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Introducción
En este trabajo me propongo hacer un análisis crítico de cómo opera en la
actualidad la ideología prostituyente del sistema capitalista patriarcal para
perpetuar los lazos de dominación de las mujeres. Desde la perspectiva
lesboabolicionista en la cual me inscribo, intentaré visibilizar los mecanismos
de naturalización de la política sexual prostituyente, en base a los cuales se
pretende esencializar el lugar de servidora sexual de lo que denominaré la
Mujer unidimensional. Esta noción, tiene como referencia teórica, los aportes
de Herbert Marcuse respecto de su tesis del Hombre Unidimensional (1964),
aunque lo retomo imprimiéndole un giro feminista a sus formulaciones. Para
este último objetivo, considero indispensable el pensamiento abolicionista de
Sonia Sánchez, Marta Fontenla, María Galindo, Sheila Sheffreys, Carol
Pateman y Beatriz Gimeno.
1
En el S. XIX, junto a los esfuerzos críticos por desnaturalizar y deslegitimar la
prostitución de mujeres, nace el movimiento abolicionista, de la mano de las
sufragistas inglesas lideradas por Josephine Butler (1828-1906), quienes se
organizaron para luchar contra las denominadas “leyes de enfermedades
contagiosas” aprobadas por el Gobierno en los años 1864,1866 y 1869. Estas
reglamentaciones estatales higienistas de la prostitución habilitaban la
persecución policial y el control médico del cuerpo de las mujeres en las
ciudades y los puertos militares. Las mujeres podían ser arrestadas con penas
de hasta 9 meses si un policía consideraba, según su arbitrario punto de vista,
que estaban ejerciendo la prostitución. La preocupación del Estado por la salud
de los clientes-prostituyentes recaía en los violentos controles del poder médico
sobre las mujeres señaladas como únicas responsables de la transmisión de
enfermedades sexuales. Ya que a los varones no se les pedía ningún estudio
para dar cuenta de su estado de salud. En cambio, las opciones establecidas
por ley para las mujeres se reducían a dos caminos, los análisis médicos o la
prisión.
En la lucha por la abolición de la prostitución inaugurada por Josephine Butler
ocupaba un lugar importante la visibilización y denuncia del tráfico de mujeres
para la prostitución denominada por aquel entonces “trata de blancas”.
En nuestro territorio, la figura de Julieta Lanteri (1873-1932) es ineludible a la
hora de hacer un recorrido genealógico por la historia del feminismo
abolicionista Argentino. Conocida es su comunicación en el Primer Congreso
Femenino Internacional de la República Argentina de 1910 titulado “La
Prostitución” donde expresó con énfasis su lucha contra los Gobiernos que
sostienen y explotan la prostitución femenina. También resulta oportuno
nombrar a la primera directora del periódico feminista “Nuestra Causa”, Petrona
Eyle (1866-1945) fundadora de la “La liga contra la trata de blancas” 1 en el año
1924.
Cabe señalar que la trata de blancas para la explotación sexual se profundiza a
principios del Siglo XX en nuestro país como bien documenta Dora Barrancos,
en el marco de una política estatal reglamentarista de la prostitución que duró
hasta el año 1936.
1
Centenario Primer Congreso Femenino Internacional de La República Argentina mayo de
1910, Edición Conmemorativa, Buenos Aires, 2010, p.577.
2
También quisiera mencionar a María Abella de Ramírez, una feminista nacida
en Uruguay que vivió en la Ciudad de La Plata. En el año 1908 publicó un libro
titulado En pos de la justicia donde encontramos un apartado titulado
“Programa mínimo de reivindicaciones femeninas” en el cual reclama que la
prostitución sea tolerada pero no reglamentada 2. Una clara postura
abolicionista respecto del tema.
Ahora bien, una cuestión a señalar, es que a pesar de la diversidad de
corrientes y tradiciones ideológicas del feminismo de la primera Ola,
(librepensadoras, anarquistas, socialistas, etc) y de las estrategias elegidas
para combatir la desigualdad entre varones y mujeres, no cabían dudas de que
dos instituciones paradigmáticas de la supremacía masculina eran el prostíbulo
y el matrimonio.
