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Centro Loyola Pamplona En todas las cosas - 2013.10.

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¿Por qué la espiritualidad hoy?


Cinco claves de espiritualidad ignaciana

¿Tiene sentido seguir hablando hoy de espiritualidad? Si te acercas a la sección de libros de El Corte
Inglés o de la FNAC en las baldas de “espiritualidad” te encontrarás cosas tan distintas como el
Castillo Interior, de Santa Teresa de Jesús, libros de yoga o El Gran Libro de las Recetas de la Suerte,
del futurólogo Rappel. A todo este barullo hay que añadir que, incluso en el imaginario colectivo
cristiano, se tiende a pensar que una “persona espiritual” es un beato o beata, una persona más
bien mojigata, cuando no rara. En organizaciones vinculadas a los jesuitas, donde una parte
significativa de los profesionales no comparte plenamente la fe cristiana, hablar de espiritualidad,
¿no es hablar más de lo que nos separa que de lo que nos une? Creemos que no.

La espiritualidad tiene que ver con la vida y con nuestra forma de vivirla. Tiene que ver con el ánimo
con el que nos levantamos todos los días para ir a trabajar, con la manera de afrontar los problemas
de los hijos o con nuestras relaciones con el vecino del quinto. Tiene que ver con nuestra reacción
cuando, delante del espejo, las arrugas nos indican que vamos envejeciendo; tiene que ver con las
páginas que visitamos en Google, con nuestro tiempo libre, o con el espíritu con el que
sobrellevamos la enfermedad, nuestra o de un ser querido. Y tiene que ver, por supuesto, con lo
que las personas creyentes llamamos Dios y con esa experiencia que cambia la vida hasta el punto
de querer desvivirse por los demás.

Espiritualidad viene de “espíritu”, que originariamente significa viento, aliento. Indica libertad,
brisa, algo difícil de encerrar y encasillar. Por eso, la espiritualidad no es patrimonio exclusivo de las
religiones y de los creyentes. Muchas personas, quizás tú, alejadas hoy por distintos motivos de las
grandes tradiciones religiosas, no renuncian por ello a cultivar su espíritu. En un mundo plural y en
cambio no es fácil definir con exactitud qué es espiritualidad. Pero parece que los distintos
itinerarios confluyen en algunos puntos fuertes: el cultivo de una sensibilidad humana profunda
que desarrolle la empatía y la capacidad para elegir lo mejor; la salida de la perspectiva
espontáneamente egocéntrica con la que nos situamos ante las personas y ante toda la realidad; la
búsqueda de una forma de vida reconciliada, compasiva y solidaria.

Existe una coincidencia más: ¡qué difícil es intentar vivir con sentido de humanidad profunda! Entre
otras cosas porque requiere tiempo y eso es, precisamente, lo que no tenemos. Nuestras agendas
están siempre repletas. Nuestros días están llenos de cosas por hacer, proyectos por terminar,
reuniones, documentos, emails que enviar, libros por leer, informes para entregar. Nuestras vidas
parecen maletas repletas con la cremallera a punto de estallar. Hay un sentimiento constante de
que tenemos tareas inacabadas, promesas incumplidas, propuestas inalcanzables. Siempre hay algo
más que deberíamos haber recordado, hecho o dicho. Siempre hay gente con la que hace tiempo
que no hablamos, a la que no escribimos o que no vemos. Estamos hasta arriba de ocupaciones y,
al mismo tiempo, tenemos el sentimiento constante de que no hemos cumplido con todo lo que
teníamos que hacer.

Lo extraño, además, es que es muy difícil no tener nada que hacer. Estar ocupado y ocupada se ha
convertido en un símbolo de nuestro tiempo. Vivimos en lucha constante contra el reloj. Hace unos
años podíamos pasarnos la tarde entera echando una partida al Monopoly con los amigos o la
familia. La última versión del Monopoly está diseñada para que las partidas no duren más de veinte
minutos. Y políticos y periodistas tienen que desarrollar ideas sesudas en ¡59 segundos!

Sesión 1: Crecer en lo interior / 1


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No sólo estar ocupado, también estar preocupado se ha convertido en un símbolo de nuestra


sociedad. Los periódicos, la radio y la televisión nos hacen vivir en una atmósfera de constante
emergencia. El tono de voz de algunos reporteros o reporteras, la predilección por sucesos trágicos
y la cobertura hora a hora de la miseria humana van alimentando una atmósfera permanente de
fatalidad. Y en lugar destacado se sitúa la avalancha de anuncios que advierten de lo que te puede
pasar si no ves la entrevista con Fulanito, si no usas estas cremas contra las patas de gallo o si no
pruebas aquellos yogures con bifidus y soja. Por si la vida no tuviera ya sus propias preocupaciones,
algunos se encargan de fabricarnos otras.

