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Javier Elvira
funcionamiento de la cognición humana. El resultado es una obra integradora,
que propone nuevas perspectivas para la comprensión de las principales tenden-
cias de la sintaxis histórica.
ISBN 978-3-0343-0323-1
Peter Lang
FONDO HISPÁNICO DE LINGÜÍSTICA Y FILOLOGÍA
La presente colección se hace eco del interés creciente en lingüística hispánica y aborda
todos los enfoques teóricos que constituyen hoy día esta materia. Asume el objetivo
básico de reunir, bajo un mismo criterio científico riguroso y un mismo epígrafe, la publi-
cación y difusión de un conjunto de obras y trabajos de investigación, tanto de autores
consagrados como de jóvenes lingüistas. Sus títulos se dirigen a un público amplio, que
va desde el especialista avanzado hasta el estudiante en general que se interesa por un
determinado tema o enfoque. De esta manera, la colección aspira a consolidarse como
una referencia importante dentro de las diversas disciplinas que integran la lingüística
hispánica.
Evolución lingüística
y cambio sintáctico
FONDO HISPÁNICO DE LINGÜÍSTICA Y FILOLOGÍA
Vol. 1
PETER LANG
Bern · Berlin · Bruxelles · Frankfurt am Main · New York · Oxford · Wien
Javier Elvira
Evolución lingüística
y cambio sintáctico
Subtitle
PETER LANG
Bern · Berlin · Bruxelles · Frankfurt am Main · New York · Oxford · Wien
Bibliographic information published by Die Deutsche Nationalbibliothek
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La presente investigación ha sido financiada a través de una ayuda del Gobierno de España
(Dirección General de Investigación) concedida al proyecto HUM2006 - 08852
ISSN 1663-2648
ISBN 978-3-0343-0323-1
ISBN 978-3-0351-0519-3 (eBook)
Printed in Germany
Índice General
5
1.5.8.8.4. Localización .............................................................. 61
1.5.8.8.5. Plasticidad neuronal ................................................... 65
1.5.8.8.6. Modularidad .............................................................. 66
6
3.2.5.3. La inversión de la correlación primitiva:
la nueva ramificación a la izquierda ............................. 140
3.2.5.3.1. Residuos de la correlación primitiva en
castellano medieval ................................................. 143
3.2.5.3.2. El origen del relativo incrustado .............................. 146
3.2.5.3.3. La subordinación completiva .................................. 147
7
5.3.1. Reinterpretación contextual ................................................... 222
5.3.2. Fosilización por retroceso de reglas gramaticales ................. 227
5.3.3. Pérdida de elementos originarios ........................................... 229
5.4. Lexicalización y gramaticalización frente a frente ....................... 230
8
1. La aproximación biolingüística. Genes,
adaptación y emergencia
1.1. Preliminar
Durante buena parte del siglo XX, la lingüística occidental ha basado sus
postulados en una visión del lenguaje como fenómeno esencialmente
cultural y social. Los aspectos psicológicos, fisiológicos y, en definitiva,
biológicos han recibido una atención relativamente menor. Por este mo-
tivo, la preocupación por los orígenes últimos del lenguaje en la especie
humana ha permanecido en buena parte al margen de los intereses
cotidianos de los investigadores de la lengua. En épocas anteriores, este
desinterés había adquirido la forma de franco recelo hacia la espe-
culación sobre los orígenes, hasta tal punto que la Sociedad de Lin-
güística de París llegó a emitir en 1866 una disposición en la que
prohibía la publicación, bajo su patrocinio, de cualquier trabajo dedicado
a estas cuestiones. Los motivos para este rechazo tenían que ver con la
sensación de inseguridad, sentida y compartida por la mayoría de los
lingüistas de aquella época, a la hora de abordar un asunto que todos los
investigadores consideraban sumamente delicado desde el punto de vista
teórico e inaccesible desde un punto de vista empírico. En gran medida,
esta actitud de inhibición ha continuado viva en la investigación lin-
güística europea y americana del siglo XX.
La reserva de los lingüistas decimonónicos hacia la especulación
sobre el origen evolutivo del lenguaje derivaba de las dificultades para
establecer un método fiable de recuperación del pasado no documentado.
En las ciencias biológicas de la época estaban ya disponibles diversas
técnicas y mecanismos para la reconstrucción de épocas pretéritas; los
datos arqueológicos y la comparación entre especies proporcionaban cla-
ves esenciales para proponer hipótesis verosímiles y fiables sobre el pa-
sado no documentado de los seres vivos. En cambio, en el terreno pro-
piamente lingüístico, tan solo algunos aspectos puramente fisiológicos
del lenguaje son susceptibles de reconstrucción arqueológica. Los datos
9
relativos a la gramática o al léxico originarios solo habrían podido obte-
nerse a través de la conservación de testimonios escritos que los
antecedentes del homo sapiens no estaban en condiciones de
proporcionar1. Por otro lado, la comparación entre el lenguaje humano y
los sistemas de comunicación empleados por otras especies actuales no
arroja tampoco excesiva luz sobre el problema de los orígenes: las ramas
genealógicas de las abejas o los delfines están demasiado distantes del
árbol que emparenta a humanos y simios, por lo que cualquier parecido
entre estos sistemas de comunicación animal y nuestras lenguas, si es
que hay alguno, carecería de valor a la hora de establecer conjeturas
significativas sobre posibles orígenes comunes. Tampoco es fácil
encontrar paralelismos entre las limitadas habilidades comunicativas de
algunos monos y las versátiles lenguas humanas.
A pesar de lo dicho, en los últimos decenios de la pasada centuria y
también en los años ya transcurridos del presente siglo XXI la actitud de
la lingüística ante el problema evolutivo ha dado un sorprendente vuelco
y ha colocado la pregunta sobre el origen en el centro de la atención y
preocupación de numerosos autores, escuelas de investigación, congre-
sos, cursos y publicaciones. A este renovado interés por los orígenes no
es ajeno, probablemente, un cierto agotamiento de los modelos de la
lengua como fenómeno básicamente estático, incapaces de entender la
mecánica que subyace a muchos fenómenos gramaticales, especialmente
en la sintaxis. De ahí la proliferación reciente, en todas las escuelas de
investigación del lenguaje, de los estudios relacionados con el cambio
lingüístico y con los aspectos semánticos y cognitivos de la gramática.
En el marco de estas investigaciones, las nociones de función o
adaptación, o la constatación del carácter orientado de algunos cambios
lingüísticos han adquirido una inusitada relevancia, lo que ha llevado a
muchos a ensayar la reincorporación en lingüística de la idea de evo-
lución, dormida y ausente durante más de un siglo de libros y tratados de
lingüística de orientación básicamente estática.
Tampoco hay que descartar que este renovado interés por la evolu-
ción esté motivado por las aportaciones de la moderna arqueología
10
respecto a los precedentes evolutivos del tracto vocal de los seres huma-
nos. Igualmente relevantes son los avances recientes en el conocimiento
de las capacidades cognitivas y comunicativas de los simios: según mu-
chos investigadores, estos avances podrían forzar un replanteamiento,
que para algunos equivale a una refutación, de la idea secular de que la
mente humana presenta cualidades cualitativamente diferentes de las que
posee la mente de sus parientes evolutivos.
De una manera general, la preocupación por los orígenes se
relaciona también con el acercamiento de la lingüística a los métodos y
resultados de otras ciencias experimentales, a través de la consideración
de la lengua como fenómeno esencialmente psicológico, fisiológico y,
muy especialmente, como hecho biológico. En efecto, el lenguaje huma-
no presenta algunas características o rasgos que lo aproximan a los he-
chos de naturaleza biológica: se da en principio en todos los hombres,
con independencia de razas o culturas; se acomoda a un proceso de
adquisición muy característico y con unas etapas nítidamente identi-
ficables, etc.
No extraña, pues, la aparición reciente del término Biolingüística,
acuñado en paralelo por algunos convencidos seguidores de la escuela
chomskiana (Jenkins, 2000) y también por señeros representantes de los
planteamientos funcionalistas (Givón, 2002). Dicho término pretende dar
nombre a la nueva disciplina que resulta de esta convergencia de
intereses entre lingüística y biología. Estas propuestas constituyen un
indicio de que en algunos sectores de la investigación lingüística
contemporánea se empieza a considerar insuficiente la consideración de
la lengua como fenómeno exclusivamente cultural o social.
11
seres del reino animal, incluidos los monos más inteligentes. Muchos
filósofos y teóricos han optado por dar el nombre de razón a esa peculiar
capacidad intelectual de los humanos.
Tampoco debería suscitar demasiada controversia la afirmación de
que la capacidad de comunicar ideas, sentimientos y saberes constituye
una importante característica diferenciadora del hombre frente al resto de
los animales. Hay que reconocer, sin embargo, que en el reino animal es
posible encontrar también determinadas modalidades de comunicación y,
por consiguiente, de lenguaje. Las abejas o los delfines intercambian
información muy vital para su alimentación y supervivencia, a través de
sistemas de comunicación que también podríamos considerar lenguajes,
aunque sea en un sentido muy peculiar y restringido. Entre las especies
más próximas a la especie humana, a las que pertenecen los simios, no
hay, ciertamente, modalidades de lenguaje con estructura gramatical.
Pero existen formas más simplificadas de comunicación basadas
fundamentalmente en vocalizaciones y gestos. Además, la observación
del comportamiento y la inteligencia de ciertos monos especialmente
inteligentes ha permitido detectar notables capacidades para la comu-
nicación simbólica. Son bien conocidas las pruebas y entrenamientos que
la investigadora Susan Savage-Rumbaugh realizó con el chimpancé
bonobo Kanzi, que demostró una sorprendente capacidad de
comprensión, no solo de unidades léxicas aisladas, sino de estructuras
gramaticales simples, que incorporaban papeles argumentales básicos
(agente, paciente, etc.).
Con independencia de la valoración que nos merezcan los
experimentos sobre la capacidad lingüística de algunos monos, subsiste
nuestra preocupación inicial: ¿cuál es la diferencia esencial entre el
lenguaje humano y los otros sistemas de comunicación animal cono-
cidos, como los utilizados por las abejas o delfines? Las respuestas que
se han proporcionado a esta pregunta son variadas.
Para muchos investigadores, la diferencia esencial entre los sistemas
de comunicación animal y el lenguaje de los seres humanos radicaría en
el carácter simbólico y arbitrario de las lenguas humanas, lo que implica
un salto cualitativo en relación con otras modalidades de comunicación
animal, mucho más icónicas o interpretables en contextos específicos
(Deacon, 1997). A pesar de ello, conviene reconocer que algunas
modalidades del lenguaje animal, como las usadas por algunos primates,
están dotadas de cierto carácter simbólico, como ocurre con los gritos de
12
los monos vervet, que son capaces de producir diferentes tipos de
llamadas de alerta en función del animal del que procede la amenaza, lo
que indica un cierto de grado de simbolismo (Johansson, 2005: 121).
Otra cosa diferente es suponer una voluntad representativa y
consciente en los actos de comunicación animal, que tienen habi-
tualmente un carácter automático, sin que exista una opción o decisión
previas sobre el mensaje que se va a comunicar, su contenido, su
disposición o su estructura. De acuerdo con Li (2002: 88), los lenguajes
animales que conocemos están vinculados a las necesidades del contexto
inmediato, que pueden tener que ver con el aparejamiento, la alarma, la
alimentación, la dispersión, etc., y persiguen la finalidad de modificar el
comportamiento de los demás individuos en función de esas necesidades,
mucho más que el objetivo esencialmente comunicativo y repre-
sentacional de expresar conceptos o ideas. El lenguaje humano, por el
contrario, sin excluir ocasionalmente estas funciones, presenta un
carácter esencialmente consciente, responde a una decisión mental de
comunicar ideas y posee la capacidad de hablar también de lo que no
está presente en la situación comunicativa, es decir, de lo que no se ve,
de lo que ocurre en otro tiempo o lugar; es también capaz de hablar de lo
que no ha ocurrido ni va a ocurrir; es incluso capaz de mentir
(MacWhinney, 2002a: 234). Por el mismo motivo, las lenguas humanas
presentan un alto grado de arbitrariedad, en contraposición a los signos
de los lenguajes animales, más icónicos o indexicales y, por consi-
guiente, mucho más motivados desde el punto de vista semiótico2.
Conviene añadir que la diferencia entre el lenguaje animal y el
lenguaje humano no radica solo en el contenido posible o en la finalidad
de los mensajes que se trasmiten. También parece haber diferencias en el
modo en que estos sistemas de comunicación se adquieren y transmiten
de unos individuos a otros. En general, la transmisión de los sistemas de
comunicación animal se basa en menor medida en el aprendizaje y en
mucha mayor medida en una predisposición genética o instintiva en cada
individuo. En los seres humanos, por el contrario, existe igualmente
13
aporte genético pero el proceso de aprendizaje adquiere una relevancia
fundamental e imprescindible.
Por otro lado, la infinitud discreta permite al hablante entender y
construir un número infinito de oraciones, muchas de las cuales no han
sido oídas o producidas anteriormente. El lenguaje humano tiene
también un carácter recursivo (v. 6.4.), que le permite insertar estructuras
sintácticas bajo el dominio de otras de nivel similar. Gracias a estas
propiedades, el lenguaje humano es mucho más que un conjunto limitado
de expresiones u oraciones, por muy amplio que este pudiera ser
(Hauser, Chomsky y Fitch, 2002; Hauser y Fitch, 2003).
No hay que excluir que alguna de estas cualidades supuestamente
exclusivas de la lengua humana puedan aparecer de manera aislada en
alguno de los sistemas de comunicación animal. Por ejemplo, la
arbitrariedad o desmotivación de los signos parece detectarse también en
los gritos de alarma de ciertos simios, que requieren a veces un proceso
de aprendizaje (Marler, 1998). Los cantos de los pájaros pueden ser
aprendidos y muestran con frecuencia una ilimitada combinatoria de pa-
trones sonoros. A pesar de estas y otras posible reservas (Johansson,
2005: 119-122), es verdad que la combinación global de estas
propiedades del lenguaje humano nos ayuda a definir un espacio
cualitativamente diferente en el que solo se ubican las lenguas humanas.
14
1.3. El planteamiento innatista
3 Para una crítica de los argumentos que justifican la teoría de la pobreza del
estímulo, puede verse el trabajo de Pullum y Scholz (2002). En el mismo número
15
otras posibles reservas que la idea de la escasez del estímulo pueda
suscitar, la hipótesis de que existe una especial predisposición innata que
facilita al niño la adquisición del lenguaje parece indiscutible, como lo es
igualmente que tal proceso se desarrolla en un momento específico y
determinado del crecimiento y desarrollo infantiles. Sin embargo, sin
negar esta evidencia, algunos investigadores se inclinan por atenuar o
matizar esta supuesta independencia de la adquisición del lenguaje
respecto del estímulo recibido, que muchos atribuyen al desarrollo lin-
güístico ontogenético, y subrayan que el desarrollo del lenguaje en el
niño tiene un carácter más gradual de lo que a menudo se ha afirmado.
Téngase en cuenta, además, que la predisposición al desarrollo del
lenguaje no está necesariamente vinculada con el medio oral. En
circunstancias especiales, los niños pueden desarrollar otros sistemas de
comunicación de carácter no-oral, con propiedades estructurales dife-
rentes a las de la lengua hablada. Este es el caso de los niños sordos,
hijos de padres sin problemas de audición, que son capaces de generar
con mucha facilidad y rapidez una lengua de gestos con una estructura
mínima.
16
determinadas etapas del crecimiento del niño. Para muchos de estos
investigadores es más razonable suponer que existen restricciones
innatas en la organización neuronal del cerebro que podrían determinar
la preferencia por determinadas configuraciones o estructuras gra-
maticales. Se sabe, además, que los sujetos que experimentan una expo-
sición a su primera lengua en edad más tardía de lo habitual suelen
presentar anomalías en la agilidad y rapidez del procesamiento de ciertas
estructuras. Ello podría indicar que la adquisición del lenguaje se
produce de manera más eficaz en aquellas etapas de la vida en las que el
desarrollo neuronal se encuentra en etapas relativamente poco maduras,
lo que implica una mayor disponibilidad cerebral para el aprendizaje de
los sistemas gramaticales (Deacon, 1997).
En el extremo opuesto se sitúan aquellos que se adhieren a una
versión más radical del innatismo, que supone que las características
esenciales de la sintaxis de las lenguas naturales están ya previstas en la
dotación genética de los seres humanos. Esta modalidad más extrema de
innatismo ha sido defendida con ardor por algunos de los cultivadores
del cartesianismo evolutivo, como Steven Pinker (1994, 1997, 1998),
que ha sugerido que el conocimiento gramatical innato se ubica en los
microcircuitos del cerebro. Los datos empíricos que suelen mencionarse
en favor de esta idea son variados. Los más frecuentemente aducidos
hacen referencia a patologías de lenguaje compartidas por miembros de
la misma familia y a indicios sobre la vinculación de un gen específico,
el FOXP2, sobre la capacidad lingüística.
En efecto, los datos procedentes de ciertas patologías del habla,
dislexias y otros desajustes apuntan hacia un condicionamiento genético.
Entre estos desajustes destaca la muy comentada discapacidad específica
del lenguaje (DEL), que afecta a miembros de una misma familia y
presenta un síndrome relativamente uniforme, que incluye, entre otros
trastornos, una relativa lentitud en el proceso de adquisición del
lenguaje, dificultades en el procesamiento de las reglas productivas de
formación de palabras o en los requisitos de concordancia de rasgos y en
la construcción de unidades fonológicas complejas (Gopnik et. al.,
1997). El mencionado síndrome no es, sin embargo, un fenómeno
exclusivamente lingüístico, pues combina trastornos que afectan al
lenguaje con otros de naturaleza diferente, como sordera, autismo y bajo
coeficiente intelectual (Lieberman, 2002: 46). Por tanto, todos estos
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desajustes podrían ser el efecto de deficiencias cognitivas e intelectuales
de carácter más general (Vargha-Khadem et al., 1995).
También ha sido muy comentada y discutida la reciente constatación
de que el gen FOXP2 (que pertenece al cromosoma 7) ejerce una
influencia activa en el control motor del lenguaje (Marcus y Fischer,
2003; Lorenzo y Longa 2003b: 645). Se ha documentado reiteradamente
el caso de familias cuyos miembros comparten serios problemas de arti-
culación y expresión lingüísticas, que pueden llegar en casos extremos a
hacer inteligible su habla. Esta observación terminó llevando al descu-
brimiento de que una mutación en el mencionado gen FOXP2 es la
responsable de esta deficiencia.
Este tipo de descubrimientos ha producido, inicialmente al menos,
tanto desconcierto como satisfacción. Desconcierto porque ha mostrado
que los aspectos del comportamiento lingüístico que, según estos
avances, podrían estar genéticamente condicionados no son exactamente
los que las hipótesis de algunos lingüistas habían avanzado. Satisfacción
también, no cabe duda, porque de llegar a confirmarse el alcance de este
descubrimiento, la idea de un factor genético en la adquisición de la gra-
mática estaría adquiriendo un inesperado respaldo.
Para poder valorar adecuadamente la relevancia de estos datos, es
necesario tener una idea ajustada del papel de los genes en el desarrollo
de los diferentes órganos y habilidades. Conviene distanciarse de la idea
de que cada uno de los genes ha surgido para desarrollar una función o
rasgo específicos. La mayoría de los genes tiene efectos sobre más de un
rasgo del fenotipo y, a la inversa, un mismo rasgo del fenotipo puede
deberse a la acción de varios genes. Tampoco hay que pensar que la
complejidad del organismo se relaciona directamente con la cantidad de
genes implicados en su desarrollo. Es ilustrativo a este respecto observar
que la complejidad de la dotación genética de un gusano no es mucho
mayor que la de un hombre; de hecho, cualquier simio comparte con un
hombre el 99 % de su dotación genética.
En realidad, la novedad en sí no está en el gen FOXP2 sino en
alguno de sus elementos integrantes. De hecho, este gen está presente
también en la dotación genética de otros animales, como el gorila o
incluso el ratón; y también está presente en algunas aves. Pero solo dos
de los 715 aminoácidos que lo componen son propiamente humanos y
serían resultado de una mutación reciente, con una antigüedad
aproximada de 100 000 años. En última instancia, el papel específico del
18
gen FOXP2 no termina de estar claro en la actualidad, especialmente en
su relación con el lenguaje. Se sabe que está implicado en la regulación
de algunos aspectos del desarrollo y formación de los ganglios basales,
que están estrechamente vinculados con diferentes actividades, como el
control del movimiento secuencial y planificado y solo de manera
indirecta con el lenguaje (Marcus y Fischer, 2003).
La idea de que el genoma humano incorpora información espe-
cíficamente gramatical no encaja bien con otros datos y experimentos
bien conocidos, como los realizados con los niños sordos, que muestran
la misma predisposición y rapidez en la adquisición del lenguaje de
gestos que los niños normales en la adquisición del lenguaje oral, lo que
sugiere que las capacidades innatas no se vinculan directa o necesa-
riamente con el medio oral. Por otra parte, los procesos de adquisición
del lenguaje y su desenvolvimiento secuencial no son totalmente
universales y dependen también de factores culturales. Parece, por
ejemplo, que las etapas de adquisición de las diversas estructuras sintác-
ticas no son totalmente universales. En concreto, las construcciones
pasivas, que presentan adquisición tardía en inglés, son mucho más tem-
pranas en otras lenguas. De hecho, investigadores como Crago et al.
(1997: 87) han creído percibir un cierto anglocentrismo detrás de algunas
investigaciones sobre adquisición del inglés, cuyos resultados adquieren
una universalidad más pretendida que real.
19
sería algo muy parecido a olvidar4. Concebido de esta manera, el
aprendizaje juega un papel relativamente pequeño en un desarrollo del
lenguaje regulado desde la dotación genética del individuo (Lorenzo y
Longa, 2003a: 19).
A pesar de todo, nadie duda de que el proceso de adquisición del
lenguaje incorpora una buena dosis de aprendizaje. Por el contrario, está
claro que la adquisición del lenguaje humano requiere que el niño reciba
en el momento oportuno una exposición a los datos esenciales de la
gramática de su lengua. Estos datos proceden, en la mayoría de los casos,
de la lengua de la madre, lo que justifica el calificativo de materna que se
aplica a la primera lengua de cada ser humano, sin excluir, por supuesto,
la información que pueda proporcionar cualquier hablante del entorno
inmediato que exponga su habla delante de la observación del niño. Si,
por algún motivo fortuito, el niño no recibe en la edad oportuna los datos
iniciales de su lengua materna, el desarrollo de su capacidad lingüística
puede ser defectuoso o limitado. De hecho, la investigación psicolin-
güística ha podido documentar el caso de individuos que carecen de todo
tipo de habla por no haber tenido en su momento el necesario contacto
con la lengua materna.
Así, pues, por mucho que la capacidad lingüística esté gené-
ticamente determinada, igual que otros comportamientos del ser humano,
el condicionamiento genético no basta por sí solo para que la lengua se
desenvuelva y desarrolle con naturalidad, si no se produce el necesario
proceso de exposición y aprendizaje por parte del niño. A la vista,
entonces, de las dificultades para suponer una dotación estrictamente ge-
nética o directamente gramatical y de la necesidad de una exposición
previa al estimulo, no extraña que muchos investigadores prefieran
suponer que el componente genético no dota al niño de conocimientos
directamente gramaticales, sino de una especial capacidad o predispo-
sición al aprendizaje y que esta capacidad le permitiría extraer de la
20
experiencia sensorial inmediata aquellos datos que son relevantes para
construir su lenguaje (Kuhl y Metzoff, 1997).
En esta misma línea, resulta interesante la sugerente versión del
innatismo propuesta por Deacon (1997). El lenguaje se adquiere, según
este autor, porque existe una capacidad innata para aprender, pero esta
disponibilidad al aprendizaje no es igual en todas las etapas de la vida.
Entre otras justificaciones, este investigador se apoya en los trabajos de
Susan Savage-Rumbaugh, en relación con las sorprendentes capacidades
lingüísticas de algunas especies de chimpancés enanos o bonobos, que
manifiestan un considerable desarrollo conceptual y una notable
capacidad para asignar signos a los conceptos. Las habilidades comu-
nicativas de estos animales parecen estar restringidas también por las
fases de maduración de cada individuo, pues los individuos de más edad
tienen grandes dificultades para adquirir las mismas capacidades que sus
compañeros más jóvenes obtienen sin mayor esfuerzo5. La diferencia, en
este punto, entre hombres y monos podría residir en la variedad y
complejidad de los conceptos que los miembros de una y otra especie
pueden crear. En contraste con la riqueza conceptual del ser humano, los
simios basan su comunicación en un conjunto muy reducido de con-
ceptos.
Deacon tomó buena nota de estos hechos y los incorporó a la
justificación de su propio modelo de desarrollo y evolución del lenguaje.
Según este autor, los bonobos más jóvenes son capaces de adquirir
habilidades lingüísticas porque son individuos inmaduros, es decir,
porque se encuentran en una etapa precoz de desarrollo, en la que existe
una predisposición al aprendizaje que se pierde o reduce en etapas
posteriores. Este mismo autor señala que “los cerebros inmaduros tienen
una gran capacidad para sustituir las estrategias indexicales por las
propiamente simbólicas” (Deacon, 1997: 136). Esta predisposición al
aprendizaje por parte de un sistema expectante de experiencia, sí que
sería innata, según Deacon. En la misma línea, Kuhl y Metzoff (1997:
37-38) han explicado la especial capacidad de aprendizaje que muestran
21
los niños en ciertas etapas gracias a un proceso de sobreproducción de
conexiones sinápticas6.
Las dificultades para asumir y defender la idea de que el cono-
cimiento gramatical tiene carácter innato resultan obvias también para
los defensores de la escuela generativa7. De ahí que muchos de ellos
hayan optado en los últimos años por reducir hasta el mínimo posible el
aporte gramatical genéticamente transmitido y que constituye la que
algunos denominan Gramática Universal. El denominado programa
minimista es, hasta la fecha, la última formulación de la lingüística
chomskiana y surge en este mismo contexto de reducción a un mínimo
teórico de la definición de lengua humana (Chomsky, 2000).
De hecho, en los últimos años, la biología general, y no solo la
lingüística en particular, tiende a reducir el papel que la dotación
genética y la evolución natural juegan en el desarrollo de los seres vivos.
En su lugar, el nativismo contemporáneo atribuye un protagonismo
esencial a la noción de proceso epigenético. Se aplica esta denominación
a aquellos procesos que están originados en una mínima proporción por
codificación genética y en mayor medida debido a la influencia de leyes
y principios del desarrollo y de la interacción con otros sistemas.
El nativismo de orientación chomskiana, que contempla con evi-
dente interés los intentos de equiparación del lenguaje con el resto de los
fenómenos biológicos, se ha sumado con entusiasmo a esta visión
minimizadora del componente innato. El resultado es un esfuerzo por
reducir al mínimo posible el componente universal de las gramáticas.
Esta novedad se justifica, entre otros factores, por las dificultades que
surgen al compaginar la idea de una dotación genética de validez
universal con la radical diversidad que muestran las lenguas del mundo.
6 En Deacon (1997: 136) está presente, por tanto, el concepto de neotenia, es decir, la
idea de que la evolución favorece los rasgos juveniles y desplaza los adquiridos en
épocas tardías.
7 Muchos de los seguidores de esta escuela generativa, al menos en su corriente más
ortodoxa, representada por el propio fundador de la corriente, no han contemplado
nunca de manera positiva la posibilidad de una génesis evolutiva del lenguaje
humano. Esta actitud es coherente con algunos de los postulados esenciales de esta
escuela de investigación sobre el lenguaje. Entre otros, el rechazo a contemplar un
diseño funcional en la lengua y en la gramática, al menos en sus niveles más
centrales y universales, justifica la negativa a aceptar la explicación evolutiva, que
se apoya precisamente en la idea de efectividad funcional.
22
Los avances de la tipología en los últimos decenios han permitido
constatar de forma reiterada la esencial heterogeneidad de las lenguas, lo
que dificulta el objetivo de extraer propiedades gramaticales universales,
más allá de las más abstractas y genéricas.
23
Esta concepción del cambio lingüístico está fuertemente deter-
minada desde una visión de la adquisición como elección entre pa-
rámetros. Cuando, de una generación a otra, se producen modificaciones
sustanciales en el tipo de datos proporcionados por el entorno, se podrán
observar también alteraciones esenciales en el tipo de lengua de salida
generada por estos cambios, es decir, en el sentido de la opción tomada
por el niño en su aprendizaje. Los cambios lingüísticos están, por tanto,
provocados por modificaciones ambientales. Las causas de estos
cambios externos son muy variadas; se relacionan con factores como el
préstamo, las alteraciones en la frecuencia de determinados usos,
cambios en los estilos o modas, etc. Dentro de la lógica de estos plan-
teamientos, no existen cambios internamente motivados y no resulta
aceptable hablar de tendencias o principios que orienten estos cambios
en una dirección determinada. Bien al contrario, los cambios lingüísticos
se deben en esencia a azares ajenos a la lógica interna de las lenguas y
son, por consiguiente, “caóticos” (Anderson y Lightfoot, 2002: 183).
Resulta obvio que desde estos planteamientos se atribuye a los niños
una responsabilidad esencial y un acentuado protagonismo en los
procesos de cambio lingüístico. Pero esta atribución no está exenta de
dificultades, pues acarrea ciertas implicaciones que no se avienen con la
realidad de los hechos (Croft, 2000: 44-53). Habría que aceptar, por
ejemplo, que los cambios surgidos en la niñez tendrán que proseguir y
afianzarse en la edad adulta, lo que no es habitual en las novedades del
habla infantil, que terminan cediendo el paso a la presión ejercida desde
la lengua de los adultos. Además, el tipo de novedades que introducen
los niños en su gramática no coincide habitualmente con las
innovaciones que se hacen efectivas en la historia real de las lenguas. En
fin, la visión del cambio como reseteo paramétrico presupone una susti-
tución abrupta y radical del modelo gramatical, quizá en el transcurso de
una sola generación, en contra de lo que sucede habitualmente en el lento
devenir de las lenguas históricas.
24
1.4. Planteamientos empiristas
25
En este lado empirista de la discusión, como ocurre igualmente en el
bando innatista o racionalista, el énfasis y la rotundidad de los plante-
amientos de cada autor son, en efecto, variables. En una posición más
extrema se encuentran autores como Sampson (1997, 2002), que ha
llevado a cabo una desmenuzada reflexión sobre los argumentos que
apoyan la idea de la pobreza del estímulo. De acuerdo con sus
conclusiones, si es que son ajustadas, no tiene sentido hablar de pobreza
del estímulo para la adquisición del lenguaje; por el contrario, debe-
ríamos hablar en puridad de riqueza del estímulo, pues, según el citado
autor, la información que el entorno proporciona al niño que adquiere y
desarrolla el lenguaje no es ni muchos menos tan parca y escasa como se
ha dado por supuesto.
En una posición empirista más equilibrada se encuentra la corriente
que, de una manera general, propone entender la adquisición del
lenguaje como un fenómeno de emergencia a partir de actividades cogni-
tivas más generales. Esta corriente emergentista acepta el nativismo en
una perspectiva cognitiva general, pero no el nativismo gramatical. Un
precedente de estos planteamientos está también en la obra del ya citado
Jean Piaget, que hizo siempre hincapié en sus trabajos sobre el desarrollo
infantil en la interacción entre la experiencia y los mecanismos
cognitivos generales. De manera similar, muchos emergentistas con-
temporáneos (Tomasello, 2000a, b y c; 2003: 99; O’Grady, 2008)
consideran que la adquisición del lenguaje surge de la actividad de
mecanismos cognitivos muy variados y no específicamente lingüísticos,
que dotan al niño de la capacidad de extraer las regularidades que están
presentes en los datos lingüísticos de entrada. Estos mecanismos se
basan en procesos asociativos que son sensibles a la frecuencia y a la
distribución de los datos que se reciben. Se trata de un aprendizaje
basado esencialmente en el uso de las piezas y unidades concretas de la
lengua, a través del cual el niño va enriqueciendo su gramática, mediante
generalizaciones extraídas desde las propiedades de las unidades más
frecuentes (Tomasello, 2000b y c); todo ello resulta posible mediante el
recurso a habilidades cognitivas muy generales y no específicamente
lingüísticas8. En esta misma posición, algunos autores consideran que
8 Según Tomasello, la observación del lenguaje de los niños de 2-3 años permite
comprobar un comportamiento gramatical relativamente poco productivo. El niño
es ciertamente capaz de producir oraciones con estructura, pero la aparente
26
ciertas propiedades de la gramática emergen del uso y tienen que ver con
el modo en que los hablantes automatizan la percepción, el
almacenamiento y la recuperación de las señales lingüísticas (Morford,
2002: 338).
Cada día se impone con más evidencia la necesidad de una
reducción drástica del ámbito de especificidad del lenguaje humano,
porque muchos de sus niveles de uso y funcionamiento hunden sus raíces
en otras capacidades cognitivas o motoras del ser humano. En el nivel
fónico, existen datos empíricos que nos informan de que buena parte de
los mecanismos que hacen posible la vocalizacion y la percepción
auditiva del lenguaje humano están disponibles también en otros prima-
tes y estuvieron probablemente también presentes en la fisiología de los
primates que precedieron evolutivamente a los seres humanos (Hauser et
al., 2001; Fitch et al, 2005: 195-196). Estas capacidades podrían ser,
efectivamente, de carácter innato, pero su presencia en los primates nos
dice que en sí mismas no forman parte del componente específico del
lenguaje. La situación es paralela en el nivel semántico. Según muchos
autores, el lenguaje humano no es posible sin una dotación de
representaciones semánticas, que tendrían también carácter innato. Pero
se ha sugerido además que este sistema conceptual se basa en un sustrato
compartido con otras especies (Fitch et al, 2005: 191; Pinker y
Jackendoff, 2005: 206).
El dominio de lo propiamente lingüístico se estrecha cada vez más.
En esta idea vienen a coincidir corrientes de investigación que en otros
aspectos se enfrentan abiertamente. El minimismo de orientación
chomskiana y el emergentismo de base empirista vienen a afirmar, por
vías diferentes, que buena parte de lo que constituyen el lenguaje hu-
mano hunde sus raíces en la mente y la inteligencia humanas.
27
1.5. El problema evolutivo
28
Una de ellas propone una evolución más larga, lenta y gradual; la
segunda defiende, por el contrario, una aparición más tardía y repentina.
De acuerdo con los planteamientos gradualistas, muchos inves-
tigadores defienden que existen indicios de lenguaje en los homínidos
que preceden evolutivamente al ser humano y que, por tanto, la
existencia de lenguaje podría darse por confirmada en un período que
podría superar los dos millones de años, según algunas cronologías
(Aiello, 1998). Una atribución cronológica tan distanciada y gradual
como esta encaja bien con el esquema adaptativo y evolutivo, que
habitualmente atribuye una gran duración a los procesos de adaptación
genética. Los partidarios de una evolución gradual del lenguaje no
disponen actualmente de datos empíricos que confirmen de manera
directa sus planteamientos, pues no existen, ni quizá podrían existir,
restos fósiles de lengua o gramática en los homínidos precursores del
homo sapiens. De manera indirecta, sin embargo, disponemos de restos
postcraneales de homo erectus que muestran por primera vez una
posición baja de la laringe, lo que permitiría una modulación especial
asociada con el lenguaje. Los fósiles de su precursor, el homo habilis, no
presentan esta característica. Sin embargo, según otros descubrimientos,
podría haber indicios de áreas de Broca y Wernicke en cráneos fósiles
del propio homo habilis, así como otras características fisiológicas que
podrían relacionarse con las capacidades lingüísticas de homínidos que
vivieron en aquellos primitivos tiempos (Bichackjian, 2000 a y b).
Los escasos datos arqueológicos disponibles sobre la anatomía de
estos antiguos homínidos, potencialmente indicadores de lenguaje arti-
culado, se combinan con la información sobre artefactos y herramientas,
que puede servir como indicio de comportamientos intencionales y
culturales (Davidson, 2003: 144) o los datos conocidos sobre el aumento
de la capacidad craneal producido hace 2 millones de años (Pinker y
Bloom, 1990; Pinker, 1994).
En la misma línea, algunos investigadores han atribuido al antecesor
del homo sapiens, el homo erectus, una cierta capacidad simbólica
(Donald, 1991; Johansson, 2005: 167-170), plasmada inicialmente en
una comunicación gestual que terminaría dando paso progresivamente a
la comunicación oral, en época ya del homo sapiens, hace unos 130.000
años (Corballis, 2000a y b). Estos datos en su conjunto no constituyen
una prueba sino solo un indicio razonable de que mucho antes de la
aparición del homo sapiens pudo haber un notable desarrollo en las
29
capacidades cognitivas, desarrollo que haría razonable la suposición de
formas simplificadas de lenguaje.
Por su parte, los defensores de una aparición “catastrófica” y
repentina del lenguaje no ven razones para alargar en el tiempo la
historia evolutiva del lenguaje humano y prefieren dar importancia a
hechos morfológicos o cognitivos ocurridos en épocas más recientes de
la historia evolutiva de la especie humana. La idea de un carácter tardío
y repentino de la aparición del lenguaje vendría apoyada, como ya se ha
visto, por la ausencia de datos fiables sobre la existencia de modalidades
de lenguaje más simplificados en los primates y monos. De acuerdo con
algunos autores, la aparición del lenguaje se produjo en época
relativamente reciente como consecuencia de una mutación genética,
rápidamente expandida entre los antecedentes inmediatos del homo
sapiens (Bickerton, 1995). Una consecuencia inmediata de esta mutación
sería lo que se conoce como lateralización cerebral o asimetría hemisfé-
rica, que produjo un acelerado desarrollo de las funciones cerebrales del
hemisferio izquierdo (Crow, 2000). Otros investigadores, como Coolidge
y Wynn (2005), consideran que la aparición del lenguaje es el resultado
de una mutación que produjo un notable incremento que tuvo el efecto
de aumentar la memoria operativa de la mente humana, con los
consiguientes efectos en la inteligencia, en general, y en la lengua en
particular. Sin embargo, la idea de que una mutación genética haya
podido dar lugar a la aparición del lenguaje resulta poco verosímil desde
el punto de vista biológico, como el propio Bickerton ha reconocido
posteriormente (Bickerton, 2007: 520), porque las mutaciones no dan
lugar a fenómenos de la complejidad cualitativa que presenta el lenguaje
humano.
La idea de que el lenguaje es un fenómeno reciente y tardío ha
encontrado su formulación fuera de la biología, en un terreno más
estrictamente cultural. Así lo plantean Noble y Davidson (1996), que ven
la emergencia del lenguaje como el efecto de la acumulación de
fenómenos culturales. En general, los partidarios de atrasar la fecha de la
aparición del lenguaje se basan en el carácter reciente de los primeros
testimonios seguros de representación simbólica en el hombre10 y, más
30
aún, de las más antiguas evidencias incontrovertibles de lenguaje a través
de las primeras muestras de escritura (Lock, 1999).
Desde una perspectiva algo más conciliadora, MacWhinney (2002a:
235) supone que el proceso de formación de la gramática y el lenguaje
debió de ser lento y vinculado con otros episodios en la evolución de las
capacidades cognitivas de los homínidos, pero piensa que las presiones
evolutivas se hicieron especialmente intensas en una última época de las
historia evolutiva del hombre, que incluiría los últimos 60 000 años. El
lenguaje, según este autor, es relativamente reciente, y hunde sus raíces
en la cognición humana, compartida en buena medida con los otros
primates.
31
La idea de que el lenguaje humano es un fenómeno o un órgano
adaptativo ha tenido ardientes defensores hasta el día de hoy. La formu-
lación más conocida y discutida de esta opinión en tiempos recientes se
debe, probablemente, a S. Pinker y P. Bloom11, que han dedicado una
extensa obra divulgativa al objetivo de justificar la idea de que el
lenguaje es el resultado de un comportamiento instintivo y, por tanto,
genética y adaptativamente condicionado.
La lengua, según sus planteamientos, no puede reducirse a un fe-
nómeno cultural; algunas de sus más esenciales características no corro-
boran esta reducción de la lengua a fenómeno de cultura. El hecho, en
particular, de que sea un fenómeno universal, detectable en todas las
regiones y sociedades conocidas apunta a una independencia de la
lengua respecto del hecho cultural y orientaría hacia una consideración
biológica del fenómeno lingüístico. Lo mismo cabe decir de los procesos
de adquisición del lenguaje en los niños, que siguen patrones muy
similares en todas las razas y sociedades. La creencia en una Gramática
Universal de carácter innato, compartida y defendida también por Pinker
y Bloom, es coherente con esta visión biológica del lenguaje, pero no es
necesariamente cierto que todos los que defienden el innatismo lingüís-
tico aceptan siempre los planteamientos evolutivos en el dominio del
lenguaje.
A partir de este planteamiento esencialmente biológico, Pinker y
Bloom (1990) apelan entonces a la selección natural como explicación
del surgimiento y evolución del lenguaje y se adhieren, por tanto, a lo
que podríamos llamar neo-darwinismo radical, según el cual, la aparición
del lenguaje es consecuencia de un lento proceso de adaptación al
entorno12. El lenguaje presenta, según estos autores, una extraordinaria
complejidad adaptativa, porque integra varios subsistemas que
interaccionan de manera eficiente. Los citados autores consideran que las
situaciones de complejidad no tienen otra explicación posible que la que
se basa en la selección natural y defienden esta idea con argumentos no
siempre convincentes pero en absoluto desatendibles.
11 Cf. Pinker y Bloom, (1990); Pinker (1994, 1997, 2003). Encontramos una
formulación similar en Jackendoff (2002), que incorpora también las propuestas de
otros evolucionistas, como la creencia en un estado intermedio o proto-lenguaje,
que ya había avanzado Bickerton.
12 Evolución y selección natural no son la misma cosa (Pinker, 1997: 193). La
selección natural es un caso particular de evolución.
32
Pinker y Bloom consideran que la evolución del lenguaje se vio
acelerada por la acción del llamado efecto Baldwin. Uno de los
principios fundamentales de la teoría de Darwin es que aquellos rasgos o
habilidades que el individuo aprende o adquiere a lo largo de su vida no
se trasmiten directamente a su progenie, sino que deben ser nuevamente
aprendidos o adquiridos por las generaciones sucesivas. En este punto,
Darwin se enfrentaba a las ideas del evolucionista Jean Baptiste de
Lamarck, imperantes en su tiempo, que defendía la herencia de
caracteres adquiridos. Existen, sin embargo, hechos de aprendizaje,
descubiertos por el biólogo James M. Baldwin, que pueden influir de
manera indirecta en el genoma y favorecer la transmisión por vía
genética de los caracteres que no son directamente adaptativos sino que
han sido obtenidos por los individuos mediante el aprendizaje. Ello es
debido a que el aprendizaje puede cambiar el entorno de tal manera que
favorezca la selección de ciertos comportamientos adquiridos, que en
sucesivas generaciones se transmitirán con mayor facilidad o no
necesitarán aprendizaje. Determinados comportamientos aprendidos
pueden contribuir a crear un entorno más favorable y ayudan, por tanto,
a evitar la extinción de la especie; por ello, la dotación genética de los
individuos que aprenden estos comportamientos puede verse favorecida
por la selección natural, de tal manera que se produzca un proceso de
asimilación genética, en virtud del cual ciertos comportamientos
aprendidos pasen a ser instintivos13. El efecto Baldwin permitiría, pues,
entender la relativamente rápida evolución de la mente y el lenguaje con
el recurso a la mediación del aprendizaje. En cierta medida, el efecto
Baldwin rompe o se distancia del materialismo radical que está impli-
cado en el darwinismo tradicional, pues revaloriza un cierto “crea-
cionismo”, es decir, la idea de que la evolución puede estar orientada
también por la razón o la mente. El núcleo de la idea es el siguiente: los
hábitos adquiridos están a menudo regulados desde patrones culturales,
sociales y son en algún sentido adaptaciones inteligentes que orientan la
selección de determinadas variedades hereditarias.
33
Según Deacon (1997: 328-329), el planteamiento evolutivo referido
directamente a una supuesta gramática universal innata parece poco
aceptable, porque habría que esperar que los aspectos esenciales de esta
gramática hubieran permanecido inalterables durante cientos de gene-
raciones, lo que resulta a todas luces inverosímil. Además, para que la
asimilación genética hubiera tenido lugar, el sustrato neuronal que
sustenta el lenguaje habría tenido que mantenerse inalterado durante
muchas generaciones. Esta posibilidad es también poco verosímil,
porque los aspectos neuronales del procesamiento del lenguaje presentan
una enorme variación en las diferentes personas, de tal manera que no
hay dos individuos que tengan el mismo patrón de activación neuronal
relacionado con las tareas del lenguaje y una misma persona puede
presentar diferentes patrones para realizar una misma actividad en
diferentes momentos.
Mucho más razonable, según el citado Deacon (1997: 339), es
suponer que el proceso adaptativo tenga efecto en la capacidad de
adquisición y aprendizaje lingüísticos, más que en el lenguaje o la
gramática propiamente dichos. La eficacia del aprendizaje se basa a su
vez en el nivel de plasticidad del cerebro, es decir, en la capacidad del
sistema neuronal de establecer y fortalecer las conexiones que implica la
adquisición de conocimientos y habilidades. Aquellos individuos que,
por razones genéticas, estén dotados de una mayor plasticidad neuronal,
disponen de capacidades que confieren a sus poseedores importantes
ventajas evolutivas, que pasarán con facilidad a sus descendientes. La
capacidad de hablar es una de estas ventajas. Se sigue de todo ello que
las especies cuyos individuos posean una mayor plasticidad cerebral
tenderán a evolucionar más rápidamente.
Pinker y Bloom se encuentran, en principio, próximos a los plan-
teamientos chomskianos, al menos en lo que se refiere a la esencial
vinculación de biología y lingüística. En otros puntos, sin embargo, se
encuentran más distantes del chomskismo más ortodoxo. Ocurre así con
su visión del lenguaje como fenómeno esencialmente comunicativo. El
lenguaje, argumentan Pinker y Bloom, está adaptado a la comunicación
de estructuras preposicionales y los principales rasgos del diseño del
34
lenguaje responden y se explican por esa finalidad comunicativa14. No
extraña que este tipo de planteamientos, más afines a las posiciones del
funcionalismo en lingüística, hayan sido contemplados con mucha
reservas por muchos seguidores de las corrientes chomskianas.
Es verdad, en todo caso, que el propio Chomsky no se ha referido
con frecuencia a las cuestiones evolutivas, ante las que ha mantenido
tradicionalmente una postura más bien imprecisa, que combina el
recurso a la explicación evolutiva con la referencia a otros factores de
organización intrínseca al lenguaje (los motivados por las leyes de la
física o por los principios del desarrollo), y que sus más recientes
manifestaciones en este terreno muestran una inequívoca receptividad
ante algunos planteamientos evolutivos (cf. Hauser, Chomsky y Fitch,
2002). De hecho, muchos de sus más convencidos seguidores han
mostrado una hostilidad ante las posturas evolucionistas mucho mayor
que la de su jefe intelectual15.
