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Sinopsis
Por seis años Violet Sutlcliffe ha sabido que Martin St Clair es el tipo equivocado
para su mejor amiga. Él es estirado, viejo antes de tiempo y conservador. Vuelve
loca a Violet, y el sentimiento es completamente mutuo. Luego, de la nada, su
amiga se va semanas antes de su boda con Martin, volando a Australia en una
misión de auto-descubrimiento. De vuelta en Londres, Violet se encuentra a sí
misma lamentándolo por el repentinamente soltero Martin. Al menos, se dice a sí
misma, es lástima lo que siente. Luego él va una oscura y tormentosa noche y
descubren que bajo su desdén mutuo yace una fiera química sexual.
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Índice
Capítulo 1 Capítulo 8
Capítulo 2 Capítulo 9
Capítulo 3 Capítulo 10
Capítulo 4 Capítulo 11
Capítulo 5 Capítulo 12
Capítulo 7 Créditos
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Capítulo 1
Martin St Clair apartó la mirada del hombre mayor con el que estaba hablando y
atrapó su mirada. Incluso desde la distancia ella podía ver la ligera mueca de su
labio superior. Ella arqueó una ceja en un desafío tácito.
—Lamento eso. Estuve inmersa con una de las chicas Jones-Smythe —dijo
Elizabeth mientras se reunía con Violet.
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Violet se centró en su amiga, dándole la espalda al pedante al otro lado de la
habitación.
—¿Y? Nadie va a notar si nos escabullimos. Pagamos por nuestros boletos, tienen
nuestro dinero. Esa es la parte en la que ellos están realmente interesados.
—E, sé realista. Estas personas son los muertos vivientes. —La mirada de Violet
recorrió a la multitud bien vestida asistiendo a la recaudación anual de fondos de
la Fundación de Corazón—. Más viejos que Moisés, más ricos que Dios y más
aburridos que un camión lleno de contadores.
Violet miró a su amiga con cariñosa frustración. En todos estos años que había
conocido a Elizabeth solo había visto su cabello suelto un puñado de veces. Ella
siempre estaba en guardia, siempre atenta, siempre elegante, considerada y
buena… ahora m{s que nunca con su boda con el Señor Estirado cerniéndose en el
horizonte.
—Te ves muy bonita esta noche en caso de que no te lo haya dicho antes —dijo
Violet impulsivamente, extendiendo su mano para tocar la seda del enfundado
vestido azul pizarra de Elizabeth.
Con sus profundos ojos azules, cabello rubio claro y estructura ósea delicada,
Elizabeth era la personificación de la fría y reservada rosa inglesa. Muchas
personas idiotas creían que su frialdad se extendía más allá de su piel, pero era sin
lugar a dudas la persona más apasionada, y más considerada que Violet conocía.
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Lástima que Elizabeth sentía la necesidad de ocultar toda esa pasión de la mayoría
de las personas más importantes en su vida.
—Tú eres la que sobresale, Vi. Siempre lo eres. Ese vestido es increíble.
Violet deslizó una mano por el costado de su vestido suave de terciopelo rojo estilo
flamenco y adoptó una pose de modo que mostraba una pierna vestida con malla
gruesa a través de la abertura de su falda. La convención que tenían los pelirrojos
era no vestirse de rojo —demasiado estrafalario y todo eso— pero Violet nunca
había sido una gran seguidora de las convenciones. Había puesto su cabello rojo
profundo en una cascada en lo alto esta noche, y combinó su lápiz de labios a juego
con su vestido.
—Pensé que le daría a la Fundación del Corazón algo explosivo por su dinero
—dijo ella—. Probar algunos marcapasos.
Ambas rieron.
—Tengo una fiesta en la que podemos colarnos una vez que salgamos de aquí
—dijo Violet—. En el loft del Canary Wharf, música genial, bar abierto… va a estar
muy bien.
—Lo siento —dijo, su mirada sobre Elizabeth—. Estaba hablando con Lord
Burrows y perdí la noción del tiempo.
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—No necesitas disculparte. No queremos hacerte perder la oportunidad de hacerle
saber lo mucho que admiras su buen trabajo —dijo Violet con su cara seria de
póker.
—De hecho, eso era lo que estaba haciendo exactamente. Resulta que admiro
mucho el trabajo de la Fundación.
—Lo siento si mis intentos por mejorar mi suerte en la vida parecen insensibles
para ti, Violet. No todos tienen la ventaja de haber nacido en los escalones más
altos.
Su tono fue ligero pero sus ojos estaban suplicando cuando se encontraron con los
de Violet. De repente se sintió avergonzada de sí misma por morder el anzuelo de
Martin.
No estaba segura por qué se había salido de su camino para molestarlo. No era
como si él hubiera hecho algo para provocarla. Salvo respirar, por supuesto.
—¿Por qué no les facilito las cosas para todos y me largo a esta fiesta mía? —dijo
ella—. Ustedes dos tendrán más diversión sin mí andando alrededor.
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La expresión de Elizabeth decayó y Violet de inmediato se sintió una canalla por
abandonar a su amiga en este evento tan aburrido-como-agua de fregar. Se obligó
a mirar a Martin.
—No, por supuesto que no. Esto es divertido —dijo Elizabeth con una sonrisa
rápida.
Violet esperó que Martin aceptara su palabra y continuara con sus propios planes
para la noche, pero en su lugar frunció el ceño.
Violet frunció el ceño, como siempre hacia cada vez que veía ese hoyuelo.
No pertenecía a su rostro. Era tan simple como eso. Los hoyuelos eran traviesos y
juguetones. Hablaban de risa y placer, no de trajes de tres piezas, pipas, zapatillas
de casa y chaquetas de punto con coderas.
—Si quieres ir a otro lugar, podemos —dijo Martin—. Ya hablé con todos los que
necesitaba.
—Podríamos tomar un trago en algún lado. Hay un bar cerca a tu casa —sugirió
Elizabeth.
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—Genial. Si te diriges por la Bloomsbury puedes dejarme en la estación Tottenham
Court por el camino —dijo Violet despreocupadamente.
Ella estaba muy ocupada revolviendo su bolso en busca de una camisola negra que
había metido allí antes y lo miró con sorpresa.
—No me vas a llevar todo el camino hasta allá. Es al otro lado de la ciudad.
Había incertidumbre en su voz, y por primera vez esa noche él le sonrió, sus ojos
encontrando los suyos en el espejo retrovisor.
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—Me temo que no soy tan ingenuo.
—Creo que podríamos estar en desacuerdo en eso. Por cierto, es posible que desees
mantener los ojos en la carretera por los próximos pocos minutos.
—¿Perdón?
—Sí, estoy seguro de que ha tenido mucha práctica —dijo Martin rotundamente.
—Listo. Ya está.
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La mirada de Martin se dirigió al espejo retrovisor por primera vez desde que
había empezado a cambiarse. Sintió su censura cuando él repasó su nuevo traje,
pero no dijo nada.
Elizabeth había vuelto su rostro hacia ella y sus ojos se volvieron nostálgicos por
unos pocos segundos.
—¿Recuerdas esa fiesta que teníamos antes de graduarnos? Apenas podía caminar
al día siguiente de tanto bailar.
Por su visión periférica vio a Martin poner los ojos en blanco. Ocultando una
sonrisa, se deslizó del coche, poniéndose su abrigo nuevamente.
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Señor Honorable hasta el fin.
Y sin embargo…
Había algo tan… controlado acerca de él. Desde que lo conoció lo había sentido, un
tipo de determinación de probar que era digno. O algo por el estilo.
Dos personas jugando una parte que debería salir naturalmente pero no lo hacía. Dos
personas que no se conocían realmente entre sí. Ni siquiera de las maneras en que contaba.
Quizás esa la razón por la que estaba decepcionada de que Martin apenas se
hubiera inmutado cuando se había desnudado en la parte trasera del coche, eso
por lo menos lo haría parecer un ser humano. Le habría dado esperanzas de que
debajo de toda esa anticúes antes de tiempo fuera una persona real con defectos,
fallas y sentimientos.
