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El arte
de la
terapia familiar
w
PAIDÓS
Barcelona
Buenos Aires
México
Título original: Masteriitg Family Therapy. Joumeys of Growth and Transformation
Publicado en inglés por John Wiley & Sons, Inc., Nueva York y Toronto
■
SUMARIO
Agradecimientos ................................................................................. 11
Prólogo, Braulio Montalvo ................................................................. 13
Prefacio, Salvador Minuchin .............................................................. 15
*
AGRADECIMIENTOS
donde ambos persigan con avidez los medios de anticipar y crear escenarios.
Estas ideas no encajan dentro de una área inclinada a sacrificar el empleo
de conversaciones evocativas y probatorias por la planificación y puesta en
marcha de intervenciones terapéuticas. Estas ideas no se acomodan con un
protocolo breve y atomizado concebido como el medio principal de
entrenamiento. Sin embargo, sí pertenecen a cualquier escenario profesional
en el que se emplee un tipo de terapia centrada en la familia y ejecutada por
sujetos que valoren sobre todo la relevancia y utilidad de las intervenciones.
Estos clínicos acogerán con avidez el tema principal del libro: el
descubrimiento de metas viables y la improvisación de una trayectoria
terapéutica flexible, a través del entendimiento sistemático de las familias. La
guía de Minuchin para lograr tal empresa cultiva y libera la imaginación bruta
del terapeuta: la capacidad ilimitada para desarrollar nuevas opciones. Enseña
cómo asumir las diferentes fórmulas en función de las necesidades de cada
caso.
En el futuro, cuando el campo de la terapia familiar sea examinado y las
herramientas de su taller inventariadas, El arte de la terapia familiar será
concebido como algo más que el mero trabajo de un brillante artesano de cuya
fragua se extrajo una colección extraordinaria de herramientas que continúan
moldeando el área de la terapia familiar. Será recordado como una fuente
literaria central a la hora de inspirar a los terapeutas a encender su imaginación
y forjar sus propias armas para ayudar con mayor efectividad a las familias
con las cuales trabajan.
BRAULIO MONTALVO
PREFACIO
En una ocasión, un sabio anciano rabino escuchaba con afecto a sus dos
discípulos más brillantes enzarzados en una polémica discusión. El primero
presentó su argumentación con una convicción apasionada. El rabino sonrió de
forma aprobatoria: «Eso es correcto».
El otro seguidor defendía lo contrario de modo convincente y claro. El rabino
sonrió de nuevo. «Eso es correcto.»
Los discípulos, atónitos, protestaron. «Rabino, no podemos estar ambos en
lo cierto.»
«Eso es correcto», replicó el sabio anciano rabino.
Al igual que el sabio anciano rabino, los autores mantienen dos puntos de vista
diferentes con relación a la formación del terapeuta familiar. Meyer Maskin, un
supervisor analítico brillante y cáustico del Instituto Wi-lliam Alanson White, solía
contar a sus alumnos cómo en cierta ocasión, cuando deseaba construirse una casa
de verano, le pidió a un arquitecto que le mostrara los planos de casas que había
diseñado con anterioridad. Después fue a mirar su aspecto una vez que estaban
terminadas. Aquí Maskin realizaría una pausa para lograr un golpe de dramatismo.
«¿No deberíamos realizar un proceso idéntico y riguroso cuando buscamos un
analista? Dicho de otra manera, antes de que iniciemos juntos el arduo periplo
psicológico, ¿no deberíamos observar de qué modo ha construido su vida el potencial
terapeuta? ¿En qué grado se entiende a sí misma? ¿Qué clase de esposa es? Y lo que
es más crucial, ¿cómo educa a sus hijos?»
Otro observador igualmente crítico, el terapeuta familiar Jay Haley, diferiría con
el anterior punto de vista. Haley afirma que conoce a mucha «buena gente» y padres
modelos que son terapeutas mediocres o nefastos; él también conoce buenos
terapeutas familiares cuyas vidas personales son un desastre. Ni las habilidades de la
vida, ni el autoconocimiento alcanzado a través del psicoanálisis mejoran la
capacidad del terapeuta para convertirse en un clínico mejor. La habilidad clínica,
haría notar, requiere de un entrenamiento específico en el arte de la terapia: cómo
planear, dirigir, reordenar las jerarquías. Eso sólo se puede adquirir, defendería, a
través de la misma supervisión de la terapia. Según Haley, para conocer la calidad
de un terapeuta familiar, se necesitaría entrevis-
1
tar a sus pacientes. Incluso cualquier trabajo escrito de un terapeuta sólo nos daría
información acerca de sus habilidades literarias, no sobre las terapéuticas.
Así que nos encontramos en un aprieto porque, al igual que en la historia del
rabino, ambos bandos difieren absolutamente y estamos de acuerdo con los dos. En
escritos anteriores, he indicado cómo respondo a las necesidades específicas de los
clientes empleando diferentes facetas de mí mismo. Mi experiencia acerca de la
influencia que la familia ejerce sobre mí, modula mis respuestas hacia ellos. Este
aspecto de la terapia requiere ciertamente un autoconocimiento. Pero Haley está en
lo cierto cuando afirma que las respuestas terapéuticas no están guiadas por el
autoconocimiento, sino por el conocimiento de los procesos de funcionamiento de la
familia y de las intervenciones dirigidas hacia su cambio.
Para escapar de esta paradoja, algunas escuelas de terapia familiar piden a sus
alumnos que entren en psicoterapia durante su entrenamiento. De hecho, éste es un
requisito para licenciarse en algunos países europeos. Recordamos las primeras
estrategias de Virginia Satir y Murray Bo-wen sobre la reconstrucción familiar
cuando enviaban a sus estudiantes a modificar las relaciones con sus familias de
origen. Cari Whitaker solía tomar en terapia a sus estudiantes como parte del
entrenamiento. Más recientemente, Harry Aponte y Maurizio Andolfi han
desarrollado técnicas de supervisión que pretenden el autoconocimiento como
terapeutas.
La estrategia de supervisión, con la cual confrontamos esta paradoja, consiste en
centrarnos en el estilo preferente del terapeuta —esto es, el uso que hace de un grupo
delimitado de respuestas previsibles bajo circunstancias diferentes—. Un terapeuta
puede centrarse en exceso en el contenido; otro podría percibir cierta conducta a la
luz de una ideología particular como, por ejemplo, el feminismo. Algunas veces el
estilo se relaciona con respuestas caracteriológicas básicas del terapeuta, tales como
la evitación del conflicto, una posición jerárquica, miedo al enfrenta-miento, un foco
exclusivo en la emoción o la lógica, o una preferencia por los finales felices. Pero, en
la mayoría de los casos, el estilo del terapeuta manifiesta elementos que son menos
visibles para el propio terapeuta, como, por ejemplo, centrarse en pequeños detalles,
permanecer distante, ser indirecto, hablar demasiado o carecer de ideas propias.
Así, dos terapeutas con una visión similar de una situación familiar y con las
mismas metas terapéuticas, responderán ante la familia de dos maneras diferentes,
idiosincrásicas. Esta diferencia en el estilo puede ejercer un efecto considerable sobre
el curso de la terapia; algunas respuestas son mejores que otras. Mi acercamiento a la
supervisión, por tanto, es comenzar trabajando con el terapeuta en la comprensión de
su estilo preferido. ¿Qué respuestas de su repertorio emplea con mayor frecuencia?
Las acepto. Son correctas. Después, las declaro insuficientes. El estilo del terapeuta
es correcto en tanto funciona, pero se puede desarrollar. El terapeuta que se centra en
el contenido puede aprender a dirigir su atención a las interacciones que acontecen
entre los miembros de
PREFACIO 17
SALVADOR MINUCHIN
<*
Primera parte FAMILIAS
Y TERAPIA FAMILIAR
1
1. TERAPIA FAMILIAR
MINUCHIN (el supervisor, al grupo): Creo que Gil les dice que el hecho
de que David se frote los ojos está desencadenado por la proximidad de la
"ladre. Él es tan considerado con el poder de las palabras que piensa que lo
han entendido. Pero ellos se encuentran en otra órbita. Gil necesitará aprender
a gritar antes de que puedan escucharle.
1
He estado trabajando sobre el estilo de Gil con esta familia desde comienzos de
año y, aunque ha reconocido las limitaciones de su estilo y parece comprometido en
ampliar su modo de trabajo, ha mantenido su enfoque marcadamente cognitivo y su
confianza en las interpretaciones expresadas suavemente. Decidí unirme a Gil en el
otro lado del espejo y trabajar con él como supervisor-coterapeuta durante un breve
lapso de tiempo.
Cuando entro, Gil dice simplemente «doctor Minuchin». Tomo asiento. La
familia sabe que he estado supervisando la terapia durante los últimos meses.
escuelas de terapia familiar. Pronto quedará claro, sin embargo, qué distinciones son
las cruciales.
Retrocediendo al tema de la supervisión de Gil con la familia de David, es
importante resaltar que mi foco de atención como supervisor no se centra demasiado
en las dinámicas familiares, al contrario que el estilo terapéutico de Gil. Creemos
que es esencial atender a la persona del terapeuta. Desafortunadamente, la literatura
de la terapia familiar ha puesto a menudo un interés mucho mayor en la técnica
terapéutica que en la propia figura del terapeuta como motor de cambio. Esta división
entre técnicas y el empleo del «yo» del terapeuta apareció muy temprano en el
desarrollo de esta área. Esto, en parte, constituyó un subproducto involuntario de la
necesidad histórica de la terapia familiar de diferenciarse de las teorías
psicoanalíticas. Considérense, por ejemplo, los conceptos psicodinámicos de
«transferencia» y «contratransferencia», conceptos que implican sobremanera a la
figura del terapeuta. Los terapeutas pioneros de la terapia de familia desecharon tales
conceptos por irrelevantes. Ya que los padres y otros familiares del paciente se
encontraban en la sala de consulta, no parecía necesario considerar cómo podría éste
proyectar sus sentimientos y fantasías vinculadas con miembros de la familia en la
figura del terapeuta. Pero con el rechazo de estos conceptos, la persona del terapeuta
comenzó a hacerse invisible en los escritos de estos pioneros de la terapia familiar.
A medida que el clínico desaparecía, todo lo que quedó fueron sus técnicas.
Con la evolución de la disciplina, los terapeutas de familia aceptaron, copiaron y
modificaron técnicas introducidas por otros clínicos. Por ejemplo, la técnica del
abandono del cambio, de Jay Haley, reaparece en la noción de «paradoja» y
«contraparadoja» de la escuela de Milán. La técnica de la escultura de Virginia Satir
fue retomada y modificada a partir de la técnica de la coreografía de Peggy Papp. Y
el genograma, desarrollado por Bowen y Satir, se convirtió en un medio común para
casi todos los terapeutas de familia a la hora de trazar el mapa de las familias.
Por supuesto, en la práctica, la manera en que los terapeutas aplicaban estas
técnicas era preocupante para las familias, clínicos y supervisores. Para la mayoría,
sin embargo, este temor no estaba reflejado en la literatura del campo; como mucho
de manera adicional. Por ejemplo, en Families ofthe slums (Minuchin, Montalvo,
Guerney, Rosman y Schumer, 1967) escribí:
El terapeuta está en el mismo barco que la familia, pero él debe ser el ti-
monel... ¿Qué cualidades tiene que poseer? ¿Qué puede emplear para guiar la
habilidad?...[Él] aporta un estilo idiosincrásico para comunicarse y un bagaje
teórico. La familia necesitará adaptarse a este bagaje de un modo u otro y el
terapeuta necesitará acomodarse a ellos (pág. 29).
ncional más que accidental, como resultado, de hecho, de una elección teórica
deliberada. Una de las principales aseveraciones de este libro es ue el campo de la
terapia familiar se ha organizado, a lo largo del tiempo en torno a dos polos
caracterizados por una visión diferente del papel aue el terapeuta podría desempeñar
como motor de cambio. Discutiremos, más adelante en el capítulo, las inquietudes
teóricas que han legado algunos terapeutas de familia en orden a buscar
deliberadamente una especie de «invisibilidad» en el consultorio. Primero, sin
embargo, permítanos mostrarle el aspecto de una terapia de familia cuando es
efectuada por un miembro del grupo de clínicos que, en sus prácticas y publicacio-
nes, concibe al terapeuta como el principal instrumento de cambio del encuentro
terapéutico. Este tipo de terapia familiar se ejemplifica en la siguiente descripción
de una sesión dirigida por Virginia Satir.
De
Conocimiento como objetivo y fijo Conocimiento creado socialmente y
—sujeto y conocimiento como generativo —interdependiente
independientes
lector de las historias familiares. Funciona como la persona a quien f°s miembros
de la familia dirigen sus relatos y que los une.
Los terapeutas pasivos han llegado lejos desde que Bateson defendie-una terapia
democrática del significado y, en el proceso, han llegado a na conceptualización
totalmente diferente sobre la posición de los indi-iduos en el contexto. En el marco
de pensamiento de Bateson, las interacciones de los miembros de la familia sostienen
el funcionamiento fa-¡]jar-( su visión de ellos mismos y del otro. El pensamiento,
expresado en términos científicos de sistemas y ecología, es profundamente moral.
Implica responsabilidad mutua, compromiso con el todo, lealtad y protección entre
sí, esto es, pertenencia. Obliga al clínico y al científico social a centrarse en las
relaciones entre el individuo, la familia y el contexto. El constructivismo
contemporáneo, sin embargo, ha adoptado una postura moral distinta. Se centra en
el individuo como víctima del lenguaje restrictivo que implica el discurso invisible
dominante en boga. La respuesta al constreñimiento cultural es una postura de
liberación política, de desafío cultural a través del cuestionamiento de los valores y
significados aceptados.
Esta posición renuncia a la responsabilidad de los miembros de un grupo en favor
de una filosofía de liberación individual. Para los que defienden esta postura, por
tanto, el contacto idóneo entre las personas se caracteriza por el respeto mutuo pero
sin compromisos. Creemos que esta noción refleja la visión posmoderna pesimista
sobre nuestra cultura, el desencanto con el Estado y la convicción de que las
limitaciones sociales son perjudiciales para el individuo.
Desde el punto de vista del terapeuta de familia intervencionista, el terapeuta
pasivo se centra en el contenido y la técnica de interrogar se-cuencialmente a los
miembros de la familia situándose en una posición central que despoja a la situación
terapéutica de su recurso más valioso: el compromiso directo existente entre los
familiares. Todos los elementos no verbales, la irracionalidad y todo el afecto de la
interacción familiar se han perdido. Como resultado de ello, algunas de las más
importantes ventajas del movimiento de la terapia familiar quedan abandonadas.
Para el terapeuta intervencionista, la familia constituye el contexto privilegiado
en el cual las personas pueden expresarse de manera más Plena y en toda su
complejidad. Así, la interacción familiar, potencial-mente destructiva o curativa,
sigue ocupando un lugar fundamental en la Practica. Para nosotros, la vida familiar
es tanto drama como historia, ^omo drama, la vida familiar se desenvuelve en el
tiempo. Tiene un pasa-°» expresado en historias narradas por los personajes. Pero
también es Presente, que se desarrolla en las interacciones de estos personajes. Y
r0rn° el drama, la vida familiar es también espacial. Los miembros de la amilia se
comunican entre sí con gestos y sentimientos tanto como con Palabras.
El proceso de cambio ocurre a través del compromiso del terapeuta
°n 'a familia. El terapeuta es un catalizador del cambio familiar (a dife-
nc
'a del catalizador físico, él mismo podría alterarse en este proceso).
1
Las familias en un kibutz extienden sus límites hasta incluir la comunidad. Una
familia mormona compuesta por un hombre, sus cuatro esposas y sus hijos se
consideran a sí mismos una familia nuclear, digan lo que digan los sociólogos o el
propio Estado. Con la biotecnología actual, una familia puede incluir una pareja de
hijos biológicos, concebidos con su óvulo y su esperma pero gestados en el cuerpo
de una extraña. En una ocasión reciente, una pareja de lesbianas fue demandada ante
un tribunal familiar por el padre biológico de su hijo, un amigo homosexual a quien
habían pedido que donara esperma. Cuando su hija tenía dos años de edad, el
donante les demandó y reclamó los derechos paternos. El juzgado declaró que la hija
ya tenía padres y lo más conveniente para la niña era no alterar su concepto de
familia.
Entonces, ¿qué es una familia? La socióloga Stephanie Coontz (1992),
Peguntaría: ¿en qué momento y en qué tipo de cultura? Una familia es 'empre un
segmento de un grupo más amplio v en un periodo histórico Particular.
La gente en la actualidad tiende a pensar el término «familia» como a unidad
familiar. Pero, de acuerdo con la idea del sociólogo Lawrence one (1980), la
familia británica de hace dos siglos no habría sido una 'dad nuclear, sino un grupo
formado por los parientes más próximos.
ne
ha afirmado que, en el sistema de linaje abierto de aquella época, el
36 FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR
ue volviera con el marido con el fin de preservar el orden social (Skol-ick, 1991). Por
la misma razón, mujeres e hijos se encontraban legal-ente bajo el control del marido/
hermano o guardián. Un niño se convertí3 por ley en persona al alcanzar la mayoría
de edad. En el caso de la mujer, el influyente jurista inglés William Backstone
expresa la opinión de que la ley dictaminaba que el marido y la esposa eran uno solo,
y que el marido era ese «uno».
Estamos tomando este rodeo histórico porque los terapeutas de familia deben
entender que las familias son distintas en contextos históricos diferentes. Imagínese
viajando a través del tiempo para practicar terapia con una familia colonial o con la
familia de Pierre Riviére en el siglo xix, en Francia (Minuchin, 1984). Nuestro
terapeuta viajero debería cambiar su concepción de la familia en cada lugar y época
en que aterrizara. Las demandas de la terapia en diferentes culturas y épocas le
forzarían a re-evaluar las normas que hasta ahora él habría podido considerar como
universales.
Nuestro terapeuta explorador querría poner una atención particular en las amplias
fuerzas que modelan las familias en una época determinada, especialmente la actitud
pública de la época. Por ejemplo, en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas,
las leyes cambiaron cuando variaron las necesidades del Estado. Las primeras leyes
al respecto del matrimonio y del aborto, relativamente igualitarias como
corresponden a la lealtad hacia un marxismo feminista, fueron elaboradas de forma
cada vez menos liberal durante la década de los treinta, cuando la población decrecía
(Bell y Vogel, 1960). Jacques Donzelot, en su The policing offa-milies (1979),
explora un fenómeno similar en Francia. Cuando la industrialización creó la
necesidad de una fuerza de trabajo estable, las instituciones parecían apoyar la
preservación familiar (y un aumento concomitante de la población). De forma
similar, cuando Francia estaba estableciendo colonias en ultramar, las sociedades
filantrópicas centradas en la familia se volvieron muy comunes. El cuidado de los
niños se convirtió en la preocupación no sólo de los médicos y educadores sino tam-
bién de políticos como Robespierre, que atacó la práctica de convertir a ■as niñas en
nodrizas. Por consiguiente, se siguieron cambios políticos como respuesta no a las
necesidades familiares, sino a los propósitos de 'a clase política dominante.
La política pública mantiene su impacto en la familia norteamericana actual, como
consecuencia de los rápidos cambios económicos y sociales "ue la cultura
occidental está experimentando. Como consecuencia, disposiciones famil iares que
hace sólo unos años eran indudables parecen °y Relevantes. Como siempre que se
presentan épocas de cambios so-es significativos, la sensación de que el tejido
social está llegando a squebrajarse peligrosamente está encontrando expresión en el
miedo a cambios familiares. Algunas personas han hecho un retrato de «la fa-af kt
norteamer cana>>
i de acuerdo con el ideal de los años cincuenta: un t ole hogar de los
suburbios, que ofrecía un cálido refugio para niños alenté valorados, y un padre y
esposo que ganaba el pan, que parecía
1
deseoso de volver a casa con una esposa y madre de su mismo ámbito Pero, bajo la
superficie de este estilo, en la época dorada de los cincuenta, había tensión y
descontento, lo que generó las revoluciones culturales de los años sesenta, sucedidas
inevitablemente por las reacciones de los años ochenta. Con el estancamiento de los
años ochenta, la Norteamérica liberada, «verde», de los sesenta y los setenta se
convirtió en una tierra de «temor sexual, evangelistas televisivos, cruzadas antidroga
y antipornografía» (Skolnick, 1991, pág. 5). Ahora, en los noventa, está quedando
claro que el sueño de la nueva derecha de restaurar la familia nuclear liderada por el
hombre se enfrenta con numerosos desafíos.
¿Hacia dónde se encaminará la familia? Lo único que podemos predecir con
certeza es que cambiará. Las familias, como las sociedades y los individuos, pueden
y deben cambiar para adecuarse a las circunstancias variables. Apresurarse a etiquetar
el cambio adaptativo como desviante y patogénico es producto de la histeria, no de
la historia o de la razón.
La psicóloga social Arlene Skolnick esboza tres áreas que pueden gobernar el
cambio familiar en la década de los noventa y con posterioridad. El primero es el
económico. Por ejemplo, el cambio de la fábrica a la oficina significa que los trabajos
manuales bien pagados están desapareciendo en la medida en que los trabajos mal
pagados y en el ámbito de los servicios se incrementan. Este cambio ha ido
acompañado por un movimiento a gran escala de las mujeres dentro de la fuerza de
trabajo. En la economía actual, muchas mujeres no tienen la opción de permanecer
en casa incluso aunque así lo desearan. El impacto de la fuerza de trabajo femenino
fuera del hogar, junto con las ideas feministas, ha cambiado el ideal cultural del
matrimonio en una dirección más igualitaria.
El segundo factor de influencia en el cambio familiar es el demográfico. El
cuidado de los niños en una sociedad tecnológica acarrea una carga económica tan
fuerte que las familias son cada vez más pequeñas. Familias que hace sólo dos
generaciones podrían haber esperado procrear muchos hijos ahora se planifican para
invertir enormes esfuerzos en el cuidado y la educación de tan sólo uno o dos hijos.
Al mismo tiempo, la expectativa de vida se incrementa y por primera vez en la
historia la gente espera llegar a anciana. Incluso a pesar de la longitud incrementada
de la «infancia», una pareja puede planear permanecer muchos años juntos después
de haber completado su función de cuidado de los hijos (incluso podrían
perfectamente necesitar cuidar a sus propios padres ancianos).
El tercer cambio principal que Skolnick delinea es lo que ella llama el
«aburguesamiento psicológico», que también tiene profundas implicaciones para la
familia. A consecuencia de los altos niveles de educación V tiempo libre, los
norteamericanos se han vuelto más introspectivos, más atentos a su experiencia
interior. Por encima de todo, han llegado a interesarse cada vez más en la calidad
emocional de las relaciones no sólo de familiares, sino también laborales. Este énfasis
en la calidez e intimidad ha sido de gran importancia en el desarrollo de la terapia
familiar, particularmente porque puede crear descontento o frustración incluso
cuando Ia misma vida familiar esté en consonancia con los roles sociales. Ya no es
FAMILIAS PARTICULARES: TODAS LAS FAMILIAS SON DIFERENTES 39
ificiente para un marido y padre ser un buen proveedor. Una mujer no Bastademostrar
sus virtudes como esposa mediante el contenido de su pensar. De un niño ya no
puede esperarse simplemente que sea sumiso-obediente. Cuando se confía en que la
vida familiar nos aporte la felicidad y la plenitud, se prevé que aparezcan problemas
familiares percibidos.
romo los Harris son afroamericanos, hay importantes aspectos en su que son
genéricos: los miembros de las familias sin hogar se en-cas tran sujetos a la
imprevisibilidad de la vida y a la necesidad de en-, tarse con múltiples asistentes.
Jimrny Smith
Cuando María tuvo a su segundo bebé, la madre de Juan les invitó a vivir con
ella. Fue una buena época para María. Ella floreció bajo el apoyo y el cuidado de la
madre de Juan y de su hermana mayor, Corrine. Ella se había sentido siempre
rechazada, como alguien anormal. Ahora la madre de Juan y su hermana eran como
una familia para ella. Se sentía protegida, orientada, la cuidaban. Pero su relación
con Juan se enturbió y él se marchó. Poco después, la madre de Juan le pidió a María
que se fuera.
María empezó a tomar drogas de nuevo y Juan llamó al Departamento de
Bienestar para que le quitaran los niños. El jurado declaró a María «rnadre no
cualificada» y, ya que ella rehusó cooperar con los trabajadores sociales, se emitió
un veredicto por el cual se le prohibía ver a los niños. En realidad, la madre de Juan
se convirtió en una madre adoptiva afable, dejando a los niños al cuidado de la
hermana de Juan, Corrine. Expulsada de la única experiencia positiva que había
experimentado, María se fue a refugiar en un grupo para mujeres adictas a la droga,
donde dejó de consumirlas. Se ganó el derecho a ver a sus hijos una vez cada dos
semanas. Corrine llevaba los niños a que la visitaran en el centro. En una visita
ambas mujeres se pelearon, y María golpeó a Corrine. El juzgado dictaminó una
sentencia limitadora y a María no se le permitió más estar junto a sus hijos.
Lo que consiguió el juzgado fue una organización familiar disgregada e inmóvil.
Corrine dejó de trabajar para dedicarse por completo al cuidado de los niños,
restringiendo su vida social y su carrera. Siendo joven aún, se convirtió en una madre
de tiempo total de dos niños que no eran suyos. María fue a parar a un grupo para
mujeres sin casa, donde disfrutaba de una familia sustituta compuesta
principalmente por mujeres adictas, a pesar de que en aquel momento ella no lo era.
No se le permitía ver a sus hijos o ayudarles en su cuidado, mientras que Corrine se
estaba convirtiendo en una madre joven aislada socialmente. En otras palabras, el
juzgado había congelado judicialmente una situación en que el conflicto entre los
miembros familiares les había separado, creando una tierra de nadie y haciendo
absolutamente imposible una negociación natural entre los miembros familiares.
A mí (Minuchin) se me permitió concertar consultas familiares que Incluían a María,
Corrine, y a los niños. Me reuní con las dos mujeres halando con ellas tanto en
castellano como en inglés. Alabé a Corrine elo-g>ando su excelente cuidado de los
niños. Al mismo tiempo, resalté con 4Ue frecuencia se sorprendía a sí misma
chantajeándoles. Me hice partí-Pe del amor de María y su responsabilidad para con
los niños, a pesar r ?Ue,ODServé o reseñé la frecuencia con que se sorprendía a sí misma
te índoles cuando se portaban mal. Concluí que ambas eran excelen-Di H^13 es' Pero
que sería mejor para todos si sus diferentes habilidades a Ieran unificarse. Hablamos
de la importancia de la paternidad y del rnil'V° mutuo de los miembros de la familia,
a hablamos sobre la lealtad fa-<Ha.ar asaltando el fuerte valor que otorga la cultura
latina a la solidari-na arniliar. Comentamos que el juzgado no entendía a las familias
lati-c°rñ ^í^116 na°ía impuesto los valores de la cultura dominante. No fue Pecado para
las dos mujeres, quienes esencialmente cuidaban la una
44 FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR
de la otra, así como de los niños, acordar que el juzgado con su postura rígida les había
excluido.
A la hora de trabajar con una familia minoritaria es importante que e] terapeuta
evalúe si la presión del racismo ha llegado a penetrar en la familia desde el mundo
externo y de qué forma lo ha hecho. En algunas familias, el miembro familiar que se
siente indefenso ante las presiones racistas en el trabajo, puede convertir esa rabia y
frustración en un abuso interpersonal dentro del ambiente familiar, donde él o ella se
sienten poderosos. Podría ser necesario dirigir o encauzar este enojo en la terapia,
distinguir entre el neuroticismo y la respuesta a un racismo real, y ayudar al miembro
familiar y a la familia entera a afrontarlo.
Con el fin de asegurarnos que el mismo clínico no se convierta en una autoridad
racista o clasista, algunos terapeutas familiares han sugerido que esta área debería
subrayar la influencia de todos los contextos multiculturales en los que están incluidos
las familias. Celia Falicov (1983) ha propuesto una definición ecológica de cultura:
dos, y les entrenamos en terapia familiar. Nuestro supuesto fue que, ya que
pertenecían a los grupos culturales con los cuales trabajarían, detentarían un
conocimiento instintivo del terreno cultural en el que iban a moverse dentro
de su trabajo clínico. Resultó, sin embargo, que pecamos de ingenuidad.
Además de vivir en su propio mundo, nuestros futuros colegas habían
coexistido también en la cultura dominante que nos había formado. De ésta
habían absorbido los prejuicios acerca de sus propias culturas que reflejaban,
y algunas veces exageraban, los prejuicios de la cultura dominante.
El entrenamiento de estos paraprofesionales nos llevó tres años. La meta
del entrenamiento era crear trabajadores que, como cualquier otro de la
clínica, independientemente de su bagaje académico, raza o nivel
sociocultural, pudieran ser terapeutas de cualquier familia que llegara pi-
diendo tratamiento. ¿Fuimos idealistas e ingenuos? ¿Fue un intento ciego de
eliminar las diferencias? Ésa sería probablemente la opinión hoy en día del
área, con su énfasis actual sobre la diversidad.
Damos la bienvenida a la presente preocupación por la diversidad como
un concienciador significativo de los peligros de imponer los valores
mayoritarios sobre las poblaciones minoritarias. Pero creemos que también
existe un elemento peligroso en esa actitud social políticamente correcta:
algún tipo de fanatismo opuesto. Como terapeutas, trabajamos siempre con
personas diferentes a nosotros. Por tanto, necesitamos cerciorarnos de nuestra
propia ignorancia, y de nuestros supuestos sobre la gente que es diferente.
Necesitamos incorporar el ethos para entender la diversidad, pero aceptando
a la vez que debemos reconocer que existen los universales. Como resaltó
hace años Harry Stack Sullivan: «Todos y cada uno de nosotros somos por
encima de todo humanos».
3. FAMILIAS UNIVERSALES
LA CONSTRUCCIÓN DE LA FAMILIA
tos datos de forma más clara, datos a los cuales ya se les había asig-cie,
importancia. Un genograma es otro ejemplo de este tipo de cons-na cjón artificial.
Como instrumento para organizar la información es
l'oso altamente útil por su inclusión de la participación histórica y ac-Va 1 pero
también mantiene su propio tipo de sesgo.
De todas maneras, he encontrado útiles las construcciones estructu-
ies Diseñadas para ser heurísticas y clínicamente sugerentes, ayudan al r rapeuta a
organizar sus percepciones y pensamientos de manera que le Deven a intervenciones
eficaces. También organizan las observaciones de las interacciones, así como el
material verbal. Así, pueden ser útiles con este rango de familias que confía más en
las relaciones que en las historias familiares. El concepto de «estructura familiar»
trata algunos universales de la vida familiar: cuestiones de pertenencia y lealtad, de
proximidad, de exclusión y abandono, de poder, de agresión; tal y como son
reflejadas en la formación del subsistema, la permeabilidad de los límites, la
afiliación y la coalición. El terapeuta que emplea un marco estructural no puede ser
objetivo, pero mantengo que ningún terapeuta puede serlo. Y la oportunidad
favorece a la mente preparada.
