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Me apasionó leer un libro de Felipe Garrido titulado El buen lector se hacer, no nace.

El mismo es a
la vez una reflexión sobre la lectura y pautas, desde su experiencia, para formación de lectores.
Binomio que en la sociedad dominicana, constatado en los ultimos estudios nacionales e
internacionales, ha ido menguando.

El título per se contiene muchas implicaciones. Nos sugiere que una persona para llegar a ser lector
requiere del ejercicio sistemático de esa actividad, que es un conocimiento aprendido que requiere
de adistramiento, que hay categorías de lectores y que los buenos lo son porque se han entrenado
en el oficio, entre otras.

No voy a detenerme en la sencillez, claridad y puntualidad del libro o la celeridad con que se puede
leer o aquellos aspectos de análisis del discurso, estudios lingüísticos o quizás en los componentes
paratextuales que le hacen faltan. Comparto con ustedes, queridos lectores, dos ideas que expresa
el autor y que cito en dos párrafos. La primera la expone cuando arguye que:

“No basta con alfabetizar a una persona. Después de haberla alfabetizado es preciso formarla como
lector; acostumbrarla a leer. A leer en serio, obras cada vez más importantes, de cualquier índole y
además obras literarias. No simplemente libros de consulta, historietas ni novelitas corrientes,
porque esa lectura es demasiado sencilla; exige muy poco del lector, no lo ejercita en el manejo del
lenguaje, que se traduce en el manejo de las ideas, de los sentimientos y las emociones. Y ese uso
del lenguaje es necesario no sólo para leer poesía y grandes novelas o cuentos, sino para resolver
los problemas en otros campos, como la política, las fianzas, la medicina, la ingeniería... a final de
cuentas, puede contribuir a mejorar cualquier actividad” (Garrido s/n, p. 18) .

Sin duda expone una realidad de su contexto, sin embargo, ella es extrapolaria. Aplica a nosotros
como sociedad y como agentes de un sistema educativo que procura egresados críticos, capaces de
construir sus propios aprendizajes, buenos ciudadanos e individuos empoderados de las
problemáticas sociales y comprometidos con las soluciones. La realidad es que sin buenos lectores
el ideal es inasible. Y el problema nos golpea de bruces.

Los buenos lectores cada vez son menos, son menos cada día los adolescentes y jóvenes que leen
como actividad cognitiva, por placer o por cultura. Es muy común ver en el ámbito educativo que
los alumnos solo leen textos que se les asigna como requisito para aprobar una asignatura, fuera de
esto la lectura es nula.
La literatura sufre la peor parte. Nadie quiere leer esos libros tan viejos con historias a veces
complicadas y con un lenguaje muy sofisticado. ¡Claro! a causa de mi pobre léxico y por la vaguedad
de no buscar en el diccionario. Ojo, libros viejos con lenguaje sofisticado.

Lo que se quiere leer son libritos, que como dice el autor, que exigen poco del lector y no lo ayuda
ni siquiera a ejercitarse en un buen manejo del lenguaje. Y no hablar de la criticidad. Todo esto
ayudado primero, por un currículo que ha ido dejando de lado las humanidades; segundo, y no en
pocos casos, acompañado de maestros que carecen de las estrategias y destrezas necesarias para
la enseñanza y promoción de la lectura literaria.

La simplicidad, superficialidad, desinterés, desvalorización y desconocimiento de lo literario está a


la orden del día. Es necesario un nuevo renacer que incluya nuevos enfoques con presentación
atractivas para las nuevas generaciones.