Descendió por debajo del nivel de la calle, sus tacones altos resonando contra los
escalones de piedra. El olor a orina la golpeó mientras atravesaba el túnel de
mosaico. Un tren estaba arrancando en la plataforma cuando llegaba y se detuvo
justo frente a él. El vagón estaba apenas un cuarto lleno y encontró asiento y se
cruzó de piernas, ajustando su largo abrigo para que sus piernas estuvieran
protegidas del frío. El anunciante dijo “cuidado con el andén” antes de que el tren
arrancara. Violet miró por la ventana, pensando en Elizabeth y Martin y su cercana
boda.
Era un error, por supuesto. A pesar de tener treinta años, Elizabeth apenas había
vivido. Necesitaba un hombre que la desafiara, le exigiera y la inspirara, no alguien
que quería envolverla en algodón y admirarla a distancia.
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En cuanto a Martin, no tenía idea de lo que necesitaba, aparte de una tonelada de
TNT atascado en su parte trasera y herméticamente cerrado.
Por un momento Violet se llenó de una inefable tristeza. Esperar y ver a Elizabeth
cometer el error más grande iba a ser una de las cosas más difíciles que había
hecho. Pero lo haría, porque amaba a E más que nada y estaba convencida que
Martin podría hacerla feliz.
Violet esperaba por todos los cielos que su amiga hiciera lo correcto.
Y si estaba equivocada… Bueno, Violet estaría allí para ayudarla a recoger los
pedazos, como Elizabeth había hecho por ella muchas, muchas veces en el pasado.
Como un grano debajo de la piel, ella lo había irritado toda la noche con su risa
demasiado ruidosa y su cabello rojo fuerte y su vestido llamativo. No entendía
para nada qué había visto Elizabeth en esa mujer.
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Le echo un vistazo cuando se detuvo en la luz roja del semáforo. Como de
costumbre, ella parecía grácil y elegante.
—Ella es tu amiga.
Él no respondió. ¿Qué iba a decir, después de todo? Hacía mucho tiempo se había
resignado a tolerar a Violet por el bien de Elizabeth.
De nuevo, él no dijo nada mientras doblaba en la calle y luego otra vez en la calle
rodeada de cobertizos detrás de la mansión victoriana convertida que albergaba su
departamento. Había recogido suficientes indirectas de Elizabeth en el trascurso de
los años para entender que la infancia de Violet no había sido feliz. Tampoco la de
él, pero no lo usaba como excusa para ser indignante y auto-complaciente
constantemente.
—Sabes, faltan exactamente ocho semanas para el gran día a partir de hoy —dijo
mientras dejaban los cobertizos atrás y entraban en la calle.
—Lo es, ¿no? todo ha pasado tan pronto. Increíble, en serio. Cuando te declaraste,
pensé que seis meses era tiempo suficiente para planear una boda. Demuestra lo
que sé.
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Debajo de sus brazos, sus hombros estaban rígidos por la tensión. Había estado
tensa últimamente. Un poco distante, también. Habían pasado casi tres semanas
desde que ella se había quedado una noche en la casa de él, no una Era de hielo,
pero si una señal, si una persona estaba buscándola, eso era todo lo que no debería
ser. En especial con una boda en el horizonte.
—¿Todo va bien? ¿No hay nada que pueda hacer? —preguntó él.
No era lo que quería preguntar, pero Elizabeth era difícil de precisar algunas veces.
Ella tendía a mantener las cosas para sí y resolverlas sola. Ya que era algo que él
mismo hacía, apenas podía criticarla, pero eso no impedía que se sintiera frustrado
cuando lo mantenía a distancia.
—Todo está resuelto. Violet ha sido una roca. No sé lo que habría hecho si ella no
me mantuviera apuntando a la dirección correcta.
Un punto a su favor.
Le lanzó una mirada dudosa. Ella sabía que él no era aficionado a los clubes y
bares ruidosos. Por otro lado, esto había sido sugerencia de Elizabeth, y las
palabras de Violet todavía estaban sonando en sus oídos.
—Estoy seguro de que podemos negociar una esquina en alguna parte —dijo él.
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Elizabeth sonrió y supo que había dicho lo correcto. Le sostuvo la puerta abierta y
entraron a un espacio con un techo bajo. Como quiso la suerte, dos mujeres estaban
abandonando dos taburetes en el bar mientras él y Elizabeth ondulaban entre la
multitud y fueron capaces de asegurar sus asientos inmediatamente.
—Voy a tomar un Frangelico sobre las rocas, por favor. —Giró en su asiento y se
puso de pie—. No será ni un momento.
Ella se dirigió a los baños. Martin llamó la atención del camarero y ordenó un
whisky escocés para sí mismo y el Frangelico de Elizabeth. Se acomodó en el
asiento, mirando en torno al bar con la más leve curiosidad. Supo sin siquiera
preguntar que no tenía nada en común con estas personas. Casi sin excepción,
tenían debajo de treinta años, vestidos a la última moda y salían para pasarla bien.
Probablemente nunca habían pasado hambre en sus vidas. Ciertamente nunca
habían tenido que trabajar en dos lugares para poder pagarse la Universidad.
Como Violet, probablemente daban todos los dones de la vida por sentado.
Frunció el ceño, irritado consigo mismo por pensar en ella otra vez. Era
plenamente consciente de que disfrutaba provocándolo, de ahí la rutina de
desnudo en la parte trasera del coche. Se rehusó a dedicarle un pensamiento otro
momento, ya que le pareció que eso era lo que ella quería, toda la atención que
pudiera atraer sobre sí misma. Los ojos de todos sobre ella. ¿Por qué si no usaría
semejantes faldas cortas y esos tacones? ¿Por qué otra cosa habría ido a una fiesta
esta noche en un diminuto top negro hecho de pura seda que cualquiera podía ver
ante un simple vistazo que sus pequeños y redondeados pechos estaban libres de
un sostén, sus pezones claramente delineados por el suave tejido?
Fue a buscar su bebida y miró sobre su hombro hacia los baños, deseando que
Elizabeth volviera. Sus hombres cayeron con alivio cuando ella salió de la puerta
marcada con la silueta de una mujer. Ella se encontró con sus ojos a través del bar y
la sensación tirante e irritada de su estómago y pecho se alivió. Podía tolerar a un
millón de Violets si eso significaba tener a Elizabeth en su vida.
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Ella era lo importante. Nada más.
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Capítulo 2
Elizabeth estuvo distraída y silenciosa por dos horas completas, pero Violet la
conocía lo suficiente como para presionarla a hablar, había aprendido al principio
de su amistad que Elizabeth o bien voluntariamente diría lo que estaba en su
mente por su cuenta o se quedaría para siempre como un secreto. Sin embargo, le
dio un gran abrazo extra antes de irse. Por tanto E sabía que estaba allí para ella si
la necesitaba.
Eran más de las seis y había cerrado la puerta y estaba poniendo en orden la tienda
en preparación para los próximos días de comercio cuando alguien golpeo en el
panel de vidrio de la puerta de enfrente. Cautelosamente, Violet apago la
aspiradora y se movió alrededor del exhibidor de modo que tenía una vista clara.
Elizabeth estaba allí, su rostro pálido y surcado de lágrimas.
—E. ¿Qué esta mal? ¿Estás bien? —Ella saco a su amiga de la fría noche de
noviembre.
—No sabía a que otro lugar ir. Estaba tan enojada, Vi. Estoy tan enojada. Y sólo…
no sé… triste y sorprendida y herida…
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Por primera vez, Violet registro que Elizabeth estaba remolcando una pequeña
maleta de ruedas.
Oh, chico.
Si Elizabeth había dejado la casa de sus abuelos, algo grande había pasado.