El darwinismo lingüístico tropieza, en particular, con el presupuesto
cartesiano de que existe una esencial diferencia cualitativa entre el ser
humano y el resto del mundo animal, lo que convierte en inverosímil
cualquier puente evolutivo entre el animal y el ser humano. Para algunos,
la razón y el lenguaje son realidades esencial y cualitativamente nuevas
que no tienen precedente, ni siquiera aproximado, fuera del dominio del
ser humano. Desde esta extremada posición racionalista, resulta difícil
entender que las simples necesidades de adaptación y supervivencia
hayan podido dar lugar al surgimiento de una realidad tan novedosa,
peculiar y compleja como el lenguaje. Nos enfrentamos así a la
frecuentemente citada paradoja de la continuidad, es decir, a la
constatación de que entre las vocalizaciones, gestos y señales de los
monos y el lenguaje humano hay un salto cualitativo tan radical que
resulta difícil o inverosímil la propuesta de estados intermedios. Pero
Pinker y Bloom no consideran que la paradoja de la continuidad
constituya un verdadero problema. El eslabón intermedio entre los dos
tipos de lenguajes (y sus correspondientes estados mentales) pudo haber
14 El hecho, por ejemplo, de que las dos categorías léxicas fundamentales, el nombre y
el verbo, sirvan para distinguir las categorías ontológicas básicas, entes y acciones,
sería una prueba del diseño funcionalmente motivado de la gramática.
15 Muy representativa de esta posición es la crítica que Jenkins (2000) realiza de las
ideas de Pinker y Bloom.
35
existido, pero se ha perdido y parece irrecuperable. Pero eso es habitual
también en otros campos de la biología. Por lo demás, tampoco está
claro que los monos, simios o chimpancés sean nuestros antecesores
directos en la evolución, como nos recuerda Pinker (1997: 186), ya que
en realidad forman parte de especies biológicas emparentadas con el
homo sapiens, con antecedentes comunes. Además, según el mismo
autor, la desaparición de especies es un hecho natural y frecuente en la
naturaleza, por lo cual la suposición de que haya habido antecesores del
homo sapiens con modalidades simplificadas de lenguaje no debe
considerarse biológicamente descabellada.
Desde las filas evolucionistas, se argumenta a menudo que el
rechazo de la explicación evolutiva nos enfrenta a un difícil dilema. Dios
o el azar es un eslogan muy habitual en la argumentación neodarwinista,
con el que se intenta mostrar que el rechazo de los postulados
evolucionistas lleva inevitablemente a una disyuntiva de difícil salida, en
la que solo la justificación religiosa o el recurso al azar permitirían
entender, según los darwinistas, la aparición de los hechos y fenómenos
naturales que las ideas de adaptación y selección consiguen aclarar con
naturalidad. Y ha sido así, en efecto, que, en épocas anteriores al
darwinismo, el pensamiento racionalista de orientación cartesiana se
sintió mucho más cómodo ante una interpretación religiosa de la razón y
del lenguaje, a los que consideró un don divino.
En el contexto de la secular discusión que ha ocupado a los filósofos
de Occidente respecto a la posible prioridad de la mente respecto a la
materia, muchos filósofos han intentado resolver el dilema a favor de la
mente, es decir, han justificado su creencia en un principio ordenador
previo al diseño y organización que muestran los hechos y fenómenos de
la naturaleza. En cambio, en el terreno de la biología los planteamientos
darwinistas tienen y han tenido siempre un empuje explicativo muy
fuerte, que permite eludir el recurso a la explicación divina, pues acarrea
en el fondo una visión fuertemente materialista de la realidad natural,
que resulta ahora inteligible a través de un proceso inconsciente llamado
selección natural, que no tiene existencia previa a la realidad que se
intenta entender. En definitiva, Darwin ha proporcionado una expli-
cación del orden y diseño natural sin necesidad del recurso a una mente o
principio ordenador previos.
El escenario teórico de Pinker y Bloom es sobradamente original y
está reforzado por una argumentación muy brillante. Globalmente
36
hablando, constituye un esfuerzo muy loable por demostrar el origen
evolutivo de lo que estos autores consideran un órgano del lenguaje.
Pero en esta premisa radica probablemente la debilidad de su
planteamiento, porque dan por sentado que el lenguaje es un órgano,
equiparable en lo esencial a otros órganos humanos, como el ojo, el
corazón o el estómago. Pero este presupuesto fundamental está por
demostrar. En trabajos posteriores, Pinker (1997, 1998, 2003) ha
proseguido y actualizado propuestas evolutivas, manteniendo el sentido
básico de su planteamiento inicial.
1.5.3. Proto-lenguajes
37
Un intento muy sugerente de mediación entre el evolucionismo
darwinista y la visión del lenguaje como fenómeno de aparición abrupta
se encuentra en los trabajos de D. Bickerton. Este autor era ya bien
conocido por sus investigaciones sobre las formas simplificadas de
lenguaje que presentan los pidgins, equiparables en cierta medida a las
modalidades tempranas de lenguaje infantil. Este conocimiento previo le
llevó a sugerir que también el homo erectus pudo haber sido usuario de
un lenguaje elemental de características similares a los pidgins, antes de
que se produjera la transición al homo sapiens, que usaría ya estructuras
más complejas, equiparables a las usadas en el moderno lenguaje
humano (Bickerton, 1990). Bickerton ha dado el nombre de
protolenguaje a este hipotético y simplificado precursor del lenguaje
humano, compuesto básicamente de unidades referenciales, carente de
sintaxis y parecido, según Bickerton, al usado por los niños de dos años
o por los adultos que deben expresarse en una lengua que no conocen
bien.
La transición desde este hipotético proto-lenguaje hasta los
modernos sistemas con estructura gramatical tuvo, según Bickerton, un
carácter brusco y pudo ser consecuencia de una mutación genética
ocurrida hace unos 200 000 años (+/- 70 000), que dio lugar, de una
forma relativamente rápida, a la aparición de un sistema lingüístico
complejo y parangonable en cierta medida a lo que actualmente
concebimos como lenguaje humano. La mutación, surgida en principio
en los genes de una mujer africana (Eva), se extendió y generalizó
pronto, según Bickerton, por todo el planeta. Su resultado inmediato fue
la aparición del circuito de la sintaxis, un drástico aumento del tamaño
del cerebro y una modificación esencial del tracto vocal.
El mero hecho de proponer un paso previo al desarrollo de un
lenguaje plenamente estructurado del homo sapiens supone un
acercamiento al gradualismo evolucionista, sin renunciar por ello al
presupuesto, esencial para muchos, de que el lenguaje humano ha tenido
desde su origen un carácter esencialmente innovador y cualitativamente
diferenciado respecto de cualquier otro tipo de sistema de comunicación
animal. En esta mezcla conciliadora de gradualidad y catástrofe, de
darwinismo y chomskismo, elaborada por Bickerton, radica pues lo más
definitorio de su propuesta. En trabajos posteriores, Bickerton (1995,
2000) y sus colaboradores (Calvin y Bickerton, 2000) han matizado sus
38
posiciones y prefieren suponer un proceso, algo más lento, de
asimilación genética a través de sucesivos efectos Baldwin (v. 1.5.2.)16.
Muchos autores defienden que las unidades del primitivo
protolenguaje tuvieron naturaleza holística, es decir, una sola unidad
léxica asumía contenidos complejos semánticamente descomponibles.
De acuerdo con la investigación de Hurford (2000) o Wray (2000, 2002),
las más antiguas palabras del primitivo lenguaje de los homínidos no
referían a objetos, acciones o estados, como las del lenguaje más
reciente, sino que tuvieron un significado más genérico y holístico (‘ten
cuidado’, ‘aquí hay comida’, etc), normalmente con función de adver-
tencia, manipulación, aviso, etc. Así son precisamente las expresiones
que son capaces de percibir y entender los primates cuyas capacidades de
comunicación han sido investigadas. Se trata, en todo caso, de un
número limitado de expresiones o gestos incipientes, solo parcialmente
convencionalizados, que tienen el objeto de influir en el comportamiento
de los demás mucho más que una función propiamente comunicativa
(Tomasello, 2003: 100-101). La identificación de las palabras aisladas,
con función propiamente representativa, vendría después, tras un lento
proceso de segmentación inducido por azarosas coincidencias entre
mensajes globales semánticamente emparentados.
Este originario desajuste entre complejidad conceptual y simplicidad
estructural ha sido defendido por Kirby (1999) y Wray (2000), entre
otros. Como es lógico, el número de mensajes susceptibles de ser
comunicados y la complejidad semántica de los mismos fue incre-
mentándose paulatinamente. Solo la aparición de la sintaxis, es decir, la
capacidad de construir mensajes estructuralmente complejos que
transmiten contenidos conceptualmente complejos pudo hacer tolerable
esta situación.
La idea de un pre- o proto-lenguaje, previo al surgimiento de un
sistema de comunicación de la complejidad del lenguaje actual no es
exclusiva de los autores de la órbita chomskiana, como el propio
Bickerton, pues ha sido acariciada también por la investigación
39
funcional. Algunos investigadores de esta escuela suponen que el
desenvolvimiento de un lenguaje con pleno desarrollo gramatical va
necesariamente precedido de modalidades simplificadas de lenguaje.
Talmy Givón (2002) es uno de estos investigadores. Buena parte de su
abundantísima investigación está encaminada a justificar la idea de que
existen dos modos básicos de comunicación y que uno de ellos, el
denominado modo pragmático, puede ser el residuo de otros modos
prehistóricos de comunicación. Resulta así que, sin pretenderlo, la
investigación chomskiana y la funcional, habitualmente separadas,
cuando no directamente enfrentadas, han venido a confluir invo-
luntariamente en la defensa de una idea común.
La posibilidad de que hayan existido dos modalidades básicas de
lengua, un proto-lenguaje y un sistema de comunicación más complejo,
nos permite contemplar la posibilidad de que la aparición de cada una de
estas modalidades se deba a factores diferentes. Según Li (2002: 88), el
surgimiento del proto-lenguaje pudo venir motivado por factores de tipo
darwinista y adaptativo; estaría, por tanto, motivado biológicamente y
vinculado a las necesidades reproductivas de la especie. En cambio, la
aparición de otros tipos más complejos de lenguaje estaría ligada a
factores de otro tipo, entre otros, los de carácter social y cultural.
40
en la continuidad con sus precedentes evolutivos. Efectivamente, la
lengua podría verse como un mosaico de diferentes mecanismos o
procesos fisiológicos que manifiestan diferentes grados de continuidad
respecto a lo que observamos en el reino animal. Así lo ve, por ejemplo,
Aitchison (1998), que nos habla de procesos auditivos (que continúan en
buena medida sus precedentes evolutivos), procesos cerebrales (que
tienen una continuidad relativa) y procesos articulatorios, que muestran
una continuidad mínima en relación con sus precedentes.
Por otra parte, el proceso de surgimiento del lenguaje humano no es
totalmente equiparable a otros hechos evolutivos más habituales. Los
órganos y sistemas adaptativos del ser humano muestran habitualmente
homologías en el mundo animal. No está claro, sin embargo, que el len-
guaje tenga realidades homólogas en la naturaleza. En cambio, en el
terreno de la biología las homologías son la regla, no la excepción.
En la explicación evolutiva juega un papel muy importante el
concepto de adaptación funcional. Sin embargo, no está claro para todos
cuál pueda ser esa función que preside la organización del lenguaje. Para
algunos autores, la estructura del lenguaje no responde a diseño alguno y
es el efecto de las capacidades representativas y funcionales de la mente
humana. Otros investigadores, como los citados Pinker y Bloom (1990),
sostienen que el lenguaje persigue una finalidad básicamente comu-
nicativa; los que así piensan establecen casi siempre una comparación
explícita con el ojo humano, órgano complejo por excelencia, en el que
se percibe con toda claridad el diseño funcional, y le asignan global-
mente y a sus partes la función de comunicar estructuras proposicionales.
1.5.5. Exaptación
41
El término exaptación fue usado por primera vez por S. J. Gould y
E. Vrba (1982) y hace referencia al fenómeno, ampliamente constatado
en la biología, de que caracteres o rasgos que surgieron evolutivamente
para una finalidad concreta adquieren funciones diferentes de las que
motivaron su aparición. En la investigación sobre el origen evolutivo del
lenguaje, la explicación exaptacionista ha calado en autores de escuelas y
orientaciones muy variadas.
Un autor que defiende claramente posiciones exaptacionistas en
materia de lenguaje es Lieberman (2002), aunque solo de manera parcial.
Es todavía adaptacionista en el terreno del habla, pues mantiene una
postura evolutiva clásica a la hora de defender un origen adaptativo en
las bases neuronales y fisiológicas del habla. En cambio, en el origen de
la sintaxis cree ver un proceso de exaptación, pues la considera un efecto
de la generalización a nuevas funciones por parte de otros mecanismos y
capacidades neuronales de la corteza cerebral, que sirvieron para
automatizar la actividad motora.
En sentido parecido, Wilkins y Wakefield (1995), se adhieren a los
que defienden la importancia de las áreas de Broca y Wernicke en la
regulación del lenguaje (v. 1.5.8.8.4.) y proponen que la función
propiamente lingüística de estas zonas cerebrales es posible gracias a que
han adquirido previamente otras responsabilidades más generales,
también de carácter motor. En particular, el área de Broca es
responsable, según estos autores, de la secuenciación temporal de los
movimientos y de la organización jerárquica de la información, mientras
que el área de Wernicke tuvo asignadas en su origen la integración
asociativa de la información auditiva, visual y sematosensitiva. Esta
organización del cerebro no surgió por necesidades estrictamente comu-
nicativas sino por otro tipo de presiones selectivas, para mejorar las
capacidades motoras de los individuos, quizá relacionadas con la elabo-
ración y uso de armas y herramientas. La nueva presión selectiva hizo
necesaria la coordinación entra las dos mencionadas zonas de la corteza
cerebral.
Las propuestas exaptacionistas son sumamente sugerentes y no se
enfrentan a las objeciones habituales del adaptacionismo tradicional.
Pero no son siempre verosímiles desde un punto de vista teórico. El len-
guaje es una realidad demasiado compleja y peculiar; resulta por ello
difícil de aceptar que pueda ser simplemente el resultado de la
reutilización de un sistema que fue creado para otros fines. La exapta-
42
ción, nos recuerda Aitchison (1994: 74-75), es una realidad habitual en
los procesos evolutivos de la biología, pero en todos los casos
documentados una realidad compleja es reutilizada para fines más
sencillos y no al contrario.
1.5.6. Embecaduras
43
Arriba: embecaduras o pechinas bidimensionales; esto es, espacios triangulares con
dos lados curvados que se forman entre los arcos y el marco rectangular de las paredes
y techos colindantes. Abajo: embecadura o pechina tridimensional formada en el
espacio triangular definido por una bóveda que se encuentra con dos arcos en ángulo
recto.
44
decir, la capacidad de generar un número ilimitado de mensajes
diferentes mediante la combinatoria de elementos discretos y la
progresiva incrustración de unas estructuras bajo el dominio de otras.
Esta capacidad es, según los autores citados, exclusiva de la especie
humana, carece de paralelo o precedente relevante en las especies
animales y no debe considerarse el resultado de una adaptación
evolutiva. Según los mencionados autores, la facultad lingüística en este
sentido más restringido es una reutilización de una capacidad mental y
computacional cuya finalidad esencial no fue la comunicación sino otras
tareas cognitivas diferentes, probablemente la navegación o la
numeración. Desde una perspectiva más general, el fenómeno del
lenguaje humano surgiría como efecto de una presión interna y de un
sobresaliente crecimiento del cerebro humano. Este crecimiento provoca
una notable abundancia neuronal que da lugar a su vez a nuevos estados
mentales. Por consiguiente, el lenguaje, según el planteamiento
chomskiano, no sería, al menos directamente, el resultado de una evo-
lución sino más bien el subproducto o efecto colateral de otros
fenómenos evolutivos.
Hasta el momento, la justificación y defensa de una visión del
lenguaje como subproducto evolutivo no ha pasado de ser una suge-
rencia difusa, planteada por investigadores que nunca han precisado su
propuesta. Algunas de las objeciones que suscita el concepto de exapta-
ción valen también aquí. En particular, no resulta fácil aceptar que un
sistema tan complejo como el lenguaje puede ser simplemente un sub-
producto evolutivo.
1.5.7. Autoorganización
45
Los teóricos de la moderna teoría de la complejidad se enfrentan a
esta visión y suponen que existen restricciones sobre la forma posible de
los organismos y que, además de la evolución, existen otros mecanismos
de autorregulación y autoorganización de los sistemas complejos. Estas
restricciones determinan el modo en que se estructuran y desenvuelven
los seres vivos y otros fenómenos de la naturaleza y están basadas en
patrones de orden y regularidad que no surgen de la adaptación evolutiva
sino que son resultado de la acción de principios y leyes de naturaleza
diferente (Goodwin, 1994). Estos investigadores intentan comprender los
mecanismos que permiten que determinados sistemas complejos puedan
desarrollar una organización eficiente de forma autónoma y sin el efecto
de presiones externas de carácter adaptativo. El tamaño de un ser vivo,
por ejemplo, determina algunas de sus propiedades esenciales, como la
velocidad de su metabolismo y la duración de la vida. Otros diseños de
la naturaleza, como los dibujos en la piel de los tigres o la organizada
disposición geométrica de las celdas hexagonales en los panales de miel
son ejemplos bien conocidos de fenómenos biológicos cuya organización
está regulada por las leyes de la física, que permiten generar
espontáneamente patrones de orden, regularidad y organización. Las
investigaciones sobre estos fenómenos han captado el interés de
investigadores provenientes de campos científicos bastante dispares, que
han constatado y estudiado cómo el diseño puede surgir a partir del
desorden como efecto de la interacción de elementos dentro del sistema
(Longa, 2001; Lorenzo y Longa, 2003a: 152-161).
Los fenómenos de autoorganización se dan también en el terreno del
comportamiento. La conducta de un número reducido de individuos
puede ser imprevisible y desordenada; ahora bien, cuando se incrementa
la cantidad de individuos que integran un grupo, será posible observar la
aparición de determinados patrones de regularidad. La observación de la
conducta de las hormigas confirma esta impresión. También los seres
humanos dan lugar a comportamientos ordenados pero no regulados
explícitamente. En todos los supermercados es posible comprobar que el
número de clientes que espera su turno para el pago en cada una de las
cajas de cobro es aproximadamente igual. Este equilibrio no es debido a
una norma dictada expresamente a tal efecto, sino que es una con-
secuencia del deseo de cada persona de conseguir que el trámite del pago
se realice con la mayor rapidez posible. En estas circunstancias, la
reiteración de este mismo comportamiento por parte de cada cliente pro-
46
duce un efecto no buscado de equilibrio en la intensidad de salida por
cada caja. El equilibrio logrado es, en este sentido, un fenómeno de
autoorganización.
Muchas de las propuestas autoorganizativas en materia de lenguaje
encuentran su justificación y su propia formulación a través de una inte-
gración de su objeto de estudio en el contexto de los fenómenos de la
biología. No en vano, algunos de sus más fervientes seguidores han dado
ya el nombre de Biolingüística a la disciplina que se encarga del estudio
de la facultad lingüística y que, de acuerdo con los planteamientos que
estamos recogiendo, presenta una determinación biológica tan acentuada.
Los lingüistas más convencidos de esta vinculación con la biología se
están adhiriendo a la idea, procedente de la biología, de que el lenguaje,
igual que el genoma de los seres humanos, ha surgido en la especie (es
decir, filogenéticamente) y surge en el individuo (por tanto, onto-
genéticamente) a través de la interacción de un mínimo de dotación
genética con otros sistemas y leyes de organización.
Habitualmente, el enfoque autoorganizativo se siente más cómodo
en una consideración del lenguaje como fenómeno ante todo repre-
sentacional, más que propiamente comunicativo. En la medida en que
desde estas escuelas de investigación se considera que mente y lenguaje
están íntimamente vinculados, el desarrollo y la aparición del lenguaje
son vistos como un efecto de exigencias del funcionamiento y
organización de la propia mente y, en general, del desarrollo de la
capacidad intelectual del ser humano. Este incremento en la capacidad
mental hizo necesaria una autoorganización del sistema, una
optimización que lo hiciera más rápida y cómodamente procesable. La
sintaxis sería un efecto lateral de esta organización y surgiría del
desarrollo e incremento de las capacidades representativas de la mente y
no, al menos primordialmente, como efecto de las necesidades comu-
nicativas de los seres humanos. Sus propiedades esenciales (la jerar-
quización, la recursividad, etc.) vendrían determinadas desde un mínimo
de dotación genética y su interacción con una mente que inte-
lectualmente ha alcanzado una capacidad de conceptualización y
computación relativamente desarrolladas17.
La aplicación del concepto de diseño óptimo para la lengua no está,
sin embargo, exenta de dificultades. El problema es que estos plan-
47
teamientos, que nos hablan de leyes de la forma y tendencias a la
simetría y la perfección, no han pasado de formulaciones genéricas, pero
no han dado lugar todavía a propuestas más concretas y falsables. Ni
siquiera resulta fácil aplicar estos principios a los propios sistemas
biológicos, que son para muchos autores un punto básico de referencia y
comparación (Johnson y Lappin, 1997: 326-329). Además, las ideas de
diseño, orden y organización tienen en el fondo un sustrato funcional que
muchos lingüistas se niegan aceptar.
48
estos fenómenos previos pudieron tener un carácter adaptativo. Muchos
de ellos se dan también en otras especies animales, particularmente en
los primates más desarrollados, pero solo en el hombre se combinaron en
cantidad y cualidad suficientes y necesarias para que surgiera el
lenguaje. El desarrollo evolutivo de estos pre-requisitos del lenguaje
pudo ser muy lento y durar millones de años, pero una vez que se conso-
lidaron, el lenguaje pudo surgir de manera bastante brusca en época
relativamente tardía. ¿Cuáles son estas condiciones previas? En las
páginas que siguen, se propone un repaso de estos principales hechos
que constituyen la precondición para la emergencia del lenguaje.
49
Sería precisamente en el terreno de la alimentación donde
podríamos encontrar una explicación plausible para el descenso de la la-
ringe en los seres humanos. Según Aiello (1998: 25-26), fueron los
cambios en la dieta alimenticia de los precursores del homo sapiens los
que aceleraron un proceso de reducción del tamaño de la mandíbula y el
descenso del tracto.
En cualquier caso, las pruebas arqueológicas que podrían permitir
un seguimiento de la evolución del tracto vocal en los antecesores del ser
humano son muy resbaladizas, según Fitch (2000, 2002). Además, tienen
poco valor para aquellos que piensan que el lenguaje humano hunde sur
raíces en los sistemas de gesticulación de los antiguos homínidos
(Corballis, 2002a y b) y no en las capacidades de articulación oral de
estos precursores del ser humano.
1.5.8.3. Bipedalismo
Entre los procesos evolutivos cuya culminación ha permitido crear
condiciones favorables para el desarrollo del lenguaje está el avance y
consolidación del bipedalismo, que surgió en el australopithecus
afarensis18. El avance y consolidación de la nueva posibilidad de despla-
zamiento sobre dos pies tuvo importantes consecuencias en el desarrollo
evolutivo de los homínidos que precedieron evolutivamente al hombre y
supuso una enorme presión sobre sus mecanismos neuronales
(MacWhinney, 2002a y b). El arraigo de la nueva posición tuvo el efecto
de liberar las manos, lo que facilitó el desarrollo de capacidades hasta
entonces insólitas en la manipulación de objetos y creación de herra-
mientas. Una vez liberadas, las manos quedaron también disponibles
para una comunicación gestual. Algunos investigadores no encuentran
descabellado suponer que el lenguaje oral y el lenguaje de los gestos han
estado indisolublemente ligados en su origen (Corballis, 2002a y b).
La observación del comportamiento comunicativo de los simios,
permite comprobar que los gritos y otras expresiones orales tienen
normalmente un carácter reflejo y, por consiguiente, involuntario, al
contrario que los movimientos manuales, que responden a motivaciones
más intencionales (Corballis, 2002b: 166). Por otro lado, nuestros más
50
directos parientes en el mundo de los simios, los chimpancés, despliegan
su capacidad comunicativa a través de los gestos (Tomasello, 2003:
96)19. Esta observación podría corroborar la validez de la hipótesis del
origen gestual del lenguaje, que encaja muy bien con la idea de que el
desarrollo del bipedalismo liberó las manos de los homínidos y favoreció
el desarrollo del lenguaje.
El bipedalismo favoreció también el contacto visual cara a cara, lo
que aceleró la aparición de los primeros sistemas de vocalización oral y
gestualidad facial. Estos gestos y vocalizaciones tuvieron un positivo
impacto en el reforzamiento de la identidad y solidaridad de los grupos
(MacWhinney, 2002a: 243).
51
Diferente o no de la pura realidad fisiológica del contacto neuronal, cabe
preguntarse si esa realidad autoconsciente existe en el mundo animal.
No hay razones para excluir la posibilidad de que los animales en
general y los monos en particular tengan intuiciones sobre los estados
mentales de los demás (Li, 2002: 94; Hurford, 2003: 3). Algunos lo han
afirmado de manera expresa (Tomasello, 1999; Tomasello et al., 2005;
Malle, 2002: 267-268). Experiencias realizadas con primates,
especialmente con chimpancés, han detectado cierta capacidad de estos
monos para percibir la mirada atenta de otros individuos y de
condicionar su comportamiento en función de ese dato. También ha sido
examinado el comportamiento de estos animales cuando se les coloca en
presencia de espejos. Estas experiencias parecen confirmar una cierta
conciencia de la propia individualidad y de las intenciones de los demás.
Es verdad que la posesión de una teoría de la mente es en buena medida
gradual, pues incluye una serie de comportamientos de desigual difusión
entre los diferentes animales. Por otra parte, el efecto de la conciencia de
los demás en el comportamiento de los individuos puede ser diferente en
cada especie: en los chimpancés determina actitudes competitivas,
mientras que en los humanos tiene efectos cooperativos. Pero, en
general, los datos disponibles hasta el momento, no permiten excluir de
manera radical la existencia de hechos de autoconciencia en otras
especies.
52
los que tienen más posibilidades de sobrevivir en el entorno social en
que se desarrollan.
La capacidad de imitación se asienta en un sustrato neuronal
notablemente complejo. La investigación sobre los precedentes filo-
genéticos del lenguaje humano ha venido a confirmar la vinculación del
lenguaje con las capacidades de control motor del cerebro, a partir del
descubrimiento reciente de las llamadas neuronas espejo en el cerebro de
los seres humanos, gracias sobre todo a la investigación de Rizolatti y
Arbib (1998). Las neuronas F5, como también se las denomina, cons-
tituyen un sistema neuronal descubierto asimismo en el cerebro de los
macacos, que juega un papel muy importante en la imitación y el
aprendizaje de habilidades por parte de estos animales20. El hecho de que
estas neuronas estén presentes en hombres y macacos hace pensar en la
existencia de un antepasado común para ambas especies.
Las neuronas espejo resultan activadas cuando el sujeto contempla a
otro realizando ciertas acciones secuenciales, como agarrar, retener o
romper algo con la mano. Esta activación neuronal presupone que el
individuo tiene la capacidad de reconocer e identificar determinadas
secuencias motoras realizadas por el otro individuo, distinguirlas de otras
posibles e imitarlas adecuadamente. Esta habilidad puede verse como
una forma elemental de comprensión. Las neuronas espejo tienen
también un papel importante en el reconocimiento de las intenciones de
los demás y constituyen un factor esencial en el desarrollo de la con-
ciencia de sí mismo y de una teoría de la mente por parte del individuo21.
53
Además, la capacidad mimética de las neuronas F5 pudo ser la base
de la aparición de un lenguaje comunicativo gestual (Arbib, 2005). No es
irrelevante el hecho de que estas neuronas se encuentran precisamente en
el área homóloga o equivalente de la zona de Broca en los seres
humanos. Esta correspondencia invita a sugerir relaciones de vinculación
evolutiva entre ambas. Hoy sabemos que, aunque en los humanos se han
especializado en el procesamiento del habla, el área de Broca participa
también en la ejecución de secuencias motoras de brazos, manos, boca y
laringe. A partir de estos datos, los citados Rizolatti y Arbib proponen
que el lenguaje pudo tener su punto de partida evolutivo en este sustrato
neurológico de carácter motor, más que en otras manifestaciones
primitivas de expresividad animal. Por lo demás, los gritos y otras
formas de expresión oral en los animales no se producen en esta zona del
cerebro, sino en la corteza “cingulata”. El habla humana, por el
contrario, surgiría en otro lugar del cerebro estrechamente vinculado con
la actividad motora.
54
En virtud de este proceso de ritualización, los gestos se fueron
emancipando paulatinamente de sus situaciones y contextos originarios,
lo que ha sido, a su vez, una fuente muy importante en la semantización
de estos gestos. Cuando una actividad se distancia de su función origi-
naria, adquiere una fuerza y un valor simbólicos que antes no tenía.
Además, se estiliza, en el sentido de que los agentes que la ejecutan
intentan hacerla más fácil de reconocer y de producir (pierde, por tanto,
iconicidad) y se homogeneiza (es decir, se estandariza) de manera que
experimenta pocos cambios tras su repetición reiterada por el mismo o
diferentes sujetos.
Es muy probable que el desarrollo del lenguaje humano haya
surgido como consecuencia lateral de la mímica, a través también de un
proceso similar de ritualización. Así lo defienden, entre otros, Wilcox
(1999) y Haiman (1983). Los primeros atisbos de lenguaje humano
fueron gestos realizados con los brazos y las manos, que iban
acompañados originariamente por sonidos vocálicos. Poco a poco, el
papel secundario del sonido oral fue sustituyendo y arrebatando a la
mímica su protagonismo inicial. Nótese que la mímica todavía no ha
desaparecido de nuestro lenguaje, pero ha pasado a un segundo plano. La
razón de esta paulatina sustitución no está muy clara. Wilcox intenta
aportar una, no muy convincente, que sugiere que en determinadas
actividades formativas que requerían el uso de las manos, se recurrió
más al sonido. Lo cierto, en todo caso, es que, como el propio Wilcox
señala, el sonido tiene, como vehículo de comunicación, ciertas ventajas
sobre la mímica: no requiere atención facial expresa, no requiere luz, no
requiere inactividad, etc.
Por otro lado, los gestos de los monos tienen habitualmente un
carácter diádico, es decir, intentan condicionar el comportamiento del
otro individuo, pero no tienen carácter triádico, es decir, no se refieren a
una tercera realidad diferente del comunicador y el receptor. Carecen, en
definitiva, de una función declarativa. Esta capacidad surge en los niños
de 9 a 12 meses, que desarrollan la capacidad de atraer la atención de los
demás hacia los hechos o cosas del entorno. Esta habilidad, exclu-
sivamente humana, parece ser una novedad evolutiva (Tomasello, 2003:
96).
55
1.5.8.7. El factor social
El hecho de que en los últimos años hayamos presenciado un
extraordinario avance de la visión del lenguaje como hecho biológico no
debe en ningún caso hacernos olvidar el aspecto social y cultural de la
comunicación humana. Es verosímil pensar que los antecesores
evolutivos de los humanos recibieron una presión selectiva de carácter
social hacia la comunicación simbólica. El desarrollo de los grupos so-
ciales consolidó un tipo de referente de naturaleza abstracta (el contrato
social, las prohibiciones, etc.) para los que no era posible una simple
referencia icónica o indexical (Deacon, 1997).
Una de las propiedades del lenguaje que lo hace extremadamente
útil y provechoso para la sociedad que lo utiliza es su capacidad para
transmitir información. Esta información puede ser, por supuesto,
totalmente variada y su difusión entre los miembros de una sociedad
puede tener efectos positivos para la seguridad y bienestar de los
individuos aislados o del grupo en su conjunto. El intercambio de
información, a diferencia de otros tipos de trueque, tiene la peculiaridad
de que el que entrega algo no deja por ello de poseer lo que ha
entregado. Gracias al lenguaje, la información dispone de la posibilidad
de copiarse indefinidamente. El enorme potencial del lenguaje en la
difusión de la información lo constituye en una pieza esencial en la
aparición y desarrollo de la cultura, que es un nuevo canal de transmisión
de información entre generaciones. La evolución cultural tiene una
dinámica diferente a la evolución biológica, pero ambas pueden ali-
mentarse en una espiral coevolutiva (Hurford, 2003).
Las ventajas del comportamiento social son realmente importantes y
colocan al homo sapiens en una situación cualitativa muy superior a la
de otras especies (Pinker, 1998: 125). Ya el homo habilis, que vivió hace
dos millones de años, aproximadamente, fue mucho más social que su
antecesor, el australopithecus, tanto en la cooperación en las tareas de
caza, como en la búsqueda de alimentos. Este nuevo estilo de vida
acarreó una fuerte presión sobre el comportamiento de los miembros de
la comunidad que favoreció el desarrollo de la comunicación. No
extraña, pues, que no sean pocos los investigadores que defienden que
los factores sociales han desempeñado un papel fundamental en el
surgimiento del lenguaje, que pudo desarrollarse con gran rapidez en un
entorno de cooperación social.
56
Mucha mayor es la discrepancia a la hora de valorar las cir-
cunstancias y necesidades concretas que favorecieron e hicieron nece-
sario el intercambio de información. Ha habido todo tipo de propuestas
entre los investigadores, todas ellas imaginativas y verosímiles en similar
medida, lo que hace difícil inclinarse definitivamente por alguna de ellas.
Algunos valoran los factores que integran lo que se denomina la
inteligencia social. Deacon (1997: 399), por ejemplo, ha propuesto que el
lenguaje surgió de las necesidades del contrato social vinculado a la
estabilidad de la nueva pareja monogámica, que reemplazó a la
poligamia del anterior australopiteco. Según Pinker (1994), en la
organización social del homo habilis se hizo necesario detectar a los
posibles tramposos a través de un sistema de intercambio de información
y de establecimiento de compromisos.
Otras propuestas bien conocidas en este mismo nivel argumentativo
son las de Dunbar (1997) y Bickerton (2002), que han señalado la
importancia que las necesidades de alimentación tuvieron para la
cohesión social y la aparición del lenguaje. El cotilleo, la murmuración o
las alianzas de altruismo recíproco entre hembras podrían haber sido
también factores de comportamiento social que favorecieron el
desarrollo del lenguaje (Knight, 2002; Power, 2000). Esta es la idea de
Lieberman (1991), que sostiene que las zonas cerebrales implicadas en el
uso de la sintaxis, son las mismas que regulan los comportamientos
altruistas, exclusivos de los seres humanos.
Todos estos factores y otros posibles no mencionados pudieron
ejercer su influencia en diferente medida. Parece claro, en todo caso, que
el incremento cuantitativo de los grupos sociales creó excelentes
condiciones adaptativas para el desarrollo de la comunicación y, por con-
siguiente, el desenvolvimiento del lenguaje.
57
Así, pues, conviene precisar en qué sentido podemos hablar de un
cerebro avanzado y desarrollado. En relación con esto, hay que señalar
que el nivel de eficacia y desarrollo del cerebro está relacionado con el
grado en que se manifiestan ciertas propiedades de su configuración
material y de su eficacia funcional. Los apartados que siguen abordan
algunas de estas propiedades.
1.5.8.8.1. El tamaño
Un primer factor de eficacia cerebral es de naturaleza cuantitativa y se
relaciona con el volumen de la masa cerebral. Parece que, en efecto, la
evolución del lenguaje podría estar relacionada también con el aumento
de tamaño que el cerebro humano ha experimentado desde sus
antecesores evolutivos. Por lo que sabemos, el cerebro del homo habilis
duplicó el volumen de su antecesor, el australopithecus, y tuvo la mitad
de volumen de su continuador, el homo sapiens. Este aumento del
cerebro fue, probablemente, una consecuencia de las demandas
evolutivas que fueron planteadas por las necesidades surgidas en los
nuevos entornos. El abandono de los árboles, que fue consecuencia a su
vez del arraigo del bipedalismo, favoreció, como hemos visto, el
desarrollo y control de las manos para actividades instrumentales y trajo
consigo un gran número de exigencias mentales que debieron impulsar
un notable crecimiento del cerebro.
En principio, un aumento de tamaño conlleva una mayor abundancia
de material neurológico, lo que se manifiesta a su vez en la mejora del
rendimiento de las funciones y capacidades cerebrales. Pero esta
correlación entre tamaño y capacidad intelectual debe manejarse con
prudencia, pues no son raros en la naturaleza los casos de animales,
como los elefantes o las ballenas, que poseen cerebros de gran tamaño y
no se distinguen por lo avanzado de sus capacidades mentales. Esta
evidencia ha llevado a algunos neurólogos a evaluar en qué medida
puede ser significativo el tamaño relativo de las diversas partes y
secciones del cerebro humano; muy en particular, la relación existente
entre el tamaño de la corteza cerebral, a la que se atribuyen las funciones
más avanzadas y elaboradas, y el resto del cerebro. Deacon (1997) ha
hecho énfasis en el papel que el córtex prefrontal y el cerebelo juegan en
la adquisición del desarrollo conceptual. Estas estructuras, junto con los
ganglios basales, multiplican por tres el tamaño medio de los órganos
correspondientes de los chimpancés (Lieberman, 2002: 50). A pesar de
58
lo elocuente de algunas de estas observaciones, hay que advertir que este
tipo de datos comparativos ha llevado a resultados interesantes pero poco
definitivos.
59
1.5.8.8.3. Lateralización
Por mucho que el crecimiento cuantitativo de la masa cerebral puede
verse como factor condicionante de la aparición del lenguaje, los
cambios realmente esenciales experimentados por el cerebro del homo
sapiens parecen tener carácter cualitativo y se relacionan con
modificaciones que afectan a su propia organización interna. Como
resultado de esta reorganización, ciertas zonas de la corteza cerebral, que
regulan habitualmente el control de la actividades mentales más
avanzadas, han asumido también el control de procesos vocales y
auditivos que en otros primates menos evolucionados tienen una
regulación puramente instintiva (Deacon, 1997).
En términos generales, la evolución de la mente humana ha sido
posible gracias a una marcada especialización de las funciones y
capacidades desarrolladas por cada uno de los dos hemisferios en que se
divide el cerebro. A esta situación se refieren los conceptos de asimetría
cerebral o lateralización, bien conocidos por todos los neurólogos y
últimamente bastante habituales también en ciertos trabajos elaborados
desde la lingüística. De acuerdo con esta organización asimétrica, cada
uno de los dos hemisferios que dividen el cerebro humano presenta
marcadas diferencias cualitativas en relación con el tipo de tarea que
están destinados a realizar.
Entre las funciones que encuentran acogida en este hemisferio
izquierdo se incluyen el razonamiento analítico, la ordenación temporal,
el cálculo aritmético, etc. No hay duda actualmente de que la parte
izquierda del cerebro desempeña un papel especialmente relevante en la
organización de la capacidad lingüística y otras funciones cognitivas
altamente elaboradas. Por su parte, el hemisferio derecho da cabida a
otro tipo de funciones menos “intelectuales”, tales como el proce-
samiento de las emociones, el razonamiento holístico y, en general, de
los sonidos no lingüísticos, así como el procesamiento visual y espacial.
Para muchos investigadores, la lateralización del cerebro humano
fue un fenómeno paulatino y gradual, enmarcado en un proceso
evolutivo que parece haber favorecido una configuración esencialmente
modular del hemisferio izquierdo, que ha ido así distanciándose
paulatinamente del hemisferio derecho, mucho menos modular, menos
automático y menos especializado.
60
Esta asimetría cerebral del cerebro humano tiene entre sus más
conocidas manifestaciones la diferencia de destreza manual que
presentan los humanos, normalmente a favor de la mano derecha. No
está claro hasta el momento que otros homínidos empezaran a mostrar
esa diferencia funcional entre sus hemisferios cerebrales. La emergencia
del lenguaje, según algunos investigadores, pudo también estar
relacionada con esta lateralización (Crow, 2002), que solo parece
encontrarse en el homo sapiens, y no en otros homínidos22.
1.5.8.8.4. Localización
El fenómeno de la asimetría cerebral parece encajar bien con la hipótesis
tradicional sobre el carácter localizado del lenguaje en el cerebro
humano. Esta postura localista forma parte de una visión más general, de
acuerdo con la cual las diferentes funciones que regula el cerebro, como
la visión, el pensamiento, el habla, etc., están localizadas en zonas espe-
cíficas del cerebro. No son pocos los autores que defienden actualmente
que el lenguaje es una más entre las facultades de la mente; es decir, es
un órgano mental, similar a otros que tienen su última explicación en la
biología23. Igual que las otras funciones mentales, la función lingüística
podría estar localizada en zonas específicas del cerebro.
Los primeros modelos localizados de la actividad lingüística se
basaron en los hallazgos de Broca y Wernicke, en 1861 y 1874,
respectivamente. Broca descubrió que los síntomas de ciertos tipos de
afasias están asociados a daños en la tercera circunvolución inferior
frontal del cerebro (zona que, por ese motivo, terminó recibiendo el
nombre ya clásico de área de Broca). Pocos años después, los
descubrimientos de Wernicke modificaron o completaron los descu-
brimientos de Broca, tras constatar que otros tipos de afasia se deben a
daños en el primer giro temporal, que pasó a denominarse área de
Wernicke. Las afasias de Broca y Wernicke tienen naturaleza diferente.
Durante muchos años, se ha considerado que el área de Broca juega un
61
papel en la producción del lenguaje, mientras que el área de Wernicke ha
sido puesta en relación con las tareas de comprensión24.
La idea de que la capacidad lingüística remite a una función
localizada está sujeta a polémica entre los propios especialistas en
ciencia neurológica. Deacon (1997: 287) sostiene que las funciones
lingüísticas no están localizadas, sino distribuidas por el cerebro, en
zonas de la corteza cerebral que también desempeñan otras funciones. En
realidad, según el mencionado autor, las áreas del lenguaje forman parte
de una cadena computacional más amplia, situada en zonas prefrontales
del cerebro, pero estas zonas no constituyen un órgano específico para el
lenguaje. En contra de lo que se ha venido sosteniendo, Deacon consi-
dera que las mencionadas áreas de Broca y Wernicke no constituyen
zonas específicas para el lenguaje, pues son en realidad el cuello de
botella de una cadena computacional más amplia, lo que explica por qué
el lenguaje se bloquea cuando estas zonas resultan dañadas. Por lo
demás, el mismo Deacon (1997: 311) nos recuerda también que en el
hemisferio derecho se ubican también importantes funciones lingüísticas,
relacionadas con la comprensión o la prosodia, entre otras.
Conviene aclarar, en todo caso, de acuerdo con Bickerton (1998:
344-345), que el hecho de que la ubicación de las funciones lingüísticas
pueda estar distribuida en diferentes áreas no debe considerarse un
argumento en contra de la existencia de un órgano autónomo del
lenguaje. Para poder hablar de la existencia de tal órgano no es tan
relevante su localización específica cuanto el hecho de que esa función
se base en un circuito estable que conecta permanentemente zonas del
cerebro que no tienen por qué ser contiguas25. Por otra parte, algunos
estudios más recientes sobre lesiones en las mencionadas áreas de Broca
y Wernicke han puesto de manifiesto que los efectos de estos daños van
24 En esta línea, Pinker (1994: 336) sostiene que ciertas áreas del lado izquierdo del
cerebro constituyen un órgano del lenguaje. Se trata de las zonas que rodean la
llamada cisura de Silvio. Precisamente a esta zona pertenecen también las áreas de
Broca y Wernicke.
25 El posible carácter localizado del cerebro no es un indicio necesario de su carácter
innato. Es verdad que los comportamientos y funciones genéticamente
determinados tienen una ubicación cerebral específica, pero muchas funciones
adquiridas tienen igualmente una ubicación específica. En puridad, todo
conocimiento está localizado, ya sea de manera local y compacta o bien de forma
distribuida.
62
más allá de lo lingüístico y se sitúan también en el terreno de la actividad
motora.
Con todas las reservas que este tipo de evidencia empírica pueda
suscitar, hay que afirmar en todo caso que, en general, el estudio del
comportamiento lingüístico de los individuos con déficits ocasionados
por lesiones en el cerebro confirma solo hasta un cierto punto la visión
clásica, que acentúa el protagonismo del hemisferio izquierdo en las
capacidades sintácticas de los individuos, pues los agramatismos se
producen con mucha frecuencia como consecuencia de lesiones y daños
en esta parte del cerebro; sin embargo, algunas lesiones en otras áreas
cerebrales pueden producir efectos similares (Grodzinsky, 2000).
En los últimos años, el desarrollo del seguimiento y exploración de
la actividad neuronal a través de las técnicas de neuroimagen ha aportado
datos muy relevantes sobre el problema de la ubicación cerebral de las
tareas de procesamiento lingüístico (Caplan, 2001). Las más conocidas
son la tomografía de emisión de positrones (pet) y la imagen por
resonancia magnética funcional (fMRI). Estas técnicas consisten en la
inyección en los individuos de aguas radiactivas, lo que permite detectar
los cambios en el flujo de sangre en las zonas cerebrales activadas
durante la ejecución de determinadas tareas. De esta manera, es posible
registrar y contemplar en el monitor la actividad cerebral que se produce
en las actividades cognitivas de los individuos sanos. Se contraponen,
por tanto, a las técnicas tradicionales, que infieren el funcionamiento de
las áreas cerebrales a partir del estudio del comportamiento de los indi-
viduos con daños y lesiones en zonas específicas del cerebro. El examen
de individuos sanos tiene, entre otras, la ventaja de que excluye la posi-
bilidad de que el cerebro lesionado haya reubicado en nuevos circuitos el
sustrato neuronal de algunas de sus funciones, como ocurre frecuen-
temente en los individuos con daños cerebrales.
