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LOS ALQUIMISTAS

Fundadores de la química moderna

por

F. SHERWOOD TAYLOR

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


México - Buenos Aires

Libera los Libros


Primera edición en inglés, 1949
Primera edición en español, 1957

La edición original de está obra fue registrada


por Henry Schuman, Inc. de Nueva York,
con el título de The Alchemists, Founders of
Modern Chemistry.

Derechos reservados conforme a la lev


© Fondo de Cultura Económica, 1957
Avenida de la Universidad 975, México 12, D. F

Impreso y hecho en México


Printed and made in México
ÍNDICE GENERAL

Prefacio ............................................................... 7
I. Introducción ............................................... 9
II. Las ideas de los alquimistas ......................... 14
III. El origen de la práctica alquimista.............. 25
IV. Los primeros alquimistas ............................ 32
V. Los primeros signos y símbolos alquimistas. 56
VI. Alquimia china ............................................. 71
VII. Alquimistas del Islam.................................... 79
VIII. Los alquimistas en Europa .......................... 97
IX. La alquimia en el siglo XIV.......................... 110
X. Los alquimistas ingleses .............................. 123
XI. Simbolismo alquimista ................................ 144
XII. Relatos de transmutaciones........................... 160
1. El relato de Nicolás Flamel, 160; 2. El tes-
timonio de Van Helmont, 170; 3. El testimonio
de Helvetius, 175.
XIII. De la alquimia a la química......................... 185
XIV. La filosofía hermética ................................ 207
XV. Relaciones de la alquimia con la ciencia .. 225
Recomendaciones para lecturas de ampliación .. 232
PREFACIO

El propósito de este libro es dar a sus lectores una breve


y clara información sobre los alquimistas, su manera de
pensar y su contribución a las conquistas de la
humanidad. Es ésta una tarea no poco difícil; en primer
lugar, porque no conocemos todo lo que los alquimistas
hacían, ni todo aquello en lo que creían, a causa del
deliberado misterio que hacían de lo que consideraban
parte más importante de su trabajo. La segunda causa la
constituye el hecho de que la manera de pensar de los
alquimistas sea totalmente diferente a la del lector
moderno; y la última, el existir tanto trabajo alquimista
sin estudiar y ser gran parte de lo conocido un campo de
controversias. Habiendo tantas dudas, el mejor proceder
sería presentar los argumentos de los distintos puntos de
vista; pero esto daría como resultado un trabajo sólo
inteligible para aquellos entendidos en estas cuestiones;
en vista de lo cual he decidido exponer aquí mis propias
observaciones como resultado de unos veinte años de
estudio; las que no considero sino aproximaciones a la
verdad, como si se tratase de un informe provisional.
Si, como ha dicho uno de sus historiadores, la al-
quimia es la historia de un error, ¿por qué estudiarla?
Hay para ello tres razones según mi parecer.
En primer lugar, la desesperanzada búsqueda de la
transmutación práctica de los metales fue la causa prin-
cipal de casi todo el desarrollo de la técnica química
hasta mediados del siglo XIII, y además condujo al des-
cubrimiento de materiales muy importantes. Ésta es la
comúnmente reconocida contribución de la alquimia,
cristalizada por John Donne en unos versos de su Love's
Alchemy que vienen a decir más o menos lo siguiente:

No hay químico que haya encontrado el elixir, / aunque


7
8 PREFACIO
glorifiquen su fértil olla, / si por casualidad se topan / con
algo odorífero, o medicinal.1

En segundo lugar, hoy día sabemos que la ciencia no


es solamente un cuadro del mundo presente, sino una
actividad humana que ha de interpretarse como un
organismo en crecimiento. Aquellos que hayan com-
prendido la idea del desarrollo de la química necesitarán
rastrear hasta sus orígenes no sólo las ideas químicas
fundamentales, sino el carácter y la sociedad de los
químicos; y es en los laboratorios alquimistas donde se
encuentran esos orígenes.
En tercer y último lugar, el historiador actual tiene
una visión más amplia que la de sus predecesores y no
estudia exclusivamente los aspectos políticos y econó-
micos de antiguas épocas. La historia de las ideas co-
mienza a tener no menos importancia que esta otra, y la
historia de las ideas del hombre respecto a sus relaciones
con la materia será, estoy seguro, para el historiador
futuro, un factor importante en la determinación de la
historia de los últimos cinco siglos. La historia de la
actitud del hombre hacia la materia en los años an-
teriores a 1600 apenas ha sido estudiada, y espero que
este libro sea una pequeña contribución a dicho estudio.

F. SHERWOOD TAYLOR

Museo de Historia de la
Ciencia, Oxford

1 And as no chemic yet th'elixir got,


But glorifies his pregnant pot, If by the way
to him befall Some odoriferous thing, or
medicinal,
(Love's Alchemy)
I
INTRODUCCIÓN
Durante 1,500 años y quizás más, hubo en los prin-
cipales centros de civilización un considerable número
de hombres que llevaban a cabo lo que hoy llamaríamos
operaciones químicas con el ostensible propósito de
transformar en oro los metales comunes. Estos hombres
son los llamados alquimistas, aunque la denominación
sea muy posterior a su existencia. Todos hemos oído
hablar de los alquimistas y muchos de nosotros tenemos
estampas de ellos vagamente confundidas con las de
magos o brujos. Pero estamos en un completo error si
como tales los consideramos, porque los alquimistas se
esforzaban por realizar su trabajo mediante el
descubrimiento y utilizando las leyes de la naturaleza, y
nunca, o muy rara vez, intentaron obtener resultados
mediante procedimientos "mágicos", por encantamien-
tos, hechizos, invocaciones al demonio, etc.
No tuvieron éxito en su intento de descubrir las
leyes que gobiernan las transformaciones de las cosas;
no llevaban a cabo sus experimentos en la misma forma
que los modernos científicos; el verdadero alquimista
era un hombre tranquilo, solitario y sincero investigador
de la naturaleza de las cosas. El aparente propósito
principal de la alquimia, la producción de oro, era tan
enormemente atractivo que el camino del fraude estaba
abierto; en consecuencia, hubo en la Edad Media y aun
antes un gran número de charlatanes que sacaban el
dinero a las gentes engañándolas con falsas
demostraciones; y fueron éstos los que desacreditaron la
alquimia. Nuestro interés va dirigido al alquimista
verdadero y no a los fraudes, de los cuales nuestra época
ofrece ejemplos excelentes para su estudio.
La alquimia floreció, según hemos dicho, en los
principales centros de civilización; y siguió la corriente
9
10 INTRODUCCIÓN
principal del saber. Existió en la China y en la India,
pero ha sido imposible conectar estos alquimistas orien-
tales con la tradición principal que surgió en el Cercano
Oriente en época dudosa, no más tarde del año 100 d. c.
En aquella época, la alquimia se practicaba en Ale-
jandría y en Egipto, desde donde se extendió por todo el
mundo de habla griega. Los nestorianos y los mono-
fisitas desterrados de Bizancio tenían conocimiento de
las doctrinas alquimistas y las llevaron a través de Siria
y Persia (450-700 d. c.), de donde, después del auge del
Islam, vinieron los sabios que tradujeron los textos y los
divulgaron en el mundo arábigo.
Los árabes resultaron alquimistas entusiastas. Des-
pués de 1100 fueron traducidos o parafraseados al latín
algunos textos arábigos y durante los siglos XIII y XIV
la alquimia se extendió por toda la Europa occidental,
donde floreció de manera notable hasta que, a finales
del siglo XVII, la aparición de los modernos métodos
científicos la desacreditó por completo. Sin embargo, en
el siglo XVIII aparecieron gran cantidad de textos al-
quimistas y la antigua tradición no quedó rota sino en
los albores del siglo XIX.
La palabra tradición está bien aplicada a la alquimia,
porque era una disciplina que miraba más bien hacia
atrás, mientras que la ciencia moderna mira siempre
hacia adelante. El alquimista ponía todo su empeño en
tratar de comprender los libros de los "antiguos", pues
creía que ellos conocían el secreto de su trabajo y que
mediante su estudio podrían llevarlo a cabo. Por el
contrario, la ciencia moderna mira hacia adelante, hacia
el tiempo en que sus esfuerzos sacarán a la luz cosas
antes no conocidas. La ciencia vuelve la cara y
considera dignos de honor y respeto a aquellos que la
crearon, pero sin pensar de ninguna manera que sus
trabajos contienen secretos ocultos que han de ser reve-
lados para el esclarecimiento de la misma.
Los alquimistas que vamos a estudiar se cuentan
entre los creadores de la ciencia moderna. En una época
en que a los hombres les era difícil interesarse
INTRODUCCIÓN 11
por cosas que no tuviesen un interés humano vivo, los
alquimistas establecieron el ideal de querer conquistar la
naturaleza mediante procesos naturales. No sólo tra-
taban de hacer oro, sino de perfeccionarlo todo dentro
de su propia naturaleza, y esto no está muy lejos del
ideal de aquellos que hoy día apliquen la ciencia como
debe ser aplicada. Como el científico moderno, trataban
de conseguir esto mediante operaciones de laboratorio.
Los primeros laboratorios que se conocen son
laboratorios alquimistas. Los alquimistas fueron los pri-
meros que sabemos llevaron a cabo la destilación y la
sublimación y ellos inventaron casi todos los aparatos
químicos que existían hasta mediados del siglo XVII. Si
tuviésemos que valorar su posición en la historia de la
ciencia, deberíamos llamarlos los "padres de la técnica
de laboratorio".

Sin embargo, si acudimos a un tratado alquimista


con la esperanza de apreciar sus realizaciones, nos en-
contraremos en un caos. No existe literatura más delibe-
rada y locamente oscura. Los propios autores nos dicen
que sus libros fueron escritos de tal forma que, delibe-
radamente, ocultaran las prácticas a aquellos que no
estuviesen iniciados en ciertos secretos que les permi-
tirian entenderlos. Los aparatos suelen estar descritos
con más o menos claridad, pero la naturaleza de las
sustancias que han de ser tratadas está oculta bajo
nombres falsos. Así, Sol (el rey) representa el oro. Pero
¿representa al metal que nosotros llamamos oro o
alguna entidad desconocida que los alquimistas lla-
maban "nuestro oro"? Tomemos la palabra "magnesia".
La ciencia moderna da esta denominación a una
sustancia definida y bien conocida, el óxido de mag-
nesio, pero los alquimistas denominaron así algo que si
nosotros no hemos podido identificarlo, sus con-
temporáneos tampoco estaban seguros de saber lo que
fuese. Digamos lo que dice Chaucer, que conocía bicu
la alquimia:
12 INTRODUCCIÓN
Platón tuvo un discípulo / que una vez le preguntó / (si
quieres lo puedes comprobar en la Chimica Senioris Zadith
Tabula): / Dime señor el nombre de la piedra secreta. / Y
Platón le contestó: / Las lenguas de los hombres la llaman
Titanos.1 / Entonces el discípulo preguntó: ¿Y eso qué es?
Magnesia, / respondió Platón. Si es así / es ignotum per
ignotius; / te ruego, maestro, que me digas qué es la magnesia.
/ Yo diría que es el líquido compuesto / por los cuatro
elementos. / ¿Y cuál es su principio? / ¿Podrías decirme cuál
es su origen. / No, dijo Platón, es imposible. / Los filósofos
han jurado no revelarlo nunca / a ser humano alguno, jamás
escribirlo. / Es inapreciable, pues es un secreto caro a Cristo, /
y su deseo es que no sea descubierto, / salvo cuando Él mismo
lo revele a sus servidores. / Lo guarda oculto a quien le place.2

1 "Titanos", para los alquimistas griegos, significa simplemente


"cal"; "magnesia" es aún más oscuro y parece que han sido lla
mados así varios diferentes minerales.
2
Also ther was disciple of Plato
That on a tyme seyde his maister to,
As his book Senior wol be witnesse,
And this was his demande, in soothfastnesse,
'Telle me the name of the privy stoon.'
And Plato answerde unto hym anoon,
Take the stoon that Titanos men name'
'Which is that?' quod he. 'Magnesia is the same.'
Seyde Plato. 'Ye, sir, and is it thus?
This is ignotum per ignotius.
What is Magnesia, good sir, I yow preye?'
'It is a water that is maad, I seye,
Of elementes foure', quod Plato.
'Telle me the rote, good sir' quod he tho,
'Of that water if it be your wille.'
Nay, nay' quod Plato, 'certain, that I nille;
The philosophres sworn were everichoon
That they sholden discovere it unto noon,
Ne in no book it wryte in no manere;
For unto Crist it is so leef and dere,
That he wol nat that it discovered be,
But where it lyketh to his deitee
Man for tenspyre, and eek for to defende
Whom that hym liketh: lo, this is the ende, Geoffrey Chaucer,
"Canterbury tales". Chanouns Yemannes Tale, in The complete
works, ed. W. W. Skeat. Oxford, 1894. II. 1448-1471.
INTRODUCCIÓN 13
Este encubrimiento de la naturaleza de las materias
estaba tan generalizado que sólo muy pocas recetas
alquimistas pueden ser interpretadas de tal forma que
sea posible repetirlas. En esto estriba el problema prin-
cipal de la alquimia. Los alquimistas efectuaban, sin
duda alguna, experimentos reales con aparatos bien di-
señados, pero rara vez nos dicen qué ponían dentro de
los aparatos, y describen efectos que, según conjeturas
de la ciencia moderna, jamás pudieron tener lugar. Sin
embargo, sus trabajos indican que eran hombres
inteligentes y buscadores de la verdad.
Los alquimistas no se dedicaban solamente al logro
de un fin puramente material, hacer oro, sino que sus
trabajos crearon y desarrollaron una teoría de la filosofía
natural, una visión del mundo que ha sido desplazada
por la ciencia moderna. No dejó de tener mérito en su
amplitud e interpretación de la experiencia, pero no tuvo
el poder de la ciencia para predecir los fenómenos
físicos y las premisas en que estaba basada eran más que
dudosas. No podemos entender la alquimia sin la
filosofía alquimista natural, que llevará al lector a
recorrer extrañas regiones del pensamiento.
II
LAS IDEAS DE LOS ALQUIMISTAS

El propósito ostensible de los alquimistas era la trans-


mutación práctica de los metales en oro. En el siglo XIX
los metales estaban considerados como elementos
químicos, y los elementos químicos, a su vez, como
completamente inalterables, salvo en el caso de combi-
nación. Por lo tanto, se consideraba la transmutación
como un absurdo. En el siglo xx sabemos que es po-
sible, por lo menos en teoría, pero se consigue sólo
mediante un gasto de energía que está muy lejos de los
medios de que disponía el alquimista, quien trabajaba
con la ayuda de los calores suaves producidos por la
cama de estiércol o el baño de María. Pero, sin embargo,
antes de Lavoisier incluso la palabra "elemento" no
excluía la posibilidad de transmutación, y por lo tanto
no había ninguna razón teórica para suponer imposible
la conversión del mercurio en oro. Hasta mediados del
siglo XVII fueron pocos los que dudaron que fuese
posible, aunque muchos sí dudaban de que los alqui-
mistas la hubiesen conseguido de hecho.
Si hemos de penetrar en la mente del alquimista y
demostrar que sus singulares procedimientos eran
razonables, necesitamos comprender la ciencia de su
tiempo. Los griegos fueron los iniciadores de la ciencia
teórica; y sus hipótesis y conjeturas acerca de la natu-
raleza de la materia fueron paralelas a la alquimia. Así
en Alejandría, en Bizancio, en el Islam y en Europa,
antes del desarrollo de la química moderna, los intelec-
tuales adoptaron las teorías sobre la materia y los cam
bios químicos que habían sido sostenidas por los grie-
gos, especialmente por Aristóteles y sus comentadores,
así como por los escritos griegos sobre temas médicos.
Semejantes teorías son, por supuesto, muy diferentes
de las de la ciencia moderna; y sus dos principales
doctrinas eran la de la materia y la forma y la del es-
14
LAS IDEAS DE LOS ALQUIMISTAS 15
píritu. Estas tres palabras tienen hoy día un significado
completamente diferente. Hoy decimos que azufre y
hierro son clases diferentes de materia, pero para Aris-
tóteles eran la misma materia especificada por formas
diferentes. Cuando hablamos de la forma de una cosa
nos referimos a su contorno geométrico, mientras que
para los aristotélicos ésta era sólo una clase de forma y
la forma de un cuerpo era aquello que hoy día cons-
tituye lo que llamamos "propiedades". Espíritu significa
hoy día un líquido volátil, una actitud de coraje o una
vida incorpórea; pero la palabra spiritus o pneuma en la
ciencia antigua significaba literalmente aliento y podía
ser aplicada a un vapor, a un gas, a un espíritu separado
del cuerpo o incluso al Espíritu Santo.
Si logramos comprender el significado antiguo de
estos términos y su empleo en la vieja ciencia nos acer-
caremos a la comprensión de la alquimia.
Al considerar la antigua química, debemos olvidar
gran parte de los aspectos de la química moderna. No
debemos pensar para nada en ideas atómicas, elementos
químicos, sustancias puras, conservación de la masa.
Debemos volver atrás con el pensamiento hasta la po-
sición del hombre inteligente que ve cambios en las
cosas y en él mismo y que enfoca su mente hacia la idea
del cambio en sí mismo más que hacia los cambios
individuales.
La primitiva concepción de la materia era antro-
pomórfica. Las cosas son como nosotros mismos. Co-
nocemos una parte espiritual y otra corporal controlada
en cierta forma por la primera. Luego era natural ana-
lizar la materia como parte controladora y como parte
controlada. Esta idea la encontraremos frecuentemente
en la ciencia de épocas anteriores. El análisis de la
materia mejor fundado y más penetrante siguiendo este
camino fue hecho por Aristóteles en el siglo IV a. c.
Hay una identidad que persiste a través de todo cambio;
diciendo "el hierro se transforma en orín" afirmamos
una relación entre el hierro y el orín. Es razonable decir
que en semejante transformación algo cambia y
16 LAS IDEAS DE LOS ALQUIMISTAS
algo persiste. Aquello que persiste fue llamado materia,
lo que cambia fue llamado forma. De cualquier manera
no debemos pensar en la "materia" de Aristóteles como
en algo que puede existir por sí mismo. En una estatua,
el bronce fue la materia y, digamos, Apolo fue la forma;
pero en el bronce mismo, tierra y agua fueron la materia
y la "causa de las propiedades del bronce" fue la forma.
Tierra y agua eran tenidos por elementos y considerados
como materias primas esenciales que tenían forma de
tierra o de agua. Así pues, cuando Aristóteles sistematizó
su teoría supuso que en el último análisis había una sola
materia esencial que podía tomar un número infinito de
formas, de donde se deduce que no es imposible que
haya cambio material, aunque algunos cambios no
puedan tener lugar directamente. Aristóteles reconocía
que muchos tipos de transformación no se verifican. Un
caballo no se transforma en un león o en una piedra; sin
embargo sucedía que, al morir un caballo, perdía su
forma de tal y podía ser comido por un león; y así su
materia podía recibir la forma de león. O bien, podía
pudrirse, descomponiéndose así en tipos de materia de
menor especificidad que, a su vez, podrían recibir otras
formas como, por ejemplo, de gusanos. Así pues, la
teoría de materia y forma parecía indicar que si alguna
sustancia pudiese ser reducida a una materia
suficientemente simple, podría darse a ésta la forma de
cualquier otra sustancia, por lo que, en teoría, no había
ninguna razón para suponer que cualquier sustancia era
incapaz de ser transformada en cualquier otra.

Los primeros alquimistas, que vivieron en una época


considerablemente posterior a Aristóteles, pensaban en
términos de materia y forma. Así, su empeño en trans-
formar el cobre en oro, por ejemplo, estaba planeado
como la eliminación de la forma del cobre, o dicho de
una forma más pintoresca, como la muerte del cobre y
su corrupción, que sería seguida de la introducción
LAS IDEAS DE LOS ALQUIMISTAS 17
de una nueva forma, la del oro (imaginando este proceso
como una resurrección).
Pero ¿cómo había que hacer esto? El tratamiento del
cobre con ciertas soluciones (especialmente soluciones
de sulfuros) o el calentarlo con azufre, le hacía perder su
"forma metálica" quedando como una masa negra
(sulfuro de cobre). Esto le parecía al alquimista que era
la reducción del cobre a la materia sin la forma
metálica. Pero ¿cómo iba a introducir la forma del oro?
Ése era el problema, y la teoría de la materia y la forma
no arrojaba ninguna luz sobre ello. Era necesario tratar
de que un nuevo ser completo, el oro, surgiese de donde
no existía oro anteriormente.
En la experiencia diaria ¿dónde se encuentran casos
semejantes? Casi en todas partes. Vemos la generación
de nuevos animales por sus padres, de plantas a partir de
una semilla y de algunas criaturas que aparentemente
surgen de la materia muerta, pues entonces se suponía
tranquilamente que los gusanos, moscas y ranas, e
incluso criaturas de organismo tan complejo como el
ratón, crecían simplemente, sin padres, de la materia en
descomposición o del barro, y era creencia general que
la tierra daba origen a plantas sin la presencia de
semillas preexistentes en ella. Estas creencias tan
simples de los pueblos primitivos, procedentes de la
observación no confirmada por experimentos, fueron
sistematizadas por los griegos. El cambio más obvio e
importante de este tipo era el nacimiento de organismos
vivos; y el primer problema consistía en encontrar las
razones por las que nuevas criaturas con una orga-
nización (forma) completa hubiesen de surgir donde
antes no existía criatura semejante.
En un caso así es notable que se haya producido una
nueva vida: de la misma manera que Dios introdujo el
"aliento vital" en el hombre de la tierra, el "aliento vital"
entraba a su vez en estas criaturas y las organizaba.
Hacer esto constituía una función muy elevada: el
crecimiento de la mies estaba en manos de los dioses,
formaba parte de las creencias humanas
18 LAS IDEAS DE LOS ALQUIMISTAS
en los días del antiguo Egipto, tres mil años y aún más
antes de que los griegos comenzasen a pensar sobre
estas cosas. También las estrellas intervenían, porque la
mies crecía de acuerdo con las épocas del año señaladas
por la marcha de los cuerpos celestes. Si parecía obvio
que el "aliento vital" viniese de los cielos y crease
nuevas cosas ¿qué se necesita además, sin que provenga
ni del cielo ni de la materia que ha de ser convertida en
la nueva entidad? El calor. La gallina se ha de sentar
sobre el huevo, el niño debe crecer al calor del seno
materno, el sol ha de calentar la tierra y hacer bullir el
légamo del río con la nueva vida.
Éstos son los elementos primitivos de la idea de la
generación: una semilla, un suelo, el aliento vital de los
cielos y el calor suave. Éstas eran las condiciones que el
alquimista se proponía imitar. Como quiere que el oro
nazca, lo creará. Corrompe los otros metales para
formar el suelo, puede tener el calor suave producido
por la cama de estiércol o el baño de María, pero le hace
falta la semilla y el aliento. El oro no debe surgir del
oro, puesto que una col no surge de otra col sino de una
semilla de col. Luego tenemos que conseguir la semilla
del oro. Sólo así puede nacer el oro pues, como los
alquimistas no se cansan de repetirnos, la semilla de
cebada produce el pan de cebada; la de león, otro león;
la del oro, oro. Entonces ¿cómo se podría fertilizar al
oro? Los alquimistas reflexionaron profundamente
sobre este problema y ya discutiremos sus soluciones en
un capítulo posterior.
Finalmente ¿cómo se podría hacer eficaz la in-
fluencia de los cielos? El alquimista podía trabajar bajo
la influencia de cuerpos celestes adecuados, haciendo
que las operaciones químicas coincidiesen con las horas
planetarias o con las estaciones. Esta noción la
encontramos especialmente en la primitiva alquimia,
pero es menos común que el intento de obtener dicha
influencia en forma que pudiese manejarse y, de hecho,
usarse como agente químico. Esta
LAS IDEAS DE LOS ALQUIMISTAS 19
noción, que nos parece grotesca, está en la raíz de la
mayor parte de las prácticas alquimistas y sólo puede
ser comprendida por aquellos que hayan captado lo que
los antiguos entendían por "aliento". Él griego pneuma,
el latín spiritus, el indio prana, tienen un significado
muy parecido, pero no hay una palabra con ese
significado en el lenguaje moderno, puesto que la
misma idea ha desaparecido.
Conocemos la materia, de la que pensamos que es
algo sin aspectos espirituales; conocemos la mente, a la
que los más de nosotros, que no somos materialistas,
consideramos sin aspectos materiales; pero no conoce-
mos nada que, con las cualidades de la mente y la
materia, constituya una sola cosa. Sin embargo, hasta el
siglo XVII e incluso después, todo el mundo reconocía
la existencia de materiales con diversos grados de
sutileza. Había una materia burda que podía ser tocada y
manejada, pero aun ésa, como vamos a ver, contenía un
espíritu en su interior; existían después las nubes, el
humo, el vapor, las exhalaciones, el aire, el éter, los
espíritus naturales, vitales y animales, la materia de los
seres espirituales; y sólo a Dios se le podía considerar
como un ente puramente espiritual. De hecho, las
citadas eran consideradas como materias de diversos
grados de materialidad y de espiritualidad;
aproximándose cada vez más a la noble naturaleza de la
mente, de una manera proporcional a su sutileza.
Así, los antiguos filósofos griegos podían decir con
entera sencillez que el alma era aire. Por supuesto, no
querían decir con esto que lo que nosotros llamamos un
alma es una mezcla de oxígeno y nitrógeno, sino
simplemente que el principio de la vida era una especie
de aliento. Asimismo algunos consideraban la atmósfera
como un receptáculo o depósito del alma del mundo, y
pensaban que los seres vivientes existían inspirándose
en este aire, como un aliento vital que sale del alma del
mundo. Se creía que este aliento se distribuía por todo el
cuerpo por medio de los pulmones y los vasos
sanguíneos, que actuaban como mentes
20 LAS IDEAS DE LOS ALQUIMISTAS
subalternas, situadas cada una en uno de los órganos del
cuerpo y regulando su acción. Sin embargo, este mismo
aliento podía ser convertido en cosas; y Aristóteles, en
un famoso pasaje que es seguramente una de las fuentes
de la idea de la alquimia, supone que todos los metales
están hechos de dos "exhalaciones", dos vapores, el uno
húmedo, el otro seco o fuliginoso, que se exhalan a
través de la tierra. He aquí el pasaje:

Hemos dado alguna información sobre los efectos de la


secreción sobre la superficie de la tierra, y estando ya ter-
minada en las partes de la tierra, debemos proponernos des-
cribir su acción bajo dicha superficie. Así como su doble
naturaleza da lugar a efectos varios en la región superior, aquí
es causa de dos variedades de cuerpos, puesto que
mantenemos que hay dos exhalaciones, una vaporosa, la otra
fuliginosa; y que a ellas corresponden dos clases de cuerpos
que se originan en la tierra, el fósil 1 y los metales.
En lo que se refiere a la exhalación seca, es aquella que
mediante la combustión da lugar a todos los cuerpos fósiles
como las clases de piedras que no pueden ser fundidas; re-jalgar,
ocre, limonita, azufre y otras cosas similares. 2 La mayor parte de
los cuerpos fósiles son cenizas coloreadas o una piedra
concretada a partir de ellas, como por ejemplo , el cinabrio. La
exhalación vaporosa es causa de todos los metales; las cosas
fusibles o dúctiles, como el hierro, el cobre, el oro. Todas estas
cosas son producidas por la exhalación vaporosa cuando se
encierra, especialmente, en recipientes de piedra. Habiéndose
congelado y comprimido en una cosa, como el rocío o la
escarcha, al separarse produce estas cosas por su sequedad. En
consecuencia estas cosas son agua en un sentido y en otro no lo
son. Porque la materia era potencialmente la del agua, pero ha
dejado de serlo; no es tampoco la de ciertas aguas que han
cambiado algunas propiedades, como son los jugos. No obstante
que el oro y el cobre no están formados de esa manera, cada uno
de ellos
1 El significado de la palabra es simplemente "algo desenterrado".
Hasta épocas muy recientes la palabra significó sencillamente mineral
o piedra.
2 Rejalgar es el sulfuro de arsénico; ocre y limonita son óxidos de
hierro arcillosos; los tres eran empleados como pigmentos rojos.
LAS IDEAS DE LOS ALQUIMISTAS 21
se formó mediante la exhalación congelada antes de que se
formase el agua. Por lo tanto todas son afectadas por el fuego
y tienen algo de tierra, puesto que contienen la exhalación
seca. Pero el oro solo no es afectado por el fuego. Ésta es la
teoría general de todos esos cuerpos, pero debemos considerar
a cada uno de ellos en particular. . .3

Nos damos cuenta de que estos vapores son tan


sutiles que pueden atravesar las piedras; y sin embargo
pueden condensarse hasta formar metales. Aristóteles
consideraba evidentemente a los metales muy semejan-
tes entre sí y los alquimistas que le siguieron sacaron de
ahí el coraje suficiente para pensar en la posibilidad de
la transmutación práctica. Los alquimistas posteriores
identificaron el "vapor seco" con el azufre y el "vapor
húmedo" con el mercurio; de ahí su teoría de que todos
los metales están hechos de mercurio y azufre. En el
período más antiguo de la alquimia, la filosofía de
Aristóteles no era tan popular como la estoica y la
hermética. Pero estas escuelas se apoyaban aún más que
la aristotélica en la idea del aliento o espíritu, que para
ellos era al mismo tiempo la raíz y el principio activo de
todas las cosas. Así pues, se creía fácilmente que no sólo
los metales podían hacerse de un "aliento" que surgiese
de la tierra, sino que se pensaba que dicho "aliento" era
un poder capaz de dirigir acontecimientos. Hemos visto
que se pensaba que los cielos intervenían en la
generación de nuevas cosas, haciendo surgir la nueva
forma. Todo el mundo creía que los planetas influían
constantemente en la formación de cada nuevo ser, lo
cual es por supuesto la teoría que respalda la astrología.
He aquí una cita de la Bibliotheca Historica de Diodoro
Sículo (hacia 50 a. c.):

Ellos (los egipcios) dicen que estos dioses (Isis y Osiris)


contribuyen con su naturaleza a la generación de todas las
cosas; siendo el uno de naturaleza cálida y activa y el otro

3 Aristóteles, Meteorológica, Libro III, cap. 6 (378 c).


22 LAS IDEAS DE LOS ALQUIMISTAS
húmedo y frío, pero formando parte de ambos algo de aire; y
que han sido creados y alimentados por todas estas cosas; y
que por eso todo ser particular en el universo es perfeccionado
y completado por el sol y la luna, cuyas cualidades, como
hemos declarado antes, son cinco: un aliento o eficacia
vivificante; calor o fuego; sequedad o tierra; humedad o agua;
y aire, del cual está formado el mundo, así como el hombre
está hecho de cabeza, manos, pies y otras partes... Y por eso
llaman al espíritu Zeus; porque según su interpretación, de él
se deriva, en todas las criaturas, una influencia vivificante;
como del principio original; y por esta razón se le estima
como padre común de todas las cosas.4

Es evidente pues que, aun antes de que se tuviese


noticia de la alquimia, se creía que el sol y la luna son
agentes que producen nuevos seres y que el medio de
producir estos cambios es un espíritu o aliento vital
contenido en las criaturas terrenas.
Ahora que la influencia del sol, la luna y los planetas
sobre este espíritu vivificante en los cuerpos terrestres
tenía que ser explicada. ¿Por qué medios el sol y la luna,
las estrellas y los planetas, podían influir en la
germinación de una planta, como parecía con certeza
que lo hacían? Se creía que este medio era precisamente
este aliento del espíritu, del que se pensaba que era una
emanación original de Dios que animaba la materia
muerta, idea que persistió a través de toda la historia de
la alquimia. Hagamos otra cita, esta vez de Sinesio,
último obispo de Ptolemais (hacia 400 d. c.):

Y entonces vino el Bien / Fuente del espíritu humano, /


Dividida sin división; / Una mente inmortal, efluvio / De
padres divinos, / Descendida a la materia /; Escasa sí, pero
entera y una en todas partes, / el todo difundido en el todo /
Giró en el gran vacío de los cielos / Preservando este todo por
completo. / Está distribuido de diferentes modos: / Parte en el
curso de las estrellas, /Parte en los coros

4 Diodoro el Siciliano, The historical library, 15 tomos. Traducida


al ingles por G. Booth, Londres, 1700, p. 4.
LAS IDEAS DE LOS ALQUIMISTAS 23
de ángeles. / Parte asimismo en el duro cautiverio /. Encontró
forma terrena, / Y separada de sus padres /. Bebió el oscuro
olvido, ciego en su inquietud /, Maravillándose de la
infortunada tierra.5

Estas ideas concernientes al "espíritu" y sus fun-


ciones en la naturaleza eran muy familiares en la época
en que se comienza a tener noticia de la alquimia. La
filosofía estoica estaba entonces en su apogeo. Los es-
toicos sostenían que todas las cosas eran cuerpo, ma-
teria, en el sentido de ocupar lugar en el espacio. Con-
cebían todos los cambios en el mundo como resultado
de cambios en el cuerpo, logrados mediante el esfuerzo
del primer fuego, que puso en acción las potencias, a
manera de simientes de las cosas y fue causa de su des-
arrollo de acuerdo con el plan inherente a su naturaleza.
El agente que efectuaba todos esos cambios era un
"aliento", el pneuma. La filosofía hermética, que
también prevalecía en el período primitivo de la alqui-
mia, mantenía puntos de vista muy semejantes en lo
concerniente a la universalidad y eficacia del espíritu.
Luego la idea de una simiente en las cosas, desarrolla-

5 For then it was the Good


Source of the spirit of man Was
divided without division; And
immortal mind, efflux Of divine
parents, Descended into matter
Scanty indeed, but whole and one everywhere,
The whole diffused into the whole Revolved the
vast hollow of the heavens Preserving all this
whole. It is distributed into different forms Part of
it in the courses of the stars, Part of it in the
choirs of angels, Part likewise in the heavy
bondage Found an earthly form, And disjoined
from its parents Drank dark oblivion, blind in its
cares Wondering at the joyless earth.
Synesius Episcopus, Hymnus I (Migne. Patrología Graeca, Paris,
1859. Vol. 66, col. 1589.)
24 LAS IDEAS DE LOS ALQUIMISTAS
da por el calor y activada por el "aliento", no era una
primitiva noción revivida, sino los últimos dictados de
la filosofía y la creencia más aceptada en la época.
Para resumir todo esto, nos encontramos con que los
filósofos y hombres de ciencia, en la época en que
aparece la alquimia, consideraban los cambios del mun-
do natural como un drama en el que esta sutil materia —
espíritu o aliento— representaba el papel principal.
Tendremos en adelante numerosas ocasiones de aludir a
ello, y puesto que las palabras aliento y espíritu tienen
hoy otro significado, normalmente emplearemos su pri-
mitivo nombre griego, pneuma.6
Se puede afirmar desde luego que la alquimia per-
manece aún como un problema irresoluto, pero se puede
descubrir algún sentido en los escritos alquimistas si se
tienen en cuenta las tres ideas establecidas en este
capítulo:
1) La posibilidad teórica de transformar cualquier
tipo de materia en cualquier otra.
2) La necesidad de que dicha transformación tenga
lugar medíante la corrupción del material que ha de
ser transformado y la generación de una nueva forma
en él.
3) El poder que tiene un ser sutil aunque no ente
ramente inmaterial, pneuma, de convertirse en un me
tal, impulsar y dirigir la generación y evocar nuevas
formas.

6 Las palabras espíritu y alma tienen, ciertamente, significados


teológicos, y no han sido sino vagamente definidas y propiamente
traducidas. Los alquimistas hablaban tanto del espíritu como del alma
en las cosas; en griego, son pneuma y psyche, en latín spiritus y
anima. Espíritu y alma se consideran como macho y hembra; el alma,
además, ha de serlo de algún cuerpo, y está separada como un todo y
corresponde a un todo, siendo así que el espíritu no es necesariamente
el espíritu de algo, sino una entidad, que puede ser subdividida y de la
que puede haber más o menos.
III
EL ORIGEN DE LA PRÁCTICA ALQUIMISTA
Es interesante notar que aunque los griegos clásicos
tenían ideas teóricas acerca del origen de los metales y
la naturaleza del cambio, no hay razón alguna para
suponer que practicaban la química o la alquimia. Es
probable que el estímulo de un éxito parcial aparente en
la transmutación fuese necesario para considerar que
valía la pena continuar con el estudio de la ciencia o arte
de la transmutación de los metales. Es casi seguro que
antes de que hubiese ninguna teoría sobre esta materia,
los técnicos prácticos habían ya preparado metales
blancos semejantes a la plata y otros amarillos
semejando oro. Es difícil saber lo antigua que era esta
práctica. Campbell Thompson opina que en un frag-
mento de una tablilla asiria (s. VII a. c.) se hacía re-
ferencia a la manufactura de la "plata", pero los mismos
alquimistas suponen el origen de su arte en Egipto. De
modo que el alquimista Zósimo, que escribía, hay que
recordarlo, por el año 300 d. c. cuando la ciencia y la
mitología egipcias no eran ya una tradición viva,
comienza uno de sus libros así:

Aquí se establece el libro de la Verdad.


Zósimo te saluda ¡oh Theosebeia!
Todo el reino de Egipto, señora, depende de estas dos artes, la
de las cosas estacionalesl y la de los minerales. En lo que se
refiere a aquella que llaman arte divina, sea por su aspecto
filosófico o dogmático o por sus fenómenos en general, fue
dada a los que eran maestros en ella para que la custodiaran, y
no sólo esta arte, sino también aquellas que son llamadas las
cuatro artes liberales y los procedimientos técnicos, porque su
capacidad creadora es propiedad de los reyes. Así pues, si los
reyes lo permiten, uno que haya recibido el conocimiento
como herencia de sus antepasados

l Se refería probablemente a la astronomía o la astrología. 25


26 ORIGEN DE LA PRÁCTICA ALQUIMISTA
podría interpretarlo, ya sea en la tradición oral o en las columnas
con inscripciones.2 Pero el que conoce estas cosas por completo
no practica el Arte él mismo, pues sería castigado. De la misma
manera, bajo los reyes egipcios, los trabajadores de las
operaciones químicas y aquellos que conocen el procedimiento (?)
no trabajaban por su cuenta, sino que servían a los reyes egipcios,
trabajando para llenar las áreas de sus tesoros. Porque tenían una
especie de capataces que ejercían una estricta vigilancia no sólo
sobre las operaciones químicas, sino sobre las minas de oro. En
consecuencia, si algún minero encontraba algo, era la ley entre los
egipcios que debía entregarse para su ingreso en el registro
público.3

Es un hecho indudable que la obtención y el trabajo


del oro eran, en el antiguo Egipto, el dominio de un
gremio sacerdotal que tenía su centro en el templo del
dios Ptah en Menfis. El dios era "el patrón de los
orfebres y fundidores de oro", su templo la "orfebrería"
y sus sacerdotes se distinguían con títulos como "Gran
esgrimidor del martillo", "El que conoce el secreto de
los orfebres". El mismo alquimista Zó-simo, que escribe
hacia el año 300 d. c., nos dice que "ha examinado en
detalle un horno en el viejo templo de Menfis. . . " 4 y del
contexto se deduce que era semejante a los empleados
por los alquimistas.
También en Egipto hay indicios de la manufactura
de substitutos del oro. El bruñido en oro, así como el
dorado con panes eran conocidos; y tenemos noticia del
dorado a fuego, mediante el mercurio, en la época
romana (después del año 30 a. c.). Los egipcios ejercían
el arte de colorear el oro con barnices y líquidos
corrosivos, artes que encontramos en los trabajos de los
primeros alquimistas. Existe también alguna prueba de
que "aumentaban el peso" del oro

2 Que se hallan en los templos, llamadas estelas.


3 "Primer libro de la consumación" § I. (Berthelot, Collection
des anciens alchimistes grecs, texto griego, p. 239).
4
"Sobre aparatos y hornos", S I. (Berthelot, op. cit., p. 224).
ORIGEN DE LA PRÁCTICA ALQUIMISTA 27

rebajándolo con otros metales, práctica descrita por


algunos de los primitivos alquimistas.
Egipto es un país donde la humedad y sus consi-
guientes efectos destructivos no tienen ningún poder. Se
han encontrado papiros escritos enterrados en sus
arenas, en tumbas, en cajas de momias y en ruinas. El
papiro fue la forma más antigua de papel, que se hacía
pegando varias tiras de la corteza de la caña de papiro.
Era un artículo de uso común, casi tan corriente como
hoy día el papel. En el Egipto romano se usaba para
libros, documentos legales, cartas e incluso como papel
para envolver. Grandes cantidades de papiro han sido
desenterradas y han arrojado un rayo de luz sobre la
vida y costumbres de la época en que fueron escritos e
incidentalmente nos dan alguna información acerca de
los intentos para hacer metales preciosos.
Dos papiros en extremo interesantes fueron desen-
terrados hace más de un siglo y se les conoce como los
papiros de Leyden y de Estocolmo. 5 Son desconocidos
los autores de estos papiros, pero tanto el formato como
el tipo de escritura indican que fueron escritos hacia el
final del siglo III d. c. Contienen algunos cientos de
recetas para la preparación (o falsificación) del oro, la
plata, el asemos,6 piedras preciosas y colorantes. Es
interesante el que se hayan amontonado todas estas
cosas en un solo tratado, y está claro que el colorear un
metal para imitar el oro o la plata, o bien un cristal para
imitar una piedra preciosa, era algo completamente
análogo a teñir una pieza de tela.
¿Cómo trataban de hacer oro y plata los autores de
este papiro? He aquí una receta del papiro de Leyden:
5 a) Papyri Graeci Musei Antiquarii Publici Lugduni Batavi,
ed. C. Leemans. Leyden, 1885.
b) Paprus Graecus Holmiensis, ed. O. Lagercrantz. Upsala,
1913. Berthelot da una traducción de las partes químicas del papiro de
Leyden en su Introduction à l'étude de la chimie des anciens et du
moyen âge. París, 1889, pp. 28 ss.
6 Metal blanco parecido a la plata. La palabra en griego
moderno significa simplemente "plata"; en los trabajos de los
alquimistas parece significar un "metal blanco como la plata".
28 ORIGEN DE LA PRÁCTICA ALQUIMISTA
56.—Un estáter7 de asemos o tres estáteres de cobre de
Chipre: 4 estáteres de oro; fúndanse juntos.

En otras palabras, convertir oro de 24 quilates 8 en


oro de 19 ó 10 quilates. Este tipo de receta es bastante
común. Al parecer no se consideraba como una mera
mezcla, digamos de oro y cobre, sino como un aumento
de la cantidad de oro a expensas de su calidad. He aquí
una receta menos tosca del mismo papiro:

87.—Para aumentar el peso del oro, fúndase éste con una


cuarta parte de cadmia. Así resultará más pesado y más duro.

La cadmia era una mezcla impura de óxidos de


metales comunes, cobre, zinc, arsénico, etc., obtenida de
las paredes de las chimeneas en las fundiciones de
cobre. El procedimiento consistiría en fundir estos
óxidos transformándolos en metal que se mezclaría con
el oro, rebajándolo y aumentando su peso.

Estos papiros contenían gran variedad de recetas


para hacer oro. El "oro" no se hace sólo rebajando el oro
genuino como se indica arriba, sino también mediante el
tratamiento de superficie. Así, objetos a base de oro se
calientan al rojo con sulfato de hierro, alumbre y sal. Se
desprenden ácidos sulfúrico y clorhídrico que separan
los metales comunes del oro de la superficie, dejando
una capa delgada de oro puro que, después de ser pulida,
hace que todo el objeto parezca de oro puro. Otras
recetas describen el sistema de dorar.
Una receta antigua y muy interesante, también de
los papiros de Leyden, dice:

7 Medida de peso.
7 El oro egipcio no estaba siempre refinado, así que el oro
original podía contener plata y cobre y el producto final podía
estar aún más rebajado de lo que índica la receta.
ORIGEN DE LA PRÁCTICA ALQUIMISTA 29
Para dar a los objetos de cobre la apariencia de oro, de
tal manera que ni al tacto ni frotándolos en la piedra de to
que9 se descubran; particularmente útil para hacer un anillo
que parezca bueno. Éste es el método. Tritúrese oro y
plomo hasta convertirlo en un polvo tan fino como la hari
na: 2 partes de plomo por 1 de oro, mézclense e incorpó-
reseles goma, cúbrase el anillo con esta mezcla y
caliéntese. Esto se repite varias veces hasta que el objeto
ha tomado el color dorado. Es difícil de descubrir porque al
frotamiento (esto es, en la piedra de toque) deja la señal de
un objeto de oro y el calor consume el plomo 10 y no el oro.

También se explica el dorado con una amalgama de


mercurio y oro al estilo moderno. Un gran número de
recetas mencionan gomas coloreadas, barnices o tinturas
para teñir los metales superficialmente al estilo de una
laca, y se dan numerosos métodos para hacer pinturas o
tintas de color oro con varias lacas y pigmentos amarillos.
Se concede también mucha importancia a la ma-
nufactura de la plata y el "asemos", una aleación blanca
que se parece a la plata. He aquí una receta para hacer
plata:11

Tómese cobre que haya sido preparado para usarlo y


sumérjase en vinagre de tintorero y alumbre dejándolo en
remojo durante tres días. Fúndase entonces una mina 12 de
cobre, algo de tierra de Chian, de sal de Capadocia y de
alumbre en escamas hasta completar 6 dracmas. Fúndase
con cuidado y resultará excelente. Añádanse no más de 20
dracmas de plata buena y probada que hará la mezcla com-
pleta permanente (inmaculada).