—Cuando fui a casa de verte esta tarde, el correo estaba en la mesa de la sala. Una
de las cartas era mi certificado de nacimiento. Había ordenado una copia para la
licencia de boda. —Elizabeth apretó el brazo de Violet, su expresión urgente—. Él
no está muerto, Vi. Mi padre no está muerto. Ellos me mintieron. John Mason era
mi padrastro, no mi padre biológico. Todos estos años… El nombre de mi padre real
es Sam Blackwell. Y de acuerdo a mi abuelo está aún vivo.
—¿Entonces tu madre estaba casada con alguien más antes de casarse con John
Mason?
—No. No casada. No sé que pasaba, pero ella y esta persona, Sam, definitivamente
no estaban casados. Pero él es aún mi padre, Vi. Y ellos me mintieron y me dejaron
creer que mis padres estaban muertos. Y Martin sabía. Mi abuelo le dijo cuando nos
comprometimos y lo ha sabido todo este tiempo y no me dijo nada. Me dijo que
eso no cambiaba nada. ¿Puedes creer eso?
Los ojos azules de Elizabeth estaban brillando con enojo. Violet deslizó un brazo
alrededor de sus hombros.
—Ven, vamos arriba. Esta es una conversación que requiere alcohol y grasas
saturadas, preferiblemente en forma de helado.
—No podría comer nada. Pero una bebida sería buena. Una bebida sería perfecta.
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sobre la tienda. Elizabeth abandono su maleta en la puerta y fue directo a la cocina.
Violet observaba, preocupada, mientras su amiga arrancó la tapa de una botella de
vodka y sirvió dos fuertes bebidas. Elizabeth levanto el suyo a su boca y lo bebió
en un largo y solo trago. Luego coloco el vaso sobre el mostrador con un fuerte
golpe y se encontró con los ojos de Violet.
—No. Estaba de repente increíblemente claro para mí. Todos estos meses… años,
realmente, he estado haciendo lo que los demás querían que hiciera. Todos esos
comités en que la abuela insistía en presentarme a candidatura. Renunciando a la
enseñanza a tiempo completo. Aceptando la propuesta de Martin. Todo esto ha
sido acerca de lo que ellos querían no lo que yo quiero.
Violet observaba, aturdida, mientras Elizabeth bebía el segundo vodka tan rápido
como había tomado el primero.
—¿Sabes qué es lo loco de esta cosa? No sé incluso qué quiero. Si sostienes un arma
en mi cabeza justo ahora y me dices que tengo que decirte dónde quiero estar en
un año desde ahora, no podría. No tengo idea. Ninguna. Nada. La única idea que
tengo en mi cabeza es que necesito encontrar a mi padre. Quiero saber quién es él.
Y tal vez conocerlo me ayudara a resolver quién soy yo.
—No quiero comida. Quiero olvidar. Quiero sentir enojo con todas las personas
que me han mentido sin tener que sentir culpa y obligación al mismo tiempo.
Quiero llegar muy, muy, terriblemente borracha.
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Violet se encontró con los ojos de su amiga. Podía ver el daño y el enojo y el pánico
allí. El mundo completo de Elizabeth había sido sacudido de su eje. Se merecía una
buena borrachera, completada con la espantosa resaca de la mañana siguiente. Era
prácticamente un rito de paso.
—Está bien.
Lanzó sus brazos alrededor de Violet, acercándola. Violet la abrazó de regreso tan
fieramente. Esta mujer era su mejor, más leal, más maravillosa amiga. Más que
nada quería que fuera feliz y plena.
Violet asentía e hizo los ruidos adecuados en los momento oportunos y se indigno
en nombre de su amiga y pasó pañuelos cuando Elizabeth llego a la sensiblera,
autocompasiva parte de la noche. Era bien entrada la madrugada y ambas estaban
con los ojos nublados y roncas para el momento en que Violet hizo una cama para
Elizabeth en el sofá y se tambaleo a su propio cuarto.
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Acostada en cama, se preocupo por su amiga mientras una parte de ella se
regocijaba que por primera vez en años Elizabeth estaba siendo honesta acerca de
cómo se sentía y qué quería. Una parte más cínica se preguntaba si Elizabeth no se
despertaría llena de lamentos y remordimientos mañana, pero su instinto le dijo
que algo se había desplazado irreversiblemente para su amiga esta noche.
Elizabeth se había liberado. Con un poco de suerte, sería capaz de pasar sobre eso
y empezar a tomar algunas decisiones sobre su vida.
Lo cual era una locura. Obviamente estaba más borracha de lo que pensaba. Martin
St Clair no necesitaba su compasión. Probablemente ya estaba planeando su
campaña para otra bien educada, hermosa mujer que se adaptara perfectamente a
sus ambiciones en ascenso.
—Desaparece. No me importa.
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—Como algo que el gato vomitó. —Ella presiono una mano en su frente. Había
tomado una ducha y tensado su largo cabello rubio en una cola de caballo. Se veía
cansada y en mal estado, pero Violet estaba contenta de ver la chispa de ira y
desafío continuar en los ojos de su amiga.
—Aquí —dijo ella, empujando el segundo café a través del mostrador—. Tengo
uno de repuesto por si acaso.
—Puede que necesite un par de minutos antes de poder ir allí —dijo Elizabeth.
Violet partió una parte del panecillo, una parte de su cerebro le advertía que
Elizabeth no había mencionado mucho el nombre de Martin, a pesar de ser un
nuevo día. Seguramente él estaba en su mente de alguna forma u otra.
Su primo, Andy, era un policía. Lo había ayudado cuando había complicado las
cosas con su novia hace unos pocos meses, así que estaba bastante segura de que
apoyarse en él para conseguir que averiguara del padre biológico de Elizabeth.
Violet la estudio.
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Elizabeth había dicho algo similar la pasada noche. Estaba en la punta de la lengua
de Violet señalar que la única persona que define a Elizabeth era la misma
Elizabeth, pero decidió que no era lo que su amiga necesitaba oír ahora. Ella
necesitaba ser un poco imprudente e impulsiva, y si eso significaba salir corriendo
a Dublín o Yorkshire o New York en lo que podría llegar a ser una búsqueda inútil,
que así sea.
—Sí.
—No.
Violet se dijo a sí misma que se preocupara de sus propias cosas. Funcionó por
cinco segundos.
—No quiero hablar con él justo ahora. Estoy todavía enojada con él, y no quiero
decir algo de lo que me arrepentiré.
—¿Eso significa que estas pensándolo dos veces sobre cancelar la boda?
—No. Eso era lo correcto por hacer, no importa lo que pase. No lo amo, Vi.
Por alguna razón, las palabras de su amiga le pegaron como un golpe al plexo
solar. No tenía idea de por qué. No era como si nunca hubiera creído en ellos como
pareja.
—Está bien. Pero eso no significa que no puedes hablar con él. Tranquiliza al
hombre.
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Elizabeth le dirigió una mirada.
—No estoy de su lado. Sólo que se me ocurrió anoche que esto debe haberlo
golpeado realmente fuerte.
—No puedo pensar sobre él. Sé que suena egoísta, pero si me detengo a pensar
sobre todas las personas que van a decepcionarse, nunca voy a hacer esto. Y
necesito hacer esto, Vi.
—Lo sé.
—Absolutamente.
—Espero que no te importe. Necesitaba algo para hacer mientras esperaba. Otra
que no sea sentarme alrededor y dudar de mí, quiero decir —dijo Elizabeth
mientras enderezaba la pila de revistas en la mesa de café.
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La mirada de Elizabeth cayó en la pieza de papel en su mano.
Violet entregó la pieza de papel. Observó las cejas de Elizabeth levantarse hacia la
línea de cabello.
Elizabeth miró fijamente la nota por un largo rato antes de encontrarse con la
mirada de Violet.
—Entonces supongo que será mejor que reserve un boleto para Australia.
—No —dijo Elizabeth firmemente—. Quiero hacer esto en persona. Y será bueno
para una escapada de unos días.
