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El 'objeto' en la obra de Adolfo Nigro

Andrea Giunta

Escribí la primera versión de este ensayo en 1986, hace 17 años. Lo que aquí se
publica es una revisión posterior, que en 1989 recibió una mención en el premio
Jorge Feinsilber. La lectura y los comentarios que Elena Oliveras hizo en ese
momento fueron centrales. Durante estos años transcurrió una parte importante de
mi vida personal junto al artista sobre el que escribo.
Es probable que este ensayo haya tenido un rol particular en el inicio de esa
historia.
Este breve relato pretende señalar la distancia que existe entre mi trabajo actual y
el momento en el que inicié mis tareas de investigación y de escritura sobre arte.
Sirve, también, para destacar el contexto que marcó el tono despojado que
caracteriza a este ensayo; una forma, probablemente, de establecer cierta
distancia profesional frente al trabajo de un artista con el que compartía mis días.
Hoy no lo escribiría del mismo modo. No sólo porque borraría esa medida
impuesta como disciplina para alejar al lector de toda intimidad, sino porque
también me encuentro distante del método y de la perspectiva de análisis que aquí
utilicé.
No obstante, decidí reeditarlo casi sin modificaciones, porque creo que, a pesar de
los condicionamientos señalados, aporta materiales para la comprensión de una
particular forma de expresión en la obra de Adolfo Nigro.
Creo que es útil, especialmente, para aproximarse a los objetos que realiza hasta
fines de los años '80. Después, la creatividad del artista transformó muchos de los
parámetros que aquí se proponen para la interpretación.
El texto opera, entonces, como prueba de que todo análisis crítico podría
considerarse un proceso de reescritura y revisión permanente. La escritura sobre
arte, entendida como proceso de creación, implica el continuo replanteamiento de
perspectivas e interpretaciones.
La decisión de reeditarlo, finalmente, obedece a razones personales: puede
entenderse como un homenaje al artista y, muy especialmnte, a Violeta, nuestra
hija.

Buenos Aires, junio de 2003

Introducción

Este ensayo tiene como objetivo principal analizar los significados de la


producción objetual de un artista argentino contemporáneo: Adolfo Nigro. Frente a
nuestra necesidad de partir de una definición de los ‘objetos’, nos encontramos
con una falta de precisión terminológica y conceptual. Es por esto que debimos
ante todo delimitar su campo y ensayar luego una definición. Ésta tiene en cuenta
los materiales que intervienen en los ‘objetos’ y su sintaxis. A través de una
semántica y una pragmática del ‘objeto’ tratamos de ver cuál es la relación entre
estos “objetos-signos” y lo que denotan, y qué mecanismos se utilizan en ellos

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para relacionarlos con sus intérpretes espectadores.
Elegimos introducirnos en la producción objetual de un artista en particular porque
consideramos ésta la mejor manera de comprender las posibilidades que este
medio expresivo ofrece. Creemos, por otra parte, que este trabajo abre
posibilidades a futuras investigaciones: la definición y clasificación general y el
análisis particular de la obra brindan los instrumentos para elaborar la aún
inexistente historia del objeto en la Argentina.

I. En torno de una definición del objeto artístico

“Cuadro-objeto”, “escultura-objeto”, “construcción”, “assemblage”, “collage-relieve”


o simplemente ‘objeto’, son las múltiples denominaciones que han recibido un
conjunto de creaciones artísticas propias y exclusivas de nuestro siglo.
Estos ‘objetos’ se caracterizan por reunir materiales y objetos funcionales
preexistentes que, descontextualizados, son resemantizados al ser ubicados en un
nuevo contexto. La inclusión de la realidad en el campo de la representación da
lugar a una enorme ampliación de los dominios tradicionales del arte. Hoy
podemos considerar el ‘objeto’ como una técnica artística autónoma de otras y
como canal privilegiado de mensajes que encuentran en él su mejor forma de
materialización.
El ‘objeto’ revoluciona el concepto de arte. Materiales que no se concebían como
apropiados para la expresión artística son incorporados como válidos e idóneos. El
proceso creativo es también subvertido: el hacer artístico de crear formas
partiendo del blanco de la tela o del bloque indeterminado de mármol es
reemplazado por el acto de apropiación de un objeto cotidiano por un artista que le
da un nuevo nombre y lo firma haciéndolo suyo.
El nombre de ‘objetos’ les fue dado por los surrealistas y específicamente por
Breton, el sintetizador del movimiento. En 1935 Breton pronuncia en Praga una
conferencia: “Situación Surrealista del objeto”, en la que nos proporciona una
definición de lo que en ese momento se consideraba objeto surrealista: “...cierto
tipo de minúscula construcción no escultórica [que no] merece exclusivamente el
nombre que se le ha dado, nombre que sigue ostentando a falta de designación
más ajustada”.1
Más de cincuenta años después no se ha encontrado una denominación más
adecuada. Etimológicamente objeto significa “arrojado ante”. Este “ante” implica
un sujeto frente al cual está el objeto. Es por lo tanto objeto todo aquello que se
presenta ante un sujeto, todo lo que se opone a un sujeto. Sin embargo, en el uso
que se ha hecho de este término, el sentido se ha restringido. Hoy denominamos
objetos a todo lo que se ha fabricado, construido o diseñado por el hombre para
cumplir una función. El objeto es funcional y se define por su uso. Fuera de estos
objetos hechos por el hombre están las cosas, creadas por la naturaleza. El objeto
cotidiano ha sido creado para cubrir una necesidad, para ser manipulado de
acuerdo con un uso en función del cual tiene determinada forma y adquiere un
valor. Se caracteriza por pertenecer a una serie de objetos idénticos, por tener una
vida promedio, por ser sustituible y por ser de autor anónimo. Son ofrecidos por la
sociedad, consumidos por el individuo y se distribuyen a través de los medios que

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utiliza la sociedad de consumo.2
El ‘objeto’ artístico comparte algunos elementos y desecha otros de la definición
etimológica y de la definición funcional. Está fuera del sujeto pero no como
opuesto, sino como proyección de su subjetividad en el mundo exterior. Expresa
las relaciones existentes entre la percepción de lo exterior y el yo. Por otro lado,
no está concebido para cumplir una función ni para ser manipulado de acuerdo
con un uso. Son objetos antifuncionales, hechos para ser contemplados, pensados
en busca de un significado y gozados estéticamente. Carecen de la identidad que
guardan entre sí los producidos en serie, son únicos y por lo tanto insustituibles,
su nombre no implica una generalización sobre un conjunto: cada ‘objeto’ lleva un
título que le pertenece y que completa su significado. Su valor no lo adquieren en
función de un uso sino de valores estéticos, simbólicos y culturales. Son
producidos por individuos que los firman, es por lo tanto un mensaje cuyo emisor
es el creador y cuyo receptor es la sociedad. Se distribuyen a través de los
mismos circuitos que las obras de arte.
Este rodeo nos permite mostrar que el nombre de objeto en sus acepciones
corrientes no define totalmente a nuestros ‘objetos’. Esta insuficiencia, que ya
señalaba Breton, no ha sido superada por el hallazgo de una denominación más
precisa y en todos estos años se ha impuesto. Por otro lado, consideramos este
nombre más revelador que otros porque hace alusión a la intención de dar
existencia objetiva a procesos subjetivos. Es por esto que, más que ocuparnos de
buscar una nueva denominación, queremos redefinir al ‘objeto’ artístico de
acuerdo con las posibilidades expresivas que sólo él puede ofrecer.
A diferencia de la escultura, el ‘objeto’ abre un inmenso campo de investigación en
el que el deseo de experimentación, el azar, el juego, la ironía actúan como
motores. Cada vez más concebida para grandes espacios, la escultura se aleja del
pequeño tamaño y se vuelve monumental. A diferencia del ‘objeto’ requiere
intensa reflexión y proyección previa. Y si bien hoy el concepto de escultura se ha
ampliado tanto que no podemos considerar como tal exclusivamente a un trozo de
materia conformado por el hombre, las posibilidades del ensamblaje de partes le
han sido abiertas por el ‘objeto’.
El campo expresivo que inaugura el ‘objeto’ artístico quiebra en varios sentidos la
concepción tradicional de arte, tanto en lo que hace a la estructura de la obra
como en lo referente al productor y al consumidor de la misma. La introducción
directa de elementos cotidianos rompe los límites de lo que hasta ese momento
constituía el campo del arte. Aparece así una estrecha relación entre arte y vida en
la que muchas veces entra en cuestión el ordenamiento de la realidad. El
espectador se compromete de una manera más directa, frente a la obra el
receptor renueva sus mecanismos de interpretación y se ve obligado a reflexionar
sobre el mundo real y la vigencia de sus valores. Es, quizás, esta jerarquización
del plano pragmático el mayor aporte que este género ha hecho al arte
contemporáneo. Nos remite a contenidos claramente sociológicos pues advierte
acerca de los peligros del consumo, rescata al objeto de las indiferenciación,
descubre facetas ocultas en la funcionalidad, reacciona contra las jerarquías
establecidas, provee al espectador de recursos críticos.
Nuestra pregunta es ahora por qué estos ‘objetos’ surgen en el siglo xx y no antes.
Su aparición y desarrollo tienen que ver con una modificación en la manera de

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pensar el objeto cotidiano. No nacen como resultado de la aparición de materiales
que no existían anteriormente. Se emplean materiales y objetos tradicionales:
cartón, madera, soga, rueda, escurrebotellas... lo que cambia es la posibilidad de
pensarlos juntos y como medio de expresión artística.
Nuestro siglo se planteó la inutilidad de los objetos unifuncionales, constituidos por
una materia y una forma que nos habla de esa función (“objetos antiguos”). La
necesidad de crear nuevos objetos condujo al crecimiento geométrico del desecho
y a la aparición de un “cementerio” objetual. Junto a la necesidad renovadora
surge también la de polifuncionalidad. Es así que el material y la forma de un
objeto destinado a múltiples usos ya no nos hablan de su función, se rompe la
relación materia-forma-función que existía en el objeto antiguo. En el objeto
contemporáneo, materia y forma dejan de ser esenciales; lo que cuenta es, sobre
todo, la estructura funcional constituida por piezas, capaces de actuar en otras
estructuras.3
Esta crisis del objeto funcional es percibida y utilizada por el arte. En 1924, en su
“Introductionaudiscours sur le peu de réalité”, Breton propone, partiendo de
objetos cotidianos fabricar ‘objetos’ que sólo se perciben en sueño: “¿quién sabe
si, al hacerlo, contribuiría a la aniquilación de esos trofeos concretos y tan odiosos,
a sumir en el mayor descrédito esas cosas y esos ´seres´ de razón?”.4 El ataque
al mundo cartesiano de la razón implica también el ataque al objeto cotidiano. A
través del ‘objeto’ surrealista se busca subvertir el orden de la realidad exterior
para expresar la realidad interior. Esta crisis del orden exterior explotada por los
surrealistas y antes por los dadaístas es una crisis percibida y apropiada y no
inventada.
La idea del objeto contemporáneo como estructura polifuncional formada por
piezas que pueden funcionar en otras estructuras, también aparece en el ‘objeto’
artístico. Objetos cotidianos y materiales de remota procedencia funcionan como
variables en la estructura del ‘objeto’, y también pueden serlo en otras estructuras
“objetuales”. El ‘objeto’ artístico como el objeto contemporáneo no está ya
constituido por una materia única.
La crisis y el desecho del objeto antiguo y el surgimiento del objeto
contemporáneo son procesos paralelos y relacionados al nuevo ‘objeto’ artístico;
proporcionan el material y la posibilidad de pensarlo. El ‘objeto’ artístico surge
vinculado con una crisis del objeto en general que es propia y característica de
nuestro siglo.
Pero el nacimiento del ‘objeto’ artístico puede también explicarse dentro del
sistema de las artes. Partiendo de las experiencias de Picasso y Braque, el
cubismo utilizó la alomaterialidad subordinándola a la estructura sintáctica de la
obra, en función de su composición. Los constructivistas rusos agregan la
exploración de los valores expresivos inherentes a los materiales confrontados en
sus construcciones. Duchamp y los dadaístas toman el objeto en su totalidad y lo
convierten en un acto de provocación y de cuestionamiento del ordenamiento de la
realidad articulado sobre la ironía. Los surrealistas encontraron en éstos la
posibilidad de transgredir el orden lógico de la realidad exterior para expresar la
realidad interior. En ellos se pasa de la provocación dadaísta a la búsqueda de
una significación. Neo-dadaísmo, pop, nuevo realismo se interesan por la estética
del desperdicio, incorporan elementos de la ActionPainting, de la práctica del azar

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y derivan en implicancias sociológicas al caer en una apología de la civilización
industrial o al concebirla como amenazante. También en nuestro país ha habido
un intenso desarrollo del campo objetual. Del Prete, Berni, Badii, Heredia, Grippo,
Portillos, Kemble, Onofrio, entre muchos otros, han realizado experiencias
contribuyendo a enriquecer esta nueva área expresiva de las artes plásticas.
Como posibilidad constructiva, como medio para experimentar con la capacidad
expresiva del material, como negación o como afirmación del mundo
contemporáneo, como instrumento de integración entre el sujeto y el objeto, como
ámbito de libertad infinita, el ‘objeto’ ofrece posibilidades privilegiadas. Por su
inmediatez, flexibilidad y fuerza expresiva, difíciles de lograr con los medios
tradicionales de representación, su uso se ha ido ampliando a lo largo de nuestro
siglo. Su versatilidad como medio expresivo lo hace apto para las propuestas
comunicativas más opuestas, lo convierten en canal insustituible e idóneo para
determinados mensajes. Es este carácter de insustituible y el prolífico uso que se
ha hecho de él lo que le otorga validez e independencia dentro de las
posibilidades expresivas del arte.