Estas técnicas han permitido cuestionar o, en todo caso, refinar o
ajustar la visión tradicional del cerebro, que asignaba a las áreas de
Broca y Wernicke el protagonismo esencial en el procesamiento lin-
güístico. En realidad, estos estudios han venido a confirmar el hecho ya
sabido de que las mencionadas áreas cerebrales no son específicas del
lenguaje, pues están en grados diversos asociadas con otras funciones
cognitivas, como la visión o la planificación motora. Al mismo tiempo,
han confirmado que dichas áreas no son las únicas zonas cerebrales
implicadas en el procesamiento del lenguaje, pues se ha detectado
63
también la vinculación con el lenguaje de otras zonas cerebrales, como la
corteza visual, el cerebelo, la cisura de Silvio o la región fronto-temporal
derecha. En fin, la distribución clásica de los papeles entre el área de
Broca (que se ha venido asociando, en general, con la producción del
lenguaje) y el área Wernicke (a la que se ha atribuido el procesamiento
del significado y, más genéricamente, las tareas de decodificación)
tampoco se sostiene desde la reciente investigación en neuroimagen
(Haverkort y Stowe, 2002). De acuerdo con lo que vamos sabiendo sobre
la anatomía del cerebro, la sintaxis como fenómeno complejo no es un
fenómeno directamente localizable en ninguna área específica del
cerebro; pero ciertas operaciones específicas de la sintaxis sí parecen
tener una ubicación específica, especialmente en el área de Broca26. En
contra de lo asumido tradicionalmente, otras operaciones sintácticas
parecen estar controladas desde el hemisferio derecho (Grodzinsky,
2000, 2006)27.
La relevancia para el lenguaje de las áreas de Broca y Wernicke,
situadas en el hemisferio izquierdo, parece, en todo caso, incuestionable.
También parece indudable que las funciones lingüísticas en su conjunto
son el resultado de una actividad neuronal colectiva que se distribuye en
zonas muy variadas del cerebro. Parece claro que, aunque el hemisferio
izquierdo tenga su importancia, el lenguaje utiliza el cerebro entero
(Lieberman, 2002). Integra, pues, áreas diferentes y no necesariamente
vinculadas.
Tampoco cabe duda del protagonismo asumido por la corteza cere-
bral en el procesamiento y producción del lenguaje. Pero es seguro que
otras zonas cerebrales no propiamente corticales están también impli-
64
cadas en la tarea de poner en funcionamiento el lenguaje. Este podría ser,
por ejemplo, el caso del cerebelo o de los ganglios basales, que
participan en la rutinización y automatización de actividades previa-
mente aprendidas y posteriormente automatizadas28.
28 Vid., entre otros, Gibson y Jessee, (1999), Gibson (2002) y Lieberman (2003).
65
1.5.8.8.6. Modularidad
La idea de que la mente incorpora unidades funcionales especializadas
para funciones específicas está en la base de la teoría de la modularidad,
que desborda en principio el campo de la lingüística y se sitúa en el
terreno más amplio de la investigación sobre la mente y el cerebro.
Según esta visión, en la mente humana existen módulos, que son
sistemas cognitivos encapsulados, lo que significa que su funcio-
namiento no puede ser interferido por otros sistemas cognitivos. Los
módulos muestran, además, un funcionamiento inconsciente y más
rápido que el de otras funciones mentales. Presentan, por otro lado, lo
que se denomina especificidad de dominio; es decir, se ocupan de un tipo
peculiar y específico de información, que no es computable o inter-
pretable por otros módulos o unidades de la mente.
La hipótesis de la modularidad de dominio de la facultad lingüística
ha venido siendo apoyada tradicionalmente por los datos provenientes
del cuadro médico de algunos individuos que presentan déficits de
inteligencia y que, por el contrario, manifiestan una madurez lingüística
sorprendente. También se constata la situación inversa, en la que indi-
viduos con afasias no manifiestan reducción alguna de sus capacidades
intelectuales.
Sin embargo, como ya se ha señalado (v. 1.5.8.8.5.) el sistema que
da soporte al lenguaje presenta una considerable plasticidad neuronal y
es, por tanto, capaz de reubicar con cierta facilidad y rapidez los
circuitos neuronales que le dan soporte cerebral. Esta capacidad no es
habitual en los sistemas de dominio específico. El hecho mencionado de
que los niños y, en menor medida, los adultos que sufren lesiones
cerebrales sean también capaces de reorganizar su habla en otras zonas
del cerebro no encaja bien con una visión modular del lenguaje
(Johansson, 2005: 113).
66
2. Historia lingüística y evolución
67
humanas y que este permanente movimiento es resultado del equilibrio
inestable entre los diversos subsistemas que constituyen e integran las
diferentes lenguas.
Desde esta perspectiva, el cambio lingüístico no sería otra cosa que
un conjunto de movimientos y variaciones posibles sobre la capacidad
lingüística previamente evolucionada. La noción de evolución sería útil,
en todo caso, para entender la capacidad lingüística. En cambio, para los
códigos comunicativos o lenguas históricas no cabría hablar de evo-
lución, sino de historia o cambio en un sentido mucho más neutro.
Este tipo de planteamientos ha calado especialmente en las escuelas
de orientación innatista, a falta de mejor denominación; es decir, en
aquellos investigadores que defienden la existencia de principios grama-
ticales universales de carácter innato, que contienen las propiedades
básicas que se encuentran en todas las lenguas. Esta concepción se
asocia habitualmente con la idea de que los seres humanos disponen de
un dispositivo para la adquisición y desarrollo del lenguaje. Se vincula a
veces con una visión representativa de la lengua; es decir, con la idea de
que la lengua surge y se orienta a la finalidad primordial de ordenar y dar
estructura al sistema conceptual humano y, solo de manera secundaria,
se acomoda a una función y un diseño específicamente comunicativos.
Las restricciones y fenómenos gramaticales más esenciales son, desde
esta perspectiva, básicamente arbitrarios, independientes de cualquier
motivación funcional y surgidas, quizá, como efecto lateral de alguna
mutación adaptativa (Lightfoot, 1999: 249).
En el marco, más reciente, de los Principios y Parámetros, el plan-
teamiento chomskiano defiende que la Gramática Universal de la que
disponen los hablantes incluye un conjunto de opciones o parámetros
básicos. Estos parámetros pueden adquirir diversos valores a través de un
proceso de filtrado de los datos del exterior. Dicho de otra manera, se
supone que las diferentes modalidades o configuraciones que una lengua
posible puede adoptar están ya previstas en la dotación genética de cada
individuo, que solo necesita que los datos externos orienten el desarrollo
de la lengua en un sentido o en otro, lo que permitiría a cada individuo
establecer los parámetros básicos de su gramática. Los cambios
gramaticales estarían motivados por novedades en este proceso de
opción paramétrica (Lightfoot, 1999). A día de hoy, no resulta
totalmente claro cómo y por qué se produciría este reseteo. En algunos
casos, estos cambios de opción paramétrica pueden estar motivados por
68
variaciones en el entorno. Se trata, según Lightfoot, de cambios en el
habla, generados por variaciones en las modas gramaticales o por
cambios en las tendencias de usuario (Matthews, 2003).
Resulta evidente que propuestas como la anterior atribuyen a los
niños un protagonismo esencial en el cambio lingüístico. Los niños
generan su gramática (o seleccionan su “opción paramétrica”) a través de
un contacto con los datos que reciben del exterior. Sin embargo,
cualquier alteración en la calidad o cantidad de los datos que el niño
recibe puede llegar a provocar un análisis de los mismos datos con
arreglo a principios gramaticales diferentes. Sin embargo, la idea del
niño como agente esencial de los cambios no puede aceptarse sin más,
sin una reflexión crítica y reposada. Los niños carecen del estatuto social
necesario para convertirse en propagadores de cambios lingüísticos que
terminen siendo aceptados por sus mayores. Por otro lado, los errores
infantiles terminan desapareciendo en las últimas etapas de la adqui-
sición de la lengua. Solo los errores de los individuos adultos dejan
traslucir verdaderas tendencias de cambio (Croft, 2000: 44-49; Slobin,
2002: 385).
En todo caso, la teoría de la opción paramétrica, al menos en los
términos en que se ha formulado hasta el momento, comporta la
aceptación de un corolario inevitable de cara a la construcción de una
teoría del cambio lingüístico. Esta consecuencia es el carácter no
orientado de los cambios. Si los cambios en el entorno, básicamente
imprevisibles o aleatorios, son los que desencadenan cambios grama-
ticales, la consecuencia es que el cambio gramatical y el cambio
lingüístico carecen de una dirección precisa. Esta consecuencia es asu-
mida expresamente por muchos seguidores de esta corriente29.
En el fondo, detrás de estos planteamientos, estrechamente compro-
metidos con una visión innatista de la gramática, subyace una visión
esencialmente estática de la lengua y la gramática, porque las opciones
paramétricas no varían y han estado siempre disponibles. De manera más
explícita, Longobardi (2001), ha elaborado una teoría de la inercia,
según la cual, el cambio sintáctico no debería tener lugar, al menos en lo
69
que atañe a los niveles que esta escuela sitúa en el núcleo esencial de la
sintaxis30.
La visión del cambio lingüístico como hecho errático y
desorientado, igual que la propuesta que atribuye al núcleo de la lengua
un carácter inerte, se desprende de concepciones del lenguaje fuer-
temente teóricas. Pero la pregunta sobre la orientación del cambio lin-
güístico es, en última instancia, una cuestión empírica que concierne en
buena medida a los investigadores de la lengua y su historia, tanto o más
que a los que se ocupan de la biología, la psicología o la teoría de la
computación. En la lingüística de ayer y de hoy, no son pocos los
lingüistas para los que los conceptos de evolución y de cambio
lingüístico se relacionan de una manera mucho más estrecha.
Por un lado, en algunos sectores de la lingüística de corte funcional,
que no se proclaman expresamente evolucionistas, se han depurado
ciertas nociones que de forma implícita desembocan en planteamientos
evolutivos. De hecho, desde esta misma lingüística funcional se han
aportado datos que permiten hablar de unidireccionalidad en la
gramaticalización (v. 4.4.). Estos planteamientos han sido puestos a
veces en relación con otras aportaciones recibidas desde el terreno de las
ciencias humanas y sociales, que han creído vislumbrar patrones de
desenvolvimiento evolutivo en diferentes niveles de comportamiento del
hombre y de su cultura, incluido el lenguaje. Estas propuestas han
generado una suerte de darwinismo cultural, con repercusión también en
la investigación lingüística. También tienen puntos en común con el
funcionalismo y la teoría darwinista algunas propuestas recientes que
señalan una orientación evolutiva de la lengua hacia acoplarse
paulatinamente a las necesidades del cerebro. Con las diferencias
posibles entre ellos, T. Deacon, M. H. Christiansen y W. O’Grady son
los más importantes representantes de esta corriente (v. 6.3.).
Por otra parte, desde algunos sectores de la propia lingüística
histórica (O. Jespersen, B. H. Bichackjian, B. Bauer, etc.), especialmente
vinculados al estudio de las lenguas indoeuropeas antiguas y modernas,
se cree contar con datos y argumentos que justificarían una visión
evolutiva del cambio lingüístico. Además de otros datos de carácter
indirecto o reconstructivo, estas propuestas se apoyan en otra evidencia
30 Para una discusión crítica de una visión inerte de la gramática puede consultarse
con provecho el trabajo de Detges y Waltereit (2008).
70
de carácter más directo, procedente de la información que proporciona la
historia conocida de las lenguas indoeuropeas, incluidas las románicas.
La historia de estas lenguas durante los últimos dos mil quinientos años
nos resulta bien conocida, gracias a la nutrida documentación que
proporcionan. El examen global de la historia de estas lenguas, incluida
la española, parece mostrar que el cambio en estas lenguas ha estado
orientado en una dirección cualitativa bien precisa, hacia la
configuración de sistemas gramaticales cualitativamente nuevos y sin
precedente previo (v. 3.2.).
Las secciones que siguen prestan atención y análisis a ambas cor-
rientes de investigación.
71
el sentido más genérico posible) adapta su forma a la función que
desempeña tienen un protagonismo esencial en toda teoría evolutiva.
Sin embargo, la escuela funcionalista no forma un grupo
homogéneo. Ni siquiera está claro que la denominación de escuela sea
oportuna para hacer referencia a un grupo de investigadores rela-
tivamente disperso en el espacio y en el tiempo y que comparte en mayor
o menor medida un conjunto de posturas y puntos de vista respecto a la
lengua y la gramática. El encaje de cada autor en esta corriente es mayor
o menor según los casos. Los nombres de Croft, Givón, Hawkins, Bybee
y, quizá en menor medida, Langacker o Dick podrían ser considerados
nombres encuadrados en esta corriente.
La cuestión fundamental que enfrenta a unas corrientes y a otras es,
por supuesto, la misma que da origen y sentido a la ciencia lingüística:
¿por qué la estructura de las lenguas es como es? Podríamos decir
entonces que los investigadores anteriormente citados y otros posibles
tenderían a proporcionar una respuesta próxima a la siguiente: la
estructura de las lenguas es como es porque refleja restricciones im-
puestas desde el uso de la lengua. Desde esta perspectiva, el empleo
efectivo y real del sistema lingüístico por hablantes concretos en situa-
ciones reales determina de manera decisiva su forma y configuración.
Esta suposición implica una mayor dependencia entre la competencia y
actuación, de la que hablaron los generativistas clásicos, pero en ningún
caso supone (como se ha sugerido a veces) que se niegue la existencia de
una competencia lingüística.
Desde un punto de vista empírico, los estudios funcionales muestran
una dependencia esencial con respecto a los datos de variación
interlingüísticos; de hecho, muchos autores prefieren considerarse
incluidos en lo que proponen llamar un campo de investigación más
amplio, de carácter tipológico-funcional. Este énfasis en la variación
supone en la misma medida una reducción del interés por los posibles
universales categoriales y formales que pueda haber en las lenguas; por
el contrario, las escasas afirmaciones de universalidad que se proponen
suelen tener un fuerte apoyo en la semántica, más que en los rasgos de
carácter formal. No hay habitualmente una negación explícita de la
dotación innata de la gramática, pero el recurso a la dotación genética
juega poco o ningún papel en la explicación funcional.
La preocupación por la variación permite entender el interés de los
funcionalistas por los problemas diacrónicos. En cierto sentido, cabría
72
decir incluso que la explicación funcional encuentra su mejor aplicación
en el dominio diacrónico, más que en el dominio sincrónico (Has-
pelmath: 2003). Muchos autores sostienen que los hechos de la
gramática tienen en su origen una motivación funcional, pero después se
extienden, generalizan, rutinizan y pueden incluso llegar a perder su
función originaria. Se hacen, en definitiva, convencionales. Por el con-
trario, desde el punto de vista del individuo, que tiene una perspectiva
sincrónica y no tiene conciencia de los cambios, la lengua es un
fenómeno básicamente estático y arbitrario.
La idea de que existe una motivación funcional para los fenómenos
del lenguaje nos lleva inmediatamente a la tarea de definir la lista de esas
posibles presiones adaptativas. Dado que la corriente funcional no es una
corriente de investigación homogénea, tampoco lo son los plan-
teamientos básicos y los datos lingüísticos en que cada autor basa sus
postulados. Con todo, es posible seleccionar una serie de argumentos y
nociones que se reiteran en la investigación de muchos autores de esta
orientación.
73
de iconismo31 e implica que muchos aspectos de la organización gra-
matical de las lenguas podrían no ser totalmente arbitrarios. Los que
defienden este tipo de aproximación a la gramática se sitúan, por tanto,
más próximos a una semiótica de signos motivados que a una teoría del
signo de orientación saussureana, que enfatiza el carácter arbitrario de
las expresiones lingüísticas y del sistema gramatical.
Algunos investigadores han querido detectar, en efecto, ciertos
rasgos de iconismo en la sintaxis, entendido como paralelismo entre las
relaciones entre las partes de la estructura lingüística y las relaciones
entre las partes de la estructura del concepto o significado (Haiman,
1985: 71). Un caso particular de este paralelismo es el llamado iconismo
de orden, que se manifiesta en el hecho frecuente de que el orden de las
unidades lingüísticas constituye un reflejo de las relaciones lógicas o
semánticas de sus referentes. Es conocida, por ejemplo, la relación
constatada por Greenberg (1963) entre el orden del conocimiento y la
experiencia y, por otro lado, el orden de su expresión lingüística. Su
universal nº 14 le permitió ilustrar esta relación: “en las oraciones
condicionales, la cláusula condicional precede a la condicionada, como
orden normal en todas las lenguas” (pág. 103). La misma etimología de
la palabra hipótesis ('situado antes') confirma esta sugerencia. De hecho,
la lengua oral recurre a veces para la expresión de la condicionalidad a la
simple anteposición del condicionante a la consecuencia previsible: lo
llego a saber y no vengo. Este mismo procedimiento es el que dio origen
a las condicionales en latín, que muestran todavía en las lenguas
románicas una preferencia por la posición antepuesta. Es frecuente que el
iconismo inicial de una construcción termine desdibujándose en mayor o
menor grado. En la medida en que esto ocurre, la construcción se hace
más arbitraria y convencional. Es esto lo que ha ocurrido con la propia
construcción condicional latina, en la que el antiguo adverbio de modo si
ha terminado incorporando el valor condicional.
Las oraciones concesivas muestran la misma preferencia por la
disposición icónica que las condicionales y surgen en muchas lenguas a
partir de inferencias obtenidas en condicionales irreales. No extraña, por
ello, que la conjunción si esté presente en muchas conjunciones y
31 Hay que resaltar, en todo caso, que los planteamientos icónicos no son nece-
sariamente incompatibles con otras perspectivas de carácter más formal (Francis,
2002: 40).
74
locuciones concesivas, como ocurre en el propio latín (cf. etsi, tametsi) o
en las lenguas románicas (esp. aún si; fr. même si, etc.). Pero las mismas
oraciones concesivas, que prefieren la colocación antepuesta, pueden
adquirir valor adversativo cuando se colocan después de la principal (lo
sé, aunque no lo digo = ‘lo sé pero no lo digo’), lo que muestra de nuevo
la incidencia directa de la colocación en el valor de ciertas subordinadas.
75
aplicado no solo a la expresión de las categorías morfológicas que se
oponen entre sí, sino también a otros dominios de la sintaxis, como el
relacionado con la expresión de los argumentos oracionales como el
sujeto, el objeto directo, etc. En un nivel más amplio, la noción de marca
subyace a la noción de prototipo, que permite hacer referencia a
determinadas configuraciones especialmente frecuentes de la oración
transitiva (v. 3.2.2.). Como es obvio, en virtud de esta y otras
extensiones a nuevos dominios de la gramática, el valor del concepto de
marca ha experimentado una notable modificación, pero esto no ha
desvirtuado de manera esencial su sentido originario.
76
a. ENCONTRÉ a la mujer que se había casado el año pasado con
Pedro y que después se divorció de él EN EL PARQUE
77
las que la información está empaquetada con criterios en los que los
requisitos de la memoria, la capacidad de activación de referentes y otras
habilidades comunicativas ejercen una influencia esencial.
Puede haber, en efecto, una relación directa entre aspectos
esenciales de la estructura de la gramática y los principios que organizan
el discurso. En esta línea, son ya clásicos los trabajos que DuBois (1985,
1987)32 dedicó a fundamentar su teoría de la estructura argumental
preferente (preferred argument structure), basada en la idea de que la
configuración básica de la estructura argumental está determinada por la
forma en que se equilibra el conflicto entre dos motivaciones básicas:
32 Este mismo autor (Dubois, 1985: 363) ha hecho célebre su frase: “Las gramáticas
codifican mejor lo que los hablantes hacen más a menudo” (“Grammars code best
what speaker do most”); esta frase sintetiza perfectamente la idea de la adecuación
de la gramática a las necesidades comunicativas de sus usuarios.
78
predomina esta motivación 2, las lenguas optan por el tipo nominativo-
acusativo.
El contraste entre información antigua y nueva, igual que el con-
cepto de continuidad topical, tienen carácter discursivo y son dos posi-
bles factores que condicionan la organización de la gramática de las len-
guas. Nos encontramos, pues, ante dos motivaciones en competencia,
que explican la diferente organización de los argumentos de la oración,
que define e identifica a las lenguas de tipo ergativo-absolutivo frente a
las de tipo nominativo-acusativo33.
2.2.5. La frecuencia
79
enunciados concretos y específicos, de cuyo uso frecuente surge una
regularidad más abstracta, que llamamos gramática.
El estudio cuantitativo de corpus textuales permite constatar hasta
qué punto el discurso escrito, igual que la lengua hablada, se caracteriza
por el uso abundante de secuencias convencionales de unidades léxicas,
incluidas también los usos formulísticos (expresiones idiomáticas,
colocaciones, etc.). El grado de productividad de estas expresiones es
variado. Algunas de ellas están totalmente fijadas y no permiten
variación alguna en lo que se refiere a la incorporación de nuevas
unidades léxicas (dar crédito, hacerse cargo, etc.). Otras, por el
contrario, presentan una mayor variación (quedarse parado / quieto /
inmóvil...). Muchas unidades léxicas no permiten un uso independiente,
y solo pueden ser usadas en el interior de una expresión fija más amplia.
Cuanto más restringida es la variación potencial de una expresión fija,
mayor es su grado de almacenamiento mnemotécnico.
La reiteración de un enunciado específico deja su peculiar marca en
la memoria de cada individuo. Lo mismo ocurre con las acciones repe-
tidas (preparar el desayuno, ducharnos, lavar los platos, escribir con el
ordenador, etc.), que generan rutinas y comportamientos automáticos,
frente a la mayor concentración que requieren las actividades insólitas o
infrecuentes (como curar una herida, coser un roto, etc.). En este punto,
el uso de la lengua se entiende en términos similares a otras capacidades
motoras de los seres humanos.
Cualquier discusión sobre el fenómeno de la frecuencia y su impacto
en la gramática debe señalar la existencia de dos tipos básicos y
contrapuestos de frecuencia, basados en el mismo fenómeno de la
reiteración, pero que tienen diferente repercusión en la gramática y en las
expresiones lingüísticas. La frecuencia de uso, por un lado, hace
referencia a la enunciación reiterada de determinadas piezas, expresiones
o unidades de la gramática. Ciertos verbos, nombres o expresiones, como
los verbos ser, haber o tener, muestran habitualmente una alta frecuencia
de uso, lo que suele producir una fuerte impronta nemotécnica de cada
unidad, que a menudo adquiere nuevos e impredecibles significados. En
el terreno morfológico, la frecuencia de uso favorece la peculiaridad, es
decir, la irregularidad. Nótese que los verbos citados se encuentran entre
los más irregulares del español (Elvira, 1998).
En el caso de las expresiones complejas, la frecuencia de uso
produce una pérdida de composicionalidad de una expresión o
80
construcción, que puede llegar a almacenarse como un todo, perdiendo
transparencia y capacidad de segmentación y de asociación regular con
otras similares. El fenómeno de la lexicalización (v. cap. 5.) o el
desarrollo de las colocaciones están relacionados con una alta frecuencia
de uso. También las formas derivadas, cuando se hacen frecuentes, dan
lugar a esta situación de falta de transparencia (cf. descarado, que no
hace referencia a un individuo sin cara).
Por el contrario, la frecuencia de lengua hace referencia al número
de unidades que se integran en determinado modelo o patrón productivo.
Sus efectos sobre las expresiones lingüísticas son bien diferentes, pues la
frecuencia de lengua genera habitualmente situaciones de regularidad y
transparencia. En el terreno morfológico, la noción de frecuencia de
lengua se equipara con el concepto de productividad morfológica
(Elvira, 1998: 157-165). Cabe mencionar el ejemplo de las con-
jugaciones verbales. La primera conjugación es en español de hoy y de
ayer la más productiva de las tres, porque es aquella a la que más verbos
del español se adhieren, con independencia de que estos verbos puedan
ser muy frecuentes (como mirar) o más raros o esporádicos (exacerbar).
La situación contraria la encontramos en la segunda conjugación, a la
que se adhiere un número relativamente reducido de verbos que, sin
embargo, tienen una alta frecuencia de uso (ser, haber, tener, etc.).
Precisamente por su alta frecuencia de uso, los verbos de la segunda
presentan una notable irregularidad.
En la sintaxis, la noción de frecuencia de lengua hace referencia a
aquellos modelos o esquemas sintácticos más extendidos. El concepto de
construcción como unidad básica de la lengua, surge y se desarrolla
precisamente a través de la reiteración de ciertos patrones, que terminan
asociándose con determinados valores y que terminan configurando un
significado central o prototípico (v. 3.3.2.). El desarrollo de la
construcción transitiva es un buen ejemplo de este desarrollo, que será
analizado con más detalle en otro lugar de este libro (v. 3.2.2.).
El fenómeno de la gramaticalización, que también recibirá atención
especial en una próxima sección, tiene como una de sus causas funda-
mentales, una combinación de los dos tipos anteriores de frecuencia.
81
2.3. La solución evolutiva. Variación y selección
82
La biología evolucionista arranca de la constatación de que los seres
vivos varían continuamente. Esta variación se produce en buena medida
como consecuencia de mutaciones genéticas. Aquellas variantes que dan
lugar a seres mejor adaptados a su entorno superan por ello la capacidad
de pervivencia de la especie y, al reproducirse, extienden los genes que
determinan esas variantes. De forma paralela, la variación también es un
hecho fundamental y esencial en las lenguas. La variación lingüística
existe a escala macro y microscópica (es decir, varía la lengua del indi-
viduo aislado, pero también la que comparte toda una comunidad), se da
en el espacio y en el tiempo y se manifiesta en todos los niveles de la
lengua (fonológico, morfológico, semántico, etc.).
Afirmar que la variación es un fenómeno común a los fenómenos
biológicos y a los hechos de lengua no implica necesariamente que esta
variación haya de estar regulada por los mismos principios y que tenga
lugar en las mismas condiciones. La variación lingüística no es
necesariamente aleatoria, pues hay principios de variado tipo que la
restringen y ordenan. Lo mismo cabe decir, probablemente, de los
hechos de la biología.
En efecto, aunque las lenguas son notablemente variadas unas de
otras, la descripción tipológica contemporánea nos enseña que no todo
fenómeno o configuración teóricamente previsible es realmente posible.
Además, hay configuraciones, estructuras o soluciones gramaticales que
son más frecuentes que otras (Newmeyer, 2005). Sabemos también que
las soluciones gramaticales para las diferentes necesidades expresivas
suelen constituir un conjunto relativamente reducido, en comparación
con el amplísimo número de lenguas existentes, que seleccionan en cada
caso una de las soluciones disponibles.
Unos pocos ejemplos pueden mostrar la predisposición de las
lenguas a servirse de un número limitado de expresiones o fuentes para
la expresión de determinadas nociones gramaticales. Ocurre, así, por
ejemplo, en la expresión de la génesis de la expresión indefinida. La
investigación tipológica ha mostrado que el desarrollo de estas
expresiones indefinidas se acomoda a ciertas sendas evolutivas. Las
fuentes más habituales de estos marcadores son las siguientes
(Haspelmath, 1997a: 130-141):
83
cierta extensión en las lenguas de Europa. Antiguo inglés: ne wt
hw ‘no sé quién’ > nathwa “alguien”; rumano (dialectal): nescio
quid > netine algo’.
84
Los estudios tipológicos recientes tampoco permiten constatar con
facilidad la existencia de universales lingüísticos enunciables en tér-
minos absolutos (vgr.: “todas las lenguas tienen...”); por el contrario, es
mucho más habitual constatar que hay universales relativos, de natu-
raleza implicativa, expresables normalmente a través de enunciados
como el siguiente: “si una lengua tiene la propiedad p, también tendrá la
propiedad q” (vgr., “si una lengua expresa el trial/paucal, entonces
también expresa el plural”, etc).
Los investigadores de orientación innatista han llegado por otras
vías al mismo convencimiento de que existen principios que restringen y
ordenan la variación. La idea subyacente a la teoría chomskiana de los
principios y los parámetros es precisamente que toda la variedad
inmensa de lenguas humanas puede ordenarse como efecto de la
activación o desactivación de un número reducido de parámetros u
opciones sintácticas que tienen efectos en diversos lugares de la
gramática.
La constatación de la realidad de la variación nos proporciona una
posible salida en clave evolutiva a las dificultades de la explicación
funcional. Estrictamente hablando, no se puede decir que las jirafas
tienen cuello alto para permitir a estos animales alcanzar las hojas y
frutos de los árboles. Tal afirmación implica la creencia en un ser
creador y consciente, suposición que la biología no asume de manera
expresa. La teoría de la evolución permite explicar sencillamente este y
otros fenómenos a través de la idea de la variación y la selección natural.
Según esta teoría, los seres que precedieron a las jirafas mostraron varia-
ciones aleatorias, en lo que se refiere a la longitud del cuello y solo
aquellos individuos que por azar tuvieron cuello largo pudieron
sobrevivir y transmitir esa propiedad por vía genética a su descendencia.
En un terreno propiamente lingüístico y de forma paralela es posible
defender que la adecuación a las necesidades de la comunicación por
parte de ciertas soluciones y variantes tiene el efecto inmediato de
aumentar su frecuencia de uso, lo que da lugar a un arraigo en la lengua
de la correspondiente expresión y, llegado el caso, a la adquisición de la
condición de expresión fija u obligatoria, reemplazando a otras
soluciones alternativas más antiguas. En la gramática no hay genes, pero
sí hay hechos de frecuencia que provocan el afianzamiento de las nuevas
expresiones en las rutinas expresivas de los hablantes. Este
afianzamiento, consolidado por la frecuencia, puede considerarse el
85
paralelo de la selección en la biología. Desde esta perspectiva, el cambio
lingüístico es algo desencadenado por los hablantes, pero no de manera
necesariamente intencional, pues es el resultado de la conjunción de
comportamientos lingüísticos similares, motivados por las mismas
necesidades comunicativas.
La visión evolutiva del lenguaje y de su historia requiere replantear
ciertas nociones generalmente asumidas en la lingüística tradicional.
Entre ellas, la propia noción de lengua. Desde esta perspectiva, una
lengua es un fenómeno más amplio que el código individual que cada
hablante ha incorporado tras el correspondiente proceso de adquisición y
aprendizaje. Una lengua es un conjunto (o una población) de enunciados
(Croft, 2000), continuamente reiterados en diferentes contextos y
situaciones y proferidos en una comunidad compacta social y
geográficamente. Estos enunciados son producidos por diferentes
individuos y remiten a principios de codificación (gramáticas) similares
pero nunca totalmente coincidentes. La exposición de los hablantes a sus
entornos de enunciados permite que cada uno de ellos desarrolle su
propio código individual. Pero el entorno de cada individuo es
parcialmente coincidente con el de los otros y también en alguna medida
discrepante con el de los demás. La percepción que cada individuo pueda
tener de esa realidad cambiante puede mostrar ligeras diferencias con la
de otros individuos, porque depende directamente de la experiencia
personal de cada hablante y de los datos que proporciona su entorno. Por
ello, los códigos de los diferentes individuos no son absolutamente
similares, lo que no impide una comunicación eficiente entre ellos. Sin
embargo, las modificaciones en el entorno pueden provocar que las
discrepancias entre las diferentes gramáticas individuales superen un
umbral mínimo de comprensión. En tales casos, se puede considerar que
los individuos hablan códigos o lenguas diferentes.
Son precisamente los datos del entorno los que constituyen el hecho
esencial de la lengua y esta es una realidad fundamentalmente
cambiante. El continuo dialectal de las lenguas se aproxima más a este
modelo que al hecho oficial de las gramáticas normativas, que son
resultado de la selección cultural y social de determinadas variantes
extraídas de este conjunto de enunciados. Estas variantes surgen
habitualmente por motivación funcional, pero su difusión y extensión
pueden estar socialmente motivadas. En cambio, los sistemas
86
normalizados no muestran tendencias claras de cambio y son percibidos
por los individuos como hechos inmutables.
El planteamiento evolutivo del cambio lingüístico tiene como
corolario fundamental la idea de que las lenguas encaminan sus
innovaciones en una dirección determinada. Ello implica, en negativo,
que los cambios lingüísticos no son hechos ciegos y aleatorios, sino que
constituirían un conjunto de hechos orientados a la consecución en el
tiempo de un estadio cualitativamente diferente del de tiempos pasados.
Por otro lado, el planteamiento evolutivo nos puede llevar a una
interpretación muy peculiar del problema de la variación y de la tarea de
la comparación entre las lenguas. Desde la perspectiva evolucionista,
muchos aspectos de la diversidad de las lenguas del mundo podrían
interpretarse como resultado de la diferente posición de cada lengua en
una escala o camino evolutivo. Inevitablemente, estas diferencias de
posición evolutiva entrañan una colocación de todas las lenguas en una
gradación ordenada, de la que podrían obtenerse consecuencias valo-
rativas respecto a eficiencia y funcionalidad relativa de cada una de ellas.
Esta posibilidad choca frontalmente con el sentimiento y el parecer de la
mayoría de los lingüistas contemporáneos, que defienden una visión
igualitaria de las lenguas, según la cual todas ellas son iguales en cuanto
a eficiencia comunicativa, con independencia de la época o el lugar en
que hayan surgido. De acuerdo con estos planteamientos igualitaristas,
hay que atribuir a la pura variedad las diferencias tipológicas entre las
lenguas. Desde un punto de vista muy extendido, las diferencias entre
una lengua SVO o SOV, una lengua ergativa y otra nominativa, etc., no
tienen ninguna relevancia evolutiva y constituyen diferentes alternativas
tipológicas a la configuración de las lenguas.
87
3. Lingüística histórica y cambio gramatical
89
que nuestro trabajo de investigación se tiña de un etnocentrismo
excesivo.
El contraste entre eventos y estados está expreso en la propia deno-
minación de un tipo de lenguas que la tipología clásica ha distinguido
hace mucho tiempo: las lenguas activo (-estativas). Como se mostrará
más adelante, el mismo contraste entre acciones y estados se encuentra
presente de manera diferente, pero igualmente esencial, en la gramática
de las otras lenguas que distingue la tipología clásica, las ergativo (-
absolutivas) y las nominativo (-acusativas). Las lenguas activas están
ampliamente difundidas en muchas regiones del mundo, como muestra
su presencia entre las lenguas americanas (guaraní), caucásicas
(georgiano), austronesias (acehnese) y europeas (galés medio).
La definición y caracterización más extendida de este tipo de
lenguas hace referencia a la expresión de los argumentos de la oración
mono- y biargumental, pues las lenguas del tipo activo marcan el
argumento único del verbo intransitivo (es decir, del verbo mono-
actancial) de manera diferente según que tenga carácter de agente o de
paciente de la acción expresada por el verbo. Esta caracterización del
tipo activo-estativo hace referencia al procedimiento de marca de los
argumentos verbales, pero existen otros rasgos que permiten describir la
gramática de estas lenguas. De una manera general, cabe decir, que la
gramática de las lenguas del tipo activo-estativo está regulada por
categorías y oposiciones que tienen un carácter esencialmente semántico.
Existe acuerdo entre los indoeuropeístas en que la lengua que está
en el origen de las lenguas indoeuropeas históricas perteneció al tipo
activo/estativo Se dice con frecuencia que en este primitivo estadio, la
oposición entre las nociones de agente y paciente, igual que las de acción
y estado, jugaron un papel esencial. Esta afirmación es en alguna medida
cierta, pero no hay que olvidar que la misma oposición entre acción y
estado sigue presente hoy en la gramática de estas lenguas, aunque se
manifiesta en niveles gramaticales diferentes.
En los orígenes indoeuropeos, la propia formación de categorías
gramaticales estuvo vinculada con esta oposición, hasta tal punto que la
categoría verbal indoeuropea estuvo directamente asociada con acciones
agentivas. Esto significa que, en un estado primitivo, solo las acciones de
este tipo daban lugar a oraciones con verbo. Para la expresión de otras
situaciones o estados no agentivos era posible el uso de oraciones sin
verbo. Todavía en latín histórico existen residuos de esta primitiva
90
situación y fueron posible expresiones sin verbo como haec mirabilia
‘estas cosas son admirables’, que en las modernas lenguas románicas hay
que traducir con una oración con verbo copulativo, que es una pieza de
conexión predicativa relativamente reciente en la historia de estas
lenguas. Las oraciones posesivas (mihi liber -est- ‘el libro es mío’) son
también estativas y fueron también posibles sin verbo en la primitiva
lengua. El requisito del empleo del verbo copulativo es el resultado de
generalizar el verbo para todo tipo de oraciones, incluidas las que hacen
referencia a situaciones estativas.
Por otra parte, una de las oposiciones básicas de una lengua activa
es la que clasifica a los verbos en dos clases básicas: los llamados verbos
activos, en los que la acción del verbo culmina, desemboca o encuentra
su efecto más allá del propio agente, y los verbos medios, en los que no
se da esa repercusión de la acción fuera del propio agente. Esa es la base
de la distinción entre verbos como aio (‘decir’) / fabulor (‘hablar’), que
todavía perdura en pares léxicos de las modernas lenguas germánicas,
como inglés lay/lie, rise/raise. El mismo fundamento tiene la distinción
entre verbos activos y medios en las antiguas lenguas indoeuropeas,
incluido el latín. Por tanto, en un sentido o en otro, el agente era un
punto de referencia básico en la construcción de la expresión verbal. De
ahí, el escaso o nulo papel que la voz pasiva desempeñó en la gramática
de estas primitivas etapas del indoeuropeo (Ernout-Thomas, 1953: 201;
Meillet, 1964: 245). Es sabido que esta contraposición léxico-
morfológica ha desaparecido en el verbo románico; pero se prolonga en
buena medida en la nueva clase de los verbos pronominales, que utilizan
el pronombre personal reflexivo en vez de los antiguos procedimientos
flexivos.
La antigüedad y amplia extensión de las desinencias de persona en
el primitivo verbo indoeuropeo son también un claro indicio del papel
esencial que el agente personal jugó en las primeras etapas del verbo de
la antigua lengua. Además de estas formas personales o finitas, el verbo
desarrolló también formas no finitas, sin indicación de persona y tiempo,
como el gerundivo o el participio. Por su carácter no finito, estas formas
verbales estaban funcionalmente próximas al papel gramatical de los
nombres.
Una de las lenguas que mejor y en mayor cantidad nos conserva
residuos gramaticales de la antigüedad indoeuropea es el latín. En
términos estrictos, el latín pertenecía ya al tipo nominativo-acusativo,
91
pero su gramática (especialmente en la morfología) presentaba todavía
características que remitían a otros procedimientos ancestrales. La
tercera declinación del nombre y del adjetivo, por ejemplo, refleja
procedimientos de lengua activa. Por un lado, los nombres animados
utilizaban las mismas desinencias, sin distinción de masculino y
femenino, que tendría un desarrollo posterior; (nominativo duk-s
[escrito dux], fon-s; acusativo duk-em, font-em). El neutro, por su parte,
continuaba la antigua clase no animada y no presentaba marcas
morfológicas en nominativo y acusativo (nom., ac. nomen, iecur, etc.).
No es descabellado suponer que los nombres masculinos y feme-
ninos de la tercera declinación latina proceden de antiguos sustantivos
activos y por eso estaban marcados para el caso agentivo, que después
fue un nominativo y asumió en latín el papel de la expresión del sujeto.
En cambio, los neutros son antiguos nombres estativos, que no llevaron
marca morfológica para su nueva función sintáctica de objeto directo,
pues antes habían funcionado solo para la expresión del paciente, que
tuvo carácter no marcado en la antigua protolengua. (Bichackjian, 2002:
147-148).
Estos mismos datos, sin embargo, constituyen para algunos indo-
europeístas (como A. Vaillant o C. C. Uhlenbeck) un indicio claro de
que el antigo proto-indoeuropeo pudo atravesar también una etapa
intermedia de carácter ergativo, antes de convertirse en lengua acusativa.
Según esta interpretación, las desinencias de nominativo de muchos
sustantivos latinos procederían de un antiguo ergativo y, paralelamente,
muchos acusativos neutros tendrían su origen en un antiguo absolutivo.
El hecho de que el antiguo absolutivo fuera, como es lo habitual en
lenguas ergativas, un caso no marcado, ayudaría a entender que los
correspondientes neutros latinos carecieran de desinencia en acusativo
(Sánchez-Lafuente, 2006: 946).
También es un resto de gramática de lengua activa el hecho de que
el objeto directo y los complementos de dirección lleven la misma marca
morfológica (el acusativo): eo Romam, eo in hortum. Esto remite
también a una antiquísima distinción entre dos tipos de complementos
del verbo: los próximos y los distales, según se vinculen o no
directamente con la acción verbal. Las lenguas activas consideran que
los verbos de dirección rigen complementos próximos, igual que el
paciente de un verbo transitivo (Bichackjian, 2002: 148).
92
Conviene tener en cuenta que, en su origen, los casos tuvieron un
fundamento esencialmente semántico y estuvieron directamente
vinculados con los papeles temáticos del verbo principal (Osawa, 2003:
26). Su originaria naturaleza semántica explica que determinados casos
no pudieran aplicarse a determinados tipos de nombres, si existía algún
tipo de incompatibilidad entre el significado del radical léxico y el caso
morfológico. Con el tiempo, los casos semánticos terminaron asumiendo
otros papeles y funciones de carácter gramatical, lo que se tradujo en un
vaciamiento semántico más o menos acentuado y en una mayor
productividad morfológica.
En esta primitiva etapa, este tipo de determinaciones o comple-
mentaciones recibidas por el verbo no estaban “regidas” o exigidas por el
verbo, como un efecto automático de su gramática. Por el contrario, el
caso flexivo en el que un complemento verbal había de ser usado
dependía del significado que aportaba a la frase verbal (Meillet, 1964:
358-359). Así, pues, en el primitivo indoeuropeo no existía el fenómeno
de la rección. Por el contrario, la autonomía de la palabra caracteriza
esencialmente la gramática del indoeuropeo. Por ello mismo, en la
primitiva proto-lengua no estaba todavía asentada la diferencia entre
verbos transitivos e intransitivos. Un resto de esta antigua situación la
encontramos en verbos como el latino uerto que puede usarse con objeto
directo (uorte id ‘dale la vuelta a esto’) o sin él (alio uertunt ‘se vuelven
hacia otra parte’; Meillet, 1964: 197).
Uno de esos nuevos papeles gramaticales que arraigó con fuerza en
la morfología del caso latino fue el del sujeto, que fue asumido de
manera creciente y decidida por el caso nominativo. El que en otra época
fue quizá, según algunos, el caso ergativo, fuertemente asociado con la
noción de animación, asumió un nuevo papel básicamente estructural,
con una relación mucho más tenue con la idea de persona y agente. De
forma similar, el antiguo absolutivo, asociado en su origen a la idea de
paciente no personal incorporó un papel más general de complemento
directo del verbo.
Otra característica de las lenguas activas es la ausencia de las
alternancias de voz, correlativa de la inexistencia de la transitividad en
este tipo de lenguas. Estas alternancias son el efecto de operaciones
sintácticas que reducen o amplían la valencia de los verbos en las
construcciones más habituales. Es el caso de la voz pasiva en las lenguas
nominativas y de la voz antipasiva en las lenguas del tipo ergativo. Las
93
voces pasiva y antipasiva pueden considerarse inversiones actanciales de
otras construcciones menos marcadas que se vinculan esencialmente con
la transitividad.
En su lugar, en las lenguas activas suele haber un tipo de
alternancia argumental que G. A. Klimov denomina versión, en la que el
verbo implicado muestra una variante con una valencia o argumento
adicional que funciona como objeto indirecto o dativo (Nichols, 1992:
10). La presencia o ausencia de este nuevo argumento puede estar
relacionada, según los casos, con los rasgos de afectación y control.
Estos rasgos hacen referencia a la existencia de un participante,
habitualmente personal, que está presente en la acción, resulta afectado
pero no ejerce ningún control sobre ella. Obsérvese que hay muchas
situaciones dinámicas (es decir, no propiamente estativas) en las que
están implicados individuos humanos o animados que, sin embargo, no
tienen ningún control sobre las mismas. Cuando alguien tiene hipo
(“hipea”), estornuda, se resbala o pierde un botón de la camisa, se
encuentra implicado en una de estas acciones que le afectan en algún
grado pero que no puede controlar. La gramática de las lenguas activas
es sensible a este tipo de matices. En muchas de estas lenguas, como el
lakhota, el pomo, o el guaraní, el verbo o sus argumentos están marcados
de manera diferente según que la acción referida sea o no realizada bajo
el control de un agente afectado (Mithun, 1991: 519).
La gramática del español también incorpora este matiz en su
gramática. Se trata de aquellas construcciones con verbo pronominal en
las que existe un participante nuclear humano que no tiene, sin embargo,
ningún control sobre la situación: se me cae la baba, se me olvida tu
cara. Estas construcciones no son agentivas, como las anteriores.
Constituyen más bien un subtipo de acción dinámica, pues hacen
referencia a un evento o proceso que se produce sin necesidad de la
acción o control de ningún potencial agente. El pronombre de dativo
señala a ese agente potencial cuya responsabilidad se niega o excluye.
Hablaríamos, en cierto sentido, de un sujeto no voluntario (Delbecque y
Lamiroy, 1999: 103)34.
94
3.2. Acciones y estados en la nueva sintaxis
95
verbos permite detectar situaciones de regularidad, pues determinadas
configuraciones argumentales o parecidas alternancias de construcción
se repiten con frecuencia en verbos con significados similares
(preocupar, inquietar, etc.). La observación de este tipo de regularidades
ha llevado a muchos autores a valorar la idea de que existen patrones
abstractos de configuración de la estructura argumental de los verbos que
van asociados con determinados valores semánticos, igualmente
abstractos.
De acuerdo con esta visión, la sintaxis de una lengua sería algo más
que una ciega combinatoria de elementos, regulada por principios
formales. Por el contrario, esta combinatoria estaría restringida en buena
medida por el significado. Una de las elaboraciones más recientes y
conocidas de esta idea (que, en sí misma, no es una novedad) está en la
llamada teoría de las construcciones, formulada por autores como Kay y
Fillmore (1999), Goldberg (1995, 1999, 2006) y Croft (2007).
Igualmente, algunos formalistas como Jackendoff (2002) han lanzado
propuestas que están próximas a esta posibilidad de romper la división
radical entre gramática y léxico.
También es digna de atención la propuesta de Croft (2005, 2007),
recogida también en Croft y Cruse (2004: 257-290), que han llegado a
sugerir que el concepto de construcción debería situarse en un lugar
primero y primordial en el análisis, de tal manera que otras unidades o
categorías de la gramática tendrían una definición subsidiaria o depen-
diente de las propias construcciones. Esta formulación es, obviamente,
radical, pero recibe cierto apoyo desde la diacronía del español.
En todas estas propuestas está presente la idea de que las
construcciones transmiten un significado en buena medida independiente
de las unidades léxicas que se incorporan a ellas. Se trata de un signi-
ficado abstracto, pero cognitivamente perceptible y relacionado con
situaciones y nociones cotidianas y básicas en la experiencia de todos los
individuos.
Una sencilla experiencia con nuestra propia lengua nos permite
comprobar que podemos utilizar palabras inventadas y sin significado,
ajustarlas a determinados patrones de combinación y obtener resultados
que, aun careciendo de significado directo, proporcionan en sí mismos
ciertas indicaciones respecto al tipo de información que aportan.
Obsérvese:
96
He flapado una carapa
Me flapan las carapas
97
significado. Por el contrario, desde esta peculiar visión, se considera que
las construcciones aportan también un significado previo a la presencia
de sus unidades léxicas y que ciertas estructuras son, por tanto, algo más
que la combinación de piezas del léxico sobre la base de un conjunto de
reglas formales.
