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CF - Unidad 1-La naturaleza de la ética y la ética de la ley natural

Universidad ISALUD

Departamento de Educación a
Distancia

Comienzo y Fin

Unidad 1
La naturaleza de la ética
y la ética de la ley natural

Diana Cohen Agrest

1
Diana Cohen Agrest ©
Universidad ISALUD
Venezuela 925/31 - C1095AAS - Bs. As. Argentina - Tel +54 11 5239-4000
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CF - Unidad 1-La naturaleza de la ética y la ética de la ley natural

Unidad 1: La naturaleza de la ética y la ética de la ley natural

GUÍA DE LA UNIDAD

En esta Unidad 1 vamos a desarrollar los siguientes Contenidos:

I. Introducción

II. ¿Qué convierte a un hecho en un dilema moral?

III. Una historia

IV. Una aclaración sobre lo legal y lo moral

V. La ética de la ley natural

V. I. Ley natural y derecho natural

V. II. Aplicación del punto de vista teológico en el contexto médico

V. III. Dificultades de aplicación

Esta Unidad no posee textos de lectura fuera de los incluidos en los Contenidos

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Unidad 1. La naturaleza de la ética

I. Introducción

El sentido común suele identificar la ética con la moral, y a menudo


espontáneamente usamos uno u otro término indistintamente. Pero si aspiramos a
cierta precisión conceptual, deberíamos advertir que la moral se suele caracterizar
como el conjunto de normas y conductas predominantes en una sociedad dada. En
cierto sentido, nos es impuesta: así como miramos cierto programa de TV o
escuchamos cierta radio, porque todos lo miran, porque todos la escuchan… así
nuestras creencias sobre lo que es digno de aprobación o, por el contrario, de
censura, a menudo corren detrás de lo que los otros aceptan o desaprueban. En
contrapartida, la ética es la reflexión sobre el conjunto de conductas y normas
imperantes de la sociedad y, por extensión, es la reflexión sobre cómo conducir
nuestra vida. En palabras más comprensibles: mientras la ética es la teoría sobre el
hecho moral, en cambio la moral alude al hecho moral mismo. Si se suele recurrir a
la palabra ‘ética’ es, precisamente, porque desde el momento que es
auténticamente elegida, la ética es expresión de nuestra capacidad de deliberar y
decidir, finalmente, de acuerdo con nuestros valores más personales. Por añadidura,
es un compromiso asumido frente a nosotros mismos, e implica ocuparnos de cómo
deberíamos vivir y de qué deberíamos hacer.
Examinemos tres de los resortes morales que deberían intervenir en una
decisión de índole ética: las emociones, las razones y los valores.

Por empezar, las emociones nos son útiles, y juegan un papel fundamental en
nuestros procesos de decisión, porque nos indican qué es aquello que importa. No
obstante, cuando un conflicto donde se ponen en juego diversos valores ‘nos golpea’
en el corazón, tendemos a creer que el sentimiento que se despierta en nosotros
espontáneamente es suficiente para juzgar acertadamente los acontecimientos, sin
siquiera llegar a pensar en los otros aspectos del problema. Pero, al decir de ese
célebre psicoanalista, Jacques Lacan, “los sentimientos mienten”, por lo cual no
siempre podemos fiarnos exclusivamente de aquello que sentimos. Nuestros
sentimientos pueden ser el mero resultado de los prejuicios o de los factores
culturales que habitualmente regulan nuestras vidas. No se trata, por lo visto, de
subestimar la esfera de las emociones, sino de preguntarnos si nuestras respuestas

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emocionales son las apropiadas en las circunstancias en juego. Una vez reconocida su
importancia, es notorio que las emociones deben operar en colaboración con las
mejores razones.

Toda vez que se juzga el valor de cierta conducta, o cuando se trata de tomar una
decisión, deberíamos buscar las mejores razones en las que fundar nuestra elección.
Esas razones, cuando son buenas y genuinas razones, expresan una necesaria
preocupación por las consecuencias de nuestros actos a corto, mediano y, en la
medida de lo posible, a largo plazo, teniendo en cuenta a todos los que serán
afectados por nuestra acción. Pues la idea primordial es que los intereses de todos
los individuos son igualmente importantes, que el bienestar de los otros es tan
importante como el nuestro.
Esas mejores razones deben ser complementadas apelando al recurso de la
imaginación: ponernos empáticamente en el lugar de los otros nos ayuda a juzgar
acerca de nosotros mismos y, fundamentalmente, acerca de los demás. Adoptando un
punto de vista neutral, imparcial, sin dejarnos llevar por una ciega satisfacción de
nuestros intereses o inclinaciones personales.
Estos resortes deben ser ayudados apelando al recurso de la imaginación: Esta
facultad permite ponernos empáticamente en el lugar de los otros, representarnos
los deseos e intereses de los otros como si fueran los propios. En el fondo, esta es
otra formulación de la Regla de Oro: “no hagas a los demás lo que no quieres que te
hagan a ti”.
Y cuando hay muchas personas involucradas, la moralidad nos exige una
consideración imparcial de los intereses de cada uno de los individuos afectados por
el conflicto: la idea básica es que los intereses de todos los individuos son igualmente
importantes, que el bienestar de los otros es tan importante como el nuestro. De allí
que deban maximizarse los intereses de las partes involucradas, procurando el mayor
número de consecuencias positivas a partir de un ejercicio imaginario en el cual me
represento a todas las partes afectadas como si pertenecieran a un único yo. En este
ejercicio, buscaremos adoptar un punto de vista neutral, imparcial, sin dejarnos
llevar por una ciega satisfacción de nuestros intereses o inclinaciones personales.

Estas tres condiciones —la evaluación de las consecuencias, el tomar en cuenta a


todos los que serán afectados por nuestra acción y el ponernos en lugar del otro— son
esenciales toda vez que examinamos críticamente sobre nuestros juicios y nuestras
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elecciones cotidianas. Pues la moralidad implica el esfuerzo de guiar nuestra


conducta según las mejores razones, otorgándole igual importancia a los intereses de
cada uno de los individuos que será afectado por nuestra conducta.

Por último, necesitamos reflexionar si los valores que defendemos se encuentran en


conflicto con otros valores importantes. Desde la perspectiva aquí adoptada, los
valores no son absolutos, esto es, simples, unívocos, y aplicables en todos los casos
sin excepción. Si ese fuera el caso, no habría dilemas morales. Pero los hay.

En esta Unidad 1, tras examinar cuándo un problema se torna un dilema,


ilustraremos argumentativamente el tratamiento de un dilema moral. Finalmente,
nos detendremos en una distinción fundamental en el tratamiento de las cuestiones
bioéticas: la distinción entre lo legal y lo moral.

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II. ¿Qué convierte a un hecho en un dilema moral?

Muchas elecciones responden directamente a preferencias personales, y las


acciones que resultan de estas elecciones no son ni morales ni inmorales.
Solamente llegan a ser objeto de discusiones morales debido a:

•• las intenciones que las impulsan,


•• los resultados que producen, y
•• los valores de la sociedad o del individuo que estas acciones reflejan.

Veamos un ejemplo:

Alguien le pregunta a Ud.: ¿Qué me pongo? ¿El vestido rojo o el


azul? Ésta no es una pregunta moral y, salvo que concurra a un
mitin político, o a un estadio de fútbol, su respuesta no va a reflejar
más que su preferencia por un color u otro.

Pero…

¿Qué sucede si la persona que le formula la pregunta piensa cruzar un campo en


el cual Ud. sabe que hay un toro muy poco amigable? (¡Suponiendo que el toro no
es ciego y que odia el rojo!).