Sistemas familiares
Mapas familiares
ambos miembros que debe cambiar una vez que entren los hijos en entre a Y las
familias con niños pequeños requieren un grado de implica-es^ entre padres e hijos
que podría resultar asfixiante para los adoles-
CCT>
\ os conceptos de «configuración familiar» y «evolución familiar» per-al
terapeuta evaluar el mapa estructural que haya dibujado de una 011rrninada familia.
Ponen normas a la luz de las cuales la adaptación re-i va de una estructura familiar
puede ser evaluada. El terapeuta sabe que a. n0rmas no son universales. Son
específicas para una determinada ' oca y un contexto cultural concreto. El uso clínico
de tales conceptos en modo alguno contradice la comprensión de la variedad de
formas familia-es' lo que se asume es que cada familia debe encontrar el modo de
llegar a un acuerdo con el contexto sociocultural en el cual se mueve.
Conflicto familiar
Las familias son sistemas complejos compuestos por sujetos que necesariamente
ven el mundo desde sus propias perspectivas únicas. Tales puntos de vista mantienen
a la familia en estado de tensión equilibrada, como en los nudos de una cúpula
geodésica. La tensión se encuentra entre el sentido de pertenencia y la autonomía —
entre el yo y el nosotros—. Las tensiones se activan diariamente en cada familia, en
cientos de interacciones, en cualquier punto donde se toma una decisión significativa
o incluso poco importante. Existe siempre la negociación. ¿Lo haremos a mi manera,
a la tuya, o llegaremos a un acuerdo? Al igual que los patrones formados por los
estilos preferidos de los miembros familiares a la hora de verse a sí mismos y a los
otros, el manejo del conflicto llega también a estar modelado.
Los miembros familiares aceptan la experiencia de los miembros familiares
individuales; si ella es contable, dejémosle hacer el balance del talonario de
cheques. El hermano mayor es un hombre de negocios; si nos dejas columpiarnos
puedes montar en nuestros triciclos. Una familia puede, de forma explícita, estar de
acuerdo con que los modos del padre son mejores; todos debemos intentar ser como
él. O puede que adopten us maneras sin darse cuenta de ello; el padre aborrece las
serpientes, por . ° nosotros nunca iremos a la «casa de los reptiles». De forma
alterna-a> 'os miembros de la familia pueden, en las negociaciones, desarrollar .
ñeras totalmente novedosas de tomar decisiones, las cuales se con-, en en nuestra
forma, la forma familiar. Pero algunas cuestiones de Pa ^Cuer<^° son tan difíciles de
resolver que la familia tiende a crear «es-he,- °S- en b'arico». Capítulos enteros de
experiencia que están cerrados . eiI^amente, que no se afrontan, con el resultado
de un empobrecido de la vida familiar. Co ,n a'gunas ocasiones, cuando los
miembros familiares se encuentran la aü(esacuerdos irresolubles, se organizan
jerárquicamente, empleando °ndad como un medio de zanjar la cuestión. El
contenido tiende a
1
52 FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR
tas en su mar, pero no iban a ningún lado. El empleo a él le llevaba ^&A vez más
y más tiempo. Ella había vuelto de nuevo al trabajo y ahora ca contraba el doble de
ocupada, llegando a casa antes y cuidando de
l°s ce sentían desconectados. Jean comía con los niños y les metía en la y entonces
esperaba a que Mark llegara a casa. A las nueve o diez °A la noche ella preparaba
la cena, y cuando había puesto los platos en el avajillas ambos se metían en la
cama muy cansados, y cada uno mirando hacia su lado.
Jean se quejaba de que Mark la criticaba constantemente. Ella sentía que él era
egoísta, frío e indiferente; sólo cuidaba adecuadamente a los niños si ella miraba. Él
sentía que ella le estaba controlando y que estaba apegada obsesivamente a las cosas;
según su visión, el romance de sus vidas había sido sacrificado en un mundo donde
la continuidad Y el orden deben de ser los elementos supremos. Él se veía a sí mismo
como sacrificado por la familia, amando a los niños y responsable con ellos, pero no
daba importancia en modo alguno a las decisiones. En casa él se sentía superfluo.
Ella se veía a sí misma como responsable, preocupada y abrumada por sus dos
trabajos de tiempo completo. Se sentía esclavizada.
Ambos estaban en lo correcto. Y en su sentido de la traición ambos habían
buscado aliados en su conflicto silencioso. El hijo compartía con su padre su visión
desilusionada de su madre. La madre derramó en la hija todo el amor y cuidados que
se habían perdido en la relación con su marido.
Una noche, cuando Mark llegó a casa tarde del trabajo y Jean sumisamente le
calentó la cena, él se mostró preocupado respecto a lo cansada que parecía. Le
sugirió que se fuese a la cama. Que cenaría solo. Ella «escuchó» una cierta crítica a
su sentido del orden. Se fue a la cama en silencio, desolada. Él vio su silencio como
una falta de afecto y se sintió todavía más fortalecido en su incapacidad para llegar
hasta ella.
Ya que ambos evitaban el conflicto abierto, ella se volvió cada vez más enciente
con respecto a la casa. Él, sintiéndose superfluo en casa, se ocupo más en la oficina.
Y a medida que continuó su silencio belicoso, la vida familiar se consumió y se tornó
rutinaria. Revelar el problema significaba un riesgo de conflicto abierto.
Esta interpretación esquemática de la familia Smith es una cons-rucción del
terapeuta, una visión extraída de los pequeños detalles dia-los. los diálogos, los
desacuerdos y la emotividad de la vida familiar. as afiliaciones, coaliciones,
lealtades y traiciones, la negociación y el omlicto, el ser uno mismo y la
pertenencia —no en la forma de dicoto-las Puras y secuencias temporales que
demanda el lenguaje, sino toas mezcladas en la confusión de las emociones
inexplicadas— tienen ~t e reducirse para lograr una descripción más clara del
funcionamien-to familiar.
tera
]e t- Peuta estudia la historia de la familia, pero a la vez observa se-c lvamente las
interacciones en las que él mismo participa dentro del
54 FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR
consultorio. El clínico les pide que empiecen a hablar acerca de su reía, ción.
Mark comienza quejándose sobre Jean. El dice que ella es una coi^ troladora
obsesiva, apegada a las cosas, fría y tacaña. El terapeuta des. pues le pide a
Jean que describa a Mark desde su perspectiva. Jean dice que él es crítico,
egoísta, frío, independiente y descuidado si alguna vez se digna a ayudarle.
Ahora el terapeuta tiene dos historias, ambas son verdaderas. Ella está
enfadada y dolida porque él es muy frío e insensible, siempre criticándole. Él
ha abandonado todo intento por contactar con ella; ella siempre se retira y
nunca le da una oportunidad. El terapeuta está empezando a cap. tar el modo
en que entran en conflicto, manteniendo cada uno su idea de verdad.
Para aprender acerca de la flexibilidad de su sistema, sobre cómo se
provocan el uno al otro, y de su capacidad para encontrar modos alternativos
de relacionarse, el terapeuta les ayuda a continuar hablando mientras escucha
cuidadosamente. Observa lo no verbal: posturas corporales, el afecto que
acompaña al contenido, el alboroto emocional. Jean se describe preparando
la cena de Mark la noche en que ella estaba agotada. Sólo estaba intentando
ser una buena esposa, y él la despachó. Mark responde enfadado que todo lo
que dijo fue que ella intentara descansar. Pero que eso es típico de ella, puede
convertir un anillo de diamantes en un motivo de queja. Se establece un
silencio. A medida que éste perdura, ellos miran esperanzados al terapeuta.
Él sugiere que sigan hablando.
Desilusionados, y muy cautelosos, obedecen. Durante su exploración
continuada, el terapeuta interviene sobre todo para mantener vivo el diálogo.
Observa que la defensa que hace Mark desde su punto de vista es tentativa.
Jean es tenaz. Mark es despegado, mientras que Jean es emocional y
confrontativa, piensa que ella se ve a sí misma como víctima. Mark se queda
en silencio cuando Jean insiste en el compromiso. Cuando él persiste en su
punto de vista, ella es la que permanece en silencio.
El terapeuta tiene ahora un mapa inicial de la familia y una visión de sus
posibilidades de expansión. También siente algunas respuestas emocionales.
Algo en esta pareja le hace sentirse protector. Todavía ignora por qué. Están
todos en el comienzo de su viaje experimental.
SUMARIO
las jerarquías y las cuestiones de control, este método del entrenamiento del
samurai podría ser una experiencia de aprendizaje espeluznante.
El drama de la relación en el aprendizaje nos aporta temas y signifj, cados
variados para cada persona. El campo de la terapia familiar siern. pre se ha
enorgullecido de su diversidad, como se refleja en sus muchas escuelas
diferentes de pensamiento. La misma diversidad se presenta en el
entrenamiento.
En los noventa, la terapia familiar es una práctica establecida. Las prj.
meras oposiciones contra la dictadura del psicoanálisis han sido reem.
plazadas por la preocupación por la efectividad en áreas discretas. El en-
trenamiento de los terapeutas familiares no está relegado a institutos
especializados, sino que en vez de ello tiene lugar en las universidades, en
los departamentos de trabajo social, psicología, psiquiatría y enfermería. Los
programas que otorgan el grado de máster en terapia familiar han florecido
en numerosos puntos de Estados Unidos y del extranjero, y continúa
expandiéndose el alcance de su aplicación potencial. Ya no existe un centro
teórico para la disciplina; los programas de entrenamiento advierten de su
adhesión a una escuela en particular, y existe una fuerte polémica entre los
discursos rivales de los terapeutas intervencionistas y los pasivos. Pero la
terapia familiar de los noventa, cualquiera que sea su aproximación
preferencial, da por establecido aquello que ha llegado a ser del dominio
público en la teoría y la práctica, sin ni tan siquiera un gesto de
reconocimiento hacia sus orígenes.
Nuestra labor en este capítulo será proveer de una visión general de las
numerosas formas en que se ha conducido la terapia familiar y en que han
sido entrenados los terapeutas en su práctica. Para dotar de una cierta
organización a nuestro esquema, volveremos a la división del campo entre
terapeutas intervencionistas y pasivos. Esta distinción es, de alguna manera,
artificial y los terapeutas que han sido agrupados juntos no necesariamente se
verán a sí mismos como semejantes; pero la agrupación ayuda a arrojar luz
sobre los importantes puntos en común y las diferencias entre las principales
aproximaciones a la terapia sistémica.
virginia Satir
Pl estilo cálido y próximo de Virginia Satir fue descrito en el capítulo 1
o un ejemplo de práctica intervencionista. La meta terapéutica de Sa-
C
° ra el crecimiento, que ella medía con una mayor autoestima para los
f j¡vitluos y un incremento de la coherencia para la unidad familiar. Para
Ln t:r e] concepto de «fabricar personas» era idéntico en la supervisión y
la terapia. Por lo tanto, Satir creaba para los estudiantes el mismo tipo ,
experiencias que ideaba para las familias, experiencias cuyo fin era mejorar la
expresión emocional y lograr insight.
Satir pensaba que era esencial que los terapeutas se conocieran a sí mismos como
integrantes de sus propias familias. En su pensamiento, los terapeutas necesitaban
trabajar a partir de las cuestiones no resueltas en sus propias relaciones familiares.
A menudo entrenaba en un formato grupal en el cual el alumno podía esbozar un
periodo particular de su vida y del contexto familiar de esa época. Entonces ella se
dirigía a la gente del grupo para que interpretaran las diferentes partes de la familia,
de forma que el estudiante pudiera reexperimentar su papel familiar para lograr un
nuevo crecimiento.
Habiendo creado seguidores por todo el mundo, Satir solía encontrarse con su
«gente guapa» en un retiro veraniego de un mes al que asistían no sólo los
estudiantes, sino también sus familias. Durante tales retiros, una parte de su formato
de enseñanza implicaba entrevistar a los estudiantes y sus familias frente al gran
grupo, en un espíritu de crecimiento y participación. Algunos encontraron que la
manera en que Satir se implicaba a sí misma, llegando a ser una «buena madre» para
sus estudiantes, era bastante intrusiva y abrumadora. Ella era, de hecho, extre-
madamente cercana y se manejaba a sí misma de un modo altamente sustentador.
Los supervisores que prefieran una relación con el estudiante amigable, formal y de
una cierta distancia, podrían haber encontrado su estilo de supervisión demasiado
íntimo como para que surgiera un pensamiento independiente. Pero la terapia de
Satir era una terapia de intimidad y su supervisión albergaba esa misma cualidad.
Muchas de las técnicas que desarrolló, como la reestructuración, el uso del árbol
familiar (.que precedió al genograma), y la escultura familiar, por nombrar unas
Pocas, todavía son ampliamente utilizadas en el área.
Ca
rl Whitaker
taen
V'rginia Satir y Cari Whitaker compartían al menos una meta: abrirse hacia niveles
de experiencia más profundos. Pero el énfasis de Satir re-P3?, n el afecto y el
cuidado; se implicaba a sí misma de forma muy direc-el descubrimiento de esas
emociones dolorosas. Las afirmaciones de
\/h'taker estaban enraizadas en ideas universales, cuestiones que trascen-
J- n a los individuos, familias, e incluso culturas. Él estaba relacionando los
i mentos perennes de la muerte, el asesinato, el sexo y la discontinuidad,
6
introduciéndose en la familia, sino más bien retando a sus miembros a
1
-rse a él en su manera profunda e irreverente de ver las cosas.
Whitaker veía la teoría como un obstáculo para el trabajo clínico (Whitaker,
1976). Pensaba que los terapeutas que basan su trabajo en la teoría tienden más a
sustituir la calidez por la tecnología desapasionada. No causa sorpresa, por tanto,
que Whitaker pensara que el hacer terapia no puede enseñarse. Si uno no puede
enseñar terapia lo único que puede hacerse es exponer a los estudiantes a ésta,
conduciéndola con ellos. Por lo tanto, todos los estudiantes de Whitaker eran sus
coterapeutas. A través del proceso de impartir y recibir terapia con él y hablándole,
se suponía que se convertían, no en alguien como él, sino más bien en sí mismos. El
suyo era un entrenamiento de participación y no de instrucción.
A pesar de que la terapia experiencial que Whitaker empleaba con sus familias
no era siempre fácil de seguir para las personas, su capacidad para «admirar a la
gente en el mundo de los sueños y actuarlo, como Alicia en el país de las maravillas»
(AAMFT Founders Series, 1991), es un legado que él deseaba dejar y que, de hecho,
así ha sido. Aprender a actuar y a introducir elementos del absurdo en un sistema
familiar rígido es beneficioso para cualquier terapeuta, sea o no seguidor de
Whitaker.
Desafiando el significado y la lógica del pensamiento de la gente y los roles
familiares en la familia, Whitaker procedía al reto constructivista de la realidad. Al
comprometerse a sí mismo de forma personal en el proceso de cambio terapéutico,
también desafiaba la postura cognitiva del constructivismo práctico.
Murray Bowen
Jay Haley
que pi ntlue e' trabajo de Jay Haley precede a su asociación con Cloe Madanes y puesto reCe j.^, badanes
han escrito mucho juntos pero nunca han firmado en común un libro, pa-daries escribir sobre su trabajo
sin tener en cuenta que durante más de una década Ma-do jUn, "aley fueron codirectores del Instituto
Familiar Washington, enseñando y pensan-pros„ ?j durante la década pasada, tomaron rumbos diferentes.
Mientras que Haley ha tos e<¡ • explorando técnicas estratégicas, Madanes se ha interesado más por los
aspee-P|r'tuales de la terapia.
64 FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR
El grupo MRI
El grupo MRI también cree que el entrenamiento debe ser breve. yg que su
modelo es simple, creen que pueden enseñar a cualquier terapevj. ta razonablemente
interesado e inteligente a emplearlo. La meta princj. pal del entrenamiento MRI es
conseguir que los estudiantes abandonen la perspectiva de cualquier modelo que
utilizasen antes y se sumen al enfo-que del MRI. Aprender qué no incluir es
considerado más importante que aprender qué incluir.
El otro obstáculo es ayudar a los aprendices a llegar a ser más activo s en la otra
área donde el modelo MRI exige un activismo terapéutico, la de evaluar e interrumpir
las secuencias de soluciones intentadas. Para ser activo en este campo, el estudiante
necesita adquirir la habilidad para obtener de los clientes definiciones precisas del
problema, imaginar y «vender» reestructuraciones, y comunicar pautas. La
supervisión en vivo se puede emplear para ayudar al estudiante a adquirir tales
habilidades. En este momento, la principal intervención del supervisor será
transmitir, por el auricular, directrices al estudiante. Puede guiar al alumno para que
haga más preguntas sobre un área particular. Puede dirigir al supervisado para que
use una cierta reestructuración. O podría dar al estudiante una orden para que sea
comunicada palabra por palabra al cliente.
Es un modelo de entrenamiento que no requiere hablar de la historia, ni insight,
ni retroceder a la propia familia de origen del estudiante. Se trata de un modelo de
entrenamiento que se centra en la planificación y en la técnica mucho más que en el
estilo personal del terapeuta.
La insistencia por parte del MRI de que los supervisados deben abandonar todo
aquello que han aprendido para emplear su nuevo modelo, parece ser restrictiva y
puede crear terapeutas orientados hacia la técnica y sin la sofisticación requerida para
afrontar las situaciones humanas complejas. Al centrarse en la descripción que hacen
los clientes de sus problemas y conductas, frecuentemente pierden de vista a la
familia como un sistema interactivo y se centran en el fenómeno individual. Por lo
tanto, cuando los terapeutas del MRI consideran su aproximación como minimalista,
hablan de dirigir su interés hacia un solo aspecto de la solución del problema. Con
esta definición limitada, el minimalismo puede concebirse como algo
unidimensional.
La contribución actual del movimiento MRI no es quizás tanto su modelo breve
en sí, sino más bien su manera de manejar los problemas. Es beneficioso entender
que la solución que acompaña a un problema puede ser más problemática que el
mismo conflicto; una lección valiosa también para el grupo MRI a tener en cuenta
en su intento de proveer una fórmula para la terapia familiar.
e
en 1° Que l°s miembros del sistema del cliente están haciendo —o S° hecho en el
pasado— que sin saberlo ellos ha resultado, de hecho, toso para aliviar el
problema actual. Así, los terapeutas centrados en la
1 ición no están demasiado interesados en los problemas presentados ° los
clientes, sino más bien en los momentos excepcionales en los cuajos clientes se
encuentran a sí mismos más capaces de manejar los oblemas. La tarea de una
terapia centrada en la solución es ayudar a l s clientes a ampliar las conductas de
solución efectiva, de las cuales ya están en posesión.
Dos técnicas son esenciales en la aproximación terapéutica del enfoque centrado en
la solución para la terapia. La primera es «la pregunta de la excepción». Esta
pregunta está diseñada para conseguir que los clientes busquen episodios en el
pasado o en el presente durante los cuales no se encontraban afectados por sus
problemas. Una vez que tales excepciones han sido identificadas, el terapeuta puede
explorar con los clientes qué estaban haciendo de forma efectiva para aliviar sus
problemas. Entonces se pueden desarrollar planes para ayudar a los clientes a
incrementar tales conductas. De Shazer y su equipo encontraron que existían clientes
que, cuando se les efectuaba la pregunta de la excepción, eran incapaces de
identificar aquellas ocasiones en las que se sentían menos acosados por sus proble-
mas. Estos clientes están tan centrados en sus problemas que parecen completamente
inconscientes de cualquier cosa que estén haciendo o hayan hecho en el pasado que
tuvo éxito en aliviar sus problemas. Para tales clientes, De Shazer desarrolló la
«pregunta del milagro»: «Suponga que una noche, mientras usted duerme, sucede
un milagro y su problema se resuelve. Al día siguiente, ¿cómo podría decir que su
problema se ha ido? ¿Qué estaría haciendo diferente?». Para el cliente centrado en
el problema, la pregunta del milagro tiene la misma función que la pregunta de la
excepción. Les permite centrarse en las conductas que sirven para resolver el
problema actual.
La supervisión de la terapia centrada en la solución se encuentra, ella misma,
centrada en la solución. Frank Thomas (1994) lo ha caracterizado como el «halago
de la pericia». Es el alumno quien establece la agenda de supervisión en este
enfoque, quien define sobre la base de funcio-larniento cuál será el foco del
encuentro terapéutico. r Los supervisados noveles en la perspectiva centrada en la
solución es-an más predispuestos a definir la agenda de supervisión en términos de
cuestiones «clínicas» o «problemas». La respuesta del supervisor a tal de-'lición
está formada por el supuesto centrado en la solución de que el espante está
haciendo cosas que representan una solución a los denomi-°s «problemas clínicos».
Así, el supervisor realiza preguntas de la ePción para ayudar al supervisado a
centrarse y ampliar estas solucio-d ^J1? identificadas. Thomas (1994, pág. 14)
ofrece la siguiente muestra íalogo entre el supervisor y supervisado.
PECI
u». ALISTA: A lo largo de la sesión, ¿cuándo experimenta [el cliente] Uri
cambio?
68 FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR
TR
A PERSPECTIVA SOBRE LA TERAPIA: EL FEMINISMO
fil terapia feminista, tal y como existe en la actualidad, conforma una tr K° so'Dre 'a
terapia más que una escuela particular. La esencia del la aJ°c'lmco feminista radica en
la actitud terapéutica hacia el género y So,ensiDilidad hacia el diferente impacto que
tienen las intervenciones la ,e 'os hombres y las mujeres. Los terapeutas feministas
están acumu-tor ° Una ^ran canfidad de investigaciones y conocimiento sobre los traste
°s "e alta frecuencia en las mujeres, tales como la depresión, los ao r °rnos
alimenticios, y las secuelas de la violencia interpersonal y la a [0 S1(?n sexual. El foco
del tratamiento consiste generalmente en animar clientes a que cambien los
ambientes sociales, interpersonales y po-
74 FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR
líticos que han impactado en su relación con los otros, antes que ayuda^ a los
clientes a ajustarse con el fin de hacer las paces con un contexto SQ. cial
opresivo (Brown y Brodsky, 1992).
Los terapeutas feministas comparten con el constructivismo el interés por
el significado, ya que generalmente atienden a los sistemas de creen, cias de
hombres y mujeres y a cómo desarrollan los conceptos de rol que les fijan en
una posición particular. Al contrario de los constructivistas sin embargo, los
terapeutas feministas no temen el poder. Por el contra! rio, muchos de ellos
ven la decisión de emplear el poder como la única manera que tienen las
mujeres de equilibrar la balanza. Como resultado acentúan la solidaridad
como un medio para que las mujeres puedan lo. grar una influencia mayor.
Ya que los terapeutas feministas varían en sus aproximaciones, la su-
pervisión también se conduce de varias maneras, pero siemprtTCon una
perspectiva común. Marianne Walters, miembro del pionero «Proyecto de
las mujeres», el cual incluía a Betty Cárter, Peggy Papp y Olga Silvers-tein,
ha descrito la supervisión en la terapia feminista como «un proceso de
desafío a nuestros supuestos y tradiciones terapéuticas con el fin de in-
vestigar las formas en que los roles sexuales y el poder del género fortalecen
la estructura de los sistemas de las relaciones familiares, e influyen en
nuestro propio pensamiento sobre lo que ocurre en la familia que obser-
vamos» (Walters, Cárter, Papp y Silverstein, 1988, pág. 148). Dentro de este
marco, su supervisión entre las sesiones de terapia se centra en analizar y
criticar los conceptos y supuestos que subyacen a las intervenciones
alternativas. Ella subraya la importancia de emplear conceptos sisté-micos
con referencia a los diferentes significados que estos conceptos tienen para
cada sexo.
El trabajo actual de Peggy Papp, con su colaboradora Evan Imber-Black
(Papp e Imber-Black, 1996), se centra en «los temas multisistémi-cos» como
un concepto unificador en la terapia y en el entrenamiento. Este foco de
atención amplía su interés, previamente expresado en las cuestiones del
género, para incluir la transmisión y transformación de los temas familiares.
En el modelo de entrenamiento que ellas han ideado, se pide a los estudiantes
que exploren un tema significativo en su familia de origen que haya afectado
sus propias vidas y que apliquen este mismo tema de orientación en el
análisis de un caso actual. A pesar de mantener una orientación fuertemente
feminista, esta perspectiva clínica subraya el sentido de la familia en una
época en que éste parece estar pasado <J e moda en la literatura y la terapia
posmoderna.
Aunque con esfuerzos muy diversos, el movimiento terapéutico fem1'
nista, como el ejemplificado por el trabajo de los miembros del «Proye c' to
de las mujeres», ha abierto nuevas posibilidades en el campo de la te' rapia
familiar.
Mientras que a cada una de las escuelas de terapia de familia le gust3' ría
considerarse a sí misma como inclusiva, muchos profesionales se cofj'
sideran a sí mismos como eclécticos, tomando partes de varias apro*1'
TERAPIAS DE FAMILIA: PRÁCTICA CLÍNICA Y SUPERVISIÓN 75
i
5. EL ENCUENTRO TERAPÉUTICO
Los capítulos previos han realzado conceptos que preparan al ter^, peuta para el
encuentro terapéutico. La página impresa acomoda fácil, mente los conceptos, pero
la terapia es multidimensional, es mucho rtiás que conceptos. Me pregunto cómo
puedo comunicar el ánimo del eri cuentro, los silencios que envuelven los
pensamientos tangenciales, e] sentido del ritmo que me alerta para centrarme en la
emoción que quier0 que exista pero que no puede expresarse, el misterio de
experimentar 9 los miembros de la familia a través de nuestras diferencias y darnos
cuen. ta de que son «más humanos que otra cosa». Y entonces, ¿cómo describo la
obra, el proceso creativo por el cual me convierto en audiencia y actor en director de
la terapia y también en miembro del sistema terapéutico, y los caminos que siguen
los miembros de la familia mientras experimen. tan con nuevas y mejores maneras
de relacionarse? \.
CUATRO CASOS \
Ella describió que se sentía apenada por su madre y que ella acariciaba ei pelo de su
madre cuando lloraba y le besaba la frente hasta que se calma. ba. Uno a uno, los
otros dos hijos se sumaron a la sesión para contar hi s. torias similares de protección
a la madre de la crítica paterna. Al mism0 tiempo, dijeron que su padre nunca había
sido violento con nadie de la fa. milia y que era muy cariñoso.
En este punto, los síntomas se habían alejado de su lugar central y no s
encontrábamos en un simple drama familiar con los hijos participando
en el conflicto paterno. Este drama era conocido para mí; lo había vivicj 0
muchas veces. Paré a los niños, diciéndoles que su protección de la madre
no ayudaba a ninguno de los padres. Animé a la señora Ramos a desafiar
la falta de comprensión de su esposo. Si lo hacía, yo apoyaría y ampliaría
sus peticiones de un trato más justo. \^
Le pedí a la señora Ramos que me hablara sobre sus padres y sobre quién de
ellos había sido más crítico con ella. Me dijo que ella siempre había sido considerada
la menos atractiva e inteligente dé\su familia. Cuando era niña siempre había
trabajado más duro que su herrhana para conseguir el amor de los padres, pero
siempre se había sentido i^na segundona.
Terminé la sesión, invitando a la pareja a una segunda consulta al cabo de tres
días. Instruí al marido para que encontrara nuevas formas de apoyar a su esposa
mientras tanto. Quería que recordara viejos tiempos, cuando él la había cortejado.
Iba a comprarle un regalo. Le dije a la señora Ramos que debía dejar en paz las
manos de los niños para que pudieran ser dueños de sus propios cuerpos. Les pedí a
los niños que dijeran a su madre que sus manos les pertenecían y que se las lavarían
cuando pensaran que era necesario.
Cuando la sesión finalizó, estreché la mano de cada uno. Sólo después de que se
marcharan recordé que las manos de la señora Ramos eran sagradas y que no tocaba
las manos de otras personas. El matrimonio Ramos y yo habíamos olvidado sus
síntomas.
¿Qué es lo que pasaba de manera vaga y compleja por mis circuitos cerebrales
durante la sesión? Primero, estaba impresionado por el poder del síntoma para
controlar a la familia entera. También estaba divertido por la habilidad de los Ramos
—o la desgracia— para trasformar el significado de cada evento en la lógica de la
narración referente al síntoma. En algún punto pensé que la señora Ramos debía de
sentirse extremadamente impotente para necesitar todas estas formas de control tan
elaboradas V< casi de forma simultánea, pensé que si se sentía tan atemorizada, ind e'
fensa, desamparada, ella y su marido debían de estar viviendo en un con' texto que
les empujaba a sentirse y actuar de esta manera.
Quiero aclarar mi pensamiento. No creía que el señor Ramos hubie r creado las
condiciones de su esposa. Lo más probable es que la señor" Ramos hubiera extraído
de su familia de origen una propensión a senttf se incomprendida. Cuando ella se
casó, debieron haber existido las co^ diciones para establecer algunas formas nuevas
de relacionarse, pero r¡ se habían desarrollado. El señor y la señora Ramos estaban
mantenien^ los viejos patrones que inducían su particular respuesta. Pero en vez "
EL ENCUENTRO TERAPÉUTICO 81
controlada por su necesidad de trabajar más duro para ser aceptada. Ern pleé la
palabra fregona * para resaltar mi visión; quizás, al igual que Cen¡ cienta, ella podría
relajarse y aceptar a su príncipe.
En realidad, no sé qué sucedió para que la sesión finalizara como u,. cuento de
hadas. Algo de esta familia hizo que me moviera de una marie. ra simple. Me sentí
atrapado en su drama y su lenguaje. Los Ramos tam. bien se sintieron tocados. Fueron
agradecidos y la señora Ramos no dudó en estrechar mi mano. Esta vez ambos, ella y
yo, sabíamos que era un nuevo paso, una liberación de la tiranía del síntoma. Si pienso
sobre e] proceso del cambio —cómo un síntoma tan extraño comenzó a cambiar en
una consulta de dos sesiones—, debo atribuirlo a mi confluencia cor, ellos. Al unirme
con la señora Ramos, se sintió fortalecida para realizar demandas. Le ayudé a pasar
de actuar sus^emociones a través del síntoma, a expresarlas en forma de lenguaje y
de retos interpersonales.
¿Cuáles fueron los elementos clave en esta consulta con la señora Ra.
mos? Lo primero, creo, fue mi atención y mi manejo del síntoma. El po-
der del síntoma parece depender de la descripción invariable de la histo
ria. Es como los relatos infantiles, siempre narrados (del mismo modo. Si
en la exploración el terapeuta amplía la historia, incluye a otras personas,
o introduce cualquier tipo de novedad, la automatipdad del síntoma es
puesta en duda. El síntoma de la señora Ramos se había ido fortalecien
do durante años por la repetición diaria, y me sentí empujado a explorar
lo de forma detallada para validar mi hipótesis^ (Un manejo similar del
síntoma se presenta en el capítulo 14.) /
Desde el comienzo, cuestioné la validez de la historia en toda su extensión. Mis
dudas eran visibles en un primer momento: «He visto muchos casos similares, pero
ésta es la primera vez que veo...». Cuando pedí a los niños que me mostraran sus
manos, subrayé que eran sus manos. Exploré detalles: «¿Los huevos están sucios? ¿El
sexo es limpio?». Acompañé mis preguntas con exclamaciones de sorpresa, que al
repetirse ponían en tela de juicio la realidad del síntoma. Tales cuestionamientos es-
taban acompañados de afirmaciones de aceptación de la realidad del síntoma. Es una
estrategia con dos caras.
