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El estudio de los fenómenos colectivos en el campo de las ciencias humanas y el

psicoanálisis: una aproximación desde la problemática del suicidio

Camila Chamorro Orellana* y Diego Muñoz Beck*

Universidad Austral de Chile, Sede Puerto Montt.

*Estudiantes de Psicología.

Resumen

El suicidio pone en evidencia las distintas contradicciones de los fenómenos humanos

y las relaciones entre lo individual y lo social en el campo de las ciencias humanas. En esta

revisión se indagan distintas corrientes que refieren a lo social, como el estructuralismo, la

sociología y el psicoanálisis en función del suicidio. Se reseñaron históricamente los distintos

argumentos respecto del abordaje de los fenómenos colectivos, con el propósito de reseñar

distintas posiciones argumentativas respecto de lo colectivo y los efectos que estas posiciones

tienen para el estudio sobre el suicidio. La teorización de Lacan, ya avanzada su obra, postula

una discontinuidad entre lo individual y lo colectivo, que otorga respuesta novedosa a dicho

fenómeno, en contraste con la continuidad propuesta por el estructuralismo.

Palabras clave

Estructuralismo, psicoanálisis, suicidio, colectivo, historización, ciencias humanas.

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Contenidos

Resumen 1

Contenidos 2

Introducción 3

El estudio de lo colectivo en el campo de las ciencias humanas y el psicoanálisis 7

Antecedentes históricos de los estudios de lo colectivo en ciencias humanas 7

Orígenes del estudio de lo colectivo en ciencias humanas 7

Freud y la cultura como originaria del malestar individual 7

El movimiento estructuralista 8

Origen del estructuralismo y principales postulados: la lingüística de

Ferdinand de Sausurre 8

El estructuralismo de Claude Lèvi-Strauss 10

El estructuralismo en la obra de Jacques Lacan 11

Lacan antes del estructuralismo: la tesis de la declinación de la imago

paterna 13

El Lacan estructuralista: el retorno a Freud por la vía de Lèvi-Strauss 13

Más allá del estructuralismo: dialéctica, historicidad y topología 14

Los límites del estructuralismo 14

La influencia de Marx en Lacan: dialéctica, historización y discontinuidad 15

De la estructura a la topología 18

Una comprensión social de la problemática del suicidio 19

La mirada clásica de Durkheim 19

La teorización freudiana sobre el suicidio: una conjugación individual y colectiva 22

Los planteamientos lacanianos acerca del suicidio: una posible explicación

pluridimensional 23

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Conclusión 26

Referencias 31

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Una respuesta a las teorizaciones reduccionistas sobre los fenómenos humanos

corresponde al estudio de lo colectivo al interior de las ciencias sociales, cuestión que ha

preocupado a dichas disciplinas desde sus comienzos. Sus propias características lo

convierten en un fenómeno contingente, en constante transformación a lo largo de la historia,

así como una alternativa o conjugación a partir de lo individual.

En este contexto, el psicoanálisis, a partir de sus primeras teorizaciones hechas por el

psicoanalista austriaco Sigmund Freud, otorga una importancia a lo colectivo, tanto para la

práctica clínica como en sus implicancias sociales. De esta forma, el padre de la disciplina es

el primero en abordar lo colectivo como parte de su obra, convirtiéndose en rupturista para

una época en donde primaba el positivismo. De esta manera, el Malestar en la Cultura

(1929/1978) articula lo individual y lo colectivo mediante la caracterización de la cultura y

sus implicancias dirigidas hacia el individuo, a partir de la descripción de fenómenos que

parecieran ser puramente individuales, como la sensación del yo unitario y la búsqueda

constante de la felicidad. La cultura resultaría, entonces, paradojal: por un lado, es causa de

malestar y sufrimiento, así como no se puede vivir aislado de la misma.

Por otro lado, en la obra psicoanalítica de Jacques Lacan, el abordaje y las

teorizaciones acerca de lo colectivo sufren una profunda transformación a partir del

surgimiento de la noción de lo simbólico y de la teoría del significante como operadores del

análisis que Lacan introduciría al campo del psicoanálisis. Estas ideas fueron presentadas en

el discurso dado en Roma, en el año 1953, llamado Función y campo de la palabra y del

lenguaje en Psicoanálisis (Zafiropoulos, 2002; 2009).

El surgimiento de estas nociones que, rápidamente, marcarían una verdadera

revolución al interior del campo psicoanalítico, fijan sus orígenes históricos en el movimiento

teórico habitualmente denominado estructuralismo. El padre de esta corriente, Ferdinand de

Saussure, si bien nunca utilizó el término como tal, y se remitió al concepto de sistema, trata

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el lenguaje en oposición al habla, considerándolo un hecho social, idea que Durkheim había

planteado de forma similar. La innovación, en ese sentido, está puesta en la consideración del

lenguaje como un todo en sí mismo, que existe solo en oposición a otros elementos del

sistema, por lo que el contenido de dichos elementos no es importante (Quentel, 2007).

Por otro lado, Claude Lévi-Strauss, antropólogo francés, trata el estructuralismo a

través de los fenómenos de parentesco que habitualmente son trabajados en su disciplina, los

cuales entregarían claves para la comprensión del funcionamiento de las sociedades

tradicionales. Dichos fenómenos tendrían la característica de ser inseparables, ya que forman

parte de una estructura. Esta noción la contrapone con la lingüística, en tanto es, también,

una ciencia social. Para llegar a estas ideas, quienes realizan lecturas del autor señalan que las

principales influencias en sus ideas provienen de Jakobson, Marx y Freud. En trabajos

posteriores, incluso llega a plantearse que el lenguaje siempre se reduce a su dimensión

social. Bajo esta lógica, los procesos gramáticos son propuestos como producto del

inconsciente, fuera del psicoanálisis (Quentel, 2007).

Retomando las transformaciones sufridas al interior del psicoanálisis, es Lacan quien

introduce a este campo las ideas estructuralistas a partir de 1953, mediante la inclusión de la

noción de estructura para realizar su ya famoso retorno a Freud, en el cual utiliza las nociones

de lo simbólico y la de significante (Quentel, 2007).

En lo concreto, la introducción al psicoanálisis de los postulados del estructuralismo

lingüístico permiten a Lacan movilizar la articulación de una teoría que supera la escisión

entre las dimensiones de lo individual y lo colectivo. Esto debido a que el análisis estructural

de Lévi-Strauss opera según la lógica del hecho social total maussiano, el cual permite la

conjugación tridimensional de los aspectos sociológicos, psicológicos y fisiológicos de toda

conducta humana (Lévi-Strauss, 1991). A partir de esta lógica, se evidencia que la

interpretación de lo colectivo debe localizarse en el registro de la mente, porque el individuo

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en este paradigma es el único lugar en donde se articulan concretamente las tres dimensiones

que forman el hecho social total (Zafiropoulos, 2009).

Si bien el estructuralismo ofrece una perspectiva que considera una posible salida a la

dicotomía entre lo individual y lo colectivo, al parecer dicha visión no sería suficiente. Para

Cabrera (2017), por ejemplo, si la filiación del pensamiento lacaniano al estructuralismo

hubiese tenido un carácter tan estricto y apegado a las reglas lingüísticas que supeditan la

configuración del sujeto, el resultado de esto sería una traición a la concepción freudiana del

sujeto, que por medio del concepto de pulsión, da cuenta del compromiso indisoluble entre lo

anímico y lo somático a través de la vía de la representación. Desde esta perspectiva, el

estructuralismo lingüístico, que asimila al individuo como una mera abstracción de lo social,

impide el desarrollo de una conceptualización de la discontinuidad entre individuo y sociedad

y la irrupción del acontecimiento que implican los fenómenos de la subjetivación histórica.