La respuesta ahora sí se torna una cuestión de elección moral. Ud. puede


entonces preguntarse a sí mismo: ¿Acaso llevado por el odio o las ganas de
bromear debo aconsejarle el rojo? Si el toro alcanza
a herir o hasta a matar a quien me está pidiendo el
consejo ¿seré el responsable de esa muerte? En ese
caso ¿quién es el culpable? ¿el toro o yo? Si el toro no
puede dominarse y ataca cuando ve el rojo ¿puede
ser culpado por comportarse naturalmente? Si siento
una compulsión tan intensa a hacer la broma que me
vuelve emocionalmente incapaz para aconsejar el color más seguro ¿acaso puedo
usar el mismo argumento que exculpó al toro, para declamar mi propia
inocencia?

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Si no puedo justificar mi conducta como sí puedo justificar la del toro, ¿acaso no


debería continuar con una sincera indagación de todos los factores que inciden
en nuestra decisión?

¿Qué grado de autonomía (psicológica, emocional, física) me vuelve a mí


responsable?

¿Qué sucede si yo sé que el toro se encuentra en el campo, pero me


niego a aconsejarle a quien lo va a cruzar qué color ponerse?

¿Acaso soy responsable moralmente por las consecuencias de ocultar esa


información?

¿Soy menos culpable por abstenerme pasivamente de actuar, en lugar de


aconsejarle activamente en su decisión?

¡Según parece, tengo la obligación moral de advertirle a mi interlocutor acerca


de esa amenaza que es este toro poco amigable!

Pero no todos los problemas morales son tan fáciles de resolver...

A diferencia de los problemas morales, que se suelen poder


resolver con mayor o menor facilidad, en los genuinos
dilemas morales dos obligaciones de igual peso se
encuentran en conflicto, y la única forma de cumplir con
una obligación es infringir la otra.

Alguna de las obligaciones deberá ser incumplida. Y habrá que cumplir con
aquella que, de acuerdo con las circunstancias, prevalezca sobre lo que
habríamos estado totalmente obligados a realizar si no hubiera existido conflicto
alguno con otra obligación.

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Las obligaciones pueden ser obligatorias, aunque resulte imposible a un agente


cumplir ambas.

Ante dos obligaciones hacia un mismo agente pueden presentarse dos


situaciones:

♦ En la primera, una de las obligaciones en juego es mucho más


fuerte que la otra

♦ En la segunda, ninguna de las obligaciones es más fuerte que la otra

¿Acaso esta dificultad se desprende directamente de la naturaleza misma de


nuestros deberes?

Los deberes pueden ser obligatorios, aunque resulte imposible a un agente


cumplir ambos. Veamos un ejemplo que corresponda a cada una!!

Primer caso…

Ansioso por acudir a una cita amorosa, un hombre conduce su


auto por una ruta solitaria cuando es testigo de un accidente.
¿Debe hombre faltar a su cita y ayudar a los heridos o, por el
contrario, su promesa de encontrarse con la bella mujer es
más fuerte que el deber de ayudar a los accidentados?

Segundo caso…

Examinemos un pasaje de El existencialismo es un humanismo, de Jean–Paul


Sartre:

…”Piensa, pues, que el hombre, sin ningún apoyo ni socorro, está condenado a cada
instante a inventar al hombre. Ponge ha dicho, en un artículo muy
hermoso: “el hombre es el porvenir del hombre”. Es perfectamente
exacto. Sólo que si se entiende por esto que ese porvenir está inscrito
en el cielo, que Dios lo ve, entonces es falso, pues ya no sería ni
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siquiera un porvenir. Si se entiende que, sea cual fuere el hombre que aparece, hay un
porvenir por hacer, un porvenir virgen que lo espera, entonces es exacto. En tal caso
está uno desamparado. Para dar un ejemplo que permita comprender mejor lo que es el
desamparo, citaré el caso de uno de mis alumnos que me vino a ver en las siguientes
circunstancias: su padre se había peleado con la madre y tendía al colaboracionismo; su
hermano mayor había sido muerto en la ofensiva alemana de 1940, y este joven, con
sentimientos un poco primitivos, pero generosos, quería vengarlo. Su madre vivía sola
con él muy afligida por la semitraición del padre y por la muerte del hijo mayor, y su
único consuelo era él. Este joven tenía, en ese momento, la elección de partir para
Inglaterra y entrar en las Fuerzas francesas libres —es decir, abandonar a su madre— o
bien de permanecer al lado de su madre, y ayudarla a vivir. Se daba cuenta
perfectamente de que esta mujer sólo vivía para él y que su desaparición —y tal vez su
muerte— la hundiría en la desesperación. También se daba cuenta de que en el fondo,
concretamente, cada acto que llevaba a cabo con respecto a su madre tenía otro
correspondiente en el sentido de que la ayudaba a vivir, mientras que cada acto que
llevaba a cabo para partir y combatir era un acto ambiguo que podía perderse en la
arena, sin servir para nada: por ejemplo, al partir para Inglaterra, podía permanecer
indefinidamente, al pasar por España, en un campo español; podía llegar a Inglaterra o
a Argel y ser puesto en un escritorio para redactar documentos. En consecuencia, se
encontraba frente a dos tipos de acción muy diferentes: una concreta, inmediata, pero
que se dirigía a un solo individuo; y otra que se dirigía a un conjunto infinitamente más
vasto, a una colectividad nacional, pero que era por eso mismo ambigua, y que podía
ser interrumpida en el camino. Al mismo tiempo dudaba entre dos tipos de moral. Por
una parte, una moral de simpatía, de devoción personal; y por otra, una moral más
amplia, pero de eficacia más discutible. Había que elegir entre las dos. ¿Quién podía
ayudarlo a elegir? ¿La doctrina cristiana? No. La doctrina cristiana dice: sed caritativos,
amad a vuestro prójimo, sacrificaos por los demás, elegid el camino más estrecho, etc.,
etc. Pero ¿cuál es el camino más estrecho? ¿A quién hay que amar como a un hermano?
¿Al soldado o a la madre? ¿Cuál es la utilidad mayor: la utilidad vaga de combatir en un
conjunto, o la utilidad precisa de ayudar a un ser a vivir? ¿Quién puede decidir a priori?
Nadie. Ninguna moral inscrita puede decirlo. La moral kantiana dice: no tratéis jamás a
los demás como medios, sino como fines. Muy bien; si vivo al lado de mi madre la
trataré como fin, y no como medio, pero este hecho me pone en peligro de tratar como
medios a los que combaten en torno mío; y recíprocamente, si me uno a los que
combaten, los trataré como fin, y este hecho me pone en peligro de tratar a mi madre
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como medio. Si los valores son vagos, y si son siempre demasiado vastos para el caso
preciso y concreto que consideramos, sólo nos queda fiarnos de nuestros instintos. Es lo
que ha tratado de hacer este joven; y cuando lo vi, decía: en el fondo, lo que importa
es el sentimiento; debería elegir lo que me empuja verdaderamente en cierta dirección.
Si siento que amo a mi madre lo bastante para sacrificarle el resto —mi deseo de
venganza, mi deseo de acción, mi deseo de aventura— me quedo al lado de ella. Si, al
contrario, siento que mi amor por mi madre no es suficiente, parto. Pero ¿cómo
determinar el valor de un sentimiento? ¿Qué es lo que constituía el valor de su
sentimiento hacia la madre? Precisamente el hecho de que se quedaba por ella. Puedo
decir: quiero lo bastante a tal amigo para sacrificarle tal suma de dinero; no puedo
decirlo si no lo he hecho. Puedo decir: quiero lo bastante a mi madre para quedarme
junto a ella, si me he quedado junto a ella. No puedo determinar el valor de este afecto
si no he hecho precisamente un acto que lo ratifica y lo define”.

