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Lec c ió n 3 6
Sumario:
I. El contrato de transporte
1. El transporte. Consideraciones generales
2. Concepto, caracteres y clases de transporte
II. El contrato de transporte terrestre de mercancías
3. Concepto y régimen jurídico
4. Elementos personales del contrato
III. El contrato de transporte terrestre de mercancías por carretera
5. Consideraciones previas: régimen jurídico y sujetos intervinientes
6. La documentación del contrato
7. Contenido del contrato
8. Las mercancías: depósito y enajenación
9. La responsabilidad del porteador
A. El fundamento de la responsabilidad
B. La limitación de la responsabilidad del porteador
10. La prescripción de acciones
IV. Transporte internacional de mercancías por carretera. Aproximación al régimen
jurídico
V. Transporte de personas por carretera: régimen nacional e internacional
VI. Transportes terrestres especiales. El contrato de mudanza
VII. El contrato de transporte con porteadores sucesivos o cumulativo
I. EL CONTRATO DE TRANSPORTE
1. EL TRANSPORTE. CONSIDERACIONES GENERALES
La importancia económica y social del transporte justifica, al igual que sucede en otras
actividades relevantes, una reseñable intervención administrativa en el establecimiento
del marco jurídico del transporte, en el control de la actividad, en el desarrollo de las
infraestructuras, etc., y que se acusa especialmente en el transporte aéreo y terrestre,
quizá por la consideración, sobre todo en este último, de algunas de sus modalidades
como servicio público o servicio de interés general. Este carácter o tinte ius publicista ,
traducido en un elevado número de disposiciones legales de Derecho administrativo, no
siempre se coordina adecuadamente con las de carácter mercantil, reguladoras de una
actividad esencialmente privada.
Buena muestra de este carácter ius publicista son Ley de Ordenación de los Transportes
Terrestres (LOTT) de 30 de julio de 1987, y su Reglamento general de desarrollo, de 28 de
septiembre de 1990 (ROTT), los cuales fueron objeto de algunas reformas menores
posteriores, entre los que cabe destacar la efectuada por la Ley 39/2003, de 17 de
noviembre, del Sector Ferroviario (LSF), que derogó los capítulos relativos al ferrocarril,
estableciendo para este medio de transporte una nueva normativa. Esta última
disposición, ha sido derogada por la Ley 38/2015, de 19 de septiembre, del sector
ferroviario (LSF), con la que se incorpora a nuestro ordenamiento jurídico la
denominada Directiva RECAST (Directiva 2012/34/UE del Parlamento Europeo y del
Consejo, de 21 de noviembre de 2012, por la que se establece un espacio ferroviario
europeo único).
El traslado, elemento esencial del contrato, sin el que el mismo carecería total y
absolutamente de sentido, debe hacerse en el caso de los pasajeros, sin que sufran
lesiones ni ningún otro perjuicio ni en su persona, ni en su equipaje; y en el caso de las
mercancías, en el estado en que se recibieron por el porteador.
Pero la magna divisio en el transporte ha sido siempre la que diferencia en función del
medio (o vehículo) empleado para realizarlo: marítimo, fluvial, aéreo, ferroviario o por
carretera, sin excluir la especial situación que deriva del empleo en un mismo contrato
de diversidad sucesiva de medios (transporte multimodal), o de la participación
sucesiva de varios porteadores (transporte combinado), sobre los que volveremos.
El transporte ha estado siempre influenciado por los cambios tecnológicos que han
incidido no solo en la posibilidad de habilitar nuevos medios de transporte, sino en los
costes de los mismos que han permitido su generalización en el uso o aplicación a
nuevos productos o servicios. Las pautas de comportamiento de los clientes también
inciden en el desarrollo de la industria del transporte, desde la fabricación de los
medios de transporte (piénsese en el ramp up de fabricación de aviones en el mundo)
hasta el propio uso. La incidencia jurídica de los ambios tecnológicos es evidente
(piénsese en que hasta hace bien poco tiempo el transporte aéreo se consideraba un
monopolio natural).