Cuatro días más tarde, Violet esperó hasta que el cliente que acababa de atender
saliera de la tienda antes de marcar el número celular de su amiga. Había estado
contando las horas, revisando el registro de llegadas del aeropuerto de
Tullamarine en Melbourne, Australia, esperando a que su amiga aterrizara.
—Violet. —La voz de Elizabeth se escuchaba en la línea telefónica clara como una
campana, casi como si estuviera en la habitación de al lado en vez de al otro lado
del mundo.
—E. ¿Cómo estuvo tu vuelo? ¿Qué está pasando? ¿Has hablado con él?
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Habían discutido la estrategia antes de que Elizabeth se fuera, por lo que sabía que
su amiga planeaba ir directamente a la casa de su padre biológico y hacer contacto.
—Largo. No mucho. Y no. Estoy sentada frente a su casa ahora mismo, tratando de
conseguir coraje para llamar a la puerta.
—Sólo un poco.
—No lo estés. Una vez que te conozca, estará sobre la luna porque le has
localizado.
—No lo sé. Tal vez estoy haciendo todo esto mal. Tal vez debería haber hecho
contacto primero mediante una carta o correo electrónico, o utilizar un abogado
para romper el hielo...
—No. Has hecho lo correcto. Y aunque no lo hubieses hecho, estás allí ahora. Todo
lo que tienes que hacer es ir a tocar su puerta.
—Vamos, E. Eres una mujer en una misión, ¿recuerdas? Estás recuperando tu vida,
sacando todo por tu propia cuenta. Superar al viejo Droopy Drawers fue sólo el
primer paso.
—Me gustaría que no lo llamaras así. El hecho de que simplemente haya decidido
no casarme con él no significa que sea una mala persona.
27
—Vi...
—Lo siento. Creo que debería ser un delito penado para que alguien tan joven
como él, se vista como un viejo crujiente. ¿Cuántas personas de treinta y dos años
conoces que vistan trajes de punto con coderas de cuero?
—Sólo porque se vista de forma conservadora no quiere decir que sea crujiente, Vi.
No es más que... conservador. —Elizabeth terminó sin convicción.
—No tienes idea de lo mucho que me arrepiento de haberte contado sobre eso
alguna vez, Vi.
Hace varios meses, Elizabeth había confesado que le había pedido a Martin darle
un poco más de sazón a su vida sexual después de leer un artículo en una revista
sobre ser responsable de su propia sexualidad. Había sido uno de esos raros
momentos de completa franqueza de su amiga, quien por lo general era muy
privada con las cosas relacionadas al dormitorio, en el que Violet se horrorizó
cuando supo que Martin no sólo había rechazado discutir las necesidades de
Elizabeth, sino que también había logrado que Elizabeth se sintiera pequeña y
sucia y mala.
—No voy a pedir disculpas por negarme a permitirte barrer ese pequeño momento
bajo la alfombra —dijo Violet—. La gente normal, nota que estoy remarcando la
palabra normal, en lugar de estirado represivo, habla con su pareja acerca del sexo y
explora su sexualidad divirtiéndose en la cama. No te acaricia la cabeza y te dice
que te respeta demasiado para utilizarte, o cualquier otra excusa basura con la que
salió cuando finalmente tuviste el coraje para hablar con él. Y adoro que hubiese
volcado todo esto en tu contra, por cierto y no sobre su falta de testículos.
Violet escuchó las palabras de su amiga, pero estaba en marcha, las palabras
brotaban desde algún lugar largamente reprimido en su interior.
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—Por el amor de Dios, no fue como si le hubieses pedido que te atara y se acercara
con un gratinador de queso o algo así. Querías probar el estilo perrito. Gran cosa
sangrienta. No había animales pequeños involucrados, o cuero, o cera caliente.
—He cancelado la boda, Vi. Eso está definitivamente archivado bajo la etiqueta de
Pasado. Necesitas dejarlo ir.
Hubo una nota aguda en la voz de Elizabeth que actuó como un balde de agua fría.
Violet parpadeó y luego se pasó una mano por la cara.
—Bueno, probablemente nunca tendrás que verlo de nuevo, dado que escasamente
querrá verme una vez que haya superado el hecho de que lo dejé. Eso debe hacerte
sentir mejor.
Violet frunció el ceño mientras las palabras de Elizabeth golpeaban cerca de casa.
Ya que E tenía razón, por supuesto, no había absolutamente ninguna razón para
que alguna vez tuviese que pasar tiempo en compañía de Droopy Drawer ahora
que él y Elizabeth habían terminado.
Violet nunca más tendría que ver las ventanas de su nariz dilatarse con disgusto
ante algo que hubiese dicho, o soportar a su cabeza prejuiciosa observándola de la
cabeza a los pies. Nunca sabría si consiguió la membrecía al Club Savage que
codiciaba con tanto fervor, o si se habría hecho socio. Nunca más tendría que
rechinar los dientes cuando él optara por lo seguro, la opción más baja en todo,
desde elegir una bebida hasta probar un material de lectura.
La campana de la puerta sonó con fuerza cuando tres mujeres entraron a la tienda,
sacándola de sus pensamientos. Les sonrió distraídamente.
—E. Alguien entró en la tienda y tengo que irme. Pero puedes hacer esto, ¿de
acuerdo? Sólo sal del coche y preséntate. Cualquier cosa que venga después de eso,
podrás manejarla.
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—Gracias, entrenador. Y gracias por todo el apoyo y los pañuelos que me has
estado pasando durante los últimos días —dijo Elizabeth.
—Bah.
No tenía ni idea.
El negocio estuvo tranquilo durante el resto del día y se las arregló para empujar el
desastroso rompimiento de Elizabeth y Martin lejos de su mente. Lo cual fue igual
de bueno. No quería convertirse en una de esas trágicas personas que vivían
colgadas del drama de la vida de otras personas. Si bien era cierto que había
pasado mucho tiempo desde que había tenido una relación por sí misma, no estaba
triste todavía. Esperaba.
Estaba bastante oscuro afuera para el momento que retiró el efectivo de la caja a las
seis. Aseguró lo recaudado en la caja fuerte, apagó todo menos la luz de seguridad
y caminó entre mostradores de ropa y perchas para sombreros y accesorios hasta la
puerta principal. Un día, cuando el árbol del dinero que había plantado en el
macetero de su ventana diera frutos, abriría un agujero en la pared e instalaría una
puerta interna desde la escalera hasta su apartamento. Originalmente pensado
para ofrecer autonomía tanto al inquilino al por menor como al residente de
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arriba, la entrada independiente era un verdadero dolor en el trasero cuando
estaba helando como esta noche.
—Infierno en llamas, Martín, casi me haces orinarme encima. ¿Has oído hablar del
teléfono?
Se acercó más. A pesar del hecho de que no creía que Martin St Clair le haría algún
daño, sintió una punzada de alarma. Nunca lo había visto tan enojado. O tan
desaliñado, ahora que lo veía en detalle. Tenía el cabello alborotado y su cara
erizada con sombra de barba. Lucía positivamente desenfadado comparado con su
usual culo meticuloso de costumbre.
—¿Qué pasa? ¿No tuviste oportunidad de planchar tu ropa interior esta mañana?
—preguntó.
Lanzó una mirada hacia su traje ceñido al cuerpo. Llevaba un sostén push-up
debajo de un top de lentejuelas estilo vintage. Una falda negra corta –está bien,
muy corta— y medias de encaje. Las botas hasta la rodilla resaltaban por sus altos
y puntiagudos tacones. El espejo de su habitación le había dicho que lucía un poco
zorra, pero la mirada condenatoria de Martin lo confirmó.
31
—Me disculpas si no estoy preparado para tomar un consejo de moda de alguien
que escoge su ropa en el catálogo de Playboy.
Sonaba tan presumido que tuvo que reír, a pesar de que una pequeña parte de ella
escocía ante su abierto desprecio. Parecía que los guantes estaban completa y
verdaderamente fuera ahora que Elizabeth no estaba de pie entre ellos.
