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1. La Justificación, desde la perspectiva apostólica y profética.

5. LAS SIETE PALABRAS DE VICTORIA EN LA CRUZ.

Aunque Dios mismo había establecido que la Cruz sería un lugar de


maldición, porque en ella se colgaban a los más terribles delincuentes
para que pagaran sus deudas, al llevar a Su Hijo Jesús, a la muerte
en la Cruz, convirtió este lugar en lugar de bendición, porque el
JUSTO moría por los injustos, Él pagaba por nuestros pecados,
justificándonos ante Su Padre, por medio de Su Sangre, por medio de
SU VIDA, ofrecida en el altar de la Cruz, para lograr un Nuevo Pacto
en Su Sangre (1ra Corintios 11:23-26).

La tradición y la historia nos dice que las personas que eran colgadas
en la cruz pasaban largas horas de agonía. Uno de los primeros
dolores que experimentaban los crucificados en su cuerpo era la fiebre
producida por la infección e hinchazón de las heridas, lo cual traía
temblores, fuertes dolores, sudores y mucha sed, lo cual producía una
gran necesidad de ingerir alguna bebida, por la deshidratación que
experimentaban sus cuerpos, y que poco a poco comenzaban a
experimentar la incapacidad de seguir respirando.

El Señor Jesús, colgado del madero, sufrió cada una de estas


sensaciones, y aunque los que lo rodeaban quisieron darle de beber
vinagre con hiel, para adormecer su dolor, Jesús se rehusó, como
diciendo: “en mi condición de hombre justo, no quiero nada que
adormezca mi pasión, quiero llegar hasta el final de esta batalla en
completa victoria, sin necesidad de sedantes”.

“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo
en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que
se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y
estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo,
y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se
doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra.”
(Filipenses 2:5-10).

La muerte de Jesús en la Cruz del Calvario fue la mayor demostración


de amor que alguien haya hecho por la humanidad (Juan 3:16). Si
pudiéramos, con la ayuda del Espíritu Santo, experimentar
continuamente el momento en que Jesús murió, nuestra vida
cambiaría completamente, y ahí sí podremos “andar en novedad de
vida o vida abundante”. Aunque eran las tres de la tarde, toda la
tierra se llenó de tinieblas (Mateo 27:45). Ello sucedió a causa de la
mayor concentración y manifestación de legiones demoníacas
(potestades, principados, gobernadores de maldad en las regiones

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celestes Efesios 6:12), que dirigidas por Satanás, conocido como el
príncipe de las tinieblas, había rodeado la Tierra con gran oscuridad.
En ésta hora, todas las iniquidades, maldiciones, pecados y
rebeliones, estaban recayendo (siendo puestos e imputados) sobre una
sola persona, Jesús de Nazaret, porque aún Su nombre hablaba de
esto: “Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su
pueblo de sus pecados.” (Mateo 1:21). “El siguiente día vio Juan a Jesús que
venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.”
(Juan 1:29).

En el momento en el que el Hijo de Dios moría, entregaba su espíritu


al Padre (Juan 19:30; Lucas 23:46), se estremecieron los cielos, hubo
relámpagos, gran oscuridad, y un gran terremoto; y el velo del Templo
se rasgó. Alguien, refiriéndose a éste día dijo: “O es el fin del mundo; o
el Autor de la vida padece”.

Generalmente las últimas palabras y expresiones de una persona en


el lecho de su muerte poseen un poder indescriptible, puesto que ellas
dan a conocer, en pocas palabras, el deseo de su corazón, y los
motivos por los que vivió, y un legado para los suyos. Las últimas
palabras de Jesús, en el madero de la Cruz, sintetizan el gran
sacrificio que le costó al Autor y Consumador de la fe y la vida, la
redención de la Raza Humana.

1) Una Palabra de Perdón.

“Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen…”


(Lucas 23:34).

Para cualquier persona, qué difícil es expresar perdón cuando


todos están en nuestra contra. El Señor nos da la más grande
lección de amor, cuando todos nos humillan y aún desean nuestra
muerte. Todo el tiempo que el resentimiento ocupe un lugar en
nuestros corazones (rencor, falta de perdón), no podremos ser
nosotros mismos, aunque pasen, diez, veinte o más años, nuestra
vida terminará siendo manejada por aquellos a quienes no
perdonamos. Cuando perdonemos, así como Dios nos perdonó en
Cristo (Colosenses 3:13), podremos recuperar nuestra identidad
en Cristo; el Señor dijo: “Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro
Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas” (Marcos 11:26).

