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Sinopsis

lla piensa que él es estirado. Él piensa que ella es malcriada.

¡Luego los guantes caen y también sus ropas!

Por seis años Violet Sutlcliffe ha sabido que Martin St Clair es el tipo equivocado
para su mejor amiga. Él es estirado, viejo antes de tiempo y conservador. Vuelve
loca a Violet, y el sentimiento es completamente mutuo. Luego, de la nada, su
amiga se va semanas antes de su boda con Martin, volando a Australia en una
misión de auto-descubrimiento. De vuelta en Londres, Violet se encuentra a sí
misma lamentándolo por el repentinamente soltero Martin. Al menos, se dice a sí
misma, es lástima lo que siente. Luego él va una oscura y tormentosa noche y
descubren que bajo su desdén mutuo yace una fiera química sexual.

Es loco y completamente consumidor, y totalmente equivocado. Porque no sólo


son enteramente distintos, como el agua y el aceite, sino que Martin fue una vez de
su mejor amiga. Una amiga que Violet está aterrada de perder. ¿Qué futuro puede
haber para una relación con tantas cosas en contra?

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Índice

Capítulo 1 Capítulo 8

Capítulo 2 Capítulo 9

Capítulo 3 Capítulo 10

Capítulo 4 Capítulo 11

Capítulo 5 Capítulo 12

Capítulo 6 Sobre el/la Autor/a

Capítulo 7 Créditos

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Capítulo 1

Traducido por Dianthe y flochi

Corregido por Nanis

e qué manera te odio, déjame contar las maneras.

Violet Sutcliffe tomó un buen trago de su copa de champaña


mientras veía al alto y moreno hombre a través de la sala de baile
del hotel Hilton de Londres. Él llevaba un clásico esmoquin negro, pero de alguna
manera se veía más estirado que amable. Pero ese era su don: tomar cualquier
estilo, divertido o frívolo y convertirlo en algo totalmente insulso.

Martin St Clair apartó la mirada del hombre mayor con el que estaba hablando y
atrapó su mirada. Incluso desde la distancia ella podía ver la ligera mueca de su
labio superior. Ella arqueó una ceja en un desafío tácito.

El sentimiento es totalmente mutuo, mi amigo.

De hecho, su antipatía había sido completamente mutua desde el momento en que


su mejor amiga Elizabeth comenzó a salir con él hace seis años, y la familiaridad no
había hecho absolutamente nada para aliviarla o mejorarla. A veces, cuando estaba
sufriendo un ataque de introspección poco frecuente, Violet se preguntaba si ella y
Martin no disfrutaban secretamente la desaprobación del otro. Ciertamente ella
disfrutaba tomar fotos de él al azar la mayoría del tiempo —cualquier cosa para
sacudir su ridícula formalidad enjaulada— y juzgando por cómo rápidamente
usualmente saltaba a la pelea, él no era reacio a intercambiar golpes con ella,
tampoco.

—Lamento eso. Estuve inmersa con una de las chicas Jones-Smythe —dijo
Elizabeth mientras se reunía con Violet.

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Violet se centró en su amiga, dándole la espalda al pedante al otro lado de la
habitación.

—¿Podemos irnos ya?

Los labios de Elizabeth se estremecieron.

—Sabes que no podemos. Aún no han dado los discursos.

—¿Y? Nadie va a notar si nos escabullimos. Pagamos por nuestros boletos, tienen
nuestro dinero. Esa es la parte en la que ellos están realmente interesados.

—Compórtate. Esto no es tan malo.

—E, sé realista. Estas personas son los muertos vivientes. —La mirada de Violet
recorrió a la multitud bien vestida asistiendo a la recaudación anual de fondos de
la Fundación de Corazón—. Más viejos que Moisés, más ricos que Dios y más
aburridos que un camión lleno de contadores.

Elizabeth se echó a reír e inmediatamente después, se llevó una mano a la boca


para ocultar su sonrisa, casi como si estuviera asustada de que alguien pudiera
sancionarla por estar divertida por la irreverencia de Violet.

Violet miró a su amiga con cariñosa frustración. En todos estos años que había
conocido a Elizabeth solo había visto su cabello suelto un puñado de veces. Ella
siempre estaba en guardia, siempre atenta, siempre elegante, considerada y
buena… ahora m{s que nunca con su boda con el Señor Estirado cerniéndose en el
horizonte.

—Te ves muy bonita esta noche en caso de que no te lo haya dicho antes —dijo
Violet impulsivamente, extendiendo su mano para tocar la seda del enfundado
vestido azul pizarra de Elizabeth.

Con sus profundos ojos azules, cabello rubio claro y estructura ósea delicada,
Elizabeth era la personificación de la fría y reservada rosa inglesa. Muchas
personas idiotas creían que su frialdad se extendía más allá de su piel, pero era sin
lugar a dudas la persona más apasionada, y más considerada que Violet conocía.

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Lástima que Elizabeth sentía la necesidad de ocultar toda esa pasión de la mayoría
de las personas más importantes en su vida.

Elizabeth agitó su mano desdeñosamente.

—Tú eres la que sobresale, Vi. Siempre lo eres. Ese vestido es increíble.

Violet deslizó una mano por el costado de su vestido suave de terciopelo rojo estilo
flamenco y adoptó una pose de modo que mostraba una pierna vestida con malla
gruesa a través de la abertura de su falda. La convención que tenían los pelirrojos
era no vestirse de rojo —demasiado estrafalario y todo eso— pero Violet nunca
había sido una gran seguidora de las convenciones. Había puesto su cabello rojo
profundo en una cascada en lo alto esta noche, y combinó su lápiz de labios a juego
con su vestido.

—Pensé que le daría a la Fundación del Corazón algo explosivo por su dinero
—dijo ella—. Probar algunos marcapasos.

Ambas rieron.

—Tengo una fiesta en la que podemos colarnos una vez que salgamos de aquí
—dijo Violet—. En el loft del Canary Wharf, música genial, bar abierto… va a estar
muy bien.

Por un momento el rostro de Elizabeth se iluminó. Luego su mirada encontró a


alguien sobre el hombro de Violet y negó con su cabeza, la luz apagándose de sus
ojos.

—No es realmente la clase de sitio de Martin, me temo.

Los cabellos de la nuca de Violet se erizaron. No necesitaba darse la vuelta para


saber que el prometido de Elizabeth se acercaba. Tomó un gran trago de champán
mientras Martin se unía a su pareja.

—Lo siento —dijo, su mirada sobre Elizabeth—. Estaba hablando con Lord
Burrows y perdí la noción del tiempo.

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—No necesitas disculparte. No queremos hacerte perder la oportunidad de hacerle
saber lo mucho que admiras su buen trabajo —dijo Violet con su cara seria de
póker.

Los ojos grises de Martin estaban desaprobándola con frialdad, mientras


encontraban los suyos.

—De hecho, eso era lo que estaba haciendo exactamente. Resulta que admiro
mucho el trabajo de la Fundación.

—Además es un miembro del Club Savage —murmuró Violet—. O quizás, ¿has


encontrado a alguien que secunde tu nominación para la membrecía?

Las mejillas de Martin se tornaron de una sombra de color rojo ladrillo.

—Lo siento si mis intentos por mejorar mi suerte en la vida parecen insensibles
para ti, Violet. No todos tienen la ventaja de haber nacido en los escalones más
altos.

Su franca refutación a su indirecta velada la hizo sentir pequeña e insignificante.


Abrió su boca para responder por igual pero la mano de Elizabeth descansó sobre
su muñeca.

—¿Puedo sugerir un alto al fuego? ¿Aunque sea por esta noche?

Su tono fue ligero pero sus ojos estaban suplicando cuando se encontraron con los
de Violet. De repente se sintió avergonzada de sí misma por morder el anzuelo de
Martin.

No estaba segura por qué se había salido de su camino para molestarlo. No era
como si él hubiera hecho algo para provocarla. Salvo respirar, por supuesto.

Tragando el último sorbo de su champaña, dejó su copa en una maceta de helecho


cercana, ganándose otra mirada reprobatoria de Martin.

—¿Por qué no les facilito las cosas para todos y me largo a esta fiesta mía? —dijo
ella—. Ustedes dos tendrán más diversión sin mí andando alrededor.

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La expresión de Elizabeth decayó y Violet de inmediato se sintió una canalla por
abandonar a su amiga en este evento tan aburrido-como-agua de fregar. Se obligó
a mirar a Martin.

—Deberían escaparse de aquí, también, lleva a E a algún lugar divertido.


Recompénsala por ser tan estoica.

Martin empezó a protestar, y entonces vio el rostro de Elizabeth.

—¿Estás aburrida? —preguntó.

—No, por supuesto que no. Esto es divertido —dijo Elizabeth con una sonrisa
rápida.

Violet esperó que Martin aceptara su palabra y continuara con sus propios planes
para la noche, pero en su lugar frunció el ceño.

—¿Por qué no estoy convencido?

Elizabeth arrugó su nariz.

—¿Debido a que soy una actriz terrible?

Martin sonrió, la lenta curva de su boca revelando un hoyuelo en su mejilla


izquierda.

Violet frunció el ceño, como siempre hacia cada vez que veía ese hoyuelo.

No pertenecía a su rostro. Era tan simple como eso. Los hoyuelos eran traviesos y
juguetones. Hablaban de risa y placer, no de trajes de tres piezas, pipas, zapatillas
de casa y chaquetas de punto con coderas.

—Si quieres ir a otro lugar, podemos —dijo Martin—. Ya hablé con todos los que
necesitaba.

—Podríamos tomar un trago en algún lado. Hay un bar cerca a tu casa —sugirió
Elizabeth.

—¿Por qué no? —dijo él rápidamente.

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—Genial. Si te diriges por la Bloomsbury puedes dejarme en la estación Tottenham
Court por el camino —dijo Violet despreocupadamente.

Ignorando el ceño fruncido de Martin, envolvió su brazo a través del de Elizabeth


y comenzó a caminar hacia la salida. Él podría querer protesta pero era demasiado
caballero para negarse a su petición… y ella no era suficientemente una dama para
estar por encima de sus mejores instintos contra él.

Se detuvieron para recoger sus abrigos y bolsos de la habitación de mantos antes


de seguir a Martin al sedán Jaguar de época que era su orgullo y alegría. Sin
mediar palabra le abrió la puerta trasera y ella le dio una sonrisa pícara cuando se
agachó junto a él dentro del coche.

—Animo. No es demasiado lejos, entonces podrás deshacerte de mí.

Su boca estaba apretada pero no dijo nada.

A la madura edad de veintinueve años, probablemente debería haber madurado y


no molestar a la gente por deporte, pero por alguna razón nunca se cansaba de
provocar a Martin con un palo para ver cuánto tiempo le tomaría antes de gruñir y
refunfuñar.

—¿Dónde es esta fiesta tuya? —preguntó Martin mientras se deslizaba en el


asiento del conductor y arrancaba el auto.

Ella estaba muy ocupada revolviendo su bolso en busca de una camisola negra que
había metido allí antes y lo miró con sorpresa.

—No me vas a llevar todo el camino hasta allá. Es al otro lado de la ciudad.

Había incertidumbre en su voz, y por primera vez esa noche él le sonrió, sus ojos
encontrando los suyos en el espejo retrovisor.

—Tienes razón, no lo haré. Sólo estoy tratando de averiguar si la estación de


Tottenham es el mejor lugar para dejarte.

—Lo es, confía en mí.

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—Me temo que no soy tan ingenuo.

—Creo que podríamos estar en desacuerdo en eso. Por cierto, es posible que desees
mantener los ojos en la carretera por los próximos pocos minutos.

—¿Perdón?

Ella deslizó sus brazos de las mangas de su abrigo.

—Tengo que cambiarme.

Podía ver la tensión en su cuello, mientras la miraba por el espejo retrovisor.


Levantó la mano y encontró la cremallera oculta a un lado de su vestido. Arqueó
las cejas.

Desafiándolo a seguir viendo.

Los labios de Martin se crisparon y disparó su mirada al frente.

—No te preocupes. Vi es una profesional en cambiarse en espacios pequeños


—dijo Elizabeth.

—Sí, estoy seguro de que ha tenido mucha práctica —dijo Martin rotundamente.

Violet bajó la cremallera de su vestido y deslizó los tirantes antes de tirar la


camisola sobre su cabeza. La dejó deslizarse por su cuerpo. Una vez que estuvo
decente de arriba, comenzó a zafarse su vestido.

—De hecho, Martin, la tengo. Montones y montones. He estado en muchos


espacios pequeños —dijo mientras contoneaba sus caderas para dejar pasar el
vestido—. Es difícil para una chica llevar la cuenta.

La mirada de Martin se mantuvo pegada a la carretera. Ella deslizó su vestido más


allá de sus rodillas y tobillos, luego lo dejó caer en el asiento contiguo antes de
sacar la mini falda roja elástica de su bolso. Cinco segundos más tarde estaba
suavizando el tejido elástico por encima de la parte superior de sus muslos.

—Listo. Ya está.

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La mirada de Martin se dirigió al espejo retrovisor por primera vez desde que
había empezado a cambiarse. Sintió su censura cuando él repasó su nuevo traje,
pero no dijo nada.

—¿No tendrás frío? —preguntó Elizabeth preocupada.

—No una vez que empiece a bailar.

Elizabeth había vuelto su rostro hacia ella y sus ojos se volvieron nostálgicos por
unos pocos segundos.

—¿Recuerdas esa fiesta que teníamos antes de graduarnos? Apenas podía caminar
al día siguiente de tanto bailar.

—Recuerdo, fiesta animal. El milagro es que tú lo recuerdes.

El coche redujo la velocidad hasta detenerse. Violet miró el exterior y vio el


familiar letrero rojo, blanco y azul de Tube station.

—¿Puedo dejar mi vestido contigo, E? —preguntó mientras alcanzaba la manija de


la puerta.

—Seguro. Puedo dejarlo por la boutique el lunes si quieres.

—No hay prisa. Pero si vienes, podemos almorzar y discutir tu despedida de


soltera. Necesitamos decidir cuántos strippers contratar.

Por su visión periférica vio a Martin poner los ojos en blanco. Ocultando una
sonrisa, se deslizó del coche, poniéndose su abrigo nuevamente.

—Gracias por traerme, Martin.

—Un placer, como siempre, Violet —mintió él.

Ella reía mientras cerraba la puerta. En el momento en que llegó a la acera él se


había ido, el auto se impulsó en la noche fría. Miró fijamente tras él por un
momento. Él no había mirado ni una sola vez, a pesar de que hubo momentos
cuando había estado casi desnuda.

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Señor Honorable hasta el fin.

Se volvió hacia la estación, molesta consigo misma. No es como si quisiera que la


mirara. Era el prometido de Elizabeth, por Dios Santo.

Y sin embargo…

Había algo tan… controlado acerca de él. Desde que lo conoció lo había sentido, un
tipo de determinación de probar que era digno. O algo por el estilo.

De repente se dio cuenta que en muchas maneras él era la versión masculina de


Elizabeth, quien también era una maestra del arte del auto-control y la gente
agradable. Dos guisantes en una vaina perfecta y ordenada.

Dos personas jugando una parte que debería salir naturalmente pero no lo hacía. Dos
personas que no se conocían realmente entre sí. Ni siquiera de las maneras en que contaba.

Quizás esa la razón por la que estaba decepcionada de que Martin apenas se
hubiera inmutado cuando se había desnudado en la parte trasera del coche, eso
por lo menos lo haría parecer un ser humano. Le habría dado esperanzas de que
debajo de toda esa anticúes antes de tiempo fuera una persona real con defectos,
fallas y sentimientos.

Descendió por debajo del nivel de la calle, sus tacones altos resonando contra los
escalones de piedra. El olor a orina la golpeó mientras atravesaba el túnel de
mosaico. Un tren estaba arrancando en la plataforma cuando llegaba y se detuvo
justo frente a él. El vagón estaba apenas un cuarto lleno y encontró asiento y se
cruzó de piernas, ajustando su largo abrigo para que sus piernas estuvieran
protegidas del frío. El anunciante dijo “cuidado con el andén” antes de que el tren
arrancara. Violet miró por la ventana, pensando en Elizabeth y Martin y su cercana
boda.

Era un error, por supuesto. A pesar de tener treinta años, Elizabeth apenas había
vivido. Necesitaba un hombre que la desafiara, le exigiera y la inspirara, no alguien
que quería envolverla en algodón y admirarla a distancia.

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En cuanto a Martin, no tenía idea de lo que necesitaba, aparte de una tonelada de
TNT atascado en su parte trasera y herméticamente cerrado.

Se removió en el lugar, apartando la mirada de la oscuridad procedente del


exterior del tren. Odiaba ver a su amiga sentar cabeza. Odiaba verla enterrarse bajo
la obligación y la expectativa.

Huérfana a temprana edad, Elizabeth había pasado su vida complaciendo a sus


abuelos ancianos, el pago por su amabilidad al acogerla. Desde donde estaba
sentada Violet, Elizabeth estaba viviendo la vida que ellos querían para ella, no la
que podría escoger por sí misma, si es que alguna vez había tenido elección.

Y la tonta de E iba a aceptarlo. Todo el camino hasta el altar.

Por un momento Violet se llenó de una inefable tristeza. Esperar y ver a Elizabeth
cometer el error más grande iba a ser una de las cosas más difíciles que había
hecho. Pero lo haría, porque amaba a E más que nada y estaba convencida que
Martin podría hacerla feliz.

Violet esperaba por todos los cielos que su amiga hiciera lo correcto.

Y si estaba equivocada… Bueno, Violet estaría allí para ayudarla a recoger los
pedazos, como Elizabeth había hecho por ella muchas, muchas veces en el pasado.

Martin tiró de su corbata floja a medida que se alejaba de la acera. Si miraba en el


espejo retrovisor, podría ver a Violet hacer un punto más y más pequeño hasta que
desapareciera por completo en la distancia.

No lo hizo. No quería pensar en ella, estaba simplemente contento de que se


hubiera ido.

Como un grano debajo de la piel, ella lo había irritado toda la noche con su risa
demasiado ruidosa y su cabello rojo fuerte y su vestido llamativo. No entendía
para nada qué había visto Elizabeth en esa mujer.

—Gracias por hacer eso —dijo Elizabeth en voz baja.

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Le echo un vistazo cuando se detuvo en la luz roja del semáforo. Como de
costumbre, ella parecía grácil y elegante.

—Ella es tu amiga.

—Lo es. Pero sé que se caen mal mutuamente.

Él no respondió. ¿Qué iba a decir, después de todo? Hacía mucho tiempo se había
resignado a tolerar a Violet por el bien de Elizabeth.

—Odia las recaudaciones de fondo. Creo que le recuerda demasiado a su familia.


Su madrastra siempre fue divertida.

De nuevo, él no dijo nada mientras doblaba en la calle y luego otra vez en la calle
rodeada de cobertizos detrás de la mansión victoriana convertida que albergaba su
departamento. Había recogido suficientes indirectas de Elizabeth en el trascurso de
los años para entender que la infancia de Violet no había sido feliz. Tampoco la de
él, pero no lo usaba como excusa para ser indignante y auto-complaciente
constantemente.

—¿Cambiaste de opinión sobre ir al bar? —preguntó Elizabeth cuando se detuvo


en su lugar de estacionamiento asignado.

—Pensé que podíamos caminar. Es a la vuelta de la esquina.

—Oh. Buena idea.

La ayudó a salir del coche, deslizando su brazo alrededor de sus hombres a


medida que caminaban.

—Sabes, faltan exactamente ocho semanas para el gran día a partir de hoy —dijo
mientras dejaban los cobertizos atrás y entraban en la calle.

Hubo una pequeña pausa antes de que Elizabeth respondiera.

—Lo es, ¿no? todo ha pasado tan pronto. Increíble, en serio. Cuando te declaraste,
pensé que seis meses era tiempo suficiente para planear una boda. Demuestra lo
que sé.

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Debajo de sus brazos, sus hombros estaban rígidos por la tensión. Había estado
tensa últimamente. Un poco distante, también. Habían pasado casi tres semanas
desde que ella se había quedado una noche en la casa de él, no una Era de hielo,
pero si una señal, si una persona estaba buscándola, eso era todo lo que no debería
ser. En especial con una boda en el horizonte.

—¿Todo va bien? ¿No hay nada que pueda hacer? —preguntó él.

No era lo que quería preguntar, pero Elizabeth era difícil de precisar algunas veces.
Ella tendía a mantener las cosas para sí y resolverlas sola. Ya que era algo que él
mismo hacía, apenas podía criticarla, pero eso no impedía que se sintiera frustrado
cuando lo mantenía a distancia.

—Todo está resuelto. Violet ha sido una roca. No sé lo que habría hecho si ella no
me mantuviera apuntando a la dirección correcta.

Él era consciente que Violet se había puesto a disposición de Elizabeth en los


preparativos de la boda. No podía culpar a Violet por eso, había sido
increíblemente generosa con su tiempo y energía.

Un punto a su favor.

—Parece un poco concurrido —dijo Elizabeth cuando se aproximaron al bar.

Le lanzó una mirada dudosa. Ella sabía que él no era aficionado a los clubes y
bares ruidosos. Por otro lado, esto había sido sugerencia de Elizabeth, y las
palabras de Violet todavía estaban sonando en sus oídos.

“Deberías escabullirte de aquí, también, y llevar a E a alguna parte divertida.


Recompénsala por ser así de estoica.”

No le gustó la idea de que Elizabeth simplemente hubiera soportado la


recaudación de fondos y no disfrutado. Verdad, él no había tenido un baile, pero
eso era irrelevante.

—Estoy seguro de que podemos negociar una esquina en alguna parte —dijo él.

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Elizabeth sonrió y supo que había dicho lo correcto. Le sostuvo la puerta abierta y
entraron a un espacio con un techo bajo. Como quiso la suerte, dos mujeres estaban
abandonando dos taburetes en el bar mientras él y Elizabeth ondulaban entre la
multitud y fueron capaces de asegurar sus asientos inmediatamente.

—Perfecto —dijo Elizabeth, mirando alrededor con ojos brillantes e interesados.

—¿Champagne? ¿Brandy? —preguntó.

—Voy a tomar un Frangelico sobre las rocas, por favor. —Giró en su asiento y se
puso de pie—. No será ni un momento.

Ella se dirigió a los baños. Martin llamó la atención del camarero y ordenó un
whisky escocés para sí mismo y el Frangelico de Elizabeth. Se acomodó en el
asiento, mirando en torno al bar con la más leve curiosidad. Supo sin siquiera
preguntar que no tenía nada en común con estas personas. Casi sin excepción,
tenían debajo de treinta años, vestidos a la última moda y salían para pasarla bien.
Probablemente nunca habían pasado hambre en sus vidas. Ciertamente nunca
habían tenido que trabajar en dos lugares para poder pagarse la Universidad.
Como Violet, probablemente daban todos los dones de la vida por sentado.

Frunció el ceño, irritado consigo mismo por pensar en ella otra vez. Era
plenamente consciente de que disfrutaba provocándolo, de ahí la rutina de
desnudo en la parte trasera del coche. Se rehusó a dedicarle un pensamiento otro
momento, ya que le pareció que eso era lo que ella quería, toda la atención que
pudiera atraer sobre sí misma. Los ojos de todos sobre ella. ¿Por qué si no usaría
semejantes faldas cortas y esos tacones? ¿Por qué otra cosa habría ido a una fiesta
esta noche en un diminuto top negro hecho de pura seda que cualquiera podía ver
ante un simple vistazo que sus pequeños y redondeados pechos estaban libres de
un sostén, sus pezones claramente delineados por el suave tejido?

Fue a buscar su bebida y miró sobre su hombro hacia los baños, deseando que
Elizabeth volviera. Sus hombres cayeron con alivio cuando ella salió de la puerta
marcada con la silueta de una mujer. Ella se encontró con sus ojos a través del bar y
la sensación tirante e irritada de su estómago y pecho se alivió. Podía tolerar a un
millón de Violets si eso significaba tener a Elizabeth en su vida.

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Ella era lo importante. Nada más.

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Capítulo 2

Traducido por Aldebarán y clau12345

Corregido por Nanis

omo se vio después, Violet no obtuvo una oportunidad de ponerse al día


con Elizabeth el lunes, pero el martes su amiga se dejo caer en la boutique
en Nothing Hill de Violet, Violet Femmes, temprano en la tarde. Violet
acababa de recibir un cargamento de pañuelos de seda de Cambodia y Elizabeth la
ayudo a desempaquetar, sacar y poner precio antes de colocarlas en el exhibidor.

Elizabeth estuvo distraída y silenciosa por dos horas completas, pero Violet la
conocía lo suficiente como para presionarla a hablar, había aprendido al principio
de su amistad que Elizabeth o bien voluntariamente diría lo que estaba en su
mente por su cuenta o se quedaría para siempre como un secreto. Sin embargo, le
dio un gran abrazo extra antes de irse. Por tanto E sabía que estaba allí para ella si
la necesitaba.

Eran más de las seis y había cerrado la puerta y estaba poniendo en orden la tienda
en preparación para los próximos días de comercio cuando alguien golpeo en el
panel de vidrio de la puerta de enfrente. Cautelosamente, Violet apago la
aspiradora y se movió alrededor del exhibidor de modo que tenía una vista clara.
Elizabeth estaba allí, su rostro pálido y surcado de lágrimas.

Alarmada, Violet se dirigió a la puerta del frente.

—E. ¿Qué esta mal? ¿Estás bien? —Ella saco a su amiga de la fría noche de
noviembre.

—No sabía a que otro lugar ir. Estaba tan enojada, Vi. Estoy tan enojada. Y sólo…
no sé… triste y sorprendida y herida…

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Por primera vez, Violet registro que Elizabeth estaba remolcando una pequeña
maleta de ruedas.

Oh, chico.

Si Elizabeth había dejado la casa de sus abuelos, algo grande había pasado.

—¿Qué esta pasando? —preguntó ella de nuevo.

—Cuando fui a casa de verte esta tarde, el correo estaba en la mesa de la sala. Una
de las cartas era mi certificado de nacimiento. Había ordenado una copia para la
licencia de boda. —Elizabeth apretó el brazo de Violet, su expresión urgente—. Él
no está muerto, Vi. Mi padre no está muerto. Ellos me mintieron. John Mason era
mi padrastro, no mi padre biológico. Todos estos años… El nombre de mi padre real
es Sam Blackwell. Y de acuerdo a mi abuelo está aún vivo.

Violet parpadeo, tratando de asumirlo todo. Los padres de Elizabeth habían


muerto en un accidente de avioneta cuando Elizabeth tenía sólo seis años.

—¿Entonces tu madre estaba casada con alguien más antes de casarse con John
Mason?

—No. No casada. No sé que pasaba, pero ella y esta persona, Sam, definitivamente
no estaban casados. Pero él es aún mi padre, Vi. Y ellos me mintieron y me dejaron
creer que mis padres estaban muertos. Y Martin sabía. Mi abuelo le dijo cuando nos
comprometimos y lo ha sabido todo este tiempo y no me dijo nada. Me dijo que
eso no cambiaba nada. ¿Puedes creer eso?

Los ojos azules de Elizabeth estaban brillando con enojo. Violet deslizó un brazo
alrededor de sus hombros.

—Ven, vamos arriba. Esta es una conversación que requiere alcohol y grasas
saturadas, preferiblemente en forma de helado.

—No podría comer nada. Pero una bebida sería buena. Una bebida sería perfecta.

Elizabeth esperaba en la puerta mientras Violet apagaba las luces y programaba la


alarma, luego subieron las escaleras a su departamento, el cual estaba ubicado

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sobre la tienda. Elizabeth abandono su maleta en la puerta y fue directo a la cocina.
Violet observaba, preocupada, mientras su amiga arrancó la tapa de una botella de
vodka y sirvió dos fuertes bebidas. Elizabeth levanto el suyo a su boca y lo bebió
en un largo y solo trago. Luego coloco el vaso sobre el mostrador con un fuerte
golpe y se encontró con los ojos de Violet.

—He cancelado la boda —dijo ella valientemente—. Y quiero encontrar a mi padre.

Violet articulo una palabra de cuatro letras.

—¿Te estas burlando de mí?

Ambas sabían que se estaba refiriendo a la parte del anuncio de la boda de


Elizabeth y no a la parte donde quería buscar a su recién descubierto padre.

—No. Estaba de repente increíblemente claro para mí. Todos estos meses… años,
realmente, he estado haciendo lo que los demás querían que hiciera. Todos esos
comités en que la abuela insistía en presentarme a candidatura. Renunciando a la
enseñanza a tiempo completo. Aceptando la propuesta de Martin. Todo esto ha
sido acerca de lo que ellos querían no lo que yo quiero.

Violet observaba, aturdida, mientras Elizabeth bebía el segundo vodka tan rápido
como había tomado el primero.

—¿Sabes qué es lo loco de esta cosa? No sé incluso qué quiero. Si sostienes un arma
en mi cabeza justo ahora y me dices que tengo que decirte dónde quiero estar en
un año desde ahora, no podría. No tengo idea. Ninguna. Nada. La única idea que
tengo en mi cabeza es que necesito encontrar a mi padre. Quiero saber quién es él.
Y tal vez conocerlo me ayudara a resolver quién soy yo.

Elizabeth alcanzó la botella de vodka de nuevo, pero Violet se le adelantó.

—¿Has tenido algo para comer?

—No quiero comida. Quiero olvidar. Quiero sentir enojo con todas las personas
que me han mentido sin tener que sentir culpa y obligación al mismo tiempo.
Quiero llegar muy, muy, terriblemente borracha.

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Violet se encontró con los ojos de su amiga. Podía ver el daño y el enojo y el pánico
allí. El mundo completo de Elizabeth había sido sacudido de su eje. Se merecía una
buena borrachera, completada con la espantosa resaca de la mañana siguiente. Era
prácticamente un rito de paso.

Soltó su control sobre la botella de vodka.

—Está bien.

Elizabeth arrugó la cara, todo desafío escapando de ella.

—Gracias por entenderlo. Gracias por siempre comprender.

Lanzó sus brazos alrededor de Violet, acercándola. Violet la abrazó de regreso tan
fieramente. Esta mujer era su mejor, más leal, más maravillosa amiga. Más que
nada quería que fuera feliz y plena.

—Consigamos tostadas —dijo, después de que ambas se apartaron del abrazo.

Se quitaron sus zapatos y se acomodaron en el sofá saggy de tres piezas de Violet,


y al mismo tiempo Elizabeth habló, deteniéndose solamente para sorber el vodka y
el juego de arándano que Violet hizo para ella. Habló sobre los ataques de pánico
que había estado teniendo en los días previos de la boda, y cuán sofocada se sintió
algunas veces viviendo con sus abuelos. Habló acerca de saber que su abuela usaba
su condición cardiaca para manipular sin piedad y chantajear a las personas en su
vida pero que hasta ahora se sintió impotente para resistirla. Habló acerca de estar
parada en el pasillo de la mansión Mayfair de sus abuelos hace menos de una hora
y mirando a los ojos de Martin y saber que no lo amaba de la forma en que debería
amar al hombre con el que iba a pasar el resto de su vida y comprendiendo
finalmente, que casarse con él seria el mayor error de su vida.

Violet asentía e hizo los ruidos adecuados en los momento oportunos y se indigno
en nombre de su amiga y pasó pañuelos cuando Elizabeth llego a la sensiblera,
autocompasiva parte de la noche. Era bien entrada la madrugada y ambas estaban
con los ojos nublados y roncas para el momento en que Violet hizo una cama para
Elizabeth en el sofá y se tambaleo a su propio cuarto.

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Acostada en cama, se preocupo por su amiga mientras una parte de ella se
regocijaba que por primera vez en años Elizabeth estaba siendo honesta acerca de
cómo se sentía y qué quería. Una parte más cínica se preguntaba si Elizabeth no se
despertaría llena de lamentos y remordimientos mañana, pero su instinto le dijo
que algo se había desplazado irreversiblemente para su amiga esta noche.
Elizabeth se había liberado. Con un poco de suerte, sería capaz de pasar sobre eso
y empezar a tomar algunas decisiones sobre su vida.

Los pensamientos de Violet derivaron a Martin mientras avanzaba hacia el sueño.


Se preguntaba cómo se estaba sintiendo él justo ahora. ¿Enojado? ¿Frustrado?
¿Herido? Quería que una sensación de satisfacción llegara, nunca le había gustado
él, después de todo, pero no llego. En lugar de eso, sentía una peculiar opresión en
su pecho y garganta.

Casi como si lo sintiera por él.

Lo cual era una locura. Obviamente estaba más borracha de lo que pensaba. Martin
St Clair no necesitaba su compasión. Probablemente ya estaba planeando su
campaña para otra bien educada, hermosa mujer que se adaptara perfectamente a
sus ambiciones en ascenso.

La sensación de tensión se mantuvo en su pecho y presiono una mano en su


esternón.

—Desaparece. No me importa.

Finalmente se quedo dormida, despertando cuando su alarma sonó junto a su oído


a las siete treinta de la mañana siguiente. Sentía un terrible dolor de cabeza y la
boca seca y nauseas, y arrastró los pies al baño y permaneció bajo la ducha hasta
que podría enfrentarse a la perspectiva de salir y combatir el día. Elizabeth estaba
profundamente dormida en el sofá y Violet se vistió silenciosamente antes de
caminar a las escaleras para bajar a la tienda. Se agachó para tomar café y
panecillos unos pocos minutos antes de la hora de abrir y estaba sorbiendo la
espuma de su latte cuando una Elizabeth con pesados ojos entró en la tienda.

—Hey. ¿Cómo te sientes? —preguntó Violet.

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—Como algo que el gato vomitó. —Ella presiono una mano en su frente. Había
tomado una ducha y tensado su largo cabello rubio en una cola de caballo. Se veía
cansada y en mal estado, pero Violet estaba contenta de ver la chispa de ira y
desafío continuar en los ojos de su amiga.

Su instinto había estado en lo cierto, Elizabeth no iba a regresar.

—Aquí —dijo ella, empujando el segundo café a través del mostrador—. Tengo
uno de repuesto por si acaso.

—Dios te bendiga. —Elizabeth enterró su nariz en el café.

—Hay un panecillo también, si estas para sólidos.

—Puede que necesite un par de minutos antes de poder ir allí —dijo Elizabeth.

—Entonces… ¿Qué hay en la agenda para este día? —preguntó Violet


cautelosamente.

—La búsqueda de mi padre. Tengo su nombre y su fecha de cumpleaños. En los


días de Google, eso tiene que contar para algo, ¿no crees?

Violet partió una parte del panecillo, una parte de su cerebro le advertía que
Elizabeth no había mencionado mucho el nombre de Martin, a pesar de ser un
nuevo día. Seguramente él estaba en su mente de alguna forma u otra.

—Podemos buscarlo. Y siempre esta Andy. Él me debe un favor.

Su primo, Andy, era un policía. Lo había ayudado cuando había complicado las
cosas con su novia hace unos pocos meses, así que estaba bastante segura de que
apoyarse en él para conseguir que averiguara del padre biológico de Elizabeth.

—Me había olvidado de Andy. Él es perfecto. ¿Podemos llamarlo ahora?

Violet la estudio.

—Eres seria respecto a esto, ¿verdad? Realmente vas a ir a buscarlo.

—Sí. Absolutamente. Quiero saber la verdad. Quiero saber quién soy.

23
Elizabeth había dicho algo similar la pasada noche. Estaba en la punta de la lengua
de Violet señalar que la única persona que define a Elizabeth era la misma
Elizabeth, pero decidió que no era lo que su amiga necesitaba oír ahora. Ella
necesitaba ser un poco imprudente e impulsiva, y si eso significaba salir corriendo
a Dublín o Yorkshire o New York en lo que podría llegar a ser una búsqueda inútil,
que así sea.

El teléfono de Elizabeth sonó. Violet observó mientras ella lo sacó de su cartera,


revisó la pantalla, luego lo deslizó de regreso sin tomar la llamada.

—¿Martin? —Violet no pudo resistir preguntar.

—Sí.

—¿No vas a hablar con él?

—No.

Violet se dijo a sí misma que se preocupara de sus propias cosas. Funcionó por
cinco segundos.

—¿No crees que podría estar preocupado por ti?

—No quiero hablar con él justo ahora. Estoy todavía enojada con él, y no quiero
decir algo de lo que me arrepentiré.

—¿Eso significa que estas pensándolo dos veces sobre cancelar la boda?

—No. Eso era lo correcto por hacer, no importa lo que pase. No lo amo, Vi.

Por alguna razón, las palabras de su amiga le pegaron como un golpe al plexo
solar. No tenía idea de por qué. No era como si nunca hubiera creído en ellos como
pareja.

Le tomo unos pocos segundos para reunir sus pensamientos dispersos.

—Está bien. Pero eso no significa que no puedes hablar con él. Tranquiliza al
hombre.

24
Elizabeth le dirigió una mirada.

—¿Desde cuándo has estado de su lado?

—No estoy de su lado. Sólo que se me ocurrió anoche que esto debe haberlo
golpeado realmente fuerte.

Por un momento el rostro de Elizabeth se hundió con culpabilidad. Luego levantó


su barbilla.

—No puedo pensar sobre él. Sé que suena egoísta, pero si me detengo a pensar
sobre todas las personas que van a decepcionarse, nunca voy a hacer esto. Y
necesito hacer esto, Vi.

—Lo sé.

—¿Podemos llamar a Andy ahora?

—Absolutamente.

Ella llamó a su primo, y después de diez minutos de halagos que pronto


degeneraron en una abierta lambisconería, se las arregló para conseguir su
promesa de correr una búsqueda sobre Sam Blackwell. Elizabeth agradeció
efusivamente y fue de regreso a subir las escaleras para dormir más por su resaca.
A las tres de la tarde, Andy regresó la llamada con la última dirección conocida de
Sam Blackwell. Sintiéndose un poco aturdida, Violet coloco la señal de: “Regreso
en cinco minutos” en la ventana y cerro la tienda antes de dirigirse escaleras arriba.

Entró en un brillante, inmaculado departamento y oliendo a liquido de limpieza.

—Espero que no te importe. Necesitaba algo para hacer mientras esperaba. Otra
que no sea sentarme alrededor y dudar de mí, quiero decir —dijo Elizabeth
mientras enderezaba la pila de revistas en la mesa de café.

—¿Por qué me importaría? Puedes quedarte en cualquier momento. —Violet se


maravilló de lo bonito que se veía el espacio de su sala cuando no estaba enterrado
bajo papeles y ropa tirada.

25
La mirada de Elizabeth cayó en la pieza de papel en su mano.

—¿Es eso? ¿Llamó Andy?

Violet entregó la pieza de papel. Observó las cejas de Elizabeth levantarse hacia la
línea de cabello.

—¿Australia? ¿Él esta en Australia?

—De acuerdo a Andy, lo esta.

—Isla Philip. Ni siquiera he oído de ella.

—Lo busque. Está al sur de Melbourne. Una comunidad de playa.

Elizabeth miró fijamente la nota por un largo rato antes de encontrarse con la
mirada de Violet.

—Entonces supongo que será mejor que reserve un boleto para Australia.

—Podríamos intentar llamarlo primero.

—No —dijo Elizabeth firmemente—. Quiero hacer esto en persona. Y será bueno
para una escapada de unos días.

—Entonces permite reservar esos boletos, pastelito.

Cuatro días más tarde, Violet esperó hasta que el cliente que acababa de atender
saliera de la tienda antes de marcar el número celular de su amiga. Había estado
contando las horas, revisando el registro de llegadas del aeropuerto de
Tullamarine en Melbourne, Australia, esperando a que su amiga aterrizara.

Se mordió la uña del pulgar mientras esperaba que E contestara.

—Violet. —La voz de Elizabeth se escuchaba en la línea telefónica clara como una
campana, casi como si estuviera en la habitación de al lado en vez de al otro lado
del mundo.

—E. ¿Cómo estuvo tu vuelo? ¿Qué está pasando? ¿Has hablado con él?

26
Habían discutido la estrategia antes de que Elizabeth se fuera, por lo que sabía que
su amiga planeaba ir directamente a la casa de su padre biológico y hacer contacto.

—Largo. No mucho. Y no. Estoy sentada frente a su casa ahora mismo, tratando de
conseguir coraje para llamar a la puerta.

La mano de Violet apretó el teléfono. Podía escuchar el miedo en la voz de


Elizabeth. La culpa comiéndosela. Si hubiera sido capaz de dejar la tienda, se
habría ido con ella. De haberlo hecho, Elizabeth no estaría haciendo frente a este
enorme desafío sola.

—Estás nerviosa —dijo Violet.

—Sólo un poco.

—No lo estés. Una vez que te conozca, estará sobre la luna porque le has
localizado.

—No lo sé. Tal vez estoy haciendo todo esto mal. Tal vez debería haber hecho
contacto primero mediante una carta o correo electrónico, o utilizar un abogado
para romper el hielo...

—No. Has hecho lo correcto. Y aunque no lo hubieses hecho, estás allí ahora. Todo
lo que tienes que hacer es ir a tocar su puerta.

—Lo haces sonar tan fácil.

Violet podía oír la sonrisa en la voz de su amiga.

—Vamos, E. Eres una mujer en una misión, ¿recuerdas? Estás recuperando tu vida,
sacando todo por tu propia cuenta. Superar al viejo Droopy Drawers fue sólo el
primer paso.

—Me gustaría que no lo llamaras así. El hecho de que simplemente haya decidido
no casarme con él no significa que sea una mala persona.

—Cierto. No es como si fuera literalmente, aburriendo gente hasta morir. A pesar de


que te dio una puñalada bastante buena como para sofocarte parte de la vida.

27
—Vi...

—Lo siento. Creo que debería ser un delito penado para que alguien tan joven
como él, se vista como un viejo crujiente. ¿Cuántas personas de treinta y dos años
conoces que vistan trajes de punto con coderas de cuero?

—Sólo porque se vista de forma conservadora no quiere decir que sea crujiente, Vi.
No es más que... conservador. —Elizabeth terminó sin convicción.

—¿Conservador? Lo siento E, pero esa no es la palabra para un hombre que se niega


a tener relaciones sexuales en otra posición que no sea la del misionero. La palabra
que buscas es reprimido.

—No tienes idea de lo mucho que me arrepiento de haberte contado sobre eso
alguna vez, Vi.

Hace varios meses, Elizabeth había confesado que le había pedido a Martin darle
un poco más de sazón a su vida sexual después de leer un artículo en una revista
sobre ser responsable de su propia sexualidad. Había sido uno de esos raros
momentos de completa franqueza de su amiga, quien por lo general era muy
privada con las cosas relacionadas al dormitorio, en el que Violet se horrorizó
cuando supo que Martin no sólo había rechazado discutir las necesidades de
Elizabeth, sino que también había logrado que Elizabeth se sintiera pequeña y
sucia y mala.

