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El Almohadón de Plumas: Actividades y Plan de clase

INSTITUTO SUPERIOR “EL DEVENIR”


PLAN DE CLASE
AREA: PRACTICA DEL LENGUAJE
CONTENIDO:
El Almohadón de Plumas de Horacio Quiroga
Realizado por: RUBEN DARIO ALVAREZ

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El Almohadón de Plumas: Actividades y Plan de clase

PLAN DE CLASES Y ACTIVIDADES DE LA ACTIVIDAD PRÁCTICA


FECHA: CURSO:
DURACIÒN TOTAL 2 módulos DE 60 MINUTOS

Área:
TIEMPOInicio: eld CONTENIDOS
Total 2 módulos
docente h Introducción
de 60 minutos
Se considera importante averiguar si algún educando tiene antecedentes de
histeria, pánico o temores psicopáticos , a partir del tipo de lectura del día de la
TIEMPO DE LA fecha
INTRODUCCION
20 MINUTOS Se saluda a los señores alumnos y se procede a una pequeña introducción ,
partiendo de la base que no conocen el cuento , lo cual obliga a una rápida
introducción , procediéndose a

 Leer rápidamente la historia


 Pedir a los niños que tomen apuntes sobre las personalidades e importancia
de los diferentes personajes
 Preguntar a los educandos si consideran posible la historia contada
 Preguntar a los educandos si han escuchado alguna historia similar
 Se les consultara por las palabras que no pueden identificar a comprender
(vuelto a considerar a posteriori)
 Preguntar a los educandos si conocen el sentido de terror y fantasía , de
suceder esto se buscara hacerles notar la diferencia y el género en el cual
se encuentra la presente obra

TIEMPO DEL DESARROLLO


DESARROLLO Tras el debate de la obra, se les plantea la consigna,

1RA PARTE  En primera instancia realizarán la tarea de llenar los diálogos de la


40 MINUTOS obra esbozada como caricatura , accediéndose a que escriban y hagan
todos los comentarios que estimen corresponder
 No se les pedirá que coloreen las imágenes , con el objeto de impedir
cualquier confusión con los contenidos de Iniciación artística
 Se les recordará la necesidad de trabajar en orden y corrección ,
haciendo hincapié en la prolijidad y debiendo escribir al final de la
misma nombre y apellido y palabras que estén más allá de su
comprensión

El docente va recorriendo las mesas, interviniendo y proporcionando los colores que


sean necesarios.

Una vez terminado el trabajo, cada educando mostrará el resultado, realizando las
consultas en alta voz, con el objeto que la duda y la pertinente respuesta sirva para
el mayor entendimiento de la clase y la erradicación de los dudas
DESARROLLO
Una vez Concluida la primera actividad se les pedirá observen la guía de trabajo Número
2DA PARTE 2,presente en el siguiente apéndice , buscando respondan las consignas
50 MINUTOS
 En primera instancia se les indicará que realicen una lectura del
cuestionario y recurran a la guía de personajes
 Se controlara la composición y características de los ítems solicitados
 Se les mostrará en el pizarrón (contando con la colaboración del

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alumnado) las características principales de los personajes y tiempos de


la acción

El docente recorrerá las mesas, colaborando con las dudas y ayudado a que los
niños conceptualicen la historia mencionada

HHHHHH
CIERRE Se realizará un rápido repaso ,buscando detectar los conceptos no debidamente
10 MINUTOS internalizados en el proceso de enseñanza aprendizaje, pidiendo que ayuden a
armar una línea de tiempo y de personajes del presente cuento
Se dará Se realizará una breve exposición de cierre con el objeto de ayudar a los
educandos en la elaboración de concepto

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El Almohadón de Plumas: Actividades y Plan de clase

Anexo 1ª: Antecedentes


Texto del cuento

EL ALMOHADÓN DE PLUMAS
(Cuentos de amor, de locura y de muerte, (1917)

Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló
sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento
cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán,
mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses —se habían casado en abril— vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella
deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el
impasible semblante de su marido la contenía siempre.

La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos,
columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo
glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de
desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo
abandono hubiera sensibilizado su resonancia.

En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo
sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que
llegaba su marido.

No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y
días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba
indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y
Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto
callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y
aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.

Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de
Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
—No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja—. Tiene una gran debilidad que
no me explico, y sin vómitos, nada.... Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.

Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima,
completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo
el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor
ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin
cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pesos. A ratos
entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada
vez que caminaba en su dirección.

Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego
a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a
uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato
abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
—¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
—¡Soy yo, Alicia, soy yo!

Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta
confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola

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temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos,
que tenía fijos en ella los ojos.

Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose
día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor
mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en
silencio y siguieron al comedor.
—Pst... —Se encogió de hombros desalentado su médico—. Es un caso serio... poco hay que hacer...
— ¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.

Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las
primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en
síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía
siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima.

Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso
que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron
en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.

Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban
fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más
que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.

Murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el
almohadón.

— ¡Señor! —Llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del
hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
—Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
—Levántelo a la luz —le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando.
Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
— ¿Qué hay? —murmuró con la voz ronca.
—Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.

Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán
cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror
con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandos: —sobre el fondo, entre las
plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y
viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.

Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su
trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi
imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin dada su desarrollo, pero desde
que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado
a Alicia.

Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones
proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro
hallarlos en los almohadones de pluma.

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Anexo 2o: Antecedentes


Trabajo Niro 1

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Anexo 3ro: Antecedentes


Trabajo Nro 2

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