II. Definición técnica del ‘objeto’. Propuesta de clasificación

Desde el punto de vista de su conformación, definimos a los ‘objetos’ artísticos


como el resultado de la presentación modificada o no de un objeto funcional, de la
unión de dos o más objetos funcionales o materiales no tradicionales en el arte, en
la tercera dimensión (bulto o bajorrelieve). Estos objetos funcionales, formas o
materiales pueden ser elegidos intencionalmente o hallados por azar. Dentro de la
estructura del ‘objeto’ artístico estos elementos sufren una transformación plástica
(a través de la unión en un mismo ‘objeto’ o por medio de elementos plásticos
adicionados como líneas, manchas o grafismos) y una transformación semántica.
Partiendo de esta definición y de acuerdo con la utilización que hacen del espacio
y a su mayor o menor dependencia de otras técnicas, podemos establecer una
clasificación de los ‘objetos’ en:
a) Objetos presentados: son aquellos en los que el objeto funcional es presentado
solo, modificado o no en su posición, con un título resignificante. Dentro de este
tipo encontramos algunos ready-made de Duchamp: "Escurrebotellas", 1915;
"Anticipo para el brazo roto", 1915-1964; "Percha para sombreros", 1917-1964;
"fuente", 1917 o de MortonSchamberg, "Dios".
b) Objetos modificados: son los ‘objetos’ en los que intervienen más de un objeto
funcional, forma o material. Pueden resultar de la yuxtaposición de objetos
funcionales enteros o fragmentados (Duchamp, "Rueda de bicicleta", 1913;
"Fusione di una testa e di una finestra" de Boccioni, 1912), o estar construidos con
formas o materiales preexistentes no tradicionales (Picasso, "Guitarras", 1912). A
estos ‘objetos’ pueden agregarse o no elementos inherentes al lenguaje plástico
(líneas, manchas, grafismos), que actúan como nexo plástico dentro de la
composición, o con función icónica (creando signos). Se vinculan con el concepto
espacial del bajorrelieve (Miró, "Table a moustache", 1931; "Retrato de una
bailarina", 1928; Max Ernst, "Fruto de una larga experiencia", 1919; ManRay,
"Cómo escribir un poema", 1923; Duchamp, "Ajedrez de bolsillo", 1943-44) o al de

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la escultura de bulto (ManRay, "Cadeau", 1921-63; Duchamp, "Aire de Paris",
1919-1961), su título hace alusión al significado de la obra.
c) Objetos-construcciones: son aquellos en los que se parte de los elementos
abstractos para realizar un ‘objeto’ abstracto cuyo título no hace referencia a
ningún significado. En ellos es fundamental la capacidad expresiva del material
empleado. Estas construcciones pueden ser estructuras geométricas (Schwitters,
"Konstruktio", 1921; Tatlin, "Relieve en ángulo", 1915; Torres-García, "Estructura
escultórica", 1929; Rodchenko, "Construcción en el espacio", 1920) o informales
(Millares, "Pintura", 1961).
d) Cuadro-objeto: es aquel en el que interviene como soporte el cuadro pintado.
Materiales u objetos funcionales entran en relación con la representación de la
pintura (Max Ernst, "Dos niños perseguidos por un ruiseñor", 1924. "El pájaro tenía
razón", 1926; "Loplop presenta a una muchacha", 1930-36).
e) Objeto-caja: en éstos es fundamental el rol de la caja como creadora de un
espacio propio en el cual se establecen los contactos entre objetos funcionales y
materiales. La caja puede estar cerrada o no, lo que interesa es el significado que
ésta tiene como portadora de un espacio diferenciado del cotidiano (Joseph
Cornell, "Eclipse progresión", 1962; Arman, "Clic-Clac Rate", 1960-66;
LouiseNevelson, "Composición real V", 1960).

III. Semántica y pragmática del ‘objeto’

El objetivo de una semántica y una pragmática del ‘objeto’ es por un lado


establecer el proceso a través del cual se convierte en signo y la relación que
guarda con su designata, y por otro delimitar los mecanismos de los que se vale el
artista creador de ‘objetos’ en la estructuración de los mismos, con el fin de
persuadir al receptor-espectador.
En el "objeto-presentado" la distancia entre arte y vida parecería desaparecer
puesto que se parte del objeto funcional tal como lo encontramos en nuestro uso
diario. Sin embargo el ‘objeto’ artístico se aleja de lo cotidiano y convierte al objeto
funcional en signo. A través de la descontextualización, lo aleja de su significado
primero o denotación (lenguaje "llano"). Consideramos en los objetos cotidianos
una doble articulación del sentido: un sentido denotado, al que corresponde la
función de ese objeto, y un sentido connotado, vinculado con el campo sensorial y
afectivo. Sobre este último aspecto pone el énfasis la publicidad y es también el
que entra en juego en los ‘objetos’ artísticos: valores táctiles, visuales y
simbólicos. En cierto sentido podemos hablar de un metalenguaje objetual en
tanto los ‘objetos’ artísticos son en algunos casos una reflexión sobre los
cotidianos. Esta posibilidad de reflexionar sobre el sistema de los objetos desde el
sistema de las artes ofrece la ventaja de partir de un material cargado de vida y de
significación. El ‘objeto’ es un ensamblaje de materiales provistos de sentido. No
es la materia informe, el bloque indeterminado de mármol, sino el "urinario"
("Fuente", Duchamp), y los significados denotados y connotados por su existencia
previa al ingreso al mundo de la obra. El partir del objeto funcional compromete
directamente al individuo que lo emplea y que ahora se convierte en destinatario
de un mensaje a decodificar. El ‘objeto’ incorpora al campo artístico objetos que

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antes podían pasarnos desapercibidos: en el ‘objeto’ redescubrimos a los objetos.
El artista creador se vale en la estructuración de su mensaje de persuasión
(figuras retóricas). Éstos tienen como objetivo iluminar un aspecto inédito de la
realidad, abrir una nueva posibilidad de conocimiento. De acuerdo con esto
entendemos la retórica como "nutritiva"; es decir, como técnica de persuasión
basada en soluciones no codificadas, nuevas, que no confirman el código del que
se parte sino que lo ponen en crisis y lo enriquecen. La retórica parte en su
proceder del concepto de desvío o transgresión de una norma aceptada como tal
dentro de determinado sistema. El sistema de los ‘objetos’ artísticos se configura
en su comienzo partiendo de la transgresión de la norma de otros dos sistemas: el
de los objetos y el de las artes.
En el caso del sistema de los objetos la norma está dada por su funcionalidad. Al
parecer en el ‘objeto’ separado de su función denotativa (grado cero), el objeto se
nos muestra ajeno, distante, inédito. El desvío de la norma se produce a través de
la descontextualización en primer lugar y luego, actuando sobre la identidad formal
del objeto, por medio de las cuatro operaciones retóricas de supresión, adjunción,
sustitución e intercambio. Estas operaciones actúan suprimiendo una parte,
sumándole otro elemento, sustituyéndolo en parte por otro objeto, cambiando su
disposición o alterando su ordenamiento interno. Dan lugar a diferentes figuras
retóricas destinadas a producir efectos de sentido particular. Cuando
Duchampdesfuncionaliza la bicicleta, suprime una parte y coloca una rueda sobre
un banco, trabaja con la ironía y la sinécdoque. Convierte a la rueda, como parte
de la bicicleta, en un antimecanismo, la aleja de su significado denotado y la
transforma en una reflexión crítica sobre sí misma. A través de metáforas,
hipérboles, símbolos, etcétera, el artista nos conduce a una reflexión sobre la
significación y trascendencia del mundo de los objetos.
En relación con el sistema de las artes y específicamente con el de la escultura, el
desvío de la norma se da en primer lugar por la alomaterialidad; es decir, por la
introducción de materiales extraños a los específicos escultóricos. En segundo
lugar, se transgrede la norma del hacer escultórico: ya no se esculpe, no se funde.
Se selecciona, se presenta y se eleva al rango de obra de arte a los objetos más
dispares. Este desvío implicó para el sistema de las artes un ensanchamiento que
multiplicó sus posibilidades expresivas.
A través del desarrollo que ha tenido el ‘objeto’ podemos hablar hoy de un sistema
de los ‘objetos’ artísticos. Dentro de este sistema, la descontextualización de los
objetos funcionales, la alomaterialidad y la creación como presentación son
normas. Estas normas, que funcionan como transgresión en relación con los otros
dos sistemas, son fundamentales en la significación del objeto “artístico”. Dentro
de su estructura, materiales y objetos funcionales se relacionan a través de sus
connotaciones creando un nuevo objeto y dando lugar a lo que Barthes denomina
“campo de dispersión” del sentido: se nos presenta como portador de una cadena
flotante de significados entre los cuales podemos elegir unos e ignorar otros.
Frente a esta polisemia el título actúa como anclaje de uno de los significados. Es
un metalenguaje aplicado a los signos del mensaje icónico, es un control frente al
poder proyectivo de sus significados, tiene un valor regresivo. Por otro lado, este
‘objeto’ depende de un código individual: el del artista que lo produce (idiolecto).
La comprensión del funcionamiento de los mecanismos retóricos y del proceso de

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resemantización del objeto funcional en el ‘objeto’ artístico nos permitirá acceder al
significado de la obra y comprender el idiolecto del artista. Hay que señalar, sin
embargo, que al estructurarse en forma ambigua respecto del código general, el
mensaje del ‘objeto’ artístico es siempre susceptible de nuevas interpretaciones.
La obra no se agota en una única decodificación.

IV. El ‘objeto’ en la obra de Adolfo Nigro

A través del acercamiento a un conjunto de ‘objetos’ creados por un mismo artista


buscamos explicitar los mecanismos que intervienen en su construcción y qué
posibilidades expresivas ofrece.
Dentro de la producción pictórica de Adolfo Nigro, el objeto representado ocupa un
rol protagónico. Desde 1969 aparece en su obra con características que se
mantienen hasta 1985. Es un objeto cotidiano, simple, constituido por una sola
materia y destinado a un único uso. Se encuentra dentro de lo que Van Lier
denomina objeto “antiguo”. Es ese objeto de uso que a lo largo de los siglos ha
permanecido casi invariable: tazas, platos, jarras, ruedas, cucharas, lámparas,
etc., junto a éstos encontramos objetos cósmicos: estrellas, lunas y objetos de
comunicación: barcos, boletos, señales de ferrocarril, estampillas. Animales (pez,
caracol, gallina) y vegetales (ramas, juncos, papas, cebollas, tomates, hojas,
flores) integran también el mundo objetual de sus pinturas. Estos objetos nos
hablan de un determinado significado simbólico que se desprende de su
comprensión grupal: pertenecen a un mundo ajeno a la ostentación, primitivo y
cercano a la naturaleza.5 Aparecen dentro del espacio pictórico estableciendo
relaciones arbitrarias entre sí. Dotados de vida propia vuelan, se arrojan sobre las
ciudades, se fragmentan, se depositan en espacios estratificados, habitan entre
otros objetos, pero siempre se mantienen diferenciados de aquellos que los
acompañan. Es un objeto autónomo, capaz de establecer relaciones insólitas e
inéditas y que se caracteriza por su pertenencia a un mundo concreto, el del
artista: "Este boleto y no otro; el número de la casa de Rosario, donde viví mi
infancia; aquella taza de café con leche; la carta del amigo que vive en Barcelona;
el pan, la cuchara y el plato de todos los días".6
Como ícono este objeto es un leguisigno, representa una idea general, con un alto
grado de abstracción, una esencia del objeto. Autónomo, libre, biográfico, este
objeto representado encuentra su continuidad en el ‘objeto’ creado a partir de
1987.
Paralela a su producción pictórica desarrolla el collage. Desde un principio
intervienen simultáneamente las dos posibilidades expresivas del collage: plástica
y significativa. Los trozos de papel, de cartón, de arpillera, actúan en la estructura
plástica por su forma, su color, su textura. Pero también aportan aquello que
significan por su procedencia, por su significado anterior al ingreso al mundo de la
obra. Al poder evocador del material se agrega el de las palabras, las letras y los
números.
En el collage y en la pintura se plantean los conceptos de interrelación y unidad
entre el mundo de la obra y el de la realidad y también entre los objetos dentro de
la obra. Esta idea se expresa a través del desplazamiento de una cualidad de un