También trabajé con subsistemas. Comencé con la familia completa. pero cuando
quería cuestionar la intrusión de los hijos en el conflicto ¿e' cónyuge les invité a que
salieran, después pedí que regresaran cuando Ia sesión requería nuevamente de su
participación. En la creencia de que las personas se construyen unas a las otras, concluí
que el síntoma de la s£; ñora Ramos debía ser parte de las interacciones entre ella y
su esposo. M1 pregunta: «¿Por qué cree que su esposo miente?», estuvo motivada p°,
este concepto. Una vez que la pareja se comprometió en la terapia, alen te el conflicto
y participé ampliándolo, me uní a la señora Ramos para ay^' darle a cuestionar a su
esposo. Y ya que creo que los padres, al menos mayoría, desean ayudar a sus hijos,
le entregué a la señora Ramos la t3 rea de controlar su ansiedad por el bien de los hijos,
esperando que d°
n
rt'a sus síntomas, y así lo hizo. La exploración de su historia llegó m' ^eZ qUe
habíamos explorado el presente y como un medio de clarifi-ariai s distorsiones
actuales. La segunda sesión estuvo dedicada, casi por car Dieto, a la familia de origen
de la señora Ramos.
por su desinterés al cuidar a los niños de María, pero también resalf cómo se había
limitado su vida y cómo María le podía liberar de ser m a dre a tiempo completo.
Critiqué al tribunal, indicando inconfundible mente que un juzgado angloamericano
no podría entender lo importante, que es para los latinos ayudarse entre sí. Dije que
la orden limitante hab¡a impedido la mejor solución: que trabajaran juntas.
Recapitulando para el personal, observé que era natural para los n¡. ños
comportarse de forma hiperactiva en presencia de dos madres refij. das entre sí.
Subrayé que había empleado sus conductas para crear una representación de los
estilos parentales y^sugerir alternativas que podrían mejorar las vidas de ambas
madres. Más tarde, el trabajador social y y0 diseñamos un plan para cambiar la orden
disuásoria del tribunal.
nes, y que deseaba estudiar para convertirse en policía. Añadió que a rante los dos
últimos años había trabajado en McDonald's al salir de la e ' cuela.
Le pedí que pasara el lapicero a su hermana. El hecho de pasar el ]a
picero, como si fuera un ritual mágico, llamó la atención de los otr 0
miembros familiares, que se convirtieron en la audiencia. Esta técnica e.
útil en familias en las cuales el ruido es el contenido de las interacciones
familiares. Si fuera necesario, el terapeuta puede dirigir el flujo de la co n,
versación insistiendo en que ^ólo puede hablar el miembro de la familj a
que posee el lapicero. \
Suzanne me dijo que después de terminar el instituto había comenza
do a trabajar en McDonald's. Durante el último año había sido la supervj.
sora. Daba a su madre una gran parte de su salario. Le pregunté sobre sus
responsabilidades en el trabajo y si \>u madre la alababa por ser tan res
ponsable. Ella respondió que no. Mfe quedé sorprendido, después estre
ché la mano de la madre, felicitándola cálidamente por su capacidad a]
haber criado niños tan responsables/y leales. Ésta es una intervención su
gerida por Jay Haley Felicitar a 1Q¿ padres por el éxito de los hijos (o vi
ceversa) es una intervención sistemática que resalta claramente la com-
plementariedad entre los miembros de la familia, enfatizando las uniones
positivas. /
A los quince minutos de sesión había enganchado a cada miembro de la familia
y había observado la agresión y los intentos por controlarla, los cuales ignoré. Había
confirmado la fuerza de los dos hermanos mayores y la madre. Y también había
comprobado que los temas de lealtad y de protección de la madre y los otros eran
áreas importantes y admirables, no exploradas totalmente.
Pedí ahora a George y Harry que se pusieran de pie uno junto al otro. Cuando
se trabaja con niños pequeños, el lenguaje de la terapia debe ser el lenguaje de la
acción. A menudo pongo a los niños de pie uno junto al otro para ver quién es más
alto, quién sonríe más abiertamente, etc., para ayudarles a sentirse como
participantes. Le pregunté a Harry cómo era posible que George le hubiera
provocado si éste era mucho más pequeño Suzanne afirmó que George podía ser
muy destructivo y que rompería los brazos y las piernas de Harry si no llegaba a
intervenir. La secuencia oe violencia en casa, que la familia estaba describiendo en
ese momento bastante afablemente, era que Harry provocaba a George, y George
acechaba a Harry. Richard se encargaba de George y Suzanne agarraba a Richard
Me parecía claro que esta familia de gente maltratada había desarrolla^ 0 una gran
sensibilidad a las señales de agresión y un sistema de respuesta inmediatas para
aplazar la agresión antes de que se volviera destructiva como había ocurrido.
Pregunté a la madre, a Richard y a Suzanne, si podrían dejar a Geo ge y a
Harry luchar sin que intervinieran. De forma unánime responda ron que George
mataría a Harry. Le pedí a George si él podría conven^ a su familia de que no
estaba loco o de que no era un criminal. Así esta" creando un contexto en el cual
los miembros de la familia podrían ir>t
EL ENCUENTRO TERAPÉUTICO 87
R
EACIÓN DEL SISTEMA TERAPÉUTICO
.
4. Los miembros de la familia desarrollan medios para negociar conflicto que
permiten la predicción de la interacción pero que » vez coartan la
exploración de la novedad.
EL ENCUENTRO TERAPÉUTICO 89
milia deberían sentirse reclutados en una ocasión u otra dentro H este proceso.
8. Al trabajar con organismos que ofrecen servicios a las familias ( Pi clínico
necesitaría considerarles parte del contexto familiar. DeL ría ampliar sus
intervenciones con el propósito de crear cambi0 de organización que no
perjudiquen a la familia.
La historia oficial
* me>noria familiar
micas, las cuales exageraban la importancia del pasado, como si la inf 9n cia
fuera el destino. Asumíamos que lo que es relevante en el pasado e\j„ te en
el presente, y se destaca en el encuentro actual.
Pero en la práctica clínica, la atención a la historia familiar a menun
aparece en la fase media ¿Je la terapia, cuando tiende a descubrirse algfj
segmento relevante de la historia familiar. Para cuando la familia y el te
rapeuta se hayan comprometido de un modo que les permita creer el u^ en
el otro. Ahora la historia paternal, sus padres y la familia al completQ se
convierten en una fuente de curiosidad y de construcción de hipótesi* sobre
la relevancia de los eventos pasados en el modo actual de relacio. narse y
pensar de los miembros de la familia. La familia y el terapeuta ex-ploran
los límites que las experiencias previas imponen en sus patrones e
intenciones actuales. Pueden surgir perspectivas novedosas partiendo de]
entendimiento de cómo los viejos modelos de relacionarse extraídos de la
infancia se están representando de forma anacrónica en las interacciones
diarias. Los «yoes» de hoy son concebidos como una atadura a viejos pro-
pósitos.
Por ejemplo, a John le habían prometido un perro por su octavo cum-
pleaños. El padre le llevó a una tienda de animales donde él eligió un en-
cantador cachorrito de raza doméstica. Pero su padre insistió en comprarle
un perro de raza con pedigrí. Discutiendo el incidente en la terapia, el padre
describió su conducta como un remanente de la devoción de su familia de
origen a «lo mejor». Este esquema, aprendido en un contexto previo, le
impidió actuar de una manera sensible con respecto a los deseos claramente
expresados de su hijo.
En otro caso, Jim siempre se irritaba cuando su esposa se sentía cansada.
Cuestionado por el terapeuta, Jim se percató de que vivía la conducta de su
esposa como una demanda para hacer algo. La respuesta airada de Jim puede
concebirse como una consecuencia de su experiencia, como hijo responsable
y paternalista en su familia de origen.
En el proceso de captar datos de la historia, el terapeuta no deja de ex-
plorar áreas de fuerza en la familia, periodos de su pasado donde las tra-
yectorias eran diferentes. ¿Su repertorio interpersonal era más rico antes de
que sus problemas estrecharan su visión de sí mismo y del mundo-Durante
esta fase, el terapeuta puede describir las demandas que piens 3 que los
miembros de la familia están efectuando sobre él, como un medí0 de
ayudarles a identificar sus «fantasmas» y explorar su pasado relevante. El
puede compartir experiencias de su propia vida y del pasado que pa' rezcan
relacionadas con los conflictos de la familia.
te espero que les haya transmitido algo acerca de la manera en que hago
la
S)a P hoy en día. Pero, ¿cómo lo enseño? Esto lo hago a través de una
rvisión muy amplia. La instrucción académica tiene un lugar en la
94 FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR
EL TRAYECTO DE UN SUPERVISOR
cuando era niño. No puedo\garantizar los detalles de mis recuerdos, per sé que lo que
aprendí en mi\ infancia sobre las relaciones se relacionak con la lealtad, la
responsabilidad y el compromiso hacia la familia, el clan y, por extensión, hacia la
genjte judía.
He comenzado esta discusión de la supervisión definiéndome a rnt mismo a través
de mi aprendizaje en la infancia, porque rni relación con los estudiantes está
impregnada por el sentido de la obligación y del corn. promiso que aprendí de niño.
Si uno reflexiona sobre los valores que má s estima como profesor, probablemente
descubrirá que tales valores se en-cuentran enraizados en la propia infancia.
Comencé a supervisar y a enseñar en 1952, cuando vivía en Israel. Era el director
médico de cinco instituciones elementales para adolescentes con problemas. La
mayoría de los niños eran supervivientes de la Europa de Hitler, pero también había
niños de Marruecos, Yemen, Irak y la India. El personal de las instituciones lo
conformaban psicoeducadores que seguían los principios adlerianos modificados por
su sustancial experiencia de la vida en grupo y sabían bastante más que yo con
respecto al trabajo con estos jóvenes.
Yo era un joven psiquiatra y mi entrenamiento en una institución residencial para
adolescentes delincuentes, ubicada cerca de la ciudad de Nueva York, difícilmente
me había preparado para esta población y este trabajo. Era ingenuo, ignorante, y lo
sabía. Todavía lo que mejor recuerdo de mi experiencia era mi resuelto rechazo a
dejarme paralizar por lo que desconocía. Como persona, terapeuta y profesor, esto ha
sido siempre una de mis características: transformo los obstáculos en una oportunidad
para aprender. Mi respuesta a los inconvenientes se da en fases. Primero me convierto
en un competidor vigorizado por los problemas. Después me impaciento, más tarde
me deprimo, y finalmente me quedo pensativo. Una vez que estoy comprometido, el
reto es primario y los obstáculos los siento como una provocación. El apuntalamiento
es emocional, pero también existe una respuesta intelectual a la aventura de aprender.
Los años que siguieron a mi experiencia israelita fueron turbulentos y
productivos. Fui entrenado como analista en el Instituto William Alanson White de
Nueva York, pero básicamente me encontraba más interesado en las familias. Cuando
me trasladé a la Universidad de Pensilvani»' como profesor de psiquiatría infantil y
director en la Clínica Filadelí'3 para la Orientación Infantil, creé una institución que
trabajaba sólo con familias y con los principios de la terapia familiar. Aquí comenzó
a dest3' car mi persona* retadora. Era un saltador de obstáculos enfrentándola a las
rigideces del sistema psiquiátrico. Quizás nosotros creamos nue^ rigideces en el
proceso, pero el desafío al tratamiento individual y los m todos tradicionales era
probablemente acertado para la época.
* Juego de palabras. El autor juega con el origen de la palabra, el cual hace refere!1 a la máscara
griega que se utilizaba en el teatro, en definitiva a cada una de nuestras c» o facetas como seres humanos.
(N. del 1.)
LA SUPERVISIÓN EN EL ENCUENTRO TERAPÉUTICO 99
Fue en la época de los sesenta en la Clínica Filadelfia para la Orienta-• 'n Infent'l
cuando me convertí por primera vez en profesor y supervi-C' de terapia de
familia. Mirando hacia atrás, estoy impresionado por la *° crepancia existente entre
mi estilo de terapia y mi estilo de enseñanza esa época. Mi estilo terapéutico era
una combinación de apoyo, con-F¡ niación y cuestionamiento. Era cuidadoso al
contactar con las familias, ra asimilar sus modos y permanecer dentro de un nivel
de cuestiona-;ento aceptable para ellos. No sentía que la enseñanza requiriera de
esa •srna acomodación. Era confrontativo y provocativo, desafiaba a los estudiantes
para que aprendieran. Quizás proyecté mi propia respuesta al
to __y mi propio proceso para encontrarla— en mis estudiantes.
Mi evolución como terapeuta familiar me suministró la materia prima nara
enseñar a los otros, así como las habilidades que adquirí en el camino. En mi terapia
desarrollé la habilidad para captar la comunicación no verbal con rapidez, y podía
saltar de claves mínimas a hipótesis que guiaran el proceso terapéutico. Llegué a
sentirme cómodo con la idea de que estas hipótesis conformaban simples
instrumentos para crear contextos experimentales, para enviar globos-sondas que
me ayudaran a contactar con la familia y a desafiar sus rigideces introduciendo
múltiples perspectivas. Procedía uniéndome y luego «acariciaba y golpeaba»;
durante ese periodo, la pirotecnia de tales sesiones llegó a conocerse como mi modo
de practicar la terapia.
Transferí ese estilo a mi supervisión. Veía cintas de vídeo, microanali-zaba
segmentos y saltaba a la construcción de hipótesis, excitado por la naturaleza
intelectual de la empresa, por la manera en que las piezas del puzzle podían
organizarse en una amplia conceptualización y por la aventura potencial de unirme
a la familia para explorar la novedad y crear una gestalt diferente. Creo que mi
entusiasmo era contagioso, pero me impacientaba la lentitud de otros caminos a
través de los cuales mis estudiantes llegaban a comprensiones similares o diferentes;
y creo que este pe-nodo fue difícil para la gente que supervisé. No les di demasiado
espacio, ni respeté el talento idiosincrásico, ni las dificultades qus trajeron al proceso
de supervisión.
Cuando recuerdo ese periodo y lo comparo con mi enfoque actual, veo arnbién que
enfatizo aspectos diferentes de la supervisión. Quizás inundado por la, casi
alérgica, evitación de Jay Haley a instruir desde la ona, mi propia enseñanza era
básicamente inductiva y experiencial —un asís que ahora considero importante
pero insuficiente—. También con-0 c°mo ingenuo el esfuerzo de Braulio Montalvo
y de mí mismo por en-¡ ar Un «alfabeto de habilidades», incluyendo cómo
relacionarse, crear la ensidad, introducir alianzas y coaliciones, cuestionar, crear
representa-j , es- etc. Una vez que los estudiantes habían desarrollado estas habili-
es Cr a
c¡ , ' eíamos que serían capaces de emplearlas de una manera diferen-era °
arn
idiosincrásica. Las habilidades son importantes, pero el inventario qu bién
demasiado mecánico y se debía probablemente a los errores ^rn|° n^aron 'a teraP'a
familiar estructural durante décadas: esa terapia lar estructural requería la habilidad
para mover a la gente a diferen-
"1
100 / HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Los autores de las historias que siguen son terapeutas que han sin
miembros de mi grupo de supervisión en varias ocasiones durante lQs -?
timos años. Las historias son marcadamente individuales, y reflejan la
periencia única de la supervisión de cada autor. Al mismo tiempo, revel
muchos de los temas recién descritos. Y así, aunque cada historia portal11
huella de su autor, también puede leerse como un género, ilustrand8 cómo
la supervisión orientada estructuralmente debe funcionar en la K rea de
crear un terapeuta.
Mis propios comentarios están entretejidos con cada una de esas his
torias. A medida que la historia se desenvuelve, relato mi experiencia con el
estudiante, ofrezco mi interpretación de su estilo terapéutico preferido y
discuto cómo me empleaba a mí mismo estratégicamente para tratar de
inducir una ampliación de dicho estilo. Lo que espero que surja de estas
historias es una apreciación de la peculiar «danza» de la co-creación que
constituye la supervisión.
7. LA FEMINISTA Y EL PROFESOR JERÁRQUICO
va y . Margaret Ann Meskill posee un máster de trabajo social por la Universidad de Nue-de
jr ' "a impartido terapia familiar en diversos centros como clínicas de salud mental y dos
p^dependencias, un albergue familiar, y en clínicas de cuidados psiquiátricos agu-Harjr la
actualidad trabaja para doctorarse en psicología clínica en la Universidad de
106 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Hasta que comencé a considerar este artículo, no había hecho conexión alguna
entre mi elección de la supervisión en terapia familiar y las propias dinámicas de mi
familia. Siempre supe que las dos elecciones profesionales —primero la elección de
la modalidad del tratamiento en sí misma y después la del supervisor— estaban
ligadas a mi contexto psicológico particular; lo que ignoraba es cómo. Este relato es
una exploración parcial de esa cuestión. Es necesariamente un trabajo en curso, ya
que todavía estoy desembrollando mi comprensión sobre la manera en que me
impactó la supervisión.
Crecí en un contexto movedizo y cambiante en el cual los lazos fami
liares se consideraban como secundarios a otras cuestiones. Había un
gran énfasis en la autonomía y la ejecución, en el intelecto, el conocí'
miento y la experiencia. De joven estuve muy influida por el matriarca'
do de mi abuela y mi madre. Los hombres en mi familia eran proveed 0'
res distantes poco implicados, especialmente durante mi juventud. La*
decisiones sobre mi hermana y yo eran tomadas por mi madre o i"
abuela, quienes estaban a menudo en conflicto. Ellas estaban de acue
do, sin embargo, con que la educación es sagrada, un fin en sí mism 3^
el comienzo de una carrera profesional. El valor de la educación era u n
trama dentro de la amplia historia de logros y luchas femeninas, u
historia en la cual esperaban que tomáramos parte mi hermana y ',
Como otras hijas de nuestra época, tendríamos que vencer los aspe c
dóciles y sumisos por ser mujeres, aspectos que nuestras madres hab1
experimentado ya como algo muy limitante. $
Fui enviada a internados en Nueva Inglaterra y comencé excursi 0 ^ veraniegas
por México y Centroamérica. De acuerdo con la manera P e
LA FEMINISTA Y EL PROFESOR JERÁRQUICO 107
aue mi familia habitualmente hace las cosas, se suponía que las exliar e . s jgj
verano en la pobreza del tercer mundo contrarrestarían el p er!em0 de los internados
y me iban a educar de una manera maravillosa. e''* w s extremos se veían en relación
con la aventura de aprender. La edu-A111.se valoraba de forma tan incuestionable, que
más tarde mi herma-ca° vo llegamos a ser muy habilidosas en maquillar nuestras
peticiones n3 ^vocaciones más escandalosas hasta convertirlas en algo aceptable a y
^ jos de nuestra madre en el nombre de nuestra necesidad de aprender, |°recer y
experimentar.
Para cuando tenía trece años, la familia se había convertido en un lu-
¿onde yo «fichaba» cuando nada interesante estaba ocurriendo. Las "venturas,
nuevas experiencias, el éxito académico y, por encima de todo, ■ ¡ ndependencia
constituyeron las expectativas formativas para mí. Éstas se colocaban siempre en el
contexto de nuestro género. Mi hermana y v0 estábamos siendo educadas para ser
fuertes con la esperanza de que así nos habituaríamos a la clase de sufrimientos que
se identificaban como «femeninos». La fuerza de esta solidaridad del género en sí
misma, mantuvo a mi padre apartado, como un proveedor concienzudo pero sos-
pechoso emocionalmente.
Estudié antropología en la universidad. Esta elección era más práctica que
intelectual, porque me brindaba la oportunidad de viajar y llamarlo «trabajo de
campo». Por aquella época me estaba revelando contra mi familia y lo hice en el
ámbito que ellos me habían enseñado que les impactaría de forma más poderosa: el
rendimiento escolar. Nunca terminé el instituto, abandoné los estudios en el
segundo año de universidad, y me fui a vivir una vida aventurera a México. Mi
rebelión estaba bien diseñada, aunque era totalmente inconsciente. Estaba
contraviniendo el bien familiar del «aprendizaje».
El Barnard College en los setenta era un buen lugar para la revolu-
'on. El feminismo y el socialismo estaban en su apogeo dentro del clima
icadémico de aquella época. Mi conciencia intelectual recibió la llamada
P^ra despertarse que necesitaba, después de cinco años en el elitismo
^P que tan inconsciente y arrogantemente es promovido en los inter-j os- La
posición feminista que aprendí en Barnard fue la lente a través
a u
^ al percibiría mi mundo, un tipo de conjunto cognitivo básico que
°nentaba a la vez que me validaba. con \*a- n°ta SODre m' feminismo. El feminismo
comenzó en mi familia jer a lriterpretación tan típica de que los hombres son bestias
y las mu-dij ,SUs víctimas. Barnard le dio un poco más de sofisticación y profun-
intrc^i'nt,e'ectual a esta ideología familiar. La sociedad y el capitalismo se ban t Clan
como factores en la cuestión del género. Las posturas estadas D Iílac^as' las
hermandades existían, las posiciones estaban reforza-co^ Ur»a época y un lugar que
permitía sentimientos tan complicados y clar¡ . Vultuosos. En retrospectiva, valoro
la experiencia de pertenencia ad moral que tuve entonces. También reconozco las
limitaciones,
?'■ White anglosaxon protestant (anglosajón blanco protestante). (N. del t.)
108 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
oersonas que, más que desarrollar una adicción a una droga particu-"aS
mantienen una lista abierta de posibilidades y se «meten» todas y
'aI\ "una de las drogas que consiguen. Nina dijo que ya se había cansado J! las
drogas y quería dejarlo.
Mi clínica normalmente no trabaja con enfermos mentales, pero el di-tor, creyendo
que la adicción a las drogas de Nina justificaba nuestro V bajo con ella a pesar de
que se encontraba severamente trastornada, '. * un arreglo especial para ella. No me
encontraba extasiada con esta ■ js¡ón. Yo tenía muy poca experiencia con el
sistema de salud mental y reSentaba un tipo de rechazo general hacia la enfermedad
mental seve-que se encaminaba hacia la idea de «deja a los doctores que se las
vean c0n ellos y su medicina». Según mi opinión, el tratamiento exitoso consistía
en tener a los pacientes bien medicados en las clínicas de otras personas. Me sentía
nerviosa e incompetente con la «gente loca».
Nina y su marido, Juan, se quejaron de sus experiencias de tratamiento previas,
dejando claro, no por casualidad, que ya habían pasado por el área de psiquiatría
más de una vez, y que podían salir triunfantes de la mejor de mis intenciones de
tratamiento. Yo estaba más que dispuesta a ceder en este punto. Sabía que el asunto
me superaba y me sentía segura de que me uniría al resto de los terapeutas perdidos
con esta familia a corto plazo. Así lo pensé. Y así lo dije.
Ésta era la apariencia de la pareja en ese momento. Nina se presentó a sí misma
como una buena, aunque incurable, paciente. Habló clara y coherentemente sobre
sus estados internos. Ella controlaba su estado emocional cuidadosamente y podía
fácil y libremente informar sobre él en cualquier momento. Era elocuente e
inteligente. Poseía un gran in-sight. Mostraba esa dogmática fe que uno aprende tan
bien en los círculos terapéuticos: que a partir del «refrito» de cada matiz emocional
llegará el alivio y la cura. Incluso podría decir que era una paciente excepcional.
Ella podría haber suministrado a cualquier terapeuta la subiente angustia y
oportunidad para hacer interpretaciones jugosas irre-sistibles, aunque inalterables.
Juan no se había beneficiado de los años de atención psiquiátrica. De
!cn
o, su presentación reflejaba la falta de atención que había experi-
e
ntado en su posición como esposo de una persona «loca». Era como
fantasma, apenas discernible dentro de la crisis en que se encontraba
^ arnilia. Ocasionalmente estallaba en un claro alivio cuando narraba
°s y hacía afirmaciones sobre la enfermedad de su esposa. Después se
gi ^Materializaba. La pareja tenía una amorosa hija de catorce años. rial tra^aJar con la
pareja a solas con la esperanza de explorar el mate-dist^Ue sa^na a la luz cuando la
hija no se encontrara disponible como ca acc'°n. También elegí trabajar con ellos
solos porque al acotar el
P° limitaba también mi sensación de estar abrumada.
ope a etapa inicial del tratamiento estaba guiada por la manera usual de
ca^L r °e la familia. El foco estaba perdido en la crisis, las coaliciones
tn¡e la°an azarosamente y la ansiedad era alta, incapacitando a los
"T'os de la familia tanto como al terapeuta. La amenaza de impulsos
112 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
,
MARGARET: De acuerdo, creo que es perfectamente simple y viene ^ caso con
lo que en realidad sucede. Lo que tengo que aprender es que el se va a psicotizar de
cualquier forma.
MINUCHIN: O no. ,
MARGARET: Pero, ¿y si sucede? Mi miedo no es perder el control de sesión
sino que ella enloquezca. Me gustaría verte en esa situación. C° tinúan esta
disputa, y entonces ella no puede hacer nada más y comien a mostrar síntomas...
Ella para ese proceso teniendo un síntoma. Y y° * asusto en este momento. Así
que entro en mi modalidad reconfortante*
LA FEMINISTA Y EL PROFESOR JERÁRQUICO 113
El mensaje que me daba Minuchin era que, al igual que la familia, yo necesitaba
crecer superando el miedo. Para mí, esta supervisión fue un gran descubrimiento.
Había sido capaz no sólo de exponer una parte mía que no aceptaba (ya que la veía
como una debilidad), sino también insistí en que Sal me respondiera sobre ello sin
disimularlo o esconderlo tras las cuestiones teóricas más tentadoras (léase seguras)
producidas por el trabajo.
A medida que me aventuré a salir del escondite, comencé a experimentarme
como más centrada cada vez. En la supervisión, abandoné las instigadoras
escaramuzas intelectuales y, en vez de ello, aireé cualquier escepticismo que sintiera
de manera que implicara a mi yo completo y no sólo a mi cabeza.
Cuando Nina salió del hospital, pregunté a la familia si vendrían a una sesión de
consulta con el doctor Minuchin. No podrían haber estado mejor constituidos para
sacar a relucir lo mejor de Minuchin, con su larga lista de tratamientos fracasados,
su drama y su locura. Hispanos y pobres: eran Perfectos para él. Yo sentía que
preferiría no tener esta sesión; habían ido ernasiado lejos. Pero Sal estaba interesado
en mi descripción de ellos y su-!r|o que estuviera la hija también. En otras palabras,
él empezó su superpon del caso preocupándose por mi familia incluso cuando yo no
podía. n términos de relación conmigo, esto fue tan efectivo como simple.
MINUCHIN: NO, tu voz sola no puede ser lo suficientemente fuerte. No creo que
lo puedas hacer por ti misma, Nina. Necesitas la voz de Juan Necesitas a Juanita. Y
si ellos no se fortalecen, las voces que te dicen que te dañes ganarán.
la
Finalizamos la consulta subrayando la complementariedad entre
u
intensidad de las voces negativas y la debilidad de las de Juan. Para Q
Nina mejorara, Juan tenía que cambiar. La dirección del tratamiento e
taría guiada por la esperanza de que Juan podía curar a su esposa.
Todo el mundo mantiene conflictos conscientes con el tema del des .
quilibrio. El mío ha sido generalmente feminista, así como personal-
desequilibrio requiere que el terapeuta tome partido y eso no es P reC! f0
mente agradable. Básicamente, el terapeuta otorga poder a un miefli 0,^
de la pareja en un grado tal que la persona complementaria es «arroja
muy lejos» de modo que ambos deben reorganizarse a sí mismos. ^
suerte, el nuevo camino será más saludable.
LA FEMINISTA Y EL PROFESOR JERÁRQUICO 115
hey, ¿qué puedo hacer aquí? (Esto, aunque sea considerado de forma Cf) tés
como desequilibrante, es una mentira descarada.)
NINA: YO me sentía tan torturada que cuando él me rodeó con su br zo
me sentí consolada y segura. Aquí estaba mi marido cuidando^ cuando lo
necesitaba.
MARGARET: Pero en otras ocasiones, cuando necesitabas consuelo »
torturabas y sufrías un dolor intenso y fuerte y algo ocurría entre vosotr0 dos
cuando sentías que él podía consolarte.
JUAN: Creo que es porque siento que estoy siendo empujado y corno «¡
no me correspondiera.
NINA: Yo no quiero que te alteres.
JUAN: Pero entonces yo me siento que estoy fuera, así que quizás y0 creo
que lo mejor que puedo hacer es alejarme y quizás esto funcione. (Su voz se
desvanece y después él se endereza.) He pensado en mamá, y ahora me doy
cuenta de que ella es un ser humano muy infeliz y solitario En ese sentido,
lo siento por ella. Y es triste que me sienta tan impotente para hacer algo.
Ella quiere tan desesperadamente ser amada. Ni siquiera su madre la amó.
Ella quiere el amor de su madre como tú quieres el suyo, Nina. Cuando
pienso en todo ese enojo, es una completa locura. A eso se reduce todo.
Ésta fue una expresión que nunca había escuchado de Juan. Estaba tan
lejos de «estar en la luna» como es posible estar.
Así, mi concepto de los hombres estaba siendo derruido de maneras
complementarias. En la supervisión, Salvador no estaba resultando ser ni
irrelevante ni opresivo. En las sesiones, Juan estaba llegando a ser cada vez
más relevante y asequible. Con esta reelaboración de una de las caras de la
moneda del género, surgió una nueva visión de las mujeres (yo misma
incluida) que era más profunda y compleja. Violar la regla de la solidaridad
femenina, que yo había sido educada para creer, fue vital para sobrevivir, y
aprendí más sobre la manera en que las mujeres, yo misma incluida, se
desenvuelven en los problemas emocionales. Con esta ampliación, fui
capaz de ver configuraciones del género y la personalidad ante las cuales
había estado previamente cegada. Es muy importante para mí que, a través
del difícil proceso con esta familia, la misma Nina paso ver el trabajo
desequilibrante que estaba aconteciendo como útil Par ella, incluso cuando
iba acompañado de desafíos a sus hábitos. Es de u gran mérito para ella (y
todavía creo que de un gran mérito para su gerl ro) que fuera capaz de
realizar esto, y al hacerlo mostrar el verdadero tr bajo que las mujeres son
capaces de efectuar.
En cuanto a mí misma, ya no estoy segura sobre el tema del géne No soy
una mujer ni tan débil ni tan fuerte como me había considera previamente,
sino que he abandonado esta cuestión de la fuerza ferr>e na por otros dilemas
en cualquier caso más complicados. Tengo una s sación creciente de mi
necesidad de continuar descubriéndome a mí & ma como persona, como
mujer y como terapeuta. Yo espero y preveo H^( habrá cada vez mayores
esfuerzos en este sentido también por part
LA FEMINISTA Y EL PROFESOR JERÁRQUICO 117
hombres. Sin embargo, estoy segura de que tengo más libertad para '°S i
1 rar ias Lucain-uica urna cuiiipiiLaud» uci gciiciu rar las cuestiones más
P jaVía feminista y una buena supervisión libera. complicadas del
género. Para mí, la
libertad e*P i„vfa feminista y una buena supervisión libera.
es
EPÍLOGO
Cuando Juanita tuvo a su bebé, ella y su novio se trasladaron a casa de r
n v Nina. Esto constituyó un compromiso familiar bastante complejo,
)üauy. i _______ *„ „„ ,,„ —;—~„t~ *„~ ^^..«A„ v~ „„t„u~ ¡—~.t ___________________________ ,i„
espe cialmente en un apartamento tan pequeño. Yo estaba impresionada
ltl ja gran cantidad de recursos de la familia. Nina y Juan, funcionando
orno un equipo, dividieron el apartamento, preservando la autonomía de
ambas parejas pero dejando el área más amplia en común. Juan parecía
tener un mejor sentido de los límites familiares y Nina aceptó su juicio.