El proceso consiste, en primer lugar, en una limpieza


superficial del cobre (la mezcla del alumbre y

9 Una piedra dura y negra en la que se frotaba el oro, de


jando una raya de brillo metálico. El color y extensión de la raya
hacía posible a un experto juzgar la calidad del oro.
10
Es decir lo oxida a litargirio que funde y se separa.
11 Papyrus Graecus Holmiensis (1a. receta).
12 1 mina = aprox. 1 libra — 100 dracmas.
30 ORIGEN DE LA PRÁCTICA ALQUIMISTA
vinagre es muy efectiva). Después se funde el cobre con
una especie de tierra de batán, con sal y "alumbre en
escamas", término que en los trabajos de los alquimistas
parece aplicarse en ocasiones a una composición que
contenía arsénico. Una fusión, llevada a cabo
cuidadosamente con objeto de no dejar escapar todo el
arsénico, da una aleación de cobre y arsénico blanca o
amarillo blancuzca. Fundiendo esto con plata se
obtendrá una aleación blanca brillante que contiene más
o menos 77 % de cobre, 19 % de plata y 3 % de
arsénico. Si el "alumbre en escamas" es simplemente
alumbre, resultará una plata muy común.
En estos papiros encontramos claros indicios de que
antes del año 300 d. c. se llevaban a cabo en Egipto
experiencias cuyo objeto era obtener oro y plata, bien
fueran genuinos o fraudulentos. Se diría que en estos
papiros está la labor de los alquimistas, aunque su ma-
nufactura del oro no ha sido considerada como una
entera realidad y un proceso práctico. No hay en ellos
ninguna teoría o filosofía de transmutación química, ni
hay ningún indicio de revelación de los dioses, o
tradiciones de antiguos filósofos, ni nada referente a
métodos expresados por símbolos ni centones sobre el
carácter divino de su arte. Tampoco estos papiros son los
documentos más antiguos13 que revelen la idea de hacer
metales preciosos, y además los métodos que usan son
muy semejantes a los de uno de los grupos de antiguos
alquimistas.
No podemos considerar estos papiros como la fuente
de donde surgió la verdadera alquimia, porque no son
tan viejos como algunos otros textos alquimistas. Esto lo
demuestra el que uno de ellos mencione al alquimista
Demócrito. Pero sin embargo nos dan una valiosa
información sobre el hecho de que los orfebres prácticos
en Egipto trataban de hacer oro y plata, no
13 Los papiros son mucho más viejos que los manuscritos alquimistas
existentes; pero los primeros escritores alquimistas vivieron probablemente
dos siglos antes de que los papiros de Leyden y de Estocolmo fuesen
escritos.
ORIGEN DE LA PRÁCTICA ALQUIMISTA 31
mucho después de los escritos de los primeros alqui-
mistas. Es una deducción lógica decir que estos papiros
nos revelan una antigua tradición del trabajo de los
metales en Egipto, y que esta tradición contribuyó a la
alquimia.
IV

LOS PRIMEROS ALQUIMISTAS


El primer grupo de alquimistas de que se tiene noticia
vivió en las regiones de habla griega del mundo, en una
época que no puede determinarse con precisión. Se
acepta generalmente que comenzó en alguna parte, en el
gran período de la ciencia griega que se inicia hacia el
año 300 a. c. en Alejandría y que decayó
considerablemente hacia el año 200 d. c. Todo lo que
queda de ellos es un cierto número de manuscritos que
contienen fragmentos desordenados de algunos de sus
trabajos. El manuscrito más antiguo no es de antes del
año 100 d. c. aproximadamente. Pero, así como por el
estilo, lenguaje y sentimientos, deberíamos saber si un
poema se escribió en el siglo xvi, en el XVII o en el
XVIII, en este caso podríamos aventurarnos a adivinar
en que épocas fueron compuestos estos trabajos.
Desgraciadamente no hemos podido encontrar
referencias a la alquimia en los trabajos de escritores que
podemos situar hasta el año 500 d. c. aproximadamente.
De todos modos sabemos que Zó-simo menciona el
templo de Serapis (en Alejandría) que fue destruido el
año 390 d. c., y que por lo tanto él vivió antes de esa
fecha; como también que tenía por autores antiguos a
"Demócrito" y a "María la judía".
De acuerdo con la opinión general, se llega a la
evidencia de que los trabajos más antiguos fueron
escritos hacia el año 100 d. c., aunque haya algunos
autores que sitúen los escritos alquimistas atribuidos al
llamado "Demócrito" en el año 250 a. c. aproxima-
damente.
El hecho de que los más antiguos alquimistas no sean
mencionados por sus contemporáneos no alquimistas
nos índica que durante sus dos o tres primeros siglos la
alquimia fue casi un secreto, aunque no se 32
LOS PRIMEROS ALQUIMISTAS 33
interrumpiera la tradición escrita, continuada por unas
pocas personas oscuras en la gran ciudad de Alejandría,
hogar de exóticas ramas del saber y punto de reunión de
los credos y prácticas de Oriente, Occidente y el antiguo
Egipto.
¿Quiénes eran estos alquimistas? Su identidad, así
como casi todo lo relativo al estudio de este asunto, es
muy oscura. Figuran los nombres de los autores al
frente de los tratados, pero casi siempre no son los ver-
daderos. Tenemos los nombres de quince llamados
antiguos alquimistas, de los cuales nueve son cierta-
mente falsos:
Demócrito (filósofo griego: nacido hacia 470 a. c.)
Isis (diosa egipcia)
Jámblico (filósofo neoplatónico: muerto hacia el año
300 d. c.)
Moisés (profeta hebreo)
Ostanes (sabio persa legendario)
Cleopatra (reina egipcia)
Hermes (un dios o sabio legendario)
Agatodemón (deidad-serpiente fenicia)
Pibechios (un dios = Apolo Bechis)
No hay duda de lo dicho arriba en el caso de dioses
y diosas; pero la falsedad de los nombres en los otros
casos es tan patente como lo sería atribuir trabajos de
química orgánica a un personaje como Shakespeare. En
muchos casos los nombres parece que han sido añadidos
mucho después de que el trabajo fuese escrito,
probablemente con objeto de avalorar el manuscrito.
Hay cinco nombres que no pueden ser seudónimos:
Komarios, María la judía, Chymes, Petasios y Pam-
menes; y uno de éstos, María la judía, parece haber sido
una persona real y una gran descubridora en la ciencia
práctica (pp. 44-46).
Posterior a éstos fue Zósimo de Panópolis quien, no
muy lejos del año 300 d. c., escribió una enciclopedia de
la alquimia de la cual se conservan algunas partes. En
nuestra opinión se puede reconocer cierta
34 LOS PRIMEROS ALQUIMISTAS
personalidad al autor del trabajo atribuido a "Demó-
crito", a María la judía y a Zósimo; mientras que el resto
no es sino un gran número de nombres puestos delante
de textos fragmentarios. Los alquimistas griegos
posteriores, que escribieron después del 400 d. c., no
son sino comentaristas que tratan de explicar lo que los
viejos alquimistas se proponían y que al parecer sabían
poco más sobre la materia de lo que sabemos hoy día.
Al lector moderno le parecerá raro que los alqui-
mistas adoptasen tan a menudo como seudónimos nom-
bres más famosos que los suyos propios. Los alquimis-
tas griegos que escribieron hacia el año 200 d. c. ponían
a la cabeza de sus tratados nombres de personajes
mitológicos tales como Hermes, Isis, Agatodemón; de
grandes filósofos que vivieron muchos siglos antes, tales
como Leucipo o Demócrito c incluso Moisés; de reyes y
reinas como Cleopatra y Cheops; atribuciones que
encontrarían un paralelo si Darwin, sin intención alguna
de modificar su estilo, hubiese publicado el Origen de
las especies como un trabajo perdido de Francis Bacon,
Santo Tomás de Aquino, la reina Ana o Eduardo el
Confesor. La razón de estas atribuciones era
probablemente el enorme respeto que los antiguos
profesaban a los aún más antiguos, y su creencia de que
el mundo estaba degenerando de un estado de bondad y
sabiduría a otro de impiedad y locura. Aquellos que
aceptaban semejante visión de la historia lógicamente
respetaban más un viejo libro que uno nuevo, y
manuscrito con un importante nombre antiguo a la
cabeza era de mucho más valor que uno en el que el
autor apareciese como un desconocido contemporáneo
del lector.
El alquimista, a diferencia del químico, no buscaba
el progreso de su arte mediante el descubrimiento de
nuevos métodos, sino por el redescubrimiento y nueva
interpretación de los antiguos escritores a los que creía
poseedores del secreto. Por lo tanto, deseaba que sus
libros apareciesen como antiguos. Esta tendencia per-
LOS PRIMEROS ALQUIMISTAS 35
sistió en la historia de la alquimia en grado descendente.
A Raimundo Lulio, Santo Tomás de Aquino, Roger
Bacon y otros famosos filósofos medievales se les
atribuyeron falsos tratados de alquimia, a veces poco
después de su muerte. Estas viejas falsas atribuciones
rara vez engañan. El alquimista cuyos trabajos llevan el
nombre de Moisés no hace ningún esfuerzo por darles
carácter y escribe exactamente igual cuando el autor que
figura es Jámblico, un filósofo neoplatónico que vivió
un par de milenios después que el profeta hebreo.
Sin embargo, en la Edad Media el texto falso era
escrito a menudo por un émulo del gran hombre, imi-
tando su estilo; pero aun así no es fácil que nos en-
gañemos. De todos modos, no hay que olvidar que en
nuestro estudio de la primitiva alquimia deberemos
investigar siempre la autoridad de cada texto, si bien el
hecho de que la mayoría de estos textos griegos estén
firmados con un seudónimo no les resta interés. De
cualquier manera, fueron escritos por los primeros al-
quimistas y en ellos podemos aprender algo acerca de
quienes eran sus autores y de los trabajos que reali-
zaban.
Podemos pues decir, desde luego, que aunque los
primeros alquimistas escribieron en griego, no eran grie-
gos, sino probablemente egipcios o judíos. No eran
cristianos, puesto que hablaban en términos de la mi-
tología egipcia: de Isis, Horus, Hermes (o Thoth).
Estaban familiarizados con los nombres e ideas de la
filosofía griega y al mismo tiempo eran prácticos en los
trabajos de laboratorio. Algunos eran mujeres. Aparte
Cleopatra, de la que no suponemos haya tenido relación
con tales materias, tenemos los nombres de María la
judía, Pafnucia y Theosebeia, hermana de Zó-simo.
Evidentemente había cierto intercambio de información
entre ellos. Un fragmento de una carta de Zósimo a su
hermana dice:

De la misma manera que vuestro sacerdote Nilus


me
36 LOS PRIMEROS ALQUIMISTAS
hizo reír quemando su aleación de plomo y cobre en un horno
de panadero,1 como si estuviese haciendo pan, quemándolo
con cobathia2 durante un día entero. Cegado en sus ojos
corporales no pudo darse cuenta de que su método era malo,
sino que sopló el fuego y después de enfriar y sacar su
producto, os enseñó cenizas. Habiéndole preguntado donde
estaba el blanqueo se encontró perdido y dijo que había
penetrado al interior. Entonces añadió cobre y coloreó la
ceniza pero por no encontrar nada sólido se salió y desapareció
en el interior, lo mismo que pasa con el blanqueamiento de la
magnesia. Habiendo oído esto por boca de sus oponentes,
Pafnucia fue ridiculizada y tú lo serías también si hicieses lo
mismo. El gran Nilus, quemador de cobathia.3

No tenemos sino una vaga noción de aquello a lo que


Zósimo se refiere (probablemente un intento de dar una
apariencia de plata a una aleación de plomo y cobre
mediante los vapores arsénicos de algún mineral), pero
el pasaje nos pinta un curioso cuadro de la sociedad de
los manipuladores químicos en Egipto.
¿Qué trataban de hacer los primeros alquimistas?
Todos y cada uno tenían relación con la manufactura
artificial de algún material precioso, generalmente oro y
plata, pero a veces piedras preciosas o la famosa púrpura
de Tiro,* colorante de los antiguos. Aquí nos
limitaremos a lo relacionado con sus intentos para trans-
mutar los metales. Y ya hemos visto que pensaban
razonablemente en la posibilidad de este asunto.
El hombre de aquellos tiempos no tenía idea de
1 Recipiente de tierra donde se colocaba el pan cubierto con
rescoldos.
2 Probablemente algún mineral arsenical y sulfuroso.
3 Berthelot, Collection des anciens alchimistes grecs, texto griego,
p. 191.
* La púrpura de Tiro, púrpura antigua o púrpura de los feni
cios, con la que se teñían los mantos reales o sacerdotales, extraída
de un caracol del Mar Mediterráneo, Murex brandaris, no es un
colorante mineral como la inmensa mayoría de las sustancias que
ocupaban la actividad de los alquimistas, sino un típico colorante
orgánico de estructura compleja averiguada en el siglo actual. Se
trata de un dibromo-índigo. [T.]
LOS PRIMEROS ALQUIMISTAS 37
que existiese uno y solamente un individuo químico
exactamente definido llamado oro. Había toda clase de
oros, algunos excelentes, otros no tan buenos. De
cualquier forma todos eran "oro" para los antiguos, y no
mezclas de oro puro con proporciones varias de metales
comunes. El oro era algo brillante, pesado, amarillo, que
no se enmohecía y era resistente al fuego.
¿Cómo podrían los alquimistas saber si su producto
final era de hecho oro o plata si, como es seguro, no
había posibilidad de análisis químico? Sabemos de dos
pruebas que se utilizaban indudablemente: la de la pie-
dra de toque y la del fuego. El oro se frotaba en una
piedra negra y dura y su calidad se juzgaba según el
color y la extensión de la raya amarilla que dejaba.
Además los orfebres profesionales tenían el delicado
sentido del experto que les hacía sospechar de todo lo
que no pareciese o fuese completamente bueno. La
siguiente en importancia era la prueba del fuego. El oro
puro, por mucho que se le caliente, permanece
invariable. Esta prueba descartaba las aleaciones, com-
puestas, en su mayor parte, de metales comunes; sin
embargo, una ligera oxidación a altas temperaturas, evi-
dentemente, no se consideraba como incompatible con
el oro. El oro de los modernos joyeros no hubiese
soportado un calor prolongado sin cambiar, puesto que
contiene siempre cobre. Asimismo, la mayor parte del
oro nativo está contaminado de cobre, y esto ayudaría a
reducir el número de los fracasos en la producción
artificial del oro que satisficiese las condiciones de la
prueba del fuego.
Una tercera posibilidad era la medida del peso es-
pecífico del metal. La elevada densidad del oro no
puede ser imitada por ninguna aleación de los metales
que conocían los antiguos y el hombre práctico recha-
zaría seguramente cualquier pieza de oro que sintiese
demasiado ligera. Sin embargo, debemos dudar de que
se hiciesen medidas numéricas del peso específico,
puesto que, aunque dichas medidas eran empleadas por
Arquímedes para descubrir las impurezas del oro, no
38 LOS PRIMEROS ALQUIMISTAS
hay sino una pequeña evidencia de que esta prueba
fuese aplicada en los primeros días de la alquimia.
Así pues, para que un alquimista creyese que había
preparado oro, tendría que hacer un metal que se
acercara mucho al oro en cuanto a color y dureza, que
fuese de gran densidad y que le afectase poco la acción
atmosférica.
Es evidente que era mucho más fácil producir una
imitación plausible de la plata que una del oro, porque
hay una buena cantidad de aleaciones blancas de
aproximadamente la misma densidad que la plata,
mientras que hay muy pocas aleaciones amarillas y to-
das ellas son mucho menos densas que el oro.
Los primeros alquimistas ensayaron métodos para
preparar aleaciones blancas y amarillas mediante la
fusión y también coloreando la superficie de los meta-
les. También intentaron métodos más elaborados que
implicaban el uso de sustancias destiladas. Los dos pri-
meros métodos son de mucho más fácil comprensión,
pero el último es el que ha sido la fuente de la mayor
parte de las técnicas alquimistas y químicas posteriores.

El principio del más simple proceso alquimista pa-


rece haber sido el intento de introducir propiedades de
las que el metal común carecía. Pensaba el alquimista
que un metal podía volverse blanco o amarillo
separando la propiedad de blancura o amarillez de otra
sustancia e introduciéndola en el metal. El color era una
especie de actividad y por tanto un pneuma o "espíritu".
Nos dicen que "un pneuma colorante da color a los
metales"; que el color de las plantas es su pneuma. Así
pues, nos encontramos con que los primeros alquimistas
usaban generalmente sustancias amarillas y blancas en
sus esfuerzos por hacer metales blancos y amarillos.
En la mayoría de los casos, este procedimiento no
conducía a nada, pero nos encontramos con ciertos éxi-
tos aparentes, coincidencias de color entre el reactivo
LOS PRIMEROS ALQUIMISTAS 39
y el producto que parecían defender esta regla. La prin-
cipal de éstas era el blanqueamiento del cobre mediante
arsénico blanco y la coloración amarilla comunicada al
cobre y la plata mediante soluciones débiles de poli-
sulfuros amarillos obtenidos hirviendo cal con azufre o
incluso mediante soluciones de colorantes amarillos. En
caso de que el lector dude de que alguien tratase de
imitar el oro tiñendo un metal blanco, puedo citar una
línea de John Donne:
Y como viles piedras en estaño azafranado
(Elegía VII, 1. 13)

Consideremos primero el caso de la plata. Las re-


cetas mediante las cuales los autores de los papiros
técnicos hacían la operación ya han sido examinadas
(pp. 29-30). En los verdaderos textos alquimistas las
pocas recetas que se encuentran siguen líneas similares.
Así, en algunos casos se preparaban aleaciones blancas
de varios metales. Una interesante receta indica que si se
"blanquea" el cobre, su aleación con plata no dará un
color oscuro. Esto indica la preparación de una aleación
de cobre, plata y arsénico. En una receta reciente,
"Manufactura de la plata con Tutia", se prepara una
aleación en la que la plata, el plomo, el zinc y el cobre
toman parte.
El método que era descrito con mayor frecuencia era
el intento de blanquear el cobre con arsénico. El ar-
sénico amarillo, es decir, el sulfuro arsenioso, se
encuentra como el fino mineral amarillo oropimente,
que era usado por los antiguos como pigmento. Esta
sustancia era muy familiar a los alquimistas, que sabían
cómo "blanquearla" sublimándola en presencia de aire,
proceso que, desde luego, la oxidaba a óxido arsenioso
blanco el cual hoy día recibe el nombre de "arsénico
blanco".
Si se limpiaba el cobre hirviéndolo con alumbres y
ácidos y se fundía después con algún compuesto de
arsénico, resultaban mezclas o aleaciones de cobre y
40 LOS PRIMEROS ALQUIMISTAS
arseniuro de cobre que eran blancas, lustrosas y apa-
rentemente iguales a la plata. Los compuestos de ar-
sénico podían también ser untados sobre el cobre, que se
calentaba después formándose sobre él una capa su-
perficial de la aleación blanca de cobre y arsénico. Este
blanqueado del cobre no era considerado, según parece,
como un verdadero procedimiento para hacer plata por
todos los alquimistas, pero era un ejemplo brillante de la
posibilidad de alterar el color de un metal; y este cobre
blanqueado se consideraba a veces como el primer paso
en el intento de hacer oro.
Para la obtención del oro seguíase un proceso en el
que era mucho más difícil obtener incluso una apa-
riencia de éxito. Hasta donde podemos interpretar las
recetas, los primeros alquimistas empleaban cuatro mé-
todos:
1) La manufactura de aleaciones amarillas de me-
tales comunes semejantes al latón.
2) La preparación de oro rebajado.
3) El coloreado superficial de metales o aleaciones.
4) Una serie de procesos muy complejos en los que
se empleaban líquidos destilados o en los que los me
tales eran sometidos a la acción de vapores.
Los tres primeros de estos métodos se parecen algo a
los viejos métodos técnicos que aparecen en los papiros.
Además se han usado en épocas modernas para hacer
joyería artificial. El cuarto método, aunque muy oscuro,
es el más importante para nuestros propósitos, por ser el
antecesor de los procedimientos de los alquimistas
posteriores.
Las aleaciones semejantes al latón, incluyendo al-
gunas de las aleaciones de cobre, estaño y zinc, usadas
en épocas modernas bajo los nombres de ormolu,
oroide, oro de Manheim, etc., fueron ciertamente
preparadas por los alquimistas griegos. El zinc no era
conocido por los antiguos en forma metálica y estas
aleaciones semejantes al latón se preparaban fundiendo
mezclas de otros metales o sus minerales con cadmia,
que era una mezcla de óxidos metálicos que contienen
una proper-
LOS PRIMEROS ALQUIMISTAS 41
ción variable de zinc y que se encuentra como residuo
en las chimeneas de los hornos de fusión. No era fácil
obtener resultados reproducibles con este material
impuro y variable, lo que se puede juzgar por la com-
plejidad de las recetas para su uso. Estas recetas de
ninguna manera son fáciles de comprender, pero parece
ser que los alquimistas griegos preparaban un gran
número de aleaciones del tipo del latón que contenían
cobre como componente principal juntamente con es-
taño, plomo, zinc, hierro, plata, mercurio o algunos de
éstos. Aunque debemos dudar de que ningún orfebre
tomase por oro ninguna de estas cosas, su color amarillo
debió de darles esperanzas sobre la proximidad del
éxito.

El proceso que más se acercó al éxito fue el doblado


del oro, ya mencionado en la p. 28. En esta receta para
hacer oro se emplea una considerable cantidad del metal
precioso y los alquimistas griegos lo llaman di-plosis o
"doblado", esto es, una duplicación del peso del oro.
Esto depende, en gran parte, del hecho de que mientras
la plata da un color verdoso al oro y el cobre un color
rojizo, la mezcla de ambos apenas altera su color. No es
necesario decir que el alquimista que fundía el oro con
plata y cobre de ninguna manera se consideraba a sí
mismo como falsificador de oro; puesto que lo que
probablemente creía era que el oro actuaba como una
semilla que, nutrida por el cobre y la plata, crecía a sus
expensas hasta que toda la masa se convertía en oro. En
dichas recetas se describe la preparación de aleaciones
de muchos tipos (algunas de las cuales están hoy día
legalizadas en el continente europeo, así como lo están
en Gran Bretaña la del oro de 18 quilates y otras
aleaciones de oro y cobre), a saber:
1) Aleaciones de oro y cobre con pequeñas canti-
dades de otros metales, principalmente zinc y arsénico.
Esto corresponde a nuestro moderno oro de 14 ó 18
42 LOS PRIMEROS ALQUIMISTAS
quilates, probablemente con color algo más brillante
debido a la presencia del zinc.
2) Aleaciones de oro, cobre y plata, parecidas a las
anteriores, pero que reproducen de manera más cercana
el color del oro puro.
3) Aleaciones que contienen mucho cobre y algo
de oro y plata. El color amarillo de éstas se deriva prin
cipalmente del cobre, y la adición del metal precioso
probablemente evita a la aleación un enmohecimiento
rápido.
He aquí un ejemplo para ver cómo los alquimistas
establecían sus recetas:

Doblado según Moisés

Cobre de Calis, una onza; oropimente, azufre nativo, una


onza y plomo nativo, una onza; rejalgar descompuesto (sulfuro
de arsénico), una onza. Cuezase en aceite de rábano, con
plomo, durante tres días. Póngase en una cubeta y coloqúese
sobre las brasas, hasta que el azufre haya desaparecido,
entonces retírese del fuego y se encontrará el producto. De este
cobre tómese una parte y tres partes de oro. Fúndase a fuego
fuerte y se encontrará convertido todo en oro, con la ayuda de
Dios.4

El texto de la receta está alterado, pero el producto


contendría aproximadamente 66 % de oro, 33 % de una
aleación de cobre, plomo y arsénico y se parecería muy
céreamente al oro puro en color y resistencia a la acción
química. El alquimista que llevara a cabo esta receta,
muy bien pudo haber pensado que el oro había
convertido al plomo y al cobre en su propia sustancia
con la ayuda del color amarillo-dorado del oropimente y
resulta evidente leyendo los papiros técnicos, que así
pensaban sus autores. Pero si el oro podía convertir una
cantidad igual a su peso de cobre y plata en oro, ¿por
qué no habría de poder convertir cantidades algo
mayores, de metal común?
4 Berthelot, op. cit., p. 38.
LOS PRIMEROS ALQUIMISTAS 43
Luego no era irrazonable suponer que el oro podía
actuar como una semilla o fermento que creciese y
transformase una masa de metal común, así como la
levadura transforma la masa. Pero, en realidad, mientras
que la receta del "doblado" daba un metal semejante al
oro, una pequeña proporción de oro apenas afectaba las
propiedades del cobre u otros metales comunes; así es
que el uso de un poco de oro como semilla o fermento
no pudo haber conducido al éxito en la producción de
un metal amarillo. En un texto, probablemente del siglo
tercero o cuarto,5 podemos leer que "esta agua (el 'agua
divina', pp. 50-51) actúa como levadura produciendo lo
mismo con lo mismo. Así como la levadura del pan, en
muy pequeña proporción, fermenta una gran cantidad de
masa, un poco de oro puede fermentar toda la materia
seca". Parece que si había que hacer oro de metales con
el "agua divina", un pan de oro se disolvía de antemano
en dicha agua, "puesto que la cebada engendra cebada y
un león, un león, y oro, oro". No se incluye información
alguna acerca del procedimiento práctico. El "agua
divina" tiene un significado tan amplio que no es
posible descubrir en qué proceso se pensaba y sólo
podemos descubrir la idea de usar un "fermento".
Hay todavía otro proceso que usaban los alquimistas
griegos y que es el coloreado superficial de los metales.
Estos tratamientos superficiales no se consideraban
como una verdadera manufactura del oro y para
describirlos se emplea regularmente la palabra "tintura"
en vez de "manufactura". También estos métodos en-
cuentran su imagen en la práctica moderna. Entonces
como ahora se empleaban tres métodos fundamentales
para colorear los metales:
1) Cubrir el metal con una laca teñida compuesta de
gomas, etc., como se trata hoy día el latón.
2) Teñir el metal con soluciones que forman una
delgada capa superficial de sulfuros.
5 Ibid., p. 145, § 3.
44 LOS PRIMEROS ALQUIMISTAS
3) El tratamiento del oro rebajado quitando el metal
común de la superficie mediante el empleo de sustancias
corrosivas, tales como el trióxido de azufre derivado de
la calcinación de los sulfatos de hierro y cobre, dejando
así una capa de oro casi puro en la superficie. En la
época presente se usa ácido nítrico en vez de los
sulfatos.
Los métodos aquí descritos son procesos inteligibles
mediante los cuales se podía hacer algo semejante al oro
o la plata, pero dichos métodos no representan sino un
pequeñísimo papel en la totalidad de la alquimia. El
proceso típicamente alquimista incluye sustancias
volátiles —"espíritus"— y se realiza mediante
destilaciones y sublimaciones. Todos los grabados de
aparatos o laboratorios alquimistas nos muestran apara-
tos para manejar sustancias volátiles. Hasta donde se
sabe, el proceso de la destilación fue inventado por los
alquimistas más antiguos, quienes empleaban gran can-
tidad de aparatos complejos y bien diseñados para pre-
parar sustancias volátiles y tratar los metales con sus
vapores.
Antes de los alquimistas no se conocía nada que pudiese
llamarse realmente destilación. Parece que, oca-
sionalmente, se verificaba una
especie de sublimación de los
líquidos. Por ejemplo, se calentaba
el agua de mar en calderas cubiertas
y se sacudían las gotas condensadas
en las tapaderas usándolas como
agua para beber; asimismo el
"aceite de pez" se hacía calentando
la pez y condensando el vapor en
zaleas. El mercurio se hacía
calentando el cinabrio sobre un
plato de hierro dentro de una olla
cubierta con un puchero llamado
"ambix" en el que se condensaban
los vapores de mercurio (fig. 1), pero ninguno de estos
aparatos puede llamarse un alambique. Un alambique o
des-
LOS PRIMEROS ALQUIMISTAS 45
tilador está compuesto de tres partes: una vasija en la
que se calienta el material que se destila; una parte fría
para condensar el vapor y un recipiente. La forma
tradicional del alambique es la de la figura 2; A se suele
llamar la cabeza o capitel del alambique, B el cuerpo y
C el recipiente, aunque se usaban muchos otros
términos.

Este aparato fue inventado por los alquimistas grie-


gos o, al menos, está descrito por vez primera en sus
escritos y continúa apareciendo en la lista de los catá-
logos químicos ¡hasta 1860! La primera descripción es
de María la judía, aunque no se sabe si ella lo inventó, y
aparece en un escrito de Zósimo:

He de describiros el tribikos. Porque así se llama el aparato


hecho de cobre y descrito por María, la transmisora del Arte.
Dice lo que sigue:
Háganse tres tubos de cobre dúctil un poco más gruesos
que los de una sartén de cobre de pastelero; su longitud ha de
ser aproximadamente de un codo y medio. Háganse tres tubos
así y también un tubo ancho del ancho de una mano y con una
abertura proporcionada a la de la cabeza del alambique. Los
tres tubos han de tener sus aberturas adaptadas en forma de
uña al cuello de un recipiente ligero,
46 LOS PRIMEROS ALQUIMISTAS
para que tengan el tubo-pulgar, y los dos tubos-dedo unidos
lateralmente en cada mano. Hacia el fondo de la cabeza del
alambique hay tres orificios ajustados a los tubos, y cuando se
hayan encajado éstos se sueldan en su lugar, recibiendo el
vapor el superior de una manera diferente. Entonces,
colocando la cabeza del alambique sobre la olla de barro que
contiene el azufre y tapando las juntas con pasta de harina,
coloqúense frascos de cristal al final de los tubos, anchos y
fuertes para que no se rompan con el calor que viene del agua
del medio. He aquí la figura.6

Acompaña al texto la figura 3, pero sabemos que fue


dibujada probablemente 700 años después de que
Zósimo escribiera, y si consideramos lo que dice el
texto y lo que significan las palabras griegas, llegamos a
algo parecido a la figura 4.
6 Ibid., p. 60.
LOS PRIMEROS ALQUIMISTAS 4
7

El tipo corriente de alambique lo describe un al-


quimista llamado Sinesio, al comentar un libro de De-
mócrito (hoy perdido), quien, según parece, fue el pri-
mero en describirlo:

Lo que dice [Demócrito] ¡oh Dioscorus!, es como si-


gue. . ." "Y póngase dentro un frasco en el lecho de ceniza
caliente, que es un kerotakis (p. 52). Durante la acción del
calor, se tiene adaptado al frasco superior un aparato de cristal
con un mastarion (un recipiente en forma de ubre) empalmado
a él. Y póngase esto en su parte superior y recíbase el agua que
viene a través de la ubre y guárdese y púdrase. Ésta es la
llamada agua divina."7

La figura 5 está añadida al manuscrito y parece no


haber razón para dudar de su precisión.
Zósimo describe aún otra clase de alambique que
fue popular hasta el siglo XVIII y que se llamaba un
alambique frío, porque el líquido que se ponía en el
7 Ibid., p. 236.
48 LOS PRIMEROS ALQUIMISTAS
cuerpo no hervía sino que sólo se
calentaba suavemente. Éste no está
ilustrado en el manuscrito pero puede
ser reconstruido como la figura 6. El
descubrimiento de la destilación puede
resumirse en la figura 7. Primero
tenemos a) la simple condensación del
vapor del agua de mar en una tapadera
de cazuela, como la describe
Alejandro de Afrodisia, un
comentarista sobre Aristóteles; luego
b) la condensación del mercurio en
una vasija como frasco, según la des-
cribe Dioscórides.
Podemos suponer que el
siguiente paso c) fue el
doblar hacia adentro los
bordes de la tapadera
para hacer un recipiente
para lo destilado;
después d) la adición de
una pipeta para
conducirlo fuera.
Semejante alambique
acarrearía trastornos si
el líquido hirviese sú-
bitamente, porque her-
viría hasta la cabeza del
alambique, por lo cual
podemos suponer que
María puso el tubo ancho vertical entre ésta y la olla de
ebullición e) Demócrito logró el mismo efecto
empleando un vaso de cuello largo f) mientras que Zó-
simo, que hervía el líquido, conservó el viejo tipo.
Estos alambiques están bien para destilar líquidos
medianamente volátiles, así como el agua, y natural-
mente nos preguntamos qué destilaban los alquimistas.
Aquí encontramos otra dificultad. Todo químico es-
LOS PRIMEROS ALQUIMISTAS 49

tará de acuerdo en que no hay aparatos peores que esos


para la destilación del azufre, que hierve a 444°C, y
cuyos vapores se condensan en un líquido que se
solidifica al enfriarse. Sin embargo, la sustancia colo-
cada en el cuerpo del alambique está descrita gene-
ralmente como theion apuron, literalmente "azufre sin
fuego". Éste es un término reconocido en los autores no
alquimistas por "azufre nativo". Pero los informes de las
destilaciones y aparatos son tales que parece
50 LOS PRIMEROS ALQUIMISTAS
casi imposible creer que la sustancia que nosotros lla-
mamos azufre sea lo que ellos destilaban.
Sabemos que el producto de la destilación se lla-
maba theion hudor. En griego la palabra hudor quiere
decir agua y theion significa sulfurosa o divina, una
coincidencia de significado de la, que nuestros alquimis-
tas sin duda se alegraban. Las descripciones del proceso
indican ciertamente que el producto de la destilación era
un "agua" y no un sólido como el azufre. De acuerdo
con los textos había numerosos "azufres" distintos y no
sabemos lo que los alquimistas querían decir con esa
palabra.
Pero hay dos recetas que nos dicen que hay que
poner algo más que "azufre" en el cuerpo del alambique,
y en ambos casos el material en cuestión son huevos. El
líquido destilado se colectaba en tres fracciones;
primero, un destilado claro llamado "agua de lluvia";
después, un líquido dorado pálido llamado "aceite de
rábano" y luego un líquido oscuro verde amarillento
llamado "aceite de ricino". Ahora bien, si en realidad se
destilan huevos, obtenemos en primer lugar una gran
cantidad de líquido transparente, débilmente alcalino;
luego, un destilado amarillo dorado, algo aceitoso, que
contiene sulfuro de amonio, amoníaco y bases
piridínicas; por último, un líquido espeso amarillento
muy oscuro que contiene bases piridínicas y productos
breosos. Esto corresponde muy de cerca a la descripción
del alquimista y los productos hacen lo que él dice que
habían de hacer. Así, el segundo destilado da amarillo de
arsénico, como nos informa, probablemente por razón
de los sulfuros que contiene.
¿Por qué querrían destilar los huevos los alquimis-
tas? Supongo que trataban de extraer el "aliento vital", el
pneuma, presente en el huevo que, entre todas las cosas,
tiene evidentemente la mayor potencia generatriz.
Además, la yema del huevo tiene un prometedor color
dorado y, como ya hemos visto, los líquidos sulfurosos
que se obtienen destilando huevos tenían un color
amarillo y podían conferir éste a ciertos mate-
LOS PRIMEROS ALQUIMISTAS 51
riales del Arte, tales como el arsénico blanco y la plata.
En los textos alquimistas griegos encontramos lar-
gas listas de "aguas" que pueden ser soluciones o pro-
ductos destilados, y, parece ser que los alquimistas
griegos destilaban toda clase de productos vegetales y
animales, lo mismo que lo hacían después los alqui-
mistas árabes. Yo sugeriría entonces que theion apuron,
"azufre nativo", era un término general para algo de lo
que se podía destilar el theion hudor, "un agua divina (o
sulfurosa)" y con esto querían decir una clase de agua
que tenía el poder de actuar sobre los metales
corroyéndolos o coloreándolos. El nombre de "agua
divina" se aplicaba evidentemente a la solución amarilla
de polisulfuro de calcio obtenida cociendo cal, azufre y
agua. También se aplicaba este nombre al mercurio y a
las soluciones amarillas empleadas para teñir
superficialmente. De hecho, Zósimo usa la palabra
como término genérico para todos los líquidos útiles en
el Arte.
Así pues, a lo que podemos entender, la destilación
se inventó simplemente como un medio para obtener un
líquido capaz de atacar o colorear los metales y cier-
tamente no sabemos nada del uso de alambiques para
propósitos no alquimistas hasta más o menos 700 años
después de su primer empleo en la alquimia, cuando los
encontramos en libros de recetas de taller.

Los alquimistas mencionan unos ochenta aparatos


diferentes. Hornos, lámparas, baños de agua, baños de
ceniza, camas de estiércol, hornos de reverbero, ollas de
escoria, crisoles, platos, vasos, jarras, frascos, redomas,
morteros y manos, filtros, coladores, cazos, batidores,
alambiques, sublimadores; todos hacen su primera
aparición en sus trabajos como aparatos de laboratorio y
han persistido algo modificados hasta nuestros días.
Además de éstos, tenían curiosos aparatos de reflujo
diseñados para tratar los metales con vapores. El más
52 LOS PRIMEROS ALQUIMISTAS
importante de éstos se llamaba kerotakis, que era el
nombre aplicado por los antiguos a la paleta de artista.
Los artistas de la época pintaban con una mezcla de
pigmentos y cera fundida y sus colores debían conser-
varse calientes durante su empleo sobre este kerotakis,
que era una hoja de metal de la forma de una paleta de
albañil y que se conservaba caliente encima de un
hornillo de carbón. Los alquimistas tenían probable-
mente la intención de ablandar los metales de la misma
manera que la cera del artista era reblandecida y mez-
clada con pigmentos. La paleta real, una placa de metal
con forma triangular o rectangular, pronto fue reforzada
con la adición de otras piezas.
El primer paso en la evolución del aparato fue su
adaptación a! tratamiento de los metales mediante va-
pores calentados. Una vasija colocada precisamente de-
bajo de la paleta contenía una sustancia vaporizable
capaz de atacar los metales, mientras que una copa
invertida sobre la paleta lo condensaba en líquido que
refluía. La analogía moderna más cercana al kerotakis
desarrollado es el extractor a reflujo. Desarrollos pos-
teriores del kerotakis estaban dirigidos a verificar arre-
glos en el calentamiento y la condensación y a propor-
cionar una especie de enrejado o colador, probablemente
para evitar que cayesen en la base fragmentos sólidos
grandes.
No hay ninguna explicación clara de cómo había que
usar el aparato, pero la siguiente es una de las posibles:
se colocaba el azufre, a veces mezclado con sulfuros de
arsénico, en la parte inferior del aparato (fig. 8), y en el
kerotakis (P) se colocaban los metales que habían de ser
sometidos al tratamiento: cobre, plomo, probablemente
también oro y plata. Se colocaban entonces las cubiertas
condensadoras y se cerraban herméticamente, dejando
sólo un pequeño agujero, para permitir la salida del aire
caliente, que era cubierto por una pequeña capa. Luego
se encendía el fuego; el vapor del azufre atacaba el
metal, y el sulfuro que se formaba se disolvía o
mezclaba con el exceso de azu-
LOS PRIMEROS ALQUIMISTAS 53

Fig. 8. El kerotakis o aparato de reflujo. Arriba: como aparece


en un manuscrito griego; abajo: una reconstrucción basada
en conjeturas (M = metales, P = plata).
54 LOS PRIMEROS ALQUIMISTAS
fre líquido y corría a través del tamiz o enrejado hasta la
base o "los infiernos". 8 La mezcla negra de azufre y
sulfuros que allí quedaba era la "escoria' o "plomo
negro". Esto era desulfurado calentándolo o tratándolo
con cal o "aceite de nitro" y después fundido. El metal
resultante era, por supuesto, una aleación de los metales
usados originalmente, pero contenía también pro-
bablemente algo de azufre y de arsénico (si se usaba
arsénico en la mezcla atacante). Parece ser que se in-
troducía la cadmia (p. 28) o el arsénico ("la piedra
etesia") en alguna fase del proceso. Durante la tosta-ción
y fusión suaves que se verificaban a continuación, la
cadmia añadía probablemente zinc a la aleación,
produciendo así una especie de latón o bronce que
contenía cobre, plomo y zinc. La aleación así obtenida
se empleaba a veces en el "doblado del oro".
El proceso delineado parece excesivamente complejo
para la mera preparación de una aleación, pero debemos
recordar que estos alquimistas no tenían medios para
descubrir que estaban haciendo simplemente una
aleación, ni para averiguar la composición de lo que
habían hecho. Ellos trataban, por medios empíricos y
guiados por una teoría incorrecta, de colorear los me-
tales; y en caso de éxito no hubiesen sabido cuáles de las
sustancias o procesos habían contribuido a ello. En casi
todas las recetas antiguas, ya sean de la alquimia o de la
práctica de taller, figuran y son conservadas durante
siglos materias aparentemente inútiles y procedimientos
cuya inutilidad no podía ser descubierta sin pruebas
científicas. El tratamiento de los metales mediante el
kerotakis es probablemente muy antiguo, deriva de
fuentes egipcias y judías y (como se ve en las citas de las
páginas 62 y 65-66, que se refieren a ello casi con
certeza) era considerado con cierta reverencia mística.
No era sólo una preparación química sino hasta cierto
punto un rito simbólico.
Algunos de los aparatos eran mucho más complicase
Cf. p. 63.
LOS PRIMEROS ALQUIMISTAS 55
dos que los representados en las figuras, pero el princi-
pio parece haber sido el mismo. Se decía que los pro-
cesos llevados a cabo en el aparato kerotakis implicaban
una serie continua de "ennegrecimiento, blanqueamien-
to y amarilleamiento" seguido algunas veces de iosis.
La última palabra es de significado dudoso; puede sig-
nificar "empurpurecimiento"; comunicando el color de
una violeta (ion), pero puede significar simplemente
"extirpación del orín y el moho" (ios).
Este fenómeno es difícil de explicar. La conversión
en sulfuros negros del cobre y los otros metales em-
pleados se considera como el ennegrecimiento; y la fu-
sión en un metal amarillo como el amarilleamiento.
Explicar el blanqueamiento es mucho menos fácil. Si,
como es probable, el producto negro se secaba antes de
fundirse, podría ser que se blanquease a resultas de la
eflorescencia de sales derivadas del "agua divina".
Alternativamente, alguna materia blanca, como com-
puestos de mercurio, arsénico o antimonio, pudo haber
sido añadida con objeto de conseguir la deseada blan-
cura. La iosis no es probablemente más que un tinte
final o quizás una limpieza del metal producido.
No podemos interpretar estas recetas complicadas y
fragmentarias lo suficientemente bien para decir de-
finitivamente lo que ocurría, pero está claro que a los
alquimistas que las estudiaban les parecían
enormemente significativas, y que dieron lugar a
impresionantes escritos simbólicos.
V

LOS PRIMEROS SIGNOS Y SÍMBOLOS


ALQUIMISTAS
Las fórmulas y símbolos químicos son familiares a todo el
mundo. Escribimos una H por un átomo de hidrógeno, K
por un átomo de potasio, H2O por una molécula consistente
de dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. Es al mismo
tiempo una escritura abreviada conveniente y un medio de
expresar la composición y estructura de los compuestos.
Este tipo de representación se remonta hasta el período más
primitivo de la alquimia, puesto que el papiro de Leyden
(hacia 250 d. c.) contiene los símbolos del oro y la plata, y
la página de figuras conocida como la Manufactura del oro
de Cleopatra (fig. 9), que es probablemente tan vieja como
la alquimia, contiene los símbolos del oro, la plata y el
mercurio y probablemente también el de la aleación de
plomo y cobre y el del arsénico. Tenemos listas
considerables de los símbolos que aparecen en los más
antiguos manuscritos griegos. Algunos de ellos se derivan
de los símbolos de los planetas con que se asociaban los
metales, otros de representaciones pictóricas de las cosas
simbolizadas, otros de las letras iniciales del nombre.
La conexión de los planetas y los metales es antigua y
persiste a través de toda la alquimia.
Todos los metales han recibido símbolos planetarios. El
oro recibió el símboloque representa el sol; la plata el de
la luna creciente ( ; el mercurio el de la luna menguante 5
(Hermes habla de "aquello que escurre de la luna
menguante"); el cobre tiene el símbolo de Venus (Afrodita-
Isis-Hathor) 9 ; el plomo tiene el de Saturno ; el hierro
tiene el símbolo de Marte  . Quedan los símbolos del
electrum y el estaño. En estas viejas listas el estaño tiene el
símbolo de Hermes  y el electrum el de Zeus Z. En épocas
56
LOS PRIMEROS SIGNOS Y SÍMBOLOS 57

posteriores (entre el año 500 y el 700 d. c.) el dicho


símbolo de Hermes fue dado al mercurio en lugar del de
la luna menguante. El electrum dejó de considerarse
como un metal separado y se dio su símbolo al estaño.
Este sistema de planetas y metales permaneció inal-
terable a lo largo del subsecuente desarrollo de la alqui-
58 LOS PRIMEROS SIGNOS Y SÍMBOLOS
mia y realmente hasta que Dalton sugirió sus nuevos
símbolos químicos basados en la teoría atómica. Pero sin
embargo se alteró la forma de algunos de los símbolos y
los que se han encontrado en trabajos impresos son los
siguientes:

El sistema po-
dría extenderse
para expresar la
composición de
las aleaciones po-
niendo juntos los
símbolos de los
metales que las
componen, igual
que se hace mo-
dernamente. Así,
los siete símbolos
reproducidos en la
figura 10 re-
presentan :
1) Oro (Representado como el sol con un solo
rayo).
2) Limaduras de oro.
3) Panes de oro.
4) Oro calcinado.
5) Electro (Símbolo del oro y la plata combinados).
6) Crisocola. Soldadura de oro (Dos símbolos de
oro juntos).
7) Malagma de oro (Mezcla de oro).

A la notación para la aleación de electro se llegó


combinando los símbolos del oro y la plata, sus consti-
LOS PRIMEROS SIGNOS Y SÍMBOLOS 59
tuyentes; en ella está el germen del moderno simbolismo
químico, aunque aún no se hacía, por supuesto, la
distinción entre mezclas y composiciones.
La conexión del oro con el sol es bien conocida y ha
sido tema de discusión para Elliot Smith y otros. No parece
un paso muy distante a éste el de conectar la plata, u "oro
blanco" como la llamaban los egipcios, con la luna
argentada. La conexión entre el cobre y Afrodita (Isis-
Hathor) no aparece tan clara. Probablemente la relación de
Afrodita con Chipre, la fuente del cobre (chalkos kuprios)
es el origen de la asociación. Ares o Marte está asociado
con el hierro como resultado obvio de su conexión común
con la guerra. Los asirios y babilonios llamaban al hierro
Nínip como a su dios de la guerra. Los egipcios asociaban
al plomo con Osiris, según los textos alquimistas, y recibe
el símbolo del planeta Saturno. Osiris no corresponde
realmente a Saturno o Kronos, aunque el motivo de
desmembración aparece en los mitos de ambos. La idea del
plomo como un metal pesado relacionado con el planeta
más lento es una posible explicación de su conexión con
Saturno. Por otra parte Osiris representa en la mitología
egipcia el agua y los líquidos en general y probablemente
la fusibilidad del plomo proporciona la relación. Los
asirios y babilonios llamaban al plomo Anu, según un rey
celeste que tenía alguna semejanza con Saturno. La
conexión del estaño con Hermes parece difícil de explicar
así como la del electro con Zeus. Es posible que no hubiese
nunca una conexión muy fuerte, sino que era necesaria la
asociación con objeto de arreglar la asimilación de los siete
metales con los siete planetas. Cuando hubo que encajar el
mercurio en el esquema, no se pudo por menos que
relacionarlo con Hermes o Mercurio, por razón de su
movilidad y "sutileza".
Otra explicación de esta asociación se cree que se
remonta a los sabaeos, que heredaron gran parte del saber
asirio sobre las estrellas, especialmente por el hecho de
asociar el color del metal con el color del pla-
60 LOS PRIMEROS SIGNOS Y SÍMBOLOS
neta. El sol era dorado, la luna plateada, Saturno
plomizo. . ., pero es difícil ajustar al hierro el color rojizo
de Marte, a menos que se considerase el color de la
herrumbre; así como tampoco se ajusta el brillo blanco
azulado de Venus al cobre. Esta asociación de los metales y
los planetas no es sólo alquimista, puesto que está
mencionada por Celso (citado por Orígenes, Contra
Celsum, VI. XXII) alrededor del 180 d. c., quien le atribuye
un origen persa:

Se alude oscuramente a estas cosas en los relatos de los


persas y especialmente en los misterios de Mithra, muy
celebrados entre ellos. Habiendo en el último una represen-
tación de las dos revoluciones celestes: la del movimiento, a
saber, de las estrellas fijas y aquel que tiene lugar entre los
planetas y la del tránsito del alma a través de éstos.
La representación es de la naturaleza siguiente. Hay una
escala con pórticos altísimos y en lo alto de ella un octavo
pórtico. El primer pórtico es de plomo, el segundo de estaño,
el tercero de cobre, el cuarto de hierro, el quinto de una mezcla
de metales, el sexto de plata y el séptimo de oro. Asignan el
primer pórtico a Saturno, indicando mediante el plomo la
lentitud de su estrella; el segundo a Venus, comparándola al
esplendor y la suavidad del estaño; el tercero a Júpiter, firme y
sólido; el cuarto a Mercurio, puesto que tanto Mercurio como
el hierro se emplean para endurecer las cosas y son laboriosos
y hacedores de dinero; el quinto a Marte porque estando
compuesto de una mezcla de metales es variado y desigual; el
sexto, de plata, a la luna; el séptimo, de oro, al sol; imitando
así los colores en los dos últimos.

Es pues evidente que no había en la Antigüedad un


completo acuerdo acerca de la asociación de los metales
con los planetas.
La representación, por ejemplo, del metal mercurio
mediante , símbolo del planeta Mercurio, no era un mero
símbolo y nada más, como lo es la representación de un
átomo de oxígeno mediante la letra O, puesto que encierra
la idea, que existe tras esta asociación, de que los
movimientos celestes de este planeta esta-
LOS PRIMEROS SIGNOS Y SÍMBOLOS 61
ban conectados causalmente con las actividades terres-
tres del metal. Esta noción aparece con frecuencia en los
textos alquimistas, aunque no parece que hubiese
comúnmente ningún intento de acomodar el tiempo de
las operaciones alquimistas a conjunciones favorables
en los cielos.
Sin embargo, en los trabajos alquimistas de cual-
quier época encontramos que se empica un tipo de
simbolismo totalmente diferente para exponer el signi-
ficado de la operación al instruido a la vez que se oculta
la práctica al ignorante. Los cambios que se producían
en el contenido de las vasijas alquimistas causaban una
honda impresión en la mente de los que los
contemplaban. El metal brillante se convertía en una
masa informe de color negro, una corrupción apestosa;
luego otro proceso traía nuevamente al estado metálico
esta masa muerta y, así les parecía, quizá porque así lo
deseaban, que era un metal más glorioso y excelente. El
proceso era de hecho un símbolo de lo que entonces se
buscaba, a semejanza de lo que existía en la cristiandad
y las religiones de misterio: muerte y resurrección. En
esta vida uno debe sucumbir al pecado y volver a nacer;
el cuerpo, ahora metal común, había de morir y
corromperse hasta la negrura, pero se levantaría de su
corrupción nuevo, glorioso e incorruptible como el oro.
Esta analogía se encuentra en la alquimia desde sus
primeros tiempos y los alquimistas de pensamiento más
místico parecían considerar esto como su parte más
importante. Ciertamente parece que algunos autores
tomaron las apariencias físicas reales como el símbolo
de un proceso más universal de muerte y regeneración,
mientras que los más inclinados a la química tomaban
muerte y regeneración como una explicación simbólica
del proceso químico.
De esta clase de simbolismo se hablará con más
detalle en el capítulo XI, pero su carácter se expresará
mejor citando dos famosos pasajes alegóricos, uno de
El Diálogo de Cleopatra y los Filósofos, el otro de los
trabajos de Zósimo.
62 LOS PRIMEROS SIGNOS Y SÍMBOLOS
El pasaje de El Diálogo de Cleopatra γ los Filósofos
está considerado como uno de los primeros escritos
alquimistas, probablemente del siglo u d. c. Se trata de
un fragmento, del que sólo podemos citar aquí una
parte; por ella, podrá darse cuenta el lector tanto de la
dificultad de interpretar los textos alquimistas como de
su singular expresividad. Existe también una página de
dibujos simbólicos llamada la Manufactura del oro de
Cleopatra, reproducida en la figura 9. Parece ilustrar sus
temas principales, la unidad de todas las cosas, y la
muerte y revivificación mediante un "agua".
La Manufactura del oro de Cleopatra indica breve-
mente estas nociones. Consiste simplemente en una
página de dibujos simbólicos. En el centro de la Ser-
piente Ouroboros, que se muerde la cola, se encuentran
las palabras εν το πάν, "Uno es todo". Otro emblema
contiene los símbolos del oro, la plata y el mercurio
encerrados en dos círculos concéntricos, en los que apa-
recen las palabras Una es la serpiente que tiene su
veneno de acuerdo con dos composiciones y Uno es
Todo γ a través de este Todo γ mediante este Todo γ si no
se tiene Todo, Todo es Nada. Aparece un aparato de
destilación, hay también otros aparatos alquimistas y
símbolos no muy claros.
El Diálogo es muy largo para citarlo entero, pero los
pasajes que siguen darán una idea de su carácter:

...Entonces Cleopatra dijo a los filósofos: "Mirad la


naturaleza de las plantas, de dónde vienen. Porque algunas
descienden de las montañas y crecen fuera de la tierra y otras
crecen de los valles y otras vienen de los llanos. Pero mirad
cómo se desarrollan, porque es en ciertas épocas y días cuando
debéis recogerlas; y las tomáis de las islas del mar y del lugar
más encumbrado. Y mirad el aire que las atiende y el círculo
nutritivo que las rodea, que no perecen ni mueren. Mirad el
agua divina que les da de beber y el aire que las gobierna
después de que les ha sido dado un cuerpo en un simple ser."
Ostanes y los que estaban con él respondieron a Cleopatra:
"En ti se oculta un secreto terrible y extraño. Alúm-
LOS PRIMEROS SIGNOS Y SÍMBOLOS 63
branos arrojando tu luz sobre los elementos. Dínos cómo lo
más alto desciende a lo más bajo y lo más bajo se eleva hasta
lo más alto y cómo aquello que está en el medio se aproxima a
lo más alto y está unido a ello y cuál es el elemento que
cumple estas cosas. Y dínos cómo las aguas benditas visitan
los cadáveres que yacen en los infiernos encadenados y
afligidos en la oscuridad y cómo la medicina de la Vida los
alcanza y los levanta como despertados del sueño por sus
poseedores; y cómo las nuevas aguas, producidas en el féretro,
surgen después de que la luz las penetra al prin cipio de su
postración y cómo la nube que soporta las aguas surge del
mar."
Y los filósofos, considerando lo que les había sido reve-
lado, se regocijaron.
Cleopatra les dijo: "Las aguas, cuando vienen, despiertan
los cuerpos y los espíritus débiles y prisioneros que sufren de
nuevo la opresión y están encerrados en los infiernos, y sin
embargo en un instante crecen y se levantan y se visten de
diversos colores gloriosos como las flores en primavera y la
misma primavera se regocija y se alegra con la belleza que
lucen.
Porque yo os digo esto a vosotros que sois sabios: cuando
quitáis las plantas, elementos y piedras de sus sitios, os
parecen maduras. Pero no están maduras hasta que el fuego las
ha probado. Cuando están vestidas en la gloria del fuego y su
color brillante, entonces os aparecerá mejor su oculta gloria,
su búsqueda de la belleza, transformada al divino estado de la
fusión. Porque se nutren en el fuego y el embrión crece poco a
poco nutrido en el claustro materno y cuando se aproxima el
mes señalado no se refrena su naci miento. Así es el
procedimiento de este valioso arte. En el infierno los hieren
las olas una tras otra en la tumba en que yacen. Cuando la
tumba se abre surgen de los infiernos como el niño del
vientre." 1

Es ésta una forma misteriosa de describir algunas


operaciones y materias alquimistas y aparece como refe-
rida al tipo de proceso ya descrito en las páginas 51-55.
El autor, al escribir en este estilo, oculta la naturaleza
real del proceso y se debe pensar que escribía para
1 Berthelot, Collection des anciens alchimistes grecs, texto griego,
pp. 289-299.
64 LOS PRIMEROS SIGNOS Y SÍMBOLOS
aquellos que ya lo conocían. ¿Por qué entonces escri-
birlo? La explicación está, probablemente, en que dicho
trabajo es en realidad una especie de poema, que expresa
las maravillosas analogías que ve el autor entre el mundo
con sus estaciones y el crecimiento, la muerte y la
regeneración, y el proceso del trabajo alquimista.
Expresa sin duda este escrito, religioso y técnico, una
especie de regocijo ante los maravillosos fenómenos de
los cambios químicos y, al mismo tiempo, los hace aún
más maravillosos asimilándolos a los grandes sucesos de
la naturaleza que encuentran sin falla su respuesta en el
corazón humano. El párrafo que sigue a esta cita com-
para al filósofo contemplando su trabajo con la madre
contemplando el fruto de su vientre y compara las aguas
químicas a su leche. El simbolismo en su forma más
desarrollada llega a ser una alegoría, viéndose el proceso
químico en los términos de una historia humana
paralela.
El ejemplo más completo lo constituyen las Visiones
de Zósimo, contenidas en su tratado De la virtud.