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objeto a otro: un trozo de arpillera es una luna amarilla, un fragmento de diario, un
barco, un boleto, una chimenea; o también por medio del color: el color del cielo es
el de la rueda, el de una taza, el de la tierra; o el rojo del tomate en la luna, en una
estrella de mar, en un pez. Estos conceptos de unidad y de integración comienzan
a partir de 1984-85 a incidir sobre el objeto mismo, a transformarlo. Una forma es
al mismo tiempo barco, costa, cielo. Contornos y colores de la representación de
distintos objetos se unifican en una misma forma. La luna y el pez son luna-pez, la
mano y el barco hombre-barco. Hay un proceso de mutación integradora donde
los límites que se nos imponen en la realidad desaparecen y donde el objeto
mismo se vuelve irreconocible. En 1986 y 1987 (año en que aparecen los
‘objetos’), su transformación es total. Las metamorfosis se suceden y en un fluir
ininterrumpible, los objetos invaden todo el espacio de la pintura. Es importante
señalar que la temática en este momento se vincula con el agua (la costa, la orilla,
el litoral, sus "habitantes" y "moradores"), por lo tanto estas transmutaciones se
producen en un medio líquido, origen y fin de la vida, lugar donde se unifican todos
los seres de esta tierra y que, por lo tanto, se constituye como símbolo de
transformación, de gestación, de nacimiento. Como señala Cirlot, "la inmersión en
las aguas significa el retorno a lo preformal, con su doble sentido de muerte y
disolución pero también de renacimiento y de nueva circulación, pues la inmersión
multiplica el potencial de la vida".7 Esta metamorfosis no es, sin embargo, su
muerte sino la transfiguración durante su propia vida. Es por esto que, pese a ser
casi irreconocible, el objeto permanece.
Así llegamos a la aparición de los ‘objetos’, simultánea al momento en que se
hacen irreconocibles en la pintura. Éstos nacen como hijos de toda su obra
pictórica y sus collages anteriores, pero guiados por otra necesidad expresiva. El
objeto funcional ingresa en ellos íntegro o seccionado, fundiéndose con otro por
semejanza de forma o de color, mutando su forma en otra. Corresponden
íntegramente a la definición que hemos dado del ‘objeto’: son el resultado de la
unión de objetos funcionales y materiales elegidos intencionalmente que, dentro
de la estructura del ‘objeto’ artístico, sufren una transformación plástica y
semántica. Dentro de nuestra clasificación corresponden a los "objetos
modificados" y a los "objetos-cajas".
En sus "objetos modificados" predomina la idea de asociación de elementos en el
espacio real, cotidiano. Domina la frontalidad, no están hechos para ser vistos
desde distintos puntos de vista, sino desde adelante. Podemos distinguir en ellos
dos planteos espaciales: para ser colgados en el muro ("Herramientas del Mar",
"Guitarras", "Girasol", "Figura", "Pájaro", "La noche del pescador"). Para colocarlos
en un soporte ("La casa del pescador", "El ojo del pez").
Los "objetos-cajas" son los concebidos en función de un espacio diferenciado del
espacio real. La caja actúa como ámbito de materialización y les impone un
ordenamiento que plantea polaridades: adentro-afuera, arriba-abajo, izquierda-
derecha. Asociadas con la caja están las ideas de conservación, de cuidado, de
creación de un mundo aparte, separado del mundo cotidiano. Diferenciamos dos
tipos de "objetos-cajas":
a- Aquellos en los que sólo se utiliza el espacio interior de la caja –fondo– que
funciona como soporte a partir del cual avanzan los elementos. Este fondo es
uniforme, sin divisiones. Los objetos que se encuentran en su interior dialogan con

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ella exclusivamente en función de la idea de interioridad.
b- ‘objetos’ en los que la caja en su totalidad es soporte y no solamente el fondo
como en las anteriores. Su interior se divide y cada parte se convierte en elemento
significante. La caja actúa como referencia en función de la cual se establecen las
relaciones espaciales polares: adentro-afuera, arriba-abajo, derecha-izquiera,
adelante-atrás. En éstos, la caja evidencia los parámetros espaciales del mundo
exterior y sus significados, así como las relaciones entre el espacio del ‘objeto’ y el
espacio exterior. Dentro de la caja, se utilizan todas las relaciones espaciales que
la misma propone. Fuera de ésta, hay una selección significativa: sólo se utiliza la
cara superior y la parte de adelante. El uso de la parte superior simboliza la idea
de ascensión, de penetración en niveles superiores (del conocimiento, del
espíritu). Es un uso positivo, que se opone a la simbolización de la parte inferior,
vinculada con la idea de descenso, de inferioridad, de retroceso. El empleo de la
parte delantera también tiene un significado positivo: se asocia con la idea de
crecimiento, de futuro.
"Objetos modificados" y "objetos-cajas" comparten una dirección predominante en
su estructura: la verticalidad. Ésta actúa como eje articulador en función del cual el
‘objeto’ adquiere unidad plástica. Este sentido vertical también apoya el
simbolismo de la ascensión. En ambos se emplean objetos funcionales,
materiales, elementos plásticos, elementos conjuntores, palabras, letras, números.
Los funcionales son de larga historia, anteriores a nuestro siglo, primitivos,
unifuncionales: polea, llave, centímetro, escuadra, colador, lápiz, percha, corcho
de botella, pincel, etc. aparecen siempre desfuncionalizados, alejados de su
significado denotado. Se remantizan a través de connotaciones lejanas o cercanas
que los convierten en significantes de otros significados. No han sido encontrados
por azar, sino elegidos por estar vinculados con un mundo objetual que ya se
había definido en su pintura. En ese sentido, no es cualquier escuadra, sino "esa"
escuadra. Se caracterizan por haber compartido aunque sea brevemente la vida
del artista.
Seleccionados por su tosquedad y rusticidad, los materiales empleados nos
remiten a un mundo primitivo. Esta elección implica también el rechazo al
desarrollo industrial de nuestro siglo. Madera, arpillera, cartón, papel, piedra,
cerámica, se introducen con un grado de geometrización formal. En muy pocos
casos se emplean fragmentos informes. Estos materiales se integran a la obra a
través de los significados que puedan connotar por su forma, su procedencia, su
color. También se caracterizan por provenir de un lugar en el que estuvo el artista
o por estar vinculados con su mundo: son las piedras que juntó en la playa,
cartones y telas gastados por un uso personal y que, como pertenecientes a su
mundo, funcionan como sinécdoques del mismo. Por otro lado, estos materiales
introducen por su pertenencia al reino vegetal y mineral la presencia de éstos en la
obra. A veces, se integran como elementos significantes, otras como elementos
plásticos en función del equilibrio compositivo o por la cualidad plástica de su
textura.
Línea, mancha, color, grafismo, recursos inherentes al lenguaje de la pintura,
enriquecen la superficie, crean signos (ojos, estrellas, escaleras, lunas, caracoles,
manos, picos, etcétera) o por medio del color dan significado a una forma a través
de las connotaciones que éste pueda tener (amarillo como la playa, como la

10
arena; azul del mar o de la noche), funcionan metafóricamente. La paleta es
siempre la que proporcionan los primarios más blanco y negro; naranja, verde y
violeta casi no se emplean. Palabras, letras y números tampoco arbitrarios. Son
letras de nombres de seres queridos, palabras que indican una dirección (el Sur),
números que señalan una fecha determinada. Los elementos conjuntores
(piolines, clavos, alambres, ganchos) se utilizan para atar, colgar, cerrar espacios
(función física), para articular acentuando la verticalidad, crear ritmos, crear formas
(función plástica), o asociados metafóricamente con otros objetos: el piolín es la
tanza para pescar la cuerda de la guitarra, el entramado de la red, los cabellos de
una mujer (función sígnica).
Sus ‘objetos’ no se construyen con un plan determinado previamente, surgen de la
experimentación con múltiples posibilidades de encuentro entre los diferentes
elementos. Son el resultado de un juego entre el azar, que plantea infinitas
posibilidades, y la elección de una de ellas por coincidir con el mundo creativo del
artista. El título tiene la función de anclaje de uno de los significados, tiene un valor
regresivo que nos permite seleccionar un significado entre los muchos que nos
propone.
Dentro de los "objetos modificados", las "Guitarras" se caracterizan por no
incorporar objetos funcionales. Sólo intervienen materiales, elementos plásticos,
letras y elementos adjuntores. La guitarra está representada por algunas de sus
partes: cuerdas, clavijas, caja de resonancia (sinécdoque). En general, el
instrumento aparece asociado con otro elemento: estrella, gallo y viento.
En "Guitarra y estrella", ésta es una piedra en la que se ha formado con la soga
atada a ella el leguisigno de estrella. La soga aquí tiene dos funciones: atar la
piedra y dar forma a la estrella y ambas se unen como conjunción de opuestos
(antítesis). La piedra participa con su presencia material y concreta y aporta un
conjunto de connotaciones asociadas con el paradigma piedra: opacidad,
pesadez, parte de la tierra (sinécdoque de tierra), asociada con lo terrenal, con lo
contingente. La estrella está representada, por lo tanto, no tiene una existencia
real en la obra sino evocada. Aporta las connotaciones de brillantez, de
pertenencia al cielo como parte de lo que está en él (sinécdoque de cielo) símbolo
de lo elevado e inalcanzable, de lo trascendente y espiritual. Pero la "estrella-
atadura de la piedra" forma una unidad en la que intervienen el mundo espiritual,
el mundo material y el acto humano de atar que permite unir esas dos esferas.
Hay una dialéctica entre la piedra y la estrella cuya síntesis es la unión a través de
la acción del hombre. Esta síntesis implica también elevación (la estrella está en la
parte superior). Nos encontramos frente a un símbolo de superación que está
enfatizado por el triángulo ascendente que forman los clavos debajo de ella.
Las "herramientas del mar" integran elementos funcionales (soga, escuadra,
pinceles) descontextualizados, junto a materiales y elementos adjuntores. Entre
estos instrumentos no hay ninguno reconocible, son objetos que parecen
destinados a varios usos. En "Herramientas del mar II" la escuadra se asocia
metafóricamente, por semejanza de forma, con lo que podría ser la punta de un
arpón o de un cuchillo. La soga, elemento que también encontrábamos
frecuentemente en sus cuadros, aparece aquí desfuncionalizada, desata; como en
los cuadros, es símbolo de libertad y no de cautiverio y, al mismo tiempo,
posibilidad de unión de la conciencia exterior del hombre con su esencia espiritual.

11
En este ‘objeto’, el símbolo de libertad está asociado con la idea de resguardo, de
cuidado que implica la caja que la contiene. Es una libertad resguardada,
protegida. Tanto las herramientas como las guitarras connotan la presencia
humana, única capaz de darles sentido por el uso, de ponerlas en funcionamiento.
Entre los "objetos-cajas" que sólo emplean el interior de la caja destacamos "El
carro". Aquí la soga desfuncionalizada es significante de rueda (por semejanza de
forma) y de carro, al que representa por una de sus partes (sinécdoque). La soga
delimita un mundo aparte, símbolo de un mundo perfecto en su circularidad, donde
sólo ingresan objetos y materiales que adquieren su significado por su
procedencia: una carta de su hermano, un trozo de cerámica modelado por su
hija, defendidos en este ámbito de los peligros exteriores.
Dentro de este grupo, "Sur" es un objeto que se ubica dentro de la caja dividido en
tres paneles. En el primero, un lápiz significativo por su procedencia. En el
segundo panel, una estrella (símbolo del espíritu), una escalera (símbolo de
ascensión, de comunicación entre diferentes niveles), y la palabra sur que indica
una dirección. En el tercero, la luna y un centímetro clavado en un número (su
fecha de nacimiento). Podemos decir entonces que los paneles primero y tercero
tienen un significado autobiográfico y el segundo, trascendente e ideológico.
Abraham Haber señala la polaridad Norte-Sur como un fenómeno cultural que ha
sido registrado en todos los tiempos de la historia. El Norte siempre aparece
vinculado con las ideas de superioridad (política, económica, militar, intelectual) y
el Sur, con las de inferioridad (económica, política, militar pero no intelectual ni
espiritual).8 Aquí, sin embargo, el Sur está en el plano de lo superior, de los
ideales alcanzables (la estrella y la escalera simbolizan esto). Hay una inversión
en el significado que se le otorga al Sur (lo que está abajo, lo inferior) que también
realiza Torres-García cuando da vuelta el mapa de América y coloca el Sur en el
Norte. En esta inversión está también implícita la idea de transformar la realidad:
que el Sur sojuzgado por el Norte deje de estarlo.
Entre de los "objetos-cajas", que utilizan todas las posibilidades de la caja, se
encuentra "Pez, luna y cañas". En el interior de la misma el pez aparece con el
carácter de leguisigno, es la "idea" de pez, resultado de un alto grado de
abstracción, con un color no analógico: rojo. También dentro de la caja, otros
elementos como la arpillera (significante que sustituye al significante arena al que
se asocia metafóricamente por semejanza de color y de textura), la parte inferior
de la caja pintada de azul (agua) y la polea, elemento funcional que permite elevar
pesos. En la parte superior de la caja, están la luna y las cañas dentro y fuera de
la luna (anáfora). Nuevamente aquí, el conjunto aparece articulado por esa
dialéctica entre lo que está arriba (la luna) y lo de abajo (el campo, el mar)
sintetizado por el trabajo humano (campo trabajado, agua trabajada) y por la
acción humana que permite elevar, subir, ascender (polea), por lo tanto símbolos
de transformación y elevación.
Las ideas de unidad entre todo lo que integra nuestro mundo conocido, de
elevación, de superación, de transcendencia, aparecen como constantes de estos
‘objetos’. Esta superación, sin embargo, no es una ascensión mística, es la
elevación por la transformación a través del trabajo y de la acción del hombre. El
hombre aparece representado siempre por la mano y por los ojos: los que permite
ver, comprender y actuar. Por otro lado, es importante señalar que estos ‘objetos’

12
aparecen ante la necesidad de objetivar, de dar existencia real y concreta a ese
mundo de objetos mutados que nace poco antes de la pintura. Representan, como
en los surrealistas, la posibilidad de expresar ideas, sentimientos, vivencias, a
través del mundo cotidiano y no por medio de la representación. Es la
manifestación de lo interior, la conciliación de opuestos para la superación. Es una
forma de penetración en lo más profundo del hombre.