—No voy a pedir disculpas por negarme a permitirte barrer ese pequeño momento
bajo la alfombra —dijo Violet—. La gente normal, nota que estoy remarcando la
palabra normal, en lugar de estirado represivo, habla con su pareja acerca del sexo y
explora su sexualidad divirtiéndose en la cama. No te acaricia la cabeza y te dice
que te respeta demasiado para utilizarte, o cualquier otra excusa basura con la que
salió cuando finalmente tuviste el coraje para hablar con él. Y adoro que hubiese
volcado todo esto en tu contra, por cierto y no sobre su falta de testículos.

—Realmente no quiero hablar de esto de nuevo.

Violet escuchó las palabras de su amiga, pero estaba en marcha, las palabras
brotaban desde algún lugar largamente reprimido en su interior.

28
—Por el amor de Dios, no fue como si le hubieses pedido que te atara y se acercara
con un gratinador de queso o algo así. Querías probar el estilo perrito. Gran cosa
sangrienta. No había animales pequeños involucrados, o cuero, o cera caliente.

—He cancelado la boda, Vi. Eso está definitivamente archivado bajo la etiqueta de
Pasado. Necesitas dejarlo ir.

Hubo una nota aguda en la voz de Elizabeth que actuó como un balde de agua fría.
Violet parpadeó y luego se pasó una mano por la cara.

—Tienes razón. Lo siento. Él sólo me saca de mis casillas —murmuró, plenamente


consciente de que había cruzado la línea, a lo grande.

—Bueno, probablemente nunca tendrás que verlo de nuevo, dado que escasamente
querrá verme una vez que haya superado el hecho de que lo dejé. Eso debe hacerte
sentir mejor.

Violet frunció el ceño mientras las palabras de Elizabeth golpeaban cerca de casa.
Ya que E tenía razón, por supuesto, no había absolutamente ninguna razón para
que alguna vez tuviese que pasar tiempo en compañía de Droopy Drawer ahora
que él y Elizabeth habían terminado.

Violet nunca más tendría que ver las ventanas de su nariz dilatarse con disgusto
ante algo que hubiese dicho, o soportar a su cabeza prejuiciosa observándola de la
cabeza a los pies. Nunca sabría si consiguió la membrecía al Club Savage que
codiciaba con tanto fervor, o si se habría hecho socio. Nunca más tendría que
rechinar los dientes cuando él optara por lo seguro, la opción más baja en todo,
desde elegir una bebida hasta probar un material de lectura.

La campana de la puerta sonó con fuerza cuando tres mujeres entraron a la tienda,
sacándola de sus pensamientos. Les sonrió distraídamente.

—E. Alguien entró en la tienda y tengo que irme. Pero puedes hacer esto, ¿de
acuerdo? Sólo sal del coche y preséntate. Cualquier cosa que venga después de eso,
podrás manejarla.

29
—Gracias, entrenador. Y gracias por todo el apoyo y los pañuelos que me has
estado pasando durante los últimos días —dijo Elizabeth.

—Bah.

Terminó la llamada, pero no salió de inmediato de detrás del mostrador para


atender a sus clientes. No entendía de dónde había venido la necesidad de
despotricar contra Martin. Durante los últimos días, había sentido lástima por él,
consciente del hecho de que sin importar lo que estuviese pasando en la vida de
Elizabeth, él se estaría sintiendo decaído ahora que la boda había sido cancelada.

Entonces, ¿dónde tenía toda esa frustración e ira acumulada?

No tenía ni idea.

Sacudió su cabeza, haciendo que sus largos pendientes se balancearan. El


funcionamiento de su subconsciente era para ella un misterio, en el mejor de los
casos, y quizá era preferible dejarlo de ese modo. Algunas cosas es mejor
desconocerlas.

El negocio estuvo tranquilo durante el resto del día y se las arregló para empujar el
desastroso rompimiento de Elizabeth y Martin lejos de su mente. Lo cual fue igual
de bueno. No quería convertirse en una de esas trágicas personas que vivían
colgadas del drama de la vida de otras personas. Si bien era cierto que había
pasado mucho tiempo desde que había tenido una relación por sí misma, no estaba
triste todavía. Esperaba.

Estaba bastante oscuro afuera para el momento que retiró el efectivo de la caja a las
seis. Aseguró lo recaudado en la caja fuerte, apagó todo menos la luz de seguridad
y caminó entre mostradores de ropa y perchas para sombreros y accesorios hasta la
puerta principal. Un día, cuando el árbol del dinero que había plantado en el
macetero de su ventana diera frutos, abriría un agujero en la pared e instalaría una
puerta interna desde la escalera hasta su apartamento. Originalmente pensado
para ofrecer autonomía tanto al inquilino al por menor como al residente de

30
arriba, la entrada independiente era un verdadero dolor en el trasero cuando
estaba helando como esta noche.

Se deslizó en el frío y haló la puerta cerrándola tras de sí, tratando de caminar


rápidamente los pasos necesarios para poder retirarse al calor y confort de su
apartamento.

El hombre pareció aparecer de la nada, alto y ancho y rabioso. Chilló de terror y


saltó hacia atrás, pegando la parte de atrás de su cabeza contra la puerta.

—¿Dónde está? ¿Dónde la escondes?

Ella apretó las manos contra el pecho y miró a su atacante.

—Infierno en llamas, Martín, casi me haces orinarme encima. ¿Has oído hablar del
teléfono?

—¿Y que me cuelgues? No soy estúpido Violet. Dime dónde está.

Se frotó la parte posterior de la cabeza.

—Si E no te dijo donde fue, no me corresponde a mí.

Se acercó más. A pesar del hecho de que no creía que Martin St Clair le haría algún
daño, sintió una punzada de alarma. Nunca lo había visto tan enojado. O tan
desaliñado, ahora que lo veía en detalle. Tenía el cabello alborotado y su cara
erizada con sombra de barba. Lucía positivamente desenfadado comparado con su
usual culo meticuloso de costumbre.

—¿Qué pasa? ¿No tuviste oportunidad de planchar tu ropa interior esta mañana?
—preguntó.

Lanzó una mirada hacia su traje ceñido al cuerpo. Llevaba un sostén push-up
debajo de un top de lentejuelas estilo vintage. Una falda negra corta –está bien,
muy corta— y medias de encaje. Las botas hasta la rodilla resaltaban por sus altos
y puntiagudos tacones. El espejo de su habitación le había dicho que lucía un poco
zorra, pero la mirada condenatoria de Martin lo confirmó.

31
—Me disculpas si no estoy preparado para tomar un consejo de moda de alguien
que escoge su ropa en el catálogo de Playboy.

Sonaba tan presumido que tuvo que reír, a pesar de que una pequeña parte de ella
escocía ante su abierto desprecio. Parecía que los guantes estaban completa y
verdaderamente fuera ahora que Elizabeth no estaba de pie entre ellos.

Ella sacudió el cabello sobre su oreja, mostrando sus múltiples piercings. Sabía que
él los odiaba porque Elizabeth se lo había dicho una vez.

—¿No deberías hablarme con cariño? ¿No es eso lo que normalmente hace la gente
cuando quiere algo?

El aliento de Martin hacía vapor en el aire entre ellos. Observó cómo hacía un
visible esfuerzo por controlar su temperamento.

—Mis disculpas. Mi única excusa es que no he estado durmiendo bien. Sólo quiero
lo que sea mejor para Elizabeth. Por favor, dime dónde está.

Cada palabra era arrancada de él como los dientes en el dentista.

—E es la mejor juez de lo que es mejor para ella —dijo Violet—. Tú y los


Whittakers siempre están tratado de decidir las cosas por ella, presionándola hacia
cualquier forma que quieran que adopte. Déjenla hacer sus propias cosas, para
variar. Si ustedes están destinados a estar juntos, ella regresará.

Estaba temblando de frío y se volteó para abrir la puerta de su apartamento.


Asumió que el silencio de Martín significaba que finalmente había conseguido
llegarle, pero cuando trató de deslizarse en la calidez relativa del hueco de la
escalera, él bloqueó la puerta con su brazo.

—Por favor, Violet. Si quieres que ruegue, lo haré.

Encontró su mirada, sin siquiera tratar de ocultar su herida y su dolor.

Hasta ese momento había estado convencida de que él veía a Elizabeth como un
trofeo, otro de los logros que había adquirido durante su ascenso en los rangos
sociales. Pero la mirada de sus ojos...

32
—De verdad la amas, ¿verdad? —preguntó en voz baja.

—Por supuesto que lo hago —dijo como si fuese la cosa más natural y obvia en el
mundo.

Por un momento —una centésima de segundo— Violet sintió un apretón de


envidia en su corazón. Deseó haber inspirado alguna vez tanta devoción sincera en
un hombre, sus novios anteriores siempre se habían ido con todo lo que pudieron
conseguir, ya fuera sexo, comida gratis o un apoyo emocional sin fin. Nunca había
tenido a nadie expresando su amor de manera tan inequívoca.

—Se ha ido a buscar a su padre. Su verdadero padre —dijo.

Él no dijo nada, sólo siguió mirándola en una muda súplica.

Maldita sea.

—Está bien, está bien. Ella no me indicó expresamente que no te dijera. Lo que no
significa que no me descuartizará cuando sepa que te lo dije, pero aun así. Está en
algún antiguo pub llamado La Isla de Wight en Phillip Island, Australia. Voló ayer
y hablé con ella esta mañana.

—¿Australia? —Martín parecía aturdido.

—Eso es correcto. Ahora bien, si no te importa, tengo varios catálogos de Playboy


que necesito revisar antes de salir a la calle por la noche.

Martin asintió con la cabeza en una breve señal de agradecimiento y luego se fue.
Deslizó la puerta hacia adentro y la bloqueó con cerrojo tras de sí.

Su estómago se revolvió con nerviosismo. Elizabeth no estaría feliz de que se


hubiese ido de lengua respecto a su paradero con su ex-prometido. Y temía pensar
qué haría Martín ahora, ¿llamaría a Elizabeth y le exigiría volver a casa y tomar su
lugar como madre de sus futuros hijos?

Otro pensamiento la golpeó.

¿Seguramente no correría hacia el otro lado del mundo por Elizabeth?

33
Lágrimas inexplicables llenaron sus ojos mientras pensaba en él haciendo
precisamente eso. El gran idiota.

Realmente amaba a Elizabeth. Verdadera, profunda, tal vez incluso locamente.

Y lo verdaderamente triste era que sabía que su amiga no sentía nada parecido a
eso por él.

Parpadeando para alejar las necias lágrimas, entró en el apartamento. No había


duda de que Martin St Clair elegiría comer vidrio en lugar de saber que ella sentía
pena por él, pero no pudo impedirle hacerlo desde lejos. Podría ser un viejo antes
de tiempo y demasiado cosido para su gusto, pero era un hombre decente en su
corazón, sincero, generoso, amable, considerado. No se merecía ser herido de esa
manera.

Sus labios se torcieron en una sonrisa cínica.

¿Quién consigue lo que merece en la vida?

Muy pocos, como sabía por experiencia propia. Con el corazón y la mente pesados,
lanzó sus llaves en la mesa del pasillo y trató de averiguar cómo y cuándo
informar a Elizabeth que debería estar pendiente de un visitante inesperado.

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Capítulo 3

Traducido por Naty y Little Rose

Corregido por Nanis

artin condujo directo a casa, su orgullo y todo lo demás ardiendo


después de su encuentro con Violet. La piedad en sus ojos. La
simpatía...

Ella era la última persona que quería que sintiera lástima por él. La última.

Y ahora era todo lo que podía hacer para no detenerse de dar media vuelta con el
auto para defenderse ante ella de lo que dijo que Elizabeth le había dicho a ella
sobre los últimos cinco días.

Que ella había confiado en Violet él no tenía dudas, al igual que sabía que justo
ahora Violet tenía una mejor idea de dónde él estaba con su prometida —ex
prometida— de la que él tenía. El conocimiento se sentía como una roca en su
vientre, tan desagradable como la lástima de Violet.

Ésta no sería la primera vez que Elizabeth había confiado profundamente los
asuntos personales de su relación con su amiga. Le irritaba mucho más ahora que
entonces. Se había comprometido a compartir su vida con Elizabeth. A tener niños
y envejecer con ella. Odiaba el pensamiento que había cosas que ella no sentía que
podía hablar con él.

No es como si tú le dijeras todo. Eso era bueno para unos…

Empujó lejos el pensamiento errante. Esto no era sobre él. Esto era sobre Elizabeth.
Sobre lo que ella quería, lo que, aparentemente, Violet estaba al tanto y él no.

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Toda su vida había poseído la habilidad para compartimentar sus sentimientos y
pensamientos, una habilidad de supervivencia que le había servido bien en la
urbanización propiedad del Gobierno donde había crecido. Mientras entraba en el
estacionamiento detrás de su departamento, se sacudió sus dudas, ira y el orgullo
herido. Su objetivo inmediato era encontrar a Elizabeth. Todo lo demás podía
esperar.

Una vez que estuvo dentro y al frente de su computadora, le tomó cinco minutos
reservar en el próximo vuelo a Melbourne, Australia. Había hecho una rápida
llamada al abuelo de Elizabeth, Edward Whittaker, para dejarle saber que estaba
yendo detrás de Elizabeth, escuchando con creciente impaciencia el consejo del
otro hombre de ser paciente pero intransigente en su trato hacia ella. El abuelo de
Elizabeth la adoraba pero no había forma de escapar del hecho que su actitud hacia
ella era sobreprotectora y más que un poco Victoriana.

Era una postura que siempre había puesto incómodo a Martin, pero nunca se había
sentido capaz de comentar esto ni a Edward o a la propia Elizabeth. Contra todo
pronóstico, Edward lo había contratado como un abogado novato recién salido de
la escuela de leyes y, cuando había notado a Martin golpeando en su nuevo
entorno, le ofreció la orientación y guía que había necesitado para navegar las
políticas fratricidas y jerarquías de un bufete de abogados de larga tradición. Todo
lo que era hoy se lo debía a Edward Whittaker.

Todo.

—Aprecio el consejo —dijo cuando el anciano finalmente se detuvo para tomar


aliento—, pero no estoy seguro que establecer las reglas me vaya a llevar a algún
lado con Elizabeth justo ahora.

—Ella está molesta. Todos entendemos eso. Pero una vez que se calme entenderá
que todos estaban haciendo lo mejor para ella.

Martin hizo una mueca. ¿No había dicho algo similar a Violet apenas hace veinte
minutos? Escuchando sus propias palabras de la boca de alguien más lo hizo muy
consciente de lo pomposo y condescendiente que debía haber sonado.

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Se movió inquieto mientras recordaba otras ocasiones cuando había dicho algo
similar a Elizabeth. Por cinco días había vivido de la esperanza y certeza que lo que
sea que estuviese equivocado entre ellos podía ser reparado, ambos eran gente
racional después de todo, y tuvieron seis buenos años entre ellos, pero por primera
vez se deslizó una espina de duda en su mente.

Antes que ella hubiera salido fuera de la casa de su abuelo, Elizabeth lo había
acusado de no conocerla. Había dicho que estaba tan ocupado diciéndole lo que
era bueno para ella, que no tenía idea quién era o lo que realmente quería. Se había
llamado a sí misma cobarde por no hablar de sus verdaderos sentimientos.

Luego había cancelado su boda.

De nuevo, empujó los perturbadores pensamientos lejos. Una vez que la hubiera
encontrado, podrían hablar. Un puente, un desafío a la vez.

—Edward, necesito llegar al aeropuerto. He mandado un e-mail a mi asistente,


Tammy, sobre la reprogramación de mis casos por el resto de la semana. Con
suerte, estaré de vuelta con Elizabeth para el comienzo de la próxima semana.

—Mantente en contacto —dijo Edward. Había una nota frágil en su voz, un


recordatorio que estaba en el lado equivocado de los setenta.

—Lo haré. Tú y Vera tómenlo con calma, ¿sí? Tengo esto en la mano.

Finalizó la llamada y sacó su bolsa de viaje del estante superior del armario. Tiró
un par de cambios de ropa interior, una camisa limpia y varios artículos de
tocador, luego ordenó un taxi y arrojó su actual archivo de trabajo en su maletín, si
iba a estar atascado en el tránsito horas y horas, bien podría ser productivo. Cuatro
horas más tarde estaba en el aire, volando hacia el otro lado del mundo.

Gracioso, pero siempre había querido ir a Australia. De chico, su madre había sido
una ávida espectadora de telenovelas australianas, y él no podía oír la familiar
canción “Neighbours” sin ser transportado de vuelta al estrecho departamento
donde había crecido. Shirley St Clair había amado el amplio cielo azul y el brillo de
la vida en Australia como se mostraba en el programa y cada día se sentaba
cómodamente en su sillón, la tetera lista, él a sus pies mientras miraban media hora

37
de pura ficción sobre un mundo que incluso entonces había sabido tan bien que era
demasiado bueno para ser verdad. Sin embargo, le había hecho querer ir y ver por
sí mismo. En el fondo de su mente, había pensado que era algo que él y Elizabeth
podrían hacer juntos un día.

Se sentía cansado y sucio para el momento que entró en la fría madrugada de un


día de verano de Melbourne unas veinticuatro horas después. Había reservado on-
line un auto de alquiler, se dirigió a la caseta y llenó el papeleo necesario. Media
hora después estaba en el camino, entrecerrando los ojos a las señales y tratando de
orientarse.

Philip Island estaba a una hora y media en auto de Melbourne. Se detuvo dos veces
por café, y eran cerca de las nueve de la mañana cuando se detuvo en un
estacionamiento en la tranquila ciudad costera de Cowes en Philp Island. A su
izquierda estaba un muelle de madera, metido en el agua azul brillante, a su
derecha una serie de boutiques con temáticas de playas vendiendo bikinis, toallas
de playa y bermudas. Movió el visor hacia abajo para comprobar su apariencia.
Sus ojos estaban inyectados en sangre, su cabello un desastre, su camisa arrugada y
floja. Se alisó el cabello con sus dedos antes de mover la visera de vuelta arriba. No
importaba que su ropa estuviera arrugada y sus ojos enrojecidos. Ninguna de esas
cosas iba a convencer a Elizabeth de volver a casa con él.

Renuente a dejar sus objetos de valor en el auto en una extraña ciudad, tomó
ambos, su bolso de viaje y su maletín con él mientras se dirigía al hotel Isle of
Wight. La chica detrás del mostrador era muy joven, que tal vez era el por qué
estaba feliz de entregarle el número de habitación de Elizabeth a un completo
extraño.

Miró alrededor de la barra principal mientras seguía sus instrucciones hacia las
escaleras que lo llevarían al primer piso. La alfombra estaba pegajosa bajo sus pies
y el aire olía a cerveza vieja y aceite de cocina. Un hombre moreno y fornido con el
cabello decolorado por el sol levantó amigablemente una mano hacia él mientras
pasaba el bar. Martin asintió en reconocimiento antes de subir la escalera.

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Se detuvo cuando llegó a la habitación de Elizabeth, consciente de que su corazón
latía fuerte dentro de su pecho.

La amaba. Amaba su bondad y su paciencia y su tranquila determinación. Amaba


su elegancia y discreta dignidad. Era una de las mejores personas que conocía. La
necesitaba en su vida.

Necesitaba hacer que esto funcionase entre ellos. De lo contrario todo por lo que
había luchado no sería para nada ni nadie.

Levantó una mano y golpeó. Hubo un momento de silencio, luego oyó a alguien
moviéndose en torno al otro lado de la puerta.

Tomó una profunda respiración, esperando. Con esperanza.

Y luego la puerta se abrió.

Violet agonizó por un día completo sobre cómo decirle a Elizabeth lo que había
dicho y finalmente se decidió por la manera cobarde, un e-mail. Se sentó a redactar
un mensaje tres veces antes de finalmente simplemente confesar que se había ido
de lengua a C. M. —abreviatura de Droopy Drawers— y que estaba arrepentida
por ser una amiga tan débil pero que él había estado tan insistente y triste que se
había sentido incapaz de negarlo. Había pulsado enviar y se sentó a esperar la
respuesta de su amiga.

Tomó dos días antes que la respuesta de Elizabeth llegara a su bandeja de entrada,
dos días de Violet sudando y sintiéndose como la peor amiga.

Está bien, Vi. Hiciste lo correcto. No era mi intención para ti que quedaras
atrapada en medio de todo esto. Martin apareció en mi puerta hace un par de días.
Hablamos. Espero que nos hayamos separado como amigos. Supongo que el tiempo
lo dirá. Escribiré más cuando pueda.

Te amo,

39
E

Violet frunció el ceño hacia la pantalla de su laptop. ¿Era sólo ella, o el relato de
Elizabeth de lo que había pasado era totalmente inadecuado? ¿Dónde estaba
Martin ahora, por ejemplo? ¿Había vuelto a casa de nuevo? ¿Cuándo iba a regresar
a casa Elizabeth? Quizás Violet estaba leyendo demasiado en el económico mail de
su amiga, pero sentía que había algo más pasando con su amiga. Algo relacionado
con Martin y su padre.

La campana de la tienda tintineó y levantó la vista para ver una figura alta y de
hombros anchos llenando la puerta. El sol estaba directamente detrás de él,
reduciéndolo a una silueta, y su corazón dio un loco y nervioso golpe contra su
caja torácica.

—¿Martin? —dijo.

Al momento que él se paró en la luz vio que no era Martin. La decepción


retumbaba en su estómago.

—Discúlpeme. ¿Puede decirme dónde encontrar la Estación de Metro más cercana?


—preguntó el con un claro acento americano.

—Al final de la calle, doble a la derecha. Debería ver la señal a su izquierda.

—Gracias. Que tenga un buen día.

La sonrisa cortés desapareció de sus labios cuando él salió. No tenía idea por qué
había pensado que podría haber sido Martin, por qué Martin había sido la primera
persona que saltó a su mente cuando había visto esa silueta alta y ancha en la
puerta. No había forma que Martin alguna vez apareciera en la tienda
voluntariamente. La despreciaba. Pensaba que ella era una mala influencia en
Elizabeth. Demonios, probablemente la culpaba por todo lo que había pasado con
su amiga.

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No hace tantos días, Elizabeth le había dicho que no necesitaba preocuparse por
acalorarse bajo el cuello por Martin nunca más, desde que ella no tendría que verlo
de nuevo. Violet debería haber estado agradecida por el conocimiento. Debería
estar celebrando incluso ahora que nunca tendría que mirar a sus ojos grises que
condenan de nuevo.

¿Entonces por qué no lo estaba?

Los pasos de Martin hacía eco alrededor del espacio vacío mientras caminaba
desde el formal comedor a la cocina. Echó un mirada alrededor de la habitación a
los gabinetes blanco brillante y los mostradores de mármol Carrara1 , luego se
dirigió a la ventana para ver si el bastidor había sido reparado, según sus
instrucciones.

No que eso importaba. Nunca viviría en ese apartamento. Lo había comprado para
Elizabeth. Había planeado sorprenderla con la compra cuando regresaran de su
luna de miel. Había buscado por meses sólo por la propiedad adecuada. Los
adecuados vecinos, las adecuadas proporciones. Había tenido todo el lugar
pintado, tomando sus señales de la majestuosa mansión Mayfair de los abuelos de
Elizabeth.

Había sido engañado. Podía ver eso ahora. ¿Qué mujer quería una casa que no
había elegido por sí misma? Mejor aún, ¿qué mujer quería una casa que había sido
decorada a gusto de alguien más?

La ventana se movió suavemente, indicando que las cuerdas del marco habían sido
reemplazadas. Dejó que la ventana golpeara de nuevo al alféizar.

Debería ir a casa. Era tarde, y no había razón para esto. Simplemente estaba
echando sal en la herida. Mañana llamaría al agente inmobiliario y pondría este
lugar en el mercado. Con un poco de suerte, conseguiría su dinero de vuelta. Eso
era en lo que debería estar concentrado en este momento.

1
Marmol de Carrara: Extraído de las canteras de los Alpes Apuanos en Carrara. Universalmente
conocido como uno de los mármoles más apreciados por su blancura (o con tonalidades azuladas -
grisáceas), casi sin vetas, y grano de fino aspecto harinoso.

41
No había dónde sentarse, así que se sentó en el piso, su espalda contra uno de los
gabinetes de cocina, los pies apoyados en el suelo, las rodillas flexionadas. Apoyó
sus antebrazos en sus rodillas y contempló desde el pasillo a la puerta principal,
ignorando el hecho que estaba probablemente obteniendo polvo en su traje.

No sabía qué sentir, qué hacer consigo mismo. Por tanto tiempo su futuro se había
extendido enfrente de él como este pasillo, derecho, limpio y completamente
conocido. Había sabido exactamente qué necesitaba hacer, construir su reputación
en Whittaker, Malcom and Venables, hacerse socio, consolidar su posición en el
mundo. Elizabeth había sido una parte integral de eso, la mujer que había
imaginado a su lado mientras tomaba las medidas necesarias para llevarlo a donde
quería estar.

Resultó que, dónde había querido estar no era donde ella había querido estar.
Gracioso, pero nunca había pensado incluso preguntarle.

Justo como nunca había pensado en preguntarle si quería vivir en esta casa, con
estos colores de pintura.

Bajó su cabeza y masajeó el pequeño músculo entre sus cejas. Había sido un idiota.
Un ciego y tonto idiota. Y había pagado el precio. Había perdido a Elizabeth.

La mujer con que piensas que quieres casarte no existe. Ella es una construcción,
improvisada por mi desarrollado sentido del deber y tu deseo de estar conectado a un
hombre que en muchos aspectos ha llenado el papel de padre en tu vida. Yo sería una
terrible, terrible esposa para ti.

Las palabras de Elizabeth de hace tres días hicieron eco en su mente. En ese
momento, las había negado. No había querido oír lo que ella estaba diciendo.
Había sido impulsado por el miedo y el orgullo, determinado a llevarla a casa con
él. Se suponía que iban a caminar hacia el altar en apenas seis semanas a partir de
hoy. Todos sus amigos estaban invitados a la boda, así como los más importantes
de sus compañeros de trabajo. Si —cuando— llamara para cancelar la boda, el
hecho que Elizabeth lo había plantado sería de común conocimiento. La gente
hablaría y se reiría a sus espaldas. Habría especulación. Sería el hazmerreír. Un
hombre que no podía aferrar a su mujer.

42
Mientras la humillación se levantaba de nuevo en su interior, sabía que el golpe
que se había llevado su orgullo era el último de sus problemas. Más importante
para él era el hecho que Elizabeth había sido frustrada y reprimida por él y la vida
que ellos habían planeado juntos.

La había hecho infeliz, y no lo había visto. Ella lo había ocultado de él, pisado la
línea, aceptado todo, y sin embargo por dentro había sido asfixiante.

No es mi culpa. Es una mujer adulta. Podría haber hablado. Decirme lo que quería, cómo se
sentía. Se suponía que íbamos a ser iguales, después de todo.

Se puso de pie. Cepillándose el polvo del trasero de sus pantalones, se dirigió a la


puerta principal.

No podría dejar sus pensamientos detrás tan fácilmente. Lo atraparon mientras se


subía a su auto.

Porque Elizabeth había tratado de hablar con él, y la había ignorado. No hace tantos
meses, había esperado hasta que estaban teniendo una noche tranquila y le había
dicho en una nerviosa y autoconsciente manera que le gustaría experimentar más
en la habitación. Le había dicho que quería condimentar las cosas entre ellos,
intentar algo nuevo.

Y él había estado tan incómodo con lo que le había pedido que la había cerrado.
Consciente de sí mismo el calor quemó a través de su cuerpo mientras recordaba la
forma en que había desestimado sus propuestas. Le había dado unas palmaditas
en su cabeza y le dijo que no se preocupara sobre tales asuntos en su prisa por
terminar la conversación.

No era como si hubiera pedido algo ridículamente extraño, tampoco. Ciertamente


nada que no había hecho con sus otras novias. Las fantasías sexuales de ella habían
sido muy vainillas, muy mansas para los estándares normales, y sin embargo el
pensamiento de tirarla en la cama y tomarla desde atrás se había sentido como
decadente y fuera de cuestión para él como si ella le hubiera pedido que la
golpeara sangrientamente y la mirara dormir con diez hombres diferentes.

43
En su momento no se había detenido a preguntarse por qué, pero Elizabeth lo
había hecho, como se lo había demostrado tan elocuentemente cuando gentil pero
firmemente rompió los lazos que los unían hace tres días.

Vamos a llamar a las cosas por su nombre aquí. Para mejor o para peor, estoy fija en tu
mente como la nieta del hombre que respetas más que cualquier otra persona en el mundo.
Tú mismo lo dijiste, le debes todo. Cuando me miras, ves a la nieta de Edward Whittaker
primero y a mí segunda.

Por mucho que quería repudiar su punto de vista de su relación, sus palabras
habían resonado en su interior.

Veinte años atrás, se había hecho una promesa a sí mismo que no iba a repetir los
errores de sus padres. Había estado determinado a triunfar fuera del ciclo de
pobreza e ignorancia en el que había nacido. Se había pegado a la escuela cuando
sus compañeros la habían abandonado. Había ignorado las tentaciones de la droga,
bebidas y chicas, aun cuando el concejo del estado había estado plagado de
distracciones y tentaciones y pese a que su madre había estado desconcertada por
su determinación para superarse.

Él no había sido el chico más listo de la clase, pero había trabajado realmente duro,
estudiando y aprendiendo hasta que llegó al nivel de diez. La primera vez que
entró en la Biblioteca Wren en la Universidad de Trinity, miró alrededor y supo sin
duda que era el chico más pobre del lugar. Se había ganado una beca parcial él
mismo para costear su educación, pero no consiguió una ayuda del Gobierno para
gastos de manutención, por lo que trabajó en dos lugares diferentes mientras hacía
al mismo tiempo todo lo posible para tener un perfil atrayente a futuros
empleadores. Había escuchado a los presentadores de la BBC y los imitó hasta
lograr su duro acento del Norte de Londres, y se dejó ver donde sus compañeros
mejor acomodados se juntaban a parlotear. En poco tiempo, se había reinventado a
sí mismo, tanto como podía hacerlo un hombre que estaba mirando todo desde
afuera. Había hecho falta que un miembro honorario del lugar hacía tiempo como
Edward Whittaker se interesara en él para terminar la transformación. Bajo la guía
de Edward había limado sus últimos bordes afilados y se ganó el brillo que le
permitió pasar como alguien nacido para tener éxito. Hasta el día de hoy no sabía

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por qué el hombre mayor se había interesado en él, quizás porque nunca tuvo un
propio hijo, así como a Marcus le faltó un padre, pero sin importar su motivación,
Edward había hecho posible su vida actual, y la idea de volverse parte de la familia
al casarse con Elizabeth se le hacía muy tentadora, que Elizabeth misma. Ella
estaba a años luz de las chicas con las que él había crecido. Ella siempre sabía qué
hacer o decir. Era hermosa, refinada, elegante. Su amor había sido el sello final de
su éxito.

Y todo había sido un castillo de naipes, su fachada se balanceaba precariamente en


la de Elizabeth. Sentado en su auto, se quedo mirando con tristeza por el
parabrisas.

Elizabeth había tenido el coraje de decir que toda pretensión era una mierda, pero
él había estado tan metido, tan desesperado por pertenecer que estuvo dispuesto a
jugar un papel el resto de su vida.

Tú, patético bastardo nunca lo suficientemente bueno.

Por un momento tuvo la urgencia de arrancar el auto y simplemente irse lejos de


todo. La vida que se había creado para sí mismo. La carrera que construyó tan
arduamente. Los amigos, los clubes. Podría conducir y conducir y conducir hasta
que estuviera en otro lugar. Y quizás comenzar de cero. Hacer todo de otra forma
esta vez.

Después de un largo rato, encendió el auto y condujo a casa. La verdad era que
había luchado demasiado por mucho tiempo por esta vida. Le gustara o no, aún
significaba mucho para él. Quizás eso lo hacía trágico o débil o idiota, pero era así.

Ahora sólo debía resolver qué hacer con ello.

Violet sopló en sus manos ahuecadas. Llevaba guantes, pero estaba oscuro y hacía
frío y amenazaba con nevar y se estaba congelando en la calle fuera de las oficinas
de Whittaker, Malcolm y Venables.

Volvió a revisar su reloj.

45
¿Dónde diablos estaba él?

Saltó de un pie al otro, haciendo que la botella de licor Belga de durazno chocara
con su cadera dentro de la mochila. No por primera vez se preguntó qué estaba
haciendo, esperando afuera en la oscuridad, por un hombre que había mostrado
todos los síntomas de odio genuino hacia ella.

No por primera vez, no tenía una respuesta.

La razón obvia era que sentía pena por Martin. Sabía cuánto amaba a Elizabeth, y
sabía que las cosas habían acabado entre ellos, lo que significaba que él
probablemente se sentía un poco apenado por sí mismo y quizás algo bastante
molesto ante el trato de porquería que había recibido. Sabía que había regresado al
país hacía dos días, y adivinaba que en lugar de tomarse unos días para
recuperarse del jet lag y lamerse las heridas, había marchado a trabajar como todo
buen soldadito. Aunque su corazón estuviera roto y se sintiera solo, triste y
miserable.

Idiota.

Volvió a soplar en sus manos. Apareció una figura en el umbral de entrada al


edificio muy viejo y respetado donde el abuelo de Elizabeth y su ex prometido
formaron un imperio. Se tensó, pero notó luego que era demasiado viejo para ser
Martin.

Aunque probablemente usaban el mismo sastre, a juzgar por el traje. Miró el


edificio, husmeando la única ventana que seguía iluminada. Se imaginó a Martin
inclinado sobre algún tomo legal polvoriento, enterrado en precedentes y alegatos
y lo que sea porque no sabía como lidiar con sus propios sentimientos. Podría estar
allí por siempre. Por lo que sabía, él podría ser el tipo de adicto trágico al trabajo que
dormía en el sofá de su oficina en lugar de irse a casa a enfrentar su propia vida.

Tomó una decisión, cruzó la calle para detenerse en la entrada del edificio. Dos
minutos después, sus esperanzas fueron respondidas mientras una mujer vestida
severamente salía por la puerta de seguridad. Intentando aparentar que sabía
exactamente lo que hacía y a donde iba, Violet tomó la puerta antes de que se

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cerrara detrás de la mujer y entró en el vestíbulo. La calidez seca artificial la
golpeó, calentando sus mejillas, y se desabrochó el abrigo.

Ahora sólo estaba el diminuto problema de adivinar en qué piso podía estar la
oficina de Martin. Cruzó al elevador y miró la placa de bronce. Sabía que Martin
trabajaba en Insolvencia, pero parecía que había dos pisos dedicados a la alegría de
la gente en bancarrota. Con la economía como estaba, probablemente estaban
considerando poner un tercero.

Entró en el ascensor, golpeando los botones de ambos pisos. Miró el indicador e


intentó ignorar la voz en su cabeza que le decía que era una mala idea.

Como ya había reconocido, Martin la odiaba. Creía que era fácil, malcriada y necia.
No que le hubiera dicho alguna de esas cosas en la cara, aunque sí había dicho el
chiste del catálogo de Playboy. Su contenido estaba en cada mirada que le daba, en
cada palabra que le dirigía.

Y aun así allí estaba, con una ofrenda de paz en la cadera.

Debía estar loca.

El ascensor se detuvo y sacó la cabeza. Por lo que podía ver, no había una simple
luz encendida en todo el piso. Arriba y adelante entonces.

Las puertas se cerraron y pisoteó nerviosamente. Otro pitido y las puertas


volvieron a abrirse. Volvió a sacar la cabeza. Ah. Una luz. Al fin.

Comenzó a caminar por el corredor, mientras sus tacos de aguja se hundían


profundamente en la mullida alfombra. Miró por las oficinas oscuras mientras
pasaba, notando la madera brillante y el cuero. Martin lo había hecho bien para un
chico de las crueles calles de Hackney. Se preguntó si él alguna vez se tomó un
momento para simplemente detenerse y apreciar tal hecho, o si estaba demasiado
ocupado alineando sus lapiceras en su papel secante y enderezándose la corbata
para notarlo.

Sus pasos se ralentizaron mientras se acercaba a lo que suponía era su oficina hasta
que finalmente se detuvo. Su mano encontró el cuello del licor en su mochila.

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Quizás no había sido la elección correcta. Quizás debería haberle traído coñac o
whisky de malta o algo más acorde a toda la madera y pompa. Había elegido licor
porque recordaba que él lo probó una vez y comentó cuanto le había gustado. Se
imaginó que si iba a animarlo a olvidar las penas y aflojarse un poco, podría bien
hacerlo con algo que le gustaba.

Levantó la barbilla. O haría esto o no.

Avanzó un paso.

Al parecer iba a hacer esto.

Se detuvo cuando llegó al umbral. Él estaba leyendo unos papeles, usando unos
anteojos que se verían familiares en el rostro del abuelo de Elizabeth. De donde,
supuso, Martin tomó sus trucos de belleza. Aun así esta noche, como aquella que la
acosó en la calle, se veía más arrugado y menos controlado que lo normal. Se había
quitado la chaqueta y enrollado las mangas de la camisa y aflojado el nudo de la
corbata. Incluso su cabello estaba desarreglado, saliendo en todas direcciones como
si se hubiera pasado los dedos por el.

Ella se aclaró la garganta.

—Hola.

Él comenzó.

—¡Santo cielo! ¿De dónde demonios has salido?

No la mejor bienvenida que había recibido.

—Perdón. Alguien salía y me metí.

Él se había recuperado un poco de la sorpresa y se reclinó en su silla, cruzándose


de brazos mientras la miraba oscuramente.

—¿Has venido a regodearte, verdad?

—No. Por supuesto que no.

48
Martin se puso de pie, rodeando el escritorio para estar frente a ella. Dios no
permitiera que tuviera la ventaja de estar de pie y él sentado.

—No tienes que ser humilde. Ambos sabemos que fue una victoria para ti.
Elizabeth botando su aburrido y reprimido prometido finalmente y bronceándose
con algún Dios del surf australiano.

—¿Dios del surf australiano? ¿De qué diablos hablas?

Él la miró sobre sus gafas.

—Un consejo. La rutina de la Pequeña Señorita Inocente sólo funciona cuando hay
una creencia factible de que la inocencia es posible.

Violet lo miró. A la mierda con intentar amigarse si él iba a insultarla antes de que
hubiera dicho algo más que hola.

—¿Eres increíble sabes? Quieres echar culpas por todas partes, ¿y si mejor te
miraras concienzudamente a ti mismo y tu estúpida vida de mediana edad
prematura? Es el siglo veintiuno, no 1800. La gente tiene sexo en posiciones
además del misionero, y muchísimas mujeres lo hacen estilo perrito. Y no, no sólo
son prostitutas o estrellas porno, son personas quienes se mantienen en contacto
con sus sentimientos y deseos. No como tú, señor Meterla Por el Culo.

Martin se sonrojó profundamente.

—Encantadora como siempre, Violet. Tus padres deben estar orgullosos.

Ella sintió su propio rostro encendiéndose.

—No sabría decirlo, dado que me repudiaron hace años. Deberías preguntarle a mi
padre en el Club Savage.

A él se le dilataron las aletas de la nariz.

—Bueno, debo decir que esto ha sido encantador. Adiós Violet.

Ella lo miró, su rabia desvaneciéndose al comprender qué tan rápido y fácilmente


habían caído en reproches cuando había ido en son de paz.

49
—Mira. Lo lamento, ¿de acuerdo? Eso es lo que vine a decir. —Ella tomó la botella
de licor de su mochila y la puso en el escritorio—. Incluso traje una ofrenda de paz.

Él se tensó mucho, pero luego sus labios se torcieron en una parodia de sonrisa.

—¿Experimentando un poco de remordimiento post manipulación Violet? Seguro


se te pasará.

—Martin, sólo… c{llate y escucha, ¿de acuerdo? Creo que lo que pasó contigo y E
apesta. Sí, creía que eran malos el uno para el otro, pero eso no significa que crea
que eres una mala persona o que no quiero que seas feliz. Y quizás haya hecho un
par de chistes sobre que eras un anticuado y te llamé Droopy Drawers, pero nunca
le dije a E que te dejara. Sé cuanto la amas.

Martin parpadeó. Luego se quitó los anteojos y se tomó su tiempo para guardarlos
con toda parsimonia.

—De nuevo, gracias por tu brillante análisis de mi vida privada. La próxima vez
que quiera ser juzgado por una mujer que ha desperdiciado su vida molestando a
sus padres, sé a quién llamar.

Fue el turno de Violet de parpadear.

—No sabes nada de mí y mis padres. Así que no te atrevas a juzgarme.

—Oh, ya veo. Eres la única que tiene permiso para opinar sobre algo que no tiene
nada que ver contigo. ¿Tengo razón?

Violet suspiró. ¿Por qué siempre terminaban atacándose? A pesar de las palabras
furiosas que no dejaban de salir de su boca, realmente lo admiraba. Sabía que él
hacía mucho trabajo extra. Tenía mucho respeto por cómo se había elevado desde
el escalón más bajo. A una parte de ella incluso le gustaba lo serio que era, aunque
las manifestaciones externas de ello, la ropa, esos estúpidos anteojos, la volvían
loca. Y aun así no podía pasar cinco minutos en su compañía sin llevarlo por el mal
camino y viceversa.

—Quizás sería mejor fingir que esto nunca ocurrió. —Se volvió para irse.

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—¿No olvidas algo?

Él levantó la botella de licor y se la ofreció a ella.

—Fue un regalo.

—No lo quiero.

—¿Por qué no?

—Sabes por qué no.

—¿Porque vino de mí?

¿Realmente a él le desagradaba tanto ella?

—Porque no necesito tu maldita compasión, Violet.

—Rudo. Entendido.

Ella se dio vuelta de nuevo para irse pero él avanzó y le tomó el brazo. De repente
ella estaba oliendo su colonia de después de afeitarse y el olor de suavizante de
camisas mientras él abría su mochila y ponía adentro el licor. Ella lo miró a la cara,
muy cerca de la suya, pero él estaba concentrado en su propósito y no levantó la
mirada hasta que la había liberado y retrocedió un paso.

—Ahora puedes irte.

—Encantador. Que hermosos modales. Quizás estaba equivocada, quizás no


merezcas mi simpatía. Quizás debería sentir pena por E, por aguantar a un
bastardo maleducado como tú por tantos años.

Martin la miró de pies a cabeza, con su mirada personal respecto a ella, al parecer.

—Hay muchas cosas que extrañaré de compartir la vida de Elizabeth, pero pasar
tiempo contigo no será una de ellas. Honestamente puedo decir que nunca estuve
m{s… aliviado de pensar que no necesitaba volver a ver a una persona. ¿Eso fue lo
suficientemente educado para ti, Violet, o debería agregarle algunas palabras de
cuatro letras para que te sientas más en casa?