En este sentido, podemos afirmar que las relaciones de prostitución no eran
entendidas como un patrimonio exclusivo del mundo prostibulario sino que
también eran pensadas como relaciones constitutivas de la institución
matrimonial. Cabe señalar, que esta caracterización, como bien destacó Carol
Pateman, encuentra antecedentes en la voz de una pionera del feminismo
occidental como lo fue Mary Wollstonecraft, autora del libro Vindicación de los
derechos de las mujeres (1792) quien consideró al matrimonio como una forma
de “prostitución legal”.3
Ahora bien, volviendo a la argentina de finales del S. XIX y principios del S. XX,
tenemos que en la esfera pública los varones en tanto colectivo sexo-genérico
tenían garantizado el acceso irrestricto al cuerpo y la sexualidad de las mujeres
en los prostíbulos o casas de tolerancia que el Estado reglamentarista les
ofrecía por el lado de la ley, y las mafias de tratantes y rufianes como la Zwi
Migdal les brindaba por el lado de la clandestinidad. A su vez, en la esfera
privada, el varón en tanto individuo veía garantizado su territorio de dominio
sexual sobre una mujer gracias al código civil de 1869 heredero del Código
Napoleónico de 1804 el cual establecía la relativa incapacidad de la mujer
casada normativizando en el contrato matrimonial la sujeción política, jurídica, y
económio-sexual de la esposa a su marido.
De esta manera tenemos que la prostitución privada y la prostitución pública
establecen diferentes modalidades en las cuales se instituyen las relaciones de
2
De Ramírez, María Abella, En pos de la Justicia, D. Milano, La Plata, 1908, p.173.
3
Citado por Pateman, Carol, The Sexual Contract, Cambridge, Polity Press, 1988, p.190.
3
propiedad patriarcal. La mujer-privada que es propiedad de un solo varón en el
marco del contrato sexual4 matrimonial y la mujer-pública que es propiedad de
todos los varones en el marco del contrato sexual prostibulario.
Las relaciones de prostitución implican la convergencia de poderes que
configuran la dominación económica, política y sexual de las mujeres
legitimadas desde la ideología prostituyente. Esta ideología prescribe el
estereotipo femenino en base a las figuras aparentemente opuestas de madre
y de puta. De esta forma tanto la prostitución pública como la privada
encuentran su causa en una supuesta “naturaleza” indecente de la mujer-puta
o una “naturaleza” decente de la mujer-madre. De la ficción del instinto materno
derivaría la situación de que sean las mujeres las encargadas de los trabajos
domésticos no remunerados (limpiar, cocinar, cuidar a los hijos) como así
también las violaciones maritales. Y como dije anteriormente la prostitución
pública es para la ideología prostituyente el resultado de una naturaleza
femenina viciosa. Desde este enfoque determinista, la causa de la explotación
sexual de las mujeres radicaría en las mujeres mismas. Nuestros supuestos
instintos naturales, sean puros o viciosos, aparecen como la piedra fundacional
del ordenamiento patriarcal.
Es claro que las relaciones de servidumbre sexual propias de la prostitución
marital o prostibularia, nunca fueron un derecho para las mujeres, sino que, por
el contrario, fueron y siguen siendo las instituciones que garantizan el derecho
masculino de uso y abuso del cuerpo, la sexualidad y la fuerza de trabajo de
las mujeres.
En la actualidad, la ideología prostituyente pretende presentar estos lugares de
subordinación sexual definidos históricamente por y para los varones, como
lugares de libertad de elección, derechos y beneficios para las mujeres en base
a ciertas concesiones económicas que en épocas anteriores el patriarcado no
nos daba.
Ejemplos paradigmáticos de esta situación son el alquiler de vientres
eufemísticamente denominada maternidad subrogada como así también la
regulación de la prostitución prostibularia como trabajo sexual autónomo.
Como bien podemos leer en el manifiesto de la reciente campaña “No Somos
Vasijas”:
4
Tomo el concepto de “contrato sexual” tal y como fue desarrollado por la feminista Carol Pateman.