V. Símbolos y metáforas

Luego de la decodificación de los significados de este micromundo objetual,


consideramos fundamental delimitar el sentido con el que empleamos los términos
de símbolo y metáfora –figuras recurrentes en la obra de Nigro–, para extraer
algunas conclusiones acerca de las posibilidades que ofrece la utilización de estas
figuras retóricas.
Partimos, para nuestra definición, de la diferenciación que hace Kant entre
conceptos e ideas. Los conceptos tienen para el pensamiento kantiano la función
de dar carácter, sentido, "forma", a lo que un instante antes no era más que un
caos, algo indeterminado. Funcionan como "marco" dentro del cual encaja la
experiencia posible: la materia proporcionada por las intuiciones. Para Kant los
conceptos deben estar vinculados con la experiencia sensible que aporta la
intuición, pues de lo contrario son conceptos vacíos. Destacamos este carácter
sensible que debe tener la materia sobre la que se aplica el concepto. En cuanto a
las ideas "Kant bautiza con este término aquellos ´conceptos necesarios´, cuyo
objeto sin embargo, no puede estar dado por ninguna experiencia".9 Las ideas,
por lo tanto, trascienden toda posibilidad de experiencia, no pueden ser vistas en
el mundo sensible, corresponden a las ideas de alma, libertad, espíritu, etcétera.
Vincularemos esta diferenciación con la que Le Gern hace entre metáfora y
símbolo: "En realidad, la diferencia esencial entre el símbolo y la metáfora consiste
en la función que cada uno de los dos mecanismos atribuye a la representación
mental que corresponde al significado habitual de la palabra utilizada y que
podremos designar cómodamente con el término imagen. En la construcción
simbólica, la percepción de la imagen es necesaria para captar la información
lógica contenida en el mensaje (...). En la metáfora, por el contrario, este
intermediario no es necesario para la transmisión de la información; a este nivel no
se utiliza el significado global de la palabra empleada, sino solamente los
elementos de este significado que son compatibles con el contexto. Mientras que
la imagen simbólica debe ser captada intelectualmente para que el mensaje pueda
ser interpretado, la imagen metafórica no interviene en la textura lógica del
enunciado, cuyo contenido de información podrá entresacarse sin la ayuda de esta
representación mental. Por oposición a la imagen simbólica, que es
necesariamente intelectualizada, a la imagen metafórica le será suficiente con
impresionar a la imaginación o a la sensibilidad".10
De lo expuesto podemos deducir una relación entre el concepto kantiano y la
metáfora por un lado, y la idea en Kant y el símbolo, por el otro. El concepto, como
la metáfora, requieren ser aplicados sobre el material que proporciona la
sensibilidad y que percibimos por medio de las intuiciones. La idea y el símbolo

13
sobrepasan toda posibilidad de experiencia, no podemos percibirlos por medio de
la sensibilidad puesto que no los proporciona ninguna experiencia concreta. Sólo
podemos captarlos intelectualmente, es necesaria una representación mental.
La metáfora, al aplicarse sobre el material que proporciona la sensibilidad, permite
encontrar fenómenos exteriores que sirvan de vehículo para expresar algo
relacionado con la vida íntima del hombre. La metáfora proporciona, de esta
manera, la posibilidad de reconciliación que permite superar la oposición de lo
subjetivo y lo objetivo, la conciliación entre el sujeto y el mundo material.
El problema que se nos plantea es el de cómo reconstruir el sentido de las figuras
metafóricas. Es fundamental poder encontrar significaciones contextuales que
ofrezcan una lógica para toda explicación metafórica de la obra. Dos principios
regulan esta lógica: dice Ricoeur siguiendo a Beardsley: "El primero es un principio
de conveniencia o de congruencia: se trata de decidir cuál, entre las
connotaciones del modificador, conviene al sujeto (...). Este primer principio es
más bien un principio de selección; en la lectura de una frase poética, cerramos
progresivamente la amplitud del abanico de connotaciones, hasta no retener más
que aquellas significaciones secundarias susceptibles de sobrevivir en el contexto
total. El segundo principio corrige al primero; es un principio de plenitud: todas las
connotaciones que pueden ´ir con´ el resto del contexto deben ser atribuidas al
poema: éste ´significa todo lo que puede significar´."11
Partiendo de estos dos principios buscamos una lógica de explicación que nos
permita encontrar significaciones contextuales a las figuras metafóricas que
aparecen en la obra de Nigro: en cada metáfora construimos la explicación sobre
la base de significaciones que hallamos en todas las obras de este período. La
presencia de una temática constante es la guía de nuestra decodificación en cada
caso particular: la presencia del agua, del mar, del cielo y de todo aquello que los
puebla (peces, raíces, arena, piedras, pájaros, astros, etc.). Elegimos una entre
las connotaciones posibles y así asociamos el amarillo con la arena, la escuadra
con el arpón, el círculo con la luna, la soga atada en la piedra con la estrella. En
cada caso particular, seleccionamos un significado que también puede ser
atribuido a la totalidad de la obra de este período. Encontramos así que estos dos
principios funcionan en estrecha interrelación, nos permiten seleccionar un
significado que sólo podemos comprender en la totalidad de la obra. Corrigen, en
su acción recíproca, interpretaciones limitadas o arbitrarias, permiten la
decodificación de una visión del mundo y no de una figura en particular.
La construcción simbólica, como dijimos, expresa conceptos necesarios cuyo
objeto no lo proporciona ninguna experiencia en particular. La imagen simbólica se
basa sobre una analogía que debe ser captada intelectualmente y que expresa
ideas como las de alma, libertad, trascendencia, perfección, totalidad. La
decodificación del símbolo nos remite a los significados de una visión ideológica
del mundo. Nos permite entrar en el conjunto de ideas que constituyen la
significación que el hombre, el mundo y todas las cosas de esta tierra tienen para
el artista creador. Los principios de plenitud y congruencia también nos guían en la
decodificación simbólica: en la escalera, en el aparejo, seleccionamos el
significado de elevación, de búsqueda de la perfección y trascendencia; en la
estrella de espíritu, de aquello elevado a lo que se busca ascender, y estos
significados los podemos remitir también a la totalidad de la obra.

14
Ahora bien, ¿qué es lo que hace que un objeto sea simbólico? Beardsley12
considera como esenciales la presencia de tres bases en el símbolo:
1- base natural: consistente en la semejanza natural que existe entre el objeto
simbólico y aquello que simboliza,
2- base convencional: que consiste en la decisión, acuerdo o estipulación por
medio de la cual un conjunto de personas decide que ese objeto tenga
determinada función simbólica,
3- base vital: el objeto tiene que tener una historia para convertirse en símbolo,
tiene que adquirir la capacidad de evocar emociones, de formar parte de las
actividades humanas.
La escalera, la estrella, la verticalidad como símbolos de ascensión y de
espiritualidad poseen una poderosa base natural. El subir, con un sentido literal
material, se bifurca simbólicamente en uno espiritual y evolutivo. Son símbolos
cuya base convencional y vital es más débil y la proporciona su utilización a lo
largo de toda la historia del arte, desde Egipto hasta nuestros días. Pero esto no
agota el fundamento de su construcción simbólica, ya que los símbolos que
emplea se explican también dentro del contexto de la obra, dentro de su micro-
mundo. Podemos encontrar, así, imágenes y estructuras recurrentes que nos
hablan de una gran coherencia simbólica, que nos remiten a una búsqueda de la
trascendencia, de ascensión hacia lo espiritual, de optimismo y confianza en la
efectividad de los caminos para alcanzarlo. Esta coherencia también se manifiesta
en la elección de símbolos asociados con lo reproductivo y con lo inconsciente: el
simbolismo lunar (vinculado con el mito de la creación y recreación periódica del
universo), la presencia del agua (junto a la tierra, principios femeninos), la caja, los
animales lunares (aquellos que alternan apariciones y desapariciones, tales como
el caracol o como el pez, asociado este también con el inconsciente por su
capacidad para sumergirse).13 En este micro-mundo lo espiritual es una dirección
y lo material, la referencia. Ambos niveles se presentan diferenciados pero
interrelacionados. La superación siempre es dialéctica (la presencia constante del
número tres apoya esta afirmación). El camino es de lo material a lo espiritual: los
peces, las aves, los astros, el hombre, el agua son parte de un mismo sistema en
el que cada uno cumple una función.
A través de construcciones metafóricas, en la obra de Nigro se pone en juego una
nueva descripción del universo de las representaciones. Por medio de las
construcciones simbólicas, el mundo de la representación adquiere un nuevo
significado. Crea en su obra una versión reordenada del mundo. Del caos, del
líquido, del agua, surge un nuevo orden. Partiendo de la realidad propone una
posible y más deseable realidad. Posible, en tanto parte de esa misma realidad
que constituye la materia prima; deseable, en cuanto supera las contradicciones,
elimina el dolor, conserva lo más querido y lo eleva a zonas en las que el cambio y
la transformación dejan de ser deseos.
En 1961, Adolfo Nigro viajó por primera vez a Brasil con su hermano mellizo. Fue
el primero de los desplazamientos de lugar que efectuó posteriormente, llevado
por la búsqueda de nuevos hallazgos. A pesar de las contingencias, esa
experiencia brindó el momento propicio para su primer encuentro casual con
algunos artistas uruguayos; entre ellos, José Gamarra, Luis Díaz, Nelson Ramos y
Octavio Podestá, quienes lo entusiasmaron a que visitara Uruguay, la tierra de

15
Torres-García. Sin embargo, por razones circunstanciales, ambos hermanos
tuvieron que regresar a la Argentina.
De vuelta en Buenos Aires, Nigro comenzó a estudiar en la Escuela Superior de
Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. Mientras concurría a esta institución, la
situación económica lo obligó a realizar tareas disímiles. Se desempeñó como
obrero metalúrgico, albañil, verdulero, camionero y vendedor en el Mercado del
Abasto.
Durante esta época, en la que probó diversas maneras de mejorar la técnica de
pintura y dibujo del natural, sus maestros más importantes fueron Aurelio Macchi,
Diana Chalukian, Héctor Nieto y Antonio Pujía. Pero fue Víctor Magariños, quien lo
guió en la comprensión de la pintura moderna brindándole las herramientas
necesarias para dejar de lado los postulados académicos de aquella institución.
Este artista fue también el punto de partida de la trama de lazos referenciales
desarrollada por Nigro a lo largo de su proceso de producción.
Se conocieron en los primeros meses de 1957, en una clase de pintura de la
Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano. Nigro nunca asistió a sus
clases como alumno regular, a pesar de que, en aquella oportunidad, era
estudiante de esa entidad. El aula fue la calle -–plazas, bares cercanos a la
escuela o a la avenida Corrientes– y un taller que el maestro tenía en Banfield.

“Siempre buscaba vagamente al principio, un orden, un significado en la plástica


que la hiciera armonizar con el todo universal”. Este pensamiento de Joaquín
Torres-García, a quien Víctor admiraba y me hizo conocer, expresa plenamente su
posición como creador (...) Nos hablaba siempre del hombre creador, el hombre
que desarrolla sus capacidades y que lucha para lograrlo en una sociedad injusta.
La luz más pura para acompañar los sueños del hombre. Hablar en el lenguaje del
universo. Hablar de uno mismo. Hablar de los otros.”1

A partir de estos encuentros, comenzó el interés del artista por el pensamiento de


Torres-García.2 En este sentido, Magariños fue el primero que lo introdujo, de
forma profunda, en los postulados del creador uruguayo, cuando sus escritos y su
obra aún no habían logrado gran difusión en Argentina. El acercamiento a estos
planteos motivó su decisión de realizar otro viaje; esta vez, a Montevideo.
En abril de 1966, con muy poco dinero, viajó a la capital uruguaya, adonde lo
esperaba el pintor argentino Ernesto Drangosch que se encontraba allí desde
1965. Este cambio de residencia coincidió con un momento de crisis social,
política y económica en el país, por el que los intelectuales y artistas comenzaron
a aumentar la confianza en sus manifestaciones, como promotoras de un cambio
en la sociedad. Situación que condujo a un proceso vertiginoso de propagación de
nuevos valores, instaurando un clima de escasa concordancia con las búsquedas
de productores plásticos como Nigro, quien al llegar a Montevideo, sintió la
impresión de hallarse en una atmósfera diferente.