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Dolor y furia y algo más que no logró reconocer se agolparon en su interior en un
minuto confuso. Ella abrió la boca pero no se le ocurrió nada inteligente o hiriente.

Por lo que hizo la segunda mejor cosa que se le ocurrió, sacó la lengua y sopló
haciendo un ruido de pedorreta al mismo tiempo que se levantaba el suéter,
mostrándole los senos. Era una táctica que usaba sólo en emergencias cuando
quería ser expulsada de una escuela y que tenía el mismo sentimiento de
frustración dolor y furia.

No se quedó para oír la inevitable censura. Giró sobre sus talones y marchó por el
corredor al elevador. Una vez adentro, golpeó el botón del primer piso media
docena de veces hasta que finalmente las puertas se cerraron y el descenso
comenzó.

Martin St. Clair era un cerdo. Un malagradecido, ignorante y odioso cerdo y


esperaba que se ahogara en su prisión auto impuesta. Esperaba que conociera a
una mujer horrible en una fiesta muy pronto y se casaran y tuvieran muchos hijos
horribles con grandes dientes y risas escandalosas y el aire de superioridad snob
que venía de saber que papi y mami tenían mucho dinero y amigos importantes en
lugares altos.

Esperaba…

Una gran lágrima cayó por su rostro hasta su mano. La miró, positivamente
sorprendida. ¿Dé dónde en la tierra había salido eso? No le importaba lo que
Martin St Clair pensara de ella.

¿O sí?

La respuesta vino de un lugar bien oculto dentro de ella: Sí.

Cerró los ojos y se inclinó contra la pared del ascensor. Era una idiota.

El ascensor anunció su llegada al primer piso y se alejó de la pared y salió al


vestíbulo. Comenzó a dirigirse a la entrada, luego se volvió sobre sus talones y
volvió al ascensor. Dejó la botella de licor en el centro del piso del ascensor. Al

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menos tendría la satisfacción de saber que había tenido la última palabra entre
ellos.

Eso era algo. No mucho, pero algo.

53
Capítulo 4

Traducción SOS por LizC y Shadowy

Corregido por flexi

artin caminó alrededor de su escritorio y se sentó. Empujó el


contrato en el que había estado trabajando hacia él y reanudó la
lectura, decidido a no ser sacudido por la visita de Violet.
Decidido a no darle la satisfacción de afectar su equilibrio.

Leyó el mismo párrafo tres veces antes de que maldijera y arrojara el contrato a
través de la habitación. Sus muchas páginas golpearon la pared con un fuerte ruido
ensordecedor antes de deslizarse por el revestimiento de madera a la alfombra.
Empujó la silla hacia atrás y se dirigió a la ventana. Cuatro pisos más abajo, una
figura delgada cruzaba rápidamente la carretera. No tenía necesidad de ver el
cabello rojo para saber que era Violet: el balanceo distintivo de sus caderas y la
forma en que sostenía sus hombros y cabeza la delataba a distancia. En cuestión de
segundos había caminado fuera de la vista, su paso rápido y eficiente. Poniendo la
mayor distancia posible entre ella y él.

No tenía idea de por qué había venido. En cuanto a ese truco que había lanzado al
final... era tan típico de Violet que le hizo rechinar los dientes. Ella era como un
pavo real, siempre mostrando su mercancía, siempre necesitando ser el centro de
atención.

O al menos eso le parecía a él.

Típico, también, que no llevara sujetador. Si alguna vez habría estado en duda
sobre lo que estaba debajo de sus escotes por lo general pronunciados, ahora lo
sabía. Suaves pezones rosados, pechos pequeños y redondos, piel cremosa.

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Conocimiento que preferiría no tener, muchas gracias.

Se pasó la mano por el cabello, luego fue a recoger el contrato. Lo tiró en el maletín,
junto con un par de otros archivos, después se colocó su abrigo. Apagó las luces de
su oficina y se dirigió al ascensor. Llegó con un alegre sonido, las puertas de acero
inoxidable deslizándose para abrirse. Dio un paso adelante y se detuvo en seco.

Una botella alta y helada se encontraba en el centro del ascensor, la iluminación


artificial reflejándose en la grande figura de un durazno en su etiqueta. Negó con
la cabeza mientras entraba en el ascensor y pulsaba el botón de la planta baja. Por
supuesto Violet tenía que tener la última palabra. Dios no permita que camine lejos
de cualquier pelea sin por lo menos tratar de conseguirlo.

Cuando llegó a la planta baja, salió al vestíbulo y se dirigió hacia la salida. Dejaría
que otra persona encontrara la botella. Los de limpieza, algún madrugador
mañana temprano. No quería el regalo culposo de Violet en su casa.

Dio un paso hacia la oscuridad helada, tirando de su abrigo hasta las orejas. El
cielo estaba oscuro, con nubes, un signo seguro de que la predicción de nieve de la
Oficina Meteorológica estaba en lo cierto.

“Creo que lo que pasó contigo y E apesta. Sí, creía que eran malos el uno para el
otro, pero eso no significa que crea que eres una mala persona o que no quiero que
seas feliz.”

Había estado a punto de entrar a su auto, pero se detuvo y dejó que su aliento
saliera entre los dientes.

Condenada Violet.

Girando sobre sus talones, extrajo su tarjeta de acceso para entrar de nuevo en el
edificio y se dirigió hacia el ascensor. Naturalmente, le tomó una eternidad al
ascensor viajar desde la parte superior del edificio a la entrada. Miró el indicador
de piso, al momento en que las puertas se abrieron entró y agarró la botella. Con el
licor en la mano, se dirigió hacia la puerta de salida.

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Dejó la botella en el banco de la cocina cuando llegó a casa. No estaba muy
hambriento, pero se había saltado el almuerzo y sabía que tenía que comer. Había
queso y pan, encendió la cocina e hizo queso a la plancha sobre pan tostado, una
comida que no había disfrutado desde sus años en la Universidad de Trinity.

En todo momento, la botella de licor parecía burlarse de él, y finalmente se estiró


hasta ella y la agarró, guardándola en el primer armario que tuviera a mano.

Mató al resto de la noche revisando los informes financieros y tomando notas antes
de caer en la cama. Estaba cansado hasta los huesos, pero su cerebro daba vueltas y
vueltas, rememorando la visita de Violet y las acusaciones que se habían lanzado el
uno al otro una y otra vez. Fue una buena cosa que ya no tuvieran que verse el uno
al otro. Ella le hacía decir y hacer cosas de las que no estaba orgulloso: como la
forma en que prácticamente la había echado de su oficina, acusándola de
regodearse y rechazar su regalo.

Sí, había sido un regalo de lástima, pero eso no venía al caso. Ella había atravesado
toda la ciudad en la fría noche de invierno para poder verlo. Se había salido de su
ruta. Y él le había lanzado acusaciones e insultos abiertamente. No es como si a ella
le importara lo que alguien como él le dijera. Ella no escondía el hecho de que lo
encontraba muy entretenido. Un pobre hombre entretenido preocupándose por
pequeñas cosas divertidas, cosas que ella había recibido en bandeja de plata el día
en que nació.

Golpeó su almohada para acomodarla y rodó sobre su espalda. Frunció el ceño,


dispuesto a sacar a Violet de su cabeza. Necesitaba dormir. Tenía un apretado
horario para mañana, y tenía que estar fresco. Se concentró en recitar las 2007
enmiendas de la Ley del Impuesto en su cabeza.

Poco a poco sus músculos y su mente se relajaron, y lo abatió el sueño. Estaba a


punto de dejarse caer cuando una imagen le vino a la mente: el rostro de Violet
después de que él le hubiera dicho lo aliviado y feliz que estaba al no tener que
volverla a ver nunca más. Hubo un largo momento allí cuando ambos se habían
quedado muy quietos, con palabras colgando en el aire entre ellos. Por un

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segundo, sus ojos marrones dorados habían mirado de vuelta a los suyos y había
visto... ¿qué, exactamente?

¿Ofensa?

¿Dolor?

No puede ser. Sus ojos se abrieron y miró al techo. Violet Sutcliffe había sido
insultada por hombres mucho mejores que él. Estaba seguro de ello. Ella era una
chica fiestera endurecida, cínica, mundana y siempre dispuesta para pasar un buen
rato. Cualquier cosa que él le dijera le resbalaría. Le llevó otra recitación de la Ley
del Impuesto antes de caer dormido.

Se despertó sintiéndose cansado. Su jornada de trabajo estuvo salpicada con


reuniones difíciles e intensas, lo más destacado de las cuales fue una sesión difícil y
muy incómoda con Edward y una serie de otros socios principales.

Había hablado brevemente con Edward cuando aterrizó hace dos días,
reportándose con el viejo hombre y dejándole saber que su visita a Australia había
sido inútil en términos de traer a casa a Elizabeth. Había sido una conversación
difícil, llena de corrientes subterráneas y arrepentimiento tácito, y cada reunión o
encuentro con Edward desde entonces había estado teñido con el mismo malestar
y moderación. El hecho de que Edward estuviera avergonzado en nombre de
Elizabeth era claro, pero Martin no tenía idea de cómo hacer frente a la brecha que
se había abierto entre ellos.

Por suerte siempre había más que suficiente trabajo para enterrarse de cabeza y
seguir adelante con su tarde, perdiéndose en un expediente complicado. Todavía
estaba metido en el expediente cuando su asistente asomó la cabeza en su oficina a
las cinco.

—No te olvides que van a venir a los hombres para limpiar a vapor las alfombras
ésta noche —dijo ella.

Vio que su bolso ya estaba en su hombro, claramente, estaba más que feliz de salir
temprano del trabajo para variar. Detrás de ella podía ver a los de la limpieza

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colocando sus equipos. Genial. Ahí se fue su posibilidad de conseguir trabajar en
silencio después de horas.

—Gracias, Tam. Que tengas un buen fin de semana.

—Igualmente. Aunque es probable que estarás ocupado con las cosas de la boda,
¿eh? Tenía a Johnny corriendo como un pollo con la cabeza cortada a éstas alturas
cuando nos casamos.

Ella sonrió, amable y expectante, esperando su respuesta.

La miró fijamente, muy consciente de que tenía que empezar a decirle a la gente
que las cosas habían terminado con Elizabeth. Abrió la boca para hacer la primera
de lo que sería sin duda muchas explicaciones.

—No estoy seguro de lo que está en la agenda para el fin de semana —se oyó decir.

—Confía en mí, ella te pondrá a trabajar.

Tammy se apartó del marco de la puerta y desapareció de la vista. Martin se quedó


mirando el espacio donde había estado, molesto y sorprendido de sí mismo.
Nunca en su vida había retrocedido al hacer frente a lo desagradable. Se puso de
pie y rodeó su escritorio. Tammy estaba a punto de desaparecer en el ascensor.

—¡Tammy!

Ella se detuvo en seco, claramente sorprendida de que él gritara tras ella. Varias
cabezas se volvieron en el área abierta en el centro de la oficina. Martin se dirigió
hacia ella.

—¿Se me olvidó algo? —dijo.

Se detuvo frente a ella, muy consciente de que nada de lo que iba a decir sería
escuchado por el personal cercano.

Bueno. Que así sea.

—Probablemente deberías saber, Elizabeth y yo hemos cancelado la boda.

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La boca de Tammy cayó abierta.

—Oh, no. ¿Está todo bien? —Ella se sonrojó furiosamente—. Lo siento. Ésa por
mucho es la pregunta más estúpida jamás hecha. Olvida que pregunté.

Él esbozó una sonrisa.

—Está bien. Hemos decidido tomar caminos separados. Nada demasiado


complicado.

Cerró la mandíbula con un chasquido, reprimiendo las ganas de dar más


explicaciones.

—Ya veo. Bueno, lamento mucho escuchar eso.

Ella lo sorprendió inclinándose hacia adelante y dándole un abrazo torpe de lado.

—Si hay algo que necesitas... Ayuda con la cancelación, cualquier cosa, lo que sea...

—Gracias. Pero ya lo tengo bajo control. —Él tomó un paso hacia atrás—. Que
tengas un buen fin de semana.

—Tú también, Martin. —Ella le dio una leve sonrisa de simpatía antes de volver y
reanudar su caminata hacia el ascensor. Volvió a su oficina, consciente que más de
un par de ojos lo seguían con curiosidad.

Una vez que estuvo en la intimidad de su despacho, dejó escapar el aliento que
había estado conteniendo y se aflojó la corbata. Había afrontado preguntas y
negociaciones con algunos de los jugadores más duros de la fraternidad legal de
Londres, pero esos últimos cinco minutos sin duda contaban como uno de los
menos agradables de su vida.

En el otro extremo de la oficina, la máquina de limpieza de alfombras se puso en


marcha, el fuerte y palpitante sonido cortando a través del ruido del ambiente.
Aún motivado por el impulso que le había enviado fuera de su oficina detrás de
Tammy, agarró su maletín y abrigo, y se dirigió hacia la puerta. No había salido de
trabajar a las cinco por meses, tal vez años, y miró a su alrededor cuando salió a la

59
calle. Ya estaba oscuro, y vio cómo caminaba la gente con pasos rápidos al pasar,
acurrucados en sus abrigos.

En diagonal al cruzar la calle estaba un pequeño bar donde muchos de los


empleados iban por copas después del trabajo. Miró a sus ventanas brillantes por
un largo minuto, tratando de imaginar la reacción si de repente se aparecía en
medio de ellos. Shock, sorpresa, algunas sonrisas escondidas detrás de manos ya
que lo que le había dicho a Tammy rondaba alrededor. Se apartó del bar y se fue a
recoger su auto.

Dejó el maletín en el interior de la puerta cuando llegó a casa. Volcó su abrigo, y


luego vagó de una habitación a otra, tratando de averiguar qué hacer consigo
mismo. Por lo general los viernes por las noches hacía algo con Elizabeth: cenar
afuera, una película, tal vez algo en el teatro. No había pasado una noche de
viernes a solas por un largo tiempo. Un tiempo muy largo, ahora que pensaba en
ello. Negó con la cabeza a sí mismo. Había perdido una novia, no toda su maldita
vida.

Se dirigió a la cocina y empezó a abrir armarios. Se haría la cena. No queso a la


plancha sobre pan tostado como la noche anterior, sino un buen menú de tres
platos. Algo que le llevaría tiempo, concentración y esfuerzo. Luego se sentaría
delante de la televisión y abriría una buena botella de vino tinto y se relajaría.

El segundo armario que abrió contenía tazas de mezcla para hornear y bandejas,
así como la botella de licor de durazno. Vaciló un momento, luego la agarró y
rompió el sello de plástico en un movimiento suave. Tomó un vaso y se sirvió tres
o cinco centímetros.

Calor dulce y fragante golpeó la parte trasera de su garganta. Cerró los ojos,
saboreando el líquido. No solía tener un gusto por lo dulce, pero cuando había
probado el licor por primera vez en un bar de West End el año pasado había
descubierto que había algo en la dulzura del melocotón y el calor del alcohol que le
gustó a su paladar. Levantó el vaso a su boca de nuevo, luego se detuvo cuando se
le ocurrió que Violet había estado allí esa noche, también, recostada contra la barra
en un vestido púrpura brillante que había sido demasiado corto, demasiado

60
estrecho y demasiado brillante. Y cuando ella había ido en busca de un regalo de
compasión para él, le había comprado licor de durazno, de entre todas las opciones
disponibles para ella en la licorería. Lo que significaba que era o bien una
coincidencia... o había recordado esa noche y lo mucho que le había gustado el
licor.

Apuró lo último de la bebida.

Probablemente fue una coincidencia. No había ninguna razón para que ella
recordara un detalle tan pequeño e insignificante de él. Ciertamente no había
habido nada especial en esa noche para marcarlo en su memoria… había sido una
noche como cualquier otra, una de las muchas veces que él había socializado con
Violet por amor a Elizabeth.

Razón por la cual puedes recordar exactamente lo que llevaba puesto, hasta sus tacones de
aguja púrpura brillante.

Se quedó paralizado por segunda vez en pocos minutos, todo en él rechazando la


idea que se acababa de insinuar, espontáneamente, en su mente. ¿Y qué si
recordaba lo que había estado usando? Se salía con la suya para hacerse notar, de
ahí a que su ropa fuera memorable.

Todo en ella era diseñado para ser memorable: su perfume, su risa, las
barbaridades que decía. La forma en que caminaba, la forma en que sonreía.

Tomó la botella y se sirvió otra copa, casi llenando el vaso esta vez.

Como si hubiera abierto una compuerta en sí mismo, un depósito de recuerdos


teñidos de Violet se derramó. El hecho de que ella odiaba el caracol pero adoraba
las trufas, que una vez había hecho una cola durante días para comprar boletos
para un concierto de George Michael. El hecho de que se negaba rotundamente a
aprender los nombres de los jugadores para cualquiera de los equipos de fútbol del
país, a pesar de que se requiere un enorme esfuerzo para olvidar los titulares y
reportajes centrados en la obsesión nacional del país. El hecho de que rara vez
llevaba un sujetador, dejando a sus pequeños pechos rebotar libremente con el
balanceo de sus pasos.

61
—Mierda.

Tragó su bebida de golpe, pero el calor en su garganta no le quitó la verdad de sus


pensamientos. Sentía como si la habitación se hubiera inclinado sólo un poco,
como si lo de arriba se hubiera vuelto hacia abajo, negro convertido en blanco.

Violet le volvía loco. Lo molestaba, se metía en su piel y le hacía rechinar los


dientes con frustración. Y, Dios le ayude, al parecer, una parte perversa de él en
realidad le gustaba.

Violet deslizó la bufanda envuelta en papel y el sombrero en una bolsa y la entregó


a la clienta esperando.

—Espero que te mantenga caliente todo el invierno —dijo.

La clienta sonrió agradecida y se dirigió a la salida. Violet la siguió y echó el


cerrojo, luego regresó al mostrador y sacó el cajón de dinero en efectivo.
Normalmente le gustaba contar la recaudación del día y lo ponía en su
apartamento durante la noche a salvo, pero estaba cansada y había dejado la tienda
abierta una media hora extra para darle tiempo al último cliente vacilar entre la
bufanda azul y roja, y la boina verde o la gris. Una venta era una venta, pero el día
había absolutamente terminado y visiones de una taza de té y una tostada con
Marmite2 bailaban en su cabeza. Se pondría su pijama de franela favorita y se
acurrucaría bajo una manta y vería algo sin sentido en la televisión mientras se
llenaba de migas por todos lados.

No una noche alocada, pero así era como había sido por estos días. Esto en cuanto
a su reputación de ser una salvaje amante de la fiesta. Martin St Clair estaría tan
decepcionado si supiera que lo más extravagante que había hecho recientemente
era llevar la misma camiseta dos días seguidos.

¡Escándalo!

2
Marmite: Pasta para untar en las tostadas y está elaborado exclusivamente con extracto de la
levadura obtenida como subproduct o del proceso de elaboración de la cerveza.

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Hizo un ruido grosero cuando se dio cuenta que estaba pensando en Martin de
nuevo. Justo cuando pensaba que lo había expulsado de su psique, él surgía otra
vez. Lo cuál era molesto y posiblemente hasta un poco inquietante.

Vació las recaudaciones en una bolsa de plástico y metió el bolso en el bolsillo de


su abrigo. Apagó la luz principal y el equipo de música, luego cerró la puerta
principal y salió al hueco de la escalera dirigiéndose al apartamento.

Tiró su abrigo sobre el respaldo del sofá una vez que estuvo arriba, quitándose los
zapatos mientras se movía en la cocina. Estaba a punto de poner dos rebanadas de
pan en la tostadora cuando el timbre sonó. Se quejó para sus adentros mientras
cruzaba hacia el intercomunicador. Si era alguien vendiendo algo, iba a estar muy
tentada a ser grosera.

—¿Sí?

—Violet.

No reconoció la voz y frunció el ceño.

—Sí. ¿Quién es, por favor?

—Es Martin. St Clair. El… amigo de Elizabeth.

Violet se quedó mirando el intercomunicador, perpleja. ¿Qué demonios estaba


haciendo allí?

—¿Qué quieres? —preguntó. Ruda, pero se figuró que los guantes estaban
definitivamente afuera después de su último encuentro.

—¿Puedo subir?

¿Podía él subir? ¿Martin St. Clair, en su apartamento?

Miró a alrededor a su sofá de terciopelo marrón con cojines de piel de leopardo, su


golpeada mesa de café abarrotada de revistas viejas, platos desechables, tazas y
vasos de vino, la mesa de la cocina aún más cargada de periódicos, revistas, libros
y platos sucios. Había no menos de tres pares de zapatos esparcidos por la

63
habitación, descartadas bufandas tendidas sobre el respaldo del sofá, el brazo de
su lámpara de pie, el radiador...

Oh, bueno. Le daría a Martin algo más por lo que estar horrorizado. Sin duda su
apartamento era lo suficientemente limpio para ser sede de cirugía.

—Seguro. ¿Por qué no? —dijo ella secamente y apretó el timbre para dejarlo entrar.

Escuchó sus pasos en los peldaños de las escaleras y un ridículo pequeño dardo de
nerviosismo retorció su camino a través de su vientre.

—¿Qué pasa contigo? —murmuró para sí misma, pero desafortunadamente lo


sabía.

Un golpe sonó en la puerta del frente y levantó la barbilla y se adelantó. En el


último momento, se arregló el cabello. Algo por lo que podía mandarse a sí misma
al infierno más tarde. Después de que él hubiera dicho cualquier cosa enfadada
que quería decir y se fuera.

Abrió la puerta y adoptó su más desinteresada, desdeñosa expresión.

—¿Sí, Martin? ¿Cómo puedo ayudarte?

Llevaba su abrigo negro, naturalmente, su traje por debajo. Su cabello estaba


revuelto y su corbata estaba desaparecida en combate. Sus ojos estaban...
diferentes. Y no parecía tan altivamente superior como era su costumbre. De
hecho, en realidad parecía un poco inseguro.

—¿Puedo entrar?

Su mirada bajó en picada hasta el cuello abierto de su camisa. Unos pocos rizos
oscuros eran visibles allí. Frunció el ceño, luego miró hacia otro lado, apartándose
a un lado y haciendo un amplio gesto con su mano.

—Por supuesto. Dado que estamos siendo tan educados el uno con el otro.

Él pasó rozándola en el pequeño espacio. Ella podía oler el aire frío de la noche en
su abrigo, junto con alguna otra cosa. Algo dulce y un poco afrutado.

64
Licor Belga de durazno, si no erraba en su suposición.

Martin se detuvo en medio de su sala de estar, su mirada agitándose brevemente


sobre el desorden. Ella arqueó una ceja y cruzó sus brazos sobre el pecho y esperó
a que él lanzara el insulto de apertura.

—¿Por qué me compraste licor? —preguntó.

No es lo que había esperado.

—¿Viniste aquí para preguntarme eso?

—Sí. —Ella frunció el ceño.

—¿Estás borracho?

—Un poco. Responde la pregunta.

—Te dije por qué lo compré. Quería que supieras que lamentaba lo que había
pasado con E.

Él despidió su respuesta con un gesto impaciente de su mano.

—No eso. ¿Por qué licor? ¿Por qué no brandy o whisky o... no sé, Chartreuse?

—¿Chartreuse? Es esa vil cosa verde que brilla en la oscuridad, ¿no? ¿Por qué
diablos habría de comprarte eso?

—¿Por qué diablos comprarme licor?

Violet se encogió de hombros, sintiéndose a la defensiva de repente.

—No lo sé. Tenías algo de eso la vez que estuvimos en el teatro. Parecía que te
gustaba.

—Eso fue hace más de un año.

—¿Y?

—Eso es mucho tiempo para acordarse de algo.

65
—Tal vez sólo tengo una buena memoria.

Estaba empezando a sentirse incómoda. O tal vez expuesta era la palabra más
adecuada.

—Tienes una memoria horrible. Olvidas el cumpleaños de Elizabeth cada año.

—No, no lo hago.

—Sí, lo haces.

Había algo en la manera en que él estaba mirándola que la hacía sentir aún más
nerviosa.

—¿Y? Recordé que te gustaba el licor de durazno. No es una gran cosa.

—¿No lo es? Recuerdo que odias los caracoles. Y que te niegas a ver cualquier
película con Kate Beckinsale3 en ella. Y que tienes cada álbum de George Michael4
jamás hecho.

Ella parpadeó.

—¿Por qué recordarías todo eso?

—No lo sé. Solía pensar que era porque me fastidiabas. —Dio un paso hacia ella—.
Solía pensar que era porque estabas siempre usando faldas cortas y blusas
escotadas y riendo muy fuerte. Solía pensar que era porque tu perfume se metía en
mi ropa y se queda conmigo durante varios días después, a pesar de que apenas
me acercaba a ti.

Dio otro paso hacia ella y algo poderoso e innegable retumbaba en la boca de su
estómago.

—Tú me odias —dijo ella, mirándolo fijamente, sabiendo que debería poner cierta
distancia entre ambos antes de que esto se convirtiera en algo que no debería
pasar.

3 Kate Beckinsale: Actriz británica.


4
George Michael: Es un cantante, compositor y productor británico de música pop.

66
—¿Lo hago?

Estaba tan cerca que podía ver la pequeña cicatriz en la esquina de su labio
superior. La miró por un momento. Siempre se había preguntado cómo consiguió
esa cicatriz.

—¿Por qué levantaste tu blusa la otra noche en mi oficina? ¿Por qué me mostraste
tus pechos así? —preguntó, su voz muy baja, sus ojos grises atentos en ella.

—No lo sé —susurró.

—Mentirosa —dijo él, y luego cerró la distancia entre ellos y sus manos estaban
ahuecando su cara, su boca estaba bajando hacia la de ella y su corazón estaba
latiendo tan fuerte y rápido que era un milagro que no explotara.

Entonces su boca estaba en la de ella y no había nada más en el mundo entero,


excepto por la calidez, la presión y el roce de su lengua y el sabor de él, la opresión
de su cuerpo contra el de ella y la necesidad surgiendo a través de su sangre como
un tren de carga fuera de control.

Ella agarró las solapas de su abrigo y se aferró mientras él profundizaba el beso,


inclinando su cabeza hacia atrás, una mano deslizándose por su espalda para
agarrar su trasero y tirándola con más fuerza contra él. Sintió su erección a través
de las capas de su traje y su falda y supo que si no lo tenía en los próximos sesenta
segundos literalmente iba a expirar de necesidad.

Había esperado tanto tiempo. Tanto tiempo.

Sin romper su beso, alcanzó la cintura de su suéter y lo arrastró hacia arriba. Se


apartó de él el tiempo suficiente para sacarlo sobre su cabeza y echarlo a un lado y
luego lo arrastró de nuevo hacia ella y alcanzó su hebilla del cinturón.

—Violet —gimió él mientras ella deslizaba una mano dentro de su bragueta y


encontraba su pene, duro y grueso para ella.

—Necesito esto. Ahora. Te necesito dentro de mí —dijo.

67
Él hizo un ruido de animal desesperado y la siguiente cosa que supo es que estaba
de espaldas en el sofá, su falda alrededor de su cintura, sus bragas empujadas a un
lado mientras Martin deslizaba sus dedos en su calor húmedo.

—Violet, Violet. Estás tan caliente. Tan malditamente caliente —murmuró mientras
besaba su camino por su cuello a sus pechos.

Puso su pezón en su boca y ella casi se vino en el acto.

—Ahora, Martin. Ahora —rogó.

Él se movió por un segundo y ella oyó el crujido de un paquete de aluminio y


entonces él estaba dentro de ella, grueso y duro. Tiró sus rodillas elevadas,
enganchando una encima de su hombro, la otra sobre su cadera, arqueándose
hacia él mientras empujaba más profundo en su interior.

Su respiración salía en una ráfaga enorme mientras él la llenaba, estirándola,


completándola. Sus manos encontraron su culo desnudo y ella le clavó las uñas,
negándole el movimiento mientras saboreaba la satisfactoria plenitud.

—Lo siento, tengo que moverme. Tengo que hacerlo. Estás tan malditamente
apretada. Tan buena —gruñó, su cara distorsionada con necesidad.

Comenzó a impulsarse dentro de ella, largos, poderosos empujes, el golpe de la


carne en la carne y la ráfaga húmeda de sus cuerpos moviéndose juntos
mezclándose con sus respiraciones entrecortadas. Por todas partes que ella tocaba
él estaba duro como el granito, como si cada músculo en su cuerpo estaba
esforzándose hacia su finalización. Nunca se había sentido más deseada, más
querida, más lujuriosa o sexy en su vida y sintió su propio deseo elevándose cada
vez más con cada golpe.

Inclinó la cabeza y mordió su pezón, lo suficientemente fuerte como para herir, y


ella se había ido, su cuerpo apretando alrededor del suyo mientras se venía y se
venía y se venía. Increíblemente, él siguió adelante, sus nervios del cuello con
tensión, los ojos cerrados, mostrando los dientes en una mueca. Más y más y más y
ella sintió su propio deseo elevándose de nuevo.

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—Sí. Sí. —Ella jadeó.

Entonces estaba enterrado profundamente dentro de ella, sus caderas


oprimiéndose mientras se estremecía con su liberación. Encontró su propio pico de
nuevo, echando la cabeza atrás, apenas capaz de respirar mientras palpitaba
alrededor de él.

Se desplomó en el sofá junto a ella, su pecho agitado, sus ojos fuertemente


cerrados. Violet cerró sus propios ojos y trató de aferrarse a la mera maldita alegría
del momento durante todo el tiempo que pudo.

Pero a medida que su cuerpo se enfriaba y su respiración disminuía su cerebro


volvió en línea con una venganza. Y lo único que podía pensar era: ¿Qué hemos
hecho? ¿Qué hemos hecho? ¿Qué hemos hecho?

Se deslizó del sofá y se dirigió al baño. Cerró la puerta, y luego empujó la tapa del
retrete y se sentó. Podía ver su frente y cabello en el espejo encima del lavabo, pero
no el resto de su cara.

Bien. No quería mirarse a los ojos ahora mismo.

Elizabeth era su mejor amiga. Había sido firme defensora de Violet a través de
todo. Había estado allí cuando Violet había sido enviada a casa desde la escuela en
desgracia. Había estado allí cuando sus padres la habían rechazado.

Había sostenido el cabello de Violet fuera de su cara mientras vomitaba de tanto


beber más veces de lo que podía contar. Había pasado los pañuelos Kleenex
durante cada una de las rupturas de Violet. La había ayudado a encontrar su
tienda y se quedó despierta toda la noche ayudándola con el precio y exposición
del stock5 para la apertura...

Ella siempre había estado allí. Siempre.

Y Violet había devuelto la lealtad, el amor de Elizabeth, la consideración y


generosidad acostándose con su ex novio en el sofá.

5Stock: Mercancías o existencias en reserva de un negocio.

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Se sentía enferma. Se sentía como rompiendo algo. Quería retroceder el reloj.

Pero entonces no habrías acabado de tener el mejor, el más explosivo sexo de tu vida.
Entonces no habrías sabido a lo que todos esos años de animosidad y ataques verbales
estaban llevando.

Empujó el pensamiento lejos. Eso no importaba. E importaba. Su amistad


importaba. Eso era todo.

Oyó una puerta cerrándose. Estaba casi segura de que era la puerta principal. No
era una enorme sorpresa. Conocía a Martin suficientemente bien para saber que
estaría castigándose a sí mismo por esto, también. Él se enorgullecía de su sentido
del honor, de su privado código moral.

Esto lo mataría, a pesar de que Elizabeth había sido la primera en suspender la


boda. A pesar de que él al menos tenía la excusa de estar borracho con que
tranquilizarse a sí mismo.

Ella no tenía ninguna excusa. Nada.

Esperó otros diez minutos, sólo para estar segura que se había ido, sintiéndose
como una cobarde además de una irresponsable, desleal puta. Finalmente deslizó
sus brazos en su bata y abrió la puerta, caminando por el pasillo hasta la sala de
estar. Estaba vacía. El alivio la inundó, seguido por aún más culpa.

Su mirada encontró su teléfono en la mesa de café. Se obligó a recogerlo. Tenía que


llamar a Elizabeth ahora mismo y contarle todo. Sin excusas, sin restar importancia
a cualquier cosa. La verdad pura, sin adornos. Y si todavía tenía una amiga al final
de la conversación...

Cruzaría ese puente cuando llegara a él.

Marcó el número de Elizabeth, agregando los dígitos requeridos para alcanzarla en


el otro lado del mundo. El teléfono sonó. Y sonó. Y sonó. Cerró los ojos y deseó que
Elizabeth contestara, consciente de su enfermizo estómago revolviéndose. Si no lo
hacía ahora, no estaba segura de que tendría el coraje para hacerlo más tarde. El
teléfono cambió al correo de voz.

70
Violet escuchó la fresca, culta voz de su amiga.

Demasiado tarde se le ocurrió que no tenía idea de con lo que Elizabeth estaba
tratando en Australia. ¿Había hecho contacto con su padre aún? Y Martin parecía
convencido de que había otro hombre en la escena. Claramente, el plato de
Elizabeth estaba lleno. La última cosa que Elizabeth necesitaba era tener a Violet
volcando todo este lío encima de ella, también, sólo porque Violet anhelaba el
perdón y la absolución de su amiga.

De eso se trataba ésta llamada telefónica después de todo. Hacerse a sí misma


sentirse mejor. Purgando su culpabilidad mediante la confesión.

Era casi tan egoísta como una persona podría llegar a convertirse.

Cuando sonó el bip, terminó la llamada sin decir una palabra. Luego se obligó a sí
misma a simplemente sentarse y experimentar todos los sucios, feos pensamientos
y emociones surgiendo a través de su cuerpo. Era lo menos que podía hacer. Lo
mínimo absoluto.

71
Capítulo 5

Traducido por Xhessii, Primula

y SOS por Shadowy y LizC

Corregido por July

artin caminó a ciegas por la calle, registrando escasamente el frío,


cada célula de su cuerpo vibraba debido al shock.

Había tenido sexo con Violet Sutcliffe. No, era demasiada seca una sola palabra
para lo que habían hecho. Habían follado. Desesperadamente. Urgentemente.
Como si sus vidas dependieran de ello. Como si pensaran que habían esperado el
momento por mucho, mucho tiempo.

No podía dejar de pensar en ello. Ni siquiera le gustaba: pero al caer sobre su


cuerpo, le hacía sentir como si llegará a casa. Cada palabra que salía de la boca de
ella hacía que quisiera rechinar los dientes (pero sus gemidos, ruegos y suplicas
llenaban su mente).

No entendía. Aún mejor, no quería entender. Era temeraria e impulsiva, bebía


demasiado, se vestía demasiado provocativa. Era un desastre. Un desastre
esperando por suceder.

Se detuvo en la esquina, descubriendo por primera vez que había caminado


exactamente en sentido opuesto al que necesitaba ir.

Se encontraba lo suficientemente sobrio y borracho para darse cuenta del


simbolismo de su acción inconsciente. La completa hora que había pasado, era una
gran y larga caminata en la dirección equivocada. Una salvaje, asombrosa, mojada,
apretada caminata, que lo dejó jadeando y no tenía sentido negar la estupidez que
acababa de hacer.

72
Así que, ¿por qué lo había hecho? ¿Por venganza? ¿Porque Elizabeth le había
regresado su corazón y le había dicho que no podía usarlo? ¿Porque quería
probarse algo a sí mismo?

Qué tal porque tú siempre, siempre, siempre te lo preguntaste. Incluso cuando no debías.
Incluso cuando amabas a Elizabeth. Tú siempre te preguntaste…

Su respiración se convirtió en una nube de vapor, pero no tenía sentido negar la


realidad.

Siempre se había preguntado sobre Violet, en alguna parte profunda y manejada


por la testosterona de su psique. Se preguntó cómo se veían sus pechos, si su
trasero era firme y redondo como se veía en sus pequeños vestidos provocadores.
Si realmente, le gustaba tanto el sexo como aparentaba.

Y ahora lo sabía. Dios, lo sabía.

Sentía cómo incrementaba su dureza mientras revivía esos momentos en el sofá. La


manera en que ella tiraba de su cabeza y le agarraba su polla tan audazmente. La
manera en que lo urgía a ir más fuerte, más alto, más rápido.

Un autobús de dos pisos pasó rápidamente tan cerca, que hizo que su chaqueta
ondeará. Dio un paso hacia atrás en la acera. Parpadeó. Miró alrededor de nuevo.

Necesitaba encontrar el camino a casa. Mejor aún, necesitaba olvidar lo que había
pasado esa noche. Había sido un momento de locura. Un acto estúpido e
impetuoso, manejado por el ego, por el licor de durazno y por la innegable
curiosidad.

Ahora ya había satisfecho su curiosidad. Era tiempo de poner a Violet en el


pasado, junto con Elizabeth.

De repente se sintió muy, muy sobrio, se dio la vuelta y empezó a caminar.

Las flores llegaron a media mañana, entregadas por un hombre de mediana edad
con una sonrisa animada.

73
—Alguien está interesado —dijo él, ofreciéndole a Violet un guiño mientras le
daba un bouquet pesado de claveles rayados en rosa y amarillo con rosas de un
color rosa pálido.

Violet sintió que el color se le salía del rostro.

—Gracias.

Esperó hasta que la campana de la puerta indicó que se había ido, para abrir el
pequeño sobre blanco que venía insertado dentro del bouquet.

Lo siento. No sucederá de nuevo.

Martin St Clair.

Una pequeña y afilada risa salió de su boca. Había incluido su apellido, por si tenía
problemas de recordar quién era. Como si alguna vez lo olvidaría.

Una parte de ella quería tirar las flores en la basura, como un absoluto rechazo de
lo que había pasado anoche. Aunque, era demasiado hermoso para ser destruido.
El florista había imaginado el bouquet antes de traerlo al mundo y todos los
pétalos de las rosas estaban brillantes por la humedad. Levantó las flores hacia su
nariz y olfateó profundamente. La esencia picante de los claveles se mezclaba con
la dulzura sentimental de las rosas y entonces recordó algo que sucedió hace diez
años atrás.

Había estado obsesionada con la era Victoriana en ese entonces. Lo social, la moda,
el lenguaje. Estuvo feliz un mes completo explorando la floriografía, el lenguaje
secreto de las flores que los Victorianos habían usado para transmitir sus
sentimientos que no podían expresar de otra manera. Los claveles tenían muchos
significados, pero los claveles rayados significaban rechazo.

Lo suficientemente apropiado.

Aunque, las rosas color rosa pálido, simbolizaban deseo y pasión.

Qué irónico que Martin (o el florista) habían escogido esas dos flores para que
lucieran en el bouquet.

74
Irónico, pero sin importancia en ultima instancia. Como decidió la noche anterior
la única importante en todo esto era Elizabeth.

Llevó las flores a la habitación trasera, las puso en un jarrón de agua junto al
fregadero. No fue capaz de tirarlas, pero no iba a pasar todo el día viéndolas e
inhalando su fragancia. El teléfono empezó a sonar y regresó al piso de la tienda.
El identificador le decía que era Elizabeth. Su estómago cayó y se sentó
pesadamente.

Bien. Haz esto. Supéralo y termina con esto.

—E. ¿Cómo estás? —dijo, mientras tomaba la llamada.

—Vi. Dios. Es bueno escuchar tu voz. No tienes idea lo mucho que te he necesitado
los pasados días…

Elizabeth sonaba extraña. Como si no fuera ella. Le tomó unos segundos a Violet
reconocer que la extraña nota que recorría su voz era la emoción.

—¿Qué pasa? —preguntó, frunciendo el ceño.

—Es tan complicado. Pero la versión corta es que conocí a este hombre. Este
hombre exasperante, testarudo y escandaloso… —El suspiro de Elizabeth sonaba
por la línea—. Sentí como si hubiera caminado en la neblina la mitad de mi vida,
Vi. Las cosas que me hace… La manera que me hace sentir…

Violet cerró sus ojos. Entonces, Martin había tenido razón. Había alguien más en la
foto. Alguien que Elizabeth había conocido unos cuantos días atrás, pero apenas
era capaz de contener su emoción, mientras hablaba de él.

—¿Cuál es su nombre?

—Nathan. Nathan James.

—¿Qué hace?

—Por el momento, no mucho. Él… Él se est{ recuperando de un accidente de


tránsito.

75
Por primera vez había duda en la voz de su amiga.

—¿Qué tan malas son las heridas? —preguntó rápidamente Violet, preocupada por
su amiga. Elizabeth es generosa. Violet podía imaginarse que se atrapaba en los
problemas de este Nathan, haciéndolos propios.

—Nada físico. Su hermana murió en el mismo accidente.

Elizabeth no dijo nada más, pero había un mundo de posibilidades que florecían
en la mente de Violet.

—¿Ha habido noticias de tu padre?

Ese era el por qué Elizabeth había dejado todo lo que conocía y amaba atrás,
después de todo.

—Hablé con él por teléfono. Sólo por unos minutos.

Violet se dio cuenta de la nota plana en la voz de su amiga.

—¿No estaba feliz de saber de ti?

—No, no realmente. Sonaba… indiferente, si te soy honesta. No es exactamente lo


que estaba esperando. Pero estará en casa para Navidad, así que creo que para ese
entonces lo sabré.

—¿Navidad?

Faltaban cuatro semanas. Cuando E había saltado al avión para ir a Australia,


Violet nunca se imaginó que se quedaría ahí por tanto tiempo. Un extraño temblor
de premonición corrió por su columna vertebral. Como si su cuerpo entendiera
algo que su mente no quería comprender.

—¿Qué está pasando de tu lado? Debes estar harta de escuchar todas mis cosas
—dijo Elizabeth.

Violet miró con culpabilidad sobre su hombro.

76
Podía ver el bouquet que había enviado Martin junto al fregadero en la habitación
de atrás, como un reprendimiento floral.

—No mucho. Yo, um, fui a donde Martin el otro día.

Ella hizo una mueca. De las muchas maneras que conducían a lo que necesitaba
decir…

—¿Cómo está? Me sentí tan mal cuando me dejó ahí, Vi, pero era lo mejor para
ambos. Tal vez él no era consciente en ese momento, pero lo era. Se merece a
alguien que lo ame completamente. Alguien quien lo quiera por lo que es y no
porque cumple todos los requisitos.

Violet presionó el teléfono tan fuerte contra su oreja que le dolía.

—Escucha, E, hay algo que necesito decirte. Algo pasó con Martin la otra noche.

—Déjame adivinar… tuvieron una pelea. Ustedes dos son absolutamente inútiles,
y completamente predecibles. ¿Espero que ninguno tenga heridas?

Violet pensó en la marca del chupetón que había encontrado en su pecho la noche
anterior cuando se bañó la esencia de Martin en su piel. No era permanente, pero
el recuerdo de Martin devorando sus pechos estaría con ella hasta el día de su
muerte.

—Vi, eres un amor, pero no tienes que pelear mis batallas por mí, ¿está bien? —dijo
Elizabeth—. Ya he tomado mi decisión. Y Martin es un buen hombre. Realmente lo
es. Es un hombre encantador. —La voz de su amiga se quebró por la emoción.