Aún cabe estar expectantes con otros cambios. Nos referimos no solo al transporte
autónomo de personas y mercaderías (sin pilotos –aviones- o sin conductores –trenes,
coches y autobuses-) que quizás afecte a las normas de responsabilidad más que a las de
transporte en sí; sino a fenómenos como el cambio en la relación entre el ciudadano y el
medio de transporte (cambio de percibirlo como una propiedad de, por ejemplo, un
automóvil- a una prestación de servicios) que convertirá en contratos de alquiler por
tiempo ( sharing ) lo que son usos por propietario; medios de transporte que
combinarán diferentes modos o ámbitos donde discurre el transporte (no diferentes
medios de transporte, véase el prototipo pop up de Airbus, sino transporte por tierra y
aire en un mismo medio); o nuevos medios de transporte que cambiarán la eficiencia
tiempo/coste de los medios actuales (véase, por ejemplo, el iniciativa hyperloop ).
Como quedó dicho, este régimen legal jurídico privado (por más que abunden los
elementos imperativos) se acompaña de las normas de Derecho público directamente
aplicables a esta rama de la actividad económica. Esto es, la Ley 16/1987, de 30 de julio
de Ordenación de los Transportes Terrestres (LOTT) y su Reglamento de desarrollo
aprobado por Real Decreto 1211/1990, de 28 de septiembre (ROTT); así como en el
transporte ferroviario, la Ley 38/2015, de 29 de septiembre, del Sector ferroviario (LSF) y
su Reglamento de desarrollo aprobado por Real Decreto 2387/2004, de 30 de diciembre
(RSF), modificado, entre otros por el Real Decreto 664/2015, de 17 de julio, por el que se
aprueba el Reglamento de Circulación Ferroviaria. El Reglamento del sector ferroviario,
habrá de ser objeto de reforma a los efectos de adaptarlo a la nueva Ley del Sector
Ferroviario, y si bien no ha sido objeto de derogación expresa, debe entenderse,
conforme a la disposición derogatoria única de la Ley, derogado en todo cuanto resulte
incompatible con la misma.
Este «paquete» normativo se complementa con la Ley 25/2009, Ley Omnibus (en especial
arts. 20-25) y con la Ley 2/2011 de Economía Sostenible (en especial arts. 93 a 98, disps.
ads. 3ª y 4ª y disp. finales 4ª, 22ª y 23ª). Debemos tener en cuenta, además, lo previsto en
la Orden FOM/1882/2012, de 1 de agosto, por la que se aprueban las condiciones
generales de contratación de los transportes por mercancías por carretera, en
cumplimiento de lo establecido en la Disposición adicional 3ª de la Ley del Contrato de
Transporte Terrestre de Mercancías. Esta Orden será de aplicación como es lógico, a los
contratos que se hayan celebrado con posterioridad a su entrada en vigor, así como a
todas las operaciones de transporte que se realicen en ejecución de contratos de
transporte celebrados con anterioridad cuando la entrega del envío al transportista
tenga lugar a partir de los tres meses siguientes a la entrada en vigor de la Orden.
Dos cuestiones son destacables. Por un lado, la regulación es común para los contratos
de transporte terrestre tanto por carretera como por ferrocarril, sin perjuicio del
establecimiento de especialidades aplicables exclusivamente a este último. Por otro
lado, hay que tener en cuenta que estamos ante una regulación de carácter dispositivo
para las partes contratantes, excepto en lo relativo al orden público y determinados
contenidos que se establecen como imperativos, como son las normas referidas a la
responsabilidad del porteador y a la prescripción de las acciones derivadas de la propia
Ley del Contrato de Transporte Terrestre de Mercancías. Por ello el margen para la
autonomía de la voluntad es relativamente amplio (art. 3 LCTTM).
La Ley define a los sujetos que pueden formar parte del contrato señalándose la
presunción de contratación en nombre propio para los habituales contratantes o
intermediarios en este tipo de contratos (art. 5). Además se hace mención expresa a los
porteadores efectivos, para regular la cuestión de la intervención de varios sujetos por
vía de subcontratación en el transporte. Ahora bien, se echa en falta la especificación
del régimen de responsabilidad de este porteador efectivo pues en ningún momento se
pronuncia la Ley sobre la posible responsabilidad que el mismo tendrá frente al
cargador, señalándose sencillamente una conversión (que no subrogación) de la
posición jurídica del porteador contractual en la de cargador al haber contratado con
otro porteador la realización de todo o parte del transporte (art. 6.2).