“...me asombró que se pudiera producir un pensamiento así, tan alejado de lo que
yo había vivido en Buenos Aires. En Argentina la cultura siempre miraba hacia
fuera, salvo excepciones aisladas como Gambartes o Grela que no tenían la
suficiente difusión como para ser conocidos por los artistas jóvenes”.3

16
En noviembre de este mismo año, realizó, junto con Drangosch, su primera
exposición individual en la galería “U”. La muestra manifestó el punto de partida de
sus investigaciones ulteriores en una presentación de pinturas, cuyos temas –
naturaleza muerta y paisaje– fueron la excusa para una reflexión sobre la
construcción pictórica. Por otra parte, en ellas hizo evidente su conocimiento y
admiración por la obra de Cezanne.
En este contexto, conoció a un gran número de artistas vinculados con el
ambiente del Taller Torres-García. A través de Roger Julien, amigo de varios
integrantes del Taller Montevideo, llegó a Gurvich,4 uno de los discípulos más
importantes del maestro uruguayo, posteriormente, su principal referente.
En un primer momento instaló sus pertenencias en un viejo conventillo de la calle
25 de Agosto en la Ciudad Vieja de Montevideo, frente al puerto. En la misma
casa habían vivido Gonzalo Fonseca, Julio Alpuy, José Gurvich, “Yuyo” Goitiño y,
posteriormente, Ernesto Vila. Nigro5 compartió ese espacio con Juan Cavo, quien
se encontraba en el piso de abajo. A unos pasos estaba el taller de Julio Mancebo,
que había sido alumno de Torres-García en su juventud; y la casa de José
Gurvich, en adelante, su maestro.
Se sumaba, a su vez, un taller que el artista compartía con Drangosch, Manolo
Lima y Naúl Ojeda en el Mercado Viejo.
Los talleres de los hermanos Miguel “Lacho” y Héctor “Yuyo” Goitiño, Carlos
Llanos, ClarinaVicens, Marta Morandi, Guillermo Fernández y Mario Mosteiro
también formaron parte de este núcleo de artistas, que hicieron de Uruguay tanto
un lugar geográfico como espiritual.6 Cada uno de estos ámbitos mantuvo la
atmósfera generada por las huellas del Taller Torres-García,7 con vivencias que
distendieron los aportes de su herencia, haciendo eco, principalmente, de su
legado ético. Por consiguiente, la experiencia de lo colectivo frecuentó todo este
período de actividad de Nigro, marcando los rasgos generales de esa primera
trama de relaciones de gran repercusión en la construcción de su lenguaje.
Cabe señalar que la relación que Nigro conservó con este contexto fue intensa y a
la vez compleja. En primer lugar, porque en el momento de su llegada a Uruguay,
el Taller Torres-García ya se había disuelto, y cada uno de sus integrantes había
derivado en un lenguaje personal que, como en el caso de Gurvich, los llevó a
desprenderse de las premisas de Torres.8 En segundo término, porque las teorías
y enseñanzas del maestro uruguayo tuvieron un peso tan grande, que lograron
instaurar una tradición artística de gran fuerza en el arte de ese país. Tradición
que, para quien venía de otro lugar, resultaba sumamente atractiva a pesar de las
actuales perspectivas de cambio.
En este sentido, a lo largo de su proceso, Nigro reelaboró la herencia de estas
experiencias, a través de un mecanismo de apropiación selectiva de donde aún
sigue aflorando una modalidad de expresión plástica provista de una constante: el
carácter híbrido.

Collages y objetos: primeros ensayos

Al año siguiente de realizar su primera muestra en la galería “U”, comenzó a


emplear el collage. Es evidente que, en el proceso de producción de Nigro, esta

17
práctica aparece cuando su pintura empieza a tomar otros rumbos. “La mesa” y
“Plato con huesos”, realizadas en 1967, forman parte de las primeras experiencias
del artista bajo el empleo de esta modalidad durante su estadía en Montevideo. El
perfil plástico de ambas pone de manifiesto su temprana mirada a la estética de
Picasso y Braque: perspectiva rebatida, escasa sensación de profundidad y
formas planas que se superponen en una construcción representativa del género
de naturaleza muerta. Picasso y Braque constituyen las figuras emblemáticas de
la historia del collage ya que, en 1912, cuando el cubismo analítico se hallaba en
plena etapa de emergencia, dieron origen al “papiercollé”, técnica del papel
pegado. Fue un momento crucial para la historia del arte porque a partir de la
utilización de esta técnica se abrieron nuevos caminos en el campo de la plástica.

“...marcaba el término, o al menos un momento cardinal, de una larga evolución de


la pintura occidental al confirmarse como el poner en tela de juicio aquello que
constituía sus propios cimientos. Pues lo que se pone en cuestión es la imagen,
amenazada de desaparición, la sacrosanta imagen pictórica que se opone a la
evidencia palpable de la materia. Pasamos del universo de la pura ilusión y del
trompe-I’oeil a un mundo en el que la materia declina en términos de textura real,
como si la pintura, en su búsqueda de una nueva expresión de lo real, decidiera
convocar ya no la representación de las cosas del mundo exterior sino los propios
originales, en su trivialidad, su insostenible verdad”.9

En el lenguaje de Adolfo Nigro, el collage aparece como una alternativa capaz de


hacer efectivo el camino de lo simultáneo que a lo largo de su proceso lo conduce
a formular diversas maneras de hacer convivir lo diferente en un mismo espacio.
En esos primeros collages, el artista acude a la integración de formas realistas en
una estructura establecida sobre lineamientos geométricos. Una fusión entre
realismo y abstracción, evocativa de la propuesta del universalismo constructivo
de Torres-García.10
En “Ventana y luna”, también de 1967, se producen ciertos cambios en la elección
de la estructura subyacente de la imagen, y asimismo, un mayor alejamiento de
aquellas realizaciones más próximas a las construcciones cubistas. A través de la
disposición central de ese astro, la construcción comienza a hacer eco de cierta
síntesis formal, pero al contener en su interior una amalgama de objetos del
ámbito cotidiano, establece esos brotes de simultaneidad que desdoblan su
sentido en la superposición de papeles texturados en blanco y negro,
interrumpidos por pequeñas zonas de rojo.
Tanto en “La mesa” y “Plato con huesos” como en “Ventana y luna”, los papeles
pegados adquieren valor por la forma, por la representación del objeto, no tanto
por la materia. En este sentido, estas realizaciones se hallan en una esfera de la
construcción bidimensional, que al autor le permite aprovechar el recurso del
fragmento en función del orden y la unidad estructural. En cuanto al color, hay
escasas variaciones, y coincidentemente, una manipulación de los quebrados y
los acromáticos que en años posteriores se torna más inusual.
A pesar de permanecer en el campo de lo bidimensional, estas experiencias, en
las que adhiere recortes de papel sobre la imagen, lo introducen en otra faceta de
la producción: aquella que permite la introducción de una realidad del mundo

18
exterior al cuadro en la realidad pintada del mismo.11 Por lo tanto, son las
primeras incursiones en el desarrollo de una modalidad que, prontamente, va a
descansar sobre el ímpetu de asociar realidades diferentes en la obra. Ímpetu que
dibuja esa aceptación de lo plural, de lo heterogéneo, acorde con una visión y
forma de vivir el mundo.
Los inicios de Nigro en esta práctica fueron paralelos a sus primeros desarrollos
en la esfera de la producción artesanal. Vertiente que marcó el primer antecedente
de lo que luego iba a ser su producción objetual, a partir de 1980.
Las características de un nuevo contexto y las vivencias colectivas en el taller del
Cerro contribuyeron a fundar nuevos valores en la mirada del artista. Reafirmó ese
atractivo que le demandaban los objetos primarios y los materiales toscos, para
comenzar a hacer cerámicas, collares, trabajos en madera y en vidrio. De este
modo, logró introducir el mundo del objeto en toda su dimensión significativa.12
Su llegada a esta vertiente del quehacer artístico tuvo dos motivos: la vigencia del
pensamiento de Torres-García en ese entorno, a través del núcleo de artistas
reunidos alrededor de Gurvich, y su situación económica. Había llegado a Uruguay
sin un sustento económico para mantenerse y vio en la venta de este tipo de
producción un recurso para seguir en ese lugar.
Los postulados de Torres-García cambiaron su perspectiva del arte. Dicha noción
incluía a las prácticas convencionales y no convencionales sin ningún orden de
jerarquía. El arte era considerado un oficio que podía ramificarse en varias áreas,
entre ellas estaba la artesanía.13 Este pensamiento lo indujo a producir estos
objetos con el mismo ímpetu con el que hacía sus pinturas, sobre la base de una
serie de condiciones que profundizó en sus experiencias de taller, abocado a la
realización de cerámicas en engobe con Gurvich, Cavo, Drangosch y José Luis Da
Cruz.

“Íbamos a buscar el barro al Pantanoso. Lo preparábamos, lo amasábamos, le


sacábamos los grumos y el aire y Gurvich empezaba a trabajar la pasta. Iba
desarrollando las formas que inventaba en el momento. Lo hacía sobre la marcha
sin ningún plan. Tenía formas preparadas en una mesa y les iba incrustando los
seres y las cosas que iba creando en un instante...”14

Esta exploración en el campo de las artes aplicadas comportó una vuelta de su


mirada hacia el pasado. Actitud que reafirmó en Chile, en 1971, en donde
permaneció un año participando de las ferias. Expuso su producción artesanal en
la Peña de los Parra, en la calle Carmen. Allí, tomó contacto con los tapices de
Violeta Parra, y comenzó a realizar los suyos, tejidos sobre arpillera. Los diseños
que empleó tenían grandes vínculos con los de la cultura de Paracas, pero
también, con los dibujos constructivos de Torres-García. Desarrolló esta veta de
producción hasta 1974.
En ese mismo contexto, comenzó a probar la aplicación de esmaltes sobre objetos
de cerámica. Realizó gran cantidad de cacharros, cuyos dibujos también hicieron
eco de esa mirada hacia el pasado indígena, principalmente, por tomar como
referencia a algunos diseños de la cerámica nazca.
En 1972 regresó a Uruguay. Continuó recorriendo distintas ferias para vender sus
piezas. A pesar de ello, sus convicciones se orientaron en torno del reforzamiento

19
del valor plástico de estos objetos, no de su valor funcional. En este sentido,
siguiendo los planteos de Torres-García continuó realizando su producción en
serie, pero pensando en cada pieza como un objeto único, con cualidades
estéticas diferentes.

“Torres había aclarado que no había zonas de exclusión en el arte y que un


cacharro tenía que ser encarado con el mismo ímpetu plástico con que se enfrenta
uno al óleo. No se privilegiaba nada. Y esa tendencia igualitaria el maestro la dejó
como herencia cultural.”15

En efecto, es bajo este punto de vista que podemos señalar los primeros
antecedentes de la producción objetual posterior de Nigro. Perspectiva bajo la cual
también estas piezas utilitarias pueden ser consideradas como parte de su
expresión artística, y mostradas en su pura condición de objetos.16
Esta inclinación no tuvo trascendencia en todos los ámbitos. La importancia de
esta producción, en Uruguay justificada por el rol que jugó el TTG17, no fue igual
en Buenos Aires en donde sólo fueron manifestaciones aisladas las que dieron
cuenta de esta tendencia. Una de ellas fue la muestra de artesanías organizada
por Diana Chalukian18 en Lomas de Zamora, en 1972. Una exposición que brotó
de un impulso casi marginal, para marcar, críticamente, la situación de la
producción artesanal. En el catálogo de presentación19 subyace un
cuestionamiento en torno de esa concepción del producto artesanal como un
elemento útil, como pieza vendible con atributos formales acordes con la moda de
la temporada.20
Es evidente que, en este contexto, el concepto de producto artístico aplicado no
existía tal como se lo planteaba en Uruguay. En ese momento, la Argentina se
caracterizaba por la existencia de una gran divisoria entre lo culto y lo popular
teniendo como muestra clara el hecho de que casi ningún artista compartía
aquella práctica con las más convencionales del arte.
Por eso, cuando Nigro regresó a Buenos Aires, en 1973, no pudo continuar con
ese estilo de vida que lo había llevado a deambular de feria en feria para subsistir
a través de la venta de sus objetos. En ese entonces, abandonó esa producción, y
continuó con la realización de dibujos, collages y pinturas, que venía realizando
simultáneamente.
Sin embargo, esas experiencias marcaron, de un modo fundamental, su
producción posterior de collages y objetos. Posiblemente, el rasgo perdurable
originario de aquellas prácticas haya sido ese gusto por lo primario, por una
materialidad enmarcada en las coordenadas de la simplicidad.
Una estética de la simultaneidad

“Pensar el collage sería (entre otras cosas) intentar reflexionar sobre los cortes y
las continuidades, las diferencias y las coincidencias, las separaciones y los
vínculos.”21
En todo proceso de producción plástica hay una tendencia natural a los desvíos y
las divergencias. En el itinerario de Nigro, el empleo del collage ratifica esta
inclinación, a través de las variaciones manifiestas en los modos de utilizar la
técnica. Aun así, en las obras realizadas hasta finales de los 90, estas alteraciones

20
no ocultan la posibilidad de una constante: la presencia del objeto. Fragmentado o
no, presentado o representado, en sus imágenes, ellos establecen diferentes
niveles de anclaje con la realidad.