Violet miró a la pintura negra maltratada del mostrador, sintiéndose como diez
diferentes tipos de mierda.

Dilo. Termina con esto.

Pero las palabras no vinieron. Elizabeth siempre había creído en ella. Sin importar
nada.

77
El pensamiento de perder su amor incondicional, su apoyo, la hizo sentir enferma
del corazón.

—Lo recordaré si me cruzo de nuevo con él —dijo.

Si se cruzaba de nuevo con Martin St Clair de nuevo, giraría el volante y se


dirigiría a la dirección opuesta, con mucha prisa.

No es como si tuviera la oportunidad… ellos escasamente se movían en los mismos


círculos sociales.

Era algo lejano.

La conversación regresó de nuevo a Nathan, Violet escuchó incrédula mientras


Elizabeth le admitía que se había ido más o menos a vivir con él.

Esto no era un romance de vacaciones. Elizabeth no funcionaba de esa manera. Un


montón de advertencias llenaron la mente de Violet, pero no pronunció ni una
sola.

Elizabeth había estado envuelta en algodón por sus abuelos, casi su vida entera. Se
merecía el espacio para cometer sus propios errores y aprender sus propias
lecciones. Si esta persona, Nathan, la lastimaba como probablemente haría, si era
similar a la mayoría de los hombres que Violet había conocido en toda su vida,
Elizabeth tendría la reconocida lloradera, rechinada de dientes, luego se levantaría
y se quitaría el polvo ella misma.

Violet se determinó a insistir que Elizabeth la llamara si la necesitaba, sin importar


la hora del día o de la noche. Se sentía culpable y pequeña cuando terminó la
llamada, pero también aliviada. Le diría todo a Elizabeth cuando estuviera en casa
de nuevo en unas pocas semanas. Sentarla, mirarla a los ojos y confesar. Mucho
mejor que hacerlo por teléfono.

De todas formas, sonaba como si E tuviera sus manos llenas con Nathan, el Dios
del sexo. Lo que Violet había hecho no la convertiría en nada mejor o peor en las
semanas intermedias antes de que Elizabeth llegara a casa. No había ninguna fecha
de vencimiento en la traición, después de todo.

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Un argumento egoísta, tal vez, pero era lo que estaba pasando con Violet. Que Dios
la ayudara.

La decisión trajo una nueva calma, que la llevó hasta la hora del almuerzo.
Entonces fue atrás de la tienda para agarrar su sándwich de la nevera y vio las
flores de Martin y todo regreso de nuevo.

Su cuerpo bajo sus manos. La sensación de tenerlo dentro de ella. La ola de placer
estremecido que se había apoderado de su cuerpo.

Esta vez no dudó. Agarró las flores, salió a la calle y las arrojó en el bote de basura
público más cercano.

Si tan sólo fuera tan fácil borrarlo de sus pensamientos.

Cada vez que pensaba que lo había conseguido, durante un día completo o dos sin
un solo pensamiento orientado a Martin St Clair, se colaba de nuevo bajo su
guardia.

Cualquier cosa lo desencadenaba. El conjunto de los hombros de un hombre en el


metro. El sonido de una voz masculina por teléfono. El escurridizo olor de loción
para después del afeitado que era casi pero no exactamente el mismo que el suyo.

A veces no había ninguna razón discernible en absoluto, estaba simplemente ahí,


en su cabeza, convirtiendo su cuerpo caliente y húmedo con recuerdos, llenándola
de culpa y remordimiento.

Tomó casi un mes para llegar al punto donde él no era más que un doloroso,
incómodo, y pasajero pensamiento que podía fácilmente descartar. Un mes
durante el cual tuvo varias llamadas telefónicas de Elizabeth consolidando aún
más, la creciente convicción en su corazón que su amiga había caído plenamente
por su amante Australiano. Facilitó su culpa un tanto saber que Elizabeth había
definitivamente avanzado, pero no lo suficiente.

Luego, apareció en la cena de aniversario de Bronwyn y Perry en un frío y ventoso


sábado en la noche, una semana antes de Navidad, miró al otro lado de la

79
habitación, donde vio a Martín allí de pie, oscuro e imponente, en un traje negro
como el carbón. Se congeló en el acto de despojarse de su abrigo, con un brazo
dentro, y el otro fuera. La sepulcral, tensa expresión en la cara de Martin le dijo que
no tenía ni idea de que estaría allí, tampoco.

Lo que hacía a ambos bastantes tontos, en retrospectiva. Bronwyn era una de las
varias amigas que Violet y Elizabeth compartían, Martin y Perry eran ambos
abogados, un terreno común que había alimentado una estrecha amistad con los
años. Si Violet se hubiera parado a pensar en ello, habría adivinado que podría
estar allí. Al igual que él podría haber adivinado que estaría, también, debido a su
amistad con Bronwyn.

Ella rápidamente apartó la mirada, riendo alegremente de algo que dijo Bronwyn
mientras entregaba su abrigo. Se encaminó directamente a la bandeja de cócteles
que Perry estaba pasando alrededor y sólo arriesgó una segunda mirada a Martin
cuando el primer ardiente trago de vodka en su Martini quemó su camino de la
garganta hasta su estómago.

Él se paró de perfil a ella cerca de la ventana, hablando con Melissa y Lewis, dos de
los muchos amigos casados de Bronwyn y Perry. Su cabello estaba más largo que
cuando lo había visto por última vez. Esperó a que echara un vistazo en su
dirección, pero no lo hizo, manteniendo firmemente su atención en lo que sea que
Melissa estaba diciendo.

No fue una enorme sorpresa. Después de todo, se había prometido a sí misma que
si alguna vez se topaba con él otra vez saldría corriendo en la dirección opuesta.
Claramente él se sentía de la misma forma, pero no era exactamente una opción
viable esta noche, para ninguno de ellos a menos que ella estuviera preparada para
fingir un ataque de apendicitis.

Pensó con nostalgia en Elizabeth, a miles de kilómetros de distancia. Siempre


podría confiar en que E inventaría una férrea excusa a prueba de tontos, revestida
de gracias para cualquier ocasión.

Pero esta noche, Violet estaba por su cuenta.

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Jugó con la idea de acercarse a Martín e involucrarlo en una conversación educada,
simplemente para quitarse de encima ese primer momento incómodo y listo.
Después de todo, podía difícilmente evitarlo toda la noche. Sólo había una docena
de personas en la habitación, incluyendo sus anfitriones. Ellos estaban obligados a
enfrentarse cara a cara eventualmente y ser forzados a tratar el uno con el otro.

La siguiente hora probó su completo error. A pesar del hecho de que estuvo en
ascuas todo el tiempo, esperando a que Martin reconociera su presencia con una
mirada, una palabra o un gesto, él categóricamente la ignoró. Donde quiera que
ella estuviera, él no, siempre dando vueltas en la dirección opuesta, su espalda o
perfil siempre girado hacia ella. Dos veces se alejó cuando ella se introdujo en una
conversación que él estaba compartiendo con algunos de los amigos de Bronwyn y
Perry. Ambas veces sintió el calor precipitarse a su cara, segura de que alguien
debió notar su comportamiento, pero nadie siquiera levantó una ceja.

Tomó su segundo Martini y meditó sobre su comportamiento, poniéndose cada


vez más enojada mientras continuaba ignorándola por completo.

No dudaba que de algún modo él había replanteado lo que había pasado entre
ellos en su mente, etiquetándola como una puta desvergonzada que lo había
controlado con licor y luego lo atrajo a su tocador. No dudaba que le echara toda la
culpa cada segundo de que habían pasado juntos directamente a su puerta. Nunca
había sido un secreto cómo él la vio, después de todo. Sería tan, pero tan fácil hacer
del villano de la letra escarlata en la pieza.

Se había construido un poderoso resentimiento en la cabeza en el momento que


Brownyn anuncio que la cena estaba lista y todos se presentaron en el comedor.
Sentándose obedientemente en el asiento asignado a ella, registró que Martin
tomaba el asiento de enfrente en el último segundo.

Naturalmente, la habían colocado en el lado opuesto a Martin. Eran los únicos dos
solteros en la habitación. ¿En dónde más los sentarían? Esperó a que él la mirara
directamente a los ojos, finalmente, pero él dirigió su atención a Bronwyn, quien
estaba sentado a su derecha. Violet parpadeó, incrédula.

¿Seguramente él no tenía intención de ignorarla durante toda la cena, o sí?

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La empresa de catering comenzó a servir aperitivos. Violet fijó su mirada en
Martin, con los dientes apretados, desafiándolo a seguir negando su existencia. Su
indignación crecía con cada segundo que pasaba.

¿Cómo se atreve? ¿Quién se creía que era? Mejor aún, ¿quién se creía que ella era?
Si él pensó que simplemente se iba a quedar sentada allí y aceptar tal lamentable
comportamiento inmaduro, patético, tendría que reconsiderarlo.

En el momento en que sus platos de sopa estaban siendo retirados, estuvo


dispuesta a darle una patada en la espinilla.

Vamos a ver si me ignora entonces.

Lewis seguía tratando de entablar conversación con ella a su izquierda, pero Violet
no pudo seguir el tema. En todo lo que podía pensar era en Martin y en lo mucho
que quería lastimarlo de una forma profundamente primitiva y física.

Habían tenido relaciones sexuales. Él había estado en el interior de su cuerpo. Lo


menos que maldita sea le debía como mínimo era el contacto visual. Lo mínimo.

El impulso de golpearlo era tan profundo, tan poderoso que sentía los músculos de
sus pantorrillas tensos, preparados para una muy buena patada. Tenía sus
puntiagudos tacones Louboutin puestos. Si lanzaba un buen golpe, incluso podría
dejarle una cicatriz.

—Disculpen —dijo ella, poniéndose de pie.

Necesitaba unos segundos de privacidad para poder aclarar las cosas en su cabeza.
Era eso, o ceder a la tentación de lanzarse al otro lado de la mesa y golpear la cara
de Martin. Ofreció una sonrisa cortes a sus anfitriones, y luego se dirigió a la
puerta.

No estaba segura de lo que la hizo mirar hacia atrás por encima del hombro
mientras salía de la habitación. Algún sexto sentido, tal vez. Cualquiera que sea la
razón, lo hizo, y se encontró bloqueando la mirada de Martin, mientras él miraba
por encima de su hombro hacia ella, viéndola claramente salir de la habitación.

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Esperaba ver disgusto, condena o ira en su rostro. O, en el mejor de los casos, alivio
de que estuviera yéndose, aunque sólo temporalmente.

Lo que no esperaba era el hambre, calor y la necesidad. Su mirada tormentosa


perforó en la de ella, ardiendo con intención sexual, carnívora. Innegable.
Emocionante.

Oh, cielos.

El aliento se le quedó atrapado en su garganta. Su hombro rozó el marco de la


puerta y giró la cabeza hacia el frente para evitar caminar contra la pared. Se
dirigió al cuarto de baño con las piernas sintiéndose como gelatina.

Martin no la odiaba. No se arrepentía de lo que había pasado entre ellos.

Para nada, en lo absoluto

Él la quería. Muchísimo.

Tanto que no confiaba en sí mismo para hacer contacto visual con ella.

Fue una revelación que envió su corazón a acelerarse.

Cuando cerró la puerta del baño detrás de ella, su cara estaba caliente, las axilas
húmedas, su respiración un poco entrecortada. Se apoyó contra la puerta cerrada,
tratando de contener la ola de excitación descarada disparándose a través de ella.

Martin la quería. Había estado pensando en ella, también. Había estado pensando
una y otra vez en lo que había pasado entre ellos.

En la forma en que se había sentido cuando había apartado su ropa interior a un


lado y se deslizó dentro de ella.

Quería volver a hacerlo, también. Lo sabía sin él decir una palabra. Sabía que si
pudiera, la habría seguido hasta aquí ahora mismo y la habría follado contra la
pared.

Su sexo palpitó ante la idea. Deslizó una mano por su vientre, ahuecando su
montículo a través de la suave tela de su falda primaveral. Podía sentir la

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humedad caliente formándose allí, y cuando presionó sus dedos suavemente en su
piel sensible, un deseo eléctrico recorrió por todo su cuerpo.

Imaginó que él la seguía hasta aquí.

Imaginó cómo se sentiría besarlo, tocarlo y follarlo otra vez.

Tragó con fuerza, su respiración entrecortada. Por un momento se sintió tentada a


levantar su falda y deslizar su mano dentro de sus bragas y terminar lo que la
mirada de Martin había comenzado, estaba así de encendida.

Pero eso sería como tener el postre antes de que hubiera terminado su cena, y ella
siempre había creído que esa anticipación era nueve décimos del placer.

En su lugar, se levantó la falda y deslizó sus bragas por sus piernas. Las dobló en
un pequeño paquete de seda discreto, nada más trascendental que un pañuelo de
mujer. Se estudió en el espejo, reconociendo el peligroso brillo temerario, excitado,
en sus ojos.

¿Realmente iba a hacer esto?

La mujer en el espejo le devolvió la mirada, avivada, desafiante. Una pequeña


sonrisa reservada curvó su boca.

Bien, entonces.

Tomando una respiración profunda, Violet salió del baño.

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Capítulo 6

Traducido por rihano y Liseth Johanna

Corregido por Samylinda

artin tomó un trago de su copa de vino.

No tenía idea de lo que era, cabernet sauvignon, syrah, pinot


noir. Simplemente necesitaba algo para distraerlo de la dureza
dolorosa de su polla. Había estado duro, más o menos, desde el segundo de la
llegada de Violet. Una mirada a su cremoso y elegante cuello, profundos labios
rosados y pequeños pechos redondos y él había estado ido, ido, ido, y no
importaba lo que hiciera —ignorarla, evitarla, hablar de modificaciones legislativas
con Perry— no podía conseguir que su revoltosa mente o su polla dejaran de
obsesionarse con ella.

No era como si cualquiera de los dos órganos necesitara la práctica. Había pensado
en Violet casi todos los días desde que la había lanzado en su sofá y salido con la
suya con ella. No voluntariamente, por supuesto. Pero ella tenía una manera de
deslizarse bajo sus defensas. En un minuto él estaría, por ejemplo, afeitándose,
preparándose para dirigirse a trabajar por el día, y al siguiente estaría perdido en
los recuerdos de esa noche, una erección creciente haciendo una carpa en su ropa
interior. Humillante como era admitir, que había renunciado a resistirse a la
tentación de esos recuerdos después de la primera semana. Violet había estado tan
caliente, el sexo demasiado bueno para borrarlo de su mente. Nunca había pasado
tanto tiempo en la ducha, alternando entre tratar de librarse de una erección y
dándose a la necesidad y ayudándose con la mano. Había tenido más orgasmos
solitarios con el nombre de Violet en ellos en el último mes de lo que quería contar.

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Y ahora ella estaba sentada frente a él. O lo estaría cuando regresara del cuarto de
baño con ese vestido amarillo fluido, ceñido, que envolvía sus pechos y culo como
un abrazo.

Dios lo ayudara.

Se removió en su asiento, tratando subrepticiamente de acomodarse. ¿Cuánto


tiempo podía un hombre mantenerse duro? ¿Una hora? ¿Dos? ¿En qué momento el
deseo simplemente lo consumiría?

Los pelos de la nuca se le erizaron y supo que Violet había vuelto al comedor. El
impulso de darse la vuelta y mirarla caminar hacia su asiento era tan fuerte que
apretó sus manos alrededor de sus cubiertos. No iba a comérsela con los ojos como
un desesperado adolescente seductor. Iba a retener alguna apariencia de dignidad,
aunque la mitad inferior de su cuerpo había renunciado a la batalla hace mucho
tiempo.

Sin embargo, era consciente del suave roce de su falda cuando ella entró. Tenía que
pasar al lado de él para dar la vuelta al extremo de la mesa y llegar a su propio
asiento. Inhaló, en busca de un atisbo de su perfume. Aún podía recordar los
débiles rastros que había lamido de su piel aquella noche...

—Aquí. Has dejado caer la servilleta —dijo su voz detrás de él.

Su mano automáticamente fue a su regazo, buscando el cuadrado de lino


almidonado que había ocultado muchos pecados durante la última media hora,
incluso mientras se volvió a medias hacia Violet. Sus dedos encontraron el tejido
rígido en su regazo, su servilleta —no perdida en absoluto— mientras Violet se
agachaba y levantaba algo del suelo. Antes de que él tuviera la oportunidad de
registrar lo que estaba haciendo, ella se acercó. Esperaba le entregará una servilleta
errante que alguien había perdido claramente, pero en su lugar sintió su mano
deslizándose en el bolsillo de la chaqueta de su traje.

Una fracción de segundo y el encuentro terminó, toda la maniobra tan casual, tan
sutil que estaba casi seguro de que nadie en la mesa comprendió lo que había
sucedido.

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—Gracias —dijo él mientras ella se alejaba, su voz sonó sorprendentemente
normal.

Su mirada la siguió cuando ella dio la vuelta a la mesa y se sentó frente a él de


nuevo, pero cada célula de su ser estaba concentrado en lo que había metido en el
bolsillo.

¿Una nota?

¿Su número?

Estaba desesperado por averiguarlo, pero también consciente de que descubriría el


juego si de repente comenzaba a tocar sus bolsillos.

Así que esperó. Vio como Violet se sentó de nuevo en su asiento, exclamando sobre
cuán agradablemente estaba presentada su comida, haciéndole un comentario a
Bronwyn de lo mucho que amaba los espárragos. La conversación se arremolinaba
a su alrededor mientras la miraba, esperando que ella levantara la mirada a la
suya.

Finalmente, después de unos minutos de tortura, ella miró al otro lado de la mesa.
Sus ojos color ámbar estaban dramáticamente ahumados con sombra de ojos, sus
pestañas largas y oscuras. El brillo en sus profundidades era pura provocación. Su
polla surgió entre sus piernas y comprendió que había leído su necesidad cuando
lo había atrapado observándola salir de la habitación.

Con sus ojos fijos sobre los de ella, deslizó su mano en el bolsillo.

Sus dedos acariciaron tela sedosa. Su corazón tartamudeó en su pecho.

Querido Dios, ella deslizó su ropa interior en el bolsillo.

Su mano se cerró en torno a un susurro de suave seda y encaje. Pero se olvidó de


respirar por un minuto mientras las implicaciones de su descubrimiento
ondulaban a través de él. Si tenía su ropa interior, eso significaba que estaba
desnuda debajo de su ondeante vestido amarillo. Ahora mismo, en éste mismo
minuto, sentada a no menos de un metro de él.

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No creía que fuera posible para él ponerse más duro, pero lo hizo. Se removió en
su asiento de nuevo, el sudor brotando en su frente.

Esto era una tortura, tortura pura, y nunca había estado más encendido en su vida.
Aflojó su apretón en su ropa interior, frotando el tejido blando entre el pulgar y el
índice, los ojos todavía fijos en los de ella. Sintió un rastro de humedad y se tragó
un gemido. La necesidad de levantar su mano a la cara y aspirar su olor era
primordial, casi innegable.

Se aclaró la garganta y sacó la mano libre. Al otro lado de la mesa, la mirada de


Violet cayó recatadamente a su plato. De alguna manera, él se las arregló para
recuperar el control de su estruendoso corazón. Exhalando lentamente por la nariz,
levantó su vaso y bebió otro trago de vino y comenzó a planear su salida
estratégica.

Durante la siguiente hora y media, él y Violet jugaron un juego secreto de miradas


calientes y gestos sutiles. Ella tocaba el tallo de su copa de vino, y luego tocaba el
cuello de su vestido. Él deslizó su mano en el bolsillo y sintió la seda de su ropa
interior y no le permitió mirar hacia otro lado. Ella chupó la punta de un tallo de
espárrago. Él lamió la crema de una frambuesa rojo brillante.

Finalmente los platos del postre habían sido eliminados y los cafés ofrecidos.
Martin tomó ventaja de la algarabía general para escapar de la mesa.
Afortunadamente su chaqueta cubrió la evidencia de su excitación, pero tomó la
precaución de recoger su abrigo del dormitorio principal antes de encaminarse de
nuevo hacia el comedor para despedirse.

—¡No te irás ya! —exclamó Bronwyn cuando lo vio en su abrigo.

—Me dirijo hacia el Norte como primera cosa mañana. Comienzo temprano
—mintió Martín.

Como excusa para irse, era bastante débil, pero las mejillas de Bronwyn estaban
rosadas de la bebida y ella no iba a interrogarlo.

—Te acompañaré a la puerta —dijo Perry, levantándose de la mesa.

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Por el rabillo del ojo, Martin vio a Violet empujar su silla mientras él y Perry salían
de la habitación. Se esforzó por concentrarse en lo que su amigo estaba diciendo
mientras se alejaban hacia la puerta, algo acerca de jugar squash pronto, tal vez
ponerse al día para tomar una copa si Martin quería hablar. No fue hasta que había
salido del edificio que Martin entendió que Perry se había estado refiriendo oh-tan-
amable e indirectamente a Elizabeth y su compromiso roto.

En su propia, reservada y muy correcta manera, Perry estaba haciéndole saber que
si necesitaba descargarse, él estaba allí. Decente por parte de él, pero Martin tenía
muy poco qué decir acerca de Elizabeth. En el mes desde que ella había
suspendido la boda, había estado sorprendido por cuán poco había estado en sus
pensamientos. Había sentido una cierta vergüenza en torno al anuncio inicial,
cierta molestia con respecto a las cancelaciones y otras cosas y había una nueva
moderación entre él y Edward, pero no había estado acostado despierto en la
noche, meditando sobre los daños que le causó o lo mucho que extrañaba a
Elizabeth.

La única mujer por la que había estado rumiando era Violet, si se puede llamar
rumiar a fantasear de forma feroz y a la autosatisfacción. Estaba más inclinado a
verlo como una obsesión compulsiva. Una vez había estado seguro de que nunca
se contentaría, hasta que Violet había deslizado sus bragas en el bolsillo.

La puerta se abrió detrás de él y se volvió a ver mientras Violet salía a la calle.


Ahora que estaban solos, su mirada era más asustadiza, menos audaz, mientras se
encontraba con la suya. Como si no estuviera muy segura de cuál era el siguiente
paso, ahora que ya no estaban jugando un juego.

Él lo sabía. Dios, si lo sabía.

—Mi coche está por aquí —dije, haciendo un gesto con la cabeza.

No se atrevió a tomarla del brazo o tocarla. No confiaba en sí mismo. Como estaba,


iba a ser forzado a caminar media cuadra al lado de ella sin empujarla contra la
superficie plana más cercana y tomarla.

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Sus tacones hacían clic en el pavimento, mientras caminaban lado a lado. Sus
manos estaban metidas profundas en sus bolsillos, con la barbilla metida en el
cuello del abrigo. Su cabello rojo oscuro bajaba por su espalda.

Él la deseaba tanto que le dolía. Había estacionado en el callejón detrás del lugar
de Bronwyn y Perry, un espacio aislado y oscuro. El parpadeo de las luces de su
coche mientras lo desbloqueaba a distancia fue casi cegador.

Él miró a Violet, a punto de preguntarle si prefería su lugar o el suyo, pero ella ya


estaba sacando el botón superior de su chaqueta. Sin decir una palabra, lo sacó de
sus hombros y luego abrió la puerta trasera del Jaguar y entró.

Jesús. Era tan jodidamente caliente.

Se sacó su propio abrigo, lanzándolo en el piso del coche, y luego siguió con la
chaqueta de su traje. Entonces y sólo entonces la siguió al interior.

Su perfume lo envolvió mientras llegaba a ella. Sus manos alisaron la tela suave
antes de encontrar el calor de su piel. Ella levantó la boca hacia la suya y lo besó
con avidez, avariciosamente.

Ella sabía tan bien. Como el pecado. Como cada sucio pensamiento que alguna vez
había tenido.

La empujó sobre su espalda, cubriéndola con su cuerpo, una mano ya penetrando


el dobladillo de la falda. Su mano se deslizó hacia arriba al liso y suave muslo y
hacia el calor líquido. Violet soltó un pequeño y estrangulado sollozo, mientras él
trazaba la línea de su sexo, los dedos resbalosos con su necesidad. Su clítoris era
una perla pequeña y dura, cuando la encontró, y ella tembló cuando la atormentó
con su pulgar. Estaba desesperado por estar dentro de ella, pero había algo sobre la
respiración entrecortada de Violet y la forma en que se aferraba a él y sus besos
profundos y necesitados que le hacían querer alargar esto.

Quería que rogara por él. La quería jadeante y adolorida. Quería que ella lo
deseara tanto como él la deseaba. Quería compensar todas las veces que lo había
atormentado en sus fantasías.

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Deslizó un dedo dentro de ella, su pulgar todavía jugando con su clítoris. Ella
levantó sus caderas, urgiéndolo. Él ahuecó su pecho con su mano libre,
deslizándolo dentro del corpiño de su vestido para encontrar el pezón. Ella agarró
su culo, tirando de sus caderas más cerca de las suyas.

Deslizó otro dedo dentro de ella y comenzó un ritmo constante, resbaladizo. Ella
dejó caer la cabeza hacia atrás y comenzó a jadear.

—Martin… Por favor… Te necesito.

Su voz era entrecortada, indefensa. Sabía lo que quería, pero él había estado
pensando sobre esto durante semanas. Siguió dando vueltas a su clítoris, los dedos
resbaladizos con sus jugos, hasta que la sintió apretar a su alrededor. Su
respiración entrecortada, con la espalda arqueada. La besó mientras se estremecía
hasta el clímax, dejando salir un suspiro en su deseo. Al segundo en que ella había
terminado, él extendió su mano hacia su cinturón.

—Dios mío, sí —susurró mientras él se desabrochó la bragueta.

Le tomó segundos deslizar un condón, luego se tomó en la mano y usó la cabeza


de su polla para tomarle el pelo un poco más. Ella gimió y levantó las caderas,
desesperada porque la penetrara. Lo mantuvo fuera tanto como pudo antes de
sumergirse en su interior.

Tan caliente y apretada y mojada. Así de malditamente bueno.

Los planes que tenía para alargarlo más salieron por la ventana. De repente sólo
estaban ella y él y el dolor exigente en su polla. Acarició dentro de ella, creando un
ritmo castigador. Ella sollozó su aprobación y cerró sus tobillos detrás de su
espalda, respondiendo a cada golpe con uno de los suyos.

Ella deslizó sus manos dentro de los pantalones de su traje para encontrar su culo,
las uñas cavando en éste, instándolo a que fuera más rápido, más duro. Él sintió su
clímax creciendo en su interior. Se enterró a sí mismo profundamente y dejó que lo
llevara, su cara pegada a la piel fragante y suave de su cuello.

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Al regresar de nuevo a tierra, sintió la mano de Violet deslizándose entre sus
cuerpos a donde aún seguían unidos, sintió el feroz y rápido movimiento de su
mano mientras se tocaba a sí misma.

—No te muevas. Por favor, no te muevas —ella rogó.

Segundos después, ella se estaba viniendo una segunda vez, su cuerpo


convulsionando alrededor de él.

Entonces y sólo entonces comenzó a tomar conciencia de cuán estrecho era la parte
trasera de su coche, cómo su hombro estaba atascado contra el asiento delantero,
su cuello inclinado torpemente, su rodilla en peligro de caer fuera del cojín del
asiento.

Sus respiraciones combinadas sonaban fuerte en el pequeño espacio, y cuando él


levantó la vista vio que las ventanas estaban empañadas. Se retiró de ella,
envolviendo el condón en su pañuelo antes de retroceder lo suficiente para cerrar
sus pantalones. Violet se quedó muy quieta, sus ojos brillando mientras lo
observaba. Se movió de entre sus piernas, se sentó y bajó su falda.

—Violet…

—No lo hagas. No quiero oír lo mucho que lo sientes.

—Eso no era lo que iba a decir.

Parecía sorprendida, alejando su mirada de la suya.

—¿Qué ibas a decir, entonces?

—Iba a darte las gracias —dijo él—. Luego iba a decirte lo jodidamente sexy que
eres.

Ella parpadeó.

—Oh.

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Él la había sorprendido. Eso le hizo preguntarse qué estaba acostumbrada a oír de
los hombres después de que se habían perdido a sí mismos dentro de ella.
¿Disculpas? ¿Excusas? ¿Insultos?

Entonces se le ocurrió que probablemente lo había contado a él entre aquellos


hombres después de su último encuentro. Por primera vez, sintió un dardo de
vergüenza por la forma en que se había deslizado silenciosamente de su
apartamento esa noche. Él había esperado los más elementales cinco minutos antes
de decirse que ella quería que se fuera. Luego había hecho su escape y se entregó a
una ronda de auto indulgente introspección. Aun cuando le había enviado flores al
día siguiente, sus acciones habían sido guiadas más por la expectativa y la
necesidad de civilizar lo que había pasado entre ellos que cualquier idea de ella o
de sus sentimientos.

Ella tenía el ceño fruncido, una pequeña arruga entre las cejas. Después de una
larga pausa alcanzó la manija de la puerta y salió del coche. Él tomó su abrigo del
asiento antes de seguirla, sosteniéndolo para ella mientras deslizaba sus brazos en
las mangas.

—Te llevaré a casa —dijo, abriendo la puerta del acompañante.

Violet dio un paso atrás.

—No, gracias.

Fue su turno de fruncir el ceño.

—Los dos sabemos lo que pasará si me llevas a casa —dijo ella.

Él no se molestó en negarlo. Ya estaba duro de nuevo ante la perspectiva de una


segunda ronda.

—¿Es eso un problema?

—Sí, lo es. Elizabeth es mi amiga.

Estaba en la punta de su lengua preguntar si Elizabeth había sido su amiga hace


cinco minutos, cuando había estado dentro de ella, pero controló el impulso. No

93
iba a mendigar. Y tenía razón, ella tenía mucho más que perder en ésta situación
que él. Él podía justificarlo ante sí mismo como una aventura, una indulgencia que
se había permitido a raíz de su compromiso roto. Ella no tenía tal excusa para
acostarse con él.

—No voy a dejarte caminar a casa.

—Voy a tomar un taxi.

Él recogió su chaqueta del suelo.

—Violet, en serio. Sólo un completo imbécil te dejaría tomar un taxi a casa después
de lo que acaba de pasar.

—Quiero ir a casa sola, y sólo un completo imbécil me forzaría con su compañía.


Sobre todo después de lo que acaba de suceder.

Busqué paciencia.

—Violet…

Ella levantó una mano.

—No, Martin. No voy a ser intimidada hasta la sumisión. No soy una flor delicada,
no soy una persona complaciente, y no necesito ni quiero tu protección. Que
nosotros tengamos sexo no te hace automáticamente responsable por mí. En caso
de que no te hayas dado cuenta, esa clase de pensamiento se fue con los sostenes
puntiagudos y las fajas.

Sacudió su cabello, la barbilla levantada, desafiante.

No hace mucho tiempo, ese pequeño mentón levantado le había hecho querer
hacer un agujero en la pared.

Ahora, le dio ganas de acercarse lo suficiente para besar su llena y rosada boca, de
nuevo, un movimiento tectónico que le hizo sentir decididamente fuera de
equilibrio.

—Déjame pagar tu taxi entonces.

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Ella hizo un sonido de indignación.

—¿En qué planeta dejaría que eso pasara? No soy una prostituta que necesitas
enviar de vuelta a su chulo.

Él la miró. Estaba empezando a enfadarlo. Territorio mucho más familiar.

—¿Cuándo he indicado que te veo como una puta, Violet?

Su barbilla cayó un poco.

—No lo has hecho. Pero entiendes mi punto.

—No, en realidad, no.

—Tuvimos sexo, Martin. No me debes, y no me posees. —Levantó el cuello de su


abrigo—. Vamos solo a estar de acuerdo en que esto fue otro error estúpido,
impulsivo, que pasó por Dios sólo sabe qué razón y dejarlo así. Tú sigues tu
camino, yo por el mío.

Ella no esperó a que estuviera de acuerdo o en desacuerdo, simplemente le dio la


espalda y empezó a caminar. Él maldijo en voz baja, una palabra de su elección de
sus días Hackney, y luego se puso detrás del volante. La siguió al salir del callejón,
el motor apenas acelerando un poco más que estando parado. Lo miró una vez por
encima de su hombro, y luego procedió a ignorarlo mientras se dirigía al puesto de
taxis más cercano.

Él la siguió de cerca, tercamente negándose a abandonar su observación. El


conductor detrás de él tocó su bocina y Martin movió la mano en la ventana,
señalando que debería adelantar.

Violet le lanzó una perpleja y molesta mirada mientras alcanzaba la parada de


taxis. Claramente, ella no podía entender qué estaba haciendo él. Por qué se sentía
responsable de ella. No era la única. No era porque él sintiera que le debía algo; lo
que había sucedido en el asiento trasero de su auto había sido un intercambio de
iguales, ninguno de ellos suplicando por el otro. Pero no podía simplemente

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conducir lejos y abandonarla como si su encuentro hubiera sido tan casual como
un apretón de manos. Había sido intenso, alucinante, consumidor.

Frunció el ceño mientras observaba a Violet deslizarse en la parte trasera de un


taxi, confundido por sus propios pensamientos y sentimientos. El taxi señaló, luego
arrancó de la acerca. Martin lo siguió. A la siguiente intersección, el taxi de Violet
giró a la izquierda, él giró a la derecha.

Cuando la había dejado en su apartamento hacía un mes, honestamente había


creído que jamás la vería de nuevo. No era lo suficientemente estúpido para creer
más eso. Le gustara o no, era arrastrado hacia Violet Sutcliffe. Podría luchar contra
ello —lo haría—, pero no tenía la confianza de que ganaría. No después de lo que
acaba de suceder. No había una ducha fría en el mundo que pudiera curar los
recuerdos que se iba a llevar a casa consigo ésta noche.

No fue hasta que se estaba desvistiendo media hora después que se dio cuenta que
todavía tenía las pantis de ella en su bolsillo. Las sacó, mirándolas por primera vez.
Seda negra, hermosa, de calidad. Las querría de vuelta, sin duda. La primera cosa
que haría el lunes sería ponerlas en el correo.

Incluso mientras lo pensaba sabía que era una mentira. Pero, por ahora, se permitió
a sí mismo creerlo, porque no estaba ni de cerca listo para siquiera intentar
conciliar su lujuria y necesidad por Violet con todo lo demás que quería en su vida.

Violet se sirvió un trago ligero en el momento que llegó a casa. Se sentó en el


profundo alféizar y miró a la calle, observando a los peatones apresurarse a lo
largo de ésta, sus rostros escondidos en bufandas.

Se había acostado con Martin, otra vez. En el asiento trasero de su auto, nada
menos.

Una locura. Una absoluta locura, del tipo que no se había permitido desde que era
una adolescente infeliz e imprudente, inclinada por la auto-destrucción.

96
Ésta noche no se había sentido auto-destructiva, sin embargo. Se había sentido
necesaria. Inevitable. Y se había sentido bien. La sensación de su piel contra la
suya. El sabor de su boca. La gruesa dureza de él moviéndose dentro de ella...

Pudo sentirse a sí misma mojándose de nuevo. Tragó más vodka y presionó su


frente contra el vidrio frío de la ventana.

Quizá su madrastra había tenido razón todos esos años, tal vez había nacido como
una zorra. Sin moral, auto-indulgente, indisciplinada. Quizá era por eso que había
dejado de lado décadas de amistad con una maravillosa y adorable mujer en
intercambio por diez terriblemente calientes minutos en los brazos de Martin.

Era tentador flagelarse a sí misma, realmente rendirse al auto-disgusto que se


cernía, esperando para descender, pero todo en ella rechazaba ese viejo y cruel
juicio. Había luchado demasiado tiempo y demasiado duro por volver a ganar su
autoestima después del desastre que fue su adolescencia para dejar que tal antigua
recriminación tomara raíz en su mente de nuevo.

La verdad era que lo que había pasado con Martin había sido extraordinario. Una
tentación más allá de lo usual. No entendía por qué él tenía que ser quien
encendiera su mundo en llamas tan espectacularmente, pero el hecho permanecía
en que lo hacía. Una mirada y ella había estado lista para tenerlo en cualquier
parte, en cualquier momento. Un roce de su mano en su piel y había estado lista
para correrse.

En otro tiempo y lugar, le daría la bienvenida en su cama y aguantaría su pasión


mutua hasta que se quemara a sí misma hasta las cenizas. Pero Elizabeth era una
parte intrínseca de su mundo. No podía permitir que el deseo, la necesidad y la
lujuria destruyeran la relación más duradera de su vida. Simplemente no podía.

Se tomó lo último de su vodka, luego se fue a la cama. Sólo cuando estaba cayendo
en el sueño se permitió a sí misma pensar de nuevo en aquellos momentos en la
parte trasera del auto de Martin.

97
La luz de la calle reflejándose en su cabello oscuro. La dura y urgente estocada de
su cuerpo dentro del suyo. La firme fuerza de sus músculos. La embriagadora
especia de su loción para después de la afeitada.

Oh, había sido bueno. Tan bueno.

Sintió un único momento de profunda y penetrante pérdida mientras registraba el


pensamiento. Lo que era loco, porque sólo era sexo. No significaba nada.

Todavía estaba divagando sobre su propia reacción cuando cayó en el sueño.

Todo fue mucho más claro al día siguiente. Ya no había duda en su mente de que
había cometido un terrible error al permitirse a sí misma ser sacudida en su deseo
por Martin de nuevo. No pasaría una tercera vez. De ahora en adelante, verificaría
si Martin estaba en la lista de invitados antes de acceder a asistir a un evento social.
Y si lo estaba, se excusaría. La gente se preguntaría, pero podría disculparse bajo la
premisa de que se sentía incómoda por la situación con Elizabeth.

Era dolorosamente cierto, pero no por las razones que la gente asumiría.

La navidad estaba a tan sólo cinco días de compras, y la tienda estuvo llena toda la
mañana con personas buscando regalos de último minuto. Normalmente no se
quedaba hasta más de las tres en las tardes los días domingo, pero en ésta época
del año valía hacer una excepción. Se saltó el almuerzo y, para las cuatro de la
tarde, se estaba sintiendo más que un poco famélica. Tomando ventaja de una
pausa, se metió en la habitación trasera. Había comprado una bolsa de mangos el
día anterior, una indulgencia para animarse en medio del invierno. Tomó uno
ahora, pelando la piel de él antes de cortarlo en un patrón cuadriculado y
comérselo con ávida prisa. Los dulces jugos se deslizaron por su barbilla y tuvo
que lavarse la cara en el lavabo cuando terminó. La campana sobre la puerta no
había sonado para señalar más clientes, así que se estiró por un segundo mango y
lo partió en dos. Estaba a punto de ensuciarse de nuevo cuando la campana sonó.

98
Bueno. Al menos había conseguido meter algo en su estómago vacío. Se secó las
manos con un pedazo de toalla de papel, luego la tiró en el bote mientras regresaba
al piso de ventas.

—Buenas tardes, ¿en qué puedo…?

Se detuvo, las palabras momentáneamente escapándosele. Martin no habló


tampoco. Simplemente se quedó ahí de pie, mirándola, su oscura mirada intensa y
caliente. Sintió un calor en respuesta brotando a la vida dentro de sí, incluso
mientras recogía su voluntad para enviarlo de vuelta.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—No lo sé.

Ambos estaban mintiendo. Ella no había necesitado preguntar por qué estaba ahí,
y ambos sabían lo que él quería.

—No podemos seguir haciendo esto —dijo ella débilmente.

Mucho para enviarlo de vuelta. Mucho para ser una buena amiga.

—Entonces dime cómo hacer que se detenga. —Dio un paso hacia ella—. Tengo
que exponer mañana. Se supone que hable de declaraciones financieras, pero todo
en lo que puedo pensar es en ti. ¿Por qué es eso, Violet? ¿Cuando hace unas
cuantas semanas apenas podíamos estar junto al otro?

—No lo sé. —Tampoco lo sabía. No entendía cómo todas las cosas que alguna vez
la habían enojado de él ahora la excitaban tanto que dolía. Su cabello
cuidadosamente peinado. Su afeitado preciso. La frescura de su camisa azul
pálido. La calidad de su chaqueta de pana, completa con un parche de cuero en los
codos.

Una vez, su pulcritud la había vuelto loca. Ahora veía todo ese cuidadoso orden y
veía la necesidad apretadamente atada debajo de él. Veía los fuertes tendones en
su cuello y la llenura de su labio superior. Veía la amplitud de sus hombros y la

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dureza firmemente moldeada en un gimnasio de sus músculos. Veía el apretado
deseo en sus ojos, estaba impotente para resistir su propia respuesta instintiva.

—Ponle seguro a la puerta —dijo ella.

Él dudó por un momento, luego se dio vuelta y giró el seguro. Ella observó
mientras él volteaba el aviso de abierto a cerrado. Luego vio mientras caminaba
hacia ella. Su mirada cayó al bulto en sus pantalones. Tomó un profundo y
vigorizante aliento.

Oh, Dios, esto iba a ser bueno.

Él cerró los últimos metros de distancia entre ellos y siguió viniendo hasta que la
tenía presionada contra el mostrador.

—No puedo sacarte de mi cabeza, Violet.

Ella deslizó sus manos dentro de su chaqueta, suavizando sus manos sobre el
cálido y fino algodón.

—Cállate y bésame.

No quería hablar. No quería pensar, considerar o sopesar la decisión que acababa


de tomar. Si se detenía el tiempo suficiente, recordaría por qué no debería, no
podía hacer esto. Y necesitaba a Martin. Lo necesitaba tanto…

Él no esperó que se lo pidiera dos veces. Su cabeza descendió, su boca capturando


la suya. Su lengua acarició su boca, con confianza, demandante. Sus manos
encontraron sus pechos, tirando de sus pezones a través de la suavidad de su
suéter de cachemir. El dolor entre sus muslos se intensificó en un latido
demandante. Buscó a tientas los botones de su camisa, desabrochándolos uno a la
vez.

La puerta traqueteó. Ella rompió el beso, mirando sobre su hombro para ver a
alguien mirando a través del panel de cristal. La mano de Martin cayó de sus
pechos. Ella la agarró y la usó para arrastrarlo a la habitación trasera, cerrando la
puerta de una patada detrás de ellos. No había mucho aquí —una vieja mesa de

100
pino, un par de sillas de madera curvada, el lavabo, un microondas y un
refrigerador— pero eso no importaba. Lo importante era que Martin estaba aquí, y
nadie podía interrumpirlos.

Tardíamente se le ocurrió que podrían ir arriba. No estaba exactamente a


kilómetros de distancia, después de todo.

—¿Quieres…?