Sí que encontramos una regulación bastante más detallada, del contrato de transporte
con porteadores sucesivos (arts. 64 y ss.), en el que el régimen de responsabilidad para
los diferentes intervinientes en la realización del transporte viene establecido con
meridiana claridad, así como la limitación de la legitimación pasiva, más allá de los
problemas que en la práctica puedan suscitarse debido a la complejidad ínsita a este
tipo de contratos. Asimismo, la Ley reconoce expresamente el contrato de transporte
continuado, al que es de aplicación el régimen jurídico del transporte ordinario pero
para el que se determinan ciertas particularidades en relación a la formalización (arts.
16 y ss.), el precio del transporte (arts. 38.3 y 39.3) y la extinción del contrato (art. 43).
La carta de porte se emitirá una vez el porteador haya recibido las mercancías y haya
verificado las condiciones en las que las mismas se encuentran. Se trata de un examen
limitado y externo, centrado en comprobar las condiciones de embalaje o la apariencia
de las mercancías entregadas por el cargador. Conforme a lo establecido en el artículo
25 de la Ley del Contrato de Transporte Terrestre de Mercancías el porteador hará
constar en la carta de porte, de forma motivada, los defectos y dudas que se deriven del
mencionado examen, así como si se ha podido realizar o no esta verificación inicial de
las mercancías (reservas, vid infra ).
Se establece la obligación de emitir una carta de porte para cada envío (art. 10.3 LCTTM)
y se prevé la posibilidad de emitir tantas cartas como vehículos participen en el
transporte, si así lo solicitan porteador o cargador (art. 10.4). Deberán emitirse tres
ejemplares originales de la carta de porte, que irán signados por el cargador y el
porteador (art. 11.1), sin que esta exigencia sea obstáculo para la emisión de cuantas
copias se consideren conveniente por las partes, al no establecerse prohibición al
respecto.
Sorprende, no obstante la exigencia de acuerdo entre las partes para el empleo de este
medio electrónico de documentación, contrario a las disposiciones legales sobre
comercio electrónico. No consideramos, por otro lado, que sea obstáculo al respecto la
exigencia de que el segundo ejemplar deba viajar con las mercancías, ex artículo 11.3,
pues es evidente que la misma queda perfectamente satisfecha con el documento
electrónico, al que alude el artículo 15.2 de la Ley del Contrato de Transporte Terrestre
de Mercancías. Mayores dudas plantea que tipo de firma electrónica deberá emplearse
para signar el documento, pues si la misma ha de garantizar no solo la identidad del
firmante, sino también la integridad del documento o las fechas del mismo, dudamos de
la validez de una firma electrónica simple y nos decantamos por el recurso, cuanto
menos, a una firma avanzada, sobre todo si tenemos en cuenta las exigencias de la
condición 2.8 de la Orden de 2012 en cuanto a los requisitos o condicionamientos de
elaboración de la carta de porte electrónica.
La fuerza probatoria de la misma es fehaciente una vez firmada por ambas partes, en
cuanto a la conclusión y el contenido del contrato así como de la recepción de las
mercancías por el porteador, salvo prueba en contrario (art. 14.2).
No podemos confundir las reservas que realiza el porteador con las que lleve a cabo el
destinario cuando las mercancías han llegado al lugar de destino ( vid infra ).
Esta obligación del porteador tiene su correlato en el artículo 19 de la Ley del Contrato
de Transporte Terrestre de Mercancías, en virtud del cual, el cargador deberá entregar
al porteador las mercancías en el tiempo y en el lugar pactados, o en defecto de pacto,
en el establecido por los usos, o por las relaciones comerciales anteriores para el caso,
por ejemplo, de transportes continuados. El precepto prevé, además, las consecuencias
que se derivan del incumplimiento total o parcial de esta obligación. La entrega deberá
efectuarse, por otro lado, en las condiciones establecidas en el artículo 21 de la norma.