Debajo de nuestras vidas llenas de preocupaciones se esconde, sin embargo, algo más. Mientras
nuestras mentes y nuestros corazones están llenos de muchas cosas, y nos preguntamos cómo
podemos estar a la altura de las expectativas que nos hemos fijado personalmente o que nos han
puesto otras personas, tenemos al mismo tiempo un profundo sentido de estar incompletos.
Mientras estamos ocupados y preocupados por muchas cosas, rara vez nos sentimos
verdaderamente satisfechos o en paz con nosotros mismos.

Es aquí, en este reto de la vida, donde la Compañía de Jesús quiere seguir ofreciendo lo mejor que
tiene de sí misma, su espiritualidad. La espiritualidad ignaciana no consiste en sumar a todo lo que
ya hacemos otras actividades “más espirituales”. No se trata de “…y ahora, además de lo que haces,
apártate de todo y ponte a rezar”. La espiritualidad ignaciana intenta ayudar a vivir la vida de una
forma integrada. Integrar es marcar un horizonte claro en el proyecto personal de vida: un
horizonte que da un plus de calidad y sentido a lo que se va haciendo, que ayuda a vivir
reconciliado con uno mismo, con los demás y con la creación.

La espiritualidad ignaciana es un camino para mirar la vida de una manera nueva, agradecida, con
ojos compasivos y comprometidos, con dosis de humor, de sentido común, de apoyo en los demás,
de una lectura sabia de nuestro pasado para no tomarnos trágicamente el presente y vivir
inspirando futuros. Esa es, en definitiva, la mirada de Jesús de Nazaret.

Un término sintetiza en la historia de la espiritualidad la tarea que ha de hacer la


persona humana para hacer posible la experiencia de Dios en su vida. Ese término
es “disponerse”. Disponerse a recibir el don; dicha expresión sintetiza una serie de
aspectos y actividades: estar atentos, ponerse en el lugar adecuado, dejar sitio para
aquello que va a venir. “El esfuerzo del hombre desde esta fase de la disposición no
se orienta a lograr, conseguir, captar o dominar un “objeto” al que se dirija. El
esfuerzo está orientado, más bien, a hacer disponible, vaciar el propio interior,
hacer silencio en torno a uno mismo y en el propio interior: “estando ya mi casa
sosegada”, para que resuene la Palabra presente en el corazón”

Sesión 1: Crecer en lo interior / 2


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Capacidad de interioridad
Dario Mollá “Cristianos en intemperie. Encontrar a Dios en la vida”. EIDES 47

Entiendo la interioridad en un doble sentido. Por una parte, la capacidad de conectar con el mundo
interior de la propia persona: la capacidad de observar los movimientos interiores, de escuchar
palabras y ruidos internos, de discernir o separar sentimientos y juicios, de sentir correctamente los
deseos y su fuerza, etc...

Pero también, por otra parte, entiendo por interioridad la capacidad de relacionarse con lo exterior
desde dentro de uno mismo, no meramente desde las capas más superficiales de la persona; y ahí
se incluyen cosas como la capacidad de conectar íntimamente, de captar signos, de interpretar
gestos, etc. No es necesario emplear mucho espacio en justificar la inclusión de esta capacidad de
interioridad dentro del perfil del sujeto que quiere estar “disponible” a la experiencia de Dios. Dios
no es evidente, no está en la superficie de las cosas o de los acontecimientos, no es lo primero que
se ve... y la dispersión, la aceleración o la banalidad, tan presente en nuestros ritmos de vida, en
nuestras maneras de estar, mirar o relacionarnos, no ayudan al encuentro con Él.

Dentro de este necesario y complejo trabajo de la interioridad, me gustaría destacar tres áreas de
atención especiales: la “espiritualidad” del cuerpo, la reconciliación con el silencio y la valoración de
la contemplación.

El cuerpo humano, el cuidado, y más allá del cuidado, el culto al cuerpo, es una de las
características propias de nuestro momento cultural, especialmente (aunque no sólo) en las
generaciones más jóvenes. Los medios, las horas, el dinero que se dedica a ello, son abundantes; es
sorprendente lo que un “buen” cuerpo o un cuerpo atractivo condicionan, incluso, la estima de las
personas. Son datos que no podemos ignorar. Porque, además, el cuerpo es un elemento de primer
orden en la capacidad humana de relación: con uno mismo y con los demás, en la buena o en la
mala relación.

