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El art. 1342 consagra el principio de que el deudor que incumple queda obligado a reparar los
perjuicios causados. Esta es la propia definición de responsabilidad: obligación de resarcir los
daños que son consecuencia del hecho ilícito.
El art. 1431 tiene la misma estructura esencial: su previsión atañe al incumplimiento; “para el
caso en que una de las partes no cumple su compromiso”… su consecuencia “la resolución (del
contrato) con daños y perjuicios”.
Tiene doble esfera de acción: es sinalagma genético en el momento del nacimiento de las
obligaciones, porque se requiere que las obligaciones sean interdependientes (un contratante
asume una obligación con tal que el otro asuma la suya) para que pueda existir contrato
bilateral.
La falta de actuación de la obligación produce una deficiencia funcional, porque impide que se
realice la función del contrato. Ello radica fuera de la etapa del perfeccionamiento del contrato
pero afecta la relación obligacional creada por el mismo, poniendo en peligro la actuación
practica de la causa.
Incumplimiento:
Para que una obligación pueda reputarse cumplida, la prestación debe ser ejecutada en forma
exacta y puntual.
Natoli dice que el incumplimiento se verifica en todos los casos en que la prestación no se
ejecuta, sea del punto de vista del objeto, sea del punto de vista de sus modalidades.
Barbero, por su parte, delinea una noción de incumplimiento en sentido lato, que incluye el
incumplimiento no imputable, es decir no ilícito, y por tanto, que no genera responsabilidad.
Clases de incumplimiento:
La doctrina más reciente agrega al grupo de las clases de incumplimiento un tercer caso: el
incumplimiento inexacto. Esta categoría abarca todos los casos en que el deudor realiza la
prestación aunque en forma imperfecta.
Según los principios cardinales del cumplimiento, el deudor debe realizar exacta y
completamente la prestación debida (arts. 1448 y 1459). Tiene que existir identidad total entre
lo pactado y lo cumplido. En consecuencia, el acreedor no está obligado a recibir una cosa
distinta de la debida, porque ellos importa incumplimiento de la obligación; tiene derecho a
rechazarla y reclamar la resolución del contrato.
El incumplimiento puede provenir del dolo o culpa del deudor, o de la dificultad no insuperable
en el cumplimiento de la prestación, así como también de una imposibilidad fortuita.
La etapa del retardo se inicia cuando la obligación deviene exigible. Es a partir de este
momento que el acreedor puede reclamar la prestación al deudor; en cambio no estaba en
condiciones de hacerlo durante la pendencia del plazo o condición suspensivos (art 1502).
Pero, para que exista retardo no basta con que venza el plazo, se requiere además que el
deudor no realice la prestación, esto es que no cumpla tempestivamente. Solo puede
configurarse la situación de retardo mediante un comportamiento omisivo del deudor que se
prolongue en el tiempo.
Esta duración temporal de la situación jurídica por la cual atraviesa la obligación, llamada
retardo, está caracterizada además, por la posibilidad de que se verifique un cumplimiento
tardío. Porque la no realización de la prestación al tiempo convenido no afecta la vigencia de la
obligación ni impide por ende que el deudor cumpla; y el acreedor, por lo menos en esta
etapa, debe aceptar el cumplimiento tardío. Es por ello que la exigibilidad de la obligación, y la
falta de ejecución de la prestación, inicia un estado de incertidumbre, ya que puede
desembocar en la realización tardía de la prestación, pero también en el incumplimiento
definitivo.
Solo puede haber mora cuando la prestación sea todavía susceptible de cumplimiento, aunque
con atraso. La mora es actualmente un retardo calificado, formal y sustancialmente.
Para el Código Civil la mora era el incumplimiento temporal. A partir de la ley 14.500, como el
incumplimiento temporal comienza antes de la mora, con la sola exigibilidad del crédito, la
mora pasa a ser una fase del incumplimiento temporal: el retardo calificado. Para que cese el
retardo en sentido estricto y la relación obligacional en situación de mora es necesario que el
deudor sea constituido en mora; esto puede suceder por dos días: mediante una interpelación
que el acreedor le dirige reclamándole incumplimiento de la prestación (mora ex persona) o
por el solo vencimiento del plazo, sin necesidad de interpelación (mora ex re). En nuestro
derecho positivo las formas de constituir en mora el deudor están consagradas en el artículo
376.