Martin se tragó sus palabras con un beso, la fuerza de su deseo inclinando la


cabeza de ella hacia atrás. Sus manos encontraron su trasero y la levantaron sobre
la mesa. Ella automáticamente extendió sus piernas mientras él se movía entre
ellas, su falda a la altura de la rodilla amontonándose alrededor de sus muslos. Él
tiró de su suéter sobre su cabeza, su mirada gris yendo de pecho a pecho. La
ahuecó, luego bajó su cabeza y atrajo primero un pezón y luego el otro hacia su
boca. El húmedo calor y el tirón insistente se combinaron para hacerla gemir. Ella
se estiró por su hebilla pero él apartó sus manos.

—Todavía no —dijo.

Ella apoyó sus brazos detrás de sí en la mesa y se rindió ante su asalto sexual. Él
lamió, succionó y mordió sus pezones, derrochando su atención en ella. El calor
creció entre sus muslos, un latido doloroso que demandaba satisfacción.

Como si sintiera su necesidad, Martin deslizó una mano bajo su falda, posando su
palma sobre sus ligueros, deteniéndose brevemente cuando su mano se movió
desde la media hasta la cálida piel. Él levantó la cabeza de sus pechos, sus ojos
crudos y conocedores mientras miraban en los suyos. Luego, empujó su falda hacia
arriba e inspeccionó lo que sus manos acababan de descubrir.

Siguió su mirada y se vio a sí misma extendida ante él, el encaje negro de sus
ligueros enmarcando la pálida piel de sus muslos superiores. Su mirada se centró
directamente en la seda rosa pálido de sus pantis. Se mordió el labio mientras él se
estiraba y deslizaba su dedo índice ligeramente por el pliegue de su sexo. Su
aliento salió en un estremecimiento. Con su delicado toque, Martin deslizó sus
dedos bajo la cinturilla de su ropa interior y gentilmente la bajó por sus caderas.

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No apartó su mirada de ella mientras levantaba su trasero para removerla por
completo. Un latido de corazón después estaba desnuda ante él.

Una vez más, se paró entre sus muslos, ampliándola con su cuerpo y sus manos.
Sus brazos se rindieron y ella cayó sobre su espalda mientras él enmarcaba su sexo
con ambas manos.

—He estado soñando con esto. Contigo —dijo él, su voz muy profunda.

Levantó sus caderas mientras él ahondaba entre sus muslos, el movimiento


provocando que el cuchillo que había usado más temprano diera volteretas al otro
lado de la mesa.

—No te preocupes por eso —dijo ella cuando Martin lo miró.

Lo hizo regresar a lo que había estado a punto de hacer pero su mirada había caído
en algo detrás de ella en la mesa.

—¿Es eso un mango?

—Sí.

—Adoro los mangos.

Hubo algo en la manera que lo dijo que hizo que su corazón golpeara contra sus
costillas con una repentina e intensificada emoción. Él se inclinó más allá de ella y
recogió la mitad del mango que ella había estado a punto de comer antes de que la
campana anunciara su presencia. Lo levantó hacia su boca y dio un mordisco.

—Está bueno —dijo él.

—Sí. —La palabra fue apenas un susurro.

Él consideró el mango, luego sus muslos ampliamente abiertos. Su mirada se


levantó a la suya. Ella se estiró por el borde de la mesa y se sostuvo con fuerza por
su vida cuando él trajo el mango entre sus muslos. La fría, deslizante y sensual
presión de la fruta contra su sexo la hizo gemir. Su mirada se clavó en la suya,
Martin cayó sobre sus rodillas. Ella observó mientras él la estudiaba por un

102
momento, sus mejillas sonrojadas con deseo. Luego bajó su cabeza y reemplazo el
mango con su boca.

Su lengua la bebió, ruda y firme un momento, rápida y ligera al otro. Rastreó el


resto de jugo de mango a través de su piel, succionando y lamiendo, devorando la
carne más sensible. Perdió todo sentido del tiempo, todo sentido del espacio. El
mundo fue reducido a su boca sobre ella y la caliente y húmeda presión de su
lengua y la creciente sensación en su cuerpo.

Presionó el mango contra ella de nuevo, y de nuevo lo reemplazó con su boca.


Estaba tan ávido, ardiente. Ella jamás había tenido a un hombre que fuera así con
ella, como si fuera la cosa más deliciosa y suculenta que alguna vez hubiera
probado. Como si no pudiera nunca conseguir suficiente de ella.

Su clímax onduló a través de su cuerpo. Jadeó y agarró la mesa y la montó


mientras él coaccionaba más y más sensaciones de ella. Sólo cuando estuvo
lloriqueando de placer él se retiró, presionando besos en sus muslos, deslizando
sus manos por sus caderas y estómago.

Ella cerró los ojos por un segundo, intentando recuperarse. Escuchó el sonido de
un condón siendo abierto. Cuando abrió los ojos de nuevo, él estaba deslizando el
condón por la gruesa longitud de su erección. La lenta y paciente manera en que
puso el látex en su lugar fue profundamente erótica. Se lo imaginó tocándose a sí
mismo así, en la privacidad de su dormitorio.

¿Pensaba él en ella cuando se tocaba? ¿Imaginaba que era la mano de ella en lugar
de la suya?

Su mirada se enfocó en el corazón de ella y se agarró a sí mismo con una mano.


Encontró su entrada, húmeda y caliente por su clímax, y deslizó la cabeza de su
polla dentro. Se sentía increíblemente bien, exactamente lo que necesitaba.
Murmuró su aprobación. Él levantó su mirada en la suya, luego se deslizó
profundo dentro de ella.

103
Él alisó sus palmas por su caja torácica hacia sus pechos mientras empezaba a
bombear dentro de ella. Envolvió sus piernas alrededor de él y se rindió al deslizar
de su cuerpo contra el suyo y la inminente necesidad dentro de sí.

Se corrió primero, su cuerpo agarrando el de él, y la siguió segundos después, su


respiración dejándolo con una prisa angustiada y desesperada.

Se apartó casi inmediatamente, dando la espalda para ocuparse del condón. Ella no
se molestó en sentarse y arreglarse decentemente ésta vez.

No era decente. Era controlada y estaba obsesionada por un hombre que solía ser
su enemigo. Un hombre que solía pertenecer a su mejor amiga. Si Elizabeth no
hubiera cancelado la boda, se estarían casando en sólo unas cuantas semanas.

El pensamiento hizo que Violet se estirara por su falda y la trajera de vuelta sobre
sus muslos. Martin se giró para enfrentarla y pudo ver su propia confusión
reflejarse en sus ojos. Él tampoco sabía qué era esto.

Era alguna consolación. No mucha, pero era mejor que nada.

Lo peor era que no podía hacerse ilusiones de que esto no pasaría de nuevo jamás.
No podía negarse a él. Y él no podía permanecer lejos de ella, si hoy y la noche
anterior eran algo que la hiciera suponer aquello.

Con la expresión cerrada, Martin le pasó su suéter. Ella se lo puso, luego se bajó de
la mesa y recogió sus pantis del piso. Martin la siguió hacia la tienda, mirando
silenciosamente mientras ella vaciaba la registradora. Juntos subieron las escaleras
a su apartamento, todavía sin hablar.

Cuando entraron, ella lanzó su maleta en el sofá y se volvió para enfrentarlo.

—Necesito una ducha. —Él la había recorrido de principio a fin, pero todavía
estaba pegajosa por el jugo de mango.

—De acuerdo.

Empezó a ir a la baño, luego miró sobre su hombro.

104
—¿No te me vas a unir?

Él lució divinamente sorprendido, como si genuinamente jamás se lo hubiera


ocurrido que podrían darse un baño, juntos, o que ella querría que lo hiciera. Una
pequeña y casi traviesa sonrisa se curvó en sus labios mientras empezaba a ir tras
ella.

Algo en su pecho quedó atrapado por esa sonrisa. Él lucía feliz. La noción que
pudiera tener la capacidad de traerle felicidad —distinta del placer— era una
revelación.

Él la alcanzó y bajó su cabeza para presionar un beso contra el costado de su cuello.

—Dime que tienes una ducha grande —murmuró contra su piel.

—Es pequeña. Apenas lo suficientemente grande para una persona.

—Haremos que funcione.

Luego empezó a desvestirla de nuevo, y ella dejó que todas sus dudas se
apartaran, como siempre lo hacía cuando él estaba tocándola.

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Capítulo 7

Traducido por LizC y Kuami

Corregido por Laurence15

artin se despertó con un cuerpo cálido y suave apretado contra


su costado. Levantó la cabeza para ver el reloj: una hora antes de
lo que necesitaba para volver a casa y prepararse para el trabajo.
Se relajó de nuevo en la almohada, inhalando el perfume de Violet —una mezcla
atractiva de almizcle y profundos toques florales— y dejó que los recuerdos de la
noche anterior se derramaran sobre él.

Violet en la ducha, de rodillas con él en su boca. Violet en su cama, con el cabello


en rizos húmedos sobre los hombros y pecho, su cuerpo desnudo por completo
para él por primera vez. Violet estremeciéndose hasta el clímax, su nombre en sus
labios. Una y otra, y otra vez.

Ella era como una droga, adictiva, eufórica y consumidora.

Estaba de espaldas a él, con la parte trasera ajustada entre sus caderas. Deslizó su
brazo alrededor de su cuerpo, apoyándolo debajo de su caja torácica. Permaneció
durante largos minutos, sintiendo la subida y bajada de su respiración, dejando
que su calor se filtrara en él. Después de un rato se agitó, murmurando algo en su
sueño, su trasero empujándose más firmemente entre sus caderas.

Era más que suficiente para hacerlo ponerse completamente duro. Presionó su
erección contra la curva de su trasero, y luego deslizó una mano por su vientre y
entre sus muslos. Ella ya estaba caliente y húmeda allí. ¿Gracias a él? ¿Porque
estaba soñando con ellos de esta manera, juntos en la cama?

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Él encontró el brote de su clítoris y lo acarició suavemente, dócilmente. El más leve
susurro de un toque. Su cuerpo parecía aflojar, como si hubiera estado anhelando
sus caricias. Mojó su dedo dentro de la delicada humedad entre sus muslos, luego
trazó su clítoris de nuevo. Se movió por segunda vez, con la cabeza ligeramente
levantada de la almohada.

—Martin.

—Shh —dijo él, acariciándole con más firmeza.

Ella se relajó de nuevo contra la almohada, sus caderas arqueándose ligeramente


hacia atrás para que pudiera abrirse más plenamente a él. Le gustaba eso de ella:
nunca negaba su deseo, nunca rehuía a lo que quería. Era una hedonista perfecta,
una sinvergüenza sensual.

Se estaba poniendo más húmeda, y él se estaba poniendo más duro, imaginando lo


bien que se iba a sentir deslizarse entre su calor apretado. Cuando no pudo
soportarlo más, apartó la pierna de arriba hacia delante y se tomó a sí mismo en la
mano. Violet sabía lo que él quería, rodando sobre su vientre aun más, arqueando
su espalda hacia él. Perdido en el deseo y la necesidad brumosa, utilizó su pene
para juguetear con ella un poco más antes de deslizarse en su interior.

Ella se ajustaba a él como un guante de suave terciopelo, pero aun así tan apretado.
Gruñó en lo profundo de su garganta y comenzó a moverse. Se había previsto que
esta sería una tranquila mañana de ocio, un lento despertar al día, pero debería
haber sabido que Violet tendría sus propias ideas. Antes de que hubieran pasado
muchos minutos, ella se estaba empujando hacia arriba sobre las rodillas,
arqueando la espalda, apoyándose en su penetración, llevándolo más profundo.
Luego se estaba agarrando al cabecero con las manos y él estaba azotando contra
ella, encendido más allá de toda razón por los globos gemelos redondos de su
trasero, su espalda curvada y su cabello rojo derramado sobre los hombros.

—Sí. Por favor. Sí. —Sus gritos llenaron la habitación, sin sentido y abandonados.

—Mierda. —Se perdió por unos segundos, el placer disparándose a través de él, tan
intenso que era casi doloroso.

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Regresó a la tierra, consciente de que Violet aún tenía que encontrar su punto
máximo. Todavía estaba duro dentro de ella, por lo que deslizó una mano
alrededor de sus caderas y encontró su clítoris. Ella dejó caer la cabeza en la
almohada, todo su cuerpo temblaba de expectación mientras él acariciaba, jugaba y
la rondaba. No pasó mucho tiempo antes de que sintiera el ajustado apretar de sus
músculos internos mientras se inclinaba sobre el borde en el clímax. La mantuvo
colgada en el borde del deseo tanto como pudo antes de deslizar su mano
libremente. Ambos se derrumbaron sobre la cama, los cuerpos húmedos por el
sudor, las sábanas enredadas alrededor de sus pies.

Fue sólo cuando se agachó para hacerse cargo de los preservativos que se dio
cuenta de que no había usado uno.

Maldijo en voz baja.

—¿Qué pasa? —La voz de Violet sonaba amortiguada por la almohada.

A pesar de su metida de pata, no pudo evitar sonreír ante el hecho de que ella era
incapaz de levantar la cabeza. Es probable que eso lo convirtiera en un hombre de
las cavernas, pero le gustaba el hecho de que podía agotarla por completo.

Fue una sonrisa de corta duración. A ella no le iba a gustar lo que iba a decir.

—No usamos preservativo —dijo fugazmente.

Hubo un breve silencio, luego Violet se incorporó sobre los codos. Su cabello
estaba en su cara, por lo que lo empujó fuera del camino para que pudiera mirarlo
a los ojos.

—Estoy tomando la píldora, si es eso lo que te preocupa. Y no tengo nada más por
lo que tengas que sudar. Me hice la prueba el año pasado y no he estado con nadie
desde entonces.

Trató de ocultar su sorpresa, pero Violet debe haberse dado cuenta porque su boca
se inclinó hacia arriba en las esquinas, en una pequeña sonrisa cínica.

—Sorpresa, sorpresa, ¿eh? —dijo ella—. Violet puede mantener las piernas juntas.

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Él sabía lo que ella estaba dando a entender: que la veía como una promiscua y
fácil. Demonios, había pasado suficiente tiempo dándole esa impresión a través de
los años, ¿por qué no iba a creer que era la forma en que la veía?

—Lo único que me sorprende es que la población masculina de Inglaterra ha sido


capaz de mantener sus manos lejos de ti por tanto tiempo —dijo él.

Sus cálidos ojos dorados escanearon su rostro, en busca de la verdad.

—No necesitas halagarme. En caso de que no te hayas dado cuenta, ya en cierto


modo me he sobrepuesto al lugar en el cuál me habías encasillado.

Había tanto en su actitud defensiva y en su expresión resguardada. Tanto miedo a


la condena y el rechazo. Extendió la mano y metió un mechón de cabello detrás de
su oreja.

—Confío en ti —dijo—. Y creo que lo que haces con tu cuerpo es tu asunto,


siempre y cuando estés satisfecha con el resultado. He protagonizado bastantes
mierdas en mi propia vida sin estar juzgando a nadie más por las suyas.

Parecía sorprendida por sus palabras, como si no pudiera decidirse a confiar en


ellas. ¿Había sido así de imbécil condenándola a lo largo de los años?

Frunció el ceño, odiando la idea de que le hubiera hecho daño. Sobre todo porque
entendía ahora que su animosidad hacia ella había surgido de una atracción
profunda y primitiva que se había negado a reconocer. Material escolar clásico, en
realidad: tirar del cabello de la chica que más quieres que te note.

—¿No me crees? —preguntó.

—Tienes que admitir que es un gran cambio de actitud de la mirada de muerte a


esto.

—¿La mirada de muerte?

Ella levantó la barbilla y miró por encima del hombro hacia él, sus ojos fríamente
críticos a medida que se deslizaban de arriba hacia abajo por su cuerpo.

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—A riesgo de señalar lo condenadamente obvio, no eras exactamente mi mayor
fan, tampoco. Calzones Caídos. Estirado. ¿Te suena?

Ella se sonrojó, un delicado diluvio de color que se erigió desde sus senos hasta su
pecho en lo alto y en su cara.

—No quise decir nada de eso.

Él hizo un sonido de incredulidad. Ella sonrió un poco avergonzada.

—Bueno, sí lo quise decir. Pero sólo porque secretamente quería follarte hasta
dejarte sin sentido.

Ambos se quedaron quietos mientras sus palabras quedaron flotando en el aire. La


verdad que ninguno de los dos se había atrevido a admitir en voz alta hasta este
segundo.

Todos esos años que había estado con Elizabeth, diciéndose a sí mismo y a ella que
eran la pareja perfecta… y todo el tiempo secretamente había querido arrojar a
Violet al suelo y salirse con la suya con ella, repetidamente y con gran detalle.

—Quiero que sepas, que nunca habría siquiera puesto un dedo meñique en ti si tú
y E se hubieran casado —dijo de repente, con una expresión muy feroz.

—Lo sé.

Así como él nunca la hubiera tocado. Ninguno de los dos estaba hecho de esa
manera.

Ella tenía una marca de pliegue en su mejilla por la almohada, y una marca roja
tenue debajo de su oreja que sospechaba que era de él. Sus labios estaban muy
rosas, incluso sin lápiz labial. Se inclinó hacia delante y la besó, sólo porque podía
hacerlo.

Vio el reloj mientras se enderezaba de nuevo.

—Me tengo que ir —dijo con pesar.

Ella sonrió, sus ojos llenos con el mismo pesar.

110
La besó de nuevo, luego se apartó y sacó las piernas por el borde de la cama.
Estaba muy consciente de que le observaba mientras se vestía, y le lanzó una
mirada cohibida.

—¿Todo bien por ahí?

—Sólo admirando la vista. Tienes un trasero muy bonito.

Sintió una oleada de ridículo placer ante el reconocimiento evidente de su cuerpo.


Es curioso, pero nunca se había considerado a sí mismo un hombre
particularmente vanidoso antes, pero la idea de que Violet admirara su cuerpo le
hizo querer volver a la cama otra vez.

—Realmente me tengo que ir —dijo.

—Lo sé.

Había un brillo diabólico en sus ojos cuando ella se recostó contra las almohadas.
La sábana se deslizó, dejando al descubierto un atisbo de su pezón rosado pálido.

—Sé justa. Me estás matando aquí —dijo, señalando el creciente bulto en sus
pantalones vaqueros que acababa de cerrar.

Ella se echó a reír y tiró de la sábana un poco más arriba.

—¿Mejor?

—No. Pero más inteligente.

Terminó de vestirse, tomó el teléfono y las llaves del auto, y volvió a la cama para
dejarle un último beso en los labios.

—Que tengas un buen día —dijo ella.

—Tú también.

No fue sino hasta que se empujaba en el tráfico ocupado de las mañanas que se dio
cuenta de que ninguno de los dos había mencionado cuándo se verían de nuevo, ni
dónde.

111
Sin embargo, no había duda en su mente que la volvería a ver. Ella estaba en su
sangre. Bajo su piel. De ninguna manera se alejaría de la forma en que ella le hacía
sentir. De ninguna manera.

Aunque, no había garantizado que ella se sintiera de la misma manera. La idea le


hizo fruncir el ceño mientras se abrió camino a través del tráfico. Como había
dicho la otra noche, Elizabeth era su amiga. Aunque él y Elizabeth se separaron lo
suficientemente amigable, podría entender que había otras cuestiones en juego
para Violet más allá del hecho de que gozaban de una química inflamable.

Se preguntó si le había dicho a Elizabeth acerca de ellos. Luego pensó en la


expresión torturada en su rostro cuando ella le había dicho que tomaría un taxi a
casa y sabía que no era así.

Si era un caballero, retrocedería y la dejaría solucionar las cosas con su amiga.


Violet y Elizabeth se conocían desde hace años, después de todo. Una aventura no
valía la pena para poner en peligro una amistad de larga duración profundamente
arraigada.

A pesar de que pensaba y sabía que no estaría siguiendo su propia sugerencia. Ya


había establecido que tenía muy poco poder de voluntad cuando se trataba de
Violet. No estaba dispuesto a renunciar a ella todavía. Cuando la pasión muriera,
cuando pudiera compartir el mismo aire que ella y mientras no sintiera como si su
piel era dos tallas más pequeñas, bien, lo haría. Pero hasta que ese momento
sucediera —ya que eventualmente pasaría— o hasta que ella dibujara una línea
sobre su enlace, se iba a permitirse tenerla.

El resto de la semana pasó en un borrón. Violet trabajó duro en la tienda durante el


día, y cada noche estuvo de espaldas, cediendo al deseo aparentemente sin fin que
tenía de estar piel a piel con Martin St Clair. El martes por la noche, los dos estaban
tan desesperados que lo hicieron en las escaleras del piso, incapaces de esperar
unos segundos hasta que llegaran a su apartamento. El miércoles se apareció en la
hora del almuerzo y ella cerró con llave la puerta principal antes de que la tomara
por detrás en el cuarto de atrás. El jueves era la víspera de Navidad y sabía por

112
experiencia que la firma legal de Martin tradicionalmente tenía un brindis después
del trabajo, un evento al que había ayudado a Elizabeth a planear varias veces
durante años. A pesar de que no lo habían discutido, sabía que no lo vería esta
noche. De hecho, con toda probabilidad pasarían algunos días antes de saber de él,
teniendo en cuenta la época del año. Un hecho que la hizo sentir ridículamente
vacía.

Era sólo sexo, después de todo. Había sobrevivido durante meses sin ello antes.
Podía soportar unos pocos días ahora.

Sus pensamientos vagaron a Elizabeth mientras arreglaba la tienda después de la


hora de cierre. No habían hablado durante unas semanas y Violet experimentó una
punzada cada vez más familiar de culpa al pensar en su amiga. Sintió la distancia
entre ellas profundamente, pero la idea de mentirle a E por la línea de teléfono
inmovilizaba su mano cada vez que tomaba el auricular.

Tenía que encontrar alguna manera de superar esto, por el bien de su amistad,
pero cada vez que pensaba en confesar lo que había pasado con Martin —lo que
estaba sucediendo aún— se sentía enferma y temblorosa.

No era tonta, comprendía que parte de ese sentimiento enfermo y tembloroso se


debía a un retroceso a lo que había sucedido cuando tenía dieciséis años, pero eso
no hacía ninguna diferencia. Estaba aterrorizada todavía de confesar sus acciones a
su mejor amiga.

Y sin embargo, tampoco podía encontrar en ella cómo negar a Martin.

Cuando estaba con él, el mundo se reducía a unos pocos metros cuadrados.
Estaban sólo sus ojos, su boca, sus manos, su pene y la forma en que la miraba, la
forma en que la tocaba, las cosas que le decía y su manera de moverse...

Suspiró profundamente. Era un caso perdido, la culpa y el deseo, se extendían en


grados iguales. Un lío, en otras palabras.

Se forzó a salir a Indian para la cena, y luego se acurrucó delante del televisor para
ver sensibleros especiales de Navidad. Como lo hacía todos los años, planeaba en
su mente salir al día siguiente. Algo decadente para el desayuno —ya que era

113
Navidad, después de todo— luego conduciría por el país para conseguir un poco
de aire fresco. Con un poco de suerte habría algunos niños con nuevas bicicletas y
patines para disfrutar a lo largo del camino, después volvería a casa y se abrigaría
cómodamente en el sofá. Tenía un par de películas que había estado guardando, y
haría su reconfortante comida favorita de macarrones con queso y comería un
montón de frutas, chocolate y nueces, mientras lloriqueara y riera de la TV. Luego
se iría a la cama temprano, y habría sobrevivido otro día de Navidad.

Se había convertido en una especie de tradición, su no-Navidad. Por un tiempo,


Elizabeth había intentado atraerla a la casa de sus abuelos para un gran almuerzo
familiar, completado con pudín de ciruela y regalos envueltos brillantemente, pero
Violet se había resistido siempre. No era tan patética como para tener que pedir
prestado a la familia de alguien más para lo que era, en realidad, sólo un día de
fiesta comercial. Una vez que Martin había aparecido, había estado muy contenta
de haberse mantenido firme. Compartir con él la Navidad cada año habría sido un
puente demasiado lejos, y extraerse a sí misma del arreglo sin ofender a los abuelos
de Elizabeth, casi imposible.

Además, había algo sólido y tranquilizador sobre su solitaria Navidad. Nadie


podía decepcionarla. Nadie podía cambiar de plan con ella. Nadie podía decidir
que ya no era digno de su amor y respeto, y rechazarla de su hogar. Así que si bien
podría ser difícil estar solo mientras que la mayor parte del mundo occidental
estaba comiendo pavo y pudín de ciruela e intercambiando regalos, era también un
recordatorio del hecho de que ella se cubría su propia espalda, que era fuerte y
resistente, su propia persona.

Estaba viendo un programa de chat cuando el intercomunicador zumbó. A pesar


de saber que Martin estaba ocupado en el otro lado de la ciudad, su vientre hizo
una pequeña voltereta en anticipación. Cruzó hasta el intercomunicador y pulsó el
botón.

—¿Hola?

—Soy yo.

—¿No tienes una fiesta?

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—Me escapé.

Ella sonrió, incapaz de reprimir el placer que sentía ante su confesión. Martin era
ferozmente ambicioso. Había pasado muchos, muchos años haciendo lo que se
necesitara para ser aceptado por los socios principales de la firma de abogados.
Hace unos meses, la idea de eludir una función de la empresa hubiera sido
impensable para él, estaba segura de ello.

Sin embargo esta noche, simplemente había hecho eso y había ido con ella.

Ella oyó el zumbido desde arriba, luego miró hacia su holgado pantalón de pijama
de franela. Estuvo tentada de hacer una carrera a su dormitorio y cambiarse con
algo más glamuroso, pero ya podía oír el roce de sus pisadas en los escalones.

Tendría que recibirla como la encontrara.

Extendió la mano y se sacó la cola de caballo en la cuál había recogido su cabello


cuando terminó el trabajo y lo ahuecó rápidamente antes de abrir la puerta
principal. Martin todavía estaba vestido con su uniforme y un abrigo azul marino,
y estaba helado cuando cruzó el umbral

—Pareces congelado —dijo cuando él se encogió de hombros para quitarse su


abrigo.

—Tuve que estacionar a dos manzanas y caminar.

—¿Quieres tomar alguna bebida caliente? ¿Café, té? ¿Un coñac?

—No.

Él la alcanzó, y su boca encontró la suya con precisión. Sabía a whisky y sus manos
se deslizaron hacia la parte baja de su espalda, encontrando rápidamente en su
camino la cinturilla de su pijama. Tranquilamente ahuecó su trasero desnudo,
levantando su cabeza para mirarla a los ojos.

—¿Esperándome?

—Siempre voy sólo con el pijama.

115
—Recuérdame dar una fiesta de pijamas dentro de poco.

La paseó de espaldas por el pasillo a su dormitorio, empujándola hacia abajo sobre


la cama y donde bajaron con él encima de ella. A ella le encantaba la intensidad de
sus caricias, la manera en que él moldeaba, calmaba y la tanteaba con sus manos y
boca, como si su único propósito en todo el mundo fuera darle el mayor placer
posible. Simplemente estaba más que feliz de permitirlo, suspirando y
estremeciéndose bajo su asalto.

La acarició hasta que llegó dos veces al clímax antes de deslizarle dentro de ella y
empezar un viaje lento y moderado. Cuando puso su mano entre sus cuerpos para
encontrarla nuevamente, ella sacudió la cabeza, segura de que posiblemente no
podría llegar otra vez.

Él le murmuró cosas dulces, incomprensibles y obscenas en su oído y le mostró lo


equivocada que estaba, mientras se retorcía con un orgasmo arqueando su espalda
antes de hundirse hasta el fondo a sí mismo y encontrar su propio descargo.
Aunque ella estaba lánguida con la satisfacción, le hizo rodar sobre su barriga más
tarde y masajeó la tensión del día de sus hombros.

—¿Un mal día? —preguntó cuando sintió la tensión de sus músculos.

—Sí. Tenemos un gran caso de quiebra en este momento. Las pruebas por la
responsabilidad del embargo, millones de declaraciones… un seguimiento de todo
ello es casi imposible.

—Lo harás.

Levantó su cabeza, por lo que pudo mirarla por encima de su hombro.

—Estás muy segura de mí, dado que incluso no tienes ni idea de si soy competente
o no.

—Claro que eres competente. Has ganado todo lo que tienes. Eres responsable,
meticuloso y honrado.

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Él se quedó inmóvil. De repente se sintió muy tonta, como si hubiera hecho un
comentario sobre algo que no debería saber o se hubiera sobrepasado de alguna
manera.

—Gracias —dijo en voz baja—. Lo creas o no, necesitaba oír eso.

Ella se estiró encima de él, cubriendo su cuerpo con el suyo, y presionó un beso en
la nuca de su cuello.

—Eres como un buen colchón —dijo.

—Y tú, una buena manta.

Su mano deambuló hacia su muslo, aferrándolo ligeramente.

—Entonces qué, ¿tienes planeado un gran día para mañana? —preguntó


perezosamente—. ¿Ir haciendo rondas familiares, y comiendo el pudín de ciruelas
hasta que te sientas cansada?

Ella pensó en sus parientes y la gran casa en Sussex que no había visitado en años.

—Algo así. ¿Qué harás tú?

—Almuerzo con mamá. Normalmente algo improvisado y extraño pero a ella le


gusta pensar que puede cocinar, y no le veo sentido desilusionándola en esta tardía
fase.

—Muy amable de tu parte.

—Lo intento.

Sabía que estaba tomándole el pelo, sin embargo, levantó su peso corporal hasta
que quedó a un lado de la cama y la volcó a su lado. Ella se rió, y suspiró cuando él
bajó la cabeza a sus pechos y rodeó un pezón con su boca.

—¿Qué conseguiste para ella? —preguntó Violet.

—¿Perdona? —Sus palabras fueron amortiguadas por su pecho.

—Tu madre. ¿Qué le regalarás?

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No estaba segura de por qué estaba preguntando eso. No conocía a la Sra. St Clair.
No tendría ni idea de si el regalo sería apropiado o si lo apreciaría. Pero por alguna
razón quería saber más. Sobre él, sobre su vida, su mundo.

—Ella afirma que no necesita o quiere nada. Siempre lo hace. Así que le compré
una televisión nueva y entradas para "El Fantasma de la Ópera"'. Ya lo ha ido a ver
tres veces pero a ella le gusta la muerte, por lo que…

—¿Has estado con ella las tres veces?

—Sí.

Había un cierto desagrado en la sola palabra, lo cual le dijo que él no compartía el


amor de su madre por Andrew Lloyd Webber. Aun así la había llevado tres veces,
y se estaba preparando para una cuarta.

Sintió una repentina, casi abrumadora ola de cariño y simpatía por él cuando se lo
imaginó escoltando a su madre dentro de la ciudad en su gran noche y soportando
imperturbablemente durante más de dos horas de teatro musical.

Ella descansó la mano sobre su cabeza, con sus dedos enredándose en su cabello,
un poco cegada por la fuerza de su reacción.

—Lo creas o no, es posible dormir en medio del segundo acto si tienes los asientos
correctos —dijo él entre beso y beso por la pendiente de su pecho.

—Bueno, entonces, está bien.

Hicieron el amor de nuevo antes de que él rodara de la cama y empezara a recoger


su ropa. Aunque racionalmente había supuesto que él se iría a la casa —era la
víspera de Navidad, después de todo— una parte de ella esperaba secretamente
que pudiera quedarse a pasar la noche, de manera que él tenía el domingo.

No estaba a punto de preguntarle, sin embargo. Ni en un millón de años. En


cambio, tiró de su albornoz y lo vio en la puerta.

—Que tengas mañana una feliz Navidad. —Lo llamó mientras él descendía por las
escaleras.

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—Tú, también, Violet.

Una vez más no habían discutido cuando se verían de nuevo. Ella reflexionó sobre
el significado de lo que definitivamente se fue convirtiendo en un hábito mientras
cerraba con llave.

¿Sería por qué ninguno de ellos quería concretar las reglas? Él acababa se salir de
una relación de seis años y un casi-matrimonio, después de todo. Y ella estaba
traicionando a su mejor amiga cada segundo que pasaba con él.

O quizás simplemente era que ambos estaban conscientes de lo frágil y nebuloso


que estaban las cosas entre ellos. Si lo hacían demasiado obvio para ser pasado por
alto o ponían demasiadas expectativas en ello, bien podría desmoronarse. Después
de todos, era sólo sexo. Sin mucho fundamento para nada sustancial.

Se deslizó de vuelta entre las sábanas todavía tibias del cuerpo de Martin y durmió
profundamente, despertándose con el rotundo zumbido de su teléfono.

Sabía quién era antes de que contestara: Elizabeth, memorizando la diferencia de


horario entre Inglaterra y Australia si no se equivocaba.

—Lo sé, lo sé, es prácticamente medianoche —dijo Elizabeth—. Me di cuenta que


he estado tan liada con todo lo que está pasando aquí que no he hablado contigo
desde hace semanas. Vi, hay tantas cosas que necesito decirte…

—Estoy escuchando.

Elizabeth respiró profundamente.

—Estoy enamorada, y no voy a volver a casa. Esos son los dos grandes titulares.

Violeta se sentó en la cama; la adrenalina y el miedo surgiendo a través de ella.

—¿Qué?

—Lo siento sé que ha pasado mucho tiempo desde que te llamé, pero esto es tan
intenso, Vi. Nathan y yo… lo amo tanto. Él es dulce e inteligente, y gracioso e
irreverente, y tan amable. Y, sí, un poco desorganizado. Pero no creo que eso sea

119
irreparable. ¿Y sabes qué? Incluso si lo es, me quedo con lo que es, cualquier día.
Es el hombre con el que quiero pasar el resto de mi vida.

—De acuerdo. Entiendo que te hayas enamorado. —Después de todo,


prácticamente había adivinado que Elizabeth se había enamorado hace tiempo de
Nathan. Cada conversación que ellas habían compartido había estado salpicada
con referencias a él, cuán genial era y cómo E no podía esperar hasta que Violet
tuviera una oportunidad para conocerlo—. Repasemos la parte de no regresar a
casa otra vez. Esa es la parte que me está volviendo loca ahora mismo.

Violeta abrazó sus rodillas en su pecho, consciente que no iba a gustarle lo que
estaba a punto de oír.

—Él tiene un negocio aquí, Vi. Y tiene demasiadas cosas en su vida ahora mismo
para lidiar con un gran viaje. Además el clima es bastante sorprendente. La gente
mantiene la advertencia de que el invierno puede ser bastante desagradable, pero
no puede ser m{s feo que el de Londres, ¿no? Y mi padre est{ aquí… Esto se siente
como si necesitara estar aquí ahora mismo.

—¿Pensé que tu padre no mostraba interés?

—Algo pasó. Prométeme que no enloquecerás, pero la semana pasada tuve un


pequeño accidente y tuve un corté bastante grave. Nate tuvo que llevarme
apresuradamente al hospital y pienso que eso asustó a Sam. Le hizo darse cuenta
de que podríamos no tener otra oportunidad para conseguir arreglar esto. Así que,
estamos hablando. No es perfecto. Él definitivamente no es perfecto. Pero, además,
tampoco lo soy yo. Gracias a Dios. —Elizabeth se rió, y Violeta pudo oír una
riqueza de experiencia y ansiedad en el sonido.

De repente sintió como si un vacío abismal se hubiera abierto entre ellas, un Gran
Cañón de distancia insuperable, tanto geográfico y emocional. E estaba al otro lado
del mundo, locamente enamorada de un australiano. Quería quedarse allí y
establecerse. Sin alguna duda se casarían y tendrían hijos algún día. El último mes
había sido claramente un punto crítico para ella… y había pasado por todo ello sin
necesidad de Violet.

120
Mientras tanto, Violet había estado en Inglaterra, cargando con un deshonesto y
confuso pensamiento, con relación a la aventura con el ex de Elizabeth. Mintiendo
a su mejor amiga. Aterrorizada de decirle la verdad.

Tantos años de amistad. Tanto amor. ¿Cómo demonios había llegado a esto?

Es tu culpa. Nunca debiste haberle llevado ese licor. Pero no podías resistirte, ¿podías? Y
pudiste abstenerte ahora.

—Di algo, Vi —dijo Elizabeth en voz baja.

—Te extrañaré —dijo Vi, con un nudo en la garganta. Las lágrimas llenaron sus
ojos y parpadeó rápidamente.

Debería estar contenta por su amiga. Feliz de que ella estuviera enamorada, de que
estuviera a punto de embarcarse en una nueva aventura emocionante. Pero al
parecer era demasiado egoísta para superar su propio sentido de pérdida.

—Te extrañaré, también, Vi. Vendré a casa muchas veces, no te preocupes. Y


puedes venir aquí. Cada día festivo que tengas, los próximos cuarenta años.
—Elizabeth sollozó y Violet sabía que estaba llorando, también.

—Lo siento. Estoy contenta por ti. Realmente, estoy emocionada por ti. Pero voy a
extrañarte como una loca, E. Eres mi mejor amiga.

—Tú eres mi mejor amiga, también, cariño. Te quiero mucho. Si no hubiera sido
por ti, nunca habría tenido el valor para dar este salto. Cada vez que tenía la
posibilidad de arriesgarme o jugar seguro, escuchaba tu voz en mi cabeza,
animándome a seguir adelante. Realmente, cuando pienso en ello, todo esto es tu
culpa.

Violet no pudo hablar en ese momento, estaba demasiado ocupada sollozando,


mientras sostenía la boquilla lejos para que Elizabeth no pudiera oír lo angustiada
que estaba.

121
—Vi, si estás llorando en este momento, voy saltar en un avión e iré a sacudirte
hasta que entres en razón. Podemos hablar por teléfono, Skype, correo electrónico
y visitarnos. No será lo mismo, lo sé. Pero no nos perderemos la una a la otra.

Violet utilizó la esquina de la sábana para secarse los ojos. Tomó una respiración
profunda y acercó el auricular de nuevo.

—Lo sé. Será genial. Y siempre he querido ir a Australia. La gente sigue


diciéndome lo atractivos que son los tipos allí.

—Lo son. Muy sexys. Te encantará. Tal vez incluso te decides a emigrar, también.
—Había una nota nostálgica, de esperanza en la voz de Elizabeth.

Tal vez lo que E estaba haciendo era una cosa importante. Abandonando a sus
amigos, su familia, todo lo que conocía y amaba, asumiendo una nueva vida en un
nuevo país. Todo por amor. De repente una emoción afloró, inundando a Violet,
de orgullo y alegría por su amiga que había logrado encontrar con tanto éxito su
propio camino.

—E, eres excepcional —le dijo, incapaz de articular las emociones que llenaban su
pecho y vientre—. Si estuvieras aquí ahora mismo, te daría el beso más grande,
luego te sacaría a beber champán francés y bailar hasta quedar rendidas.

—¿No es el día de Navidad? ¿A dónde iríamos para tomar ese archiconocido


champán y bailar?

—Encontraríamos alguna parte. Somos unas jovencitas ingeniosas y con recursos.

Ella inhaló con fuerza, aspirando nuevamente el resto de sus lágrimas. No haría
esto más difícil para Elizabeth de lo que ya era. Estaría contenta por ella.

Hablaron durante unos minutos más, luego la batería de Elizabeth comenzó a


sonar y tuvieron que terminar la llamada. Violeta cayó en la cama más tarde, su
rígido rostro con lágrimas secas.

E no iba a volver a casa. Y Violet todavía no le había dicho que mierda de amiga
había sido con ella.

122
Todas las excusas habituales se estaban quedando obsoletas: Elizabeth estaba
demasiado ocupada, sería bueno hacerlo cara a cara, Elizabeth necesitaba la
amistad y apoyo más que la honestidad, y una confesión egoísta.

Todo eso eran estupideces, fundamentalmente. Violet era una cobarde. Una
cobarde pusilánime y miedosa. Demasiado asustada para afrontar las
consecuencias de sus propias acciones.

Completamente miserable, giró su cara hacia la almohada y arrastró la colcha


encima de su cabeza. Para agregar a su desgracia, era el día de Navidad, y por una
vez simplemente no tenía energía para fingir que no le importaba estar separada
de su familia. Habían pasado casi diez años desde que había dejado de luchar
contra la determinación de su madrastra de creer lo peor de ella y darles la espalda
a sus hermanastras, y su padre. Por cada uno de esos diez años, se había esforzado
para no extrañarlos, para no detenerse a pensar en lo que podría haber sido.

Esta mañana, cedió ante el sentimiento y se permitió imaginar cómo sería su día.
Desayuno en la cocina mirando a su madrastra Diana, y el apreciado jardín de
rosas, luego la primera misa de la mañana en la iglesia del pueblo. El almuerzo se
serviría en el comedor de gala, con la mejor porcelana china, todos con sus mejores
galas. Sus dos hermanas, Isabel y Sophie, tenían quince y dieciocho años,
respectivamente, ahora. Sin duda recibirían algo bonito y lujoso de su padre, bajo
el árbol de Navidad. Él siempre había sido generoso con los regalos como también
con su atención, tiempo y afecto. Y aun cuando no lo fuera, Diana se aseguraría de
que sus chicas estuvieran atendidas. Siempre había sido muy persistente sobre eso,
excluyendo las malas influencias de sus vidas.

Se preguntó cómo se verían Bella y Sophie ahora. La última vez que las había visto
había sido hace cinco años, un encuentro accidental en el vestíbulo de la zona de
comidas en Harrod. Diana estaba con ellas, y Violet todavía podría recordar el
altivo desdén en sus ojos cuando dirigió su mirada al abrigo vintage de imitación
de piel de leopardo de Violet y el mini-vestido negro.

Su reprimenda de la cabeza-al-dedo del pie había sido digna de Martin y su mayor


desaprobación. ¿Era de extrañar que Violet hubiera caído en su trampa, tan

123
fácilmente? Había tenido tanta desaprobación en su vida, que no había sido capaz
de soportar ni un ápice más.

Empujó su nariz en la almohada, haciéndole difícil respirar, pero no quería salir


del capullo de su cama. Quería acurrucarse, dormir y despertarse para encontrar
que todo lo que estaba mal en su vida había sido corregido. Quería que E fuera a
casa y que su padre recordara que tenía tres hijas.

Y quería que Martin fuera simplemente un chico fantástico, el tipo sexy que se
había encontrado y no el ex-novio de Elizabeth.

Abandonó la batalla contra su almohada y rodó hacia su lado, manteniendo sus


ojos firmemente cerrados. Quizás dormiría todo el día de Navidad. Tal vez ese
fuese el mejor regalo que podría darse este año.

124
Capítulo 8

Traducido por LizC y Clau12345

Corregido por Nanis y LizC

artin soportó la Navidad en el apartamento de su madre todo el


tiempo que pudo. Como el año pasado y el año anterior, había
invitado a una colección no coincidente de niños abandonados y
callejeros de todo el estado a celebrar con ellos, incapaz de permitir que alguien
pase la Navidad solo.

El resultado fue una mesa llena de gente, una comida sobre-cocida, villancicos
demasiado estridente de la radio y un grupo de desconocidos que parecían
conocerse todos entre sí.