A la vista de estos diferentes conflictos, podríamos decir, entonces, que existen


dos tipos de dilemas morales: aquellos que pueden ser “fácilmente” resueltos y
aquellos que no, éstos son los genuinos dilemas morales

Sin embargo, la obligación que no domina no desaparece necesariamente, a pesar


de que la otra obligación es preponderante, la anterior conserva cierta fuerza.

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III. Una historia

Teresa Ann Campo Pearson, una beba anencefálica, nació en el Estado de


Florida, USA, en 1992.

La anencefalia es uno de los peores desórdenes


congénitos. A veces se alude a estas criaturas con la
expresión "bebés sin cerebro", y si bien esta denominación
ofrece cierta idea de la patología, no es demasiado
precisa: en la anencefalia, importantes partes del cerebro
—el cerebro y el cerebelo— están ausentes, así como la parte superior del
cráneo.

Sin embargo, estos bebés nacen con tronco o tallo encefálico, y la existencia de
esta porción inferior del cerebro permite las funciones autónomas tales como la
respiración y el latido cardíaco.

En los Estados Unidos, la mayor parte de los casos de anencefalia son detectados
durante el embarazo y, dado que la ley lo autoriza, terminan en aborto. De los
no abortados, la mitad nacen muertos. Anualmente, cerca de 300 nacen vivos, y
mueren a los pocos días.

La historia de Teresa no habría tenido la difusión que tuvo si no hubiese mediado


un pedido bastante poco usual de parte de sus padres. Sabiendo que su hija no
podría sobrevivir sino muy poco tiempo, e incluso si no fuera así, que jamás
podría tener una vida consciente, los padres de Teresa donaron sus órganos para
trasplante. Pensaron que sus riñones, su hígado, su corazón, sus pulmones y sus
ojos, podrían servirles a otros niños que podrían beneficiarse con ellos. Los
médicos estuvieron de acuerdo con la idea.

Cada año, más de 2000 niños necesitan de un trasplante, y


nunca hay órganos suficientes. Pero no se pudo hacer la
ablación de los órganos de Teresa porque la ley del Estado
de Florida no autoriza la remoción de órganos hasta que el

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donante no está muerto, y en el momento en que Teresa finalmente murió,


nueve días más tarde, era demasiado tarde para los otros niños —pues los órganos
no podían ser trasplantados porque ya estaban demasiado deteriorados—.

La difusión de esta historia en los diarios suscitó rápidamente un acalorado


debate público. ¿Habría sido correcto extraer los órganos de la pequeña,
causándole así la muerte instantáneamente, para ayudar a otros niños?

Muchos profesionales eticistas -personas empleadas en algunos países por


universidades, hospitales, escuelas de derecho, cuya tarea es pensar acerca de
estas cosas- fueron convocados por la prensa para que expresaran su opinión.
Curiosamente, pocos estuvieron de acuerdo con los padres de Teresa y los
médicos. En su lugar, ellos apelaron a principios filosóficos para oponerse a la
remoción de los órganos.

• "Parece simplemente horrible usar a gente como medio para los fines
de otras", declaró un experto.

• Otro explicó: "No es ético matar a uno para salvar a otro. No es ético
matar a la persona A para salvar a la persona B".

• Y un tercero agregó: "Lo que los padres realmente están pidiendo es:
maten a esta beba moribunda para que sus órganos puedan ser usados
por otro. Bueno, realmente es un pedido espantoso".

¿Era espantoso? Estos expertos pensaban que sí, mientras que los
padres y los médicos pensaban que no.

Pero a nosotros nos interesa no lo que la gente puede llegar a pensar, sino la
respuesta que más se aproxime a la verdad. De hecho ¿tenían razón los padres
en donar los órganos de la beba para trasplante?

Si queremos descubrir la verdad, debemos comenzar por preguntarnos qué


razones, o argumentos, pueden ser dados a favor de una u otra posición. ¿Qué
puede decirse para justificar el pedido de los padres, o para justificar el pensar
que estaban equivocados?

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James Rachels, un filósofo americano contemporáneo, en su libro Introducción a


la filosofía moral (México, FCE, 2007), propone un análisis de esta historia
basado en argumentos, los que mencionamos y exponemos a continuación:

1. El Argumento del beneficio;

2. El Argumento de que matar es incorrecto;

3. El Argumento de que no deberíamos usar a la gente como medios.

¡Examinemos uno a uno estos argumentos!

La sugerencia de los padres se basaba en la idea de que, dado


que Teresa moriría en poco tiempo de todos modos, sus órganos no le hacían bien
alguno. Los otros niños, sin embargo, podrían beneficiarse con ellos. Su
razonamiento parece haber sido algo así:

1. El Argumento del beneficio

(1) Si podemos beneficiar a alguien, sin hacer daño a ningún otro, deberíamos
hacerlo.
(2) Trasplantar los órganos va a beneficiar a otros niños sin dañar a Teresa.
(3) Por lo tanto, debemos trasplantar los órganos.

Ahora bien ¿es acaso un argumento correcto?

Se podría objetar que extraer los órganos de Teresa la van a dañar, puesto que
sin ellos ella morirá. Pero esta parece una visión muy superficial de la cuestión,
porque estar vivo es un beneficio sólo si eso hace posible vivir activamente y
tener pensamientos, sentimientos y relaciones con otra gente. En ausencia de
todo eso, la existencia meramente biológica pareciera que no tiene demasiado
sentido. Por lo tanto, aun cuando Teresa pudiera seguir viva por unos días más,
para ella no significaría bien alguno. (Podemos imaginar situaciones en las que
otras personas podrían tener algún beneficio de mantenerla viva, pero eso no
significa que la beneficie a ella). Incluso si admitimos que mantenerla con vida

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resultara en un beneficio para ella. Aun cuando fuera así, sería un bien
realmente menor, mientras que trasplantar los órganos sería un bien mucho más
importante para los otros niños.

En consecuencia, el Argumento del beneficio suministra una razón poderosa para


trasplantar los órganos.

Ahora bien: ¿Cuáles fueron los argumentos esgrimidos por los


críticos de la decisión tomada?

Los críticos del trasplante ofrecieron dos argumentos:

1. El Argumento de que no deberíamos usar a la gente como medios

2. El Argumento de que matar es incorrecto

Examinemos el primero de los argumentos esgrimidos por los críticos del


trasplante:

1. El Argumento de que no deberíamos usar a la gente como medios

(1) Es incorrecto usar a la gente como medios para los fines de otra gente.
(2) Usar los órganos de Teresa sería usarla como medio para los fines de otra
gente (específicamente, como un medio para beneficiar a otros niños).
(3) Por lo tanto, usar los órganos de Teresa sería incorrecto.

Una vez más: ¿Es acaso un argumento correcto?

La idea de que no deberíamos "usar" gente es obviamente atractiva, pero es


demasiado vaga y debe ser precisada.

"Usar gente" típicamente implica violar su autonomía, esto es, su


capacidad de decidir por sí mismas cómo vivir su propia vida, de

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acuerdo con sus propios deseos y valores. La autonomía de una persona puede ser
violada a través de la manipulación y el engaño.