Como no podía ser de otro modo, el artículo 24 de la Ley del Contrato de Transporte
Terrestre de Mercancías aclara los deberes de información que el cargador tiene para el
caso de mercancías peligrosas, así como las posibilidades de actuación que el porteador
tiene para el caso de que no sea informado correctamente al respecto, y su obligación de
comunicación inmediata al cargador en caso de haber actuado según alguna de esas
posibilidades. Sobre el transporte de mercancías peligrosas debe tenerse en cuenta,
además, las previsiones contenidas en Real Decreto 97/2014, de 14 de febrero, por el que
se regulan las operaciones de transporte de mercancías peligrosas por carretera en
territorio español.
Los artículos 25 a 28 de la norma establecen las actuaciones que debe llevar a cabo el
porteador una vez le han sido entregadas las mercancías. Pesa sobre el porteador el
deber de guarda y conservación de las mismas desde el momento en que las recibe
hasta que las traslada a su destino (art. 28.1), y, como es lógico, de realizar el transporte
en las condiciones pactadas, por la ruta convenida o por la que considere más idónea en
función de las circunstancias y de las mercancías, en caso contrario, debiendo entregar
las mercancías en las condiciones en que las recibió ( ex art. 34 LCTTM). Con carácter
previo, conforme a lo establecido en el artículo 25, el porteador deberá realizar un
examen externo de las mercancías en el momento en que se hace cargo de las mismas,
comprobando, además, la exactitud de las menciones de la carta de porte relativas al
número y señales de los bultos. Deberá hacer mención en la carta, de forma motivada, a
aquellas objeciones o defectos que aprecie, o, en su caso, a la imposibilidad o carencia
de medios adecuados para verificar la coincidencia del número y las señales de los
bultos.
Sí que podemos observar la expresa mención al titular del derecho de disposición sobre
la mercancía, en lo que a la comunicación y solicitud de instrucciones del porteador se
refiere, para el caso en que esta corra riesgo de perderse o sufrir graves perjuicios, por
lo que se entiende que lo previsto en el artículo anterior es un descuido del legislador, y
considerándose como adecuado modo de actuar el previsto en este artículo 32. Los
gastos que se puedan ocasionar al porteador por todo lo relacionado con la
comunicación y solicitud y ejecución de instrucciones solicitadas y dictadas por el titular
del derecho de disposición, correrán a cargo de este último salvo culpa del porteador
(arts. 31.3 y 32.2). Por último, es de destacar la posibilidad de actuación que se da al
porteador cuando se está ante mercancía de determinada naturaleza o en determinado
estado, ya que podrá solicitar directamente a la Junta Arbitral de Transporte competente
o ante el órgano judicial, la venta de la mercancía sin esperar instrucciones, de tal modo
que el producto de la venta quedará a disposición de quien corresponda deduciéndose
el precio del transporte y de los gastos ocasionados.
Las mercancías deberán ser entregadas en los plazos previstos en el artículo 33 ( supra ),
normalmente convencionales en el transporte de mercancías por carretera y
perfectamente regulados en el caso de transporte ferroviario, en ausencia de acuerdo (
infra Lec. 37).
Partiendo de que las mercancías tienen que ser puestas a disposición del destinatario en
el mismo estado en el que se recibieron, atendiendo a lo establecido en la carta de porte
(art. 34), el legislador es consciente de que en el momento de producirse dicha entrega
pueden surgir desavenencias entre las partes en torno al estado en el que han llegado
las mercancías. Las mismas serán resueltas mediante la designación de perito, de
común acuerdo o judicialmente, o por la Junta Arbitral de Transporte correspondiente,
sin que ello impida la posibilidad de recurrir a la vía judicial, cuando no se esté de
acuerdo con la decisión adoptada por dichos órganos.
El destinatario puede ejercer los derechos que se derivan del contrato de transporte tras
la solicitud de la entrega de las mercancías al llegar estas, o después del momento en
que debieran haber llegado. Ahora bien, para actuar en tal sentido vendrá obligado a
efectuar el pago del precio del transporte y de los gastos causados, o si hubiera
discrepancias sobre estos conceptos, prestar caución suficiente. Por tanto, antes de
hacer valer sus derechos, el destinatario está obligado a cumplir en todo caso sus
obligaciones como tal (art. 35 LCTTM).