Así, mediante los desarrollos lacanianos más allá del estructuralismo, se introducen

nuevas nociones sobre lo simbólico y su anudamiento con lo individual, las cuales podrían

demostrar una posible alternativa a temáticas que presentan dificultades por sí mismas en sus

formas de comprensión, análisis e incluso implicancias clínicas o psicopatológicas, como lo

es el fenómeno humano del suicidio.

La problemática del suicidio resulta ser un conflicto en sí mismo, que permite pensar

en la necesidad de una articulación adecuada entre lo individual y lo colectivo para su

abordaje. De esta manera, se pueden encontrar diversas teorizaciones al respecto, al tratarse

de una temática actual, y que involucra a diversas áreas de la salud y las ciencias, que

demuestran lo difuso de su campo investigativo.

El suicidio, para la Organización Mundial de la Salud (OMS), por ejemplo, es una

prioridad de salud pública, relacionado con temas de prevención y factores de riesgo, de

carácter más bien estadístico, donde se vincula con enfermedades mentales, tales como el

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consumo problemático de alcohol y sustancias, depresión, entre otros (Organización Mundial

de la Salud, 2000).

En esta misma línea, existen diversos estudios orientados a la prevención del suicidio,

que distinguen los intentos de suicidio y el suicidio mismo, incluyendo también la ideación

suicida, que puede tener un amplio espectro de posibilidades de manifestación, que, según

estas perspectivas, deben ser estudiadas y observadas para su oportuna prevención (Pérez,

1999) .

Respecto a perspectivas psiquiátricas orientadas hacia el estudio de los factores de

riesgo suicida, la investigación en niños y jóvenes apuntan a que se trata de un proceso que

inicia con los simples pensamientos respecto de la realización del acto, asociado a diversos

factores escolares, familiares y de relación con los pares, además de autoestima,

autoconcepto, y autoeficacia. Los mayores factores de riesgo serían la ocurrencia de sucesos

traumáticos, como el abuso sexual y la disfunción familiar (Cañón, 2011).

En el caso de Chile, se encuentran, incluso, estudios asociados al intento de búsqueda

de correlación de proporcionalidad directa entre el aumento del Producto Interno Bruto (PIB)

del país y el aumento de las tasas de suicidio; por lo tanto, se realiza un análisis desde una

perspectiva psicosocial y económica del suicidio, a partir del contexto de la globalización

(Moyano y Barría, 2006).

De esta forma, y con esta diversidad de perspectivas y estudios respecto del suicidio,

que consideran variables psicosociales, estadísticas, epidemiológicas, etcétera, se logra

evidenciar la dificultad de su estudio, al no estar situado en un solo campo teórico, ni lograr

obtener una respuesta acabada a sus causas, desarrollo, y acto final, gracias a que se trata de

un fenómeno humano contradictorio a cualquier lógica. Dentro de estos intentos por abarcar

una explicación posible, se hará una revisión de perspectivas que consideran variables

sociales como explicación posible al fenómeno del suicidio, como lo son las ideas planteadas

7
por Durkheim, desde la sociología, o de Freud y Lacan a partir de la teoría psicoanalítica, se

contrastarán ambas posiciones, y se observarán detenidamente sus limitaciones, propuestas y

salidas frente a dicho fenómeno.

Por un lado, Durkheim (1928), desde la sociología, plantea que son las sociedades con

los valores destituidos las que causan suicidios, por lo que son éstas determinantes para

cometer el acto. Sin embargo, el suicidio es un fenómeno individual, en tanto ocurre en

solitario, y no todos los miembros de una misma sociedad llegan a cometer un acto suicida.

En esta línea, Freud (1915/2001) también teoriza, en cierta medida, sobre el suicidio, y

propone que el melancólico, al no saber qué fue lo que perdió del objeto amado y volcar esa

energía hacia el yo, lo que causa un empobrecimiento y vacío de éste, (a diferencia del duelo,

que ve vacío el mundo y no a sí mismo), se autoreprocha y desvaloriza a causa de la

ambivalencia respecto del objeto amado que se vuelca hacia el sadismo, lo que podría

terminar en el suicidio de quien sufre melancolía.

Lacan (2014), en cambio, pone en cuestión la continuidad de lo social y lo individual

en sus teorizaciones posteriores a las influencias estructuralistas, por lo que el acto

psicoanalítico (Lacan, 1967-1968) también se caracteriza por ello. Lo que diferencia esta

propuesta de la de Freud es que, en este caso, el inconsciente, estructurado como lenguaje,

está barrado, por tanto, el suicidio, el acto mismo, deja de ser inexplicable, al ser el ejemplo

máximo de dicha indeterminación última que habita al sujeto.

Metodológicamente, la revisión bibliográfica cuenta con referencias a autores

originales, como Lévi-Strauss, Lacan, Freud y Durkheim, en tanto guían las propuestas

teóricas planteadas para un acabado análisis respecto del nicho teórico estudiado. Sin

embargo, para una complementariedad y contraste ante planteamientos actuales respecto del

tema del suicidio y lo colectivo, es que también se han considerado tanto autores que releen a

los ya planteados y teorizan a partir de éstos (Quentel, Zafiropoulos, Barrionuevo), así como

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trabajos de distintas naturalezas académicas de orden contemporáneo. Se excluyen algunas

referencias sobre el origen de algunas teorizaciones originales al considerar que su influencia

es secundaria para el tema central a tratar en este trabajo, como por ejemplo, los estudios de

Ferdinand de Saussure y Marcel Mauss, vistos a través de fuentes secundarias.

A partir de lo antes expuesto, se derivan las distintas relevancias de esta revisión

bibliográfica en esta temática que conjugará el estudio de lo colectivo en relación con

suicidio. En primer lugar, la problematización de las diversas perspectivas del estudio de lo

colectivo y sus vacíos, ya sea desde la sociología o el psicoanálisis, permite abrir la mirada

que anteriormente podría haber sido ingenua respecto de lo social como explicación única a

cualquier fenómeno humano, por tanto, sobre una posibilidad de comprensión acabada sobre

el suicidio en su complejidad y contradicción, de la misma manera en que se critica la

reducción al individuo. Por lo tanto, su revisión se enmarca en relevancias de tipo teórico, en

tanto se hace necesaria una articulación a partir del estudio de los orígenes de las ideas de los

autores expuestos; tanto clínica-psicopatológica, como un posible modo de comprensión de

esta problemática de salud, así como sus salidas terapéuticas mediante un abordaje que

considere tanto al individuo como las influencias de lo colectivo.

El Estudio de lo Colectivo en el Campo de las Ciencias humanas y el Psicoanálisis Commented [1]: Se ha hecho un comentario

Antecedentes históricos del estudio de lo colectivo en ciencias humanas.

Orígenes del estudio de lo colectivo en ciencias humanas.

Una de las preocupaciones históricas de las ciencias humanas, desde sus comienzos,

ha sido el abordaje y la comprensión de los distintos fenómenos pertenecientes al orden de lo

colectivo. En este sentido, se trata de una idea que ha permanecido a lo largo del tiempo,

debido a sus características y las dificultades propias de su estudio. Se trata, más bien, de un

terreno difuso y, por ende, de diversas perspectivas incluso dentro de un mismo campo. Por

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otro lado, atiende directamente a los tiempos históricos, por lo que se encuentra en constante

transformación. Por último, sus posibilidades de estudio también se amplían hacia la

comprensión de lo individual, lo cual vislumbra la necesidad de establecer relaciones de

complementariedad entre estos dos polos de abordaje de los fenómenos humanos. En esta

línea, Feippe (2016), desde la antropología, plantea estas ideas a través de una revisión

histórica en tres tiempos de las diferentes definiciones de cultura, en donde la noción de lo

simbólico toma importancia al analizarlas.