Lección I
1. La composición de las aguas, el movimiento,
creci
miento, eliminación y restitución de la naturaleza corpórea,
la separación del espíritu del cuerpo y la fijación del espíritu
en el cuerpo no son apropiados a naturalezas extrañas, sino
a una sola naturaleza que reacciona sobre ella misma, una
sola especie, así como los cuerpos duros de los metales y los
húmedos jugos de las plantas.
Y en este sistema, simple y de muchos colores, está com-
prendida mía investigación, múltiple y variada, subordinada a
las influencias lunares y a la medida del tiempo, que regula el
final y el aumento de acuerdo a aquello en lo que la sustancia
misma se transforma.
2. Diciendo estas cosas me fui a dormir y vi un sacer
dote del sacrificio de pie ante mí en la cumbre de un altar
en forma de cuenco. Este altar tenía quince escalones que
conducían a él. Entonces el sacerdote se levantó y oí una
voz de arriba que me decía: "He logrado el descenso de los
quince escalones de la oscuridad y el ascenso de los escalo-
LOS PRIMEROS SIGNOS Y SÍMBOLOS 65
nes de la luz y es él quien sacrifica, el que me renueva,
desechando la vulgaridad del cuerpo; y habiendo sido con-
sagrado como sacerdote por necesidad, me he convertido en
espíritu." Y habiendo oído la voz de aquél que estaba en el
altar con forma de cuenco le pregunté, deseando saber quien
era. Me contestó con una débil voz, diciendo: "Soy Ion, el
sacerdote del santuario y he sobrevivido a la violencia in-
tolerable. Porque por la mañana vino de repente uno, que me
descoyuntó con una espada separándome con violencia según
el rigor de la armonía. Y desollando mi cabeza con la espada
que sujetaba bien, mezcló mis huesos con mi carne y los
quemó en el fuego del tratamiento, hasta que mediante la
transformación del cuerpo aprendí a convertirme en espíritu."
Y sin embargo mientras me decía estas palabras y le forcé
a hablar de ello, sus ojos se volvieron sangre y vomitó toda su
carne. Y le vi como la pequeña imagen mutilada de un
hombre; desangrándose él mismo con sus propios dientes y
cayendo.
Y asustado me desperté y pensé: "¿No es ésta la situación
de las aguas?" Creí que lo había comprendido bien y de nuevo
me quedé dormido. Y vi el mismo altar en forma de cuenco y
en su cumbre el agua burbujeando, y mucha gente
perpetuamente en ella. Y no había nadie fuera del altar a quien
pudiese preguntar. Entonces subí hacia el altar para ver el
espectáculo. Y vi a un pequeño hombre, un barbero,
blanqueado por los años, que me dijo: "¿Qué mi ras?" Le
contesté que me maravillaba ante el hervor del agua y los
hombres, quemados y sin embargo vivos. Y él me contestó
diciendo: "Éste es el lugar del ejercicio llamado preservación,
(embalsamamiento). Para aquellos hombres que desean
obtener que la virtud venga acá y ser espíritu, huyendo del
cuerpo." Por esto yo le dije: "¿Eres un espíritu?" Y él
respondió y dijo: "Un espíritu y un guardián de espíritus."
Y mientras él nos decía estas cosas y mientras el hervor
aumentaba y la gente gemía, vi un hombre de cobre que tenía
en la mano una tablilla de plomo para escribir. Y habló en alta
voz, mirando a la tablilla: "Aconsejo a aquellos que sufren
castigo que se calmen y que cada uno tome en su mano una
tablilla de plomo para escribir y que escriban con sus propias
manos. Les aconsejo que mantengan sus caras en alto y sus
bocas abiertas hasta que crezcan sus
66 LOS PRIMEROS SIGNOS Y SÍMBOLOS
vides (sic)." El acto siguió a la palabra y el amo de la casa me
dijo: "Has visto. Mas estirado tu cuello a lo alto y has visto lo
que se hace". Y yo dije que había visto y me dije para mis
adentros: "Este hombre de cobre que has visto es el sacerdote
del sacrificio y el sacrificio y aquel que vomitó su propia
carne. Y a él le han dado la autoridad sobre esta agua y los
hombres que sufren castigo."
Después de esta visión me desperté otra vez, y me dije:
"¿Era ésta la ocasión para esta visión? ¿No es ésta el agua
blanca y amarilla, hirviente, divina (sulfurosa)?" Y encontré
que lo había entendido bien. Y dije que si era justo hablar y
justo oír y justo dar y justo recibir y justo ser pobre y justo ser
rico. ¿Cómo pues la naturaleza aprende a dar y a recibir?
El hombre de cobre da y la piedra acuosa recibe; el metal
da y la planta recibe; las estrellas dan y las flores reciben; el
cielo da y la tierra recibe; los truenos dan el fuego que se
precipita de ellos. Porque todas las cosas son entretejidas y
separadas de nuevo y todas las cosas son confundidas y todas
las cosas se combinan, todas las cosas se mezclan y se
desmezclan, todas las cosas están húmedas y todas las cosas se
secan y todas las cosas florecen y dan capullos en el altar con
forma de vasija. Por cada una, según mi método, mediante la
medida y el peso de los cuatro elementos se logra el
entrelazado y disociación de todas. No se hace ningún vínculo
sin método. Éste es un método natural, inspirando y expirando,
conservando los arreglos del método, aumentándolos o
disminuyéndolos. Cuando todas las cosas, en una palabra,
llegan a la armonía mediante la división y la unión, sin,
despreciar ninguno de los métodos, la naturaleza se trans-
forma. Porque la naturaleza que se ha dado vuelta sobre sí
misma está transformada; y es la naturaleza y el vínculo de la
virtud de todo el mundo.
Y que yo no puedo escribirte muchas cosas, amigo mío;
construye un templo de una piedra, como cerusa en apariencia,
como alabastro, como mármol de Proconeso, sin que haya
principio ni fin en su construcción. Deja que tenga dentro de él
un surtidor de agua relampagueante como el sol. Percátate del
lado en que está la entrada del templo y, tomando tu espada en
la mano, busca así la entrada, por estrecho que sea el lugar al
que el templo se abre. Una serpiente está ante la entrada
guardando el templo, cógela y sacrifícala. Desuéllala y,
tomando su carne y huesos en la entrada del templo, haz un
escalón con ellos, pasa sobre él
LOS PRIMEROS SIGNOS Y SÍMBOLOS 67
y entra. Allí encontrarás lo que buscas. En cuanto al sacerdote,
el hombre de cobre, al que verás sentado en el surtidor y
recogiendo su color, no lo mires como un hombre de cobre,
porque ha cambiado el color de su naturaleza y se ha
convertido en hombre de plata. Si quieres, después de algún
tiempo lo tendrás como hombre de oro.

Lección 2
1. Otra vez quise ascender los siete escalones y contem
plar los siete castigos y he aquí lo que pasó; sólo en uno
de los días efectué un ascenso. Volviendo sobre los pasos
subí muchas veces. Y entonces al volver no pude encontrar
el camino y caí en honda desesperación, sin ver cómo salir
y me dormí.
Y en mí sueño vi un hombre pequeño, un barbero, cubierto
con un manto rojo y un traje real, de pie fuera del lugar de los
castigos y me dijo: "Hombre ¿qué estás haciendo?" Y yo le
dije: "Estoy aquí porque, habiendo per. dido todo camino, me
encuentro sin saber qué hacer." Y él me dijo: "Sígneme". Y
salí y le seguí. Y estando cerca del lugar de los castigos, vi al
pequeño barbero que me dirigía caer en el lugar del castigo y
el fuego consumió todo su cuerpo.
2. Viendo esto yo huí y temblé de miedo. Y desperté
y me dije: "¿Qué es esto que he visto?" Y otra vez razoné y
percibiendo que el pequeño barbero es el hombre de cobre
vestido con traje rojo, dije: "He entendido bien; éste es
el hombre de cobre; primero hay que arrojarlo en el lugar
del castigo."
Mi espíritu quiso ascender otra vez el tercer escalón tam-
bién. Y otra vez me fui a lo largo del camino y según me
acercaba al castigo otra vez perdí mi camino, perdiendo de
vista el sendero, vagando desesperadamente. Y otra vez de la
misma manera vi un viejo con el pelo blanco, de tal blancura
que deslumhraba. Su nombre era Agatodemón, y el viejo
blanco se volvió \ me miró durante una hora completa. Y le
pedí: "Muéstrame el camino.' Pero no se volvió hacía mí, sino
que se apresuró a seguir la ruta correcta. Y desde allí, yendo y
viniendo pronto alcanzó el altar. Y al subir al altar vi al viejo
blanqueado que era arrojado al castigo. ¡Oh diosa de la
naturaleza divina! Inmediatamente todo el quedó rodeado por
las llamas. ¡Qué terrible historia, hermano! Porque
68 LOS PRIMEROS SIGNOS Y SÍMBOLOS
de la dureza del castigo sus ojos se llenaron de sangre. Y yo le
pregunté diciendo: "¿Por qué yaces ahí?" Pero él abrió la boca
y me dijo: "Yo soy el hombre de piorno y estoy soportando
una violencia intolerable." Así me desperté con gran susto y
busque en mí la razón de este hecho. Reflexioné y dije:
"Claramente comprendo que así uno tiene que arrojar el plomo
y seguramente la visión es una de la combinación de los
líquidos."

Trabajo del misino Zósimo

Lección 3
I. Y otra vez vi el mismo altar divino y sagrado en forma
de cuenco y vi un sacerdote vestido de blanco celebrando esos
misterios tenebrosos y dije: "¿Quién es éste?" Y, contestando,
me dijo: "Éste es el sacerdote del Santuario. Quiere poner
sangre dentro de los cuerpos, para aclarar los ojos y para
levantar al muerto."
Y así, cayendo de nuevo, me dormí por breve espacio de
tiempo, subí sobre el cuarto escalón y vi, viniendo del Este, a
uno que tenía una espada en la mano. Y vi otro detrás de él
llevando un objeto redondo blanco y brillante y precioso a la
contemplación, cuyo nombre era el meridiano del sol -y
cuando me arrastraba hacia el lugar de los castigos, el que
llevaba la espada me dijo: "Corta su cabeza y sacrifica su
carne y sus músculos por partes, hasta el final, que su carne se
cueza de acuerdo al método y que soporte entonces ci castigo."
Y así, despertando otra vez dije: "Bien compren do que estas
cosas se refieren a los líquidos del arte de los metales." Y
aquel que llevaba la espada dijo de nuevo: "Tú has cumplido
los siete escalones de abajo." Y el otro dijo, al mismo tiempo
que todos los líquidos arrojaban el plomo, "el trabajo está
completo." 3

El proceso aquí simbolizado es probablemente el


mismo que aquel sobre el que escribía "Cleopatra"; la
reacción química entre los metales y un reactivo
2
O de Cinabrio.
3
Berthelot, Collection des anciens alchimistes grecs,
texto
griego, pp. 107-112; 115-118.
LOS PRIMEROS SIGNOS Y SÍMBOLOS 69
químico y la subsecuente restauración a la condición
metálica; Zósimo, nos parece, está más hondamente im-
presionado por la destrucción de los metales y la violen-
cia que soportan en la acción química, y mirando de esta
forma el proceso químico, se llena de significado. Así
como el artista puede ver en un paisaje gracia,
solemnidad, terror, así Zósimo ve el rigor de la muerte y
las penas del purgatorio en las turbias visiones de la
vasija alquimista.
Así pues la alquimia griega, al menos hacia el año
300 d. c. y, probablemente, desde su período más pri-
mitivo, contiene los rasgos esenciales de la alquimia tal
como la conocemos más tarde; su secreto, su carácter
simbólico, la correspondencia de las operaciones en el
interior de las vasijas con las del mundo más ancho, el
espíritu universal que es el agente principal. El rasgo
principal de que carece es el del elixir o la piedra filo-
sofal. El alquimista medieval buscaba una sustancia de
enorme potencia, de la cual una pequeña cantidad
transformaría una cantidad mucho mayor de metal
común en plata u oro y que tenía poderes sin igual para
sanar el cuerpo humano y seguramente para per-
feccionar todas las cosas en su género.
La idea no se ha desarrollado, y probablemente ni
siquiera está presente en los trabajos de los alquimistas
griegos cuyo objeto parecía ser generalmente la manu-
factura del oro, no la de una sustancia maravillosa que
tuviese el poder de transformar un metal en oro. Se ña
discutido mucho sobre "la medicina" (pharmakon) y
también sobre "la piedra que no es piedra", pero esto
parece relacionarse con alguna sustancia útil en el Arte
y no con la única y potente sustancia que fue llamada
después "la piedra".
La corriente de la tradición alquimista hasta 1000 d. c.
Las fechas son aproximadas.
VI
ALQUIMIA CHINA1

Es notable el hecho de que, en una época dos o tres


siglos anterior a los primeros escritos griegos sobre
alquimia, aparecieron en China relaciones de creencias
y procesos que debemos llamar alquimistas. Al mismo
tiempo, justo es decir que no hay evidencia suficiente
para decidir si la alquimia china se derivó de la occiden-
tal o viceversa, o si ambas surgieron de una misma
fuente, aunque no hay que olvidar por completo ninguna
de estas hipótesis acerca de su origen. En el estado
presente de nuestros conocimientos trataremos de esta
primitiva alquimia china considerando en ella un
paralelismo notable con la alquimia occidental pero sin
considerarla conectada con ésta por ningún vínculo co-
nocido.
Según veremos, la alquimia de China se preocupa
principalmente de la prolongación de la vida. La idea de
una droga que pueda actuar como un elixir de in-
mortalidad aparece en la literatura india antes del año
1000 a. c. y hay algunos indicios de la idea de la
alquimia en el Atharva-veda- que pertenece al mismo
período. Es posible, pero de ninguna manera seguro,
que fuese ésta la fuente de la alquimia china.
La primera evidencia de alquimia en China es una
indicación de que era practicada por Dzou Yen ya en el
siglo iv a. c. Es cierto que en el año 175 a. c. se
promulgó una ley contra la práctica de la falsificación
del oro por métodos alquimistas y es obvio que la al-
1 Esta sección debe mucho a un artículo del Prof. Homer H.
Dubs, "Los principios de la Alquimia" (Isis, vol. 38, Partes 111-
112, p. 75) que el lector puede consultar.
2 Veda, la literatura sagrada más antigua de los hindúes, com
prende más de 100 libros que se conservan; el Atharva-veda es el
cuarto veda y el apócrifo, compuesto principalmente de encanta
mientos que se conservan en dos versiones.
71
72 ALQUIMIA CHINA
quimia tiene que haber existido no poco tiempo antes de
que pudiese convertirse en un escandalo que requiere
una lev para ser reprimido. A pesar de esta ley existió, o
al menos se discutió en la Corte Imperial, alrededor de
los años 130-120 a. c. En el año 60 a. c. el Emperador
designó a un conocido sabio, Liu Hsiang, como Maestro
de Recetas con objeto de que preparase oro alquimista y
prolongase así la Vida Imperial. Era-caso en hacer el oro
y por ello cayó en desgracia.
Estos hechos constituyen una completa evidencia de
la primitiva práctica de la alquimia en China; evidencia
mucho mejor que los nombres de autores a la cabeza de
textos alquimistas de los que se puede pro bar son
falsos.
Hay una gran cantidad de encantadoras leyendas
acerca de los primeros maestros de la alquimia china,
que al menos sirven para mostrar la actitud de sus suce-
sores para con los orígenes de su Arte. Un ejemplo es la
historia de Wei Po-yang, que vivió en la actual provincia
de Kiangsu alrededor del 120 d. c. Una de las
enciclopedias biográficas chinas nos dice que Wei Po-
yang "se internó en las montañas para preparar medi-
cinas eficaces. Había con él tres discípulos, de dos de los
cuales pensaba que carecían de toda fe. Cuando la
medicina estuvo hecha, los sometió a una prueba di-
ciéndoles: La medicina dorada está hecha, pero hay que
probarla primero en el perro. Si no le hace ningún daño,
podremos entonces tomarla nosotros; pero si el perro
muere por su causa, no deberemos tomarla. (Po-yang
llevó un perro blanco con él a la montaña. Si el número
de tratamientos de la medicina no hubiese sido suficiente
o si su armoniosa composición no hubiese alcanzado el
patrón requerido, hubiera tenido un poco de veneno y
causado así la muerte temporal)."
"Po-yang administró la medicina al perro, y el perro
murió instantáneamente. Después de lo cual dijo: 'La
medicina no está aún lograda. El perro ha muerto por su
causa. ¿No indica esto que aún no hemos alcanzado la
luz divina? Si la tomamos nosotros, temo que
ALQUIMIA CHINA 73
sigamos el mismo camino que el perro. ¿Qué haremos?'
Los discípulos preguntaron: '¿La tomaría Ud. mismo,
Señor?' A lo que replicó Po-yang: 'Yo he abandonado la
vida mundana y desamparado mi casa para venir aquí.
Me avergonzaría volver sin haber alcanzado la lisien
(inmortalidad). Luego, vivir sin tomar la medicina sería
lo mismo que morir por ella. Yo debo tomarla.' Con
estas palabras finales llevó la medicina a su boca y
murió instantáneamente."
"Viendo esto, uno de los discípulos dijo: 'Nuestro
maestro no era un ser común. Tomó la medicina y murió
por ella. Debe haber hecho esto con alguna intención
especial.' A continuación también el discípulo tomó la
medicina y murió. Entonces los dos restantes se dijeron
uno al otro: 'El propósito al hacer la medicina es intentar
alcanzar la longevidad. Pero el tomar la medicina ha
causado muertes. Será mejor no tomarla y poder vivir
unas décadas más.' Y dejaron la montaña juntos sin
tomar la medicina, con el propósito de conseguir lo
necesario para el funeral de su maestro y su
condiscípulo."
"Después de la partida de los dos alumnos, Po-yang
revivió. Colocó parte de la bien confeccionada medicina
en la boca del discípulo y en la del perro. En unos pocos
minutos revivieron los dos. En unión del discípulo, cuyo
nombre era Yü, y del perro, siguió el camino de los
inmortales. Por medio de un leñador que encontraron en
el camino mandó una carta de agradecimiento a los dos
discípulos, quienes quedaron llenos de remordimientos
al leerla." 3
Está claro que la alquimia, a pesar de todas las
prohibiciones, floreció de gran manera en China durante
los siglos posteriores y es muy probable que los
alquimistas árabes recibiesen alguna información acerca
de ella. Es ciertamente notable que la idea del elixir
como una medicina que prolongase la vida se

3 Wu y Davis, "The Ts'an T'ung Ch'i of Wei Po-yang", his,


vol. XVIII, 2, n° 53 (1932), p. 214.
74 ALQUIMIA CHINA
encuentra entre los árabes y no entre sus precursores de
habla griega.
En el siglo vi d. c. la alquimia china había co-
menzado a declinar. Nos encontramos con el mismo
fenómeno que ocurrió después en Europa (siglo xiv),
señaladamente el que la alquimia, de un arte práctico se
transformara en un ejercicio místico y en la creencia de
que los viejos textos, cuya intención era seguramente la
de ser instrucciones prácticas, eran alegorías que
ocultaban verdades espirituales.
La alquimia china no está muy lejos de la identidad
con la occidental. En ambas encontramos la idea de la
transmutación y la obtención del oro; el oro para los
chinos no tenía un valor de moneda; era una sustancia
imperecedera y por lo tanto todo el interés de los
alquimistas chinos se vierte sobre la confección del oro
como una sustancia que ha de conferir longevidad o
inmortalidad al cuerpo, idea que no parece introducirse
en la alquimia occidental hasta el período islámico. Los
versos que siguen expresan claramente las intenciones
de los alquimistas chinos:

Si hasta la hierba chü-sheng puede hacernos vivir más, /


¿Por qué no poner el Elixir en la boca? / El oro no se
enmohece ni corroe por naturaleza; / Luego es la más preciada
de todas las cosas. / Cuando el artista (es decir el alquimista)
lo incluye en su dieta / La duración de su vida llega a ser
eterna... / Cuando el polvo de oro penetra en las cinco
entrañas, / Se disipa la niebla, como las nubes dispersadas por
el viento. / Penetran en los cuatro limbos fragantes
exhalaciones; / El semblante resplandece con bienestar y
alegría. / Los caballos blancos se vuelven todos negros; / Los
dientes caídos crecen en su antiguo sitio. / El viejo caduco
vuelve a ser robusto joven; / La arrugada vieja es de nuevo una
muchachita / Aquel cuya forma ha cambiado y ha escapado a
los peligros de la vida, / Lleva por título el nombre de Hombre
Verdadero.4
4
If even the herb chü-sheng can make one live longer, Why not
try putting the Elixir into the mouth? Gold by nature does not
rot or decay;
ALQUIMIA CHINA 75
Se creía que el oro artificial era una sustancia de tal
poder que el comer en vasijas hechas de oro conduciría
a la longevidad. Además se suponía que podía
prepararse una "pildora de la inmortalidad". Así pues,
vemos exteriormente una diferencia entre la alquimia
china y la occidental.
Los alquimistas chinos eran seguidores de Lao Tsé
cuya profunda filosofía, el taoísmo, que se extiende en
el siglo vi a. c., se asoció rápidamente a toda forma de
magia y encantamiento. Su atención fue pronto enfo-
cada al problema de la mortalidad. Si consiguiéramos
que nuestro cuerpo llegara a una perfecta armonía con el
Tao, el "camino del universo", adquiriría los atributos de
Tao y así alcanzaría la inmortalidad. Esta armonía con el
Tao se lograba mediante un proceso místico, sólo
posible para los hombres con grandes dones espirituales.
Podríamos conjeturar que aquellos que no poseían
dichos dones, pero deseaban ardientemente prolongar su
vida, estaban dispuestos a tomar el atajo ofrecido por
Lien tan "la droga de la transmutación".
¿Cómo se hacía esta droga? En la teoría china sobre
esta materia se proponen dos principios; Yang, el
elemento activo o masculino y Yin, el elemento feme-
nino y pasivo. Las sustancias ricas en Yang eran aque-
llas que proporcionaban la vida y causaban la longe-

Therefore it is of all things most precious.


When the artist (i. e. alchemist) includes it in his diet
The duration of his life becomes everlasting...
When the golden powder enters the five entrails,
A fog is dispelled, like rain-clouds scattered by wind.
Fragrant exhalations pervade the four limbs;
The countenance beams with well-being and joy.
Hairs that were white all turn to blak;
Theeth that had fallen grow in their former place.
The old dotard is again a lusty youth;
The decrepit crone is again a young girl.
He whose form is changed and has escaped the perils of life,
Has for his title the name of True Man.
De la sección 52 de Pao P'u tzu (340 d. c.) citado por A. Waley en
"Notes on Chinese Alchemy" Bulletin of the School of Oriental Studies.
London Institution, vol. VI, Part. I, 1950, p. 11.
76 ALQUIMIA CHINA
vidad. La de más elevada reputación entre éstas era el
cinabrio (sulfuro de mercurio rojo nativo); el oro era la
siguiente en potencia. Podemos suponer que el color
rojo del primero estaba relacionado con la sangre roja de
la salud y que su poder de formar mercurio líquido
(mercurio "vivo") también contribuía a ella. Debió
llegarse gradualmente a la conclusión de que el cinabrio
no confería la inmortalidad y, entonces, según la manera
típica de los alquimistas, la virtud fue transferida a una
droga o elixir divino o esotérico, o a un oro
alquímicamente preparado. Las instrucciones para la
preparación del elixir son oscuras, pero podemos notar
que sufría los mismos cambios de color que la piedra
filosofal del Occidente, señaladamente el primero a
blanco y después a rojo.
El proceso de la transmutación del cinabrio en oro
que había de usarse para prolongar la vida parece que se
remonta al siglo II a. c. Los chinos, como casi todos los
hombres del período pre-científico, suponían que los
minerales maduraban en las rocas volviéndose gradual-
mente más preciosos. Se suponía que el cinabrio se
transformaba en plomo, el plomo en plata, la plata en
oro. No parecía irrazonable que este proceso se pudiera
realizar en el laboratorio. El método para intentar la
transmutación difería del occidental. Los chinos
empleaban cocimientos y fusiones principalmente;
conocían ciertamente la sublimación, que empleaban
para hacer el bermellón. Si las transcripciones son co
rrectas, conocían también cierto tipo de destilación. Los
relatos de sus procesos no nos llevan a descubrir el pro-
cedimiento que usaban. Así el siguiente, tomado del
Ts'an T'ung Ch'i por Wei Po-yang (hacia el año 120 d.
c.), describe evidentemente algún proceso en el que se
evapora y cristalina una solución:

Arriba tiene lugar el cocimiento y destilación en el


caldero; debajo arde la rugiente llama. Delante va el Tigre
Blanco indicando el camino; siguiéndole viene el Dragón Gris.
El aturdido Chu-niao (pájaro escarlata) vuela con sus
ALQUIMIA CHINA
cinco colores. Encuentra una trampa en el nido y allí queda
aprehendido, inmóvil y sin ayuda, y clama patéticamente como
un niño por su madre. Se le pone quiera o no quiera en el
caldero de líquido caliente con detrimento de sus plumas.
Antes de que haya pasado la mitad del tiempo, aparecen
dragones en gran número y con rapidez. Los cinco colores
deslumbrantes cambian incesantemente. El líquido hierve de
manera turbulenta en el ting (horno). Aparecen uno tras otro
para hacer una formación tan irregular como una dentadura de
perro. Las estalagmitas que son como los carámbanos en pleno
invierno, son escupidas horizontal y verti-calmente. Hacen su
aparición alturas rocosas de regularidad no aparente,
soportándose unas a otras. Cuando yin (negatividad) y yang
(positividad) están encajados con propiedad, prevalece la
tranquilidad.5

La noción de la piedra filosofal, es decir, de una


sustancia de la que una pequeña cantidad es capaz de
transmutar una cantidad mucho mayor de metal común
en oro o plata, aparece también por primera vez en los
textos chinos. En un texto que dala de aproxima
damente el principio de la era cristiana se nos dice que
"un caballero cíe la Puerta Amarilla en el Han [corte
imperial], Cheng Wei, amaba el arte de lo Amarillo y
Blanco [alquimia]. Quiso tomar esposa y secuestró a una
muchacha de una familia que conocía recetas. . .
[Cheng] Wei [trató de] hacer oro de acuerdo con 'El
Gran Tesoro (Hung-bao)' en la almohada [del rey de
Huai-nan, pero] no le salió. Sin embargo vino su esposa
y observó a [Cheng] Wei. [Cheng] Wei estaba entonces
soplando las cenizas para calentar la vasija. En la vasija
había azogue. Su esposa dijo: 'Quiero probar y enseñarte
algo.' Entonces sacó una droga de una bolsa y arrojó un
poquitito en [la retorta]. Se absorbió esto y rápidamente
volcó ella |el contenido de la retorta]. Ya se había vuelto
plata. [Cheng] Wei estaba muy asombrado y dijo: 'El
camino (Dao) de la alquimia estaba cercano y lo poseías
tú. Pero ¿por qué
a Wu y Davis, op. cit., p. 258.
78 ALQUIMIA CHINA
no me lo dijiste antes?' Su mujer replicó; 'Para alcanzarlo
es necesario que uno tenga el hado [propicio'." 6 El paralelo
entre la alquimia china y la occidental es ciertamente
notable, pero el hecho de que la primera buscase
'principalmente medios para prolongar la vida y la segunda
medios para obtener la salud parece excluir la posibilidad
de que la una derive de la otra. Que la tradición china
contribuyó a la alquimia occidental por medio del Islam
con su idea de un elixir de la vida es de todos modos muy
probable; los contactos necesarios entre China y el Islam
existieron seguramente, y sería muy sorprendente que los
alquimistas posteriores no hubiesen sacado provecho de
ello, lo que se discutirá en el siguiente capítulo.

6 Dubs, op. cit., p. 78.


VII
ALQUIMISTAS DEL ISLAM

Incluso cuando la ciencia griega estaba en su cenit,


existieron otras culturas científicas en el Cercano y Me-
dio Oriente. En India y en Persia, y entre los sabacos de
las partes orientales de Siria, se prestaba mucha
atención a la astronomía y a las matemáticas, de las que,
sin embargo, no quedan más que escasos restos. Lo
importante para la posteridad es que, durante los cinco
siglos después del nacimiento de Cristo, había en estos
países un cuerpo de filósofos de la naturaleza
preparados para recibir y cultivar conocimientos
nuevos. El centro más vital de éstos era Siria, un
verdadero punto de confluencia de lenguas y culturas.
Eran lenguas corrientes el latín, el griego, el sirio, el
persa y. después del surgimiento del Islam, el árabe; así
pues, el conocimiento griego podía echar raíces allí y
esbozar una nueva vida partiendo de la mezcla fecunda
de culturas y atravesar el Cercano Oriente.
La causa inmediata fue la expulsión de Constanti-
nopla del sector culto de los nestorianos en el año 431 d.
c. Formaron una escuela activa del conocimiento griego
en Edesa, al norte de Siria. De allí fueron expulsados
por el emperador griego en 489. Entonces se trasladaron
a Nisibis, en Mesopotamia y finalmente se instalaron,
poco después del 500 d. c. en Jundai Shapur, la gran
escuela médica persa, un poco al norte de Basora. Los
ncstorianos conservaron durante mucho tiempo su
conocimiento del griego y pronto comenzaron a traducir
al sirio trabajos griegos. En el siglo siguiente los
cristianos monofisitas fueron también expulsados de
Constantinopla y emigraron a Siria y Persia. Por lo
menos algunos de los trabajos griegos sobre alquimia
fueron traducidos por ellos al sirio.
Entre los años 622 y 750 d. c. los Estados y tribus
errantes árabes se unieron en el entusiasmo religioso
79
80 ALQUIMISTAS DEL ISLAM
del Islam. Conquistaron c impusieron sus normas de
vida sobre Asia Menor, Siria, Persia, Egipto, África y
España. Al principio, se mostraron hostiles a los co-
nocimientos de los infieles, pero después del 750 d. c.
bajo la dinastía de los califas Abasidas de Bagdad, des-
arrollaron un ansia de saber. Desde entonces los tra-

FIG. 11. El mundo islámico.

bajos griegos sobre filosofía, matemáticas y ciencia no


fueron nunca traducidos con rapidez suficiente para sa-
tisfacerlos. Todavía no sabemos mucho sobre la actitud
del Islam hacia la alquimia en el primer período, pero
seguramente nos esperan muchos descubrimientos cuan-
do se examinen más textos; desde luego sabemos que
ALQUIMISTAS DEL ISLAM 81
hubo mucha actividad en ese campo poco después del
900 d. c.
La gran figura entre los alquimistas del Islam —
ciertamente uno de los pocos alquimistas de los que el
hombre instruido tiene noticia— es Geber. Los escri-
tores europeos lo han considerado como el fundador del
Arte; sin embargo, el que figure como autor de muchos
libros alquimistas es otro caso más de atribución de li-
bros de distintos autores a una sola figura legendaria
famosa.1
En una historia curiosa. Los Imam eran las cabezas
espirituales y seculares del Islam. El sexto Imam fue
Safari Mohamed al-Sadik, que fue exaltado a la posición
de gran poseedor de las ciencias secretas, especialmente
alquimia y astrología. Se le atribuyen numerosos
trabajos, que no son en realidad sino falsificaciones de
época posterior. Se suponía que tuvo un discípulo, Abu-
Mussah-al-Sofi, o Geber, quien floreció alrededor del
760 d. c. Numerosos tratados aparecen con este nombre.
La mayoría son de alquimia, pero otros tratan de
medicina, astronomía, astrología, magia, matemáticas,
música o filosofía y constituyen una verdadera enci-
clopedia de las ciencias. Este Geber es la figura que
aparece en los escritos medievales (y en los trabajos de
los primeros historiadores de la química) como "Geber,
rey de los árabes". Recientemente se ha mantenido que
ningún autor árabe menciona a Geber hasta dos siglos
después de la época en que se supone que vivió. Ahora
se considera como muy probable que este vasto conjunto
de escrituras fuese compuesto por los miembros de un
grupo parecido por sus inclinaciones religiosas a la secta
secreta de los filósofos de la naturaleza que se llamaban
a sí mismos Ikwan al-safa, que ha sido

1 Debemos decir que los puntos de vista del finado Paul Kraus
indicados en esta sección, no son aceptados por algunos expertos,
tales como H. E. Stapleton, que considera a Geber como una persona
real practicante de la alquimia y supone que los trabajos que llevan su
nombre fueron escritos por él, aunque reeditados con ampliaciones en
el siglo IX.
82 ALQUIMISTAS DEL ISLAM
traducido de varias maneras: "Hermandad de la pureza" o
"Amigos fieles".
La Hermandad de la pureza compuso una colección
enciclopédica de cartas muy parecidas a los escritos ge-
berianos. Podemos pues suponerla una secta con una fuerte
creencia en el poder de la ciencia para purificar el alma,
que atribuía los trabajos de sus miembros al legendario
Geber; lo que equivaldría hoy día a que una sociedad
comunista secreta escribiese una enciclopedia científica y
se la atribuyese a Voltaire. La costumbre de atribuir los
libros de una escuela a la mano del maestro era, sin
embargo, muy común en la Antigüedad. Los autores de los
tratados geberianos estaban hondamente impresionados por
las posibilidades de la ciencia. Es verdad que incluían en la
ciencia mucho de lo que llamaríamos mágico, pero
debemos reconocerles una creencia en el poder, no
meramente del conocimiento de los libros, sino de las
operaciones prácticas del laboratorio. Es cierto que sus
teorías y prácticas se alejaban mucho del camino de la
verdad y la utilidad, aunque descubrieron cosas útiles sin
darse bien cuenta de su valor. Es indudable que, a través de
toda su historia, la alquimia siguió haciendo útiles
descubrimientos físicos en su intento de llegar a lo
físicamente imposible.
Geber (conservaremos el nombre para referirnos a los
autores de los escritos que se le atribuyen) conocía a fondo
el trabajo de los alquimistas griegos, aunque sin duda
alguna los leyó sólo en traducciones o paráfrasis. Los
escritos de los alquimistas griegos, tal como hoy día los
conocemos, son un montón de fragmentos y estamos
seguros de que los árabes pudieron haber leído mucho que
no ha llegado a nosotros. Por lo tanto, no podemos decir
hasta dónde los trabajos de Geber son originales, pero
podemos decir que en ellos encontramos muchas cosas que
no contiene la alquimia griega que conocemos.
Como es corriente en los trabajos de los alquimistas,
se encuentra una teoría de la forma en que ha de
ALQUIMISTAS DEL ISLAM 83
hacerse el oro y un proceso basado en esa teoría, pero
incapaz de dar los resultados pretendidos. Geber divi día
las sustancias que conocía en:

1) Espíritus: cuerpos volátiles como el alcanfor,


sal de amoníaco, mercurio, arsénico y azufre.
2) Cuerpos metálicos: los metales.
3) Cuerpos: sólidos pulverizables no volátiles, es
decir, otras sustancias que no sean "espíritus"
ni cuerpos metálicos.

Esta clasificación procede de los griegos, que con-


sideraban los metales como combinaciones de un cuerpo y
un alma o espíritu. Sin embargo, había otros sistemas de
clasificación en los que se clasificaba al mercurio como un
metal.
La teoría de Geber de la formación de los metales está
claramente derivada de Aristóteles (págs. 20-21) cuyos
vapores "húmedo" y "seco" se han convertido ahora en
vapores de mercurio y azufre. Éstos se combinan en las
rocas y producen los metales; los distintos metales difieren
sólo en cualidades accidentales, y la causa de la diferencia
es la cualidad variable del "azufre". El alquimista griego
hablaba de varios azufres diferentes y la palabra, antes del
período de la moderna química, era un termino muy amplio
aplicado a un cuerpo fusible, volátil y combustible. Sin
embargo, el azufre en el sentido moderno era también muy
bien conocido; pero se enseñaba que había muchas
variedades de él: azufre amarillo, azufre blanco, azufre
verde, azufre negro, etc., que bien pudieran ser ejemplares
del elemento decolorado por diversas impurezas, pero
también podrían haber sido compuestos químicos que
contuviesen, al menos aparentemente, azufre. Los mineros
de ciertas localidades hablan de piritas de hierro como de
"azufre" y no hay por qué tomar los azufres de Geber por
algo más parecido al azufre que es este mineral.
Esta noción de que los metales están compuestos
84 ALQUIMISTAS DEL ISLAM
de mercurio y azufre permaneció formando parte de la
alquimia, y de la química incluso, en el siglo xviii. La
idea de la presencia de un "principio inflamable" —
azufre— en los metales y lo mismo en casi todos los
cuerpos es la progenitora de la noción del flogisto. 2 El
capítulo XIII nos da algunos informes del significado
que las palabras "azufre" y "mercurio" asumieron en el
siglo xviii. Aunque Geber pensaba que los metales
estaban hechos de azufre y mercurio, también suponía
que estaban compuestos esencialmente de los cuatro
elementos: tierra, agua, aire y fuego y que tenían las
cualidades de estos elementos —sequedad, frío,
humedad y calor— en proporciones variables. Se
suponía que un metal tenía un par de cualidades ex-
ternas γ otro par de internas. Así tenemos:
Cual. externas Cual. internas
ORO caliente-húmedo frío-seco
PLATA fría-seca caliente-húmeda

Para convertir la plata en oro había que volver su


naturaleza de dentro a fuera, por decido así. Con objeto
de llevar a cabo una transmutación, el alquimista, de
acuerdo con Geber, tenía que alterar las proporciones de
estas cualidades de calor, humedad, frío y sequedad.
Esto no parecía nada difícil o irrazonable, ya que la idea
de alterarlos era muy común en medicina.
Los griegos y especialmente Galeno, cuyos trabajos
eran bien conocidos por los árabes, atribuían muchas
enfermedades al exceso de una de estas cualidades. Si
un paciente sufría de un exceso v.gr. del elemento ca-
liente, se le daba una medicina hecha de sustancias en
las que se suponía que preponderaban los elementos
fríos. Geber trató de hacer lo mismo; curar la vileza de
los metales con medicinas, a las que llamaba elixi-
2 Cf. p. 205.
ALQUIMISTAS DEL ISLAM 85
res. De la misma manera, los alquimistas griegos ha-
blaban de la "medicina" (pharmakon) que había de
añadirse a una mezcla con objeto de causar transmuta-
ción. Geber desarrolló ampliamente la idea del "elixir
supremo", la medicina de los metales, e inventó el
método de la balanza, una forma muy sistemática de
atacar el problema de la transmutación.
Primero consideraba que el alquimista debía ser
capaz de descubrir las proporciones de tierra, agua. aire
y fuego en cualquier cuerpo y luego alterar esas
proporciones hasta convertirlo en otro cuerpo, añadien-
do un elixir hecho de los elementos puros combinados
en la proporción adecuada para suplir y corregir las de-
ficiencias o excesos del metal. Esta idea cuantitativa
suena muy científica y moderna, pero no fue realmente
encontrada en medidas de laboratorio, porque los
metales no pueden descomponerse en nada parecido a la
tierra, agua, aire y fuego y, por lo tanto, no podían
medirse las proporciones de estos supuestos elementos.
Por otra parte los cuerpos orgánicos podían anali-
zarse mediante la destilación, y probablemente también
ésta es una idea griega. Así como Zósimo destilaba
huevos, Geber destilaba toda clase de productos ani-
males y vegetales. Es así como probablemente pudo
separarse la sal amoníaco del excremento seco de los
animales. Destilando cualquiera de estos cuerpos or-
gánicos obtenía en cada caso: 1) un líquido, que era el
elemento del agua (frío y húmedo); 2) una cosa que
llamaba aceite o grasa, un cuerpo inflamable que
identifica con el elemento del aire (caliente ν húmedo) y
que probablemente era una mezcla de líquidos y gases
orgánicos volátiles y combustibles; 3) una sustancia
coloreada combustible llamada fuego o tintura
(probablemente un cuerpo breoso) que identifica con el
fuego (caliente y seco); 4) un residuo mineral seco,
principalmente carbón vegetal, que identifica con el
elemento de la tierra (frío y seco).
Ahora bien, cada uno de estos supuestos elementos
tiene dos cualidades y la idea de Geber es hacer
86 ALQUIMISTAS DEL ISLAM
"elementos puros" con una sola cualidad, para poder así,
por ejemplo, añadir frío a un metal que no lo tenga,
añadiendo al mismo tiempo sequedad o humedad. Así
pues, no quiere agua corriente que es fría y húmeda,
sino un agua que sea fría pero no húmeda. Para obtener
esto, destila y redestila repetidamente el agua corriente
añadiendo sustancias que sabía muy secas y, por lo
tanto, capaces de quitar al agua su cualidad húmeda.
Después de cientos de redestilaciones, el agua —nos
dice— se vuelve blanca y brillante y se solidifica como
la sal. Éste, dice, es un elemento puro y es simplemente
la cualidad del frío sobre la materia primaria. Se suponía
que procesos similares aplicados a otros productos
destilados daban los elementos caliente, húmedo y seco.
Algunos de los procesos que describió implican hasta
700 destilaciones.
¿Qué podremos decir? Jamás hemos redestilado el
agua 700 veces con la adición de los reactivos que men-
ciona Geber, luego no podemos desaprobar su asevera-
ción; pero ningún científico podría encontrar en ese
proceder ninguna posibilidad de alterar el agua (excepto
en su constitución isotópica). ¿Mentía Geber?
¿Describía lo que él pensaba que debía de suceder aun-
que no hubiese intentado jamás el experimento? ¿O se
refería a algo completamente diferente y tan parecido a
la química como la francmasonería lo es a la
construcción? No se puede responder decisivamente a
estas preguntas, aunque personalmente creo que la
segunda explicación es la más probable.
¿Por qué —podemos preguntar— los alquimistas
que le siguieron no descubrieron la inefectividad de
estos procesos y los expusieron como fraudes? Imagino
que porque apenas algún alquimista alcanzaría las 700
destilaciones. El vidrio no era de la calidad moderna, y
me inclino a pensar que mucho antes de la septuagésima
—dejemos ya la número 700— destilación, ocurría
algún accidente; se rompía un alambique o se
desplomaba un horno o algún otro incidente daba fin al
trabajo prematuramente.
ALQUIMISTAS DEL ISLAM 87
Luego Geber suponía que el alquimista podía hacer el
elemento enteramente frío a partir de su "agua", el
elemento completamente húmedo a partir de su "aceite", el
elemento enteramente seco a partir de su "tierra" y el
elemento enteramente caliente a partir de su "tintura". Esto
último parece haber sido precursor de la piedra filosofal,
descrita como un cuerpo transparente, brillante, lustroso y
rojo. Era probablemente aquello de que carecen los metales
corrientes y está presente en el oro.
Una vez obtenidos estos "elementos puros", el al-
quimista había de mezclarlos en proporciones numéricas
específicas para formar así un "elixir" conveniente que
debía aplicarse al metal mediante un proceso algo
complicado. Entonces había de tener lugar la trans-
mutación.
El sistema numeral de Geber nos parece muy peculiar.
Los griegos habían señalado variaciones v. gr. de calor y
frío, humedad y sequedad, mediante "grados", aunque no
tenían medios para medirlos cuantitativamente. Así las
amapolas eran una droga "fría en cuarto grado". Geber
aplica esto de manera más elaborada, asignando un "valor"
a cada sustancia. Así por ejemplo si el oro vale 1, el elixir
vale 5. El poder de cada tratamiento se denota mediante
una fracción especial. Una sublimación vale 1/50 y una
fusión 1/200. Sobre estas bases Geber elabora ecuaciones,
v. gr.:

(oro) 1 X (fusión) 1/200 X 1.000 = (elixir) 5

La conclusión a que se llega es que 100 fusiones


convertirían el oro en elixir. Pues bien, aunque no es-
timemos en mucho este razonamiento, no podemos negar
su importancia en la historia de la química. Se llamaba el
método de la balanza (mizan) y hacía resaltar la
importancia de las consideraciones cuantitativas, ya que
implicaba cuidadosas pesadas. Se puede decir que
introdujo en la química la idea cuantitativa.
88 ALQUIMISTAS DEL ISLAM
Los autores que escribieron bajo el nombre de Geber
no eran sin duda los únicos alquimistas árabes de
importancia. Indudablemente existían alquimistas antes
de los escritores geberianos. El Libro de Crates que
puede ser del 800 d. c. o un poco posterior, es algo más
que una mera adaptación arábiga de la alquimia griega.
Hay muchos trabajos árabes sobre alquimia, pero son
pocos los que han sido traducidos. Algunos están llenos
de significados místicos y secretos que no pueden
discutirse aquí, si bien hemos de decir mucho sobre
trabajos similares en el capítulo XI. Una figura
sobresale como un terco y práctico hombre de ciencia;
el conocido por el mundo latino con el nombre de
Rhases.
El nombre de Rhases es la forma latinizada de
Mohamed-Abu-Bekr-Ibn-Zacarías al-Razi, cuyo último
nombre es por el que se le conoce comúnmente y denota
el hecho de que procedía de la ciudad de Rain en Persia.
Era un persa y es notable que la mayoría de los
científicos y letrados famosos del Islam no fuesen de
origen árabe, siendo muchos de los primeros,
indudablemente, cristianos nestorianos.
Al-Razi fue el primero de los grandes enciclopedis-
tas del Islam, hombres instruídos en casi todas las ramas
de la ciencia y la filosofía. Escribió sobre toda clase de
temas médicos y quirúrgicos, sobre filosofía, alquimia,
matemáticas, lógica, ética, metafísica, religión,
gramática, música, ajedrez y el juego de damas. Su
profesión era la de médico, y sus escritos sobre esta
materia eran más importantes que sus trabajos sobre
alquimia. Su vida nos muestra a un hombre científico de
los grandes días de la ciencia islámica.
Nació en el año 864 d. c., época en la que el co-
nocimiento europeo estaba en su punto más bajo y el
árabe en su dorada juventud. Sus primeros estudios
fueron de filosofía y, en sus años juveniles, escribió
poesías. Como muchos hombres de ciencia —Galileo es
otro ejemplo— era un experto ejecutante musical y
compuso una enciclopedia de la música. Tenía alrede-
ALQUIMISTAS DEL ISLAM 89
dor de los treinta años cuando fue a Bagdad, donde había
un famoso hospital. Al parecer, su inclinación hacia la
medicina tiene su origen en esa curiosidad intelectual que
fue la pasión de su vida, y la encontró de tal interés que
decidió dedicarse a ella.
Su interés por la alquimia parece datar de su edad
temprana y se le atribuye haber dicho que ''Ningún hombre
merece el nombre de 'filósofo' mientras no sea un maestro
en química teórica y aplicada". Parece que quedó ciego a
causa de unas cataratas ya al final de su vida y que murió
cuando tenía alrededor de sesenta años, en una fecha
próxima al 923 d. c.
El único cuarteto de su poesía que se conserva tiene
una rima sonora:

Esta débil forma que envejece día a día, Que en corto


tiempo desapareceré me advierte. ¡Ay! yo no se a
dónde se irá el alma mía Cuando abandone este cuerpo
agotado e inerte.3

Infortunadamente ninguno de sus trabajos alquimistas


ha sido traducido directamente del árabe e impreso, pero
los sumarios y descripciones que de ellos han sido hechos
por aquellos que han podido estudiar los manuscritos
demuestran que era un químico extremadamente práctico y
sensato. Cita los nombres de numerosos alquimistas
griegos y probablemente los co nocía de primera o segunda
mano. Su Libro de los secretos divide las sustancias
químicas en clases bien delineadas: "espíritus", cuerpos
metálicos, piedras, vitriolo, bórax y sales. Describe el
equipo necesario para el Arte, incluyendo aparatos para
destilación y subli-

3 This feeble form decaying day by day


Warns me that I must shortly pass away. Alas! I
know no whither wends the soul When it
deserts his worn and wasted clay.
Traducción (al inglés) por G. S. A. Ranking en "Life & works of
Rhazes", XVII International Congress of Medicine, 191?, Sec. XXIII,
p. 237.
90 ALQUIMISTAS DEL ISLAM
mación, hornos, etc. Continúa con la disensión de un
número considerable de operaciones químicas; la pre-
paración de varias aguas "venenosas", que incluían apa-
rentemente amoníaco y algunos de los ácidos fuertes;
describe calcinaciones, sublimaciones, disoluciones, com-
bustiones y, filialmente, aunque en términos oscuros, la
confección de elixires y de oro y plata. En su trabajo, que
no siempre puede entenderse claramente, no hay los
ocultamientos deliberados, la alegoría y la retórica de otros
muchos textos. Es realmente el trabajo de un hombre de
ciencia, tratando de un asunto del que no entiende muy
claramente la teoría.
Otro alquimista árabe digno de mención es Abul Kasim
al Iraqui, quien escribió, probablemente en el siglo XIII, un
trabajo llamado Conocimientos adquiridos en lo
concerniente al cultivo del oro. Hay una traducción inglesa
por E. J. Holmyard. El afortunado poseedor de este libro,
bastante raro, puede ciarse cuenta de cómo era la alquimia
árabe.
La teoría sobre la alquimia de Al 'Iraqui se parece
mucho a la de Geber. Adopta la teoría aristotélica de la
génesis de los metales y supone que los metales comunes
son variedades imperfectas de oro y que sus propiedades
pueden ser modificadas mediante el elixir rojo o el blanco
para convertirse en oro o en plata verdaderos.
Como una prueba de la posibilidad de semejante
cambio expone el hecho real de que el plomo, calentado al
fuego durante largo tiempo, deja una pequeña proporción
de compuestos de plata que, según nosotros sabemos (los
alquimistas árabes no lo sabían), se encuentra en todo
mineral de plomo; Al 'Iraqui suponía que se había
producido por transmutación.
Su teoría es excelente, pero cuando llega al punto de
explicar a sus lectores qué es necesario hacer, se expresa en
fórmulas oscuras y alegorías y citas de los múltiples sabios
alquimistas. En nuestra opinión, se trata de un hombre con
un comprensión clara de
ALQUIMISTAS DEL ISLAM 91
una teoría concerniente a la alquimia, pero sin ninguna
experiencia práctica afortunada.

Los alquimistas árabes traspasaron al inundo occidental


no sólo sus conocimientos químicos y su técnica, sino
también muchos otros conocimientos que, a nuestro
entender, no tienen relación con la química. Es muy
famoso el breve escrito llamado la Tabla de esmeralda de
Hermes. Hermes es un nombre que se encuentra muy a
menudo en la literatura griega posterior. En los escritos
alquimistas más antiguos se encuentran fragmentos en los
que figura este nombre. También se conserva en escritos
árabes, algunos de los cuales derivan claramente de un
original griego. La Tabla de esmeralda puede ser uno de
éstos, aunque no se ha encontrado aún ninguna versión
griega. Tuvo una gran influencia en los alquimistas
posteriores y por lo tanto vale la pena transcribirla en su
totalidad. La clave para este raro documento es la doctrina
del pneuma y si el lector consulta las páginas 19-24 de este
libro, verá lo que quiere decir el autor. He aquí una de las
varias versiones de la Tabla:

Las palabras de las cosas secretas de


Hermes Trimegisto
1.—Verdadero, sin engaño, verdadero y muy cierto.
2.—Lo que hay abajo es como lo que hay arriba y lo que hay
arriba es como lo que hay abajo, para la representación de
las maravillas de la cosa única.
3.—Y como todas las cosas eran parte de una, mediante la
meditación de una cosa; así todas las cosas nacieron de esta
única cosa, por adaptación.
4.—Su padre es el sol, su madre es la luna; el viento la llevó en
su vientre; su aya es la tierra.
5.—Éste es el padre de toda la perfección del mundo entero.
6.—Su poder es integral, si se transforma en tierra.
7.—Separarás la tierra del fuego, lo sutil de lo burdo, sua-
vemente y con mucha inteligencia.
92 ALQUIMISTAS DEL ISLAM
8.—Asciende de la tierra al cielo y de nuevo desciende. De
tal manera tendrás la gloria del mundo entero. Asi toda
la oscuridad huirá de ti.
9.—Ésta es la fuerte fortaleza de toda fortaleza: porque
dominará cualquier cosa sutil y penetrará cualquier sólido. 10.
—Así se creó la tierra. 11.—De aquí habrá adaptaciones
maravillosas, de las que esto
es el medio. 12.—Y así me llaman Hermes Trismegisto,
que tiene tres
partes de la filosofía del mundo entero. 13.—Lo que había de
decir respecto a la operación del sol está terminado.

Este trabajo, enigmático evidentemente, da a en-


tender al lector que la operación del sol (el símbolo del
oro) era manejada por un "espíritu" universal, la fuente
de todas las cosas, que tenía el poder de perfeccionarlas.
Su virtud es integral (es decir, tiene el poder de convertir
lo diverso en una sola sustancia), si se convirtiese en
tierra (es decir, se solidificase). Esto da a entender que la
"piedra" tenía que ser un pneuma solidificado. Pneuma
era el enlace entre la tierra y el cielo, que tenía la virtud
de las regiones celestiales y subterráneas; el poder de
todo el cosmos desde las es trellas fijas hasta el centro
de la tierra. Somete a toda naturaleza y penetra todo
sólido. Es la fuente de todo el mundo y así puede servir
para cambiar las cosas de manera maravillosa. Las tres
partes de la filosofía del mundo entero son
probablemente las de las regiones celestial, terrestre y
subterránea.
Este documento se tradujo al latín antes del 1200, y
es una de las fuentes más importantes de la alquimia
medieval. Las ideas que hay en él concuerdan con la
ciencia de la época y aunque no dan una idea clara de
cómo se fija el pneuma como sólido, lo consideran un
triunfo. Gran parte de la alquimia medieval consistía de
hecho en variaciones sobre este tema.
No es fácil calcular lo que el mundo musulmán hizo
por la alquimia y la química. No sabemos cuánto recibió
de los alquimistas griegos, pero seguramente
ALQUIMISTAS DEL ISLAM 93
fue mucho más de lo que aparece en los tratados griegos
que han llegado hasta nosotros. No sabemos cuáles
fueron los descubrimientos de los árabes, porque gran
parte de sus trabajos permanecen sin estudiar y en este
campo de. la historia de la ciencia se han hecho pocas
investigaciones. No sabemos siquiera con cuánto con-
tribuyeron al mundo occidental porque no estamos se-
guros de la autenticidad de muchos textos que pretenden
ser traducciones del árabe.
Pero sin embargo parece claro que durante el siglo
xii los árabes, además de lo que los griegos les habían
enseñado, conocían la preparación de la sal amoníaco,
el amoníaco, los ácidos minerales y el bórax. Por lo
tanto, el conocimiento químico total del mundo
musulmán en el siglo xii era considerable. Los métodos
de destilación y otras operaciones; un número conside-
rable de importantes preparaciones químicas; la idea de
la transmutación mediante una medicina o una "piedra";
la ciencia de los cuatro elementos; todo esto y mucho
más había de ser revelado al mundo occidental de habla
latina, que no sabía nada de alquimia y cuyas farmacia y
metalurgia, según sabemos, consistían sólo en los más
simples batidos, cocimientos y fusiones.
Uno de los medios de transmisión más importante
para estos conocimientos era la colección de trabajos
atribuidos a Geber, "el más famoso príncipe o filósofo
árabe", que se consideraba como una compilación hecha
muchos años después de la época en que se supone que
vivió. Pero estos trabajos árabes no son idénticos a los
trabajos latinos que llevan el nombre de Geber. De
éstos, el más importante es la Summa Perfectionis, que
fue la fuente más importante de la alquimia y la química
medievales. Este libro deriva seguramente de fuentes
arábigas, pero no parece ser anterior al final del siglo
xiii. No sabemos si es una traducción de un texto
arábigo o un sumario de química árabe recopi lado por
un escritor occidental. De todas formas, pues to que
estos trabajos latinos de Geber contienen deriva-
94 ALQUIMISTAS DEL ISLAM
ciones de los árabes, podemos considerarlos dentro de
este capítulo.
El autor de estos tratados era un alquimista, es decir,
creía y apoyaba la posibilidad de la transmutación de los
metales e indicaba métodos para realizar el trabajo. Los
caracteres más notables de estos trabajos son su defensa
de la teoría azufre-mercurio de los metales; su
descripción de métodos químicos y el comienzo del
análisis, señaladamente el establecimiento de numerosos
métodos para probar un metal y descubrir si es oro
legítimo. El trabajo de Geber transmitió el conocimiento
de los ácidos minerales al mundo occidental y
probablemente es ésta la única información química de
importancia que contienen estos libros.