Recoge la Ley una serie de circunstancias por las que se hace imposible la entrega de la
mercancía al destinatario, tras lo que tendrá el porteador que comunicarlo al cargador,
que habrá de dar las instrucciones correspondientes. Asimismo se señala el juego de
sustituciones que se da cuando estas circunstancias se presentan tras la orden del
destinatario de entregar las mercancías a un tercero. El destinatario sustituirá al
cargador y el tercero al destinatario (art. 36 LCTTM).
En el pago del precio del transporte, el legislador consagra la presunción legal de que el
mismo se realiza a portes pagados, ya que a falta de pacto se entiende que el cargador
tiene la obligación de pagar el precio del transporte y demás gastos (art. 40 LCTTM),
pago que deberá efectuarse, por otro lado, en el momento en el que la mercancía haya
llegado al lugar de destino y haya sido puesta a disposición del destinatario, salvo que se
prevea otra cosa en el contrato (art. 39 LCTTM). Ahora bien, cuando se pacte que sea el
destinatario el encargado del pago del precio, estará obligado a hacerlo tras aceptar la
mercancía y si no lo hiciera será responsable subsidiario el propio cargador. Se acaba
así con los lamentables abusos que se producían en la práctica en perjuicio del
porteador, que tendrá ahora la posibilidad de dirigir su reclamación de pago frente al
cargador tras no haber obtenido satisfacción de sus intereses legítimos tras reclamar
frente al destinatario que asumiera la obligación de pago del transporte. El pago contra
reembolso tiene su régimen especial (art. 42 LCTTM).
Se favorece el cobro del precio y los gastos de transporte por parte del porteador gracias
a una serie de medidas además de la expuesta anteriormente. Así el artículo 40 recoge la
posibilidad que tiene el porteador de no entregar la mercancía si el obligado al pago de
las mismas y de los gastos, no lo hace o no presta caución suficiente, teniendo en tal caso
que depositar las mercancías judicialmente o ante la Junta Arbitral de Transporte
correspondiente y pedir su enajenación para la obtención de lo debido, para lo que el
plazo legal es de diez días desde el impago. Hay además una remisión a la Ley de 3/2004,
de 29 de diciembre (debemos entender que o la norma que la sustituya) por la que se
establecen medidas de lucha contra la morosidad en las operaciones comerciales,
entrando en juego por tanto un mayor interés del dinero, a pagar por el obligado al pago
que incurre en mora tras el plazo de treinta días desde la fecha establecida para el
mismo (art. 41). Este precepto concluye estableciendo la nulidad de determinados
pactos cuando sean abusivos en perjuicio del porteador, remitiéndose, una vez más para
regular esta situación, a la Ley 3/2004 y la Ley 15/2010, de 5 de julio, de modificación de
la Ley 3/2004, de 29 de diciembre, por la que se establecen medidas de lucha contra la
morosidad en las operaciones comerciales.
A. El fundamento de la responsabilidad
Alguna precisión es necesaria al hablar del momento a partir del cual responde el
porteador. Si bien la Ley en su artículo 28.1, establece la obligación del porteador de
guardar y custodiar las mercancías, desde que las recibe en origen hasta que las entrega
en destino, el artículo 47 se expresa en términos de responsabilidad desde la recepción
de las mercancías para el transporte. La duda como puede inferirse podría suscitarse en
relación al período de tiempo en que transcurren las operaciones de carga y descarga,
ya que, aun siendo el porteador el encargado de efectuarlas, no se estaría, en virtud del
artículo 47, dentro del período de responsabilidad, que no comenzaría hasta el inicio del
transporte en sí, y haría inaplicable el régimen de responsabilidad recogido en esta Ley,
resultado que no estaría justificado. En conclusión, habrá de considerarse que el
porteador es responsable de la mercancía incluso durante el período de carga y
descarga, siempre que sea el encargado de llevar a cabo dichas operaciones.
Una vez aclarado esto, la responsabilidad será obviamente por la pérdida total o parcial
de las mercancías, así como por las posibles averías o menoscabos. También responderá
por el mismo concepto, en caso de retraso en la ejecución del transporte en los términos
previstos en esta Ley. En caso de incumplimiento del porteador de otras obligaciones
derivadas del contrato de transporte, responderá según las reglas generales de
responsabilidad contractual cuando nada haya sido regulado de forma específica al
respecto.