“Es un objeto autónomo, capaz de establecer relaciones insólitas e inéditas y que


se caracteriza por su pertenencia a un mundo concreto, el del artista: este boleto y
no otro; el número de la casa de Rosario, donde viví mi infancia; aquella taza de
café con leche; la carta del amigo que vive en Barcelona; el pan, la cuchara y el
plato de todos los días". 22

En los primeros años posteriores a su regreso a Buenos Aires, sus collages


muestran un rasgo común: la necesidad de destacar la potencia significativa de
cierto grupo de objetos, los que pertenecen al ámbito urbano. El énfasis en estos
elementos, y el modo de integrarlos y de construir el espacio de la imagen, tiene
una relación estrecha con el momento de inserción del artista en su medio. Se
trata de un período crítico. En primer lugar, porque debía adaptarse nuevamente a
Buenos Aires, adonde se radicaría definitivamente, pero también, por las
características propias de este contexto, no muy adecuado a sus búsquedas. En el
campo artístico imperaba un clima de transición, conductor del aplacamiento de
las tensiones que habían caracterizado a la vorágine vanguardista de los años 60.
Los realismos y las distintas variantes del arte conceptual eran las tendencias
características de la década. Por otra parte, los 70 argentinos fueron una década
de inestabilidad política, de debilitamiento económico y de crisis social.
Estos años constituyeron una etapa de reacomodamiento, en donde los recuerdos
de Montevideo, de Rosario y de otras ciudades, o de barrios, como la Aguada o
Malvín, que venían conformando su itinerario de viajes, condujeron a una
inclinación estética por el tema de la ciudad que trabajó de una manera similar a
Gurvich.
La obra “Montevideo”, de 1974, es un ejemplo de esta faceta. La característica
dominante de la imagen es la preferencia por una paleta de colores tierras, de
poca saturación y de escasos valores, si la diferenciamos con su producción
anterior.
La relación con Gurvich radica en la utilización de una iconografía próxima a la
visualizada en las obras del maestro de fines de los 60 y comienzos de los 70. La
presencia de personajes volando, que llevaron a pensar en la vinculación del
uruguayo con Chagall, aparece muy frecuentemente.
Otra de los signos iconográficos de Gurvich, presente en “Montevideo”, es el
frigorífico abandonado que aflora desde el fondo de esa construcción. Este
elemento funciona como un punto de anclaje con la realidad de ambos autores, en
tanto que forma parte del paisaje que los rodeaba en Montevideo. Escaleras,
ruedas, casas, edificios, bares, rostros, se suman a este espectro iconográfico
exponente de una especie de realismo constructivo, no imitativo, que termina por
hacer evidente su aproximación al francés Fernand Léger.23
En la obra, algunos de los elementos mencionados convergen en zonas de
superposición, que emergen de una estructura que basa su forma de disposición
en bandas horizontales irregulares. La fractura de las formas, las transparencias y
la variación de las proporciones reales de los objetos, refuerzan ese intento de

21
subordinar la temática a la construcción pictórica.
Estas características de “Montevideo”, perceptibles también en otras obras del
mismo período, nos permiten señalar un aspecto fundamental de la asimilación
que hace el autor del lenguaje de Gurvich. Precisamente, dirigió su mirada a
aquella producción que mostraba una redefinición del lenguaje y, si se quiere, una
ruptura con lo aprehendido a instancias de Torres.24 El hecho de apartar el uso de
la estructura ortogonal, y acudir a la realización de composiciones más dinámicas
fue una actitud clave de este cambio de Gurvich, retomado por Nigro y
desarrollado en otras series de collages.
Los años posteriores a “Montevideo” manifestaron algunos cambios que se
desataron con una nueva situación: un viaje.
En 1974 Drangosch se había ido a España. Dadas las circunstancias que
atravesaba el país, y ante las noticias de su amigo que residía en San Cugat,
decidió viajar a Europa en 1975. Se instaló en Barcelona hasta marzo de 1976.
Durante su estadía, aprovechó para recorrer los museos de aquellos lugares de
los cuales se hablaba constantemente: Holanda, Francia, Madrid. En esos lugares,
quedó impresionado por las obras de algunos artistas: Chagall, los españoles
Tapies, Millares, Miró, Picasso, la mayoría de ellos, grandes maestros de la
historia del collage. También descubrió al escultor español Alberto Sánchez, de
quien admiró la forma de plasmar, en la imagen plástica, alusiones a su lugar de
origen, a su tierra toledana.
En efecto, el viaje fue la situación que otra vez sentó las bases para un desvío en
su producción. En sus collages, comenzó a plantear la necesidad jerarquizar
algunos elementos reales que, adheridos al plano pictórico, adquirieron mayor
presencia en el espacio plástico. Por otra parte, la paleta comenzó a ser más
heterogénea, con tendencia a los colores cálidos.
De este tiempo es “Viaje a San Cugat” (1976). Una construcción en donde
aparece un boleto de viaje pegado sobre la superficie, con una inscripción que
dice “Barcelona”. De ese ensimismamiento de planos y de cosas que mostraba en
“Montevideo”, pasó aquí a una selección de objetos un poco más acotada, aunque
igualmente heterogénea en torno de ese boleto. Selección de elementos que, en
adelante, fue depurando para preconizar sólo algunos de ellos; los que tuvieron un
peso mayor en sus vivencias: los carros, los boletos, las cartas. La misma actitud
había notado en Miró, a quien conoció en la Feria de belenes de la catedral de
Barcelona recorriendo los puestos y dialogando con los artesanos.25 Su
admiración por el maestro radicó, justamente, en la posición que aquél había
adoptado ante la realidad y el objeto.26 Actitud que lo llevaba a respetar, valorar y
rescatar a las cosas más simples.
Sondeando el campo de los trabajos mencionados, Montevideo y Barcelona, sitios
a los que aluden esas obras, fueron para el artista lugares de profundas vivencias,
pero también dos de las zonas de tránsito, cuando comenzaba a trazar su camino
de búsquedas. A lo largo de esos años, le había resultado imposible establecerse
en un único lugar, principalmente, por las particularidades que surgían en cada
uno de los contextos en los que se encontró por las instancias de viaje. Esa
vivencia de lo transitorio lo llevó a esbozar otra idea, plasmada casi
subrepticiamente en la serie de Horizontes catalanes: la utopía. Un carácter
enraizado en los lineamientos del universalismo constructivo, expresado en su

22
obra a través de un ordenamiento de la construcción guiado por la línea de
horizonte. La disposición escalonada de zonas paralelas, basada en una
geometría libre, seguía los planteos de Gurvich. En este caso, esta
sistematización tenía que ver con una dimensión tendiente a recuperar lo perdido,
a mirar más allá del alcance de la visión.
Con esta serie, planteó una nueva tendencia temática. De las referencias a la
ciudad pasó a un interés por el campo y la tierra. Tema que le traía a la memoria
imágenes de su niñez, del trabajo con su padre repartiendo verdura con los carros,
de sus vacaciones en Rosario y en el campo santafesino. La chacra, las parvas, la
luna, los frutos, tenían que ver con ese clima, con el cual estuvo vinculado durante
su estadía en Barcelona.
En esta serie, nuevos materiales comenzaron a cobrar relevancia. La mirada a la
producción de Tápies y Millares tuvo que ver con esa necesidad de abarcar otro
tipo de cualidades, de trascender la esfera del papel integrando un trozo de
materia gruesa a la realidad pictórica de la obra. En este sentido, Nelly Perazzo
señala:

“Si los tapices y la cerámica habían suscitado en Nigro la inclinación a la


artesanía, en España, la proximidad de los artistas Tápies y Millares, que habían
logrado tan alto grado de expresividad matérica, no pudo menos que pronunciar
su gusto por las superficies y los materiales. Así aparecen los cartones ásperos y
rugosos como soporte (...); cartón corrugado, papel, arpillera, chapa y pequeñas
ramas en “Horizonte catalán”.27

Sobre la base de los postulados de Guigon, Nigro empieza a transitar una


instancia en donde la materia va a declinar en términos de textura real, al ser
presentada como tal.28 En uno de esos “horizontes catalanes”, la nota mayor está
dada por los fragmentos de tela de arpillera que se convierten en luna, y también
en una extensión de campo, en cuya superficie pinta banderas rojas. Este tipo de
recursos le permiten saltar hacia una producción en donde el residuo, el pedazo,
puede convertirse en un elemento total, lo cual es posible mediante el
desplazamiento de la cualidad de un objeto a otro.29 Una de las entidades
sígnicas más importantes de esta obra es la palabra “sur”, que propone un marco
de significación de inevitable relación con los discursos de Torres-García. En este
sentido, el término se convierte en una cita que cumple la función de reivindicar la
dirección marcada por el maestro uruguayo, cuando en su manifiesto señaló:
“Nuestro norte es el sur”.30
A partir de su regreso de Barcelona, el artista continuó sus desarrollos en la esfera
del collage. Siguió explotando aquella tendencia a jerarquizar elementos llegando,
consecuentemente, hacia una síntesis mayor en la composición. Camino que abrió
el paso a una tensión entre ese abigarramiento de planos o de objetos que
preconizaba en las obras anteriores, y la emergencia de espacios casi vacíos en la
imagen. A posteriori, su producción va a girar en torno de este movimiento, pero
con la tendencia señalada a rescatar del caos a ciertos objetos ya empleados en
obras anteriores.
“El boleto”, de 1978, pone de manifiesto esta característica. Se trata de uno de los
casos en donde el objeto queda ponderado, tanto por las características de la

23
composición como por su presencia concreta. Jerarquizado o disperso, en las
obras mencionadas hasta ahora y también en las posteriores, el boleto constituye
una referencia propicia para realzar el valor de la cosa mundana, pero también
para evocar sus experiencias de viaje. En este trabajo, emerge de un conjunto
caótico de elementos identificables en el mundo que nos rodea, creando una
atmósfera irreal, sobre todo, por la disparidad de las relaciones proporcionales.
Edificios, casas, un auto, la cola de un animal, una botella, una cuchara, un
número que refiere al año de realización de la obra, son signos que, por las
relaciones ficticias que mantienen en esta construcción, no guardan fidelidad con
su referente. Este mismo tipo de relación entre los objetos es perceptible en obras
como “Carro y cielo”, “Carta de España” y “Viaje a Munro”, entre otras.
En el mismo año en que realizó “El boleto”, se abocó a un conjunto de obras que
tituló “Desprendimientos”. El mecanismo aquí es diferente. En vez de centralizar la
tensión en un objeto multiplicó los puntos de atención en una gran zona de
abigarramiento.
Sobre estas bases, es posible señalar esa preferencia de Nigro por una estética
de lo simultáneo que nos conduce a reivindicar una de las herencias del
universalismo constructivo de Torres-García. Se trata de ese ejercicio de las
contradicciones que el maestro uruguayo transmitió a través de una síntesis entre
el mundo de la razón y la emoción, entre lo trascendente e inmanente, entre lo
conciente e inconsciente, entre la intuición y el conocimiento, entre la síntesis y el
análisis, entre la geometría y la representación, entre la abstracción y la
figuración.31
Coincidentemente, en Nigro, la simultaneidad es un carácter vivencial transportado
a la imagen a través de una serie de recursos propios de la estética barroca:
descentramiento, desborde, multiplicación de los puntos de vista. Caracteres
perceptibles en este conjunto de obras en donde el boleto queda arrojado a un
espacio de fluctuación entre lo figurativo y lo abstracto.
En estructuras diferentes, los objetos que componen las imágenes de esta etapa
son arrojados al espacio plástico generando una atmósfera de levedad. Síntoma
retomado de los cuentos de Italo Calvino, plasmado a través de una serie de
referencias a un universo en donde todo se mezcla, todo convive.

“...Mi operación ha consistido las más de las veces en sustraer peso; he tratado de
quitar peso a las figuras humanas, a los cuerpos celestes, a las ciudades...”32

A pesar de ciertos brotes de jerarquía, en estas obras, personas, boletos,


cucharas, cartas, astros y otros entes, adquieren esa liviandad que los coloca en
el mismo plano de proyección, para refugiarse en distintos niveles de significación.

La misión alusiva de los signos

“El verdadero estupor está hecho de memorias.” Cesare Pavese

Los primeros 80 marcaron el comienzo de otra etapa en el proceso plástico de


Adolfo Nigro. Empieza el itinerario de su producción objetual, al mismo tiempo que

24
sus collages derivan en otras formas de disposición de los objetos.
“Migraciones”, de 1980, es una de las series emblemáticas de esta época, en
donde la particularidad está dada por una atmósfera en donde los objetos vuelan.
A diferencia de lo que sucedía en “Desprendimientos”, estos elementos no están
arrojados a un caos. Simplemente, se hallan en el vacío. Un espacio que hace eco
de la levedad, liberando a esos entes al acecho del movimiento, que hasta ahora
es ficticio.
En esta serie, el autor utiliza procedimientos de tendencia azarosa, como
respuesta a un contexto que cambia su perspectiva de la realidad, y por el cual
desarrolla una imagen abierta a otro tipo de planteos. Se trata de una producción
que se torna, como las demás, en diálogo con los sucesos de su presente, pero en
momentos determinados como éste, adquiere otro matiz de significación.
El año 76 había dado comienzo a una etapa distinta de la historia argentina. Con
otro período de dictadura militar, el denominado Proceso de Reorganización
Nacional, se produjo la elevación de las Fuerzas Armadas al poder. Éstas tuvieron
como claro objetivo producir una transformación drástica en la sociedad, a través
del empleo de prácticas de intervención en el ámbito público, reforzadas con actos
de censura, persecución y genocidio.
Para Nigro, quien por esta razón vio alejarse a amigos y familiares, una forma de
resistencia fue la producción plástica. Bajo modalidades de construcción alusivas,
elaboró una serie de alegorías33 de este tiempo de crisis e incertidumbre.
“El zapato” es una de las obras que nos permiten poner a foco esta particularidad.
Se trata de la representación de una bota, cuyo uso convencional distiende la
característica alusiva de la obra. En el nivel compositivo, dicho elemento funciona
como el continente de una diversidad de objetos que se dispersan dentro y, en
pocos casos, fuera de esa área de contención planteando, de ese modo, la
aleatoria adhesión de todos esos entes al sistema. Una carta de espadas en la
parte superior juega un rol significativo en esta producción. Como en muchas de
sus obras, representa al poder, entablando una relación de dominio con el resto de
los elementos.
En esta misma esfera, es posible visualizar el collage titulado “De esta tierra”. Una
obra en donde los trozos de papel reconstruyen la misión de los recuerdos:
rescatar del olvido.
Fue realizada en 1983, en homenaje a las Madres de Plaza de Mayo. Para su
construcción, dispuso una serie de bandas de papel pegadas, sobre las cuales
dibujó y pegó una serie de elementos: los pañuelos blancos, la palabra Jueves
(aludiendo al día fijo de reunión de las madres), banderas, panes. En la parte
superior, colocó un naipe señalado con una flecha. La flecha es utilizada con
frecuencia para señalar o alertar al espectador. El naipe es un elemento que,
como en el caso anterior, simboliza el poder: ”...un poder causante de lo que
sucedía abajo”.34
Un análisis específico y más detallado nos permitiría extender estas
observaciones a otros collages. Posiblemente, ellos podrían constituir otra
vertiente de la producción de este artista, diferenciada por tejer un discurso
representativo de su modo particular de dialogar con la realidad.
Sin ultimar detalles, en esta etapa de maduración de su lenguaje, varios signos
van a adquirir funciones alusivas. Así vemos cómo a la carta de espada se suma,