Tómese vitriolo de Chipre (sulfato de cobre conteniendo


probablemente sulfato ferroso) una libra; salitre, dos libras y
alumbre de Yemen (sulfato de aluminio) una cuarta parte;
extráigase el agua calentando al rojo el alambique. . . Se hace más
sutil si se disuelve en él una cuarta parte de sal amoníaco; porque
esto disuelve el oro, el azufre y la plata.

La receta es puramente química y produce ácido


nítrico, que continuó haciéndose mediante este método
de Geber durante cuatro siglos después de escribirse su
texto. Disolviendo sal amoníaco (cloruro de amonio) en
el ácido, se libera cierta cantidad de cloro; el ácido
resultante atacará al oro, lo que no hace el ácido nítrico
solo y atacará con más rapidez al azufre y la plata.
Éste fue un descubrimiento de suma importancia,
pero para los químicos y alquimistas de la Edad Media
probablemente resultaban de mayor valor las descrip-
ciones e ilustraciones de hornos. La figura 12 está
tomada de una edición de Geber impresa en el siglo
XVII pero probablemente apenas se apegue a los
dibujos de algún manuscrito anterior.
Los trabajos de Geber eran el libro de texto y
vademécum del alquimista medieval. Son muy claros
ALQUIMISTAS DEL ISLAM 95
y están exentos de misterios, pero no capacitaban a sus
lectores para hacer oro. Había sin embargo una especie
de reacción contra ellos. El tipo de alquimista místico y
filosófico despreciaba el intento de los labo-

FIG.
12. Destilación, tal como aparece en la traducción de
Russell de The works of Geber (1678).

ratoristas de hacer oro a partir de los materiales ordi-


narios mediante procedimientos químicos y los apodaba
"cocineros de Geber". Otros, sin embargo, fingían en-
contrar en Geber un autor que conocía el secreto y lo
escondía bajo una masa de instrucciones prácticas que,
interpretadas al pie de la letra, no conducían a nada.
Aunque los trabajos de Geber están muy lejos de ser los
primeros textos alquimistas asequibles a la Europa
occidental y aunque la mayoría de ellos no han
96 ALQUIMISTAS DEL ISLAM
conocido el original árabe, pueden considerarse como
las vías más importantes por las que el conocimiento
químico árabe llegó a ser asequible a los alquimistas de
la cristiandad medieval.
VIII
LOS ALQUIMISTAS EN EUROPA

Pasamos al siglo XII. Rápidamente Europa se iba


organizando y tranquilizando. Las ciudades se iban ha-
ciendo centros importantes; el aumento del comercio
traía nueva riqueza y comodidad. En el mundo inte-
lectual surgía la aurora de una era nueva. El Occidente,
cuyos conocimientos y actividad intelectual habían sido
casi en su totalidad teológicos, comenzaba a producir
filósofos. Hombres tales como Berengario, Roscelino,
Anselmo, Abelardo, Hugo de San Víctor, se ejercitaban
en problemas filosóficos, principalmente a través de la
tradición platónica que había decaído en el Occidente.
Las universidades comenzaban a tomar forma; existía
un apetito de conocimientos y una sed de material
nuevo. Semejante material estaba en las manos de los
árabes y los judíos que vivían en el mundo musulmán.
Lo que el mundo occidental requería del Islam eran
sus conocimientos de filosofía y ciencias; y es notable la
gran proporción de libros científicos entre los primeros
que se tradujeron. La Europa occidental apenas conocía
nada de medicina; su astronomía y matemáticas eran
rudimentarias; la química y la física apenas existían para
ellos. Los únicos trabajos concernientes a algo
semejante a la alquimia eran ciertos libros de recetas
técnicas, tales como los Compuestos para colorear, La
clave de la pintura y el Libro de los fuegos, que venían
directamente, a través de la tradición bizantina, de las
recetas de los papiros de Leyden y de Estocolmo.
Proporcionaban información sobre toda suerte de
asuntos prácticos, tales como el teñido, la confección de
pigmentos, tratamiento de los metales, etc. No son
exactamente alquimistas pero están relacionados con
asuntos que interesaron a los primitivos alquimistas.
97
98 LOS ALQUIMISTAS EN EUROPA
Era evidente para aquellos que estuvieron en con-
tacto con las fronteras de los mundos arábigo y latino en
Sicilia, el sur de Italia y España, que los árabes eran
enormemente superiores a los "francos" en todo
conocimiento y asuntos relacionados con la habilidad y
destreza; y lo más sencillo era procurarse traducciones
de sus libros. Los hombres de Occidente no conocían ni
el griego ni el árabe, los árabes generalmente no
conocían el latín; pero había muchos judíos instruidos
que conocían cierta lengua que entendían los "francos".
Mediante su ayuda se llegaron a hacer las traducciones.
Había una escuela médica en Salerno, en el sur de Italia,
donde se preparaban las traducciones o, quizá, eran
empleadas ya en el siglo XI, pero la primera versión
conocida de un trabajo alquimista se debe a un tal
Roberto de Chester en 1144. Hacia 1200 habían sido
traducidos una media docena de textos, incluyendo el
Libro sobre alumbres atribuido a al-Razi y la Tabla de
esmeralda. El interés por el asunto comenzó a crecer y
en el siglo XIII ya se discutía seriamente sobre alquimia
y se practicaba con intensidad.
Las mejores cabezas de la época dudaban si la
alquimia era realmente una ciencia o un fraude. San
Alberto (Alberto el Magno), Rogerio Bacon y Santo
Tomás de Aquino, todos discutían la cuestión. Alberto,
quien escribió un excelente trabajo sobre minerales y
había ido a los distritos mineros para ver él mismo los
procesos, llevó a cabo el experimento práctico de probar
un pretendido oro alquimista, pero encontró que 6 o 7
tratamientos en el horno lo reducían a cenizas. Un caso
similar se relata de al-Razi; se dice que parte de su oro
alquimista se enmoheció al cabo de muchos años y tuvo
que reconocer que no lo era. Sin duda muchos de estos
llamados oros eran aleaciones de latón como los
modernos ormolú * y similor o probablemente mezclas
de éstos con algo de oro.
Alberto el Magno se inclinaba por lo tanto a pensar
* Otra variedad de similor a base de cobre con 6 a 17 % de estaño
y cantidades variables de zinc. [T.]
LOS ALQUIMISTAS EN EUROPA 99
que los alquimistas con los que estaba relacionado no
hacían verdadero oro. También Avicena (980-1036)
repitió muchas veces lo mismo; que los alquimistas
producían imitaciones de metales preciosos y no reali-
zaban una transmutación real. Pero Alberto tomó muy.
en serio la alquimia, porque había argumentos fuertes en
su favor. Pensaba que la transmutación de los metales era
posible, aunque muy difícil, porque si, como él creía, la
naturaleza podía transformar el azufre y el mercurio en
metales mediante la ayuda del sol y las estrellas, parecía
razonable que el alquimista fuese capaz de hacer lo
mismo en sus vasijas.
Por la misma época (hacia 1250) Rogerio Bacon,
quien era sin duda un trabajador práctico de laboratorio
y un gran ejemplo de los méritos de la ciencia, discutía
el mismo asunto. Creía también en el Arte. En su Opus
Tertium 1 distingue la alquimia especulativa, un
conocimiento de las propiedades de los cuerpos y su
generación y cambios —muy cercana a lo que llamamos
química— de la alquimia operativa o práctica que
enseña al hombre "cómo hacer metales nobles, y colores
y muchas otras cosas mejor y más copiosamente por arte
que por naturaleza. Y esta ciencia es más importante que
todo lo que la ha precedido porque es productora de
mayores ventajas. No solamente produce dinero y otra
infinidad de cosas para el Estado, sino que también
enseña el descubrimiento de cosas tales como la manera
de prolongar la vida humana hasta donde la naturaleza
permite que sea prolongada".
Además dice que muchos que intentan hacer al-
quimia lo hacen sin un conocimiento apropiado de la
técnica —destilación, sublimación, calcinación, sepa-
ración—; de donde se deduce que acaso no prestaba
mucha atención a este arte.
A muchos hombres famosos que no hicieron otra
1 Roger Bacon, Opera quaedam bactenus inedita, ed. J. S. Brewer.
Rolls Series. Londres, 1859, vol. I, C. XII, p. 39-40. El asunto está
también discutido en gran parte de sus otros trabajos.
100 LOS ALQUIMISTAS EN EUROPA
cosa que mencionar la alquimia, se les atribuyeron
trabajos alquimistas que nunca llegaron a escribir. Así a
Aristóteles, a Avicena, a Alberto el Magno y a Santo
Tomás de Aquino se les considera autores de tratados
que nadie puede creer que fuesen suyos. Por esta razón
necesitaríamos una completa evidencia para
persuadirnos de que los tratados alquimistas atribuidos a
Rogerio Bacon fueron realmente escritos por él.
Además, sus trabajos auténticos muestran que no era
comedido para hablar de su trabajo y observaciones de
laboratorio. La alquimia, cuando él escribía, no estaba
prohibida a los frailes. Si se hubiese enredado en la
práctica del Arte, lo hubiese mencionado seguramente,
como menciona la óptica, pero, de hecho, él sólo registra
que existía tal ciencia, ensalza su dignidad y utilidad y
transcribe alguna vez recetas alquimistas.
Probablemente el mayor talento de aquella época era
Santo Tomás de Aquino, quien menciona la alquimia
sólo incidentalmente, pero nos da una información muy
interesante que constituye la clave para la concepción
medieval. Las teorías científicas fundamentales de la
época eran las de Aristóteles, nuevamente aprendidas en
traducciones de versiones arábigas. El pasaje traducido
en las páginas 20-21 les parecía a los hombres del siglo
XIII muy importante. Santo Tomás, que escribió poco
después de 1250 d. c., nos dice:
La función principal del alquimista es transmutar los me-
tales, es decir los imperfectos, de manera real y no fraudu
lenta.
En su comentario sobre el libro tercero de la Me-
teorológica (Lectio IX ad finem) de Aristóteles, hay una
larga discusión sobre el punto de vista de Aristóteles
respecto a la generación de los metales bajo tierra a
partir de un vapor seco o fuliginoso y un vapor húmedo
(o exhalación). Acepta este punto de vista pero le añade
algo que no se encuentra en Aristóteles, es decir, que
esta mezcla o combinación requiere una
LOS ALQUIMISTAS EN EUROPA 101
virtud celestial que da al producto sus operaciones
ocultas. La virtud celestial es el principio activo, el
principio instrumental es el calor. Así los metales son
agua, en cierto sentido, puesto que el vapor húmedo
podría haberse convertido en agua si no lo hubiese
hecho en metal. Sabe que los metales pueden ser
calcinados en tierras mediante el fuego, pero el oro es
tan puro que no hay nada en lo que el fuego pueda hacer
presa. Entonces dice:

El material remoto de tales cuerpos metálicos es el vapor


incluido en las partes pétreas de la tierra, pero los materiales
inmediatos (propinqua) de los metales son el azufre y el
mercurio, como dicen los alquimistas: así, en los antedichos
lugares pétreos de la tierra, por la virtud mineral son primero
generados mercurio y azufre y luego a partir de ellos se gene-
ran metales de acuerdo a su mezcla diversa (commistio). Y así
los alquimistas, a través del arte real de la alquimia (que es un
arte difícil, a causa de las operaciones ocultas de la virtud
celestial, es decir la virtud mineral, las que por estar
escondidas son imitadas por nosotros sólo con dificultad),
estos alquimistas, mediante los principios anteriores o me-
diante principios establecidos por ellos mismos hacen algunas
veces una verdadera generación de metales, algunas veces
ciertamente a partir de los dichos azufre y mercurio sin la ge
neración de la exhalación, pero a veces haciendo exudar de
ciertos cuerpos la dicha exhalación vaporosa mediante la apli-
cación de un calor proporcionado que es un agente natural.

Así, un alquimista que adoptara el punto de vista


establecido por Santo Tomás trataría de obtener esta
"exhalación vaporosa" por destilación y trataría de con-
seguir la "virtud celestial" para trabajar sobre ella. Nó-
tese cuán cerca está esto de la idea de la Tabla de es-
meralda. Todo ha de hacerse mediante una cosa. La
exhalación vaporosa es un "espíritu" lo mismo que la
virtud celestial que obra sobre él.

No es sorprendente que, cuando los más grandes


sabios estuvieron de acuerdo en que la alquimia era
102 LOS ALQUIMISTAS EN EUROPA
posible, un gran número de hombres intentaran llevar a
cabo un trabajo que era tan interesante, tan noble y tan
provechoso. La alquimia fue corno una fiebre sobre la
Europa del siglo XIII y permaneció durante tres siglos,
por lo menos, siendo la principal preocupación de
aquellos que querían descubrir los secretos de la
naturaleza.
Había una variedad abrumadora de prácticas alqui-
mistas, pero antes de comenzar a exponer lo que los
alquimistas hicieron y cómo vivieron, procuraremos tra-
zar un cuadro del alquimista medieval.
Los hombres de la Edad Medía no escatimaban la
sátira. Algunos de sus escritos concernientes a los curas
y frailes los pintaban como hombres de una santidad
verdaderamente nazarena mientras en otros aparecían
como criaturas de la más despreciable hipocresía y
falsedad. Asimismo, de sus descripciones de los al-
quimistas podemos inferir por una parte la existencia de
unos cuantos pacíficos investigadores filosóficos de los
secretos de la materia y por otra la de una gran cantidad
de estafadores mezquinos embaucando a los ricos
crédulos con falsas demostraciones. En ambos cuadros
hay algo de verdad.
Raramente encontramos algo que no sea una breve
biografía de un alquimista y muchas de éstas fueron
escritas bastante después de su muerte. Sin embargo,
atando cabos podemos figurarnos cómo era un verda-
dero alquimista.
El alquimista medieval era casi siempre un clérigo,
"escolar instruido", no tanto porque había alguna co-
nexión entre la vida religiosa y la alquimia como porque
la mayoría de aquellos que sabían leer y escribir con
facilidad eran clérigos y la alquimia implicaba
necesariamente el estudio de libros. Así pues, podemos
pintar a nuestro alquimista como un monje y en muchos
casos un canónigo, estando explicada la afección
aparente de los canónigos a la alquimia por el hecho de
que sus deberes eclesiásticos eran escasos y sus medios
considerables. Debía tener una educación cabal,
LOS ALQUIMISTAS EN EUROPA 103
lo que significaba que leía, escribía y hablaba latín, la
lengua en la que todas las naciones escribían sus tra-
bajos eruditos. Su educación complementaria debía
incluir los elementos de la ciencia de la época y esto
comprendería las ideas de Aristóteles sobre la genera-
ción y la corrupción.
Podía haberse dedicado a la alquimia por varias
razones. Un hombre de gustos científicos en la Edad
Media podía seguir tres caminos: el de la medicina, el
de la astronomía y el de la alquimia. Así pues, el tipo de
mente que hoy día encuentra en la química un
pasatiempo emocionante y satisfactorio, sin duda era
atraído por la alquimia. Otros eran atraídos por el
maravilloso proyecto de hacer oro, quizá para su propio
enriquecimiento, quizá para financiar una cruzada o
construir hospitales o iglesias. Tales construcciones eran
costeadas a menudo por particulares, no sólo por pura
caridad sino porque traían a los donantes gran renombre
y la esperanza de oraciones de aquellos a quienes habían
beneficiado, que los sacarían más rápidamente del
purgatorio. Para algunos la alquimia atraía como un
noble trabajo: la perfección de la naturaleza, porque,
como Norton nos dice en su Ordinall,2

Era también un trabajo y cura divina Ensuciar


cobre para hacer oro y plata fina

Nuestro posible alquimista podía muy bien haberse


enseñado para estos trabajos en el monasterio. Las
muchas y repetidas veces que se prohibió el ejercicio de
la alquimia a los monjes, demuestran que era una
ocupación común en los monasterios. No se pensaba
que fuese nada malo la alquimia con fines honestos,
pero no tenía, en general, buena reputación a causa de la
gran cantidad de estafadores que se ocupaban en ella.
De ellos, queda aún mucho que decir. Además,

2 En Elias Ashmole, Theatrum chemicum Britannicum. Lon-


dres, 1652.
104 LOS ALQUIMISTAS EN EUROPA
la función de un fraile o monje era estimular los fines de
la religión y la alquimia era considerada, a lo más, como
una manera un tanto indirecta de hacer tal. Pero hubiera
o no un alquimista en su propia comunidad, con
seguridad él hubiera encontrado u oído de alguno que
ejercía el Arte y que podía saber más o menos sobre
éste.
No habría podido salir a comprar las obras alqui-
mistas porque el arte de imprimir no las había hecho aún
fácilmente accesibles. Pero probablemente hubiera
copiado o hecho que le copiaran uno o dos manuscritos
alquimistas que alguien le hubiese prestado. Es probable
que muchos alquimistas medievales conocieran sólo
unos pocos de los escritos de aquellos que les
precedieron.
Suele decirse que, al comienzo, el principiante se
encontraba en una confusión completa por la oscuridad
de los libros alquimistas, y que gastaba gran parte de
tiempo y dinero en falsos ensayos. Ciertamente, es
probable que un gran número de alquimistas desistieran
de la investigación, la mayoría con el bolsillo
menguado.
¿Cómo establecería su laboratorio? Había muchas
dificultades. Ante todo, no convenía ser conocido como
alquimista. Los vecinos, que eran generalmente iletra-
dos, le tomaban por brujo o nigromante. El superior
eclesiástico podía pensar que empleaba el tiempo de
manera improductiva. Si se trataba de un alquimista al
que se le atribuía haber hecho oro, estaba en peligro de
ser apresado por un potentado local o incluso por su
soberano y obligado a hacer oro; lo cual no era cosa que
cualquiera fuera capaz de hacer por encargo. Así pues, la
alquimia era una ocupación un tanto clandestina en la
Edad Media.
Había también una dificultad económica, pues siem-
pre se ha oído hablar de gente que dilapidó su fortuna
por ella. No había "proveedores de laboratorio" enton-
ces, pero los vidrieros y alfareros, que hacían los ins-
trumentos para los boticarios y los médicos, podían
LOS ALQUIMISTAS EN EUROPA 105
proporcionar los alambiques y vasos necesarios, algunos
de los cuales necesitaban una técnica de soplado muy
experimentada. No faltaban comerciantes de drogas y
pigmentos, y aquellos que podían pagarlos obtenían
mercurio, azufre, arsénico amarillo, alumbre, vitriolo,
bórax, sin contar el vinagre, vino, miel, aceite, escamas
de hierro8 y las distintas sustancias de que disponía
aquel variado comercio. Hay que suponer que los
aparatos y drogas no eran de muy buena calidad. No se
ha conservado ningún aparato de vidrio medieval, pero
se supone que no serían mejores que los del siglo XVIII,
que eran de vidrio grueso y muy frágil al calor. Las
pérdidas por fractura probablemente eran muy elevadas.
Los primeros intentos para seguir las recetas conte-
nidas en los manuscritos fueron, según parece, casi
siempre infructuosos, y en la carrera de cada alquimista
que pretendía haber hecho la piedra, había lo que
podríamos llamar una iniciación en el secreto de la
alquimia. En alguna etapa encontraría un alquimista más
viejo que, cuando se convenciera de que era un hombre
merecedor del secreto, le dijese algo que le capacitara
para comprender los libros alquimistas y para comenzar
el largo trabajo de preparación de la piedra con alguna
confianza en el éxito. La razón alegada para guardar el
secreto era el peligro de confiar un conocimiento de
tales poderes a cualquier hombre indigno de poseerlo.
Porque la piedra filosofal significaba disponer de un
poder ilimitado, del remedio de males y la facultad de
prolongar la vida indefinidamente.
Sin duda ningún hombre bueno confiaría este se-
creto a nadie que no conociese bien, garantizando una
seguridad posterior mediante el juramento. El verdadero
alquimista no vendía nunca el secreto por dinero y sólo
se lo comunicaba a un discípulo después de que éste
hubiese jurado que no lo revelaría más que a un
3 Óxido ferroso-férrico.
106 LOS ALQUIMISTAS EN EUROPA
hombre del que estuviera seguro que era merecedor de
él y que deseara adquirir, no riquezas sino conoci-
mientos.

¿Cuál era el secreto? De esto no sabemos nada. Que


los trabajos alquimistas eran ininteligibles sin él, nadie
que los haya leído lo dudará; pero lo que allí había que,
dicho por un alquimista a otro, podía hacerlos
inteligibles, no podemos adivinarlo. Sin embargo, que
algo se comunicaba de esta manera es completamente
cierto. Algunos alquimistas, tales como Charnock,
parecen haber sido instruidos en una hora, otros en
mucho más tiempo; así, Tomás Norton se encerró con su
maestro durante cuarenta días, aprendiendo el Arte. A
fecha tan avanzada como 1653, Elias Ashmole, el gran
anticuario inglés (1617-1692), registra con regocijo en
su diario que William Backhouse, "estando enfermo en
Fleet Street, enfrente de la iglesia de San Dunstan y sin
saber sí habría de vivir o de morir, hacia las once me
dijo en sílabas la materia real de la piedra filosofal, lo
que me transmitió como un legado".
A costa de conseguir el secreto, el trabajo era lento,
tedioso y difícil. Lo que sabemos de los procedimientos
se reserva para el capítulo IX. Puede decirse aquí que el
trabajo se dividía en dos partes: el trabajo grosero y el
sutil. La primera parte era una operación importante y
muy tediosa mediante la cual se juntaban y purificaban
los materiales, mientras que la segunda, que era mucho
más corta y fácil, convertía los materiales en la piedra.
La elaboración, fuese la que fuese, necesitaba un calor
continuo que no podía cesar y que tenía que variar de
una suave tibieza a algo cercano al calor del rojo. El
alquimista tenía que estar vigilante durante meses o
incluso años enteros o bien confiar una parte del trabajo
a sirvientes, que casi invariablemente o sobrecargaban el
fuego o lo dejaban apagar.
LOS ALQUIMISTAS EN EUROPA 107
Existe un interesante poema de Sir George Ripley
(1471) "en donde el autor declara sus erróneos expe-
rimentos". Comenzó con los materiales que los libros
parecían proponer de manera evidente; azufre y mer-
curio, que combinó para formar el pigmento rojo ber-
mellón, pero no llegó a nada próximo a la piedra. Hizo
"soluciones" de espíritus (es decir, líquidos destilados),
fermentos, sales, hierro y acero; trabajó con "aguas
corrosivas" (es decir, ácidos minerales) y "aguas ar-
dientes" (a saber, líquidos combustibles tales como el
alcohol). Trabajó con azufre, vitriolo verde (sulfato
ferroso), arsénico y oropimente (trisulfuro de arsénico)
y muchas clases de sales, tales como la sal amoníaco,
carbonato de potasio, bórax, tártaro, sal común, salitre,
sosa. Ensayó trabajando sobre orina, huevos, cabellos y
sangre, según la moda de Geber y, de hecho, empleó
todos los productos químicos disponibles entonces:

De los que hice alegres tintes para ser mostrados Ambos


rojo y blanco que no habían sido experimentados 4

Evidentemente debió haber observado una gran va-


riedad de reacciones químicas al llevar a cabo la prepa-
ración de numerosas sustancias coloreadas, productos
destilados y también sales cristalinas (porque nos dice:
De Mercurio y Metales hice Piedras Cristales).

Sin embargo estaba interesado en una sola clase de


conocimiento; cómo alcanzar los fines comunes de la
alquimia, la piedra roja y la blanca. Todo el tiempo en el
que "asó y coció como uno de los cocineros de Geber"
fue tiempo perdido, porque no se registró ningún
resultado. Ésta es la medida de la distancia entre la
química y la alquimia.
Todo esto en cuanto al alquimista contra el que no se
alega ningún fraude, el hombre que empleó una
4 Of which gey tinctures I made to shew
Both red and whyte which were untrew.
108 LOS ALQUIMISTAS EN EUROPA
vida en la búsqueda de estos maravillosos materiales. Es
muy difícil suponer que tales hombres obraran de mala
fe o estuvieran engañados respecto a lo que hacían. Y es
aún más difícil creer que triunfaron; sin embargo, hay
escritores alquimistas aparentemente sinceros que
reclaman el éxito y describen en un lenguaje detallado y
bastante claro cómo obtuvieron la piedra roja y blanca y
llevaron a cabo transmutaciones de las que queda alguna
referencia escrita que discutiremos más adelante. Aquí,
sin duda alguna, está el problema central de la alquimia.
Con el alquimista fraudulento estamos en terreno
más seguro. Las estafas que podían hacerse eran tan
simples y atractivas que no es sorprendente que tuviesen
que promulgarse bulas papales y leyes civiles contra los
llamados "multiplicadores de metales". Los numerosos
estafadores que, practicaban este medio de vida no
tuvieron necesidad de procedimientos demasiado largos.
Aseguraban que poseían la piedra o una simple y rápida
receta para hacerla. Es notable que aun el oro actual, en
forma de lingote, y la mina de oro sean materia para los
estafadores corrientes; la pretendida transmutación de
otros metales en oro era su equivalente medieval.
El procedimiento corriente era interesar a un hombre
poderoso, generalmente un clérigo (la clerecía es aún la
presa favorita para el arte de los estafadores) y emplear
la técnica inmemorial del charlatán para llevarlo a
solicitar una demostración. El engañabobos se proveía
de antemano con algo de oro y plata. Preparaba un
horno, adquiría mercurio y un crisol, llenaba el crisol
con mercurio y volcaba en él el polvo precioso
(probablemente algo de cal o plomo rojo). Mientras
tanto, se había introducido algo de oro o plata genui-nos
en un pedazo de carbón de leña o en una hendidura en la
punta de una varilla de agitar y sujeto con cera negra. Se
calentaba el horno; se ponía en su sitio el carbón
preparado sobre el crisol, o bien se usaba la varilla. La
cera se derretía y el metal precioso caía
LOS ALQUIMISTAS EN EUROPA 109
dentro del mercurio; como aumentaba el calor el mer-
curio se volatilizaba y dejaba la plata o el oro derretido
en el crisol. ¿Qué más hacía falta como prueba? El
incauto se desprendía fácilmente de grandes sumas para
la adquisición de materiales de laboratorio y mercurio, o
pagaba una gran suma por la receta para hacer la piedra,
después de lo cual no se veía más al fraudulento
alquimista.
Lo característico de un alquimista fraudulento era su
vida errante y su verborrea. Los alquimistas auténticos
pasaban al parecer largos años en sus laboratorios y, si
creemos a aquellos que pretenden haber tenido
experiencia, tenían gran cuidado en disponer de su oro
en secreto y no deseaban ser conocidos como alqui-
mistas.
Podría redactarse un capítulo bastante divertido so-
bre los estafadores, pero es la alquimia lo que tratamos
de comprender y no las extravagancias del engañabobos
medieval. El lector que tenga más interés en esto puede
leer el Cuento del criado del canónigo de Chaucer o esa
obra deliciosa, El alquimista, de Ben Johnson. Ambos
autores tenían buenos conocimientos de la alquimia y
sin duda conocieron de visu muchos alquimistas o
pretendientes a la alquimia.
IX
LA ALQUIMIA EN EL SIGLO XIV

Los libros asequibles en el siglo XIII (traducciones y


paráfrasis de los árabes) eran en su mayor parte muy
oscuros y estaban llenos de una jerga innecesaria. Los
mejores trabajos asequibles eran los de Geber (pp. 93-
95) cuya Summa perfectionis y otras obras eran versio-
nes latinas de las mejores ideas prácticas de la alquimia
árabe y contenían las preparaciones químicas y métodos
tipo usados por autores posteriores. Pero éstos eran
trabajos muy superiores a la mayor parte de las
traducciones árabes, que generalmente son tediosas y
confusas.
El pensamiento de finales del siglo XIII y del XIV
era excesivamente claro y racional y tenía el hábito es-
colástico de querer presentar cualquier asunto de una
manera sistemática y lógica. Así, por esta razón, o por
otras, encontramos en el siglo XIV una serie de libros
alquimistas escritos por autores europeos y en un tono
completamente diferente de las traducciones árabes.
La dificultad común estriba en descubrir si estos
libros tenían alguna conexión con los que figuraban
como autores. Arnaldo de Villanova y Raimundo Lulio
figuran como autores de los escritos alquimistas más
importantes de principios del siglo XIV; pero es casi
seguro que sólo unos pocos de los textos atribuidos a
Arnaldo de Villanova fueron escritos por él y es pro-
bable que ninguno fuese escrito por Raimundo Lulio.
Sin embargo, estos escritos, que pertenecen a los albores
del siglo XIV, sus contemporáneos o la inmediata
posteridad los creía genuinos. Por lo tanto, hablaremos
de Arnaldo o Lulio refiriéndonos con el nombre a los
tratados aceptados posteriormente como suyos.
El grupo más interesante de escritos de esta época lo
constituyen aquellos a los que va adscrito el nombre de
Raimundo Lulio. Muchos de ellos están fechados
110
LA ALQUIMIA EN EL SIGLO XIV 111
en los textos hacia 1330. Habiendo muerto Lulio en
1315, no podían venir directamente de su pluma, pero
emanaron probablemente de sus continuadores. Rai-
mundo Lulio era un hombre notable. Nació en Mallorca,
entre 1232 y 1236 y llevó una vida cortesana, disipada
hasta que se convirtió en 1266. Determinó consagrarse a
la conversión de los musulmanes y pasó nueve años
aprendiendo árabe. Creía que la conversión del Islam
podía llevarse a cabo refutando a sus filósofos,
especialmente a Averroes. Los puntos de vista de Lulio
eran de un misticismo racionalista. Creía que la teología
y la filosofía eran una y que las verdades más profundas
de la revelación, tales como la existencia de tres
personas en un Dios, podían ser probadas mediante la
razón. Inventó un extraordinario esquema de un sistema
mecánico de lógica mediante el cual las premisas de
proposiciones teológicas podían ser arregladas
mecánicamente en varios órdenes por medio de una
máquina o de tablas complicadas y probar así su
veracidad. Fue martirizado por los sarracenos en 1315,
pero nunca fue canonizado como santo, es de presumir
que por adolecer sus ideas sobre la fe y la razón de un
serio error.
Sus continuadores formaron una influyente escuela
de filosofía y no hay razón para dudar que algunos de
ellos escribieran trabajos alquimistas atribuyéndoselos
al maestro. Probablemente el trabajo alquimista más
importante de la Edad Media es el Testamento de Lulio,
dividido en tres partes, la Teórica, la Práctica y el
Codicilo. Estos libros son una reseña sistemática de una
teoría y práctica de la alquimia que parece nueva,
aunque bien podrían encontrársele antecedentes
arábigos.
Los trabajos lulianos se caracterizan por un gran
número de láminas (lám. 1) en las que los principios,
materiales y operaciones de alquimia están simbolizados
por letras del alfabeto y los varios procedimientos
indicados por distintas combinaciones de estas letras;
método que no los hace de fácil lectura. Pero
112 LA ALQUIMIA EN EL SIGLO XIV
lo más interesante de ellos es que no son, como la
mayor parte de los trabajos alquimistas, un mosaico de
citas de autores anteriores sino trabajos lógicos de con-
sistencia, y que hay muy poco en ellos que sea alegórico
o deliberadamente oscuro. La pintoresca formación de
leones verdes y dragones mordiéndose la cola, el hom-
bre rojo con su esposa blanca, el rey y la reina, los
árboles de oro y plata, no desempeñan en él sino un
pequeñísimo papel.
La doctrina de Lulio estipula que la cosa que Dios
creó fue lo que él llama "argent vive" (argentum vi-vum,
plata líquida, mercurio) y que esta materia original dio
lugar a todas las otras cosas. La parte más fina formó los
cuerpos de los ángeles, una parte menos fina las esferas
celestes, estrellas y planetas y la más basta formó los
cuerpos terrestres.1 En los cuerpos terrestres parte de
este "argent vive" se convirtió en los cuatro elementos:
tierra, agua, aire y fuego, pero una parte permaneció
como el quinto elemento, la quintaesencia. Así, en cada
cuerpo había alguna sustancia emparentada con los
cuerpos celestes y a través de este material los cuerpos
celestes podían llevar a cabo los cambios de generación
y corrupción. La actividad del cuerpo residía en la
quintaesencia y la alquimia era un proceso que trataba
con este quinto elemento y multiplicaba la actividad en
él. Esta teoría, desarrollada en un centenar de páginas de
texto, difiere bastante de otros tratados alquimistas
puesto que no es deliberadamente misteriosa. La parte
Práctica está descrita asimismo con bastante claridad,
aunque no tanta que se pueda tomar un trozo corto y
fácilmente inteligible para discutirlo.
Se trata, pues, de un libro escrito con mucha clari-
dad, atribuido a Lulio y fechado en 1330, que da
numerosos resúmenes inteligibles de operaciones quí-
micas o alquimistas, titulado Los experimentos de
Raimundo Lulio de Mallorca, el filósofo más instruido,
l Cf. cita de Sinesio, p. 22.
LA ALQUIMIA EN EL SIGLO XIV 113
en el que las operaciones de la verdadera Filosofía
Chy-mica están comunicadas con sencillez. El texto
latino fue editado en 1572 por un tal Miguel Toxites,
junto con algunos trabajos menores de Lulio. Lo tradujo

al inglés, aunque no lo publicó, un tal William Atherton

Fig. 13. Tabla de letras y materiales del Arte, de


un manuscrito de los tratados lulianos del siglo xv.

en 1558 y de este manuscrito2 transcribe una receta para


hacer la piedra filosofal. Esta receta, extraordinariamente
clara, es característica por muchos motivos. Comienza con
oro, plata y "mercurio filosofal", un líquido volátil
destilado que aquí parece ser ácido ní-

2 El manuscrito Ashmole, 1508, contenido en la Biblioteca


Bodleiana.
114 LA ALQUIMIA EN EL SIGLO XIV
trico; y siguen las operaciones más elaboradas y más
claramente descritas en la página 141. Conviene que
recordemos al lector que el símbolo  (sol) representa al
oro,  (luna) a la plata y  mercurio:

El trigésimo tercer experimento del Sol


Tómese aqua fortis con su forma, como antes he enseñado,
y disuélvase en ella tres onzas de Luna; luego purifiqúese
veinte días, luego tómense tres onzas de  y disuélvase en
dieciocho onzas de la misma aqua fortis con su forma en la
que cuatro onzas de la sal fija de Orina tiene que haber sido ya
disuelta, como se hizo en su Experimento. Entonces
putrifíquense estos dos cuerpos por sí mismos repetidamente
durante veinte días naturales. Entonces examínense (es decir
elimínese el espíritu) ambos repetidamente por ellos mismos
tanto la Luna como el , según la regla antes dada. Ahora,
cuando cada uno sea desanimado por sí mismo y sus aguas
resucitadas, deberán mantenerse en sí mismas varias veces, y
cuando la tierra ya no produzca más humo, entonces habrá un
signo de que el  y la  sufren eclipse. Bátase entonces la tierra
de cada uno de ellos y de la misma manera mézclense entonces
en una bolita de vidrio bien embarrada. Póngase al fuego de
reverbero veinticuatro horas.
Entonces saqúese y añádasele primero el agua de  rea-
nimada y rectificada primero siete veces con cenizas. Y cuando
haya bebido toda esta agua poco a poco, en el mismo orden en
que se hizo en otros experimentos, entonces añádasele agua de
 sin ninguna rectificación, poco a poco según el orden que se
guardó embebiendo esa tierra con agua de . Entonces se
fermentará de esta manera: tómese una parte de  y tres partes
de  y una parte de la medicina, es decir, tanta como hubiese de
oro. Póngase todo junto en una vasija de vidrio sobre cenizas
tibias y en un corto tiempo se volverá polvo. Entonces
lubríquese con el tercer aceite de . Ahora cuando esté todo
bien lubricado y convertido a la forma de aceite, proyéctese
una parte de él sobre 100 de mercurio; y todo se convertirá en
medicina. De la cual tómese de nuevo una parte y proyéctese
sobre 500 partes. Convertirá al mismo mercurio en  mejor y
más puro que el oro mineral.
LA ALQUIMIA EN EL SIGLO XIV 115
Siendo este lenguaje algo diferente del de la quí
mica moderna, lo explicaré en el lenguaje de esta úl-
tima.

Se disuelven tres onzas de plata en ácido nítrico. Tres


onzas de oro se disuelven en dieciocho onzas de ácido nítrico
en el que se han disuelto cuatro onzas de un pro ducto
consistente principalmente de sal común. Se obtienen
soluciones a) de nitrato de plata y b) de cloruro de oro. Ambas
soluciones se dejan durante veinte días y se destilan a
sequedad. Se conservan los destilados que consisten a) de
ácido nítrico bastante fuerte y b) de ácido nítrico con un poco
de cloro. Las sales secas (tierra) se calientan hasta que no dan
más vapores. Entonces se muelen, se mezclan y se calientan
en una vasija de vidrio. El resultado será una mezcla de oro
metálico y cloruro de plata finamente divididos, junto con sal
derivada de la "sal fija de orina".
El ácido nítrico (a) se destila siete veces al calor suave de
las cenizas. Se añade entonces a la mezcla sólida (que es
calentada probablemente para evaporar algo de líquido) y se
añade el destilado (b), siendo probablemente el resultado una
mezcla de cloruro de plata, cloruro de oro y los metales libres
(pero las instrucciones no son suficientes para determinar
esto). Una parte de esta mezcla se añade a una mezcla de tres
partes de mercurio y una de oro. Calentando esto se obtiene un
polvo, amalgama de oro con mezcla de sales de oro y plata.
Ahora se hace una pasta con "aceite de oro", que
ordinariamente quiere decir la solución de clo ruro de oro en
ácidos nítrico y clorhídrico.* Gran parte del metal se disolverá
y formará una espesa solución oleosa o pasta de mercurio, oro
y sales de plata. Arrojando una parte de esto sobre 100 de
mercurio resultará una amalgama de oro muy débil, la que al
añadirse a quinientas partes de mercurio ... no producirá
ningún efecto.

A semejante contradicción llegan todos los intentos


de dar una interpretación química a hechos de
transmutación. La anterior es una receta mucho más
inteligible que la mayoría; describe procesos químicos
* La mezcla de ácidos nítrico y clorhídrico se conoce con el
nombre de agua regía, precisamente porque disuelve el oro. [T.]
116 LA ALQUIMIA EN EL SIGLO XIV
que pueden ser identificados, pero termina con la aser-
ción de una transmutación que no puede resultar posible
con el empico de este material.

¿Cuál es la explicación de este fenómeno en que los


alquimistas describen lo que, de acuerdo con la ciencia
moderna, no puede haber ocurrido? El alquimista, si
podemos tacharlo de tal, podría, desde luego,
preguntarnos si nosotros habíamos probado la receta; y
por cierto ningún científico moderno lo ha hecho. Antes
de que nadie se decida a emplear semanas o meses en
determinado trabajo debe tener alguna esperanza de que
resulte algo de él. A menudo oímos historias de gente
que dice que el arca de Noé está en la cumbre del monte
Ararat; pero no se ha formado ninguna expedición para
estudiar esta notable reliquia. El suceso de un diluvio, de
17,000 pies de profundidad, que habría sido necesario
para que llegase allí, no parece lo suficientemente
probable para inducir a nadie a gastar tiempo y dinero en
investigar la cuestión. Así pasa con la alquimia. Estas
recetas podrían ser probadas, pero nadie cree
suficientemente en ellas para pensar que vale la pena
hacerlo.
Si creemos que estas recetas no son aprovechables
para hacer oro, ¿qué habremos de pensar? ¿Inventaron
acaso los alquimistas recetas de las que pensaban que
darían resultado pero que no ensayaron por completo?
Esto no es del todo improbable. Mucho después, en el
siglo XVI, encontramos libros con ilustraciones de
máquinas que no podían haber trabajado y que eviden-
temente nunca fueron construidas, y reseñas de expe-
rimentos físicos que, de haberse realizado, no hubieran
tenido éxito. Por esto, no es ni mucho menos imposible
que sobre la base de algunas señales de éxito (v. gr. el
blanqueamiento o amarilleamiento de algún metal)
ideasen métodos de los que supusiesen candidamente
que debían tener éxito, pero que los frecuentes
accidentes de laboratorio impidieron llevar a cabo.
LA ALQUIMIA EN EL SIGLO XIV 117
Otra explicación de estas recetas es la que dan
aquellos que sostienen que no eran químicas en abso-
luto, sino que representan de manera simbólica opera-
ciones puramente mentales; que la verdadera alquimia
no estaba en nada relacionada con reactivos y aparatos
sino que era una especie de operación mística. Sobre
esta cuestión nos extenderemos mucho más en el ca-
pítulo XIV.
Probablemente la parte más importante de los tra-
tados lulianos no es la teoría y práctica de la confección
del oro, sino la descripción de la preparación de las
"quintaesencias". Ya hemos visto cómo creían muchos
autores alquimistas que existía un espíritu sutil
difundido por todo el mundo. Este espíritu es descrito
como una quinta essentia, un quinto ser, superior en
todo a los cuatro elementos y, según hemos visto, se
creía también que existía en todos los cuerpos terrestres
y que constituía su principio activo. Para los alquimistas
lulianos estaba claro que, si este principio activo
pudiese ser extraído de un cuerpo, sería un reactivo
mucho más activo que el propio cuerpo. Es cierto que
los alquimistas habían estado durante miles de años
extrayendo "espíritus" volátiles de los cuerpos mediante
destilación y no habían logrado mucho. Algunos de
estos "espíritus" carecían de interés, siendo prin-
cipalmente agua, otros eran poderosos reactivos tales
como los ácidos minerales y el amoníaco; pero un nue-
vo interés se suscitó con el descubrimiento del alcohol.
El vino había sido destilado y una aqua ardens, un
"agua que ardía", había sido extraída de él en fecha muy
discutida, pero que es anterior al menos en un siglo y
probablemente en varios a la escritura de los tratados
lulianos. Sin embargo, este destilado no parece haber
llamado mucho la atención y era, por decirlo así, una
curiosidad química. En el siglo XIII comenzó a ser
usado como medicina y hacia 1288 era evidentemente
de uso general. En Rimini, el capítulo provincial
dominicano prohibió en ese año a la hermandad poseer
los "instrumentos mediante los cuales se hacía
118 LA ALQUIMIA EN EL SIGLO XIV
el agua llamada "aqua vitae". Arnaldo de Villanova la
describe en 1309-12 y exalta sus virtudes curativas.
Pero los trabajos atribuidos a Raimundo Lulio pa-
recen ser los primeros que tratan sobre esta aqua vitae
como una forma impura de la quintaesencia, el espíritu
activo. Da muchas recetas para prepararla. Primero se
destila buen vino, a través de "conductos forrados de
cobre" y es redestilado cuatro veces guardándose
cuidadosamente tapado. Su fuerza era probada por un
método muy sencillo. Una porción del espíritu se vertía
en un terrón de azúcar o un trozo de tela y se le prendía
fuego. Si el espíritu contenía mucha agua, la tela o el
azúcar permanecían mojados mientras que el espíritu se
quemaba sin que el fuego les tocase. Pero si el espíritu,
cuando se vertía sobre el azúcar o la tela y se le prendía
fuego, se inflamaba, se comprobaba que era
suficientemente fuerte. El espíritu podía ser aún
reforzado destilándolo con tártaro calcinado (princi-
palmente carbonato de potasio anhidro) que absorbía
parte del agua. El resultado era probablemente alcohol
de una concentración de 90-95 %. Pero de manera
característica el producto final de este proceso químico
tan claramente descrito era considerado simplemente
como un "agua ardiente", aqua ardens y no se pensaba
que llegase a ser la quintaesencia real hasta que fuese
"circulado".
Con este fin una gran cantidad de materia en fer-
mentación, como el estiércol, se amontonaba para for-
mar una almajara, el aqua ardens se colocaba en un
alambique ("pelícano") o una vasija semejante (lám. II)
y bien cerrado. Entonces se encajaba a medias la vasija
en la cama de estiércol. El calor volatilizaba el alcohol,
que se condensaba en la parte saliente del alambique y
corría abajo de nuevo estableciéndose una circulación
(como en el moderno condensador a reflujo).
Todo esto está claro; pero el resultado era algo sobre
lo que la ciencia no sabe nada. Se decía que el aqua
ardens se separaba en dos capas, una capa infe-
LA ALQUIMIA EN EL SIGLO XIV 119
rior tuibia, que había que tirar, y una superior trans-
parente y azul celeste que era la quintaesencia. Cuando
se abría la vasija, exhalaba una maravillosa fragancia
que atraía a los pájaros y hacía que la gente acudiera a
montones a la casa. Por supuesto no podemos pensar en
ningún cambio posible que la "circulación" pudiese
verificar sobre el alcohol. Debemos clasificar esta parte
del relato con el resto de las maravillas inexplicables de
la alquimia, notando, sin embargo, la analogía con el
ancho mundo en el que el "argent vive" original se
dividía entre el azul del firmamento y la masa pesada y
turbia de la tierra.
Sin embargo, el resultado de esta circulación, aun
sin llegar al patrón de la receta, con ser sólo un ejemplo
de alcohol casi puro, era verdaderamente una maravilla.
Sus efectos sobre el organismo humano eran muy
evidentes. Aun hoy permanece en pie la reputación del
aguardiente como un tonificante. Su efecto sobre los
miembros congelados y las fuerzas decadentes del
anciano era de lo más impresionante para los hombres
de la época. Así lo encontramos en siglos sucesivos
empleado como una medicina contra la vejez. Su poder
de preservar la materia orgánica de la putrefacción
probablemente ayudaba también a sostener la idea de
que conservaría al cuerpo humano "hasta el término
fijado por Dios". Además la noción de que esta
medicina era la misma quintaesencia, el espíritu activo
del mundo, apoyaba la presunción de que se revelaría
como la más perfecta de las medicinas. Como
quintaesencia constituía el enlace entre nuestros cuerpos
terrestres y los celestes y podía transmitirnos su in-
fluencia benéfica.
Pero este alcohol tenía también una propiedad quí-
mica nueva para el mundo, puesto que era el primer
disolvente líquido para muchos compuestos orgánicos
insolubles en agua; tales como grasas, resinas y aceites
esenciales. Era por tanto el primer líquido conocido que
podía extraer las sustancias aromáticas volátiles de las
plantas. Estos aceites esenciales volátiles con su
120 LA ALQUIMIA EN EL SIGLO XIV
olor aromático y su gusto abrasador, parecían ser de
manera evidente la "quintaesencia" de la planta. Cada
planta tenía sus estrellas: "No hay hierba que no ten-

FIG. 14. Un alambique tal y como figura en un manuscrito


del siglo xv. El alambique se calienta con un baño de aire,
sobre un horno de carbón vegetal.

ga su estrella que la empuja con su rayo y le dice


'¡Crece!' ". La influencia celestial de las estrellas en-
LA ALQUIMIA EN EL SIGLO XIV 121
traba en la parte celestial de la planta, en su quinta-
esencia, y esta quintaesencia podía ser extraída
mediante la quintaesencia del vino. Así los tratados
lulianos y otros trabajos del siglo XVI sobre el mismo
tema tratan, entre otras cosas, de la extracción de la
quintaesencia de las plantas mediante solución o
destilación con alcohol. El resultado desde luego difería
sólo de un licor moderno en que no era dulce, y bien se
le podía haber añadido azúcar o miel para hacer la me-
dicina más grata al paladar.
El licor más viejo que conocemos es el benedictino,
inventado en 1510 por Dom Bernardo Vincelli, que se
dedicaba a trabajos químicos. Este admirable licor se
hace macerando un gran número de hierbas en alcohol,
y es razonable suponer que era señalado como una
quintaesencia extraída de una gran variedad de plantas,
conteniendo todas las influencias celestes que las hacían
crecer. Nosotros no podemos considerar que este licor,
con sus excelencias, sea lo qué pretendían los
alquimistas.

Desde la época de los tratados lulianos esta "quin-


taesencia del vino" o "circulatum" era una sustancia
importante tanto en medicina como en alquimia. No es
necesario decir que pronto encontró el mundo que no
era sólo una buena medicina sino una buena bebida.
Miguel Savonarola, abuelo de Jerónimo Savonarola, el
futuro reformador, escribió un libro (hacia 1430) sobre
el tema, en el que nos habla de un amigo que bebía sus
ocho onzas diarias y juraba que ésta era la única razón
por la que había llegado a los ochenta. Savonarola, sin
embargo, desaprueba por completo el que se hable con
tanta ligereza de esta maravillosa medicina. Deberíamos
tomarla, dice, como otro sacramento y no meramente
como una panacea. Medio siglo después, cuando se
utilizaba ya la imprenta, apareció una multitud de
"libros de destilación" con recetas para hacer toda clase
de licores destilados, pero tratan-
122 LA ALQUIMIA EN EL SIGLO XIV
dolos todavía como medicinales; el uso general de li-
cores destilados con fines convivales parece datar del
último cuarto del siglo XVI.
Los tratados lulianos no son, desde luego, los únicos
textos importantes de principios de la Edad Media.
Tenemos el Espejo de la alquimia del que figura como
autor Rogerio Bacon y La derecha senda, atribuido a
Alberto el Magno, que siguen una línea de pensamiento
algo diferente de la de los escritos lulia-nos. Pero la falta
de espacio nos impide la discusión de muchos de estos
textos. Creemos que la idea lulia-na de la alquimia fue
históricamente la más significativa y fructífera, tanto
para el desarrollo de la filosofía natural alquimista como
para conducirnos, a través del trabajo de Paracelso y sus
seguidores, a la química.
X
LOS ALQUIMISTAS INGLESES

No es posible en un libro como éste hacer la historia de


la alquimia medieval en todos los países en que floreció.
La historia de la alquimia inglesa es, sin embargo,
bastante bien conocida y, aunque no es tan extensa
como la de la francesa o la de la italiana, nos sirve bien
para indicar algunos de los rasgos generales. Tenemos
dos fuentes principales de conocimiento; los archivos
públicos y los escritos de los alquimistas. Los primeros
son escasos pero fehacientes, los últimos voluminosos
pero de más dudosa veracidad. Ambas fuentes indican
que la alquimia inglesa comenzó en el primer cuarto del
siglo XIV.
En los archivos públicos están las referencias al
hombre práctico, honesto o falaz, que trataba de hacer
oro o plata en cantidad, mientras que los escritos de los
alquimistas nos dan las reflexiones y teorías de los que
pudiéramos llamar filósofos alquimistas, los hombres
que fueron conocidos por las generaciones posteriores
como los grandes maestros del Arte.
El primer archivo del primer tipo se encuentra en
Patent Rolls (Registro de patentes)1 de 1329. Johan-nes
de Rous y Willielmus de Dalby, de los que se decía que
"sabían cómo hacer metal de plata y que habían hecho
ya metal de esta clase", fueron convocados para
presentarse ante el rey Eduardo III con sus instrumentos
y otras cosas necesarias para demostrar un arte que
claramente prometía tanto bien para el país. No se sabe
más del asunto y, ciertamente, la alquimia desaparece de
la escena inglesa hasta el final de siglo, época en la que
fue claramente un motivo de escándalo.
Geoffrey Chaucer, en la última década del siglo
XIV,
l Thomas Rymer, Foedera, Londres, 1727, vol. IV, p. 384.
123
124 LOS ALQUIMISTAS INGLESES
satiriza crudamente a los estafadores alquimistas en su
Cuento del criado del canónigo y lo hace en tales tér-
minos, que nos hace sentirnos seguros de que estaba
bien enterado del asunto y probablemente en relación
con él.
El hecho de que la alquimia fuese entonces un serio
problema se comprueba más adelante con la pro-
mulgación de un Estatuto en 1403-4 contra la multipli-
cación de los metales, en los términos siguientes:

Se ordena y establece, que de aquí en adelante nadie se


dedicará a multiplicar el Oro o la Plata, ni se ejercitará en el
Arte de la Multiplicación; y si alguno hace tal y tiene esa
tacha, incurrirá en el delito de Felonía. 9

El castigo a la felonía era la muerte y confiscación


de bienes. Cierto que el estatuto no puso fin a la
alquimia, puesto que más de veinte personas obtuvieron
licencia del rey para practicarla durante el siglo xv. He
aquí un ejemplo del Patent Roll de Enrique VI (1445):

Sabido que, William Húrteles, Alexander Worsley, Thomas


Bolton y George Hornby han significado a nosotros, por
cuanto que quieren trabajar con el arte de la filosofía sobre
ciertos materiales, a saber la transformación de los metales
imperfectos a partir de su propia naturaleza; y luego mediante
el dicho arte transustanciar en oro y plata perfectos de acuerdo
con toda clase de prueba o examen, tal como cualquier oro o
plata en su mineral hay que esperar a que crezca y endurecerlo,
dicen, sin embargo, que ciertas personas malignas y malévolas
suponen que ellos operan mediante un arte ilícito y que pueden
estorbarles y molestarles con su desaprobación del dicho arte.
Nosotros, considerando las cuestiones antedichas y deseando
conocer la conclusión del dicho trabajo, hemos concedido a los
mismos William, Alexander, Thomas y George que pueden
trabajar en una prueba del antedicho arte sin ningún
entorpecimiento por nuestra par-

2 The Stalutes of the Realm, ed. A. Luders et all., Londres, 1816,


vol. II
LOS ALQUIMISTAS INGLESES 125
te o bien la de ninguno de nuestros oficiales, quienquiera que
sea. Siempre y cuando al hacer esto no ofenda nuestra ley.