Para que el deudor caiga en mora es necesario que se reúnan ciertos presupuestos. El
presupuesto de la constitución en mora es la existencia de un crédito líquido y exigible.
Mora ex re por la naturaleza de la convención: art. 1341: “cuando la cosa que se había
comprometido a dar o hacer no podía ser dada o hecha, sino en el tiempo determinado que ha
dejado de transcurrir”. El Código nos dice que aquí la prestación sólo puede ser realizada en un
tiempo determinado. El plazo esencial se estipula en interés del acreedor. A éste puede
convenirle establecer que la prestación debe tener lugar indefectiblemente dentro de cierto
límite de tiempo, porque si resulta cumplida luego del plazo señalado, se vuelve inútil para él.
Esta necesidad hace improrrogable el cumplimiento; una prestación tardía resulta inadmisible.
Dado que el incumplimiento puntual es esencial, el cumplimiento tardío queda clausurado. En
cambio, en los casos más frecuentes el vencimiento no determina inevitablemente que el
acreedor pierda interés por la prestación, porque todavía puede convenirle un cumplimiento
tardío, en lugar de la resolución, a la vez que el atraso se repara con la correspondiente
indemnización de los perjuicios producidos por la demora. Por consiguiente, aún luego de
expirado el plazo, el acreedor tolerará este atraso, cuando no le causa perjuicios. Adopta,
entonces, una actitud de espera hasta que el deudor cumpla o hasta que la prolongación de la
inejecución afecte en demasía sus intereses y lo decida a interpelar.
Mora ex re automática: Proviene de una estipulación contractual, por la cual se establece que
el deudor incurre en mora por el mero acaecer del plazo, sin necesidad de interpelación. El
Código la incluye en el art. 1336. Cumple la misma función que la interpelación. No se concibe
aquí el retardo simple, puesto que la exigibilidad de la prestación ya coloca derechamente al
deudor en situación de mora o retardo calificado.
Efectos de la mora: El deudor que cae en mora está obligado a indemnizar los perjuicios al
acreedor. Cuando el deudor cumple tardíamente, los únicos perjuicios sufridos por el
acreedor, son los perjuicios de la mora. En cambio, cuando la situación de mora, en lugar de
definirse por el cumplimiento, asume el rostro del incumplimiento definitivo, el acreedor tiene
derecho a reclamar también los daños y perjuicios anteriores a la mora, porque la sanción del
incumplimiento es la reparación integral del daño sufrido.
Extinción de la mora: La purga de la mora es un acto de naturaleza abdicativa, que sólo puede
emanar del acreedor. Se origina en la voluntad del acreedor, consiste en una renuncia de éste,
y opera retroactivamente, cancelando los efectos que la situación de la mora produjo en el
pasado. A esta figura se contrapone nítidamente la cesación o extinción de los efectos de la
mora. Porque, aunque pueda provenir en algunos casos de la voluntad del acreedor, nunca
alcanza los efectos anteriores del estado de mora, los cuales subsisten, y sólo pone fin a esa
situación o estado. Extingue la mora en el sentido de que sus efectos cesan de producirse. Y
normalmente opera con prescindencia de la voluntad del acreedor.
Causa Extraña no imputable al deudor: Para que el deudor pueda eximirse de responsabilidad
no le basta justificar que la prestación es imposible, se requiere también que la imposibilidad
tenga su origen en un acontecimiento externo.
El deudor no debe provocar el acontecimiento (la causa extraña) por su culpa; si lo hace, él es
la verdadera causa del daño que sufre el acreedor.
