la vista de todo esto uno se siente tentado a preguntarse si tiene sentido
hablar de la autoridad de la ciencia. Creo que, en realidad, sí lo tiene. La
autoridad de la ciencia no tarda en hacerse manifiesta cuando uno intenta
actuar sin ella en una sociedad moderna. Pero es una forma limitada de auto-
ridad e insuficiente como base de un poder independiente. Existen muchas
similitudes entre la posición de los científicos y expertos en la sociedad actual
y la de los sacerdotes y eclesiásticos hace dos siglos. En aquella época, la
autoridad cognitiva residía en los representantes de la religión. Su conoci-
miento especializado era el conocimiento de un orden moral, que les autori-
zaba a especificar cuáles eran los fines adecuados del hombre y cuáles debían
ser los medios para alcanzarlos. ¿Quiere eso decir que la sociedad estaba
dominada por los sacerdotes; que podían hacer lo que quisieran? La respues-
ta ha de ser negativa. Es cierto que la sociedad estaba dominada por la reli-
gión, pero no por los sacerdotes. Después de todo, había sacerdotes de dife-
rentes confesiones y los sacerdotes de cada una de esas confesiones sustenta-
ban opiniones diferentes. Hasta cierto punto, esas confesiones y opiniones
eran el reflejo de las diferentes opiniones que existían en la sociedad. Es
cierto que la gran autoridad de los sacerdotes estaba al lado de los grupos
dominantes de la sociedad, pero algunos sacerdotes de determinadas confe-
siones, equivalentes eclesiásticos de los tribunas de la plebe, tomaban parti-
do por la gente común contra la autoridad establecida. Cuando cambió el
orden social también se modificó el número y la importancia relativa de las
diferentes confesiones y las nuevas clases sociales desarrollaron su propia
doctrina y su propio ritual. En esa sociedad, que. era una sociedad religiosa,
todos los temas importantes se expresaban en un lenguaje religioso y todas
las concepciones de la vida en la práctica religiosa. A pesar de la autoridad de
que gozaba, la clase sacerdotal tenía que recibir y expresar opiniones, así
como intentar moldearlas y formarlas. Por analogía, podríamos decir que la
sociedad moderna está dominada por la ciencia, pero no por los expertos
científicos. Los expertos manifiestan sus opiniones en un lenguaje científico-
técnico; eso es fundamental, así como en el pasado lo era el lenguaje religio-
so. Pero eso no garantiza que las afirmaciones del científico serán aceptadas,
de igual forma que no lo garantizaba antes en el caso del sacerdote.
En conjunto, nuestra sociedad, más que una sociedad tecnocrática, se
parece a lo que Habermas llama una sociedad «decisionista». Los expertos
técnicos ofrecen sus servicios y no han intentado convertir su autoridad cog-
nitiva en dominio político. La afirmación de que la distribución del conoci-
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