Nótese que los peticionarios alegan que operan de


una manera natural y legal. El Estatuto iba dirigido a los
fraudes deliberados y el experimentador genuino no
tenía dificultad en obtener una licencia, sobre todo
estando los reyes de Inglaterra —en la época de la
Guerra de las Rosas— muy escasos de dinero y, en
consecuencia, prontos a estimular a los fabricantes de
oro. Además, como aparece claro en la cita que sigue,
los alquimistas se hallaban dispuestos a pagar por su
licencia.
Hay algunas referencias a estas licencias en los es-
critos de los alquimistas. Una de éstas está en el Liber
Patris Sapientiae, que parece pertenecer a la última
parte del siglo xv.

Por lo tanto manten quieta tu lengua y tu mano, / Respecto


a los oficiales y gobernadores de la región; / Y de otros
hombres que nada saben de tu arte / Porque como testigos de
él te colgarán y te arrastrarán.
Y la gente te acusará de ello en las Sesiones, / Y escribirán
contra ti grandes traiciones / Sin que tengas ya más la la gracia
del rey, / Serás para siempre olvidado en este mundo.
También asegúrate de otra cosa, / De adquirir la licencia de
tu rey: / Así te librarás de toda clase de dudas, / así será como
mejor trabajes; y podrás andar tanto a pie como a caballo. 3

3 Therefore keep close of thy tongue and of thy hand, From the
officers and governors of the land; And from other men that they
of thy craft nothing know For in witness thereof they will thee
hang and draw.
And thereof the people will thee at Sessions indict, And
great treason against thee they will write Without that the King's
grace be to thee more, Thou shalt for ever in this world be
forlore.
Also without thou be sure of another thing, To
purchase the license of thy King:
126 LOS ALQUIMISTAS INGLESES
A pesar de la posibilidad de obtener tales licencias
muchos practicaban la multiplicación de los metales en
contra de la ley. Así es que en 1452 el rey dio poderes a
tres comisionados para detener a los multiplicadores de
metales. Sin embargo, el expediente más interesante es
el de William Morton, en el año de 1419. Fue acusado
de hacer dicho que podía hacer un polvo rojo, llamado
elixir, que, proyectado sobre cualquier "metal rojo", tal
como el bronce, cobre o latón, podía convertirlo en oro
y, proyectado sobre un metal blanco, lo convertiría en
plata. Unió sus esfuerzos a los de un monje del priorato
de Hatfield, llamado Peverel, y trabajaron con polvo
mercurial, carbón vegetal, bermellón, verdigris, nitro,
álcali, hiel de vidrio,4 vitriolo, arsénico y otros. Con
ellos hizo una masa negra, la cuajó en una vasija
redonda y mantuvo ante la condesa Juana de Hereford y
dos jueces de paz que esto lo podía convertir en el plazo
de diez semanas en el elixir, mediante el cual podía
convertir los metales rojos y blancos en oro y plata
verdaderos de los que se podía hacer y acuñar 5 el dinero
del rey. Se le encontró culpable y después de un breve
tiempo en la cárcel de Colchester fue perdonado.
Parece pues que el Estatuto contra la multiplicación
de los metales, aunque no era letra muerta en el siglo xv,
era administrado con mucha indulgencia. Siguieron
surgiendo licencias con intervalos más largos hasta los
primeros años del siglo xvi.

Tal es pues la idea que obtenemos de la alquimia a


través de los papeles oficiales. Un cuadro muy di-
For all manner of doubts thee shall betide,
The better thou mayst work, and both go and ride.
Elias Ashmole, Treatrum chemicum Britannicum, Londres, 1652, p.
196.
* Una espuma salada que se forma durante la fusión de los
ingredientes de un cierto vidrio.
5 Era costumbre llevar el oro a las casas de moneda para acu-
fiarlo.
LOS ALQUIMISTAS INGLESES 127
ferente, aunque no falto de consistencia, aparece en los
trabajos de los escritores alquimistas.
Los escritores alquimistas ingleses más antiguos, así
como los más antiguos archivos públicos, datan de prin-
cipios del siglo xiv. Los trabajos de John Dastin y el
Ycocedron de Walter Odington pertenecen a este pe-
ríodo. Además, de algunos de los tratados atribuidos a
Lulio se asegura que tuvieron su origen en Inglaterra y
son del año 1330. Sin embargo, no podemos estar
seguros de que fuesen escritos tan pronto, y más bien
puede negarse la posibilidad de que así fuera. Estos
tratados lulianos son de particular interés para los
lectores de habla inglesa porque son la fuente principal
de la escuela de los alquimistas ingleses, sobre los
cuales tenemos un ligero conocimiento derivado casi en
su totalidad de sus propios trabajos. La mayoría de éstos
están impresos en la colección de poesía alquimista
inglesa hecha por Elias Ashmole en el siglo XVII, el
Theatrum chemicum Britannicum. Este raro libro
debería de reimprimirse puesto que es una fuente pri-
maria de la información alquimista. La historia de la
alquimia inglesa que recogemos de estos escritores sufre
por supuesto de todos los errores a los que estaba sujeta
la tradición en una época en que se cuidaba poco de la
precisión histórica. Sin embargo, nos habla de mucha
gente real y nos da un cuadro interesante del mundo de
la alquimia a finales de la Edad Media.
El primero de los alquimistas ingleses se supone que
fue el abad Cremer de Westminster. Su Testamento, que
contiene su historia, apareció por primera vez impreso
en el Tripus Aureus de Michael Maier (1618) pero,
como vamos a ver, hay muy pocas pruebas de su
existencia real. He aquí su historia, según aparece en un
manuscrito inglés (Ashmole, 1415):

Y yo, siendo un fervoroso seguidor de este arte y facultad,


estaba maravillosamente retenido por los medios de una
materia a mí enseñada y declarada muy oscuramente en di-
versos y varios libros, que leí y ejercité, de acuerdo a las ins-
128 LOS ALQUIMISTAS INGLESES
trucciones de allí, durante un espacio de treinta años a mi gran
costo y pérdida de trabajo. Y cuanto más leía más erraba, hasta
que al fin, por la Divina providencia, vine a Italia donde plugo
al Dios más alto y poderoso, en compañía de un hombre no
menos dotado de dignidad y toda clase de conocimientos, cuyo
nombre era Raimundo, en cuya compañía y camaradería
permanecí mucho tiempo hasta el fin que él habría de abrirme
alguna parte de este gran misterio; y más aun lo traté con
muchas súplicas para que viniese conmigo a esta isla y
permaneciese conmigo dos años, en cuyo espacio de tiempo
conseguí y obtuve todo el trabajo.
Y más allá llevé a este hombre excelente ante la vista del
más famoso rey Eduardo, por el cual fue lo más ricamente
recibido y amablemente hospedado; y estando allí con muchas
promesas, convenios y acuerdos promovidos y persuadidos
por el rey, se resignó por el sufrimiento de Dios para
enriquecer con su arte al rey, bajo la única condición de que el
rey en persona pelearía contra los Turcos, los enemigos de
Dios, y que concedería algo a la casa de Nuestro Señor y nada
en absoluto en orgullo o guerrear contra cristianos, pero (¡oh!
para nuestro pesar) su promesa fue rota y violada por el rey.
Entonces este hombre santo, muy penosamente afligido en su
espíritu y los secretos de su corazón, partió de allí más allá del
mar, de la más miserable y lamentable manera, lo que laceró
no poco mi corazón. Deseo de todo corazón estar con él
diariamente con mi cuerpo, porque el comportamiento en esta
vida diaria e integridad de sus modales llevarán con prontitud
al arrepentimiento a los más obstinados pecadores. ¡Oh feliz y
bendito Raimundo!, verteré por ti oraciones hacia el Dios más
alto y poderoso, e igualmente harán mis hermanos.6

El rey en cuestión es evidentemente Eduardo III; y


el nombre de Raimundo se refiere a Raimundo Lulio. La
ruptura de la promesa del rey fue, presumiblemente, la
guerra con Francia en 1337. Hay otras fuentes de esta
historia, porque Ashmole, en el prefacio a su Theatmm
chemicum Britannicum, da algunos detalles que no
aparecen en el Testamento. Es cierto (p. 123)

6 Ésta es la versión del Testamento contenida en el manuscrito


Ashmole, 1415, pero difiere de la impresa por Maier.
128 LOS ALQUIMISTAS INGLESES

truccioncs de allí, durante un espacio de treinta años a mi gran


costo y perdida de trabajo. Y cuanto más leía más erraba, hasta
que al fin, por la Divina providencia, vine a Ita lia donde plugo al
Dios más alto y poderoso, en compañía de un hombre no menos
dotado de dignidad y toda clase de conocimientos, cuyo nombre
era Raimundo, en cuya compañía y camaradería permanecí mucho
tiempo hasta el fin que el habría de abrirme alguna parte de este
gran misterio; y más aun lo traté con muchas súplicas para que
viniese conmigo a esta isla y permaneciese conmigo dos años, en
cuyo espacio de tiempo conseguí y obtuve todo el trabajo.
Y más allá lleve a este hombre excelente ante la vista del más
famoso rey Eduardo, por el cual fue lo más ricamente recibido y
amablemente hospedado; y estando allí con muchas promesas,
convenios y acuerdos promovidos y persuadidos por el rey, se
resignó por el sufrimiento de Dios para enriquecer con su arte al
rey, bajo la única condición de que el rey en persona pelearía
contra los Turcos, los enemigos de Dios, y que concedería algo a
la casa de Nuestro Señor y nada en absoluto en orgullo o guerrear
contra cristianos, pero (¡oh! para nuestro pesar) su promesa fue
rota y violada por el rey. Entonces este hombre santo, muy
penosamente afligido en su espíritu y los secretos de su corazón,
partió de allí más allá del mar, de la más miserable y lamentable
manera, lo que laceró no poco mi corazón. Deseo de todo corazón
estar con él diariamente con mi cuerpo, porque el comportamiento
en esta vida diaria e integridad de sus modales llevarán con
prontitud al arrepentimiento a los más obstinados pecadores. ¡Oh
feliz y bendito Raimundo!, verteré por ti oraciones hacia el Dios
más alto y poderoso, e igualmente harán mis hermanos.6

El rey en cuestión es evidentemente Eduardo III; y el


nombre de Raimundo se refiere a Raimundo Lulio. La
ruptura de la promesa del rey fue, presumiblemente, la
guerra con F'rancia en 1337. Hay otras fuentes de esta
historia, porque Ashmole, en el prefacio a su Theatrum
chemicum Britannicum, da algunos detalles que no
aparecen en el Testamento. Es cierto (p. 123)

6 Ésta es la versión del Testamento contenida en el manuscrito


Ashmole, 1415, pero difiere de la impresa por Maier.
LOS ALQUIMISTAS INGLESES 129
que Eduardo III trató, por esta época, de obtener plata
por procedimientos alquimistas, pero hay razones
evidentes para no creer la historia de Lulio y Cremer.
Ante todo, Lulio murió en 1315, unos veinte años
antes de estos sucesos; además no consta ningún Cremer
entre los abades de Westminster y, lo que es más
significativo aún, no está mencionado por Ripley ni
Norton. Sin embargo, la historia debe ser bastante vieja,
porque el copista del manuscrito Ashmole de 1415 nos
dice que fue tomada de una copia de pergamino "muy
vieja", que por lo tanto debe haber sido no muy
posterior al año 1400. Ashmole hace notar en su ma-
nuscrito que el "Dr. Dee 7 pensaba que había sido escrito
por el prior de Ramsey", y el nombre de Cremer no
aparece en ninguna parte, salvo en una nota añadida por
Ashmole. Algunos de los tratados lulianos constan en el
texto como escritos en Inglaterra hacia el año 1330. Esto
es completamente posible que sea cierto, pero su autor
real no fue Lulio. Es muy posible, sin embargo, que la
leyenda de Cremer fuese fabricada para dar cuenta de la
aparente presencia de Lulio en Inglaterra.
Que la alquimia florecía en la Inglaterra del siglo xiv
es evidente por el Cuento del criado del canónigo, de
Chaucer, escrito hacia 1390, pero en el siglo xv
encontramos extensos archivos de los alquimistas
ingleses y numerosos trabajos en verso y en prosa, tanto
latinos como vernáculos. Podríamos compilar una lista
bien larga de nombres de estudiantes de alquimia
pertenecientes a los siglos xv y xvi en Inglaterra, pero
hay una clara distinción entre ser de aquellos reputados
maestros, es decir, haber hecho la piedra y de aquellos
que simplemente escribieron sobre ello o lo practicaron
sin ningún éxito.
Entre estos maestros, el primer lugar corresponde a
Sir George Ripley, canónigo regular de Bradlington,

7 John Dee, astrólogo, brujo, alquimista, matemático (1527-1608).


130 LOS ALQUIMISTAS INGLESES
en Yorkshire, quien aprendió el Arte en Italia, como
puede verse por sus trabajos, y parece haber estado tra-
bajando entre 1450 y 1490. Hacia la misma época vivió
Thomas Norton de Bristol, cuyo Ordinall fue co-
menzado en 1477. No parece haber aprendido el Arte de
Ripley, como se desprende de su contenido y del
testimonio de su biznieto, Samuel Norton, también al-
quimista. Ripley, al parecer, transmitió el Arte a un
"canónigo de Lichfield", que se lo enseñó a Thomas
Daulton, quien murió antes de 1471. Ripley parece haber
transmitido el Arte también, a través de un intermediario
desconocido, a William Holleweye, alias Gibbs, elegido
prior de la Abadía de Bath en 1525, quien transmitió el
secreto a Thomas Charnock. Este último tuvo otro
maestro, al que se refiere como I, S. o Sir James y que
era un "preste del convento de Sa-lisbury". Este I. S. no
tuvo maestro, "habiendo puesto Dios el secreto en su
cabeza" mientras yacía en la cama. Thomas Norton
menciona también a tres maestros del Arte, uno de los
cuales Ashmole lo cita con el nombre de Crosby, sin que
se sepa más de él.
Había por supuesto otros muchos alquimistas en esta
época, honestos unos y otros no, pero aquellos que
hemos mencionado eran reputados como honrados
maestros del Arte, formaban un grupo compacto, y em-
pleaban, por lo que se ha podido saber, métodos si-
milares.
No se conoce la fecha del nacimiento de Ripley, pero
es seguro que escribía sobre alquimia entre 1450 y 1476
y que murió en 1490. Al parecer pertenecía a una familia
del norte. Era un canónigo regular del famoso priorato
agustino de Bridlington, en Yorkshire, una gran casa de
instrucción donde William de New-bridge y otros
historiadores habían trabajado y donde el último santo
inglés que había de ser canonizado antes de la Reforma,
John de Tweng, había sido prior hasta su muerte en
1379. El último prior, W. Wold, renunció a la vida antes
que traicionar su fe. Ripley estaba, sin embargo,
dispensado de observar las reglas
LOS ALQUIMISTAS INGLESES 131
de su orden y puede pensarse que fue más bien un
erudito que un monje.
Los preliminares de su Compound of Alchemy
muestran que aprendió el Arte en Italia, gran centro por
entonces de las ciencias y filosofías menos ortodoxas; y
también que permaneció en Lovaina y otros sitios en
"lejanos países". Elias Ashmole (1625) nos dice, en una
nota manuscrita, que visitó la isla de Rodas y residió allí
durante algún tiempo con los Caballeros de la Orden de
San Juan de Jerusalén. "Un conocido mío tenía bajo su
custodia ciertas observaciones privadas de un
distinguido caballero inglés de buen crédito que, en sus
viajes al extranjero, vio (entre otras cosas) en la Isla de
Malta un archivo donde consta que este Sir George
Ripley daba anualmente a estos Caballeros de Rodas
100,000 libras esterlinas para mantener la guerra
(entonces en pie) contra los turcos". No debemos prestar
demasiada atención, sin embargo, a tales evidencias de
segunda mano. Al final de su vida volvió a Inglaterra, se
hizo carmelita y durante los dos años que precedieron a
su muerte en 1490, vivió como un ermitaño en San
Botolph's cerca de Bostón, en Lincolnshire.
Thomas Norton procedía de una familia de Bris-tol
de alguna importancia. Era consejero privado y es de
suponer que fuera mucho más rico que la mayoría de los
alquimistas. De su Ordinall podemos deducir que
comenzó el estudio de la alquimia a una edad temprana;
que recorrió más de cien millas para encontrarse con su
maestro y que en cuarenta días pasados con él le enseñó
todos los secretos de la alquimia, logrando la separación
del elixir de oro a los veintiocho años. El elixir le fue
robado, así como el elixir de la vida, que preparó a
continuación. Su Ordinall es un largo poema ondulante
en el que nos dice mucho acerca de los caminos de los
alquimistas aunque sin grandes precisiones en relación
con el trabajo.
Uno de los alquimistas que menciona, Thomas
Daulton, es una figura interesante. No parece que
132 LOS ALQUIMISTAS INGLESES
haya dejado ningún escrito, porque aunque he encon-
trado los Daulton's Degrees of Fire como título, el texto
que sigue era el séptimo capítulo del Ordinall de
Norton. Pero los detalles que da Norton respecto a él
son interesantes.
Thomas Daulton, nos dice, era un buen hombre, que
tenía un gran acopio de medicina roja. Uno de los
escuderos de Eduardo IV, Thomas Herbert, lo encontró
en una abadía en Gloucestershire y lo llevó ante el rey.
Daulton había sido "amanuense" de Sir John Delves, que
también era "escudero de confianza" del rey. Delves, a
pesar de haber jurado guardar el secreto, dijo al rey que
Daulton le había hecho 100 libras de buen oro en menos
de medio día. Entonces Daulton dijo al rey que había
tirado la medicina a un lago para evitar una repetición de
los problemas que ya le había ocasionado. El rey lo dejó
en libertad, pero Thomas Herbert que lo esperaba lo
llevó al castillo de Gloucester y después a su propia sede
en Troy, en Monmouthshire, donde lo retuvo durante
cuatro años. Daulton se resistió a revelar el secreto aun
ante la amenaza de que lo ajusticiaran inmediatamente y
murió poco después de su liberación. Norton nos dice
ciertamente que Herbert murió poco después y Delves
perdió la vida en la batalla de Tewkesbury.
Está muy claro en las fuentes históricas usuales que
Sir John Delves y Lord Herbert of Troy fueron personas
reales y puesto que el primero fue muerto en la batalla
de Tewkesbury en 1471, Daulton debe haber muerto por
aquella época. Norton escribe acerca de sucesos sobre
los que no han pasado arriba de diez años y debemos
presumir que se basan en hechos reales.
Sobre Thomas Charnock sabemos muchísimo más, 8
porque su trabajo fue en parte autobiográfico y porque
Elias Ashmole recogió un buen número de interesantes
anotaciones de libros y manuscritos de su propie-

8 F. Sherwood Taylor, "Thomas Charnock", Ambix, vol. II, pp. 148


ss.
LOS ALQUIMISTAS INGLESES 133
dad, algunos de los cuales se conservaban entonces. De
estas fuentes podemos recoger una historia que en lo
que concierne al mismo Charnock se puede considerar
como cierta, aunque debe concederse menos crédito a lo
que Charnock nos dice sobre otros, por ejemplo el prior
de Bath.
Thomas Charnock nació en 1524 o 1526. Era un
hombre de cierta educación, que sabía leer y escribir y
que tenía inclinación al verso inglés directo y vigoroso,
pero con un conocimiento del latín bastante escaso. A
los veintiuno o ventitrés años, comenzó a viajar por toda
Inglaterra, tratando de encontrar alguien que le enseñase
el secreto. A los veintiocho le fue revelado el secreto por
"I. S.", el preste de Salisbury (p. 130), quien,
creyéndose cercano a la muerte, dio también a Charnock
el "trabajo" que había comenzado. Pero Charnock no
debió aprender el secreto por completo, porque fue
instruido de nuevo por "un monje de Bath de cuya casa
era prior".
Si creemos a Charnock, este monje, William Holle-
weye, fue el último prior de la Abadía de Bath; le
llamaban también Gibbs, y el fue quien, al disolverse las
órdenes religiosas, entregó la abadía a la Corona en
1525 y recibió una pensión de 80 libras esterlinas al año.
Charnock le conoció casi treinta años después, cuando
debía ser ya un hombre viejo. El prior le dijo,
incidentalmente, que usaba el agua del famoso surtidor
caliente de Bath para dar el calor suave requerido por el
trabajo. El prior había poseído la piedra roja y, cuando la
abadía fue suprimida, la escondió en un muro; pero
cuando volvió al cabo de unos días a buscarla había
desaparecido. A partir de entonces perdió la razón y erró
por todo el país. Cuando Charnock le conoció estaba
ciego y tenía que ser guiado por un muchacho. Ashmole
corrobora esta historia con una nota manuscrita en su
copia anotada de su Theatrum chemicum Britannicum
(1652):

Poco después de la disolución de la Abadía de Bath, al


134 LOS ALQUIMISTAS INGLESES
tirar las paredes, se encontró en una de ellas un vaso en una
pared, lleno de Tintura Roja, que habiendo sido arrojado a un
estercolero inmediatamente lo coloreó de rojo. E) estiércol fue
después transportado en una barca por hombres de Bathwicke
y arrojado en el campo de Bathwicke; y en los sitios donde se
había extendido, bastante tiempo después, el grano creció
maravillosamente lozano, grueso, de tal manera que fue
considerado como una maravilla. 9 Esto pueden recordarlo bien
Belcher y Foster (dos zapateros de Bath que murieron unos 20
años después); así como también uno llamado Old Anthony, un
carnicero que murió unos 12 años después.
Esta relación la tomé de Mr. Rich; vigilante de la ciudad
empleado en Bath (que había oído a menudo al dicho Old
Anthony relatar la historia), en el día de San Miguel de 1651.

El prior dijo a Charnock todo el secreto, después de


obligarle con un juramento de gran solemnidad; y es
notable que fue capaz de decirlo en "tres o cuatro pa-
labras". Presumiblemente esta notable brevedad fue sólo
posible porque Charnock tenía ya mucho conocimiento
del Arte.
Charnock se ocupó de nuevo con el "trabajo" que su
primer maestro le había dejado, pero sus aparatos se
incendiaron y los perdió. Hizo dos intentos más, pero
justo cuando el trabajo comenzaba a prometer éxito un
caballero que "le tenía tirria" fue causa de que lo
alistaran por la fuerza en el ejército y fuese enviado a
defender Calais (1557-58). Debió de haber sido un
hombre de escasos medios de fortuna. De lo contrario
podría haberse recuperado, pero lo mucho que se queja
de los gastos para el trabajo, en vasijas, fuego y otras
cosas, hace pensar que su crédito estaba exhausto. Sería
así, puesto que se puso furioso y destrozó todos sus
aparatos con un hacha. El sitio de Calais parece haberle
deparado algunos ratos de ocio, en los cuales escribió un
poema muy divertido. Sólo
9
Se creía que la piedra filosofal perfeccionaba todo lo existente en
su propio género; de aquí su supuesto efecto sobre el grano.
LOS ALQUIMISTAS INGLESES 135
después, a su vuelta a Inglaterra, parece haberse dedi-
cado por entero a largos trabajos para conseguir la
piedra, que ocuparon la mayor parte de su vida. Si tuvo

Fig. 15. El aparato para hacer la piedra, de un manuscrito de


los tratados lulianos del siglo xv.

algún éxito es cosa que no está clara: en 1584 redactó


una nota de la que se deduce que creía haber hecho
136 LOS ALQUIMISTAS INGLESES
la piedra blanca; pero en 1576 no había llegado todavía,
al parecer, a ningún buen resultado y en 1581 murió.
Es interesante a propósito de Charnock: primero, el
hecho de que tenemos algún conocimiento sobre él
aparte de su propio trabajo y en segundo lugar el humor
que brilla a través de sus crudos versos.
Nos habla de la dificultad de mantener secreto el
trabajo para no ser conocido como alquimista. Los ar-
tesanos que hacían los instrumentos eran muy curiosos.
Al alfarero, por ejemplo, había que enseñarle; era difícil
conseguir que hiciese lo que no había visto nunca, así
que el alquimista tenía que estar constantemente sobre él
para decirle lo que tenía que hacer. Pero entonces era
seguro que le intrigarían aquellas vasijas y el alquimista
debía decir que su padre estaba enfermo de la vista y que
iba a destilar un agua para curar sus ojos. Pedía luego al
ebanista una caja de madera para el aparato, donde
pudiese ser guardado bajo llave y así nadie lo viera ni lo
tocara. Cuando el ebanista pretendiera saber para lo que
serviría la caja, "le diría, en broma, que era para encerrar
una zorra, con candado y llave para tenerla segura".
El vidriero presentaba un gran problema, porque
había pocos en Inglaterra. Charnock nos habla de uno en
Chiddingfold, en Sussex, al que había que dirigirse "de
manera humilde" y pedirle que soplase el vidrio de la
forma deseada. Una jornada desde Somerset, donde
vivía Charnock, a Chiddingfold no era empresa fácil en
1550.
A los vecinos los eliminaba evidentemente de la mis-
ma manera humorista. Cien años después de la muerte
de Charnock, un clérigo, llamado Pascal, oyó que se
había encontrado un rollo manuscrito en una pared de la
casa de Charnock en Combwich. Fue allí a hacer una
encuesta y reseñó lo siguiente:

Estuve en la casa de Mr. Charnock, en Comage, donde se


encontró el Rollo y vi el lugar donde fue escondido. Vi
FIG. 16. Pintura de la puerta del laboratorio de Charnock.
138 LOS ALQUIMISTAS INGLESES
un pequeño cuarto y el artefacto que tenía para guardar su
trabajo y lo encontré ingeniosamente ordenado, tal como para
prevenir un accidente semejante a aquel que le sucedió en el
día de Año Nuevo en 1555; y este bonito lugar adosado como
un armario a su cámara hacía innecesario un sirviente y le
permitía dedicarse a su trabajo con mayor facilidad. Encontré
también un pequeño instrumento de hierro del que hacía uso
para el fuego. Vi en la puerta de su pequeño cuarto del Atanor
(si puedo llamarlo así) dibujado por su propia mano, con
colores y trabajo tosco pero ingeniosamente, un emblema del
Trabajo al que di varias interpretaciones, así como lo que vi en
las paredes de su cámara; creo que había en total cinco vasijas
para sus trabajos, que diferían en algo unas de otras, algunas
muy ennegrecidas y casi desgastadas por completo.
Me dijeron que la gente no había querido habitar aquella
casa, por su fama de incómoda, presumo que a causa de
algunas consejas referentes a esta persona, que había sido
mirada por sus vecinos como algo parecido a un brujo. Cuando
me disponía a montar a caballo para volver a casa después de
esta agradable distracción, vi a un hombre bastante anciano
salir de la puerta contigua. Le pregunté cuánto tiempo llevaba
viviendo allí, y me enteré de que era el lugar de su nacimiento;
le pregunté si alguna vez había oído algo sobre ese Mr.
Charnock. Me dijo que había oído a su madre (quien falleció
unos doce o catorce años antes a los 80 años) hablar
frecuentemente de él. Que mantuvo un fuego, durante varios
años; que su hija vivía con él; que una vez salió y por
negligencia de ella (habiéndoselo confiado en su ausencia) el
fuego se apagó y se perdió todo su trabajo. La cabeza de latón
estuvo muy próxima a hablar, pero el hombre se llevó un
chasco. Supongo que aquel hombre afable (porque así aparece
en su Breviario),10 aludiendo a la historia del fraile Bacon 11
rechazó así las preguntas de sus candorosos vecinos y de ahí
ha venido por tradición hasta ahora.12

10 El título del poema de Charnock es "El breviario de la al-


quimia".
U La leyenda de que Rogerlo Bacon hizo una cabeza de latón que
era capaz de hablar, es bien conocida y es tema de muchas
narraciones.
12 Ambix II, p. 153.
LOS ALQUIMISTAS 139
INGLESES

Fig. 17. Horno-lámpara de Charnock.

Una copia del rollo manuscrito aludido se conserva


todavía y es simplemente una transcripción de algunas
de las figuras y láminas de los manuscritos de los tra-
tados lulianos, incluyendo los de la lám. I y la fig. 13.
La operación de Charnock consistía en lo que llamaba
140 LOS ALQUIMISTAS INGLESES
"circulaciones". Cada circulación duraba una semana;
llevó a cabo al menos 610 de estas circulaciones y ni
aun así obtuvo algún éxito.
Estas "circulaciones" eran la parte más importante
de las operaciones basadas en los tratados lulianos según
eran practicadas por los alquimistas ingleses. No es
posible descubrir la práctica exacta, pero al menos
podemos descubrir algo de lo que se intentaba.
"Circulación" en los tratados lulianos es una palabra
que puede ser aplicada simplemente al proceso que hoy
llamamos "reflujo", la evaporación y condensación de un
líquido (p. 118), pero que se aplica también a la
aparentemente sucesiva conversión del elemento tierra
en agua, del agua en aire, del aire en fuego y del fuego
nuevamente en tierra. Esto se conseguía mediante
destilación ya en alambiques o ya en vasijas tales como
el pelícano. Una solución colocada en la vasija era,
podemos suponer, calentada para volatilizarla "en aire"
que se condensaba en "agua" y probablemente en un
producto oleoso, "fuego", dejando tras sí un sólido,
"tierra", que podía ser redisuelto en los productos
líquidos y repetir el proceso indefinidamente. Hay
indicaciones que hacen suponer que se intentaba que
estas circulaciones se efectuasen al tiempo que las
circulaciones de los cuerpos celestes. Esto explicaría el
período de una semana, asignándose un día a cada uno
de los siete planetas.

Ni Charnock ni Norton dan mucha información


acerca de la esencia de las operaciones alquímicas —qué
había que usar y qué había que hacer— aunque ambos
dan muchos detalles interesantes sobre las necesidades y
problemas incidentales del alquimista. Ripley, sin
embargo, establece el trabajo completo, de manera muy
sistemática, en doce pasos, aunque habla de cada uno tan
oscuramente que nadie podría descubrir por este tratado
en qué consiste todo esto. Además, es muy reservado
sobre sus materiales. Pero no es difícil
LOS ALQUIMISTAS INGLESES 141
ver una analogía general entre el procedimiento esta-
blecido en las pp. 114-115 y los doce pasos de Ripley,
Así podemos intentar indicar los pasos siguientes en la
teoría y en la práctica.
1) Calcinación
La reducción de las materias empleadas a una condición
no metálica. Esto puede corresponder a la primera
reacción de los ácidos con el oro y la plata y la desti-
lación a sequedad.
2) Solución
La acción del licor destilado de ambas soluciones sobre
las sustancias secas, disolviéndolas de nuevo.
3) Separación
La destilación posterior del líquido de los residuos me-
tálicos. Este líquido tiene que ser destilado siete veces
(cf. p. 115).
4) Conjunción
El compuesto de oro tiene tres partes de su "agua", el de
plata nueve; se mezclan, se cierra la vasija y se calienta
suavemente durante meses.
5) Putrefacción
La materia se vuelve oscura y espesa, burbujea, se sedi-
menta y se "putrifica". Se desarrollan colores brillantes
como el arco iris.
6) Coagulación
Los colores desaparecen y la materia se vuelve seca y
blanca; ésta es la piedra blanca y el fin de la primera
etapa.
7-12) La confección de la piedra roja La segunda etapa
está destinada a cambiar la piedra blanca en la roja y es
mucho más difícil darle ninguna interpretación física.
Puede decirse que el proceso es una repetición de los
pasos anteriores (excepto la calcinación que no hace
falta) terminando con la proyección, la adición de la
piedra roja a mercurio caliente, transmutándolo así en
oro.
142 LOS ALQUIMISTAS INGLESES
El proceso no es, creo, susceptible de ninguna ex-
plicación física porque sólo los primeros pasos corres-
pondían a cambios físicos. Creo que no deberíamos
buscar ninguna explicación en términos de composición
química, sino más bien el significado que las cosas que
veía tenían para él alquimista.
Los alquimistas, sin duda, llevaron a cabo una gran
cantidad de operaciones químicas sobre la materia, por-
que, al parecer, cada uno de estos pasos comprendía un
cierto número de "circulaciones". En estas operaciones,
realizadas ciertamente con materiales químicamente
impuros, deben haber visto gran cantidad de apariencias
que el químico de hoy en día despreciaría. Así, el
químico moderno, cuando destila una solución, no se
interesa en las apariencias incidentales; si el vapor es
transparente o turbio, si hay espuma en la superficie; o
en los detalles exactos de la apariencia del lodo del
residuo sólido. Pero esto parece haber sido lo que
interesaba al alquimista; concentraba su atención en la
forma, color y olor de la materia y se proponía observar
todo lo que ocurría, relacionándolo, no con los cambios
químicos (encontrándose aún lejos de una comprensión
racional) sino con las analogías derivadas del mundo
viviente que observaba y, especialmente, de la vida del
hombre.
La combinación de dos cuerpos era vista como un
matrimonio; la pérdida de su actividad característica
como una muerte; la producción de algo nuevo como un
nacimiento; el desprendimiento de vapores como un
espíritu abandonando el cadáver; la formación de un
sólido volátil como la confección de un cuerpo espiri-
tual. Estos conceptos influían en su idea de lo que había
de ocurrir y por esto decidía que el fin de las sustancias
con que operaba debía ser análogo al término del
hombre: un alma en un nuevo cuerpo glorioso, con las
cualidades de claridad, sutileza y agilidad.
Podemos, creo, considerar la alquimia de esta época
como la búsqueda práctica y el cultivo intelectual de la
LOS ALQUIMISTAS INGLESES 145
analogía entre los cambios químicos y la vida del
hombre:

De donde entre las criaturas sólo estas dos


sean llamadas Microcosmus, Hombre y nuestra Piedra.13

Algunos hombres perseguían la renovación y glori-


ficación de la materia, guiándose por esta analogía;
otros, la renovación y glorificación del hombre usando
la misma analogía. Nos encontramos, pues, con que la
alquimia es a la vez un oficio y un credo.
Además, puesto que las operaciones de la alquimia
eran consideradas en términos de los fenómenos de la
vida, podrían ser mejor simbolizadas en estos términos,
cuya actividad inspira las numerosas c interesantes se-
ries de pinturas alquimistas.

13 Norton, "Ordinall", Theatrum chemicum Britannicum, p. 62, 1.


6.
XI
SIMBOLISMO ALQUIMISTA
El uso de dibujos o pinturas simbólicos en los textos
alquimistas se remonta a los primeros tiempos de la
alquimia, pero entonces no estaba muy desarrollado. La
figura de la serpiente o dragón es el primer símbolo que
encontramos, y representa la materia en su imperfecto
estado, sin regenerar. Hay que matar al dragón, lo que
significa que los metales que son el tema de la alquimia
tienen que ser reducidos a una condición no metálica y
hacerlos susceptibles de recibir un nuevo espíritu. Así,
recordamos que Zósimo escribía ya en el siglo iv:

Y que yo no puedo escribirte muchas cosas, amigo mío,


construye un templo de una piedra, como cerusa en apariencia,
como alabastro, como mármol del Proconeso, sin que haya
principio ni fin en su construcción. Deja que tenga dentro de él
un surtidor de agua relampagueante como el sol. Percátate del
lado en que está la entrada del templo, y, tomando tu espada en
la mano, busca así la entrada, por estrecho que sea el lugar al
que el templo se abre. Una serpiente está ante la entrada
guardando el templo, cógela y sacrifícala. Desuéllala y,
tomando su carne y huesos en la entrada del templo, haz un
escalón con ellos, pasa sobre él y entra. Allí encontrarás lo que
buscas.1

Este símbolo se encuentra en trabajos alquimistas de


cualquier época. Así Charnock, más de 1,000 años
después, escribe:

Éste es el dragón de los filósofos que se muerde su propia


cola. / Muriendo de hambre en una celda de vidrio y todo en
mi beneficio / Muchos años mantuve a este dragón en Fuerte
prisión / Antes de que pudiese mortificarlo, me

1 Berthelot, Collections des anciens alchimistes grecs, texto griego


p. 111.
144
SIMBOLISMO ALQUIMISTA 145

Fig. 18. El matrimonio alquimista, del Rosario de


los Filósofos.
pareció mucho el tiempo. / Pero a la larga por la Gracia de
Dios si crees mi palabra / Lo vencí con una flamígera espada.
El dragón habló.
—Soldados con brillante armadura / No debían haberme
matado en campo de batalla / Ni tampoco Mr. Charnock con
toda su filosofía / Si por prisión no me hubiese matado de
hambre. / Ni Gyge de Warwick ni Bevys de Southamp-ton /
Mataron nunca un dragón tan venenoso / Hércules peleó con
Hidra la Serpiente / Y no obstante no pudo lograr su intento /
El sabio Salomón, fue encerrado también en una
146 SIMBOLISMO ALQUIMISTA
tumba de latón / Pero yo fui encerrado en una nía/morra de
cristal. / Porque mi vida era tan rápida y mi veneno tan fuerte /
Que antes que pudiesen matarme transcurrió mucho tiempo. /
Muchos años me mantuvo en prisión día y noche / Y me dejó
sin sustento para menguar mi poder / Pero cuando yo no vi
otro remedio / Por pura hambre me comí mi propio cuerpo / Y
así por corrupción me puse negro y rojo / Pero esa piedra
preciosa que es mi cabeza / Valdrá un Millar para el que tuvo
habilidad / Y por vida de esa piedra sabiamente me mató / Mi
muerte le perdoné en el mismo momento / Considerando que
sería benéfico para el pobre / Porque cuando estaba vivo no
era sino fuerte veneno / E infructuoso para pocas cosas. En
conclusión / A lo que soy ahora, muriendo en mi propia sangre
/ Porque ahora soy superior a cualquier bien mundano. / Y un
nuevo nombre se me ha dado por aquellos sabios / Porque
ahora me llamo el Elixir de gran precio. / Si quieres ponerme a
prueba agrégame a mi hermana Mercurio / Y la coagularé en
plata en un abrir y cerrar de ojos.. .2

- This is the philosophers dragon which eateth up his


[own Taile
Being famished in a doungell of glas and all for my
[prevail
Many yeres I kept this dragon in prison Strounge Before I
could mortiffy him, I thought it lounge Yet at the lengthe by
Gods grace yff ye beleve my worde I vanquished him
wythe a fyrie sword.
The dragón speaketh
—Souldiers in armour bright
Should not have kylled me in fyelde in fighte
Nor Mr. Charnock neither for all his Philosophie
Yff by prison and famyne he had not famysshed me.
Gye of Warwick nor Bevys of Southampton
Nere slew such a venemous dragón
Hércules fought with Hidra the Serpent
And yet he could not have his intent
Salamon the wyse, inclose too in a toome of brasse
But I was shutt upp in a doungeon off glass.
For my liffe was so quick and my poyson soe stronge
That ere he could kill me it was full lounge.
Many (yeares) he hyld me in prison day and night
And kept me from sustenance to mynish me myght
But when I saw none other remedy
SIMBOLISMO ALQUIMISTA 147
La hermana del dragón es Mercurio. Siendo el dra-
gón materia, metal, cuerpo; su hermana es espíritu,
mercurio metálico, alma. Continuamente oímos "que el
dragón no murió sino con su hermana" que es el agente
de la operación alquimista.

Fig. 19. La muerte alquimista, del Rosario de los


Filósofos.

El segundo gran símbolo de la alquimia es el de un


matrimonio. La combinación del Sol y la Luna,

For very hunger I eate myne one bodye And soe by


corruption I became black and redd But that precious stone
that is in my hedd Wyll be worth a Mille to him that
hath skylle And for that stone's sake he wysely dyd me kyll
My death I dyd him forgyve even at the very hower
Consydering that he wilbe beneficiall to the poore For
when I was alyve I was but strong poyson And
unprofitable for few things, in conclusión To that I am
now, dying in myne owne blood For now I doe excell all
other worldcly good. And a new name is given me of
those that be wyse For now I am named the Elixir of grcat
price. Which yff you will make prouffe, put to me my sister
[Mercury
and I will conjoyle (congeale) her into sylver in the
[twinkling of an eye.. . F.
Sherwood Taylor, op. cit., p. 154.
148 SIMBOLISMO ALQUIMISTA
"nuestro oro" y "nuestra plata", se simboliza en estos
términos, a menudo con un desenfado de simbolismo
sexual inaceptable en un trabajo de publicación mo-
derna. El Sol fecunda a la Luna para generar la piedra.
Pero en la Edad Media la idea de la fecundación y
generación era muy diferente de la presente y se
simbolizaba como una muerte seguida de una resurrec-
ción. ¿Por qué es esto? En cualquier generación la forma
de la semilla se pierde y un nuevo ser aparece. En la
generación de criaturas más bajas, un ser se pudre
visiblemente y nuevas criaturas se crean aparentemente
sin semilla. Luego en toda generación el hecho que
atraía incesantemente a la mente medieval es el
expresado en los versículos:

De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae


en la tierra y muere, él solo queda; más si muriere, mucho
fruto lleva.
(San Juan, 12-24)

Y de la misma manera:
Necio, lo que tú siembras no se vivifica, si no muriere
antes. Y lo que siembras, no siembras el cuerpo que ha de
salir, sino el grano desnudo, acaso de trigo, o de otro grano:
Mas Dios le da el cuerpo como quiso, y a cada simiente su
propio cuerpo.
(I Cor. 15, 36-38) 3

Así el producto del matrimonio del Sol y la Luna


que figuraba como un hermafrodita, porque contenía
elementos de ambos, se simboliza por un cuerpo muerto,
un cadáver hermafrodita en una tumba, volviéndose
negro y putrefacto. Según dice F. M. Van Helmont, 4 el
cementerio del gran mundo corresponde al vientre en el
mundo menor, un lugar de renovación, no de
destrucción. Luego, según parece la semi-

3 Las citas de la Biblia son traducciones de la Vulgata, con la


que estaban familiarizados los alquimistas.
1. Cf. p. 175.
3 SIMBOLISMO ALQUIMISTA 149
lla, "Dios le da el cuerpo como quiso". Ésta es la "virtud
celestial" que evoca la nueva forma, la influencia o
espíritu de arriba. El espíritu del muerto se eleva y la
influencia celestial desciende. El símbolo más simple
que se aplica especialmente a este paso es el del vuelo
del alma, representada como una pequeña figura
humana, alada o de otra forma, hacia el cielo.

Fig. 20. El desprendimiento del espíritu, del Rosario de los


Filósofos.

La influencia celestial puede ser representada como


rocío descendiendo, porque a menudo se identificaba el
rocío con esta influencia celestial. El otro símbolo es el
de los pájaros que vuelan hacia el firmamento y
descienden de nuevo; éstos son un símbolo evidente de
sublimación, destilación y todos los procesos en los
150 SIMBOLISMO ALQUIMISTA
que un "espíritu" se desprende de un cuerpo. De manera
similar la figura alada de un hermafrodita es el símbolo
del cuerpo espiritual, el cuerpo en el que el espíritu tiene
dominio sobre todos los elementos, la piedra blanca o
roja.
Otro símbolo del trabajo es el árbol, que crece fuera
de la tierra, que es mineral, y lleva fruto, que es
espiritual, teniendo el poder de convertirse en vino,

Fig. 21. El descenso del rocío, lavando y purificando el


cuerpo, del Rosario de los Filósofos.

que produce un espíritu. Así vemos los árboles con


frascos o pájaros, y también con frutos representando el
sol y la luna, que permanecen como símbolos de la
piedra roja y la blanca.
Un número enorme de analogías aparecen en el
escalonamiento. Se pensaba que la vasija alquimista era
como un huevo en el que estaba empollando la mate-
SIMBOLISMO ALQUIMISTA 151
ria; como una cámara en la que estaba el lecho de la
madre encinta que iba a dar luz al hijo.
El ácido corrosivo devorador era un león, el león
verde, refiriéndose sin duda al color verde que tienen los
compuestos de cobre siempre presentes como impurezas
en la mezcla de oro y plata.

Fig. 22. El hermafrodita alado, simbolizando la


piedra roja, del Rosario de los Filósofos.

Finalmente, el trabajo podía ser y era representado


en términos religiosos, que siempre están en la mente
medieval. Todo estaba empapado de religión, que era lo
primario en la vida, y no sólo una rutina en las mañanas
de domingo. No suponía ninguna irreverencia el
aplicarla a los asuntos de cada día. Así, la muerte
152 SIMBOLISMO ALQUIMISTA
de Nuestro Señor Jesucristo y su resurrección en un
cuerpo glorificado, era comparable para el alquimista
con la muerte de los metales y su resurrección como una
piedra gloriosa. De la misma manera, la Asunción de
Nuestra Señora, su elevación en cuerpo y alma al cielo,
convirtiéndose en un cuerpo glorioso, para ser allí
coronada por su Hijo, servía para explicar la glorifica-

FIG. 23. El león verde devorando al sol, del Rosario


de los Filósofos.
ción de la materia. La Trinidad, las tres personas y un
solo Dios era parangonada, en sus mentes, con la
trinidad de la materia, v. gr., sal, azufre y mercurio en un
solo cuerpo.
A menudo encontramos el proceso completo esta-
blecido en cuadros simbólicos. A veces van acompa-
ñados de un texto, otras veces no. Los cinco grupos de
cuatro láminas V, VI, VII, VIII, y IX, tomados de la
Philosophia Reformata de Juan Daniel Mylius (1622)
son un ejemplo. Vale la pena transcribir las notas que el
autor redactó para los no iniciados:
SIMBOLISMO ALQUIMISTA 153
.—He aquí una representación de la primera materia del
trabajo. Los "dos vapores" se ven a cada lado. Las
tres estatuas dan los "mercurios" animal, vegetal y mi-

FIG. 24. La resurrección alquimista, del Rosario de los


Filósofos.

neral. Pueden observarse el sol, la luna y cuatro planetas; el


quinto es Mercurio, que es el tema del cuadro. 2—El Sol y la
Luna con el mercurio celestial encima y la sangre del león
verde, el disolvente, brotando debajo.
1 54 SIMBOLISMO ALQUIMISTA
3 y 4.—El Sol y la Luna entran en el baño en que han de ser
disueltos.
5.—Están casados: a la izquierda los pájaros negros atacando
al sol y la luna muestran el ennegrecimiento y pu-
trefacción de los cuerpos.

Fig. 25. La asunción alquimista, del Rosario de los


Filósofos.
6.—Los cuerpos pudriéndose en la tumba de vidrio.
7.—Sus almas parten, es decir comienza la volatilización.
8.—El Sol y la Luna se convierten en un cuerpo hermafro-
dita que es ungido por el rocío del cielo, la influencia
celestial, identificado con las gotas condensadas que re-
fluyen.
9.—El cuervo negro aparece, es decir, la masa ennegrecida se
torna completamente volátil y el cuerpo hermafro-dita
revive.
SIMBOLISMO ALQUIMISTA 155
10.—Entonces se obtiene la piedra blanca que tiene poderes
de curar y transmutar en plata, simbolizada por el árbol
de la luna con su fruto de plata.

La segunda parte del proceso es más oscura, pero en


líneas generales es una recapitulación de la primera.
11.—La piedra blanca se usa como semilla o fermento para
iniciar el proceso de nuevo.
12.—Se disuelve el oro en el "mercurio" con la adición de la
piedra blanca.
13.—El cuerpo así formado se nutre con "mercurio".
14.—El ave desciende al cuerpo, lo que significa que la parte
volátil se ha fijado, se ha hecho no volátil.
15.—La adición de más mercurio y circulación reiterada au-
menta el poder y la cantidad de la medicina.
16.—La piedra revive de nuevo.
17.—La piedra roja aparece en su perfección. El árbol del sol
se ve con su fruto dorado. La serpiente está en su poder
así como el león verde.

Éste es el fin del proceso. Los tres cuadros restantes


parecen referirse al trabajo completo en general.

18.—El león verde devorando al sol. El león verde es "nuestro


mercurio", que es el disolvente del oro.
19.—Recapitula el nacimiento del niño, que es la piedra, del
Sol y de la Luna.
20.—El Rey se levanta de su tumba, cuya figura puede re-
presentar el oro hecho por transmutación a partir de un
metal común mediante la ayuda de la piedra.

Estas interpretaciones son, desde luego, tentativas y


se dan sólo con la idea de proporcionar una ayuda al
mirar tales cuadros simbólicos. Hay muchísimas series
como ésta, en las que se emplean muchos tipos de
simbolismo. Un ejemplo son las Doce llaves de Basilio
Valentín. Los trabajos de Michael Maier y Stolcius
contienen una cantidad asombrosa de cuadros que dicen
a aquellos que saben mirarlos muchas cosas sobre el
mundo alquimista. Pero cualquier intento de Ínter-
156 SIMBOLISMO ALQUIMISTA
pretarlos nos envolvería en un palabreo que segura-
mente sería inútil, porque estos cuadros son para vistos,
más que para explicados. Nuestro propósito es, más
bien, comprender la razón de esta forma pictórica de
expresión.
En primer lugar, estos símbolos alquimistas no pre-
tenden, como los símbolos químicos de hoy día, ser un
medio breve para expresar algo concerniente a los
cuerpos simbolizados que puede también expresarse en
palabras. Es cierto que Sol, o el Rey, puede ser in-
terpretado confidencialmente como oro, Luna como pla-
ta y así sucesivamente, pero las pinturas alquimistas
significaban mucho más que eso. Eran, desde luego, una
forma de entender los cambios químicos, de tomarlos en
un esquema mental. El moderno científico puede
comprender un fenómeno químico considerándolo en
términos de las clases de cuerpos a que se refiere y de su
composición química; el fenómeno, por ejemplo, del oro
disuelto en agua regia, encaja en el cuadro de la ciencia
moderna y al mismo tiempo está ligado de mil maneras
a otros fenómenos con puntos similares, incluso puede
representarse en términos de movimientos de partículas.
Nada de esto era asequible al alquimista, quien no
había concebido la idea de una clasificación de las
transformaciones químicas, ni poseía, a nuestro enten-
der, asomos de lo que pudiera llamarse una ciencia
química, en la que pudiese encajarlas. Tenía que explicar
lo que veía encontrando analogías con sus propias ideas
del mundo. Para el hombre de la Edad Media, las cosas
importantes en la vida eran sus relaciones con Dios y el
prójimo —relaciones de religión y humanas— y el
proceso alquimista se le hacía inteligible cuando lo
expresaba en tales términos. El dar a la combinación de
dos sustancias, para hacer una tercera, el nombre o
símbolo de un "matrimonio y nacimiento", era encajar el
fenómeno en su mundo y darle así sentido. Entonces
podría actuar partiendo del principio de que el fenómeno
era un matrimonio y
SIMBOLISMO ALQUIMISTA 157
nacimiento y podría proporcionar aquellas condiciones
que a su modo de ver serían favorables a tal experi-
mento.
Además, el estudio y la práctica de la alquimia no
eran retribuidos como en la ciencia moderna, por la
satisfacción intelectual apropiada al que encuentra que
las piezas del rompecabezas encajan admirablemente,
sino por la satisfacción emocional y espiritual del que ve
seres vivos cumpliendo maravillosamente con los fines
que les ha señalado Dios. Las operaciones alquimistas
tienen, por decirlo así, una significación espiritual;
procuran un perfeccionamiento de la materia y se
dirigen, con el consiguiente fervor, a la búsqueda de la
perfección. El experimento alquimista era una pequeña
muestra o ejemplo del general propósito de todas las
cosas, impelidas a buscar la perfección con su esfuerzo
por alcanzar las ideas perfectas de su especie en Dios;
era como un símbolo del Hombre cuyo fin en la vida es
encontrar perfección corporal en el cuerpo glorioso, y
cumplimiento espiritual en la visión beatífica de Dios.