Él era el tercero en discordia, como siempre había sido, de hecho. Era el único del
puñado de sus compañeros que había ido a estudiar a la universidad después de la
secundaria. La mayoría de sus compañeros de colegio no entendían por qué
siempre había trabajado tan duro para sacar buenas calificaciones, por qué siempre
estaba planeando para el futuro. A decir verdad, Martin no estaba muy seguro de
qué lo llevó a hacerlo, tampoco, por qué estaba conectado de manera diferente de
ellos. Todos habían crecido en la pobreza, después de todo. La mayoría de ellos
provenían de hogares monoparentales, también. Sin embargo, siempre había
querido más.

Tenía más ahora. Un apartamento encantador en la parte derecha de la ciudad,


dinero en el banco, un auto elegante y clásico. Muy pronto, a menos que estuviera
leyendo mal las señales, se haría socio de la firma. Sus zapatos eran italianos y
hechos a mano, su camisa a medida. Bebía whisky de treinta años y comía en los
mejores restaurantes.

125
Y hasta hace poco había tenido la perfecta compañera sofisticada y refinada para
compartirlo todo con ella.

Había pensado que Elizabeth era lo que quería, lo que necesitaba. Pero Elizabeth
nunca había llenado sus pensamientos como Violet lo hacía.

Nunca había derivado en su mente durante reuniones importantes, o apoderado


de sus sueños.

Nunca le había inspirado tanta frustración o dado una erección que duró tres
platos de comida porque se había quitado sus bragas y se las metió en el bolsillo.

Martin fue arrancado de sus pensamientos por un codazo en las costillas, por
cortesía de la Sra. Slater, una vecina de su madre.

—Pon atención. Tu madre te está hablando.

—Lo siento, mamá —dijo—. No estaba concentrado.

—No me digas. Te pregunté si querías otro pedazo de pastel de ciruelas.

La mirada de Martin se dirigió al montículo enorme, todavía humeante de harina y


fruta que su madre había sacado de su calicó sudario no hace media hora. Era su
orgullo y alegría, una receta familiar, y aunque le daba indigestión levantó su plato
por una segunda porción.

Era Navidad, después de todo.

Su buena voluntad se acabó cuando alguien sugirió adivinanzas después del


almuerzo. La idea de pasar varias horas imitando antiguos títulos de películas en
la habitación de enfrente sobre-amueblada de su madre le daban ganas de
golpearse la cabeza contra la pared. Se quedó el tiempo suficiente para establecer el
nuevo televisor de pantalla plana que le había comprado, luego la besó en
despedida y la dejó allí.

Su conjetura era que se sentía aliviada de que se fuera así como él de irse. Ella
siempre había estado un poco desconcertada por él. No es que él dudara de su
amor o que no estuviera orgullosa de él. Pero ella no lo entendía. Su mundo se

126
define por lo que estaba en la televisión, quién ganó el fútbol el fin de semana y lo
que sus vecinos estaban haciendo y diciendo.

Podrían muy bien vivir en planetas diferentes.

Regresó a casa a través de la ciudad sobrenaturalmente tranquila, maravillado de


lo fácil que fue llegar aquí cuando todos los demás estaban sobreponiéndose al
pavo y a la demasiada salsa de brandy.

A pesar de que estaba fuera de su camino, se encontró conduciendo por delante de


la tienda de Violet al pasar en su camino a casa. No porque esperaba que ella
estuviera allí, o porque quería tener sexo. No estaba muy seguro de qué lo atrajo
allí, por lo menos, no estaba dispuesto a examinar la urgencia lo suficientemente
cerca para averiguarlo.

Todavía no, de todos modos.

Cruzó pasando, mirando a la ventana de arriba. Una sombra pasó por detrás de la
cortina.

Puso el pie en el freno, con el ceño fruncido. Violet estaba en casa, entonces. Miró
su reloj. Eran apenas las tres. Era evidente que había tenido una rápida celebración
de la Navidad, como él.

O tal vez su familia tenía diferentes tradiciones. Tal vez hacían algo por las noches.

Dos cosas le vinieron a continuación: la falta de decoración de Navidad en el


apartamento de Violet, y la forma en que su cuerpo se había tensado por unos
pocos segundos anoche cuando le había preguntado qué iba a hacer hoy.

Se detuvo junto a la acera y apagó el motor. Aún frunciendo el ceño, cruzó la calle
y tocó la campana.

—¿Hola? —Su voz sonaba extraña por el intercomunicador.

—Feliz Navidad —dijo él.

Hubo una larga pausa. Y entonces:

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—¿Qué estás haciendo aquí?

—Estoy en mi camino a casa. Déjame subir.

—Voy saliendo.

Echó la cabeza hacia atrás, considerando la ventana de arriba en blanco.

—No, no lo haces.

Otra larga pausa.

—No soy buena compañía en estos momentos.

—Perfecto. Déjame subir, Violet.

Esperó, con la mano en el picaporte. Él sabía que iba a dejarlo entrar. Si fuera ella
en su puerta, él no podría negárselo, y supo que, en sus entrañas, ella no se lo
podía negar, tampoco.

La puerta zumbó y la empujó para entrar.

Esperaba en la parte superior de la escalera, enmarcada por la puerta, con los


brazos cruzados sobre su pecho, la mandíbula apretada. Llevaba el mismo pijama
de anoche con una sudadera con capucha de gran tamaño y grandes calcetines
suaves. Tenía los ojos hinchados, el cabello recogido en coletas desequilibradas.

Había una pequeña mancha de chocolate en su mejilla y otra en la parte superior.

Se detuvo en el escalón más alto, evaluando su estado de ánimo. Sola y triste con
notas de fondo de desafío, decidió.

—¿Qué pasó con la cena con la familia? —preguntó él.

—Cambio de planes.

Claro.

—¿Por qué tengo la sensación de que no había planes para empezar?

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Por supuesto, eso era lo que significaba ese momento de tensión anoche. Cómo no
descifrarlo antes.

Ella no se inmutó.

—¿Importa?

—Sí. Sin duda es importante que tuvieras toda la intención de pasar el día de
Navidad sola.

—No es una gran cosa. Lo hago todos los años. Esto es lo mío.

Llevaba seis años conociéndola, y sólo en las últimas semanas había comenzado a
entenderla y a saber cómo interpretarla.

—Toma una ducha —dijo, poniendo una mano en su hombro y dándole la vuelta
hacia el baño—. Te voy a llevar a salir.

—Es el día de Navidad. Nada estará abierto.

—Te sorprenderías.

Él le dio un suave empujón. Ella clavó los talones en su lugar.

—No quiero salir.

—Terca.

—Martin…

—Te llevaré hasta allí y te rociaré con agua como en la escena de la ducha de First
Blood si tengo que hacerlo.

Por primera vez desde que había llegado su cuerpo se suavizó.

—Tienes cinco minutos —dijo él.

—Ya quisieras. Mínimo, quince.

—Diez.

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Estuvo lista en veinte, saliendo de su dormitorio en unos jeans de bota estrecha,
bien ceñidos, un suéter rojo y esponjoso, y botas de charol rojas de tacón de aguja.
Olía bien, y su cabello caía suelto sobre sus hombros en suaves ondas.

—Si me llevas a McDonalds, voy a estar muy molesta contigo. Para que lo sepas.

—Entendido.

La ayudó a ponerse su chaqueta y envolvió su bufanda alrededor de su cuello. Ella


le lanzó una mirada desde debajo de sus pestañas y vio la incertidumbre en ella. La
duda.

Una ola de proteccionismo totalmente inesperada se apoderó de él. No sabía qué o


quién la había herido tanto e inspiró esos ojos hinchados y los atracones de
chocolate, pero quería envolverla entre sus brazos y asegurarle que fuese lo que
fuese, iba a estar bien.

Se limitó a ajustar su bufanda, liberando su cabello de debajo de ella.

—Listo —dijo.

Luego la besó, con una mano ahuecando la curva de su mejilla. Sabía a dentífrico, y
ella se apoyó en él, con una mano apoyada en la tela de su suéter.

Después de unos segundos rompió el beso, frotando su mejilla contra la de ella


brevemente antes de dar un paso atrás.

—Vamos.

Estaba oscureciendo cuando se dirigieron a Bloomsbury. Violet le lanzó una


mirada mientras estacionaba en el callejón detrás de su apartamento.

—Pensé que íbamos a salir.

—Lo hago. Esto está fuera.

—Supongo que es mejor que McDonalds.

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Ella nunca había estado en su apartamento antes y él era consciente de sentirse
nervioso cuando lo siguió a través de la puerta. Por sus estándares el sofá de cuero
oscuro y sillones eran probablemente aburridos, al igual que las cortinas de
terciopelo de color óxido. Una pared estaba dedicada a un dispositivo de estantería
integrado, llena de libros y varias piezas de arte, y objetos de interés que había
seleccionado a lo largo de los años. Vio cómo su mirada se apoderó de todo,
deteniéndose aquí y allá.

—¿Y bien? —preguntó.

—Mejor de lo que pensaba. Al menos no tienes una cabeza de venado disecada.

—Espera a ver el dormitorio.

—Dios, espero que estés bromeando.

Se dirigió a la cocina, desprendiéndose de su abrigo y dejándolo derrapado sobre


el respaldo de una de las sillas del comedor.

—Oh, esto es genial —dijo ella cuando vio su comedor privado Birdseye Maple Art
Deco.

—Ya lo creo.

Deslizó una mano por el respaldo curvo de una silla sinuosa.

—Y aquí estaba yo, esperando un ambiente señorial.

—Estoy ahorrando mis centavos para uno.

Su mirada se agudizó cuando comenzó a sacar la comida de la nevera. Un pollo,


un manguito de celofán de estragón, papas, zanahorias bebé.

—¿Vas a cocinar para mí?

—Así es.

Se quitó el abrigo y desenrolló la bufanda lentamente. Fue un movimiento bastante


inocuo, pero todo lo que hacía Violet era sexy y se sintió cada vez más duro.

131
—¿Sabes cocinar? —preguntó mientras se deslizaba sobre uno de los taburetes en
el mostrador de la cocina.

—Vas a tener que esperar y ver.

—¿Puedo tomar algo mientras espero?

—Sírvete tú misma. —Le señaló hacia su refrigerador de vino.

Ella cruzó la habitación, comprobando las botellas a través de la puerta de vidrio.

Lanzó un silbido.

—Tienes un Chateau Margaux aquí.

—Dos, en realidad. Podemos abrir una si lo deseas.

Ella sonrió, disparándole una mirada desafiante.

—Debería atenerte a eso, sólo para darte una lección.

Deslizó un cajón para abrirlo y agarrar el abridor de botellas, ofreciéndoselo. Ella


lo miró fijamente.

—Ese vino tiene que valer unas 500 libras.

—Más cerca de 700 libras, en realidad.

—¿En serio has gastado tanto dinero en una botella de vino?

—Lo hice.

—¿Puedo preguntar por qué?

—Pensé que me convertiría en una mejor persona —dijo con sequedad por lo que
supo que estaba bromeando, pero inclinó la cabeza hacia un lado.

—¿Lo hizo?

—¿Qué crees tú?

—Creo que siempre has sido una persona bastante sorprendente.

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Se miraron el uno al otro por un largo minuto, en el que el único sonido era el tic-
tac del reloj de pared.

—Pásame la botella —dijo él.

Ella entrecerró los ojos por un segundo.

—Deberías saber que siempre gano en los juegos de pollo.

Él arqueó una ceja. Ella se encogió de hombros y abrió la nevera de vinos, sacando
la botella de Chateau Margaux de su cuna. Se la entregó con un brillo en sus ojos
que decía te-reto.

Él utilizó el cuchillo del saca corchos para romper el sello metálico. Ella hizo un
pequeño, angustiado sonido en el fondo de su garganta.

—¿Estás bien?

—No

Presionó la punta del sacacorchos contra el corcho para conseguir un buen agarre.
Comenzó a girarlo. Violet sacó una mano, agarrando su muñeca para detenerlo.

—Espera. ¿Estás seguro?

—Sí.

—¿No deberías guardarla para una ocasión especial?

—Esta es una ocasión especial. Estamos cenando.

Su mano se cerró en la de él por un segundo, luego la dejó caer.

—Está bien. Es tu vino.

Destapó la botella y sirvió dos copas, deslizando una a través del mostrador hacia
ella.

—Feliz Navidad, Violet —dijo en voz baja.

Su copa besó el borde de la de ella.

133
—Feliz Navidad —dijo ella, con sus ojos marrones dorados de pronto solemnes.

—¿Por qué no estás con tu familia hoy? —preguntó él, incapaz de morder su
lengua por un momento más.

—Si crees que una copa de vino de 700 libras me va a volver una borracha
descuidada y habladora, quizás debas verter de nuevo el líquido en la botella
—dijo ella, ofreciéndole su copa de regreso.

Él la rechazó.

—No tienes que decirme nada si no quieres.

—La psicología inversa tampoco funcionará.

—Está bien. —Tomó un sorbo de su vino y luego comenzó a pelar una cebolla.

Violet lo miró con recelo, como si estuviera esperando que le tendiera una trampa.

—Siéntate y bebe tu vino, Violet —le dijo, sin levantar la vista de lo que estaba
haciendo.

Ella le obedeció a medias, tomando un sorbo de su bebida.

—¿En qué piensas? —preguntó.

—No pagaría más de 400 libra por él.

—Dale un poco de tiempo para que se refresque.

Ella esbozó una sonrisa.

—Es adorable. Realmente agradable.

Él picó la cebolla, siendo cuidadoso de mantener su rostro lejos de los humos.


Después de unos cuantos segundos, se deslizó de nuevo en su taburete.

—Mi madrastra piensa que soy una mala influencia.

Él se quedó quieto.

134
—¿Cómo?

— Mi madrastra piensa que soy una mala influencia. Es por eso que no paso las
navidades con mi familia. Tengo dos medias hermanas demasiado jóvenes, de 15 y
18, y no quiere que las tiente a mi camino demoníaco.

Él se detuvo un momento con el cuchillo encima de la cebolla.

—¿Ella te dijo eso?

—Ha pasado cierto tiempo, no puedo recordar las palabras exactas. Pero ese era
básicamente su punto.

Lo dijo con facilidad, con soltura, pero él apostaba a que recordaba con exactitud lo
que su madrastra le había dicho hace todos esos años. Palabra por palabra.

—¿Y tu padre está de acuerdo con ella?

—Mi padre es un hombre muy ocupado. No tiene tiempo para dirigir un negocio y
una familia.

—¿Cuándo fue la última vez que pasaste la Navidad con ellos?

—Hace diez años.

Hizo un cálculo rápido. Ella era un año menor que Elizabeth, lo que significaba
que debía haber tenido apenas diecinueve cuando recibió la orden de marcharse.

—¿Qué pasó?

—Hice las maletas y me fui.

—No. ¿Qué pasó antes de eso? —Porque debía haber más en esa historia.

Ella sonrió, una pequeña curva cínica en sus labios.

—¿Quieres decir, qué hice mal?

—Quise decir lo que dije. ¿Qué pasó?

Ella miró su vino.

135
—Cuando tenía dieciséis años, me involucré con uno de los profesores de mi
escuela. Algunas de las otras chicas se enteraron. Me llamaron a la oficina del
director. Mi padre estaba en un viaje de negocios, así que Diana manejó todo. Fui
mandada lejos a un internado después de eso, pero se corrió la voz. Siempre lo
hace. —Se encogió de hombros.

La sangre de él se heló.

—¿Qué pasó con el profesor?

—No lo sé. Diana no quiso hablar de ello conmigo. Me dijo que ya había causado
suficientes problemas.

Él bajó el cuchillo, la rabia hacía sus movimientos bruscos.

—¿Qué edad tenía ese tipo?

—Treinta y tantos, supongo. Era nuestro profesor de drama. Para ese momento,
pensaba que yo era algo bastante caliente porque me había notado. —Soltó una
carcajada sin sentido del humor.

—Vamos a ver si lo entiendo. ¿Una sórdida, retorcida historia de un profesor que


seduce a una chica de escuela y eres tú la que resulta exiliada? —Podía escuchar la
indignación en su propia voz. Estaba indignado. ¿Qué clase de mujer empaca a su
hijastra y la manda a vivir con extraños después de haber sido abusada por alguien
en quien confiaba?

—Tienes que entender, Martin, fui una chica precoz. Me desarrollé temprano, era
coqueta. Siempre interesada en chicos. Era una de esas chicas que buscan
problemas y los encuentran.

Él supo sin preguntar que esas palabras eran de la madrastra de Violet.

—A riesgo de sonar repetitivo, ¿dónde estaba tu padre en todo esto?

Ella arremolinó el vino alrededor de la copa.

136
—Supongo que estaba demasiado ocupado para darse cuenta. Sin embargo, hice
mi mejor esfuerzo por corregir eso, no te preocupes. Durante los próximos tres
años me echaron de cuatro escuelas. Me decoloré el cabello, perforé mi labio, mi
nariz, mis orejas. Traje a casa todos los perdedores de cabello largo sobre los que
pude poner mis manos.

Él levantó su copa.

—Bravo por ti.

Ella había luchado con las únicas armas que tenía: su cuerpo y su espíritu.

—Gracias. Eso funcionó. Obtuve su completa atención cuando Diana me dio su


ultimátum: me iba yo, o lo haría ella, pues no tendría a sus niñas bajo el mismo
techo que yo.

—¿Qué dijo?

—Nada.

—¿Disculpa? —Apoyó sus manos en el mostrador y la miró fijamente—. ¿Qué


quieres decir con nada?

—Se negó a participar. Nos dijo que lo resolviéramos entre nosotras. Así lo
hicimos. Yo me fui. Y no he vuelto.

Había orgullo detrás de esas simples palabras y una profunda herida. Trató de
imaginarse cómo debió haber sido para ella; explotada por un mentor en quien
confiaba, abandonada por la persona que debía estar allí para protegerla.

—Te repartieron una mano de mierda, Violet —dijo en voz baja.

—No fue genial por un tiempo. Pero Elizabeth se aseguró de que saliera adelante.
Sacó de mí todo el drama, el escándalo, las expulsiones, a pesar de que sus abuelos
querían que se distanciara de mí. Ella nunca retrocedió o me decepcionó. Ni una
vez.

137
Parpadeó y se dio cuenta de que estaba al borde de las lágrimas. Él rodeo el
mostrador para acercarse a ella, tratando de entender. Ella le había contado toda la
fealdad de sus diez años con los ojos secos, sin derramar ni una sola lágrima por su
yo más joven. Ahora que estaba hablando de Elizabeth, ¿se deshacía…?

—Violet —dijo, deslizando su brazo alrededor de sus hombros.

Ella lo miró, sus pestañas de punta con la humedad.

—Elizabeth llamó esta mañana. No va a regresar. Se queda en Australia.

Las lágrimas se extendieron, rodando por sus mejillas. Él la tomó en sus brazos,
consciente de que una opresión crecía en su pecho. No por lo que acababa de
contarle sobre Elizabeth, sino porque le dolía y no sabía cómo detenerlo.

—Lo siento —dijo estúpidamente—. Sé lo mucho que significa para ti.

—Es mi mejor amiga. Mi roca.

—Lo sé.

Volvió el rostro en su hombro. Él apoyó su mano en la nuca y se quedó mirando la


pared de la cocina. Si hubiera algo que pudiera decir o hacer para hacerla sentir
mejor, lo haría, en un santiamén. Pero no había, por lo que todo lo que podía hacer
era sostenerla.

Pensó en lo que acababa de decirle: llenar los espacios en blanco, uniendo los
puntos.

Fuera que ella lo supiera o no, su dolor por perder a Elizabeth estaba amarrado a
las heridas de su pasado. Había puesto todos sus huevos en la canasta de
Elizabeth porque no tenía otras canastas y ahora Elizabeth la abandonaba, como lo
habían hecho tantas otras personas en su vida.

Por un momento se llenó de una ira irracional hacia Elizabeth. Ella debía saber
cuánto significaba en la vida de Violet, lo importante que era. ¿Cómo en la tierra
podría alejarse de Violet, a sabiendas de su historia y de lo sola que estaba?

138
La parte racional de su cerebro sabía que Elizabeth tenía derecho a su propia vida.
Estaba juzgando un solo lado como para entender cuánto derecho se había ganado
a buscar su propia felicidad, en sus propios términos… incluso si eso significaba
mudarse al otro lado del mundo. Pero eso no detuvo sus ganas de sacudirla.

Violet se agitó en sus brazos, olfateando en voz alta.

—¿Tienes alguna servilleta?

—Tengo pañuelos. Espera y te traigo uno.

Se apartó de ella, su pecho haciéndose aún más pesado cuando vio cuán
angustiada estaba. Caminó por el pasillo a su dormitorio y tomó un puñado de
pañuelos de la cómoda, volviendo rápidamente a la cocina.

Violet estaba secándose las lágrimas de sus mejillas con la punta de sus dedos y
lucía vagamente avergonzada cuando él entró. Le entregó los pañuelos. Se limpió
la cara y se sonó la nariz. Por último, hizo contacto visual con él.

—Lamento volcar todo eso en ti. Buena manera de arruinar una costosa botella de
vino, ¿ah?

—Cállate —dijo y luego la besó, porque no había otro modo de transmitirle cómo
se sentía.

Protector, excitado, divertido y admirado eran sólo la punta del iceberg. Cada
minuto, cada segundo con Violet era una revelación. Era asombrosa… fuerte y
frágil, ardiente y dulce, tímida y atrevida. Una contradicción andante y hablante.
Un rompecabezas. Un misterio en el que un hombre puede pasar toda una gloriosa
vida desentrañando.

La idea le hizo romper el beso y dar un paso atrás. Los ojos de Violet estaban
cerrados y los abrió lentamente. Él miró en su profundidad de color ámbar y sintió
las piedras de su existencia desalineadas.

Desde sus primeros días, había tenido tantas ideas fijas sobre la forma en que había
querido que fuera su vida. Demasiadas cajas que quería marcar.

139
Nunca había tenido el coraje o la amplia imaginación para conjurar a Violet, a
imaginar una vida con ella a su lado.

Qué tonto de él.

Dio un paso más lejos de ella, una poco asustado por sus propios pensamientos.

—Será mejor que termine esta comida, o no vamos a comer hasta la medianoche.

140
Capítulo 9

Traducido por flochi y Dianthe

Corregido por flexi y July

iolet tomó su vino y observó a Martin moverse por la cocina con


sorprendente y reveladora confianza. Nunca había soñado que
Martin cocinara, pero claramente lo hacía. Y lo disfrutaba también,
como lo demostraba muy bien la bien usada tabla de cortar, la extensa colección de
especias y la amplia selección de libros de cocina que vislumbró cuando él abrió la
despensa.

Lo había llenado de preguntas sobre su comida mientras él trabajaba, en parte


porque estaba fascinada por ésta nueva imagen de él y en parte porque estaba
avergonzada por haberse puesto a llorar en su camiseta.

No debería haberle contado de su familia. No le hacía bien a ninguno, mucho


menos a sí misma, y ya era historia antigua. Un poco en carne viva el día de hoy,
pero aun así, antigua. Con respecto a las noticias de Elizabeth… Había un millón
de maneras más amables con las que ella pudo haber roto con él. No es que
estuviera devastado por la revelación de que Elizabeth no regresaría a casa.

Por otro lado difícilmente compartiría esa reacción con Violet, ¿no? Por lo menos
no cuando estaban durmiendo juntos.

Tragó más vino y trató que todo simplemente se fuera. No podía hacer nada sobre
el pasado, y no podía hacer nada con respecto a Elizabeth, y tampoco podía retirar
las cosas que le había contado.

—Todo estará bien, Violet.

141
Alzó la mirada y lo encontró mirándola fijamente. Tranquilizadoramente. Había
escuchado las mismas palabras cientos de veces en el transcurso de los años, pero
ganaron un nuevo poder cuando Martin las dijo. Estaba tan seguro. Tan sólido,
real y decidido.

Ella asintió, sintiéndose de alguna manera más ligera.

—¿Por qué no vas al living y pones algo en el estéreo?

Obedientemente recogió su copa y fue a la sala.

—Los CDs están en el extremo izquierdo de la librería —gritó.

Los vio y se dirigió hacia ellos. Rápidamente descubrió que su gusto era
sorprendentemente ecléctico. Bach y Beethoven, Springsteen y Simon Y Garfunkel,
Coldplay y Adele. Sus cejas se elevaron cuando vio un familiar CD amarillo
brillante.

—¿Desde cuándo te gustan los Sex Pistols? —gritó ella.

—Desde que tenía 14 años y estaba rodeado por cabezas rapadas y una juventud
furiosa y despojada de sus derechos.

Sonrió para sí cuando sacó el CD y lo metió en el reproductor. No su tradicional


comida festiva, pero esto apenas era una celebración tradicional.

Estaba a punto de dirigirse de regreso a la cocina cuando vio una invitación


cuidadosamente doblada colocada sobre el mantel. La apertura, los estruendos
acordes de “Anarchy in the UK” llenaron la sala en tanto cedía a la curiosidad y se
acercaba un paso.

Era una invitación a una cena Equinoccio de Primavera en el Savage Club. Sonrió,
sabiendo lo duro que había trabajado Martin para posicionarse para la membrecía
en el exclusivo club. El padre de ella había sido miembro por años y había
escuchado suficiente acerca de los estirados tejemanejes de ahí para saber más allá
de cualquier duda que ella se aburriría sin sentido por todo ello, pero significaba
algo para Martin. Qué maravilloso que finalmente haya conseguido lo que quería.

142
Se preguntó indiferente con quién iría. Elizabeth iba a ser difícil de superar por
cualquier simple mujer mortal.

Su vientre se apretó cuando pensó en Martin llevando a otra mujer a una cena de
lujo. Se preguntó quién entre sus conocidos sería. ¿Alguien del trabajo, quizás? O
tal vez una amiga que podía intervenir para ayudarle.

Siempre podría llevarte a ti.

La idea fue tan absurda que se burló en voz alta. Martin y ella habían tenido sexo
un par de veces, pero no tenían una relación. No era tonta o ingenua para disfrutar
de esa pequeña fantasía. La cena era a mediados de marzo, más de dos meses
faltaban. Él verdaderamente habría seguido hacia adelante para ese entonces.

Además, ella era la última persona a la que le gustaría llevar al Savage Club.
Quería a alguien que le diera mérito. Alguien elegante, sobria y adecuada. Podría
disfrutar follando a Violet, pero estaba como a un millón de kilómetros del tipo de
mujer que querría en su brazo en tal evento.

Metió la invitación en el mantel y volvió a la cocina.

Él estaba salteando algo sobre la impresionante estufa de seis mecheros.

—Huele bien —dijo ella cuando volvió a su taburete.

—Patatas Dauphinoise. Lo tendremos con coq au vin6 y habichuelas en ajo. Me


temo que sólo tengo helado de postre.

—Intentaré tragarlo.

Esbozó una sonrisa sobre su hombro hacia ella. Ella dejó que su mirada se
deslizara por su espalda hasta su trasero. Imposible mirar su cuerpo sin recordar
cómo se sentía tenerlo sobre ella, su bienvenido peso presionándola en la cama, su
cuerpo moviéndose dentro de ella…

6
Coq au vin: Pollo al vino.

143
Martin regresó a la encimera para recoger un tazón con algo picado, su mirada
encontrándose con la suya. Se quedó quieto por un segundo, entonces una
pequeña y conocedora sonrisa curvó su boca.

—Sé paciente —dijo, su voz un poco áspera.

Que supiera lo que estaba pensando —lo que quería— simplemente por mirarla lo
único que hizo fue transformarlo en más. De alguna manera se las arregló para
atravesar el plato principal, pero cuando él fue a la cocina a servir el helado lo
siguió y lo llevó al dormitorio.

Lo tuvo perversamente en la cama, luego en la ducha. Después, hizo ruidos sobre


irse porque no quería prolongar su estadía, pero Martin le quitó la ropa y le ordenó
que volviera a la cama. Durmieron enroscados, y a la mañana hicieron el amor
nuevamente antes de que la llevara a su casa.

Esa noche marcó la pauta para las siguientes seis semanas. Si Martin estaba
ocupado con el trabajo, ella iba a su casa y se repantigaba en el sofá leyendo un
libro mientras él repasaba contratos o revisaba material. Cuando consideraba que
él ya había hecho suficiente por el día, lo distraía de la manera más provechosa.
Cuando no estaban en la casa de él estaban en la de ella, haciendo lo mismo, menos
lo del trabajo. Lo introdujo a los placeres del reality TV cuando descubrió que su
idea de relajarse era un vigoroso juego de squash. Él la introdujo a los placeres de
las buenas comidas, el buen vino y un impresionante sistema de estéreo.

De vez en cuando ella experimentaba un pequeño susto de sorpresa cuando se


daba cuenta que éste era Martin St Clair con quien lo estaba haciendo todo. Ni en
un millón de años habría pensado que estaría enrollada yaciendo en un sofá junto
a él, sus manos haciendo cosas maravillosas en el arco de su pie mientras miraban
“Dancing with the stars”. Él la hacía reír, la hacía pensar, y sí, a veces la exasperaba
con sus prepotentes de-ésta-manera-es-como-se-hará. Sin embargo, nunca lo
dejaba salirse con la suya, y peleaban más de una vez. Pero siempre se
reconciliaban de una manera espectacular, por lo que pensaba que valía la pena la
molestia.

144
Porque los días eran cortos y todavía hacía frío, fue fácil sentir como que estaban
viviendo en su propia burbuja. Hubo pocas interrupciones preciosas del mundo
real, y eso lo hacía engañosamente fácil para Violet fingir que lo que estaba
pasando entre Martin y ella era cerrado y privado. Le hablaba a Elizabeth al menos
una vez a la semana, y cada conversación estaba enfocada en Nathan y los planes
que él y Elizabeth habían hecho para el futuro. La habitual culpa y la auto
recriminación pesaban sobre Violet luego de colgar el teléfono, pero no contarle
sobre Martin se había convertido en su propio problema, ahora que había pasado
tanto tiempo. Una vez que el gato estuviera fuera de la bolsa, Elizabeth estaría
obligada a hacer preguntas y cuando Violet las respondiera sinceramente,
Elizabeth sabría que había ocultado su confesión por casi tres meses. Tres meses
durante los cuales había hablado varias veces con Elizabeth compartiendo todos
los detalles importantes y sin importancia de su vida, mientras Violet retenía el
hecho más significativo de la suya. Un hecho que tenía resonancia directa y
personal para Elizabeth.

Porque era un simple ser humano, Violet intentó justificar su comportamiento y


minimizar su deslealtad hacia su amiga. Se dijo que Elizabeth claramente lo había
superado —ella estaba profundamente, locamente enamorada de otro hombre,
después de todo, tanto así que planeaba emigrar para estar con él— y que la misma
Elizabeth le había dicho tantas veces que nunca amó a Martin de la manera en que
él se lo merecía. Elizabeth no tenía ningún reclamo sobre Martin. Él era un agente
libre. Al igual que Violet.

Cuando Violet se estaba sintiendo muy tranquila y racional, ambos argumentos


casi la convencieron de que Elizabeth estaría completamente bien con la noticia de
que su mejor amiga estaba saliendo con su ex-prometido. Entonces pensó cómo se
sentiría ella en los zapatos de Elizabeth y supo que incluso la más generosa y
abierta de las amigas tendría problemas para aceptar el descubrimiento de que
semanas después de que Elizabeth había cancelado su compromiso, Violet saltó a
los huesos de Martin.

Era demasiado pronto. Violet lo sabía en sus entrañas, y Elizabeth estaría


totalmente justificada en sentirse herida, traicionada y menospreciada. Sería un

145
milagro si la verdad no dañaba su amistad para siempre, o al menos
irrevocablemente. El pensamiento de Elizabeth siendo distante y recelosa con ella
fue casi más devastador para Violet que la noción de que su amiga podría
repudiarla totalmente una vez que supiera lo que había estado pasando.

Y mientras Violet seguía mordiéndose la lengua, y la culpa ocupaba una residencia


permanente en su vientre, una pequeña bola dura y fría que nunca se iba,
incendiando el estómago a proporciones dolorosas cuando le hablaba a Elizabeth y
casi muriendo cuando estaba con Martin.

Una parte de ella supo que la burbuja tenía que estallar en algún momento. Solo
había tiempo para meter la cabeza en la arena y fingir que lo que estaba
sucediendo no estaba pasando y que no significaba nada para ella misma,
Elizabeth o Martin.

Las cosas llegaron a un punto donde ella y Martin decidieron salir a comer para
variar un miércoles a la noche cuando febrero daba paso a marzo. Hasta ahora
habían limitado sus reuniones a la casa de él o a la de ella, sobre todo porque era
mucho más conveniente tener una puerta cerrada entre ellos y el resto del mundo
cuando las cosas se volvían cálidas, como inevitablemente lo hacían, siempre. Pero
éste miércoles Martin llegó tarde a casa de la oficina, y Violet tuvo que acurrucarse
en la entrada de su departamento por casi veinte minutos antes de que su coche se
detuviera en la acera.

—Lo siento. Tuve una llamada telefónica de uno de los socios senior justo cuando
me estaba dirigiendo a la puerta… —Se apresuró a subir las escaleras a donde ella
estaba parada y le tomó las manos, mirando su rostro con preocupación—. Pareces
muerta de frío. ¿Tengo qué meterte bajo una ducha caliente?

—Solo si formas parte del trato —dijo, conmovida por su preocupación.

Se dio la vuelta hacia la entrada del edificio, asumiendo que irían adentro, pero él
siguió estando a su espalda.

—Pensé que comeríamos afuera. No tuve oportunidad de ir al supermercado esta


noche.

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Ella parpadeó, momentáneamente tomada desprevenida por la sugerencia. Como
si la idea de salir en público y comer juntos fuera una creación innovadora por la
que ella necesitara ser persuadida, en vez de algo que la gente hacía cada día.

—¿No quieres salir a comer? —preguntó él, pareciendo ligeramente desconcertado


por su reacción.

—Seguro. Claro. ¿Qué tienes en mente?

—Hay un nuevo lugar Tai sobre la Calle Principal. No lo he probado todavía pero
supongo que es bueno.

—Suena perfecto.

La llevó a su coche. Se concentró en ponerse su cinturón de seguridad, todo el


tiempo tratando de averiguar por qué se sentía de repente tan desequilibrada. Le
tomó un minuto entender que era porque salir a cenar juntos era el tipo de cosas
que una pareja normal hacía. Y ella no los consideraba ni normal ni una pareja.

Después de todo, la mayor parte de sus interacciones hasta la fecha habían sido
llevadas por una casi compulsiva química sexual, una necesidad de estar desnudos
que derrotaba la lógica y la fuerza de voluntad. Había descubierto que realmente él
le gustaba, y le hubiera gustado que acostarse con él hubiera sido un beneficio
agradable y secundario de todo ello, pero era innegable que el sexo era lo que los
había unido en primer lugar.

—¿Cómo estuvo tu día? —preguntó Martin mientras navegaba a través del tráfico
de la hora pico.

—Un poco lento. Pero siempre es así a principios de año. Tengo material nuevo
llegando al final de la semana y voy a rehacer el escaparate el siguiente lunes. Eso
debería generar un poco más de tráfico.

—¿Qué tienes planeado? Para el escaparate, quiero decir.

Lo miró, segura de que él estaba siendo tan solo cortés, pero parecía genuinamente
interesado. Así que le contó, describiendo los exhibidores que había estado

147
recogiendo. Continuaron hablando a través de su comida, de su día, del gran caso
que tenía por delante y la realidad que él tenía la esperanza de asistir a un
internacional simposio sobre el fraude fiscal a finales de año. Poco a poco ella se
relajó, sintiéndose tonta por su malestar anterior. Al final del día, era una comida.
Alimentos que compartirían en un lugar público. No algo importante. Ni siquiera
cerca de serlo.

Martin insistió en pagar y todavía estaban discutiendo sobre ello cuando salieron a
la calle.

—¡Violet! Qué casualidad… He querido llamarte toda la semana para preguntarte


si te quedaron algunas de esas divinas bufandas Camboyanas.

La cabeza de Violet giró rápidamente cuando Melissa arremetió sobre ellos,


arrastrando a su marido Lewis con ella. El cuerpo entero de Violet se tensó cuando
la mirada de Melissa se deslizó sobre su hombro y encontró a Martin. Violet lanzó
un discurso, el pánico elevándose en su interior.

—Vaya, éste es obviamente el nuevo lugar de moda. Acabo de encontrarme a


Martin dentro. —Violet pudo escucharse hablando demasiado rápido pero fue
incapaz de detenerse. Todo en lo que podía pensar era que Melissa y Elizabeth
habían ido a la escuela juntas y que ella sabía a ciencia cierta que ambas
intercambiaban e-mails regularmente—. Claramente, todos hemos estado leyendo
los mismos blogs de comida. Quizás esa sea la razón por la que está lleno hasta casi
reventar allí dentro.

La sonrisa que les dio fue tan amplia que le dolieron las mejillas.

Por el rabillo del ojo vio a Martin fruncir el ceño. Entonces él se adelantó para
estrecharle la mano a Lewis.

—Estaba diciéndola a Violet que evitara el curry rojo a menos que tuviera un
estómago blindado —dijo con facilidad.

Violet dirigió toda su atención a Melissa, alejándose sutilmente de Martin.

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—Respondiendo a tu pregunta, lamentablemente todas esas bufandas se
vendieron. Pero estoy esperando un nuevo pedido esta semana, junto con un
montón de otras cosas. Debes pasarte. Tengo algunos chales de cachemira de
origen italiano que creo que amarás —continuó hablando de moda con Melissa,
mientras Lewis y Martin hablaban de fútbol. Después de cinco minutos Lewis
atrapó la mirada de Melissa.

—Vamos a perder nuestra mesa si no entramos —dijo.

—Me tengo que ir también —dijo Violet—. Encantada de verlos. Tengan una gran
noche. —Levantó una mano en señal de despedida y comenzó a caminar. Oyó a
Martin despedirse también. No miró sobre su hombro y caminó directo a su coche,
se detuvo cuando se encontraba a salvo al doblar la esquina.

Soltó su aliento en una ráfaga, cerrando sus ojos. Que cerca habían estado.
Demasiado cerca. La idea de Elizabeth enterándose de lo que había ocurrido entre
Martin y ella a través de un tercero, la hacia sentir mareada y ansiosa. Abrió sus
ojos de nuevo justo cuando el auto de Martin cruzó la esquina. Se detuvo junto a
ella y lo miró a sus ojos, no se sorprendió de ver que tenía su cara de abogado,
totalmente inexpresivo. Caminó hasta el lado del pasajero y entró. Salió del tráfico.
Ninguno de los dos dijo alguna palabra por unos segundos.

—¿Supongo que todavía no le has dicho a Elizabeth de nosotros? —Su voz era
cuidadosamente neutral.

—No veo el punto. —No era totalmente cierto, pero solamente le daría un resumen
detallado de su pensamiento mezclado, cargado de culpa donde él y Elizabeth
estaban involucrados.

—¿No lo ves?

—Sé honesto. ¿Cuánto crees que va a durar esta cosa entre nosotros? ¿Un par de
meses?

—Ya han pasado más de dos meses, Violet.

149
—Sabes lo que quiero decir. Nosotros somos como agua y aceite, Martin. La única
cosa que tenemos en común es el buen sexo.

Fue más lento en responder esta vez.

—Tenía la impresión que había un poco más que eso. Pero si es como tú vez las
cosas. Entonces estaba equivocado.

Su rostro se encontraba en blanco, pero un músculo parpadeó en su mandíbula y


Violet supo que lo había herido, con el reductivo comentario de su relación.

—¿Cómo ves las cosas entonces? —Las palabras se deslizaron sin su permiso. Su
estómago dio un lento, nervioso giro mientras esperaba que respondiera.

—¿Es importante? —Su expresión era dura y recordó que hacia poco, la mujer a la
que había preguntado casarse con él lo había rechazado en términos no muy
claros. De repente la forma en que lo negó, les negó, en el restaurante adquirió una
nueva luz.

—No sé lo que quieres de mí —dijo.

La miró mientras giraban en la esquina, sus ojos grises muy directos.

—Si, lo sabes. —Tragó saliva. En el fondo, sabía la dirección de esta conversación y


asustó la mierda fuera de ella. Sentía como si sus entrañas temblaran, como si
pudiera vomitar la cena.

—Hace poco tiempo, me despreciabas —dijo—. Apenas soportabas mirarme.

—Y ahora no puedo mantener mis manos lejos de ti o sacarte de mi cabeza. ¿Cuál


de estas reacciones crees que es el reflejo más exacto de mis verdaderos
sentimientos, Violet? Déjame darte una pista, a pesar de que estamos discutiendo,
de que estoy casi cien por ciento seguro que estás apunto de abandonarme, tengo
una erección con tu nombre sobre ella. Eso es porque apenas soportó mirarte.

La crudeza de su confesión trajo lágrimas a sus ojos. Era mucho más valiente que
ella.

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—¿Cómo podría abandonarte, Martin? ¿En qué universo crees que sería capaz de
hacer eso? —dijo, con su voz quebrada.

Él desvió el auto a la acera y lo siguiente que supo era que se encontraba en sus
brazos, aplastada contra su pecho mientras la besaba con una salvaje, irresistible
intensidad. Se agarró de sus hombros con tanta fuerza que sus dedos dolían,
tratando de acercarse a él. Después de un montón de desesperados segundos se
separaron, mirándose dentro de los ojos del otro.

—No se trató sólo de sexo, ¿verdad? —dijo.

—Nunca fue sólo sexo. —Sé inclino hacia adelante y la besó de nuevo, una gentil,
tierna promesa.

—¿Eso significa que quieres que vaya a la cena del Club Savage contigo? —Las
palabras se deslizaron por su propia voluntad. Había estado pensando sobre esa
invitación, lo que significaba para él y lo mucho que quería que le preguntara ser
su pareja, desde que vio la condenada cosa en su camisa.

—Por supuesto.

Para su crédito, lo dijo sin vacilar, pero sabía que debía tener sus dudas. Una cosa
era reconocer que ellos de alguna manera habían caído dentro de una relación,
pero ella no había sido exactamente el mismo modelo de Elizabeth.

Lejos de ello.

—No te voy a avergonzar, no te preocupes.

—Sé que no lo harás.

—Lo creas o no, sé como jugar el juego. Incluso puedo ser buena en eso. Si te
preocupa, tu puedes… —Besó las palabras de sus labios.

—No estoy preocupado. Vamos a ir. Tendremos una buena noche, o no. No es un
trato que se pueda romper.

—Sé lo mucho que significa para ti entrar a ese club.

151
Se encogió de hombros ligeramente.

—Sería bueno. Pero no estoy preparado para vender mi alma por eso. —Había
ganado mucho conocimiento de sí mismo, en sus ojos se vio, además conoció y
entendió que él había estado revaluando su vida a causa de la ruptura de su
compromiso.