De esta manera, las ciencias sociales se han encargado de pensar lo colectivo desde

sus orígenes, a través de autores con obras de elevado reconocimiento en la materia como

Karl Marx, en su ensayo El capital: crítica de la economía política; Max Weber, a través de

su trabajo más reconocido La ética protestante y el espíritu del capitalismo; o el sociólogo

francés, Émile Durkheim, considerado como precursor de la sociología como ciencia, en su

libro El Suicidio. Todos ellos consideraban a lo social como causa explicativa de ciertos

fenómenos.

Freud y la cultura como originaria del malestar individual.

Bajo este marco, el psicoanálisis, como una disciplina en sí misma, dentro de sus

implicancias no sólo clínicas, sino también sociales, cimenta desde sus orígenes, la

importancia de lo social para cualquiera de sus prácticas y comprensiones. De este modo, el

padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, es el primero en poner de relieve una comprensión

de lo colectivo en su obra, sobre todo para pensar lo individual desde esta posición. En el

texto El malestar en la cultura (1929/1978), Freud caracteriza, en un inicio, fenómenos

individuales, como la sensación del yo unitario, que reconoce los límites entre lo interno y lo

externo; o la manifestación de la felicidad y su búsqueda constante, no por ello menos

problemáticas. Desde la perspectiva freudiana, gran parte del malestar individual hallaría sus

orígenes en la cultura, y todas aquellas manifestaciones por medio de las cuales el individuo

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intenta defenderse de las amenazas que acechan desde las fuentes del sufrimiento pertenecen,

justamente, al mismo orden cultural (Freud, 1929/1978).

En este sentido, la idea de la cultura es planteada como paradigmática, ya que, si bien

no se puede vivir aislado de ésta, tampoco se puede omitir el sufrimiento que la misma

provoca.

El movimiento estructuralista.

Origen del estructuralismo y principales postulados: la lingüística de Ferdinand de

Saussure.

Una de las particulares maneras de abordar el estudio de los fenómenos de lo

colectivo en el campo de las ciencias humanas ha sido el conjunto de reflexiones teóricas

denominadas de manera común como estructuralismo o movimiento estructuralista.

El origen de los planteamientos estructuralistas suele ser atribuido al campo de la

lingüística, en específico, al pensamiento del lingüista suizo Ferdinand de Saussure,

considerado padre de la Lingüística Estructural y referente teórico de diversos enfoques

presentes en campos como la antropología, la psicología, la sociología y el psicoanálisis.

A pesar de la relevancia de Saussure para el pensamiento estructuralista, el concepto

de estructura no está presente en la obra central de este autor, el Curso de Lingüística

General, que daría origen a esta singular manera de estudiar lo colectivo. Este concepto

aparece, en Saussure, bajo la denominación de “sistema” (Quentel, 2007).

A grandes rasgos, la esencia de la tesis saussuriana radica en que el lenguaje

constituye un sistema, del cual sus diferentes partes deben ser consideradas en su

solidaridad. Lo que importa en el lenguaje, entonces, son las oposiciones y no el contenido

de los elementos del sistema. El contenido, de hecho, está determinado por las oposiciones

en las que entran los distintos elementos del sistema del lenguaje, es decir, que éste existe

solo a través de su relación y oposición a otros elementos del sistema (Quentel 2007).

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Para Quentel (2007), el enfoque de Saussure inaugura una ruptura con el realismo del

hablante y, por ende, con el de muchos investigadores en ciencias humanas que toman las

realidades que enfrentan por lo que son, ateniéndose a los hechos y a la objetividad. En

cambio, la teoría de Saussure plantea la cuestión de las condiciones reales a partir de las

cuales se producen dichas realidades, ya que, a partir de este enfoque, no es en lo aparente

positivo en lo que hay que detenerse, sino que es el resultado de las distintas conexiones del

sistema —las cuales no dejan de evolucionar—, lo que hace que estas realidades varíen.

El descubrimiento y los aportes de Ferdinand de Saussure son llevados,

posteriormente, desde el campo de la lingüística al conjunto de las ciencias humanas. Los

seguidores de su pensamiento expanden este enfoque a todos los fenómenos humanos a partir

de la noción de estructura. Esta noción puede ser entendida de manera estrictamente análoga

a la noción de sistema de Saussure: como un conjunto finito de elementos en el que cada uno

de ellos solo vale en relación con los otros elementos (Quentel, 2007).

El estructuralismo de Claude Lévi-Strauss.

Uno de los autores en los que se puede observar la influencia del pensamiento

estructuralista es el antropólogo y etnólogo francés Claude Lévi-Strauss, quien traslada los

postulados teóricos del estructuralismo al campo de la antropología y el estudio de la cultura.

En primera instancia, Lévi-Strauss (1991) releva el aporte del pensamiento de Marcel

Mauss para la comprensión de los fenómenos relativos al orden de lo colectivo, los cuales

deben entenderse en su necesaria complementariedad con el orden de lo individual. La

importancia de lo planteado por Marcel Mauss radica, desde esta perspectiva, en haber

llevado a cabo un esfuerzo por superar las observaciones empíricas para llegar a realidades

más profundas; lo social, por primera vez sale de la esfera de la cualidad pura y se transforma

en un sistema entre cuyas partes pueden descubrirse conexiones, equivalencias y

solidaridades.

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Ejemplo de esto último es el énfasis que hace el antropólogo francés respecto de la

noción maussiana de acto social total, la cual debe poseer un carácter tridimensional que

tenga en cuenta de manera simultánea los aspectos fisiológicos, psíquicos y sociológicos de

cualquier conducta humana. Esta noción llevará a concluir a Lévi-Strauss la inherente

complementariedad entre lo social y lo colectivo; si bien es cierto que todo fenómeno

psicológico es un fenómeno sociológico, la prueba de lo social solo puede ser mental, por lo

cual lo individual no puede ser un mero hecho subordinado de lo social (Lévi-Strauss, 1991).

Para Quentel (2007), en la obra de Lévi-Strauss, los fenómenos del parentesco serían

del mismo tipo que los fenómenos lingüísticos, por lo cual, más que tratarse de una

arquitectura similar, se trataría de la transposición de una arquitectura única controlada por el

lenguaje. La obra de Lévi-Strauss demostraría que los fenómenos humanos no son menos

estructurados en su campo de estudio que en el de la lingüística. Siguiendo esta línea, el

etnólogo asimila la noción de estructura con su noción de inconsciente: al comprender al

lenguaje como la base misma de la cultura, determina que el inconsciente participa de las

propiedades del lenguaje, de las cuales enfatiza la importancia del significante y la función

simbólica.

En lo que respecta a la función simbólica, su eficacia radica en llevar a la conciencia

conflictos y resistencias que han permanecido, hasta ese momento, inconscientes. Tal es el

caso, por ejemplo, del chamán que proporciona a la enferma un lenguaje en el cual se pueden

expresar inmediatamente estados informulables de otro modo, lo que tiene por efecto la

reorganización bajo una forma ordenada e inteligible de una experiencia actual que, sin ello,

sería anárquica e inefable (Lévi-Strauss, 1987).

La obra de Claude Lévi-Strauss, como se verá, presenta un antecedente de influencia

fundamental para el pensamiento del psicoanalista francés Jacques Lacan, quien introducirá

13
los postulados estructuralistas del antropólogo al campo del psicoanálisis, con el fin de

ofrecer un abordaje novedoso para pensar los fenómenos de lo colectivo.