Nina no ha sido hospitalizada desde hace tres años.
8. UNA CABEZA, MUCHOS SOMBREROS
Hannah Levin'
Salvador pidió a cada estudiante que ese año se concentrara en una familia y
trajera grabaciones de ésta para que trabajáramos con ellas.
Mientras empecé a planearlo, comencé a preguntarme —no era la primera vez—
si tenía algún derecho a establecer este compromiso. Me sentí menos al corriente
sobre las cuestiones e ideología de la terapia familiar contemporánea que otros de
mi grupo. Con todo, mi profunda 'mplicación en las políticas y prácticas de una
institución a la hora de manejarse con familias me dio un valioso y útil sistema
conceptual dentro de' cual la terapia estructural familiar encajaba lógicamente.
Decidí que Va que distintas familias provocaban diferentes fuerzas y debilidades en
ls
intervenciones terapéuticas, mostraría grabaciones de al menos dos.
e
ofrecí voluntaria para la primera sesión.
LA
EMILIA DAVIS
a
n familia consistía en: la madre, Lisa; el padre, Larry; Lil, de dieci-
La VCanos; y Larry III, de diecisiete, residente en nuestra institución.
te /J *H había sido derivado a nuestro programa como alcohólico. Había
° Problemas legales a consecuencia de la posesión de una pistola y
Pütjj ~¡n e' original el autor realiza un juego de palabras intraducibie con la palabra hat, ° significar
sombrero y representación. (N. del t.)
124 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
«Es una familia muy complicada», dijo Salvador. «Dan al terapeuta gato por
liebre.» Lo hicieron y fue un ejemplo de cómo mis roles me efectuaban demandas
completamente diferentes. Como directora, cuando los padres vinieron a verme para
discutir una queja sobre la institución, escuché y acepté su versión de la historia.
Tenían un problema; querían mi consejo de profesional. Reestructurar, confrontar o
pedir que lo discutieran entre ellos hubiera sido irrespetuoso. Pero en una sesión de
terapia familiar debía recordar que los roles y las expectativas son distintos. Yo no
podía ser la directora. Debía ceder el puesto y desafiar a la familia con el
entendimiento de que cada uno es parte del problema y de la solución.
Minuchin resaltó que existía relativamente poca interacción entre los miembros
de la familia durante la sesión que había presentado y que yo había hecho muy poco
esfuerzo para conseguir que ellos trataran entre sí. Él 'esaltó de nuevo que la familia
era muy poderosa y comentó que yo podría ser capaz de cuestionarlos sólo cuando
creara un contexto terapéutico en el que interactuaran. Me llevó cierto tiempo
proceder de esta manera.
Uno de los problemas que surgieron fue la negativa de Larry III a ser
grabado. Esto me parecía un pequeño detalle, así que no lo cuestioné.
ero durante una sesión, percatándome del hecho de que sentarse aleja-
3
°e sus padres inhibía su relación con ellos, le desafié. Los padres, que
. aban enfadados con él por varias razones, se unieron a la confronta-
n
^ - Cuando me miraron al reprenderle, dije: «Vosotros sois sus padres.
ré^en<^e °-e vosotros el hacer que él se comporte de la manera en que que-
*• Con dificultad, esta pareja inexperta inició el establecimiento de lí-
es
Se - Le dijeron a Larry III que no podría ir a casa durante los fines de
<*na hasta que no empezara a cooperar.
r^. nuchin alabó esta intervención, pero explicó también que quizás la
'as n ^°r ^a clue no haDia desafiado a Larry antes era que no quería que
Sas
a ]0 ° se escaparan de mi control. Él me aconsejó que pusiera atención
nc
ómoda que me sentía cuando no tenía el control. ¿Estaba mi som-
126 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Mi meta no era decirle a Hannah lo que debería hacer, sino más bi e"
hacerle ver las metáforas en vez de los eventos, los símbolos en vez
del»5
fl
cosas. Cuando la familia estuviese en conflicto por una cuestión, yo que que
ella explorara no ésta sino el conflicto. Deseaba que ampliara el c° flicto en
vez de ofrecer soluciones. ¿Podía ayudar a Hannah a abandona su cambio de
primer orden en favor de uno de segundo orden?
Varios meses después fui capaz de presentar una sesión donde &\ que había
podido desafiar a esta familia, en vez de instruirles en lo 1 deberían hacer. La
madre estaba contando la historia oficial una vez m ' recitando todas las cosas
terribles que su marido había hecho y cómo e había mantenido unida a la familia.
UNA CABEZA, MUCHOS SOMBREROS 127
cistf, NNAH: ¿Te ha amenazado alguna vez? ¿Te ha golpeado alguna vez?
MADRE: NO.
HANNAH: ¿Por qué permaneciste con él?
IVJADRE: La familia. Mi religión. (Permaneció en silencio durante un
mentó, y luego miró a su esposo.) Por debajo de esa apariencia tan n nca, tan
irritante, hay algo hermoso que amo.
PADRE {sorprendido, después de un momento de silencio): Tú nunca dijiste eso
antes.
Desde ese momento, dije al grupo, el tono de su conversación había cambiado.
Cada vez que alguien se equivocaba, yo le señalaba, y ellos lo reasumían con un
diálogo interpersonal más íntimo. Esto, dije con orgullo, era un cambio.
«Es sentimentalismo», fue la recapitulación de Salvador. La pareja se estaba
acomodando a mí, la directora, y me habían seducido para seguirles. Todavía me
concentraba en el contenido, todavía continuaba siendo la profesora y atendía a una
aproximación orientada en la solución. Llamarlo «amor» no cambiaba la situación.
Mi primera reacción fue de indignación: él se había perdido el punto principal.
No entendió la intensidad emocional de lo que ocurrió en la sesión, aunque pareciese
menos importante cuando se veía en la pantalla de televisión. Pero después de
pensar sobre ello durante la semana, me percaté de que, aunque yo necesitaba
trabajar bastante más en mi expresión terapéutica, no se había intervenido en este
caso para restringir el afecto.
y ellos, juntos, debían encontrar nuevos modos para manejar a su h¡-Por difícil que
pareciera, la pareja se las apañó para poner límites y UJ.° • se. Tras dos semanas,
Larry III estaba participando plenamente en las s siones familiares, hablando con
ambos padres sobre sus sentimiento preocupaciones y problemas, y todos ellos
estaban proyectando su reh bilitación. Dos semanas después, Larry III volvió a
casa, y fue quien con dujo a su madre al altar. La música para la boda fue
compuesta por el Da dre e interpretada por sus amigos. Hay buena y mala
sensiblería, despu¿ de todo. Éste era el final feliz que yo apoyé. Y era el que esta
familia ne cesitaba y quería.
LA FAMILIA KRAUS
Cuando se les preguntó por qué todos los hijos estaban viviendo to-c°c'; ' n casa,
respondieron que ellos estaban siendo buenos padres. John ^a e encontraba bien;
saldría a hacer su vida cuando se sintiera mejor. Ted n° pSitaba ayuda a causa de su
adicción, y Cari no era capaz de vivir solo. 116Yo elegí la tercera sesión para presentar
a la familia al grupo de sumisión. Se mostró a la madre como el «cuadro de mandos»
de la fa-P ija Explicaba lo que quería decir en realidad cada persona, inte-
,mpiéndoles a menudo y terminando sus pensamientos y frases. Su reocupación era
Cari, que no podía ser responsable en casa. Estaba es-P rzándome mucho para estar
atenta a la novedad. Quizá podía intentar • r un poco de efecto a esta historia de los
padres victimizados, trabaja-Hores esforzados y responsables. Intentando huir del
contenido, sugerí □ue la madre se uniera a mí de forma que pudiéramos observar a
su marido e hijos hablando entre ellos. Minuchin vio esto como una maniobra útil.
Comentó: «Eso estuvo bien. Era una ocasión para dirigir el tráfico de la
conversación, y no para tomar parte en ella».
El padre y los hijos comenzaron a discutir acerca del enojo de éste. John
mencionó que había sido golpeado. Cari se convirtió en un protector de su padre,
diciendo que él nunca le había golpeado. Estaba preocupada porque John estaba
tomando demasiado protagonismo. Me puse mi sombrero de directora y me apunté
a la conversación. Minuchin dijo: «Hannah respondió como pensaba que era su
trabajo. Ella restringió el afecto y no permitió que el fuego se expandiera. Creó un
hermoso escenario, con los hombres hablando. Pero entonces fracasó en ejercitar el
autocontrol».
Una vez que la exploración del estilo del terapeuta ha alcanzado una meseta,
tiendo a hacer llegar al estudiante mis muchas voces. Pregunto cómo Peggy
Papp, Jay Haley, Cari Whitaker, Murray Bowen o yo mismo podríamos
habernos introducido en una determinada situación. O saco a colación historias
u obras que haya leído. Es la ocasión para mí de com-partir mis voces y esperar
a que sean expresadas de una manera idiosincrásica por mis estudiantes.
Salvador Minuchin hizo con nosotros lo que nos dice que hagamos con nuestras
familias. Él me forzó a pensar de formas novedosas. La incomodidad, la pérdida de
equilibrio y los pensamientos alocados son nuevas características de mi sombrero
terapéutico. Mediante el abandono del uso único del córtex y empleando el tálamo,
Minuchin me hizo experimentar cómo debo enfrentarme a familias que buscan una
solución. Yo a menudo terminaba las sesiones de supervisión preocupada. Me
perdía el final feliz, o al menos la apología. Pero también fui estimulada, divirtién-
dome con muchos pensamientos nuevos y alocados. Los sentimientos llegaron
primero, los pensamientos y las ideas más tarde.
Creo que uno de los puntos fuertes de mi personalidad es un sistema de valores
muy claro. No temo tomar partido. Lo que debo desarrollar es la habilidad para
juzgar cuándo es útil expresar mi postura. Es también "aportante saber que poseer
una posición fuerte mantiene el peligro de enfocar la atención en el contenido más
que en la relación.
Así que, aunque no he tirado ninguno de mis sombreros, estoy Uegan-0 a ser más
consciente de cuál es el que llevo en la cabeza. También es-'V más capacitada para
controlar qué voces debo escuchar y cuales ig-Jar durante la sesión. Estoy
aprendiendo cómo cambiar los filtros y la gura y el fondo de una sesión de terapia.
Minuchin realiza tales modifi-
'ones con una facilidad pasmosa; yo todavía estoy dándole vueltas al daH
autoconscientemente. Pierdo el sentido del control y la comodi-tes ^uf se fue con mi
sombrero de directora. Pero, igual que los pacientan n motivados por la esperanza
que llega con algo nuevo, yo tam-c0rn exPerirnenté esperanza y excitación cuando
aprendí a innovar. Estoy g0 JP acida de que la supervisión me haya ayudado a
incrementar el ran-e mi voz terapéutica.
9. LA POETISA Y EL PERCUSIONISTA
Adam Pricex
^ark R u octor Adam Price dirige el servicio de pacientes externos del centro médico Ne-va
Jer« Israel. Ejerce la práctica privada en la ciudad de Nueva York y en Milburn, Nue-tr0(je
- ^ Sus intereses incluyen el trabajo psicodinámico y de sistemas con niños del cen-a ciudad
y sus familias.
134 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
CASSANDRA Y RAYMOND
Cassandra es una actriz y una poetisa. Sus trabajos están estimulados r el profundo
dolor que padeció cuando era niña. Afroamericana y po-° P viviendo en la
Norteamérica de la clase social baja negra, padeció to-j s los «abusos», un término
profesional aséptico aplicado a todas las maneras de torturar a un niño: física, sexual
y emocionalmente. Ahora t;ene cuarenta y dos años, un hijo adulto, y trabaja durante
el día para rmitirse su arte. Cassandra es una verdadera superviviente, una So-iourner
Truth* moderna buscando reconocimiento.
Raymond es también artista, músico de jazz. Se sabe poco sobre Raymond. Es
un hombre afroamericano de gran tamaño que siempre lleva gafas de sol, incluso
en los interiores durante el invierno. Sus gafas de sol, su estatura y su porte hacen
que parezca amenazador. Lo que se conoce sobre Raymond es que, al igual que
Cassandra, tuvo una infancia difícil. Es bebedor. Cree en atacar antes de ser atacado.
También se sabe que presenta una historia de malos tratos a su esposa.
Cassandra y Raymond luchan para sobrevivir como marido y mujer. El suyo fue
un matrimonio de esperanza. Su amor pretendía ser un bálsamo, aliviando la miseria
de la amargura y del maltrato. Y, lo que es más importante, esperaban encontrar en
el matrimonio la salvación de la relación de abusador-víctima, tan familiar para cada
uno de ellos. Esta vez las cosas podrían ser diferentes. Ahora están implicados en
una lucha de poder tan viciosa que la esperanza se ha desvanecido. El fantasma de
la victimización ha regresado. Raymond es más bien el agresor y Cassandra •a
apaciguadora, pero cada uno conoce bien ambos lados del conflicto.
Cassandra y Raymond están en terapia de pareja. Yo soy su terapeuta.
estoy en el proceso de convertirme en un terapeuta familiar. Llevo en ello
a
'gun tiempo. Y para tener éxito en la terapia, debe aprenderse algo nue-
3
- Es preciso despertar algo en la pareja, en cada miembro de la pareja,
y en el terapeuta.
Joür esclava estadounidense de raza negra (1790-1883). Se fugó, cambió su nombre (So-c°i
n?*" rutn: mensaje verdadero revelado divinamente). Aunque era analfabeta, hablaba dia A Ucha
habilidad sobre la emancipación y otras reformas a acometer (véase Enciclope-^^icana). (N.
del i.)
136 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
que mis fallos pudieran ser expuestos. Cuando el primer alumno se p r sentó, mostró
el vídeo de una sesión de pareja que revelaba su intento p mantener un equilibrio, y
no hundir la nave. Minuchin etiquetó este p r r blema presentando a Libra, el signo
astrológico cuyo símbolo es una ta lanza. Habló del peligro de mantener el equilibrio
y reprendió al terapeu ta para que entrara en el otro lado de la balanza con el fin de
generar e¡ desequilibrio y crear una oportunidad para cambiar. Entonces se dirigj-al
estudiante y, guasón, preguntó: «¿Cuál es tu signo astrológico?». El es tudiante, como
leyéndolo de un guión, respondió: «Libra». Yo temí qUe mis días en clase estuvieran
contados.
Varias semanas más tarde fue mi turno para presentar un caso. Mi pr¡. mera cinta
fue de una familia a la que había visto anteriormente sólo una vez. Preocupado por
parecer incompetente, respondí como cuando esta-ba en quinto grado. Comencé a
hablar. Hablé durante tanto tiempo como pude sobre ello, más de lo que podía,
intentando demostrar mi conocimiento sobre la familia, su historia y sus dinámicas.
Cuando mi monólogo concluyó, vimos el vídeo. Tras verlo durante varios minutos,
Minuchin paró la cinta, que era bastante tranquila, y preguntó: «¿Qué estás pensando
en este momento de la sesión?». Busqué torpemente una respuesta, incapaz de
ofrecer una contestación coherente. Minutos más tarde paró de nuevo el cásete e
inquirió: «¿Qué estás pensando aquí?». Y entonces otra vez, momentos después,
aquel: «¿Y qué aquí?». En este punto me sentí bastante incómodo. No se me ocurrían
palabras inteligentes.
arríente las historias que cuentan los miembros de la familia. La falta de eSpuestas
de Adam a mis sencillas preguntas organizó mi modo de super-isarle. Pensaba
que su confianza en el contenido tenía el efecto de estre-har su entendimiento y
contacto con los miembros de la familia. Este estilo debía ampliarse. No sabía
cómo o dónde.
Minuchin pidió a los miembros del grupo de supervisión que responderán a lo que
ellos habían visto en la grabación, y lo hicieron con mayor laridad y perspicacia de
la que yo había mostrado. Había fracasado en C ¡ primera misión de ganarme la
aceptación y el elogio de mi supervisor ^s pares. Sentí que se me estaba diciendo:
«Crees que sabes, y necesitas saber, pero no sabes». Esta experiencia me perturbó
mucho. Donde es-neraba ser visto como alguien capaz, me sentí incompetente.
No esperaba sentirme tan confundido durante mi primera sesión de supervisión
del año. Contaba con que Minuchin fuera cálido, reforzante, e incluso favorable en
mi primera tentativa. Sé que intenté provocar tal respuesta a través de mi calidez y
humor, pero no hubo respuesta. Por el contrario, se me hizo sentir muy inseguro de
mí mismo. Se me cuestionó, reprendió e incluso comparó negativamente con mis
colegas. Más adelante en el año, cuando bromeé acerca de que me habría ahorrado
el agobio si no hubiera tenido que presentar una sesión reciente, Minuchin res-
pondió: «No, no debes ahorrarte el agobio. Es importante que te sientas incómodo».
Supe que él estaba en lo cierto.
Como supervisor sabía que no podría aplaudir a Adam cada vez que fuera
brillante. Iba a tener que ser distante, tacaño con la aprobación y exigente con la
esperanza de que él pudiera experimentar, en la tensión de la supervisión, algún
elemento que pudiera trasformar en empatia con el propósito de encarar las
diferencias irreconciliables de las personas.
Aprendí de Cari Whitaker a sentirme cómodo con la incertidumbre. De
Borges, a seguir las dos carreteras en un cruce. Intento impartir a mis estudiantes
esta apertura a las realidades múltiples. Deben aceptar que cualquier punto de su
visión de la realidad familiar es parcial; por lo tanto, casi cualquier intervención
es correcta, pero esto constituye sólo el comienzo de las posibilidades. Esta
aceptación es necesaria para adquirir la habilidad de arriesgarse, para sugerir una
posibilidad y no incomodarse si no funciona. Yo sentí que la necesidad de Adam
de estar en lo cierto y ser apresado como alguien capaz debía simplemente
desafiarse.
, Con el fin de mejorar como terapeuta, necesitaba correr riesgos. De-r , a°andonar
mi caparazón intelectual y permitirme llegar a ser vulne-s:i.'" También tenía que
tolerar que fueran percibidas las partes más sen-HaCS rn' mismo: lo inseguro, lo
dubitativo y lo inconsciente. Estaban Com °s a cuestionarse algunos aspectos
fundamentales de quién era yo te °,terapeuta. Se me pedía que cambiara, pero
desconocía exactamen-JaJÍ e ° cómo cambiar. Recibí alguna ayuda de Raymond y
Cassandra cre S°n' Que, en su intento de convertir al otro en inocuo y controlable, °n
lo que yo más temía: un terapeuta incompetente.
1 38 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
LA POETISA Y EL PERCUSIONISTA
RAYMOND: No, ¡caramba! odio venir a este sitio. El estrés que sientes por venir
aquí hoy, pues eso, tienes que expresarlo. Ya sabes, habla portj misma.
CASSANDRA: YO en realidad no me sentía así (con la mirada baja).
RAYMOND: ¿Y no estarías bien si no lo intentaras?
CASSANDRA: ¿Hablar por ti?
RAYMOND: Hablar por mí.
CASSANDRA: Sólo estaba intentando dar cuenta de por qué me parecía que todo
lo que decía, por pequeño que fuera, lo tomabas por el lado equivocado.
RAYMOND: ¿Ah, sí?, ¿por ejemplo?
CASSANDRA: No importa. No tengo por qué identificarlo.
RAYMOND: ¿Te acuerdas?
CASSANDRA: SÍ, pero no quiero hablar sobre ello.
RAYMOND: Ah, no vas a hablar sobre ello. Entonces no sé de qué estás hablando.
CASSANDRA: Sentí que más bien estábamos toda la tarde reñidos el uno con el
otro y lo atribuí al hecho de venir aquí hoy por la tarde.
RAYMOND: ¿Ah, sí, a eso lo atribuíste? Yo te pregunté qué querías par 3 cenar.
¿Verdad que te lo pregunté?
CASSANDRA: Sí.
RAYMOND: Y hablamos sobre lo que podríamos tomar para cenar-Acordamos
que camarones o algo así.
En esta interacción, Raymond frustró el intento de Cassandra por o's cutir sus
preocupaciones negando su validez, y pidiéndole que se centr ra en aspectos
concretos y desviándose desde el asunto principal hacia' detalles. Él también
dominó la conversación interrumpiéndola frecuei mente. Ella respondió sólo al
contenido y de esta forma fue controla por él. La sesión continuó en su mayor parte
del mismo modo. Más taf Raymond elevó la apuesta, sugiriendo que si Cassandra
era tan infeliz bería presentar un pleito para divorciarse o de lo contrario dejar de
<? . jarse. Me sentí tomando partido silenciosamente por ella como víctin1 ^
deseando que abandonara a Raymond. A pesar de todo, era conscient que ella no
quería dejarle. También era consciente de que estaba o°
LA POETISA Y EL PERCUSIONISTA 141
, a los Jackson comportarse de una sola manera. Era quizá el único v'aI1'l qUe
conocían, pero existía la posibilidad de que en otro contexto
iera otro estilo de interacción diferente. sUFn esta sesión, me mantuve en silencio la
mayor parte del tiempo. No
í»ía ninguna clave sobre cómo ayudarles a cambiar el contexto. La ver-P° i eS que
temía a Raymond y no tenía palabras para oponerme a su pos-3 a combativa. Realicé
otro intento bastante débil de subrayar la com-11 mentariedad de su situación:
Cassandra deseaba que su marido llegara P r ¡uenos intimidatorio, mientras que él
quería que ella fuese menos te-3 erosa. Mi aproximación intelectual fue tan efectiva
como intentar que
niño de diez años deje su guante de béisbol para ponerse a tocar el pia-
Mis palabras e ideas tenían poca relevancia para la emotividad y enojo de la
pareja. Al igual que Cassandra, me encontraba inmovilizado. No es que no lo supiera
todo. Pero estaba en tensión, como resultado de percibir a Raymond como alguien
amenazador. Y bajo el estrés, regresé a mi punto fuerte, a mi habilidad para emplear
el lenguaje. En la sesión, me convertí en prisionero de mi estilo terapéutico
preferido. Hasta el punto de que mi facilidad con el lenguaje reflejó mi educación
judía, quedé atrapado por mi propia etnicidad.
También estaba estresado cuando presenté la sesión a supervisión, aprehensivo
en relación a cómo respondería Salvador a mi inmovilidad durante la sesión. Tras
ver la grabación durante varios minutos y preguntar en momentos claves por qué
estaba yo callado y no intervenía, Salvador preguntó: «¿Él toca en una banda?».
D
AM: Sí, él toca en una serie de bandas.
'NUCHIN: ¿Y es el director? ¿Se te ocurrió que fuera el director? di(-e AM^ Se me
ocurre que la percusión controla el ritmo. Pero no lo del
j. °r- También me parece que tocar el tambor es muy tormentoso. Pero 1NUCHIN: Sí, pero,
lo ves, si piensas en el enojo, estarás intimidado, • Sl piensas en una orquesta y que él es
el director, pero que no te
142 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
tu instrumento sean los platillos, sabrás que él no tendrá una buena ^ questa. Yo
me habría trasladado a algún tipo de metáfora que hable sok.
deja tocar cualquiera que sea el instrumento que manejas, incluso aunQ.
Oh
los silencios y la melodía. ¿Puedes tener una orquesta que sea sólo de pe e
cusión? En este punto yo diría: «Sabes, en esta sesión me siento süenn do. No eres
sólo el percusionista sino también el terapeuta». Algo nü diga: «Dame espacio».
Algo que diga: «Déjame hablar».
Imitando el estilo de Adam al jugar con las palabras, le ofrecí una mP táfora
que usaba el contenido de la sesión pero que se apartaba de él, ha* ta un nivel
más generalizable. Quizás él podría ser capaz de vincular ]a cuestiones del
contexto interpersonal, la mutualidad y la autonomía en »i campo de la música,
uniéndose a Raymond a la vez que desafiándole.
Sabía que no había sido útil. A través de una curiosa y dinámica tram ■
estábamos reconstruyendo la sesión dentro de la supervisión, y Adam, sentirse
controlado por mí, reproducía esa falta de discurso.
El isomorfismo entre la supervisión y la terapia me ofreció en este mentó la
experiencia de ver cómo responde Adam cuando no P ue jam plear el lenguaje
y el significado de forma libre. Pero dudaba de que A ■ entendiera esto. Por
lo tanto, me comprometí en un role playing, una te ca que empleo rara vez, con
la esperanza de empujarle a emplear otro pectos de su repertorio cuando se
encontrara en situaciones similares-
quería decir es que eres un músico. Eres un percusionista. Estoy qpe sa¿o
en el jazz. Pero no conozco mucho sobre ello. Cuando estás to-iflte i ja percusión,
¿quién dirige el grupo? caf1RAYMOND: Quien esté al cargo. Puede ser el organista.
Podría ser el
toca la trompa.
ADAM: ¿Y es siempre el percusionista?
PAYMOND: Algunas veces.
ApAM-' Y cuando estás tocando la percusión, escuchas lo que las otras personas
están...
RAYMOND: ¡Estás en el mismísimo bolsillo del ritmo! Justo allí, en sin-ronía con
lo que está pasando. Estás maravillosamente acoplado a los He más, y mantendrás
esa marcha. Como un reloj sincopado. Haces constantemente eso, constantemente
dejas que fluya el ritmo. Y sin importar loque esté tocando, las trompas, el piano.
Sabes dónde están los cambios, porque vuelves al puente de la canción. Haces tus
cambios y regresas. Haces tus cambios y regresas. Y puedes con todo.
ADAM: Lo que está ocurriendo aquí en este dueto es que tú estas haciendo toda
la percusión. Tú estás liderándolo, ¿cómo podríamos llamarlo, el dúo? No creo que
el instrumento de Cassandra en realidad esté siendo escuchado.
RAYMOND: Está bien, de acuerdo con lo que acabas de decir, ella no tiene ningún
problema en estar en sesión contigo, o cualquier otro, en una situación uno a uno.
¿Es eso correcto?
CASSANDRA: SÍ.
RAYMOND: Entonces más vale que me vaya.
CASSANDRA: ¿Por qué querrías irte?
ADAM: Ya lo ves, hay melodías diferentes en una orquesta.
RAYMOND: Cómo podría yo estar aquí...
ADAM: Raymond, estoy hablando.
RAYMOND: Cómo...
ADAM: ¡Raymond! (Raymond suspira.) Raymond, existen diferentes e'odías en
una orquesta, en un dúo, en un cuarteto. Hay melodías dis-ntas. Tú tienes la melodía
dominante.
RAYMOND: Sólo aquí porque estoy bajo protección de este foro, de ti ""smo. En
casa no puedo hacer frente a eso.
ADAM: Me refiero a lo que ocurre aquí.
RAYMOND: En casa ella lo orquesta todo. ja? M: Su voz no está expresándose.
Al igual que en un cuarteto de Par' neces'tas dejar espacio para el contrabajo, porque
si no le dejas es-
l0
' no se escuchará.
A n \j¡ Pesar de que la metáfora del director y la orquesta introducida por
lo&r n fue útil, lo que estableció la diferencia fue mi persistencia para
fue o qUe Raymond me escuchara. El cuestionamiento de su dominio
ti¡s ^c'a' para ayudar a la pareja a salir de sus papeles dominante-su-
r
'?ad' °r último, Cassandra necesitaría sentirse lo suficientemente vigo-
c
°nio para encargarse por sí misma de Raymond.
146 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
n la siguiente sesión. Desafortunadamente para mí, esta sesión tenía <Jar la última.
Cassandra consiguió un nuevo trabajo y dijo que no iba 1ue capaz de continuar en el
tratamiento.
3S
Un año después, llamadas de seguimiento por separado a Cassandra y R vrnond
arrojaron interesantes descubrimientos. Aproximadamente meses antes de la
llamada, Raymond llegó a casa una noche para en-° trarse con que Cassandra había
abandonado el apartamento. Después j° nue él la había dejado en el trabajo esa
mañana, ella había regresado n un amigo, había cogido sus ropas, el televisor e
incluso los cuadros de Dared, y se había trasladado a un nuevo apartamento.
Raymond se en-ntraba devastado y no pudo comer ni dormir durante varios días.
Tamben admitió haberse deshecho en lágrimas. A pesar de que él sabía Hónde
trabajaba Cassandra y tenía acceso a su nuevo número de teléfono, no la persiguió.
Tres semanas después, Cassandra contactó con Raymond v se reconciliaron, pero
con la condición de que Raymond consiguiera un trabajo de día. Raymond informó
de que las cosas habían mejorado y de que la marcha de Cassandra le había
obligado a reexaminar su papel en la relación. Se quedó impresionado por lo
mucho que se había derrumbado cuando ella se marchó, y ahora la toma mucho
más en serio.
Cassandra etiquetó la reconciliación como condicional, a pesar de que reconoció
que no había aclarado ese punto con Raymond. Ella insistió en que él mantuviera su
propio apartamento y en que no estaba preparada para que él se trasladara con ella
hasta que encontrara trabajo y las cosas de la relación mejoraran. Ella reconoció que
él había dejado de ser sar-cástico y verbalmente abusivo y que le permitía mantener
relaciones sociales sin él. Sin embargo, ella sintió que eran necesarios cambios
adicionales y creyó que la pareja necesitaría terapia para realizar mayores progresos.
Ambos, Raymond y Cassandra, informaron de que no había existido violencia desde
que terminaron la terapia conmigo.
Raymond sintió que algunos aspectos de la terapia fueron beneficio-
Sos
- Pensaba que mi presencia le había ayudado a afirmar sus sentimien-
ls
sin ser percibido como un monstruo por parte de Cassandra. También
"Mió que había reconocido que él podría ganar a Cassandra en una dis-
'sión sobre un terreno meramente técnico, independientemente de
2 len estaba en lo cierto. Aceptó que este hecho impedía la comunicación
r
? ellos de forma muy considerable. q lambién Cassandra consideró que la
terapia había sido útil. Ella dijo tía l e^ Primer terapeuta que no temió a su esposo,
la
o al menos si lo sen-jar ° ocultado. Ella creía que esta falta de temor le ayudó
n a
a traba-mi j° ' Pareja y también le permitió conocer a alguien que no tenía
"edodp Ro„™ ----------- 1
de Raymond
M la 'yas. valiosa fue la comprensión que adquirió sobre su falta de voz en Un
^C1°n. Una semana antes de que ella saliera de casa, había revisado
que p las
grabaciones de la sesión que yo le había copiado. Consideró
p sta grabación fue algo decisivo en su decisión de dejarle. tíian ra m*' estas llamadas
de seguimiento al cabo del año fueron extrémente interesantes y llenas de
sorpresas. Estaba sorprendido de oír
148 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
que fuera Cassandra quien había finalizado la terapia, aunque lo k: bajo presión de
Raymond. Estaba impresionado con que cada uno ,° ellos había extraído algo
concreto y sustancial de las sesiones, e inclü e más sorprendido aún de que la
visualización de Cassandra de una sesi-° grabada había provocado su traslado. No
hay duda de que queda much1, trabajo por efectuar con esta pareja. Pero ellos se
habían adelantado ° habían adentrado en lo desconocido y empezaron a cambiar.