25
paradójicamente, la epístola. Una sigue siendo el símbolo del poder; la otra,
aparece como la representación de un vínculo a distancia. Esta última, como
contrapartida de la carta de espada, se convierte en el referente utópico de su
propio mundo de experiencias y, al mismo tiempo, de esas contingencias que se
desatan en su contexto.
En adelante, la epístola, en sus obras, se transforma en el referente de un deseo
común, el de retener ese lazo de unión con otros seres a la distancia. Lazo que
había sido suspendido por los trances coyunturales que amenazaban a nuestro
país por aquellos años.
Hacia una vertiente objetual

“Así llegamos a la aparición de los ‘objetos’, simultánea al momento en que se


hacen irreconocibles en la pintura. Éstos nacen como hijos de toda su obra
pictórica y sus collages anteriores, pero guiados por otra necesidad expresiva.” 35

La presencia específica de los objetos que Nigro comenzó a mostrar en algunos


collages (principalmente aquellos que tenían cartas y boletos) terminó por
concretarse en otro tipo de realización. Desde 1980, barcos, peces, guitarras,
herramientas fueron llevados a un plano diferente de presentación: el objeto.
En la mira de este recorrido, su proceso marca un trayecto en donde el collage
funciona como ese tránsito hacia la vertiente objetual de su producción. Esto no
significa que el artista haya desplazado al primero de los recursos; por el contrario,
a partir de este momento, comenzó a cultivar ambas prácticas manifestando su
predilección por inmiscuirse en líneas simultáneas de elaboración. Rasgo que nos
permite rescatar algunas características comunes a estas modalidades, para
poder acercarnos a los orígenes de las elecciones del autor.
Desde los tiempos más remotos, tanto el collage como el objeto permiten trabajar
por adición, armar con trozos de realidades concretas una pieza, sea ésta
bidimensional o tridimensional. De esa posibilidad pende el hallazgo de la
intuición. Uno de los rasgos permanentes del proceso creativo procesado, muy
particularmente, por cada uno de los referentes de Nigro. En este sentido,
basando su lenguaje en las leyes de la geometría, Torres-García colocó a la
intuición en el rango de los principios fundamentales de la creación artística:

“Sin entrar en muchas filosofías, sino yendo derechamente a nuestro objeto,


destacaremos oponiéndolo a todo este cerebralismo, el sentimiento. Sentemos,
que, lo no sentido no vale nada, ya que el principio motor de la creación ha de ser
el sentimiento. Sentimiento o emoción, que, en un momento dado, nos hace
clarividentes. Llamémosle intuición, si se quiere, o inspiración; lo mismo da.”36

Desde diversas perspectivas históricas, el empleo de materiales pobres también


es propio de estas formas de resolución. Precisamente, artistas uruguayos,
también referentes y amigos de Nigro, como Washington Barcala, Nelson Ramos
o Ernesto Vila, dieron cabida a esta elección. Torres-García había comenzado a
realizar objetos con materiales pobres desde 1927. Como parte de su herencia,
legó un auténtico arte póvera, cuyos valores plásticos infundieron una ética de la
materialidad a su producción.37

26
Siguiendo las líneas de la historia del arte, ambas formas de realización, en
principio, marginadas del arte oficial, constituyeron iniciativas fundamentales,
primero el collage y luego el objeto, para liberar a la obra de la figuración. En este
aspecto, un rasgo diferencial de la perspectiva del universalismo constructivo
uruguayo, tomada por Nigro, es la admisión simultánea de la figuración y la
abstracción en la misma resolución.
Es evidente que, a pesar de las características en común con el collage, la
vertiente objetual conformó otra opción del lenguaje permitiendo la utilización de
otros recursos para la construcción, diferentes tanto de la producción
bidimensional como de la escultura, lo cual perfila un campo de difícil definición.

“El objeto se halla cerca del campo de la pintura y lindante con el campo de la
escultura. Las exigencias del objeto son diferentes: el espacio no es el elemento
virtual, pictórico, ni el factor primordial escultórico. Es un espacio de ocupación, de
contorno, de cercanía. Su volumen acerca la contemplación y muestra otras cosas
que la pintura oculta. En el universo de identidades cada objeto es una toma de
sentido, cada mirada una captación diferente”.38

Por lo tanto, en la búsqueda de nuevas posibilidades del lenguaje, e interesado


por la exaltación de un objeto en particular, Nigro comenzó a realizar objetos a la
par de los collages.
La primera de estas producciones fue “El barco”, de 1980. De sus objetos
personales, los barcos forman parte del grupo de los más preciados. El interés
alcanzó tal punto, que Nigro llegó a reunir una colección con piezas originarias de
distintos lugares.
Por ende, el barco se convirtió en uno de los íconos más importantes de la
vertiente objetual de una producción que, en este tiempo, comenzó a enmarcarse
en otra línea de atención del autor: el tema del agua.39
Conduciendo la mirada hacia los aspectos primordiales de la obra mencionada, es
posible visualizar que, en este caso, el artista utiliza una serie de materiales
encontrados o guardados que hacen eco de lo primario, de lo tosco: trozos de
madera, un rollo de cartón, clavos, hilo.

“Esos objetos o fragmentos constitutivos de objetos son primarios en un estadio


ligeramente distinto al de la naturaleza. Al integrarse en un nuevo objeto aluden
inevitablemente a la condición primaria y establecen asociaciones con el agua, el
pez, el pájaro, el pescador, las barcas, la playa.”40

Ese mismo ímpetu de utilizar los materiales en bruto se observa en varios de sus
objetos de la primera mitad de esta década, en donde el material es presentado en
sus cualidades puras. El autor alcanza a rescatarlos de su contexto, pero los
respeta, venera su potencia significativa. Actitud también próxima a las
enseñanzas de Torres-García:

“Cuanta más comprensión y respeto hacia el material desarrollemos más


podremos esperar que la actitud hacia la producción y la evaluación de la forma
del arte sea honesta y responsable”.41

27
En este aspecto, una de las constantes es la utilización de madera. En ocasiones,
es encontrada en alguna playa, como sucede en “El barco (Homenaje a Juan
Cavo)”; otras veces es tomada de los cajones de frutas, como se ve en “El ojo del
agua” de 1993. Las tablas de cocina se convirtieron en uno de los soportes
frecuentes. En “Guitarra del mar” de 1991, realizada con este tipo de base,
destacó, antes que esa rusticidad dada por el material, la tendencia a encontrar el
equilibrio y la unidad, reforzados por la verticalidad.
En “El pez”, “El pájaro”, ambas de 1982, y “El barco” de 1983, utiliza clavos, hilo
de algodón, alambre y madera, empleados casi en el mismo estado en que fueron
encontrados. Por consiguiente, son obras en las que el color juega un rol
secundario igual que el grafismo, manifestado en función de resaltar cualidades
ficticias de la materia.
Otra perspectiva nos muestra que Nigro se sirve de pequeños objetos que integra
junto a los materiales en bruto: sogas, perchas, ruedas, una aguja de tejer,
broches de la ropa. En esta instancia, inmerso en la obra, el objeto funcional
abandona su función utilitaria para colocarse en el mismo rango que la materia en
bruto, aunque siga evocando lo que representa. En obras como “El pez y la luna”
la paleta de pintor no cumple con su rol natural, al igual que la panera de mimbre
en “El girasol”, o que la escuadra en “El barco” (1991) y en “El pescador
(homenaje a Juan Grela)”.
La forma de disponer los elementos en la estructura es un carácter que comparten
varios de sus objetos. En este sentido, cada construcción genera un sistema, a
expensas de las leyes de orden y unidad, sobre la base de una geometría
intuitiva.42
El hecho de dejar asentado que, en esa estructura, cada elemento ocupa un lugar
determinado, nos lleva a señalar un punto de contacto con la producción objetual
de Gonzalo Fonseca. Otro de los discípulos de Joaquín Torres-García, quien
también realiza una serie de construcciones, en donde cada entidad significante
se halla determinada por su relación con las demás.43 En “El pescador (Homenaje
a Juan Grela)” los elementos guardan este tipo de relación. Se hallan en una
dirección coherente con lo que tienden a significar. La tensión hacia abajo, hacia el
agua, evoca el movimiento que cualquier pescador ejerce en la vida real.
Asimismo, en “El pez y la luna”, la dirección del lápiz se dirige a ese astro, en cuyo
interior se halla el N° 22 que indica la fecha de nacimiento del artista.
En efecto, esa forma de disponer elementos y esa utilización de materiales toscos
derivan en la concepción base que aúna a todos estos objetos: la idea de orden y
unidad procedente de una premisa teórica fundamental para todos los artistas
seguidores de Torres-García, la concepción de estructura.

“Estructura, quiere decir, reconocimiento de que en el fondo de todo reside la


unidad. Fuera de ese concepto todo es fragmentario, sin base.”44

Para Nigro esta noción fue el puntapié de una serie de construcciones que
estuvieron dirigidas por la intención de lograr un ordenamiento plástico a través de
la relación entre las formas, las líneas y los colores, sobre una base geométrica
que tenía la función de otorgar universalidad a su expresión.45
En adelante, las transformaciones que sufre su lenguaje tienen que ver con

28
nuevos planteos relacionados con esta concepción y con las premisas derivadas
de ella. Esos desvíos traen a colación una serie de indagaciones, cuya
característica perpetua va a ser esa trama de signos de referencia a su universo
de objetos cotidianos, y el juego permanente con la materia.
Sobre la base de la referencia infinita

“Nigro ha estado siempre atento a su entorno, con la vivencia a flor de piel,


captando la poesía de lo cotidiano, tomando apuntes del natural, transformando lo
vivido en elementos plásticos que integra a sus obras. La suma de dichas
referencias, tanto las relacionadas a lo íntimo como a lo universal, forman una
suerte de trama autobiográfica, en la que los elementos plásticos pueden ser
leídos de formas diferentes, formas que a su vez no son excluyentes. No hay
interpretación correcta de cada obra, sino distintos niveles de lectura, lo que no
impide que la obra pueda ser vista como un hecho fundamentalmente plástico”.1

La elaboración de tramas de referencia infinita constituye un carácter sustancial de


la producción de Nigro. Las situaciones trascendentales, los viajes, el encuentro
con otros mundos artísticos, el influjo de otras condiciones de vida, son los
factores que determinan el armazón de ese gran tejido. Por consiguiente, el
abordaje que hace el autor de su producción plástica a partir de series temáticas
va a responder a estas contingencias. Se trata de un mecanismo de producción
que le permite deslizar sus desarrollos hasta el advenimiento de un punto de
inflexión. Modalidad que lo estimula a volver para renovarse en otro lugar de su
propio lenguaje.
Desde la serie de “Los buscadores de almejas” hasta “Armação” y “Papeles de
Calyecat”, su lenguaje traza el bosquejo de un rizoma en un espacio de
indagación constante en torno de las eventualidades de la materia. Sustancia
primera en la que Nigro coloca todo el peso de la significación.
Esta forma de enfrentarse a la producción se apoya en la admisión de desvíos
frecuentes, tanto por centrarse en lo tosco y lo primario, como por su tendencia a
moverse en un mar de puras probabilidades. Formas de proceder que lo
condujeron a tejer diversos lazos intertextuales2 con aquellas manifestaciones
culturales latinoamericanas seleccionadas por su mirada: las culturas indígenas
del noroeste argentino, el arte popular de México, las culturas maya y azteca, el
legado del Taller Torres-García, el regionalismo de la pintura de Grela y
Gambartes, las propuestas latinoamericanas ligadas al surrealismo,
principalmente, las de Wilfredo Lam y Roberto Matta.3 Se trata de un conjunto de
referencias, encontradas a lo largo de una revisión de otros factores de su
producción, que visualizaremos a posteriori, en relación con los mecanismos
elegidos por el autor para sus desarrollos en el campo de la plástica.