Siempre dentro de la posible aplicación de las normas que se analizan sobre limitación
de responsabilidad, se establece un límite cuantitativo de la indemnización como ya se
apuntaba al principio de este apartado. El artículo 57 toma como referencia el Indicador
Público de Renta de Efectos Múltiples/día, cuyo tercio por cada kilogramo bruto de
mercancía perdida o averiada, no podrá ser superado a efectos indemnizatorios.
Todos los límites establecidos por la Ley, y aun expresándose esta en los términos «no
podrá exceder», son superables si así se pacta, pues tal como se dijo en referencia a la
ineficacia de pactos que aminoraran la responsabilidad del porteador, cabrá acuerdos
que, en sentido contrario, aumenten dicha responsabilidad, debiendo por tanto
entenderse que lo establecido por la norma ha de respetarse siempre que no haya pacto
en el sentido expuesto. Se volverá sobre esta cuestión al analizar el artículo 61 de la Ley.
También cabe, por último, aumentar el límite de indemnización que se prevé para los
casos de pérdida y avería, que igualmente permitirá al porteador exigir un suplemento
del precio del transporte.
La Ley detalla el momento concreto en que ha de comenzar el cómputo del plazo para
entablar la reclamación, atendiendo para ello al motivo o circunstancia determinante de
la misma, de forma semejante al régimen previsto en este sentido en el Convenio de
Ginebra. Ante pérdida parcial, avería y retraso el plazo dará comienzo desde la entrega
al destinatario. En situación de pérdida total de las mercancías comenzará una vez
transcurridos los veinte días desde el plazo convenido de entrega o transcurridos treinta
días desde que el porteador se hiciera cargo de la mercancía para el caso en que no se
pactara plazo alguno para la entrega. Para finalizar se establece un plazo para el resto
de los casos no contemplados antes, y será de tres meses desde la celebración del
contrato de transporte o desde el día en que la acción pudiera ejercitarse en caso de que
fuera posterior a los tres meses. Así, en cualquier caso, no se comenzará a computar el
plazo antes de los tres meses (art. 79).
Por ser plazos de prescripción y no de caducidad, podrán ser interrumpidos, para lo que
la Ley remite (art. 79.3, v. STS Sala 1ª, de 25 de noviembre de 2016) a las causas
señaladas con carácter general en los contratos mercantiles. Esto nos llevará a los
artículos 944 y siguientes del Código de Comercio.
Finaliza la regulación de la prescripción con una norma que supone una importante
novedad en referencia a las acciones entre porteadores. Será de un año el plazo para
interponer la acción de regreso ocasionada por la inicial responsabilidad de un
porteador por los daños generales a las mercancías por otros porteadores, plazo que
comenzará a computarse desde el momento en que se fijara la indemnización a pagar
por sentencia firme o laudo arbitral, o en su ausencia, a partir del momento en que el
porteador que ahora acciona contra otro efectuó el pago. Como cabe observar se evita a
favor del porteador que afrontó el pago de la indemnización, que su acción de regreso
prescriba frente al porteador que causó los daños en la mercancía.
Las partes del contrato son las mismas que en el transporte nacional, planteándose los
mismos problemas apuntados anteriormente. De forma expresa se regulan, en los
artículos 34 y siguientes la posible existencia de varios porteadores.
Así, respecto del porteador, de forma esquemática, se contempla su deber de revisar las
mercancías en el momento en que las recibe, así como el derecho a hacer constar en la
carta de porte las reservas justificadas que considere, en este sentido (art. 8), so pena de
considerarse, en caso contrario que las mercancías estaban en buen estado en el
momento de la recepción (art. 9.2); deberá custodiar las mercancías una vez recibidas y
efectuar el transporte en el plazo previsto, o en su defecto en el que resulte razonable
exigir a un porteador diligente (art. 19); deberá solicitar las instrucciones del cargador o
del destinatario en los supuestos en los que el transporte sea irrealizable, o sea
imposible proceder a la entrega de las mercancías (arts. 14, 15 y 16).