Por ejemplo:

Puedo simular ser tu amigo, cuando solamente me interesa poder ver a tu


hermana; o puedo mentirte sobre el monto de mi sueldo para que me des un
préstamo; o puedo convencerte de que vas a disfrutar un concierto de rock en
una ciudad cercana, con el solo fin de que me puedas llevar en tu auto hasta allí.

La autonomía también es violada cuando la gente es forzada a


hacer cosas en contra de su voluntad. Esto explica por qué usar a la gente es
incorrecto: es incorrecto porque el engaño y la coerción son incorrectas. Pero
nada de esto tiene que ver con la situación de Teresa.

¿Acaso trasplantar los órganos de Teresa significa "usarla" en un sentido moral


importante? Por cierto, estaríamos haciendo uso de sus órganos para beneficio de
otro, pero no hay nada malo en ello; lo hacemos toda vez que realizamos un
trasplante. En este caso, no obstante, lo estaríamos haciendo sin su permiso.

¿Qué haría de esto algo incorrecto? Si lo hiciéramos en contra de su voluntad,


sería una buena razón para objetarlo. Sería una violación de su autonomía. Pero
Teresa no es un ser autónomo: no tiene deseos y es incapaz de tomar decisiones
por sí misma.

Examinemos ahora el segundo de los argumentos esgrimidos por los críticos del
trasplante:

2. El Argumento de que matar es incorrecto

(1) Es incorrecto matar a una persona para salvar a otra.


(2) Extraer los órganos de Teresa sería matarla para salvar a otros.
(3) Por lo tanto, extraer los órganos de Teresa sería incorrecto.

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Nuevamente: ¿Es acaso un argumento correcto?

El problema de matar es, por cierto, una de las cuestiones morales más
importantes. No obstante, pocas personas creen que siempre, pero siempre, es
incorrecto matar —la mayoría de la gente piensa que, en ciertas circunstancias,
se justifica (por ejemplo, en un caso de defensa propia)—.

La cuestión es si extraer los órganos de Teresa debería considerarse como una


excepción justificada a la regla. Hay muchas razones a favor de esto último, la
más importante es que ella va a morirse de cualquier modo, hágase lo que se
haga, mientras que extraer sus órganos por lo menos va a hacer algún bien a
otros niños; y al fin y al cabo, lo cierto es que careciendo de cerebro, su vida no
podrá desarrollare. Cualquiera que acepte esto último, va a considerar falsa la
primera premisa del argumento.

Generalmente es incorrecto matar a una persona para salvar a otra. Sin


embargo, podemos reflexionar si es así siempre.

Más allá de si Ud. está de acuerdo con los padres y los médicos, o con los
eticistas, este análisis revela que de lo que se trata, en ética, es de buscar las
mejores razones que funden una decisión.

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Actividad 1

(30 minutos)

Lea la siguiente historia. La misma difiere en su temática de la historia de


Teresa, pero es uno de los ejemplos clásicos de la literatura ética.

El homicida impensado

Juan se encuentra en una pequeña plaza de un pequeño poblado. Allí descubre,


atados de pies y de manos contra una pared, a un grupo de veinte hombres que
observan aterrados a amenazadores uniformados armados. Un hombre
corpulento, que viste una camisa caqui, parece ser el capitán del escuadrón.
Tras intercambiar algunas palabras con Juan, el capitán se entera de que Juan
forma parte de una expedición integrada por botánicos de la cual se separó
accidentalmente. Le narra entonces que algunos de los activistas, tras realizar
reiteradas protestas en contra del gobierno, están a punto de ser ejecutados
para dejar en claro, a cualquier otro manifestante futuro, las ventajas de no
oponerse al gobierno.

Sin embargo, prosigue el capitán, ya que Juan es un honorable visitante de otra


región del globo, le ofrece gratamente el privilegio de matar a uno de los
activistas. Si Juan acepta, por tratarse de una ocasión especial, el resto de los
activistas serán liberados. Por supuesto, si se niega a hacerlo, el capitán hará
exactamente lo que tenía planeado antes de la aparición del extranjero y los
matará a todos.

Juan piensa rápidamente y se le ocurre la siguiente idea: una vez que tenga en
su poder el arma para matar ‘a elección’ al activista, tomará al capitán de rehén
y amenazará al resto de los soldados. Pero enseguida se da cuenta de que esta
idea es impracticable: cualquier intento de esa clase significaría la muerte de
todos los activistas y la suya propia.

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Los hombres que se encuentran contra la pared comprenden la situación y le


ruegan que elija a uno de ellos.

Responda en no menos de 200 y no más de 400 palabras a los siguientes


interrogantes y envíe su respuesta: ¿Cuál es la decisión correcta desde la
perspectiva de cada uno de los siguientes argumentos?

1. El Argumento del beneficio;

2. El Argumento de que matar es incorrecto;

3. El Argumento de que no deberíamos usar a la gente como medios.

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IV. Una aclaración sobre lo legal y lo moral

La ética es independiente de la ley, en el sentido de que la corrección o


incorrección de un acto no puede establecerse por el mero hecho de que éste sea
legal o ilegal. La sanción penal normalmente presupone la responsabilidad moral,
pero no presupone la culpabilidad moral, porque
los actos legalmente ilícitos no lo son
forzosamente desde un punto de vista moral. Por
ejemplo, si robo un banco
porque un delincuente me
apunta en la espalda con una
pistola, estoy cometiendo un
acto moralmente responsable pero no moralmente culpable.

No obstante, si un acto es legal o ilegal puede a menudo ser importante para


establecer si es correcto o incorrecto, porque, aun cuando sea discutible, en
principio es incorrecto violar la ley, siendo todos los otros factores los mismos.

Mucha gente piensa que esto es especialmente atendible en las democracias,


puesto que cada uno de alguna manera participa en el establecimiento de leyes
(¡pese a que algo así puede parecer más un ideal político que la realidad de las
democracias concretas!!).

Otra razón por la cual que un hecho sea ilegal pueda ser una razón en contra de
cometerlo, es que la ilegalidad de un acto puede afectar las consecuencias que
probablemente se sigan de dicho acto. Si la eutanasia voluntaria activa es ilegal,
los médicos que la practican corren el riesgo de ir a prisión, lo que va a causar
sufrimiento a él y a su familia y, además, tampoco van a poder ayudar a otros
pacientes.

Ésta puede ser una razón poderosa para no practicar la eutanasia voluntaria
cuando está prohibida por la ley, pero si la probabilidad de que la contravención
sea conocida o se compruebe es remota, entonces el peso de esa razón de tipo
consecuencialista en contra de violar la ley se reduce notablemente.

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Para muchos, si tenemos la obligación moral de obedecer la ley, y en ese caso,


cuánto peso debería dársele a esa obligación, es en sí misma una cuestión ética a
discutir. Es lo que se expresa en la Doctrina de la desobediencia civil.

Si bien la ética es independiente de la ley,


en el sentido recién mencionado, las leyes
se hallan sujetas a una evaluación desde
una perspectiva ética. Muchos debates en
bioética tienen como eje la cuestión de
qué practicas deberían autorizarse –por
ejemplo, ¿se debería autorizar la
experimentación con embriones, o la
maternidad sustituta, o la clonación?-.

Los comités que se forman para aconsejar en los aspectos éticos, sociales y
legales de estos asuntos a menudo recomiendan que la legislación prohíba esas
prácticas, o aconsejan autorizarlas sujetándose a cierta forma de regulación.

Debatir un tema de este orden en el nivel de la ley y de las políticas públicas, sin
embargo, da lugar a consideraciones en cierta medida distintas de las que se
toman en cuenta en las discusiones de la ética privada, personal, porque las
consecuencias de adoptar una política pública generalmente tiene ramificaciones
mucho más amplias e imprevisibles que las consecuencias que resultan de una
decisión personal.