Entonces, el deudor debe, por un lado, emplear toda la diligencia del buen padre de familia
para satisfacer al acreedor (art 1344). Y por otro lado, debe emplear la diligencia del buen
padre de familia para evitar la imposibilidad de la prestación, es decir que su actividad u
omisión no debe causar la imposibilidad (art. 1342).
El Código menciona a la fuerza mayor y el caso fortuito también como circunstancias que se
exoneran de responsabilidad (art 1343).
Generalmente se mencionan como acontecimientos típicos que entrañan fuerza mayor o caso
fortuito a ciertos hechos de la naturaleza (granizo, terremoto, incendio, etc), o el hombre
(guerras, huelgas, etc) y el llamado hecho o acto del estado (expropiación, prohibición de
exportaciones, etc).
La prueba del caso fortuito, que recae sobre el deudor (art. 1552), tiene que acreditar la causa
específica que provocó la imposibilidad; el deudor solo cumple con la carga de la prueba
identificando directa y positivamente el acontecimiento. Por consiguiente, en todos aquellos
casos en que la causa permanece desconocida, será responsable.
Carga de la Prueba
El inciso 1 precisa que: “se entiende por culpa la falta del debido cuidado o diligencia”
El inciso 2, establece que el deudor está obligado a emplear la diligencia del buen padre de
familia. De la correlación entre ambos deducimos que incurre en culpa el deudor que no
emplea la diligencia de un buen padre de familia. Es culpa todo apartamiento de la línea de
conducta que hubiera seguido el buen padre de familia.
Puede haber incumplimiento sin culpa. Esto se da cuando se lleva el límite de la obligación
hasta la imposibilidad, es decir que solo la imposibilidad absoluta y objetiva exonera de
responsabilidad, ignora ausencia de culpa. Hablamos aquí de responsabilidad objetiva o de
garantía. Cuando el deudor responde aunque no haya culpa de su parte, se dice que la
responsabilidad es objetiva. Hay responsabilidad objetiva cuando las consecuencias del obrar
de un sujeto recaen sobre éste, sin que se tenga en cuenta la culpa o el dolo.
La garantía se caracteriza porque hay obligación porque hay obligación de reparar el daño sin
que se configure culpa, ni nexo causal, ni tampoco ilicitud, tal ocurre en el caso previsto por los
arts. 1330 y 2278.
1-Imputable:
Doloso
Culposo
No culposo (garantía)
2-No imputable
Ejecución forzada
Tipos de ejecución:
1º Ejecución especifica
Mediante esta, el acreedor satisface exactamente el interés que habría obtenido en caso de
cumplimiento (voluntario) del deudor. El deudor no puede resistirse lícitamente a la demanda
de ejecución específica ofreciendo pagar, en lugar de ella los daños y perjuicios.
Contempla todos aquellos casos donde el acreedor debe contentarse con un equivalente por
imposibilidad culpable de la prestación (destrucción total o perdida de la cosa) o porque el
hacer es infungible. Aquí solo es factible la condena a pagar una suma de dinero que compresa
exactamente el valor de la prestación y los daños y perjuicios sufridos.
Como la ejecución específica no siempre es posible, al acreedor no le queda otra opción que
contentarse con realizar en el patrimonio del deudor un valor pecuniario (ejecución por
equivalente).
Sólo las partes del contrato tienen legitimación activa y pasiva en el juicio de resolución. La
legitimación activa corresponde al acreedor (la parte a quien se ha faltado), sus herederos, al
acreedor del acreedor y al cesionario del contrato.
La resolución produce como efecto la obligación de restituir, que tiene por finalidad reponer
las cosas al estado en que se encontraban antes del contrato. Esta eficacia retroactiva no
puede tener lugar toda vez que la restitución sea imposible. Por lo tanto, si la cosa fue
enajenada a un tercero, destruida o deteriorada esencialmente por culpa del adquirente, el
autor de la enajenación o destrucción de la cosa pierde la potestad de reclamar la resolución
por incumplimiento.
El efecto de la resolución consiste en reponer las cosas al estado en que se encontraban antes
del contrato, principio que deriva de la retroactividad de la condición (arts. 1421, 1428 y 1430).