Cassandr había intentado adquirir un nuevo discurso y tocaba un nuevo instru
mentó, y creo que Raymond puede haber reafinado su tambor.
Al revisar mi trabajo con los Jackson, me doy cuenta de que yo también había
efectuado algunos cambios. A través de la supervisión, reconocí que debía
interactuar de forma muy diferente con Raymond con el fin de ganar espacio para mí
mismo como terapeuta. Para confrontarle necesi-taría abandonar la distancia de
seguridad con un porte calmado y objetivo, y abandonar mi castillo de palabras.
Tenía que ponerme los guantes de boxeo y entrar en el ring. Desde aquella época,
he notado un cambio en mí mismo como terapeuta. Concibo lo que digo y cómo lo
digo más como una intervención que como una comunicación. Como resultado de
ello, mi lenguaje refleja más la educación de la familia y es más metafórico. Por
ejemplo, con una familia cuyo padre sirvió en el ejército y está ahora en el cuerpo
de seguridad, empleé frases como «divide y vencerás» o «línea de defensa». Al
abordar a una madre cuyo novio había abusado se-xualmente de sus hijos, le
pregunté: «¿De quién era el alma más herida por estos acontecimientos?». No le
pregunté cómo había reaccionado cada uno de sus hijos ni quién le preocupaba más.
También me siento más deseoso de asumir riesgos, y creo que me divierto más.
En un reciente ejemplo, una pareja había recurrido a mí para ayudarles a resolver
sus conflictos maritales. Un aspecto del conflicto guardaba relación con la dificultad
del marido para mantener la erección durante las relaciones sexuales con su esposa.
La pareja era de profesionales judíos, y su estilo altamente verbal e intelectualizado
me era completamente familiar. Sus peleas a menudo comenzaban a causa de alguna
cualidad abstracta de la relación. Cualquier detalle podía llega 1* a convertirse en
fundamental en un momento determinado. Entonces 'a pareja divagaba a través de
discusiones sin sentido que evitaban efeC'1' vamente el conflicto.
Al comienzo del tratamiento intenté unirme a ellos en su exceso de co fianza
en las palabras. Tan pronto como comprendí el ámbito del proble"? y los
antecedentes, mis intervenciones llegaron a ser más complejas-una sesión, la
esposa intentó convencer a su marido de que ya que él s3 que no sería capaz de
mantener una erección, no existía ninguna raZw¿ para que él se preocupara sobre lo
que era o no capaz de hacer. Yo obse esta irónica crítica, pero en vez de
comentarla, escribí dos notas en dos zos de papel, las estrujé y se las arrojé una a la
esposa y la otra al maf i¡.
La incapacidad que había vivido en manos de los Jackson, en coo ,} nación con
el desafío que había experimentado con Salvador, me r" 3 9 creado tensión e
incomodidad. La solución que encontré fue descubrir
LA POETISA Y EL PERCUSIONISTA 149
a
va área de habilidad, un área familiar para mí en otras facetas de mi 0 , pero
poco conocida como terapeuta.
Al final, lo que encontré a través del proceso de la supervisión fueron
vas voces dentro de mí. En el lenguaje de la metáfora que empleé con lUvrnond,
aunque en la supervisión tocaba en la orquesta de Minuchin,
• todavía mi inteipretación del material lo que importaba. r £Sto me recuerda la
historia de Leo Smitt, el pianista famoso por su ociación con el compositor Aaron
Copeland. Al principio de su carrera, cmitt tuvo la oportunidad de ejecutar un
nuevo trabajo de Copeland para I compc>siton Él esperó el día con agitación.
Después de todo, ¿qué podría ocurrir si su interpretación de la pieza no agradaba a
su creador? Cuando la fecha de la actuación llegó, se sorprendió de encontrar a
Co-neland tendido en un sofá como si —dijo Smitt— estuviera anticipando un
evento placentero. Tras la actuación, Copeland le alabó. Smitt pregunto si la
actuación se encontraba en la línea de las intenciones originales del compositor.
Copeland respondió que eso no le importaba. Lo que le fascinaba era la variedad
con que eran interpretados sus trabajos.
De forma similar, por muy duro que me esforcé para emular el estilo de
Minuchin, el éxito estriba en mí. Mientras que algunas cosas cambian, otras siguen
igual. No soy un devoto de la música clásica. Escuché la historia de Smitt y
Copeland en la radio nacional pública.
10. EL RETORNO DEL «HIJO EDÍPICO»
Gil TunnelV
La verdad es que no recuerdo con claridad los dos primeros años de su-
pervisión de Gil. Muy al principio identifiqué su estilo de aprendizaje como del
tipo de mantenerse distante y asimilar el conocimiento sin una implicación
personal arriesgada. Yo acepté ese estilo, pero me limitaba. Di una
retroalimentación que fue casi exclusivamente teórica y didáctica.
Entonces Gil comenzó a trabajar con la familia Hurwitz. Ellos eran una
agradable familia judía de clase media que cuidaban de sus hijos de forma
genuina. David, el más joven, había sido hospitalizado bajo custodia psiquiátrica
porque se hurgaba tan fuerte con el dedo en el ojo que eso amenazaba con dejarle
ciego.
David era asintomático en el hospital. Sus síntomas reaparecían siempre que
regresaba a casa. En un mundo más inteligente cualquiera podría percatarse de
que sus síntomas debían estar relacionados con su familia. Pero los trabajadores
psiquiátricos están cegados (sin intentar un juego de palabras) por su
identificación ideológica con el mundo interno del paciente individual.
Gil trabajaba en ese mundo, también. Veía a David como a un paciente
individual cuando comenzó la terapia de familia. Gil había extraído de su propia
familia una capacidad para guardar la distancia que le salvaba de la familia
Hurwitz. Creó una terapia de trayectos paralelos. La familia y el terapeuta
viajaban uno junto a otro sin tocarse.
Pero para cambiar familias psicóticas necesitas una terapia de pasión. Gil
podría haber aprendido mucho de Cari Whitaker, que disfrutaba con las absurdas
complicaciones de la irracionalidad y transmitía a SUs estudiantes la creatividad
subyacente a las fuentes de dicha irracionalidad. Mi estilo de irracionalidad es
diferente. Yo arremeto contra los Colinos de viento. Pero Gil no podía seguirme
en una confrontación directa.
Existen muchas maneras de desafiar, pero muchas de ellas son ama-
les
- Existe una diferencia entre el desafío y la confrontación. Mi estilo es
a
menudo confrontativo —de hecho, ésa es mi característica—. Pero los te-
ra
Peutas también necesitan saber cómo intervenir en una familia con dife-
tiem A ^octor Gil Tunell es director del Programa de Estudios Familiares del depártale^ i Psiquiatría
en el centro médico Beth Israel de la ciudad de Nueva York y también UeVa p práctica privada. Enseña
terapia familiar en la Universidad de Nueva York y en la de |a i escuela de Investigación Social. Es
miembro fundador y ex presidente del personal c"a contra el sida para la Asociación Psicológica del
Estado de Nueva York.
152 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
La supervisión del tratamiento del caso descrito aquí comenzó durante mi tercer
año de entrenamiento con Salvador Minuchin, el cual seguía a varios años de
entrenamiento en terapia familiar a nivel de graduados. Previamente a este caso, el
pensamiento de sistemas había sido sobre todo un ejercicio cognitivo para mí. Yo
disfrutaba enseñando las comparaciones entre las diferentes escuelas de terapia
familiar y desarrollando intervenciones interesantes en mi trabajo clínico, pero, en
retrospectiva, veo que no me encontraba implicado emocionalmente en mi trabajo
con las familias. Rara vez sentí su dolor, y no hablemos ya de participar activamente
con ellos en sus conflictos. Mi estilo terapéutico distante, del tipo «no te impliques
demasiado», era una consecuencia de varios factores. Soy el típico anglosajón
blanco, protestante (WASP), sureño, cuidadoso de no intimar con la gente
demasiado bien, sea en la vida real o en la terapia. Mi entrenamiento inicial como
psicólogo investigador me había enseñado el escepticismo acerca de la posibilidad
de cambiar a través de la psicoterapia. Y mi formación temprana en terapia familiar
se enmarcaba dentro del modelo estratégico (Haley/Erickson).
Cuando salí del sur y fui expuesto a otras maneras de comportarse empecé a
apreciar lo dominante que había llegado a ser en mi personalidad el factor de haber
sido educado como un WASP sureño. Pero pasé va rios años en entrenamiento
antes de percatarme del grado en que mis a tecedentes habían influenciado también
mi estilo terapéutico. En familia, los sentimientos eran un anatema.
Desacreditaban la mente impedían la objetividad. Uno podía experimentar
sentimientos de vez cuando, por supuesto, pero debía controlarlos y generalmente
guarda los para sí mismo. Las emociones no servían de ninguna manera par a ,,
néctar a una persona con otra. Incluso cuando quedaba claro quf ■„ miembro de la
familia estaba alterado o con problemas, aprendí desd ven el código WASP de que
era de mala educación darse cuenta- jj. miembros de la familia se preocupaban de
los otros, pero los límite5 s viduales estaban considerados por encima de las
conexiones emoción ^
A pesar de la gran importancia que se le concedía a la vida fami'1
EL RETORNO DEL «HIJO EDfPICO» 153
—las familias— podía ser observado más fácilmente (especialmente H tras del
espejo unidireccional) y que por lo tanto se podían construir
tervenciones potencialmente más «objetivas».
En mis seminarios de terapia familiar, leí los textos clásicos de lVlj n chin sobre
la terapia familiar estructural, pero mi trabajo clínico m* temprano seguía un modelo
estratégico. A partir de supervisores estrat S gicos, aprendí a asignar montones de
tareas para casa y a contar historia metafóricas, empleando las sesiones para sembrar
ideas y esperando nu el cambio ocurriese entre las sesiones. Este modelo me permitía
mante ner una actitud científica adecuada. Si la familia cambiaba durante l a sesiones,
se demostraba que la sesión había sido efectiva.
En el modelo estratégico, el clínico es concebido como el experto q Ue conoce la
solución al problema familiar. El terapeuta sólo tiene que ser]0 suficientemente
inteligente como para diseñar una intervención que caiti-biará a la familia antes de
que regresen para la siguiente sesión. (Este modelo me parece ahora una vaga
reminiscencia del tribunal de los domingos por la tarde de mi familia, con mi abuelo
impartiendo su consejo semanal a cada individuo pero sin implicarse generalmente
en exceso.)
Para mí, el trabajo estratégico era muy excitante, pero se trataba esencialmente
de una empresa intelectual. De alguna manera me estaba sintiendo más implicado
con la gente, pero mi trabajo clínico era conducido decididamente desde la distancia.
Durante mis primeros dos años de entrenamiento con Salvador Mi-nuchin,
aprendí rápidamente que la terapia familiar estructural intentaba crear el cambio
dentro de la sesión y que estas sesiones a menudo eran intensas. Vi a Salvador crear
cambios en muchas familias y la terapia estratégica, por comparación, comenzó a
parecerme insípida. Pero no podía verme a mí mismo actuando de forma tan
vigorosa. Eso demandaba una implicación personal bastante mayor en el proceso
clínico. Así que continué trabajando a distancia y me las apañé para no presentar
mis casos de familia muy a menudo. Salvador debió de haberse percatado de mi
resistencia a mostrar mi trabajo, pero él no afrontó eso. Yo aprendí pa s1' vamente,
observando el trabajo de Salvador con los otros estudiantes.
Estaba aliviado de que no me cuestionara, a pesar de que yo
sabía q"e
estaba perdiendo una oportunidad. Salvador trabaja con los estudiante
cuestionándoles su estilo terapéutico, de manera similar a como confro ta a la
familia con su proceso familiar. Del mismo modo que elige a qué mie bro familiar
cuestionar, y no trabaja con cada uno de ellos con la mis intensidad, así tampoco
Salvador trabaja con la misma intensidad c cada uno de los estudiantes. Me
preguntaba en privado si me veía sin fuerza suficiente como para adquirir su estilo
intenso de entrenarme o si creía que mis habilidades clínicas se encontraban tan
poco desa liadas que en realidad no poseía un «estilo». Sea por la causa que ^ \$
no ocurrió un gran cambio para mí en estos dos años. Ahora creo Q f, razón más
fundamental por la que nada sucedió fue que yo era tan r ^ vado como persona y
con mi trabajo clínico que no le di a Salvado masiadas oportunidades para trabajar
con ello. Yo no estaba prepar
EL RETORNO DEL «HIJO EDÍPICO» 155
Creo que al comienzo ambos, Gil y yo, estábamos satisfechos con nues-tro
compromiso tácito. Pero comencé a secundarle en su evitación excesivamente.
No creo que aprendiera gran cosa el segundo año, al menos no de mí. Quizás sentí
que él no podía cambiar, así que mi interés en su desarrollo como profesional
menguó. No sé por qué se matriculó para un tercer año, ni por qué le acepté, pero
estoy satisfecho de que lo hicimos.
Creo que es importante repetir aquí que existen varias maneras de crear e'
cambio. La confrontación es uno de ellos. Pero el cuestionamiento o la
confrontación son «animales» diferentes. Puedes cuestionar un patrón Slendo
dulce y reconfortante. Lo mismo si se es concreto con una familia <lue se pierde
en abstracciones intelectuales, o comportarse de forma cores con una familia
ruda. Mi habilidad particular de ampliar las diferencias y favorecer los conflictos
ha sido denominada confrontación. Creo que es Ucho más complejo que eso.
es c ,re° que Salvador piensa que el asunto fundamental que me enseñó es 0 510 ser
más confrontativo y desafiante. Él, ciertamente, me mostró que .,erP también a
unirme emocionalmente con una familia. No creo é| suu^,ense de esa manera sobre su
propio estilo. En su entrenamiento, ra.Va el desequilibrio y la confrontación, no la
importancia de la
156 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
La familia Hurwitz
David era el hijo más joven de una familia de cinco hijos adultos que
vivían con sus padres. David y el hijo mayor, Herb, de treinta y cinco años,
trabajaban en el negocio de los padres. Mary, de treinta y dos, estaba em
pleada y vivía en un pequeño apartamento que había renovado para si
misma en el sótano. Las hermanas más jóvenes, Shelly, de veintiocfl 0
años, y Rebecca, de veinticuatro, trabajaban a tiempo parcial e iban a
facultad. Mary, Rebecca, y Shelly, que no tenían ningún papel en el j>
gocio familiar y con relaciones de noviazgo que ya estaban en marc<>»
eran menos fundamentales para la hermética coalición de David, He1""
los padres. ,
En lo que parecía un matrimonio tradicional, Herbert se ocup a del negocio y
Stella de la casa. Stella había sido despedida de varios bajos a consecuencia de sus
conflictos interpersonales. Ella quería * bajar, pero Herbert dijo que había causado
tantos problemas que Pre<0 ría que se ocupase de la casa y de la contabilidad del
negocio. Su sU
EL RETORNO DEL «HIJO EDÍPICO» 157
¡liar era que finalmente todos los hijos se unieran al negocio. Stella
c mó Que 'os h'Jos podrían, por supuesto, casarse, pero esperaba que
nca vivieran más lejos de una manzana de la casa. Stella dijo que
n
aiigust'a^a mucno cuando cualquiera de los hijos se encontraba le-
- de ella, particularmente David, que había sido enfermizo de niño.
J rpert estaba también angustiado. Era un ex ludópata que asistía aho-
con regularidad a Jugadores Anónimos. Ésta fue su primera salida
social-
La primera sesión tuvo lugar en el hospital con la familia presente al
orT1pleto.Vi a Stella abrazar a David. Él llevaba ropa de hospital. Stella rorrió hacia
él, le rodeó con sus brazos, después se puso en pie, apretujándole, jugando con el
pelo de su pecho. Aturdido por esto, les pedí que se sentaran y traté de concentrarme
en conseguir la historia familiar. Hoy, mientras escribo sobre la escena, no me puedo
imaginar a mí mismo no siendo más activo allí, en ese momento.
Cada miembro de la familia se centró en David. Dijeron que era el único
problema de la familia y se quejaron de que su conducta estaba alterando sus vidas.
Intentando conseguir una panorámica más completa de la familia, una que no se
centrara alrededor de David, les pedí que me hablaran sobre su familia antes de que
David enfermara. Me contaron sobre su acostumbrada rutina tras la cena: el padre
iba a Jugadores Anónimos o permanecía en la planta baja, mientras que la madre y
los hijos veían la mejor televisión de la casa, en el dormitorio de los padres. David
a menudo se sentaba tras su madre en la cama, y a menudo se quedaba cuando los
otros hijos se iban a dormir.
Todavía ingeniándomelas para ignorar lo obvio, intenté que la familia elaborara
más información acerca de quiénes eran. Les pregunté qué temas elegiría un
productor de televisión para rodar una película sobre ellos. Eran, parecía, una
familia «unida», una familia «todos para uno y uno para todos». Terminé la consulta
formulando un contrato de tratamiento que intentaba reestructurar su compleja
situación. Les dije que me parecían como un grupo de tres lucecitas instaladas en
serie en la Navidad; si una lucecita se apagaba, todas ellas lo hacían. Si ellos querían
fabajar conmigo, mi trabajo sería conectarlos en paralelo, de tal forma 1 ue cada
bombilla, aun conectada al resto de las otras, pudiera ser inde-Pendiente. La
respuesta de la familia fue indulgente: «Es una bonita ma-era de verlo, doctor
Tunnell, y trabajaremos con usted. Pero tan sólo re-erde qUe nosotros somos judíos».
r>
MENZANDO LA SUPERVISIÓN
Salvador no podía quedarse fuera de los intentos de mi equipo por Sl] pervisar el
caso Hurwitz. Cada uno de nosotros estaba tan tocado como yo por el fascinante
elemento edípico individual. Salvador fue crítico y di. recto, aunque no severo. Él
dijo que mi intento de reestructurar con la metáfora de las luces de Navidad era
inapropiado, por tratarse de una metáfora cristiana. Comentó que eso reflejaba mi
ecuanimidad de tip0 WASP sureño. Este comentario trajo el tema de los judíos-
protestantes que había comenzado en la terapia, a la supervisión. Salvador también
era escéptico sobre cualquier intento de emplear historias. La aproximación
narrativa estaba volviéndose recientemente popular en el campo de la familia y
muchos de nosotros estábamos experimentando con ello. Pero él pensó que
fracasaría en este caso. Con la familia Hurwitz, debería hacer más para crear una
crisis productora de cambio.
Salvador dijo que esta familia me estaba convirtiendo en puré. Me V dio que
hiciera algo para inducir el cambio estructural, porque é ste. d, un síntoma muy
grave en un caso serio. Determinado a crear intensí decidí jugar con el tema del
Edipo. En la siguiente sesión dije a la ta111
EL RETORNO DEL «HIJO EDÍPICO» 159
Ahora conozco de primera mano cómo se debe sentir una familia est- su estructura
es cuestionada. El propio sentido de la organización sihl a'mente disgregado.
Reagruparse bajo la vieja estructura es impo-Un C' Pero todavía no existe nada que
tome su lugar. En vez de ello, hay
^ansiedad intensa. 0. as horas posteriores a la supervisión fueron agónicas para
mí. Los br„ s estudiantes me animaron a que comiera con ellos y habláramos so-1
terna. Yo les di las gracias y decliné la invitación; debía estar de re-
160 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
greso en el hospital. Pero, en vez de ello, caminé por las calles alreded de la oficina
de Salvador, sintiéndome aturdido, ansioso, confundido ¡ r defenso. Este caso me
había hecho sentir indefenso desde el comien? pero lo que sentí aquella tarde iba
mucho más allá. Salvador finalment' había tenido éxito en sacarme de mi sendero
trillado. ¿Pero qué iba a h 6 cer ahora?
En aquella ocasión no podía apreciar el paralelismo entre lo que sa] vador había
hecho conmigo y lo que yo debía hacer con la familia. Yo sol supe que tenía que
hacer algo que no fuera delicado. Pero ¿qué ocurrirí si lo enredaba, y David
empeoraba? ¿Y si efectivamente se cegaba?
No sé cómo sucedió. Pero de alguna forma mi distrés —y la ansiedad de que
David pudiera cegarse a sí mismo— se convirtió en el nuevo foco de atención de la
terapia. En la siguiente sesión realicé algunas intervencio-nes estructurales simples.
Senté a los padres en el sofá e hice que David se sentara en su propia silla. Siempre
que los padres hablaban a David, o cuando ellos se interponían a sí mismos en una
conversación con David, yo les paraba. Animaba a los padres a que hablaran y no
permitía que David les interrumpiera. Todo esto es una técnica de terapia familiar
estructural bastante básica. Pero yo nunca había sido tan activo en una sesión.
Salvador dijo que estas técnicas estructurales no serían suficientes para lograr
ni un alivio sintomático rápido, ni un cambio estructural duradero. Pero reconoció
el cambio fundamental que esto significó para mí. Él mantuvo su papel crítico usual,
animándome a ser menos delicado y más activo, pero reconoció el cambio. De forma
muy interesante, resaltó que este cambio en el estilo en realidad estaba enraizado en
quién soy yo como WASP, siempre consciente de los límites y distancias
apropiados. Quizás mi herencia podría utilizarse como un recurso en vez de conce-
birse como un déficit. Aquí, de nuevo, esto era como su terapia. Salvador halla un
pequeño paso dentro de la danza disfuncional de la familia sobre el cual puede
edificarse la terapia. Ahora había encontrado un recurso dentro de mí que podía
emplearse de forma efectiva con esta familia.
La cinta de vídeo de la supervisión muestra como Salvador está sentado muy
cerca de mí. Él está más amigable, particularmente cuando ve mis nuevas
maniobras con la familia. Sigue criticándome, pero es también muy reconfortante.
Ese sentido del apoyo podría permitirme asum' mayores riesgos para llegar a
desafiar a la familia.
Gil estaba cambiando. No era sólo que estuviera trabajando con la de*•
ción de lo estructural. Estaba atreviéndose a correr riesgos. Sus interpr
ciones eran algo más que intelectuales. Su postura corporal mostraba P
ticipación. Se movía hacia adelante cuando se dirigía o interrump 13 a
miembro de la familia. eS-
Me alegraba de que él sintiera claramente mi cordialidad. Yo hat>' , tado
preocupado con mis reacciones en la sesión de supervisión prevl ' que estaba
satisfecho de que se sintiera cómodo conmigo.
EL RETORNO DEL «HIJO EDÍP1CO» 161
En las sesiones que siguieron, repetí la profecía, una y otra vez. Triste, pero
inexorablemente, comuniqué a la familia que finalmente David se cegaría a sí
mismo por la seguridad de Stella. No existía solución.
Los padres, buscando distraerme de su triste destino y rechazar el marco
interaccional del síntoma de David, replicaron que su drama era menos trágico que
los problemas de otras familias con hijos disfuncionales. Negué eso con la cabeza.
Su tragedia era mucho mayor porque su hijo se estaba cegando a propósito, para
satisfacer a su madre. Me mantuve educado y calmado. Pero los padres se
incomodaron.
Cuando se aproximaban las vacaciones de Navidad, los padres me conr praron
una bonita cartera de cuero. Yo pensé que podría ser un «sobo no» para que diera
marcha atrás. Así que se lo agradecí y lo devolví-dije que si al finalizar mi trabajo
con ellos David había conseguido no c garse a sí mismo, aceptaría su regalo.
Mi equipo de entrenamiento estaba impactado porque rechacé el , galo. Pero
Salvador me respaldó, lo cual fue muy importante pa>" a ese día. Él explicó que
aceptar regalos es a menudo apropiado, Per0 "L. en esta ocasión había hecho lo
correcto. Creo que su apoyo dabael ^, to bueno a cómo había manejado la cuestión
técnica. Creo que él e ba complacido internamente porque yo podía ser descortés.
Yo era ^ paz de ser discontinuo y, al responder de una manera que la farn»1 s.
podía haber anticipado, había puntualizado la gravedad de sus cn" c tancias.
EL RETORNO DEL «HIJO EDIPICO» 163
En Yentl, de Isaac Bashevis Singer, con Barbra Streisand en la adaptación al cine, una
joven se disfraza de chico para satisfacer su sed de conocimiento, ya que a las mujeres
no se les permitía ser estudiantes en la ortodoxia judía. lsraela albergaba esa sed de
conocimiento.
La había conocido durante varios años. Nos habíamos visto en muchos encuentros
profesionales, y ella me había organizado un taller en Sheppard Pratt, el hospital en el
que dirigía el programa de terapia familiar. Así que mi primera pregunta cuando ella me
pidió supervisión fue: ¿por qué? Estaba claro que no necesitaba más entrenamiento. Ella
había peregrinado por casi todas las escuelas de terapia familiar: Peggy Papp, Goolishian,
Weakland, la escuela de Milán, terapia breve, narrativa, estructural y otras que no
recuerdo.
Y precisamente ahí radicaba el problema. Ella llevaba consigo todas esas escuelas, de
manera intacta. Su conocimiento era enciclopédico. Su prescripción de la escuela de
Milán, al final de una sesión, llevaba cada uno de los componentes esenciales. Era neutral,
incluía a todos los miembros de la familia, la connotación positiva, las consecuencias del
cambio y la orden paradójica de no cambiar. Su aproximación narrativa nunca fracasaba
a la hora de explorar las excepciones como un camino para re-historiar. En la terapia
breve, siempre era positiva. Igualmente versada en la escuela estructural, podía crear
representaciones, desequilibrios y así sucesivamente- Pero, desdichadamente, el estilo de
lsraela se asemejaba al estado del campo de la terapia familiar: existía poca integración.
Creo que lsraela nunca había abandonado la exploración de cualquier nueva
aproximación sin antes dominarla. Pero entonces, cerciorándose siempre de que existían
lagunas, comenzaba una nueva búsqueda. Creo que Uscar supervisión conmigo marcaba
un nuevo comienzo de este tipo.
Proc^ lso''- recipiente refractario (capaz de resistir altas temperaturas) en el cual se da un lia,
r„ .
transformativo a través del calor, presión, o algún otro catalizador que altera la for-V 'a
no'Stenc'a y naturaleza de las substancias. El crisol mantiene la integridad estructural Págs
..^actividarj mientras contiene a estos procesos transformativos (Schnarch, 1991,
•dn S^ae'a Meyerstein ejerce la práctica privada como trabajadora social en Baltimore,
Sür>erv,' dirige e) Programa de Terapia Familiar y Marital del hospital Sheppard Pratt. Es
V k. 'í>Ora i^C:__'lli . . ., . . Irr. ._•_ i,;,.l r. •!• / a a > ai—n\
mente ella tomó el papel de dos personas. Todas crecimos con el miedo A
que mi padre moriría, así que fue un shock cuando mi madre enferrn -
murió de cáncer pancreático a los sesenta y cinco años. Mi padre sobreviví ^
Tras la muerte de ella, volvió a la poesía y vivió hasta casi los ochenta afi °
Creo que fui una niña retadora pero buena, que siempre siguió el A?'
tado familiar. Quizás me convertí en terapeuta familiar para entender m jor
el complejo interior de las familias.
Fui a la universidad en Nueva York, donde conocí a mi marido, que¡
tradujo en mi vida los viajes, la aventura y una mayor captación de rie s gos.
Él me arrancó de mi confortable nicho familiar para vivir como es tudiantes
en Israel, donde establecimos nuestras vidas separados de nuestras dos
familias. En el transcurso de veinticinco años hemos criado tres hermosos
niños, todos con una apariencia y personalidad diferente Nuestro hijo mayor
se marcha de casa ahora, de forma que empieza una nueva parte del ciclo
familiar.
Me topé por primera vez con la terapia familiar en Israel en 1971 como
trabajadora social voluntaria en el hospital Hadassah, observando a familias
en tratamiento a través del cristal unidireccional. Mi dominio limitado del
lenguaje me empujó a usar mis ojos para observar la comunicación no
verbal, las reglas invisibles que organizaban la interacción familiar. El
trabajo con varias familias pobres me enseñó la relatividad de las normas en
diferentes culturas y me mostró que las condiciones emocionales rara vez
son separables de los contextos socioeconómicos.
En Israel leí todo lo que cayó en mis manos sobre terapia familiar-
Supe que lo que estaba viendo se denominaba terapia familiar estructu
ral, tal y como la practicaba Avner Barcai, y regresé a los Estados Unidos
decidida a aprender más. Presenté con ilusión algunos casos cuando Harry
Aponte vino a asesorar a mi agencia de colocación. Mi primer emp'e°
tras completar el grado de máster en trabajo social fue en Galveston, 1^
xas, donde un pequeño y entusiasta grupo de terapeutas familiares habí
creado la terapia de múltiple impacto en los años cincuenta. Galvesto
resultó ser un ambiente de aprendizaje excitante y creativo donde la
rapia familiar florecía con entusiasmo contra el sistema. Trabaje
rante varios años en coterapia con Harry Goolishian, un mentor 1
durante varios años ha representado el modelo preferido para el en
namiento y la terapia. Tras mi año de asociación se me pidió que orga
zara un programa de entrenamiento en terapia familiar dirigido a p
profesionales en un centro comunitario de salud mental. ^
En Galveston las ideas novedosas eran bien recibidas en la búsqu 3 de
modelos eficaces para tratar familias. En 1975, John Weakland vl ^ enseñar
la novedosa y popular aproximación de la terapia breve. ^s3jes-la primera vez
que sentí la seducción del lenguaje; era un territorio
EN EL CRISOL 169
c
0cido, donde escuchar, y las palabras contaban más que la visión. De ° ente, los
' las otras ideas. En 1977, i ¿e la Clínica Filadelfia para la Orientación
e Infantil,
terapeutas se encontraban tomando notas a una distancia i" P tuosa durante las
estudiando con
sesiones, discutiendo cuestiones mínimas de la fa-
llía V comunicando de forma inteligente hábiles intervenciones. Había 1 ra interés
en integrar modelos; cuando llegaba una nueva ola, se barrí-
1
I
En 1977, nos mudamos al este, a Allentown. Acudí al programa exter-
PENETRANDO EN EL CRISOL
■
Me sentí como si hubiera sido arrojada a una piscina helada. No r e i
bí validación alguna, ni del grupo, ni del supervisor. Tuve que
decirm^
mí misma: «Mantente nadando, finalmente entrarás en calor. Debes perar el miedo
a la exposición y sobrevivirás».
pn la siguiente sesión con la pareja realicé un gran esfuerzo para in-lucir una
mayor simetría, animando a Kathy a hablar más. Sentí, tr mámente, un cambio al
centrarme en la pareja como una unidad, in-n tando que interactuaran más. Pero
cuando presenté la cinta, vi poco L este cambio. Estaba desconcertada al
percatarme de que incluso cuan-i estaba alentando a Kathy, Edward estaba
asintiendo, apoyando mis alabras. Salvador comentó: «Eres demasiado razonable.
Al privilegiar la azón y el lenguaje estás perpetuando una coalición con el marido
que debilita a la esposa».
Me pregunté si se necesitaba un terapeuta orientado en el proceso para darse
cuenta de esto. ¿Un foco centrado en el lenguaje hubiera mantenido invisible el
proceso? ¿Qué efecto hubiera provocado eso sobre la terapia?