El estructuralismo en la obra de Jacques Lacan.

Lacan antes del estructuralismo: la tesis de la declinación de la imago paterna.

De acuerdo a lo afirmado por Zafiropoulos (2002), previo al énfasis que el

psicoanalista francés hace de los postulados estructuralistas de Lévi-Strauss para la

construcción de sus planteamientos psicoanalíticos anclados en el lenguaje, la explicación

lacaniana de los fenómenos del orden de lo colectivo se encontraría más cercana al enfoque

sociológico de Durkheim que a las tesis estructuralistas.

En un período de su obra que va desde el año 1938 al año 1953, Lacan se inclinaría a

favor del pensamiento durkheimiano, lo cual lo habría llevado a enunciar en su artículo Los

complejos familiares la tesis de la declinación de la imago paterna, que deduce de la ley de

contracción familiar de Durkheim el empobrecimiento del poder identificatorio de las

familias y la degradación del complejo de Edipo, incapaz ya de asegurar la armoniosa

maduración subjetiva y social de los hijos. Además de esto, Lacan plantea en el mismo

artículo que esta crisis psicológica de la familia y del padre es la causante del descubrimiento

del psicoanálisis por parte de Freud (Zafiropoulos, 2002).

A partir de esta tesis, diversas versiones (más fragmentadas o más globales) de la

misma han encontrado, bajo la autoridad de Lacan, la posibilidad de manifestarse. Tal es el

caso de la complicidad que aúna a la sociología del posmodernismo y a las investigaciones

psicoanalíticas para diagnosticar, en las patologías narcísicas, los síntomas mórbidos de las

sociedades posmodernas faltas de perspectivas históricas, investiduras institucionales y

autoridad (Zafiropoulos, 2002).

En ese momento de la obra lacaniana, entonces, las circunstancias sociales de la

organización familiar determinan los síntomas que expresan en el plano colectivo el

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sufrimiento característico tanto de una actualidad mórbida como del estilo clínico de una

época eminentemente lábil (Zafiropoulos, 2002).

Sin embargo, a partir de 1953, Lacan renuncia a su influencia durkheimiana, dando

paso a los trabajos de Lévi-Strauss. De aquí en adelante, la función del padre —con seguridad

una noción fundamental dentro de la teorización psicoanalítica lacaniana— no puede

comprenderse sin tomar en cuenta el nuevo universo teórico que el mismo Lacan comienza a

construir en 1953 (Zafiropoulos, 2002). Queda, sin embargo, la duda acerca del por qué

Lacan abandona su inclinación por los postulados durkheimianos; duda a la que se intentará

dar luces a través de las distintas argumentaciones reseñadas a lo largo de esta revisión.

El Lacan estructuralista: el retorno a Freud por la vía de Lévi-Strauss.

En 1953, Lacan da inicio a su retorno a Freud, apoyándose en los planteamientos

estructuralistas de Claude Lévi-Strauss. Como se mencionó anteriormente, Lévi-Strauss,

influenciado a su vez por la obra de Marcel Mauss, rescata la noción de hecho social total, en

tanto reconoce su potencialidad para pensar la inherente complementariedad que articula lo

individual y lo colectivo. Esta complementariedad podría identificarse en la totalidad de los

fenómenos humanos, los cuales, a su vez, son homologables a una arquitectura única

controlada por el lenguaje. Esta estructura del lenguaje tendría como punto de anclaje la

función semántica totalmente esencial de un significante flotante que permite el ejercicio de

la función simbólica (Zafiropoulos, 2009).

Desde la perspectiva de Zafiropoulos (2009), la operación del psicoanalista francés de

inventar el nombre-del-Padre, no sería más que una simple recuperación de la idea

levistraussiana de un significante excepcional o significante flotante, que permite el ejercicio

del pensamiento simbólico. El padre no sería ya, por lo tanto, un objeto real, sino un

significante puro. Más aún, para el autor, la influencia de la obra de Lévi-Strauss en Lacan no

se limitaría sólo a la cuestión del padre como significante puro, sino que también estaría

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presente en la reversión lacaniana del algoritmo saussuriano, que tiene el efecto de colocar al

significante como un operador de generación del significado. De esta manera, los

planteamientos estructuralistas hacen su aparición en el campo del psicoanálisis bajo la obra

de Lacan, quien postula la idea de un significante primordial en el cual se apoyaría la

totalidad de la estructura.

Por medio de la influencia antropológica de Lévi-Strauss, Lacan comienza una

reinterpretación de los postulados freudianos, con la intención de demostrar en su enseñanza,

a partir de este momento, que el inconsciente también está estructurado como un lenguaje

(Quentel, 2007).

No obstante de esto último, el estructuralismo ha sido ampliamente criticado por,

entre otras cosas, su excesivo centramiento en el lenguaje. Quentel (2007), por ejemplo,

señala que el uso de la noción de estructura en Lacan es heurístico y reductivo. Queda, por lo

tanto, caracterizar algunas de las críticas formuladas al pensamiento estructuralista, con la

finalidad de observar, por un lado, en qué medida éstas ofrecen nuevas elucidaciones que

permitan pensar los fenómenos colectivos y, por otra parte, qué tanto se ajustan estos

enjuiciamientos a la obra de Jacques Lacan quien, como se verá, a pesar de su inspiración en

las ideas estructuralistas, amplía, sin embargo, su concepción de la estructura mucho más allá

del lenguaje.

Más allá del estructuralismo: dialéctica, historicidad y topología.

Los límites del estructuralismo.

Quentel (2007) señala que la noción de estructura, a pesar de tratarse de un

descubrimiento importante, excluye los otros determinismos del ser humano y la capacidad

de contabilizarlos, centrándose solo en el lenguaje. Esta reducción al lenguaje reforzaría la

idea de una unidimensionalidad del humano, que dejaría de lado otros registros.

16
La empresa estructuralista, por tanto, sería incapaz de hacerse responsable de la

plurideterminación de lo humano —o sea, de las diversas contradicciones que lo

constituyen— y, en consecuencia, de la especificidad de los objetos dados a cada una de las

ciencias humanas. A causa de este excesivo énfasis en el lenguaje, la especificidad de los

procesos que tienen en cuenta lo técnico, lo social o lo ético se ve oscurecida por una noción

llevada a tal nivel de generalización. El modo de presencia del hombre en el mundo, desde

esta perspectiva, rechaza cualquier estructuración implícita en él (Quentel, 2007).

Por lo tanto, para Quentel (2007), la noción de estructura sería finalmente reificada

por su definición: vacía de todo el contenido y basada en la diferencia, se vuelve positiva al

volverse explícitamente autosuficiente. Limitada a sí misma, la estructura entra en un proceso

de autolisis, lo cual sería la razón esencial de la desaparición del estructuralismo de la escena

del debate científico, más allá de los efectos de la moda.

A partir de esta lectura, el autor critica el determinismo lingüístico presente en el

psicoanálisis a partir de la obra de Lacan. Así, enfatiza que el lenguaje, para Freud, es solo

una de las modalidades a través de las cuales se manifiesta el inconsciente. Los procesos

primarios se revelan también a través de la dimensión técnica (por ejemplo, en actos fallidos)

o la dimensión relacional (durante la transferencia). El hecho de que los procesos primarios

sean comparables a los procesos gramático-retóricos es una cosa, pero que sean idénticos a

ellos es otro asunto; el inconsciente tal vez esté estructurado como un lenguaje, pero no es el

lenguaje (Quentel, 2007).