4
si en las sociedades tradicionales, los matrimonios concertados o la
compra por dote, son las típicas formas en las que se ejerce el control
sexual de las mujeres, en las sociedades modernas, la prohibición del
aborto, la regulación de la prostitución y la maternidad subrogada son sus
más contundentes expresiones.5
6
Jeffreys, Sheila, La industria de la vagina, Buenos Aires, Paidós, 2011.
7
Jeffreys, Sheila, Op. Cit. p. 13.
5
proxenetas y la forma en que se contabilizan para sostener economías de
países pobres y ricos y el pago de las deudas externas de los primeros, a
través de las remesas provenientes de las migraciones de mujeres que
terminan explotadas sexualmente.”8
Sin embargo, la estrategia ideológica del patriarcado capitalista actual pretende
invisibilizar a todos los sectores que viven de la explotación del cuerpo de las
mujeres (proxenetas, policías, jueces, funcionarios políticos, hoteleros,
periódicos, etc) presentándola como una forma de vida libre, e incluso como
una práctica sexual transgresora. El derecho al placer que el feminismo supo
reivindicar desde sus comienzos, es vaciado de su contenido emancipador
para significar ahora el derecho sexual masculino de uso y abuso de las
mujeres. Este desplazamiento de sentido protege a una figura clave del mundo
prostibulario: el prostituyente. Esos consumidores masivos de subordinación
femenina cuya demanda alimenta y fomenta la trata de mujeres con fines de
explotación sexual. Pero que, como veremos, también se suman orgullosos a la
lucha reglamentarista atacando la estrategia abolicionista ya que ésta pone en
cuestión el derecho a prostituir.
Un ejemplo significativo que podemos dar es el manifiesto “No toques a mi
puta” escrito por varones intelectuales y de profesiones liberales como el
abogado Richard Malka que, cabe aclarar, es uno de los representantes legales
del ex director del FMI, Dominic Strauss-Kahn acusado de proxenetismo y
violación.
En dicho manifiesto, los prostituyentes se autodenominan “343 bastardos”
parodiando el manifiesto que en el año 1971 Simone de Beauvoir redacto bajo
el título “Yo aborté” donde 343 mujeres declaraban haber abortado cuando
todavía el aborto era ilegal en Francia.
En el manifiesto de los “343 bastardos”, que por cierto sólo eran 19, leemos:
9
Angeline Montoya. “”No toques a mi puta”: un manifiesto de varones que no quieren perder privilegios
genera rechazo en Francia”. Publicado en Comunicar Igualdad, periódico virtual. Disponible en
http://www.comunicarigualdad.com.ar/no-toques-a-mi-puta-un-manifiesto-de-clientes-de-prostitucion-
causa-un-revuelo-en-francia/ [22 de junio de 2015]
10
Peralta, Margarita. “El deseo y la lucha”, Suplemente las 12, 4 de octubre de 2013. Disponible en
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-8351-2013-10-04.html [22 de junio de 2015]
7
libertad-patriarcal, es habitado por una estructura jerárquica con dos posiciones
cristalizadas en base a la diferencia sexual: la del dominador y la de la
dominada, en otras palabras, la de quien debe estar siempre al servicio del
placer ajeno y la de quien tiene el poder de disponer de cuerpos ajenos. Pero
esta estructura jerárquica, es pincelada por la ideología prostituyente, como la
consagración universal de la igualdad y la libertad sexual.
Estas ficciones del poder patriarcal necesarias para naturalizar los privilegios
de la supremacía masculina, van de la mano con el mito del buen prostituyente
que los 343 bastardos construyen de sí mismos al presentarse como
rechazadores del proxenetismo y la trata. Con esta operación ideológica se
configura el relato ampliamente difundido por el patriarcado capitalista
neoliberal de un supuesto mundo prostituyente adulto, próspero, libre y feliz
para todas y todos. Esta libertad de mercado sexual es la libertad que los
prostituyentes ofrecen a lo que podríamos denominar, parafraseando a
Marcuse, la Mujer Unidimensional.