Ella sacudió el cabello sobre su oreja, mostrando sus múltiples piercings. Sabía que
él los odiaba porque Elizabeth se lo había dicho una vez.
—¿No deberías hablarme con cariño? ¿No es eso lo que normalmente hace la gente
cuando quiere algo?
El aliento de Martin hacía vapor en el aire entre ellos. Observó cómo hacía un
visible esfuerzo por controlar su temperamento.
—Mis disculpas. Mi única excusa es que no he estado durmiendo bien. Sólo quiero
lo que sea mejor para Elizabeth. Por favor, dime dónde está.
Hasta ese momento había estado convencida de que él veía a Elizabeth como un
trofeo, otro de los logros que había adquirido durante su ascenso en los rangos
sociales. Pero la mirada de sus ojos...
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—De verdad la amas, ¿verdad? —preguntó en voz baja.
—Por supuesto que lo hago —dijo como si fuese la cosa más natural y obvia en el
mundo.
Maldita sea.
—Está bien, está bien. Ella no me indicó expresamente que no te dijera. Lo que no
significa que no me descuartizará cuando sepa que te lo dije, pero aun así. Está en
algún antiguo pub llamado La Isla de Wight en Phillip Island, Australia. Voló ayer
y hablé con ella esta mañana.
Martin asintió con la cabeza en una breve señal de agradecimiento y luego se fue.
Deslizó la puerta hacia adentro y la bloqueó con cerrojo tras de sí.
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Lágrimas inexplicables llenaron sus ojos mientras pensaba en él haciendo
precisamente eso. El gran idiota.
Y lo verdaderamente triste era que sabía que su amiga no sentía nada parecido a
eso por él.
Muy pocos, como sabía por experiencia propia. Con el corazón y la mente pesados,
lanzó sus llaves en la mesa del pasillo y trató de averiguar cómo y cuándo
informar a Elizabeth que debería estar pendiente de un visitante inesperado.
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Capítulo 3
Ella era la última persona que quería que sintiera lástima por él. La última.
Y ahora era todo lo que podía hacer para no detenerse de dar media vuelta con el
auto para defenderse ante ella de lo que dijo que Elizabeth le había dicho a ella
sobre los últimos cinco días.
Que ella había confiado en Violet él no tenía dudas, al igual que sabía que justo
ahora Violet tenía una mejor idea de dónde él estaba con su prometida —ex
prometida— de la que él tenía. El conocimiento se sentía como una roca en su
vientre, tan desagradable como la lástima de Violet.
Ésta no sería la primera vez que Elizabeth había confiado profundamente los
asuntos personales de su relación con su amiga. Le irritaba mucho más ahora que
entonces. Se había comprometido a compartir su vida con Elizabeth. A tener niños
y envejecer con ella. Odiaba el pensamiento que había cosas que ella no sentía que
podía hablar con él.
Empujó lejos el pensamiento errante. Esto no era sobre él. Esto era sobre Elizabeth.
Sobre lo que ella quería, lo que, aparentemente, Violet estaba al tanto y él no.
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Toda su vida había poseído la habilidad para compartimentar sus sentimientos y
pensamientos, una habilidad de supervivencia que le había servido bien en la
urbanización propiedad del Gobierno donde había crecido. Mientras entraba en el
estacionamiento detrás de su departamento, se sacudió sus dudas, ira y el orgullo
herido. Su objetivo inmediato era encontrar a Elizabeth. Todo lo demás podía
esperar.
Una vez que estuvo dentro y al frente de su computadora, le tomó cinco minutos
reservar en el próximo vuelo a Melbourne, Australia. Había hecho una rápida
llamada al abuelo de Elizabeth, Edward Whittaker, para dejarle saber que estaba
yendo detrás de Elizabeth, escuchando con creciente impaciencia el consejo del
otro hombre de ser paciente pero intransigente en su trato hacia ella. El abuelo de
Elizabeth la adoraba pero no había forma de escapar del hecho que su actitud hacia
ella era sobreprotectora y más que un poco Victoriana.
Era una postura que siempre había puesto incómodo a Martin, pero nunca se había
sentido capaz de comentar esto ni a Edward o a la propia Elizabeth. Contra todo
pronóstico, Edward lo había contratado como un abogado novato recién salido de
la escuela de leyes y, cuando había notado a Martin golpeando en su nuevo
entorno, le ofreció la orientación y guía que había necesitado para navegar las
políticas fratricidas y jerarquías de un bufete de abogados de larga tradición. Todo
lo que era hoy se lo debía a Edward Whittaker.
Todo.
—Ella está molesta. Todos entendemos eso. Pero una vez que se calme entenderá
que todos estaban haciendo lo mejor para ella.
Martin hizo una mueca. ¿No había dicho algo similar a Violet apenas hace veinte
minutos? Escuchando sus propias palabras de la boca de alguien más lo hizo muy
consciente de lo pomposo y condescendiente que debía haber sonado.
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Se movió inquieto mientras recordaba otras ocasiones cuando había dicho algo
similar a Elizabeth. Por cinco días había vivido de la esperanza y certeza que lo que
sea que estuviese equivocado entre ellos podía ser reparado, ambos eran gente
racional después de todo, y tuvieron seis buenos años entre ellos, pero por primera
vez se deslizó una espina de duda en su mente.
Antes que ella hubiera salido fuera de la casa de su abuelo, Elizabeth lo había
acusado de no conocerla. Había dicho que estaba tan ocupado diciéndole lo que
era bueno para ella, que no tenía idea quién era o lo que realmente quería. Se había
llamado a sí misma cobarde por no hablar de sus verdaderos sentimientos.
De nuevo, empujó los perturbadores pensamientos lejos. Una vez que la hubiera
encontrado, podrían hablar. Un puente, un desafío a la vez.
—Lo haré. Tú y Vera tómenlo con calma, ¿sí? Tengo esto en la mano.
Finalizó la llamada y sacó su bolsa de viaje del estante superior del armario. Tiró
un par de cambios de ropa interior, una camisa limpia y varios artículos de
tocador, luego ordenó un taxi y arrojó su actual archivo de trabajo en su maletín, si
iba a estar atascado en el tránsito horas y horas, bien podría ser productivo. Cuatro
horas más tarde estaba en el aire, volando hacia el otro lado del mundo.
Gracioso, pero siempre había querido ir a Australia. De chico, su madre había sido
una ávida espectadora de telenovelas australianas, y él no podía oír la familiar
canción “Neighbours” sin ser transportado de vuelta al estrecho departamento
donde había crecido. Shirley St Clair había amado el amplio cielo azul y el brillo de
la vida en Australia como se mostraba en el programa y cada día se sentaba
cómodamente en su sillón, la tetera lista, él a sus pies mientras miraban media hora
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de pura ficción sobre un mundo que incluso entonces había sabido tan bien que era
demasiado bueno para ser verdad. Sin embargo, le había hecho querer ir y ver por
sí mismo. En el fondo de su mente, había pensado que era algo que él y Elizabeth
podrían hacer juntos un día.
Philip Island estaba a una hora y media en auto de Melbourne. Se detuvo dos veces
por café, y eran cerca de las nueve de la mañana cuando se detuvo en un
estacionamiento en la tranquila ciudad costera de Cowes en Philp Island. A su
izquierda estaba un muelle de madera, metido en el agua azul brillante, a su
derecha una serie de boutiques con temáticas de playas vendiendo bikinis, toallas
de playa y bermudas. Movió el visor hacia abajo para comprobar su apariencia.
Sus ojos estaban inyectados en sangre, su cabello un desastre, su camisa arrugada y
floja. Se alisó el cabello con sus dedos antes de mover la visera de vuelta arriba. No
importaba que su ropa estuviera arrugada y sus ojos enrojecidos. Ninguna de esas
cosas iba a convencer a Elizabeth de volver a casa con él.