Por estas diferencias, se comprende entonces que algunos profesionales


sanitarios se sientan justificados, para proseguir con el ejemplo mencionado, en
ayudar a morir a un paciente terminal que así se lo pide, mientras que al mismo
tiempo se oponen a la legalización del suicidio asistido. Si bien esta posición
puede parecer paradójica y abierta a la crítica, ella no es incoherente.

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V. La Ética de la ley natural

La teoría de la ley natural sostiene que todas las cosas han sido creadas con un
determinado designio y para un propósito particular, y que cumplir con ese
propósito es el "bien" hacia lo que todo tiende. Esto es decir que la corrección de
las acciones es determinada por la propia naturaleza, y no por las costumbres y
las leyes de las sociedades; o las preferencias de los individuos.

Como teoría ética, fue desarrollada por Tomás de Aquino en el


siglo XIII, y llegó a ser un eje central en el pensamiento moral
católico. La teoría de la ley natural se propone descubrir los
principios racionales que gobiernan el mundo y que, en
consecuencia, pueden guiar las acciones humanas.

Para hallar sus raíces, sin embargo, debemos remontarnos mucho más atrás,
hasta el siglo cuarto antes de Cristo, cuando vivió Aristóteles. Este gran filósofo
—con Platón, los más grandes de la Antigüedad— fue quien plasmó gran parte de
las categorías científicas, legales, lógicas de Occidente.

También esta teoría de la ley natural tiene su origen en la idea aristotélica de


Cosmos, según la cual todas las cosas poseen una meta o "fin" que puede
deducirse de la particular naturaleza de la cosa en cuestión.

Tal vez convenga volvernos hacia el concepto de "causa", tal como lo entendía
este filósofo. Aristóteles distinguió entre causas eficientes y causas finales. La
causa eficiente es lo que hace que una cosa sea o se produzca —simplemente, lo
que hoy en día entendemos por "causa"—. En cambio, la causa final es el
resultado o producto final. Por ejemplo:

Un niño crece para ser adulto. Aristóteles diría que la causa eficiente del
crecimiento del niño es el alimento y el agua, pero la "causa final" del
crecimiento del niño es el adulto que llegará a ser. De modo semejante, si tomo
una pieza de mármol y esculpo con ella una estatua, la causa eficiente es la
herramienta que empleo, pero la causa final es la imagen que me propongo crear.

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La teoría ética de la ley natural se basa en esta idea de las causas finales, y en la
idea de que hay un bien hacia el cual todas las cosas están destinadas.

Cicerón (106 - 43 a. C), recogería asimismo dicha concepción y la condensaría en


una célebre definición: "La ley es la razón superior, implantada en la Naturaleza
que ordena lo que se debe hacer y prohíbe lo opuesto. Esta razón, cuando se
encuentra firmemente fijada y completamente desarrollada en el alma humana,
es Ley".

Los principios morales, por lo tanto, son verdades objetivas que pueden
descubrirse en la naturaleza de las cosas a través de la razón y de la reflexión.

Siguiendo a Aristóteles, Tomás de Aquino (1225-1274) recurrió a la naturaleza


humana como una fuente de reglas morales. Lo que es bueno, dice, es aquello
que es natural a los seres humanos. Tomás de Aquino se sirvió de esta idea para
afirmar que el mundo fue creado por Dios, y que cada cosa, por lo tanto, debería
poseer el propósito divino como fin último o bien. Cada cosa individual tiene un
designio y un propósito (en la terminología de Aristóteles, una causa final), y
para comprender para qué fue creada por Dios, y comprender, con esto, qué es
"correcto" para esa cosa, sólo se tiene que atender al propósito para el cual fue
hecha.

El "fin" de un cuchillo es cortar, y la virtud –esto es, la perfección del


cuchillo– es la de cortar bien. De manera análoga, nosotros, seres humanos,
también poseemos un "fin", y nuestra virtud consiste en cumplir excelsamente
ese fin, esto es, que se alcanza cuando vivimos en concordancia con el fin para
el que hemos sido designados. Pero ¿Cuál es ese fin?

Así como la función del cuchillo era cortar, y su perfección, cortar bien, en
nuestro caso, dado que nuestra función específica es la de ejercer la razón,
nuestra perfección será vivir según los dictados de la razón: debemos confiar en
la razón para determinar cuáles son nuestros fines y cómo podemos alcanzarlos.

Esta función de la razón es la que lleva a Aquino a identificar la razón como la


fuente de la ley moral.

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La razón es práctica en funcionamiento, porque dirige nuestras acciones de


manera tal que podemos producir ciertos resultados. Al darnos instrucciones, la
razón nos impone obligaciones, la obligación de producir los resultados que ella
especifica. Pero, dice Aquino, la razón no nos puede imponer objetivos
arbitrariamente. La razón nos dirige hacia nuestro bien como objetivo de nuestra
acción, y aquello que ese bien es, lo podemos descubrir en nuestra naturaleza.
Así, la razón reconoce el principio básico "debe hacerse el bien” y,
correlativamente, evitarse el mal.

¿Pero acaso este principio no es puramente formal, vacío de contenido?

Para hacerlo práctico, debemos considerar qué es el bien desde el punto de vista
humano. Según Aquino, el bien humano es aquel conveniente o adecuado a la
naturaleza humana. Es lo que está "incorporado" en la
naturaleza humana de la misma manera que, en un sentido,
un sapo está "incorporado" en un renacuajo, de manera tal
que el renacuajo puede llegar a ser sapo pero no, digamos,
un caballo. Esa capacidad del renacuajo se expresa en todo
el orden natural: todo tiende a su realización, pues esa realización es su
perfección o bien.

Es decir, el bien es aquello hacia lo cual nos guían nuestras inclinaciones


naturales en la medida en que somos criaturas tanto físicas como racionales.

Como otras criaturas, tenemos una inclinación natural a preservar


nuestras vidas; en consecuencia, la razón nos impone la obligación de cuidar
nuestra salud, no quitarnos la vida y preservarla impidiendo ser matados.

•• También mediante la razón nos damos cuenta de que los otros tienen una
naturaleza racional como la nuestra, y vemos que estamos dispuestos a tratarlos
con la misma dignidad y respeto que nos brindamos a nosotros mismos.

•• Análogamente se da en todos los otros órdenes, entre otros, el social. Por


ejemplo, como tenemos la inclinación natural de propagar nuestra especie (vista como
un "bien" natural) la razón nos obliga a no contrariar o pervertir esta inclinación. En

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consecuencia, para cumplir con esta obligación dentro de la sociedad, la razón apoya
la institución del matrimonio.

•• Según el recto orden, la razón debe guiar las inclinaciones. Y las


inclinaciones físicas, cuando se someten a la dirección de la razón, nos señalan
nuestro bien natural. Así pues, según Aquino, la razón como tal puede ser también
fuente de las inclinaciones. Por ejemplo, Aquino dice que la razón es la fuente de
nuestra inclinación natural a procurar la verdad, particularmente la verdad acerca
de la existencia y naturaleza de Dios.

A partir de los ejemplos considerados, debería resultar claro cómo Aquino creyó
que es posible descubrir los bienes naturales en la naturaleza humana. Confiando
en ellos como objetivos o propósitos a alcanzar, la razón buscaría el modo
práctico de lograrlos. Así, mediante la aplicación sutil de la razón, debería ser
posible establecer un cuerpo de principios y reglas morales. Ese cuerpo de
principios y reglas morales se resumen en la doctrina del derecho natural.