Sin embargo, las críticas del autor parecen estar menos dirigidas al mismo Jacques

Lacan y al conjunto de su obra, que a la doxa que ha interpretado su enseñanza. Como se

verá, es el mismo Quentel (2007) quien defenderá el potencial de los postulados del

psicoanálisis lacaniano, en tanto éste es capaz de hacerse cargo de las contradicciones que

constituyen a los fenómenos humanos.

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La influencia de Marx en Lacan

Para Jean-Claude Quentel (2007) la historia de la noción de estructura —y de su

posterior rechazo— constituye un ejemplo de cierta particularidad en el funcionamiento del

humano, cuando éste se piensa a sí mismo: ante la dificultad de enfrentar la complejidad de

los fenómenos que estudia, tiende a reducirlos a las únicas herramientas que tiene para

aprehenderlos. Una vez establecido, el nuevo conocimiento se cierra sobre sí mismo sin

cuestionarse las condiciones de su establecimiento; en vez de proceder con una crítica de los

modos anteriores de pensamiento —de los cuales pretende liberarse—, se les rechaza de

manera tajante, pasando de un extremo del pensamiento, al otro. Esto sucedería toda vez que

se dirige la atención sobre un punto particular de la complejidad del ser humano, sin tener en

cuenta que la contradicción y la paradoja se encuentran en el corazón mismo del

funcionamiento del hombre.

Por lo tanto, las teorías que pretendan dar cuenta de lo humano, deberían explicar este

funcionamiento paradójico en sus distintas formas si no quieren ser engañadas y continuar

tratando solo un aspecto de la contradicción, excluyendo las otras (Quentel, 2007).

Para Quentel (2007), ha sido Karl Marx el que mejor ha entendido la importancia de

este juego de contradicciones inherentes al funcionamiento del hombre y quien afirmó

especialmente la necesidad de tenerlo en cuenta y de teorizarlo. Por medio de su noción de

dialéctica (la cual toma de Hegel, pero a la vez establece una ruptura respecto del mismo),

inaugura una nueva forma de pensar al humano que escapa del dualismo de la materia y la

mente, lo cual le permite proponer una solución que va más allá de la dicotomía del

materialismo y el idealismo. Se entenderá, a partir de esta noción, que el hombre se eleva

más allá de la materia y las propiedades puramente fisiológicas que condicionan su vida, pero

que, a la inversa, el espíritu del hombre no flota en un universo etéreo, porque está encarnado

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material y fisiológicamente. Por lo tanto, la existencia no sería un hecho solamente natural,

pero tampoco solamente cultural (Quentel, 2007).

En lo que sigue, lo concreto aparece en el pensamiento como un proceso de síntesis o

de resultado y no de partida. El pensamiento se apropia, de forma abstracta, de un concreto

que ya está allí y lo reproduce, posteriormente, en la forma de un pensamiento concreto. La

posición de Marx es materialista pero dialéctica, en tanto toma en cuenta la especificidad del

funcionamiento del hombre (Quentel, 2007).

Asociada a la noción de dialéctica, la noción de historicidad invita a pensar que que el

movimiento contradictorio de la dialéctica solo puede ser concebido en el tiempo. La

historicidad sería, desde este punto de vista, el resultado del conflicto constante entre los

momentos contradictorios del proceso dialéctico; el conflicto produce una “energía” propia

que se halla a la base de la historicidad. Por lo tanto, una teoría del sujeto que se plantee la

cuestión de su constitución y su funcionamiento debe integrar esta noción del conflicto que

impulsa el movimiento dialéctico. En otras palabras, debe explicar por qué el ser humano,

que no deja de cambiar, a la vez, permanece siempre estático de manera paradójica (Quentel,

2007).

Bajo esta mirada, el psicoanálisis lacaniano se erigiría como una posibilidad de dar

cuenta de la contradicción inherente a lo humano. La teorización lacaniana obligaría a pensar

que el humano nace de una brecha o rasgadura original, que permanece hasta el final de su

vida y que constituye un motor que impulsa su accionar y que produce una energía que no

puede ser reducida a un proceso natural (Quentel, 2007).

La contradicción del ser humano es abordada, desde el psicoanálisis, por medio del

problema de la satisfacción. La lógica del deseo se articula siempre en relación a una falta,

por lo cual el hombre en busca de satisfacción encontrará que nunca puede satisfacerse de

manera completa. La negatividad que subyace a la noción de falta implica una ruptura con las

19
condiciones naturales y/o fisiológicas para obtener satisfacción. Al mismo tiempo, este

funcionamiento natural, paradójicamente, constituye la condición misma de su propio

adelantamiento. Esta contradicción crea una energía limpia y constituye un motor que

impulsa la actividad del ser humano (Quentel, 2007).

En suma, el hombre ya no puede ser comprendido, desde este enfoque, en una

unidimensionalidad; el sujeto lacaniano, aunque no deja de plantear nunca su singularidad,

resulta eminentemente abierto a lo social (Quentel, 2007)

En esta misma línea, las argumentaciones ofrecidas por Cabrera (2017) permiten dar

cuenta de la relevancia de las razones que movilizan el pasaje de la obra de Lacan desde un

énfasis en la estructura levistraussiana a la incorporación de una influencia marxista que abre

paso a los fenómenos de la variabilidad histórica.

Para este autor, si la filiación del pensamiento lacaniano al estructuralismo hubiese

tenido un carácter tan estricto y apegado a las reglas lingüísticas que supeditan la

configuración del sujeto, el resultado de esto sería una traición a la concepción freudiana del

sujeto, que por medio del concepto de pulsión, da cuenta del compromiso indisoluble entre lo

anímico y lo somático a través de la vía de la representación. El estructuralismo lingüístico,

que asimila al individuo como una mera abstracción de lo social, impide el desarrollo de una

conceptualización de la discontinuidad entre individuo y sociedad y la irrupción del

acontecimiento que implican los fenómenos de la subjetivación histórica (Cabrera, 2017).

Debido a esto, a partir de la teoría de los discursos que Lacan desarrolla en el

Seminario 17: el reverso del psicoanálisis, Lacan intenta conjugar la comprensión

estructuralista con la dimensión de las transformaciones históricas de la subjetivación,

entendida esta última como manifestación de una dialéctica del conflicto que se despliega en

el terreno de la historia (Cabrera, 2017).

20
Sin embargo, y a pesar de las afirmaciones que indican que este movimiento hacia la

historización se da en un momento posterior a su etapa estructuralista, es posible dar cuenta

que las nociones de historización y discontinuidad están presentes en la obra lacaniana ya

desde el año 1953, cuando se afirma que el inconsciente es aquella parte de la historia

individual que, en tanto transindividual, falta a la disposición del sujeto para restablecer la

continuidad del discurso consciente (Lacan, 2014).

De la estructura a la topología.

Si se retoma el problema de la estructura, puede verse, a la luz de lo afirmado por

Douville (2005), que la teorización psicoanalítica lacaniana va mucho más allá de un simple

estructuralismo formal y combinatorio. Para el autor, la concepción de Lacan sobre el sujeto

sufrirá una profunda revisión, ya que la analogía entre significante en psicoanálisis y

significante en antropología habría perdido su vigor y su valor programático.

Según Douville (2005), no es seguro que Lacan hiciera el mismo uso que Lévi-Strauss

del significante cero, ya que, mientras para el antropólogo este espacio vacío es una

condición formal y pasiva, para Lacan este espacio se convierte en un vacío activo desde el

cual se ordena la estructura. Lacan habría inventado el sujeto del psicoanálisis, no solo como

análogo al sujeto de la ciencia, sino como una respuesta de lo Real y a lo Real. Es entonces

un problema de orientación del cuerpo erógeno que involucra los tiempos y la lógica de los

conjuntos pulsionales, pero es también un principio de articulación abierta y topológica entre

cuerpo, objeto y letra. El vacío, para Lacan no es una mascarada fálica ni su completa y

última verdad; no es el "no-ser".