La retroactividad es real, pero relativa (art. 1430), ya que no alcanza al tercero de buena fe.
La retrasmisión es automática, en cuanto tiene lugar sin que se requiera una nueva declaración
de voluntad.
Los efectos de la resolución alcanzan al tercero de mala fe, pero no al tercero de buena fe (art.
1430).
El daño resarcible:
Nace, entonces, una nueva obligación, que es secundaria o derivada, ya que proviene de la
obligación principal, pero también autónoma. La obligación de reparar el perjuicio tiene su
fuente en el hecho ilícito que es el incumplimiento, y a diferencia de la prestación originaria, es
una prestación por equivalente.
El daño se compensa por equivalente, con dinero, ya que éste, siendo una medida común del
valor de todas las cosas, sirve siempre para satisfacer el interés del acreedor. Por ello es que
tiene que existir una coincidencia completa entre el monto del resarcimiento y el monto del
daño.
Es daño resarcible aquel que es consecuencia directa e inmediata del incumplimiento, y que el
deudor pudo prever al tiempo del contrato, excepto cuando el incumplimiento fue voluntario.
En este último caso, el deudor debe resarcir todos los perjuicios directos e inmediatos, fueran
o no previsibles.
El resarcimiento debe ser integral, es decir que debe repararse todo el daño y nada más que el
daño.
La condena a resarcir los perjuicios opera, en un primer momento, como presión psicológica,
estimulando al deudor a cumplir, ya que, si no lo hace, entrará en juego su responsabilidad
patrimonial. En una segunda etapa, funciona como sanción, es decir como respuesta o
reacción negativa del derecho contra la conducta antijurídica del incumplidor.
El daño resarcible se disminuye cuando está provocado por dolo o culpa del acreedor, en la
proporción en que éste incide en la causación del perjuicio. También se reduce el monto del
daño cuando, conjuntamente con el mismo, la victima experimenta un beneficio, pero ambos
deben derivar del mismo hecho.
Esta división del daño es recogida por el art. 1345: al acreedor se le deben daños y perjuicios
por la pérdida que ha sufrido y el lucro que se ha privado.
En el daño emergente la perdida recae sobre entidades que ya eran del damnificado cuando
se produce el daño.
Hay lucro cesante cuando el menoscabo impide la adquisición de un bien que todavía no
poseía.
Ambos deben ser resarcidos igualmente, y a las dos categorías se aplican, por igual, todos los
requisitos generales del daño. Tanto uno como otro han de ser directos, previsibles, etc.
El lucro cesante asume generalmente la forma de daño futuro.
Esta clase de daño también debe ser cierto, esto es que, si bien todavía no se ha exteriorizado,
hay certeza sobre su acaecer (a diferencia del daño eventual).
En la hipótesis del art. 1431 se le abren dos vías al acreedor: reclamar la ejecución forzada o la
resolución.
En ambos casos el incumplidor debe resarcir los daños y perjuicios. Cuando ela creedor se
decide por el cumplimiento, el daño a resarcir es meramente moratorio (art. 1341, inc. 2).
Liquidar el daño es estimar la entidad del mismo en determinada suma de dinero, que debe
ser pagada al acreedor a título de indemnización.
Liquidación judicial (arts. 1345 y 1346): el acreedor debe probar el perjuicio y su monto, esto
es, calcular por su parte cuál es la suma que, a su criterio, debe otorgársele, y durante el juicio
tiene la carga de probar el perjuicio sufrido y que ese perjuicio asciende a una determinada
suma de dinero. El Juez apreciará si la pretensión está o no ajustada a derecho, en base a la
prueba rendida, y de acuerdo con los criterios suministrados por los arts. 1345 y 1346.
Liquidación convencional: las partes (acreedor y deudor), al tiempo del contrato, o incluso
luego del incumplimiento, acuerdan que el daño a resarcir se estime en una cantidad
determinada de dinero. Dicho monto establecido por las partes es inamovible (art. 1347). No
se requiere probar el monto del perjuicio, porque éste fue avaluado de antemano por las
partes, y esta determinación se impone al Juez. Sin embargo, el acreedor debe probar la
existencia del prejuicio.
