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La sociedad dominicana actual está viviendo tiempos dignos de gran preocupación. Vivimos
una crisis cuyas tendencias generales son hacia su profundización y en que algunos de sus
aspectos hacen de nuestra atmósfera social un lugar donde se hace difícil respirar. Nuestra
crisis es una crisis con múltiples variables. Abarca el ámbito político, económico, social,
cultural, ecológico y ético.
Conjeturo, sin embargo, que en la coyuntura actual de nuestro país la crisis ética, el factor
ético, es el sobredeterminante de las variadas formas y manifestaciones de nuestra crisis.
Primero, la falta de claridad, de certeza sobre qué es actuar con apego al bien, con apego a
valores como la honradez, la responsabilidad, la bondad, etc. Hoy tenemos una falta de
certidumbre sobre qué es lo bueno, qué es lo malo. Dado ese estado de conciencia, muchos
entienden, y lo entienden como una conducta realista, que cuando una persona asume una
función pública o privada y no hace aprovechamiento personal de su posición, es una persona
tonta, es un “pariguayo”.
Dentro de esta condición, las normas o la visión sobre ellas son confusas, ambiguas.
Relacionada con estas ambigüedades encontramos lo que designaremos como crisis estética,
la que por ejemplo se manifiesta claramente en lo que está pasando con muchos de nuestros
actuales merengues y con los gustos a que han sido inducidos amplios conglomerados de
nuestra juventud y de nuestra población nacional.
Se subestiman las condiciones dentro de las cuales se garantiza que siga existiendo la vida, Se
olvida que la vida, la seguridad no sólo está amenazada por el terrorismo, sino que también
está afectada principalmente por una serie de vulnerabilidades sociales y económicas.
En República Dominicana, como en el conjunto de los países pobres la atención a los valores
espirituales son desatendidos ante las necesidades y urgencias materiales de la cotidianidad.
Hoy el dinero y las cosas que éste satisface son el nuevo dios. El lucro es el norte de la vida. Los
dominicanos y dominicanas parecemos enloquecidos, fascinados por el deseo de tener. De
tener y consumir mucho. De tener abundantemente, de manera rápida y fácil. Adoramos ser
millonarios. Por eso hemos visto crecer tanto el narco-tráfico, el lavado y una gran variedad de
modalidades corruptas dignas de un catálogo. Tanto han crecido las prácticas corruptas en
nuestra sociedad, que con toda razón la sección “Que se dice”, del periódico Hoy, comentó en
días pasados que si se les fuera a pasar audiencias a los corruptos habría que hacerlas en el
Estadio Olímpico.
Las abundantes prácticas en el sentido anterior hacen de los intentos y procesos destinados al
fortalecimiento democrático terrenos ampliamente minados.
Sentirse abatidos, derrotados pro la impunidad que se exhibe en nuestro país constituye
también una expresión de nuestra crisis ética.
La dimensión y las consecuencias que tiene para nuestra sociedad el cuadro ético aquí
expuesto, obligan a actuar ya, obligan a desplegar una cruzada nacional que sacuda todas las
conciencias y conduzca a la acción. Para superar este cuadro es indispensable realizar un
esfuerzo social integral. Las dificultades de la escuela dominicana, la seria crisis de la
institución familiar en nuestro país demanda de un esfuerzo en que además de una y otra,
participen los medios de comunicación, las iglesias, las universidades, las entidades
empresariales, los gremios profesionales, los partidos, los cuerpos armados, las organizaciones
identificadas como no gubernamentales, etc.
En este momento que vive la sociedad dominicana hay que actuar. No procede ni el
aislamiento individualista o de grupos, ni el pesimismo desmovilizador. Aunque la situación es
bastante difícil todavía estamos a tiempo. Pero hay que comenzar ya.