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V. I. Ley natural y derecho natural

¿Qué relación guardan el Derecho y la ley natural? En Tomás de Aquino, la ley


natural es el conjunto de las razones o principios que justifican la afirmación de
la existencia de un derecho natural. El derecho natural es la misma ley natural,
aplicada a personas o asuntos específicos.

Debido a que el derecho natural se funda en la naturaleza humana, a la cual se


considera inmutable, Aquino considera del mismo modo inmutable al derecho
natural. Además, se lo considera igual para todas las personas, en todos los
tiempos, y en todas las sociedades. Aún aquellas sin conocimiento de Dios
pueden, mediante la operación de la razón, reconocer sus obligaciones naturales.

Para Aquino y para el Catolicismo Romano, esta visión del


derecho natural es apenas un aspecto de un encuadre teológico
(referido a Dios) más amplio. La organización teleológica (esto es,
orientada hacia ciertos fines) del universo, se atribuye a la
planificación de un creador, los objetivos o propósitos son
ordenados por Dios. Más aún, pese a que el derecho natural puede descubrirse
en el universo, su fuente última es la sabiduría divina y la ley eterna de Dios.
Cualquier ser racional es capaz de comprender el derecho natural.

Pero debido a que las pasiones y las inclinaciones irracionales pueden corromper
la naturaleza humana, y debido a que a algunas personas son incapaces de
comprender las leyes del derecho natural, Dios también eligió revelarnos
nuestros deberes de modo explícito. La fuente más importante de la revelación
se considera que son, por supuesto, las Sagradas Escrituras.

El derecho natural, la revelación y la interpretación de las Escrituras hecha por


la Iglesia, la tradición de la Iglesia, y las enseñanzas de la Iglesia se consideran
en el Catolicismo Romano como las fuentes de los ideales y principios morales. Si
guiamos nuestras vidas según esos principios, podemos desarrollar la parte
racional y moral de nuestra naturaleza y tender hacia el objetivo de alcanzar la
clase de perfección que es adecuada para los humanos.

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V.II. Aplicación del punto de vista teológico en el contexto médico

¿Qué importancia tiene este punto de vista general moral y teológico para la
ética médica?

Los expertos en ética y teólogos morales católico-romanos escribieron y


desarrollaron un cuerpo de doctrina ampliamente aceptado, fundado
principalmente en dos principios básicos, a partir de los cuales se tomarán
decisiones en el campo de la ética médica:

1- El principio del doble efecto

2– El principio de totalidad

¡Examinemos ahora estos principios uno por uno!

1– El principio del doble efecto

Se produce un tipo especial de conflicto moral cuando la realización de una


acción produce efectos tanto buenos como malos. Si nos guiamos por el efecto
bueno, parece que es nuestra obligación realizar la acción; pero, si nos guiamos
por el efecto malo, parece que es nuestra obligación no realizarla. Supongamos,
como sostienen los católicos, que la muerte de un feto es un efecto malo en sí
mismo, y consideremos un caso como el siguiente:

Se descubre un cáncer de útero en una mujer con un embarazo de tres meses.


Para salvar la vida de la mujer, debe extirpársele de inmediato el útero. Pero si
se lo extirpa, se perderá la vida del feto. ¿Debería realizarse la operación?

El principio del doble efecto tiene como propósito ayudar en la resolución de


esta clase de conflictos. El principio sostiene que tal acción debería realizarse
sólo si la intención es producir el efecto bueno, y el efecto malo será la
consecuencia indirecta o no buscada.

Más específicamente, deberían satisfacerse cuatro condiciones:

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1) el acto debe ser moralmente bueno o, a lo sumo, moralmente indiferente


(ni bueno ni malo), independientemente de sus efectos. [Esta condición es
necesaria puesto que, según Santo Tomás (en la Summa Theologica, II-II, q 64, a
7) y la tradición cristiana que la defiende, cierto tipo de acciones están
absolutamente prohibidas, sean cuales fueren sus consecuencias].

2) el agente debe tener el propósito o la intención de causar sólo el efecto


bueno. El efecto malo puede ser previsto y permitido, pero no intencionalmente
buscado. [Esta condición se vincula con el modo en que el agente,
individualmente, realiza el acto. El agente no debe llevar a cabo el acto con el
propósito de provocar el resultado malo; dicho resultado debe ser, desde su
punto de vista subjetivo, no querido. Si pudiera obtener el resultado bueno sin el
malo, sin lugar a dudas el agente procuraría directamente obtener el primero
obviando el segundo].

3) el efecto malo no debe ser un medio para el efecto bueno, pues en ese
caso, el agente buscaría intencionalmente provocar el efecto malo para
producir el efecto bueno. [El agente no debe procurar el resultado malo, aun
cuando éste sea un medio para un resultado bueno. El resultado malo deber ser
genuinamente un efecto colateral, secundario del acto, no esencial al plan del
agente en ningún sentido moralmente relevante].

4) Los beneficios del acto (esto es, el conjunto de los efectos buenos) deben
compensar proporcionalmente los daños o perjuicios (el conjunto de los efectos
malos) provocados por el mismo acto. [En última instancia, ésta no es sino otra
versión del análisis carga/beneficio].

¿Se satisfacen estas condiciones en el caso mencionado arriba? La


operación en sí misma, si consideramos que esta es la acción, es por lo menos
moralmente indiferente. Es decir, en sí misma no es ni buena ni mala. Esto
satisface la primera condición.

Si se debe salvar la vida de la madre, no lo será por medio de matar al feto. Será
mediante la remoción del útero canceroso. Así se satisface la segunda condición.

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El motivo del cirujano, podríamos suponer, no es la muerte del feto sino salvar la
vida de la mujer. Si es así, se satisface la tercera condición.

Finalmente, puesto que hay dos vidas en riesgo, el efecto bueno (salvar la vida
de la mujer) es por lo menos igual al efecto malo (la muerte del feto). Así se
satisface la cuarta condición.

En condiciones comunes, entonces, se considerarían satisfechas estas


condiciones, y tal operación sería moralmente justificada.

El principio del doble efecto se menciona a menudo en el contexto médico en los


casos de abortos. Pero, en realidad, tiene un rango de aplicación mucho más
amplia en la ética médica. Se aplica en casos de anticoncepción, esterilización,
transplantes de órganos, y en el uso de medidas extraordinarias para mantener la
vida.

2– El principio de totalidad

Este principio se puede expresar así:

Un individuo tiene el derecho de disponer de sus órganos o de destruir su


capacidad de funcionar, sólo en la medida en que el bienestar general de su
cuerpo así lo requiera.

Es claro entonces que tenemos la obligación natural de preservar nuestras vidas,


pero, según la visión católica romana, tenemos también el deber de preservar la
integridad de nuestros cuerpos. Este deber se basa en la creencia de que cada
uno de nuestros órganos fue diseñado por Dios para cumplir el rol de mantener la
integridad funcional de nuestros cuerpos, porque cada uno tiene un lugar en el
plan divino. Como somos los custodios de nuestros cuerpos, no sus dueños,
nuestro deber es cuidarlos como un fideicomiso, esto es, tal como si se tratara
de cierta disposición por la cual el testador (Dios) deja su hacienda o parte de
ella (la criatura humana, en cuerpo y alma) encomendada a la buena fe de
alguien para que, en caso y tiempo determinados, la transmita a otra persona (a
las otras generaciones) o la invierta del modo que se le señala (respetando y
preservando la vida humana).
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El principio de totalidad tiene consecuencias en un gran número de


procedimientos médicos:

Las cirugías con fines estéticos son moralmente correctas sólo cuando se
las requiere para mantener o asegurar el funcionamiento normal del resto del
organismo.