Dado que las construcciones, igual que las unidades léxicas, son
unidades simbólicas y tienen también significado, hay o puede haber una
cierta redundancia entre la información léxica y la información que
aporta la construcción. Pero tiene que haber también un ajuste o
compatibilidad entre ambas. Los verbos, como es sabido, tienen papeles
temáticos definidos semánticamente; pero estos papeles temáticos deben
encajar en las posiciones argumentales que proporciona una
construcción, que tienen también una cierta determinación semántica
(Goldberg, 1995: 58). Buena parte de la creatividad y del poder
expresivo del lenguaje humano deriva precisamente de la posibilidad de
incorporar las unidades léxicas en esquemas construccionales diferentes
del habitual. Gracias a esta creatividad es posible encontrar muchos
verbos en ciertas situaciones que no son en principio características de
ellos. Valga como ejemplo el del verbo vivir, que es, en principio,
intransitivo en función de su significado. Es posible, sin embargo,
incorporarlo eventualmente a una construcción inhabitual para él, la
construcción transitiva, dando lugar a oraciones como Juan vivió una
experiencia apasionante.
Algunos de estos cambios de construcción pueden, con el paso del
tiempo, arraigar y consolidarse en la lengua, modificando la gramática
del verbo afectado y también su propio significado. Podemos encontrar
otro ejemplo muy sencillo en la historia del verbo atañer, que ha
experimentado novedades de significado que acarrearon también
cambios en su construcción sintáctica. Encontramos su origen en el
transitivo latino attangere, variante del más clásico attingere, que
significaba ‘tocar’ en el sentido más literal y básico del término. El
moderno tañer ‘tocar un instrumento’ es una variante del anterior, con
aféresis de la vocal inicial, que conserva todavía el uso transitivo del
latín. En primitivo romance, el verbo atañer desarrolló un uso figurado
en construcción de carácter estativo para hacer referencia a lo que
importa y concierne a una persona. Este es justamente el significado
básico y único del actual atañer, que ha perdido ya su antiguo valor
98
transitivo y ha cambiado también su estructura argumental, acomo-
dándola a la que es habitual de otros verbos de significado similar.
Esta visión de las construcciones encuentra su apoyo en ciertos
hechos empíricos relacionados con el proceso de adquisición y desarrollo
de la gramática y de la estructura argumental en la lengua de los niños,
que está siendo un tema favorito en la investigación psicolingüística de
los últimos años (Goldberg, 1995; 1999: 204; 2005; Tomasello, 2000b,
c). De acuerdo con estos datos, el reconocimiento de la estructura
argumental del verbo en la gramática infantil y el desarrollo
ontogenético de los diferentes esquemas constructivos surgen y se
adquieren a través de un lento proceso de generalización, en el que
determinados contextos y piezas léxicas juegan un papel esencial. Esto
significa que la gramática de los niños se origina en los usos concretos y
específicos de ciertas unidades y se va extendiendo paulatinamente y
adquiriendo un valor más general, y no al revés, como se sugiere desde
ciertos planteamientos más formalistas. Al contrario, por lo que
sabemos, cuanto más se vincula una construcción a una palabra o unidad
léxica específica, tanto más y mejor arraiga en el proceso de adquisición
de la gramática. Poco a poco, sin embargo, los niños van utilizando sus
capacidades cognitivas de generalización y abstracción para acceder a
esquemas más generales y productivos. Hay, pues, una progresión
ontogenética desde las situaciones más concretas a las estructuras más
abstractas, lo que equivale a afirmar que el carácter abstracto de la
gramática es el resultado de un lento proceso de generalización. Resulta
curioso observar, por cierto, que la capacidad generalizadora que está en
la base de la adquisición de la gramática atraviesa etapas iniciales de
tanteo, pues los niños tienen que ir aprendiendo a restringir y ajustar una
cierta tendencia a la sobregeneralización (que les lleva a producir
esquemas inhabituales como no me rías, etc.).
Se ha observado, además, que en la generación de las primeras
estructuras oracionales juegan un papel fundamental cierto tipo de
verbos ligeros o de significado muy general. Estos light verbs, como se
los denomina en algunos trabajos de orientación psicolingüística, son
aquellos que transmiten significados muy amplios y genéricos y que
muestran, por tanto, una muy alta frecuencia (hacer, dar, ir, venir,
tomar, etc.). El hecho de que tengan un significado general favorece la
marcada polisemia de estos verbos y la posibilidad de que puedan ser
utilizados en muchos contextos. Por otra parte, su elevada frecuencia de
99
uso favorece que algunos aspectos de su significado terminen siendo
asociados al de la construcción en la que aparecen. Paulatinamente, en la
medida en que se incrementa el vocabulario, la conexión entre signi-
ficado y construcción se afianza y consolida. En términos generales, es
un hecho comprobado que la alta frecuencia es necesaria para la
automatización de la gramática, que favorece la accesibilidad y una
rápida decodificación de las estructuras gramaticales.
A partir de las consideraciones anteriores, surge inmediatamente la
pregunta relativa a la naturaleza del significado expresado por las
construcciones. A falta, de momento, de una mayor precisión, cabe decir
que las construcciones transmiten un significado en mayor o menor
medida abstracto y relacionado con el tipo de información que transmite.
El significado de las construcciones más generales tiene que ver con el
tipo de predicación que se asocia habitualmente con ella. En el caso del
español, cabe afirmar que algunas de las construcciones más extendidas
en su gramática están directamente vinculadas con la oposición al mismo
tiempo conceptual y gramatical entre eventos y estados.
La referida distinción está presente en muchas lenguas del mundo,
quizá en la mayoría de ellas, pero no siempre en la misma forma ni en el
mismo lugar de la lengua y de la gramática. Se trata de una distinción
con un claro fundamento cognitivo, pues reproduce una oposición
conceptual fácilmente perceptible por los seres humanos, la que
distingue los eventos y acciones dinámicos, que ocurren en un tiempo
delimitado y suelen ser el efecto de la actividad de un agente, de las
situaciones estáticas, esencialmente durativas. Esta distinción es similar
a otras igualmente simples y elementales, como la que opone lo único y
lo múltiple, lo masculino y lo femenino, lo que es concreto y lo que es
abstracto, etc., que también tienen con frecuencia repercusión en la
gramática.
100
abiertamente en el verbo, mientras que en otras está marcada en la
estructura sintáctica (Klimov, 1979: 329).
Una cuestión previa a la de su difusión es la definición e
interpretación del propio concepto de transitividad, que arrastra un uso
notablemente impreciso en los estudios gramaticales. El problema inter-
pretativo se agrava por el hecho de que el término transitivo se predica
de los verbos y, al mismo tiempo, de las oraciones en que aparecen estos
verbos, sin que se tenga siempre clara conciencia de cuál es el uso
primordial. Obviamente, según se aplique a verbos u oraciones, el
concepto de transitividad tiene lecturas y consecuencias diferentes.
Cuando se aplica a los verbos en español, el adjetivo transitivo hace
referencia a propiedades sintácticas y semánticas de estos verbos, más
que propiamente morfológicas. Desde un punto de vista sintáctico, un
verbo transitivo es aquel que usa un complemento u objeto directo. El
propio adjetivo directo aplicado a un objeto o complemento verbal alude
de manera muy directa a la ausencia del recurso preposicional. Definido
en estos términos, el concepto de complemento directo se aplica con
mayor dificultad a lenguas con fuerte componente flexivo, como el latín,
pues eran varios los casos latinos, además del acusativo, los que
marcaban una relación sintáctica del argumento nominal con el verbo sin
necesidad de la presencia de una preposición.
Esta definición puramente sintáctica del verbo transitivo conduce
también a un problema terminológico, más secundario pero no por ello
menos importante. Dado que son transitivos los verbos que rigen objeto
directo, la denominación de intransitivos se podría aplicar de manera
automática a verbos de comportamiento y propiedades sintácticas muy
diferentes, como los verbos de un solo argumento, que no requieren
complemento alguno, y también a los verbos biactanciales que rigen un
caso o complemento diferente del acusativo u objeto directo. Aplicar una
misma denominación a dos tipos de verbos con propiedades sintácticas
tan dispares tiene connotaciones de homogeneidad sintáctica que no
encajan con la realidad de los hechos.
Planteada desde un punto de vista semántico, la definición del verbo
transitivo no está tampoco exenta de dificultades. Un verbo transitivo es
aquel que para realizar una predicación semánticamente completa ne-
cesita precisar o determinar su significado con la presencia de otro
elemento, habitualmente nominal. Se trataría, pues, de una cierta
defectividad o carencia semántica, que hace necesaria la combinación
101
del verbo con otra unidad. Así, la secuencia Juan encontró... requiere,
por razones semánticas, la presencia de un complemento para que la
noción expresada por el verbo alcance sentido completo. El problema de
esta visión es que la situación de defectividad semántica no es exclusiva
de los verbos transitivos, pues se da también en otro tipo de verbos que
requieren complementos regidos por preposición y que, por tanto, no son
considerados transitivos desde un punto de vista sintáctico. En la oración
Juan se limitó... necesitamos un complemento preposicional (...a
escuchar, por ejemplo) para que la predicación verbal pueda consi-
derarse inteligible. En general, el intento de encontrar los rasgos
semánticos comunes a los verbos transitivos ha dado siempre escasos
resultados.
No solo existen problemas para delimitar el concepto de
transitividad. Incluso si no los hubiera, tampoco sería fácil atribuir el
carácter de transitivos (o intransitivos) a los verbos específicos, al menos
en lenguas como la española. Un buen número de los verbos que los
diccionarios y gramáticas clasifican como transitivos conocen even-
tualmente el uso intransitivo (vgr.: el que busca encuentra). También es
posible la situación contraria, en la que verbos con uso habitual
intransitivo pueden aparecer con complemento directo (vgr.: vivir la
vida). Estas y otras peculiaridades de los diferentes verbos en relación
con la oposición transitivo / intransitivo derivan esencialmente de su
significado específico, que puede permitir o requerir en mayor o menor
grado la combinación eventual con otros elementos léxicos que precisen
o delimiten su significado.
El resbaladizo concepto de complemento directo plantea también
problemas de delimitación con respecto a sus opuestos mejor
caracterizados, los complementos preposicionales. En efecto, muchos
gramáticos se han percatado hace tiempo de que la distinción entre
complementos directos y complementos preposicionales no es siempre
nítida, pues existen verbos que se combinan con sintagmas o com-
plementos preposicionales con propiedades próximas a las de los
complementos directos. Estos sintagmas son usados con preposiciones
que muestran un alto grado de vaciamiento semántico, admiten prono-
minalización en acusativo y pueden dar lugar a veces a construcciones
pasivas. Nos encontramos ante un fenómeno gramatical bien conocido
102
en la lengua española de hoy y de ayer, referido a menudo bajo la deno-
minación de transitividad preposicional35.
Existe, sin embargo, otro uso y alcance diferente del concepto de
transitividad y del término que lo designa, que hace referencia no al
verbo sino a la oración o construcción en que aparece. Su definición es
menos confusa y depende, en buena medida, de condiciones estructurales
y tipológicas de cada lengua. En relación con el español y las lenguas
románicas, la oración transitiva es definible en términos formales y
puede también caracterizarse en el nivel semántico.
Desde un punto de vista formal, la definición de oración transitiva
podría, en principio, encontrar una formulación muy sencilla, que alude a
la presencia de dos argumentos directamente vinculados al verbo, sin el
intermedio de ninguna preposición. Se apoyaría, además, en deter-
minadas pruebas de transformación sintáctica, como la prono-
minalización (con lo en español) o la conversión en pasiva. Existe,
además, una diferencia relativa a la jerarquía sintáctica de los dos
argumentos fundamentales de la oración transitiva:
35 Vid. Cano Aguilar (1981: 359-394), García Miguel (1995: 95-100) y Serradilla
Castaño (1997: 295)
103
en el sentido que recibió este término en un apartado anterior (v. 3.2.1.).
Es cierto, sin embargo, que esta asociación con el significado es muy
peculiar y no se manifiesta en todas las oraciones transitivas con la
misma claridad. La observación tipológica de los últimos años permite
afirmar que la transitividad semántica es un fenómeno gradual y escalar,
resultado de la combinación de una serie de rasgos de significado, que
definen la oración transitiva mejor caracterizada. En muchas lenguas, la
oración transitiva básica o característica describe un evento simple,
concreto y dinámico, en el que un agente referencial y definido, con
volición o control, actúa sobre una entidad paciente. Por otro lado, este
evento tiene efectiva realización en un tiempo delimitado (Kittilä, 2002:
128). Los anteriores rasgos semánticos, combinados en proporción
variable, definen el significado de las oraciones transitivas en aquellas
lenguas en las que existe una configuración específica para este tipo de
construcciones.
De acuerdo con lo anterior, cabe decir que, desde el punto de vista
del significado, existe una mayor disponibilidad de ciertos eventos y
situaciones a ser expresados gramaticalmente a través de expresiones
transitivas. En efecto, la comparación interlingüística nos permite
comprobar con mucha frecuencia que determinados tipos de eventos o
acciones se expresan a través de construcciones transitivas en muchas
lenguas, mientras que otras reciben esta codificación transitiva con una
frecuencia relativamente menor36. Además, estos mismos datos
comparativos confirman de manera muy clara que el fenómeno de la
transitividad es complejo, escalar y difuso y que hunde probablemente
sus raíces en hechos de naturaleza lingüística, pero también en otros de
índole psicológica y cognitiva que escapan en alguna medida al poder
explicativo de la lingüística.
La visión escalar de la transitividad no es nueva. Estaba presente en
un una investigación que ya resulta clásica, debida a Hopper y
Thompson (1980), que establecieron una combinación de diez rasgos o
propiedades del verbo o de sus argumentos, cuya presencia contribuía
104
(en diferente medida, por cierto) a configurar el carácter transitivo de la
oración. La mayoría de estos rasgos tenía, en última instancia, carácter
semántico, pero incluyeron también un rasgo formal (el número de
participantes), lo que implica la posibilidad de que una oración
monoargumental pudiera ser transitiva en algún grado. Frente a otros
tratamientos tradicionales de la transitividad, que se basaban funda-
mentalmente en la naturaleza del predicado y, particularmente, en la
presencia o ausencia del complemento directo, la transitividad se
convierte ahora en un concepto escalar y polidimensional, que se funda
en características de la totalidad del enunciado. De esta forma, la
definición de una cláusula como transitiva o intransitiva dependerá de su
comportamiento en relación con cada uno de diez factores combinados,
que determinan una caracterización que se traduce en términos de una
mayor (+) o menor (-) transitividad:
1) Participantes:
Pedro bebe cerveza 2 (+)
Pedro bebe 1 (-)
2) Quinesis:
Pedro rompió el libro ACCIÓN (+)
Pedro está triste ESTADO (-)
3) Puntualidad:
Pedro rompió el libro PUNTUAL (+)
Pedro escucha siempre mis consejos DURATIVO (-)
4) Volicionalidad:
Pedro rompió el libro VOLICIONAL (+)
Pedro escuchó el ruido NO-VOLIC. (-)
5) Polaridad afirmativa:
Pedro rompió el libro AFIRMATIVA (+)
Pedro no rompió el libro NEGATIVA (-)
6) Modo:
Pedro rompió el libro REAL (+)
Pedro rompería el libro IRREAL (-)
105
7) Agentividad:
Pedro rompió el libro ALTA (+)
El reloj marcó las tres BAJA (-)
10) Aspecto:
Pedro rompió el libro TELICIDAD (+)
Pedro estudia Medicina ATELICIDAD (-)
106
construcción transitiva se ha convertido en una configuración no
marcada que se sustenta y resulta posible por la esencial asimetría entre
sujeto y objeto. En efecto, más allá del prototipo semántico, desde una
perspectiva más general y abstracta, la construcción transitiva expresa a
menudo una relación básicamente asimétrica, entre un sujeto y un objeto
que contrastan e interaccionan en oposiciones (agente/paciente, topi-
calidad, etc.) y situaciones difícilmente reversibles. En última instancia,
más allá del prototipo semántico, la construcción transitiva tiende a
convertirse en la configuración por defecto de aquellas predicaciones en
las que existe esta asimetría esencial.
De acuerdo, en todo caso, con los datos de Hopper y Thompson, es
posible constatar que las configuraciones que su escala de rasgos califica
de altamente transitivas muestran una alta incidencia de codificación
transitiva en muchas lenguas del mundo. Por el contrario, las relaciones
semánticas de baja transitividad, se codifican con frecuencia de manera
diversa en las diferentes lenguas.
El fenómeno de la prototipicidad permite entender que una misma
situación sea susceptible de ser expresada a través de diferentes patrones
de construcción en diversas lenguas o en la misma lengua en diferentes
etapas históricas. Esto es especialmente frecuente en las situaciones de
baja transitividad, de acuerdo con la escala anterior. Es el caso de la
situación posesiva, que, por sus rasgos semánticos y aspectuales, se
encuentra alejada de la construcción transitiva más característica y ello
explica que en muchas lenguas reciba expresión a través de otro tipo de
construcciones. En algunas lenguas, la posesión está fuertemente ligada
con la idea de locación y esto condiciona la forma de expresión que
recibe: lat. liber est mihi, fr. le livre est à moi. De hecho, no está de más
observar que en las lenguas del mundo el tipo mihi est para la expresión
de la posesión es mucho más frecuente que la construcción transitiva. En
realidad, la posesión es antes un estado que un proceso y ello explica la
resistencia de muchas lenguas a darle la misma expresión que a otras
acciones más nítidamente transitivas. Es bien sabido, por lo demás, que
la expresión transitiva de la posesión es un fenómeno relativamente
reciente en la historia del latín, que prefirió en tiempos más remotos el
recurso a las mencionadas estructuras estativas.
Una situación parecida presenta la distribución tipológica y el
comportamiento diacrónico de ciertos verbos de percepción, como
gustar y otros similares. Estos verbos tienen carácter estativo, más que
107
propiamente activo, y aparecen en oraciones cuyas propiedades escalares
(sujeto con baja agentividad, objeto parcialmente afectado, carácter
durativo de la acción, etc.) hacen posible que algunas lenguas, como la
española, la codifiquen a través de una estructura no transitiva: (a Pedro)
le gusta el vino. El inglés, por el contrario, aunque conoció en el pasado
este tipo de construcciones, las sustituyó después por estructuras
transitivas (I like wine).
Desde una perspectiva histórica amplia, el desarrollo de la
transitividad en las lenguas indoeuropeas está relacionado con el avance
del tipo nominativo, que propició el desarrollo de una sintaxis oracional
basada fundamentalmente en el verbo, que desborda poco a poco su
vinculación originaria con las acciones y procesos agentivos, para
incorporar también la referencia a otras situaciones y estados, convir-
tiéndose así en el núcleo esencial de la oración. Por el contrario, en la
antigua lengua indoeuropea abundó el recurso a un tipo de sintaxis en la
que los elementos nominales desempeñaron un papel nuclear en el enun-
ciado. En esta antigua etapa, además de una morfología flexiva del
nombre y el adjetivo mucho más rica y compleja que en tiempos pos-
teriores, el antiguo indoeuropeo empleó con frecuencia las formas nomi-
nales del verbo (gerundios, participios, etc.), en estructuras equivalentes
a la posterior subordinación oracional.
Además de la ya mencionada construcción posesiva con dativo, mihi
(est) liber, que ha sido suplantada en la mayoría de las modernas
indoeuropeas por construcciones transitivas, han retrocedido, con mayor
firmeza, si cabe, algunas construcciones en las que estaban presentes las
formas nominales del verbo (liber mihi legendus), que se vieron
rápidamente sustituidas por otras de sintaxis propiamente verbal (tengo
que leer el libro). Las construcciones absolutas, con el mismo carácter
nominal, fueron cediendo el paso paulatinamente a oraciones
subordinadas con verbo finito. El retroceso de estas construcciones
absolutas fue especialmente lento, de tal manera que es posible encon-
trarlas en un uso muy productivo todavía en español medieval (v.
3.2.5.2.1.). En fin, los antiguos verbos impersonales del tipo mihi placet
no han desaparecido pero han evolucionado en muchas lenguas hacia un
tipo peculiar de construcción de características bien diferentes a la
construcción transitiva (v. 3.2.3.).También se extendió el uso del mismo
habeo para la expresión de la impersonalidad en latín tardío (Bauer,
108
2000: 340)37. En definitiva, en la nueva sintaxis que avanza desde hace
decenas de siglos en las lenguas indoeuropeas, la transitividad se ha
situado en un punto central de una red de otras construcciones posibles
que se han ido extendiendo en proporción variable en cada una de las
lenguas de esta familia.
109
Esta construcción muestra un doble contraste con la construcción
transitiva, en lo semántico y también en el nivel sintáctico, pues se
distancia de ella en lo relativo a su orientación aspectual y también en la
forma de organizar su estructura argumental.
Desde un punto de vista estructural, la oración b) es similar a la
estructura transitiva a) analizada anteriormente (v. 3.2.2.) pues ambas
combinan dos unidades de la misma jerarquía sintáctica, un elemento
topical y una predicación compleja. La disposición argumental es, sin
embargo, diferente. El sujeto gramatical (el cine) es ahora un elemento
estrechamente vinculado a la predicación verbal (sería un argumento
interno, de acuerdo con una terminología de análisis gramatical reciente),
mientras que la posición discursiva topical aparece ahora expresada a
través de un objeto indirecto (más un pronombre de dativo le que lo
señala anafóricamente desde la posición verbal). Por otra parte, y a
diferencia de lo que es habitual en las construcciones transitivas, el
sujeto gramatical de las cláusulas biactanciales estativas del español
tiene con frecuencia un carácter no animado, aunque no hay que excluir
la referencia animada (A Pedro le gusta María).
El complemento indirecto que está presente en esta construcción
tiene ciertos parecidos con el sujeto de otras construcciones transitivas.
Su posición estructural alta, en el sentido mencionado anteriormente, su
colocación antepuesta y su carácter animado lo aproximan fun-
cionalmente al sujeto de la oración transitiva. Además, la presencia obli-
gatoria de un pronombre correferencial es en algún sentido un tipo
especial de concordancia.
Lo más relevante de estos usos es su carácter relativamente reciente,
pues en español medieval tuvieron un uso habitualmente impersonal, sin
sujeto gramatical (Elvira, 2004)38:
E Ruy blasques dixo que le plazie mucho con ellos (Veinte Reyes, 33v) e
rrespondioles el rrey de Aragon que si el rrey de Castilla lo fazia de la manera que
ellos dezian, que le pesaua dello (CORDE, Gran Crónica de Alfonso XI, II, 59)
110
El devenir de estas construcciones impersonales en todas estas lenguas
es relativamente homogéneo y tiende a la desaparición de este tipo de
configuración sin sujeto. Dentro de esta tendencia, se detectan
básicamente tres soluciones.
Por un lado, algunas lenguas indoeuropeas han visto cómo muchos o
todos estos verbos impersonales de sentimiento y experiencia física han
acomodado su sintaxis al patrón básico de estructura transitiva, en la que
el papel de sujeto es asignado al argumento personal o experimentante y
la causa del sentimiento o experiencia ocupa la posición sintáctica de
objeto directo (ant. ing.: dat. + galeikan ‘gustar’ > suj. + like + objeto
directo)39. Esta solución se ha dado en la historia del inglés y otras
lenguas germánicas. Algunos investigadores de este campo han querido
interpretar este proceso en términos de reanálisis. La idea es que las
antiguas construcciones con dativo personal fueron reinterpretadas como
construcciones con sujeto, por la presión del nuevo orden SVO. Esta idea
se encuentra ya en Jespersen y continúa presente en tratamientos
recientes del problema en el terreno de la germanística (vgr. Fischer y
Van der Laeck, 1987: 84).
Una segunda solución es aquella en la que estos verbos tienden de
manera bastante homogénea a incorporarse a otro tipo diferente de
construcciones, en las que el papel del sujeto no es asignado al actante
personal o experimentante, sino al argumento que señala el origen del
sentimiento o la experiencia. El experimentante, en cambio, recibe la
marca del dativo u objeto indirecto (cfr. esp. me gusta el libro, fr. la
musique me plait; it. mi piace la musica, etc.). Esta solución, muy
generalizada en las lenguas románicas, tiene precedente ocasional en
latín, que asignaba esta construcción a los verbos estativos, incluidos los
posesivos (cfr. mihi est liber).
Existe incluso otra tercera solución posible, que encontramos en
francés o en alemán. De acuerdo con esta solución, se mantiene la
distribución originaria de argumentos y se incorpora un sujeto expletivo
que permite saturar la posición sintáctica de sujeto: fr. I’l m’est permis
de manger fromage...; al. Es ist erlaubt, daß man Suppe ißt....
39 En algunas de estas mismas lenguas, sin embargo, algunos modales personales (que
eran relativamente menos numerosos en latín) desarrollaron estructuras imper-
sonales (esp. puede que..., etc.).
111
Las tres soluciones son estructuralmente diferentes, pero tienen en
común un rasgo esencial. En las tres se ha producido la homo-
geneización de la estructura argumental de un tipo de verbos semán-
ticamente relacionados. En lo que se refiere al latín, antes de que esta
regularización se produjera, cada verbo, en función de su propio signi-
ficado, organizaba a su manera la expresión de sus argumentos. Con el
tiempo, sin embargo, estos verbos de significado próximo adquirieron
también una similar estructura argumental. Es razonable afirmar que esta
regularización se produjo sobre la base de una asociación entre el
significado estativo de las oraciones y su correspondiente estructura.
Esta asociación debió de ser el resultado de una generalización inductiva
producida y reiterada a lo largo de sucesivas generaciones.
En la actualidad, los verbos españoles que se incorporan a esta
construcción pertenecen a cinco grupos semánticos: 1) verbos de
incumbencia (incumbir, atañer, competer, concernir, convenir, tocar,
corresponder), 2) verbos de adecuación (bastar y sobrar), 3) verbos de
moción física (llegar, ir(se), subir, caer, tocar, venir, volver), 4) verbos
de acontecimiento (ocurrir, sobrevenir, suceder, acontecer, presentarse)
y 5) verbos de afección psíquica (admirar, alegrar, satisfacer, encantar,
interesar, divertir, preocupar, urgir, convencer, impresionar, ofender,
molestar, disgustar, servir; Gutiérrez Ordóñez, 1999: 1877-1881).
Estas construcciones mantienen un marcado carácter estativo
(Delbecque y Lamiroy, 1996: 98). Este valor se relaciona en muchos
casos con las propiedades aspectuales del verbo indicado. De hecho, en
un principio, solo fueron posibles con este tipo de verbos estativos, tanto
en latín como en español medieval. Sin embargo, en la lengua de hoy es
muy frecuente también la incorporación a esta construcción de verbos de
carácter dinámico o agentivo, que adquieren por ello un matiz estativo y
toman nuevos matices de significado, distantes en mayor o menor
medida de su valor originario. Es el caso de verbos como caer, tocar o
venir, en construcciones como no me cae bien tu hermano o no me viene
bien tu propuesta.
El influjo ejercido desde la oración en su conjunto sobre el
significado básico del verbo implicado es uno de los argumentos po-
sibles para considerar que este tipo de esquemas constituyen ejemplos de
construcciones, en el sentido arriba discutido.
La presencia en esta construcción estativa implica para su
argumento personal una reducción al mínimo del rasgo de control (cf. me
112
gusta tu mujer). Por consiguiente, el control es, junto con la propia
estatividad, un segundo rasgo de contraste con la construcción transitiva
(Vázquez Rozas, 1995: 221):
113
justificación en el interior de cada construcción. Lo mismo ocurre con su
caracterización, tanto a nivel estructural como en el terreno semántico.
El hecho, por ejemplo, de que en las gramáticas contemporáneas se
denomine sujeto a argumentos tan dispares como la película en la
película corta la respiración y me gustó la película es debido a una
tradición gramatical que caracteriza el sujeto solo sobre la base de la
concordancia morfológica, pero olvida otras diferencias esenciales en el
nivel de la estructura o del significado.
114
línea de valores semánticos, que vendrían definidos por el agente y el
paciente característicos, en medio de los cuales se situaría una categoría
intermedia, la del Sujeto de intransitivos, con una caracterización muy
variable en relación con estos extremos (Moure, 2001: 73):
Agente Paciente
PATRÓN ACTIVO
(A = SA) (P = SP)
PATRÓN Nominativo Acusativo
NOMINATIVO- ACUSATIVO (A = S) (P)
Ergativo Absolutivo
PATRÓN ERGATIVO
(A) (S = P)
115
Marcus amat mulierem
Marcus dormit
116
la extensión del sujeto en latín estaba mucho menos avanzada que en las
posteriores lenguas románicas. Un buen indicio de ello es la abundancia
en latín de las construcciones impersonales, que no usaban el nominativo
para marcar ninguno de los argumentos del verbo (v. 3.2.3.).
Antes de asumir la función de sujeto, que fue la más abundante y
extendida, cabe señalar que el uso del nominativo estuvo también rela-
cionado con una función puramente designativa, es decir, la de dar un
nombre a las personas o cosas, fuera del contexto propiamente
oracional41. Este papel está presente en el propio nombre del caso
nominativo: los nombres de las personas, libros o ciudades iban en latín
en nominativo, cuando se trataba de designar a este tipo de entidades, de
manera aislda e independiente del marco estrictamente oracional.
Esta misma función, próxima a la de un caso cero, explica la
presencia del nominativo en las antiguas y persistentes construcciones de
nominativus pendes ‘nominativo suelto, descolgado’ (Ernout-Thomas,
1953: 12; Touratier, 1994: 186-187). Estas construcciones han sido con-
sideradas anacolúticas, desde el punto de vista estrictamente gramatical,
pues contienen un nominativo en posición inicial que aparece
desvinculado sintácticamente del verbo principal y no desempeña
ninguna función sintáctica en la oración, aunque su referencia puede ser
recuperada a través de un pronombre. He aquí algunos ejemplos:
tu, si te di amant, agere tuam rem occasiost ('tú, si los dioses te aman, es el
momento de realizar tus asuntos'; Plauto, Poe. 659) Sed uina quae heri uendidi
uinario Exaerambo, iam pro is satis facit Sticho (‘Pero los vinos que ayer compré al
comerciante Exaerambo, ya ha pagado por ellos Sticho’; Plauto, As., 423-437)
41 El origen remoto del nominativo en época indoeuropea podría muy bien estar en un
antiguo ergativo, según se deduce del hecho de que algunos sustantivos latinos de
género animado (masculino o femenino) estaban mofológicamente marcados, frente
a algunos acusativos neutros (por ej., pectus) que no tenían marca morfológica y
podrían remitir a antiguos absolutivos (Bichackjian, 2002: 151).
117
mentos, por otro, que aportaban en conjunto una información discursiva
de carácter remático. Esta combinación equilibrada de tema y rema
terminará gramaticalizándose en una estructura sintáctica de dos ele-
mentos de similar nivel sintagmático.
Este tipo de usos no son exclusivos del latín ya que pueden
detectarse también en otras lenguas románicas o de otras familias (Boon,
1981). Aparecen ya referidos en la clásica obra de Hermann Paul (1886:
no 199), quien considera estas construcciones fruto de un conflicto o
desajuste entre el sujeto gramatical y lo que en otra época se denominaba
sujeto psicológico42.
118
gobierno) que se combina con otro nombre con referencia no animada y
que recoge una relación de paciente de la acción expresada por el
nominal; nos encontramos, por tanto, ante un genitivo objetivo. En
contraste, en el sintagma el gobierno de Zapatero, el genitivo marca un
nombre animado, que puede interpretarse como el agente de la acción
nominal, y recibe por ello el nombre de genitivo subjetivo. En el uso
habitual, algunas de estas acepciones se hacen más frecuentes que otras y
el valor que adquieren termina asociándose al significado del propio
genitivo.
La asignación de significado al sujeto en español depende en buena
medida de factores similares. En la nueva situación a la que tiende
históricamente el español, la caracterización semántica del sujeto, como
agente de la acción o como tema informativo del discurso, se ajusta
quizá al uso más común y representativo, pero no cubre la totalidad de
los valores del sujeto oracional. La pérdida de motivación semántica del
sujeto convierte a este en un argumento verbal puramente estructural,
identificable por ciertas propiedades formales o por su posición en
determinadas posiciones sintagmáticas. Estas propiedades características
del sujeto gramatical varían en función de cada lengua, dentro de un
conjunto de comportamientos gramaticales que se asocian frecuen-
temente con esta categoría (nominativo, concordancia, posición ante-
puesta, posibilidad de reflexivización etc.)43. Son también dependientes
de la construcción y no es extraño que el sujeto de una construcción
tenga propiedades diferentes o contrarias a las que presenta el sujeto de
otra construcción. Así ocurre con el sujeto de las oraciones transitivas
(JUAN vio la película), que presenta una configuración inversa a la que
presenta el sujeto de las contrucciones estativas (A Juan le gustó LA
PELÍCULA; v. 3.2.3.).
La motivación semántica del sujeto es relativamente mayor en las
oraciones biargumentales que en las monoargumentales. Entre sus rasgos
semánticos, es probablemente el de agentividad el que muestra una más
fuerte asociación con el sujeto de la construcción transitiva. La propia
denominación de sujeto, contrapuesto directamente al objeto, hace
explícita esa vinculación. La agentividad del sujeto se manifiesta en el
43 El sujeto manifiesta a menudo una ausencia de toda marca específica, como ocurre
a veces con el nominativo en las lenguas con flexión (cf. lat. nom. pecten, frente a
acus. pectinem, gen. pectinis, etc.).
119
carácter habitualmente animado, definido e individuado de esta entidad,
que controla voluntariamente y por sus propios medios una situación
dinámica. Por otro lado, el sujeto de la construcción transitiva tiene
habitualmente autonomía referencial44 e incorpora información conocida
o temática (Mithun y Chafe, 1999).
En la oración monoargumental, por el contrario, la asociación del
sujeto con los rasgos agentivos es mucho más remota. Existen, sin
embargo, ciertos comportamientos sintácticos del sujeto de intransitivos
que están en última instancia relacionados con su nivel de agentividad.
Es lo que ocurre en español en relación con la colocación del sujeto de
muchos verbos intransitivos, que muestra una tendencia más o menos
decidida, según los tipos de verbos, a colocarse en posición pospuesta, al
menos en el uso espontáneo y no marcado. El fenómeno ha sido
considerado por algunos autores una inversión, denominación que alude
a una derivación desde una supuesta posición antepuesta originaria que
no resulta fácil de justificar. Lo cierto es que la llamada inversión del
sujeto se manifiesta con especial claridad en ciertos grupos de verbos
intransitivos, cuya característica esencial parece ser el carácter no-
agentivo de su sujeto (me falta dinero, surgió un problema, etc.; López
Meirama, 1997: 153). Debemos a Hatcher (1956: 8-11) una clasificación
clásica y todavía útil de los verbos intransitivos cuyos sujetos se
comportan a menudo de esta manera. Según los datos de esta autora,
estos verbos pertenecen a los siguientes grupos:
44 El sujeto se refiere a entes que tienen normalmente una existencia previa a la acción
que expresa el verbo. En Juan pintó un cuadro el sujeto pre-existe a la acción de
pintar, mientras que el cuadro es una consecuencia de la misma.
120
transitiva, que suele ir pospuesto. Ello es posible porque la construcción
transitiva es el núcleo de una red de asociaciones formales que influye
directamente en la ordenación de las oraciones monoargumentales. La
posición antepuesta al verbo no es, por tanto, una característica formal
esencial del sujeto en español. En realidad, la única propiedad formal
que se detecta con claridad en todos o la mayoría de los sujetos en
español es la concordancia morfológica con el verbo, pero esta
propiedad, que es nítida e inequívoca en la mayoría de las ocasiones, se
da en configuraciones sintácticas muy heterogéneas.
A la vista de los anteriores hechos, hay que concluir que el sujeto es
una categoría sintáctica difícil de aislar e identificar en el interior de una
lengua nominativa, como es el caso del español. La referencia a la
noción de agente apenas recoge un tipo preferencial de sujeto en la
oración transitiva, que no está presente en otras configuraciones
sintácticas. Tampoco es fácil encontrar un rasgo formal que caracterice a
los sujetos en español. El equilibrio sintáctico con el predicado verbal se
da en las configuraciones transitivas, pero no en las construcciones
estativas, en las que el sujeto depende sintácticamente del verbo. En
relación con el español, como ya se ha dicho, apenas es posible afirmar
que el sujeto es aquel argumento verbal que concuerda
morfológicamente con el verbo. Por lo demás, esta caracterización es
también aproximativa, pues el español admite también sujetos
oracionales, en los que no es posible la concordancia.
De acuerdo con lo anterior, el intento de caracterizar el sujeto desde
un punto de vista tipológico y universal parece una empresa condenada
al fracaso. Ello es así porque el sujeto, en lenguas como la española, es
una categoría subsidiaria y dependiente de otra categoría más nuclear, la
construcción. Por tanto, la definición y caracterización del sujeto se
deberá hacer siempre en función de la construcción en la que aparece.
121
semántica, que determinaba el caso asignado a cada argumento. No
había, pues, en sentido estricto, rección verbal, porque el caso
morfológico que marcaba cada complemento no venía determinado por
el verbo, como opción única y automática; había más bien una relación
de aposición, en la que el caso morfológico venía requerido por el
significado que el nombre adquiría en su combinación con el verbo
(Meillet, 1964: 358). En tal sentido cabe decir que todos los verbos eran
intransitivos (Ernout-Thomas, 1953: 18).
En tiempos primitivos, el acusativo era, en efecto, el caso
morfológico para el complemento de muchos verbos que la descriptiva
tradicional contemporánea consideraría intransitivos. Se utilizó para la
expresión de un rango muy variado de complementos, como los
relacionados con la idea de dirección (eo Romam), de duración (tres
annos regnavit), para la expresión de complementos semánticos de tipo
interno (vivere vitam) o para expresar relaciones semánticas más
imprecisas (id gaudeo; Ernout-Thomas, 1953: 17). También es antiguo el
uso del acusativo con impersonales de sentimiento: me miseret, me
paenitet, me pudet; en estas construcciones el acusativo tuvo un valor de
relación y las correspondientes oraciones significaron “en lo que me
concierne hay dolor, pena, etc...” (Ernout-Thomas, 1953: 19). El uso del
acusativo como complemento de verbos personales biactanciales tuvo en
un principio un uso más restringido y surgió probablemente como
extensión de la idea originaria de dirección.
Con el tiempo, la distribución y combinatoria del acusativo se
modificó esencialmente, en el sentido de que algunos de sus antiguos
contextos de uso terminaron retrocediendo (es el caso, por ejemplo, de la
combinación con verbos impersonales, en las que el acusativo retrocedió
frente al dativo), mientras que su empleo como complemento de verbos
biactanciales con sujeto personal fue ganando terreno. Siguiendo esta
tendencia, el acusativo se incorporó rápidamente al complemento de
verbos de semántica muy variada en los que originariamente no había
estado presente, como los verbos de sentimiento (sperare, desperare,
flere, ridere, lacrimare, lugere) y otros de otras áreas más variadas
(ardere, calere, stupere; Touratier, 1994: 380). Hubo también algunos
incoativos que se engancharon al nuevo esquema de complementación
en acusativo (perhorrescere, contramiscere, etc.). Con todo, el trasvase
más significativo al nuevo modelo fue quizá el protagonizado por
algunos antiguos verbos biactanciales que solían combinarse con un
122
complemento en dativo; es el caso de curare, uitare, indulgere, parcere,
servire, etc. No fue raro tampoco el uso de acusativo por ablativo,
especialmente con algunos verbos deponentes, como frui, fungi, uesci,
etc. (Ernout-Thomas, 1953: 20). También fue habitual que algunos
compuestos formados sobre bases intransitivas (como adire, inire,
percurrere, circumuenire, etc.) pudieran también regir complemento en
acusativo (Touratier, 1994: 383-385). En fin, en el latín clásico, el
ámbito de uso del caso acusativo llegó a ser tan amplio, que la
caracterización habitual de su significado como el punto al que se dirige
la acción verbal resulta a todas luces insuficiente e inadecuado para
describir su valor, pues no siempre se combinaba con verbos de acción y
en muchos casos señalaba el origen y no el objetivo de la acción referida
(vgr. recipere, sentire).
Todos estos datos ponen de manifiesto que el antiguo acusativo
dejaba de ser paulatinamente un caso semánticamente motivado y tendía
a convertirse en un una opción estructural relativamente neutra desde el
punto de vista semántico. Su función sintáctica estaba ya muy próxima a
la de un objeto o complemento directo, como se denomina habitualmente
a su sucesor en las lenguas románicas. El calificativo “directo” alude al
hecho de que en la expresión del complemento así denominado no media
preposición alguna, lo que diferencia a este tipo de complementación
verbal de otros tipos de complementos, en los que la presencia de la
preposición suele ser imprescindible. El concepto y el término de
complemento directo tienen, pues, una base exclusivamente formal, que
nada nos dice o sugiere sobre el significado que dicho complemento
aporta.
El término alternativo objeto directo es igualmente frecuente y
tradicional; probablemente más que el anterior, al menos en la gramática
de otras lenguas europeas. Esta denominación es más explícita en
términos semánticos, pues nos orienta sobre el carácter no personal que
tiene con mucha frecuencia el complemento verbal. Sin embargo, el gra-
do de motivación semántica del complemento u objeto directo en las
diferentes lenguas es variable. De hecho, el término objeto resulta con
frecuencia inadecuado o inexacto, pues no cubre la versatilidad refe-
rencial de todos los complementos directos del verbo, que pueden ser
algo más que objetos específicos y referir también a seres animados
(criar cuervos) o a entidades abstractas (tengo fiebre). A pesar de lo
123
impreciso del término, la denominación de objeto directo goza de amplia
aceptación.
Más allá de la semántica, el objeto directo puede caracterizarse a
través de algunas pruebas estrictamente formales, como son la
pronominalización con lo o la (lo hago, lo arreglo, lo quemo, lo recorro,
lo recibo, lo permito, lo sé, lo quiero, lo decido, lo pregunto, etc.) y la
posibilidad de ser convertidos en sujeto a través de la transformación
pasiva (Moure, 1995: 93). La prueba de pronominalización en español se
cumple de manera bastante sistemática. No hay que olvidar, en todo
caso, que la pronominalización en acusativo es posible también con
algún verbo intransitivo, como ser (-¿eres culpable? -sí, lo soy).
Por lo que se refiere a la transformación pasiva, también puede
observarse que no todo objeto directo es pasivizable y que,
probablemente, la capacidad para experimentar esta transformación
pueda depender de su mayor o menor grado de proximidad al prototipo
del verbo agentivo (Juan tiene frío / * (el) frío es tenido por Juan).
Además, algunos verbos de baja transitividad prefieren la pasiva con
estar y rechazan el uso del complemento agente (La casa contiene tres
habitaciones / Tres habitaciones están contenidas en la casa -*por la
casa). En fin, puede observarse que muchos objetos indirectos pueden
también pasivizarse45 (El Presidente fue preguntado acerca de sus
asuntos económicos).
En español, el objeto directo presenta un perfil relativamente más
nítido, al menos en comparación con otras lenguas indoeuropeas y
románicas. Una muestra de ello es la existencia del objeto directo
preposicional, que distingue mediante la preposición a aquellos
complementos directos que presentan rasgos personales o de animación
(Juan busca su cartera, frente a Juan busca a su hermano). La marca
diferencial de objeto directo no es, desde luego, exclusiva del español y
se da también en lenguas de variadas familias, incluidas las románicas.
En efecto, en español es posible, desde antiguo, detectar diferencias
en la expresión gramatical del objeto directo, en función de la presencia
45 En latín tampoco existe una absoluta correspondencia entre los verbos transitivos y
la pasiva. Así, algunos verbos no transitivos podían pasar a pasiva: larix... ab carie
aut tinea non nocetur (‘el alerce no es dañado por la podredumbre o por la tiña’,
Vitr., 2, 9, 24). A la inversa, verbos como dolere, gaudere, cuyo segundo argu-
mento es habitualmente acusativo, no se documentan en pasiva (Pinkster, 1988:
238).
124
de determinados rasgos relativos a la animación, determinación o
afectación del correspondiente complemento directo. La incidencia de
estos u otros factores puede variar, según las lenguas, y ello explicaría
las diferencias que el fenómeno del objeto directo preposicional muestra
en cada caso. En muchas predomina el rasgo de animación (como ocurre
en algunas eslavas). En otras lenguas, como el turco o las lenguas
tungúsicas, son las propiedades referenciales del objeto las que
determinan la aparición de la marca gramatical. En fin, en otras lenguas,
como las romances (rumano, dialectos del centro y sur de Italia, Sicilia,
Cerdeña, triestino, algunos dialectos provenzales, francés de Friburgo y
Brusela, portugués y catalán, etc.), el fenómeno aparece regulado por
una serie mixta de factores, no solo desde una lengua románica en
comparación con otras, sino también en relación con el comportamiento
sincrónico o diacrónico de cada una de estas lenguas.
125
Esta distinción parece haber sido básica en las fases más primitivas
del indo-europeo y tendría relación directa con la adscripción de la
protolengua al modelo denominado activo-estativo, según la opinión
defendida por muchos indoeuropeístas (v. 3.1.). En este modelo, el
contraste originario entre acciones, temporalmente limitadas, y estados,
sin límite temporal, se codificó lexicamente a través de la oposición
entre verbos y nombres. Por tanto, la referencia a hechos y situaciones de
carácter no-activo (hechos de experiencia, estados, etc) no implicaría el
uso de verbos, sino el recurso a expresiones de carácter nominal en las
que estaba presente el dativo. Así, los equivalentes a las modernas
expresiones me duele la cabeza, me parece que..., pudieron ser
combinaciones del tipo dolor-para mí, creencia-para mí, etc., en las que
no había verbos (Wunderlich, 2005: 3). En este tipo de locuciones
nominales encuentra el caso dativo uno de sus usos originarios.
La evolución subsiguiente se ha encaminado, sin embargo, hacia la
modificación de esta situación de partida, pues hubo una tendencia a
extender el uso del verbo fuera de sus límites iniciales y a emplearlo
también para hacer referencia a hechos no agentivos sin restricción
temporal. Adquirieron así expresión verbal las nociones de sensación,
conveniencia, experiencia y otras similares, que se relacionan más con
la idea de estado que con el concepto de acción o proceso temporal. A
consecuencia de ello, muchas de las antiguas construcciones nominales
fueron sustituidas por otras de carácter verbal, del tipo ello-duele-para
mí, hay-pensamiento-en mí, me-piensa, etc (Velten, 1931: 235).