A partir de la época de 1970, el sujeto del psicoanálisis —con la teorización del

objeto a y la influencia de Marx en Lacan— ya no será reducible a la combinatoria de

significantes, sino que será una vida marcada por el lenguaje, que sufre. De la misma

manera, la preeminencia de lo simbólico será reevaluada por la construcción de una topología

21
de nodos cuya presentación hará equivalentes los registros de lo real, lo imaginario y lo

simbólico. El lenguaje sería, entonces, una experiencia de goce, que indexa un equívoco

general, por lo cual la estructura ya no estaría conectada a un ideal de existencia de relaciones

que regresan a una falta constitutiva (Douville, 2005).

A partir de esto, para el psicoanalista francés, cada estructura deviene en la brecha

misma actualizada en el lenguaje. En los últimos desarrollos de Lacan se observaría, por lo

tanto, el anuncio de un nuevo estructuralismo, menos dependiente de su base lingüística y

liberado de cualquier reducción naturalizadora de lo social y lo psíquico (Douville, 2005).

Hasta aquí, se ha caracterizado una disquisición teórica concerniente a las diversas

maneras en que, históricamente, han sido comprendidos los fenómenos del orden de lo

colectivo. Como se vio, el abordaje de estas discusiones conlleva una complejidad que es

propia de cualquier manifestación humana. En esta línea, el suicidio es una problemática que

atraviesa estas discusiones teóricas, en tanto es el hecho máximo de contradicción entre lo

colectivo y lo individual.

Una Comprensión Social de la Problemática del Suicidio

La mirada clásica de Durkheim.

Considerado el primer teórico en hablar del suicidio fuera de una mirada simplemente

numérica o estadística, Émile Durkheim, sociólogo positivista francés, escribe el libro El

Suicidio a fines del siglo XIX, definiéndolo como “todo caso de muerte que resulte, directa o

indirectamente, de un acto, positivo o negativo, realizado por la víctima misma, sabiendo ella

que debía producir este resultado” (Durkheim, 1928, p.3), hace la distinción respecto de las

posibles definiciones morales y del cese de supervivencia de los animales. Utiliza una amplia

gama de variables estadísticas sobre las causas e influencias posibles del suicidio en distintos

países de Europa de la época, en la cual hace una relación cuantitativa hacia estudios

22
sociológicos. Si bien puntualiza que, al ser un hecho individual, que solo afecta al individuo y

es realizada por él mismo, se podría creer que no es un hecho que interese a la sociología; sin

embargo, éste contiene una unidad e individualidad, así como una naturaleza social por tanto,

no sólo una preocupación para la psicología, así el suicidio debe ser considerado, como tal,

un hecho social (Durkheim, 1928).

De esta manera, Durkheim distingue cuatro tipos distintos de suicidio en el transcurso

de su clásica teorización: El suicidio altruista, que se da en sociedades rígidamente

estructuradas, en donde se otorga una baja importancia al yo, y se realiza un sacrificio moral

en favor del grupo; el suicidio egoísta, que se produce mayormente en sociedades en crisis,

en la que los vínculos sociales son débiles como para que el sujeto se comprometa con su

propia vida así, se puede llevar a cabo libremente el acto suicida; el suicidio fatalista, de poco

desarrollo teórico, se produce en sociedades en las cuales los sujetos no creen en una salida

posible a su condición, por ejemplo, en las sociedades esclavistas; por último, desarrolla

ampliamente la idea del suicidio anómico, propio de las sociedades en las cuales las lazos

sociales se encuentran desintegrados, y en donde los límites de éstas son más flexibles. A las

sociedades con dichas características las denominó sociedades anómicas, en las cuales,

incluso, se puede hablar de sociedades suicidógenas, como consecuencia de los discursos de

dichas sociedades (Durkheim, 1928).

El desarrollo de las ideas de las sociedades anómicas abarca gran parte de la

teorización durkhemiana, a través de la cual reafirma su idea de que la problemática del

suicidio, rica en posibles explicaciones y, llena de manifestaciones y paradojas teóricas desde

distintos frentes, no sería más que un hecho social causado por el desajuste de la estructura

social (Palacio, 2010). En este sentido, la anomia social (también desarrollada en el libro La

División del Trabajo Social), se enmarca en torno a la modernidad, que transforma dichos

lazos y, por ende, el funcionamiento de los individuos. Así, existen dos posibles

23
consecuencias: sociedades que consideren a la modernidad como una amenaza; versus otras

sociedades que se establezcan a partir de la conjugación de las diferencias individuales y el

avance de la cohesión social, fortaleciéndose mutuamente. De esta manera, el suicidio se

daría en el primer tipo de sociedad, que no es capaz de interiorizar el proceso de cambio

causado por la modernidad, como la modificación de sus estructuras y la reglamentación de

las relaciones al interior de éstas (López, 2009).

En este sentido, a partir del estructuralismo de Lévi-Strauss (1991) y sus influencias

en Mauss, se puede contraponer a la tesis clásica durkheimiana, en tanto Mauss planeta que

lo social debe su comprensión a la configuración tanto de lo colectivo como de lo individual,

lo cual se contrapone a la idea de la sociedad anómica como causa explicativa única del

sociólogo Durkheim, que reduce la problemática a un hecho social. Desde ahí, también se

contrapone, entonces, a la noción de hecho social total maussiano, que también considera

variables fisiológicas y psíquicas y no puramente sociológicas.

La idea de la declinación de la imago paterna en Lacan, como primera aproximación

del autor psicoanalítico a una posible explicación a las nuevas formas de malestar psíquico,

podría ser homologable, también, a la idea de Durkheim sobre las sociedades anómicas que

desarrolla a partir de la teorización sobre el suicidio (Zafiropoulos, 2002), algo observable en

una primera etapa de la propuesta lacaniana. Más tarde, a partir de las influencias

estructuralistas, y posteriormente, las influencias marxistas, Lacan va más allá de tan solo una

explicación sociológica de los fenómenos y los malestares psíquicos, como lo sería el

suicidio, cuestión que será desarrollada en el transcurso de este escrito.

La teorización freudiana sobre el suicidio: una conjugación individual y

colectiva.

24
Si bien Sigmund Freud, padre del Psicoanálisis, no realiza una teorización directa

sobre la temática del suicidio, sí es posible observar a lo largo de su obra diversas alusiones a

esta problemática, incluso mediante la revisión de pacientes emblemáticos de Freud, como en

Fragmento de análisis de un caso de histeria, popularmente conocido como caso Dora, o

Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina, así también, un mayor

desarrollo en la obra Duelo y Melancolía, entre varios otros; ideas que posteriormente

utilizará Lacan para hacer la diferenciación sobre el suicidio a lo largo de su obra.

Es en Duelo y Melancolía (Freud, 1917/2001) en donde Freud realiza algunas

especificaciones teóricas respecto del suicidio. Al hacer la distinción entre el duelo y la

melancolía, se especifica que esta última sí se trata de una condición patológica, en tanto se

pierde el objeto amado, pero no se sabe lo que se perdió de él, por lo que no se es consciente

de dicha pérdida. En el melancólico, caracterizado por su desazón e incluso una expectativa

de castigo, el yo es el que se ve degradado y empobrecido. El cuadro puede ser complejo

clínicamente, con sintomatología que va desde el insomnio hasta el desaferro a la vida.