Se prohíben los procedimientos típicamente empleados con propósitos


anticonceptivos –vasectomías y ligadura de trompas–: tales procedimientos
implican la "mutilación" y la destrucción de la capacidad de los órganos de
reproducción de funcionar adecuadamente. (Por cierto, el Principio de totalidad
no contempla otros factores relevantes tales como el deseo de tener hijos o la
posibilidad económica de satisfacer las necesidades de un mayor número de
hijos).

Se prohíbe también la esterilización de los discapacitados mentales.

Como teoría ética, a veces se describe a la teoría del derecho natural como
teleológica. Al apoyar el principio "Debe hacerse lo bueno y evitar lo malo", la
teoría identifica un propósito con respecto al cual debe juzgarse la corrección de
una acción. Como lo ilustra el principio del doble efecto, la intención del
individuo que actúa es crucial para determinar si se busca ese objetivo. De
alguna manera, la intención del agente define la acción. (Por cierto, advierten
los críticos de esta distinción, uno de los problemas de esta doctrina es que la
intención es inverificable).

Sin embargo, según piensan los defensores de esta teoría, "realizar un aborto" y
"salvar la vida de una mujer" no son necesariamente la misma acción, aun en esas
instancias en las cuales sus características externas son las mismas.

Note Ud. que, a diferencia del Utilitarismo, que también es una teoría
teleológica, la Teoría del derecho natural no es consecuencialista: el resultado
de una acción no es la única característica a ser considerada para determinar el
carácter moral de la acción.

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A partir de estos principios, vamos a considerar ahora cuatro tópicos en los que
dichos principios se suelen aplicar.

1. Ética de la investigación

2. Medidas ordinarias y medidas extraordinarias

3. La eutanasia

4. El aborto

1. Ética de la investigación

Consentimiento informado

La aplicación del principio del doble efecto y el principio de totalidad tienen


consecuencias definitivas en el área de la experimentación médica. Puesto que
tenemos nuestros cuerpos en fideicomiso, somos responsables de evaluar el grado
de riesgo presente en un experimento para el cual se nos pide que seamos
sujetos de un estudio. Por lo tanto, necesitamos estar completamente
informados de la naturaleza del experimento y de los riesgos que encierra para
nosotros. Si tras recibir la información, decidimos dar nuestro consentimiento,
éste debe ser dado con libertad y no como resultado de engaño o coerción.

Riesgo-beneficio
Puesto que la experimentación humana conlleva la posibilidad de heridas y
muerte, se aplica el principio del doble efecto y sus cuatro condiciones. Si las
pruebas científicas indican que una persona enferma puede beneficiarse de
participar en un experimento, entonces el experimento es moralmente
justificable. Sin embargo, si las pruebas indican que las posibilidades de ayudar a
esa persona son leves y que puede morir o resultar seriamente dañada, el
experimento no se justifica. En general, la posibilidad de que una persona se
beneficie con el experimento debe superar al peligro de que esa persona sufra
pérdidas mayores. Además, el principio de totalidad aplica restricciones en lo

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que una persona puede hacer con su cuerpo cuando se ofrece como voluntario:
ninguna persona sana puede someterse a un experimento que implique la
probabilidad de daños serios, salud deteriorada, mutilación o muerte.

Altruismo

Pero una persona que sufre una enfermedad incurable puede ofrecerse de
voluntario como sujeto experimental, aunque no pueda razonablemente esperar
un beneficio personal bajo la forma de mejoría en su salud. El bien que se espera
es bien para los otros, bajo la forma de un incremento en el conocimiento
médico. Sin embargo, aún aquí hay restricciones impuestas por el principio del
doble efecto. No debe haber probabilidad de que el experimento cause daños
graves, y el valor probable del conocimiento que se espera como resultado debe
equilibrar el riesgo que el paciente corre. Ni siquiera el enfermo incurable puede
convertirse en sujeto de experimentos triviales.

El bien buscado por los voluntarios sanos también es un bien para otros. Por lo
tanto, las mismas restricciones mencionadas en conexión con los enfermos
incurables se aplican a la experimentación con la gente sana.

2. Medidas ordinarias y medidas extraordinarias

¡Ya examinamos en Bioética Clínica las críticas que se le han dirigido a esta
distinción entre medidas ordinarias y extraordinarias. Pero es interesante
conocer estos conceptos tradicionales en el marco de la teoría de la ley natural!!

Un segundo tópico médico que los teólogos católico-romanos tratan es si se


deben tomar medidas "comunes" o, por el contrario, "extraordinarias", para
preservar la vida humana. Aunque se cree que el derecho natural y la ley divina
nos imponen la obligación moral de preservar nuestras vidas, los moralistas
católicos interpretaron esta obligación como una exigencia de que confiemos sólo
en los medios comunes.

En la profesión médica, la frase "medios comunes" se usa para referirse a los


procedimientos médicos que son estándares u ortodoxos, en contraste con
aquellos que son experimentales o no probados. Pero desde el punto de vista de
la ética católica, "común" usado en el contexto médico se aplica a "todas las
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medicinas, tratamientos y operaciones que ofrecen una esperanza razonable de


beneficio para el paciente y que pueden obtenerse y usarse sin gastos, dolor, u
otros inconvenientes excesivos." En contraste, los medios extraordinarios son
aquellos que no le dan al paciente esperanza razonable, o cuyo uso le causa
serias dificultades a él o a otros.

Las medidas médicas que salvarían la vida de un paciente pero que lo someterían
a años de dolor o le produjeran incapacidades físicas o mentales severas se
consideran extraordinarias. Un paciente o su familia no tienen la obligación de
elegirlas, y los médicos están bajo la obligación de no alentarlos en su elección.

3. La eutanasia

El tercer tópico médico a considerar es la eutanasia. En la visión de la ética


católico-romana, cualquier forma de eutanasia se considera inmoral. Se la
considera una violación directa del dominio de Dios sobre la creación y la
obligación humana de preservar la vida.

La muerte directa de cualquier persona inocente, aún a su propia solicitud,


siempre es moralmente mala. Cualquier procedimiento cuyo único efecto
inmediato es la muerte de un ser humano es un asesinato directo. La eutanasia
(muerte misericordiosa) se prohíbe en todas sus formas. Y no suministrar los
medios comunes para preservar la vida es equivalente de eutanasia.
Según esta visión, es malo permitir morir a los bebés que sufran de graves
defectos al nacer. Si se los puede salvar por medios comunes, existe la obligación
de hacerlo.

También es malo actuar para terminar con las vidas de los que están
desahuciados, ya sea tomando medidas para provocar sus muertes o dejando de
tomar las medidas que los mantengan vivos por los medios comunes.
Acelerar la muerte de una persona, como intención directa, nunca es permisible.

Sin embargo, es permisible administrar drogas que alivien el dolor. El principio


del doble efecto sugiere que administrar tales drogas es una acción moralmente
justificable aun cuando las drogas puedan indirectamente acelerar la muerte de
una persona (¡Advierta, sin embargo, que ambos hechos —calmar el dolor y

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acelerar la muerte— son difícilmente discernibles en la práctica, sólo separadas


por una delgada línea!!).

4. El aborto

Por último, podemos preguntar cómo ve la Iglesia Católica Romana el aborto.