No alude el Convenio, por voluntad de sus redactores, a los sujetos a los que compete la
carga y descarga de las mercancías, quedando la materia reservada al pacto entre las
partes y, en su defecto, supletoriamente, al Derecho nacional.
El contrato de transporte de viajeros por carretera puede ser definido como aquel
acuerdo de voluntades por el que una de las partes (transportista) se obliga mediante
precio a trasladar a la otra persona (viajero) y a su equipaje de un lugar a otro en las
condiciones pactadas, incólume y de forma segura.
Los sujetos del contrato son el porteador y el viajero. El primero asume la obligación de
trasladar incólume al segundo de la partida al destino, con las normales condiciones de
comodidad, ambiente, rapidez, etc., pactadas en el contrato. El viajero asume, por su
parte, la obligación principal de abonar el precio, junto a las secundarias de cuidar el
uso del vehículo, tomar las precauciones normales de seguridad en su propia persona,
etc.
El elemento precio tiene en este contrato de transporte un matiz especial, pues salvo en
el caso de los transportes privados, en los públicos habrá de determinarse conforme a
tarifas fijadas por la Administración (arts. 66 y ss. ROTT). No cabe la menor duda, en
este sentido del carácter oneroso del contrato de transporte de viajeros por carretera,
sin perjuicio de la existencia de casos en los que el mismo tiene carácter gratuito,
denominados transportes interesados o de cortesía, benévolos o de complacencia. El
transporte interesado bien puede equipararse al oneroso, por el interés que el porteador
tiene en el mismo, sin necesidad de que tenga que ser traducido en el sentido de precio.
Los otros, plantean problemas en orden a la determinación de una posible
responsabilidad del transportista en caso de daños, que habrá de ser ejercitada por los
trámites de la responsabilidad extracontractual, sin perjuicio de la prevista en las
normas especiales sobre circulación y del resarcimiento que pueda obtenerse por los
seguros obligatorios.
La responsabilidad del porteador alcanza tanto los daños personales (lesión, muerte...),
como los materiales y morales, por accidente como por retraso, cancelación o
interrupción injustificada del viaje. Paralelamente a lo que sucede en el transporte de
mercancías con la obligación de custodia de las cosas transportadas, rige aquí una
obligación de vigilancia, que en caso de infracción genera la responsabilidad específica
del porteador, con independencia de la valoración que ha de hacerse de la conducta del
pasajero en la producción del daño. En orden al ejercicio de la acción de
responsabilidad, no será necesario que el viajero formule reclamaciones previas al
ejercicio de la acción judicial, debiendo estarse a los plazos prescriptivos establecidos en
el Código Civil.
No debemos olvidar, por otro lado, la obligación que pesa sobre el porteador de
suscribir seguros obligatorios que den cobertura a los daños ocasionados a los
pasajeros.
VI. TRANSPORTES TERRESTRES ESPECIALES. EL CONTRATO DE
MUDANZA
Es aquel por el que el porteador transporta, carga, descarga y traslada una serie de
objetos enumerados en la propia norma: mobiliario, enseres y sus complementos (art. 71
LCTTM). El legislador acota el tipo de objetos susceptibles de ser transportados y,
aunque parece que estemos ante categorías amplias, el carácter taxativo de la norma
impide incluir el transporte de otros objetos. Los lugares desde y hacia donde se
transportan los objetos también son especificados a modo de lista cerrada: vivienda,
local de negocio o centro de trabajo, teniendo el mismo carácter antes expuesto en
relación a los objetos transportados.
No es este el criterio del legislador al delimitar las prestaciones que el porteador puede
llevar a cabo, ya que se prevé la posibilidad de que las partes acuerden otras
prestaciones adicionales, tales como la preparación, el armado o desarmado, el
embalaje y el desembalaje de los objetos a transportar. Deja así abierta la posibilidad de
inclusión de otras operaciones que la Ley califica como complementarias, creando la
duda sobre qué operaciones poseen dicha catalogación. Por ello, cabe plantearse si
operaciones como el almacenaje de los objetos a transportar, aunque sea por un breve
período de tiempo, o su consignación en un guardamuebles, pueden ser consideradas
como complementarias de la mudanza cuando en sí constituyen un depósito, con su
propia regulación normativa diferente al contrato de mudanza.