Al presentar el caso resumí las intervenciones que habían fracasado, desde una
aproximación centrada en la solución para exteriorizar las demandas «difíciles»
como una amenaza común, o definir a Jerry como un novato que necesitaba práctica,
hasta describir su enojo como una protección contra la vulnerabilidad.
De nuevo estaba impresionado no sólo por la cantidad de voces de que
disponía Israela sino por la manera en que podía portarlas en su zurrón de
sanadora, disponibles para su uso como patrones separados. Pero la cuestión del
«avestruz» que había seleccionado para emplear con esta pareja era una elección
desafortunada entre sus cualidades.
DE
6
COLIBRÍ A CÓNDOR, O VOLAR CON INTENSIDAD
Dorothy G. Leicht1
Dorothy era una terapeuta individual experta que sabía cómo permanecer en
silencio mientras otorgaba espacio a sus pacientes para desarrollar sus historias.
Era también una terapeuta ericksoniana y, por lo tanto, estaba entrenada para
pensar estratégicamente. Así que era sorprendente que como terapeuta familiar
actuara espontáneamente, más que de acuerdo a un plan.
Para Dorothy, la espontaneidad se traducía en una práctica en la cual seguía
las líneas de la historia de los miembros familiares. Ella reaccionaba con interés
a sus preguntas y siempre tenía disponible cierta cantidad de soluciones. Como
era buena uniéndose a las familias y muy hábil apoyándolas, a éstas les agradaba.
Pero mientras permanecieran satisfechas en la terapia, las familias no
cambiarían.
Yo cuestioné la atención de Dorothy al detalle y le incité a observar los
patrones familiares. La respuesta de Dorothy era descalificadora: «Ahora que lo
señalas, me doy cuenta, pero antes no lo veía». Mientras desarrollábamos estas
situaciones una y otra vez, la intensidad de mis desafíos iba emparejada a la
intensidad de sus variedades de «no lo vi». Era una situación en punto muerto
que nos agotaba a ambos.
El estilo de Dorothy es común entre los terapeutas individuales y los te-
rapeutas familiares en formación. Está acompañado normalmente por sistemas
de creencias que confían en la empatia, y en una práctica que anima a la
revelación por parte del paciente y a la disponibilidad por parte del terapeuta. La
postura que trato de enseñar al terapeuta, sin embargo, es de una exploración de
medio rango de los patrones familiares y un empleo estratégico del yo para
ayudar a los miembros familiares a desarrollar modos alternativos de
relacionarse. Mi propósito es formar a un terapeuta que sea a la vez estratégico y
autoconsciente.
Para Dorothy, eso significó adaptar su repertorio para incluir la planificación,
la atención y el compromiso con sus metas terapéuticas. Necesitaba primero
reconocer que en la terapia se encontraba más bloqueada que espontánea.
Comencé a resaltar una parte de su conducta no verbal; los fomentos en los cuales
estaba respondiendo a un evento en la sesión, pero su respuesta era invisible
porque no la expresaba. Empezamos a atender a
de| jl' Dorothy G. Leicht es terapeuta y supervisora en el centro de consejería Echo Hills
Hr pi,al Memorial Pheips en Hasting-on-Hudson, Nueva York. Imparte clases y talleres e el
manejo del estrés y ejerce la práctica privada en Mamaroneck, Nueva York.
182 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
El trabajo en clínica social es mi segunda carrera. Miro atrás, hacia rn' primera
carrera, con orgullo y placer: una vida en común continuada con mi esposo, dos
hermosos hijos, una nuera que se ha convertido en parte de la familia y otra más a
la espera. Convertirme en esposa y madre no hj e una elección consciente; fue
producto de la mentalidad de los años cua. renta y cincuenta, cuando el mensaje
predominante para las mujeres era-cásate, ten una familia, y vive felizmente para
siempre.
Vengo de una familia de clase social media. Mi padre dirigía su propio negocio
con éxito y mi madre permanecía en casa y criaba a los niños. Vivíamos en un
suburbio de la ciudad de Nueva York y pasábamos los veranos en Cape Cod junto a
la amplia, cálida y muy unida familia de mi padre. Mi vida fue ordenada y cómoda
hasta que cumplí quince años, cuando, un día de verano, mi padre murió.
De repente, lo que había sido ordenado y cómodo se convirtió en caótico y
amenazante. La vida continuó, no tuvimos que mudarnos, no pasamos hambre, pero
mi madre nunca fue capaz de hacer frente a la pérdida de su esposo. Los viejos
rencores entre la familia de mi padre y mi madre resurgieron, y donde antes hubo
apoyo, se desarrollaron tensiones. Mi madre dio lo mejor de sí, pero se sentía sola y
perdida y no podía proveernos de la orientación y el apoyo que mi hermana y yo
necesitábamos. En ese declive, cuando mi hermana regresó a la facultad, permanecí
con mi madre. Y mientras ambas intentábamos hacer frente a la pérdida, me convertí
en la madre y ella en la hija.
Tras el bachillerato, fui a la facultad durante dos años, pero la soledad de mi
madre y mi falta de interés en los estudios me trajeron de nuevo de vuelta a casa
para reanudar mi papel de cuidadora y solucionadora oe problemas.
Trabajé en la ciudad de Nueva York y viví en casa durante un año, na
ta que conocí a mi esposo, nos trasladamos a los suburbios, tuve mis n
jos, y trabajé como esposa, madre y voluntaria de la comunidad.
.
Estaba bajo la influencia de la ideología de los sesenta y del mo miento de la
mujer, que me hizo empezar a pensar que yo podía ha más y que como una de mis
carreras estaba declinando podía tener o Mi interés en la gente, mi propia terapia y
mi experiencia como sofuc
nadora de problemas —en casa y como voluntaria— me
condujeron^
forma natural a convertirme en una trabajadora clínica social. Regre. ^¿
la escuela para terminar mis estudios de licenciatura y después con
con mi máster en trabajo social. fljjl
Tras la graduación, comencé a trabajar en una clínica de salud m ^, de pacientes
externos en Westchester. Fui afortunada al encontrar u
ENFRENTARSE AL GORILA 183
sUs habituales conductas rutinarias. Era nuestro trabajo, empleando ' alq u'er mecno
ara e
P 'l°> crear esos momentos. La supervisión era un " oejo de ese proceso y Salvador
me estaba empujando para hacer cosas jp forma diferente. Pero mis hábitos eran
profundos.
gn el segundo año comprendí en qué consistía la terapia familiar estructural, pero
de la teoría a la práctica existía un largo y duro camino. ij n cambio fundamental que
había tenido lugar era que empezaba a trabajar con el conjunto de la familia, y no
sólo con parejas.
La primera familia con la que trabajé durante mi segundo año era una familia
con un padrastro. Helen, la madre, y su segundo esposo, Joe, ambos en la treintena,
habían estado juntos durante cinco años. Helen buscó terapia para la familia porque
los hijos de su primer matrimonio _-Jim, de trece años, y Mary, de diez— estaban
continuamente en conflicto con su padrastro.
Joe, un alcohólico rehabilitado, había establecido un estilo resignado dentro de
la familia. Cuando finalmente la tensión de la familia excedía su nivel de tolerancia,
él arremetía; sin embargo, tales episodios eran poco frecuentes. Helen, una persona
firme, de las que toman el mando, encontró este carácter huidizo, intolerable y le
censuraba por no tomar una mayor responsabilidad a la hora de disciplinar a los
hijos. Cuando Joe cedía y realizaba intentos por asumir una posición de padre, los
hijos se resistían a su autoridad y él se enfurecía. Sus esfuerzos para ganar su
obediencia se hacían infructuosos por la instrucción crítica de la esposa, la cual le
«ayudaba» a ver como erróneo todo lo que él hacía. Entonces Joe se retraía en un
estado de irritación indefensa, dejándole cada vez más lejos del papel de padre.
Yo sabía que la clave aquí, como en todas las familias con un segundo cónyuge,
era la reorganización familiar. La madre y sus hijos habían establecido una unión
fuerte y la suma del padre necesitaba un ajuste para e' sistema que permitiera ir
introduciendo gradualmente a un nuevo miembro. Para que se diese tal ajuste, el
padrastro necesitaba ayuda de la °iadre. En el fondo, él sería capaz de participar
como autoridad en el funcionamiento de la familia si la madre le «bendecía» y le
hacía sitio. Mi meta consistía en activar y vigorizar al padrastro. Mi preocupación
fundamental era perder de vista este enfoque y quedar estancada en el convido de la
familia.
Presenté el vídeo de mi sesión con la familia enfatizando que era una
a
milia con un padrastro y que la madre, Helen, llevaba la voz cantante y
a muy fundamental en el proceso familiar, como lo había sido en su pri-
er
matrimonio. Por tanto, había estado trabajando para permitir a Joe
er
11 un mayor peso y que se llegara a convertir en alguien imprescindi-
e
Para el proceso.
JOE: La primera cosa que dije fue que el trabajo escolar es tu p rot sión, desde
ahora hasta junio.
MADRE: ¿Entiendes lo que estamos diciendo? Si estuviéramos satisf chos con
tu trabajo escolar, no tendrías que pedir privilegios, porque se t otorgarían de forma
natural.
DOROTHY: ¿Pero cómo lo está haciendo?
Salvador paró la cinta y, mirando al suelo frente a él, dijo: «Tú ibas a hacer algo,
y el chico te interrumpió. ¿Qué te impidió continuar con lo que querías hacer?».
Mi voz era baja e intensa. Yo evitaba mirar a Dorothy, trasmitiendo una
profunda decepción con su rendimiento. Había decidido que sólo a través de una
alta intensidad emocional entre nosotros podía suprimir sus respuestas
automáticas.
No le permití a Dorothy usar esta vía de escape. Mi meta era consecn,; que
fuera imposible para Dorothy encontrarse con esta familia de nuev sin sentir mi
presencia en el despacho.
MADRE: Cuando lo compramos, se acabó, pero Jim no sabe lo que quiere. (Al
marido.) No te estoy humillando en absoluto.
DOROTHY (a la madre): ¿Podía él haber ido con Joe a comprar el abrigo?
MADRE: NO, de ninguna manera.
PADRE: Por eso es por lo que la noche anterior fuimos los cuatro.
DOROTHY: ¿LOS cuatro?
PADRE: SÍ, todos juntos a un centro comercial. Es un centro comercial grande.
Yo pensé que tendríamos más oportunidad de encontrar algo allí.
DOROTHY (a la madre): ¿Qué ocurriría si ellos dos fueran de compras?
Mi lenguaje era repetitivo. ¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué no hace que
quieres? Ella necesitaba verse a sí misma como una estructuradora proceso
terapéutico.
sól°
DOROTHY: ESO es interesante. Supongo que estoy pensando que
va a suceder con su permiso. |¡a
MINUCHIN: NO, sucedió con tu permiso. Tú le estas permitiendo a
ser una figura central. Eso no es lo que tú quieres. \o
DOROTHY: Pero Joe sólo va a ser capaz de tener un papel si eHa
permite.
ENFRENTARSE AL GORILA 189
MADRE: SÍ, finalmente tenía que suceder, y en realidad siento que es n voto de
confianza por parte de Matthew hacia mí el que (dirigiéndose Matthew) no te
sientas encadenado a la familia.
JASON: YO también quiero hacer eso.
POROTHY: Ése es un sentimiento normal de un muchacho de dieciséis ños. Querer
sentirse de esa manera e independizarse.
MATTHEW: Supongo que eso crea un papel para él. Cuando salga, se c0nvertirá
en el hombre de la casa.
DOROTHY: Jason, ¿ocuparás el lugar de Matthew o qué sucederá?
Salvador paró la cinta y se dirigió a la clase. «Hablemos sobre mapas. Esto será
un evento significante en la familia. Están moviéndose, pasan-jo de ser cuatro a sólo
tres. Ya que Matthew es el miembro dominante, yo trabajaría con ellos para
estructurar la opción de ser tres como una experiencia positiva. ¿Ves de lo que estoy
hablando, Dorothy? Aquí hay un conjunto mental.»
Estaba decidida a demostrar a Salvador que podía desarrollar este marco, un
conjunto mental y después un foco de atención. La siguiente sesión que tuve con la
familia fue la primera en la que me mantuve en el foco, me quedé al margen del
contenido, y tomé el mando. Estaba dándose el cambio; el hijo se estaba alejando, y
yo también me estaba desplazando. Así que mientras presenté el vídeo de esta familia
en la siguiente supervisión, indiqué que mi estructuración había sido que algo estaba
ocurriendo en esta familia y que las cosas iban a ser diferentes, y ése era mi único
centro de atención.
, DOROTHY: ¿Así que tú crees, Matthew, que Jason no quiere hablar so-
e
tu marcha? ¿Y ésta es la segunda vez que te vas?
MATTHEW (ríe): Sí, cada tres años o así me voy.
DOROTHY (a la familia): ¿Cómo hacen para que vuelva?
¿ASON (ríe): El más o manos se nos impone.
m. "OROTHY (a Matthew): Tú ejerciste bastante el papel de padre en la fallía.
192 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Salvador paró el cásete y dijo: «Entonces lo que ocurre con la familia en esta
sesión es que se convierten en observadores de su propio fenómeno. Creo que esto
es muy bueno. Creaste el marco en el cual interactuan Has introducido un tema —la
partida de él— y les mantuviste en eso»-Puso en marcha el vídeo de nuevo.
DOROTHY (a Jason): ¿Serás capaz de hablar con tu madre de esta ma-era cuando
Matthew se haya ido?
Yo dije que había pensado que no me vendría mal su reto. Él sonrió y respondió
que ya que él es conocido por ser difícil, en realidad no estaba seguro de que
necesitara más estimulación en esa área. Yo consideré que su desafío se basaba en
la creencia de que yo podía expandirme como terapeuta. Él había hecho conmigo lo
que me estaba empujando a hacer con la familia. El tenía un foco, permaneció en él
y estaba comprometido con mi cambio.
Ahora practico la terapia de forma muy diferente. Cuando siento que estoy
buceando en el contenido, me dirijo a la esquina superior del des-Pacho desde donde
puedo observar el proceso, liberarme del contenido y actuar de forma libre. Cuando
me siento temerosa de desafiar, recuerdo gorila que no me permitía escapar por el
camino habitual.
13. HOMBRES Y DEPENDENCIA
Greenan'
En nuestra primera entrevista, David quería que yo supiera que él era gay. Creo que
me lo dijo incluso antes de que describiera su entrenamiento en terapia familiar. No supe
qué deseaba que hiciera con ese conocimiento, si bien quedaba claro que él no quería
ocultarlo. Pero, por supuesto, su definición de sí mismo también me definía a mí —como
heterosexual. Creaba un mundo en el cual tendríamos que encontrarnos desde continentes
diferentes, definidos por nuestra orientación sexual. También me dijo que había sido actor
y director durante diez años. Le conté que uno de los sueños no realizados de mi vida era
ser dramaturgo. Eso unió los continentes para mí, aunque no creo que tuviera ningún
efecto sobre él. Esta cuestión de la autodefinición se convirtió en el centro de nuestro
diálogo en la supervisión.
Uno de los problemas que ha introducido el posmodernismo en la terapia de familia
es su atención a la diversidad. El reto al imperialismo de la cultura dominante puede
producir un mundo de pequeñas turbas, donde nos encontramos protegidos contra el
«otro».
David estaba trabajando con una pareja homosexual, quienes le habían seleccionado
porque, entre otras cosas, creían que él, como homosexual, les comprendería en su
contexto. Cuando David decidió traer este caso a supervisión conmigo, cruzó la frontera
de los estrechos nichos culturales, confiando en que respetaría las idiosincrasias de la
pareja y del terapeuta y me uniría a ellos en mi comprensión de los aspectos universales
de las parejas. Recibí bien su decisión, ya que, a la manera de Harry Stack Sullivan, pienso
que «todos y cada uno somos, por encima de todo, humanos». Esa creencia no niega las
diferencias o se opone a la diversidad, pero incorpora las idiosincrasias de nuestra
compleja humanidad.
Como quedará claro en lo que sigue, el proceso fue complicado. Ni David ni yo
estuvimos cómodos. Al comienzo, David sintió que como representante de la comunidad
gay él debía defender «lo homosexual» contra rois prejuicios y los de otros supervisores.
Yo, por mi parte, sentí que para
conectar con David tenía que pisar suavemente, ser cauteloso en mis r puestas
de supervisión y callarme algunos cuestionamientos. A medida n S la terapia y
la supervisión continuaban, aprendimos a confiar en la pg pectiva del otro. La
terapia de David llegó a ser más compleja y se conv'S tió en un terapeuta de
familia homosexual, y sus clientes fueron rrien representativos de un grupo
social y más idiosincrásicos en su función S miento de pareja.
Una vez en el internado clínico, empecé a trabajar con familias D primera vez
desde los primeros años de licenciatura. Como internos / nos enseñó un modelo
estratégico para trabajar con familias, con entrp6 namiento y tareas para casa
centradas en la solución a entregar al final H cada sesión. La supervisión era en vivo
desde detrás del cristal unidirer cional. Era un medio relativamente frío; el conflicto
se minimizaba en las sesiones. De la familia se esperaba que hiciera gran parte de su
trabajo entre las sesiones. Éstas se empleaban a menudo como un periodo d e prueba
para determinar las metas de la familia y observar su progreso en las tareas para casa.
La idea de emplear mis sentimientos como una herramienta diagnóstica para
establecer hipótesis sobre las dinámicas fa-miliares, o fomentar las representaciones
en el despacho para observar cómo la familia se co-construye mutuamente, no
formaba parte todavía de mi repertorio como terapeuta familiar.
Cuando terminé mi año de investigación doctoral, entré en supervisión con
Minuchin. Estaba trabajando a la vez con una beca federal para desarrollar sistemas
de intervención para mujeres perinatales dro-godependientes del centro de la ciudad.
Muchas de las intervenciones que desarrollamos para estas mujeres sin hogar se
centraban en la creencia de que, si pudieran aceptar sus papeles como mujeres y
madres responsables, estarían motivadas para llevar una vida libre de drogas.
Desarrollando estrategias que las capacitaban para reunirse con sus familias, se
desafió la norma tradicional de la comunidad terapéutica que defiende que la auto-
curación es el ingrediente necesario para librarse de las drogas. De forma simultánea,
estaba trabajando con más familias tradicionales, y proseguí atendiendo a parejas
masculinas, un interés que había desarrollado mientras realizaba mi investigación
doctoral. Cuando comencé la supervisión con Salvador Minuchin, la primera familia
que elegí para presentar era una familia asiática de clase social media. Pasarían
varios meses antes de que pudiera reunir el valor de traer a supervisión una pareja
masculina. Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que mis defensas para no sentirme
vulnerable con los hombres se encontraban ya activadas cuando comencé la
supervisión. Los viejos sentimientos, los miedos a verme expuesto como un
incompetente, un impostor, asomaron «sus feas cabezas». Aunque pienso que todos
los hombres comparten estos sentimientos, son particularmente nocivos para los
homosexuales, ya que somos alentados frecuentemente p° la sociedad a presentar
«un falso yo» para encajar en la cultura mayor taria heterosexual.
comentaron que habían pasado por terapia individual y poseían la fac¡i. dad de la
jerga psicológica para demostrarlo.
El único estresor que la pareja experimentaba mutuamente era l cuestión de las
dificultades financieras. Robert andaba mal de dinero ' no haber vendido ninguna de
sus obras de arte en varios meses. Habí realizado algunos trabajos sin importancia,
pero nada que aliviase la presiones financieras de la pareja. Para todos los fines
prácticos, el sala rio de Samuel era la fuente de ingresos de la pareja, y también
parecía qu organizara la casa. La primera impresión que me produjo este material
fue que tenía mucho trabajo que hacer. Contratamos ocho sesiones.
por los padres y las figuras paternas por ser «rarito». Entonces, cuand un hombre
homosexual en una relación íntima con otro hombre exper¡ menta la necesidad de ser
abrazado y consolado, puede rechazar esta ne cesidad porque confunde el
sentimiento con la etiqueta homofóbica in ternalizada de que él es un «maricón», un
anormal. Adicionalmente como en cualquier pareja, las necesidades de dependencia
pueden hacer aflorar el miedo a la fusión y a aprisionarse.
Me preguntaba si mis intervenciones les habían conducido lejos de sus
necesidades como pareja. Salvador confirmó mi temor: «No les veo como una pareja.
Existe una negación de su complementariedad corrió pareja. Tu énfasis recae en el
trabajo con el individuo. Pero creo que la dependencia en una pareja es algo bueno».
Más tarde dijo: «Estoy interesado en cómo son como pareja. Pero con ellos me
trasladaría a lo concreto porque ésta es una familia que habla por hablar. Se
comunican de forma general, así que yo me trasladaría a los detalles. Tu empleo de
las metáforas intelectuales es inútil, porque con un intelectual como Samuel, no
constituyen una novedad».
Abandoné la sesión de supervisión preguntándome si yo también estaba atrapado
en una dinámica similar, sobreintelectualizando los sentimientos para defenderme
contra la dependencia respecto a mi supervisor. Mi propia necesidad de aprobación
y aceptación me alejaba de la asunción de riesgos con el propósito de ser más
creativo en el tratamiento, y me mantenía a la defensiva contra la exposición a mi
sentido de vulnerabilidad por carecer de respuestas. A medida que continué
trabajando con Minuchin y esta pareja, llegué a ser más claro con respecto a mis
propios «puntos ciegos» contra las necesidades de dependencia.
Una de las dificultades de supervisar el estilo de un terapeuta es que mientras
me centro en el sistema terapéutico y la expansión del repertorio del terapeuta,
puedo estar tocando inconscientemente aspectos de la vida individual del
estudiante. Creo que este fenómeno caracteriza la mayoría de los encuentros
humanos, y aunque soy consciente de mis intenciones en la supervisión, no sé
cómo mi intervención puede resonar en el individuo. Ésta es otra manera en que
la terapia y la supervisión son isomórficas. W supervisor debe ser respetuoso
porque él es responsable de los efectos de sus intervenciones.
Los comentarios de Salvador me dieron algo de distancia, así que podía ver la
dinámica desde una distancia intermedia. «Las parejas del mismo sexo son
territorios inexplorados. Esta pareja está funcionando como si tuviera el mismo
poder. Y no es así. Pero donde una pareja heterosexual puede hablar sobre roles y
papeles inversos, para las parejas homosexuales no existen roles tan claros para
invertir.»
Cuando se acercaba la primavera, la pareja indicó su deseo de finalizar la terapia.
Para cuando terminaron las sesiones de la pareja, Robert se había asegurado un
lucrativo trabajo a tiempo parcial que les ayudaba a aliviar sus dificultades
financieras. También habían negociado una división de los quehaceres domésticos
que distribuía las tareas más equitativamente. Ambos hombres informaron de una
mayor estabilidad en la relación. Cuando se aproximó la finalización de la terapia,
repasamos lo que habían conseguido durante el curso de la misma, y les aseguré que
Podrían regresar para una revisión cada vez que experimentaran la necesidad.
Hacia el final del otoño, cuando no les había visto como pareja desd
hacía varios meses, Robert llamó y pidió una sesión de terapia de pareja-
Estaba preocupado porque había estado recibiendo individualmente
Robert, y Samuel podría sentir que estaba más unido con su pareja, "e
Minuchin pensó que un tratamiento de pareja continuado sería posl
en la medida en que fuera cuidadoso al conectar con Samuel cuando
gresaran. Minuchin recomendó que, para facilitar la reunión, sería bue
para Robert revisar con Samuel los insights que había obtenido dura
su trabajo de duelo. ¿$.
Estaba claro que la pareja se encontraba bajo un considerable eS Samuel
recientemente había comenzado un empleo nuevo muy bie 0 gado en Wall
Street que le exigía trabajar largas horas. Parecía exha ^ y confirmaba que
así era, comentando sentirse abrumado no sólo p
HOMBRES Y DEPENDENCIA 207
trabajo sino también por las demandas emocionales que estaba efectúan ¿o Robert.
Robert contestó que sentía que Samuel le había abandonado ieSde que comenzó su
nuevo trabajo. Esto fue confirmado, dijo, en una reciente fiesta de vacaciones en la
nueva empresa de Samuel. Incluso a oeSar de que era una firma que no discriminaba
la homosexualidad, Samuel había presentado a Robert a sus colegas como un amigo.
Mientras Robert despotricaba contra Samuel por lo que sentía que era una
trivialización de su relación, observé la retirada de Samuel. Sus ojos parecían
velarse. Me moví entre sus dos posturas. Apoyé a Robert c0n una metáfora de que
estaba «celebrándose una fiesta, y se sintió excluido». Posiblemente en una excusa
intelectual como defensa contra los fuertes sentimientos que estaban expresando,
elegí normalizar la conducta de Samuel con una explicación. Aunque se encontraba
«fuera» del trabajo, Samuel podría haber experimentado el resurgir de una vieja
homofobia en este acontecimiento de la oficina. También hablé sobre que no es
infrecuente para los hombres homosexuales sentir que su autoestima está amenazada
siempre que «se declaran», particularmente ante un grupo cultural dominante. Mi
intervención no calmó la tormenta emocional que se creó en la sesión. Samuel se
quejó de que Robert no le comprendía y salió de golpe de la sesión, diciendo que
estaba demasiado cansado para implicarse en este tipo de interacción emocional.
Aunque había empatizado con Samuel en su esfuerzo para sentirse cómodo como un
homosexual reconocido, me percaté de que, para el final de la sesión, me había unido
emocionalmente a Robert en su papel de «víctima».
En supervisión, Salvador hizo comentarios sobre mi distancia media respecto a la
pareja. Se preguntaba por qué no me había unido a Samuel en su habilidad para
responder al torrente de emociones de Robert. Abrumado por las emociones de
Robert, Samuel se había encerrado, exacerbando el temor de Robert a ser
abandonado. ¿Podía trabajar de una forma más próxima a la pareja y no temer
perder mi jerarquía en la sesión? Esta pregunta no sólo me ayudaba a comprender
mis sentimientos con respecto a la pareja sino que, a la vez, me daba insight
respecto a mi relajón con Minuchin y al grupo de supervisión. Durante este
segundo año de supervisión, mientras presentaba a otras familias, había empezado a
Se
ntirme más confiado en presencia de Salvador. Aunque todavía quería su
aprobación, estaba más deseoso de enzarzarme en un diálogo y podía, 0ri todo,
sentirme apoyado por él. Sería interesante ver cómo esta rela-'°n más compleja se
transfería al tratamiento de la pareja. , Antes de la Navidad, la pareja canceló su
sesión como consecuencia
Su
trabajo y algunos compromisos de vacaciones. Sin embargo, unos ;. arUos días
antes de Navidad, Robert llamó diciendo que tenía ideas sui-[:as y pedía una sesión
individual. Dije que pensaba que sería más va-£ s° verles como pareja, pero insistió
en que nos encontráramos a solas. r . rante la sesión individual, él reveló que había
estado manteniendo una re ac'°n extramarital con un colega escultor durante los
meses anterio-
I Recientemente, cuando la carrera de este hombre despegó, se sintió
208 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
:0 para la fiesta. Una vez más observé velarse los ojos de Samuel y cómo
e distanciaba de Robert.
Me incorporé, me acerqué a la pareja, y pedí a Samuel que se arrodillara. Robert
debía ponerse de pie y continuar hablando. Este simple Ovimiento tuvo un efecto
poderoso, ya que hizo explícito para ambos hombres la dinámica que estaban co-
construyendo. Samuel estaba encantado en un comienzo. Después se llegó a cohibir
cuando Robert ^e hizo saber cuánto le enojaba mi conducta. Yo dije que pensaba
que é] estaba sermoneando a Samuel y que había perdido a su audiencia. Si ése era
el impacto que deseaba provocar sobre Samuel, debía continuar; de lo contrario,
podía explorar un modo diferente de comunicarse con él.
Robert entonces rehusó hablar y se retiró. Ambos hombres parecían inquietos,
como si estuviese a punto de ocurrir una explosión. Decidí no evitar el conflicto,
confiando en el consejo de Salvador de que las oportunidades para el cambio
frecuentemente surgen cuando el terapeuta quiere desequilibrar el sistema.
Empleando mi experiencia de la sesión, reflejé mis sentimientos hacia Robert. Dije
que sentía que le había herido, y que no era consciente de sentir la necesidad de ser
cuidadoso con él. También resalté lo rápidamente que se había convertido en el
paciente en la sesión, y cómo eso parecía aislarle. Cuando nuestro tiempo se
consumía, finalicé la sesión pidiendo a la pareja que pensaran sobre cómo ellos ha-
bían creado esos papeles para el otro.
La sesión marcó un cambio drástico en la conducta para mí como terapeuta
familiar. En vez de hablar sobre afecto y evitación del conflicto, había empleado la
representación «aquí-y-ahora» de las dinámicas de la pareja para intervenir y
desequilibrar el sistema. Más que hablar sobre sentimientos, los había intensificado
en la sesión a través del movimiento físico de la pareja. Robert fue capaz de sentir
su poder «en el Papel de víctima» con Samuel. Samuel entendió visceralmente cómo
se "cuitaba de Robert como respuesta a esta desigualdad percibida de poder. Eso me
llevó una buena cantidad de autoobservación, pero incluso ttíe las apañé para no
intentar restaurar el equilibrio del sistema cuando salían.
La siguiente sesión tuvo un aspecto totalmente diferente. Samuel comenzó la
sesión, una novedad, hablando de que se sentía agotado y sobre
a
dificultad que experimentaba en permitir que le consolaran. Él lo rela-
•onó con su infancia y con las normas que habían existido en su familia ASP —una
familia que consideraba una debilidad del carácter necesitar
pisuelo—. Se esperaba que los hombres mantuvieran «el labio superior ^gido».
Nunca había oído a Samuel hablar tan abiertamente. En un punto, ttienzó a llorar
por los muchos amigos que había perdido desde el co-b 'f1120 de la epidemia de
sida. Esto era una conducta nueva para él. Pero °bert siguió respondiendo con el
patrón típico de la pareja. Comenzó el Oriólogo, ofreciendo sugerencias a Samuel,
comentando lo útil que entraría pedir aquello que quisiera.
210 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Tras un minuto o dos, era consciente de que Samuel se estaba ene rrando en sí
mismo. Interrumpí a Robert y pregunté a Samuel qué er lo que estaba sintiendo.
Dijo: «Siento que estoy en la escuela y que ^ está dando un discurso». Le pregunté
cómo debería hablar Robert H forma que no se sintiera sermoneado. Samuel e
respondió: «Creo qu ayudarían unas palabras distintas. Si todas comienzan con "yo
quiero» Le pregunté a Samuel por qué le irritaba eso. En ese instante, Sarnu ei pasó
de un diálogo de co-construcción de su relación a un monólogo ¡n„ trospectivo. El
resto de la sesión se centró en la incomodidad de Samuel al permitir que Robert le
apoyara. Yo sistematicé esto como un reto para la pareja. ¿Podía Samuel dejar su
rol de cuidador y permitir a R0. bert que cuidara de él?
En la supervisión que siguió surgieron varias preguntas, y Salvador no me hizo
sentir cómodo dándome las respuestas. «La sesión es buena, pero yo les empujaría
siempre a la complejidad. Robert está hablando sólo desde la perspectiva de Robert.
Samuel dice que él no confía en la gente lo suficiente como para dejarse oír. Cuando
le comentó a Robert "siempre dices yo, nunca nosotros", ¿por qué no le apoyaste?»