Lo que no opera, entonces, es la investidura del objeto, que no se desplaza, sino que

se vuelca hacia el yo por identificación de tipo narcisista, como regresión al narcisismo

originario, cuestión trascendental para las patologías de este orden. Por lo tanto, por una parte

se regresa a la identificación, mientras que por otro, se traslada hacia el sadismo, por ende, se

está en un estado de ambivalencia. La inclinación sádica del melancólico es la que convierte a

dicho estado como proclive al suicidio gracias al conflicto de ambivalencia, en donde la vida

se ve amenazada, al poder liberar un monto de líbido narcisista tan grande que pueda causar

la autodestrucción (Freud, 1917/2001). El sadismo, entonces “[...] es como un cultivo puro de

la pulsión de muerte, que a menudo logra efectivamente empujar al yo a la muerte, cuando el

yo no consiguió defenderse antes de su tirano mediante el vuelco a la manía” (Freud,

1923/2001)

25
Es posible distinguir en Freud diversas conceptualizaciones del suicidio, entre las que

se encuentran: en un inicio, las primeras teorizaciones apuntaban a asociar las ideas suicidas a

los estados depresivos de los sujetos, concepción que luego será complejizada. Acuña,

también, que la ideación suicida respondería a un tiempo lógico (en desmedro de su

contraparte, el tiempo cronológico), en tanto surgiría en la histeria debido a un

acontecimiento que cobra valor traumático de forma retroactiva; posteriormente, lo considera

como estatuto psicopatológico, en donde el acto suicida cobraría sentido gracias a los relatos

familiares que otorgarían una explicación más acabada de las posibles razones inconscientes

del sujeto (Vargas, 2010).

Otras concepciones freudianas apuntarían al suicidio como un acto dirigido a otro, en

la que se escenifica el propio acto, lo que posteriormente Lacan llamó acting out. Desde la

noción de culpa, el suicidio tendría relación con mandamientos que retornan al sujeto como

efecto de la ira reprimida hacia otro que se interpone entre el sujeto y el objeto amado, más

bien propia del obsesivo.

Estas distintas comprensiones del suicidio existentes en Freud nos remiten a dos

concepciones básicas y, por ende, esenciales para la obra del autor austriaco: lo individual y

lo colectivo, ya acuñados en Malestar en la Cultura, que deja entrever que ambas no son

disociables, por lo que los fenómenos como el suicidio, gozan, para su comprensión a partir

de este autor, de ambos elementos. Esto lo distingue, ciertamente, de la noción clásica

puramente sociológica de Durkheim, repasada en el apartado anterior, ya que otorga a la

corriente psicoanalítica, desde sus orígenes, una salida respecto de las críticas a su modelo,

supuestamente fijado en lo inconsciente; por ende, se trataría de un modo de comprensión

que conjuga tanto lo individual propio del sujeto como lo colectivo o lo social.

Los planteamientos lacanianos acerca del suicidio

26
Desde su retorno a Freud, Jacques Lacan conceptualiza el suicidio en su obra

propiamente tal, rescatando las nociones freudianas propuestas con anterioridad. De esta

manera, Lacan distingue tres distintas concepciones del suicidio: acting out, paso al acto y

acto, en tanto cada uno posee un significante simbólico, pero que solo puede ser leído con

posterioridad (Vargas, 2010).

En primer lugar, el acting out corresponde a una especie de tentativa de suicidio, pero

en la que se realiza, más bien, un llamado hacia Otro, por ejemplo, a través de una carta

(como lo fue en el caso Dora, paciente de Freud), en donde se manifiestan las razones por las

cuales se desea el suicidio. De esta manera, el sujeto se sostiene como deseante en relación a

un objeto, dando lugar a las fantasías de éste. A través del acto mismo, intenta decir lo que no

puede sino sólo mediante el intento de suicidio (Vargas, 2010).

Por otro lado, el paso al acto se trata de un acto consumado, es decir, no sólo la

ideación y fantasía al respecto, sino que se hace de forma automatizada, ya que se trata de la

única manera de mantener su estatuto de sujeto. Por tanto, el paso al acto es el que se lleva a

cabo en los tipos de suicidios melancólicos, acuñados por Freud. De la misma manera, el

melancólico no busca la confirmación para la realización del acto, sino más bien lo lleva a

cabo sin vacilar (Vargas, 2010).

Finalmente, el acto en sí, más allá del pasaje al acto, se trata de una forma radical de

transformación del sujeto, que de por sí es contradictorio, debido a que no se puede

reencontrar con el sujeto renovado, al tratarse de una lógica après-coup (Vargas, 2010).

Lo complejo de la teorización lacaniana recae en que la distinción entre los diversos

tipos o actos suicidas requieren de una revisión del caso a caso, cuestión que no es muy

distinta a las dificultades que podrían surgir de cualquier otro desarrollo teórico, cualquiera

sea su naturaleza, respecto del suicidio. Uno de los aspectos a tratar acerca del suicidio en

Lacan es la relevancia de la noción de lazo social; en tanto éste opera como articulador

27
respecto de la subjetivación, es decir, tanto de un orden cultural como un orden inconsciente

estructurado como lenguaje, que portaría estos significantes (Ruiz, 2009) . En el caso de la

problemática del suicidio, se podría pensar que el lazo social se ha visto declinado,

interrumpido, coartado, etcétera; como, por ejemplo, en el paso al acto o el acto mismo, en

los cuales se lleva a cabo el acto como un posible intento de salida del lazo social, al verse

perturbado por alguna circunstancia. De esta forma, la teorización lacaniana plantea al acto

como el único acto que tiene éxito sin fracaso, y que afecta en lo real a través de lo simbólico

(Vargas, 2010).

Como ya se puntualizó, las relaciones de Freud-Lacan son, en sí mismas, parte de la

obra lacaniana, quien declara hacer una relectura de Freud. En el caso específico sobre el

asunto del suicidio, éstas no podrían ser más evidentes en su rescate de casos clínicos para

hacer la diferenciación antes acuñada, sobretodo, respecto de la vinculación individual y

social o colectiva de la problemática de aparente no respuesta. Dicha articulación realizada

por Lacan es hecha mediante la noción del orden simbólico, como es para Freud las ideas e

influencias de la cultura en el individuo.

Lo rescatable de las nociones lacanianas recae en que no solo es lo social mediante la

noción simbólica el que opera para el entendimiento de ciertos fenómenos, sino que introduce

un esquema trascendental en su obra, llamados registros, que incluyen a lo real (R), lo

simbólico (S) y lo imaginario (I). Estos tres registros se articulan de una forma particular, en

tanto el sujeto está determinado por estas tres nociones, sin que una prevalezca por sobre la

otra y, por ende, que no puedan subsistir en el nudo borromeo (figura 1) si alguna se

desprende.

28
Figura 1: Representación del nudo borromeo formado por la noción de lo real, lo simbólico y

lo imaginario de Jacques Lacan. En: Barrionuevo, J. (2011). Juventud. Concepto articulador

psicoanálisis-perspectiva sociológica. En Adolescencia y Juventud, Consideraciones del

Psicoanálisis. Buenos Aires: Eudeba (p. 155).

En un intento simplificador de las definiciones de los registros R, I y S, Barrionuevo

(2011) precisa que el registro de lo real trata sobre lo que no tiene posibilidad de ser

pensado, por tanto escapa de la significación; lo imaginario surge a partir de la experiencia

especular del niño, por lo que corresponde a una ilusión respecto de las identificaciones de

dicha etapa; por último, lo simbólico, opera en relación a Otro, como determinante simbólico

del sujeto, que posibilita la reciprocidad en el lazo social. De esta manera, el suicidio puede

ser comprendido a pesar de su carácter contradictorio, como un complejo fenómeno humano,

que no es sólo social, ni individual o psíquico.