En latín es antiguo el uso del dativo combinado con sustantivos para
la expresión de la posesión o su empleo con sustantivos verbales, es
decir, con algunas formas no-finitas de los verbos, como el gerundivo y
el supino (Bauer, 2000: 259), que jugaron un papel muy importante en la
gramática del antiguo indo-europeo, pero fueron perdiendo su relevancia
inicial. Nótese que el dativo de las frases siguientes se traduce muy
cómodamente a través del moderno sujeto gramatical:
Mihi est liber ‘(yo) tengo un libro’ / Liber mihi legendum est ‘(yo)
he de leer el libro’ / pugnatum mihi est ‘(yo) he luchado’
126
nativo fue el caso no marcado del sujeto de la cláusula finita, asociada
primordialmente con los verbos de acción temporalmente delimitada.
La clasificación de los valores y matices del dativo latino da lugar a
un catálogo de usos que se reitera con relativa uniformidad en los
diferentes tratados y gramáticas (dirección, finalidad, posesivo,
simpatético, ético, etc.)46. Esta proliferación de valores es, para algunos
investigadores, más aparente que real, pues la mayoría de ellos
comparten un rasgo abstracto que, según Van Hoecke (1996: 18), podría
definirse como “polo de orientación de la acción”; es decir, el destino
último al que se dirige la acción o proceso, dando por sentado que el
sentido del término orientación no está usado solo en el sentido espacial.
Este es, esencialmente, el valor originario del dativo desde épocas
primtivas. Los demás valores semánticos del dativo procederían, por
extensión semántica, de este valor inicial de orientación. Si, por ejemplo,
el destino de una acción es personal, aparece entonces el matiz de
interés. La vinculación del dativo con la idea de dirección viene
confirmada por su equivalencia o alternancia en latín hablado con
sintagmas introducidos por la preposición ad, también direccional y que
será, de hecho, la que herede sus funciones en época romance.
La relativa versatilidad semántica del dativo favoreció que
desbordara pronto sus usos primigenios e hizo posible su extensión al
papel de segundo actante de construcciones con dos complementos
verbales, cuyo prototipo venía dado por la estructura del verbo dare
(DATIUUS DANDI: pecuniam Dioni dederunt; Touratier, 1994: 213),
hecho que precisamente está recogido en la propia denominación del
caso dativo (Van Hoecke, 1996: 6). Se acomoda también a esta
estructura triactancial la rección de verbos que significan ‘dar, entregar’
(dare, donare), ‘comunicar’ (nuntiare, dicere y sus compuestos),
‘enviar’ (ferre, mittere) y otros muchos de semántica variada, como
debere, monstrare, negare, ostendere, promittere, relinquere,
respondere, sacrare, etc. (Bassols de Climent, 1956: 99; Ernout-Thomas,
1953: 63). El tercer actante, en dativo, de este tipo de verbos tenía
referencia personal en la inmensa mayoría de los casos (Pinkster, 1988:
240).
46 Cf. Van Hoecke (1998), Bassols de Climent (1956: 87-115), Ernout-Thomas (1953:
62-78). No está claro, sin embargo, que el dativo latino tuviera siempre una
justificación semántica (cf. Pinkster, 1988; 1990: 51-55).
127
En otras ocasiones, se utilizó el dativo para el complemento verbal
de ciertos verbos habitualmente biactanciales47. Se usó este dativo con
verbos que incorporaban la idea de utilidad (prodesse, nocere), placer o
displacer (placere, libet), orden y obediencia (oboedire, servire),
aproximación y comparación (comparare, anteponere), etc. (Touratier,
1994: 214-215)48.
El avance de la construcción biactancial estativa ha ido acompañado
de la consolidación del dativo (y también de su correspondiente
sintáctico, el objeto indirecto) para dar expresión al argumento afectado
por el significado verbal. Este avance debe entenderse como resultado de
tendencias sintácticas, más que como efecto de la conservación de
propiedades léxicas de los verbos, porque la conservación y extensión
del dativo ha sido mayor que la perduración de los verbos que lo regían
(libet, licet, etc). No son pocos los verbos castellanos medievales que
usaban dativo y cayeron en desuso, pero la construcción con dativo
mantuvo su vitalidad y fue capaz de atraer a nuevos verbos. La mayoría
de estos nuevos verbos (importar, preocupar, etc.) son cultismos o
novedades léxicas relativamente tardías, en muchos casos posteriores a
la Edad Media. Uno de los protagonistas más característicos de la
construcción estativa, el verbo gustar, no se usó en castellano hasta el
siglo XVII. Parece que puede hablarse, por tanto, de continuidad del uso
sintáctico, pero no necesariamente de las piezas léxicas que estuvieron
integradas en dicho esquema.
El arraigo del dativo en construcciones biactanciales ha sido mayor
o menor, según las épocas y autores, y ha contendido en otras lenguas
románicas, como el francés o el italiano, con la tendencia a emplear el
acusativo para el complemento regido por este tipo de verbos (Pinkster,
1988; Moralejo Álvarez, 1995). En francés, por ejemplo, el com-
plemento indirecto (heredero preposicional del antiguo dativo), aunque
128
se mantiene con arraigo en la construcción biactancial de algunos verbos
(fr. advenir, plaire, manquer, appartenir, mentir, obéir, etc.; vid. Melis,
1999: 51-54), ha retrocedido en el régimen de otros verbos biactanciales,
como los que significan ‘envidiar, persuadir, cuidar, patrocinar’, etc., que
en latín regían dativo (Bassols de Climent, 1956: 100).
En contraste con este retroceso del dativo, en otras zonas de la
Romania, como la Península Ibérica o la ocupada por el actual rumano,
adquiere vigor la tendencia contraria, iniciada ya en época clásica, a
emplear el complemento indirecto también con determinados verbos de
estructura biactancial. El origen y desarrollo del complemento directo
preposicional en español está vinculado con esta extensión del dativo
latino al régimen de verbos transitivos (Lapesa, 1964: 91).
La vitalidad del dativo le ha llevado también a extenderse a fun-
ciones no propiamente argumentales. Entre estas se encuentran las que la
gramática tradicional denomina dativos de interés, que mantienen con el
verbo una relación mucho menos necesaria, no vinculada con los
actantes centrales del verbo (Rivas y Rodríguez Espiñeira, 1997: 67).
Uno de estos dativos no valenciales es el dativo posesivo, relacionado
con el dativo simpatético latino, que hace referencia al poseedor de una
parte del cuerpo, prenda de vestir, etc., mencionado también por el sujeto
o el complemento directo de la oración:
saludadnos a Mio Çid el de Bivar (Cid: 1387) auien vii fijos querien gelos / mas
non gelos podioron en cabo amparar (Alex-O: 406cd)
129
el que muestra similitudes (no te me vayas, me lo engañaron al niño).
Este dativo superfluo, como lo denominó Bello, solo se usa en primera
persona y señala a un referente humano, que evalúa intelectualmente un
evento en el que no participa, aunque presente vinculación empática con
alguno de sus participantes (Maldonado, 2002: 41). A pesar de lo
enigmático de sus precedentes latinos, la lengua medieval documenta
desde los orígenes este tipo de construcciones pronominales (Elvira,
2008). Según los recuentos de Company (2006: 532), estos usos se
incluyen en el segundo esquema sintáctico más frecuente del objeto
indirecto medieval, después de la construcción bitransitiva.
La perduración de los valores originarios del dativo en diferentes
usos y construcciones, es índice de su rentabilidad expresiva, que lo hace
adecuado en construcciones y locuciones de carácter muy variado,
precisamente aquellas en las que se hace necesario referir a un
participante argumental, habitualmente personal, que resulta afectado por
el proceso, acción o estado referido por el verbo, y que carece de todo
rasgo de volición o agentividad. El dativo es, en ese sentido, un sujeto
poco habitual o prototípico; este rasgo es precisamente el que justifica
que su presencia haya arraigado en la construcción estativa.
130
asimetría o desequilibrio en lo que se refiere a la aportación
comunicativa de sus elementos integrantes. En términos sintácticos,
puede haber algún tipo de diferencia jerárquica entre los dos (o más)
miembros, de tal manera que uno de ellos muestre una mayor autonomía
en su comportamiento gramatical que el otro, que depende en su forma o
en su significado de la aportación de la unidad principal. Términos como
operador y operando, modificante y modificado, núcleo y adyacente,
etc., están disponibles en la terminología gramatical tradicional para
hacer referencia a estas relaciones jerárquicas.
En su consolidación como lengua nominativa, el latín hablado ha
generalizado en muchos diferentes niveles de su gramática un orden
regente-regido, en detrimento de la ordenación contraria, regido-regente,
que predominó en el latín de épocas anteriores (Bichackjian, 2002: 161):
49 Según Bichkjian (2002: 165), el orden más antiguo del latín, que aplaza la
enunciación del núcleo (filium AMO) requiere un procesamiento global, porque el
sintagma complejo no es analizable hasta la percepción del núcleo. En términos
generales, este aplazamiento de la enunciación del núcleo de una expresión
complejo requiere la retención en la memoria activa de todos los elementos se-
cundarios del enunciado (filium hodie fortiter ... AMO), con el consiguiente incre-
mento de la complejidad y la dificultad en el procesamiento. Es significativo
observar que el adjetivo en inglés, por ejemplo, suele abandonar el orden canónico
antepuesto cuando la modificación muestra complicación estructural (the next
person, frente a the person next to John).
131
generalizando la anteposición del determinante (Väänänen, 1967: 242) y,
en general, de la pieza secundaria de carácter gramatical:
132
Entre las preposiciones, ha sido cum la que ha mostrado en época
histórica una mayor retención de la posposición (quocum, quacum,
quibuscum, etc.), que perduró con fuerza en el uso con pronombre
personal (mecum, tecum, etc.). Las formas pronominales del español
conmigo, contigo, consigo son el último residuo fosilizado de estas
curiosas adposiciones de la lengua originaria.
133
presente o de perfecto, y constituyen un mecanismo esencial en la
sintaxis del indoeuropeo (Meillet, 1964: 374). Es precisamente el
contraste entre las formas verbales temporales y las formas no
temporales el que determina el carácter principal o subordinado de cada
uno de los miembros del enunciado complejo y no la presencia de
conjunciones u otro tipo de elementos subordinantes:
ellos partiendo estas ganançias grandes, / nol pueden fazer comer un muesso de pan
(Cid: 1031-1032) E el senado, catando esto como andaua Ponpeyo en el pro dell
imperio e de todos ellos y en su onra, touieron que el consul razonaua cosa guisada
e derecho (Estoria de España I, 65b: 24-27)
134
e Simon Mago alabosse que uolarie al cielo ueyendolo ellos (Estoria de España I-
126b: 18-19) El conde Fernand Gonçalez finco estonces en su prision, cuedando el
muchas guisas como podrie dalli salir (GEstoria IV-412a: 45-47)
Et Julio Cesar nol oyendo bien lo que dizie, dexol assi et leuantos (Estoria de
España I, 83a: 16-18) Et el rey don Sancho, non se percibiendo de tal traycion nin
se guardando della, mordio en la mançana (Estoria de España II, 423: 36-39)
E el auiendo todo ell Jmperio de Roma tornado en buen estado, murio en Pannonia
de una enfermedat que lo mato a so hora (Estoria de España I, 95)
et non lo dexemos por mjedo dela muerte, ca ayudando nos dios et nuestra lealtad
vençeremos los moros (Veinte Reyes: 2)
135
Otras situaciones favorecen una interpretación modal o instrumental:
et buscando et escodrinnando con grand estudio, sopieron las que auien de uenir
(Estoria de España I, 3a: 16-18) ...fallaron las figuras de las letras; et ayuntandolas,
fizieron dellas sillabas (Estoria de España I, 3a: 32-33)
136
QUOS ferro trucidari oportebat, EOS nondum voce vulnero (‘algunos habrían
debido ser masacrados con el fuego, a esos mismos no los lesiono con la palabra’;
cit. por Haudry, 1973: 156)
peccator punitur
‘el pecador debe ser castigado’
137
El mecanismo propuesto sería esencialmente el mismo que el que
produce, hoy día y en otro nivel sintáctico, la referencia pronominal en
los objetos directos antepuestos:
138
miembro de la correlación vayan iniciados o marcados por diferentes o el
mismo elemento. Este último caso, de empleo de la misma pieza gra-
matical, está bien documentado en el grupo germánico; lo encontramos
en el alemán (der... der...), cuyos antiguos dípticos estuvieron precedidos
por el mismo elemento gramatical. Restos en español de esta correlación
son frases del tipo de tal palo tal astilla, lat. talis pater, talis filius
(Fruyt, 2005: 20).
Es más que probable que el origen de la subordinación condicional
latina esté en una antigua correlación indiferenciada, según Fruyt (2005:
20). En efecto, lo que terminará siendo una conjunción condicional si
procede en un antiguo sei, locativo singular del lexema endofórico *so,
que no tenía carácter subordinante. Esta forma sei estaría presente en los
dos miembros de un antiguo díptico: sei... sei-ce... > si... sic... (‘así...
así...’). También eran indiferenciadas las correlativas latinas introducidas
por -que y -ve:
quasque incepistis res, quasque inceptabis (Pl., Amph. 7) ‘las cosas que iniciaste y
las cosas que iniciarás’
quod fuimusve sumusve (Ov., Met. 15, 215) ‘lo que hemos sido o lo que somos’
139
Algo posterior es la correlación basada sobre el tema *kwu- del adverbio
relativo (del que surgen u-t, u-bi o u-nde). Por otra parte, el latín renovó
parcialmente la expresión del antiguo correlativo anafórico *so y *to por
medio del pronombre adjetivo is, que podía ir unido a otras formas
adverbiales (i-ta, i-bi, i-nde). El resultado de estas innovaciones fue la
aparición de nuevas correlaciones de origen propiamente latino:
ut... ita...
ubi... ibi...
unde... inde...
140
Esta disposición originaria presentaba, según lo dicho más arriba, un
cierto iconismo, relacionado con las necesidades de información discur-
siva. El contenido informativo del miembro inicial era básicamente
temático y ello explicaría la preferencia del díptico por la posición
inicial. La correlación originaria permitía expresar relaciones semánticas
de naturaleza muy variada; la interpretación en cada caso (condición,
causa, etc.) dependía fuertemente del contexto y de la propia disposición
secuencial de los dos miembros.
Durante mucho tiempo se ha considerado que esta ordenación era
propia de las épocas más primitivas de las lenguas indoeuropeas. En
coherencia con esta suposición se ha hablado de un proceso histórico de
inversión de la antigua correlación o díptico normal que, daría como
resultado un dítpico II o díptico invertido más reciente:
tum dolore frangebatur quom inmortalitatem ipsa morte quaerebat ‘estaba muerto
de dolor en el momento en el que buscaba la inmortalidad a través de la muerte’
(Cic. Tusc. 2, 8, 20)
141
quem uides, eum ignoras; illum nominas, quem non uides (Pl. Capt. 566) ‘el que
ves, lo ignoras, precisamente ese que nombras, es el que no ves’
ad illum renuntiabo qui mihi tris nummos dedit, (Pl. Trin. 995) ‘renunciaré a ese
[justamente], que me dio tres monedas’
Quas Numestio litteras dedi, sic te iis euocaui (Cic. Ati. 2.24.1) ‘en las cartas que
he dirigido a Numestio, en esas hacía un llamado muy urgente a venir’
Quae grauissime adflictae erant naues, earum materia atque aere ad reliquias
reficiendas utebatur (Caes, Gall. 4.31.2) ‘las naves que habían sufrido más
aflicciones, su madera y bronce será utilizada para reparar las otras’
Con énfasis o sin él, el díptico II experimentó muy pronto una reor-
ganización de la relación mutua entre los dos correlatos. La iden-
tificación de la referencia del pronombre catafórico no era posible hasta
la enunciación de la segunda frase; por tanto, la oración introducida por
qui, en su totalidad, cumplía la función de especificar la referencia de su
antecedente. Al mismo tiempo, el antiguo indefinido qui adquiría nuevas
propiedades señaladoras que lo vinculaban anafóricamente a su antiguo
correlato, que a su vez pasó a funcionar como antecedente catafórico. La
oración introducida por el nuevo relativo adquiría poco a poco una
función delimitadora de la referencia del antecedente, que anuncia
claramente el uso del nuevo relativo especificativo. En la medida en que
142
el énfasis inicial retrocede, el nuevo papel referencial delimitador se
convierte en la función esencial de la relativa.
El proceso que se acaba de mostrar sintetiza el origen del llamado
pronombre relativo en las lenguas románicas en general y en español en
particular. El germen de esta evolución y el cumplimiento de sus
principales etapas se manifiestan ya en latín, pero fue sin duda un pro-
ceso lento, en el que las nuevas estructuras tardaron en desplazar a las
antiguas. No cabe duda de que en este proceso se constata el avance de
una nueva interpretación de la relación sintáctica entre los principales
elementos implicados en la estructura, pero no hay acuerdo a la hora de
situar el lugar y momento en que se produjo el reanálisis.
El siguiente paso cualitativo en la evolución de la nueva correlación
es el de la incrustación de estas oraciones en alguna de las funciones o
argumentos sintácticos. Este proceso, que se da solo en la correlación II
será abordado en una sección posterior (v. 3.2.5.3.2.).
demas el homne debe asmar e comedir / que qual aqui fiziere tal habra de padir
(Apol.: 4l3cd) ‘mudase el amor con el nueuo entendedor’, e qual faze al primero, tal
al segundo e tal al tercero (Troyana-360: 1-3) Fazer telo he dezir que tal eres qual
digo yo (Cid: 3390) En todas guisas tales sodes quales digo yo (Cid: 3454) si mas
ante mi vienes, recibras tal amor / qual fezist a Tarsiana e non otro mejor (Apol.:
51
389cd)
50 En latín talis era ante todo un pronombre anafórico, igual que is, pero su signi-
ficado, como el de qualis, era cualitativo (Bassols de Climent, 1956: II, nº 212;
Meyer-Lübke, 1890-1906: nº 85).
51 En algún caso se produce la atracción de ambos elementos:
bien atal qual sea, dime toda su fechura (LBA-S: 1484c)
143
La correlación latina tantus...quantus... se conserva también en la lengua
española52. Como ocurría con la correlación tal... qual..., también aquí
encontramos las dos ordenaciones posibles, pero el arraigo del díptico I
es muy intenso, especialmente en la configuración quanto mas... (tanto)
mas..., que fue muy frecuente en textos medievales y tiene uso todavía
en la lengua de hoy:
E quanto avie de luengo a tanto avie de ancho (Faz: 172) quanto tu demandases, yo
tanto te daria (Apol: 423c) quanto el demandase tanto le otorgaria (LBA-S: 896c) e
quanto mas ua de su uida, tanto mas crece en su auer (LConp-IV-163c: 49-50)
quanto mas quería entrar, / tanto mas non podía (M.Egip-Prosa: 140-141) quanto
mas aquí estas, tanto mas me assaño (LBA-S: 216a) porque quanto mas bive mas
loa et sirve a Dios (LCE-XLVI: 36-37) quanto mas yuan yendo mas se podían doler
53
(Alex-O: 261c)
de quanto digo de todo miento (Razón: 229) quanto dixier que sea, todo sera
(S.Marcos-II: 23) Quanto padre o madre dieren a sus fijos quando los casaren en
dia de su boda, todo uala (FBéjar: 255) ...que el cuydava que quantol enseñava que
todo lo aprendie (LBProv.: 57) quantos el trae todos son pagados (Cid: 809)
Quantos ahi vinieron e a ella entraron, / todos se convertieron, todos por tal
passaron (Apol: 419ab) quantos son en el mar venian todos al torneo (LBA-S:
1112c)
52 Dicha correlación es hoy día poco frecuente y tiende a ser sustituida por la
correlación comparativa tanto... como... (Fernández Ramírez, 1951:382).
53 Apuntamos otro ejemplo más, en el que bien refuerza a tanto en el segundo
miembro: quanto vos he dicho, bien tanto me perdí (LBA-S: 1512)
144
sistemática con algún derivado del anafórico *to (Haudry, 1973: 154),
pese a lo cual se le encuentra formando correlación esporádica con otros
demostrativos adverbiales. El medieval quando continúa esta misma
tendencia al uso correlativo. El segundo miembro de la correlación
temporal solía ir introducido por el adverbio estonçe u otros adverbios de
tiempo. Las dos ordenaciones fueron posibles:
Quando non tiene que despender / torn[a]s[e] luego a jogar (Elena: 130-131)
quando ellos fizieren su pro et bieren que fago yo mi danno, estonçe deuen seer
creydos (LEnf-XXVI: 20-21) Madre, ¿non veedes la luna que quando es mas
conplida y mas luziente que estonçe uiene la clipse? (LBProv.: 109-110) agora e
tod bien [comigo] / quant conozco meo amigo (Razón: 132-133) estonçe dexa la
malueztat / quando non ha mas potestat (MEgip: 69-70)
Nunqua assi fablo ombre, cuemo aquel fabla (SJuan-7: 46) assis parten unos
d’otros commo la uña de la carne (Cid: 375) Assi lo otorga don Pero, quomo se
alaba Ferrando (Cid: 2340)
El que tenie la croça e la mitra en la mano, / essi fue el apostol de san Juhan ermano
(SMillán: 447cd) El que no es cobdiçioso esse a la riqueza que paresçe (LBProv.:
447cd) el que fuera mas cerca a la parte de oriente, aquel es almubtez (LConp.-I,
22b: 41-42) mas el que faze la uoluntat del mio Padre que es en los cielos, aquel
entrara en el regno de los cielos (SMateo-7: 21) Mas lo que el quisiere, esso
queremos nos (Cid; 1953) lo que el quisiere, esso fara el Campeador (Cid.: 1958) lo
que el mas amaua aquello demostraua (LBA-S: 322c)
145
3.2.5.3.2. El origen del relativo incrustdo
Las novedades surgidas en la historia de la correlación latina no terminan
con lo referido en el apartado anterior. En realidad, las configuraciones
que hemos descrito conservan la milenaria disposición bimembre, por
mucho que la ordenación se haya invertido y que se haya producido una
marcada atracción entre antecedente y nuevo relativo. Todavía no están
presentes, sin embargo, los fenómenos de incrustación o encaje que
caracterizan el uso de las subordinadas relativas de hoy.
Por oración incrustada entendemos aquella subordinada que
proporciona una expansión oracional a un sintagma, que mantiene su
estatuto categorial inicial. La subordinada relativa con que es un buen
ejemplo de ello, puesto que proporciona una expansión oracional
adjetiva a un sintagma nominal.
Para algunos autores, la aparición de la relativa encajada sería el
resultado de una suerte de reinterpretación o reanálisis que debió de tener
lugar ya en la correlación más antigua. En esta correlación, con mucha
más frecuencia que en la más reciente, el antiguo indefinido qui podía
tener un papel determinante o adjetivo (qui homo..., etc.). Tenemos
constancia, por otra parte, de que a menudo se producía la inversión de
su ordenación en relación con el nombre modificado (qui homo > homo
qui; Fruyt, 2004: 34 y 45):
Patronus qui uobis fuit futurus, (illum) perdidistis ‘el patrón que debíais tener, lo
habéis perdido’ (Pl. Asin., 621)
146
La preferencia por una disposición contigua del antecedente y el nuevo
relativo pudo verse reforzada por la influencia del díptico II, que
convivió durante siglos con el díptico más antiguo y conoció desde el
principio la frecuente atracción de pronombre y relativo:
Parece, por tanto, que el nuevo relativo romance combina dos pro-
piedades diferentes que surgieron de manera independiente en cada una
de las dos antiguas correlaciones latinas. Por un lado, la función
señaladora que le vincula al antecedente surgió en la correlación
invertida, de carácter más reciente. Por otra parte, el potencial de
incrustación podría ser un efecto subsidario de un reanálisis de la
secuencia nombre + QUI, que tuvo lugar en la correlación más antigua.
si id dolemus, quod non licet ‘eso lamentamos, que no esté permitido’ (Cic. Brut.,
5; Herman, 1963: 35)
147
correlativa, con un pronombre anafórico que hacía de intermediario entre
el verbo intelectivo y quod (hoc dico quod uenit; Herman, 1963: 35).
Pero no siempre aparece la mediación del pronombre anafórico, pues en
algunas ocasiones lo encontramos elidido y el verbo se vinculó direc-
tamente, al menos en apariencia, con la proposición introducida por
quod:
En fin, la extensión de quod a otro tipo de verbos, como los volitivos, fue
más tardía, pues la documentación postclásica testimonia el mante-
nimiento de ut tras estos verbos, al menos en la lengua escrita. Habrá que
esperar a una época propiamente romance para poder constatar la gene-
ralización efectiva de la nueva conjunción a este tipo de verbos y
predicados55.
Antes de que se produzca esa generalización, el uso de quod se
atuvo con frecuencia a una disposición bimembre del discurso, que
escindía el mensaje en dos unidades básicas, con diferencias en el aporte
informativo de cada uno. Fue muy frecuente este uso con valor causal,
en correlación con otros adverbios o locuciones adverbiales (eo, idcirco,
propterea, etc.); este quod causal se documenta ampliamente desde
época clásica:
Quod enim eum tibi quaestoris in loco constitueras, idcirco tibi amicum in
perpetuum fore putasti? (Cic. Ver. 1,77) ‘porque tú lo habías puesto cerca de ti para
estar en el lugar del cuestor, ¿por eso crees que él iba a ser tu amigo perpetuo?’
55 Conviene recordar, por otra parte, que el mismo ut tenía también usos correlativos
(con sic, ita, tam, etc.); esta circunstancia pudo también favorecer la inserción de
quod: nec sic tamben quod possemus a proposito redere (Luc. de Cagl., 291, 23).
En fin, sabemos también que la extensión de quod en el período postclásico no solo
se hizo a costa de ut sino también de la conjunción cum con valor temporal. Esta
confluencia fue posible no solo por el paralelismo estructural de la sintaxis de
ambas conjunciones, sino también por tendencias fonéticas convergentes. La
sustitución se hizo frecuente tras una expresión que indicaba el tiempo transcurrido:
sextus iam defluxerat annus quod pauper... uescebatur (Greg. de Tours, 649, 31;
cit. por Jeanjaquet, 1894: 23).
148
que suele anteponer en el primer miembro la información conocida,
presupuesta o topical:
E por esto posieron nombre a aquel logar siete condes por que Fueron muertos alli
el ynfante e siete condes (Valerio, 94v) por esto rrobas E furtas / por que tu penaras
(LBA-S, 17r)
149
podrían multiplicarse sin mucho esfuerzo de búsqueda:
Et si fiadores non dederit, iuret que non los potuit habere (FMadrid, XXXVI: 12-
13) Non quiero que nada pierda el Campeador (Cid, 363) asmo que por ventura
Aun podrye beuir (Apol., 301d) entendio que non era en vano su mjsion (Alex.-O:
47b)
et pusieron lo por concejo que nenguno que no demandase que nos ual[a]
(FMadrid, LVII: 6-7) Essora lo connosçe mio Çid el de Biuar / Que a menos de
batalla nos pueden den quitar (Cid, 983-984) no lo consintio ella qe fuesse
corrompido (Mil, 348d) Conosçilo anoche por mj sabjduria / que me sacarie el alma
oy en aqueste dia (Alex-O, 1042b)
Esto vos acomendo que cojades dello cada uno .i. almud (Faz, LXXIII: 1-2) Esto
tovieron todos a fiera maravella, / qe la Madre gloriosal qerié encobrir (Mil, 156ab)
La carta dizia esto, sopola bien dictar / que con el pelegrino queria ella casar
(Apolonio, 223b) esto es sobre todo a los dioses que gradir / que entre tantos omes
me dieron a beujr (Alex-O: 926cd)
Fijo, uerdat uos digo que yo esto en cuydado que fare a estas preguntas que me
fazedes (LCE, 33: 8-9)
150
Dis Sennor, tu me ayuda -que so muy pecador- / Que yo saque a Castylla del
antygo dolor (FGonzález, 184cd) Demandole et dixol que se maurauellaua / Que
con todos los otros tan mal Acordaua (Apol., 181cd) quanto mas tiraua mas se uya
quexando / quesle yuan toda via laços apretando (Alex-O, 473cd)
Este tipo de datos, que son muy abundantes en los textos medievales
españoles, nos permiten afirmar que la nueva proposición introducida
por el antiguo que medieval tiene un estatuto gramatical bastante
heterogéneo y difícil de definir en términos de la gramática del español
de hoy. En unos casos vemos a que, igual que en el presente,
introduciendo proposiciones subordinadas regidas desde verbos
transitivos; pero en otros casos, la proposición que no satura la valencia
de ningún verbo transitivo sino que introduce una proposición -que no
regida (en términos de Barra Jover, 2002: 61); es decir, una proposición
adjunta a un elemento que necesita una complementación semántica pero
no sintáctica. El elemento necesitado de complemento semántico puede
ser un pronombre, como ocurre en la estructura correlativa, o un verbo o
predicado intransitivo, como acabamos de ver, e incluso un nombre,
como también se ha mostrado.
Este nuevo subordinante que, de estatuto tan incierto, puede adquirir
diversos valores. Se trata normalmente de valores pragmáticos e
inferenciales, es decir, han de ser deducidos y extraídos por el oyente a
partir de situaciones y contextos específicos. Uno de los valores más
frecuentes es, por ejemplo, el causal, que se daba normalmente en
posición pospuesta a la oración principal. He aquí algunos ejemplos de
ese que con valor causal de la lengua medieval, que no resultan extraños
al oído moderno (cf. ten cuidado, que te vas a caer):
Esso fue apriessa fecho, que no quieren de tardar (Cid, 1506) Non te mintre
maestro, que seria trayçon (Apol., 232b)
151
El mismo iconismo constructivo es el que lleva a atribuir valor final a
algunas subordinadas postpuestas, con el apoyo en este caso del modo
subjuntivo:
e vayas el con mios ermnaos, que non muera myo padre (Faz, 57: 11-12) Dalde de
mj trasoro que tendes Alçado / Quanto sabor oujeredes que ell suya pagado (Apol.,
193cd)
e fezierons oscuros sos oios que no podian veer (Faz., 235) Tenia lienos de poluos
la voca e los dientes, / Que non podia fablar por confortar sus gentes (FGonz,
504ab)
Pero toda esta visión y clasificación de usos del antiguo que está hecha
por comparación implícita con los procedimientos y tipos subordinantes
modernos. Por lo demás, hay construcciones para las que la comparación
y clasificación no resulta tan fácil. No se trata, pues, de que haya existido
en español antiguo un que polifuncional que asume por sí mismo las
variadas funciones que con el tiempo irán ejerciendo otras locuciones
subordinantes especializadas (porque, aunque, para que, etc.). La
variación en los usos adyacentes de la proposición introducida por que
está fuertemente influida por factores de índole pragmática y por la
presencia o ausencia del modo subjuntivo. Más que una conjunción
universal, la partícula medieval que estudiamos fue, por tanto, un nexo
cuyo comportamiento sintagmático estuvo regulado por criterios gra-
maticales y discursivos, en proporción variable, según los casos. La
evolución posterior tenderá a regular su uso.
152
4. Gramaticalización
153
escepticismo ante un concepto tan reiteradamente utilizado por tantos
autores y casi nunca de manera unívoca y uniforme.
Para evitar en la medida de lo posible esa dificultad, el presente
capítulo abordará el estudio de la gramaticalización en un sentido más
restringido, con referencia a una de las fuentes posibles de creación y
desarrollo de novedades gramaticales: el léxico. Aplicaremos el término
gramaticalización para referirnos al proceso por el cual una expresión o
unidad léxica adquiere valor gramatical, o bien aquel proceso que lleva a
una unidad gramatical a incorporar nuevos valores gramaticales
(Kuryowicz, 1965: 52; Heine, Claudi y Hünnemeyer, 1991: 2). Este es,
además, el sentido que tiene el término en los trabajos sobre el tema que
mayor impacto han tenido en la investigación del cambio gramatical en
los últimos años.
Nos situamos así próximos a un tratamiento clásico del tema, como
el propuesto hace casi un siglo por el indoeuropeísta francés A. Meillet
(1912), que situó la gramaticalización y la analogía como los principales
motores de la evolución gramatical. Es hoy ya clásica su distinción entre
mot principaux y mots accesoires (= mots vides), que está presente en
buena medida en algunos relevantes autores contemporáneos, como
Lehmann (1985) y Hopper y Traugott (1993).
Para Meillet, la diferencia básica entre los fenómenos de analogía y
gramaticalización radica en que el primero constituye una renovación
esencialmente formal de algunos elementos, pero esta renovación formal
no supone cambios en el sistema. En cambio, la gramaticalización
introduce nuevas formas y nuevas categorías que carecen hasta el
momento de expresión lingüística (un verbo auxiliar, por ejemplo) o
propone una sustitución de los medios para expresar una categoría que
ya existe (es lo que ocurre con el futuro romance, que sustituye al futuro
latino, creando de paso un condicional que no existía anteriormente).
Según esta visión, la gramaticalización no implica en todos los casos la
creación de nuevas categorías en el sistema, pero sí la conversión de un
elemento léxico en otro gramatical o la incorporación de nuevos valores
gramaticales a una pieza que ya era gramatical.
De acuerdo con la caracterización que se acaba de esbozar, la
gramaticalización afecta a una pieza específica, que adquiere nuevas
propiedades y valores como consecuencia de dicho proceso. En términos
generales y con las diferencias que correspondan en cada caso, esta es la
noción de gramaticalización que encontramos en muchos trabajos
154
recientes sobre este tema. Sin embargo, entendida en estos términos,
resulta demasiado restringida. Para entender mejor el fenómeno hay que
tener en cuenta además que, en buena medida, son las construcciones o
sintagmas en su conjunto y no solo las unidades léxicas los protagonistas
primordiales en los procesos de gramaticalización. Incluso los ejemplos
más habituales de gramaticalización implican a más de un morfema. Por
ejemplo, la creación del auxiliar haber a partir de un antiguo verbo
transitivo es inseparable de los cambios experimentados por el propio
participio, que pierde algunos de sus rasgos previos de pasividad e
incorpora otros nuevos valores de temporalidad.
En muchos casos, además, no hay una fuente léxica única para el
elemento que se gramaticaliza, lo que sugiere que es la locución en su
conjunto y no la pieza léxica en concreto la que origina el proceso. En
español medieval, por ejemplo, igual que en muchas lenguas románicas
de hoy, como el francés o el italiano, fueron dos los verbos auxiliares
implicados en los llamados tiempos compuestos: el verbo ser, que se
combinaba con inacusativos (vgr. son idos, es venido, etc.) y el verbo
haber que se usaba con el resto de los verbos (Elvira, 2001) . Ello
sugiere de nuevo que la incorporación del tiempo pasado a la
combinación con participio va más allá de la identidad del verbo
implicado y afecta a la locución en su conjunto.
En realidad, la locución gramaticalizada puede ser considerada un
caso especial del fenómeno más amplio de las construcciones, en el
sentido que se dio a este término en otras secciones anteriores (v. 3.2.1.;
Noël, 2007). Nos encontramos en ambos casos con una locución o
expresión compleja que adquiere nuevos valores como resultado de su
uso frecuente y de su interacción con el contexto. Esta visión conjunta de
la gramaticalización y de las construcciones avanza en la lingüística
histórica de los últimos años y está proporcionando perspectivas de
análisis muy sugerentes. Permite situar en su justo plano algunos de los
rasgos que definen la gramaticalización, que pueden verse ahora como
consecuencia de un fenómeno más amplio.
Un elemento, al integrarse en una construcción pierde autonomía.
Esta pérdida de autonomía es tanto formal (el elemento se integra en una
estructura acentual más amplia), como semántica (la información que
aporta puede estar condicionada o restringida) y sintáctica (pierde
combinatoria sintáctica y distribucional). En las páginas que siguen
155
vamos a mostrar que son precisamente estos los rasgos que identifican
los procesos de gramaticalización.
La integración de una pieza del decurso en una unidad más amplia tiene
consecuencias en la forma en que se articula dicha pieza, que ahora
forma parte de una unidad de entonación y articulación de nivel superior.
156
La pérdida de autonomía se manifiesta con frecuencia en el nivel fónico,
como una pérdida gradual de sustancia fonológica.
Es el caso de la gramaticalización de la preposición latina ad (> a).
La erosión fonética ha elidido la consonante final y la desemantización
ha provocado la pérdida del valor locativo. En español hablado e
informal, el sustantivo casa introduce un sintagma locativo y puede
terminar aproximando su función a la de una preposición, con la
consiguiente reducción fónica (en casa de Paco > en ca Paco).
Esta pérdida de peso se traduce a menudo en clitización, es decir, en
subordinación al esquema acentual que define el elemento nuclear y
léxico. La denominación de clítico no se restringe necesariamente, como
el uso habitual parece sugerir, a los pronombres átonos. Las formas
actuales del llamado artículo indefinido e incluso las de algunos
auxiliares verbales, como el verbo haber, son también o pueden ser
clíticos strictu sensu y manifiestan por ello similitudes notables en sus
propiedades sincrónicas y en su comportamiento diacrónico.
En el caso de ciertas partículas, como las preposiciones y artículos,
la dependencia fónica del contexto inmediato culmina a menudo en
contracción o fusión fónica con otros elementos contiguos en el decurso,
con la consiguiente pérdida de marcas y márgenes de identidad previas.
Es el caso de las secuencias francesas de + le > du; à + le > au. El
español conoce también el fenómeno en la contracción del e incluso en
otras secuencias también muy frecuentes en el habla pero no reconocidas
en la escritura normativa (cf. p’al caso que me haces...; ven p’acá, etc.).
La perdida de peso de las expresiones que se integran en locuciones
gramaticalizadas es un hecho muy frecuente en muchas lenguas. Las
expresiones gramaticales tienen significados más previsibles y frecuentes
que los de las piezas propiamente léxicas y ello hace que su
procesamiento sea más rutinario y rápido que el de las otras unidades.
Ello permite entender la preferencia por el peso relativamente más ligero
que muestran las expresiones gramaticales.
Hay que señalar, en todo caso, que la pérdida de acento implícita en
los procesos de clitización, aun siendo frecuente, no es general en todo
proceso de gramaticalización. A veces se produce incluso la situación
contraria y la pieza gramaticalizada ve reforzado algún rasgo de su
articulación. Es lo que ha ocurrido en el caso del futuro romance, que
procede, como es bien sabido, de construcciones perifrásticas latinas que
implicaron a verbos como habere o debere. Cuando el antiguo auxiliar y
157
el correspondiente infinitivo se integraron definitivamente en una sola
palabra flexiva, subordinaron su acentuación a la de la nueva palabra que
forman. En la nueva unidad se produce un reajuste que asignó al antiguo
auxiliar el acento primario y a la unidad léxica el acento secundario:
4.2.2. Paradigmatización
158
hora de expresar determinadas nociones aspectuales, nuestra gama de
opciones es necesariamente reducida, en mayor o menor medida.
El concepto de paradigma y sus derivados tienen, en principio, una
aplicación directa y específica en el campo de la morfología flexiva,
como es bien sabido. Su extensión a este nuevo dominio de las clases
cerradas de unidades gramaticalizadas (siguiendo la propuesta de
Lehmann, 1985: 132; 2002b: 118-119) se basa en la observación de que
los elementos que se integran en ellas establecen relaciones mutuas de
oposición y contraste y dejan sentir el efecto de procesos de homo-
geneización formal o funcional. De la misma forma que los integrantes
de un paradigma verbal contagian y extienden algunas de sus carac-
terísticas formales a través de procesos de nivelación (Elvira, 1998: 114),
los miembros de las nuevas clases de elementos gramaticalizados tienden
a asimilarse a un patrón formal homogéneo y característico.
En última instancia, la gramaticalización tiene el potencial efecto de
integrar antiguas construcciones sintácticas, como las formas peri-
frásticas, en paradigmas morfológicos. La paradigmatización de haber +
participio es mayor que la de las perífrasis andar + gerundio, etc. El
primero está mejor integrado en el sistema verbal. Igualmente, la
creación de modales epistémicos a partir de modales deónticos (como
deber o poder) supone la integración de las correspondientes
construcciones en el paradigma de las expresiones de la factualidad.
En muchas ocasiones, la elección entre varias posibilidades de
expresión gramatical corresponde al hablante. A la hora, por ejemplo, de
usar una construcción de aspecto reiterativo, el hablante puede disponer
de más de una opción expresiva (anda/viene diciendo tonterías por ahí),
con independencia de que el uso de una u otra opción pueda incorporar
algún matiz expresivo. El conjunto de opciones posibles puede
considerarse un paradigma, en sentido amplio. En otras ocasiones, sin
embargo, la gramática solo proporciona al hablante una opción. Es lo
que ocurre en español con el empleo del artículo determinado o el
auxiliar haber de tiempos compuestos (este último ha terminado
prevaleciendo sobre su antiguo competidor ser de la Edad Media), que
son de empleo obligatorio en sus contextos de uso específico. El nivel de
obligatoriedad de una expresión gramatical o, en términos de Lehmann
(2002b: 137), el grado de variabilidad paradigmática, constituyen un
parámetro para medir el nivel de gramaticalización de una expresión. En
159
la medida en que una expresión se gramaticaliza, las opciones alter-
nativas se reducen y su uso tiende a hacerse obligatorio.
Estuvo toda aquella noche enterrando los muertos y loando los bivos, no dando
menos gloria a los que enterrava que a los que veía (Cárcel de amor, 112, CORDE)
E desquel ovo esto mandado enseñól cómo pusiesse otrossí en essa cámara de los
sacerdotes el candelero de que oístes ( Alfonso X, General Estoria. Primera parte,
202r) E doña Maria, desque ovo esto librado, fue a enterrar el cuerpo del ynfante
don Joan su marido a Burgos (Anónimo, Gran crónica de Alfonso XI, I, 324,
CORDE)
160
Las perífrasis con participio pasivo en las que participa también el verbo
estar muestran la misma falta de consolidación sintagmática. En el
español de ayer y de hoy es posible la intercalación de elementos entre
estar y el participio. Se trata normalmente de adverbios y locuciones
adverbiales o del sujeto de la construcción:
¡Oh, gran Dios, quién estuviera aquella hora sepultado, muerto ya lo estaba
(Lazarillo, 108) Y estando aquella mañana Isabella vestida por orden de la reina
tan ricamente que no se atreve la pluma a contarlo (Cervantes, Novelas Ejemplares,
II, 77, CORDE)
57 En español medieval la colocación del pronombre átono era más compleja, porque
el factor gramatical venía fuertemente interferido por la tendencia fonética de la
llamada tendencia enclítica de las partículas átonas (Elvira, 1987).
58 Una situación similar muestran las perífrasis de superlativo en castellano medieval,
según los datos y análisis de Serradilla Castaño (2006 y 2007).
161
4.2.4. Reducción del ámbito sintáctico
162
auxiliares, procedentes de unidades con relativa movilidad, terminen
fijando su posición respecto del núcleo con el que se combinan. El
origen del perfecto compuesto está, como es sabido, en la perífrasis
latina epistulam scriptam habeo, que gozó de una ordenación relati-
vamente libre en la construcción latina originaria; conforme la nueva
perífrasis romance se fue consolidando, el nuevo auxiliar fue fijando su
posición antepuesta al participio (he venido, he sabido, etc.). Esta
fijación del orden no estaba consolidada todavía en algunos textos
castellanos de los primeros siglos de la Edad Media, que evitaron la
colocación del auxiliar en posición inicial absoluta (por efecto de una
antigua tendencia enclítica que afectó a las partículas átonas, tanto
pronombres como auxiliares), y prefirieron invertir la posición del
auxiliar en el comienzo de frase o período:
Señor, dicho te he lo que dezir quería (FGonzález, 252) entendido he yo todo lo que
dicho avedes (Troyana, 84r)
163
Tendrán que pasar muchos siglos para que, ya en época románica, se
dieran los primeros pasos para rigidizar el orden de otros elementos de
jerarquía superior, como el sujeto o el objeto directo.
También observamos un proceso de paulatina fijación del orden en
la historia de la ya mencionada perífrasis durativa de estar + gerundio.
La lengua medieval fue bastante más proclive que la moderna a permitir
la anteposición del gerundio al verbo estar59:
59 La rigidación en el orden de los adjetivos relacionales tiene que ver con ese proceso
de gramaticalización del que estamos hablando (Serradilla, 2009).
164
como la conjunción y o el relativo (y también conjunción) que del
español significan algo conceptualmente traducible; más bien de-
sempeñan funciones en la organización lógica y estructural de la lengua
y en la tarea de facilitar una comunicación eficiente.
Por otro lado, el significado gramatical no es homogéneo, porque no
lo es tampoco la función que cada una de estas piezas está llamada a
desempeñar en la gramática: la indicación aspectual o temporal que
aporta un auxiliar poco tiene que ver con la clave de accesibilidad
referencial que aporta un artículo determinado o con la información
sobre expectativas no cumplidas que proporciona una conjunción
concesiva. Con significado nocional o con un papel meramente
funcional, todas las piezas gramaticales colaboran en el objetivo general
de facilitar la transferencia de contenidos de manera eficiente y pro-
cesable, pero las tareas específicas que cada una de ellas está llamada a
desempeñar son esencialmente diferentes. Por este motivo, la in-
vestigación que se ha llevado a cabo en este terreno no ha conseguido
aislar un proceso único de cambio semántico que pueda ser asociado de
forma sistemática y característica con los procesos de gramaticalización.
Por el contrario, el estudio de la semántica de estos procesos nos pone
delante de un conjunto heterogéneo, cuando no dispar, de procesos
semánticos asociados.
Las aproximaciones clásicas al fenómeno de la gramaticalización
(Gabelentz, Meillet...) interpretaron que los cambios semánticos aso-
ciados a estos fenómenos habían de verse como procesos de pérdida de
especificidad y concreción semánticas. Para definir estos procesos se
utilizaron términos como debilitamiento, blanqueo, generalización y
otros similares, que intentaban plasmar la intuición de que los nuevos
significados gramaticales son a menudo menos concretos, precisos y
conceptualmente accesibles que los significados léxicos, normalmente
relacionados con entes, acciones o cualidades mucho más claramente
identificables y definibles.
No está, sin embargo, claro en todos los casos que el nuevo valor
gramatical adquirido deba verse como una versión más abstracta e
inespecificada de la pieza léxica previa. La idea, por ejemplo, de que el
valor epistémico o de probabilidad del verbo deber es más abstracto y
menos asequible conceptualmente que el previo valor de obligación no
es fácil de justificar en términos formales y objetivos. Es verdad que en
muchos casos de gramaticalización hay una pérdida de restricciones
165
semánticas que hacen que la pieza en cuestión incremente su capacidad
combinatoria. Es lo que ocurre con el auxiliar will del inglés, que tenía
un significado modal atribuible en principio a sujetos personales; poco a
poco, sin embargo, su debilitamiento semántico hizo posible la
combinación con otro tipo más variado de sujetos, incluidos los de cosa.