Y en nuestro discurso educativo o pastoral sobre el cuerpo, y el uso del cuerpo en la relación con
uno mismo, con los demás y con Dios, hemos de evitar, en mi opinión, un doble extremo. El
extremo de un discurso sobre el cuerpo que lo “demoniza”, lo fustiga o lo presenta siempre como
obstáculo u elemento negativo: en definitiva, un discurso predominante y preferentemente
“moralizador” sobre el cuerpo (normalmente para decir lo que está mal, que suele ser casi todo). O
el otro extremo: el de ignorar el cuerpo; el de un silencio total sobre el papel del cuerpo en la vida
de las personas, o por comodidad o por no saber qué decir. Ni una cosa ni otra ayudan a la gente.
Obviamente, hablamos de cuerpos con sexo, no asexuados, pero cuerpos que son más que sexo.

Es necesario pensar y educar en un uso “espiritual” del cuerpo. De un cuerpo que es mediación
necesaria de nuestras relaciones como personas. Es necesario hacer una reflexión sobre el cuerpo
con más carga “espiritual” y con menos carga “moral”. Porque, además, la primera ha de preceder
necesariamente a la segunda, si ésta ha de ser correcta...

Pensemos en los sentidos. No se trata sólo de “guardar los sentidos”, que sí que habrá que hacerlo
en ocasiones; se trata también de “aplicar los sentidos”9. Sentidos que son las puertas de nuestra
comunicación con el exterior. Con la mirada se puede violentar e incluso violar o se puede acoger y
sanar; el oído necesita ser educado para la escucha, y eso es más que fisiología; las manos pueden
golpear o acariciar, ser posesivas e incluso golpear o transmitir ternura; al gusto hay que educarlo

Sesión 1: Crecer en lo interior / 3


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para saborear, que es un paso necesario para el valorar y agradecer; el olfato puede ser un sentido
interior que nos oriente en la vida cuando no hay demasiada evidencia o claridad... Hablaba
también del silencio, y de una relación “reconciliada” con él. Tengo la sensación de que nuestra
cultura mantiene con el silencio una relación curiosa de amor/odio o, quizá al revés, de
miedo/búsqueda. Por una parte, vemos cómo de tantas y tan variadas maneras se evita el silencio,
desde el uso compulsivo, e incluso socialmente molesto, del móvil, hasta todo tipo de música
ambulante; pero, por otra, se valoran las “escapadas” que de vez en cuando se realizan a diversos
ámbitos de silencio... Para la experiencia de Dios ayuda el hábito de silencio, la capacidad de
silencio. No estoy diciendo que esa experiencia se dé sólo cuando se está en silencio, ni mucho
menos, pero sí que esa capacidad de silencio ayuda a percibirla incluso en medio de la agitación.

Hablamos de un silencio que es más, mucho más, que la ausencia de palabras: “se trata de un
silencio que tiene que ser elocuente con la vida, que es disposición para la escucha de la voz de Dios
en la propia existencia y que no tiene nada que ver con la cerrazón huraña o con la hosca mudez en
la que, con demasiada frecuencia, pretendemos esconder nuestra falta de autocomprensión de la
propia realidad y, obviamente de los acontecimientos que vivimos a lo largo de las horas, del
tiempo y del espacio... Ese silencio no es lo opuesto a la palabra, es lo opuesto al ruido y a la
distracción permanente”.

Añadía un tercer elemento dentro de esa capacidad de interioridad, característica primera del
sujeto de la experiencia de Dios: la valoración de la contemplación. La contemplación no sólo como
una forma concreta de oración o de acercamiento interior y/o místico a determinadas realidades,
sino la contemplación como talante de vida. Y aquí es oportuno recuperar aquello, también
ignaciano, del “contemplativo en la acción” (“in actione contemplativus”), tan limitada y
parcialmente interpretado a veces. Pues esa fórmula no habla de introducir “dosis” de
contemplación en medio de la acción (ni muchas ni pocas): no es ésa la cuestión; se trata de
trabajar, de actuar, de vivir... contemplativamente. Que es una manera particular, más valiosa, de
hacer y vivir la vida...