—¿Es por eso que bebimos el Chateau Margaux el día de navidad?

—Eso es exactamente el por qué. —La miró muy serio y un poco disgustado, como
si estuviera enojado consigo mismo por algunas de las decisiones que había
tomado y los caminos que había elegido. Alargó la mano e hizo desaparecer el
pequeño ceño entre sus cejas con su dedo índice.

—Llévame a casa, Martin —dijo.

Martin se sentía optimista, quizás incluso un poco eufórico, mientras iba a trabajar
a la mañana siguiente. Acababa de dejar a Violet desnuda en su cama y planeaba
llevar la imagen de su saciada y sensual sonrisa con él, durante el día.

Se había quitado un peso de sus hombros después de su conversación anoche. En


las últimas semanas se había dado cuenta que lo que estaba pasando entre ellos
tenía el potencial de redefinir sus vidas. Violet era vibrante, audaz, apasionada,
impulsiva y tan sexy que podía ponerlo duro sin pestañear. Lo hacia reír, ver su
mundo con nuevos ojos. Y, sí, era tan diferente de Elizabeth como lo era posible de
ser.

Gracias Dios.

Su ánimo disminuyó momentáneamente cuando recordó la noche pasada, la parte


donde Violet se distanciaba de él afuera del restaurante y mentía a través de sus
dientes para convencer a Melissa y Lewis que accidentalmente se habían
encontrado. A pesar de sospechar que todavía no se había sincerado con Elizabeth
acerca de lo que estaba pasando entre ellos, no lo sabía a ciencia cierta. La
confirmación de sus sospechas, combinada con su negación, lo había golpeado
bien y verdaderamente fuera de balance.

152
Sabía que se encontraba probablemente a un millón de kilómetros de la clase de
hombres con los que ella salía. No era salvaje. No era bohemio. No venía de la
clase correcta de familia, no se codeaba con la clase correcta de personas. Pero
también sabia que sacudía su mundo en el dormitorio, que apreciaba su mordaz,
seco sentido del humor y que parecía tan ansiosa de pasar tiempo junto igual él,
tanto adentro como afuera de la habitación.

Lo que no se enteró hasta la pasada noche, era si todo esto era suficiente para
Violet. Si él era suficiente.

Pero había contestado esa pregunta anoche. Por primera vez ambos reconocieron
que esta cosa los había tomado por sorpresa, era real y valía la pena aferrarse a
ella.

Lo cual explicaba el zumbido en su sangre esta mañana y el hecho de que si no


andaba a zancadas bajo el alfombrado del pasillo hacia su oficina, estaría muy
tentado de empezar a silbar.

Cuando llegó a su oficina, Edward y uno de los otros antiguos socios, salieron de la
sala de juntas. Martin intercambio saludos con todos ellos, muy consiente de la
poca natural incomodidad en el comportamiento de Edward. Martin continuó a su
oficina, ubicando su maletín, abrigo y encendiendo su computador para el día. Sus
pensamientos todavía estaban en el pasillo, sin embargo, repasó la tensa y poco
moderada conversación que había tenido con Edward.

Era una situación incomoda. Martin entendió eso. Pero quería pensar que su
relación con Edward era más solida y más fuerte, que lo que había sucedido con
Elizabeth. Quería pensar que tenían su propia conexión, una que existía y superaba
el hecho que él, había estado una vez a punto de casarse con la nieta del otro
hombre. Pero había sido hace varios meses y en lugar de apaciguarse, las cosas
sólo se hicieron más incomodas entre ellos.

Martin examinó el papeleo sobre su escritorio, todo lo bastante urgente como para
necesitar ser tratado en la mañana. Se dirigió hacia la puerta.

153
—Estoy de regresó en veinte —dijo cuando Tammy levantó la vista de su
escritorio con sorpresa.

Tomó el ascensor hasta el decimo piso, caminó adentro silencioso, en el reino de


peluche, de los socios más antiguos. La secretaria de Edward, Ida, se encontraba
ocupada en una llamada en la oficina exterior y levantó un dedo para indicar que
no era el momento. Martin podía ver a Edward en su escritorio, le dio a Ida una
sonrisa tranquilizadora antes de pasar frente a ella y se dirigió directamente a ver a
Edward.

Llamo a la puerta abierta.

—Edward. ¿Tienes un minuto…?

Edward levantó la vista del periódico que estaba leyendo, sorprendido.

—Por supuesto. Entra. Toma asiento. —Martin lo hizo, frente a su mentor a través
de una amplia franja de caoba.

—Quiero aclara las cosas —dijo Martin con valentía—. Quiero que sepas que en lo
que a mí respecta, la cancelación de la boda fue algo bueno y no tengo
absolutamente ningún resentimiento hacia Elizabeth.

Edward parpadeó. Debido a que esperaba que Martin planteara un asunto de


trabajo, en lugar de tocar el tema del territorio que ambos habían estado
esquivando por semanas.

—Bueno, me has sorprendido.

—Pensé que podría ser el caso. Que quizás estabas operando bajo la falsa creencia
en lo que a mí respecta.

—Ciertamente me he estado sintiendo muy responsable por la parte que jugué en


la ruptura —dijo Edward fríamente—. Nunca debí haberte pedido que eligieras
entre tu lealtad por mí o por Elizabeth.

Martin sonrió levemente. Cuando Edward le había dicho que el padre natural de
Elizabeth estaba vivo, no había dudado en asegurarle al hombre mayor que podría

154
mantener su secreto. Una de las muchas señales, si se hubiera tomado la molestia
de buscarlos, que su matrimonio había sido condenado antes de que comenzará.

—Con todo respeto, nunca te he escogido por encima de Elizabeth.

—No. Supongo que no. —La mirada de Edward estaba evaluándolo


profundamente—. ¿Estas realmente reconciliado con esto?

—Absolutamente. Creo que con Elizabeth tomamos las decisiones con la cabeza,
Edward, no con el corazón, no sé si esto tiene sentido para ti o no. Todo lo que
puedo decirte es que siempre voy a respetar y admirar a Elizabeth. Ha sido una
verdadera y amada amiga para mí y le deseo toda la felicidad con Nathan. Pero no
tengo el corazón rotó. No por mucho tiempo. —Pensó en Violet y no pudo detener
la sonrisa que salió de la comisura de su boca.

Edward echó hacia atrás su silla y arregló su chaqueta, un pequeño tic molesto que
había tenido todo el tiempo desde que Martin lo conocía.

—Bueno. Tengo que decir que me siento aliviado. Y sé que Vera lo estará también,
cuando se lo cuente. Ha sido un momento incomodo, tratando con toda la caída. Y
ninguno de los dos puede olvidar el hecho que nosotros los empujamos a los dos
juntos.

—Ambos lo decidimos voluntariamente en ese momento. Pero afortunadamente


Elizabeth tuvo el buen sentido de hacer lo que tenía que hacer.

—¿Puedo por lo menos ofrecerme a pagar cualquier gasto en el que pudiste haber
incurrido? Es algo que ha estado pasando por mi mente.

—Lo puedes ofrecer, sin duda.

La boca de Edward se curvó en una sonrisa, una agradecida sonrisa.

—¿Supongo que no hay ningún punto en insistir?

—Puedes intentarlo. Pero todos dicen que soy un bastardo testarudo.

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Edward puso sus manos sobre su rodilla y examinó la punta de sus zapatos
durante un largo momento. Cuando levantó la vista, sus ojos azules eran claros y
directos.

—Por si sirve de algo, tenía ganas de tenerte como mi yerno, Martin. Muchísimo.

Martin tragó un repentino nudo de emoción, este hombre había sido muy bueno
con él. Generoso más allá de las palabras, con su sabiduría, guía y soporte.

—Vale mucho la pena, Edward. Más de lo que te imaginas.

Ambos se levantaron al mismo tiempo. Edward ofreció su mano y Martin la


estrechó.

—A Vera y a mí nos gustaría que vinieras a cenar pronto.

—Me gustaría eso, también.

El paso de Martin era mas ligero mientras se dirigía a los ascensores. No era tan
tonto como para creer que él y Edward regresarían al mismo nivel de intimidad,
pero se sentía seguro ahora de que su amistad iba a sobrevivir de una forma u otra.

Sonrió para sus adentro mientras las puertas del elevador se abrían. No hace
mucho tiempo, Elizabeth le había dicho que un día podría darle las gracias por
suspender la boda. En ese tiempo, había dudado que ese día nunca llegara.

Había sido un idiota, en más de un sentido. Pero finalmente, finalmente. Estaba


empezando a ver la madera de los arboles.

156
Capítulo 10

Traducido por Xhessii, SOS por Jo y Lalaemk

Corregido por Samylinda y Laurence15

iolet pasó una mano para alisar su falda, luego se inclinó hacia el
espejo para revisar si la línea de su labial estaba derecha. La mano que
acercó a su boca estaba temblando y formó un puño con él.

Estúpida.

Sólo era una cena. Un puñado de gente que se sienta en la mesa, comiendo comida
mediocre. ¿Qué importaba si era en el Savage Club? Ella no daba dos bocinazos
por lo viejo, reverenciado y exclusivo que era el lugar.

Pero Martin sí, y a ella, él le importaba. Un montón.

Él trabajó mucho por esto, y ésta noche sería el empujoncito final que necesitaba
para ganar la entrada al club. Él diría las cosas correctas a la gente correcta, como
siempre lo hacía, y ella haría su mejor esfuerzo para no entrometerse y mantener
sus labios sellados.

Tenía nervios. Había pasado la mayor parte de su vida siendo escandalosa. Marcar
las líneas iba a llevarle un poco de concentración real.

El timbre del interfono sonó y se apresuró a la puerta principal para dejar entrar a
Martin.

—Pasa.

157
Los nervios en su estómago se intensificaron cuando lo escuchó subir las escaleras.
Miró su vestido, preguntándose por cincuentava vez si era lo suficientemente
conservador. En realidad, no tenía un récord impecable en esa dirección.

Después de numerosas expediciones de compras había elegido un vestido de seda


color rojo profundo con una falda entubada que terminaba justo por debajo de la
rodilla. Abrazaba sus caderas discretamente antes de levantarse en un corpiño
ajustado. Un profundo y estilizado volante formaba un cuello halter 7 . El escote era
modesto al frente, pero su espalda estaba completamente desnuda, una sutil
muestra sexy que había decidido en la tienda que era refinado y elegante. Aunque,
ahora, no estaba segura.

Si él lo odia, lo sabré, e iré a cambiarme. Debe haber algo en mi guardarropa que será
aceptable.

—Vas a necesitar un saco. Está lloviendo amenazadoramente —dijo Martin


mientras entraba. Detuvo sus pasos cuando la vio, su mirada se deslizó desde la
punta de su cabeza hasta las puntas de sus zapatos, entreteniéndose en los mejores
lugares entre ellos.

—Hola —dijo él, su tono era suave como la seda y sugestivo.

—Hola.

—Te ves imponente. Absolutamente imponente.

—Déjame mostrarte esto primero. —Ella se giró, ofreciéndole su espalda. Se


mordió el labio, esperando su respuesta—. ¿Es demasiado?

Ella sintió la calidez de su cuerpo mientras él se acercaba por detrás. Sus brazos la
rodearon, volando sobre la seda. Él dio un beso en su hombro, y otro detrás de su
oreja.

—Vas a causar una estampida. Y tal vez un par de ataques al corazón. Y


definitivamente uno o dos divorcios.

7 Cuello halter: deja libre los hombros y sujetándose firmemente a la espalda.

158
Ella sonrió, manteniendo el contacto se giró al mismo tiempo que él cerró.

—Está bien. Entonces estoy lista.

Ella parloteó todo el camino a Whitefall, cerrando nerviosamente los botones de su


abrigo. En un punto, Martin la agarró y puso una mano sobre la de ella.

—Relájate. Se supone que debe ser divertido.

—¿Lo es? Pensé que se suponía tener una red de amigos, platicar y cualquier otra
cosa que los hombres hacen en sus enclaves solo-para-hombres-con-olor-
permanente-a-humo-de-cigarro.

—Como dije, divertido.

Ella sonrió con su broma y se relajó un poco, pero era imposible dejar de lado sus
nervios. Quería que esto fuera un éxito para él. Quería probarle que podía ser tan
refinada, con más valor de lo que fue Elizabeth. Se quedo quieta mientras
registraba ese pensamiento. Esto no era una competencia, Elizabeth se había
excusado a sí misma del campo hace tiempo. Pero incluso si lo fuera, Violet nunca
tendría una oportunidad. La discreción y la gracia nunca habían sido uno de sus
fuertes.

Sus nervios le dieron un infierno hasta el momento que caminaron hacia la puerta.
Entonces, miró al océano de cabezas de cabellos grises y se dio cuenta que la única
persona que importaba en todo esto era Martin, y ella ya tenía su aprobación. Su
ansiedad voló lejos como el polvo. Deslizó su mano en la de él y sonrió.

—Está bien. Vayamos a ocasionar algunos problemas.

Él le sonrió, sus ojos grises se volvieron cálidos.

—Primero las damas.

La siguiente hora voló con una sorprendente facilidad.

Ella era una del puñado de mujeres presentes que tenían menos de cuarenta, justo
como Martin era uno de los pocos hombres jóvenes. Sorprendentemente, reconoció

159
algunas caras de la infancia, hombres que visitaban la finca de su padre en Sussex
para cazar o alguna otra búsqueda masculina. De alguna manera, terminó
platicando con dos de ellos mientras Martin platicaba con el presidente del club y
con su esposa del otro lado de la habitación.

Escuchó la conversación mientras miraba a Martin. Él se miraba alto y guapo sin


esfuerzo, con su traje gris oscuro, con una fila de botones. Hacía gestos con una
mano mientras hablaba, el movimiento era elegante y atlético. La esposa del
presidente dijo algo y él se rió, haciendo su cabeza para atrás. Una ráfaga de lujuria
pura corrió por ella mientras miraba a su fuerte cuello.

¿Siempre iba a ser así entre ellos?

Del otro lado de la habitación, Martin miró hacia ella. Incluso desde esa distancia
ella podía ver la llama del deseo en sus ojos. Le dio una sonrisa lenta,
preguntándose qué diría él si le sugería que se fueran con disimulo a algún lugar.

Claro, no es que lo tentara ésta noche de esa forma. Pero era una bonita fantasía
para tener placer por unos segundos.

Una campanada sonó como señal de que era tiempo de que fueran al comedor y
tomaran sus asientos. Martin se dirigió hacia ella, presumiblemente para escoltarla
a su mesa. Un torbellino de actividad a la entrada hizo que dirigiera su mirada
hacia ahí, mientras unos cuantos comensales llegaban tarde.

Dejó caer su copa de vino cuando se encontró mirando directamente a los ojos azul
claro de su madrastra. Por un segundo parecía que se quedaron inmóviles
mientras se miraban la una a la otra. Entonces, Diana giró su hombro muy
deliberadamente. Violet miró a la gente que la rodeaba hasta que se encontró con
el perfil familiar de su padre.

Su cabello rojizo ahora era completamente gris, y miraba, que su cintura había
engordado. Él siempre había amado la comida y el vino un poco demasiado.
Mientras miraba, él subía una mano a su corbata y la giró a la izquierda, luego a la
derecha. Era un gesto familiar y trajo un montón de recuerdos.

—Violet.

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Parpadeó. Martin estaba a su lado. No podía recordar que él llegara, pero tenía la
impresión que no era la primera vez que decía su nombre.

—¿Estás bien? —preguntó él, su tono era suave, su mano se posó en su espalda.

—Mi padre acaba de arribar.

La mirada de Martin se dirigió a la gente que estaba en la puerta.

—El hombre alto. Con cortaba roja —adivinó.

—Sí.

—¿Está tu madrastra con él?

Asintió.

—Ella es la que está de azul.

Sus ojos se estrecharon mientras estudiaba a Diana.

—A alguien le gusta el chocolate —dijo él fríamente.

Era sólo un comentario malintencionado con el que no podía evitar reír.

—Le gusta. Y también los pasteles.

Él la miró.

—¿Quieres irte?

—¿Antes de que hayamos comido? ¿Estás bromeando?

Una partida temprana sería el beso de la muerte para su nominación.

—Si tú quieres irte, nos iremos —dijo él, su mirada era firme.

Podía ver que lo decía de verdad. La gratitud la envolvió. Era increíblemente dulce
de su parte ofrecerlo, incluso cuando sabía lo mucho que esto significaba para él.

—Gracias. Pero ya he corrido y me he escondido lo suficiente para una vida.


—Respiró hondo—. ¿Deberíamos ir a buscar nuestra mesa?

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Como si la suerte estuviera de su lado, estaban sentados con el presidente del club,
justo a dos mesas de distancia de la mesa de su padre y su madrastra. Hizo lo
mejor que pudo para pretender que no estaban ahí, escuchando atentamente al
presidente mientras él le explicaba la historia del club. Él le estaba explicando
cómo fue nombrado el club cuando sintió que alguien la miraba.

Miró hacia arriba para ver a su padre observándola detenidamente. Era claro para
ella que él apenas se acababa de dar cuenta que estaba presente. Qué típico de su
madrastra no haberle advertido. La mano de Martin se deslizó hasta su rodilla
debajo de la mesa.

—¿Cómo estás? —dijo él tranquilamente.

—Estoy bien.

Sorprendentemente, lo estaba. Diez años antes, había leído la indiferencia de su


padre como una acusación hacia ella. Ahora, lo sabía mejor. Él la había
defraudado. Optó por la paz con su nueva esposa que apoyar a su hija cuando
Violet era la que más lo necesitaba. Él era el fracaso, la decepción, no ella.

Era una revelación poderosa, e hizo que tuviera su cabeza en alto todo el tiempo
que duró la comida. Estaba consciente de que Diana la miraba, pero Violet resistió
la urgencia de girarse y sacarle el dedo a su madrastra o de sacarle la lengua. Si
Diana quería decirle algo, podría venir e iniciar una conversación. Violet se negó a
invertir más energía en esa mujer.

Aun así, para el momento en que los platos de la comida principal estaban siendo
retirados, se sentía un poco cansada por todas las sonrisas y por no-dar-una-
sacudida a lo que había estado haciendo. Un trío de jazz empezó en la esquina más
lejana, una señal, aparentemente, para que la gente se levantara de la mesa. La
mujer que estaba a la izquierda de Martin desapareció para ir con un conocido,
mientras el presidente estaba atascado con gente que quería oprimir su carne.

Ella estaba considerando hacer una retirada a lo de las Damas cuando miró hacia
adelante y vio a su padre dirigiéndose a su mesa. Se tensó, sus manos curvándose
en su servilleta. Luego él caminó derecho frente a ella y se detuvo junto a la silla

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del presidente, ofreciéndole al otro hombre su mano e iniciando una conversación
sin siquiera hacer contacto visual con ella.

Bajó su mirada al mantel mientras un calor de humillación llegaba a su rostro. El


impacto por haberla ignorado era doloroso y punzante.

Ella en verdad no significaba nada para él.

Martin giró su cuerpo hacia ella, su brazo curvándose alrededor de la parte trasera
de su silla como si de alguna manera pudiera protegerla de la indiferencia de su
padre.

—Violet…

—Siempre es bueno ver un rostro nuevo en las habitaciones del club. Supongo que
estás bien, ¿Violet?

Levantó su mirada sobre el hombro de Martin y se encontró con los ojos de su


padre. Eran del mismo color que los de ella. También compartían el mismo color
de cabello, antes de que el suyo se pusiera gris.

Abrió su boca para decir algo apropiadamente inocuo ahora que se había dignado
a reconocerla, pero de pronto Martin estaba de pie entre ellos, bloqueando a su
padre con su espalda.

—Vamos. Andando. —Su mano encontró su codo, insistiéndole para que se


levantara.

Ella sacudió su cabeza, muy consciente de que este abrupto movimiento había
atraído la atención del presidente.

—¿Qué? No, no hemos comido postre todavía. —Intentó decirle con sus ojos que
no tenía que hacer esto por ella. Estaba más que feliz de tragárselo para que él
pudiera obtener lo que quería.

—A la mierda el postre. No quieres estar aquí, Violet, y yo tampoco.

—Martin.

163
Él se giró y le clavó a su padre una mirada fría y dura.

—Eres un imbécil.

Violet jadeó en sorpresa. Cabezas giradas, el volumen de la charla cayendo


notablemente. Martin la impulsó lejos de la mesa, su agarre dolorosamente fuerte
en su codo.

Sólo disminuyó la velocidad cuando llegaron al guardarropa, su agarre soltándose


ligeramente en su brazo.

—¿Estás bien?

—Martin… desearía que no hubieras hecho eso. —Las lágrimas llenaron sus ojos
cuando pensaba cuánto él había codiciado la membrecía para este sagrado y
exclusivo club.

—¿Crees que quiero pertenecer a un club que aceptaría a un idiota como ese?
¿Crees que quiero codearme con alguien que podría hacerte eso a ti?

Ella lo miró fijamente, a los rasgos fuertes de su rostro y el destello determinado de


rabia en sus ojos, y entendió que él era completa y totalmente sincero con su
sacrificio.

Su pecho se hinchó de emoción.

¿Cómo había sentido aversión por este hombre alguna vez? ¿Cómo lo encontró
viciado, aburrido o reprimido alguna vez? Era un caballero moderno —honorable,
devoto y apasionado—, y estaba perdidamente enamorada de él.

Abrumada y azorada, dejó que Martin la ayudara con su chaqueta y salieron hacia
la noche. Habían estacionado en un garaje multi-nivel en la siguiente cuadra y
caminaron en silencio por unos pocos minutos, sólo el sonido del click-click de sus
tacones.

Finalmente ella habló.

—Creo que eso es la cosa más linda que alguien ha hecho por mí alguna vez.

164
—Quise decir cada palabra de eso. Si no fuera tan viejo habría roto su nariz,
también.

Ella sonrió, amando su indignación, amando que fuera por ella.

Amándolo a él.

—Boxeó en Oxford. Podría haber roto tu nariz.

—Boxeé en Hackney. Confía en mí, habría roto más que su nariz.

Giraron dentro del garaje de estacionamientos.

—¿Sabes quién se vería bien con una nariz rota? Diana —dijo ella.

Él rió, el sonido haciendo eco en las paredes de concreto.

—¿Crees que podrías tomarla en un combate enjaulado?

—La comería para el desayuno. Ni siquiera sudaría una gota.

—Te apoyaría. En cualquier momento.

Ella también sabía que lo haría. Era un buen hombre. Un hombre real. El tipo que
honoraba sus compromisos y hacía lo correcto, y defendía lo que creía. Además
cocinaba como un sueño, follaba como un Dios, y la hacía sentir importante, sexy y
especial.

Una ola de amor y lujuria ondeó dentro de ella mientras él desbloqueaba el Jag y
sostenía la puerta abierta para ella. Se deslizó dentro, luego esperó
impacientemente para que él caminara hacia el otro lado del auto y se metiera en el
asiento del conductor.

Él deslizó la llave en ignición, pero ella se estiró y atrapó su brazo antes de que
pudiera encender el auto.

—No lo hagas.

Él la miró, una pregunta en sus ojos.

165
—Pon tu asiento atrás —dijo ella.

Él miró por la ventana. Estaba oscuro y desierto en el garaje, pero había un montón
de otros coches alrededor.

—Pon tu asiento atrás —dijo otra vez.

Él tiró de la palanca y el asiento cayó hacia atrás. Ella alargó la mano hacia la
hebilla de su cinturón, deslizándolo libremente con sus impacientes manos. Podía
sentir cuán duro estaba él cuando bajó la cremallera. Él hizo un pequeño ruido
inarticulado mientras ella bajaba su cabeza y lo tomaba con su boca.

Sabía como el calor y piel limpia, y lo tomó hasta el final de su garganta, revelando
cuán grueso y largo era. Sus manos se deslizaron al cabello de ella mientras ésta
comenzaba a trabajarlo, su lengua atormentando la sensible cabeza de su polla.
Vació todo su querer y necesidad en el acto, haciendo todo para decirle a él con sus
manos y boca lo importante que era para ella, lo agradecida que estaba por todo lo
que él había hecho esta noche, lo mucho que su sacrificio significaba para ella.
Sintió la tensión creciendo en él y subió el ritmo, con ganas de darle tanto placer
como pudiera. Queriendo enloquecer su mundo.

—Violet —murmuró, su voz entrecortada.

Ella podía sentir lo cerca que él estaba, podía sentir sus caderas levantarse del
asiento mientras sentía la primitiva necesidad de bombear hacia algo. Entonces él
se estaba viniendo, su cuerpo estremeciéndose por mucho tiempo, acabándose en
segundos. Esperó hasta que él terminara antes de darle a la cabeza de su hermosa
polla una última pesarosa lamida. Levantó su cara para encontrar a Martin
mirándola con pesados párpados.

—No tenías que hacer eso.

—Quería hacerlo. —Demasiado.

—Sabes que me has arruinado para otras mujeres, ¿cierto?

—Ese era el plan.

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El levantó su mano y rozó con sus nudillos a lo largo de la curva de su pecho, su
expresión de repente muy seria.

—¿Qué hice antes de ti, Violet? No puedo recordarlo.

Violet tomó su mano y volteó la palma hacia ella, presionando un beso en ésta.
Podía recordar su vida antes de que él se volviera una parte esencial de ella. No
quería ir de vuelta ahí.

—¿Qué harías si te dijera que te amo? —dijo ella en voz baja, su voz apenas arriba
de un susurro.

Se sentía como la cosa más valiente que había dicho, pero necesitaba saberlo.
Estaba obsesionada con este hombre, y razonablemente segura de que el
sentimiento era mutuo, pero era tanto lo que lo quería, tan perfecto, que no podía
creer en ello.

—Diría aleluya, porque soy un loco, loco mono por ti, Violet Sutcliffe.

—Te amo.

Sus ojos brillaron.

—Ven aquí.

Ella no necesitaba una mayor estimulación, luchó a través de la consola central


para llegar hacia él. Recostó su cuerpo contra el de él, pecho contra pecho, cadera
contra cadera. Las manos de él se levantaron para enmarcar su rostro, sus pulgares
rozando sus pómulos.

—Te amo también. Estoy obsesionado contigo, y te admiro y adoro. Te amo, Violet.

Nunca nadie había declarado su amor tan inequívoco, sincera y convincentemente.


Por un momento su pecho pareció expandirse, al pensamiento de que su corazón
era demasiado grande para su cuerpo. Este hombre —asombroso, determinado,
inteligente, capaz, leal, amoroso y sexy— la amaba.

—Esto se siente demasiado bien para ser verdad —susurró ella.

167
—Es verdad, y lo digo en serio. No iré a ningún lado. No a menos que tú vengas
conmigo.

Ella cerró sus ojos, presionando su mejilla contra su toque, abrumada por la alegría
creciente en su interior. Se sentaron así por un largo rato, comunicándose
silenciosamente el uno con el otro, permitiendo que la verdad se hundiera en sus
huesos. Entonces un auto se puso en marcha y ella abrió sus ojos, tomando la
decisión que había estado retrasando durante mucho tiempo.

—Necesito hablar con Elizabeth. Tan pronto como sea posible.

—Está bien.

—Necesito estar en la misma habitación que ella, para ver su cara. No quiero que
diga sólo lo cortés, y cosas razonables para suavizar las cosas cuando realmente me
quiere gritar. Quiero que me grite si tiene que hacerlo.

—No hemos hecho nada malo, Violet. Elizabeth no tiene ningún derecho sobre mí.

Violet asintió, pero ambos sabían que no era tan fácil como eso. Martin había
estado con Elizabeth por seis años.

—Todo estará bien, Violet.

Era la segunda vez que él le decía esas palabras y todavía tenían demasiado poder.
Pero incluso su amor y confianza no podían detener el dardo de temor que corría a
través de ella mientras contemplaba la posibilidad muy real de perder a su mejor
amiga.

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Capítulo 11

Traducido por LizC y Prímula

Corregido por Nanis y LizC

onsiguió su boleto esa noche, sentada en la cama junto a Martin, con su


computadora portátil en las rodillas mientras pulsaba el botón para
confirmar su compra. Estaba hecho. Tres días a partir de ahora sabría si
había ganado al hombre de sus sueños a costa de su más cercana y querida amiga.

Llamó a Elizabeth a la mañana siguiente para anunciar su visita. E sonaba


encantada, sorprendida y emocionada por la perspectiva de verla. Violet se sentía
como un fraude, como si estuviera engañando a su amiga una vez más.

Empacó esa noche, dejando su pequeña maleta junto a la puerta. Quería terminar
con esto ahora, y se lamentó no simplemente saltar en el primer vuelo. Aunque,
simplemente no habría sido práctico. Tenía que organizar quién la cubriera en la
tienda —una estudiante, Andie, que a veces ayudaba durante los períodos
ocupados— así como la entrega de un cargamento importante.

No fue sino hasta el día siguiente que se acordó de que tenía que añadir sus datos
del pasaporte a su reserva. Estaba en la tienda en ese momento, y dio la vuelta al
cartel de cerrado y corrió escaleras arriba para encontrar su pasaporte.
Tardíamente se le ocurrió que había pasado mucho tiempo desde que lo había
utilizado… sería muy frustrante si hubiera expirado.

Encontró su pasaporte en el cajón de su ropa interior, dejando caer los hombros


con alivio cuando lo abrió y vio que estaba bien por otros doce meses. Uff.

169
Cerró el apartamento y comenzó a bajar las escaleras, sus pensamientos corriendo
por delante de ella en el vuelo de mañana y lo que pasaría cuando aterrizara en
Australia. Elizabeth había insistido en recogerla del aeropuerto.

Le iba a tomar todo un acto enorme de auto-control para no simplemente dejar


escapar la noticia en el momento que viera el rostro de Elizabeth.

No estaba segura de qué pasó después: si no vio el escalón , resbaló o algo


completamente distinto, pero lo siguiente que supo era que estaba rodando por el
resto de la media docena de escalones, agitando los brazos mientras trataba y
fallaba de agarrar la barandilla para amortiguar la caída.

Aterrizó dolorosamente, torciéndose el tobillo debajo de ella, su rodilla


estrellándose contra el borde de un escalón.

Por un momento el dolor fue tan intenso que no podía respirar. Luego estaba
jadeando, con las lágrimas brotando de sus ojos cuando empezó a temblar en
reacción. Moviéndose lentamente, usó la barandilla para arrastrarse semi-
agachada, equilibrando sobre la pierna no lesionada. Trató de mover el tobillo y
lanzó un grito de dolor.

Le tomó un momento para recuperarse del esfuerzo. Las lágrimas rodaban por su
cara, se sentó en un escalón y sacó su celular del bolsillo de su falda.

—Hola. Justo estaba pensando en ti —dijo Martin con gusto.

—He tenido un accidente. ¿Puedes venir? Te necesito.

—¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? ¿Debo llamar a una ambulancia?

Más tarde, cuando el mundo no estaba tan lleno de dolor, se tomaría el tiempo
para apreciar la urgente preocupación en su voz.

—Me caí por las escaleras. Me he golpeado la rodilla y me torcí el tobillo.

—Violet.

Había tanto significado en esa única palabra.

170
—Estoy bien.

—Más te vale que lo estés. —Ella sonrió ante su fiereza—. Estoy allí en diez
minutos. No te muevas.

Llegó en ocho, golpeando en la puerta de la calle al segundo que llegó. Ella se


deslizó por el último par de escalones en su parte trasera y extendió la mano para
dejarlo entrar. Él palideció cuando la vio. Agachándose a su lado, le tocó el rostro.

—Jesús, Violet.

—Estoy bien —le aseguró una vez más.

Le levantó la falda y examinó primero la rodilla y luego el tobillo. No tocó nada,


por lo cual estuvo muy agradecida.

Su expresión era sombría cuando su mirada encontró la de ella otra vez.

—Te das cuenta de que está roto, ¿no?

—Tuve una idea.

—Tenemos que llevarte al hospital.

La cargó hasta el auto, colocándola cuidadosamente en el asiento trasero y


enrollando su abrigo para soportar su tobillo.

—Quince minutos, máximo, y estaremos allí —dijo mientras encendía el motor.

Se quedó con la cabeza inclinada hacia atrás, los puños cerrados sobre el regazo
mientras trataba de respirar a través del dolor. La cargó hasta la sala de
emergencia y la enfermera le echó un vistazo y le hizo pasar a través de un
cubículo. Los rayos X revelaron que se había, de hecho, roto el tobillo. Su rodilla
estaba simplemente golpeada.

Le dieron analgésicos y hielo para la rodilla, luego vino una enfermera para
estabilizar el tobillo con un yeso. Violet observó a la mujer trabajar, tratando de
contener la emoción creciente en su interior. Martin le apartó el cabello de la cara y
apretó su agarre en su mano.

171
Levantó la mirada hacia él, una sola lágrima deslizándose por su mejilla.

—Voy a tener que cancelar mi vuelo, ¿verdad?

No se molestó en responder. Los dos sabían que no estaría en condiciones de


caminar, y mucho menos volar durante algún tiempo. Por suerte, ya tenía a Andie
apuntada para cubrirla en la tienda mientras estaba fuera, así que no tenía que
preocuparse de la tienda por la próxima semana, por lo menos.

La enviaron a casa con un yeso de fibra de vidrio azul y muletas. Martin se la llevó
a su apartamento y la dejó en la cama. Esa noche, él recogió una maleta de cosas de
su apartamento e hizo espacio en su armario para su ropa.

—La gente va a pensar que lo hice a propósito, de modo que estarías obligado a
atenderme —dijo ella mientras lo observaba cuidadosamente colgar sus vestidos y
abrigos. Había algo increíblemente atractivo en la forma en que se aseguraba de
que estuviera colgando bien antes de ponerlos en el carril.

—La gente va a pensar que te empujé por las escaleras, de modo que no tendrías
más remedio que vivir conmigo.

Ella llamó a Elizabeth tarde esa noche para decirle las malas noticias. E estuvo muy
preocupada y se disculpó por no haber estado allí para consolar y compadecer a
Violet en persona.

Envió una cesta enorme de flores y bombones a la tienda al día siguiente y Andie
los dejó en casa de Martin en su camino a su casa. Violet estaba mirándolas con
aire taciturno cuando Martin llegó del trabajo esa noche. Su mirada pasó de ella a
las flores y de regreso.

—¿Elizabeth?

—Es tan buena amiga. No la merezco.

Martin se sentó a un lado de la cama.

—Eres una gran amiga de Elizabeth. Incluso cuando estaba en mi más ridículo
momento en lo que se refiere, entendí eso.

172
—Una verdadera gran amiga ni siquiera habría olfateado en tu dirección.

—¿Y a dónde me habría guiado eso? ¿A andar como sonámbulo a lo largo de mi


vida?

A pesar de su sentimiento de culpa y miseria, se sintió cálida por sus palabras y la


forma en que la miraba. Todavía se sentía como un pequeño milagro para ella que
él la amara de la misma manera que ella lo amaba a él. Entonces vio las flores de
Elizabeth por encima del hombro y se desvaneció su sonrisa.

—Llámala, Violet. Si está pesándote tan fuertemente, llámala. Sé que no es lo que


quieres, pero tal vez es lo que tienes que hacer para aceptarlo —dijo Martin.

Ella lo miró, mordiéndose el labio. Él probablemente tenía razón, pero odiaba la


idea de tener una conversación tan importante por teléfono.

—No puedes dejar esto de lado para siempre, lo sabes, ¿verdad?

Agachó la cabeza, odiando que pudiera ver a través de sus excusas a su corazón
cobarde. Su mano encontró su mejilla, su mano ahuecando su mandíbula.

—Ella te ama, Violet. Quiere que seas feliz.

—Fuiste suyo durante seis años, Martin. Iba a casarse contigo. No es como si
hubiera tomado prestado un par de sus zapatos sin permiso. Tomé prestada su
vida.

—Era mi vida, también. ¿No tengo nada que decir en todo esto? ¿Una parte de la
culpa? Yo soy el que vine hasta ti en primer lugar. Soy el que te besó y empujó
sobre el sofá.

Ella sonrió débilmente a su caballería.

—Yo te besé, idiota, y te arrastré hasta el sofá.

Argumentaron el asunto por unos minutos, lo que condujo inevitablemente a una


recreación de los acontecimientos originales… creativamente coreografiado para
no lastimarla aun más.

173
Después, mientras Martin yacía dormido a su lado, trató de psicoanalizarse a sí
misma para llamar a Elizabeth.

Ella sabía que su postergación rayaba en lo patológico a este punto y que cada día
que pasaba sólo empeoraba las cosas. Realmente necesitaba zanjar el asunto.

Echó un vistazo a su teléfono en la mesilla de noche, pero no lo levantó.

Nunca se había considerado a sí misma una persona débil.

Se había alejado de su familia cuando tenía diecinueve años, encarando al mundo


sólo con el endeble fondo en su cuenta bancaria escolar para mantener al lobo de la
puerta. Se había construido un negocio de la nada, creó una vida por sí misma. Sin
embargo, por alguna razón no podía enfrentar a esta situación de frente.

—Date un respiro, Violet.

Volvió la cabeza en la almohada.

—Pensé que estabas durmiendo.

—Y pensé que había conseguido distraerte.

—¿Es eso lo que fue aquello?

—Entre otras cosas.

Ella sonrió, pero su corazón no estaba en ello.

—No me gusta sentirme de esta manera.

—¿Culpable?

—Sí. Y débil.

—No eres débil.

—Entonces, ¿por qué es tan difícil para mí?

—Debido a que Elizabeth es tu familia sustituta.

174
Lo dijo como si fuera perfectamente obvio, más claro que la nariz en su cara.

Ella se incorporó sobre un codo, paralizada.

—¿Qué quieres decir?

—¿No puedes verlo? —preguntó, sus ojos grises suaves—. Ya habías perdido a
una familia, y Elizabeth llenó el vacío. Ella se convirtió en tu hermana, tu madre y
padre, todo en uno. Tú hiciste lo mismo por ella, en mi opinión. La ayudaste a
sobrevivir a sus abuelos. Ustedes se salvaron entre sí. Y ahora tienes miedo de que
la historia va a repetirse y que una vez que la verdad de lo que ha pasado entre
nosotros le sea revelado, Elizabeth te rechazará de la misma manera que lo hizo tu
padre.

Era tan simple, tan obvio. Violet yació conteniendo las lágrimas, ridículamente
ahogada durante el conciso resumen de Martin para asumir su situación.

Había estado tan segura de que había lidiado con todas esas cosas con su padre y
su madrastra, que lo tenía bajo control y sin embargo allí estaba, levantando su fea
cabeza otra vez.

—¿Algo de esto alguna vez desaparece? —preguntó ella después de una larga
pausa.

—En mi experiencia, no. Pero tienes que saber dónde están enterrados los cuerpos,
y aprender cómo evitarlos y cómo lidiar con ellos cuando no puedes evitarlos.

Violet observó su rostro en la penumbra, y luego se acercó a pasar un dedo a lo


largo de la línea de su mandíbula erizada.

—¿Cómo te volviste tan inteligente?

—De la manera más difícil. De la misma manera que te hiciste tan fuerte. Y tú eres
fuerte, Violet. Vas a sobrevivir a esto, pase lo que pase.

Ella lo amaba por no adornar las cosas, por no tratar de predecir la respuesta de
Elizabeth.

175
—¿Crees que debería llamarla?

—Creo que deberías dejar de cargar toda esta culpa alrededor y aceptar que se te
permite ser feliz. Y si hablar con Elizabeth va a lograr eso, entonces sí, llámala.

Las palabras apenas habían salido de su boca cuando sonó el teléfono. Martin se lo
pasó. Ella echó un vistazo al identificador de llamada y respiró hondo.

—Es E.

Era como si el destino se estuviera sumando a las palabras alentadoras de Martin.


Diciéndole que ahora era el momento para desahogarse.

Martin levantó una ceja en una pregunta silenciosa.

—Está bien —dijo ella, asintiendo—. Está bien.

Había llegado el momento. Pasar más allá. Tenía que enfrentarse a las
consecuencias y seguir adelante. Incluso si eso le iba a doler como el infierno. Ella
y Martin no podían avanzar hasta que lidiara con esto. Él había sido muy
cuidadoso de no mencionar sus propios sentimientos en cualquiera de sus
discusiones hasta ahora, pero sabía que a él le irritaba que su relación no fuera
todavía pública.

Ella tomó la llamada.

—Hola, E. —Su voz salió extraña, tensa y un poco alta.

—Violet. Gracias a Dios que est{s ahí. Quería que fueras la primero en saberlo…
Nathan me pidió que me casara con él, ¡y dije que sí!

Por un segundo Violet se quedó sin habla. Parpadeó rápidamente, tratando de


empujar su cerebro aturdido en acción.

Elizabeth había volado a Australia hace cuatro meses. ¿Y ahora se va a casar?

Todo fue demasiado rápido, demasiado loco, incluso para una mujer que acababa
de darle vuelta a su vida.

176
—¿Violet? ¿Todavía estás ahí?

Violet recogió sus pensamientos dispersos entre sí y se obligó a decir lo esperado, a


pesar de que su cabeza estaba llena de dudas.

—Lo estoy. Estoy impresionada. Es una noticia increíble. —Miró a Martin a


medida que se daba cuenta de golpe que esta noticia podría ser más que un poco
chocante para él, también.

No importa lo que dijera, no importa que esté con ella ahora y que supiera en su
interior que él era feliz, la noticia de que Elizabeth se casaba con alguien tan pronto
después de romper con él, tendría que doler. No sería humano si no.

Estiró el brazo y tomó su mano, consiente que sus siguientes palabras iban muy
bien y realmente dar lío en cuanto a qué iba el tema de conversación con Elizabeth.

—¿Has fijado una fecha?

Observó cómo la compresión iluminó el rostro de Martin. Dejó caer la mirada a la


sábana, eficazmente cerrándose en sus pensamientos. Le apretó la mano.

—Prep{rate… estamos plane{ndolo para junio —dijo Elizabeth—. Sé que suena


absolutamente loco, pero mis abuelos han decidido que quieren venir aquí.
Quieren conocer a Nathan y ver dónde voy a vivir. Han reservado el pasaje para
junio y decidimos que sería la oportunidad perfecta para matar algunos pájaros de
un solo tiro.

—Correcto.

—No será grande o lujoso, sólo nuestros amigos más cercanos y familia. Sé que
estás enclaustrada por tu tobillo en este momento, pero estará todo bien dentro de
ocho semanas, ¿no es así? —El tono de Elizabeth era persuasivo.

Martin seguía mirando las sábanas.

—Estoy segura que estará bien. Y si no es así, iré de todos modos.

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¿Qué otra cosa podía decir, después de todo? A pesar de haber decidido hace cinco
minutos que confesaría todo, sin importar qué, no había manera de ser la
aguafiestas que arruinara la emoción y felicidad de su mejor amiga.