Se puede decir que la estampa alquimista era una


expresión más cierta de lo que era la alquimia que el
libro o la receta alquimista. La estampa daba la esencia
del proceso, expresando el significado que tenía para el
alquimista en términos tocantes a lo que haya de más
profundo en el hombre; pero no daba ninguna
información química real. Por esto era necesario leer los
textos, comparando unos con otros y sobre todo ser
instruido por un maestro.
La alquimia simbólica, en efecto, presupone que los
cambios en la materia que ella simboliza son análogos a
los cambios en los seres vivos y esencialmente en el
hombre. Esto es de hecho una comprensión de la
Naturaleza en términos de vida. Y ésta es la razón por la
que los símbolos alquimistas son de aplicación tan
amplia que algunos autores los han considerado
158 SIMBOLISMO ALQUIMISTA
como una descripción enmascarada de algún sistema
místico mediante el cual debía perfeccionarse, no los
metales, sino el hombre.
Es completamente cierto que algunos textos alqui-
mistas pueden ser considerados como trabajos de misti-
cismo práctico. El Suggestive Enquiry into the Her-
metic Mystery de la Sra. Atwood (1850) es un noble
intento de explicar toda la alquimia de esta forma, pero
falla en lo que se refiere al carácter de los textos. Todos
los antiguos nos dan la evidencia de una práctica de
laboratorio y del conocimiento de la técnica química. C.
G. Jung,5 en su reciente Psychologie und Alchimie, se
acerca a la verdad cuando afirma que los alquimistas,
estudiando simbólicamente la materia, simbolizaban
también su propio contenido mental. Esto es cierto y es
interesante para el psicólogo y para el historiador de la
religión; es un tema que se ha desarrollado mucho
recientemente. No es, sin embargo, un cuadro completo
de la alquimia, puesto que se relaciona muy poco con lo
que hacían los alquimistas en sus laboratorios y lo que
era la naturaleza de los cambios físicos que registraban
en sus escritos y simbolizaban en sus estampas. Las
estampas alquimistas son un buen material para el
psicólogo, pero al tratarlas como un material psicológico
pierden su significado real, que es la expresión del
perfeccionamiento de la materia en términos de la
experiencia humana. Si es provechoso entender la
naturaleza en términos humanos, la alquimia tiene un
valor actual; si no, sólo puede interesarnos como
historia.
Considerando la representación simbólica del pro-
ceso alquimista, sin embargo, podemos entender cómo
era necesario para el desarrollo de la alquimia tomar una
de estas dos direcciones. La ciencia de la naturaleza,
insignificante todavía en el siglo xvi, adquiere gran
incremento después de 1650 aproximadamente, y, al
conquistar todas las mentes en el siglo xviii, hace
5 Psychologie und Alchimie, Zurich, 1944.
SIMBOLISMO ALQUIMISTA 159
insostenible un paralelo entre la química de los metales
y el curso de las relaciones humanas. Además, la pu-
blicidad del método científico hizo sospechar del ca-
rácter secreto de la alquimia. En consecuencia, la
alquimia no podía mantener su posición medieval. En
ciertas manos tendía a convertirse en química, concen-
trando su atención sobre el oro y, gradualmente, sobre
las analogías del cambio alquimista con los fenómenos
de la vida. Las preparaciones químicas, el arte de se-
parar y combinar cuerpos, es la parte de la alquimia que
persiste en ella. Este proceso lo vemos en el trabajo de
Paracelso y su escuela, de Livabius y en muchos
escritos químicos del siglo xvii.
En otras manos la alquimia tendía a ligarse cada vez
más con la religión y a proveer una filosofía religiosa de
la Naturaleza y una aproximación mística a sus
caminos. Así, la "Filosofía Hermética" fue muy
cultivada en el siglo xvii por hombres tales como Ro-
bert Fludd y Thomas Vaughan.8 Su sistema era noble e
impresionante, pero muy poco relacionado con los
hechos físicos. Gozó de una gran popularidad en la
Alemania del siglo xvii, pero en Inglaterra parece haber
sido absorbido por la igualmente secreta confraternidad
de los Masones.
Éstos fueron los dos cambios principales en la
alquimia, en el sentido práctico y en el místico. Sin
embargo, se continuó practicando ocasionalmente la
alquimia por los métodos antiguos hasta donde podían
interpretarse; pero después de 1680, aproximadamente,
los que la practicaban eran en su mayor parte charla-
tanes y, hacia 1850, la vieja tradición había muerto.
Antes de que pasemos a considerar estos últimos
desarrollos de la alquimia, será conveniente conocer
algunas de las animadas y atractivas evidencias de su
verdad que se ofrecían al público en el siglo xvii.

6 Cf. pp. 207-220.


XII

RELATOS DE TRANSMUTACIONES

En época posterior a 1600, cuando se había extendido el


escepticismo respecto a la posibilidad de la
transmutación mediante operaciones alquimistas, apa-
recieron un cierto número de relaciones acerca del ex-
perimento, que fortalecían grandemente la creencia de
aquellos que se inclinaban favorablemente al Arte. Es
difícil determinar el verdadero valor de tales relatos,
especialmente cuando se trata de referir algo sin paralelo
en la experiencia del lector. Si un moderno presidente de
la Royal Society publicase el relato de una
transformación conseguida mediante un ejemplar de la
piedra filosofal, antes de aceptar la historia nos
preocuparíamos por su salud mental. ¡Cuánto menos
crédito concederemos a narraciones de unos trescientos
años de antigüedad! Aun sin tener en cuenta su anti-
güedad, estos relatos no son extremadamente convin-
centes; pero sí son muy interesantes, aunque sólo sea
porque nos enseñan lo que pensaban, aquellos que los
escribieron, sobre la transmutación. Las tres relaciones
incluidas en este capítulo se cuentan entre las más só-
lidas, es decir, son en parte confirmadas por sucesos
externos o por la veracidad del autor.

I. El relato de Nicolás Flamel

La narración siguiente fue publicada primero en francés


en 1612 y la versión inglesa aquí transcrita en una
traducción hecha en 1624 por alguien que tomó el
seudónimo de Eirenaeus Orandus. La ortografía y
puntuación están algo modernizadas.

Aunque yo, Nicholas Flamel, Notario, residiendo en París,


en este año de] mil trescientos noventa y nueve y habitando en
mi casa de la calle de los Notarios, cercana a la
160
RELATOS DE TRANSMUTACIONES 161
capilla de Santiago de la Boucherie; a pesar de que, digo, no
aprendí sino un poco de latín, por los escasos medios de mis
padres, siendo sin embargo por ellos por lo que me envidiaban
más, reputados como gente honesta; con todo, por la gracia de
Dios y la intercesión de los benditos Santos de ambos sexos en
el Paraíso y principalmente de Santiago de Galicia, no me he
quedado sin comprender los Libros de los Filósofos y sin
aprender en ellos secretos tan ocultos. Y por esta causa no
habrá ningún momento de mi vida, cuando recuerde este gran
bien, por el que sobre mis rodillas (si el lugar me lo permite) o
de otra forma, en mi corazón con todo mi afecto, no rinda
tributo a este Dios tan benigno, que nunca permite que el hijo
del Justo mendigue de puerta en puerta, y no decepcione a
aquellos que confían por entero en su bendición.
Cuando yo, Nicholas Flamel, Notario, después del falle-
cimiento de mis padres, me sostenía con nuestro arte de es-
cribir, haciendo inventarios, arreglando cuentas y sumando los
gastos de tutores y pupilos, cayó en mis manos, por la suma de
dos florines, un libro dorado, muy viejo y grande. No era de
papel pergamino, como son otros libros, sino que estaba hecho
sólo de delicadas cortezas (según me pareció) de jóvenes y
tiernos árboles.1 Su cubierta era de latón, bien encuadernado,
todo grabado con letras o extrañas figuras y por mi parte creo
que bien podían ser caracteres griegos, o algo semejante al
lenguaje antiguo. Seguro que no pude leerlos y sé bien que no
eran notas ni letras del latín, ni del gálico, porque de ellos
entiendo un poco. Y respecto a aquello que contenía, las hojas
de corteza o pieles estaban grabadas y escritas con admirable
diligencia, con una punta de hierro, en latín claro y neto con
letras coloreadas.
Contenía tres veces siete hojas, porque así estaban con-
tadas en el encabezado de las páginas y siempre cada séptima
hoja no tenía ninguna escritura, pero en vez de eso, sobre la
primera séptima hoja había pintada una Virgen y serpien tes
que la devoraban. En la segunda séptima una Cruz sobre la
que una serpiente estaba crucificada; y en la última séptima
había pintados desiertos o yermos en medio de los cuales
corrían muchas fuentes claras, de las que brotaba un cierto
número de serpientes, que corrían arriba y abajo, aquí y allí.
Sobre la primera de las hojas, había escrito en letras

1 Probablemente un papiro.
162 RELATOS DE TRANSMUTACIONES
mayúsculas de oro ABRAHAM EL JUDIO, PRINCIPE,
PRESBÍTERO, LEVITA, ASTRÓLOGO, Y FILÓSOFO, A
LA NACIÓN DE LOS JUDÍOS, DISPERSOS ENTRE LOS
GALOS POR LA IRA DE DIOS, DESEO SALUD. Después
de esto estaba llena de grandes execraciones y maldiciones
(con esta palabra MARANATHA, que se repetía allí a
menudo), contra cualquier persona que pusiese sus ojos sobre
él, si no era Sacrificador o Escriba.
El que me vendió este libro no sabía lo que valía, ni lo
sabía yo cuando lo compré; creo que fue robado o tomado de
los miserables Judíos; o se encontró escondido en algún sitio
del antiguo lugar donde habitaban. Dentro del libro, en la
segunda hoja, confortaba a su nación aconsejándole huir de los
vicios y especialmente de la idolatría, esperando con dulce
paciencia la llegada del Mesías, que vencería a todos los Reyes
de la Tierra, y reinaría con su pueblo en gloria eterna. Sin
duda, éste fue un hombre muy sabio y comprensivo. En la
tercera hoja y en todos los otros escritos que seguían, para
ayudar a su nación cautiva a pagar sus tributos a los
emperadores romanos y para hacer otras cosas, de las que no
hablaré, les enseñaba en palabras co muñes la transmutación
de los metales.
Pintaba las vasijas por todos lados y les aconsejaba sobre
los colores y sobre todo lo demás, salvo el primer agente. del
que no decía una palabra sino que (como él dice) en las hojas
cuarta y quinta lo pintaba por entero y lo representaba con
gran artificio y mano de obra, porque aunque estaba bien e
inteligiblemente figurado y pintado ningún hombre podría ser
capaz de entenderlo, sin estar bien instruido en su Cabala, que
recibiría por tradición y después de haber estudiado bien sus
libros. Después, las hojas cuarta y quinta no tenían ninguna
escritura, llenas de hermosas figuras iluminadas, o como si
estuviesen iluminadas, porque el trabajo era muy exquisito.
Primero pintaba un hombre joven, con alas en sus tobi llos,
que tenía en su mano un caduceo, rodeado de dos serpientes,
con el cual golpeaba sobre un yelmo que cubría su cabeza.
Pareció a mi escaso juicio que se trataba del Dios Mercurio de
los paganos. Contra él venía corriendo y volando con alas
abiertas un hombre muy viejo, quien tenía sujeto sobre su
cabeza un reloj y en sus manos un gancho o guadaña como la
Muerte, con el que de manera furiosa y terrible había cortado
los pies de Mercurio. Del otro lado
RELATOS DE TRANSMUTACIONES 163
de la cuarta hoja, pintó una bella flor en la cima de una alta
montaña, que era agitada enconadamente por el viento norte:
tenía el pie azul, las flores blancas y rojas, las hojas brillando
como oro fino y —rodeándolas— los dragones y grifos del
Norte hacían sus nidos y moraban allí. En la quinta hoja había
un hermoso Rosal en flor en medio de un dulce jardín,
trepando por un roble hueco, a cuyo pie brotaba una fuente del
agua más blanca, que corría precipitada hacia las
profundidades, no obstante lo cual pasaba primero entre las
manos de infinita gente que escarbaba en la tierra buscándola,
pero como eran ciegos, ninguno de ellos la reconocía, excepto
aquí y allá alguno que consideraba el peso.
En el último lado de la quinta hoja había un Rey con una
gran cimitarra, que hacía matar en su presencia por algunos
soldados una gran multitud de niños, cuyas madres lloraban a
los pies de los despiadados soldados; la sangre de cuyos niños
era recogida después por otros soldados y guardada en una
gran vasija, en la que el Sol y la Luna venían a bañarse. Y por
esto esta historia representaba la mayor parte de aquellos
inocentes asesinados por Herodes; y aprendí en este libro la
mayor parte del Arte, ésta era una de las Causas por las que
coloqué en su Cementerio estos símbolos jeroglíficos de esta
ciencia secreta. Y así veis aquello que estaba en las primeras
cinco hojas.
No os representaré aquello que estaba escrito en buen latín
e inteligible en las otras hojas escritas, porque Dios me
castigaría, porque cometería una debilidad mayor que aquel
que (como dicen) deseó que todos los hombres del mundo no
tuviesen más que una cabeza que él pudiese cortar de un solo
tajo. Teniendo pues este bello libro conmigo, no hice nada más
ni de día ni de noche, que estudiarlo, comprendiendo muy bien
todas las operaciones que enseñaba, pero sin saber con qué
asunto debía comenzar, lo que me hacía muy triste y solitario
y fue causa de que suspirase muchas veces. Mi esposa
Perrenela, a la que quería como a mí mismo y con la que me
había casado tarde, estaba muy asombrada de esto,
confortándome y pidiendo encarecidamente, si podía sacarme
de este atolladero de alguna manera. Era imposible para mí
sujetar mi lengua y le dije todo y le enseñé este hermoso libro,
del que, desde el momento que lo vio, se enamoró tanto como
yo, sintiendo un extremo placer al contemplar la bella
cubierta, los grabados, imáge-
164 RELATOS DE TRANSMUTACIONES
nes y figuras de los que, a pesar de que entendía tan poco
como yo, era un gran consuelo para mí hablar con ella y
entretenerme, de lo que debíamos hacer para interpretarlos.
Por fin hice pintar en mi aposento, tan naturalmente como
pude, todas las imágenes y figuras de las hojas cuarta y quinta
y se las mostré a los mejores amanuenses de París, que no
entendieron de ellas más que yo. Les dije que los había
encontrado en un libro que enseñaba la piedra filosofal, pero la
mayoría de ellos se burlaron tanto de mí como de semejante
piedra bendita, excepto uno llamado Maese Anselmo, que era
un Licenciado en Física y estudiaba a fondo esta ciencia. Tenía
un gran deseo de ver mi libro y no había nada en el mundo que
no hubiese hecho por verlo, pero siempre le dije que no lo
tenía: sólo le luce una larga descripción del método.
Me dijo que la primera figura representaba el Tiempo, que
devoraba todo; y que de acuerdo con el número de las seis
hojas escritas, se requería el espacio de seis años, para
perfeccionar la piedra; y entonces, dijo, debíamos volverlo al
vaso y no hervirlo más. Y cuando le dije que esto no estaba
pintado sino sólo para mostrar y enseñar el primer agente
(según se decía en el libro) me contestó que este cocimiento
por espacio de seis años era, por decirlo así, un segundo agente
y que seguramente el primer agente, que estaba pintado allí.
era aquella Agua blanca y pesada que sin duda era plata
líquida, que no podían fijar, ni cortar sus pies, es decir, quitarle
su volatilidad, más que mediante una larga cocción en la más
pura sangre de tiernos niños porque en ella, este azogue,
juntado con oro y plata, se convertía primero en una hierba
como la que estaba allí pintada y después por corrupción, en
serpientes, las cuales, bien secadas y cocidas al fuego, se
reducían a un polvo de oro que sería la piedra.
Ésta fue la causa de que durante el espacio de veintiún
años ensayara mil cocimientos, pero nunca con sangre, porque
eso era cobarde y vil, pues encontré en mi libro que los
filósofos llamaban sangre al espíritu mineral, que está en los
metales, principalmente en el Sol, la Luna y Mercurio, cuya
mezcla yo siempre guardé; sin embargo estas interpretaciones
eran en su mayor parte más sutiles que ciertas. No encontrando
en mis trabajos los signos que aparecían en mi libro, siempre
tenía que empezar de nuevo.
Al fin, habiendo perdido toda esperanza de comprender
nunca aquellas figuras, por último recurso, hice un voto a
RELATOS DE TRANSMUTACIONES 165
Dios y Santiago de Galicia, para pedir la interpretación de
ellos a algún sacerdote judío, en alguna sinagoga de España:
después de lo cual, con el consentimiento de Perrenela, lle-
vando conmigo el extracto de las pinturas, tomé el hábito y el
cayado de peregrino como podéis verme, fuera de este arco en
el cementerio, en el que puse las figuras jeroglíficas, donde
también he puesto, contra la pared, en un lado y otro, una
procesión en la que están representados por su orden todos los
colores de la piedra, así según vienen y van, con esta escritura
en francés:
Moult plaist a Dieu procession
S'elle est faicte en devotion.
es decir:
Mucho place a Dios la procesión Si
se hace con devoción.
lo que es como si fuese el principio del Libro del Rey Hércu-
les, que trata de los colores de la piedra, titulados Iris o el
Arco Iris, en estos términos, Operis processio multum naturae
placet, esto es La procesión del trabajo es muy placentera
para la Naturaleza; lo cual he puesto allí expresamente para
que los grandes clérigos comprendan la alusión.
De esta misma forma, digo, me puse en camino e hic tanto,
que llegué a Montjoy y después a Santiago, donde con gran
devoción cumplí mi voto. Hecho esto me encontré en León, a
mi vuelta, con un mercader de Bolonia que me hizo conocer a
un médico, un judío de nacionalidad, que como era entonces
un cristiano, que vivía en León, era muy entendido en ciencias
sublimes, llamado Maese Canches.
Tan pronto como le hube enseñado las figuras de mi ex-
tracto, encantado con gran admiración y gozo me preguntó al
punto si podía darle alguna nueva del libro, de dónde los había
dibujado. Le respondí en latín (en el que me había hecho la
pregunta) que esperaba tener buenas noticias del libro, si
alguien podía descifrarme los enigmas. En aquel instante,
transportado de gran ardor y gozo, comenzó a descifrarme el
principio. Pero, para abreviar, estando él muy contento de
recibir nuevas del paradero de ese libro y yo de oírle hablar —
y ciertamente había oído mucho sobre el libro, pero (como él
decía) como de una cosa que se creía irremisiblemente perdida
—, nos resolvimos a hacer un viaje y de León pasamos a
Oviedo y de allí a Sansón, donde nos hicimos a la mar para
venir a Francia.
166 RELATOS DE TRANSMUtACIONES
Nuestro viaje fue bastante afortunado y ya desde que
cutíamos en este reino, me había interpretado lo más veraz-
mente la mayor parte de mis figuras, donde, aun en los mismos
puntos culminantes, encontraba grandes misterios, que me
parecían maravillosos. Cuando llegamos a Orleans este
hombre sabio cayó gravemente enfermo, afligido con
excesivos vómitos, que le quedaban de aquellos que había
sufrido en el mar; y estaba con un miedo tan continuo de que
lo abandonase, que no podía imaginarse nada semejante. Y
aunque yo estaba siempre a su lado, me llamaba incesan-
temente, pero por último murió, al fin del séptimo día de su
enfermedad, por cuya razón yo estaba muy apenado, pero lo
hice enterrar tan bien como pude en la iglesia de la Santa Cruz
en Orleans, donde aún descansa; Dios tiene su alma, porque
murió como buen cristiano. Y seguramente si no hubiésemos
sido estorbados por la muerte yo hubiera dado a esa iglesia
algún beneficio, para hacer decir algunas misas por su alma
cada día.
Aquel que haya visto la forma en que llegué y la alegría de
Perrenela, dejadle que nos mire en esta ciudad de París,
delante de la puerta de la capilla de Santiago de la Boucherie,
cercana por una parte a mi casa, donde estamos ambos pin-
tados, yo dando gracias a los pies de San Juan, al que ella
había implorado tanto. Así era, que por la gracia de Dios y la
intercesión de la agraciada y Santa Virgen y los benditos San
Juan y Santiago, supe todo lo que deseaba, es decir, los
primeros principios, si no su primera preparación, que es la
cosa más difícil sobre todas las cosas del mundo. Pero al fin
tenía qué, también después de largos errores de tres años, o
algo así, durante el cual tiempo no hice nada más que estudiar
y trabajar, tal como podéis verme fuera de este arco, en el que
he colocado mis procesiones contra sus dos pilares, bajo los
pies de Santiago y San Juan, rogando siempre a Dios, con mi
rosario en la mano, leyendo atentamente en un libro y
pensando en las palabras de los filósofos, y después ensayando
y probando las diversas operaciones que me imaginaba, por
sus solas palabras.
Finalmente encontré aquello que deseaba, lo que también
supe pronto por su fuerte esencia y olor. Teniendo esto,
fácilmente conseguí la destreza, porque conociendo la prepa-
ración de los primeros agentes y siguiendo después mi libro al
pie de la letra no podía haber fracasado, aunque lo hubiese
querido. Entonces la primera vez que hice proyección
RELATOS DE TRANSMUTACIÓNES 167
fue sobre mercurio del cual saqué media libra, o algo así, de
plata pura, mejor que aquella de la mina, según la ensayé yo
mismo e hice otros ensayos muchas veces. Esto fue un lunes,
el diecisiete de enero, hacia el mediodía, en mi casa, estando
presente sólo Perrenela, en el año del Señor, 1382.
Y, después, siguiendo siempre mi libro, palabra por pala-
bra, hice proyección de la piedra roja sobre una cantidad
semejante de mercurio, con la única presencia igualmente de
Perrenela, en la misma casa, el vigésimoquinto día de abril
siguiente, el mismo año, hacia las cinco de la tarde, lo que
transmuté realmente en algo casi tan puro como el oro, más
ciertamente que el oro común, más suave y maleable. Puedo
decirlo con certeza, lo hice tres veces, con la ayuda de Perre-
nela, que lo comprendía tan bien como yo porque me ayudaba
con mis operaciones y, sin duda, si se hubiese propuesto
hacerlo sola, hubiese alcanzado el fin y la perfección de ello.
Tenía ciertamente bastante cuando lo había hecho una vez,
pero encontré extraordinario placer y gozo en ver y
contemplar los admirables trabajos de la Naturaleza en las
vasijas.
Para expresártelo a ti entonces, como lo hice tres veces,
verás en este Arco, si tienes alguna habilidad para reconocer-
los, tres hornos, como aquellos que sirvieron a nuestras ope-
raciones. Me temí durante algún tiempo, que Perrenela no
pudiese ocultar el gozo extremo de su felicidad, que medía por
la mía misma y menos que dejase caer alguna palabra entre su
parentela, de los grandes tesoros que poseíamos, porque el
gozo extremo quita el entendimiento tanto como la gran
pesadumbre, pero la bondad del más gran Dios no sólo me
llenó con esta bendición de darme una esposa casta y prudente
(porque además no era sólo capaz de razonar, sino también de
hacer todo lo que era razonable), y más discreta y secreta que
lo son otras mujeres ordinarias. Sobre todo era
extremadamente devota y viéndose sin esperanza de hijos y
ahora bien entrada en años, comenzó, como yo, a pensar en
Dios y nos entregamos a trabajos misericordiosos.
Por esta época, cuando escribí este Comentario, en el año
1413, al final del año, después del fallecimiento de mi fiel
compañera, que lamentaré todos los días de mi vida, ella y yo
habíamos encontrado ya y dotado con beneficios, catorce
hospitales en esta Ciudad de París, habíamos construido tres
capillas nuevas, habíamos enriquecido con grandes presentes y
buenas rentas siete iglesias, con muchas reparaciones en sus
cementerios, además de aquella que habíamos hecho en Bo-
168 RELATOS DE TRANSMUTACIONES
lonia, que no es menos que las que hemos hecho aquí. No
hablaré del bien que ambos hemos hecho a pobres gentes
particulares, principalmente a viudas y pobres huérfanos cuyos
nombres, si los dijese y cómo lo hice, además de que me
diesen mi recompensa en este mundo, de la misma forma
disgustaría a estas buenas personas, a las que ruego a Dios que
bendiga, lo que no haría por nada en el mundo.
Por lo que, construyendo estas iglesias, cementerios y hos-
pitales en esta Ciudad, me resolví a hacer pintar en el cuarto
Arco del Cementerio de los Inocentes, según se entra por la
gran puerta de la calle St. Denis y tomando hacia el lado

Fig. 26. La arcada, pintada por Flamel, según se ilustra en la


edición de 1612.

derecho, las señales más ciertas y esenciales del Arte, pero


bajo velos y cubiertas jeroglíficas, a imitación de aquellos que
están en el libro dorado de Abraham el judío, que puede
representar dos cosas, de acuerdo al entendimiento y capaci-
dad de aquel que las contemple.
Primero, los misterios de nuestra futura e indudable Re-
surrección, el día del Juicio y, venida del buen Jesús (que
tendrá misericordia con nosotros), una historia que bien
conviene a un cementerio. Y en segundo lugar puede signi-
RELATOS DE TRANSMUTACIONES 169
ficar, para aquellos que sean diestros en Filosofía Natural,
todas las operaciones principales y necesarias de la maestría.
Estas figuras jeroglíficas servirán de dos maneras: para guiar
en la vida celestial: primero y más abierto sentido, enseñando
los misterios sagrados de nuestra salvación (según mostraré
después) el otro enseñando a cada hombre que tenga un ligero
entendimiento de la piedra, la forma lineal del trabajo, que al
ser perfeccionada por alguno, el cambio del mal en bien,
aparta de él la raíz de todo pecado (que es avaricia) haciéndole
agradable, gentil, piadoso, religioso y temeroso de Dios, así
haya sido muy malo. Porque desde allí en adelante estará
continuamente encantado con la gran gracia y merced que ha
obtenido de Dios y con la profundidad de sus Divinos y
admirables trabajos.
Éstas son las razones que me movieron a establecer estas
formas de esta manera y en este lugar, que es un cementerio,
con el fin de que si algún hombre obtiene este bien inestimable
de conquistar este rico vellocino de oro, pueda pensar para sí
mismo (como yo hice) no guardar el talento de Dios enterrado
en la tierra, comprando tierras y posesiones, que son las
vanidades de este mundo, sino más bien trabajar
caritativamente hacia su hermandad, recordando que aprendió
su secreto entre los huesos del muerto, entre los cuales se
encontrará pronto y que después de esta vida debe rendir
cuentas, ante un Juez justo e irrefutable, que censurará incluso
una ociosa y vana palabra.
Por lo tanto, aquel que habiendo pesado bien mis palabras,
y reconocido y comprendido bien mis figuras, haya adquirido
primero en alguna otra parte el conocimiento de los primeros
principios y agentes (porque ciertamente que en estas figuras y
comentarios no encontrará un sólo paso de información sobre
ello) podrá perfeccionar para la gloria de Dios la maestría de
Hermes, acordándose de la Iglesia Católica Apostólica
Romana y de todas las otras iglesias, cementerios y hospitales
y sobre todo de la Iglesia de los Inocentes en esta ciudad (en el
Cementerio donde habrá contemplado estas demostraciones
ciertas), abriéndoles bonda dosamente su bolsillo a ellos que
son pobre y honesta gente, desoladas y débiles mujeres, viudas
y huérfanos desamparados. Así sea.2
2 Nicholas Flamel, his exposition of the ieroglyphicall figures, que
hizo pintar sobre un arco en el cementerio de los Santos Inocentes en
París, por Eirenaeus Orandus, Londres, 1624.
170 RELATOS DE TRANSMUTACIONES
Gran parte de esta notable historia no puede, por
supuesto, recibir ninguna confirmación, pero parece
completamente cierto que hubo un Nicholas Flamel que
vivió en la casa mencionada en el relato, dio una gran
cantidad de dinero con propósitos caritativos y se
interesó por la alquimia. Las figuras del arco, como
están en la fig. 26, se conservaron desde 1407 hasta el
siglo xviii y una loseta de mármol de su tumba, ahora en
el Museo de Cluny,3 registra que Nicholas Flamel,
primeramente un escribano, dejó para la iglesia (de St.-
Jacques-la-Boucherie) ciertas rentas y casas que había
comprado en vida, y había hecho presentes a varias
iglesias y hospitales en París. La tumba está tallada en
bajorrelieve con figuras de Cristo, de San Pedro y San
Pablo y, entre estas figuras, representaciones del sol y la
luna, que, con las inscripciones del arco, atestiguan su
conexión con la alquimia.
Hubo una gran cantidad de suposiciones entre los
incrédulos de la alquimia acerca de la forma en que
Flamel hizo su gran fortuna de la que dan testimonio sus
donaciones, pero no es extraño que hasta la fecha no se
haya podido decir nada convincente sobre el asunto. Es
cierto, sin embargo, que la historia de Flamel dio lugar a
que se creyese en la alquimia, tanto en el siglo xv como
nuevamente en el xvii, después de haber sido impresa la
parte narrativa.

2. El testimonio de Van Helmont

Juan Bautista van Helmont nació en 1557. Estaba


ampliamente instruido en todas las ciencias, espe-
cialmente en química, fisiología y medicina, las que
practicó desde 1599 hasta su muerte en 1644. Era dis-
cípulo de Paracelso y un creyente de la visión espiritual
de la Naturaleza, si bien hizo también importantes
descubrimientos químicos. Fue el primero en descubrir
3 Musée des Thermes et de l'Hótel de Cluny. Catalogue general,
París, 1922, vol. I, p. 105, N° 574.
RELATOS DE TRANSMUTACIONES 171
que había otros gases además del aire, y la misma pa-
labra "gas" es de su invención. Probó experimental-
mente que sólo una pequeña proporción de una planta
en crecimiento provenía de la tierra, haciendo crecer un
esqueje de sauce en una cantidad de tierra que pesó
previamente y demostrando que la disminución del peso
de la tierra era despreciable comparándola con el
aumento de peso del sauce. Éste fue un estimable
trabajo de experimentación, cuyo valor no disminuye
por el hecho de que supusiera que la sustancia de la
planta estaba constituida casi en su totalidad por agua,
mediante una especie de transmutación, sin darse cuenta
de la parte importante que tenía el aire en su formación.
Sus trabajos fueron recopilados y publicados en
1648 por su hijo, Francis Mercurius van Helmont, que
era mucho menos científico y más supersticioso que su
padre. Por consiguiente no podemos estar seguros de
que J. B. van Helmont escribiera este relato de
transmutación tal y como ha llegado hasta nosotros,
pero no puede decirse que no conserve en gran parte el
carácter del escrito primitivo. Además, Francis Mer-
curius van Helmont declara su incredulidad en la al-
quimia en los Paradoxal Discourses concerning the
Macrocosm and Microcosm (1685), y si ésta era su
opinión en 1648, no es de creer que haya inventado la
historia que sigue:

Verdaderamente lo he visto varias veces y lo he manejado


con mis manos; era de color, semejante al azafrán en polvo,
pero pesado y brillante como vidrio pulverizado. Una vez me
dieron la cuarta parte de un grano (entendiendo por un grano
la sexacentésima parte de una onza): proyecté este cuarto de
un grano, enrollado en un papel, sobre ocho onzas de azogue
calentado en un crisol; y en seguida todo el azogue,
produciendo un cierto ruido, se fijó y dejó de ser fluido y
coagulándose, se quedó convertido en una masa amarilla:
después de verterla, soplando con los fuelles, encontré allí
ocho onzas y poco menos de once granos del más puro oro.
Luego un solo grano de aquel polvo había
172 RELATOS DE TRANSMUTACIONES
transmutado 19,186 partes de azogue, en la misma cantidad
del mejor oro.4

El relato entraña una evidencia en su contra. Siendo la


densidad del oro de 19.3 y la del mercurio 13.6, la rápida
conversión del último en el primero debería ir acompañada de
un encogimiento de un tercio aproximadamente, lo que era de
notar pero aquí no se menciona.
Pero lo más interesante y circunstancial se refiere al uso de
la piedra como una medicina.

Había cierto irlandés, cuyo nombre era Butler, que había


tenido privanza en la corte de Jacobo, Rey de Inglaterra.
Habiendo sido detenido en la prisión del castillo de Vilvord se
apiadó de Belio, un monje franciscano, famoso predicador de
Galo-Bretaña, que estaba también prisionero, y que tenía una
formidable erisipela en el brazo. Cierta tarde, cuando el monje
enfermo casi llegaba a la desesperación, mojó rápidamente
cierta piedrecita en una cucharada de leche de alme-dras e
inmediatamente la retiró de allí. Y le dijo al guardián de la
prisión: dale éste remedio a ese monje y cuando tome bastante
del mismo, se encontrará sano en unas cuantas horas; lo que
ocurrió con gran admiración del guardián; y el enfermo, no
sabía de dónde le había venido de repente la salud, pues no se
había dado cuenta de haber tomado nada. Porque su brazo
izquierdo, que antes estaba horriblemente hinchado, se
adelgazó de tal manera que apenas podía distinguirlo del otro.
A la mañana siguiente, habiéndomelo suplicado grandes
hombres, fui a Vilvord como testigo de sus hechos: por lo que
contraje amistad con Butler.
Inmediatamente después vi una pobre vieja, una lavandera,
que hacía unos dieciséis años trabajaba con una intolerable
jaqueca, inmediatamente curada en mi presencia. Por cierto
que él, de pasada o ligeramente, sumergía la misma pie-drecita
en una cucharada de aceite de oliva y en seguida la limpiaba
chupándola y la colocaba en una bolsita que llevaba en el
seno; pero esa cucharada de aceite, la vertía en una botellita de
aceite, de donde mandaba que se untase una sola
4
J. B. Van Helmont, Oriatrike or physik refined, Londres, 1662,
pp. 751-752.
RELATOS DE TRANSMUTACIONES 173
gota en la cabeza a la dicha viejecita, la que quedó inmedia -
tamente curada y permaneció sana durante algunos años, lo
cual yo atestiguo. Yo estaba pasmado como si se hubiese
convertido en otro Midas, pero sonriendo me dijo:
"Mi más querido amigo, a menos que tú llegues a ser
capaz con un solo remedio de curar cualquier mal, permane-
cerás en tus principios, por muy viejo que llegues a ser."
Asentí fácilmente a esto, porque había aprendido eso de los
Secretos de Paracelso y ahora estaba más convencido por lo
que había visto y por lo que aún esperaba. Pero confieso de
buena gana que esa nueva manera de curar era desconocida y
desacostumbrada para mí. Y ahora diré que, un joven príncipe
de nuestra Corte, el Vizconde de Gante, hermano del príncipe
de Epifuoy, de una gran casa, estaba tan postrado por la Gota
que en lo futuro yacería sobre un solo costado, siendo
desdichado y deformado por muchos nudos; tomando mi mano
derecha me dijo: "¿Quieres que yo cure eso buen hombre?, lo
curaré por amor de Dios". Pero yo repliqué: "Pero él es tan
obstinado que preferiría morir a beber una sola poción
medicinal." "Así sea", dijo Butler, "Porque yo no quiero otra
cosa, sino que todas las mañanas toque la pequeña Piedra, que
tú ves, con la punta de la lengua. Durante tres semanas a partir
de aquí, déjale lavar los nudos dolorosos y no dolorosos todos
los días con su propia orina, y pronto lo verás curado, sigue
seguro tu camino, y díle lo que he dicho."
Alegrándome por esto, volví a Bruselas y le dije lo que
Butler había dicho.
Pero el Potentado respondió. "Ve a decir a Butler que si me
sana, como has dicho, le daré tanto como pueda pedir,
pregunta el precio y deseoso lo pondré en depósito para su
seguridad." Y cuando declaré aquello a Butler, un día después,
se enfadó y dijo: "Ese Príncipe está loco, o es necio y
miserable y por esto no lo ayudaré nunca, puesto que no
necesito su dinero, ni suplico ni soy inferior a él." Así, nunca
pude inducirle a llevar a cabo lo que había prometido primero,
por donde empecé a dudar menos que las cosas antedichas,
que había visto, fuesen como si fueran sueños.
Por el mismo tiempo sucedió que un amigo dueño y en-
cargado del horno de vidrio de Amberes, que estaba excesiva-
mente grueso, pidió a Butler con urgencia ser liberado del
problema de su gordura. Butler le ofreció una pequeña parte
174 RELATOS DE TRANSMUTACIONES
de la piedrecita, que debía chupar o tocar rápidamente con la
punta de la lengua todas las mañanas. Y en el transcurso de
tres semanas vi reducirse su pecho en un palmo, y a él vivir sin
que esto le afectara. Por lo que comencé de nuevo a creer que
lo mismo podía haber pasado con el precedente Príncipe
gotoso, al que se lo había prometido.
Mientras tanto, envié a Butler a Vilvord en busca de un
remedio porque algún enemigo secreto me había administrado
un veneno. Pues languidecía miserablemente, todas mis
articulaciones estaban doloridas y mi pulso era agitado, siendo
acompasado se había vuelto intermitente, lo que originaba los
desvanecimientos de mi mente y la extinción de mi fuerza.
Estando todavía Butler detenido en la prisión, mandó inme-
diatamente a mi criado, al que yo había ordenado que le
llevase una botellita de aceite de oliva y habiendo sido sumer-
gida en él (como otras veces) su antedicha piedrecita me envió
aquel aceite; y le dijo que con una sola gota yo untase la parte
dolorida o cada una de las partes, lo que hice y, sin embargo,
no sentí ninguna ayuda por ello. . .
Mi esposa llevaba varios meses oprimida por un dolor del
músculo de su brazo derecho, tan agudo que no podía ni
levantar la mano, ni mucho menos levantar alguna cosa. Y
además, a causa de la aflicción y pena por mí, languidecía gra-
dualmente de sus dos piernas, desde el pie hasta la ingle, con
un cruel edema, cuyo hoyo mostraba la huella de un dedo que
penetró hasta la segunda articulación. Puesto que ella había
contraído estos edemas por razón de la pena de mi tribulación,
la tal medicina era despreciada en tanto que su dolor no cesase.
Por esto ella, viendo que la acción del aceite de Butler era nula
sobre mí y queriendo burlarse de mi credulidad ante algunas
gentiles damas, untó una sola gota de aquel aceite en su brazo
derecho, e inmediatamente su libertad de movimiento fue
recuperada en mayor grado que el que pudiese esperarse, a la
vez que su primitiva fuerza: todos nos admiramos ante la
maravilla de un suceso tan repentino: por lo que ella untó los
tobillos de sus dos piernas con una sola gota en ambos lados,
extendiéndolo alrededor del círculo del tobillo y en seguida, en
menos de un cuarto de hora, todo el edema se desvaneció:
también ella, mediante el favor de Dios, vive en buena salud y
sin embargo hace ya diecinueve años de eso.6

6 Van Helmont, op. cit., pp. 587-589.


RELATOS DE TRANSMUTACIONES 175

3. El testimonio de Helvetius

Juan Federico Schweitzer,* quien, según era costumbre


entonces, latinizó su nombre cambiándolo en Helvetius,
nació en Kothen en el Ducado de Anhalt. Era un
conocido médico de renombre, autor de uno o dos libros
médicos y botánicos y médico del Príncipe de Orange.
Parece no haber duda de que fue el autor del trabajo
titulado El becerro de oro, del que fue tomado, en una
traducción abreviada, el siguiente relato de una
transmutación. Parece que en este relato no hay lugar a
ninguna duda o ilusión: Helvetius, o transmutó plomo
en oro, o ha mentido descaradamente:

El ventisiete de diciembre de 1666, por la tarde, vino un


extranjero a mi casa en La Haya, con aspecto plebeyo, ho
nesta gravedad y seria autoridad; de mediana estatura, cara un
poco larga, con unas cuantas señales de viruela y el pelo negro
en su mayor parte, no rizado del todo; desprovisto de barba, de
unos cuarenta y tres o cuarenta y cuatro años de edad (según
supuse) y nacido en Holanda del Norte. Después de los
saludos, me suplicó con gran reverencia que perdonase su
inesperada visita; dijo que era un gran entusiasta del Arte
Pirotécnico; añadió que primero trató de visitarme con un
amigo suyo, y decirme que había leído algunos de mis
pequeños tratados y, particularmente, aquél contra el Poder
Simpático de Sir Kenelm Digby y que había observado mi
duda sobre el misterio filosófico, lo que le llevó a aprovechar
su oportunidad y me preguntó si yo no podía creer que se
encontrase en la Naturaleza una tal medicina que curase todas
las enfermedades, a menos que las partes principales (como
por ejemplo los pulmones, el hígado, etc.) pereciesen, o
llegase el tiempo predestinado para la muerte.
A lo que yo repliqué: "No he encontrado nunca un Adepto

* Schweitzer en alemán, así como Helvetius en latín, quiere decir


"suizo". A pesar de sus prácticas alquimistas y de la fama de charlatán
que le ha quedado en la historia, a Helvetius le corresponde el mérito
de haber introducido en Europa el tratamiento de la disentería
amibiana mediante la raíz de Ipecacuana que recibía del Brasil. (T.)
176 RELATOS DE TRANSMUTACIONES
o visto semejante medicina, aunque he leído mucho sobre ella
y la he deseado." Entonces le pregunte si era un médico, pero
él, eludiendo mi pregunta, me contestó que era un fundidor de
latón, pero que había aprendido desde su juventud muchas
cosas raras en química, en especial de un su amigo, la manera
de extraer de los metales muchos arcanos medicinales por
fuerza del fuego y que todavía era un entusiasta de ello.
Después de una larga discusión sobre los experimentos con
los metales, este Elias me preguntó si yo podría reconocer la
piedra filosofal cuando la viese, yo le repuse que de ninguna
manera, aunque había leído mucho sobre ella en Paracelso,
Helmont, Basilius y otros; con todo, no me atrevería a decir
que pudiese reconocer la sustancia filosofal. Mientras tanto,
sacó de una bolsita que llevaba en el seno una reluciente caja
de marfil y de ella extrajo tres porciones maravillosas o
pequeños pedazos de la piedra, cada uno como del tamaño de
una nuez pequeña, transparentes, de un color pálido de azufre
que tenían pegadas las escamas internas del crisol, en donde
por lo visto se había fundido esta nobilísima sustancia; su valor
podría ser juzgado como el de veinte toneladas de oro; cuando
los hube visto y manejado vehementemente durante casi un
cuarto de hora y sacado a su poseedor muchos raros secretos
acerca de sus admirables efectos sobre los cuerpos humanos y
metálicos y otras propiedades mágicas, le devolví este tesoro
de tesoros, con el pensamiento verdaderamente apenado, según
sucede a los que son dueños de sí mismos, pero (como era
justo), muy agradecido. Y humildemente, quise además saber
por qué el color era amarillo y no rojo, el color del rubí, o
púrpura, como escriben los filósofos; él respondió, que eso no
importaba, porque la materia estaba suficientemente madura.
Entonces le pedí humildemente que emplease en mí un
poco de la medicina, para que siempre le recordara aunque
fuese la cantidad de una semilla de cilantro o de cáñamo. Él
entonces respondió: "¡Oh no, no! Esto no es legal, aunque me
dieses tantos ducados de oro que llenase con ellos este cuarto;
no por el valor de la materia, sino por algunas consecuencias
particulares; no, si fuese posible (dijo) que el fuego pudiese
quemarse con fuego, preferiría en este instante arrojar esta
sustancia a las más voraces llamas."
Pero después me preguntó si tenía otra cámara privada,
que no tuviese vista a la calle pública; entonces lo conduje
RELATOS DE TRANSMUTACIONES 177
al cuarto mejor amueblado de la parte posterior, donde entró
sin limpiarse los zapatos (llenos de nieve y barro) según la
costumbre en Holanda, y entonces no dudé ya que emplearía
en mí parte de su tesoro secreto, pero en vano; porque pidió
una pequeña pieza de oro y, quitándose su manto o hábito
pastoril, abrió su jubón, bajo el cual llevaba cinco piezas de
oro colgando de cintas verdes de seda, tan largas como la
circunferencia interior de un trinchador de peltre: y este oro
superaba al mío en tal forma, que no había comparación
posible, por su flexibilidad y color; y las siguientes figuras con
las inscripciones grabadas, son copia fiel de ellas, pues él me
permitió copiarlas. [El autor da aquí ilustraciones de estas
medallas.]
Estando yo afectado por esto y con gran admiración, quise
saber adonde y cómo las había obtenido. Y él contestó: "Un
amigo extranjero, que residió algunos días en mi casa (pro-
clamó que era un entusiasta de este arte y llegó a revelármelo),
me enseñó varias artes: Primero, cómo obtener de piedras y
cristales ordinarios rubíes, crisoprasas y zafiros, etc., mucho
más limpios que los corrientes. Y cómo hacer en un cuarto de
hora azafrán de Marte, una dosis del cual cura infaliblemente
la disentería pestilente (o flujo sangriento) y cómo hacer un
licor metálico para curar, de modo, seguro, toda clase de
hidropesías en cuatro días; y también un agua clara, límpida,
más dulce que la miel, mediante la cual en dos horas, en arena
caliente, extraería la tintura de granates, corales y otros
cristales semejantes, cosa que yo, Helvetius, no vi.
Estaba lejos de mi mente y no era capaz de comprender
cómo un jugo tan noble podría ser extraído de los metales,
para transmutar metales, y me encontraba como el perro ante
la sombra de la carne. Así, me dijo que su dicho maestro le
obligó a traer un vaso lleno de agua de lluvia y buscar algo de
plata refinada y laminada en planchas delgadas, las que se
disolvieron en un cuarto de hora, como el hielo cuando se
calienta: y entonces bebió la mitad a mi salud y yo brindé con
la otra mitad, que no tenía ni siquiera el gusto de la leche
dulce; con lo que ya se figurará que me puse muy contento. A
continuación pregunté si ésta era una bebida filosófica y para
qué bebíamos esta poción. Él replicó que no debería ser tan
curioso. Y después me dijo que siguiendo las instrucciones del
maestro, tomó un pedazo de un tubo, canalón o depósito de
plomo y una vez derretido sacó de su
178 RELATOS DE TRANSMUTACIONES
bolsillo un poco del tal polvo sulfuroso y puso un poquito en la
punta de un cuchillo y después de un gran soplo de fuelle, lo
vertió en seguida sobre las piedras rojas de la chimenea de la
cocina, que se tornaron como del más excelente oro puro; lo
que me dijo le puso en tal asombro trémulo, que apenas podía
hablar. Pero su maestro entonces lo animó de nuevo diciendo:
corta para ti la dieciseisava parte de esto como recuerdo y el
resto repártelo entre los pobres, lo que hizo. Y distribuyó gran
cantidad de limosnas, según afirmaba (si no falla mi memoria)
a la Iglesia de Sparrenda; pero si las dio varias veces o una
sola, o en la masa de oro o en moneda de plata, no se lo
pregunté.
Al fin dijo que él (continuando con la historia de su
maestro) le había enseñado por completo este arte casi divino.
Tan pronto como se terminó su historia, le pedí muy
humildemente que me mostrase el efecto de la transmutación
para confirmar mi fe en ello, pero se despidió entonces de
manera tan discreta, que lo tuve por negativa. Pero con todo
me prometió volver de nuevo al cabo de tres fines de semana y
enseñarme algunas artes curiosas en el fuego y la manera de
hacer la proyección, en el caso de que fuese legal y no
prohibido.
Y a los tres fines de semana vino; y me invitó a salir de
casa por una o dos horas y tuvimos en nuestros paseos pláticas
sobre las diversas naturalezas secretas que hay en el fuego;
pero él era muy avaro del gran elixir, afirmando gravemente
que era sólo para magnificar más la fama y hacer el nombre de
Dios más glorioso; y que pocos hombres se esforzaban por
sacrificarse a él con buenas obras y esto lo expresó como un
pastor o un ministro de la iglesia; pero ahora y entonces
mantuve los oídos abiertos, tratando de aprender la
transmutación metálica; deseando también que me estimara lo
bastante como para comer y beber y hospedarse en mi casa, lo
que perseguí tan ansiosamente que apenas ningún pretendiente
podría suplicar más para quitarle la dama a su rival, pero era
de un espíritu tan resuelto y determinado, que todos mis
esfuerzos fueron vanos: sin embargo no pude dejar de decirle
que tenía puesto un laboratorio y las cosas listas y preparadas
para un experimento y que un favor prometido era como una
deuda. "Sí, es cierto, dijo, pero yo prometí enseñarte a mi
vuelta con la condición de que no estuviese prohibido."
Cuando vi que todo era en vano, pedí encarecidamente
RELATOS DE TRANSMUTACIONES 179
al menos una Ínfima migaja o porción de este polvo o piedra,
para transmutar cuatro granos de plomo en oro; y, al fin, por su
conmiseración filosófica, me dio una migaja tan grande como
una semilla de nabo o rábano, diciendo: "Recibe esta pequeña
porción del mayor tesoro del mundo, el que realmente pocos
reyes o príncipes han visto o conocido". Pero dije, esto
probablemente no transmutará cuatro granos de plomo"; por lo
cual me pidió que se lo devolviera, lo que hice con la
esperanza de una mayor parte; pero él, cortando la mitad con
su uña, la arrojó al fuego y me dio el resto limpiamente
envuelto en papel azul diciendo: "Esto es suficiente para ti."
Yo le respondí (ciertamente con un semblante de lo más
afligido): "Señor, ¿qué significa esto?, siendo el otro
demasiado pequeño ahora me dáis menos."
Él me dijo: "Si no puedes arreglártelas así por su gran pro-
porción para una cantidad tan pequeña de plomo, entonces pon
en el crisol dos dracmas, o media onza, o un poco del plomo;
porque no debe ponerse en el crisol más plomo que aquel
sobre el cual la medicina puede actuar y transmutar." Así que
le di muchísimas gracias por mi disminuido Tesoro,
verdaderamente conturbado en sumo grado y puse el mismo
cautelosamente en una cajita diciendo que pensaba probarlo al
día siguiente; y que no se lo revelaría a nadie.
"No lo hagas, no lo hagas (dijo); porque debemos divulgar
todas las cosas entre los hijos del arte, que pueden tender hacia
el singular honor de Dios, para que puedan vivir en la verdad
teosófica y no morir del todo como sofistas." Después le hice
mi confesión, que mientras esa masa de su medicina estuvo en
mis manos, me esforcé por raspar una poca con mi uña sin
poder evitarlo; pero que no raspé casi nada, o tan poco, que
apenas sería un átomo indivisible, que, siendo extraído de mi
uña lo envolví en un papel; lo proyecté sobre plomo, pero no
se produjo ninguna transmutación; pero casi toda la masa del
plomo voló y el residuo se convirtió en una mera tierra
vidriosa; ante este inesperado sucedido dijo él sonriendo: "Tú
eres más diestro para cometer un robo que para aplicar tu
medicina; porque si hubieses envuelto tu presa robada en cera
amarilla, para preservarla de los humos que surgen del plomo,
habría penetrado hasta el fondo del plomo y lo habría
transmutado en oro; pero habiéndolo arrojado en los vapores,
parte por violencia de los humos vaporosos y parte por la
alianza simpática, se llevaron por completo la medicina:
porque el oro, la plata, el azogue y los metales
180 RELATOS DE TRANSMUTACIONES
semejantes, se corrompen y se vuelven quebradizos como el
cristal, por los vapores de plomo."
Después de lo cual le traje mi crisol donde lo había hecho e
instantáneamente percibió una tintura como el azafrán pegada
a los costados; y prometió venir a la mañana siguiente, hacia
las nueve de la mañana, y entonces me mos traría mi error; y la
referida medicina transmutaría el plomo en oro. No obstante le
rogué encarecidamente que mientras tanto se sirviese declarar
sólo para mi actual instrucción, si el trabajo filosofal costaba
mucho, o requería largo tiempo.
"Amigo mío, amigo mío (dijo), eres demasiado curioso y
quieres conocer todas las cosas en un instante, pero te puedo
decir desde ahora que ni el gran costo ni el tiempo pueden
desesperanzar a nadie; porque en lo que se refiere a la materia,
a partir de la cual se hace nuestro magisterio, me gustaría que
supieras que hay sólo dos metales y minerales, a partir de los
cuales se prepara, pero en cuanto al azufre de los filósofos, es
mucho más común y abundante en los minerales; por eso se
hace a partir de los minerales." Entonces pregunté de nuevo
cuál era el Menstruo y si la operación o el trabajo se hacía en
vasos, o crisoles.
Él respondió que el Menstruo era una sal celeste, de una
virtud celestial, para cuyo beneficio sólo los hombres sabios
disuelven los cuerpos metálicos terrenales y mediante seme
jante solución se obtiene fácil e instantáneamente el más noble
elixir de los filósofos. Pero en un crisol se hace y se lleva a
cabo toda la operación, del principio al mismo fin, en un fuego
abierto; y todo el trabajo completo no es más largo, desde el
mismo principio al fin, que cuatro días y todo el trabajo no
cuesta más que tres florines; y, además, ni el mineral, ni la cal
con la cual se lleva a cabo, eran de gran precio. Y entonces yo
repliqué que los filósofos afirman en sus escritos que al menos
siete o nueve meses se requieren para este trabajo.
El respondió que sus escritos sólo eran entendidos por los
verdaderos adeptos; por lo cual respecto al tiempo no
escribirían nada cierto: no, sin la comunicación de un filósofo
verdadero adepto, ningún estudiante puede encontrar el modo
de preparar este gran magisterio, por cuya causa yo te advierto
y te encargo (como un amigo) que no desperdicies tu dinero y
tus bienes para cazar este arte; porque nunca lo encontrarás. A
lo que yo repliqué: "Tu maestro (aunque desconocido) te lo
enseñó; luego tú puedes tal vez descubrime
RELATOS DE TRANSMUTACIONES 181
algo, que, habiendo superado los rudimentos, yo pueda en-
contrar el resto con poca dificultad, de acuerdo al viejo
dicho: Es más fácil añadir a una fundación, que comenzar
una nueva.
Él contestó: En este arte es completamente de otro
modo; porque a menos que conozcas la cosas de pies a ca-
beza, de los huevos a las manzanas; esto es, del mismísimo
principio al mismísimo fin, no sabes nada y aunque te he
dicho bastante, con todo tú no sabes cómo los filósofos
hacen para romper y abrir el sello vítreo de Hermes, al cual
el Sol envía un gran esplendor con sus rayos metálicos
maravillosamente coloreados; y en cuyos lentes los ojos de
Narciso contemplan los metales transmutables, porque de
estas formas los verdaderos filósofos adeptos recogen su
fuego; mediante cuya ayuda los metales volátiles pueden
fijarse en los metales más permanentes, ya sea oro o plata."
"Pero ya es bastante por ahora; porque quiero (Dios me
diante) encontrarte una vez más mañana, a la novena hora
(como dije) y discurrir más sobre este tema filosófico; y te
mostraré la manera de la proyección." Y habiendo marcha
do, me dejó esperándole tristemente; pero al día siguiente
no vino, ni nunca más desde entonces. Solamente envió una
excusa a las nueve y media aquella mañana, por causa de
su mucho trabajo y prometió venir a las tres de la tarde,
pero nunca vino, ni sé nada de él desde entonces; a partir
de entonces comencé a dudar de todo el asunto.
Sin embargo a altas horas de aquella noche mi mujer
(que era una estudiante curiosísima y una investigadora del
arte del cual aquel hombre poderoso había discurrido) vino
solicitándome y hostigándome a que hiciese experimento
con esa pequeña chispa de su liberalidad en aquel arte, para
estar lo más seguro de la verdad; diciéndome: "A menos
que esto se haga, no tendré descanso ni sueño esta noche".
Pero le pedí que tuviese paciencia hasta la mañana
siguiente para esperar a este Elias; diciendo:
"Probablemente vendrá de nuevo para enseñarnos la
manera correcta."
A la postre (estando ella tan decidida), mandé hacer un
fuego, pensando para mis adentros que ahora este hombre
(tan divino en su discurso) iba a ser descubierto como im
postor, y además le achacaba el que mi proyección del
polvo
que le había robado en mi uña no hubiese transmutado el
plomo aquella vez; y, finalmente, que me dio muy pequeña
proporción (como yo pensaba) de su referida medicina para
182 RELATOS DE TRANSMUTACIONES
trabajar sobre tan gran cantidad de plomo como él pretendió y
señaló para ello. Diciéndome además a mí mismo: "Temo,
temo ciertamente, que este hombre me ha engañado." Sin
embargo, mi mujer envolvió la referida materia en cera y corté
media onza o seis dracmas de plomo viejo y lo puse en un
crisol al fuego; una vez fundido, mi mujer puso dentro la
referida Medicina hecha una pildorita o botón, la que hizo
entonces tal silbido y burbujeo en su operación perfecta, que
en un cuarto de hora toda la masa de plomo estaba trans-
mutada en el mejor y más fino oro, lo que nos dejó pasmados.
Y ciertamente (aunque hubiera yo vivido en la Edad de
Ovidio) no podría haber visto una metamorfosis más rara que
ésta, por el arte de la alquimia. Podría haber gozado de los ojos
de Argos, y de cien más, y no hubiese podido contemplar esta
obra tan admirable y casi milagrosa de la Naturaleza; porque
este plomo fundido (después de la proyección) nos mostró en
el fuego los colores más raros y bellos que imaginarse puedan;
y un color muy verde, que tan pronto como lo vertí en un
lingote, obtuve el color vivo y fresco de la sangre; y,
habiéndose enfriado, brillaba como el más puro y más refinado
y resplandeciente oro. En verdad yo, y todos los que me
rodeaban, estábamos sumamente maravillados; y corrí con este
plomo aurificado (todavía caliente) a casa del orfebre, que se
maravilló con la finura; y, después de una corta prueba de
toque, lo juzgó como el más excelente oro en el mundo entero,
y me ofreció con mucho interés darme cincuenta florines ,por
cada onza de él.
Al día siguiente se extendió cierto rumor por La Haya, que
se propagó fuera, de tal forma, que muchas personas ilustres y
estudiantes me prodigaron sus amistosas visitas para su
provecho. Entre ellas, el Ensayador general o Examinador de
Monedas de esta Provincia de Holanda, el señor Porelius,
quien con otros me rogó encarecidamente que pasase parte de
él por sus pruebas usuales, lo cual hice, sobre todo para
satisfacer mi propia curiosidad.
Entonces fuimos a ver al Sr. Buectel, un platero, que pri-
mero lo trató per quartam, a saber, mezcló tres o cuatro partes
de plata con una parte del referido oro y lo laminó, lo hiló o lo
granuló y le añadió una cantidad suficiente de Aqua Fort, la
que disolvió entonces la plata y permitió que el dicho oro se
precipitase en el fondo; el cual, siendo decantado y los
residuos o polvo de oro dulcificados con agua
RELATOS DE TRANSMUTACIONES 183
y luego reducidos y fundidos en un cuerpo, se convirtieron en
oro excelente. Y, cuando habíamos temido perder, nos
encontramos con que cada dracma del dicho primer oro había,
por el contrario, aumentado y había transmutado un escrúpulo
de la dicha plata en oro, por razón de su gran y muy abundante
tintura.
Pero ahora, dudando aún si la plata estaba suficientemente
separada del dicho oro, lo mezclamos rápidamente con siete
partes de antimonio, y vertimos la mezcla en un cono y
limpiamos el régulo en una prueba, en la que perdimos ocho
granos de nuestro oro, pero después que quitamos el resto de
antimonio, o escoria superflua, encontramos nueve granos de
oro más nuestros ocho perdidos, aunque estaba algo pálido y
plateado, el cual recobró fácilmente su color total después. Así
en la mejor prueba de fuego no perdimos nada de este oro;
sino que ganamos como antes hemos dicho. La cual prueba
repetí de nuevo tres veces y lo encontré siempre igual y la
dicha plata restante del aqua fortís era de la misma plata
flexible que podía ser; así que, en total, la dicha medicina (o
elixir) había transmutado seis dracmas y dos escrúpulos del
plomo y plata, en el más puro oro.7