Un modo de situarse que, por una parte, requiere de una calidad interior (de la que venimos
hablando) y que, por otra, da también una calidad mayor, un alcance mayor, una riqueza más
grande a todo lo que la vida nos aporta. Vivir contemplativamente es vivir respetando la realidad y
las personas, no usurpando el protagonismo que tienen personas y cosas mediante nuestro
autocentramiento, no poniéndonos como pantalla o muro contra el que se estrella todo aquello
que nos es aportado; situarnos con atención, fijándonos en el detalle, valorando el gesto, sin prisa,
dejándose invitar más que invadiendo los espacios del otro, etc... ¡No podemos ni siquiera intuir lo
“nueva” que se vuelve la vida cuando se la vive contemplativamente!

PARA LA REFLEXIÓN…
 ¿Qué es lo que más me resuena de la sesión de hoy?
 ¿En qué ámbito necesito seguir creciendo?
 ¿Posibilitas en tu día a día espacios para el crecimiento interior? ¿Promueves estilos y
ritmos de vida que posibiliten ese crecimiento?
 ¿Tienes la experiencia de un acompañamiento personalizado que te permita el contraste?

Sesión 1: Crecer en lo interior / 4


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NOTAS SOBRE EL SILENCIO


Pedro Arrupe SJ

Es todo un proceso de acallar ruidos, la propia humanas y divinas. Hay que descubrir todas
palabra, hasta llegar a la escucha en el hombre sus dimensiones y la presencia de Dios en la
interior del mensaje de todos los seres y del historia.
Señor de todos los seres. Es un vacío, no lleno Silencio como acogida necesaria del don de
de nada, lleno de presencias que están allí Dios que se nos hace en la vida. Cuando damos
aunque no les prestemos atención. No es una la vida no damos nada, devolvemos. Por eso
evasión de la realidad y de la dureza de la vida hay que darla cada día gratuita y
diaria por domesticarla. Es un entrar en lo más generosamente.
profundo de la realidad misma. Es un viaje al
interior de las cosas, de las personas, de la Silencio que acoge para dar, como María en la
vida. Un renunciar, siquiera temporalmente, a Encarnación. Silencio admirativo, admirador
revolotear en la superficie de las mismas. de todo lo que es vida, allí donde esté. La
capacidad de admiración es uno de los
Es difícil el silencio. Hay que experimentarlo síntomas más claros de la juventud de espíritu.
periódicamente para lograr el reencuentro de
la persona que somos: centro de decisiones. Es un reducto de desierto interior portátil,
lugar de encuentro personal entre Dios y el
Es, ante todo, defensa necesaria de la persona hombre. No es un lujo, es el derecho de ser
y de la personalidad frente a los ataques a los persona. Esta dimensión personal la purifica
que estamos ininterrumpidamente sometidos del peligro de convertirse en dimensión
desde fuera; mil vientos de doctrinas, ante individualista.
ellos, ni dejarse llevar ni anclarse en el pasado
buscando seguridades falsas. La comunidad católica se amasa a golpes de
silencio convenientemente compartidos. Es
La libertad personal se reconquista desde el una manera de decirse mutuamente el respeto
interior de uno mismo palmo a palmo. El a la necesaria intimidad del otro e invitarle a
silencio es atmósfera imprescindible para que entre en ella.
soldar fracturas de personas descoyuntadas
entre decisiones y contradicciones. La El silencio es también una manera de palabra
extroversión hecha hábito, hace que dé miedo cristiana necesaria ante el misterio, ante el
y vértigo el vacío del silencio y se rebuscan dolor propio o ajeno, ante la violencia y la
dosis de ruido y acción, como el drogadicto las injusticia que se nos infringen. No sólo será la
busca de droga. Nos debe mover la voluntad voz de los que no tienen voz, sino a veces,
de ser libres y de experimentar esta libertad. compartir también el silencio de los que no
Es necesaria la familiaridad con el silencio de la tienen voz, como el siervo de Yahvé.
contemplación para alcanzar amor, para ser Es el silencio del que discierne sobre la acción
apóstol capaz de acoger, educar y redimir a las de Dios y la suya en el mundo, del apóstol
personas. comprometido por misión con el hombre y su
Es distancia necesaria para quien ha de historia. ¡No malgastemos la Buena Nueva en
cambiar en la historia haciéndola, no a ciegas, palabras que no han nacido del silencio!
sino discerniéndola iluminadamente. Una
experiencia no reflexionada es una experiencia
no vivida. Hace falta a la vez presencia y
distancia de la realidad para contemplarla en
su contexto de relaciones con otras realidades

Sesión 1: Crecer en lo interior / 5

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