Lo mismo ocurrió con el modal latino habere, desde su significado
léxico de posesión física, atribuible a un sujeto personal, hasta su
desarrollo como auxiliar de futuro en latín vulgar, con una combinatoria
semántica mucho más amplia. Una similar ampliación de la distribución
semántica detectamos en el caso de los modales epistémicos, pro-
cedentes habitualmente de antiguos modales deónticos con sujeto
humano (Juan debe terminar su trabajo), pues los más recientes modales
epistémicos pueden también ser utilizados con sujeto no humano (la
reunión debe haber terminado).
Esta referencia a la posible pérdida de restricciones semánticas y la
consiguiente generalización en la distribución sintáctica no agota, sin
embargo, la descripción del proceso semántico implicado en la
gramaticalización de muchas piezas léxicas. En la mayoría de los casos,
además de la pérdida de restricciones semánticas, se constata también la
incorporación de nuevos rasgos o elementos de significado que no
estaban presentes en la situación previa. Ocurre así, por ejemplo, con el
valor de futuro alcanzado por los modales de muchas lenguas, que
constituye un rasgo semántico nuevo y específico en la semántica de
estos verbos. Lo mismo cabe decir del significado aspectual que el verbo
haber adquiere en su nuevo papel de auxiliar de tiempos compuestos. En
ambos casos, junto a un debilitamiento del significado previo,
encontramos el reforzamiento de nuevos valores semánticos que en un
principio pudieron estar solo sugeridos o apuntados en determinados
contextos. Esta combinación de pérdida y ganancia semánticas, como ha
sido descrito el proceso alguna vez, describe mucho mejor el cambio
semántico implicado en los procesos de gramaticalización.
Parece claro además que, con independencia del efecto semántico de
ampliación o restricción del significado previo, los procesos de
gramaticalización tienen un fundamento básicamente cognitivo. En este
dominio, resulta posible distinguir al menos dos mecanismos básicos de
desplazamiento de significado, la metáfora y la metonimia, que
constituyen los pilares que sostienen la semántica de la mayoría de los
procesos de creación de piezas gramaticales. En realidad, metáfora y
166
metonimia son una manifestación de procesos cognitivos y asociativos
más amplios que regulan otros procesos y actividades de la mente y el
conocimiento humanos.
La metáfora tiene un carácter más conceptual y referencial y se
manifiesta, en principio, con mayor frecuencia, en los estadios iniciales
de la gramaticalización, en los que el léxico retiene con más fuerza sus
componentes semánticos. La metonimia, sin embargo, se asocia
habitualmente con los efectos instrumentales y funcionales de la lengua
y resulta por ello más habitual en estadios de gramaticalización más
distantes del origen léxico. En todo caso, ambos mecanismos se com-
binan en proporción variable en muchos procesos de gramaticalización:
Léxico Gramática
Metáfora Metonimia
167
distante e infrecuente con los mismos esquemas que aplicamos a la
conceptualización y comprensión de los hechos más habituales60.
En un terreno estrictamente lingüístico, esta situación tiene su
contrapartida en una preferencia muy arraigada en todas las lenguas por
el uso de la metáfora (Heine, Claudi y Hünnemeyer, 1991: 29). Las
metáforas de la lengua no se restringen, por supuesto, al terreno del
léxico, pues constituyen también un importante desencadenante de
cambios en la gramática. Y es que tanto en el léxico como en la
gramática se dan transferencias desde unos dominios conceptuales a
otros (de lo animado a lo inanimado, del espacio al tiempo, etc.).
Hay, en efecto, cierta evidencia en favor de la hipótesis de que las
ideas y conceptos que se basan en nuestra percepción de los objetos y
fenómenos más frecuentes de nuestra experiencia constituyen el
entramado básico y el punto de referencia que nos permite organizar la
experiencia y el conocimiento de otros hechos y objetos menos
frecuentes o menos accesibles a la percepción física inmediata. Los
conceptos que recogen estas experiencias en nuestra mente, forman parte
de una suerte de vocabulario básico de nuestra mente. A este repertorio
básico de conceptos pertenecen, por ejemplo, las relaciones espaciales
básicas (arriba/abajo; detrás/delante) o las experiencias y acciones más
habituales (comer, coger, ver, etc.). Este catálogo de conceptos básicos
incluye también actividades muy generales, habituales y universales,
como decir, hacer, tomar, ir o venir. Tales conceptos, igual que los
términos que los mencionan, suelen adquirir un valor muy general, lo
que les hace aplicables en gran cantidad de contextos y situaciones. La
mayoría de ellos incluyen o pueden sustituir a otros más concretos y
específicos. Así, la idea de decir puede surgir en el mismo contexto en
que usamos otros conceptos más específicos, como los que recogen los
términos opinar, pensar o afirmar. Estas nociones básicas son
universales, independientes de la cultura y, por ello mismo, directamente
traducibles de una lengua a otra. Hacen referencia a las experiencias
168
humanas más elementales y constituyen un “alfabeto de pensamientos
humanos”, según palabras de Wierzbicka (1988).
Lingüísticamente, estos conceptos básicos se codifican como
lexemas o palabras, en el sentido más genérico y menos técnico del
término. Estos lexemas constituyen lo que se denomina vocabulario
básico, es decir, el listado de aquellos lexemas que son menos o nada
susceptibles de ser sustituidos por otros más generales (tener, entrar,
salir, estar, atrás, persona, padre, madre, niño, dar, venir, tomar, estar,
etc.). La información que nos proporciona la tipología nos confirma que
estos términos de nuestro vocabulario básico son los principales
candidatos a experimentar desplazamientos metafóricos con repercusión
gramatical.
El espacio es uno de los dominios cognitivos más básicos de la
cognición humana. Ello es debido a que casi todas las nociones
espaciales, como la distancia, el tamaño, la posición relativa, etc., son
fácilmente perceptibles por los sentidos y están incorporados a la
experiencia humana desde el principio de la vida. No extraña, pues, que
el entramado conceptual del espacio y su expresión lingüística sirvan de
modelo para la ordenación y denominación de otros dominios
conceptuales menos perceptibles61.
La idea de que las expresiones referidas al espacio y al movimiento
constituyen la base de muchas otras de diferente valor está en la base de
la teoría denominada localismo. Ha sido muy citado, a este respecto,
Lyons, quien escribió que “muchos usos que han sido considerados
metafóricos pueden ser contemplados desde la tesis del localismo”62.
Uno de los dominios conceptuales en los que de forma reiterada se
proyecta la metáfora del espacio es el tiempo. De hecho, la estrecha
relación del espacio con el tiempo es, probablemente, un hecho universal
(Haspelmath, 1997b)63. Parece, en efecto, que en todas las lenguas del
169
mundo es posible establecer pares como los siguientes, u otros similares,
que manifiestan el paralelismo gramatical de la expresión del tiempo y el
espacio:
También en español:
170
Mantenimiento (de estado y dirección): Sigo aquí / Sigo enfadado.
Cambio (de estado y dirección): Volverse a casa / Volverse loco
Inicio (de estado y dirección): Meterse en el coche / Meterse en líos.
Fin (de estado y dirección): Salir de casa / Salir de apuros
Acción causativa (de estado y dirección): Sácame de aquí / Sácame
de apuros.
171
levantado, echado64. Estas locuciones tienen sus equivalentes en otras
lenguas románicas65.
Las expresiones de simple localización espacial que ya no hacen
referencia a la posición física son a menudo, como ya se ha dicho, el
punto de arranque de procesos de traslación hacia otros dominios
conceptuales más abstractos. El resultado de estos desplazamientos suele
ser la aparición de construcciones que, manteniendo la misma estructura
de la construcción locativa, expresan la ubicación del sujeto en un
dominio cualitativo y no meramente espacial, como en la estructura
originaria. Es esto lo ocurrido en español con el citado verbo estar,
cuyos usos desplazados mostraban paralelismo estructural con los del
verbo en sentido literal. Entre ellos, fue especialmente frecuente la
construcción en la que el verbo se combinaba con un complemento pre-
posicional con en. La nueva construcción desplazada permitía situar al
sujeto en un estado moral, cualitativo o psicológico:
Verdad es que antes que me determinase asi por el camino como en tu casa estuve
en grandes dubdas si te descubriría mi petición (Celestina, 230, CORDE) la qual
oyendo que Leriano estava en ell agonía mortal, falleciéndole la fuerça, sin ningún
sentido cayó en el suelo (Carcel de amor, 135, CORDE) y muchas veces estuvo en
peligro de se perder y ser preso de los enemigos (Jerónimo Zurita, Anales de la
corona de Aragón. Primera parte, I, 516, CORDE)
Sin embargo, el nuevo estar con valor metafórico fue desarrollando poco
a poco su propia combinatoria sintáctica y empezó a usarse con
complementos que no tienen precedente en el uso locativo. Es el caso de
la construcción perifrástica estar por, que se hace especialmente
frecuente al final de la Edad Media. Esta construcción, que se conserva
todavía vigente, hace referencia a la acción aún no realizada, con un
matiz de intencionalidad incierta (Yllera, 1982: 141):
...que estuve dos o tres vezes por me arremeter a ella (Celestina, 274)
64 Sin embargo, Stengaard (1991: 125) defiende que hay cierta redundancia en las
primitivas construcciones de estar de pie, que tendrían carácter marcado.
65 Comp. port. pee, sentado, deitado; fr. debout, assis, etendu; rum. in picioare,
asezat, intins, etc.; vid. Pountain, (1982: 142)
172
lenguas del mundo. Uno de los recursos más habituales es precisamente
la expresión locativa: cf. ital. ci sono, ing. there is, etc. Y ello es debido
al efecto de una metáfora bien clara: existir es estar presente, con la que
se relaciona otra también muy productiva, según la cual nacer es igual
que llegar y morir es lo mismo que partir. La etimología del cultismo
español existir está en el antiguo verbo latino exsistere ‘salir fuera,
emerger’, que se basa en esta misma metáfora (Santos Domínguez y
Espinosa Elorza, 1996: 103-106). Más abstracta aún que la existencia es
la idea de posesión. Por eso no es raro que muchas lenguas la expresen a
través de construcciones de existencia, como en las expresión latina mihi
est liber o la francesa le livre est à Pierre, en las que subyace una lectura
literal equivalente a ‘el libro existe para mí’ (Santos Domínguez y
Espinosa Elorza, 1996: 95-97; Heine, 1997: 83-108).
Comparar es incluir bajo la misma noción o concepto las cosas y
hechos similares y, a la inversa, clasificar en conceptos separados las
cosas que no son iguales. Por tanto, la idea espacial de acercamiento o
separación subyace a las nociones más abstractas de igualdad o
diferencia. Paralelamente, la lengua expresa la comparación como un
proceso de acercamiento o alejamiento mental entre dos entidades o
situaciones y utiliza para ello las preposiciones que indican
acercamiento, como a (se parece a, es igual a) y las que indican
separación de (es diferente de). La etimología de la palabra diferente o
diferencia apunta a la noción de divergencia y separación (lat. difero,
diferre ‘divergir’; Santos Domínguez y Espinosa Elorza, 1996: 97-100;
Heine, 1997: 109-130).
173
De manera general, la comunicación verbal cotidiana transmite con-
tenidos que no van directamente incluidos en el significado literal de las
expresiones que se intercambian. Supóngase la siguiente conversación:
174
efectiva, de la capacidad interpretativa del oyente y su contexto. La
forma en que el hablante construye su mensaje es consecuencia de esta
conjetura66.
Existen varios mecanismos para orientar y facilitar la deseada
interpretación de un mensaje. Hay, en primer lugar, procedimientos
tonales y prosódicos que contribuyen a desambiguar ciertos contextos.
Existe también la opción léxica, que incrementa el grado de explicitud
del mensaje (no necesariamente en el grado extremo que muestra la
respuesta B del ejemplo anterior). El mensaje enviado contendrá tanto
más material tonal, prosódico o léxico (es decir, será mucho más
explícito), cuanto más equívoco sea el contexto o cuanto mayor sea el
número de interpretaciones alternativas que los mensajes más breves
puedan contener.
Ciertas soluciones léxicas destinadas a orientar la interpretación de
los mensajes suelen adquirir un uso cada vez más frecuente, lo que da
lugar a la aparición de usos rutinarios y automáticos (vgr. ¡El siguiente!).
El uso repetido de determinados procedimientos léxicos para orientar la
interpretación de los enunciados puede llegar a hacerse convencional y
ser una fuente esencial de creación de gramática. La gramatización, en
este sentido, se parece mucho al proceso de creación de un camino a
través de un parque, como efecto del tránsito reiterado de las personas
por el mismo sendero. Cuanto más desbrozado y concurrido, más
transitable se vuelve el camino, hasta que se convierte en la forma
convencional de llegar al destino. De manera similar, lo que llamamos
una construcción gramatical tiene su origen en la reiteración de un
esquema o procedimiento comunicativo que termina haciéndose
convencional en su función de orientar y restringir la interpretación de
un enunciado (LaPolla, 2003).
Existen buenas razones para pensar que muchos desplazamientos
semánticos como el que se acaba de mencionar, en virtud de los cuales
175
algunas expresiones incorporan en su significado literal el valor
inferencial que asumen contextualmente, constituyen ejemplos de
desplazamientos asociativos desde lo dicho a lo implicado o deducido
por lo dicho (Traugott y König, 1991: 193). Desde el punto de vista del
mecanismo asociativo implicado, dichos desplazamientos pueden
considerarse como un ejemplo de metonimia, en un sentido general del
término. En estos procesos, la tendencia del emisor a no decir más que lo
estrictamente necesario se combina con la tendencia del receptor a
seleccionar la interpretación más relevante e informativa de lo que se
dice (Traugott y Dasher, 2002: 38). La tensión entre las dos tendencias
lleva a los hablantes a reforzar la informatividad de sus mensajes a través
de un proceso metonímico de carácter inferencial. Se trata siempre de
inferencias abductivas, que buscan la mejor explicación del porqué una
frase debería ser cierta en un determinado contexto.
Un buen ejemplo de convencionalización de implicaciones
pragmáticas nos lo proporciona el proceso que incorporó al verbo
locativo estar en las construcciones perifrásticas de gerundio (estoy
trabajando) y en las de participio (está terminado). También otros
verbos emparentados semánticamente con los locativos, como los de
movimiento (andar, venir, etc.), han participado en mayor o menor
grado en este proceso de auxiliarización, que ha hecho posible en
español construcciones como ando cansado todo el día o vengo
observando que no me escuchas.
El origen de la perífrasis de estar con gerundio hay que buscarlo en
la Edad Media, en construcciones en las que el verbo estar funcionaba
con su originario valor locativo; significaba, por tanto, ‘encontrarse en
un lugar’ y se combinaba con un gerundio que aportaba una
determinación circunstancial. Estos valores se percibían especialmente
bien cuando estar y el gerundio aparecían separados por un adverbio
locativo o por una pausa (Yllera, 1974: 26; Komé Koloto, 1997: 224):
176
punto de vista implicativo o inferencial, estas frases permitían una
lectura aspectual de carácter durativo. Ocurrió pronto, sin embargo, que
el primitivo valor espacial se fue desdibujando paulatinamente, con
mayor rapidez en aquellos casos en los que no se encontraba presente
ningún adverbio o locución que hiciera explícita la idea de lugar. El
retroceso de la lectura espacial literal favoreció el avance de la
interpretación aspectual. En la medida en que la nueva lectura avanza, el
verbo estar y el gerundio se vincularon en una nueva unidad funcional
de carácter perifrástico. Dentro de ella, el gerundio es ahora el encargado
de expresar la acción principal y estar se convierte en un índice verbal de
aspecto durativo (Lyer, 1932: 22-23). Esta lectura aspectual es verosímil
ya en muchos ejemplos de la lengua medieval como los siguientes:
Un origen similar tiene e uso de estar con participios (las cosas están
puestas), que fue poco consolidándose para la expresión de la pasiva de
estado resultante. El desarrollo y consolidación de estos usos auxiliares
de estar es tardío en castellano medieval, en relación con los despla-
zamientos metafóricos señalados en el apartado anterior, pues solo ganó
terreno al final de la Edad Media y precisó de varios siglos de alternancia
con el antiguo ser para consolidarse tal como lo conocemos en el español
de hoy (Navas Ruiz, 1963: 70-75; Pountain, 1982: 140).
177
fases en las que la expresión va adquiriendo nuevos valores sucesivos
favorecidos por el contexto, que en las fases finales terminan haciéndose
convencionales, desplazando al antiguo valor e incorporándose al
significado de estas expresiones. Por consiguiente, las metáforas de este
tipo tienen un carácter más aparente que real y son más el efecto que la
causa de estos procesos. Aunque permiten una interpretación, más o
menos forzada, en términos de transferencia de dominio conceptual,
tienen en su génesis un fundamento más pragmático que propiamente
conceptual y surgen en realidad de la convencionalización de impli-
caciones y reinterpretaciones contextuales.
Por definición, los cambios metafóricos no son graduales, ni
manifiestan la convivencia de los antiguos significados literales con los
nuevos valores de sentido. Por el contrario, las transferencias infe-
renciales documentan habitualmente situaciones de transición, percep-
tibles inicialmente en determinados contextos, en los que los antiguos
valores conviven con los nuevos, con mayor o menor claridad, según los
casos. El incremento de la frecuencia tendrá el efecto de hacer que el
valor implicado se transforme poco a poco en valor literal. La última
etapa del proceso es la generalización del nuevo valor a contextos en los
que anteriormente no era posible.
Hay metáfora emergente en el proceso de adquisición del valor
epistémico por parte de algunos verbos modales. Dentro del conjunto de
estos verbos, es habitual y básica la distinción entre modales radicales y
modales epistémicos. Los primeros nos hablan de capacidades, deberes o
posibilidades que se derivan de principios, fuerzas o leyes activas en el
mundo real (los hijos deben obedecer a sus padres), mientras que los
modales epistémicos hacen afirmaciones en el terreno de las inferencias
y las deducciones (Aquí debe haber un error). De una forma más sencilla
y breve, diríamos que los modales radicales nos hablan de lo que es
posible, obligatorio o necesario mientras que los epistémicos nos hablan
de lo que es probable o verosímil.
Se ha constatado una prioridad evolutiva de los modales radicales
sobre los modales epistémicos, que proceden habitualmente de la
gramaticalización de los modales radicales. Es precisamente este el
proceso que han experimentado en español de otras épocas los verbos
poder y deber. Estos verbos, sin perder sus valores originarios de
capacidad u obligación, se han convertido en instrumentos que permiten
al hablante hacer afirmaciones sobre el valor de verdad de la proposición
178
contenida en un enunciado (Juan puede/debe haberse equivocado).
Es importante señalar no solo la amplia difusión del fenómeno, sino
también el hecho de que presenta un carácter habitualmente uni-
direccional e irreversible, de tal manera que la llamada modalidad episté-
mica constituye normalmente la última etapa de una evolución que
arranca en los valores no deónticos del modal. Lo mismo se observa en
el desarrollo del lenguaje de los niños; en este terreno la modalidad
epistémica es también posterior a la deóntica y requiere un mayor grado
de madurez mental (Papafragou, 1998: 24; 2002).
De acuerdo con su etimología latina, el verbo deber señala una
obligación moral o deuda material asumible por un sujeto volitivo
(Corominas-Pascual, 1984: 429). No extraña, pues, que el uso medieval
de este verbo esté asociado fundamentalmente con sujetos agentivos y
humanos que se ven impelidos a realizar una acción de manera
voluntaria:
Vayan los mandados por los que nos deuen aiudar (Cid, 23v) Siempre deuen tal
çaga auer los traedores / Non deuen escapar por nullos fiadores (Alex-O: 68r) las
dueñas e mugeres deuen su rrespuesta dar / a qualquier que las fablare o con ellas
rrazonare (LBA-S, 30r) que non dubda de fazer por si mismo todo lo que deue
(Estados, 81r)
El xjj capitulo departe quales tienpos deuen creçer los çeuos a las Aues o menguar
(Caza, 7v) commo sodes omnes entendidos bien deuedes saber que el diablo non
nos puede fazer njngund mal (Veinte Reyes, 14v) e dixole llorando de los ojos don
arias gonçalo menbrar vos deuedes commo mj padre el Rey ferrando me vos dexo
en encomenda (Veinte Reyes, 107r) E vos deuedes saber que despues que abenhud
fue muerto fue el señorio delos moros de aquen mar partido en muchas partes
(Veinte Reyes, 219r)
179
El mismo valor factual débil se detecta desde antiguo en determinadas
situaciones sintácticas, como el uso precedido de la negación (no debes
tener miedo = ‘no hay ninguna razón para que tengas miedo’) o el
empleo en voz pasiva, perifrástica o impersonal. También el uso de
deber en determinados tiempos verbales, como los del pasado de
indicativo, tiene el mismo efecto atenuador de la modalidad factual. Una
construcción como tú no debiste venir no significa ya ‘tú no tuviste en el
pasado la obligación de venir’, sino más bien ‘no fue bueno que tú hayas
venido’. Este tipo de datos, procedentes del español antiguo, confirman
la impresión expresada ya por diferentes autores, a propósito de datos de
otras lenguas, de que los verbos modales tienen una semántica
indeterminada y fuertemente dependiente del contexto.
Hay, por otro lado, un segundo grupo de ejemplos del español
antiguo en los que el valor epistémico, sin desplazar al deóntico, aparece
ya apuntado, sugerido o implicado en determinados contextos y
situaciones a través de procesos inferenciales. Detectamos este compor-
tamiento, por ejemplo, en el contexto inmediato de una subordinada
causal. En algunos de estos casos, la causa que expresa la subordinada
puede entenderse como causa factual, de acuerdo con la visión deóntica,
pero también como premisa lógica, con lo cual nos encontramos ante un
primer atisbo de lectura epistémica:
Murio esse Rey Tulgas en Toledo e fizieron grand duelo e grand llanto todos por el.
E grand pesar deuien todos auer por que tan ayna le perdieron (Estoria de España,
173r) Et por todas las razones dichas deuio ihesu christo nasçer de sancta maria
seyendo vi`rgen desposada e non casada nin biuda nin vi`rgen sola mente (Estados,
111v)
has me dado plazer con tus razones: toma tu dinero e vete con dios, que me paresce
que no deues auer comido (Celestina, 20r, CORDE) Sempronio.- Salido deue auer
180
melibea: escucha que hablan quedito (Celestina, 46r, CORDE) desgreñado viene el
vellaco: en alguna tauerna se deue auer rebolcado (Celestina, 51r) e dizenme, ques
de la hazienda de tu amo? ...no se yo esso, les respondi, sin duda dizen ellos esta
noche lo deuen de auer alçado y lleuado a alguna parte (Lazarillo, 35r, CORDE)
e dixe entre mi: quantos deue de auer enel mundo, que huyen de otros porque no se
veen assi mismos (Lazarillo, 4r, CORDE) que la boz tienes ronca: las baruas te
apuntan: mal sosegadilla deues tener la punta dela barriga (Celestina, 11r, CORDE)
mala landre te mate si de risa puedo estar viendo el desamor que deues de tener a
essa vieja (Celestina, 19r, CORDE) la llaue se me puso enla boca, que abierta deuia
tener, de tal manera y postura quel ayre y resoplo que yo durmiendo echaua, salia
por lo hueco dela llaue y siluaua (Lazarillo, 21r, CORDE) y despues aca muchas
vezes me acuerdo de aquel hombre que sin duda deuia tener spiritu de gran
prophecia, y me pesa delos sinsabores que le hize (Lazarillo, 12r, CORDE)
67 La evolución que hemos rastreado, se parece en sus líneas esenciales a la que han
encontrado otros autores en la historia del inglés o del alemán (cf. Diewald, 2002;
Gamon, 1994).
181
de los hechos al dominio de las hipótesis y sus valores de verdad. En un
principio, los verbos deber y poder se sitúan en un dominio regido por
leyes físicas o circunstancias sociales que se ejercen sobre seres huma-
nos, pero terminan situándose en un nuevo dominio de naturaleza mental
y metalingüística. Se han producido, pues, sendas transferencias desde
un dominio conceptual a otro, bastante parecidas a la traslación meta-
fórica. Pero las transferencias de dominio son el efecto final y no la
causa del cambio, cuya génesis, como hemos visto, tiene un fundamento
totalmente diferente68.
182
eliminación y simplificación de esta alternancia, habitualmente a favor
del más reciente significado gramatical:
dirección receptor
propósito experimentador
posesión predicativa beneficiario
posesión externa judicantis
183
zamiento semántico. En muchos casos, los desplazamientos están
ordenados, en virtud precisamente de esa contigüidad. Por ello, si tres
funciones A, B y C se sitúan contiguas y en el mismo orden en el interior
de un espacio conceptual, el desplazamiento de la polisemia de una
expresión desde A hasta C, puede estar condicionado a que previamente
A haya incorporado el valor C:
A > B > C
184
Un dominio gramatical en el que se detectan polisemias recurrentes es el
de los reflexivos y sus funciones sintácticas asociadas. El espacio
conceptual de la reflexividad parece ordenarse de la siguiente manera,
según los datos recogidos por Haspelmath (2003):
69 El valor anticausativo vendría dado en los casos en que está presente un sujeto no
animado que es afectado por una acción que se ejerce de manera espontánea o sin
agente específico. En la latinidad tardía fueron posibles este tipo de oraciones, en
casos como lat. fores se aperiunt ‘las puertas se abren solas’, que anuncian lo que
en romance serán los usos de la pasiva reflexiva.
70 El pasivo potencial se refiere a construcciones con valor pasivo y significado
genérico, a menudo usados con frases adverbiales del tipo la paella se hace bien
con arroz hervido.
185
prefieran abandonar las primeras acepciones, en beneficio de las más
recientes. Esto significa que las cadenas de polisemia se mueven y
extienden en una misma dirección, pero se reducen y recortan en el
sentido opuesto. Es lo que ocurrió con la evolución del reflexivo. El
latín, por ejemplo, perdió pronto el valor enfático que tuvo el reflexivo
originariamente y tuvo que ser reforzado por ipse:
inglés X X
himself
latín se X X
francés se X X X X
español se X X X X X
sobresilv. X X X X
se-
sueco -s X X X
186
casualidad. La superposición de ambos valores, condicional e
interrogativo indirecto, ha podido venir favorecida por el carácter de
irrealidad que ambas construcciones tienen:
expecto si quis dicas ‘espero por si dices algo’ (Plauto, Trin. 98) canes aluntur in
Capitolio ut significent si fures venerint ‘se mantiene a los perros en el Capitolio
para que avisen en el caso de que vengan ladrones’ (Cic. Rosc. Am. 20, 56:)
187
4.4. Unidireccionalidad de la gramaticalización
188
(catar lo é > lo cataré), puede verse como una evolución de último nivel
(clítico > morfema flexivo).
Esta misma visión de la gramaticalización como fenómeno orien-
tado, unidireccional e irreversible ha recibido otras formulaciones, que
hacen hincapié en diferentes aspectos materiales, gramaticales o distri-
bucionales del proceso: He aquí algunas de ellas (Tabor y Traugott,
1998: 229):
189
preconcepciones de escuela pesan a veces más que el análisis de los
propios hechos.
Otra vía habitual de descalificación de la hipótesis de la
unidireccionalidad transcurre a través de la constatación empírica de la
existencia del fenómeno inverso a la gramaticalización, que algunos,
como el citado Newmeyer (2001: 205), denominan directamente desgra-
maticalización. Sin embargo, la mayoría de los pretendidos casos de
desgramaticalización no resisten un análisis serio y reciben normalmente
otras interpretaciones más razonables. Se nos dice, por ejemplo, que
creaciones o novedades gramaticales del tipo los ismos, el cómo y el
porqué, etc., son casos claros de desgramaticalización (Ramat, 1992),
porque testimonian que un elemento esencialmente gramatical, como un
sufijo o una conjunción, resulta traspuesto a una posición léxica.
También el inglés y otras lenguas germánicas conocen el fenómeno de
verbalización de preposiciones (to down = ‘degradar’, en el lenguaje
deportivo; Campbell, 2001: 128).
Pero estos y otros fenómenos similares no son sino ejemplos
triviales de un proceso bien distinto, que algunos autores denominan
sustantivación o conversión lateral (Lehmann, 2007: § 3.4.) y que
consiste en la transferencia de una unidad a un contexto sintáctico nuevo
o insólito para ella. Este tipo de procesos se da, sin duda, en español y
presentan una direccionalidad muy variada. Pueden afectar a sufijos, que
resultan nominalizados, como ocurre en los ismos, los pros y los
contras, etc. También puede afectar a formas verbales (los dimes y
diretes) o incluso a frases u oraciones completas (por un quítame allá
esas pajas), que pueden nominalizarse bajo el ámbito de un
determinante.
Existen también mecanismos morfológicos bien conocidos que
pueden modificar la categoría de la base a la que se aplican. La
combinación de radicales nominales con desinencias verbales (pajarear,
buzonear, etc.) se basa en este tipo de mecanismos y desempeña un
papel esencial en la creatividad léxica. La misma interpretación cabe
aplicar a los procesos derivativos que convierten una pieza gramatical en
un verbo o sustantivo. Se trata de fenómenos habituales de formación de
palabras, como el que da lugar a la aparición del verbo latino nec-are
‘negar’ a partir de la conjunción adverbial nec; o la formación de los
verbos tutoyer (fr.) o tutear (esp.), formados por derivación a partir de
los correspondientes pronombres personales de segunda persona. No son
190
pocos los autores que, de forma inadecuada, han querido encontrar en
estos fenómenos una prueba de la existencia de los procesos de
desgramaticalización; entre otros, Harris y Campbell (1995: 338) y
Norde (2001). Sin embargo, la gramaticalización no viene desen-
cadenada por una transposición de este tipo; la recategorización que
experimenta la pieza gramaticalizada es el efecto posible y no la
motivación esencial del proceso y tiene siempre un efecto de in-
corporación de valores gramaticales, en detrimento del significado
léxico.
De manera similar, no resulta claro que la evolución de ciertos
marcadores del discurso ponga en cuestión la unidireccionalidad de la
gramaticalización, como suponen precipitadamente Tabor y Traugott
(1988: 231), con referencia a locuciones del inglés como in fact o
indeed. Según los citados autores, estas locuciones provienen en su
origen de expresiones con ámbito intra-oracional pero terminan
ampliando su ámbito a la oración completa (por tanto, extraoracional),
en contra de lo que es habitual en otros procesos de gramaticalización.
Sin embargo, el mecanismo que da lugar a estas locuciones, igual que el
que genera otras equivalentes del español, como de hecho o sin embargo,
está relacionado con la gramaticalización solo de manera indirecta o
tangencial y con la lexicalización de modo mucho más directo. Los
marcadores del discurso son piezas de la gramática, pero el mecanismo
que les da origen no es un proceso de gramaticalización, sino de
lexicalización (v. cap. 5.). En última instancia, no conviene olvidar que
no toda unidad o locución con un papel en la gramática surge de un
proceso de gramaticalización. Los procesos de lexicalización también
crean piezas gramaticales.
También habría que ver casos de lexicalización en algunos
fenómenos de retroceso flexivo, que han sido inadecuadamente
interpretados como ejemplos de desgramaticalización. Esta es la
explicación pretendida por Ramat (1992) para la opacidad alcanzada por
el sufijo -or, que se encontraba presente en el origen de la palabra señor
(< senior lit. ‘más viejo’). En realidad, en casos como este, ocurre que
ciertas unidades complejas que antaño se generaban desde la gramática
tienen ahora acceso puramente global. Como consecuencia de este
retroceso, las antiguas unidades dejan de ser segmentables. Estas son
precisamente algunas de las notas que definen a los procesos de
lexicalización.
191
También se ha querido ver desgramaticalización en el proceso expe-
rimentado por ciertos sufijos flexivos que se convierten en derivativos
(Newmeyer, 1998a: 264; Norde, 2001: 245 n.), como ocurrió con las
desinencias -ante/-ente en español e italiano. En ambas lenguas, una
antigua desinencia de participio de presente se ha convertido en un sufijo
derivativo, con amplia productividad. Pero no resulta nada claro que el
concepto de desgramaticalización resulte adecuado para entender estos
casos, nada infrecuentes, de incorporación de morfemas a nuevos usos.
El término exaptación ha sido utilizado a veces para hacer referencia a
este tipo de mecanismos de reutilización funcional de determinados
elementos gramaticales, que son especialmente habituales en la
morfología (Lass, 1990). Sin embargo, como señala (Traugott, 2004), los
fenómenos de reciclaje funcional que se han descrito hasta el momento
son notablemente raros, como afirman habitualmente los propios autores
que los han descrito y no presentan un perfil claro y homogéneo, que
permita contraponerlos como fenómenos paralelos, pero inversos a los
procesos de gramaticalización. En función de los pocos casos descritos,
parece verosímil apuntar que el retroceso de determinadas categorías
gramaticales, como el género o el aspecto, puede dejar sin función
específica a alguno de los marcadores habituales de estas categorías. En
ciertas condiciones, estas antiguas piezas se salvarán de la desaparición
definitiva a través de su incorporación a una nueva función.
Esta misma o parecida situación es la que pudo haber provocado los
cambios acaecidos en la historia del marcador de genitivo -`s en inglés,
que algunos han querido ver también como ejemplo de desgra-
maticalización (Janda, 2001). En inglés antiguo, esta -`s funcionó como
morfema de genitivo, con comportamiento habitual de morfema y, por
tanto, susceptible de concordancia:
192
El referido proceso, si es que está bien descrito y entendido71, in-
cumpliría de dos maneras el requisito de unidireccionalidad que acom-
paña a los procesos de gramaticalización. De un lado, supone la insólita
conversión de un morfema en un clítico y acarrea, por otra parte, una
ampliación del ámbito estructural del antiguo morfema. De ahí que Janda
(2001)72 considere este fenómeno como un caso de desgramaticalización.
Más razonable es, por el contrario, la idea, sugerida por Traugott (2001),
de que se trata de otro caso de reutilización o exaptación, favorecido por
la caída de los casos en la historia del inglés.
En fin, tampoco es legítimo aplicar el nombre de desgra-
maticalización a aquellos casos en que un proceso de gramaticalización
no supera una fase de tanteo, de tal manera que el nuevo elemento
gramatical b, que convive con el antiguo a, cae en desuso, retrocede y
desaparece (Haspelmath, 2004). Esto es lo que ha ocurrido en inglés con
el paso de man a indefinido, fenómeno que se dio en inglés antiguo pero
que terminó retrocediendo (a diferencia del alemán, en donde sí
prosperó). La misma vacilación parece ser la causa del retroceso del uso
semiauxiliar dare, que decayó en inglés moderno y nunca llegó a
desplazar al uso léxico del mismo verbo (Traugott, 2001: 9).
La supuesta evidencia empírica en contra de la irreversibilidad de la
gramaticalización es discutible. Los casos que hasta ahora se han venido
aportando como supuestos ejemplos de desgramaticalización, permiten
además otras interpretaciones en términos de otros procesos de cambio
más conocidos (conversión lateral, exaptación, lexicalización, etc.). No
reúnen, por tanto, un conjunto de rasgos que nos permitan reconocer un
fenómeno de cambio coherente y unitario. Que existan casos de antiguas
piezas gramaticales que adquieren usos léxicos por diferentes vías y
formas no significa que exista un fenómeno homogéneo y unitario que
pudiera recibir el nombre de desgramaticalización u otros parecidos73.
193
Incluso los más acendrados críticos de la teoría de la grama-
ticalización reconocen que los fenómenos de cambio susceptibles de ser
interpretados como ejemplos de desgramaticalización no son muy abun-
dantes, en comparación con los casos inequívocos de gramaticalización
(Ramat, 1992). De hecho, algunos autores se han decidido incluso a
cuantificar su frecuencia en relación con los fenómenos de grama-
ticalización. Haspelmath (1999a: 1046) considera que la desgra-
maticalización ocurre en una proporción 1:100 con respecto a la grama-
ticalización. El propio Newmeyer (1998a: 276), por su parte, establece
una ratio más moderada de 1:10. Planteadas las cosas en estos términos
cuantitativos, muchos investigadores críticos con el concepto de grama-
ticalización han optado por considerar que la unidireccionalidad no es
más que una característica estadística o preferencial, pero nunca esencial
e intrínseca al fenómeno de la gramaticalización.
Sin embargo, la mayoría de los casos que se citan y comentan
provienen de lenguas muy variadas geográfica y tipológicamente y
resultan por ello difíciles de analizar y contrastar. En cambio, cuando la
observación se ciñe a una lengua o familia de lenguas, como las romá-
nicas o germánicas, que proporcionan datos abundantes de su presente y
pasado, los contraejemplos a la unidireccionalidad son mucho más
escasos. No hay que excluir que algunos casos concretos en lenguas
variadas presenten la apariencia de un proceso de desgramaticalización,
en sentido estricto74. Pero estos ejemplos tienen habitualmente un
carácter aislado y proceden habitualmente de lenguas dispersas. Por el
contrario, la evidencia que proporciona la investigación a fondo de una
lengua concreta y su historia apunta en una dirección muy clara a favor
de la idea de la unidireccionalidad de los procesos de gramaticalización.
El carácter irreversible de los procesos de gramaticalización no es
una consecuencia tautológica de la definición del propio concepto, sino
un rasgo verificable empíricamente en los datos que proporciona la
194
historia de algunas lenguas indoeuropeas, como la española. La
evidencia negativa también confirma esta idea, pues no hay datos que
permitan identificar un fenómeno de cambio gramatical que de manera
coherente e inconfundible pueda llamarse desgramaticalización.
195
En algunos casos estas técnicas retóricas son metafóricas (ha
trabajado un montón); en otros casos se recurre a procedimientos de
inversión taxonómica, que consiste en hacer referencia a un elemento
específico para representar toda la categoría a la que pertenece: estoy
hecho un hércules (es decir, pertenezco a la clase de los hombres
fuertes). En el caso de la negación se trata de un mecanismo basado en
una comparación implícita llevada a un límite enfático. La expresión no
me gusta un pelo podría recibir una traslación hiperliteral parecida a esta:
la cantidad de gusto que me produce es tan pequeña como el peso y el
tamaño de un pelo. Se trata de una contraposición en el interior de un
mismo concepto o dominio, desde la periferia al núcleo, desde lo
marcado a lo no marcado.
No hay que pensar, como a menudo se supone, que todas las
expresiones enfáticas terminen necesariamente perdiendo su énfasis.
Algunas de ellas pueden durar siglos sin perder este valor. Pero es cierto
que, en la mayoría de los casos, el énfasis inicial puede diluirse,
especialmente si estas expresiones son usadas con frecuencia en
contextos que no son enfáticos; en particular, en aquellos contextos que
no contradicen expectativas en sentido contrario a lo afirmado. El uso
desenfatizado o no marcado de determinadas técnicas retóricas puede
hacerse rutinario y extenderse a determinadas situaciones donde no son
tan necesarias. Es lo que ocurre en muchos lugares de la gramática, que,
en buena medida, es un conjunto de rutinas expresivas.
Los procesos de gramaticalización tienen mucho parecido con los
procesos de rutinización en el terreno de las actividades motoras (Bybee,
2003, 2006). Los componentes que llevan al desarrollo y creación de
gramática envuelven estrategias y habilidades cognitivas que se usan
también fuera del ámbito de la lengua. En otro lugar hemos tenido
ocasión de constatar que la ubicación del lenguaje en el cerebro coincide
con la de las áreas especializadas en el procesamiento de las actividades
motoras automatizadas y rutinarias (v. 1.5.6.8.4.). Ello es así porque la
gramática es también, en buena medida, un conjunto de rutinas
cotidianas. Cuando repetimos determinadas tareas, es decir, deter-
minadas secuencias de actividades que se realizan con frecuencia, estas
pasan a procesarse y ejecutarse de manera global, conjunta o empa-
quetada. Esto trae como consecuencia que los componentes originarios
van perdiendo poco a poco su identidad y autonomía iniciales y terminan
influyéndose y condicionándose mutuamente. Lo anterior vale para
196
actividades motoras de muy variado tipo, como tocar el piano, conducir
un vehículo o preparar el desayuno. Esto significa que su ejecución está
previamente programada y no hay que planificarlas antes de llevarlas a
cabo. El beneficio de esta pre-programación es la rapidez y facilidad de
su ejecución, que se realiza de manera relativamente automática y sin un
excesivo control de la conciencia (Dahl, 1997).
De manera similar, las actividades gramaticales tienen mucho de
rutinas motoras, que pueden ser procesadas y ejecutadas de manera
unitaria y automática, sin necesidad de planificación previa. Por ello
mismo, muestran un acceso restringido a la conciencia, lo que hace que
los significados y funciones gramaticales sean en muchos casos difí-
cilmente precisables. Los hablantes pueden habitualmente referirse con
mayor o menor dificultad al significado léxico de los nombres, verbos o
adjetivos. Pero con más dificultad pueden definir el significado de
muchas piezas gramaticales (un modo verbal, un artículo, una perífrasis
de carácter aspectual, etc).
Igual que las acciones rutinarias, las expresiones gramaticales
pueden empaquetarse o incrustarse unas en otras para terminar
produciendo actos de habla fluidos en su enunciación y fácilmente
procesables y decodificables. Este empaquetamiento de la gramática
suele producir un detrimento de la composicionalidad de las expre-
siones. En virtud de esta pérdida, muchas expresiones complejas que se
utilizan con frecuencia terminan asociándose globalmente con los
nuevos valores que el contexto les aporta, haciendo innecesario o inútil
el análisis composicional para ser oportunamente comprendidas. Se trata,
pues, de un proceso de convencionalización, por el cual el significado de
una expresión compleja no es totalmente descomponible en función del
significado de sus partes. En el marco de estos fenómenos de pro-
cesamiento global, algunas de las unidades implicadas en las construc-
ciones más amplias experimentan un conjunto de cambios a los que los
investigadores suelen aplicar el término gramaticalización.
El almacenamiento de unidades complejas es habitual en todas las
lenguas. En muchos casos se trata de secuencias de unidades fijas e
invariables, como buenos días o aunque, etc. Este tipo de usos idio-
máticos, como se los denomina habitualmente, pueden experimentar un
proceso de reducción de la sustancia expresiva del esquema inicial (if
you please > please; hágalo por favor > por favor). Estas reducciones
son consecuencia de la mencionada pérdida de composicionalidad de los
197
esquemas iniciales y se ven favorecidas por el hecho de que su
abreviación no obstaculiza su comprensión ni su eficacia comunicativa.
La frecuencia de uso es, sin duda, un factor que incide muy directamente
en la rutinización de determinadas secuencias de lenguaje (Bybee, 2003).
Cuanto más frecuente se hace un uso expresivo de una expresión o
locución, tanto más se consolida el nuevo significado figurado, con-
textual o adquirido, que puede terminar asociándose con la locución en
su conjunto y desplazar al valor literal originario.
Los procesos de convencionalización no solo afectan al léxico y la
fraseología, sino también a determinadas secuencias o combinaciones
sintagmáticas, en las que hay un mayor o menor grado de variabilidad,
en relación con las piezas léxicas implicadas. En la oración anda
diciendo tonterías por ahí durante todo el día, está presente la secuencia
del verbo andar más un verbo en gerundio. Esta combinación
sintagmática puede en muchos casos interpretarse en su sentido literal y
composicional (como en anda moviendo los brazos, es decir, camina y
mueve los brazos al mismo tiempo), pero en otros casos, como en la
primera oración citada, la misma combinación sintagmática de andar
con el gerundio que le sigue adquiere un significado convencional y no
descomponible desde el significado literal de sus partes. Como efecto de
este proceso, cabe decir que el verbo andar se ha gramaticalizado.
(A) Recategorización:
La investigación tradicional ha consolidado una oposición entre
categorías léxicas y categorías gramaticales. Las categorías léxicas por
definición son el nombre, el verbo, el adjetivo y, en un sentido diferente,
los demostrativos. Por su parte, las categorías gramaticales por exce-
lencia son los artículos, las preposiciones y las conjunciones. En las
198
primeras predomina un significado concreto, referencial y conceptual,
mientras que en las segundas se detecta un significado esencialmente
abstracto o relacional.
Las categorías del primer grupo son habitualmente el origen
diacrónico de las segundas, a través de procesos de gramaticalización,
que provocan el correspondiente cambio de categoría (Company, 2002;
Lehmann, 2002a: 8-9). Las propiedades morfosintácticas de nombres y
verbos (posibilidad de combinación con morfemas de flexión o deri-
vación, concordancia, etc) se reducen o desaparecen con la extensión a
otros dominios categoriales: *ils ne fument un pas; *bajito la cama,
*durantes las fiestas.
La evolución de las preposiciones nos proporciona una excelente
ocasión para examinar las consecuencias que tiene el proceso de
recategorización en el comportamiento sintáctico y en las propiedades
morfológicas y fonéticas de las piezas que atraviesan gramaticalización.
Estas piezas gramaticales tienen su origen normalmente en otras
unidades pertenecientes a categorías de mayor componente léxico, como
son los nombres (cabe), los adjetivos (bajo), los adverbios (en) o los
verbos (según < secundum).
Es sabido, por otra parte, que las preposiciones constituyen una
categoría con un número limitado de unidades. No integran, por tanto,
una categoría abierta, como las del sustantivo o el verbo, a las que
pertenecen un número indeterminado de piezas léxicas. Es cierto que
tampoco forman una categoría estrictamente cerrada, pues podríamos
discutir a la hora de fijar la lista de los elementos que se deben incluir en
el catálogo de las preposiciones españolas. Aparte de las que
habitualmente se incorporan a esta categoría (a, en, bajo, de, desde,
hacia, etc.), es fácil encontrar argumentos razonables para agregar a esta
lista otras unidades de comportamiento muy similar, como durante o
mediante, etc. Añádase a esto que las justamente llamadas locuciones
preposicionales, habitualmente compuestas de un nombre combinado
con otras preposiciones, desempeñan en conjunto funciones
parangonables en todo a las de las preposiciones simples. Es el caso de a
través de, por medio de, con vistas a, etc.
En los procesos de recategorización, como el que convierte un verbo
en una preposición, se observa la interacción de cambios semánticos,
sintácticos, morfológicos y fonéticos (Kortmann y König, 1992). Estos
199
cambios en diferentes niveles se refuerzan unos a otros. Como es
habitual, los cambios semánticos son los primeros en producirse.
La creación de una preposición arranca, en efecto, con modi-
ficaciones en el significado. En muchos casos, se trata de procesos de
generalización, en buena medida metafórica. El participio excepto, por
ejemplo, tuvo etimológicamente un significado concreto y material
(exceptum, ‘sacado’, del verbo excipio ‘sacar’), que se generalizó y
extendió a dominios más abstractos. La expresión abierto excepto lunes,
leída en términos estrictamente etimológicos, debería entenderse
‘cerrado, quitados/sacados los lunes’, interpretación que hace más
explícito su origen metafórico.
