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Cuando terminé de leer la última línea del último cuento del libro de Rafael Miranda “Muerte
en Praga” me pregunté si el autor estaba reconociendo lo que subyacía detrás de aquellas
narraciones, no necesariamente me respondí afirmativamente, no lo tenía en claro. Luego de
conversar con Rafael mucho menos ahora. Un autor puede lanzar una serie de acertijos en su
obra premeditadamente o no, correspondiéndole a los lectores la tarea de enhebrar la aguja
de sus propios pensamientos para zurcir cada trozo o retazo que es cada cuento y armar un
rompecabezas que la pluma ha propiciado, ello, claro está, si consideramos que existe una voz
que nos intenta hablar, una voz desde la penumbra insondable de los sueños que al tornarse
pesadillas dejan de lado los personajes malvados pero también heroicos, criaturas entrañables
de cartón piedra, de viejas series de televisión o de relatos épicos, de esos que en nuestra
niñez y adolescencia encontrábamos en revistas y en libros escolares, para situarnos en un
presente donde la guerra está aquí en este mundo, en los atentados terroristas propiciados
por el fundamentalismo extremo de ISIS y que son tan reales como la migración de guerra del
pueblo venezolano a nuestro país.
Una voz que se vuelve un grito de horror. Porque eso es lo que provoca Rafael Miranda con
“Muerte en Praga”.
Este libro es ciertamente una crónica ficcionada de relatos de guerra, bajo la apariencia en la
entrada o inicio de varios cuentos, al calor de hogar y adolescencia curiosa, entusiasta por
conocer hechos fascinantes de la guerra con avidez de chiquillo en el almacén de su padre en
una calle del viejo barrio de Surquillo. “Todos los días luego de clases, regresaba por las tardes
a la bodega de mi padre que quedaba en la intersección de las calles San Lorenzo y San Agustín
en el populoso distrito de Surquillo conocido como Chicago Chico, después de saludar a mi
viejo, como siempre fiel a mi costumbre dulcera, destapaba una gaseosa Twist o Crush que
estaban de moda en los años 70 más unas galletas de chocolate y me recluía a leer en el rincón
de mi cuarto construido de adobe que llamaba búnker” El autor sea a través del sueño o de
una máquina transportadora de almas descubrirá hechos que no imaginaba. El viaje se torna
fantástico.
Freud y Lacan decían que no existían las casualidades. Miranda no divide tangencial y
explícitamente el territorio brumoso de los sueños y de la realidad sino que atravesando el
espejo mágico de lo inconsciente y la vigilia le brinda presencia a algo real en el sueño: En el
cuento CLARA PETACCI existe un dialogo revelador de esta suerte de conexión umbilical entre
ambos espacios: “….entramos con mi esposa al Café Carlino para almorzar. El mozo nos ofrece
la carta, tenemos un plato favorito para turistas nos dice. ¿cómo se llama? pregunta Clara. El
mozo le responde, Mozarella de Bufalo Mussolini a la Petacci…” Al final del cuento a la esposa
le caerá mal el almuerzo cuando su marido llega a la parte de su narración donde los cuerpos
del Duce y su amante son colgados boca abajo y vejados por el populacho. ¿Un acto de
canibalismo consciente como una forma de unir lo real e irreal volviendo más vívido el
contacto?.
Pero lo fantástico conduce también a momentos en que las puestas en escena o decorados se
confunden y entremezclan llevándonos de la Revolución Francesa, a la muerte de Cristo, a un
encuentro de escritores antifascistas donde se encuentran Hemingway y Vallejo o la toma del
poder por los bolcheviques, aquí en el cuento AÑOS LUZ el espejo nos muestra diversas caras y
refulge desde diferentes ángulos donde cada acto ha sido un momento histórico clave, como
decía en una de sus obras Stephan Zweig, momentos estelares de la humanidad, momentos
históricos a las que el autor rinde homenaje para luego dirigir su trayectoria al interior de su
propio organismo, de sus arterias y venas, espacio interior desde donde podemos comprender
el macro espacio, el sentido total y el borde de la muerte y vida. Cada uno de estos hechos
históricos guarda en este borde sus acantilados.
Existe aquí referencias al misterio y el lenguaje fantástico de Poe, Kafka, Cortazar, Borges.
Donde el lenguaje y su cadencia, su objetividad y decantamiento nos llevan a través de
imágenes que crean las palabras y el flujo narrativo a esos mundos donde lo onírico construye
a partir del deseo del autor, la forma en que debieron haber existido esos hechos.
Llegamos aquí al punto clave del análisis de la obra de Rafael Miranda, a la especulación y el
presagio que bajo el formato en la superficie de un libro de cuentos hace eco de un clamor
soterrado vibrando en clave de sueño, el sueño de un adolescente hace 40 años que lanza a
partir de los referentes históricos de sus lecturas épicas un grito prolongado y agónico a este
presente brutal y descarnado donde somos presa de hienas que se apoderan de los mensajes y
que hacen gala de sus fauces y del horror de sus carcajadas. Un mundo donde la llamada pos
verdad nos envuelve con capas y más capas de mentiras, brutalidad y violencia y donde la
convivencia y la resignación apática de sociedades globalizadas e idiotizadas es la marca y lema
a seguir. Un mundo aparentemente sin escapatoria, podríamos entonces repetir clara y
enfáticamente con el escritor francés Michel Houellebecq estas palabras que Rafael Miranda
intuye muy bien, porque aquí no nos ubicamos ya atravesando el espejo en ese pendular entre
sueño o pesadilla y realidad, aquí todos estamos ya muertos y debemos encontrar una
estrategia para continuar viviendo nuestra andadura cadavérica, es por ello que Houellebecq
dice con respecto a nuestra condición de muertos y en esta guerra de cada día:
Seguid. No temáis
Lo peor ya ha pasado
Por supuesto que la vida aun os desgarrará, pero por vuestra parte, ya no tenéis demasiado
que ver con ella.
Ya estáis muertos
Rafael Miranda con MUERTE EN PRAGA ha dado, no sé si queriéndolo o no, con la clave vital,
debajo de sus referencias épicas de lecturas sobre nazis y la segunda Guerra Mundial, subyace
la atroz pesadilla de estar presente en esta guerra, no solo en su formato de estereotipo de
abigarradas lecturas y de la TV de los setentas, sino de estas guerras del presente y del futuro.
El presagio de lo que ya vivimos sobrepasa la supuestamente cándida información de tiempos
de juventud y laten su desmesura en nuestra memoria, y de hecho retornan en los sueños. El
horror del ahora recogido desde la distancia del pasado, presagio del futuro.