En el año 1964, Herbert Marcuse, referente de la Escuela de Frankfurt, publicó
el libro El Hombre Unidimensional. En dicha obra sostiene que las democracias
capitalistas de la sociedad industrial avanzada no escapan a la calificación de
totalitarias ya que consolidan la dominación más firmemente que el
absolutismo. La eficacia de la dominación, dice, se debe al hecho de que el
proceso de integración y asimilación de las fuerzas o intereses antagónicos al
orden establecido, es decir de las clases explotadas y los grupos oprimidos, se
lleva a cabo, en la sociedad de masas, sin un terror abierto. El autor dice:
Una ausencia de libertad cómoda, suave, razonable y democrática, señal
del progreso técnico, prevalece en la sociedad industrial avanzada.” 11
El eje de su crítica gira en torno a la visibilización de los mecanismos de control
que la sociedad de masas utiliza para reconciliar toda oposición al sistema.
Una dominación con rostro democrático que silencia y absorbe toda disidencia
en nombre de la libertad y la opulencia, satisfaciendo ciertas necesidades para
que la servidumbre sea agradable. Si bien señala, que no dejan de existir
aquellos cuya vida es el infierno en la sociedad opulenta, mantenidos a raya
con una brutalidad que revive las prácticas medievales.12, no duda en afirmar
11
Marcuse, Herbert, El hombre Unidimensional, Barcelona, Ariel, 2010, p.41.
12
Marcuse, Herbert, El hombre Unidimensional, Barcelona, Ariel, 2010, p.61.
8
que cuando el proceso de integración se realiza sin terror, la dominación se
consolida con mayor firmeza.
Ahora bien, esta diversidad de mecanismos de control, los unos más sutiles
que hacen agradable la servidumbre a través del incremento en la capacidad
de consumo, o bien, los otros más explícitamente violentos que utilizan formas
de tortura y brutalidad para evitar una oposición al todo, generan lo que
Marcuse denomina, el Hombre Unidimensional, cuyo modelo de conducta y de
pensamiento no escapa a las formas de vida impuestas por el sistema. La
libertad del Hombre Unidimensional, dice Marcuse, se convierte bajo el
gobierno de una totalidad represiva, en un poderoso instrumento de
dominación. En sus palabras:
15
Sánchez, Sonia y Galindo, María, Ninguna mujer nace para puta, la vaca, Buenos Aires, 2007, p.136.
11
Porque una institución fundada en la desigualdad de poder entre varones y
mujeres, entre varones y travestis no puede ser juzgada en términos éticos,
sino en términos ético-políticos. La despolitización y moralización que
promueve la ideología prostituyente del trabajo sexual para pensar las
relaciones de prostitución conduce a la afirmación contradictoria del “buen
opresor”. Defender la figura contradictoria de “dominadores buenos” es un viejo
mecanismo de legitimación que no tiene lugar en nuestra mirada crítica. Porque
como bien dice la leyenda feminista “el príncipe azul no existe el padrote
prostituyente sí”. Este “patronato del buen prostituyente” promovido por el lobby
reglamentarista tiene el claro interés económico de no desalentar la demanda
de un negocio millonario que se realiza a costa de nuestros cuerpos.
Para terminar quisiera leerles un fragmento de la carta que circuló
recientemente en las redes sociales de Huscke Mau 16, una sobreviviente de
prostitución alemana, dirigida a quienes se consideran representantes de las
“trabajadoras sexuales”:
Por favor lee el lenguaje de los foros de puteros, lee como les pone, como
disfrutan sabiendo que eso no le gusta a la mujer, sino que lo hace por
dinero, que está obligada a hacerlo, porque necesita la maldita pasta, o
porque en la habitación contigua hay sentado un proxeneta. Cómo ellos
deliberadamente tratan de transgredir los límites, manifestando su lado
sádico, si no lanzándose a fondo a ello, si de forma muy consciente. No se
trata de sexo en la prostitución, se trata de poder. Y sólo de poder. No
hagas como si las mujeres pudieran vivir ahí su sexualidad, el único que la
vive es el putero, cuyos deseos tu satisfaces. O sea, a tu costa. (…) La
prostitución es violencia. Una máquina de satisfacción machista.
Bibliografía
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