La segunda idea que comparto de este autor, la expresa cuando escribe:

“Cada vez veo trabajar a estos promotores recuerdo a doña Guadalupe, mi abuela materna: sentada
en una silla, a la puerta de su casa, en Torreón, se ponía un libro en las rodillas y nos leía cuentos de
príncipes y hadas. Los muchos nietos formábamos un corro silencioso al que se sumaban algunos
vecinos. Cuando el tiempo le apagó la vista, doña Guadalupe nos los contaba de memoria,
mezclados con sus aventuras en los días terribles de la revolución —contar es tan importante como
leer—. Mi abuela no había leído una línea de Goodman ni de Elkind ni de Hidalgo Guzmán. Mi abuela
jamás nos puso a jugar. Sencillamente nos contaba o nos leía historias chuscas, terroríficas,
maravillosas. Sencillamente nos enseñó a amar la lectura, puso su parte para que aprendiéramos a
leer” (Garrido s/n, p. 73) .

Después de leer este párrafo es innecesario decir que el problema de la lectura hoy día tiene al
menos uno de sus tentáculos en la familia, como mucho de los problemas sociales que nos aquejan.
La experiencia personal que nos cuenta Felipe Garrido deja bien claro que su formación lectora viene
de su familia, específicamente de su abuela. Esas horas que la abuela dedicaba a leerle y contarle
historias fue la base y el empuje para que llegara a brotar el amor por la lectura. Sin haber mucho
detalles de doña Guadalupe, puedo inquirir que fue una gran promotora y cultivadora de la lectura,
y quizás sin ella saberlo, pues no solo le leía a sus nietos, sino que sembraba la semilla del saber en
aquellos niños de su vecindad que ávidos iban en las tardes a escuchar las historias de doña
Guadalupe. Sin tener el dato me atrevo a decir que muchos de ellos hoy son buenos lectores.
La abuela no era una experta literaria, pero supo asumir el compromiso de educar y formar a los
suyos con algo que parece simple, la lectura de cuentos infantiles. Sin tener pedagogía supo
impregnar en el corazón de sus nietos y vecinos el valor de la lectura autotélica. No pretendo hacer
una apología de doña Guadalupe, pero sí quiero dejar claro el papel que juega la familia en la
educación y formación de una persona.

En los momentos actuales, la familia es el eslabón perdido en la cadena educativa. El compromiso


que deben asumir lo han transmutado a los maestros y entienden que el aprendizaje del niño solo
es responsabilidad del maestro. Muchos creen que si el niño no quiere estudiar el maestro debe
cambiar de estrategia y así exponen una sarta de recomendaciones que hablan más del desinterés
que tienen algunos padres que la preocupación real de que el niño aprenda o desarrolle el hábito
por la lectura.

Son muchas las acciones concretas que pueden y deben hacer los padres, madres o tutores para
fomentar el amor por la lectura a los hijos:

- Comience por el ejemplo de doña Guadalupe, dedicando un momento diario a leer con su
hijo.
- Lea usted, fórmese también, de manera que su hijo lo vea como algo habitual.
- Elabórele horario de estudio y supervíselo.
- Cuéntele historias suyas, o de personalidades de la historia universal o nacional. Para esto
último tiene usted que leer.
- Regálele libros para fechas especiales (acorde a su edad) como el día de reyes, así deja el
metamensaje de que leer es divertido.
- Haga que su hijo le cuente historias, así lo motivará a que se la aprenda.
- Organice una biblioteca familiar donde sus hijos puedan leer y estudiar.
- Realice excursiones a bibliotecas, librerías o ferias con ellos.
- Pregúntele, ¿qué leyeron hoy en clase?
- Lea el periódico con él.
Las familias pueden emplear estas y otras estrategias con los más pequeños a fin de ir inculcando
la pasión por la lectura. Refiero el libro de Beatriz Actis titulado Lecturas, familias y escuelas, es una
guía de estrategias y metodologías para padres y maestros que puede ayudar en cómo trabajar la
promoción de la lectura en la escuela y el hogar. Para solucionar el escollo que representa el bajo
nivel de lectura y su comprensión hay que entramar todos los estamentos sociales y asirlo a la
solución. La familia no se puede quedar. El problema no se lo podemos dejar solo al sistema, o al
maestro o la sociedad. Comience la solución en la casa, continuaremos en la escuela.

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