Los cambios sintácticos tienen que ver con el retroceso de las
propiedades de la categoría léxica inicial y, en su caso, la adquisición de
las propiedades de la nueva categoría gramatical que se está formando.
Así, en las preposiciones deverbales se dan cambios en el orden de
palabras, en la concordancia y en las relaciones gramaticales. En la
medida en que una preposición retiene su verbalidad, puede mantener el
orden propio del verbo, que suele ir pospuesto a su sujeto. Es lo que
ocurre en la locución española Dios mediante, que en todo caso está hoy
día fuertemente lexicalizada.
En fin, el retroceso de la verbalidad implica también una reorga-
nización de las funciones sintácticas de los argumentos del antiguo
verbo. Lo que antes era un sujeto o un objeto funciona ahora como
núcleo de un sintagma preposicional: según los diarios, mediante su
ayuda, etc.
La recategorización acarrea también el retroceso de las propiedades
morfológicas que son propias de la antigua unidad léxica. Los
participios, por ejemplo, tienen flexión de género y número, de acuerdo a
su carácter de adjetivo verbal. La gramaticalización de estos participios
acarrea habitualmente la pérdida de su flexión. La desaparición de la
concordancia de género y número es una consecuencia directa de esa
pérdida. Por eso, en español se dice desde hace muchos años mediante
sus esfuerzos, durante las fiestas, excepto los lunes y no *mediantes sus
esfuerzos, *durantes las fiestas y *exceptos los lunes, como exigiría la
concordancia con el nombre.
Por otra parte, es posible encontrar casos de retención formal de
arcaísmo morfológico, debido a que la pieza gramaticalizada queda al
margen de los procesos de regularización analógica. Por ejemplo, la
200
forma excepto remite a participios fuertes o rizotónicos (es decir, con
acento en el radical) que tuvieron productividad en otro momento. Hoy
día, estas formas se han perdido en el uso verbal originario, que ahora
prefiere las formaciones débiles (exceptuado). La retención de la forma
fuerte en el uso preposicional (excepto las niñas) y la generalización del
uso débil con la forma verbal (exceptuadas las niñas, todavía con
concordancia) contribuyen a marcar las diferencias entre la nueva
preposición y el verbo del que esta procede.
Cambios fonéticos: En general, hay un movimiento hacia la
reducción, la pérdida de acento y el monosilabismo (v. 4.2.1.). Esta
tendencia se acentúa, como hemos visto, cuando la conciencia de la base
léxica se desdibuja o se pierde, como ocurre con la antigua forma verbal
según (> secundum), ahora apocopada.
201
terminó convirtiéndose en la única opción en cada una de las lenguas
románicas.
Un proceso similar atravesaron los antiguos sustantivos del francés
pas ‘paso’, point ‘punto’, mie ‘miga’, etc., hacia marcadores adverbiales
de negación. Originariamente, el sustantivo pas reforzaba la negación de
verbos de movimiento, mie se usaba converbos de comida y point
apareció con verbos de cantidad. La lengua francesa disponía incluso de
algunos sustantivos más, como gote ‘gota’, amende ‘almendra’, areste
‘espina de pescado’, etc. Con el tiempo, solo pas terminará generalizó su
uso y se convirtió en el auténtico negador, después de adquirir una
frecuencia de uso mucho más alta que la de sus competidores, lo que
también acarreó que se hiciera más neutra semánticamente y participase
en un mayor número de construcciones: pas beaucoup / *point
beaucoup.
Antes de que el proceso de alternancia de las formas en vía de
gramaticalización dentro del mismo dominio funcional culmine
definitivamente a favor de una de ellas, es frecuente que cada una de las
expresiones alternativas retenga rasgos semánticos de su fuente léxica
originaria. Ello es así por efecto de un principio de retención o
persistencia (Bybee y Pagliuca, 1987; Hopper, 1991), de acuerdo con el
cual cuando una forma experimenta gramaticalización desde una función
léxica a una función gramatical, algunas huellas de sus significados
léxicos originales tienden a adherirse a ella y ciertos detalles de su
historia léxica pueden verse reflejados en restricciones sobre su
distribución gramatical. En esta línea, y en relación con el futuro en
inglés, Bybee y Pagliuca (1987: 112) han observado que el sentido
originario de los verbos implicados en esta construcción (will, shall, be
going to) no se pierde enteramente y puede ser retenido en ciertos
contextos.
En relación con el español, Torres Cacoullos (1999), ha estudiado el
comportamiento de los auxiliares aspectuales estar, ir, andar, sobre la
base de datos del español mexicano, que muestran diferencias de
distribución en su construcción con gerundio. Esta autora ha notado que
ir es muy frecuente acompañado de verbos direccionales (voy andando -
también en español antiguo: Afevos doña Ximena con sus fijas do va
llegando, Cid, 262), mientras que andar se prefiere para movimientos
sin dirección determinada (no andes dando vueltas por ahí). Esta
202
preferencia debe explicarse, según la mencionada autora, por una suerte
de armonía semántica entre auxiliar y verbo léxico.
(C) Escisión:
Los procesos de gramaticalización afectan a piezas léxicas específicas,
pero siempre en el contexto de determinadas construcciones o contextos
sintácticos. Fuera de estos contextos, la unidad léxica de base puede
retener sus propiedades formales y funcionales originarias, por lo que no
es extraño que la evolución desemboque en una escisión de la antigua
unidad en dos unidades independientes, una más antigua con mayor
componente léxico y otra más reciente con más rasgos funcionales
(Hopper, 1991: 22; Hopper y Traugott, 1993: 116).
Nos explicamos así la existencia frecuente de pares o múltiples
léxicos con la misma etimología y distinta función. Los dos elementos
pueden ser fonológicamente próximos; es el caso del numeral español
uno, que avanza desde antiguo hacia el valor puramente determinante sin
modificar esencialmente su forma. También pueden mostrar diferencias
fónicas más acusadas, como ocurre con las antiguas formas plenas
avemos, avedes del verbo aver, que prefieren el valor léxico ‘tener’ en la
lengua medieval, frente a las reducidas emos, edes, que se inclinaban por
el uso gramatical.
(D) Estratificación:
Dentro de un dominio funcional, pueden surgir en cualquier momento
nuevas unidades que desplazan necesariamente a los anteriores (Hopper
y Traugott, 1993: 124). Ello es así porque los procesos de
gramaticalización no surgen siempre y necesariamente para rellenar
huecos o cubrir necesidades del sistema gramatical. No es siempre
necesario un déficit funcional para que se produzca un proceso de
gramaticalización. Por el contrario, las novedades gramaticales surgen a
menudo en dominios funcionales en los que ya están disponibles otros
recursos. De ahí que sea frecuente la competencia o alternancia de los
antiguos procedimientos con los nuevos. Esta alternancia puede terminar
regulándose de forma variada, en función del contexto o del registro
sociolingüístico.
La formación de los futuros románicos nos proporciona un claro
ejemplo de evolución estratificada: los nuevos procedimientos
perifrásticos del tipo amare habeo, amare volo, etc., coexistieron durante
203
algún tiempo con las tradicionales formas flexivas (amabo, amavero,
etc.), que desaparecerán definitivamente ya en época romance. La
lingüística románica decimonónica intentó buscar en la fonética el origen
de estos cambios, presuponiendo que el desgaste fonético de las
desinencias verbales hizo necesaria la sustitución perifrástica. Pero los
datos latinos no confirman esta hipótesis, porque las nuevas soluciones
analíticas aparecieron mucho antes de que las antiguas desinencias
verbales entraran en retroceso. Lo mismo puede decirse del retroceso de
las desinencias de caso, que conocen desde muy pronto la competencia
de la preposición.
En muchas ocasiones, la convivencia de las nuevas soluciones con
las antiguas es correlativa de otras diferencias de carácter social, cultural
o estilístico. En latín, por ejemplo, los nuevos futuros perifrásticos y el
avance de la expresión preposicional de los argumentos verbales
tuvieron un marcado carácter oral, lo que viene a ilustrar una vez más la
estrecha relación entre variación y cambio lingüístico.
4.7. Reanálisis
204
situaciones más extremas, puede hacer posible la presencia de dos o más
soluciones sintácticas alternativas para una misma situación de
complejidad semántica. En estos casos, se hace posible el reanálisis, que
surge de una tendencia potencial a reajustar la proyección entre forma y
significado (Croft, 2000: 118).
El reanálisis es el resultado de un análisis decodificador imprevisto,
a consecuencia de algún cambio en las condiciones contextuales de
enunciación, que provoca la atribución a una expresión de una estructura
diferente de aquella con la que fue inicialmente producida. Desde un
punto de vista formal o superficial, una estructura reanalizada no
experimenta cambio alguno, al menos de manera inmediata (Langacker,
1977: 58).
En muchas ocasiones, el reanálisis viene favorecido por el retroceso
de determinadas reglas gramaticales o categorías morfosintácticas. Los
manuales de gramática histórica señalan cómo la desaparición del neutro
flexivo en el nombre y adjetivo del latín tardío provocó que deter-
minados neutros plurales con valor colectivo, como opera, terminaran
reinterpretando su terminación en -a como femenino singular, de
acuerdo con la regla morfológica más productiva en los tiempos más
recientes. Según los mismos manuales, otros antiguos neutros en
singular, como pectus o tempus mantuvieron la -s de nominativo y
acusativo hasta tiempos propiamente romances, a través de los singulares
tiempos, pechos del castellano medieval; pero pronto estas formaciones
recibieron el análisis más previsible, que atribuía a la -s final un valor de
plural, de acuerdo con la regla más general, y surgieron las singulares
regresivos pecho, tiempo, etc.
No hay acuerdo a la hora de separar nítidamente los conceptos de
reanálisis y gramaticalización. No son pocos, por un lado, los autores
como Haspelmath (1999a), Hopper y Traugott (1983: 32) y Heine et al.
(1991: 217), que defienden la necesidad de aislar y distinguir ambos
fenómenos, sin olvidar por ello que el reanálisis puede ser uno de los
más importantes mecanismos implicados en la gramaticalización. En la
perspectiva contraria se sitúan aquellos que tienden a reducir los
fenómenos de gramaticalización y, en general, los procesos de cambio
gramatical a simples procesos de reanálisis, motivados por cambios en la
205
construcción de la gramática por parte de generaciones sucesivas75. De
acuerdo con esta idea, los padres construyen sus enunciados siguiendo
los principios de su propia gramática. Esta gramática queda expuesta
ante los hijos en forma de hechos específicos de habla. A partir de estos
datos, los hijos configuran su propia gramática. El proceso puede
sintetizarse en un gráfico como el siguiente, que sintetiza en muy buena
medida una visión muy extendida del cambio lingüístico, que atribuye a
los niños un protagonismo esencial:
75 Entre otros, Roberts (1993), Battye y Roberts (1995), Harris y Campbell (1995),
Campbell (2001: 144) y Newmeyer (2001).
76 Además, no todos los fenómenos a los que se les ha atribuido el carácter de
reanálisis tiene en realidad tal estatuto. Campbell (2001: 83), por ejemplo, consi-
dera inadecuadamente que en la evolución de las construcciones de movimiento
hacia un valor futuro (I’m going to work) hay implicado un proceso de reanálisis,
siendo así que este tipo de evoluciones proporcionan un caso característico de
gramaticalización.
206
4.7.1. Diferencias entre gramaticalización y reanálisis
207
en los procesos de gramaticalización son mecanismos retóricos
difícilmente reversibles. En cambio, el reanálisis tiene una direc-
cionalidad menos precisa. De hecho, es teóricamente reversible
(Haspelmath, 1999a: 325-326). Por ello mismo, no se tienen noticias
de la existencia de cadenas o senderos de reanálisis, dado que este
tipo de cambios no tienen una dirección predeterminada77.
77 El carácter no orientado del reanálisis explica que sea un concepto muy valorado
desde la perspectiva generativista. Recuérdese que autores de esta corriente, como
Battye y Roberts (1995: 11), han afirmado expresamente que: “change is essentially
a random “walk” through the space of possible parameter settings”.
208
De manera indirecta, un reanálisis puede provocar como efecto
secundario, la extensión de determinadas categorías a nuevos usos
gramaticales a través de un proceso de gramaticalización inducida. Pero
esta gramaticalización afecta a una unidad diferente de la que
experimentó el reanálisis. Este es el caso, por ejemplo, de la inter-
pretación impersonal del reflexivo se en español, que es, como se ha
visto (v. 4.3.5.), el último eslabón en la cadena de valores homonímicos
recorrida por el antiguo reflexivo se. Este proceso de gramaticalización
fue acelerado por el reanálisis previo que afectó al sujeto de las
construcciones implicadas. En efecto, estando el sujeto de las
construcciones pronominales medias habitualmente ubicado en la posi-
ción pospuesta y antecedido por un verbo transitivo, terminó siendo
analizado como objeto directo de este verbo. En este reanálisis no hubo,
en principio, modificación formal aparente:
Infurción: Tributo por el solar en que se vive (Fuero Viejo de Castilla, 1356,
CORDE)
209
sujeto cuando este va en plural (cf. se venden muchos pisos, se buscan
secretarias).
210
durante la cena, se produjo el incidente
‘durando la cena / mientras duraba la cena, se produjo el incidente’
211
contrario, según Haspelmath (1999a: 331-332), no cabe hablar de
reestructuración, porque las jerarquías de dependencia se mantienen
intactas. No en vano, muchos gramáticos se muestran en desacuerdo con
la idea de que las preposiciones dependen del nombre y prefieren
adjudicar a aquellas el papel de núcleo del sintagma al que pertenecen.
En situaciones similares, Harris y Campbell (1995: 63) hablan de
“reanálisis de etiqueta categorial”.
Nótese, por otra parte, que muchos elementos funcionales pueden
retener su condición de núcleo incluso después de convertirse en afijos
(Haspelmath, 1999a: 333). Piénsese, por ejemplo, en los adverbios
terminados en -mente, que funcionan en algunas construcciones como
núcleo determinado por adjetivos coordinados (clara y sencillamente).
212
antiguo domientre, que surgió a su vez de la fusión de los antiguos
adverbios latinos dum + interim), previo reanálisis de la sílaba de- inicial
como un prefijo equivalente a la preposición de otras locuciones (vgr.,
debajo; Corominas-Pascual, 1984: s. v. MIENTRAS). El reanálisis ex-
plica también la aparición de formas regresivas como buho y gorgojo,
que proceden de antiguos nombres con falso sufijo aumentativo (*buhón,
*gorgojón), procedentes del acusativo latino (bubonem, curculionem).
La apariencia aumentativa de estos nombres indujo la extracción de un
falso primitivo (Menéndez Pidal, 1940: 209).
Más allá de la morfología, en un terreno sintáctico hay también
casos de reestructuración que no implican la gramaticalización de
ninguna unidad léxica. El caso de la construcción de “Accussativus cum
infinitivo” es un ejemplo. El uso de esta forma clásica presupone, para
entender su paso a las lenguas románicas, la aplicación de un nuevo
análisis a una estructura previa. Ya Bassols de Climent (1983, II,: 209)
había hablado a este propósito de "dislocación sintáctica", en virtud de la
cual las frases de infinitivo regido por verbos causativos (iubeo te
scribere) habían alterado la relación sintáctica de los diferentes
elementos de la frase, de tal forma que el acusativo pasó a vincularse
más con el infinitivo regido que con el verbo principal (iubeo - te -
scribere > iubeo - [te scribere]); este uso del infinitivo pasó a otras
construcciones románicas (oí [sonar las campanas]; Hanssen, 1945:
256-257).
Hay también reanálisis en otros cambios sintácticos bien conocidos,
como la aparición coloquial de los usos existenciales no impersonales de
haber, en frases de hoy del tipo habían muchas personas, cuya
concordancia denota la interpretación como sujeto del argumento verbal
que antes era objeto directo. En fin, en el desarrollo del leísmo de cosa
hay un también un evidente mecanismo de reanálisis, al menos como
factor coadyuvante, que favoreció la interpretación de la terminación en
-e como marca de género masculino, en detrimento de su valor
etimológico de dativo.
Estos y otros fenómenos de reanálisis, tanto en el dominio de la
morfología como en el de la sintaxis, son esencialmente diferentes de los
fenómenos de gramaticalización. En todos ellos se da un proceso de
decodificación gramatical que no se rige por los mismos principios que
dieron lugar a su formación. Sin embargo, en este tipo de procesos no
hay creación de reglas o categorías gramaticales nuevas, sino retroceso y
213
extensión de las ya existentes. El reanálisis, por tanto, no crea gramática,
en sentido estricto, sino que modifica la extensión y el equilibrio de los
principios gramaticales ya disponibles. En los procesos de grama-
ticalización, por el contrario, no existe, o no está presente necesa-
riamente un precedente gramatical que determine la nueva deco-
dificación gramatical. La gramaticalización es, por ello, un proceso de
potencial creación de gramática, que repercute en las unidades afectadas
en su forma, en su significado, en su distribución y en su productividad.
Reanálisis y gramaticalización son, pues, fenómenos esencialmente
distintos, por más que puedan estar presentes e interaccionar en deter-
minados procesos de cambio gramatical.
214
5. Lexicalización
215
un papel fundamental en la organización de la gramática y en la cohesión
del discurso. Hay que reconocer, sin embargo, que la diferencia entre
uno y otro tipo de unidades no resulta siempre nítida, según los casos,
pues muchas unidades de la lengua incorporan significado léxico o
gramatical en proporción variada.
La contraposición entre lo léxico y lo gramatical es posible también
en un segundo dominio, que no tiene estrictamente carácter semántico
sino cognitivo, en un sentido amplio y no especializado del término. De
una manera general, cada vez que un hablante produce o entiende una
expresión o un enunciado de una lengua tiene disponibles dos tipos de
recursos o capacidades. Estas capacidades mentales son la memoria, por
un lado, y el procesamiento gramatical, por otro. Dicho en otros tér-
minos, cuando hablamos, tenemos que utilizar nuestro diccionario
mental (al que accedemos utilizando la memoria) y la regla gramatical
(que se activa y ejecuta con recurso a nuestras capacidades generales de
procesamiento). El diccionario y la regla, la memoria y el procesamiento,
están presentes en nuestra comunicación cotidiana y se combinan en
proporción variable, según los casos.
Para que un hablante pueda construir una oración como este mes no
he pagado la letra del coche, es necesario que combine los signos de la
lengua de acuerdo con las reglas de la gramática. La oración anterior es
fruto, por tanto, de un procesamiento (que lleva a la codificación del
mensaje por parte del hablante y a la consiguiente decodificación por el
oyente). En cambio, las expresiones adiós, enhorabuena o felicidades no
requieren, para ser enunciadas, de ningún principio o regla gramatical,
pues están disponibles en el diccionario de formas que nuestra memoria
almacena en nuestra mente. El procesamiento gramatical nos permite
producir o entender la mayoría de las oraciones y locuciones de nuestra
lengua; paralelamente, la mayoría de las piezas léxicas nos resultan
accesibles a través de nuestra capacidad de recuperación mnemotécnica.
No sorprende entonces que se relacione sin más a las oraciones y
locuciones con el procesamiento gramatical y a las piezas léxicas con la
memoria o el diccionario.
Sin embargo, esta correlación no es totalmente exacta, pues no son
pocas las locuciones o expresiones complejas que se encuentran también
inventariadas y, al mismo tiempo, hay muchas palabras aisladas que re-
quieren ser procesadas. La expresión ¡vaya por Dios! no ha sido pro-
ducida mediante procesamiento gramatical previo; su empleo surge de
216
un uso que la costumbre ha consolidado como expresión aceptable y
comprensible del español. Sin duda, la mencionada expresión fue en su
origen producida por la gramática, pero hoy está en gran medida al
margen de ella. Por eso no es posible o, en todo caso, resulta forzado
decir ¡vaya por el diablo!
Tampoco es verdad que toda pieza o palabra aislada en el discurso
proceda del diccionario. Las formas derivadas del tipo descolocar,
respetabilidad, igual que formaciones flexivas como reconoceríamos o
acumularé se obtienen mediante combinaciones de lexemas y morfemas
que se atienen a principios gramaticales.
A pesar de lo anterior, hay que reconocer que la distinción entre
acceso léxico y procesamiento, entre memoria y gramática no es radical,
sino gradual. Es razonable suponer que existe una línea continua que va
de uno a otro extremo del contraste que estamos tratando y afirmar que
cada expresión se sitúa en un punto diferente de esa línea. Ello es así
porque muchas expresiones que son analizables y procesables pueden
estar también en la memoria y, a la inversa, muchas expresiones
inventariadas presentan algún nivel de procesamiento o, si se quiere, de
gramática. Podemos, por ejemplo, ponernos nerviosos, pero no ponernos
tranquilos. La primera locución es perfectamente analizable desde la
gramática pero presenta un cierto grado de fijación, del que carece la
segunda.
Los fenómenos de gramaticalización y lexicalización presentan
muchos rasgos peculiares que los distinguen mutuamente (Giacalone
Ramat, 1998; Moreno Cabrera, 1998), pero no son necesariamente
contrapuestos, pues están definidos en niveles o dominios conceptuales
diferentes. La gramaticalización puede ser contemplada desde un nivel o
dominio semántico como el proceso por el que un elemento con valor o
significado léxico adquiere valor gramatical o funcional79. Por ejemplo,
el verbo léxico sedere, que significaba en latín ‘estar sentado’, se ha
convertido en algunas lenguas románicas en un verbo copulativo y en un
auxiliar de pasiva y de tiempos compuestos. La gramaticalización
funciona, por tanto, en el primero de los niveles que acabamos de
distinguir y podríamos llamarla también funcionalización:
217
El concepto de lexicalización no se sitúa en el dominio semántico sino
en el de los mecanismos de producción de expresiones y hace referencia
a un cambio en el procedimiento que hace posible la existencia de una
expresión. Más en concreto, lexicalización es el proceso por el cual una
expresión, que previamente se obtenía o recibía acceso por medios
gramaticales o analíticos, se archiva como un bloque en la memoria o
diccionario mental y se utiliza de manera global, sin necesidad de
análisis previo.
218
5.2. Lexicalización y jerarquía gramatical
219
a la inversa, a veces, a gatas, a gusto, a fuerza de, a la fuerza, a
base de, etc.
220
importante de locuciones lexicalizadas. Con mayor frecuencia, suelen
estar presentes las preposiciones o conjunciones “vacías”, que tienen un
significado conceptual más impreciso (como las preposiciones a, de o la
conjunción que). Es justamente, esta carencia de referencia léxica la que
hace a estas piezas especialmente aptas para integrarse en grupos o
unidades más amplias, que asumen globalmente un significado que no
siempre es analizable en función de sus elementos integrantes.
La lexicalización de una preposición puede tener varios efectos, en
función del elemento con el que se combina. En las locuciones y
expresiones preposicionales, de las que ya se han mostrado ejemplos,
están presentes nombres con o sin modificador (vgr. ¡a buena hora...!),
que consolidan un uso sintagmático frecuente. En sentido inverso, una
preposición puede hacerse habitual en el complemento de un verbo, lo
que puede a su vez provocar que la concurrencia de ambos se haga
convencional y automática, dando lugar a una situación de rección:
221
único factor que provoca lexicalización. Es posible señalar, al menos,
otros tres.
A) Sin embargo
La historia de la locución sin embargo nos proporciona un caso muy
claro de lexicalización por incorporación de valores originariamente
vinculados a determinados contextos. En esta locución está presente la
palabra embargo, que fue en su origen, y sigue siendo, un sustantivo
deverbal, derivado del verbo embargar (< imbarricare; Corominas-
Pascual, 1984, s. v. EMBARGAR). En los textos de la Edad Media significó
con frecuencia ‘obstáculo’, ‘impedimento’, ‘barrera’, sobre todo en un
sentido material o físico, pero también con valor más general (‘sin
dificultad’):
et aqueilla possessión deue ser iurgada al possessor que la aya por todos tiempos sin
embargo ninguno (Anónimo, Vidal Mayor, 189, CORDE) Et carrera de vez de
ganado deue ser tan ancha que, sy se encontraren dos cannes, que pasen sin
embargo ( Libro de los fueros de Castiella, 128v, CORDE)
222
El antiguo significado material de embargo fue perdiendo paula-
tinamente terreno en beneficio de un nuevo valor más genérico de
dificultad lógica o teórica. Con este valor se usaba la antigua locución
sin embargo de, que prefiere ser sustituida en la lengua de hoy por la
locución sin prejuicio de. La expresión sin embargo de daba a entender
que una acción tiene lugar a pesar de las dificultades para su realización:
Desta manera digo que es natural el mouimiento del coraçon sin embargo que esta
compuesto de dos mouimientos contrarios, por quanto el dicho mouimiento del
coraçon se haze mediante vna inteligencia practica intrinseca (Anatomía, 100r)
E quiso dios que aquellos ouieron meior tiempo e passaron sin embargo, mas non
fizieron mucho de su pro daquella yda nin acabaron cosa que pro touiesse daquello
por que fueron (Ultramar, 140r) ante se tenian assi por muertos e desesperados que
fazian señal de defensa ninguna sino muy flacamente. e los de fuera cauauan los
muros en derredor dela villa sin embargo (Ultramar, 17r)
223
B) A pesar de y pese a
Muy parecido al anterior es el proceso de reinterpretación contextual
experimentado por las locuciones a pesar de y pese a, de carácter
concesivo, que gozan de amplia vitalidad en español. Las dos tienen una
evidente relación etimológica y semántica con el verbo pesar y aluden a
lo que causa contrariedad, arrepentimiento o tristeza en el sujeto (Elvira,
2009).
La locución concesiva a pesar de (con sus variantes muy a mi pesar,
bien a mi pesar, etc.) es antigua en español y expresa “que la cosa de que
se trata ocurrirá o se hará aunque disguste a la persona que se nombra o
ésta se oponga a ella” (Moliner, 1984, s. v. PESAR). Al principio, de
acuerdo con su valor originario, el elemento contrariado tenía valor
personal y era expresado a través de un pronombre o locución posesivos:
lo dijo bien a mi pesar. Sin embargo, el significado originario de
sentimiento fue poco a poco cediendo paso a una acepción más abstracta
que expresa la idea de contradicción de una expectativa. Esta ge-
neralización semántica hizo pronto posible que el elemento contrariado
pudiera tener un carácter no personal, incluida una oración subordinada:
80 Existen desde antiguo, además, otras locuciones que contienen la forma subjuntiva
pese, como pese a quien pese o mal que le pese, que mantienen su referencia
personal.
224
C) Conque
El español conoce una curiosa locución lexicalizada que ha experi-
mentado también un interesante proceso de reinterpretación semántica.
Se trata de la locución conque, que incluía originariamente un relativo,
tenía el sentido de ‘con lo cual’ y hacía referencia a lo expresado en la
proposición anterior, que hacía de antecedente (Herrero Ruiz de Loizaga,
2005: 535-536). Este fue el uso habitual hasta la época de Cervantes (los
ejemplos que se citan a continuación proceden de Cuervo, 1886: 398-
399):
así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse don
Quijote de la Mancha, con que, a su parecer, declaraba muy al vivo su linaje y
patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della (Quijote, I, 1, CORDE)
De este tipo de usos surgió una nueva conjunción con valor ilativo, es
decir, una partícula que introduce una consecuencia natural de lo que se
acaba de decir:
-Pues digo a ustedes que no soy médico. -¿No? -No, señor. -¿Conque no? El diablo
me lleve si entiendo palabra de medicina (Moratín, El médico a palos. CORDE)
225
D) Si quier(a) y ni siquiera
Igualmente interesante es el proceso de lexicalización que dio lugar a la
aparición de siquiera. No cabe duda de que el cambio estuvo en buena
medida motivado por la peculiar semántica del verbo querer, que es un
verbo fuertemente polisémico, en español y otras muchas lenguas. La
noción de volición que transmite hace de este verbo un candidato muy
disponible para desplazamientos semánticos muy variados. En latín, por
ejemplo, el verbo velle adquirió matices de opcionalidad y está en el
origen de la conjunción disyuntiva vel ‘o bien’.
La combinación del verbo querer con la conjunción si arraigó desde
antiguo en la lengua medieval. Las acepciones más comunes de esta
combinación fueron, según Corominas-Pascual (1984: 719), ‘aun,
incluso’ y ‘o, o bien’:
Qui buena dueña escarneçe e la dexa después / atal le contesca o si quier peor (Cid,
3706-3707) De los signos del sol sy quier del fundamiento [=firmamento] nos me
podría celar cuanto vale un acento (Alexandre, 44)
Si quiere sea en yermo siquiera en poblado quel senyor del dito ganado menudo por
cada vegada sea encorrido de dia en pena de .XV. sueldos dineros jaqueses (1396,
Ordinaciones ciudad Barbastro [Ordinaciones y paramientos de la ciudad de
Barbastro], CORDE)
81 Para otros datos sobre el origen y uso medieval de si quier(e), véase (Elvira, 2007).
226
Siquiera aparece habitualmente en El Quijote con el significado de
‘al menos’:
-Pues, ¿cómo vos, siéndolo deste tan buen señor -dijo la ventera-, no tenéis, a lo que
parece, siquiera algún condado? (Cap. XVI, CORDE) Pues desa manera -dijo el
cura-, quiero leerla, por curiosidad siquiera; quizá tendrá alguna de gusto. (Cap.
XXXII, CORDE)
227
formas compuestas que tienen su origen en secuencias sintácticas en las
que entran verbos de voluntad, etc.”82. El procedimiento es conocido
también en otras lenguas románicas y se acomoda a un patrón muy
productivo también en otras lenguas de orígenes variados.
El tratamiento ortográfico de esta expresión ha cambiado a lo largo
de los siglos. La escritura contemporánea muestra que el compuesto
cualquiera es tratado como una unidad léxica independiente; en cambio,
la práctica ortográfica medieval nos induce a pensar lo contrario, puesto
que, salvo contadas excepciones, encontramos siempre separados en la
escritura los elementos que hoy día escribimos juntos:
...podiendo llegar qual quiere delos peones fasta la casa postremera (Açedrex-14:
23) Qual quier de los çapatos valia una çidat (Alex-O: 92a)
qual ella escogiera, otorgado l’habredes (Apol.: 209d) peche la calonna qual la
fiziere, duplada (FBéjar: 760) dixieron que mandase quales quisiese matar (LBA-S:
83c) Otro día mañana metense a andar / a qual dizen Medina iuan albergar (Cid,
2878-2879)
Sin embargo, más allá del significado literal de sus partes, la com-
binación del verbo querer con el relativo qual se distanció pronto del
significado literal de sus partes y se usó muy pronto con una lectura
totalizadora, próxima en buena medida al significado de un indefinido.
En la medida en que avanzaba esta nueva lectura como indefinido tota-
lizador, la secuencia completa pudo funcionar como antecedente del
relativo que:
e a otro qual quier que venga contra esta venta (DLE-67: 36) Onde mando que qual
quiere que... (FBéjar: 5) luego quieres pecar con qual quier que tu veas (LBA-S:
257c)
82 Fernández Ramírez (1951, § 197, p. 425, nota 1) piensa que en el origen de este
compuesto han debido participar la 3ª persona del singular de indicativo apocopada,
que sufrió después la influencia analógica del subjuntivo quiera. Se apoya en
Keniston (1937: 235-236).
228
La nueva lectura indefinida tuvo como efecto cambios en la colocación
relativa de los dos elementos que la integran, pues el verbo querer
prefirió pronto la posición inmediatamente contigua al relativo:
Et qui quier que contra esta mi ffranquezza et contra este mi ffecho quisiere uenir...
(DLE-284: 29-30) qui quier que la uestiesse fuesse siempre leal (Alex-O: 100c)
entendrie quien se quiere que non era villano (Apol.: 146cd) quien quier querría las
luuas mas que gran heredat (Alex.-O: 92c) e agora caya en cuyo poder quiere [= ‘en
poder de cualquiera’]; Troyana-369)
enpero a penas puede ser que tal acortamiento del pleito non semeille contrariar al
demandador manifestamiente (Vidal Mayor, pág. 114, CORDE) ¿Cómmo puede
ser que yo pregunté e dixiéronme que non avía tierra más cara que ésta, nin que
tanto valiese el sándalo? (Sendebar, pp. 149-150, CORDE) Et por ende todas estas
cosas aprouechan de fablar en ellas por que puede ser que de algunas se
aprouechara aviendo lo ya oydo (Estados, 82v) que si la uoluntad del se acordare
non puede ser que dios e los omnes nolo entiendan (Poridat, 4v) dixo non puede ser
avn que pese al pecado non pueden tolosanos fallar se byen deste mercado
(FGonzález, 29v) ssi por alguna falla vayades del desçender apenas puede sseer que
le nunca podades cobrar (Veinte Reyes, 23v)
229
El incremento en el uso de la nueva expresión puede ser que favoreció
que el valor epistémico se asociara a toda ella. En la medida en que se
perdía la conciencia de la composicionalidad de la locución, alguno de
sus elementos integrantes, como el infinitivo ser, pudo empezar a ser
prescindible. La consecuencia fue, en efecto, la aparición de la expresión
reducida puede que, que documenta sus primeros ejemplos en el siglo
XVI:
Y aunque puede el padre mío salvarla sin que yo muera, la llaga es de tal natío que
forçó a su poderío magüer puede que no quiera (Fray Íñigo de Mendoza,
Cancionero, 1507, pág. 201, CORDE) Antonio podría no haber visto bien si yo
salte o, si lo oyó decir, podría también haberlo oído mal, y si se lo dijeron, puede
que lo haya entendido mal (Jerónimo Jiménez de Urrea, Diálogo de la verdadera
honra militar, 1566, pág. 143, CORDE) pues çierta cosa es que el fisyco bien
puede que, sy viere e sopiere el termjno dela enfermedat aguda e las señales dellas
al quarto o al septimo o al catorzeno dia, sy el fisyco bien parare mjentes a esto enel
comjenço dela enfermedat bien puede conosçer sy es de muerte o synon (Isaac
Israelí, Fiebres, 56v, CORDE)
230
minas-Pascual, 1984, s. v. CIMA) o de la expresión en frente (de)
(Corominas-Pascual, 1984; s. v. FRENTE). En la medida en que el signi-
ficado literal de los sustantivos implicados en estas expresiones se fue
difuminando, las correspondientes locuciones adquirieron un significado
espacial más general y abstracto, lo que facilitó su lexicalización hacia
simples adverbios. La transcripción como palabras independientes que la
ortografía moderna prescribe para estas unidades implica un recono-
cimiento de su nuevo estatuto adverbial.
Muchas locuciones conjuntivas tienen un origen similar. Obsérvese,
por ejemplo, que la expresión de la finalidad puede venir expresada por
una sencilla preposición (digo esto para aclarar las cosas) o, de forma
más analítica y explícita, a través de una locución que desempeña el
mismo papel funcional que la preposición aislada (digo esto con la
intención/con el deseo/ con la voluntad de aclarar las cosas). En un
principio, la generación de estas locuciones se realiza desde la produc-
tividad y combinatoria que es propia de la sintaxis. Pero algunas de ellas,
a causa de su frecuente uso, pueden terminar incorporándose al catálogo
de unidades fraseológicas del idioma. Así ha ocurrido, por ejemplo, con
la locución final del español con tal de (cf. hago esto con tal de aclarar
las cosas), que los hablantes de hoy utilizan mediante acceso
nemotécnico al catálogo de locuciones finales del castellano y no
recurriendo a mecanismos sintácticos.
Hay algunos casos, más extremos, en los que no resulta fácil de-
tectar el proceso previo de lexicalización de una expresión compleja que
nos garantice la preexistencia de una fuente léxica para la expresión que
estudiamos. Es el caso de la locución concesiva por mucho que y otras
similares. Lo peculiar de esta locución es que muestra un carácter más
esquemático que las citadas anteriormente, porque presenta una posición
predeterminada (por + adjetivo o adverbio) pero tiene una segunda
posición léxicamente abierta (por bien, mal, regular, etc., que lo
hagas...). En la aparición de esta locución están también implicados
algunos procesos de enriquecimiento contextual, de carácter metonímico,
similares a los que dieron lugar a la aparición de la conjunción concesiva
aunque. El orden de las palabras favorece también esta reinterpretación.
En principio, una causal antepuesta tiene un fuerte potencial concesivo,
si la oración subsiguiente tiene sentido negativo:
231
porque lo sepas no eres más sabio
(= aunque lo sepas, no eres más sabio)
E por aquesto que tengo en coraçon de escreuir / tengo del miedo tanto quanto non
puedo desir (LBA-S: 1134ab) E despues que esta iusticia ouo fecha deste angel
soberuio quiso dar pena al omne por el pecado que fiziera (Siete Partidas, 3r) E por
estas razones que dixiemos son los sagramientos siete; e non pueden ser mas ni
menos. (Siete Partidas, 4v) Ca deue se doler en su coraçon por el pensamiento
malo que penso, en que ouo sabor (Siete Partidas, 8r)
Ahora bien, desde antiguo, la locución por mucho que no tardó en enri-
quecer sus usos y valores. En español medieval, una frase como por mal
que vos fagan non podrán con vos nos informaba de dos cosas, una
literal y la otra pragmática, contextual o deducible. La información
literal es: 1) que el posible mal que os hagan no será nunca la causa de
que vosotros os rindáis. La información deducible es: 2) que no es
esperable que haceros daño y vuestra rendición tengan lugar al mismo
tiempo.
La incorporación a esta locución de adjetivos y adverbios en el lugar
que originariamente ocupaba el sustantivo solo fue posible cuando la
construcción había desplazado ya su valor al terreno concesivo (Elvira,
2003):
E ala çima yo vos guardare que por mal que vos fagan non se perdera vn cabello de
vuestras cabeças (Castigos, 119v) Ca por mal que dios te faga non toma nada delo
tuyo sinon delo suyo (Castigos, 5v) por bien que tu fagas no seras creydo mientra
los malos traxieres contigo (Castigos, 67v) e se echa a fazer todo mal e dios por
bien que le faga non lo puede vençer (Castigos, 77v) Et avn por mucho que el pesar
dure non puede durar si non quanto visquiere eneste mundo (LCE, 5r) El nesçio por
bien que faga non puede fazer cosa que el cuerdo se pague (Castigos, 94v) aquella
que se ayunta con el monte de aragon a qujen la ha de pasar a cauallo por bien que
ande non la pasara en tres dias (Crónica de 1344, I, 9v)
232
En contra de lo que a veces se supone, la lexicalización y la grama-
ticalización son procesos esencialmente diversos pero no necesariamente
contrapuestos. Son diferentes, porque el mecanismo diacrónico que da
lugar a la lexicalización y a la gramaticalización es distinto en cada caso.
La gramaticalización implica en alguna de sus etapas un proceso de
reutilización de una antigua forma léxica, que pasa a ser usada como
unidad funcional. Se trata inicialmente de un cambio semántico que
afecta también al comportamiento sintáctico de la unidad que lo expe-
rimenta y a su autonomía fonética y sintagmática. Un ejemplo carac-
terístico de gramaticalización lo proporciona el verbo habere, que en
latín era un verbo transitivo y terminó siendo usado en español y en otras
lenguas románicas como un auxiliar de tiempos compuestos. Por el
contrario, la lexicalización lleva aparejada una pérdida o anulación más o
menos acentuada de una segmentación o análisis previos y favorece el
análisis global de las expresiones complejas. Ya se ha señalado en otro
momento que la gramaticalización de una pieza léxica es inseparable de
la reinterpretación global de la construcción en que aparece. La
formación de construcciones es también, en esencia, un proceso de
lexicalización.
No es exacto afirmar que uno de estos dos procesos es la inversión
del otro. Lo contrario de la expresión con valor funcional es la expresión
con significado léxico; lo contrario de la expresión procesable o
analizable es la expresión con significado global, holístico o fosilizado.
El proceso inverso a la gramaticalización, si es que existe (v. 4.4.), es
aquel que convierte una expresión funcional en una expresión léxica. Se
trataría, en todo caso, de una desgramaticalización. Por su parte, el
proceso inverso a la lexicalización, consistiría en la sustitución de la
memoria por el procesamiento o, si se quiere, la atribución a una
expresión global de un análisis y una regulación que no tenía origi-
nariamente. Lehmann (2002b) da el nombre de etimología popular a este
proceso inverso. Gramaticalización y la lexicalización no son, por
consiguiente, fenómenos directamente contrapuestos y pueden, de hecho,
estar presentes en variable medida en determinados fenómenos de
cambio gramatical. Es decir, hay procesos de gramaticalización que se
combinan también con efectos de lexicalización.
Un ejemplo muy elocuente de la combinación de ambos procesos lo
encontramos en la historia de la conjunción concesiva española aunque
(Herrero Ruiz de Loizaga, 2005: 446-448). Hubo, por un lado, un
233
proceso de gramaticalización, que afectó al antiguo adverbio temporal
aún y lo convirtió en un adverbio focalizador concesivo. Posteriormente,
se produjo la lexicalización de la combinación, que extendió el valor
concesivo de aun a la combinación sintagmática aun que.
En la mayoría de las lenguas las concesivas no son conjunciones
heredadas de la lengua madre, sino nexos elaborados por la evolución de
la propia lengua. Por otro lado, se constata, en términos interlingüísticos,
que las concesivas suelen ser etimológicamente transparentes, en el
sentido de que su origen suele ser fácilmente deducible a través de su
forma (König, 1985).
La conjunción concesiva se deriva, en términos interlingüísticos, de
un número relativamente limitado de fuentes. Entre otras, es frecuente el
recurso a la cuantificación universal, en expresiones que aluden a la libre
elección, con recurso frecuente a verbos de volición (lat. quamquam,
quisquis, licet; ing. all the same; fr. toutefois; esp. por mucho que). Otra
posibilidad habitual es el recurso a piezas focalizadoras: aunque, ing.
even though, even so (König, 1985: 267).
De una manera general, cabe decir que dos frases contiguas en el
discurso pueden establecer una relación de concesividad si el contexto
permite inferir por algún medio que las dos acciones que se contraponen
son normalmente incompatibles. La correspondiente inferencia de
incompatibilidad puede plasmarse y hacerse explícita a través de una
expresión concesiva o adversativa:
234
Las condicionales admiten también una lectura concesiva, si se dan las
condiciones contextuales adecuadas para que surja una inferencia de
incompatibilidad entre lo expresado en la prótasis y lo dicho o sugerido
en la apódosis:
si lo supiera no lo diría
= aunque lo supiera no lo diría
(en determinado contexto, saber algo y decirlo son hechos incompatibles)
De acuerdo con lo que avanzó en su día Cuervo (1886: 779 y ss.), el sur-
gimiento del valor concesivo de aunque hay que buscarlo en la evolución
del propio adverbio aún. Su precedente latino adhuc fue un adverbio de
tiempo que significó ‘todavía, hasta ahora’ y hacía referencia a lo que ha
durado anteriormente y llega al momento presente o a otro punto que se
determina en el pasado o en el futuro. De la misma forma, en español
una frase como aún no recuerdo tu nombre indica que una situación de
olvido surgida en el pasado se prolonga hasta el límite que señala el
tiempo presente del verbo (y probablemente hasta el futuro).
Desde antiguo, aún conoció una ampliación de su significado
originario, en virtud de la cual, más allá de señalar un límite en una
secuencia temporal, expresó también el límite o punto extremo de una
serie o sucesión de acciones, eventos o estados (por ej., Juan enmudeció,
palideció y aún lloró de rabia). Se trata, en principio, de un des-
plazamiento de carácter metafórico, que nos lleva desde el dominio
temporal al dominio factual o conceptual. El nuevo aún, igual que hasta,
incluso y elementos similares en otras lenguas (ing. even, only, etc.),
forma parte de un tipo especial de adverbios con peculiares propiedades
gramaticales que la tipología contemporánea ha dado el nombre de
partículas focalizadoras (König, 1991).
Estas nuevas construcciones en que aparece el nuevo aún tienen un
fuerte potencial de implicación. Si yo digo aún yo lo he comprendido
235
estoy informando de tres cosas, una literal y dos de forma pragmática,
contextual o deducible. La información literal es: 1) que yo también he
comprendido. Las deducciones pragmáticas son: 2) que hay varias
personas que han comprendido; 3) que nadie espera que yo comprenda o
que yo soy la última persona de la que se podría esperar que comprenda.
Este último aspecto de su significado, que puede entenderse como
‘contrario a una expectativa’, es el que favoreció muy pronto la inter-
pretación concesiva de estas oraciones (Elvira, 2005).
En los textos medievales, el nuevo focalizador aún está abun-
dantemente documentado en contextos muy variados:
Desta bestia dizen los moros que tiene(n) alas e aun dizen que non es bestia mas
spirito en semeiança de bestia (Estoria de España, I, 168v) todos fueron mouidos
contra aquellos diez e tollieron los ende luego e aun diz la estoria que fueron
iusticiados (Estoria de España, I, 54v) e dizie mintiendo todas estas cosas que
auemos dichas e aun otras muchas que son de riso e de escarnio (Estoria de
España, I, 170v) Qujsol Aun otra pregunta demandar (Apol., 52r) la hueste non era
aun uenida toda e que atendie aun otras mayores compannas (Estoria de España, I,
180r) sabed que yo so atal que bien me pienso defender de vos e aun de otro que
mas duro fuese que vos (Tristán, 92r)
buscaron estonce carrera poro pudiessen aun mas soffrir (Estoria de España, I, 21v)
que la onrra para el la queriamos mas aun que para nos (Fuero Real, 164r) E sabet
que mucho fue alegre la rreyna por estas Nueuas mas aun mas alegre fuera ella sy
lançarote lo oujera delibrado (Tristán, 78v) E despues fizo aun mayor cosa
(Ultramar, 73r) Et quisieron passar pora andalla por ueer si era aun meior que
aquella en que estauan (Estoria de España, I, 135v) Mas a la çima non se pudieron
tener contra ellos e contra los de la villa que eran con ellos que les fazien aun peor
que non los otros (Ultramar, 180r)
236
E aun non auiendo uerguença nin dubda ninguna de la grand locura de la deslealdad
que auien començada, yuraron se otra uez como de cabo el Cuende Hylderigo e
Gumildo Obispo de Magalona (Estoria de España, I, 177r) Nin aun quando lo
catares non ay trabaio de encrobirlo (GEstoria-II, 340r)
Las construcciones medievales de aun + que, igual que las similares con
aun + quando y aun + si, tienen que ver con estos mismos usos, y deben
leerse de la misma manera; es decir, como equivalentes por su sentido a
las frases que actualmente son introducidas por incluso si, llegado el
caso que, etc. Nótese la presencia reiterada del subjuntivo, que fue en un
principio el modo habitual para este tipo de construcciones:
e semeiol assi que aun que enpos ella uiniesse so hermano que enaquel logar la
podrien bien deffender los sos del (Estoria de España, I, 24r) Vio lo mal prender e
nol podie prestar, Que aun que quisiesse, nol podie huuiar (Alex-O, 31v)
237
incorporando una nueva unidad a su catálogo de conjunciones y
locuciones propiamente concesivas84.