Y Elizabeth estaba feliz. La irradiaba en cada palabra que decía. En cualquier otra
circunstancia, Violet estaría loca de alegría por su amiga, pero con Martin sentado
pensativamente a su lado y la culpa siempre presente haciendo su estómago
pesado, su propia reacción fue mucho más comprometida y complicada.

—Se feliz por mí, Vi —dijo Elizabeth en voz baja, obviamente, captando un poco
las confusiones de Violet, a pesar de la distancia entre ellas—. Nathan me hace
feliz. Esto es lo mejor que me ha pasado.

—Estoy muy contenta por ti, E. No tienes idea de cuánto. Sólo estoy tratando de
organizar las ideas en mi cabeza, eso es todo.

—Sé que es rápido. Pero es lo correcto. Lo sé en mis huesos. ¿Alguna vez has
tenido esa sensación, Vi? ¿La absoluta certeza instintiva?

La mirada de Violet bajó a donde su mano todavía estaba agarrada a Martin.

—Sí. He tenido esa sensación.

—Te quiero mucho, lo sabes, ¿verdad? No puedo esperar a verte para que
conozcas a Nathan y mostrarte todo Melbourne. Te va a encantar aquí.

—Envíame un correo con las fechas y reservaré mi boleto esta noche.

—Genial. Escucha. Tengo que seguir moviéndome, tengo que hacer un par de
llamadas más. Bebe una copa de champán en mi nombre, ¿de acuerdo?

—Lo haré.

La comunicación se cortó y Violet dejó su teléfono en la mesita de noche.

—¿Estás bien? —preguntó.

Martin levantó la mirada hacia ella.

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—Estoy bien.

—Aun así, debe haber sido una sorpresa para ti.

—¿Quieres la verdad? La única vez que he pensado en Elizabeth en los últimos


meses, es en relación a ti.

—Oh. Bueno… est{ bien.

Era bueno. Pero por alguna razón todavía se sentía incómoda. Como si él no
estuviera diciéndole toda la verdad.

Se levantó de la cama, tratando de alcanzar sus bóxers. Vio como se los puso. ¿Era
solo ella, o estaban sus hombros rígidos? ¿Cómo si estuviera manteniéndose bajo
control de alguna manera?

—¿Seguro que est{s bien? Porque no me importa si tienes que hablar de eso…

—Violet. No estoy molesto por Elizabeth.

Tiró de las sábanas un poco más alto, metiéndola debajo de sus axilas.

—Pero estás molesto por algo, ¿no?

Él era abogado, siempre muy claro con las palabras, y no había otra explicación
para la forma en que había formulado su respuesta.

—No estoy molesto, en sí. Frustrado es una palabra mejor. —Había algo más que
un toque de desafío en su postura cuando la enfrentó—. ¿Cuándo vas a decirle,
Violet?

Parpadeó hacia él.

—¿Crees que debería haberle dicho hoy? ¿A pesar de que está en la luna por estar
comprometida?

Porque simplemente no se le había ocurrido confesar una vez que había oído la
noticia de Elizabeth, y estaba segura que Martin estaría en la misma página.
Después de todo, este era un gran día para E. Un inmenso día.

179
—Sí, lo creo. Creo que lo hemos aplazado por los sentimientos de Elizabeth más
que suficiente. ¿No crees?

Estaba enojado con ella. Decepcionado. Podía oírlo en su voz. Su estómago cayó
con consternación.

—No quiero arruinar nada para ella.

—Entonces, ¿qué? ¿Continuaremos escondiéndonos por toda la ciudad,


preocupándonos de ser encontrados por alguien que nos conoce? ¿Y tú vas a
seguir volviéndote loca, cada segundo preguntándote cómo va a reaccionar
Elizabeth, enfermándote por eso?

Lo miró fijamente. Nunca lo había mencionado otra vez, pero esa noche fuera del
restaurante tailandés había dejado obviamente un mal sabor en su boca. No le
había gustado mentir sobre estar con él, tampoco, pero había sido un mal
necesario. Elizabeth tenía que oír de ellos por Violet, no a través de alguien más.
Pensaba que él lo entendía.

—Sabes lo mucho que significa para mí. —Ellos habían acabado de tener una
conversación entera sobre ello. ¿Cómo pudo pasar de ser tan comprensivo y
empático hace diez minutos a esto?

—Lo hago. Sé que la quieres. Pero te amo, Violet, y no quiero sentir que nuestro
futuro está en espera mientras esperamos a que sea el momento perfecto para que
Elizabeth pueda oír de nosotros.

—Entonces, ¿qué? ¿La llamo de vuelta ahora mismo y sólo descargo esto en ella?
¿Mientras que está bebiendo champán con su nuevo prometido? —Su voz sonaba
alta y temblorosa por la emoción.

—Por supuesto. ¿Por qué no? ¿Crees que alguna vez va a ser el momento perfecto,
Violet? Porque puedo decirte ahora mismo, no lo habrá. La próxima vez va a estar
embarazada, o comenzando un nuevo trabajo, o su abuela estará mal, o algo va a
pasar con Nate. Si sigues buscando, siempre habrá una excusa para no decírselo.

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—No voy a arruinar la boda de mi mejor amiga. No con una llamada telefónica
desde el otro lado del planeta de mierda.

—Sí. Lo tengo. Mensaje recibido bien y verdaderamente comprendido, gracias.

Se puso una camisa y salió de la habitación.

Violet se quedó mirando fijamente el lugar donde había estado de pie. La bilis
quemaba en su garganta. Se llevó las palmas de las manos contra su pecho.

Había estado esperando que la burbuja estallara, ¿cierto? Sabía lo que venía a
continuación. El enojo. La culpa. Todas las formas en que se había equivocado.
Todas las formas en que lo había decepcionado.

Había estado así antes.

El corazón le latía aceleradamente, golpeando duro dentro de su pecho. El pánico


amenazaba con hundirla. Tomó una respiración entrecortada. Tenía que protegerse
a sí misma. Tenía que mantener la calma y mantener la cabeza despejada.

Y necesitaba conseguir vestirse.

Ahora mismo.

Lanzó la sábana a un lado, se estiró a buscar sus muletas.

Martin maldijo para sus adentros mientras caminaba hacia la cocina. Maldita
Elizabeth. Por qué la mujer no podía haber aplazado el gran anuncio durante
treinta minutos m{s… Violet había estado a punto de llamar y purgar su
culpabilidad de una vez por todas, y ahora estaba de regreso al punto de partida.

O tal vez estaba engañándose a sí mismo en ese aspecto. Después de todo ella
había logrado encontrar cuatro meses de excusas hasta ahora. Tal vez habría
encontrado otra excusa aun si Elizabeth no hubiera anunciado su compromiso.

Agarró la sartén y la bajó de golpe sobre la estufa, luego asaltó en la despensa por
cebollas y ajo. Estaba cortando la parte superior de la segunda cebolla cuando

181
Violet apareció en el umbral. Se había vestido y recogido el cabello en una cola de
caballo apretada. Porque todavía estaba enojado con ella, no dijo nada de
inmediato, simplemente se mantuvo lejos picando la cebolla.

—El taxi llegará en diez minutos. Necesito que saques mi maleta del estante
superior del armario para que pueda empacar.

Su voz sonaba tan tranquila que por un momento pensó que le había oído mal.

Dejó el cuchillo en la mesa.

—¿Qué?

—Necesito que bajes mi maleta para que pueda empacar.

La miró fijamente. ¿Quería empacar sus cosas? ¿Debido a que habían tenido una
pelea? ¿Porque la había empujado a decirle a Elizabeth, sin importar las
circunstancias?

Por un momento se balanceó, completamente fuera de balance. Luego registró que


estaba temblando y pálida, con todo el cuerpo vibrando por la intensidad de sus
emociones y fue golpeado con un destello cegador y doloroso de revelación.

Si se tratara de cualquier otra mujer, hubiera interpretado el anuncio de Violet


como una táctica para conseguir salirse con la suya. Una táctica extrema e infantil,
pero una táctica, no obstante. O estás de acuerdo conmigo o me voy.

Pero ésta era Violet, quien había sido tratada de niña como una sinvergüenza
insolente cuando había sido explotada y finalmente expulsada de su casa por ser
demasiado perturbadora.

En la experiencia de Violet, las peleas con sus seres queridos no eran vías para
comprometerse: eran rápidos caminos al alejamiento. Querían decir
recriminaciones, juicios y, en última instancia, ser enviada al mundo por su cuenta.

O, en este caso, de nuevo a su apartamento, cojeando sobre muletas.

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Frente a lo que ella creía que era inminente rechazo, Violet había optado por hacer
un ataque preventivo.

Si su corazón no estuviera rompiéndose por ella, casi podía encontrarse a sí mismo


aplaudiendo su desfachatez.

—Violet… —Se acercó a ella sin vacilación, envolviendo sus brazos alrededor de
ella, atrayéndola contra su cuerpo, con muletas y todo—. No quiero que te vayas a
ninguna parte, ¿de acuerdo? El hecho de que no estamos de acuerdo en algo no
significa que no te amo. Siempre te amaré, no importa lo que pase.

Estaba muy quieta e indiferente en sus brazos, pero él sabía en sus entrañas y
corazón que estaba en el camino correcto. Lo sabía, porque la conocía.

Le dio un beso en la frente.

—Amor… ¿Crees que voy a dejarte ir ahora que te tengo en mis garras? ¿Crees que
quiero volver a la vida en blanco y negro ahora que sé como luce el tecnicolor?

Ella se estremeció, luego hundió la cara en su cuello y le echó los brazos alrededor.
Su agarre era fuerte, casi doloroso en su intensidad.

—Lo siento, soy un completo desastre. Lamento no saber cómo hacer esto. Por
favor créeme cuando digo que te amo, Martin, por favor, cree que esta cosa con E
no tiene nada que ver con lo mucho que significas para mí…

Él la acunó por la parte posterior de la cabeza y la abrazó mientras sollozaba,


doliéndole en el pecho.

Tendría que haber roto la nariz de Howard Sutcliffe esa noche en el Club Savage.
Tendría que golpear al otro hombre claramente para mediados de la próxima
semana por el daño que había hecho a una joven chica vulnerable que sólo había
necesitado amor, protección y confort en vez de haber recibido nada más que
condenación. Para su crédito eterno, Violet había pasado por encima del trato que
se le había dado y mantuvo la cabeza en alto, sobrevivió, pero había habido un
precio por aquella supervivencia, y lo estaba pagando ahora.

183
Los dos lo estaban.

—Te creo, cariño. Está bien. Estamos bien, Violet.

Ella se apartó de su abrazo para poder mirarlo a los ojos, los suyos nadando con
lágrimas. La incertidumbre en su rostro casi lo mata.

Ella no tenía ni idea de lo adorable que era. Cuán preciosa, valiente y especial.

Sin embargo, debe haber visto algo en sus ojos para tranquilizarla, porque parte de
la tensión abandonó su cuerpo. Arrastró una silla y se sentó, tirando de ella en su
regazo.

—No voy a ninguna parte, y tú tampoco —dijo en voz baja.

La tensión restante se filtró fuera de su cuerpo. Apoyó la cabeza en su hombro, tan


simple y confiada como un niño.

Él cerró los ojos, respiró el aroma de su perfume, y tomó una decisión. Dejaría que
Violet encontrara su propio camino y tiempo para decirle a Elizabeth. Mientras
tanto, él escucharía, tomaría su mano y ofrecería su consejo, pero no la presionaría.
Ahora comprendía la profundidad de las heridas que la recorrían. Lo difícil que
era para ella confiar en que podía cometer sus propios errores y todavía merecer el
amor.

Un día, lo sabría en su interior, ya que iba a ser su misión de vida para que así sea.
Pero por ahora…

Esperaría, y confiaría en que Violet lo descubriera por sí misma.

184
Capítulo 12

Traducido por Vero y Otravaga

Corregido por LizC

iolet se despertó al día siguiente sintiéndose como si alguien se


hubiera colado mientras dormía y la golpeara con un bate de cricket.
Tenía los ojos doloridos y arenosos, su cuerpo pesado. Mientras yacía
en la cama, escuchando el sonido de Martin en la ducha, se le ocurrió que estaba
sufriendo el equivalente emocional de una resaca.

Había chocado contra un muro con Martin anoche.

Se había preparado para el impacto, segura de que los meses más felices de su vida
estaban a punto de colisionar... Pero habían sobrevivido.

Martin ya estaba llamándolo su primera pelea. Por un lado, la aterrorizaba pensar


que nunca podría sentirse tan peligrosamente en desacuerdo con él, pero también
había algo extrañamente reconfortante en la idea de que Martin no estuviera
intimidado por la perspectiva. Que él esperaba que tuvieran un número de peleas
dos, tres, cuatro y sobrevivieran, y mucho más.

Iba a tomarle algún tiempo conseguir hacer entrar en su cabeza el concepto, pero
estaba dispuesta a trabajar en ello. Es curioso, cuando consideraba la frecuencia
con la que ella y Martin habían estado enfrentados en el pasado. Pero incluso
cuando tenía el poder de hacerle daño en aquel entonces, ahora tenía su corazón y
su felicidad, en la palma de su mano.

La ducha se quedó en silencio. Se apartó el cabello de la cara y se sentó, ajustando


las mantas sobre su yeso. Treinta segundos más tarde, Martin salió del baño, una
toalla colgada bajo en sus caderas. Como siempre las gotas de agua aún se

185
aferraban a sus hombros. Lo había reprendido varias veces por su técnica de
secado descuidada, pero él afirmaba que prefería el “secado al aire”.

Él sonrió cuando vio que estaba despierta.

—Hola.

—Hola.

—Dame cinco minutos y te traeré el desayuno.

—Martin, antes de que te vayas... Quiero hablar de Elizabeth.

Dudó un momento y luego fue a sentarse al lado de la cama.

—Adelante.

Ella arrugó el borde de la sábana.

—Sé que he hecho un desastre de todo esto. Debería haber hablado directamente
con Elizabeth desde el principio. Debería haberlo hecho, pero no lo hice, porque
soy una enorme gallina.

Él extendió la mano y entrelazó sus dedos con los suyos.

—No eres una gallina.

—Lo soy. Un cobarde, cobarde flan. Pero quiero hacerte una promesa. Iré a
Australia para la boda. Haré cualquier cosa que Elizabeth necesite para hacer su
día hermoso y perfecto, porque se lo merece. Pero entonces se lo diré. Cara a cara.
Sé que preferirías que sea más pronto...

—Está bien, Violet. Es tu decisión. Cualquiera con la que estés cómoda.

—Tú también tienes que estar cómodo con esto.

—Estoy cómodo si tú lo estás.

Entrecerró los ojos.

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—Esto es porque me convertí en una completa psicópata anoche, ¿verdad? Has
decidido que no soy capaz de ser claramente racional sobre este tema y estás
optando por salirte.

—No estoy optando por salirme de ninguna cosa. Como he dicho, es tu decisión.
Pero si quieres mi opinión, después de la boda es un momento tan bueno como
cualquier otro.

—Pero preferirías antes de la boda.

Sonrió ligeramente y se inclinó para besarla.

—Repite después de mí: es tu decisión.

Se puso de pie y desapareció de nuevo en el cuarto de baño. Se mordió el labio,


pensando en sus palabras, decidió simplemente llevarlo a su valor nominal. Había
dicho que se sentía cómodo si ella estaba cómoda. Eligió creerle. Después de todo,
él no le había mentido todavía.

Así que. En ocho semanas, más o menos, todo habría terminado. Elizabeth sabría.
Finalmente.

Un enfermizo tirón de adrenalina apretó su vientre. Esta vez, no habría vuelta


atrás. Ninguna excusa. Sin acobardarse. Le había hecho una promesa a Martin, y la
mantendría. Sin importar lo que pase.

No importa lo que apareciera más temprano que tarde.

Tenía programado quitarse su yeso a principios de mayo, pero una radiografía


demostró que el hueso no había reparado en sí ni de lejos tanto como a su médico
le hubiera gustado. Fue sentenciada a dos semanas más con el yeso.

Dos semanas se convirtieron en tres antes de que fuera capaz de negociar su yeso
por el aumento de la movilidad de una bota médica. O lo que ella esperaba sería
una mayor movilidad, al menos.

187
Sus expectativas bajaron brutalmente después de que pasó la primera media hora
cojeando. Sus huesos todavía-en-curación dolían, mientras se vinculaban
estrechamente y estaba sudorosa, temblorosa y más que un poco llorosa por el
tiempo que estuvo detrás del mostrador de su tienda.

—Esto es un desastre —le dijo a Martin cuando llamó para ver cómo había ido su
cita—. ¿Cómo voy a subir al avión? No voy a ser capaz de ir al baño. Voy a tener
que usar un maldito pañal de astronauta o algo para sobrevivir el viaje.

—Lo solucionaremos —dijo con calma.

En ese momento fue suficiente para calmarla, pero no fue hasta que estuvo dos
días cerca de su fecha de salida que se enteró de lo que la versión de Martin de “lo
solucionaremos” implicaba.

—No puedo pedirte que hagas esto, Martin —dijo mientras miraba el billete de
avión que acababa de deslizar sobre la mesa entre ellos.

Un billete para que él la acompañara a Australia, interpretando el papel de su


propio personal de enfermería/asistente/chofer.

—No me lo pediste, me estoy ofreciendo. —Estaba recién llegado a casa del trabajo
y usando uno de los trajes de tres piezas que una vez había encontrado cargado y
aburrido. Ahora pensaba que eran los más sexy y más provocativos artículos de
ropa en la historia del mundo—. Te voy a subir al avión y te haré cruzar la aduana,
entonces desapareceré. Me quedaré en un hotel agradable, disfrutaré de algunas
galerías, echaré un vistazo a algunos canguros y koalas, y cuando la boda haya
terminado te veré en algún lugar y tendremos nuestra fiesta privada.

Las lágrimas llenaron sus ojos mientras procesaba la extraordinaria y


desinteresada generosidad detrás de su oferta.

—Te amo por ofrecerte, pero no puedo dejar que lo hagas. Es demasiado.

—No lo es, Violet. Es mínimo en lo que a mí respecta. Quiero que seas feliz.
Necesito que estés a salvo.

188
Ella no podía hablar porque las estúpidas lágrimas que habían estado presionando
en la parte posterior de sus ojos se deslizaban por su rostro.

—Esas son lágrimas de felicidad, ¿no? —preguntó mientras la tomaba en sus


brazos—. ¿Lágrimas de estoy-contenta-de-que-volaremos-juntos-a-Australia?

Ella presionó su rostro contra su hombro y finalmente encontró el coraje para


expresar la certeza en su corazón.

—No te merezco.

Sus brazos se apretaron alrededor de ella, una banda feroz, indomable de


músculos y tendones.

—Sí lo haces, Violet. Y te merezco. Los dos hemos ganado con creces nuestra
oportunidad de ser felices. No voy a sentirme culpable por agarrarla con las dos
manos, y no voy a dejar que te sientas culpable, tampoco.

No se molestó en tratar de disuadirlo de su gesto galante después de eso. La


realidad era que necesitaba desesperadamente su ayuda, algo que se hizo más que
evidente incluso antes de que hubiera salido para el aeropuerto. A pesar de
sacrificar su guardarropa por debajo de lo esencial, era casi imposible para ella
cojear con su bota y transportar su maleta de muy modesto tamaño detrás de ella.

—Relájate —dijo Martin mientras tomaba el mango de la maleta de sus manos—.


Por eso es por lo que estoy aquí. Piensa en mí como tu propio Tenzing Norgay8
personal.

Pensaba en él como su salvador personal desde el momento en que había


soportado casi veinte horas en el aire para aterrizar en el aeropuerto de Melbourne.
Había discutido con azafatas en su nombre, la acompañó al baño, dejó descansar la
cabeza sobre su hombro mientras dormía, compartió su iPad con ella cuando se
aburría, y en general la trataba como si fuera la persona más preciosa, y más
importante en el mundo para él. No había pensado que fuera posible amarlo más,

8 Tenzing Norgay: fue un alpinista nepalés Sherpa. Uno de los alpinistas más famosos de la
historia, fue uno de los primeros dos individuos conocidos por haber llegado a la cima de l Monte
Everest.

189
pero al estar en el extremo receptor de su tierna, atenta, protectora y considerada
oferta le hizo preguntarse cómo alguna vez había sobrevivido sin él en su vida.

Al mismo tiempo, mientras más cerca estaba de Australia, más nerviosa y ansiosa
se sentía. Se dijo una y otra vez que no había nada de qué preocuparse —había
tomado ya la decisión de no arrojarse a merced de Elizabeth hasta después de la
boda— pero eso no detuvo el hecho que su estómago se revolviera y que su
corazón se acelerara mientras ella y Martin hacían su lento y laborioso camino a lo
largo del vestíbulo después de desembarcar del avión.

—¿Quieres sentarte por unos minutos? —preguntó Martin en voz baja una vez que
habían pasado la aduana.

Ella negó con la cabeza. Todavía tenía que recoger su equipaje y era muy
consciente de que Elizabeth estaría esperando en el otro lado de la puerta de
llegada.

—Sólo quiero superar esto y que se acabe. Y una vez que la vea todo va a estar
bien. —Sonaba más confiada de lo que se sentía. No estaba segura de una cosa
como tal. De hecho, una parte de ella estaba aterrorizada de que al momento en
que Elizabeth la mirara fuera capaz de percibir su secreta culpa.

—Te he traído algo para la suerte —dijo Martin—. Me han funcionado con un lujo
absoluto desde que las he tenido.

Ella frunció el ceño mientras él sacaba algo pequeño y negro del bolsillo de su
abrigo antes de inclinarse y deslizarlo a través del de ella.

—¿Qué es esto?

Él simplemente arqueó una ceja misteriosamente.

Ella introdujo la mano en su bolsillo y se encontró con el fresco deslizamiento de la


seda. Le llevó un segundo comprender que estaba sintiendo su propia ropa
interior, el conjunto que le había regalado en la cena de Bronwyn y Perry hace
todos esos meses.

190
Una carcajada brotó desde su interior.

Los ojos de Martin le sonrieron, su boca arqueándose hacia arriba en la esquina.


Parecía satisfecho de sí mismo y un poco remangado y muy, muy querido para
ella.

—Llevabas esto a través de la Línea Horaria Internacional sólo por este momento,
¿verdad?

—Pensé que podrías necesitar un arma secreta.

Ella deslizó su dedo en el cinturón de sus pantalones y lo arrastró más cerca.

—Tú eres mi arma secreta.

Alguien los empujó desde atrás y miró por encima del hombro, dándose cuenta de
que estaban bloqueando parcialmente el camino.

—Adelante. Hagamos esto —dijo Martin firmemente.

Se dejó barrer a lo largo del carrusel de equipaje, luego lo dejó dirigirla a través de
la comprobación de la cuarentena final. Sólo cuando estuvieron a la vista de las
puertas de cristal opaco que llevaban a la zona de espera —y a Elizabeth—
llegaron a una parada.

—Llámame cuando puedas, ¿de acuerdo? Programé la información de mi hotel en


tu teléfono. Estoy a pocos minutos en taxi si me necesitas. En cualquier momento,
de día o de noche. ¿Entiendes?

—Sí.

Metió un mechón de cabello detrás de su oreja, su rostro muy serio.

—No importa lo que pase, vamos a estar bien, Violet. Pase lo que pase. —Envolvió
sus dedos fríos y húmedos en torno a la empuñadura de su maleta con ruedas y
dio un paso atrás—. En cualquier momento, de día o de noche —repitió.

Se hizo a un lado para permitir que otros pasajeros pasaran. Lo miró, luego miró
hacia las puertas de cristal. Dio un paso, luego otro. Pero se sentía mal dejarlo atrás

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como un secreto sucio que tenía que ocultar. Se sentía mal a un nivel visceral,
primario, innegable.

Ella lo amaba. Él era su futuro, su corazón. Pudo haber mezclado, desordenado sus
sentimientos respecto al hecho de que una vez había pertenecido a su amiga, pero
no había duda en su corazón que él era el hombre con el que pasaría el resto de su
vida, con la bendición de Dios.

Simplemente no podía abandonarlo para poder mantener un subterfugio infantil


que había ido demasiado, demasiado lejos. No podía poner la comodidad y
felicidad de Elizabeth por delante de la de él. Sencillamente no podía.

Moviéndose torpemente giró sobre el tacón de su bota. Él la miraba con el rostro


solemne, y sus cejas se elevaron hacia el nacimiento del cabello con curiosidad
mientras arrastraba los pies hacia él.

—¿Qué está mal? —preguntó, estirándose para sujetar su mano.

Cómo le gustaba que su primer pensamiento fuera para ella, por su felicidad y
bienestar.

—Ven conmigo.

Sus manos se apretaron alrededor de las de ella.

—Elizabeth estará esperándote.

—Lo sé. Ven conmigo.

—Violet…

No le dio oportunidad de convencerla de ello.

—No quiero mentir sobre ti, sobre nosotros nunca más. Sé que es un horrible
momento por lo de la boda, pero es exactamente como dijiste, siempre habrá algo.
No quiero esconderte, Martin. Te amo. Y si lo que ha pasado entre nosotros es un
problema para Elizabeth, entonces que así sea.

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Sintió como si un enorme peso se hubiera levantado de su pecho mientras decía las
palabras. Como si hubiera dibujado su propia línea en la arena. Amaba a Martin.
No lo dejaría atrás, como si se avergonzara de él.

Él estudió su cara durante un instante, luego asintió.

—Si eso es lo que quieres.

—Lo es.

—Entonces vamos.

Se tomó un momento para apilar su equipaje por encima del de él, luego se
dirigieron hacia la salida directamente, su brazo sosteniéndola todo el camino.
Hubo una fracción de segundo cuando llegaron a las puertas cuando su estómago
cayó tan dramáticamente que se sintió enferma. Entonces se abrieron paso y se
enfrentaron a un mar caótico de rostros esperanzados, expectantes.

Recorrió la multitud, buscando el cabello rubio de Elizabeth. Había visto fotos de


Nathan, pero no estaba segura de que la reconociera fácilmente. Su mirada se
deslizó sobre caras desconocidas, la adrenalina haciendo acelerar su pulso y
poniendo sus palmas sudorosas.

—Por ahí —dijo Martin, su voz tranquila y profunda.

Siguió su línea de visión más allá de un grupo de gente que se agolpaba contra la
barrera donde una pareja alta, morena estaban de pie lado a lado. Se encontró
mirando a los ojos azules de Elizabeth mientras ella apretaba los dedos contra su
boca en un gesto inequívoco de shock.

Violet levantó la barbilla, preparándose para la condena mientras su vieja amiga


procesaba lo que la presencia de Martin al lado de Violet debía significar.

El hombre que estaba junto a Elizabeth le dijo algo y ésta desvió la mirada hacia él.
Violet notó por primera vez que había estado conteniendo el aliento y aspiró una
gran bocanada de aire. La mano de Martin presionó cálidamente contra su espalda.

—Ella te ama. Recuerda eso —dijo.

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Violet apenas tuvo tiempo de asentir antes de que Elizabeth comenzara a abrirse
paso a empujones a través de la multitud para alcanzarlos. Violet arrastró los pies
hacia adelante, haciendo todo lo posible por pasar las barreras. Y entonces
Elizabeth estuvo frente a ella, con sus ojos llenos de preguntas.

—Intenté decírtelo una docena de veces, pero estaba demasiado asustada —dijo
Violet, la verdad escapando de ella—. Simplemente sucedió, no era mi intención,
pero lo amo, E. Lo amo tanto…

Rompió en llanto, seis meses cargados de confusión y culpa encontrando su


camino a través de sus conductos lacrimales. El brazo de Martin rodeó sus
hombros incluso cuando Elizabeth se acercó y la tomó de la mano.

—Violet.

La preocupación y la calidez en la voz de su amiga de alguna forma atravesaron la


emoción hinchándose en la garganta de Violet. Parpadeó, apartando las lágrimas
con el dorso de su mano. Esta no era la forma en que quería hacer nada de esto.
Quería ser serena y madura, y quería darle a Elizabeth todas las oportunidades
para expresar sus sentimientos. En vez de eso, estaba aquí parada con una
estúpida bota médica en su pierna y lágrimas de niña rodando por su rostro.

—¿Por qué no encontramos un lugar más privado, quitarnos un poco del medio?
—sugirió una profunda voz.

Ella le dio un vistazo al futuro esposo de Elizabeth, captando su corto cabello


oscuro y sus penetrantes ojos azul claro. Como Elizabeth, él estaba bronceado,
incluso a pesar de que estaban en mitad del invierno australiano. Violet le lanzó
una rápida mirada sin palabras a Martin y él asintió ligeramente para dejarle saber
que estaba bien con el arreglo. Violet fue muy consciente de Elizabeth registrando
el pequeño intercambio y contuvo el impulso de apurarse a explicar de nuevo
mientras se abrían camino a la cafetería en la esquina más alejada de la sala de
llegadas.

Sin que nadie dijera nada, ella y Elizabeth gravitaron hacia la mesa en la esquina
más alejada, mientras los hombres se retiraron al mostrador.

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Ambas estuvieron en silencio por un momento después de que se deslizaron en
sus asientos. Violet luchó contra el impulso de revolverse, presionando sus manos
planas sobre la mesa.

—Lo lamento. Esta no es la forma en la que quería decírtelo —dijo ella en voz baja,
obligándose a encontrar los ojos de Elizabeth.

Lo que vio ahí fue predominantemente confusión.

—¿Cuánto tiempo...? —preguntó Elizabeth.

—Casi seis meses. Más o menos desde que regresó de verte en Australia. Sentí
lástima por él y le llevé una botella de licor. Una especie de ofrenda de paz para
que él ahogara sus penas. Se negó a aceptarla, pero se la dejé de todas formas.
Luego se emborrachó y llamó a mi puerta, queriendo saber por qué le había
comprado una botella de licor y… las cosas se pusieron un poco locas.

Elizabeth frunció el ceño.

—¿Por qué le compraste licor?

—Porque a él le gusta. ¿Recuerdas esa vez que lo probamos después de que vimos
ese espect{culo en el Criterion…?

Elizabeth sacudió la cabeza, todavía luciendo perpleja.

Violet sonrió con una sonrisa pequeña y apretada.

—Incluso entonces me daba cuenta de cosas sobre él, a pesar de que no quería
hacerlo. Supongo que por eso siempre me desagradaba tanto, porque lo tenía
metido bajo la piel. Incluso cuando era tuyo.

Miró directamente a los ojos de Elizabeth cuando lo dijo, queriendo ser valiente
sobre esta única cosa, al menos. Tentativamente, se estiró y tomó la mano de
Elizabeth. Esperó que su amiga se apartara o se tensara, pero los dedos de
Elizabeth se cerraron alrededor de los suyos en un cálido y firme agarre. Eso fue
un bálsamo para el corazón de Violet devastado por la culpa. Necesitaba
desesperadamente el perdón de su amiga.

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—La última cosa que quería era traicionarte, herirte o decepcionarte, E. Por favor
cree eso. Cuando comenzó, no creí que fuese real. Pensaba que era este loco asunto
del sexo, nada excepto una química extraña y aberrante. Pero luego siguió su
camino, y cuando caí en cuenta de que lo amaba, me sentí como si hubiese estado
mintiéndote a ti y a mí durante años. Pero no lo sabía, E, lo juro. Nunca lo supe
hasta esa noche en que él vino y nos besamos por primera vez.

—Recuerdo la forma en que ustedes solían ser —dijo lentamente Elizabeth—.


Como gatos enfurecidos. Tal vez debí haberlo sabido entonces. Toda esa pasión
debía venir de alguna parte, ¿cierto?

Su mirada era escrutadora mientras exploraba el rostro de Violet.

—Tienes derecho a estar furiosa, E —dijo Violet—. Tienes derecho a insultarme o


lo que necesites hacer. Si no quieres que esté en la boda, está bien, también.

Violet esperó que su amiga respondiera, con el cuerpo tan tenso y tan erguido en
su silla que le dolía.

—¿Él te hace feliz?

—Sí.

—Te ves bien. Igual que él.

—Él lo está.

La mano de Elizabeth se retorció en la suya de modo que era ella la que estaba
agarrando la mano de Violet.

—Entonces estoy contenta.

Era una respuesta tan sencilla y generosa. Tan abierta y tolerante. Demasiado
buena para ser cierto.

—No puedes estarlo.

—¿Por qué no, Vi? —preguntó Elizabeth, con la cabeza inclinada hacia un lado,
una pequeña sonrisa burlona en los labios.

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—Porque saliste con él. Dormiste con él. Fue tuyo una vez. Y te mentí. Elegí el sexo
con él por encima de mi lealtad hacia ti.

—Debe haber sido un sexo bastante asombroso, Vi, porque eres la persona más leal
que conozco.

Había una luz bailando en los ojos de Elizabeth, una invitación para que Violet se
relajara. Violet sacudió la cabeza, reacia —incapaz— de aceptar la reacción de su
amiga al pie de la letra. Elizabeth no podía ser tan tolerante, de mente tan abierta,
tan generosa. Simplemente no podía ser posible.

—Puede que no haya querido casarme con él, pero Martin todavía es una de mis
personas favoritas en todo el mundo, Vi —dijo Elizabeth—. Igual que tú. ¿Por qué
no estaría feliz por ustedes dos? ¿Qué clase de egoísta perra envidiosa sería si les
concediera de mala gana esa felicidad a ustedes dos cuando tengo a Nathan?

Todo era tan diferente a lo que Violet se había preparado para resistir. Sin rabia,
sin culpar a alguien, sin acusaciones. Sólo aceptación. Y confianza.

Su mirada encontró a Martin en el mostrador donde estaba esperando con Nathan.


Sus ojos se trabaron a través de la cafetería. Ella vio su comprensión, su amor, y
recordó las cosas que él le había dicho, sobre su miedo a perder a su familia y
cómo ella merecía amor y felicidad. Recordaba cómo la había abrazado después de
su primera pelea y le había dicho que sin importar qué, siempre la amaría.

Regresó su atención a Elizabeth y tomo una decisión consciente. Eligió tomarle la


palabra a su amiga. Eligió creer que Elizabeth la amaba tanto como Violet la
amaba, y que quería su felicidad tanto como Violet quería la de Elizabeth. Eligió
aceptar que ella no necesitaba perdonarla, porque Elizabeth confiaba en ella. Y
eligió creer que era digna de esa confianza, al igual que era digna del amor de
Martin.

Porque ella no era una puta innata. No era irresponsable o atribulada ni intentaba
llamar la atención. No era un fastidio, una sinvergüenza, un lastre para ser
descartado lo más pronto posible.

Era amada. Era valorada. Tenía importancia.

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Respiró profunda y purificadoramente, y entonces dejó salir el aliento. Luego
levantó la mano de Elizabeth hasta sus labios y le besó el dorso con ternura,
amorosamente.

—Gracias.

Los ojos de Elizabeth se llenaron de lágrimas.

—Gracias a ti, Violet. Por tanto a lo largo de los años. Por ser mi coraje. Por
mantenerme cuerda. Por ayudarme a encontrarme a mí misma.

Violet no estaba segura de cuál de las dos se levantó primero, ella o Elizabeth, pero
repentinamente ambas estaban de pie, con los brazos envueltos una alrededor de
la otra. Violet presionó su mejilla contra la de su amiga y dejó que la aceptación de
Elizabeth se filtrara en sus huesos.

Después de la cantidad exacta de tiempo, Elizabeth aflojó su abrazo y ambas


dieron medio paso hacia atrás.

—Vamos, vayamos a casa —dijo Elizabeth.

—En realidad, creo que Martin tiene un auto reservado.

El rostro de Elizabeth decayó un poco.

—¿No vas a quedarte con nosotros?

Violet le echó un vistazo a Martin otra vez. Él estaba hablando con Nathan,
enfocado en el otro hombre. Su camisa estaba arrugada de horas de vuelo, su
cabello revuelto. Lucía cansado y hermoso, e increíblemente sexy.

—A menos que tengas la mejor insonorización conocida por el hombre, no creo


que sea una buena idea —dijo ella.

Le tomó un momento a Elizabeth para entender. Luego su cabeza cayó hacia atrás
y soltó una encantada carcajada de sorpresa. Martin y Nathan echaron una mirada
al otro lado hacia ellas, con sorprendidas expresiones gemelas en sus rostros.

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—Bueno. Difícilmente puedo discutir con eso, ¿no es así? —dijo Elizabeth—. Pero
cenarás con nosotros esta noche, ¿no? ¿Ustedes dos?

—Sí. Por supuesto.

Elizabeth les hizo señas a los hombres para que se unieran a ellas. Martin le lanzó
una sutil mirada interrogante y ella metió el brazo a través del suyo y le dedicó
una sonrisa tranquilizadora para hacerle saber que estaba bien.

Elizabeth lo miró, con los ojos brillantes de curiosidad.

—Entonces, Martin. ¿Cómo estás? ¿Trasnochándote mucho?

—Oh, ya sabes. Esto y aquello.

Violet sonrió para sí misma, divertida por la muy seca respuesta de él. Por pensar
que una vez creyó que él no tenía sentido del humor.

Los cuatro caminaron hacia el estacionamiento, separándose frente al quiosco de


alquiler de autos.

—Los veremos esta noche —dijo Elizabeth—. Tendremos langostinos. Incluso


vamos a hacerlos a la parrilla.

Ella habló con una terrible aproximación al acento australiano. Nathan pasó un
brazo alrededor de sus hombros.

—En realidad necesitamos trabajar en eso, Lizzie —dijo él cariñosamente.

Ellos intercambiaron una mirada cargada de amor, conocimiento, calor y


aceptación. Las últimas reservas de Violet acerca de la decisión de su amiga se
escurrieron.

Este hombre amaba a Elizabeth. Sinceramente. Eso sólo podía ser algo bueno.

Elizabeth arrastró más cerca a Violet para un abrazo final antes de clavar a Martin
con una mirada.

—Cuida a mi chica, ¿está bien?

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Martin alzó las cejas.

—¿Tu chica?

—Nuestra chica, entonces —dijo Elizabeth.

Martin se estiró y le tomó la mano a Violet.

—No te preocupes. Lo tengo cubierto.

Violet no pudo evitar sentirse ridículamente conmovida de que hubiera dos


personas en el mundo que la amaran lo suficiente para sentirse posesivos con ella.
Le dio a E un último abrazo luego siguió a Martin dentro del quiosco de alquiler.
Él deslizó su mano libre alrededor de su cintura mientras llenaba los formularios
requeridos. Apoyó la cabeza contra su hombro y respiró el olor de su loción para
después de afeitar y se permitió sentir la simple paz del momento.

Al fin era libre. Libre para amar a Martin con todo su corazón. Libre para ser feliz,
sin reservas.

Martin esperó hasta que estuvieron en el auto alquilado antes de voltearse hacia
ella.

—¿Entonces fue bien?

—Sí. Ella dijo que quiere que yo sea feliz. Y también tú.

—No necesita preocuparse por mí.

—Lo sé. Ese es mi trabajo.

Sus ojos grises eran muy cálidos mientras examinaba su rostro.

—¿Entonces estás bien?

—Ahí voy.

Iba a tomar un tiempo para que toda la adrenalina y la ansiedad se drenaran de su


sistema. Había estado nerviosa por esto durante casi seis meses.

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—¿Qué hay de ti? ¿Estás bien? —preguntó ella.

Porque ésta había sido una gran mañana para él también.

—Por supuesto. Estoy contigo.

Era una cosa tan sencilla y pequeña para decir. Eso curvó su boca en una sonrisa y
atravesó su cansancio y la hizo estar increíblemente feliz de que hubo una vez en la
que fue compelida por fuerzas más allá de su comprensión a enfrentar el glacial
frío del invierno de Londres para entregar una botella de licor de durazno en la
oficina de él.

—Gracias —dijo ella.

Él parecía desconcertado.

—¿Por?

—Por todo. Por ser asombroso en la cama e infinitamente paciente, por sacrificar el
Club Savage por mí y llevarme todo el camino alrededor del mundo simplemente
porque estabas preocupado por mí, incluso a pesar de que eso significaba que
probablemente pasarías tus vacaciones solo. Por la forma en que siempre pones la
mano en la parte baja de mi espalda para guiarme a través de la calle y la forma en
que me dejas estar a cargo del control remoto del televisor, y la forma en que
nunca, ni una sola vez, me has juzgado o desconfiado de mí, o me has hecho sentir
pequeña o indeseada.

—Violet, cariño… —Él parpadeó y ella se dio cuenta de que estaba cercano a las
lágrimas.

Su Martin. El Señor Mojigato. El Señor Reprimido.

Dios, ¿cómo una mujer puede estar tan condenadamente equivocada acerca de una
persona?

Él se inclinó por encima del freno de mano y la besó, un profundo, apasionado,


minucioso y exigente beso.

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—Nunca dejaré de quererte, ¿lo entiendes? Te amo. Te adoro. Te admiro. Te deseo.
Eres mi corazón. Mi sangre, mis huesos. Mi todo.

Era la declaración que había estado esperando toda una vida para escuchar, del
hombre que ella había estado esperando toda una vida para reconocer como suyo.

Pero por fin lo había visto claramente, al igual que él por fin la había visto.

—Encontremos algún lugar donde pueda tenerte desnudo —dijo ella.

Porque repentinamente eso parecía muy, pero muy importante.

Él no dijo ni una palabra, simplemente encendió el auto y comenzó a conducir.

Porque él la tenía, al igual que ella lo tenía, y algunas cosas estaban más allá de las
palabras.

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Sobre la Autora

arah Mayberry nació en Melbourne,


Australia, y es la segunda de tres
hermanos. Siempre quiso ser escritora,
desde que estaba en la guardería y “robó” una hoja
de papel y la grapó para hacer su primer libro. Fiel a
su ambición, en la universidad se especializó en
escritura profesional y en ese momento se puso a
escribir su primer libro.

Antes de ser publicado, trabajó como editora de una revista, así como guionista en
una de las series más famosas en Australia. Durante más de dos años trabajó para
la televisión y además escribió argumentos como free-lance.

Ha publicado más de 25 novelas con Harlequin y está convencida de que tiene el


mejor trabajo del mundo.

Sarah vive con Chris, su pareja desde hace doce años. Él es un guionista con
mucho talento que no sólo la aconseja y le da soluciones a sus problemas con la
escritura, sino que además es guapo, divertido y sexy.

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Créditos
Moderadoras: LizC y Liseth Johanna

Traductores
Dianthe LizC Kuami
Flochi Shadowy Jo
Aldebarán Xhessii Lalaemk
Clau12345 Primula Vero
Naty Rihano Otravaga
Little Rose Liseth Johanna

Correctores
Nanis July Laurence 15
Flexi Samylinda LizC

Recopilación y Revisión
Nanis

Diseño
Kachii Andree

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http://bookzinga.foroactivo.mx/forum

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