Según el punto de vista católico romano, desde el momento de la concepción, el
embrión (más adelante, el feto) se considera persona con todos los derechos de
una persona. Por esta razón, el aborto directo en cualquier etapa del embarazo
se considera moralmente malo. El aborto es "directo" cuando resulta de un
procedimiento "cuyo único efecto inmediato es la finalización del embarazo".
Esto significa que aquello que generalmente se denomina "aborto terapéutico",
en el que el aborto se realiza para salvaguardar la vida o la salud de la mujer, en
principio se considera malo. Por ejemplo, una mujer con una enfermedad
cardíaca grave que se embaraza, no puede justificar moralmente un aborto
argumentando que el embarazo es una amenaza grave para su vida. Aun cuando
el propósito último es salvar la vida de la mujer, el aborto directo es malo.

Sin embargo, los cristianos protestantes, por ejemplo, suelen contemplar en


ciertos casos el principio del doble efecto, el cual permite la realización de una
acción que puede resultar en la muerte de un feto si la acción satisface los
cuatro criterios para su aplicación. Así, el aborto indirecto se considera
moralmente permisible. Es decir, el aborto debe ser el resultado de alguna
acción (por ejemplo, extirpación de un útero canceroso) que se realiza con el
propósito directo y total de tratar una condición patológica que afecta a la
mujer.
El fin buscado en el aborto directo es la destrucción de la vida, pero el buscado
en el aborto indirecto es la preservación de la vida.

¿Cómo se aplica esta teoría teleológica de la ley natural en otros problemas


usuales en ética?
Consideremos la llamada "causa final" en las relaciones sexuales heterosexuales.

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• Su propósito natural es fertilizar un óvulo, que a su vez será gestado en un


útero para producir otro ser humano. Este proceso va a ayudar a conservar
la especie humana.

• La atracción sexual es el medio del que se sirve la naturaleza para


alcanzar este particular fin.

• La atracción sexual y el acto de penetración son, por lo tanto, la "causa


eficiente", mientras que la producción de un nuevo ser humano es la
"causa final" del acto sexual.

Si aquello que determina si algo es correcto o incorrecto es su "causa final",


entonces si llevamos la teoría hasta su extremo más estricto, en términos
sexuales:

• El coito entre miembros del mismo sexo es incorrecto (porque su resultado


no puede ser la concepción).

• El coito con aquellos que no están en edad fértil es incorrecto (porque su


resultado no puede ser la concepción).

• El coito anal y oral y la masturbación son incorrectos (porque su resultado


no puede ser la concepción).

Todo intento de frustrar el proceso de concepción es incorrecto, porque


separa el acto sexual de su propósito natural. Por lo tanto, practicar la
anticoncepción es incorrecto. Todo acto sexual debería incluir la posibilidad de
concepción.

Tener sexo durante el "período fértil" del ciclo ovulatorio de la mujer es


generalmente permitido por las enseñanzas morales de la Iglesia porque la falla
en la concepción en esta situación es parte de la limitación humana, más que el
resultado de un intento directo de hacer algo no natural. Lo mismo se aplica a
quienes han sobrepasado la edad fértil, puesto que se puede producir la
concepción gracias a un milagro.

Este ejemplo muestra que la "ley natural", a diferencia de otras teorías éticas,
ofrece la posibilidad de establecer una clara regla de acción que puede ser
aplicada universalmente.

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Esta regla dice que una acción es correcta si concuerda con lo


natural, e incorrecta en caso de que no concuerde. Y cada acción lo
es en sí misma, sin referencia a todas sus posibles consecuencias
(por ejemplo, un acto sexual puede producir el nacimiento de un
niño que con el tiempo llegará a ser un asesino serial, ¡pero eso no hace de ese
acto sexual un acto moralmente incorrecto, sino a lo sumo lamentable!!!).

Vemos entonces, como decíamos, que la teoría de la ley natural se propone


descubrir los principios racionales que gobiernan el mundo y que, en
consecuencia, pueden guiar las acciones humanas. Pero es claro que muchas de
esas acciones que son llamadas "naturales" son acciones destructivas, y hasta
opuestas a todo principio racional.

Es notorio, entonces, que al igual que en las teorías éticas ya vistas, esta ética
"de la ley natural" también se halla expuesta a varias críticas.

• Para algunos, la aristotélica es una concepción pre-darwiniana de la


naturaleza. En lugar de sostener que toda la naturaleza está
organizada según fines, esto es, teleológicamente, desde Darwin,
sabemos que no existimos para propósito alguno, sino que somos
el resultado de la selección natural operando en mutaciones
azarosas a lo largo de millones de años. La selección de las
especies no se realiza según un orden y fin predeterminado. De allí que no hay
razón para creer que vivir de acuerdo con la naturaleza va a producir una
sociedad armoniosa, mucho menos que dará por resultado el mejor estado
posible en los asuntos humanos.

• La ley natural dice cómo la vida debería ser según las leyes racionales de
la creación, pero no siempre dice cómo la vida es.

Por ejemplo, es natural que una persona gravemente enferma, muera.


¿Esto significa que no se debería interferir en el curso de la naturaleza, dándole
a la persona enferma una medicación?

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Por ejemplo, es natural que el cuerpo "avise" mediante el síntoma del


dolor. ¿Esto significa que no se debería interferir suministrando, por ejemplo,
anestesia?

La palabra "natural" puede ser usada tanto descriptivamente (el acto sexual
heterosexual es un acto natural) como evaluativamente (se debe practicar
únicamente el acto sexual heterosexual), y los dos sentidos a menudo se
confunden de manera tal que los juicios de valor pueden ser disimulados bajo el
aspecto de una descripción. El retrato de la naturaleza humana presentada por
los defensores de la ética de la ley natural usualmente selecciona sólo aquellas
características de nuestra naturaleza que esos teóricos estiman como deseables.

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V. III. Dificultades de aplicación

Podemos señalar dos tipos diferentes de dificultad: aquellas asociadas con la ética de
la ley natural en sí misma, y aquellas relacionadas con la incorporación de la teología
atravesada por el dogma cristiano. De más está aclarar que las dificultades
teológicas, referidas a Dios, van más allá del espectro de nuestro análisis.
Pero sí podemos simplemente analizar la dificultad básica que enfrenta la ética de la
ley natural.
La dificultad fundamental se debe a la suposición de que el universo no sólo ha sido
diseñado por Dios según sus designios insondables sino que, además, se encuentra
organizado teológicamente (es decir, que cada cosa en el universo tiene una meta o
propósito según el diseño de Dios). Esta suposición es esencial a la ética de la ley
natural, ya que la misma identifica el bien con el modo natural de operación de una
cosa. Sin esta suposición, nos enfrentamos a la diversidad y a la indeferencia moral
de la naturaleza.

Existen muchas razones para considerar falsa esta distinción. Los físicos rechazaron
esta idea de teleología desde el siglo XVII cuando nació la ciencia físico-matemática
moderna (momento en que, dado los progresos de la nueva ciencia, se dejó de lado
la física aristotélica). La teoría actual de la evolución de las especies mostró luego
que el aparente carácter teleológico del cambio evolutivo perdía sentido ante la
perspectiva de la selección natural y de las mutaciones azarosas. La ciencia y la
“razón” no dan cuenta de la teleología. Sólo puede ser defendida por alguien que
atribuya dicho fin a un plan divino.

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Bibliografía

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California, Mayfiled, 1999.

Cohen Diana, Temas de bioética para inquietos morales, Buenos Aires, Ediciones
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Cohen Agrest Diana, Inteligencia ética para la vida cotidiana, Buenos Aires,
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