238
6. Final
239
minadas necesidades. Una de las condiciones previas que favorecieron la
emergencia del fenómeno gramatical fue, probablemente, el incremento
y la variedad creciente de mensajes susceptibles de ser transmitidos. No
son pocos, en efecto los investigadores que suponen que el surgimiento
de la sintaxis está relacionado con un incremento en la capacidad
conceptual de los seres humanos y con las necesidades de un sistema
comunicativo que ha de transmitir un conjunto de mensajes muy
elevado, que no es técnicamente expresable a través de un número
equivalente de signos de naturaleza global u holistica, es decir, no
descomponibles (Schoenemann, 1999: 321; Noble y Davidson, 1996;
Davidson, 2003; Li, 2002; Hurford, 2003: 45). De manera general, cabe
decir que los sistemas de comunicación que transmiten un número
reducido de mensajes funcionan sin problema con el recurso a signos con
significado holístico. Es habitual recordar a este respecto que también los
monos muestran cierta capacidad conceptual y una notable habilidad
para expresar y comunicar conceptos a través de signos. Pero estos
signos y conceptos tienen siempre un número limitado y pueden por ello
ser manejados sin problema por una memoria normal. Es bien conocido
el caso del mono vervet, que dispone de un sistema de signos de alarma,
con diferentes gritos para cada uno de los posibles predadores que
pueden amenazar a la manada (leopardos, águilas, serpientes, etc).
En el terreno de la comunicación humana tenemos un buen ejemplo
de la relación entre signo global y necesidades comunicativas reducidas
en el lenguaje de las señales de tráfico, que incluye también un número
de signos bien abarcable por la memoria humana, que transmite
instrucciones o prohibiciones aplicables a momentos concretos de la
conducción. Algunos de estos signos tienen carácter icónico, como el de
paso a nivel con barreras. Otros tienen un carácter menos motivado y
más simbólico, como el que expresa la prohibición de aparcar. En ambos
casos, la norma o el aviso van expresados a través de un único signo que
no es susceptible de ser descompuesto en unidades menores. La
comunicación lingüística humana, por el contrario, se refiere a tantas
situaciones comunicativas que no puede basarse en un número limitado
de unidades. Si para los seres humanos fuera suficiente el intercambio de
un número reducido de mensajes posibles (digamos, varias docenas, con
contenidos limitados a ‘hola', ‘yo', ‘tú', ‘te quiero', ‘estoy enfermo’, ‘me
siento a gusto', ‘tengo hambre', etc.), es seguro que un listado de otras
tantas secuencias fónicas arbitrarias (o palabras) bastaría para usar con
240
provecho un sistema de comunicación de estas características. La
memoria humana tiene, en efecto, una considerable capacidad de
almacenaje léxico. El problema es que las necesidades comunicativas de
los hombres tienen un carácter ilimitado, susceptible de agotar rápi-
damente las capacidades de las memorias más potentes y evolucionadas.
Una situación como esta resulta difícilmente manejable, porque forzaría
un incremento continuo y sin restricciones de los signos de nuestra
lengua. Por fortuna, la gran mayoría de los mensajes posibles del
lenguaje humano tienen carácter composicional, esto es, transmiten
contenidos complejos que son susceptibles de ser analizados como la
combinación de otros conceptos más simples.
Todo ello significa que los seres humanos, cuando vamos a
comunicar una idea o experiencia, por muy única e irrepetible que sea,
tenemos la capacidad de descomponerla o “trocearla” en diferentes
unidades, expresadas a través de signos lingüísticos que son reutilizables
en futuros mensajes. En muchos casos está disponible más de un
procedimiento de troceo de la experiencia compleja, lo que hace posible
verbalizar el evento de varias maneras posibles o hacerlo con mayor o
menor precisión y detalle. El evento que ha de ser verbalizado es siempre
único e irrepetible, pero las unidades que combinamos para expresarlo
no lo son de manera necesaria. El proceso de verbalización implica, por
tanto, la puesta en marcha de un complejo proceso de diferenciación o
troceo cognitivo, que no nos resulta conocido en su totalidad.
Desde un punto de vista conceptual, las unidades lingüísticas básicas
surgen, pues, como resultado de procesos cognitivos y no, al revés, como
átomos fundamentales del análisis. Nadie defendería la idea de que el
cuerpo humano surge de la combinación de unas piezas o unidades
previamente existentes (una cabeza, unas manos, un corazón, etc.); por el
contrario, la compleja estructura corporal de los hombres surge de un
complicado proceso de diferenciación y especialización que arranca en
etapas más indiferenciadas y simples. En biología, la integración es el
punto de partida, no el punto de llegada. De manera similar, la estructura
de la oración se ha desarrollado desde modalidades de enunciación más
simplificadas, vinculadas más directamente con el pensamiento no
descompuesto (Deacon, 2005: 274). Existe, por tanto, un nivel de menor
diferenciación cognitiva, precursor de las palabras, que posiblemente dio
lugar a las expresiones holísticas del protolenguaje o a las expresiones de
algunos animales. El hecho de que a día de hoy no resulte fácil formular
241
y caracterizar este nivel "infralingüístico" no hace inverosímil su
existencia.
En todo caso, la descomposición del pensamiento en unidades más
simples no produce necesariamente gramática, sino mera sucesión de
piezas léxicas, es decir, unidades categorizables como nombres,
adjetivos o verbos (Croft, 2005: 34). El recurso a la gramática y a las
piezas gramaticales es posterior al proceso de descomposición con-
ceptual y persigue precisamente la función de recomponer la unidad y
especificidad de la experiencia a través de varios procesos que aportan al
enunciado la necesaria coherencia referencial, estructura argumental, etc.
242
consolidación de estas conexiones. Sabemos que, además de las
esquemas de regularidad gramatical (que, no en vano, denominamos
reglas), existen hechos de frecuencia, asociación, rutinas, mecanismos de
intuición, etc., que configuran la organización de la lengua en nuestra
mente y contribuyen a determinar las expresiones que pertenecen y no
pertenecen a nuestra lengua. La regularidad del lenguaje proviene, pues,
de la interacción de diversas capacidades cognitivas y de varios
mecanismos de automatización y asociación formal.
No cabe duda de que el cerebro humano tiene capacidades de
computación. Pero estas capacidades no son necesariamente similares,
en su configuración y en su eficacia, a las que tienen los sistemas
artificiales de computación que diseña la ingeniería. De hecho, la
llamada inteligencia artificial tampoco ha conseguido crear sistemas
matemáticos que puedan considerarse inteligentes en el sentido que lo es
el cerebro humano. Es cierto que se ha logrado diseñar sistemas
orientados a una finalidad específica, como la realización de cálculos,
jugar al ajedrez, etc. En estas tareas, los sistemas artificiales han
resultado ser sumamente eficientes, incluso más que el propio cerebro
humano, que muestra una capacidad computacional relativamente escasa
y limitada, sobre todo en comparación con la de un ordenador. Pero los
sistemas artificiales suelen estar orientados a actividades muy
restringidas y recurren para ello a mecanismos específicos. La inteli-
gencia humana, por el contrario, es mucho más versátil y no está
condicionada y orientada hacia una actividad concreta (Hawkins y
Blakeslee, 2004: 43). El más afamado matemático o el campeón más
imbatido en el ajedrez difícilmente se atreverían a competir con un
moderno ordenador que estuviera programado para sus respectivas
habilidades. Sin embargo, a pesar de su lentitud, el cerebro humano
puede ejecutar algunas acciones complejas que el ordenador más rápido
y sofisticado en incapaz de realizar. En definitiva, la empresa de
construir sistemas artificiales que emulen el funcionamiento de la mente
humana ha dado hasta el momento resultados limitados.
Además de sus peculiares capacidades computacionales, el cerebro
humano posee otras cualidades que lo hacen especialmente adecuado
para muchas tareas cognitivas, incluido el lenguaje. Dispone, por
ejemplo, de una muy notable capacidad de aprender nuevas tareas y
rutinas o de modificar el funcionamiento de las ya disponibles a través
de un proceso permanente de aprendizaje y de reajuste de lo aprendido
243
(Hawkins y Blakeslee, 2004: 86; Pulvermüller et al, 2008). Cuanto más
habitual y repetido es un acto (lavarnos los dientes, ponernos los zapatos,
arrancar el coche, etc.), tanto más probable es que el cerebro haya
almacenado la correspondiente secuencia de órdenes, que serán
nuevamente ejecutadas cada vez que sea necesario. El carácter
automático de estas órdenes hace innecesaria la intervención de la
consciencia, lo que incrementa su rapidez y reduce el esfuerzo. En un
terreno puramente fisiológico, la capacidad de aprendizaje de una
especie se relaciona directamente con la mayor o menor capacidad de
establecer nuevas conexiones o estructuras neuronales. El concepto de
plasticidad neuronal alude expresamente a esta capacidad (v. 1.5.8.8.5.).
La mente humana tiene, por otra parte, una poderosa capacidad de
efectuar conjeturas acertadas a partir de entradas sensoriales incom-
pletas. La mayoría o todos los servidores de correo electrónico actuales
nos devolverán un mensaje que contenga el más pequeño error en la
dirección de nuestro remitente, al que darán sin más por desconocido. En
cambio, este tipo de errores son inmediatamente identificados y subsa-
nados en la vida cotidiana de cualquier persona.
De especial interés es la capacidad del cerebro de los seres humanos
de unificar las diferentes percepciones de las imágenes en un patrón
único. La posibilidad que tienen muchos individuos de plasmar con
breves rasgos las facciones de una persona a través de su caricatura
demuestra que el cerebro humano almacena representaciones muy
esquemáticas, en las que son más relevantes las relaciones de proporción
y las líneas de diseño general que la suma de todos los detalles
concretos. Otra buena muestra de esa adaptación humana a la
variabilidad de la percepción está en su capacidad para reconocer el
mismo rostro de una persona en situaciones y desde perspectivas y
ángulos diferentes.
Más allá de la percepción de las imágenes, la variabilidad es
intrínseca también en el terreno de la secuenciación motora. Es fácil
constatar que no todas las acciones que realizamos son exactamente
iguales: el movimiento para abrir la puerta del coche puede requerir un
ángulo diferente si se hace desde una acera o si tenemos los pies en el
asfalto; los movimientos de lavado dependen del tamaño del plato que
situamos bajo el grifo y del tipo de suciedad que contiene. Estas
modificaciones constituirían un serio problema para cualquier robot
programado con alguno de estos fines, que se vería obligado a recalcular
244
sus movimientos con extrema rapidez y escaso éxito. En cambio, el
cerebro humano se adapta a las situaciones y percepciones cambiantes
gracias a su capacidad de general de manejar representaciones inva-
riables de carácter esquemático (Hawkins y Blakeslee, 2004: 87).
Estas y otras cualidades hacen del cerebro una singular máquina que
no tiene parangón hasta el momento en los resultados de la ingeniería o
en la inteligencia artificial. El lenguaje y sus gramáticas constituyen un
producto esencial de esta inteligencia. La suposición de que esta peculiar
capacidad sea resultado de solo una de las muchas habilidades de la
mente, la capacidad computacional, sin recurso a las demás, resulta a
priori inverosímil y no encaja tampoco con la evidencia y los datos
manejados en este libro. En el uso de la lengua hay computación, pero
hay también rutinas automáticas, inferencias, conjeturas, empleo de
representaciones esquemáticas y otros mecanismos o procesos mentales
que están disponibles también para otras funciones motoras o cognitivas.
La proporción en que cada una de estas capacidades se encuentra
presente en las diferentes lenguas, o en una misma lengua en diferentes
etapas de su desarrollo, es seguramente diferente. También es diferente
la presencia de cada una de estas habilidades mentales en los diferentes
niveles de la gramática. La capacidad de asociación y el despliegue de
rutinas que requiere, por ejemplo, el empleo de la flexión verbal, poco
tienen que ver con algunos de los recursos computacionales e infe-
renciales que despliega la sintaxis. Desde una perspectiva mental, el
complejo entramado de la gramática debe verse como el resultado de la
colaboración variable y cualitativamente diferente de muchas habilidades
cognitivas.
Entre los rasgos evolutivos que mejor definen el avance y desarrollo del
cerebro humano se encuentran, por un lado, su acusada lateralización, es
decir, la especialización funcional de cada uno de sus dos hemisferios (v.
1.5.8.8.3.) y, por otro, su marcada plasticidad neuronal (1.5.8.8.5.), es
decir, la capacidad de reorganizar, reubicar y recomponer con relativa
facilidad las conexiones sinápticas, lo que se traduce, como ya se ha
245
dicho, en una notable disponibilidad para el aprendizaje. Es probable que
la aparición del lenguaje haya contribuido a acelerar el desarrollo evo-
lutivo de estos y otros rasgos del cerebro humano. Y, a la inversa, es
verosímil suponer que el lenguaje ha ido avanzando hacia una mejor
acomodación a los recursos que el cerebro le proporciona. La idea de que
existe una suerte de simbiosis evolutiva entre lenguas y cerebro está en
la base de la teoría de la coevolución, defendida por Deacon (1997),
Johansson (2001) y Christiansen y Chater (2008). Desde esta perspectiva
coevolutiva, cabe pensar que las lenguas habrían alcanzado su diseño y
configuración a través de la presión selectiva de muchas generaciones de
hablantes que hacen uso de la lengua y su gramática en una situación de
variación, en la que resultan seleccionadas aquellas variantes que se
acomodan mejor a las necesidades de aprendizaje y procesamiento, de tal
manera que, en cierta medida, el lenguaje puede verse como un virus o
parásito, que cambia y se adapta a la anatomía de su anfitrión (Deacon,
1977: 109-115, 137). Una manifestación del acoplamiento del lenguaje
al cerebro sería la tendencia creciente de las lenguas a sacar mayor
beneficio del cerebro lateralizado, lo que se traduciría en una preferencia
especial por extender los procedimientos que se basan en la actividad del
hemisferio izquierdo, especializado en las rutinas y automatismos
motores y, en general, en las operaciones relacionadas con el
movimiento sintáctico. Más allá de las ciencias cognitivas, desde la
lingüística histórica indoeuropea, Bichackjian (2000a; 2002: 167-168) ha
sostenido también planteamientos similares.
Esta perspectiva apunta a una visión evolutiva de la lengua,
diferente de la que podría defenderse desde una posición estrictamente
darwiniana. En principio, parece razonable suponer que la aparición del
lenguaje en la especie humana no ha requerido la selección de recursos
especiales destinados especialmente a la finalidad comunicativa y que las
lenguas no han hecho más que reconvertir los recursos que ya estaban
presentes en el cerebro (v. 1.5.5.). Ahora bien, cuando esta reutilización
se inició, arrancó un proceso evolutivo destinado a optimizar y realizar
cada vez más y mejor la función que las lenguas ya estaban realizando.
Esto significa que el origen de las lenguas no tuvo necesariamente un
carácter evolutivo, pero sí sus tendencias históricas de cambio.
La visión del cambio lingüístico como un proceso orientado en una
dirección precisa no es una constante en la lingüística histórica. Por el
contrario, en muchos investigadores, especialmente durante las últimas
246
décadas, ha arraigado la idea de ciclo, basada en una visión circular del
cambio lingüístico, que no añade nada cualitativamente nuevo a un
sistema ya perfectamente desarrollado y configurado. Con mayor
motivo, en las corrientes de orientación formalista o generativista, que
acentúan el componente genético de las gramáticas, se detecta aún más
la visión de la lengua como algo cualitativamente estable desde hace
miles de años, tantos al menos como nos permite contemplar la historia
documentada de las lenguas.
Esta visión estática del cambio lingüístico ha sido predominante en
la investigación sobre las lenguas durante el siglo XX. En cambio, en el
siglo XIX muchos eruditos dieron por sentado que las lenguas pueden
ordenarse en un rango cualitativo, en relación a su grado de eficiencia
comunicativa o expresiva. Pero esta comparación favorecía a las lenguas
del pasado, que habrían alcanzado, según la opinión de la época, niveles
de perfección definitivamente perdidos. En esta línea se ha de entender
la entusiasta valoración del sánscrito, la supuesta lengua indoeuropea
originaria, como el punto más alto de las posibilidades expresivas. Esta
valoración del pasado, combinada con una visión del cambio lingüístico
como proceso de decadencia y pérdida de expresividad, subyace a la
obra de pioneros de la lingüística histórica, como F. Bopp, W. von
Humboldt o J. Grimm. Estos y otros autores de la época constataron en
la historia de las lenguas indoeuropeas la inequívoca tendencia al
retroceso o pérdida de antiguas categorías flexivas, como los géneros y
casos del nombre (y adjetivo) o los tiempos y modos verbales del verbo,
y tendieron a interpretar estos procesos en términos de reducción de
eficiencia comunicativa y capacidad expresiva.
En aquella época se sabía relativamente poco de las lenguas
“exóticas”, de las que hoy tenemos un conocimiento mucho más profun-
do. Actualmente sabemos que muchas lenguas que distan tipológica y
geográficamente de las más divulgadas en occidente muestran también
una enorme complejidad estructural y una potente capacidad expresiva.
Esto ha favorecido una consideración igualitaria de todas las lenguas, en
lo que se refiere a sus recursos expresivos y su potencial complicación
estructural. La gramática chomskiana, que plantea la idea de una
Gramática Universal, escrita con mayúsculas, se mueve en esta línea de
pensamiento, igual que otras escuelas lingüísticas que, en general, han
tendido a buscar lo que hay de similar entre las lenguas, más que lo que
las diferencia.
247
Lo cierto es que, cuando se estudia el devenir histórico de las
lenguas, especialmente las que pertenecen a la familia indoeuropea (que
constituyen una de las familias de lenguas con mayor extensión
geográfica y con una documentación histórica muy larga y bien docu-
mentada), se observa una sorprendente coincidencia en todas o la
mayoría de ellas al orientar sus cambios en la misma dirección, sin que
esta coincidencia deba explicarse por influencias determinantes desde
alguna(s) de ellas sobre la orientación del cambio de las demás86. Las
lenguas humanas, al menos las mejor conocidas y examinadas, parecen
evolucionar de una manera en cierta medida similar y avanzan en la
misma dirección de consolidar y extender determinados mecanismos
gramaticales en detrimento de otros.
El avance de ciertos mecanismos de carácter sintáctico, en
detrimento de los procedimientos de carácter morfológico o pragmático,
es una buena muestra de esta tendencia común a muchas lenguas
(Wunderlich, 2005; Osawa, 2003). Desde luego, los datos de la historia
de las lenguas indoeuropeas confirman el retroceso (parcial en algunos
casos) de la morfología frente a la sintaxis. Al margen de otros posibles
motivos para este retroceso, como la abundancia de irregularidades que
dificultan su procesamiento y adquisición (Wunderlich, 2005), la
morfología presenta otros problemas relacionados con la productividad
de algunos de sus procedimientos. El antiguo Ablaut del indoeuropeo, es
decir, la marca de las categorías gramaticales a través de la alternancia
vocálica, puede, en principio, parecer elegante: CV1C para una distinción
gramatical DG1, CV2C para otra distinción DG2, CV3C para DG3, y así
sucesivamente... Pero un sistema de esta naturaleza presenta, entre otros,
el problema de que limita la variabilidad vocálica en la raíz léxica de los
verbos. Si en inglés, por ejemplo, la alternancia write / wrote / written
fuera la regla en todo el sistema verbal, la vocal o no podría nunca
encontrarse en el radical de presente de un verbo (Bichackjian, 2002:
86 La idea de que el cambio en las lenguas va orientado en una dirección precisa no es,
en sí misma, una novedad científica. Encuentra una formulación ya clásica en la
investigación de Jespersen (1922), que detectó en las lenguas una tendencia
evolutiva hacia una mayor eficiencia comunicativa, combinada con una mayor
facilidad de producción y procesamiento. También está en la obra de este autor la
idea de que el retroceso diacrónico de la morfología, en beneficio de los pro-
cedimientos analíticos y, en general, de la sintaxis, es una tendencia presente en la
evolución de muchas lenguas.
248
135-136). Más restrictiva aún sería la situación en una lengua que
tendiera a expresar más de tres distinciones gramaticales por el pro-
cedimiento de alternancia vocálica. El uso de afijos (prefijos o sufijos) es
ciertamente una solución posible, pero puede alargar excesivamente las
palabras en las lenguas aglutinantes o crear incómodas homonimias en
las lenguas flexivas. Por estos motivos, o quizá por otros que se nos
escapan, resulta un hecho incontestable que la morfología flexiva ha
retrocedido de manera paralela en la mayoría de las lenguas indo-
europeas.
También es una tendencia común en la evolución de las lenguas, al
menos las del grupo indoeuropeo, el retroceso de ciertas categorías de
base esencialmente perceptiva o semántica en beneficio de otras de
carácter más propiamente gramatical. El ejemplo más relevante de este
cambio es, probablemente, la sustitución de las antiguas nociones de
agente y paciente por las más recientes de sujeto y objeto, que tienen una
base semántica mucho más indirecta y dependiente de la construcción de
la que forman parte (v. 3.2.4.). De hecho, como se ha visto ya (v.
3.2.4.1.2.), el sujeto de las construcciones estativas es una novedad
surgida hace pocos siglos en las antiguas construcciones impersonales,
en las que no tiene ya el antiguo significado agentivo.
El avance de la subordinación en perjuicio de la antigua correlación
es otra característica común en la historia de las lenguas indoeuropeas,
que no puede interpretarse en ningún caso como efecto de un préstamo o
influjo desde una lengua culturalmente poderosa. La extensión de las
estructuras subordinantes incrustadas es un fenómeno notablemente
reciente en las lenguas indoeuropeas (v. 3.2.5.3.2.); lo es, más aún, en los
términos de una escala temporal estrictamente darwinista, en la que
podría verse como una auténtica innovación evolutiva. Este avance se ha
visto consolidado por el efecto de variados procesos de lexicalización,
que se fundan en la memoria y en la capacidad asociativa de la mente
humana. Merced a estos procesos, ha podido configurarse una nómina de
conjunciones y locuciones conjuntivas, la mayoría de las cuales tienen
un origen muy reciente.
Parece claro, por tanto, que las lenguas tienden con el tiempo a
reorganizar o sustituir el tipo de procedimientos y mecanismos de que
hacen uso en sus gramáticas. El avance de la sintaxis en detrimento de la
morfología flexiva (o, si es el caso, el proceso inverso) no es en el fondo
más que el incremento del protagonismo de un nivel frente al del otro en
249
la gramática de cada lengua. Este proceso acarrea un incremento de la
complejidad de un nivel frente a una simplificación del otro nivel, pero
no añade complejidad al sistema globalmente considerado. La idea de
que las lenguas puedan tener un mismo grado de complejidad, defendida
por la moderna tipología, puede considerarse en principio correcta, pero
no significa que todas las lenguas sigan los mismos principios organi-
zativos ni que estén diseñadas de la misma manera87.
250
claridad qué se entiende por recursividad, ni parece claro que su de-
finición se haya hecho siempre de manera uniforme (Tomalin, 2007: 2).
Hay que señalar, en todo caso, que la noción de recursión tiene su
origen en las ciencias de la computación y fue desarrollada en el pasado
siglo por autores como Bar-Hillel, Gödel o Peano. En la lingüística, el
término recursión tiene una definición más o menos precisa o ambigua,
según los autores, que no siempre usan el término en el mismo sentido.
La definición más próxima al origen matemático del concepto es la que
alude a aquella estructura o expresión que incluye entre sus elementos
integrantes otro igual a ella misma:
Pedro cree que Juan ha dicho que yo prometí que Antonio suponía
que mi padre te dijo que...
Existe, por otra parte, la recursión con incrustación central, que deja
material a ambos lados de los miembros de la unidad principal:
251
único. Constituiría lo que estos autores denominan la facultad del
lenguaje en sentido estricto, que formaría el núcleo de lo más específico
de la lengua frente a otras capacidades cognitivas88. A este rasgo de
recursividad no es posible, según los mismos autores, aplicar ninguna
interpretación evolutiva.
No es de extrañar que tan radicales afirmaciones puedan suscitar
reparos. La gramática envuelve muchas unidades y piezas que no tienen
recursión. Los artículos, los auxiliares, las preposiciones, etc., no
muestran rasgos recursivos y son, sin embargo, elementos esenciales de
la gramática (Pinker y Jackendoff, 2005: 216). Es posible también
plantear reservas en relación con el carácter universal de la recursividad
lingüística. Ya las ha puesto Everett (2005), tras observar la ausencia de
incrustación en la lengua pirahã de Australia, que prefiere el recurso a la
combinatoria basada en la yuxtaposición. Tampoco estamos seguros de
que la recursión haya sido una constante en el presente o en el pasado de
otras lenguas conocidas. En las lenguas indoeuropeas, la incrustación
central es un fenómeno relativamente reciente; en épocas pasadas fue la
correlación el tipo básico de enunciado complejo, que no tiene
propiedades recursivas (v. 3.2.5.2.2.). Más allá de estas y otras posibles
reservas al carácter definitorio de la recursividad lingüística y a su
condición de rasgo exclusivo en el lenguaje humano89, hay que
reconocer la cualidad esencialmente única de la recursividad en el
conjunto de los sistemas de comunicación conocidos.
Los fenómenos de supuesta recursividad en las lenguas humanas se
vinculan con frecuencia con la subordinación sintáctica, al menos en las
lenguas románicas. En estas lenguas, encontramos recursividad en las
relativas y completivas y, en general, en aquellas subordinantes que
utilizan el elemento que (porque, para que):
252
Las relativas muestran la posibilidad de la autoincrustación, que es
teóricamente ilimitada, pero prácticamente mucho más reducida, por
razones de procesamiento. Obsérvese la siguiente sucesión de relativas
incrustadas en el centro, que resultan apenas viables desde la com-
prensión y el procesamiento:
253
órdenes motoras correspondientes, las de los dedos en las de la muñeca,
estas en las del codo, después las del brazo completo, etc. Es más que
probable, en todo caso, que la recursividad lingüística no tenga
precedentes evolutivos en la propia capacidad lingüística. En realidad, es
más razonable pensar que la recursividad resulta de la interacción del
lenguaje con otras capacidades cognitivas de la mente humana.
La recursividad hace un uso particularmente efectivo de la memoria
operativa del cerebro humano, que ha alcanzado un desarrollo evolutivo
especialmente avanzado. La memoria operativa es el mecanismo cerebral
que proporciona el almacenamiento temporal de la información nece-
sario para la realización de tareas cognitivas complejas (Martín-Loeches,
2008: 24-26; Coolidge y Wynn, 2009: 45). Esta misma capacidad tiene
repercusión en el uso del lenguaje porque favorece la complejidad
sintáctica. La incrustación sintáctica requiere la retención en la memoria
de unidades lingüísticas que han de ser retomadas tras la enunciación de
determinadas unidades incrustadas. Es lo que ocurre en una frase como
la siguiente:
254
prefrontal, hace 60 000 / 130 000 años, es menos relevante desde el
punto de vista lingüístico. Lo esencial es que ciertos rasgos de las
modernas lenguas obtienen recursos de capacidades cognitivas y
cerebrales que no estaban disponibles en especies anteriores al ser
humano.
Sea cual sea el mecanismo cognitivo que hace posible el manejo de
las estructuras recursivas, lo cierto es que este tipo de configuraciones
son recientes en la historia del español y otras lenguas románicas (v.
3.2.5.3.2.), al menos en el nivel de la sintaxis oracional. Por tanto, la
suposición de que pudiera ser un rasgo presente en todas las lenguas del
presente o del pasado resulta insostenible a la luz de los datos empíricos
disponibles.
6.5. Conclusión
255
lenguaje (pocos años después, curiosamente, de la publicación del
Origen de las especies, de Charles Darwin en 1857). Esta actitud se
basaba en la carencia de datos empíricos sobre modalidades de lenguaje
en los antecesores del ser humano. Una variante de la misma idea está
presente en muchos autores contemporáneos, que dan por sentado que
los testimonios disponibles de las lenguas de otras épocas testimonian ya
un lenguaje plenamente evolucionado90.
Desde entonces, la idea de que la evolución del lenguaje, por un
lado, y la historia de las lenguas conocidas, por otra parte, pertenecen a
dominios empíricos y teóricos diferentes, se encuentra implícita (y a
veces también expresa) en la base de las mayoría de las teorías sobre el
cambio lingüístico. De esta forma, la pregunta sobre el origen de la
comunicación lingüística humana ha encontrado respuestas variadas
desde ciencias ajenas a la propia lingüística, como la paleontología, la
biología, la arqueología, etc. Los lingüistas, por su parte, han tendido con
mucha frecuencia a dar por supuesto que el fenómeno lingüístico, igual
que otras realidades de la biología, presenta un carácter esencialmente
evolucionado desde que tenemos noticia empírica de la existencia de las
lenguas.
Sin embargo, los datos de la propia lingüística histórica no avalan
esta suposición. La historia conocida de las lenguas mejor descritas,
como lo son la mayoría de las indoeuropeas, incluida la española,
testimonia la sucesión de cambios esencialmente cualitativos en la con-
figuración de su gramática (v. cap. 3) que permiten justificar la idea de
que el cambio gramatical tiene aspectos evolutivos indudables. Esta
evolución gramatical no es explicable en términos estrictamente
darwinianos; entre otros motivos, porque se ha producido en un período
de tiempo relativamente breve, en comparación con los dilatados
procesos que la evolución darwinista requiere.
De hecho, como se ha visto, la explicación evolutiva no está clara
para muchos o la mayoría de los investigadores del origen de las lenguas,
que prefieren entender el origen del lenguaje en términos de reutilización
o exaptación (v. 1.5.5.) o como efecto de procesos de emergencia,
256
autoorganización o similares (v. 1.5.6, 1.5.7. y 1.5.8.). Por otra parte,
parece razonable pensar que la historia evolutiva de los diferentes
niveles y componentes que integran las lenguas humanas no es nece-
sariamente la misma. Los elementos que pertenecen, por ejemplo, al
nivel acústico-fonético parecen ser los más antiguos y permiten la
comparación con capacidades similares en la comunicación de otras
especies. El descenso de la laringe (v. 1.5.8.2.) tiene precedentes en la
fisiología de algunos monos, cuya laringe se acomoda a las
vocalizaciones de manera similar a como lo hace en los seres humanos
(Fitch, 2000). Estos datos podrían hacer verosímil una visión evolutiva
del surgimiento del uso simbólico de la fonación humana. En cambio,
otros niveles de la lengua más propiamente gramaticales no testimonian
estos precedentes. En particular, en el dominio sintáctico se han
producido novedades muy recientes, cuya aparición y desarrollo es
posible documentar en época histórica. Muchos de estos cambios testi-
monian el avance de la sintaxis, en detrimento de otras formas de
codificación gramatical. En esta línea de cambio, las lenguas indo-
europeas muestran una coincidencia inequívoca, que sólo puede enten-
derse como el resultado de similares tendencias evolutivas.
En consecuencia, la rígida separación entre evolución y cambio en
el terreno de las lenguas y las gramáticas no se sostiene. De hecho, como
se ha visto, los planteamientos evolutivos son mucho más problemáticos
en el terreno de la génesis del lenguaje que en el dominio de la propia
lingüística histórica, porque los procesos de cambio lingüístico, al menos
muchos de los más esenciales, muestran una clara orientación o
direccionialidad de carácter cualitativo.
257
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8. Índice de nombres y términos
283
competencia y actuación, 72 descenso de la laringe, 50
complejidad, 46, 131, 204, 250, 254 desgramaticalización, 190, 191, 193, 194,
complemento directo (vs. complemento 233
preposicional), 102 desinencias latinas, 92
complemento indirecto. Véase objeto Detges, U., 70, 207
indirecto Diewald, G., 181
comunicación animal, 10, 12, 13, 39, 51 direccionalidad del cambio lingüístico, 87
conjugaciones verbales, 81 discapacidad específica del lenguaje
conjunciones, 74, 139, 164, 199, 220, (DEL), 17
230, 234, 249 diseño y lenguaje, 47
constituyentes (principio de), 76 Donald, M., 29, 52
construcción estativa, 97, 125 DuBois, J., 78
continuidad topical, 78 Dunbar, R., 57
Coolidge, F. L., 30, 254
Corballis, M. C., 29, 50, 53, 253 E
Corominas, J., 179, 213, 222, 226, 227, efecto Baldwin, 33, 39
231 Elvira, J., 80, 81, 110, 130, 145, 149, 155,
Cowley, S. J., 65 159, 161, 181, 224, 226, 228, 232,
Crago, M. B., 19 236
Croft, W., 24, 69, 72, 82, 86, 96, 205, embecaduras, 41, 43
206, 242 emergencia
Crow, T. J., 30, 61 de la gramática, 240
Cruse, A., 96 en la adquisición del lenguaje, 26
cualquier(a), 228 y evolución, 48, 239
Cuervo, R. J., 225, 235 énfasis, 195
Ernout, A., 91, 116, 117, 122, 123, 127,
CH 128, 147, 148, 187
Chafe, W., 120 escritos sumerios, 28
Chomsky, N., 14, 22, 23, 35, 44, 76, 251 escritura, 28, 89
Christiansen, M. H., 70, 246 especificidad de dominio, 66
Espinosa Elorza, R. M., 169, 170, 173
D estatividad. Véase construcción estativa
Dahl, Ö., 197 estonio, 194
Darwin, Ch., 33, 36, 256 estructura argumental, 78, 90, 95, 98, 99,
Darwin, Ch. R., 31, 33 109, 112
darwinismo y evolución lingüística, 82 etimología popular, 233
Dasher, R. B., 176 Everett, D. L., 252
Davidson, I., 10, 29, 30, 240 exaptación, 192, 193
Davis, B. L., 37 expresiones idiomáticas, 80
Deacon, T., 12, 17, 21, 22, 34, 47, 54, 56, extravagancia, 195
57, 58, 60, 62, 70, 241, 246
declinación latina, 92 F
Delbecque, N., 94, 112 falacia funcionalista, 82
Dennet, D., 52 fecha de la aparición del lenguaje, 28, 30
284
Fernández Ramírez, S., 144, 227, 228 Grodzinsky, Y., 63, 64, 254
Fillmore, Ch., 96 guaraní, 90, 94
Finkel, L., 64 Gumperz, J. J., 175
Fischer, S. E., 18, 19, 111 Gutiérrez Ordóñez, S., 112, 129
Fitch, W. T., 14, 27, 35, 44, 50, 251, 257
formas regresivas, 207, 212 H
FOXP2, 17, 18 Haiman, J., 55, 74, 186, 187
francés, 111, 128, 155, 157, 172, 173, Hanssen, F., 213, 226
190, 195, 202 Harris, A. C., 191, 206, 212
Francis, E. J., 74 Harris, M., 186
frecuencia Haspelmath, M., 73, 82, 83, 84, 169, 183,
de uso, 79, 198 185, 193, 194, 195, 205, 207, 208,
y aprendizaje, 26 212
y gramática, 100 Hatcher, A. G., 120
y rutinas, 85 Haudry, J., 136, 137, 145, 146, 147
Fruyt, M., 139, 141, 146 Hauser, M. D., 14, 27, 35, 44, 251
funcionalismo y cambio lingüístico, 71 Haverkort, M., 64
futuro, 157, 188, 201, 203 Hawkins, J., 72, 76, 243, 244, 245
hebreo, 138
G Heine, B., 154, 168, 169, 171, 173, 177,
Gabelentz, G. v. der, 165 183, 189, 205, 253
galés, 90 Herman, J., 147, 148, 149, 163
Gamon, G., 181 Herrero Ruiz de Loizaga, J., 225, 233
García Miguel, J. Mª., 103, 114 hitita, 132, 138
generativa, escuela, 22 homo erectus, 28, 29, 38
genitivo, 118, 192 homo habilis, 28, 29, 56, 58
georgiano, 90, 138 homo sapiens, 28, 29, 30, 36, 38, 49, 50,
germánico, 138 56, 58, 60, 254
gestos (y lenguaje), 50, 54 Hopper, P., 104, 106, 107, 154, 183, 188,
Giacalone Ramat, A., 217 195, 201, 202, 203, 205, 211
Gibson, K., 65 Hünnemeyer, F., 154, 168, 189
Givón, T., 11, 40, 72, 188, 189 Humboldt, W. v., 247
Gödel, K., 251 Hurford, J. R., 39, 52, 56, 59, 239, 240
Goldberg, A., 96, 97, 98, 99
Goldin-Meadow, S., 79 I
Goldstein, L., 253 iconismo
Goodwin, B., 46 en la sintaxis, 74
Goossens, L., 182 y motivación funcional, 74
Gopnik, M., 17 imitación y lenguaje, 52
Gould, S. J., 42, 43 impersonales
Gramática Universal, 22, 32, 34, 68, 247 construcciones, 111, 117, 213
Greenberg, J., 74, 75, 77 verbos, 108, 111, 122
griego, 114, 132, 136, 138, 194 indefinidos, 83
Grimm, J., 247 indoeuropeo
285
familia indoeuropea, 89, 248 Kirby, S., 39
lenguas indoeuropeas, 70, 95, 252 Kittilä, S., 104, 106
lenguas indoeuropeas y transitividad, Klimov, G. A., 94, 101, 109
109 Knight, Ch., 57
proto-indoeuropeo, 125 Koike, K., 221
sintaxis del, 134 Komé Koloto, M., 176
y tipo activo estativo, 90 König, E., 84, 176, 189, 200, 234, 235
inferencias Kortmann, B., 200
en oraciones concesivas, 234 Kuhl, P. K., 21
en oraciones condicionales, 74 Kuryowicz, J., 154
y lenguaje, 51 Kuteva, T., 171, 253
y lexicalización, 222 lakhota, 94
infinitud discreta, 14, 44
inglés, 110, 111, 162, 166, 173, 183, 190, L
191, 192, 193, 194, 202, 220 Lamarck, J. B. (o proceso lamarckiano),
innatismo 33, 52
..y cambio lingüístico, 23 Lamiroy, B., 94, 112
genes, 16 Langacker, R., 72, 205
mutaciones genéticas, 30, 38 Lapesa, R., 129
nativismo chomskiano, 22 LaPolla, R., 175
pobreza del estímulo, 15 Lappin, Sh., 48
y cambio lingüístico, 68 laringe (descenso de), 49
y gramática, 72 lateralización cerebral, 30
irlandés, 194 latín, 75, 89, 91, 101, 112, 114, 117, 123,
islandés, 110 124, 131, 136, 166, 171, 173, 190,
italiano, 128, 155, 173, 194 201, 204, 205, 233
Lavency, M., 142
J Lehmann, Ch., 136, 138, 154, 159, 162,
Jackendoff, R., 27, 32, 96, 252, 256 188, 190, 193, 195, 199, 207, 208,
Janda, R., 189, 192, 193 233
japonés, 194 leísmo, 213
Jeanjaquet, J., 148 lenguaje
Jenkins, L., 11, 35 dispositivo para la adquisición y
Jespersen, O., 70, 111, 248 desarrollo del, 68
Jessee, S., 65 y lengua, 67
Johansson, S., 13, 14, 29, 66, 246 lenguas
Johnson, D., 48 activo-estativas, 90, 115
austronesias, 90
K ergativo-absolutivas, 78, 87, 90, 92,
Kanzi (bonobo), 12, 21 93, 115
Kay, P., 96 eslavas, 125
Keller, R., 195 germánicas, 118, 190, 194
Keniston, H., 228 itálicas, 132
Kiparsky, P., 193
286
nominativo-acusativas, 87, 90, 93, y cerebro, 66
114, 115 y computación, 242
románicas, 71, 75, 89, 103, 106, 111, y lenguaje, 47
118, 130, 131, 139, 143, 153, 171, y regularidad gramatical, 243
186, 194, 217, 227, 255 Metzoff, A. N., 21
tungúsicas, 125 Meyer-Lübke, W., 143
védicas, 138 Minard, A., 138
Lewontin, C., 43 Mithun, M., 94, 120
Li, Ch. L., 13, 28, 40, 52, 53, 65 Moliner, M., 224
Lieberman, P., 17, 42, 49, 57, 58, 59, 64, Moralejo Álvarez, J. L., 128
65, 239 Moreno Cabrera, J. C., 217
Lightfoot, D., 23, 24, 44, 61, 68, 69 Morford, J. P., 27
lituano, 138 motivación
localismo, 169 discursiva, 77
Lock, A., 31 económica, 75
Longa, V. M., 18, 20, 46 funcional, 68, 73, 86
Longobardi, G., 69 Moure, T., 106, 115, 124
López Izquierdo, M., 179
López Meirama, B., 120 N
Lorenzo, G., 18, 20, 46 Navas Ruiz, R., 177
Lyer, S., 177 neotenia, 22
Lyons, J., 169 neuroimagen (técnicas de), 63
neuronas F5, 53
M neutros (sustantivos en latín), 205
Macneilage, P. F., 37 Newmeyer, F., 71, 76, 83, 189, 190, 192,
MacWhinney, B., 13, 31, 50, 51, 53 194, 206
Maldonado, R., 130 Nichols, J., 94, 109
Malle, B., 52 niños
marca, 75 adquisición de su gramática, 99
marcadores del discurso, 222 e imitación, 52
Marcus, G., 18, 19, 116 y cambio lingüístico, 69
Marler, P., 14 y frecuencia, 79
Martín Zorraquino, M. A., 222 y productividad lingüística, 26
Martín-Loeches, M., 64, 254 Noble, W., 30, 240
Matthews, P., 69 Noël, D., 155
McDaniels, T., 212 nominativo, 92, 93, 115, 116, 117, 119,
Meillet, A., 91, 93, 122, 134, 154, 165 127
Melis, L., 129 Norde, M., 191, 192
memoria operativa, 30
Menéndez Pidal, R., 207, 213 O
mente O’Grady, W., 26, 70
e inteligencia artificial, 243 objeto directo, 92, 103, 107, 121, 123
teoría de la, 51 objeto indirecto, 110, 113
y capcidad inferencial, 244 oraciones
concesivas, 74, 234
287
condicionales, 186, 234 Pulvermüller, F., 244
impersonales, 108 Pustejovsky, J., 95
posesivas, 91, 107
sin verbo, 90
orden de palabras, 74 Q
Osawa, F., 93, 248 Quilis Merín, M., 220
P R
Pagliuca, W., 189, 202 Ramat, P., 188, 190, 191, 194
pájaros (cantos de), 14 Read, D. W., 254
Papafragou, A., 179 recategorización, 191, 198
paradigma, 159 rección, 93, 122, 221
paradoja de la continuidad, 35 recursividad, 14, 44, 250, 253, 254
parámetros, 67, 68, 85 resonancia magnética funcional (fMRI),
y cambio lingüístico, 69 63
y reseteo paramétrico, 24 Rivas, E., 129
Parker, A. R., 251, 252 Rizolatti, G., 53, 54
participios, 200 Roberts, I., 69, 206, 208
partículas focalizadoras, 235 Rodríguez Espiñeira, Mª J., 129
Pascual, J. A., 179, 213, 222, 226, 227, Rousseau, A., 139
231 rumano, 94, 125, 129, 172
Paul, H., 118, 207, 208 rutinas, 65, 197, 243
Peano, G., 251
perífrasis de gerundio, 176
Perkins, R., 189 S
Piaget, J., 25, 26 Sampson, G., 26
Piattelli-Palmarini, M., 44 Sánchez-Lafuente, A., 92
Pinker, S., 17, 27, 29, 32, 33, 34, 35, 36, sánscrito, 132, 138, 247
37, 41, 56, 57, 62, 252 Santi, A., 64, 254
Pinkster, H., 124, 127, 128 Santos Domínguez, L., 169, 170, 173
pirahã, 252 Savage-Rumbaugh, S., 12, 21
plasticidad cerebral, 34, 66 Schoenemann, P. T., 240
Portolés Lázaro, J., 222 Scholz, B. C., 15
portugués, 94, 125, 172 selección natural, 32, 36
Pountain, Ch., 172, 177 Serradilla Castaño, A., 103, 150, 161
Power, C., 57 signo holístico, 39
preposiciones, 102, 131, 132, 133, 156, simios y monos, 12, 13, 14, 21, 50, 51,
157, 160, 162, 163, 173, 190, 199, 52, 59, 65, 239, 240
220, 230 sistemas complejos, 31
proceso epigenético, 22 Slobin, D. I., 69
pronombres Sperber, D., 175
reflexivos, 91, 185, 186, 209 Stengaard, B., 172
relativos, 229 Stowe, L., 64
prototipos, 76 Studdert-Kennedy, M., 253
Pullum, G., 15
288
subordinación, 108, 133, 137, 138, 139, unidireccionalidad del cambio lingüístico,
157, 249 70
sujeto, 93, 103, 107, 110, 114, 118
sustantivación, 190 V
Svorou, S., 169 Väänänen, V., 132
Sweetser, E. E., 189 Vaillant, A., 92
Van der Laeck, F. C., 111
T Van Hoecke, W., 127
Tabor, W., 189, 191 Vargha-Khadem, F. K., 18
teoría de la mente, 239 variación, 31, 72, 86
Thomas, 91, 116, 117, 122, 123, 127, 128, Vázquez Rozas, P., 113
147, 148, 187 Velten, H. V., 126
Thompson, S., 104, 106, 107 verbos
Tomalin, M., 251 de dirección, 92
Tomasello, M., 26, 39, 51, 52, 55, 79, 99 de posición, 171
tomografía de emisión de positrones, 63 medios, 91
Torres Cacoullos, R., 202 modales, 178
Touratier, Ch., 117, 122, 123, 127, 128, pronominales, 91, 94
137 voz
tracto vocal (cambios en el), 49, 50 antipasiva, 93
transitividad pasiva, 91, 93
definición, 101
en indoeuropeo, 93 W
oración transitiva, 76, 78, 97, 117 Wakefield, J., 42, 61
preposicional, 103 Waltereit, R., 70, 207
y frecuencia, 81 Whorf, B. L., 169
y prototipicidad, 104, 107 Wierzbicka, A., 169
Traugott, E. C., 154, 176, 183, 188, 189, Wilcox, S., 55
191, 192, 193, 195, 201, 203, 205, Wilkins, W. K., 42, 61
211, 215 Wilson, D., 175
Trubetzkoy, N. S., 75 Winn, Th., 254
turco, 125 Wray, A., 39
Wunderlich, D., 126, 248
U
Uhlenbeck, C. C., 92 Y
Yllera, A., 172, 176
289
FONDO HISPÁNICO DE LINGÜÍSTICA Y FILOLOGÍA 1 FONDO HISPÁNICO DE LINGÜÍSTICA Y FILOLOGÍA
Javier Elvira
funcionamiento de la cognición humana. El resultado es una obra integradora,
que propone nuevas perspectivas para la comprensión de las principales tenden-
cias de la sintaxis histórica.
Peter Lang