Pacto Comisorio:
El Código Civil uruguayo lo regula en la compraventa, como pacto accesorio de este contrato
(art. 1736 y siguientes).
El art. 1737 define: “por el pacto comisorio se estipula expresamente que no pagándose el
precio al tiempo convenido, se resolverá el contrato de venta”.
Hay aquí entonces, una previsión expresa de las partes, estipulando que el contrato se
resolverá en caso de incumplimiento.
El pacto comisorio fue legislado pormenorizadamente en el contrato de compraventa, en
atención a la mayor frecuencia práctica de la estipulación en esta clase de negocios. Ello no
significa, que no tenga un alcance general: el artículo 2191 lo contempla en la renta vitalicia.
Es aplicable no solo a las obligaciones principales, sino también a las accesorias o secundarias,
incluso aquellas que no consistan en el pago de un precio, pero es necesario que se determine
la obligación en cuestión.
Según la doctrina del procedimiento monitorio, ante el requerimiento del acreedor, el juez
pronuncia sentencia declarando resuelto el contrato, que se notifica al deudor, el cual tiene la
posibilidad de formalizar su oposición. La sentencia dictada se limitará a declarar que el
contrato está o no resuelto.
El incumplimiento hace nacer un derecho potestativo del acreedor de optar por la resolución o
la ejecución del contrato. De consiguiente, para que la resolución tenga lugar es necesaria una
manifestación de voluntad del acreedor optando por ella, y solo cuando la misma llegue al
deudor, es que opera la resolución. El acreedor debe dirigirse al juez pidiendo que haga saber
a la contraparte su voluntad de declarar resuelto el contrato; con la notificación judicial queda
acreditado fehacientemente el momento de la resolución.
Si el acreedor optó por el cumplimiento, ello no le impide luego pedir la resolución. Pero, en
cambio, la opción por la resolución recluye la vía del cumplimiento.
Para que sea posible hablar de riesgos es necesario que exista una obligación, y que la misma
se encuentre vigente.
Es necesario considerar a la cosa que perece fortuitamente en tanto que objeto de un derecho
de crédito.
Según la doctrina dominante, la teoría de los riesgos se plantea únicamente en el ámbito de las
obligaciones bilaterales.
Nuestro Código dedicó específicamente el art. 1557 a resolver el problema de los riesgos.
Según el primer inciso, el riesgo lo padece el acreedor cuando se trata de una obligación de
dar: la extinción por imposibilidad fortuita de la obligación de dar no hace extinguir la
obligación recíproca del acreedor, por tanto aunque perezca la cosa vendida, el comprador
igualmente debe pagar el precio.
En cambio, el inciso 2, que trata de las obligaciones de hacer y no hacer consagra el arreglo
opuesto: el riesgo gravita aquí sobre el deudor porque se extingue la obligación recíproca del
acreedor, es decir, que si el acreedor todavía no cumplió a nada está obligado, y si ya hubiera
ejecutado su obligación tiene derecho a repetir lo pagado.
En las obligaciones bajo condición suspensiva el inciso 2 del artículo 1425 establece que el
riesgo lo soporta le deudor. Lo mismo sucede en el caso de las obligaciones bajo condición
resolutoria (art. 1428, inciso 3).
Cuando la cosa no perece totalmente el art. 1335 establece que los deterioros que pueda
sufrir la cosa que debe entregarse se compensan o equiparan con los aumentos fortuitos que
también puedan sobrevenir: “la cosa aumenta, se deteriora o perece para el que la tiene que
recibir”. En este caso el riesgo recae sobre el acreedor, pero dicha eventualidad dañosa está
contrapesada al otorgarle a este el lucro de un mayor valor superviniente.
En las obligaciones de género, según el art 1558, el riesgo es siempre para el deudor.
En este caso no hay extinción de la obligación (art. 1362), ya que el deudor puede cumplir
entregando otros integrantes del género.