Yo contesté que quizás no creía lo que estaba viendo. «Tú ves cambiar a Samuel,
¿no crees que Samuel te aceptará si conectas con él? Están trabajando a un nivel
diferente, respondiendo de nuevas maneras. Ahora ellos están en terapia.»
El desafío de Minuchin siguió resonando dentro de mí mucho tiempo después
de la supervisión, y no encontré ninguna respuesta rápida. He descubierto que
algunas de las respuestas pueden encontrarse cuando te acomodas con una forma
dinámica de terapia que active emocionalmen-te a las familias para descubrir modos
nuevos de relacionarse. Éste es un estilo de terapia que me exige utilizar mi ser al
completo en el encuentro. Está conducido por la teoría, pero no es sólo una terapia
de palabras; es una forma activa de tratamiento. Es un teatro de la vida con un reparto
completo de personajes —el drama humano representándose en la hora de terapia
con toda su complejidad.
Otra parte de la respuesta se relaciona con la confianza. Debo pred's'
ponerme más a creer en lo que estoy pidiendo que haga la pareja: dar u
salto de fe dentro de un encuentro improvisado. Necesito creer en la j a
cralidad de la situación terapéutica para dejar al descubierto las verdad
universales que compartimos colectivamente en nuestra experier>c
como seres humanos. Eso requiere no sólo el uso del yo, sino tarn^'
creer en el potencial humano para el crecimiento y confiar en la sab'
ría colectiva de los «nosotros». También he debido aprender a confia 1"
que no soy responsable de las respuestas. Mi papel es desequilibrar el
tema, comenzar las preguntas. jo
El resto de las respuestas se relaciona conmigo como hombre y c° p que he
aprendido acerca de cómo negocian los hombres el poder y l*1 j0s timidad, y sobre
cómo reconocen sus necesidades de dependencia. ^ >e$ hombres, gays o
heterosexuales, se les educa por cultura para ser fue
HOMBRES Y DEPENDENCIA 211
Wai-Yung Lee1
y , "ai-Yung Lee es miembro facultativo del Centro Minuchin para la Familia en Nueva c. ' y directora de
Estudios de Familia en Hong Kong. Con una amplia experiencia en el V0 |P° de la deficiencia mental, ha
trabajado e impartido entrenamiento en Toronto, Nueva d(j ,y Londres y es, en la actualidad, una
profesora visitante regular en la Escuela de Gra-t^j- °s de Trabajo Social y Administración Social de la
Universidad de Hong Kong. Ha es-c*0 V trabajado con Salvador Minuchin durante más de seis años.
214 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
'«eras populares chinas en su baño. De él aprendí que las cosas se envenden sin
necesidad de explicarse. La gente puede sentirse muy cercana e0 silencio.
Mi rol de género era también impreciso. Nunca puse demasiada aten-¡5n a las
diferencias de género hasta que acudí a la universidad. A los diez años, mi padre me
regaló una pistola que disparaba perdigones. Fui a dar una vuelta a disparar a los
pájaros y a las ventanas de los vecinos. tjn día arrojé una piedra al hijo de un vecino,
y le hice sangrar por la frente. Estaba tan temerosa de que muriera que me escondí.
Cuando finalmente llegué a casa, recuerdo a mi padre de pie en el patio admirando
su aInplia cisterna de peces de colores exóticos. Con sus ojos fijos en el gracioso
movimiento de las criaturas, me dijo con suavidad: «¿Por qué hiciste eso? ¿En qué
clase de mujer te estás convirtiendo?».
Gracias a mi padre me percaté de que la vida está en su mayor parte llena de
preguntas y no hay una necesidad de respuestas. Por lo tanto, había muy poca
preocupación por la planificación excesiva o el establecimiento de metas, y
ciertamente no valía la pena armar un lío por cualquier manifestación emocional.
Sucedió muchas veces que mi padre salía de viaje y reaparecía al poco tiempo porque
había perdido el tren o el avión. Pero todo estaba perfectamente mientras hubiera
peces de colores nadando en el estanque, u otras diversiones en la vida que desviaran
nuestra atención. Cuando finalmente mi padre partió al viaje sin retorno, casi no me
lo creía. Todavía tengo sueños recurrentes de él regresando a casa y diciendo que
había perdido su vuelo de nuevo. En mi repertorio de constructos cognitivos no
existía algo como la finalidad.
Mi infancia me enseñó que el mundo es sólo un foro teatral. Había un teatro en la
casa, y otro más desde la ventana de mi habitación, donde asistía a todos mis
absurdos de la vida diaria. Una vez vi a una mujer corriendo tras su esposo con un
machete; cuando le alcanzó, golpeó al paraguas que éste llevaba con el machete, en
vez de al marido. Había otra Mujer que le dijo a su esposo que si abandonaba la
casa, ella se desnudaría en la calle, y así lo hizo. Mi padre una vez trajo un mendigo
de la calle y le ofreció el trabajo de ayudarme con mis tareas de la escuela. En Su
segunda noche, él intentó propasarse con una de las sirvientas, que le Propinó un
puñetazo en la nariz. De inmediato regresó a la calle, pero siempre que me
estancaba con mis tareas, le gritaba mis preguntas des-.e el balcón, y a él siempre le
hacía feliz darme una respuesta. Mi expe-r,encia infantil era la del teatro de la
confusión, donde los papeles que la gente elegía jugar y las reglas que se acordaban
en la obra podían cam-lar e intercambiarse de todas las maneras posibles, con o sin
límites, asta que alcanzaban un estado de armonía. Bateson diría que esto no es as
que la teoría de la cibernética. Yo prefiero llamarlo «vida». , Mi amor por el caos
y la excitación del mundo me ha salvado de mu-i °s momentos solitarios y tristes
de mi vida. Cuando tenía once años, un rnbre saltó desde nuestra cuarta planta y
aterrizó en medio de un char-^ °e sangre justo debajo de mi ventana. Desde
entonces comencé a ver fantasma y podía atender a su dolor.
216 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Cuando emigré a Canadá, no dejé atrás esos escenarios; sólo expa^^. mi escena
a un mundo más amplio. Pero, al igual que muchos otros Jn migrantes, aparté mi
tesoro del pasado y cerré el cofre con una llave. M veía la necesidad de conectar los
dos mundos. Cuando miraba fuera de m ventana, sólo percibía la nieve.
Por tanto, la vida tenía un perfecto sentido para mí cuando comencé mi carrera
como reportera. Mi experiencia incluso me brindó una sensa ción de profundidad
cuando aprendí el trabajo psicoanalítico. Pero p ara alguien cuyo sentido de la familia
está siempre un poco fuera de foco, na_ rece extraño que decidiera convertirme en
una terapeuta de familia.
EL CONTEXTO PROFESIONAL
nteracción del sistema. Yo trataba a las familias prácticamente del mis-0 rnodo en
que lo hacía con un sistema más amplio. No podía diferen-•ar los límites entre
ambos.
pe la infancia a la adultez, mi estrado ha sido siempre el mundo en ge-neral- Era
buena logrando que conectaran personas extrañas por completo entre sí, pero no tenía
ni idea de qué hacer con los miembros familiares cuando ellos se convertían en
extraños. Comencé a sentirme aburrida conmigo misma y sentí la necesidad de
ampliar mi horizonte.
Primero fui a Milán. Me encontraba perfectamente cómoda con la postura
distante del equipo de Milán y su grandiosa manera de emplear el lenguaje, ya que
también era una narradora con años de práctica percibiendo las cosas, ya fuera a
través de una ventana o desde una postura independiente. Cuando regresé y acudí a
trabajar con Minuchin, de repente el centro de atención residía en mí. Me embarqué
en un aprendizaje del entrenamiento que, durante los siguientes dos años, pondría a
mi trabajo, y consecuentemente a mi propio yo, en el escenario central.
LA FAMILIA
La familia que traje para la supervisión tenía un hijo de veinticuatro años con
síndrome de Down que había manchado con sus propias heces las paredes del baño.
El caso fue remitido por la madre como un asunto urgente. Me organicé para verles
rápidamente, pero el día de la cita sólo vino Bill con su consejero de la casa
comunitaria. Le pregunté a Bill por qué había acudido a verme. Él dijo que le había
enviado su madre. Esta respuesta es muy típica en el campo de la discapacidad
mental, donde la terapia es concebida como una manera de arreglar el problema
presentado por la familia del cliente identificado y por los trabajadores. Yo les des-
pedí con el mensaje de que sólo les recibiría si la familia venía con Bill.
En la siguiente sesión, el resto de la familia —los padres y un hermano de treinta
y un años, Michael—, vinieron, pero sin Bill. Era una familia anglocanadiense.
Ambos padres habían servido en el ejército y todavía se movían en la misma
atmósfera sensata de lo militar. La madre explicó que ellos no querían hablar sobre
Bill delante de él. La conversación de la ternilla giró alrededor de la conducta-
problema de Bill, la cual aparentemente presentaba una historia de recurrencia. La
familia había realizado 'itentos de solución muy diferentes, pero el problema
persistía.
Esta pareja compartía las características de muchos padres que tienen "'jos adultos
con dificultades evolutivas. A los padres que han dado a luz a hijos discapacitados
se les describe a menudo como lamentando la pér-•da del niño perfecto de sus
sueños. He visto este lamento persistir y, a ^edida que el niño crece, tomar la forma
de un entrenamiento y una co-I ección continuos en el nombre del amor y la
protección. La tragedia de s Personas discapacitadas es que a menudo son tratadas
como niños, in-
du s° cuando ya han alcanzado la adultez. Aunque parezcan niños, les en-
fu re
ce vivir en un mundo de infantilismo.
218 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Bill era un joven altamente funcional que intentaba llevar una vid
normal, incluso dejarse barba. Fue capaz de mantener trabajos ocasional a
en restaurantes, pero siempre que se frustraba, iba al cuarto de baño S
untaba la pared con sus heces. Esta conducta hizo a su familia cuestiona
más aún su inteligencia. Cualquier problema se le atribuía al hecho d que
era retardado mentalmente. Su manera de ayudarle le encolerizan aún más.
Su hermano Michael intentó relacionarse con él como debía nn buen
hermano. Pero sus mundos se encontraban a miles de kilómetros de
distancia, uno como arquitecto exitoso viviendo en un mundo intelectual el
otro llevando una vida restringida en un hogar comunitario y viviendo de
cualquier trabajo casual que pudiera conseguir.
La sensación de fracaso a la cual se estaba enfrentando Bill era ajena al
resto de la familia, para quienes su enfado era impensable, de tal modo que
cada uno se centraba en cambiar la conducta de Bill en vez de manejar su
dolor y sus protestas. Aunque los profesionales han defendido desde hace
mucho la necesidad de implicar a las familias en el tratamiento de las
personas con discapacidades, sus métodos también se han centrado en apoyar
y comprender. A menudo se da la ética tácita de que uno debería ser amable
con aquellos que han sufrido mucho por la injusticia de la vida. Es
políticamente incorrecto sacudir el sistema, incluso si la rigidez de éste está
creando o manteniendo el problema.
Entonces, ¿cómo puede uno suministrar una terapia más compleja a la
familia con un enfermo o discapacitado crónico? Eso se convirtió en la
búsqueda de mi entrenamiento.
LA SUPERVISIÓN
No tuve más elección que mostrarle un extracto en el cual Bill estaba participando
en la discusión. En este fragmento, yo estaba guiando a ] a familia para que hablara
sobre cómo habían silenciado a Bill con sus sofisticadas habilidades verbales. Yo era
el líder de la discusión. Bill intentó varias veces participar, pero yo estaba más
preocupada con el tópico. L0s gestos sutiles de una persona incapacitada, simplemente
no me produjeron la impresión de ser importantes. Llegó a ser patético cuando en
algún momento la familia describió a Bill como «el hombre cortina», aj. guien que
bajaba la cortina siempre que se convertía en el centro de atención. En vez de usar la
oportunidad para hacerle hablar, pedí a la familia que pensara sobre cómo incrementar
el «repertorio» del «hombre cortina». Bill preguntó: «¿Qué significa repertorio?». Su
hermano comenzó a explicarlo. Según mi opinión, su explicación no era muy clara,
y me encargué de la explicación del significado de repertorio.
Minuchiñ se interpuso: «Yo haría un diagnóstico de la manera en que esta gente
habla con el joven, no diciéndole a él qué decir sino sugiriendo "hablen con él". En
el proceso de escuchar la manera en que la gente habla con él, yo pediría una
experiencia en la que intentan comunicarse y no son capaces de hacerlo. Yo estaría
ayudando y criticando, empujando y modificando. Después, en algún momento,
llegaría a alguna clase de entendimiento sobre el proceso de silencio». Minuchiñ
entonces se dirigió hacia mí. «En vez de ello, habla sobre el silencio y habla sobre el
lenguaje. Desde el punto de vista de tu contenido estás desafiando el silencio; desde
el punto de vista de la forma, estás haciendo exactamente lo mismo que ellos.»
¡Diablos! Me maldije. Para contravenir el foco de Minuchiñ pasé a mostrarle otro
extracto en el que estaba contando una historia a la familia: «Cada semana yo voy a
supervisión a Nueva York, y mi profesor siempre me dice que creo demasiado en las
palabras. Si él cree que yo creo demasiado en las palabras, ya me gustaría que él se
encontrara con estos amigos de aquí». La familia rió. Mis compañeros de clase rieron.
Minuchiñ no tenía ninguna expresión. Se sentó y me miró directo a los ojos: «Mi
sensación es que tendrás éxito con las familias. Mi problema es: ¿cómo puedo tener
yo éxito contigo?».
«Me fuerzas a ser abstracto y yo quiero forzarte a ser concreta, y estas ganando.»
Después él comentó con suavidad: «Lo que estás haciendo no está ma»-Es
parcial, deseo que tengas la libertad de hacer algo diferente. Quiero que incluyas en
tu repertorio cosas que no estás incluyendo: lo concreto, lo experiencial y lo
relacional».
Minuchiñ llegó a imitar la sesión y comenzó a estrechar las manos o
los estudiantes, haciendo suponer que ellos eran los hermanos: «Michae ,
creo que eres maravilloso. Bill, me gusta lo que hiciste». Después se d'r
gió hacia mí y concluyó su demostración: «No existe una elaboración, u
lenguaje, sólo la comprensión de lo que están haciendo. Tú eres muy m
ligente. Quiero que finjas. Simula que eres estúpida». |0
Mientras salíamos, de forma inesperada Minuchiñ me dijo: «Tod° que quiero
sé
que hagas es que aprendas a crear una representación. N°
r
EL PINTOR AL EXCREMENTO 22]
-or qué nos hemos estado esforzando tanto tiempo y no lo estamos con-
siguiendo».
Fui sintiendo mucha incomodidad, ansiedad y la fuerte sensación de ser un
desastre. Muchos pensamientos se removieron dentro de mí. Era verdad que
nunca había empleado la representación en mis entrevistas, gn el pasado,
cuando observaba el modo en que muchos de los denominados terapeutas
estructurales familiares decían a un miembro de la familia que hablara al otro, me
parecía artificial y arbitrario.
Aunque mi estilo estaba cuestionándose, también me quedaba claro que no
siempre era una observadora pasiva. Llegué a hacer cosas como quitarme los zapatos
y entregárselos a un hombre fetichista de los zapatos, mientras sus padres y el oficial
encargado de vigilarle miraban con-mocionados. O intenté conseguir que un rabino
se llegara a comportar de forma maliciosa. Cuando el escenario era el adecuado, yo
también inte-ractuaba con las familias. Pero un terapeuta activo que no pueda crear
una representación en una familia se mantiene fácilmente en una posición
centralizada, controlando el flujo de todas las conversaciones y actividades. La
historia que extrae proviene básicamente de su propio pensamiento, incluso aunque
lo hubiera descrito como una colaboración con la familia.
La opción de tomar una posición menos esencial era novedosa para mí, y de
alguna manera me llevó un año entenderlo. Lo extraño es que si Minuchin me
hubiera dicho esto justo al comienzo, yo probablemente lo hubiera tratado
simplemente como si fuera una instrucción sobre la técnica y no le hubiera dado la
suficiente importancia. Ahora me encuentro a mí misma en posición de llegar a
inventar otra técnica que produzca los beneficios de una representación, lo cual no
podía lograr, o seguir una técnica que haya sido desarrollada y aprender a emplearla
creativamente.
Me sentía impaciente por ver de nuevo a la familia, pero cuando regresaron estaba
perdida con respecto a qué hacer. Sólo sabía que tenía que escapar de mi dependencia
respecto a las palabras. Pero sin lenguaje Jne encontraba estancada en la extraña
posición de convertir un espectácu-'° hablado en una película muda. La animada
conversación que habíalos mantenido juntos en la sesión estaba ahora ausente y
reemplazada Por la tensión. En mi angustia, lo único que recordaba acerca de la tera-
P'a estructural era su característico apretón de manos. Así que seguí es-írechándoles la
mano. En un comienzo fue difícil y casi cómico. Sin em-argo, mientras lo hacía,
empecé a entender que una pequeña ruptura Urante una sesión puede lograr que se
interrumpa la continuidad. Comencé a prestar atención a los pequeños movimientos.
Descubrí gestos y °ruencé a ver esquemas de las organizaciones familiares, con sus
pro-P'as interacciones idiosincrásicas, como en una obra de teatro.
222 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
En la última sesión, había dicho a la familia que eran muy rígidos y u podían
entender nada sobre lo absurdo, así que ellos no conseguirían en tender el significado
de la pintura con excrementos de Bill. Para demos trarme que estaba equivocada, el
padre vino portando la peluca de la es posa y se encontraba de un humor muy gracioso.
Michael obviamente estaba agobiado y enfadado por la conducta del padre hasta que
él le ¡n_ cauto la peluca y se la colocó en su propia cabeza. Entonces, de forma ex-
traña, él también se encontró de un humor risueño.
Recordando la escena de mi última supervisión cuando fracasé en sacar partido
a la conexión fraternal, escenifiqué resueltamente el acto y me abstuve de interferir
con palabras. Le pedí a Bill que nos mostrara cómo pintaría la cara de su hermano.
Bill se lo tomó seriamente y sujetó la cara de Michael con una mano mientras
dibujaba simbólicamente una imagen en la pared.
A medida que proseguía este diálogo, la madre parecía muy tensa. Para
complementar la disposición graciosa de su esposo, ella vino con un sombrero de
paja y ganduleaba, pero su porte parecía fuera de lugar, ya que estaba sentada rígida
contra la silla, con ambas manos asiéndose a los brazos de ésta. Yo hice algún
comentario sobre su estado de tensión.
MADRE: Era el tema. No era la manera. Estoy de acuerdo contigo: fue una
hermosa conversación. Yo nunca había escuchado a Bill darnos una explicación de
cómo pensaba, o sobre cualquier cosa que él estuviese naciendo.
WAI-YUNG: Ésa era la «cuestión» que te trajo a terapia. .
MADRE (lentamente): Es la connotación de lo del cuarto de baño, y e ' con razón,
lo relaciona con algo que estuvo mal, no quiere repetirlo, y °Ja' lá que nunca lo repita.
PADRE: ES una de esas cosas que surgen inesperadamente tan a r*1611^ do, como
un volcán. Se pone en marcha y ¡boom! Él es de esa manera, él hubiera traído una
paleta consigo, entonces seguramente hubiera e pleado colores para la pared. Pero
no tiene una paleta, así que usa cu quier cosa que esté a mano... sea cual sea la
razón.
EL PINTOR AL EXCREMENTO 223
Llamando la atención sobre la tragedia de este joven, Minuchin dijo: tól tiene unos
padres que le demandan un alto nivel de funcionamiento al mismo tiempo que le
tratan como a un niño. Así que el padre está en lo cierto al decir que existe un volcán,
y el volcán puede ser de mierda o con-vertirse en cualquier cosa. Si yo pensara así,
me uniría a Bill en la expresión de su sentimiento de impotencia y enojo al ser puesto
en una situación en la que, haga lo que haga, no alcanza la marca».
Aunque él cambiaba continuamente mi centro de atención hacia las relaciones,
Minuchin estaba obviamente complacido con mi intento de salirse de mi habitual
posición centralizada. Me llegó a quedar claro que, antes de que el terapeuta pudiera
hacer un uso efectivo de una representación, necesita entender la aplicación del
espacio y el movimiento de forma similar a como un escenógrafo utiliza el escenario.
Como adujo una vez Minuchin: «Una representación funciona de forma parecida a
un tiovivo. Una vez que lo pones en marcha gira por si solo, lo que le proporciona al
terapeuta una oportunidad para observar, pensar y decidir si intima más, se ausenta,
o adopta cualquier postura que juzgue apropiada en esa ocasión».
Ciertamente, yo había descubierto que esto era cierto. Cuando movilicé a la
familia para que actuaran entre sí, eso no sólo me permitió emplear mi energía de
forma diferente, sino que lo más extraordinario de todo fue que ¡Bill empezó a
hablar!
En el siguiente extracto, pregunté a la madre por qué era tan difícil afrontar la
situación del cuarto de baño.
probarlo con él una y otra vez para asegurarnos que su afirmación Se basa en la
comprensión y no es simplemente una cuestión de coincj. dencia, hasta que llega a
un punto en que decide abandonar. Tras ofrecer un frente asertivo durante un corto
tiempo, Bill comenzó a vacilar Dijo que no lo haría de nuevo. Afortunadamente,
Michael fue capaz de corregirle.
MICHAEL: NO, no, no, eso no es lo que quise decir, Bill. La última vez que lo
hiciste, ¿fue en tu lugar de trabajo?
BILL: Oh, sí, era en Queens Park...
MICHAEL: ¿Ésa fue la última vez que lo hiciste?
BILL (lentamente): Eso creo...
MICHAEL: ¿Sabías cuando lo hiciste que te iban a despedir?
BILL: Sí.
MICHAEL: Sabías que ibas a perder tu trabajo. ¿Eso era lo que querías?
BILL: De repente comenzó a convertirse en algo aburrido.
MICHAEL: ¿Comenzó a convertirse en aburrido el trabajo? ¿Por qué, no te daban
cosas diferentes para hacer?
BILL: ¡Oh, sí lo hicieron!
MICHAEL: ¿Qué era tan aburrido al respecto?
BILL: Ellos querían que yo lo hiciera dos o tres veces.
MICHAEL: ¿La misma cosa?
BILL: Una y otra vez.
MICHAEL: ¿Por qué? Porque no lo hacías bien la primera vez, o...
BILL: Decían que no estaba lo suficientemente limpio.
MICHAEL: ¿Estabas lavando platos?
BILL: NO, estaba limpiando hojas de lechuga.
MICHAEL: ¿NO las limpiabas adecuadamente?
BILL: ¡ESO es lo que ellos creen!
PADRE (a Bill): Cuando veo eso, me hace enojar, me llega al alma ve que un
hijo mío haga eso.
MICHAEL: Te molesta porque estás avergonzado de ello.
WAI-YUNG (a Michael): ¿No estás tú también avergonzado de ello- .
MICHAEL (mirando al suelo): Yo estoy avergonzado porque él e hermano.
Esa extraña manera de expresar algo, pintando con excre tos en la pared. Existen
mejores maneras de hacerlo que de esa form
EL PINTOR AL EXCREMENTO
ejército. Es casi como si después de que hubieran efectuado una matanza exitosa, se
colgaran una medalla en su uniforme, y lo llamaran amor.
PADRE (frunciendo el ceño): ¡Esto es muy extraño!
MICHAEL (molesto): Creo que eso es sobre todo una especie de crueldad. Me
sentía implicado en la manera en que, no sé por qué, nos acusa de ser falsos con
respecto a nuestros sentimientos con cada uno de los otros.
WAI-YUNG: Desconozco cuál es tu sentimiento, pero creo que matáis a gilí con
palabras...
PADRE: ES posible que hagamos eso, ¡es perfectamente posible que hayamos
hecho eso!
WAI-YUNG: Le matáis con palabras, y después adornáis el cadáver con amor.
MADRE (gritando): ¿Qué? ¿Qué ha dicho?
PADRE: ¡Que adornamos el cadáver con amor!
Minuchin paró el vídeo y dijo: «Creo que ésta es una ampliación de tu estilo, y
que estás trabajando en un alto nivel de complejidad. Pienso que antes tenías una
necesidad mucho mayor de tomar el control del proceso, y estás abandonando eso.
Eso es muy bueno».
En la sesión, continué provocando a la familia.
¿Cómo sucedió este cambio? Parecía como si todo lo que había acontecido dentro y
fuera de la supervisión tuviera algo que ver con ello y que fj, nalmente sucedió
espontáneamente, sin pensarlo.
La temperatura continuó incrementándose en la sesión. Michael in. tentó
desatarse de las cuerdas, con las cuales en estos momentos se había enredado.
Anunció que necesitaba ir al cuarto de bañor pero la cuerda había restringido su
movimiento.
LA ALTURA DE LA INTENSIDAD
MADRE: ¿Cuando Bill te habló antes de que llegáramos, dijo: «Me siento
rechazado por mi familia»? ¿Ésas fueron las palabras que empleó?
WAI-YUNG: Ésas son precisamente las palabras que utilizó aquí.
MICHAEL: SÍ, ésas son las palabras que él empleó aquí.
PADRE (señalando a Bill): ¡Pregúntale!
MADRE (actuando a la manera de un juez): ¡De acuerdo! (Dirigiéndose
a Bill, enunciando palabra por palabra): ¿Entiendes honestamente lo que
quieres decir cuando dices «rechazado»?
Ambos, padre y madre, insistieron en que era muy importante par ellos
asegurarse de que Bill conociera lo que significaba «rechazo»- B1 comenzó
a musitar.
WAI-YUNG (al padre): Usted es un hombre con una tremenda capacidad. ¿Por
qué es tan duro para usted enfrentar su emoción? Supongo que eS difícil porque es su
propio hijo, ¿verdad?
PADRE (de forma abrupta): ¿Enfrentar qué?
WAI-YUNG: Enfrentarse al hecho de que usted podría haberle rechazado.
PADRE: No es que pudiera —estoy seguro de que lo he hecho—. Pero ¿e nuevo...
WAI-YUNG: ¿Él es un resultado erróneo para usted, quizás?
PADRE: Bien, seguro, puede ser frustración. Estoy seguro de que lo superé hace
mucho tiempo, pero existe todavía... existe todavía un elemento ahí de... de...
vergüenza. Yo utilizaría la palabra «vergüenza». No debería ser, pero existe.
Entonces ¿qué diablos puedes hacer? (Cambiando de tema): Escuchen, admiro a Bill
por tener agallas para hablarlo y decir lo que piensa.
WAI-YUNG: Entonces felicítele. Diga: «Bill, en realidad estoy contento de que
puedas decirme eso».
El padre se inclinó hacia Bill. Le estrechó la mano y le abrazó. Pero vi que tan
pronto como él había hecho eso, le palmeó en la espalda con un gesto de compañero,
indicando que todo se terminaría. Fue en ese punto cuando dije: «No lo endulces».
Como espoleado por un relámpago, el padre se puso en pie, me apuntó con su
dedo, y empezó a gritar.
PADRE: No me digas qué hacer. Me las apañaré con esto, pero no me digas qué
hacer, o cómo actuar.
WAI-YUNG (intentando mantenerse en calma): ¿Por qué estás dirigiendo tu enojo
hacia mí?
PADRE: Porque tú eres la que hizo la afirmación. Bill no está ofendido por ello.
Y no debería haber ninguna ofensa por ello. (Michael intentó intervenir.) Sí, estoy
emocionado, ¡estoy emocionado! No me importa si a 'os condenados chinos les gusta
abrazarse o no...
MICHAEL (poniéndose en pie y gritando): ¡Eh, escucha! No te propases. ¡Cállate!
(Ellos empezaron a empujarse el uno al otro.)
PADRE (gritando): ¡No me apuntes con tu maldito dedo!
MICHAEL (sin dejar de señalarle): Escucha, lo que yo iba a decirte antes "e que
empezaras a gritar y a ponerte desagradable era que, cuando te Juntaste con Bill para
abrazarle, estabas realmente alterado, a punto de llorar.
MADRE: Estaba muy emocionado.
MICHAEL (aporreando la silla con su mano): Venga, eso es bueno. ¡Acéptalo!
PADRE (gritando emocionalmente): Acepto que... MADRE (señalándome con el dedo):
Ella fue la que... . _ MICHAEL (ignorando a su madre): Antes de que comenzara esta
agre-'°n, abrazaste a Bill. Yo podía oír un sofoco en tu voz. (El padre asintió °strando
su acuerdo.) ¿Por qué no puedes simplemente abrazarle?
234 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Esta cuestión desencadenó otra explosión en el padre, que insistió en que todo se
había arruinado por mi afirmación. La cara de Michael también estaba llena de ira.
Había mucha confusión y tensión en el consulto, rio. El padre y el hijo se embarcaron
en un toma y daca, con la voz de la madre haciendo de eco en el fondo.
WAI-YUNG: Hoy es la primera vez que Bill ha sido capaz de sacar a la luz su
pensamiento. Y miren qué intensidad. Miren lo duro que es para ustedes intimar con
él. Cuando yo dije que no lo endulzaras era porque creía que lo que hiciste era muy
bello, cuando fuiste a abrazar a Bill. Y entonces, cuando estabas intentando reír y
superarlo rápidamente, es cuando quise que...
PADRE (aprovechando la oportunidad y reanudando la lucha conmigo de
nuevo): Tú no viste mi cara.
MADRE: NO viste su cara.
PADRE: Ahora, estoy complacido de que Bill sea capaz de afirmar lo que le pasa.
Y Michael está bastante en lo cierto respecto a que había un sofoco en mi voz y
lágrimas en mis ojos, como ahora. Pero me saca de quicio cuando haces eso, y lo
haces a menudo. Arruinaste un momento que estaba teniendo lugar. Fin de la historia.
Déjanos proceder.
WAI-YUNG (a la familia): Ahora, yo tengo una cuestión al respecto. Cuando él
me insultó, a mi nacionalidad y todo eso, sentí que no sería capaz de trabajar con él.
Ésa es la parte abusiva que no puedo aceptar. Bill, quizás, la ha aceptado.
BILL: ¡Sí, lo he hecho!
WAI-YUNG: ¿Lo has aceptado? Pero yo no lo haré.
BILL: Si esto continúa, me voy a ir.
WAI-YUNG: Siento una cosa con tu familia. Le resulta muy arduo cargar con un
asunto difícil sin edulcorarlo. Hoy hubo un cambio, y yo quería prevenirte, no repetir
el patrón. Y ustedes se enfadaron conmigo. Voy a dejarles durante un momento, de
forma que ustedes y yo podamos aplacar nuestras emociones. De lo contrario,
encontraría muy difícil continuar trabajando con ustedes.
Yo todavía continué: «Pienso que el hombre hizo más cuando me atacó. Creo
que fue un momento terapéutico importante...». Minuchin sonrió: «Absolutamente.
Moviste a la familia a un nivel de desafío emocional al que no están en absoluto
acostumbrados, ni tampoco tú».