Entendamos y vivamos que aún en el nombre de Jesús, su muerte,


su sangre y en su resurrección, el perdón es medicina para el
alma, y debemos practicarlo diariamente.

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2) Una Palabra de Motivación a Disfrutar de Su Presencia.

El ladrón que colgaba moribundo de una cruz, al lado de Jesús, le


suplicó: “Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces
Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.” (Lucas
23:43).

Esta palabra nos motiva a vivir y buscar Su presencia: “Hoy estarás


conmigo…”, estar en Su propósito, permanecer en el centro de Su
voluntad y entrar en el paraíso, entrar en su reposo. El Señor ha
dicho que en el mundo, Él nos guardará, Él nos protegerá, y dará
provisión y dirección a nuestra vida (Juan 17:12-15).

El Señor nos dice, gracias a esta Palabra: “Mi presencia irá contigo, y te
daré descanso.” (Éxodo 33:14). Disfrutar de la Presencia de Dios en
nuestra vida es la razón que nos motiva a continuar. El salmista
David dijo: “Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de
gozo; delicias a tu diestra para siempre.” (Salmos 16:11).

3) Una Palabra de Restauración Familiar.

“Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María


mujer de Cleofas, y María Magdalena. Cuando vio Jesús a su madre, y al
discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu
hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el
discípulo la recibió en su casa.” (Juan 19:25-27).

“Aquello que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue ya; y Dios restaura lo que pasó.”
(Eclesiastés 3:15)

El profeta Malaquías profetizó: “que para el tiempo del fin se


desataría la unción de Elías (restauración y arrepentimiento) sobre
las familias, y Dios haría volver el corazón de los hijos al corazón
de los padres, y el corazón de los padres a los hijos. Esta será una
protección para que la tierra no sea herida con maldición”
(Malaquías 4:5-6). Gracias a esta Palabra, las familias en la iglesia
pueden ser restauradas, sanadas y liberadas para cumplir con su
misión en el mundo. Algo maravilloso está sucediendo en los
jóvenes por el poder de la Cruz, la Sangre, y la resurrección de
Jesús, “antes los padres oraban por la salvación de sus hijo; hoy
en día, son los hijos los que oran por la salvación de los padres”, la
mayoría de los testimonios de los Encuentros hablan de esto, la
unción y libertad para la restauración familiar.

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4) Una Palabra de Aceptación.

“Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama
sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”
(Mateo 27:46).

Aquí, el Señor Jesús, utilizó el lenguaje que de niño empleaba, el


arameo, razón por la cual no le entendieron las demás personas. Al
orar a Su Padre, en arameo rememoró su niñez, y conmovió el
corazón del Padre. Jesús regresó a su infancia, enseñándonos lo
importante que es volver y regresar a la niñez para sanar aquellas
heridas producidas en esa etapa de nuestra vida. Somos muchas
las personas que luchamos con los aspectos del pasado. Aunque
transcurran años, si no experimentamos esta palabra de búsqueda
de aceptación, tendremos vivas las heridas causadas en nuestra
niñez. Es importante reconocer que Jesús experimentó el
abandono, más que cualquier otra persona, y aún más que
cualquiera que podamos sufrir o experimentar. Él padeció el
abandono de sus discípulos, del pueblo, de los que había sanado,
liberado y alimentado, y de la sociedad. Pero la herida más
profunda le fue causada cuando experimentó el abandono del
Padre Dios, debido a que nuestros pecados lo separaron del Él.

La Biblia dice, en relación al abandono: “Aunque mi padre y mi madre


me dejaran, con todo, Jehová me recogerá.” (Salmo 27:10). “Dios hace
habitar en familia a los desamparados; saca a los cautivos a prosperidad; mas
los rebeldes habitan en tierra seca.” (Salmo 68:6). Jesús dijo: “Venid a mí
todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” (Mateo
11:28). Hoy podemos arrojarnos en los brazos eternos de Dios, y
podemos hacer de Él nuestro Padre, nuestro compañero, nuestro
todo; porque Jesús sufrió el abandono para que nosotros seamos
aceptados y seamos salvos: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares
celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo,
para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos
predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el
puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual
nos hizo aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el
perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para
con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de
su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de
reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los
tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra.”
(Efesios 1:3-10).