Renuente a dejar sus objetos de valor en el auto en una extraña ciudad, tomó
ambos, su bolso de viaje y su maletín con él mientras se dirigía al hotel Isle of
Wight. La chica detrás del mostrador era muy joven, que tal vez era el por qué
estaba feliz de entregarle el número de habitación de Elizabeth a un completo
extraño.
Miró alrededor de la barra principal mientras seguía sus instrucciones hacia las
escaleras que lo llevarían al primer piso. La alfombra estaba pegajosa bajo sus pies
y el aire olía a cerveza vieja y aceite de cocina. Un hombre moreno y fornido con el
cabello decolorado por el sol levantó amigablemente una mano hacia él mientras
pasaba el bar. Martin asintió en reconocimiento antes de subir la escalera.
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Se detuvo cuando llegó a la habitación de Elizabeth, consciente de que su corazón
latía fuerte dentro de su pecho.
Necesitaba hacer que esto funcionase entre ellos. De lo contrario todo por lo que
había luchado no sería para nada ni nadie.
Levantó una mano y golpeó. Hubo un momento de silencio, luego oyó a alguien
moviéndose en torno al otro lado de la puerta.
Violet agonizó por un día completo sobre cómo decirle a Elizabeth lo que había
dicho y finalmente se decidió por la manera cobarde, un e-mail. Se sentó a redactar
un mensaje tres veces antes de finalmente simplemente confesar que se había ido
de lengua a C. M. —abreviatura de Droopy Drawers— y que estaba arrepentida
por ser una amiga tan débil pero que él había estado tan insistente y triste que se
había sentido incapaz de negarlo. Había pulsado enviar y se sentó a esperar la
respuesta de su amiga.
Tomó dos días antes que la respuesta de Elizabeth llegara a su bandeja de entrada,
dos días de Violet sudando y sintiéndose como la peor amiga.
Está bien, Vi. Hiciste lo correcto. No era mi intención para ti que quedaras
atrapada en medio de todo esto. Martin apareció en mi puerta hace un par de días.
Hablamos. Espero que nos hayamos separado como amigos. Supongo que el tiempo
lo dirá. Escribiré más cuando pueda.
Te amo,
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E
Violet frunció el ceño hacia la pantalla de su laptop. ¿Era sólo ella, o el relato de
Elizabeth de lo que había pasado era totalmente inadecuado? ¿Dónde estaba
Martin ahora, por ejemplo? ¿Había vuelto a casa de nuevo? ¿Cuándo iba a regresar
a casa Elizabeth? Quizás Violet estaba leyendo demasiado en el económico mail de
su amiga, pero sentía que había algo más pasando con su amiga. Algo relacionado
con Martin y su padre.
La campana de la tienda tintineó y levantó la vista para ver una figura alta y de
hombros anchos llenando la puerta. El sol estaba directamente detrás de él,
reduciéndolo a una silueta, y su corazón dio un loco y nervioso golpe contra su
caja torácica.
—¿Martin? —dijo.
La sonrisa cortés desapareció de sus labios cuando él salió. No tenía idea por qué
había pensado que podría haber sido Martin, por qué Martin había sido la primera
persona que saltó a su mente cuando había visto esa silueta alta y ancha en la
puerta. No había forma que Martin alguna vez apareciera en la tienda
voluntariamente. La despreciaba. Pensaba que ella era una mala influencia en
Elizabeth. Demonios, probablemente la culpaba por todo lo que había pasado con
su amiga.
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No hace tantos días, Elizabeth le había dicho que no necesitaba preocuparse por
acalorarse bajo el cuello por Martin nunca más, desde que ella no tendría que verlo
de nuevo. Violet debería haber estado agradecida por el conocimiento. Debería
estar celebrando incluso ahora que nunca tendría que mirar a sus ojos grises que
condenan de nuevo.
Los pasos de Martin hacía eco alrededor del espacio vacío mientras caminaba
desde el formal comedor a la cocina. Echó un mirada alrededor de la habitación a
los gabinetes blanco brillante y los mostradores de mármol Carrara1 , luego se
dirigió a la ventana para ver si el bastidor había sido reparado, según sus
instrucciones.
No que eso importaba. Nunca viviría en ese apartamento. Lo había comprado para
Elizabeth. Había planeado sorprenderla con la compra cuando regresaran de su
luna de miel. Había buscado por meses sólo por la propiedad adecuada. Los
adecuados vecinos, las adecuadas proporciones. Había tenido todo el lugar
pintado, tomando sus señales de la majestuosa mansión Mayfair de los abuelos de
Elizabeth.
Había sido engañado. Podía ver eso ahora. ¿Qué mujer quería una casa que no
había elegido por sí misma? Mejor aún, ¿qué mujer quería una casa que había sido
decorada a gusto de alguien más?
La ventana se movió suavemente, indicando que las cuerdas del marco habían sido
reemplazadas. Dejó que la ventana golpeara de nuevo al alféizar.
Debería ir a casa. Era tarde, y no había razón para esto. Simplemente estaba
echando sal en la herida. Mañana llamaría al agente inmobiliario y pondría este
lugar en el mercado. Con un poco de suerte, conseguiría su dinero de vuelta. Eso
era en lo que debería estar concentrado en este momento.
1
Marmol de Carrara: Extraído de las canteras de los Alpes Apuanos en Carrara. Universalmente
conocido como uno de los mármoles más apreciados por su blancura (o con tonalidades azuladas -
grisáceas), casi sin vetas, y grano de fino aspecto harinoso.
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No había dónde sentarse, así que se sentó en el piso, su espalda contra uno de los
gabinetes de cocina, los pies apoyados en el suelo, las rodillas flexionadas. Apoyó
sus antebrazos en sus rodillas y contempló desde el pasillo a la puerta principal,
ignorando el hecho que estaba probablemente obteniendo polvo en su traje.
No sabía qué sentir, qué hacer consigo mismo. Por tanto tiempo su futuro se había
extendido enfrente de él como este pasillo, derecho, limpio y completamente
conocido. Había sabido exactamente qué necesitaba hacer, construir su reputación
en Whittaker, Malcom and Venables, hacerse socio, consolidar su posición en el
mundo. Elizabeth había sido una parte integral de eso, la mujer que había
imaginado a su lado mientras tomaba las medidas necesarias para llevarlo a donde
quería estar.
Resultó que, dónde había querido estar no era donde ella había querido estar.
Gracioso, pero nunca había pensado incluso preguntarle.
Justo como nunca había pensado en preguntarle si quería vivir en esta casa, con
estos colores de pintura.
Bajó su cabeza y masajeó el pequeño músculo entre sus cejas. Había sido un idiota.
Un ciego y tonto idiota. Y había pagado el precio. Había perdido a Elizabeth.
La mujer con que piensas que quieres casarte no existe. Ella es una construcción,
improvisada por mi desarrollado sentido del deber y tu deseo de estar conectado a un
hombre que en muchos aspectos ha llenado el papel de padre en tu vida. Yo sería una
terrible, terrible esposa para ti.
Las palabras de Elizabeth de hace tres días hicieron eco en su mente. En ese
momento, las había negado. No había querido oír lo que ella estaba diciendo.
Había sido impulsado por el miedo y el orgullo, determinado a llevarla a casa con
él. Se suponía que iban a caminar hacia el altar en apenas seis semanas a partir de
hoy. Todos sus amigos estaban invitados a la boda, así como los más importantes
de sus compañeros de trabajo. Si —cuando— llamara para cancelar la boda, el
hecho que Elizabeth lo había plantado sería de común conocimiento. La gente
hablaría y se reiría a sus espaldas. Habría especulación. Sería el hazmerreír. Un
hombre que no podía aferrar a su mujer.
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Mientras la humillación se levantaba de nuevo en su interior, sabía que el golpe
que se había llevado su orgullo era el último de sus problemas. Más importante
para él era el hecho que Elizabeth había sido frustrada y reprimida por él y la vida
que ellos habían planeado juntos.