Estos relatos sirven al menos para informarnos de


que en el siglo xvii había pruebas escritas de transmu-
tación lo suficientemente importantes como para soste-
ner las creencias de aquellos inclinados a la alquimia.
Desde luego, nos es completamente imposible ahora
resolver la cuestión de si los autores de estos relatos
vieron realmente algo que parecía ser una transmutación
o si decían haber visto lo que habían oído decir a otros,
o si se parecían a
Sir Agripa, renombrado
por sus muchas y sólidas mentiras.

Los relatos permanecen como curiosidades, cuya


mayor atracción consiste en ser inexplicables.
Había ciertamente, y quizá se muestren todavía,
7 Cooper, William, librero. The philosophical epitaph of W.
C[ooper]... also a brief of the Golden Calf... by J. F. Helve-tius. . .
Londres, 1673-75.
184 RELATOS DE TRANSMUTACIONES
ejemplares de oro alquímicamente preparados. Así, John
Evelyn en 1644 visitó Florencia y vio en un museo "un
clavo de hierro, una mitad del cual, habiendo sido
transmutada en oro por un tal Thornheuser, químico
alemán, se considera como una gran rareza, pero, según
parecía, la parte de oro estaba soldada a la de hierro."
Existen también medallas a las que se atribuye haber
sido acuñadas con oro alquímico, pero, ¡ay!, por lo
menos algunas, son de oropel.
XIII
DE LA ALQUIMIA A LA QUÍMICA
Hay quien da como seguro que la alquimia en cierta
etapa de su desarrollo vino a ser la química. Esto es un
resumen demasiado simple de lo que ocurrió en los dos
siglos transcurridos entre las épocas de, digamos,
Paracelso y Boerhaave. La verdad es que una parte de la
alquimia se convirtió, con algún cambio, en parte de la
química y la parte que fue así traspasada fue la técnica
de laboratorio. Pero no se puede insistir mucho en que la
intención de un conocimiento investigador de las cosas
particulares, que es vital para la química, el método
científico que la hizo ser ciencia y las especulaciones
atómicas que caracterizan sus explicaciones, viniesen de
otras fuentes.
Así, la alquimia se distingue de la química primero
por sus propósitos y luego por sus métodos. El propósito
de la alquimia es la perfección de todas las cosas en su
género y muy especialmente de los metales; el de la
química es la adquisición de conocimientos respecto a
diversos tipos de materia y el uso de estos
conocimientos para toda clase de fines.
El método de la alquimia consiste en, primariamente,
el estudio de los textos alquimistas de cuyos autores se
presumía que habían conocido las operaciones que sus
lectores trataban de descubrir; después, es una reflexión
sobre la Naturaleza, según el sentido común, para des-
cubrir sus leyes generales y aplicar éstas al problema
alquimista; en tercer lugar y con mucha menos impor-
tancia, es experimento, que en todo caso estaba limitado
a los esfuerzos para encontrar las condiciones en que las
apariencias señaladas en los textos podrían ser al-
canzadas. El método de la química es la descripción
cuidadosa de los cambios en toda clase de materias y la
clasificación de tales cambios con el fin de descubrir
leyes generales. Para el químico, los libros son alma-
185
186 DE LA ALQUIMIA A LA QUÍMICA
cenes, no autoridades, no existen analogías entre el
comportamiento de los cuerpos vivos y la materia
inerte, y la prueba de todas las conclusiones es el
experimento.
El factor común de la alquimia y la química es la
técnica. Los alquimistas fueron los primeros y, antes de
la última parte del siglo xvi, casi los únicos trabajadores
de laboratorio. Habían desarrollado una técnica en
pequeña escala para separar y combinar los compo-
nentes de los cuerpos, y a su equipo y métodos técnicos
la química no añadió casi nada hasta que inició la
técnica para la captación y el estudio de los gases a
mediados del siglo xviii.
La transformación de la alquimia en química co-
menzó con el paso de esta técnica a las manos de aque-
llos que tenían otros fines distintos del perfecciona-
miento de la materia.
Los primeros de éstos, cronológicamente, fueron los
farmacéuticos. Desde quizás el año 100 d. c. hasta el
siglo xiii la destilación era casi exclusivamente una
práctica alquimista. Aunque los farmacéuticos del Islam
hablan de destilación, a menudo se refieren a una mera
extracción de jugos sin evaporar o condensar; y son
pocos los casos en que hacían una simple destilación.
Esto cambió completamente cuando se empezaron a
destilar los espíritus con fines médicos, según se
describe en el capítulo IX. Muchos libros sobre des
tilación aparecieron en los años posteriores a 1500 y en
ellos vemos que los alambiques —y demás formas más
complicadas de alambiques— estaban siendo usados por
el farmacéutico y poco después por el ama de casa, para
hacer toda clase de cordiales y aguas destiladas. Era
completamente evidente que la técnica de la alquimia se
estaba aplicando a necesidades prácticas.

Estos libros sobre destilación llevaron al hogar la


técnica alquimista. Naturalmente, el contacto con las
notables transformaciones descritas en tales libros hizo
que se interesara el hombre común en lo que
DE LA ALQUIMIA A LA QUÍMICA 187
podía hacerse por la ciencia natural y la magia natural,
que no se distinguían con mucha claridad. Así, poco
después de que los libros de destilación alcanzaran su
completa popularidad, encontramos numerosos libros de
recetas y secretos, que dan instrucciones para toda clase
de "Destilaciones operativas, perfumes, confituras,
tintes, colores y fusiones". Ejemplo típico de estos es
The Secrets of Master Alexis (1555) que nos da recetas,
como, por ejemplo: "Una sopa muy exquisita hecha de
cosas diversas", "Para poner el pelo amarillo como el
oro" (mediante un tinte hecho a base de raíz de
ruibarbo), "Un aceite o licor para hacer caer el pelo"
(sosa, cal y oropimente), "Para hacer una gran cantidad
de tinta rápidamente y con poco costo." Pero en este
recetario casero aparecen recetas claras y prácticas para
operaciones químicas tales como la sublimación del
calomel (usado al parecer como polvo facial), para hacer
bermellón, ácido nítrico, etc., y recetas de taller para la
fundición de metales, el dorado y otros.
Sin embargo, inmediatamente sigue esta notable
instrucción: "Para coger Salamandras y ocuparse o
ayudar para la vuelta de un hombre. Cuando vea a las
Salamandras yacer dormidas al Sol, póngase un par de
guantes y así vaya a tomarlas con cuidado y suavemente
antes de que arrojen su veneno (que es amarillo). En-
tonces póngalas en alguna vasija o vaso donde haya
sangre de hombre. Con esto ayudará a su vuelta muy
bien." Con qué propósito se hacía, no lo sabemos; sin
duda no era bueno.
Estos libros de recetas, que aparecen por primera
vez hacia 1550, degeneran gradualmente. En el siglo
xvii encontramos uno que empieza: "Cómo entretenerse
finamente con un gato"; hoy nadie se propondría
semejante cosa. La importancia principal de estos libros
era que daban al público en general la idea de que la
ciencia natural, y especialmente las artes químicas,
podían ser útiles.
Los tratados técnicos sobre trabajos químicos datan
al menos de las tablillas químicas asirías (p. 25). En la
188 DE LA ALQUIMIA A LA QUÍMICA
Edad Media y antes, existían como un conjunto de
recetas aisladas, a modo de las de un libro de cocina;
pero desde más o menos la mitad del siglo xvi nos
encontramos con numerosos tratados sobre artes técni-
cas; metalurgia, vidriería, fuegos artificiales, farmacia y
otros semejantes, fistos tienen generalmente poco o nada
de teoría, pero dan excelentes resúmenes de prácticas y
constituyen algunos de los primeros vestigios de
observación científica corriente. La Pirotechnia de Bi-
ringuccio (1540) es uno de los primeros entre ellos, pero
el mejor ejemplo es el gran De re metallica de Agricola,
publicado en 1556. Es imposible dar un resumen de este
magnífico trabajo que trata todos los aspectos de la
minería y la metalurgia y en el que hay una parte que
podría ser llamada química industrial. En él encontramos
los principios del análisis químico en el ensayo de los
minerales, comprendiendo el uso de pequeños hornos de
laboratorio y delicadas balanzas de ensayo. Allí está el
principio de la manufactura química en la preparación
del azufre, betún, salitre, ácido nítrico, vitriolo y otros.
Menos considerable, pero no sin importancia, es el
libro del vidriero L'Arte Vetraria, escrito por Antonio
Neri y publicado en 1612. Neri da instrucciones muy
claras respecto a la manera de purificar su álcali y para
seleccionar y pesar cristales de cuarzo y obtener con
ellos mezclas fundidas realmente incoloras. Describe
cómo se limpia de la tinta verde el vidrio por medio de
manganeso y también los métodos para hacer todos los
cristales de color, incluyendo el cristal de rubí hecho de
oro. Y no ahorra trabajos para recristalizar sus ma-
teriales. Nos dice cómo se hace el ácido nítrico y el
agua regia (ácido nitro-clorhídrico) y usa el ácido para
disolver sales metálicas e incorporarlas a sus mezclas
fundidas. El hermoso cristal de los vitrales de nuestras
iglesias medievales atestigua la elevada técnica que exis-
tía mucho tiempo antes de la existencia de Neri.
La contribución típica del siglo xvi y principios del
xvii a la formación de la química no consiste en rea-
DE LA ALQUIMIA A LA QUÍMICA 189
lizar nuevos descubrimientos, sino en el registro, como
asunto de interés general, de lo que habían sido los
secretos comerciales de los maestros artesanos. Nota-
mos la aparición de libros sobre técnicas que hoy de-
bíamos considerar como departamentos de la química
industrial. La idea de "química" —una ciencia rela-

FIG. 27. Balanzas de ensayo, de De re metallica de


Agrícola.

cionada con toda la transformación de una sustancia en


otra— no se le había ocurrido a nadie, y la palabra
chemia entonces significaba simplemente "alquimia".

En esto consiste la principal contribución de aquel


hombre extraordinario llamado Paracelso.
Philippus
190 DE LA ALQUIMIA A LA QUÍMICA
Aureolas Theophrastus Bombastus von Hohenheim,
quien parece que adoptó el nombre de Paracelso como
expresión de su eminencia, era un tipo raro, con un
carácter violento. Nació en 1493 y, a principios del siglo
xv, estudió primero en la Universidad de Basilea,
gobernada por la mente mística y mágica de Trithemius,
Abad de Spanheim. Posteriormente, en los distritos
mineros del Tirol, estudió los minerales, la minería y las
enfermedades de los mineros. En 1526 se hizo médico
en la ciudad de Basilea y dio conferencias sobre
medicina en aquella Universidad. Atacó violentamente
las teorías existentes entonces sobre medicina, así como
a sus sostenedores, y durante toda su vida se vio en-
vuelto en interminables polémicas y luchas. Vagó por
Alemania y Austria practicando la medicina y escri-
biendo sus tratados. Es difícil saber si debemos creer a
sus enemigos, que le acusan de embriaguez y corrupción
perpetua, y tampoco podemos estar seguros de la forma
en que se produjo su muerte, en 1541.
A primera vista los trabajos de Paracelso parecen
aún más extraños que los de los alquimistas, pero un
examen detenido nos muestra dos importantes factores
nuevos.
Lo primero que encontramos es un cambio de pro-
pósito. Los griegos y la mayor parte de los alquimistas
occidentales se habían dedicado por entero a la confec-
ción de metales preciosos. Algunos de los escritores
árabes, como al-Razi, se ocuparon de la medicina, y la
escuela luliana de escritores sobre la quintaesencia
daban especial importancia a sus supuestas virtudes me-
dicinales. Pero Paracelso es el primero que se preocupa
de una manera completa por la curación. El objeto de
todas sus discusiones y recetas es la cura de una enfer-
medad, y sólo se hace una mención superficial de la
piedra filosofal y la confección del oro. Su concepción
de la Naturaleza es casi por completo espiritual y
probablemente su idea principal es la existencia de
quintaesencias en las cosas, o una actividad que puede
ser separada o al menos concentrada, consiguiendo así
DE LA ALQUIMIA A LA QUÍMICA 191
una medicina particularmente activa. Suponía que el
cuerpo humano y cada uno de sus órganos estaban
activados y guiados por un "archaeus", que era un ser
espiritual, y que estaba influido por los cuerpos celestes,
que eran de la misma naturaleza. Las quintaesencias,
arcanos y otras medicinas que él trataba de hacer eran
en cierta forma espirituales, estaban llenas del quinto
elemento y eran aptas para atraer las influencias
celestiales sobre el "archaeus". Gran parte de su doctrina
puede ser encontrada en los tratados lulia-nos (cf. pp.
117-121).
Cada uno de los siete metales, como hemos visto,
correspondía a uno de los siete planetas, y así, la pre-
paración de las quintaesencias de los metales para ser
usadas como medicinas era uno de sus fines principales.
Las quintaesencias se preparaban por destilación, pero,
como los compuestos metálicos no son volátiles salvo
raras excepciones, las quintaesencias de Paracelso,
afortunadamente para el paciente, normalmente no
contenían nada del metal cuyo nombre llevaban. El
método para hacerlas consistía, en líneas generales, en
disolver el metal en algún reactivo químico tal como el
ácido nítrico o clorhídrico y destilar. El resultado no era
otra cosa que un ácido bastante diluido, la adminis-
tración del cual, probablemente, no hacía ni bien ni mal.
Paracelso comenzó también la investigación del uso de
compuestos metálicos en medicina y por tanto dio un
nuevo impulso a los que se ocupaban en trabajos
químicos, cuyas energías estaban confinadas en los bien
cultivados, pero no muy provechosos, campos de la
alquimia.
En segundo lugar, Paracelso tenía las primeras no-
ciones oscuras de las ideas que hoy en día adjuntamos a
la palabra "química". Él mismo retuvo la palabra
"alquimia" pero amplió enormemente su significado. A
veces habla de ella como del arte de separar lo "puro de
lo impuro" y, ocasionalmente, la aplica a cualquier
trabajo en el que las potencialidades de un material se
ponen en acción. En algunos casos estas definiciones
192 DE LA ALQUIMIA A LA QUÍMICA
coinciden. Así, dice: Dios hace la medicina, pero no en
su forma preparada, porque, según se encuentra en la
Naturaleza, está mezclada con escoria, la que debe ser
separada y dejar la medicina libre. Por supuesto no tenía
la idea tan clara que el moderno químico tiene de este
proceso. Hoy sabemos, por ejemplo, que hay una
pequeña proporción de un compuesto químico,
fisiológicamente activo, la quinina, en la corteza del
árbol de la quina; y que este compuesto puede separarse
en un estado puro, y después purificarse hasta más no
poder. Pero si Paracelso hubiese conocido la corteza de
la quina, hubiese pensado que contenía una
"quintaesencia de la corteza" que poseía toda la potencia
antifebril de la droga y que podía dársele cualquier
grado de potencia mediante purificaciones sucesivas,
volviéndose más y más espiritual y volátil según avan-
zaba el trabajo.
Desde que Paracelso adoptó esta amplia visión de la
alquimia, declaró que sin ella nadie podría ser médico.
Pero aún amplía mucho más el término. Da el nombre
de alquimistas a los fundidores de metales, al panadero,
al cocinero y aun al hombre que enciende y mantiene
los fuegos. De hecho da a la palabra "alquimia" casi la
misma amplitud que nosotros damos a la palabra
"química".

Los verdaderos descubrimientos químicos de Para-


celso no fueron considerables ni contribuyó con mucho
que tuviese valor para la teoría química. Él y sus se-
guidores introdujeron, en lugar de los cuatro elementos
aristotélicos de tierra, aire, agua y fuego, los "tres prin-
cipios hipostáticos", mercurio, azufre y sal. Por supuesto
no hacía nada nuevo al tomar el mercurio y el azufre
como principios, puesto que la noción de que eran los
principales constituyentes de los metales era familiar en
la alquimia, estando implícita en los textos griegos,
explícitamente admitida por los árabes y familiar a toda
la alquimia del mundo occidental. Por otra
DE LA ALQUIMIA A LA QUÍMICA 193
parte, la introducción de la sal como un principio parece
ser nueva.
Estos tres principios no eran lo que hoy día cono-
cemos como mercurio, azufre y sal. Así el Tyrocinium
de Beguinus (1611) del que se hicieron sesenta edicio-
nes en cincuenta años, nos dice que:
Mercurio era aquel fluido acre, penetrante, etéreo y
muy puro al cual se debían toda nutrición, moción,
sentido, poder, colores y retardo de la edad. Se derivaba
del aire y el agua, era un pabulum vitae (alimento de la
vida) y el instrumento más cercano a la forma. 1 (De esto
Boyle dice, "no es una definición sino un encomio".)
Azufre era aquel dulce bálsamo oleaginoso y viscoso
que conservaba el calor natural de las partes, instru-
mento de toda vegetación, aumento y transmutación y la
fuente y origen de todos los colores. Era inflamable, sin
embargo tenía un gran poder para aglutinar los extremos
contrarios.
Sal era aquel cuerpo seco y salino que preservaba las
mezclas contra la putrefacción, con maravillosos
poderes de disolución, coagulación, limpieza, evacua-
ción, dando solidez, consistencia, gusto y otros. Se pa-
recía a la tierra, no en ser fría y seca, sino en ser firme y
constante.
Estos principios no podían ser separados de la Na-
turaleza, pero correspondían a lo que los químicos pen-
saban que habían encontrado. En las destilaciones de
materia orgánica los primeros productos volátiles eran:
un "mercurio"; luego venía un oleoso, "azufre", y podía
extraerse una "sal" del residuo seco. La noción de este
mercurio era todavía análoga a la de la virtud celestial y
el mercurio filosofal. Las tres ilustraciones (láms. X XI,
XXII) muestran la forma en que uno de los para-
celsianos, Leonhart Thurneyyser zum Thurn, simboli-
zaba los tres principios y proporcionan una rectificación

l Es decir, el agente principal mediante el cual se llevaban a cabo


los cambios.
194 DE LA ALQUIMIA A LA QUÍMICA
provechosa a aquellos que quisiesen imputarles a éstos
un significado químico demasiado preciso.
Los tres principios de Paracelso y sus continuadores
tenían casi todos los vicios de los cuatro elementos.
Dieron lugar a una noción de la materia, más rica quizá,
pero más confusa y mezclada con las nociones ocultas
de la materia sutil. Sin embargo, la teoría pa-racelsiana
permaneció mucho tiempo como una teoría popular de
la materia, siendo posteriormente modificada por los
cinco principios, flegma, mercurio, azufre, sal y tierra.
Fue sostenida en cierta forma por Becher, de ahí
influyó en Stahl y los partidarios del flogisto; el flogis-
to 2 del siglo xviii es ciertamente el descendiente directo
del "azufre" de los paracelsianos, el que a su vez es
descendiente del "fuego" de los aristotélicos.
Entonces, la gran idea de una única ciencia que
abarcase todo lo dependiente del conocimiento que hoy
llamaríamos químico, del siglo xvi, se debe a Paracelso,
pero fue lenta en producir su efecto, porque las teorías
de la alquimia adoptadas por Paracelso y sus seguidores
fueron mal adaptadas a la explicación de las prácticas de
farmacia, metalurgia o cualquier otro arte útil y no pudo
servir para unificarlos. El factor común en éstos era la
técnica y lo que se necesitaba para presentarlos como
una ciencia era destacar los elementos comunes de la
técnica, distinguiéndolos de la teoría.
El hombre que inició esta necesaria reforma del
asunto fue Andreas Livabius, cuyo trabajo principal
Alchemia, se publicó en 1597. Una versión más com-
pleta de su título es "Alquimia, recogida por mano de
Andreas Livabius, Doctor en Medicina, Poeta y Físico,
de los trabajos dispersos de los mejores autores. .. y
compilados en un cuerpo integral". No había sin
embargo posibilidades de clasificar los productos quí-
micos de acuerdo con su composición, que permaneció
mucho tiempo desconocida, y así Livabius arregló su
2 Cf. p. 205.
DE LA ALQUIMIA A LA QUÍMICA 195
trabajo según el tipo de operación química y productos
finales; no, como hacemos nosotros, de acuerdo con el
material en cuestión. El trabajo está dividido en dos
partes, 1) Encheiria (manipulación) y 2) Chymia (que
consiste en una clasificación de los productos químicos,
según su método de preparación, en magisterios, 3 ex-
tractos, productos destilados, sublimados, etc.). Liva-
bius pues, consideraba la química como un arte prác-
tico, según se demuestra en su definición de la "Al-
quimia" como el arte de perfeccionar los magisterios y
extraer esencias puras de cuerpos mixtos mediante la
separación de sus materias. Destaca sobre todo la im-
portancia médica del trabajo.
Procede en primer lugar a describir los
instrumentos, vasos, hornos; luego las operaciones: la
calcinación, incineración, sublimación, coagulación,
fermentación y otras. Después, en la segunda parte,
vuelve a las variedades de los productos, tales como
metales potables, por ejemplo, soluciones de acetato
férrico, nitrato mercúrico ("pero ninguna será bebida
por aquel que sea prudente"), azufre potable (una
solución en trementina), sales, amalgamas, cales,
azafranes, licores, etc. Las recetas son genuinas y, en la
mayoría de los casos, puede verse que se describe o se
intenta algún cambio químico real.
El trabajo no contiene casi ninguna teoría química y
en ese sentido no puede considerarse como un ensayo
para un texto completo de química pero debe haber sido
un instrumento de lo más valioso para aquellos que
deseaban adquirir la práctica. La poca teoría que aparece
en él es aún la misma que la de los alquimistas. Así
tenemos: "Un metal es un cuerpo mineral, constituido
por la fuerza de virtud fecundante de los metales en el
mineral de una tierra vitriólica; de jugo mercúrico y
espíritu sulfúreo, vehículo de un calor digestivo, y que
ha tomado la forma de una sustancia fusible y
maleable". Además Livabius cree en la piedra filosofal.
3 Drogas compuestas de un cierto número de sustancias simples.
196 DE LA ALQUIMIA A LA QUÍMICA
El modelo de la Alchemia fue seguido por los textos
del siglo xvii. Hasta el siglo xviii no encontramos los
comienzos de la presentación moderna, en la que la cla-
sificación se hace por la composición química. La pre-
paración y propiedades de cada sustancia se discuten en
ellos a la luz de los principios establecidos en la parte
más temprana del trabajo.
Así, uno de los textos favoritos del siglo xvii era el
de "Nicasius le Febure, Profesor Real de Química de Su
Majestad de Inglaterra y Boticario de ordinario de Su
Honorable Casa, Miembro de la Real Sociedad". Éste
fue escrito primero en francés y traducido al inglés en
1670. "Contiene toda aquello que es necesario para el
alcance del Curioso Conocimiento de este Arte
Comprendiendo en General toda su Práctica." Es en
realidad un manual para boticarios y no un estudio cien-
tífico, pero comienza con una introducción teórica. Se
adoptan los cinco principios: flegma, mercurio, azufre,
sal y tierra. Distingue sustancias puras e impuras: "por
pureza entenderemos todo aquello que, en mezcla o
compuesto, sirve a nuestros propósitos..." Esta relación
de operaciones prácticas es admirable, pero huele a
rebotica. Su libro incluye todos los elementos de la
química; teoría, descripción y práctica, pero su defi-
ciencia consiste en que la teoría es muy pobre y arroja
poca luz sobre el resto.
Otro trabajo similar y muy popular fue el Course of
Chymistry de Nicolás Lemery, escrito y traducido en
1677. Cinco páginas bastan para los principios de la
química; las trescientas restantes tratan de práctica.
"Chymistry" es todavía "el arte de separar mezclas". El
trabajo está, con todo, mejor ordenado que el de
Livabius. Está dividido en química mineral, vegetal y
animal, germen de nuestra separación en química or-
gánica e inorgánica. Los compuestos de cada metal
están agrupados bajo ese metal en un capítulo separado
y el tratado no es muy diferente de un texto moderno
sobre química práctica.
Hemos visto cómo el texto de química práctica se
DE LA ALQUIMIA A LA QUÍMICA 197
desarrolló a partir de las tradiciones alquimistas y téc-
nicas. La verdadera teoría de la química, por otro lado,
estaba completamente divorciada de la alquimista. En el
siglo xvi se daba mucha importancia al meca-' nismo y
al proceso que existía detrás de los cambios químicos y,
en muchos autores que no eran alquimistas,
encontramos el desarrollo de lo que en realidad fueron
las ideas alquimistas. Uno de los primeros de éstos es
Bernardino Telesio, quien, en 1565, publicó un trabajo
sobre La naturaleza de las cosas. Como todos sus
contemporáneos, no pudo resistir a la tentación de cons-
truir un sistema completo del mundo partiendo de
materiales bien poco adecuados. Pero proclama que el
mundo no debe ser investigado por razonamiento, sino
percibido a través de los sentidos dirigidos hacia las
cosas mismas. Examina la necesidad de las ideas de
materia y forma, elementos y mezclas. El cielo y la
tierra son los únicos elementos y la tierra se transmuta
en minerales, jugos, metales, vapores, por el poder del
sol. La transmutación, no la combinación o la mezcla, es
la explicación que da del cambio químico.
Un sistema algo similar fue sostenido por William
Gilbert (m. en 1603), que escribió acerca del imán. En
su poco conocido trabajo postumo, A New Philo-sophy
of our Sublunary World, dice que la existencia de los
elementos es una fábula. La acción del sol sobre la tierra
genera todo. La Naturaleza no hace un compuesto por
mezcla, como un budín, sino por crecimiento, como una
planta; los minerales crecen de los jugos de la tierra, la
gran procreadora. La Naturaleza hace cuerpos, no
elementos y mezclas. Todo está guiado por la atracción
natural. El de Gilbert es un trabajo correcto, pero
contiene gran cantidad de teoría para muy pocos hechos.
Anselm Boëtius de Boodt adopta un punto de vista
bastante similar en su trabajo sobre gemas (1609). La
tierra se troca en una piedra o una gema. La causa efi-
ciente próxima del cambio es un "espíritu petrificador";
la causa eficiente remota es el calor celestial que pone
en
198 DE LA ALQUIMIA A LA QUÍMICA
acción al espíritu; la causa más remota es Dios, Deus
Optimus Maximus, padre de todas las cosas.
Si ésta y la escuela paracelsiana de químicos hubie-
sen sido los únicos contribuyentes a la química, se po-
dría decir que la alquimia absorbió los otros aspectos del
conocimiento y práctica de los cambios en la materia y
así se convirtió en la química; pero de hecho hubo otra y
muy importante escuela de pensamiento químico que no
era en absoluto alquimista. La antigua noción de que
todos los cuerpos consisten de átomos, aunque nunca
enteramente olvidada, tenía poco o ningún atractivo para
los alquimistas, porque casi toda su teoría está escrita
alrededor de las ideas aristotélicas de la materia. No
digo que la teoría de la transmutación no pudiese estar
basada en ideas atómicas; por ejemplo, la noción de
Platón sobre la tierra, aire, fuego, agua y el elemento
celestial compuesto de átomos que tenían la forma de las
cinco figuras regulares, que permitía la recomposición
de los triángulos de aire, fuego y agua para formar
nuevos átomos. De hecho, por lo demás, la alquimia
estaba realmente basada en la teoría de la continuidad de
la materia y el resurgimiento del atomismo inició una
corriente totalmente nueva. Además la alquimia apenas
podía ser separada de la idea de materia y forma (pp. 14-
16) y hubo determinados ataques contra esta antigua
doctrina.
Uno de los primeros atomistas fue Giordano Bruno
quien, en 1590, escribió su libro sobre Los principios,
Elementos y Causas de las Cosas. Sus primeros prin-
cipios son el intelecto y el alma, sobre los cuales se
encuentra el pensamiento absoluto o verdad. Los ele-
mentos materiales son tierra y agua, los inmateriales,
espíritu y alma; en lo material hay oscuridad, en lo
inmaterial luz; de la luz y el agua procede el fuego. El
aire y el espíritu son aspectos distintos de la misma cosa.
La luz es un espíritu sustancial. Los compuestos se
forman por mezcla de los cuerpos, pero están com-
puestos de átomos. El esquema, evidentemente, no es
muy diferente del sistema alquimista. Se habla mucho
DE LA ALQUIMIA A LA QUÍMICA 199
en el trabajo sobre la magia y sobre Moisés y uno
piensa que, si Bruno no hubiese sido considerado como
un héroe del racionalismo por haber muerto en la
hoguera por sus errores teológicos, la posteridad lo ha-
bría podido llamar supersticioso.
A partir de 1620, aproximadamente, los atomistas
adquirieron importancia. Francis Bacon no escribió
mucho respecto a los elementos, pero era un atomista
con una idea clara sobre la importancia de la estructura
de la materia. Miraba al elemento fuego como una
ficción y consideraba que la esencia del calor era el mo-
vimiento. Retenía todavía la idea hermética de que los
hermosos y elaborados trabajos que aparecen sobre la
corteza de la tierra surgen por la influencia y el perpetuo
movimiento de los cuerpos celestes.
Galileo Galilei (1564-1643) habla continuamente de
los movimientos de las partículas de los cuerpos y
considera al calor como un enjambre de pequeños cor-
púsculos que penetra en los cuerpos. Pero no sabía
mucho acerca de la naturaleza de la materia terrestre,
aunque su demostración de que los cuerpos celestes son
de una materia parecida a la materia terrestre, era una
demostración contra la existencia de esa materia
celestial de cuya existencia dependía gran parte de la
teoría alquimista; atacó además la idea raíz del mundo
alquimista: la vida de los cuerpos celestes.
Incidentalmente podemos señalar a Sebastián Basso
quien, en 1621, escribió 12 libros de filosofía contra
Aristóteles. Ataca la doctrina de la materia y la forma.
Si la forma sustancial del hombre le da sus propiedades,
¿acaso la forma del hombre engendra piojos? —
pregunta—. Pero realmente avanza muy poco hacia la
teoría de la química. Retiene tres de los cuatro ele-
mentos, aunque en lugar del elemento fuego establece
un "espíritu" que está integrado por pequeñas partículas
como agujas que penetran todo. La idea de este espíritu
es gemela de nuestra idea de la energía; su función era
efectuar la combinación de los elementos para producir
compuestos.
200 DE LA ALQUIMIA A LA QUÍMICA
Estos ensayos tendientes al atomismo fueron eclip-
sados por René Descartes. No era un químico en ningún
modo, pero al sacar a la luz la primera filosofía atómica
sistemática de los tiempos modernos influyó en cada
autor subsiguiente. En sus Principios de la Filosofía
Natural (1644) establece su sistema. La materia es
atómica, los átomos son simplemente extensión;
extensión y movimiento constituyen y explican todos los
fenómenos. La cuestión de una materia primera no se
plantea, sin embargo. Como todos los primeros
atomistas piensa en sus átomos como diferenciados en el
pequeño número acostumbrado de los elementos. "La
primera clase es aquella que tiene tanta fuerza de
agitación que, entrando en otros cuerpos, se divide en
minucias de pequeñez indefinida y acomoda su forma
como para llenar los rincones más estrechos. La segunda
es aquella que, estando dividida en partículas esféricas
minúsculas... son sin embargo de cierta y determinada
cantidad y divisibles en otros aún más pequeños. .. una
tercera que consiste en partículas o más toscas o menos
adaptadas a la moción. El sol y las estrellas están
compuestos de la primera; los cielos de la segunda; la
tierra y los planetas de la tercera." Así, Descartes retiene
realmente la noción de "espíritu" en su primera y segunda
materia, pero entonces da el paso principal de disociarlos
de la mente que él considera como enteramente
inmaterial.
Esta hipótesis, aunque no de base muy firme, era al
menos una explicación física y mecánica. Descartes
aplicó su teoría atómica a la explicación de fenómenos
químicos pero no con gran éxito. He aquí un pequeño
ejemplo:

Por qué el espíritu del vino arde


muy rápidamente
Ciertamente el espíritu del vino nutre muy fácilmente la llama,
porque está formado por entero de partículas muy ligeras y
sobre ellas hay ciertas ramitas en verdad tan cortas y flexibles,
que no se adhieren unas a otras (porque entonces
DE LA ALQUIMIA A LA QUÍMICA 201
el espíritu se convertiría en aceite), pero que pueden dejar
espacios muy pequeños a su alrededor, que no pueden ser
ocupados por glóbulos del segundo elemento, sino que sólo
pueden ser ocupados por la materia del primer elemento.4

Descartes es seguido por algunos otros atomistas


que teorizaban, pero que no se preocupaban de rela-
cionar sus teorías con las observaciones químicas. J. C.
Magnenus (1648) en su Democritus reviviscens
("Demócrito redivivo") relaciona la doctrina de los
elementos con la de los átomos. Los elementos están
constituidos por átomos de la misma clase y similares.
Todavía piensa que hay sólo tres elementos, tierra, agua
y fuego y que los cuerpos ordinarios son mezcla de
éstos. Considera la materia y la forma como una manera
de pensar, no como realmente existentes en la
naturaleza.
Mucho más conocido es Pedro Gassendi quien, en
1649, publicó su Sistema de la Filosofía Epicúrea. La
materia es atómica, los átomos tienen forma y corpo-
reidad y todos están formados del mismo material; son
indivisibles en cuanto a su solidez. No habla sólo en
términos de átomos, sino también de moléculas (mo-
leculae), noción que se encuentra ya en los trabajos de
los antiguos atomistas griegos. "Hay moléculas o, si se
quiere, pequeñas concreciones que, constituidas por
ciertos tipos de coaliciones más perfectas e indisolubles,
resisten mucho como semillas de las cosas, y que no son
átomos, sino cosas que pueden disgregarse en átomos."
Sigue Robert Boyle, que fue el primero que intentó
construir una teoría de la materia directamente útil para
la ciencia. Pero de paso podemos mencionar a uno a
quien Boyle había leído, hombre letrado y piadoso, Mr.
William Pemble, cuyo trabajo On the Origin of Forms
(1639) fue dedicado a Accepted Frewen (Presidente de
Magdalena). Pone en duda que las
4
René Descartes, Principia Naturae. Amsterdam, 1644, parte IV,
C. CIII, p. 246.
202 DE LA ALQUIMIA A LA QUÍMICA
formas sustanciales existan, como no sea en las cabezas
de los filósofos; y arguye que una forma no es una
sustancia. Considera los cuerpos como accidentes inhe-
rentes a la materia prima, es decir, como propiedades
independientemente alterables relativas a la misma ma-
teria. Conserva todavía la virtud celestial y los ele-
mentos aire, agua y tierra; pero su ataque a las formas
fue notada por Boyle.
De la creciente impaciencia de la época con las
corrientes aristotélica y escolástica sobre tales asuntos,
nos da una muestra el Hudibras de Samuel Butler,
"escrito en el tiempo de las últimas guerras". Su héroe
era un adepto:

Para cualquier pregunta de un Escéptico, / P,ara cada por


qué tenía él un por tanto. / ... Sus nociones se adaptaban tan
bien a las cosas / Que ya no podía decir cuál era cuál, / Sino
que a menudo confundía lo uno / Con lo otro, como han hecho
grandes sabios. / Podía reducir todas las Cosas a Actos, / Y
conocía sus Naturalezas por Abstractos; / Sabía do está la
Entidad y Quididad, / Y dónde vuelan los fantasmas de los
Cuerpos difuntos; / Dónde aparece la Verdad en Persona /
Como Palabras congeladas en el viento boreal. / Sabía qué es
qué, y hasta ahí / Puede volar el ingenio metafísico. 5

El mundo perdía rápidamente interés por el qué


5 What ever Sceptic could enquire for,
For ev'ry why, he had a wherefore. .. . His
Notions fitted things so well, That which
was which he cou'd not tell: But oftentimes
mistook the one For th'other, as great Clerks
have done. He cou'd reduce all Things to
Acts, And knew their Natures by Abstracts;
Where Entity and Quiddity, The Ghosts of
defunet Bodies fly; Where Truth in Person
does appear Like Words congeal'd in
Northern air. He knew what's what, and that's
as high As Metaphysick wit can fly.
(Hudibras, Part I, Canto I, 1.131).
DE LA ALQUIMIA A LA QUÍMICA 203
es qué en el ser esencial y estaba listo para volver sus
mentes filosóficas hacia aquello que los viejos filósofos
consideraron tan sin importancia: los cambios particu-
lares en las cosas individuales.
De 1661 en adelante, Robert Boyle mostró el ca-
rácter poco convincente de la doctrina de las formas
aplicada a fenómenos particulares y lo completamente
inadecuadas que eran todas las teorías referentes a los
elementos y a las mezclas que se sostenían entonces.
Este trabajo está contenido principalmente en el Scep-
tical Chymist (1661) y en el Origin of Forms and
Qualities (1667). La hipótesis de Boyle respecto a la
materia era atómica, no muy diferente de la de Gas-
sendi. El mundo material está integrado por átomos y
racimos de átomos en movimiento y los distintos
fenómenos se producen por el choque de una partícula
con otra. La idea de las fuerzas actuando a cierta dis-
tancia no tuvo significación hasta que fue desarrollada
por Newton.
Boyle ataca la vieja doctrina, atraído por el experi-
mento y el argumento metafísico. Así, el experimento
muestra que todos los cuerpos no se resuelven en los
mismos pocos elementos y que los supuestos tierra,
agua, aire y fuego obtenidos descomponiendo los
cuerpos por el calor no son ni elementales ni idénticos al
ser obtenidos de distintos cuerpos. Duda ciertamente de
que haya prueba de la existencia de los elementos,
aunque está muy lejos de negarla. Sin embargo no
propone ningún método práctico para descubrir si un
cuerpo es un elemento, ni hace ninguna lista de los
elementos. En consecuencia, sus ideas sobre los
elementos permanecieron sustancialmente estériles
hasta que La-voisier estableció una doctrina clara y
definida sobre los elementos derivables del
experimento. En el Origin of Forms and Qualities,
Boyle ataca en su totalidad la idea de que haya una
forma sustancial, inherente a la materia, que sea la causa
de sus propiedades. Saca la conclusión de que
semejantes formas son incognoscibles
204 DE LA ALQUIMIA A LA QUÍMICA
y por tanto inútiles para la ciencia. No rechaza por
completo la idea de materia y forma sino que dice:

No siendo la forma de un cuerpo natural, según nosotros,


sino una modificación esencial y como si fuese el sello de su
fabricante, o siendo una suma de tamaño, forma, moción (o
reposo), situación y contextura (junto con las así resultantes
cualidades) de las pequeñas partes que componen el cuerpo,
según es necesario para constituir y denominar semejante
cuerpo particular y, siendo todos estos accidentes pro-ducibles
en la materia por el movimiento local... La primera causa
universal, aunque no inmediata, de las formas no es otra que
Dios... Y entre las causas secundarias el Gran eficiente de las
formas es el movimiento local.6

Así, Boyle diría que el hierro es duro, no porque la


forma sustancial del hierro sea la causa de la dureza en
él, sino porque la forma y moción de sus partes las hace
deformables sólo con dificultad. Así, a partir de Boyle,
hemos sido capaces de sostener una teoría metafísica de
la materia, podemos decir, pero independientemente de
semejante teoría, explicar los fenómenos físicos y
químicos mediante movimientos locales, velocidades,
fuerzas, etc. La versión de Boyle de la teoría atómica
servía de mucho para dar explicaciones fructuosas de la
materia, aunque fuese usada por Mayow en sus
admirables Five Treatises. Los importantes puntos de
vista de Boyle sobre los elementos no causaron gran
impresión, porque los químicos del siglo xviii pensaban
todavía en términos de espíritus, tierras y otras entidades
recordando los viejos elementos aristotélicos. No se
hablaba mucho de elementos y átomos, hasta que Dalton
relacionó la idea de los átomos con las proporciones
cuantitativas de los elementos de Lavoisier.
Hemos trazado el desarrollo de los trabajos sobre la
práctica y la teoría química, pero aún no los hemos
encontrado reunidos en un mismo texto de química.