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5) Una Palabra de Amor.

“Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que
la Escritura se cumpliese: Tengo sed. “
(Juan 19:28).

La verdadera sed de Jesucristo, y de cada uno de sus discípulos


debe ser por la salvación de los perdidos. Jesús mismo dijo: “En el
último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si
alguno tiene sed, venga a mí y beba.” (reciba salvación) (Juan 7:37-39).
Jesús, cuando nos identificamos con Su muerte, Su dolor, pasión,
y aún Su resurrección, nos permitirá ver y sentir lo que Él conoce
en el corazón del hombre: desolación familiar, cautividades,
tristeza, soledad, fracaso, ira, culpa, frustración, debilidades, y lo
más importante: la falta de salvación, justicia, orientación, y el
volverse a Dios.

Jesús era consciente de que en muy poco tiempo partiría de este


mundo, por lo que se preguntaba y clamaba: ¿Quién tomaría su
lugar para ayudar a la gente para calmar la sed espiritual por el
agua viva en la humanidad? La única manera de calmar esa sed
era levantando un ejército de personas (Su Iglesia, Su Cuerpo)
comprometida con la misma visión que Él tenía: “salvar a la
Humanidad y hacer discípulos”. La voluntad de Dios, es que
ninguno se pierda, sino que todos procedan al arrepentimiento
(2da Pedro 3:9). El mismo Señor, en la Cruz, empezó a
experimentar la sed, el AMOR por los perdidos, para que el mundo
comprendiese que en la CRUZ estaba la ÚNICA fuente de
salvación. Cuando dijo “tengo sed”, era como decirle a sus
discípulos: “Por amor, ayúdenme a mitigar mi sed llevando el
evangelio a todos los rincones de la Tierra, para que todo aquel que
en mí crea, no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:16);
“Porque esto es bueno y agradable (su ofrenda, su oración) delante de Dios
nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al
conocimiento de la verdad. Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre
Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por
todos…” (1ra Timoteo 2:3-6).

¿Cuál es la sed, con la que usted bebe el Evangelio y todas las


enseñanzas del Señor…? ¿Es para poder mitigar esa misma sed,
alcanzando a los perdidos?…

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6) Una Palabra de Triunfo.

“Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo


inclinado la cabeza, entregó el espíritu.” (Juan 19:30).

La palabra “consumado es”, en el griego se escribe: tetelestai, que


significa: “Está hecha la transacción, está hecha la compra, está
hecho el asunto, concluido con saldo a favor”. Para nuestro Señor,
esta Palabra, en la Cruz, significó: “Padre: culminé la obra, cumplí
la misión por la cual vine a este mundo… Bebí de la copa de
Salvación”. La vida de Jesús tuvo un propósito, aún desde su
nombre, el sabía por qué había venido en su condición de Dios
hecho hombre, a un mundo pecador (Juan 1:1-8). A estas alturas
de su caminar con el Señor, ¿sabe por qué está usted en el
mundo? ¿Sabe qué propósito tiene en ésta vida? Ese propósito, ¿es
el mismo que Dios tiene para usted? La vida de Jesús tuvo la meta
de redimir a TODA LA HUMANIDAD, Cristo sabía lo que lograría a
través de su muerte en la Cruz del Calvario. ¿Quién, cuando nace,
se prepara para morir? Jesús es el único que nació con este fin
(Isaías 53; Apocalipsis 7:9-17). Gloria a Dios.

La Palabra de Dios, amplifica la palabra “consumado es”, como


palabra de victoria, como palabra de vida y autoridad, como
palabra que nos traslada del reino de las tinieblas al Reino de la
luz, al Reino de Jesús. Es una palabra que dice: “Anulo el acta de
decretos, la quito de en medio de nuestra relación con Dios… la
clavo en la cruz… despojó a los principados y potestades… los
exhibió públicamente derrotados… Y TRIUNFÓ sobre ellos en la
Cruz” (Colosenses 2:14-15), y aún añade y dice: “Mas a Dios gracias,
el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros
manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento. Porque para Dios somos
grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a éstos
ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida. Y
para estas cosas, ¿quién es suficiente?” (2da Corintios 2:14-16).