La había hecho infeliz, y no lo había visto. Ella lo había ocultado de él, pisado la
línea, aceptado todo, y sin embargo por dentro había sido asfixiante.
No es mi culpa. Es una mujer adulta. Podría haber hablado. Decirme lo que quería, cómo se
sentía. Se suponía que íbamos a ser iguales, después de todo.
Porque Elizabeth había tratado de hablar con él, y la había ignorado. No hace tantos
meses, había esperado hasta que estaban teniendo una noche tranquila y le había
dicho en una nerviosa y autoconsciente manera que le gustaría experimentar más
en la habitación. Le había dicho que quería condimentar las cosas entre ellos,
intentar algo nuevo.
Y él había estado tan incómodo con lo que le había pedido que la había cerrado.
Consciente de sí mismo el calor quemó a través de su cuerpo mientras recordaba la
forma en que había desestimado sus propuestas. Le había dado unas palmaditas
en su cabeza y le dijo que no se preocupara sobre tales asuntos en su prisa por
terminar la conversación.
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En su momento no se había detenido a preguntarse por qué, pero Elizabeth lo
había hecho, como se lo había demostrado tan elocuentemente cuando gentil pero
firmemente rompió los lazos que los unían hace tres días.
Vamos a llamar a las cosas por su nombre aquí. Para mejor o para peor, estoy fija en tu
mente como la nieta del hombre que respetas más que cualquier otra persona en el mundo.
Tú mismo lo dijiste, le debes todo. Cuando me miras, ves a la nieta de Edward Whittaker
primero y a mí segunda.
Por mucho que quería repudiar su punto de vista de su relación, sus palabras
habían resonado en su interior.
Veinte años atrás, se había hecho una promesa a sí mismo que no iba a repetir los
errores de sus padres. Había estado determinado a triunfar fuera del ciclo de
pobreza e ignorancia en el que había nacido. Se había pegado a la escuela cuando
sus compañeros la habían abandonado. Había ignorado las tentaciones de la droga,
bebidas y chicas, aun cuando el concejo del estado había estado plagado de
distracciones y tentaciones y pese a que su madre había estado desconcertada por
su determinación para superarse.
Él no había sido el chico más listo de la clase, pero había trabajado realmente duro,
estudiando y aprendiendo hasta que llegó al nivel de diez. La primera vez que
entró en la Biblioteca Wren en la Universidad de Trinity, miró alrededor y supo sin
duda que era el chico más pobre del lugar. Se había ganado una beca parcial él
mismo para costear su educación, pero no consiguió una ayuda del Gobierno para
gastos de manutención, por lo que trabajó en dos lugares diferentes mientras hacía
al mismo tiempo todo lo posible para tener un perfil atrayente a futuros
empleadores. Había escuchado a los presentadores de la BBC y los imitó hasta
lograr su duro acento del Norte de Londres, y se dejó ver donde sus compañeros
mejor acomodados se juntaban a parlotear. En poco tiempo, se había reinventado a
sí mismo, tanto como podía hacerlo un hombre que estaba mirando todo desde
afuera. Había hecho falta que un miembro honorario del lugar hacía tiempo como
Edward Whittaker se interesara en él para terminar la transformación. Bajo la guía
de Edward había limado sus últimos bordes afilados y se ganó el brillo que le
permitió pasar como alguien nacido para tener éxito. Hasta el día de hoy no sabía
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por qué el hombre mayor se había interesado en él, quizás porque nunca tuvo un
propio hijo, así como a Marcus le faltó un padre, pero sin importar su motivación,
Edward había hecho posible su vida actual, y la idea de volverse parte de la familia
al casarse con Elizabeth se le hacía muy tentadora, que Elizabeth misma. Ella
estaba a años luz de las chicas con las que él había crecido. Ella siempre sabía qué
hacer o decir. Era hermosa, refinada, elegante. Su amor había sido el sello final de
su éxito.
Elizabeth había tenido el coraje de decir que toda pretensión era una mierda, pero
él había estado tan metido, tan desesperado por pertenecer que estuvo dispuesto a
jugar un papel el resto de su vida.
Después de un largo rato, encendió el auto y condujo a casa. La verdad era que
había luchado demasiado por mucho tiempo por esta vida. Le gustara o no, aún
significaba mucho para él. Quizás eso lo hacía trágico o débil o idiota, pero era así.
Violet sopló en sus manos ahuecadas. Llevaba guantes, pero estaba oscuro y hacía
frío y amenazaba con nevar y se estaba congelando en la calle fuera de las oficinas
de Whittaker, Malcolm y Venables.
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¿Dónde diablos estaba él?
Saltó de un pie al otro, haciendo que la botella de licor Belga de durazno chocara
con su cadera dentro de la mochila. No por primera vez se preguntó qué estaba
haciendo, esperando afuera en la oscuridad, por un hombre que había mostrado
todos los síntomas de odio genuino hacia ella.
La razón obvia era que sentía pena por Martin. Sabía cuánto amaba a Elizabeth, y
sabía que las cosas habían acabado entre ellos, lo que significaba que él
probablemente se sentía un poco apenado por sí mismo y quizás algo bastante
molesto ante el trato de porquería que había recibido. Sabía que había regresado al
país hacía dos días, y adivinaba que en lugar de tomarse unos días para
recuperarse del jet lag y lamerse las heridas, había marchado a trabajar como todo
buen soldadito. Aunque su corazón estuviera roto y se sintiera solo, triste y
miserable.
Idiota.
Tomó una decisión, cruzó la calle para detenerse en la entrada del edificio. Dos
minutos después, sus esperanzas fueron respondidas mientras una mujer vestida
severamente salía por la puerta de seguridad. Intentando aparentar que sabía
exactamente lo que hacía y a donde iba, Violet tomó la puerta antes de que se
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cerrara detrás de la mujer y entró en el vestíbulo. La calidez seca artificial la
golpeó, calentando sus mejillas, y se desabrochó el abrigo.
Ahora sólo estaba el diminuto problema de adivinar en qué piso podía estar la
oficina de Martin. Cruzó al elevador y miró la placa de bronce. Sabía que Martin
trabajaba en Insolvencia, pero parecía que había dos pisos dedicados a la alegría de
la gente en bancarrota. Con la economía como estaba, probablemente estaban
considerando poner un tercero.
Como ya había reconocido, Martin la odiaba. Creía que era fácil, malcriada y necia.
No que le hubiera dicho alguna de esas cosas en la cara, aunque sí había dicho el
chiste del catálogo de Playboy. Su contenido estaba en cada mirada que le daba, en
cada palabra que le dirigía.
El ascensor se detuvo y sacó la cabeza. Por lo que podía ver, no había una simple
luz encendida en todo el piso. Arriba y adelante entonces.
Sus pasos se ralentizaron mientras se acercaba a lo que suponía era su oficina hasta
que finalmente se detuvo. Su mano encontró el cuello del licor en su mochila.
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Quizás no había sido la elección correcta. Quizás debería haberle traído coñac o
whisky de malta o algo más acorde a toda la madera y pompa. Había elegido licor
porque recordaba que él lo probó una vez y comentó cuanto le había gustado. Se
imaginó que si iba a animarlo a olvidar las penas y aflojarse un poco, podría bien
hacerlo con algo que le gustaba.
Avanzó un paso.
Se detuvo cuando llegó al umbral. Él estaba leyendo unos papeles, usando unos
anteojos que se verían familiares en el rostro del abuelo de Elizabeth. De donde,
supuso, Martin tomó sus trucos de belleza. Aun así esta noche, como aquella que la
acosó en la calle, se veía más arrugado y menos controlado que lo normal. Se había
quitado la chaqueta y enrollado las mangas de la camisa y aflojado el nudo de la
corbata. Incluso su cabello estaba desarreglado, saliendo en todas direcciones como
si se hubiera pasado los dedos por el.
—Hola.
Él comenzó.