Conclusión

A lo largo de la primera parte de esta revisión, se caracterizó, a grandes rasgos, una

discusión teórica referente al abordaje y el estudio de los fenómenos colectivos en el campo

de las ciencias humanas.

La reflexión en torno a los distintos fenómenos del orden de lo colectivo han estado

presentes en las ciencias humanas desde su inicio. Una de las maneras particulares de pensar

29
estos fenómenos ha sido el movimiento estructuralista, que tiene su origen en la lingüística de

Ferdinand de Saussure.

Bajo el programa estructuralista, los fenómenos de la estructura lingüística han sido

asimilados a los fenómenos de lo humano, que incluyen tanto lo individual como lo social.

Influenciado por las ideas de Marcel Mauss, Claude Lévi-Strauss, antropólogo francés

comprende al lenguaje como la base misma de la cultura y enfatiza en la importancia de la

noción de significante y de función simbólica. Además, por medio de la noción maussiana de

acto social total, Lévi-Strauss postula la inherente complementariedad entre lo social y lo

colectivo (Lévi-Strauss, 1991).

En el campo del psicoanálisis, el psicoanalista francés Jacques Lacan hace uso de

algunos de los postulados estructuralistas (en especial los de Lévi-Strauss) para concretar lo

que él denominó como su retorno a Freud (Zafiropoulos, 2009).

El estructuralismo presentaría serias dificultades para dar cuenta de la complejidad y

las contradicciones de los fenómenos humanos. Su excesivo énfasis en el lenguaje haría de

este enfoque teórico un paradigma reduccionista. Mediante la noción de dialéctica, ha sido

Karl Marx quien habría entendido mejor estas contradicciones, teorizándolas. La noción de

dialéctica es retomada por Lacan en el curso de su enseñanza a través del crucial problema de

la satisfacción humana, articulada por el deseo y la falta.

A partir de la época de 1970, el propio Lacan revisaría sus postulados estructuralistas

en favor de una topología de nodos que haría equivalentes los registros de lo simbólico, lo

imaginario y lo real. Se observaría, por lo tanto, al final de la enseñanza de Lacan, un

estructuralismo menos dependiente del lenguaje y liberado de cualquier reduccionismo social

o psíquico (Douville, 2005).

Respecto de la problemática del fenómeno humano del suicidio, se hace necesario

relevar las perspectivas que consideran lo social y lo colectivo como forma explicativa de

30
éste. Así, a partir de las ideas de Durkheim (1928), se introduce la idea de las sociedades

anómicas como causa de suicidios de este tipo, provocada por la destitución de los lazos y las

normas sociales; se otorga, entonces, una explicación puramente sociológica de este autor

para la temática. Por otro lado, Freud, a través de su obra, no conceptualiza propiamente tal al

suicidio, pero realiza diversas puntualizaciones y guiños al respecto, que luego tomará Lacan

para el desarrollo de su obra, y la distinción de tres formas de expresión del suicidio: el acting

out, el paso al acto y al acto.

Los fenómenos del orden de lo colectivo han sido abordados desde corrientes teóricas

diversas. Cada una de estas corrientes parece presentar grandes aportes para la comprensión

de estos fenómenos, aunque también varias limitaciones. El problema teórico reseñado a lo

largo de la revisión no supone la caracterización del conjunto entero de las de las perspectivas

teóricas que se han encargado de estudiar lo social, sino que más bien presenta un debate

específico acerca de ciertas distinciones teóricas que, sin embargo, suponen antecedentes

teóricos de larga data que no es posible pasar por alto al momento de entender las

especificidades de la discusión.

Así, esta revisión teórica aporta información clarificadora respecto del surgimiento de

algunas de las reflexiones presentes hoy en día en el campo de las ciencias humanas y el

psicoanálisis. Entre otras cosas, se da cuenta, por ejemplo, de que la adherencia de Lacan al

estructuralismo no constituye una mera transposición de los postulados de este movimiento a

la teoría psicoanalítica. Lacan va mucho más lejos del estructuralismo y presenta una

teorización novedosa que le permite superar el determinismo lingüístico de la estructura.

Respecto de los postulados estructuralistas, si bien éstos constituyen un aporte de gran

relevancia que permite pensar ciertos fenómenos humanos en su constitución simbólica por

medio de estructuras lingüísticas, su excesivo énfasis en el lenguaje dificulta la comprensión

de otras dimensiones igualmente constitutivas de lo humano. Como se vio, la teorización

31
psicoanalítica de Lacan franquea cualquier posibilidad de un determinismo lingüístico a

través de nociones como la de objeto a o la construcción del nudo borromeo, que grafica el

equilibrio y la complementariedad de los registros de lo real, lo imaginario y lo simbólico.

Otro de los aspectos novedosos de la enseñanza lacaniana es que permite, según

Quentel (2007), superar la dicotomía entre lo individual y lo colectivo, al encargarse, por

medio de sus postulados, de tratar con los fenómenos humanos teniendo en cuenta la

inherente contradicción en la que éstos se inscriben. Respecto de esto, evita reduccionismos

tanto de tipo individual como social. En el caso del suicidio, por ejemplo, evita cualquier

tendencia a, por un lado, reducir la problemática del suicidio a las características individuales

de la persona que lo comete y, en el otro extremo, a considerar el suicidio un hecho explicado

sólo por los aspectos sociales que lo condicionan. Subyace, desde este punto de vista, una

relevancia investigativa de razón clínica y psicopatológica, en aras de la producción de

conocimiento nuevo y actualizado acerca de los diversos fenómenos de malestar psíquico que

aquejan a la sociedad, desde una perspectiva que comprenda la contradicción propia de estos

malestares, en tanto se trata de auténticos fenómenos humanos.

En resumen, la propuesta estructuralista se presenta como continua respecto de lo

social y lo individual a través de su noción de estructura, en contraste con las ideas

lacanianas, en las cuales el inconsciente es de carácter discontinuo, en tanto está estructurado

como lenguaje, pero en donde el sujeto se encuentra barrado (Lacan, 2015). La barración del

sujeto impulsa la irrupción del acontecimiento en el trasfondo de la historia, lo que permite

articular los fenómenos de la estructura con los de la variabilidad histórica (Cabrera, 2017).

Por lo tanto, el suicidio, en tanto el sujeto se encuentra en barrado o en falta, encontraría

respuesta, ya que es el ejemplo de la indeterminación máxima producida por la falta que

habita en el ser humano. Por tanto, se trata de no sólo una salida, sino que del inicio respecto

del desarrollo de estas teorizaciones.

32
En el caso específico de la problemática del suicidio, es posible constatar la

insuficiencia de producciones teóricas, en el campo del psicoanálisis, que tengan en cuenta la

complejidad del fenómeno. Futuras investigaciones deberán ahondar en este fenómeno —y

en otros del mismo orden—, bajo enfoques que integren las distintas contradicciones del ser

humano en su conjunto y que den cuenta de la complementariedad de lo colectivo y lo

individual.

Otra línea de investigación posible, más relacionada a la comprensión de los

fenómenos colectivos en el campo del psicoanálisis, tiene que ver con profundizar en los

aspectos de la enseñanza de Jacques Lacan en los que se distancia de los postulados del

estructuralismo tradicional. Esto con el fin, primero, de esclarecer de manera más precisa las

novedades que presenta la obra del psicoanalista en relación a las nociones estructuralistas y,

segundo, de salvaguardar aquellas atribuciones imprecisas que comprenden la teoría

lacaniana como una mera transposición de las estructuras lingüísticas al campo del

psicoanálisis.

33
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