6 Robert Boyle, Arigin of Forms and Qualities. Oxford, 1667, p.


101.
DE LA ALQUIMIA A LA QUÍMICA 205
La primera combinación equilibrada de teoría y
práctica química parece encontrarse en los Elementa
Chemiae de Hermann Boerhaave (1732). Para él la
Química es un arte que enseña la manera de efectuar
ciertas operaciones físicas y procura también investigar
sus causas. La forma familiar del texto químico con sus
preparados y listas de propiedades comienza a surgir,
aunque aún esté lleno de prosa discursiva. Sin embargo,
su libro contiene todavía la idea aristotélica de los
elementos y la noción de principios imponderables, así
que su teoría química ayudó muy poco a las operaciones
prácticas.
Ciertamente, la combinación de la verdadera teoría y
de la sólida práctica, necesaria para que la química
pudiese avanzar con rapidez y confianza, no fue
realizada hasta que la última de las ideas alquimistas, la
del flogisto, fue refutada. La teoría del flogisto fue
durante el siglo xviii la explicación corriente de la
combustión. En resumen, se suponía que un cuerpo era
combustible porque contenía el principio material de la
combustibilidad: el flogisto. La combustión de un
cuerpo era el fluir del flogisto. Los cuerpos que
promovían la combustión eran aquellos que carecían de
flogisto y podían por tanto recibirlo fácilmente del com-
bustible. Esta idea de un principio de inflamabilidad
común a todos los cuerpos inflamables es, por supuesto,
muy antigua. Es el elemento del fuego de Aristóteles, el
azufre de los alquimistas. Cuando fue propuesto por
primera vez por J. J. Becher se suponía que era una
"tierra grasa", pero muchos partidarios posteriores del
flogisto lo consideraron un fluido imponderable. Fue
Lavoisier, cuya Révolution Chimique aclaró finalmente
estos últimos vestigios de las antiguas maneras de pen-
sar, quien dio a la química un sólido fundamento que no
ha necesitado reconstruirse nunca.
De modo que la única porción de la alquimia que
formó parte permanente de la química fue su técnica de
laboratorio. Su parte teórica sirvió temporalmente para
relacionar los cambios químicos con el mundo na-
206 DE LA ALQUIMIA A LA QUÍMICA
tural de los filósofos. Pero como el método científico
reformó la teoría química, las ideas específicas de la
alquimia no fueron únicamente desaprobadas sino que
se consideraron inútiles y fueron descartadas. Las no-
ciones de la correspondencia entre las operaciones quí-
micas y los cuerpos celestes, de la analogía entre los
cambios químicos y aquellos de los seres vivos resulta-
ron inútiles para los químicos experimentales y mu-
rieron gradualmente. La noción de "espíritu" perdió su
cualidad psíquica y aunque las diversas "materias suti-
les" de los siglos xvii y xviii (v. gr., éter, efluvios eléc-
tricos y magnéticos, calórico, los espíritus animales)
eran en realidad descendientes del antiguo pneuma, no
eran considerados como vivos o semejantes a la mente.
Hoy día hemos perdido al último superviviente de ésos,
el éter del espacio; nuestro mundo, según lo ve la
ciencia, es ahora enteramente impersonal y nada
semejante a la mente.
XIV
LA FILOSOFÍA HERMÉTICA
En el capítulo anterior vimos de qué manera la química
tomó forma como algo diferente de la alquimia;
diferente en sus fines, en sus métodos y en su técnica.
Los fines de la química consistían en investigar las
diversas clases de materia y sus cambios, para constituir
a la manera baconiana una historia natural de los
cuerpos, para elaborar a partir de ella una filosofía
natural con la ayuda de "experimentos de arte
mecánico"; y al mismo tiempo para dar direcciones
claras a los mejores métodos de hacer las sustancias
requeridas para las artes prácticas. Los propósitos esen-
ciales de la alquimia, a saber, la perfección de la materia
y el entendimiento de ésta en términos de un mundo
espiritual eran totalmente ajenos a la química. El método
de la química era experimental, consistía en el registro
de los cambios provocados por el tratamiento de
laboratorio y en el bosquejo de hipótesis como resumen
de ellos. El método esencial de la alquimia, su
interpretación de los antiguos y el considerar a la
Naturaleza a través de símbolos humanos, no tuvo parte
en ello. La técnica de la química era amplia y variada y
notablemente cuantitativa; fue mucho más allá de las
digestiones y destilaciones de los alquimistas.
Todos pudieron ver que la química era un medio de
obtener conocimientos reales acerca de las cosas; no
prometía el hecho deslumbrante de la transmutación y la
comprensión de la última naturaleza de las cosas, pero
lo que prometía lo llevaba a cabo. Así, el hombre del
siglo XVII, interesado en los cambios que se verificaban
en las diferentes clases de materia, se inclinaba a la
química más que a la alquimia. Un hombre como
Robert Boyle, aunque no consideraba la transmutación
como imposible, era enteramente un químico y llegó
207
208 LA FILOSOFÍA HERMÉTICA
a no considerar los propósitos de la alquimia como
dignos de investigación.
Los adelantos de la química no produjeron el in-
mediato descrédito de la alquimia. En el siglo XVII y
principios del XVIII fue publicada y ansiosamente leída
gran cantidad de literatura alquimista. Pero en las filas
de los alquimistas no figuraban ya aquellos que tenían
una formación mental científica, en el sentido moderno
de la palabra. Estos hombres se convertían en químicos.
Al alquimista de finales del siglo XVII no le interesaban
tanto los detalles de los trabajos de laboratorio como la
esencia o ser de la materia, sus relaciones con el hombre
y su propósito en el esquema universal. Así, el carácter
de los libros alquimistas pasa continuamente de las
descripciones de las artes prácticas al establecimiento de
grandes, pero confusos, esquemas del universo visto
bajo una apariencia espiritual.
¿Por qué eran tan populares en aquella época se-
mejantes trabajos? El investigador de la Naturaleza del
siglo XVII había sido educado en la idea de que el
propósito de la "filosofía natural" era dar un cómputo
completo del mundo natural. No había duda en su mente
de que el mundo había sido hecho por Dios y
permanecía existiendo por Él con un propósito espe-
cífico, indicado de manera literaria o figurada en las
Sagradas Escrituras. Dios y, en parte, el hombre eran
superiores, pero no estaban separados de la Naturaleza y,
como el resto de la Naturaleza, debían entrar en la
filosofía natural. El siglo XVII, como los anteriores,
estaba todavía imbuido de la idea de que la Naturaleza
era una especie de trasunto o representación de lo di-
vino, que en sus obras debían verse las obras de Dios y
que una relación del mundo que dejase fuera la actividad
del Autor y Conservador de la Naturaleza no era una
filosofía natural. Pero la nueva ciencia, que iba cobrando
interés, dejaba fuera todo aquello relacionado con Dios
o con el observador humano individual, no de propósito,
sino sencillamente porque sólo tomaba en cuenta
aquellas relaciones entre las
LA FILOSOFÍA HERMÉTICA 209
clases de cosas individuales que podían deducirse de las
observaciones que todo individuo podía hacer y co-
municar plenamente a los demás.
La nueva ciencia preguntaba y resolvía cuestiones
sobre cómo se movían las estrellas; cómo caían los
cuerpos; qué nuevos cuerpos se formaban mediante
reacciones químicas; pero nunca preguntaba, ni podía
preguntar, las razones del orden que había sido descu-
bierto, ni podía relacionar lo que describía en la Natu-
raleza con lo que el hombre experimentaba en sus
relaciones personales con la Naturaleza y con Dios.
El filósofo medieval podía ver todo el Cosmos en el
vasto empíreo que encerraba las esferas concéntricas de
los planetas que, a su vez, gobernaban todos los cambios
del mundo. Veía estos cambios como efectuados por el
deseo de Dios, cumpliendo los propósitos de Dios. Veía
el mundo como comenzado por Dios y por Él
terminado. La nueva ciencia dejaba fuera todo esto y, en
consecuencia, les parecía a los pensadores filosóficos y
religiosos que le faltaba interés o al menos que éste era
insuficiente. Había en ella un cierto número de ejemplos
de ley y orden, sin duda alguna. Pero ¿iba el hombre a
renunciar a esta maravillosa visión de un mundo
impelido por Dios, por el propósito de Dios, para
dedicarse a jugar con la medida de los péndulos y el
peso del aire?
A la mayoría, ya fuesen científicos o filósofos, esta
triste renunciación les repugnaba, les parecía imposible
y, en consecuencia, estaban envueltos en las dificultades
de combinar la relación religiosa del mundo con la
científica. Galileo, Descartes, Boyle, Newton, Leibniz,
todos tenían que buscar la armonía entre lo que se
llamaba la visión vertical del mundo, en la que todo
desciende de Dios, el Padre de las Luces, al mundo que
Él creó, ordena y conserva; y el mundo horizontal de
relaciones observadas entre objetos materiales. Sería
una larga tarea describir todas las soluciones que se
dieron. Para exponer el asunto brevemente: cualquier
teoría que considerase a la materia sin nin-
210 LA FILOSOFÍA HERMÉTICA
guna vida, completamente separada de la mente y la
mente como enteramente inmaterial, completamente
separada de la materia, se vería en dificultades para
explicar la interacción de la materia y la mente en el
hombre y, de la misma manera, el gobierno del mundo
por Dios. Sin embargo, a pesar de las dificultades que
esto acarreaba, la dirección general que tomaron los
científicos fue hacia esta separación de la mente y la
materia y ésta es todavía la actitud típica de la ciencia
de nuestros días.
Ahora, la visión del mundo que tenían los viejos
filósofos naturales y que era esencial para la alquimia
propuso como agente principal de la Naturaleza una
sustancia intermedia entre la mente y la materia y que
sería capaz de resolver muchas de estas dificultades. El
esquema medieval del mundo no podía ya satisfacer a
los hombres del siglo XVII, porque las bases habían
sido destruidas por innovadores tales como Galileo,
Boyle y Newton, que demostraban que mucho de lo que
era esencial en él no era cierto. Pero no se había dicho
nada para desquiciar la creencia en nuestro pneuma, la
sustancia intermedia, y, bajo el aspecto de espíritus
animales, efluvio magnético, éter del espacio, etc., algo
muy parecido desempeñaba un importante papel en la
teoría científica. De acuerdo con esto, escritos que
trataban de resolver en términos de pneuma las
dificultades que una ciencia materialista estaba
planteando, estaban seguros de tener auditorio. Detrás
de la alquimia, como hemos visto, había siempre una
teoría de las operaciones de la Naturaleza y esta teoría,
bajo formas algo revisadas, fue presentada de nuevo al
público del siglo XVII bajo el nombre de Filosofía
Hermética.

El nombre del dios griego Hermes, como vimos, fue


asignado a un cierto número de escritos relacionados
con la religión, la astrología, la magia y la alquimia en
los primeros siglos después del comienzo de la
LA FILOSOFÍA HERMÉTICA 211
era cristiana. Pero la filosofía hermética del siglo XVII
tenía otras muchas fuentes. Los neoplatónicos, con su
teoría de la emanación de Dios y su descenso en la
materia y animación de ella, eran de igual importancia
y, desde luego, los resultados de la interpretación de las
Escrituras eran fundamentales.
Las líneas generales de esta apreciación del mundo
se encuentran en los trabajos atribuidos a Raimundo
Lulio ya en el siglo XIV y, sin duda, en gran parte es de
origen árabe. En el siglo xv, primero en Italia y después
en Alemania, había una intensa actividad especulativa
respecto a la naturaleza de las cosas y un secreto
derivado de la, en cierto modo, estereotipada
cosmología oficial medieval, especialmente en lo refe-
rente al estudio de la "magia"; esta magia era de dos
clases principales: "magia negra", invocación a los
demonios con objeto de obligarlos o persuadirlos a
efectuar trabajos sobrenaturales y "magia natural", des-
cubrimiento de supuestas relaciones ocultas que podían
ser usadas para semejantes propósitos. De esta última
clase eran las operaciones con sellos mágicos, talisma-
nes, gemas, yerbas, etc. La línea divisoria entre la magia
natural y la ciencia natural era muy imprecisa en el siglo
XVI.
La práctica de la magia negra estaba, desde luego,
prohibida por la Iglesia y severamente castigada. La
posición de la magia natural era incierta, porque sus
adeptos la consideraban como una práctica a la vez ad-
mirable y piadosa, mientras que la Iglesia la miraba con
sospechas. Pero en países donde el poder de la Iglesia
era débil o no existía en aquel tiempo, como en algunos
lugares de Alemania y de Inglaterra, la magia natural se
discutía y practicaba abiertamente. Esta magia natural
era muy estimada por el hombre común del siglo XVII.
Es una paradoja el que fueran de este siglo los padres de
la actitud racionalista que hizo al fin increíbles
semejantes magias, y que al mismo tiempo la mayoría
de la gente tuviera un apetito insaciable por tales
maravillas No hubo nunca una edad en que
212 LA FILOSOFÍA HERMÉTICA
el literato estuviese tan ávido de las maravillas de la
astrología y la magia.
En el siglo XVII no sólo no satisfacía la nueva cien-
cia, en la que no se veía una filosofía de la Naturaleza
como un todo y que, por consiguiente, despertaba un
deseo por tal filosofía, sino que había también el deseo
de una explicación del mundo en la cual las creencias
sobrevivientes en las ciencias "herméticas" —alquimia,
astrología y magia natural— encontraran una
justificación racional. El resultado fue una defensa de
estas creencias, explicándolas y haciéndolas aparecer
racionales a la luz de una filosofía natural espiritual: la
hermética.
Esta filosofía aparece en múltiples versiones entre la
época de Heinrich Cornelius Agrippa von Nettesheim
(1486-1535) y el final del siglo XVIII. La fuente inglesa
más accesible la constituyen los escritos de Thomas
Vaughan ("Eugenius Philaletes") hermano de Henry
Vaughan, probablemente el más grande de los poetas
religiosos ingleses. Thomas Vaughan nació en 1622,
estudió en el Colegio de Jesús en Oxford y hacia 1640
se convirtió en párroco de Saint Bridget's, en
Breconshire. Es evidente que estaba profundamente
impresionado por la belleza de la campiña galesa y entre
1650 y 1655 publicó sus notables trabajos sobre la
filosofía hermética. Seguramente practicó como al-
quimista, pero, al parecer, abandonó la práctica de
laboratorio en favor de su filosofía. Su trabajo muestra
en todas sus partes un intenso amor por la Naturaleza y
un gran deseo de desentrañar los secretos de su vida.

La filosofía hermética era necesaria y deliberada-


mente misteriosa. Necesariamente porque tenía en
cuenta a Dios y a un mundo invisible que no podía ser
observado con los sentidos y, por ello, no podría ser
descrito de manera que pudiese visualizarse. Delibera-
damente porque el conocimiento, el que los filósofos
herméticos se creían capaces de alcanzar, conferiría, en
LA FILOSOFÍA HERMÉTICA 213
su opinión, un grado tal de poder que en manos del
malvado sería desastroso para el mundo.
La idea esencial de la filosofía hermética es la
cadena causal que desciende desde Dios a la materia.
Siguiendo las Escrituras, se cree que el origen de todas
las cosas es Dios, que primero consideró y después
formó la idea eterna de todas las cosas. La bondad y
belleza de esta idea le movió a hacer una copia material.
Dios, el Padre, es el fundamento o base sobrenatural de
sus criaturas; Dios, el Hijo, es el patrón a cuya imagen
fueron hechas y Dios, el Espíritu Santo, es el espíritu
que enmarcó la creación en la proporción debida al
patrón. Dios, el Padre, es así comparado al Sol; Dios, el
Hijo, a la luz y Dios, el Espíritu Santo, a un amor
ardiente, a un calor divino. Todo esto es, por supuesto,
compatible con la teología cristiana.
El proceso de la creación del mundo, según se da en
el Génesis, es evidentemente la combinación de los dos
sistemas diferentes. En uno encontramos la imagen del
Espíritu Santo descansando sobre las aguas, pero esta
"agua" era evidentemente una cosa creada. Los
herméticos suponían que Dios había creado la "primera
materia", algo que no era todavía ninguna cosa
particular, pero que era potencialmente todo. Esta
"primera materia" era una horrible y vacía oscuridad
que se condensó en aquella agua primitiva de que
hablan las Escrituras. La luz, que emanaba de Dios (no
meramente la luz física, sino la Palabra que es "Luz", de
la que se nos habla ya en el primer capítulo del
Evangelio de San Juan), atravesó la materia y formó en
ella un modelo o patrón que contenía potencialmente
todo aquello que había de haber en el mundo. El
Espíritu Santo, trabajando sobre este caos, esta
"baraúnda o limbo de todas las cosas" (y he aquí el lado
típicamente alquimista de esta filosofía), separó lo sutil
de lo grueso mediante una especie de destilación o
sublimación cósmica; "terrible y mis-
214 LA FILOSOFÍA HERMÉTICA
teriosa Radiación de Dios sobre el Caos y
Evaporaciones oscuras del Caos hacia Dios".
De esta manera, por el calor y la luz divinos, fue
primeramente separada de la masa una sustancia celeste,
sutil y espiritual, que contenía tres partes de luz por cada
una de materia. Ésta fue la parte más espiritual del
mundo, que formó los cuerpos de los ángeles, la esfera
empírea y después el cuerpo del sol y los cuerpos
celestes. Vaughan llama a esta sustancia el Anima y es lo
mismo que el "argent vive" de los textos lulianos (p.
119). Después fue separada del caos una sustancia
menos sutil, dos partes de luz por cada tres de materia, el
Binarius, que formó los cuerpos interestelares y el aun
menos sutil Ternarius, una parte de luz por cada tres de
materia, que es el pneuma —aire, aliento, espíritu— del
que tanto se habla. En este sistema, el Ternarius es el
eslabón entre el mundo celeste y el terrestre. Es el tema
sobre el que el alquimista y el mago trabajan, y los
medios de transmitir las influencias son objeto de la
astrología.
Para Vaughan, al menos, el aire no es un elemento,
ni una sustancia material en el sentido en que la tierra y
el agua son materiales. Es un hermafrodita milagroso,
lugar común de la Naturaleza. Hay en él innumerables
formas mágicas de hombres, bestias, hierbas y árboles;
es el receptáculo de los espíritus después de la
disolución. Es el combustible del fuego vital sensual. Es
el recurso último del mago, su fuego que pasa a través
de todas las manos. En este aire, o Ternarius, reside el
secreto de todas las artes ocultas.
El residuo de la masa original, después de la extrac-
ción de estos cuerpos sutiles, estaba formado por los
elementos agua y tierra. Éstos no contenían sino un
poquito de la luz, como toda clase de cuerpo tiene una
semilla de ella. El agua —por la cual no entendemos,
desde luego, el H2O del químico, sino un principio de
liquidez, fertilidad o algo parecido— es un ente más
sutil que la tierra. El agua puede elevarse en el aire
convertida en vapor y caer en rocío.
LA FILOSOFÍA HERMÉTICA 215
Es un eslabón entre el aire y la tierra y trae a la tierra las
influencias celestes. Finalmente, hay una tierra que es la
parte receptiva del mundo, que actúa como el vientre o
matriz en el que tiene lugar toda generación, recibiendo
todas las influencias.
En este sistema, como en otros muchos sistemas de
la época, no hay el elemento fuego. El fuego no es tanto
un elemento como una actividad; es aquello que
desciende de Dios, un fuego húmedo, silencioso, que
mueve todas las cosas en la Naturaleza, el Cupido que
se une a la Psique del agua.
Los elementos se desdoblan en tres cada uno. Hay,
por ejemplo, una tierra espiritual, una tierra celestial y
una tierra elemental. Este modo de estar constituidos da
a los elementos terrestres su poder para corresponder a
los cambios en el mundo celeste. Así, la tierra espiritual
corresponde a los cambios en los cuerpos espirituales
activos, por ejemplo el sol; la tierra celestial
corresponde a los cuerpos celestes pasivos, por ejemplo
la luna. Hay en los elementos terrestres un poquito de
sol y un poquito de luna que pueden casarse y en-
gendrar; éstos son el fuego y la humedad en el vientre
de la tierra. Pero qué nueva cosa se generara, dependía
de una porción de la luz original sembrada en la
sustancia en cuestión, que Vaughan llama "el artista
invisible central". Esto es lo que determina, por lo tanto,
que un león engendre un león y que el oro deba ser
engendrado por el oro y no por otro metal.

Actualmente, la teoría del proceso de la alquimia


permanece algo oscura y, desde luego, tiene un lugar
secundario. La piedra es una forma condensada y tan-
gible de la luz, obtenida mediante una separación de lo
sutil de lo tosco. Se basa sobre la sutilización y fijación
subsiguiente del Ternarius y es la sustancia que contiene
el máximo de luz. De esta manera puede perfeccionar
cualquier cuerpo, porque la luz es la idea que Dios tuvo
del mundo perfecto. Así podemos com-
216 LA FILOSOFÍA HERMÉTICA
prender cómo la piedra vino a ser simbolizada por la
figura de Cristo y por qué era considerada como Su
análogo en el mundo inferior. Cristo era el hombre
perfecto y Dios lo constituyó así con el propósito de
que el hombre fuera redimido y perfeccionado. De
manera semejante la piedra era la materia perfecta,
hecha de la luz de Dios y un cuerpo espiritual,
mediante la cual los cuerpos debían ser redimidos y
perfeccionados. No puede negarse que éste era al
menos un sistema poéticamente inspirador del
mundo. No guardaba ninguna relación con la ciencia
física tal y como la conocemos, pero ligaba a Dios, al
hombre y a la materia en un solo sistema; mostraba a
la Naturaleza como el trabajo manual de Dios,
configurada por la luz de Dios con todo, dentro de
todas las cosas, imbuida de energía por el influjo
continuo del cielo sobre la tierra. Abría ante el
hombre la posibilidad de conocer la Naturaleza
mediante el cultivo de sus poderes, en vez de sólo
registrar sus cambios externos; prometía la
comprensión, no tanto de las razones para los fenó-
menos, como del principio de vida que yacía tras
ellas. Era una concepción profundamente inspiradora
para el lado religioso y artístico del hombre. La
poesía del siglo XVII está llena de su influencia y el
mismo Vau-ghan es un poeta nada insignificante.
Veamos cómo habla de su Hyanthe, la naturaleza
húmeda pasiva sobre la que influye el fuego de lo
alto:

HYANTHE

Era apenas de Día, cuando completamente solo / Vi a


Hyanthe y su Trono. / Vestía de fresco verde Damasco, / Y
sobre un Globo de Zafiro descansaba. / Cuando vi esta Esfera
escurridiza, / ¡oh! Fortuna, pensé que se trataba de Ti. / Pero
cuando vi que presentaba / Una Majestad más Permanente, /
Pensé que no se perderían mis cuidados si / Terminaba mi
Descubrimiento.
Adormilada me pareció a primera vista, / como si hubiese
Vigilado toda la Noche, / Y por debajo, se extendía su mano, /
Blanco Soporte de su cabeza. / Pero, a segunda
LA FILOSOFÍA HERMÉTICA 217
Vista más estudiada, / Pude ver un silencioso Rocío / escurrir
por su Mejillas; no debía Manchar / Esas Mejillas en las que
sólo Sonrisas deberían reinar. / Las Lágrimas fluían con prisa,
y todo / caía. Cadenas de perlas líquidas. / Hermosas Penas y
más queridas que las Alegrías, / Que no son sino vacía música
y Ruidos, / Tus Gotas ofrecen un Premio Mejor, / Porque son
algo parecido a sus Ojos.
¡Belleza atolondrada y blanca! ¿por qué has sido / Em-
pañada con Lágrimas y no con Pecado? / '|Es cierto!' tus
"Lágrimas, como Pulidos Cielos, / Son los Claros Rosarios de
tus Ojos, / Pero están sujetas a tan extraños Hados, / Como si
tus Penas no fuesen a terminar nunca. / De Gotfas se
convierten en suspiros y después / Esos suspiros se vuelven
Gotas de nuevo: / Pero mientras el Torrente de Plata busca /
Esas Flores que lo esperan en tus Mejillas, / El Blanco y Rojo
que Hyanthe lleva, / Convierte en Agua de rosas todo su
Llanto.
¿Habéis contemplado una Llama, que surge / Del Incienso,
cuando dulces, rizados Anillos / De humo alcanzan su fin,
surgen de sus últimos débiles fulgores, / Y Ella expira toda en
Perfumes? / Así hizo Hyanthe. Aquí (dijo ella) / Nunca te
separes de esta redoma. / Contiene mi Corazón, aunque ahora
está derramado / Y en Aguas todo destilado. / Esto es aún
constante: No confíes en Sonrisas falsas. / Quien sonríe, y no
llora, engaña. / No confíes tampoco en las Lágrimas; las
pocas son falsas, / Las muchas lágrimas son verdaderas. /
Confía en Mí y escoje lo Mejor, / Quien tiene mis Lágrimas,
no puede querer Alegrías.1

1 HYANTHE
It was scarce Day, when all alone
I saw Hyanthe and her Throne.
In fresh, green Damascs she was drest.
And o're a Saphir Globe did rest.
This slipperie Spheare when I did see,
Fortune, I thought it had been Thee.
But when I saw shee did present
A Majestie more Permanent,
I thought my Cares not lost, if I
Should finish my Discoverie.

Sleepie shee look'd to my first sight, As if


shee had Watch'd all the Night, And
underneath, her hand was spread,
218 LA FILOSOFÍA HERMÉTICA
Con un espíritu diferente, nótese la belleza de esta
oración poética, expresada en el lenguaje de la filosofía
hermética:
¡Dios Nuestro Señor! esto era una piedra / tan dura como
cualquiera / De las que tus Leyes pusieron en la Natura-

The White Supporter of her head.


But at my second, studied View,
I could perceive a silent Dew
Steale down her Cheeks; lest it should Stayne
Those Cheeks where only Smiles should reigne.
The Tears stream'd down for haste, and all
In Chaines of liquid Pearle did fall.
Faire Sorrows; and more dear than Joyes,
Which are but eniptic Ayres end Noyse,
Your Drops present a richer Prize,
For they are Something like her Eyes.
Pretty white Foole! why hast thou been Sulli'd
with Teares and not with Sin? 'This truel thy
Teares, like Polish'd Skies, Are the Bright Rosials
of thy Eyes, But such strange Fates do them attend,
As if thy Woes would never end. From Drops to
sighes they turn, and then Those sighes return to
Drops agen: But whiles the Silver Torrent seeks
Those Flowr's that watch it in thy Cheeks, The
White and Red Hyanthe weares, Turn to Rose-
water all her Teares.
Have you beheld a Flame, that springs From
Incense, when sweet, curled, Rings Of smoke
attend her last, weak Fires, And shee all in
Perfumes expires? So dy'd Hyanthe. Here (said
shee) Let not this Vial part from Thee. It holds my
Heart; though now'tis spill'd, And into Waters all
distill'd.
'Tis constant still: Trust not false Smiles, Who
smiles, and weeps, not, shee beguiles. Nay trust
not Teares; false are the few, Those Teares are
Many, that are True. Trust Mee, and take the better
Choyce, Who hath my Teares, can want no Joyes.
(Magia Adamica, 1650, pp. 93-95)
LA FILOSOFÍA HERMÉTICA 219
leza: / 'ahora es un Pozo surtidor, / y muchas Gotas lo
atestiguan, / Desde que fue suavizada por Arte.
¡Dios Mío! así es mi Corazón, / todo de Pedernal,
ningún / Extracto de Lágrimas sale de él: / Disuélvelo con tu
Fuego, / que así algo podría surgir. / Y crecer en mi Campo.
Simples Lágrimas no bastarán, / pero deja que el asiento
de tus Espíritus / sea en esas Aguas, / Entonces yo, hecho de
nuevo con Luz / me moveré aparte de la Noche, / O de la
excentricidad.2

La filosofía hermética suplía en aquel tiempo una


necesidad que la ciencia no podía satisfacer; sin em-
bargo eran pocos aquellos que sentían semejante nece-
sidad, porque incluso en el siglo XVII esta filosofía
tenía un éxito limitado. La corriente del pensamiento
del mundo había sido fijada en una dirección totalmente
diferente. Se sabía muy poco de ella en Inglaterra des-
pués de 1720, e incluso en Alemania, donde tenía el
mayor éxito, apenas vio el siglo XIX.
Históricamente la filosofía hermética fue perdiendo
cada vez más su prestigio, pues la transmutación y la

2 Lord God! this was a stone


as hard as any One Thy Laws
in Nature fram'd: 'Tis now a
springing Well, and many
Drops can tell, Since it by Art
was tam'd.
My God! my Heart is so, 'tis all
of Flint, and no Extract of
Teares will yeeld: Dissolve it
with thy Fire, that something
may aspire, And grow up in my
Field.
Bare Teares Ile not intreat, but
let thy Spirits seat Upon those
Waters bee, Then I new form'd
with Light shall move without
all Night, Or Excentricity.
(Anthroposophia Theomagica, p. 28)
220 LA FILOSOFÍA HERMÉTICA
magia no pudieron sostenerse ante el nuevo criterio de
la investigación científica. Cayó en el descrédito final
cuando los espíritus imponderables: los efluvios, el
fluido eléctrico, la materia de la luz, el flogisto, el ca-
lórico, los espíritus animales, y otros semejantes, fueron
descartados de la ciencia y el hombre dejó de ser capaz
de pensar en términos de alientos e influencias.

Pero en el siglo XIX había todavía un aspecto de la


alquimia que podía despertar serio interés. No podía
interesarles como algo útil a aquellos que buscaban
resultados prácticos o una filosofía que se comprobaba
en la Naturaleza. Pero tenía un significado diferente de
los citados. Desde sus comienzos el proceso alquimista
había sido siempre considerado, por algunos de sus
propugnadores, como un proceso místico que explicaban
muy oscuramente y que se llevaba a cabo en la mente
con el intento de regenerar al Hombre. El hombre, según
esta teoría, era la fuente del mercurio filosofal, noción
fácilmente justificable en un tiempo en que se tenía por
agente de su voluntad al psychikon pneuma o "espíritu
animal", noción que persiste en ciertos círculos médicos
hasta finales del siglo XVIII.
El hombre era la vasija alquimista en la que este
espíritu tenía que ser elaborado. El hombre era asimismo
el metal común que tenía que morir y ser regenerado
como oro. Semejante creencia se encuentra, creemos, en
algunos textos griegos primitivos, tales como el Diálogo
de Cleopatra y los Filósofos (pp. 61-63). Está
claramente presente en el trabajo de Stephano del siglo
XVII y en los textos alquimistas de todas las épocas
abundan pasajes que pueden interpretarse de esta forma.
Así, los últimos escritores alquimistas, quienes en-
contraban los aspectos químicos de la alquimia tan
insostenibles como repugnantes, trataron de demostrar
que la alquimia era esencialmente un proceso místico
LA FILOSOFÍA HERMÉTICA 221
y que aquellos, pasados y presentes, que la trataron
como un proceso destinado a fabricar oro real traba-
jaban a la sombra de un error vulgar del que el ver-
dadero iniciado había sido librado.
Esta visión es insostenible, creemos. La interpre-
tación mística de la alquimia es posible y tuvo en todas
las épocas sus adeptos, pero el químico que estudia los
textos alquimistas no puede dejar de ver en ellos el fruto
de un trabajo de laboratorio. Si los materiales, vasijas y
métodos de la alquimia fuesen meros símbolos,
guardando la misma relación con la química que los
símbolos de la francmasonería guardan con la arquitec-
tura, entonces no podríamos haber visto en los alqui-
mistas los inventores de la técnica química y los
diseñadores de aparatos utilizables para el químico ac-
tual. Además si, como parece sugerir C. G. Jung, los
fenómenos alquimistas eran meras visiones o proyec-
ciones del subconsciente sobre la materia contenida en
las vasijas alquimistas, no hay razón para que los al-
quimistas realizaran trabajos prácticos con sustancias
químicas tal y como las conocemos hoy día.
Desde luego debemos admitir una tradición práctica
primaria, pero no hay razón para creer en la existencia
de una escuela de alquimistas místicos cuyo objeto era
la propia regeneración. Es completamente evidente que
la terminología alquimista era empleada en escritos
puramente místicos ya en el siglo XVI. Los escritos de
Jacob Boehme,3 por ejemplo, son ciertamente místicos y
usan las voces nitro, azufre, mercurio, sal, etc., para
denotar entidades espirituales existentes tanto en el
hombre como en el mundo; y cualquiera que considere
los símbolos de Thurneysser para las tres últimamente
nombradas (láms. X a XII) podrá comprender la
posibilidad de hacerlo. Con todo, nadie podría confundir
el trabajo de Boehme con la alquimia; evidentemente
está separado por completo del laboratorio. Los trabajos
rosacruces tratan a la alquimia
3 Místico alemán. (1575-1624).
222 LA FILOSOFÍA HERMÉTICA
de manera muy semejante; y en el siglo XVIII encon-
tramos muchos libros alquimistas que parecen ser mu-
cho más místicos que prácticos.
Esta tendencia culminó en 1850, cuando la señora
Atwood, antes señorita South, en compañía de su padre,
el Sr. Thomas South, escribió un notable trabajo, que
todo el que estudie la alquimia debe leer antes que nada,
si consigue obtenerlo, A Suggestive Enquiry into the
Hermetic Mystery. Este libro es muy impresionante y
está escrito evidentemente con el fuego del entusiasmo.
El estilo es extraño y arcaico, imitando el de Thomas
Taylor, el platónico. El libro compara la alquimia con
los misterios de los antiguos; y sostiene que es un
proceso mental. La materia prima es el elemento medio
del filósofo hermético; el Ter-narius, la región de la
existencia fantástica e imaginativa del hombre, la región
"astral" de los teósofos; la vasija es igualmente el
hombre y el trabajo es la purificación y exaltación de
esta parte más baja de la mente, para realizar así el
trabajo místico y juntar el hombre a Dios. Ella creía que
el trabajo era "manual", tal como dicen a menudo los
trabajos alquimistas. Pero, mientras que la interpretación
corriente de esta palabra nos lleva a pensar en la
alquimia como la manipulación en el laboratorio de
vasijas y materia con las manos, tal como en la química,
la Sra. Atwood interpretó la palabra "manual" como el
uso de las manos en la inducción del trance hipnótico,
que había sido recientemente descubierto y era de gran
interés.
Suponía que es posible influir y manipular en la
parte inferior de la mente del hombre mediante las ma-
nos del adepto. Esta influencia había de permitir a la
materia prima salir del hombre para ser usada en el
proceso alquimista que, al decir de ella, debía también
efectuarse en el hombre como vasija. No nos ha causado
impresión la evidencia del proceso "manual". Además,
no tenemos razón alguna para creer que Thomas South,
la Sra. Atwood o quienquiera que sea, en época
moderna, realice otra cosa que la mera in-
LA FILOSOFÍA HERMÉTICA 223
ducción hipnótica por tales medios y nos inclinamos a
considerar como la contribución principal de la Sug-
gestive Enquiry, siendo como es profundamente impre-
sionante, el establecimiento de la existencia de una
alquimia mística, y para caracterizar su tesis, esa alqui-
mia es esencialmente un proceso alquimista inducido
por un "manual", como interpretación de una alquimia
que los alquimistas de épocas anteriores no hubieran
reconocido como verdadera.
Considerar a la alquimia como una simple química
práctica es indudablemente un error; considerarla úni-
camente como un proceso interior mental no lo es
menos.
Si la alquimia fuese idéntica al misticismo, sería
difícil comprender por qué los de mente mística, que
querían transmutarse ellos mismos, recurrieran a esta
jerga de azufres y mercurios, alambiques y crisoles, en
una época en que los más grandes místicos, Ruysbroek,
Eckhart, autor de la Nube de lo desconocido y después
Santa Teresa y San Juan de la Cruz, escribían en un
lenguaje cuyo significado no era intencionalmente os-
curo, sino que lo era a causa del tema. Evidentemente,
si los escritos alquimistas trataban sólo de encubrir un
proceso mental, es inverosímil que hayan tratado de
encubrir el misticismo cristiano, el propósito de la unión
con Dios.
Se puede considerar que todos los aspectos de la
alquimia han sido explicados, si se la considera como
una filosofía práctica natural, es decir, una química de la
entidad "espíritu" o "aliento", el cual los alquimistas y
filósofos herméticos creían que penetraba tanto en el
hombre como en los metales. Este pneuma o espíritu, la
sustancia intermedia entre lo celeste y lo terrestre, es la
materia esencial de la alquimia de cualquier período.
Los primeros alquimistas identificaban el agua destilada
y "vapores sublimados" con este pneuma; después otros
líquidos volátiles, tales como ácido nítrico y alcohol,
parecían ser ese pneuma; luego se identificó con aquel
supuesto instrumento mágico que describe
224 LA FILOSOFÍA HERMÉTICA
Vaughan; finalmente se le consideró en algún sentido
como parte de la mente humana.
Queda entonces aclarado que, mientras los hombres
creyeron en el pneuma como un agente que obraba en la
Naturaleza y en la operación mental del hombre y
llamaban a la manipulación de semejante pneuma por el
nombre de alquimia, esta palabra podía aplicarse a
varios experimentos diferentes; primero a los que se
hacían destilando y sublimando sustancias en el labo-
ratorio; algo que podríamos llamar una química material
de los cuerpos volátiles. En segundo lugar a un proceso
mental en el que el mago trata de asir el pneuma,
proyectarlo en una vasija y fijarlo para que pueda ser
manejado como una sustancia material. En tercer lugar,
a manipulaciones del pneuma o espíritu del hombre, que
podían equivaler a un verdadero proceso místico. Si
llamamos a la alquimia "una química del espíritu", será
posible comprender sus muchos aspectos y los puntos de
vista contradictorios de aquellos que no han entendido
sus caracteres esenciales.
XV

RELACIONES DE LA ALQUIMIA
CON LA CIENCIA
El hombre de ciencia que ve por primera vez un texto
alquimista espera encontrar algo parecido a un texto de
química, aunque mucho menos desarrollado y exacto.
Pero, de hecho, lo que encuentra se parece muy poco a
la ciencia. Vale la pena examinar aquí la raíz de las
diferencias entre alquimia y ciencia natural para
descubrir por qué la alquimia no es sólo una química
rudimentaria y hasta qué punto intenta algo de que la
ciencia moderna no se ocupa.
La ciencia moderna, y con ella la química, hace
observaciones, las refiere claramente y sin secreto, de-
duce de ellas leyes generales, las explica en términos de
teorías y deriva otras leyes de éstas. Además, com-
prueba cada paso en sus inducciones y deducciones
probando sus aseveraciones con objeto de descubrir en
cuánto aquello que ha sido registrado e inferido corres-
ponde a lo que se observa, experimentalmente o de otras
formas. La ciencia natural no admite nada que no pueda
ser observado, claramente establecido y comprobado de
alguna forma. Aspira a interpretar el mundo en términos
de unos cuantos principios simples, inexplicados ellos
mismos. Así, podemos considerar la química como
capaz de ser totalmente expresada en términos de unos
cuantos principios simples; v. gr.: electrón, protón,
neutrón, relatividad, ley cuántica, etc. Con todo, el
pequeño número de principios requeridos todavía
permanecerá inexplicado. He aquí la primera diferencia
entre la intención de nuestra ciencia y aquella de los
antiguos filósofos naturales.
La ciencia se ocupa de aquella parte del mundo que,
usando sus métodos, es investigable, y no hace intento
alguno para considerar el resto. No investiga sobre la
causa final de la existencia de las cosas; no
225
226 LA ALQUIMIA Y LA CIENCIA
trata de incorporar el mundo de la actividad mental
individual en su relación con lo que todos percibimos en
común. El objetivo de la ciencia es limitado y para
cualquier hombre, en cualquier época, muy limitado.
Cada científico trata de añadir una pequeña sección de
la creciente obra del conocimiento, pero, como cien-
tífico, no trata de construir un sistema del mundo que
incluya todo lo que el hombre puede tratar de conocer,
pasado y presente.
El alquimista, cuando no era un mero multiplicador
de metales, buscaba un esquema completo de las cosas,
en el que Dios, los ángeles, el hombre, los animales y el
mundo inorgánico tenían todos su lugar; en el que el
origen del mundo, su propósito y su fin fuesen
claramente visibles. Semejante meta es claramente
inalcanzable para la ciencia, puesto que incluye como
objetos de la ciencia, filosofía y religión. Se deduce
entonces que la actitud y método del alquimista diferían
ampliamente de los del químico moderno.

La alquimia no buscaba sólo tratar con materias a las


que la química no se aproxima, sino que incluso omitía
investigar sobre asuntos que la química ha hecho suyos.
Los alquimistas no trataban de establecer o aun
contribuir a un Catálogo de sustancias químicas, ni
tampoco se ocupaban de su cronología ni de clasificar
sus cambios. No encontramos en los trabajos alqui-
mistas ningún intento de catalogar las clases conocidas
de materia y establecer sus propiedades, ni siquiera de
hacer informes generales de la manera en que una clase
de cuerpos pasa a otras clases. La mirada de los al-
quimistas se dirigía hacia un trabajo particular, la per-
fección de la materia, que prácticamente significa la
elaboración de la piedra o quintaesencia y que es pri-
mariamente un trabajo que debe hacerse y sólo secun-
dariamente un conocimiento que debe adquirirse. Ade-
más, el conocimiento que buscaban los alquimistas no
era una descripción de los cuerpos, sino un principio
LA ALQUIMIA Y LA CIENCIA 227
o esquema general, en términos del cual fuesen inte-
ligibles los procesos naturales.
Más aún, la alquimia carecía de la estrecha unión
con la industria que ha estado siempre presente en la
química. La alquimia trataba ciertamente de ser útil.
Constantemente oímos que el alquimista pensaba usar su
oro para construir puentes o iglesias, para financiar
cruzadas o para socorrer al pobre; o que acaso trataría de
usar la piedra como un elixir para curar enfermedades.
Pero no se propone nunca el uso público de tales cosas,
la revelación de sus conocimientos para beneficio del
hombre. El mismo alquimista aplicaría el oro o curaría a
los pocos que quisiera curar. No hay que echar
margaritas a puercos. Cualquier revelación del secreto
alquimista se consideraba completamente improcedente
y era casi seguro que acarrearía un castigo impuesto por
las autoridades. La razón que se daba generalmente para
semejante secreto era el probable abuso que podían
cometer unos malvados del poder que les confiriera el
secreto alquimista, y esta razón merece nuestra
aprobación. Los alquimistas sentían ciertamente una
gran responsabilidad moral por el resultado de su
trabajo, una responsabilidad que no siempre corre
parejas con los científicos actuales.
El propósito material de los alquimistas, la transmu-
tación de los metales, ha sido ahora cumplido por la
ciencia y la vasija alquimista es la pila de uranio. Su
éxito ha tenido precisamente el resultado que los alqui-
mistas temían y contra el que se guardaban: el que se
encuentre un poder gigantesco en manos de personas
que no tienen un entrenamiento espiritual para recibirlo.
Si la ciencia, la filosofía y la religión, hubiesen
permanecido asociadas como lo estaban en la alquimia,
hoy no tendríamos que afrontar este temible problema.

Así como había una diferencia de objetivo entre la


alquimia y la química, había también amplia diferen-cia
de método y práctica.
228 LA ALQUIMIA Y LA CIENCIA
Los alquimistas no trataban, como los científicos, de
elevarse de observaciones particulares a reglas generales
y de reglas generales a teorías, sino que obtenían su
teoría de la tradición y se dedicaban a aplicarla en la
práctica. La alquimia mira hacia atrás. Los cuatro
elementos y los dos vapores de Aristóteles, el pneuma de
los estoicos y la astrología de Babilonia, son los
orígenes de sus teorías. Su investigación es un intento
para descubrir los designios de los hombres del pasado,
los hombres que sabían. No era un gran volumen de
trabajo de investigación lo que se necesitaba para el
éxito en el descubrimiento, sino la penetración de una
inteligencia individual.
Esta diferencia se refleja en sus hábitos de trabajo, y
así podemos comprender cómo la ciencia es una
empresa cooperativa mientras que la alquimia era per-
sonal. Cada alquimista deseaba cumplir un cierto come-
tido alcanzando el conocimiento del esquema de las
cosas y un dominio sobre la materia. La idea de con-
tribuir en una pequeña parte al conocimiento total del
hombre no le había atraído; estaba haciendo un trabajo
sobre la materia y sobre él mismo y, si no completaba ese
trabajo, fracasaba. No encontramos ninguna prueba
evidente de colaboración entre los alquimistas. Eran
más bien artistas, artífices que trataban de perfeccionarse
a sí mismos en una comprensión o sabiduría
concerniente a la Naturaleza que no podía ser transmitida
a través de textos escritos. Con todo, había una parte de
los conocimientos de los alquimistas que podía ser
transmitida: concretamente la técnica de laboratorio; y en
esto había un verdadero progreso. Los alambiques
árabes son mejores que los de María la judía y los de
Brunschwyg y sus contemporáneos (hacia 1500) son
mejores que los árabes. A los alquimistas les
corresponde el mérito de haber desarrollado plenamente
una técnica progresiva de laboratorio, pero estaban
convencidos de que esta técnica no era lo que hacía un
alquimista. El hombre que podía realizar trabajos
químicos no era sino uno de los "cocineros
LA ALQUIMIA Y LA CIENCIA 229
de Geber"; el verdadero alquimista era el que entendía
las vías secretas de las cosas. El artista perfeccionando
su arte y el místico alcanzando una comprensión ine-
fable, se asemejan más al alquimista que el científico,
que sólo estudia su pequeño campo, que sólo aporta una
pequeña parte a la estupenda estructura del cono-
cimiento de la Naturaleza.

La alquimia era esencialmente religiosa. Su filosofía


tendía hacia la unificación de toda la Naturaleza en un
único esquema, cuyo autor reconocido era Dios. La
actitud del alquimista hacia la Naturaleza era religiosa.
Su visión era jerárquica; catalogaba a las sustancias de
las que se componía el mundo en grados de valor. Los
ángeles eran más valiosos que el hombre; el hombre
más que los animales; los animales más que las plantas,
las plantas más que los elementos; el quinto elemento
era más valioso que los otros, el fuego más que el aire,
el aire más que el agua, el agua más que la tierra, el oro
más que los otros metales. Se pensaba en los cambios en
la Naturaleza como exaltaciones o degradaciones en esa
escala. El alquimista tenía un aprecio directo intuitivo
de la Naturaleza, reaccionaba afectivamente hacia los
cuerpos y los amaba de acuerdo con su valor, que viene
de su semejanza con lo espiritual, la parte más noble de
la Naturaleza. Esta visión fue facilitada por la visión del
alquimista de todas las cosas como interpenetradas y
animadas por un espíritu viviente. El mundo para él
estaba vivo y, como ya Aristóteles vio antes, pugnando
hacia la perfección de la idea de Dios que está sobre él.
La ciencia no sabe absolutamente nada de todas
estas ideas. Ninguna cosa vale más que otra a los ojos
del científico. Si ama a la Naturaleza, ese amor no tiene
cabida en sus libros. La materia para él no es viva y la
vida que estudia en biología no es esa vida que
experimentamos y deseamos tener en mayor abun-
dancia.
230 LA ALQUIMIA Y LA CIENCIA
Muchas, pues, son las profundas diferencias entre
alquimia y química; pero, a pesar de todo, la contri-
bución de los alquimistas a la química no debe de nin-
guna manera ignorarse. Según parece, los alquimistas
inventaron, y desde luego transmitieron, los fundamen-
tos de la técnica de laboratorio. Nos enseñaron cómo
manejar los reactivos, como destilar, sublimar, filtrar y
cristalizar; distinguieron y nombraron reactivos tan
importantes como los ácidos minerales y el alcohol. En
este aspecto, la alquimia se continúa con la ciencia
moderna.
Más aún, los alquimistas basaron su trabajo sobre la
idea de la ley natural. No trataban de obtener
intervenciones arbitrarias o milagrosas en el orden de la
Naturaleza, como lo hacía el tipo del mago, muy común
en la Edad Media, que trataba de cambiar el curso de la
Naturaleza invocando los demonios. El alquimista creía
que, en virtud de un proceso natural, el oro había sido y
estaba siendo generado en las rocas y trataba de obtener
ese proceso en el laboratorio. Su teoría de la generación
del oro era incorrecta, pero tratando de hacer lo que
hace la Naturaleza, estaba llevando a cabo lo que se ha
convertido en un procedimiento tipo y respetable de la
ciencia. Así la alquimia, en tanto que era investigación
de laboratorio basada en supuestas leyes de la
Naturaleza, estaba en la línea de progreso que ha
conducido a la ciencia moderna.
¿Tiene hoy la ciencia algo que aprender de la alqui-
mia? Nada, creemos, porque la ciencia ha sido refinada
hasta llegar a ser un instrumento casi perfecto para sus
propósitos. No es posible ninguna importación de lo
filosófico o religioso a la ciencia. Pero ¿tiene el cien-
tífico algo que aprender del alquimista y sus contem-
poráneos medievales? Quizá. Puede aprender que hay
aspectos de la Naturaleza que no aparecen en las re-
vistas científicas, que nuestras impresiones de ella tie-
nen algo, tanto del hombre como de la materia. Puede
considerarla bajo el aspecto de valor tanto como bajo
LA ALQUIMIA Y LA CIENCIA 231
el de la disposición en el espacio y en el tiempo; puede
meditar sobre el misterio de la existencia del mundo y
de su relación con él.
No volveremos a los alquimistas, pero sin duda el
péndulo, que ha oscilado de la visión espiritual de las
cosas a la material, oscilará de nuevo, y las generacio-
nes posteriores verán el concepto medieval y alquimista
de la Naturaleza como un pobre indicio de la filosofía
natural que habrán alcanzado.
RECOMENDACIONES PARA LECTURAS
DE AMPLIACIÓN

No es fácil proseguir estudios alquimistas más allá del


resumen dado en este libro sin hundirse en aguas
bastante profundas. La lista de libros que aquí aparece
está muy lejos de ser completa, pero tiene el mérito de
consistir sólo en trabajos dignos de confianza. Muchos
de los resúmenes más antiguos sobre alquimia están
faltos de crítica y sentido histórico y muchos de los
modernos son meras charlas alquimistas. Desgra-
ciadamente la mayoría de los libros aquí recomendados
son caros y raros y es muy difícil estudiar este asunto
sin bolsillo bien provisto o el acceso a una de las gran-
des bibliotecas.
Entre los trabajos generales sobre alquimia que pue-
den ser recomendados a un lector serio y que son de
fácil obtención están:
Hopkins, Arthur John. Alchemy, child of Greek philo-
sophy. Nueva York, Columbia University Press,
1934.
Jung, Carl Gustav. "Psychologie und Alchimie." Zurich,
Rascher, 1944. (Psychologische Abhandlungen, vol.
V).
Read, John. Prelude to chemistry; an outline of alche-
my, its literature and relationships. Londres, G. Bell
and Sons, Ltd., 1936.

Se encontrará mucha información valiosa en los


trabajos más amplios que citamos a continuación:

Kopp, Hermann F. M. Geschichte der Chemie. Braun-


schweig, 1843-1847, 4 vols.
Lippmann, Edmund Oskar von. Entstehung und Aus-
breitung der Alchemie, mit einem Anhange: Zur
alteren Geschichte der Metalle. Berlín, J. Springer,
1919-1931, 2 vols.
232
LECTURAS DE AMPLIACIÓN 233
Revistas referentes a la historia de la ciencia, tales
como Ambix (revista de la Sociedad para el Estudio de
la Alquimia y la Química primitiva) e Isis, Revista
Internacional dedicada a la Historia de la Ciencia y la
Civilización, deben, sin duda alguna, ser consultadas,
así como los trabajos generales sobre la historia de la
química.

1. Trabajos sobre química anteriores al periodo de


la alquimia:
Bailey, Kenneth Claude. The older Pliny's chapters on
chemical subjects. . . Editado con transcripción y
notas por... Parte 1-2. Londres, E. Arnold & Co.
1929-1932, 2 vols.
Partington, James Riddick. Origin and development of
applied chemistry. Londres [etc.] Longmans, Green
and Co. 1935.
Thompson, R. Campbell. On the chemistry of the
ancient Assyrians. Londres, Luzac & Co., 1925.

2. Alquimia y química en el período del


año 100 a. c. al 1000 d. c.
La obra indispensable es, desgraciadamente, muy
rara, a saber:
Berthelot, Pierre Eugene Marcellin. Collection des an-
cíens alchimistes grecs. Texto y traducción. París,
1888, 3 vols.

Otros trabajos de Berthelot que son valiosos para


éste y períodos algo posteriores son:
Archéologie et histoire des sciences. Paris, 1906.
Introduction á l'étude de la chinde des anciens et du
moyen âge. París, 1889. Histoire des sciences: la
chimie au moyen âge... París,
1893, 3 vols. Les origines de
l'alchimie. París, 1885.
234 LECTURAS DE AMPLIACIÓN
3. Alquimia árabe; los siguientes trabajos
son valiosos:
Holmyard, Erik John. The works of Geber, traducción
de Richard Russell, 1678. Nueva edición con pró-
logo de... Londres, J. M. Dent & Sons, Ltd., 1928.
----Avicennae De congelatione et conglutinatione lapi-
dum: being sections of the Kitâb al-Shifâ. Textos
latinos y árabes; editado con una traducción inglesa
de los segundos, y notas críticas, por E. J. Holm-
yard... y D. C. Mandeville. . . París, P. Geu-thner,
1927.
----Kitab al-'ilm al-muktasab fi zira'at adhdhahab; book
of knowledge acquired concerning the cultivation of
gold, by Abu 'l-Qasim Muhammad ibn Ahmad
al-'Iraqi. Texto árabe, publicado con traducción y
prólogo. París, P. Geuthner, 1923.
Kraus, Paul. Jabir ibn Hayyan, contribution à l'histoire
des idees scientifiques dans l'Islam. El Cairo, Imp.
del Instituto francés de arqueología oriental, 1942-
1943, 2 vols.
Ruska, Julius Ferdinand. Numerosos trabajos, todos en
alemán, especialmente Tabula Smaragdina; ein Bei-
trag zur Geschichte der hermetischen Literatur, Hei-
delberg, C. Winter, 1926.
"Turba philosophorum"; ein Beitrag zur Geschichte der
Alchemic. Berlín, J. Springer, 1931. (Quellen und
Studien zur Geschichte der Naturwissenschaften
under der Medizin. Bd. 1.)

Hay numerosos artículos valiosos por H. E. Staple-


ton, pero que son de difícil acceso, puesto que están
contenidos en las Memoirs of the Asiatic Society of
Bengal.

4. Alquimia medieval y posterior


Mucho de lo que ha sido escrito sobre esto no es en
absoluto digno de fe; la mejor fuente inglesa son los
capítulos sobre el asunto en
LECTURAS DE AMPLIACIÓN 235
Thorndike, Lynn. History of magic and experimental
science. Nueva York, Columbia University Press,
1923-1941, 6 vols.

Artículos útiles con información biográfica y bi-


bliográfica de alquimistas individuales anteriores a
1400 se encuentran en:
Sarton, George. Introduction to the history of science.
Baltimore, pub. por la Carnegie Institution of Wa-
shington por la Williams & Wilkin Company, 1927-
1948, 3 vols. in 5.

Los textos de esta época, es necesario leerlos en su


mayor parte en el latín original, pero A. E. Waite ha
traducido al inglés un cierto número de ellos que in-
cluyen :
The Hermetic Museum, restored and enlarged:. . . now
first done into English from the Latin original
published at Frankfort in the year 1678. . . [Anón.]
Londres, }. Elliot & Co., 1893, 2 vols.
Bonus of Ferrara. New peace of great price. A treatise
concerning the treasure and most precious stone of
the philosopher. Traducción inglesa. Londres, Ja-
mes Elliott & Co., 1894.
Grataroli, Guglielmo. Turba philosophorum; or, as-
sembly of the sages called also the book of truth in
the art end the third Pythagorical Synod An ancient
alchemical treatise translated from the Latin...
Londres, G. Redway, 1896.

Hay algunos textos alquimistas ingleses del siglo


XVII, pero son raros:
Ashmole, Elias Theatrum chemicum Britannicum.
Londres, 1852. (Se trata de una colección de poesía
alquimista inglesa, valiosa en todos sentidos, que
debería ce ser reimpresa.)
Norton, Thomas. The ordinall of alchemy. (Reimpre-
236 LECTURAS DE AMPLIACIÓN
so del anterior en facsímil, con un prólogo de E. J.
Holmyard.) Londres, 1928.

Bebe recordarse que, puesto que la alquimia es un


asunte enormemente oscuro, las traducciones de los tra-
bajos alquimistas contienen seguramente muchas inter-
pretaciones dudosas y por tanto no se debe confiar
demasiado en ellas.
Este libro se acabó de imprimir el día 30 de
agosto de 1957 en los talleres de Gráfica
Panamericana, S. de R. L., Parroquia 911
(esq. Nicolás San Juan), México 12, D. F. Se
tiraron 10,000 ejemplares, y en su
composición se utilizaron tipos Elec-tra
9:10, 8:9 y 7:8 puntos. La edición estuvo al
cuidado de Francisco González Aramburo.

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