La palabra, el texto: otro modo de materialización del lenguaje

La integración entre imagen y palabra es una de las modalidades de construcción


del lenguaje que Nigro retoma de la obra de Torres-García y sus discípulos.4
Desde la perspectiva de Pedro Da Cruz5, las palabras utilizadas por el autor

29
remiten a su mundo privado, pero también a un contexto más general. Los
nombres de sus hijos están evocados en varios collages posteriores a su viaje a
Barcelona. Asimismo, en obras como “Estela a Montevideo”, integra los nombres
de una serie de artistas amigos de origen uruguayo, entre ellos: Gurvich, Juan
Cavo, los hermanos Goitiño, Felipe Novoa, Roger Julien, entre otros.
Entre los términos que pertenecen a un contexto más cotidiano, aquellos que dan
referencia de lugar, o que aluden al tiempo son los más frecuentes. Rosario
aparece mencionada en “Pez casa y estrella” (Homenaje a Renzi). En “Los
buscadores de almejas”, las inscripciones Martes 5 y, asimismo, Enero, señalan
un tramo de tiempo significativo para el artista. La serie de los “Calendarios”, de
1981, es rica en este tipo de referencias. Allí, los signos constitutivos de los
almanaques conviven con otros más próximos al mundo cotidiano, en un espacio
pictórico impregnado de rojo.6 Tonalidad que se muestra avasallante, y que se
manifiesta en todas las obras de esta serie ocupando una gran zona de
coexistencia de los signos, o bien un vasto espacio de apoyo de otros planos de
confluencia de esa amalgama de elementos. Los “Calendarios” tienen una
particularidad; surgen como boceto previo de la obra pictórica, lo cual acentúa el
grado de implicación que tiene este recurso como paso anterior a la producción
terminada.
En sus trabajos, Nigro excedió las posibilidades del mecanismo de integración de
palabra e imagen cuando comenzó a utilizar fragmentos de textos, pequeños
sistemas de palabras. En este sentido, solemos encontrar trozos de poemas de
Juan Gelman, de Cesare Pavese, de Italo Calvino, de Lautremont, de Hugo Gola,
que responden a una actitud de valoración del texto como materia. Singularidad
que deviene de ese gusto del artista por la poesía y la literatura. Los poemas de
Juan L. Ortiz, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Rafael Alberti, Paul Eluard, Alejo
Carpentier constituyen el espectro de su mirada constante.
Es posible rastrear el empleo de este recurso en los libros de artista: “Los
buscadores de almejas” y “El caballo muerto” de Raúl González Tuñón, ambos de
1983. En estos collages, el texto es adherido como un fragmento, un trozo de
materia con cualidades distintas, y por ende, con diferentes chances de
significación.
En el primero de los libros de artista mencionados, Nigro compone cada unidad a
partir de una relación dialógica en donde textos e imágenes entablan un vínculo de
trascendencia con cada pieza de la serie. En cambio, en “El caballo muerto” de
Raúl González Tuñón, aquella relación es de mutua dependencia en tanto que
cada palabra cumple un rol descriptivo con respecto a lo representado.
El rasgo diferencial de este último, en relación con el libro de artista anterior, es la
postulación de un origen literario. La obra-texto7 deriva de otra producción, que es
literaria. A partir de ella, Nigro crea una obra propia bajo los parámetros de la
plástica.8
Las piezas de ambos libros de artista sintetizan una detonación importante de este
período: la instauración de tensiones provocadas por el dibujo lineal y una
depuración de las formas adheridas a la superficie. Aspectos que ya se preveían
en Dominios Naturales, de 1982. Uno de los conjuntos de obras en donde Nigro
crea lapsos de simultaneidad entre zonas vacías, marcadas por las líneas del
dibujo, y espacios plenos, conformados por recortes irregulares de papel.

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En “El caballo muerto” de Raúl González Tuñón, las formas adquieren mayor
firmeza en el espacio plástico. Son formas planas que, por contraste de color, se
imponen fuertemente en la superficie. El papel pegado funciona como un
interruptor de la continuidad del dibujo. Quiebra sutilmente el ritmo de esa línea,
que cambia de perfil con los efectos de un movimiento curvilíneo. En ese caso, la
curva intercede en estos espacios, lindantes con los planos pegados.
Esto también sucede en “El sur” de 1983, en donde este elemento plástico
esgrime un juego sobre la superficie, a veces, logrando burlar la textualidad de un
calendario, otras, remarcando el contorno de un trozo de papel.
En efecto, en estas obras la línea curva implanta lo barroco marcando un punto de
inflexión en su lenguaje, un cambio de dirección que por las mismas posibilidades
de despliegue puede llegar a remontarse a otros orígenes.9
“La rítmica que introduce el elemento curvo, que toma de su maestro Gurvich es
una salida a la ortodoxia de la recta del sistema de Torres. Esta diferencia,
calibrada por la secuencia lineal en el plano, es una propiedad de su configuración
espacial. En direcciones verticales y horizontales –es decir manteniendo la idea de
una ortogonalidad implícita– la telaraña sincopada de línea y plano se desliza
dentro y fuera del campo pictórico.”10

Por consiguiente, la singularidad de estas series es el hecho de manifestar una


forma de construcción vinculada con la aceptación del cambio, siempre en el
marco de un orden y de una unidad. Esta concepción, como señala Rosa Faccaro,
es deudora de las ideas de Gurvich, quien luego de su fidelidad a las perspectivas
teórico-prácticas de Torres-García, marcó una de las rupturas más fuertes con el
lenguaje de su maestro.
De este modo, Nigro se instala en los bordes de otro recorrido de la materia para
dar paso firme hacia otra esfera de la textualidad.

La alternativa de delinear una geografía propia

“Nigro ha sabido construir el propio entorno que lo transforma tanto como él lo


modifica a través de la vivencia del habitar. Estar, residir en un lugar, convivir con
personas y cosas. Extraer de ese paisaje vivaz y lúcido, pletórico de rostros y de
objetos conocidos y también desconocidos, la incitación para la Forma”.11

La sucesiva relación de Nigro con los lugares nos lleva a hablar de un proceso
atravesado por el carácter de la trascendencia, término que, como Genette,
tomamos en oposición al de inmanencia12 y en perpetua relación con otro rasgo
de su experiencia, el cambio constante de lugar. El nomadismo, en su caso,
constituyó una de las metáforas sustanciales de sus desarrollos estéticos. Brasil,
Montevideo, Chile, Barcelona infundieron importantes marcas en su obra, ya sea
por las características históricas, o por la geografía de cada territorio.
Desde la connotación que tiene este habitar el lugar e inmiscuirse en otra
geografía es que elaboramos un paralelo con dos momentos importantes de este
proceso. El período de realización de la serie de “Armação: pesca del viento” en

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Brasil, y la etapa de su estadía en México, en donde llevó a cabo “Papeles de
Calyecat” y “Suite Guadalajara”.
La primera de las series mencionadas fue realizada en una pequeña ciudad
pesquera del sur de Florianópolis: Armação, en donde pasó sucesivas vacaciones
a partir de 1986.
Brasil lo atraía por su raigambre latinoamericana, y también por lo que su paisaje
le brindaba: ese contacto con la naturaleza, con la playa a través de vivencias en
donde los sentidos podían llegar a ejercer su máximo vigor.
“Armação” está conformada por collages y objetos que, por primera vez, conviven
en una misma serie. La puesta en escena de las piezas otorga un tono particular
al conjunto. Algunos objetos se hallan suspendidos a la levedad de la atmósfera
que los contiene. “La red” y “Señal para navegantes” son objetos colgantes.
Prefiguran la idea de que, en esta ocasión, lo rescatado de entre las playas aún
conserva los rastros del agua, por lo cual no dejan de tener relación con su
contexto originario de referencia.
La forma de vinculación de estas obras con su entorno es casi la repetición del
modo en que Nigro manipula la materia prima en sus construcciones en proceso.
La prueba intuitiva de la disposición de los pedazos de materia suscita la
existencia de múltiples posibilidades. “Rumor de juncos” de 1995 proporciona un
ejemplo al respecto. Es un collage realizado con un junco encontrado en la playa,
cuya materia débil prefigura la sensación de desmoronamiento de esa trama que
teje. Como en este caso, en “Agua y luna”, de 1993, Nigro recupera a ese tipo de
materiales endebles de origen natural, y por ende, librados a los efectos del correr
del tiempo, en una construcción aparentemente perdurable.
Una de las particularidades de “Armação” es la iniciativa constante de transformar
los materiales. Pinta esos trozos de madera encontrados, los pedazos de cartón,
agujerea la superficie, realiza incisiones. “Lluvia de enero”, “La barca”, y “Luna del
río” muestran este tipo de gestos que pueden llegar a manifestar, ocultar o
transgredir las cualidades de la materia. Así es que, en el contexto de un orden
aparente, diversos materiales pugnan por marcar sus atributos.
En relación con esto, Emmanuel Guigon señalaba que exaltando materiales y
texturas, haciendo perceptibles los gestos, el collage funciona como un medio de
trasgresión de la techné.13 Función acentuada en la elección que el autor realiza
de sus objetos y materiales. Precisamente, éstos son ajenos al ámbito de culturas
altas. Generalmente pueden pasar al rango de lo descartable, otras veces, quedan
atrapados en la zona de lo intrascendente.
Para Nigro, Brasil es un lugar que no sólo es atractivo por la belleza de su
naturaleza. Es uno de los países desde donde emergen ciertos planteos históricos
sobre la identidad cultural. Esta serie manifiesta el modo en que el autor los ha
asimilado.

“En esa sensación pantanosa, de navegar en una identidad cuyos cimientos aún
no terminan de fraguar, enmarca toda la producción de Nigro.”14

Desde esta esfera, es posible trasladarnos a una visualización de su vinculación


con México, que nos permite establecer otro punto de enlace con su producción, a
través de la serie de collages “Papeles de Calyecat”, realizada durante su estadía

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en ese país, entre 1995 y 1996.
El punto de partida de estas elaboraciones es la cita histórica. Son imágenes
alusivas a la tradición cultural de México.
“Aguascalientes” y “Chiapas” sintetizan los aspectos de esta evocación, que tiene
como mira al rol que ocupan en la historia de este país el pasado precolonial, la
figura de los indígenas y de los campesinos, y el fenómeno de la revolución.
En la primera de las obras presenta una figura realizada con restos de materiales
que, en este caso, trascienden grandes millas de su contexto de origen. Fósforos,
papeles, hilos, una pequeña caja de cartón, pierden su relación con el lugar de
donde vienen. A diferencia de los objetos de “Armação”, en este collage, los
fragmentos individuales dejan de remitir a su función o estado original, para
representar la idea de una figura que, por su apariencia esencialmente totémica,
puede ser relacionada con el mundo azteca.
En estas y otras realizaciones, el autor continúa exaltando las cualidades de los
materiales que utiliza. En este caso, tienen relevancia los papeles de amate de los
soportes. Con ellos origina una atmósfera propicia para rememorar a los códices
mexicanos.
En trabajos como “Sembrado y bandera”, el color es empleado, no solamente
como cualidad primera. También ejerce una función simbólica. La marca se halla
en la utilización del rojo y el negro, en alusión a la bandera del EZLN de México.
Los mismos colores aparecen en “Muchos barcos”, “El granero”, “Hay ya luces”,
“Herramienta y serpiente” y “Chiapas”.
Precisamente en México, va a comenzar a ser frecuente el empleo de una serie de
íconos propios de las artes populares e indígenas: máscara, serpiente, nopal,
cruz. Del mismo modo y, reforzando la tradición cultural de este país, utiliza estos
íconos en la serie de collages “Suite Guadalajara”, de 1996. Un conjunto de obras
en las que puntualiza sus referencias a las máscaras mexicanas.
Las máscaras constituyen una de las vertientes del arte popular latinoamericano.
Destinadas a usos diversos, recorren una gama completa de expresiones dadas
en ceremonias rituales, en danzas y en los carnavales. Situaciones en donde se
entrelazan lo religioso y lo idolátrico. Las características de “Máscara y pez”,
“Máscara y ramas” y “Mascara y caracol”, pertenecientes a esta serie, muestran el
carácter de la asimilación de Nigro respecto de este tipo de producción. No se
atiene a las peculiaridades formales del objeto de culto original. Por el contrario,
elabora una imagen alusiva, a partir de su lenguaje. La pauta no sólo está dada en
el tratamiento del color, sino también en la desemejanza de las cualidades
iconográficas.
Por lo tanto, las conexiones establecidas por estos collages con las artes
populares sondean el plano de lo simbólico más que el del lenguaje plástico. En
este momento, a diferencia de su período de producción artesanal en Montevideo
entre el 66 y el 72, no se abocó a realizar una apropiación selectiva de estas
formas de producción. En cada caso aprovechó el papel simbólico de esas
elaboraciones e intentó volcarlo a su producción desde las formas propias de su
lenguaje.
Las series de “Armação”, “Papeles de Calyecat” y “Suite Guadalajara” transitan
otra línea de su búsqueda. Constituyen conjuntos que se unen cronológica y
formalmente.

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Las relaciones formales tienen que ver con el pasaje hacia un estado en el que la
materia cobra relevancia, y los elementos adquieren una connotación simbólica,
dada por el entorno de la obra, y por la historia misma de esos símbolos.

“Tiempo y materia conjugados en un lugar, lo que equivale a decir: un espacio y


un tiempo, una materia cargada de significado preciso porque dialoga con ese
tiempo y ese espacio; una materia transformada, sin embargo. Una materia que ha
devenido arte.”15

La apropiación del lugar que, en las culturas mexicana y brasileña, ocupa la


producción popular se torna un carácter fundamental de esos conjuntos de
collages y objetos.
Por otra parte, la elección por esos países no es fortuita. Brasil es uno de los
territorios en donde prácticamente no existe una separación entre lo culto y lo
popular; y México, un lugar en donde lo popular se propagó a la vida cotidiana,
inclusive, por la vigencia del peso histórico que posee el muralismo mexicano; un
arte que pasó a ser el más popular de la historia de las vanguardias
latinoamericanas.
La elección formal del artista es coherente con esta mirada. El collage y el objeto
son modalidades en las que las formas híbridas inscriben su existencia. Ambos
revelan el mestizaje de las disciplinas artísticas16, y tomados en este momento
por Nigro, profieren a su producción una nueva faceta de penetración de lo tosco y
lo primario sobre la base de un deseo latente: el de forjar una cultura propia.

El ´objeto´ en la obra de Adolfo Nigro,


por Andrea Giunta.
En Adolfo Nigro. El umbral de la imagen.
La marca editora, 2003.

X CERRAR

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