Para llegar a su meta, Jesús, en el transcurso de Su vida y


ministerio, tuvo que atravesar varios obstáculos: De niño huyó de
la matanza de los inocentes; de niño supo dar razón de que debía
estar en los negocios de Su Padre; se enfrentó a las tentaciones
como humano, no como Dios; inclusive Satanás quiso provocarle a
usar sus poderes divinos para caer en el materialismo, la fama y la
idolatría. Mas Jesús nunca lo permitió y respondió al tentador:
“Escrito está… no sólo de pan vivirá el hombre (materialismo), sino también
de toda palabra que sale de la boca de Dios… No tentarás al Señor tu Dios (no
necesitaba ser famoso para probar su obediencia al Padre)… Al
Señor tu Dios adorarás y a Él sólo servirás” (Mateo 4:1-11). Así que:

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“Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también
participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el
imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la
muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. Porque ciertamente
no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. Por
lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser
misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los
pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso
para socorrer a los que son tentados.”
(Hebreos 2:14-18).

Cristo venció la tentación como humano, soportó la necesidad, se


enfrentó a la enfermedad, al dolor, a la esclavitud, a las
maldiciones, al mismo diablo, y a un juicio injusto, “lo juzgaron por
que Él decía quién en verdad era: el Hijo de Dios”, y se enfrentó a
la misma muerte. Cuando expresó: “consumado es”, dijo: “Vencí la
enfermedad”, y gracias a eso, ninguna enfermedad puede
enseñorearse de nosotros. Jesús dijo: “Vencí la ruina”, ¿cuántos
creyentes no han entrado en la vida y camino de la prosperidad por
no mirar la victoria de Cristo, en la Cruz del Calvario? Jesús venció
la maldición. ¡Jesús venció y cortó del espíritu del hombre a toda
iniquidad! “No te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada…”
(Salmo 91:1-16). Estas son palabras para nosotros, porque Jesús
venció toda maldición en la Cruz del Calvario. Hoy es el día en el
que debemos confesar que todas las maldiciones fueron rotas por
la Palabra dicha por Jesús, nuestro Dios, Señor, Salvador y
Libertador.

Consumado es: Jesús venció al pecado, al mundo, al diablo, a la


muerte, y a toda iniquidad para que “vivamos una vida abundante,
y seamos prosperados en todo”, ¡así como nuestra alma prospera!,
en completa obediencia y servicio a Dios.

7) Una Palabra de Esperanza.

“Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró.” (Lucas 23:46).

Esta es la séptima Palabra, número de perfección, número que


habla de Dios, que Jesús expresó, asegurándose de que al
CRUZAR la barrera hacia la otra vida, tuviera toda la protección
divina, toda la protección de Su Padre. “Porque este Dios es Dios
nuestro eternamente y para siempre. Él nos guiará aún más allá de la muerte…
Guíame en el camino eterno” (Salmo 48:14; Salmo 139:24b).

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Podemos preguntarnos a dónde se dirigen los muertos. Si Jesús
necesitó encomendar su Espíritu al Padre en el momento de su
muerte, cuánto más nosotros tenemos que vivir preparados para la
hora de morir. ¿A cuántos la muerte los ha tomado por sorpresa?
El Patriarca Job se preguntó: “Si el hombre muriere ¿volverá a vivir?”
(Job 14:14). Luego, él mismo añadió: “Yo sé que mi Redentor vive, y al
fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he
de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque
mi corazón desfallece dentro de mí.” (Job 19:25-27).

El escritor de Hebreos afirma: “Y de la manera que está establecido para


los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así también
Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá
por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan.”
(Hebreos 9:27-28). El Apóstol Pablo escribió: “Pero el que se une al
Señor, un espíritu es con él.” (1ra Corintios 6:17). Y:

“Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para
que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si
creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que
durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros
que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a
los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de
arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo
resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado,
seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el
aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros
con estas palabras.” (1ra Tesalonicenses 4:13-18).

Una Palabra de esperanza, cuando el Señor nos dice: “Yo Soy el


Camino, la Verdad y la Vida, nadie viene al Padre si no es por Mí”,
y… “en la Casa de mi Padre muchas moradas hay, voy pues a
prepararles un lugar para vosotros… para que donde yo estoy,
vosotros también estéis” (Juan 14:1-6).

¡Somos, gracias al Señor, el tipo de personas que han nacido dos


veces y morirán una sola vez, si el Señor no viene antes…!

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