Con cada movimiento que efectué con esta familia, sentí que estaba hablando
con Minuchin. De forma similar, cuando estaba interactuando con Minuchin, la
familia era mi escenario. De pronto, no pude ver los dos niveles de encuentros como
algo separado. Empezaron como dos líneas paralelas, pero a medida que el
entrenamiento estaba dando sus frutos, se superpusieron, una extendiéndose sobre
la otra, más y más lejos, en otro nivel. A medida que la supervisión estaba llegando
a su fin, las dos líneas se encontraron y se convirtieron en una. No entendí, sino
hasta mucho más tarde, que lo que en realidad había aprendido de Minuchin fue una
terapia del movimiento. Desde el primer día que vine a estudiar con él, me había
invitado a moverme con él. Con razón llegué a ser intolerante con respecto a la
atmósfera benigna y restrictiva de las sesiones familiares y me sentí obligada a
ponerme en marcha. Mirando hacia atrás, veo que mi proceso completo con la
familia consistió en moverse de unpla-teau a otro, como una imagen en espejo de
mi experiencia en la supervisión.
Cuatro meses después de mi última supervisión, superé finalmente todos los
obstáculos y controles y llegué a la posición de la madre. Aunque los dos hermanos
continuaron presentes en las sesiones familiares, fueron capaces de permanecer
sentados y dejar que los padres se las hubieran el uno con el otro. El padre fue capaz
de reanudar su papel y confortar a su esposa, quien llegado a este punto fue
cambiando para permitir a Michael tener éxito. Como otros padres cuyos hijos están
listos para abandonar la casa, esta pareja estaba aprendiendo a consolarse mutua-
mente.
Cuando la terapia finalizó, la madre me regaló una acuarela que había Pintado.
Era una bella imagen de un ramillete de flores silvestres, el cual había denominado
«Junto al arroyo». Lo tomé como un gesto de que todos nosotros debíamos
encontrar nuevos colores con el fin de sacar a la Emilia del excremento.
Visité a la familia, por primera vez, tres años después. Me encontré s°lo con los
padres. Me dijeron que Michael había dejado la casa y que estaba viajando por el
extranjero. Bill se había instalado en un hogar comunitario. Nunca más había
pintado con excrementos y continuó sin ha-Cerlo. Tan sólo disparó la alarma una o
dos veces.
15. LLENANDO EL VASO VACÍO
Wai-Yung Lee
' • Andrew Schauer era un trabajador social clínico, que durante el periodo prescrito en
ste
capítulo trabajaba con familias en el Centro de Orientación Infantil Queens en Jamai-
a
. Nueva York. Tras sus estudios con el doctor Minuchin, Schauer se trasladó a Boston,
Onde planeaba continuar su trabajo como terapeuta familiar. Murió sorpresiva e ¡néspera-
^ente poco después de su traslado.
238 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Esto era un desafío directo para un profesor. Un vaso vacío es una paradoja. Su
misma figura y forma invitan a la acción, pero cualquier intento de llenar el vaso es
quitar importancia a su espacio. Si aceptas la visión ¿e Andy de sí mismo, te sitúas en
la postura de mantenerle en una posición inferior. Si lo niegas, serás visto como
alguien que rechaza a Andy. Si luego le preguntabas cómo obtuvo esta visión
imposible de él mismo, eras conducido a una forma benigna autorreflexiva,
fracasando a la hora de ver Ja poderosa táctica de «Aquel que está abajo, no necesita
temer la caída». Cualquier efecto que enriquecía a Andy también le desvigorizaba.
Andy presentó el caso de una pareja que experimentaba problemas a la hora de
manejar a sus dos hijos. Su presentación mostraba la misma cualidad de alegar
ignorancia y solicitaba ayuda. Él comenzaba: «Voy a mostrarle una primera sesión
de una familia que vi la noche anterior en mi clínica. No estoy seguro de lo que sucede
con ellos, así que me gustaría que me diera retroalimentación sobre lo que usted
piensa que está sucediendo». De forma contraria a lo que él normalmente hubiera
hecho, Minuchin no dijo nada sobre el estilo de la presentación de Andy. A Andy se
le iba a dejar esperando la retroal ¡mentación de un profesor que eligió «no estar allí».
Podíamos sentir su ansiedad aumentando mientras avanzaba la sesión grupal, dando
diferentes opiniones y sugerencias sobre su sesión videograbada.
Finalmente, al término de la clase, Salvador nos comentó por qué no estaba dando
retroalimentación a Andy. «Andy creó una organización en su presentación que hizo
que lo que dijera fuera inútil. Él dijo: "Soy un vaso vacío, lléname". Si lleno un vaso
vacío, no soy útil. ¡Así que estoy atrapado!»
Después comunicó a la clase que no era útil interpretar los pensamientos de Andy,
«porque si es un vaso vacío, y le digo lo que está pensando, entonces se produciría
un vino que no sería bueno». Minuchin realizó sus afirmaciones brevemente. Su voz
era tan amable como la de Andy, y su cara no mostraba ninguna emoción. Pero todos
en la clase estaban impresionados por ello. Desequilibrado por la sorpresa, Andy hizo
un esfuerzo Para preguntar al profesor qué quería decir. «No lo entiendo.»
«Quizás lo entiendas más tarde», respondió Salvador. «¡Puedes entenderlo la
semana próxima, o quizás nunca!»
Dos años después, cuando Andy estaba escribiendo sobre esta expe-r'encia de
aprendizaje con Minuchin, esa primera sesión era todavía la 9 ue más impacto había
ejercido sobre él:
Me sentí humillado, desconcertado, y sobre todo, rechazado. Algunos de mis
colegas se sintieron impelidos a venir en mi defensa... A pesar de los intentos
obvios de algunos de los miembros de la clase por apartamos de la incomodidad
de esta escena, Minuchin permaneció en sus trece y reiteró lo que veía. Cuando
dije que no entendía cómo estaba atando las manos de la gente Por el modo en
que me presentaba, la respuesta de Minuchin fue que quizás yo 'legaría a
entenderlo en el futuro, o quizás nunca. Él estaba diciendo que no Iba a
acomodarse a mí, ni a mi estilo preferido de presentarme, y que debería ser yo
quien tendría que cambiar. Esto era similar a su postura en la terapia.
240 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Así Andy llegó a un contrato tácito con su supervisor. En sus metas Andy
escribió: «Me encontraba allí para expandirme, y él para empujar, apoyar, "acariciar
y golpear", criticar, burlarse, implorar y hacer cualquier cosa que fuese necesaria
para ayudarme a hacer eso».
Una vez que la persona del vaso vacío fue descartada, Andy comenzó a mostrarse
como alguien sólido que se encontraba lejos de no saber. El había dedicado varios
años a convertirse en un terapeuta de familia estructural y estaba muy familiarizado
con conceptos estructurales. Estaba versado en las técnicas y parecía que estaba
haciendo todo lo que un terapeuta de familia estructural se suponía que debía hacer.
Por tanto, Salvador se encontró a sí mismo enfrentándose a un interesante dilema en
su supervisión: cómo transformar a un terapeuta de familia estructural mecánico, que
simplemente seguía mapas y señales de carretera, en un terapeuta mas complejo que
operara en niveles interpersonales más elevados.
Minuchin ha dicho a sus estudiantes: «De vez en cuando tengo una p e' sadilla. Y
la pesadilla es que gente que leyó mis primeros trabajos se con vierten en mis
estudiantes, y debo supervisarles. No puedo decirles que que están haciendo es
incorrecto, porque yo mismo escribí los libros-supervisar a personas como éstas es
como supervisarme a mí mismo ha veinte o treinta años». Cuando empezó a mirar
el trabajo de Andy, Ia P sadilla de Minuchin se volvió real, esta vez en la forma de
un estudia apuesto, de seis pies de alto, que era un devoto admirador de la vida y
trabajo de su profesor.
LLENANDO EL VASO VACÍO 241
Un caso que presentó Andy era el de una familia con un marido marroquí y una
esposa colombiana. Tenían dos hijos pequeños que no respondían a su disciplina.
Había un alto grado de conflicto entre el marido y la mujer. Andy describió cómo la
pareja podía cenar en el dormitorio mientras veían la televisión. La esposa pediría al
marido que le sirviera la cena y él se enojaría. Después, cuando le pediría a ella que
cambiara de canal, ella se negaría. El hombre era santurrón y reservado, mientras que
la esposa era explosiva. Cuanto más le rechazaba él, más atención le demandaba ella.
No había una acomodación mutua entre la pareja y los hijos aprendieron a no
escuchar a ninguno de ellos.
Andy estaba mostrando un fragmento en el cual la pareja mantenía una discusión.
Andy estaba desequilibrando la pareja, desafiando al esposo y apoyando a la mujer.
En este punto, Minuchin paró la cinta y pidió a una estudiante mujer que se hiciera
cargo de la supervisión. La colega supervisora dijo a Andy: «Estabas apoyando a la
esposa, pero tu manera de hacerlo la rechazaba de forma muy similar a como lo hace
su marido». El resto de la clase también sintió que Andy había luchado por la esposa
en vez de ayudarle a luchar por sí misma. Un estudiante sugirió que el bagaje cultural
del esposo no permitiría el tipo de maniobra que Andy estaba intentando introducir.
El grupo concluyó que la sesión había victimizado a una mujer ya victimizada.
Obviamente, a Andy se le hizo sentir incómodo con la retroalimenta-ción. Él
buscaba la reacción de Minuchin. Minuchin le ignoraba. Él estaba sentado, cantando
sotto voce: «La madre cambiará. La madre no cambiará». Finalmente llamó la
atención de Andy. Dijo que Andy se las había ingeniado para representar un conflicto
en la sesión, y mediante el apoyo a la esposa había incrementado la intensidad de ese
conflicto. Eso podría ser provechoso. «Pero cuando yo hago algo como eso»,
continuó, «siempre me siento incómodo. Quiero llamar a la familia en el transcurso
de la semana, y decir "¿sucedió algo?". Este tipo de operación requiere la habilidad
del terapeuta para tolerar la incertidumbre. Y es porque Andy no Puede tolerar la
incertidumbre por lo que insistió en que el marido debela disculparse.»
Una y otra vez durante ese año, Minuchin implicó a Andy en un tango de
ambigüedad. Sus «caricias y golpes» llegaron algunas veces de forma Reparada. En
otras ocasiones, ocurrieron juntas. Lo extraño es que, en esa ePoca, un estudiante sólo
puede sentir el golpe.
Cuando estaba escribiendo este capítulo, le pregunté a Salvador por ^é trató tan
mal a Andy. Él dijo: «Quería a Andy. Era el típico terapeuta
242 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
familiar estructural. Si existiera una persona así, sería Andy. Él era bueno al unirse a
la familia y estructurar. Era encantador, y a la vez podía ser terapéuticamente
autoritario. Pero era excesivamente concreto. Demasiado bueno a la hora de seguir
mapas. Yo quería sacarle de esa seguridad, de forma que pudiera aprovechar otros
recursos y emplearse a sí mismo en un nivel más complejo. Para conseguir eso, debía
golpearle duro y crear una experiencia personal para él. Tenía que experimentar la
complejidad, palparla».
Yo quería decir: ¿por qué no decírselo simplemente, en vez de organizar una
representación tan grande cuando él todavía desconocía los cambios que tenías en
mente? Pero me abstuve de preguntarlo, ya que sabía que la respuesta de Minuchin
probablemente sería: «No sabía cuáles eran los cambios en ese momento, o cómo
lograrlos. Andy tenía que descubrirlo por sí mismo. Mi trabajo era sólo ponerle en
movimiento».
Supongo que el entrenamiento es a veces como la jardinería. Plantas las semillas.
Después puedes regarlas, pero ellas deben crecer por sí solas. En realidad tú tienes
muy poco control.
Andy escribió sobre esa ocasión:
quieres es que el padre sea competente y les eduque. Pero él no puede educar si es
incompetente, porque está muy enfadado por su indefensión, pe acuerdo, eso está
bien».
En el siguiente extracto del vídeo, Emilio estaba gritando a su padre por llevarse
sus cartas de béisbol.
ANDY: Emilio, tiempo fuera, centrémonos en lo que está ocurriendo.
EMILIO (pensando sólo en sus cartas): ¡Él las está estrujando!
ANDY: ¡Emilio! La última vez que estuviste aquí, hablamos sobre ver tu propia
parte en esto, y eso es lo que necesitamos entender.
EMILIO: YO tuve mi parte en eso. Pero papá tuvo más.
ANDY: ¿Cuál fue tu parte en eso?
EMILIO: YO seguí cuando él me pidió las cartas. Las estaba mirando cuando me
estaba hablando, no le estaba prestando atención.
ANDY: Entonces es muy importante que entiendas eso. Es parte de ello. Ahora
estás en lo cierto cuando dices que él tiene una parte en ello también. La otra persona
tiene una parte en ello. Estás completamente en lo cierto.
Minuchin paró la cinta. «Eso está muy bien, Andy. Pero, en esta situación, creo
que podías haber felicitado al padre. Haley siempre insiste en que, cuando tienes
éxito, la familia debería salir con la sensación de que ellos fueron los exitosos y que
tú no hiciste nada. Es muy injusto, porque quieres que sepan que hiciste el trabajo.
Haley dice que ellos no deberían pensar en absoluto en ti. Eso puede fomentar un
terapeuta deprimido.»
Andy continuó con otro fragmento:
PADRE: Acabas de tener una discusión con Andy, Emilio, y dijiste que lo
entendías. Así que saca esas cartas de nuevo, hagámoslo otra vez y veamos si en
realidad entendiste. Se ha convertido en una batalla de ti contra mí, y tú no vas a
ganar. No vas a ganar porque tienes diez años y yo soy tu padre; y no voy a dejarte
hacer cualquier cosa para que después puedas decir: «Papá, qué diablos dijiste». No
te voy a dejar ganar.
ANDY: Lo que estás diciendo es que te preocupas por estos chicos tanto que
tendrás que disgustarles a veces.
PADRE: SÍ, eso es. Incluso pueden pensar: «Mi padre nos trata mal».
Minuchin paró el vídeo. «Aquí Andy está dando un giro positivo que no es en
absoluto necesario. Porque lo que el padre está diciendo a su hijo es: maldita sea, en
cuestiones de operaciones de poder, ganaré. Y eso está bien. Andy es un alma amable
que ama a los niños, así que dice al padre: •° que en realidad quieres decir es que le
quieres. Lo que en realidad el padre dice es: en una cuestión de poder yo debo ganar,
así que para. Andy mtenta hacerle razonar, cuando él está diciendo: que yo tengo la
autoridad, soy más grande que tú, como más, tengo más músculos, y te azotaré en el
trasero. El padre está disfrutando de una nueva sensación de capacidad, y Andy
modula el cambio justo cuando éste está comenzando.» solvió a poner en marcha la
cinta.
246 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Parando una vez más el vídeo, Minuchin comentó: «Este hombre está tan
inseguro sobre cómo ser padre que necesita explicarlo. Andy tiene una aproximación
similar como terapeuta. Necesita explicar: estoy haciendo terapia. Él no puede decir:
¡eso es magnífico! Dice: eso es magnífico porque... No puede resistirse a dar una
explicación a todo.
»En realidad, ésta es una sesión muy buena. Tus sesiones ahora son parte de una
terapia donde la gente está cambiando. Pero sería mucho más fácil si aprendieses a
incrementar la intensidad y reducir tu tendencia a enseñar y predicar».
En este punto del proceso de supervisión me sentía cómodo con el cambio de
Andy. Sabía que estaba viendo a la familia de una manera compleja. Estableció
metas terapéuticas y se introdujo en el sistema con una sensación de participar en
el proceso. Cuando hice un comentario, tenía la sensación de participar en un
diálogo de colegiales. El efecto de nuestra cambiada relación fue vigorizante.
JERARQUÍA Y CRIANZA
La cuestión que Andy presentó en la siguiente sesión era la constante pérdida del
autobús escolar por parte de Emilio. Él también estaba teniendo malos resultados en
la escuela. Andy describió cómo, mientras él estaba discutiendo con el padre sobre
cómo orientar a los hijos con buenos hábitos de estudio, Michael escuchaba pero
Emilio no. Emilio comenzó a gritar y puso su chaqueta sobre su cabeza. El padre
siguió hablando, y el niño se enfadaba cada vez más, diciendo: «¡Cállate! ¡cállate!»-
Pero el padre continuó regañándole.
ANDY: ¿Qué haces como padre para ayudarle en esos momentos en que él está
actuando como un niño de tres años?
EMILIO (quejándose): ¡Vamos!
PADRE: Ése es mi reto. Sé que Emilio tiene un problema. ¿Pero cuál es su
problema? ¿Teme algo, porque no hace sus tareas para casa, o está l u' chando contra
un fantasma invisible dentro de él? Vamos, Emilio, ¿p°r qué no puedes hacer tus
deberes? ¿Cuál es el fantasma, Emilio? ¿Cuál es el temor?
LLENANDO EL VASO VACÍO 247
MINUCHIN: ¿Has visto alguna vez el despacho de Cari Whitaker, Andy? Estaba
lleno de juguetes. ¿Usas juguetes?
ANDY: Una vez me pasé casi toda la sesión jugando a los dados con una madre y
sus hijos.
MINUCHIN: Siéntate en el suelo mientras hablas.
ANDY (quejándose): Me divertí tanto que no creí que debiera cobrarles.
MINUCHIN: NO, ése es tu error. Estabas haciendo terapia.
Mientras Andy hablaba, era obvio para la clase que él también estaba cambiando
su modo habitual de presentarse. En vez de informar de una larga secuencia de
hechos y eventos, se había convertido ahora en un interesante narrador, y la clase
estaba cautivada.
ANDY: Esta vez, cuando el padre estaba siendo crítico con Emilio de nuevo,
pensé en Cari Whitaker y su obra paralela. Así que exageré la idea de castigar a
Emilio y metí humor en ello. Le dije a la familia: «¿Por qué no golpeamos a
Emilio?». Me levanté de mi silla y juguetonamente le di una paliza, y se rió. Entonces
saqué las batakas: ¿conoces esos bates muy almohadillados enormes? Tu puedes
golpear mucho a la gente con ellos y no hacerles ni una pizca de daño. Así que dije:
«¡Peguemos todos a Emilio!». Y todos comenzamos a atizarle, y él se estaba riendo.
Entonces le tiré una bataka y dije: «¡Defiéndete!». ¡Rompí la inercia! ¡Y no había
ninguna finalidad en ello! Ya sabes, mi tendencia es querer enseñar algo y hacer
aceptar una opinión.
MINUCHIN (obviamente complacido): Éste no es el estilo de Andy. Es una
interrupción de la lógica para crear una emoción. Él está manejándose con una
libertad de intervención que es absolutamente nueva. Andy, tú has visto más vídeos
que ninguna persona que yo conozca. Esta vez finalmente pusiste en práctica lo que
sabes.
ANDY: ¡Sí! Yo estaba yendo por mi ruta habitual de «a» a «b» de «b» a «c» y de
«c» a «d». Yo tenía mi ruta habitual, pero me sentí más libre para hacer algo más y
ver qué pasaba.
MINUCHIN: Para hacer eso, necesitas tener la confianza de que puedes seguir el
proceso. Debes saber que puedes controlarlo en cualquier punto, dondequiera que
vaya.
ANDY (avanzando rápidamente el vídeo): Aquí ahí otro fragmento que quería
mostrarte. El padre está en la Pequeña Liga, así que utilicé una metáfora de béisbol,
y con este asunto ellos se apiñaron. Les hice construir una escultura familiar. Yo no
había leído demasiado sobre ello, así que no se cómo se hace formalmente, pero de
nuevo quería salirme del camino normal, al que ellos habían regresado de nuevo.
Entonces ésa fue otra intervención que era no verbal, discontinua. Entonces al final
de la sesión ellos finalmente hablaron entre sí. Vi que el padre podía escuchar y que
el hijo no era irrespetuoso, y creí que éste era un buen final.
PADRE (frustrado): Yo intenté decírselo. Pero él no quería escuchar.
ANDY: ¿Por qué está ocurriendo esto? (El padre y el hijo comienzan a discutir.)
Paren la conversación. ¿Ven lo que está sucediendo aquí? Yo quiero que ustedes
hagan una escultura sobre la familia. Sin palabras. Cuando digo hacer una escultura,
se ponen en una posición que demuestra lo que está ocurriendo.
El padre hizo la primera escultura. Colocó las manos de Emilio contra sí mismo
y puso los brazos alrededor de Michael. Después colocó a Emilio en el suelo. Emilio
puso sus pies contra su padre mientras que éste y Michael señalaban de manera
acusadora a Emilio.
250 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Después Andy ordenó a Emilio que hiciera una escultura. Emilio pj. dio
a Michael que se sentara. Después él puso su mano arriba contra su padre y
la mano del padre arriba contra él, de una manera oposicional.
Andy comentó la similaridad entre las esculturas del padre y de Emilio;
estaban de acuerdo en lo que estaba sucediendo. Después invitó a Michael a
hacer una escultura. Michael pidió al padre y a Emilio que se agarraran las
manos y se empujaran el uno al otro. Él después retrocedió y con una
expresión divertida comentó: «Sí, eso es lo que veo que está sucediendo».
Andy paró la cinta.
EPÍLOGO
El actual Dalai Lama dijo algo que me recordó la enseñanza de Min chin.
Era algo así como: yo no te he dicho nada que tú no supieras, y te he
quitado nada que poseyeras. Él también habló sobre las dos prac
LLENANDO EL VASO VACÍO 251
cas del budismo. El nivel más bajo de práctica es para la persona que necesita reglas
y señales para seguir el camino, mientras que el nivel superior es para gente que
puede ir más allá de todas las restricciones, alcanzando finalmente la libertad de ser.
Andy escribió en su borrador de este capítulo:
Al mirar atrás, veo este logro como una interacción compleja entre mi deseo
y mi dedicación, el proceso grupal con colegas de apoyo; v el contacto con un
profesor único y poderoso que vive sus creencias en términos de afirmar la
capacidad de sus estudiantes en un nivel profundo.
La paradoja del vaso vacío es mucho más intrincada que lo que ini-cialmente
entendí; cuando Andy se describió a sí mismo como tal quizás no era tanto una
degradación como una llamada para que un profesor especial le iluminara. Cuando
Minuchin rechazó la afirmación de Andy en la primera sesión estaba, de hecho,
comprometiéndole como un compañero, embarcándole en un viaje desafiante.
Al final del año de entrenamiento, le pedí a Andy que resumiera su experiencia
con Minuchin en una sola frase. Él respondió: «¡Soy muy afortunado!». Lo tomé
como una manera humilde de expresar su gratitud pero no estaba de acuerdo en que
la suerte hubiera tenido mucho que ver con ello. Mientras seguía la epopeya de Andy
hasta su última sesión con u ui f escnbir este capítulo, quedé impresionada de nuevo por
la intachable forma de relación estudiante/profesor en la cual la persecución del
conocimiento era, en su transacción, trasparente como el cristal. Esta elegancia
simple renovaba en mí el deseo por aprender.
Tras observar la forma de supervisar de Minuchin durante cinco años veo que los
estudiantes organizan sus propios trayectos incluso aunque' viajen con el mismo
profesor. Comienzan juntos, pero pronto muestran sus diferentes cualidades y
maneras de proceder. Algunos van muy lejos pero otros parecen estancarse en algún
punto y no pueden liberarse completamente. Uno podría decir que Andy se estancó
durante su primera lección. Mientras observaba, estaba preocupada por él y me
preguntaba si podría seguir el curso. Como sus compañeros estudiantes, quizás no
tenia tanta fe en él como la tuvo su profesor. Proyecté en él mucha de mi propia
ansiedad y resentimiento al encontrarse en una posición de ser cri-
í-kad JYI u°r '° tant° fallé en entender que un estudiante como Andy está libre del bagaje
emocional que cargamos muchos de nosotros, estudiantes; adu tos. Fue capaz de
poner su confianza en un supervisor cuya visión sobre él se verificaría.
El mismo Andy ofreció esta graciosa explicación: «Si tú estás cerrado a tu ego y
el profesor alcanza a abrirlo, será muy doloroso. Pero si estás abierto, entonces será
una bienaventuranza». Desde ese punto de vista, el vaso vacío ciertamente contiene
un espacio abierto para aprender a ocuparlo.
Un vaso es también un bote; después de que ha sido cargado, parte, ^ndy murió
repentinamente de un ataque al corazón, poco tiempo des-
252 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Salvador Minuchin
Así que aquí tenemos las historias y los narradores. Son, por encima de
todo, humanos; todos hablan el mismo lenguaje, comparten las mismas
limitaciones culturales, incluso es posible que tengan sueños similares. Pero
los narradores son distintos entre sí, y proclaman su unicidad. Si atendemos
cuidadosamente, podemos escuchar dialectos regionales, frases ideológicas,
música klezmer, tramas de Tennessee Williams. Y cada uno carga con un
sistema de creencias personal que ha moldeado la esencia de sus terapias.
Las historias de Margaret Meskill y David Greenan pertenecen a la
Norteamérica moderna. Tratan sobre la confusión y los derechos del género.
Son portavoces de grupos más extensos. Margaret habla sobre el involuntario
y estereotipado rechazo a los hombres que acompaña al reequilibrio feminista
de la injusticia. David, que se ve a sí mismo como un abanderado, ofrece una
historia aleccionadora sobre las anteojeras de la proximidad.
Podemos ver al padre de Israela Meyerstein, encaramado en el tejado
verde de una pintura de Chagall, leyendo sus poemas, y la dificultad de Is-
raela a la hora de equilibrar su herencia estética con su necesidad de certeza.
Hannah Levin viene de un mundo responsable y en vías de extinción que
soñaba con la justicia social. Su narración habla de las necesidades no
satisfechas de la gente, y de las pasiones y limitaciones del esfuerzo personal
en el mundo del cuidado organizado.
Gil Tunnell trae la perfección, sin la fragancia, de las magnolias. Un
mundo donde el conflicto está sumergido en la forma, donde las apariencias
son elegantes, las confusiones quedan pospuestas y donde uno se refrena al
gritar y habla suavemente.
Las historias de Adam Price están escritas sobre el papel satinado de •a
clase media exitosa, donde nada es correcto o incorrecto, puesto que el dolor
ha sido reprimido. A partir de este mundo de verdades examinadas, Adam se
encuentra con la ira de los Jackson que emplean las palabras no Para
explicarse, sino para explotar.
Siendo niña, a Dorothy Leicht se le asignó un trabajo de cuidadora y
c
omenzó a recabar detalles. Como responsable de mantener los nubarro-
254 EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR
nes lejos del hogar, desarrolló un gran número de soluciones que la dejaron
excesivamente cerca de lo inmediato como para ver el horizonte.
Wai-Yung, al igual que Harold con su lápiz morado, construyó su mundo
mientras caminaba; las realidades y los sueños se entremezclan, las oraciones y los
párrafos han sido desterrados y la sombra de Buda sonríe.
La historia de Andy Schauer es la más «norteamericana». Tenía la creencia
optimista de que los logros venían del esfuerzo acumulado. En este mundo no había
espacio para las dudas, excepto, quizás, sobre sí mismo.
Eran un extracto del privilegiado mundo de los terapeutas. Estábamos de acuerdo
en que sus voces eran excesivamente convincentes, y que necesitaban escuchar y
reconocer sus pensamientos tangenciales. Sus capítulos documentan sus trayectos de
transformación, y la lucha que acompaña a la expansión del terapeuta.
Minuchin, S. (1974), Families and family therapy, Cambridge, MA, Harvard Uni-
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ÍNDICE ANALÍTICO Y DE NOMBRES
— familia mixta innominada, 25-26 Compulsión de lavarse las manos (en caso;
— familia Ramírez (Nina/ Juan/ Juanita; familia Ramos), 78-83
escuchando voces), 84-85, 88, 105, Comunidad, 36, 121
110-117 Concepto de historia, 231 Véase también
— familia Ramos, (Sara/ Tomás/ Juan; Drama/historia; Re-historiar
lavado de manos obsesivo-compulsivo; Conducta obsesivo-compulsiva; véase Com-
la «tiranía del síntoma»), 78-83 pulsión de frotarse los ojos (en caso, fa-
— familia separada ítalo-americana con milia Hurwitz); Compulsión de lavarse las
dos hijos (Michael y Emilio), 243, 244- manos (en caso; familia Ramos)
250 Confianza, 210,211
— familia Smith (Mark/ Jean; ilustración Conflicto, familiar, 51-52
de estructura; evitación del conflicto), — evitación del (en caso), 200-205
52-54 — fomentando el, 155-156
— Harriet/ George/ Richard/ Suzanne — localizando áreas de, incrementando la
(madre divorciada y sus cuatro hijos; intensidad de, 89
«Todo el mundo pelea contra todo el — necesidad de ampliarlo, 126
mundo»), 85-87 Confrontación, 155
— Helen/ Joe/ Mary (familia con pa- «Confrontando al gorila», 181-193
drastro), 185-189 Connotación positiva, 24, 165, 169, 175
— Jean/Sam/Diane (anorexia), 91 Conocimiento (cambiando las bases teóri
— Jennifer/Matthew/Jason/Jane (familia cas de la terapia, práctica constructivis-
monoparental), 189-193 ta), 29-30
— Jerry y Susan (cirugía tras accidente de Construcción, imaginativa, 178-179
tráfico), 173-177 Construccionismo social, 29
— Jim (esposa, cansado de/ confuso), 92 Constructivismo:
— John (perro por su octavo cumpleaños), — alternativa a la aproximación, 61, 70
92 — lenguaje, 169 Constructivismo
— Los Jackson (Cassandra/Raymond; la social (Gergen), 29 Constructivistas,
poetisa y el percusionista), 133-135, 29-30, 71, 88
138-149 — cambiando las bases teóricas de la
— María y Corrine (Juan/Juana/Peter) terapia (conocimiento/lenguaje/siste-
(«Tribus en guerra»), 42-44, 83-84 mas sociales/terapia), 29-30
— pareja innominada en terapia de pareja, — postura moral, 31
184 — y terapeutas feministas, 74
— pareja innominada tras 15 años de un Construyendo la familia, 47-54
mal matrimonio, 184 Contenido versus proceso, 166, 193
— pareja lesbiana innominada, 36 Contenido/contexto en la enseñanza, 101
— Robert/ Samuel (pareja del mismo Contraparadoja, 23
sexo), 195, 199-200 Contrato con familias en terapia/con los
— Smith, Jimmy (bebé intoxicado, sis- estudiantes, 101,242
tema de cuidado en adopción), 41, 42 Contratransferencia, 23, 28
Cenicienta, 81, 82 — herramienta para controlarla, 28
Centro de orientación infantil Queens, Ja- Conversación terapéutica, 32, 72-73, 169
maica, N.Y., 237 Coparticipación/ unirse (a la familia)/ in
Chinas, familias, 45, 213 troducirse (en el sistema familiar), 24,
Cibernética, teoría de la, 215 78,89,99, 114, 166, 181,207
Circularidad/neutralidad/formulación de Copeland, Aaron, 149
hipótesis, 69 Coreografía (Papp), 23
Clínica de orientación infantil Philadelp-hia, Correr riesgos (como terapeuta), 137, 148,
25, 45-46, 98-99, 100, 169 160 Coterapeuta, miembro de la familia
Coaliciones, 49, 99 como,
Colaborativo, lenguaje, 169 83, 89-90 Coterapia, 61, 169 Creatividad,
Colección de voces, 254 64 Crianza, 64 Crisis (en caso; oportunidad
Compulsión de frotarse los ojos (en caso; para insigh1'
familia Hurwitz), 21-22, 23, 151, 156-163 intimidad), 205-206
ÍNDICE ANALÍTICO Y DE NOMBRES 259