Al señalar las obligaciones del porteador en el artículo 74, se puede observar cierta
contradicción con lo establecido en el artículo 71, pues en este se configura la operación
de carga y descarga como una obligación esencial o consustancial al contrato de
mudanza mientras que las operaciones de armado y desarmado, embalaje y
desembalaje serán pactadas por las partes. Sin embargo el artículo 74 parece poner
tanto las operaciones de carga y descarga como las que se acaba de mencionar al mismo
nivel, teniendo que asumirlas el porteador a falta de pacto expreso.
Como deber de información por parte del porteador, se establece que tendrá que poner
en conocimiento del cargador las normas administrativas que sean aplicables al
traslado pactado, así como informar sobre la posibilidad de concertar un contrato de
seguro que cubra el riesgo de daños a los bienes objeto de la mudanza, cuya conclusión
no liberará de responsabilidad al porteador. Este deber de información es de suma
importancia para el porteador pues su incumplimiento acarreará la no aplicación de las
normas de limitación de su responsabilidad (art. 76 LCTTM). En cuanto a las causas y
presunciones de exoneración de responsabilidad del porteador, son, junto con algunas
específicas, aplicables las generales del contrato de transporte terrestre de mercancías
por expresa remisión (art. 75 LCTTM); técnica quizás discutible si consideramos que, a
falta de norma especial (mudanza), se aplicará la general (transporte terrestre), y que la
remisión puede dar lugar a alguna falta de adecuación cuando se trate de mudanzas
multimodales en las que el régimen supletorio debería ser el propio del medio utilizado.
Se prevé, además, la posibilidad de que el legitimado para reclamar demuestre que el
daño no fue causado, en todo o en parte, por los riesgos excluyentes de la
responsabilidad del porteador. Por otro lado, se establece que si se prueba, entendemos
que por porteador, que los daños fueron causados, parcialmente, por circunstancia que
le resulta imputable, su responsabilidad se limite en la medida en la que su culpa ha
contribuido a la causación del daño (art. 75.5 LCTTM).
La acción por pérdida o avería de los bienes queda condicionada a que el cargador
manifieste por escrito sus reservas al porteador o a sus auxiliares distinguiendo como
ya se hiciera para el contrato de transporte, entre averías aparentes, que deberán
manifestarse en el acto de entrega, o no aparentes, para las que se establece un plazo de
7 días hábiles. Una vez más queda clara la importancia que tiene el deber de
información para el porteador cuando se trata de un destinatario-consumidor, ya que la
infracción de dicho deber implicará la posibilidad de acción por parte del consumidor
fuera de los plazos establecidos y sin necesidad de formular las exigidas reservas (art.
77.1).
Este tipo de contrato, a diferencia de otras modalidades como puedan ser el transporte
con reexpedición, el transporte múltiple, o el transporte unitario con subtransporte, en
las que se observa la existencia de una pluralidad de transportistas que, como regla
general, asumen una parte del recorrido, implica que existe un contrato único
asumiendo cada uno de los transportistas la responsabilidad por la ejecución íntegra del
mismo, aun cuando su intervención directa se limite a una parte del trayecto.
Una vez fijado esto se establece una nueva limitación al ejercicio de la acción derivada
del contrato. Así, la responsabilidad solidaria opera siempre y cuando se cumpla
además la siguiente condición: solo podrá dirigirse la acción contra un porteador que no
sea el primero o el último, en el caso en que el daño causado a la mercancía se haya
producido en el trayecto por él llevado a cabo. Esto será en muchas ocasiones de difícil
prueba por parte del cargador o del destinatario, máxime si no se hizo uso por parte de
los distintos porteadores de las reservas oportunas, por lo que la legitimación pasiva en
cuanto a una posible responsabilidad solidaria quedaría reducida al primero y al último
de los porteadores, por la limitación impuesta por la propia Ley. En conclusión, la
responsabilidad que con tan meridiana claridad parecía tener un carácter solidario,
pierde eficacia y efecto de protección para el acreedor del contrato de transporte al
establecerse las numerosas limitaciones arriba explicadas.
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