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Martin se puso de pie, rodeando el escritorio para estar frente a ella. Dios no
permitiera que tuviera la ventaja de estar de pie y él sentado.
—No tienes que ser humilde. Ambos sabemos que fue una victoria para ti.
Elizabeth botando su aburrido y reprimido prometido finalmente y bronceándose
con algún Dios del surf australiano.
—Un consejo. La rutina de la Pequeña Señorita Inocente sólo funciona cuando hay
una creencia factible de que la inocencia es posible.
Violet lo miró. A la mierda con intentar amigarse si él iba a insultarla antes de que
hubiera dicho algo más que hola.
—¿Eres increíble sabes? Quieres echar culpas por todas partes, ¿y si mejor te
miraras concienzudamente a ti mismo y tu estúpida vida de mediana edad
prematura? Es el siglo veintiuno, no 1800. La gente tiene sexo en posiciones
además del misionero, y muchísimas mujeres lo hacen estilo perrito. Y no, no sólo
son prostitutas o estrellas porno, son personas quienes se mantienen en contacto
con sus sentimientos y deseos. No como tú, señor Meterla Por el Culo.
—No sabría decirlo, dado que me repudiaron hace años. Deberías preguntarle a mi
padre en el Club Savage.
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—Mira. Lo lamento, ¿de acuerdo? Eso es lo que vine a decir. —Ella tomó la botella
de licor de su mochila y la puso en el escritorio—. Incluso traje una ofrenda de paz.
Él se tensó mucho, pero luego sus labios se torcieron en una parodia de sonrisa.
—Martin, sólo… c{llate y escucha, ¿de acuerdo? Creo que lo que pasó contigo y E
apesta. Sí, creía que eran malos el uno para el otro, pero eso no significa que crea
que eres una mala persona o que no quiero que seas feliz. Y quizás haya hecho un
par de chistes sobre que eras un anticuado y te llamé Droopy Drawers, pero nunca
le dije a E que te dejara. Sé cuanto la amas.
Martin parpadeó. Luego se quitó los anteojos y se tomó su tiempo para guardarlos
con toda parsimonia.
—De nuevo, gracias por tu brillante análisis de mi vida privada. La próxima vez
que quiera ser juzgado por una mujer que ha desperdiciado su vida molestando a
sus padres, sé a quién llamar.
—Oh, ya veo. Eres la única que tiene permiso para opinar sobre algo que no tiene
nada que ver contigo. ¿Tengo razón?
Violet suspiró. ¿Por qué siempre terminaban atacándose? A pesar de las palabras
furiosas que no dejaban de salir de su boca, realmente lo admiraba. Sabía que él
hacía mucho trabajo extra. Tenía mucho respeto por cómo se había elevado desde
el escalón más bajo. A una parte de ella incluso le gustaba lo serio que era, aunque
las manifestaciones externas de ello, la ropa, esos estúpidos anteojos, la volvían
loca. Y aun así no podía pasar cinco minutos en su compañía sin llevarlo por el mal
camino y viceversa.
—Quizás sería mejor fingir que esto nunca ocurrió. —Se volvió para irse.
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—¿No olvidas algo?
—Fue un regalo.
—No lo quiero.
—Rudo. Entendido.
Ella se dio vuelta de nuevo para irse pero él avanzó y le tomó el brazo. De repente
ella estaba oliendo su colonia de después de afeitarse y el olor de suavizante de
camisas mientras él abría su mochila y ponía adentro el licor. Ella lo miró a la cara,
muy cerca de la suya, pero él estaba concentrado en su propósito y no levantó la
mirada hasta que la había liberado y retrocedió un paso.
Martin la miró de pies a cabeza, con su mirada personal respecto a ella, al parecer.
—Hay muchas cosas que extrañaré de compartir la vida de Elizabeth, pero pasar
tiempo contigo no será una de ellas. Honestamente puedo decir que nunca estuve
m{s… aliviado de pensar que no necesitaba volver a ver a una persona. ¿Eso fue lo
suficientemente educado para ti, Violet, o debería agregarle algunas palabras de
cuatro letras para que te sientas más en casa?
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Dolor y furia y algo más que no logró reconocer se agolparon en su interior en un
minuto confuso. Ella abrió la boca pero no se le ocurrió nada inteligente o hiriente.
Por lo que hizo la segunda mejor cosa que se le ocurrió, sacó la lengua y sopló
haciendo un ruido de pedorreta al mismo tiempo que se levantaba el suéter,
mostrándole los senos. Era una táctica que usaba sólo en emergencias cuando
quería ser expulsada de una escuela y que tenía el mismo sentimiento de
frustración dolor y furia.
No se quedó para oír la inevitable censura. Giró sobre sus talones y marchó por el
corredor al elevador. Una vez adentro, golpeó el botón del primer piso media
docena de veces hasta que finalmente las puertas se cerraron y el descenso
comenzó.
Esperaba…
Una gran lágrima cayó por su rostro hasta su mano. La miró, positivamente
sorprendida. ¿Dé dónde en la tierra había salido eso? No le importaba lo que
Martin St Clair pensara de ella.
¿O sí?
Cerró los ojos y se inclinó contra la pared del ascensor. Era una idiota.
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menos tendría la satisfacción de saber que había tenido la última palabra entre
ellos.
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Capítulo 4
Leyó el mismo párrafo tres veces antes de que maldijera y arrojara el contrato a
través de la habitación. Sus muchas páginas golpearon la pared con un fuerte ruido
ensordecedor antes de deslizarse por el revestimiento de madera a la alfombra.
Empujó la silla hacia atrás y se dirigió a la ventana. Cuatro pisos más abajo, una
figura delgada cruzaba rápidamente la carretera. No tenía necesidad de ver el
cabello rojo para saber que era Violet: el balanceo distintivo de sus caderas y la
forma en que sostenía sus hombros y cabeza la delataba a distancia. En cuestión de
segundos había caminado fuera de la vista, su paso rápido y eficiente. Poniendo la
mayor distancia posible entre ella y él.
No tenía idea de por qué había venido. En cuanto a ese truco que había lanzado al
final... era tan típico de Violet que le hizo rechinar los dientes. Ella era como un
pavo real, siempre mostrando su mercancía, siempre necesitando ser el centro de
atención.
Típico, también, que no llevara sujetador. Si alguna vez habría estado en duda
sobre lo que estaba debajo de sus escotes por lo general pronunciados, ahora lo
sabía. Suaves pezones rosados, pechos pequeños y redondos, piel cremosa.
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Conocimiento que preferiría no tener, muchas gracias.
Se pasó la mano por el cabello, luego fue a recoger el contrato. Lo tiró en el maletín,
junto con un par de otros archivos, después se colocó su abrigo. Apagó las luces de
su oficina y se dirigió al ascensor. Llegó con un alegre sonido, las puertas de acero
inoxidable deslizándose para abrirse. Dio un paso adelante y se detuvo en seco.
Cuando llegó a la planta baja, salió al vestíbulo y se dirigió hacia la salida. Dejaría
que otra persona encontrara la botella. Los de limpieza, algún madrugador
mañana temprano. No quería el regalo culposo de Violet en su casa.
Dio un paso hacia la oscuridad helada, tirando de su abrigo hasta las orejas. El
cielo estaba oscuro, con nubes, un signo seguro de que la predicción de nieve de la
Oficina Meteorológica estaba en lo cierto.
“Creo que lo que pasó contigo y E apesta. Sí, creía que eran malos el uno para el
otro, pero eso no significa que crea que eres una mala persona o que no quiero que
seas feliz.”
Había estado a punto de entrar a su auto, pero se detuvo y dejó que su aliento
saliera entre los dientes.
Condenada Violet.
Girando sobre sus talones, extrajo su tarjeta de acceso para entrar de nuevo en el
edificio y se dirigió hacia el ascensor. Naturalmente, le tomó una eternidad al
ascensor viajar desde la parte superior del edificio a la entrada. Miró el indicador
de piso, al momento en que las puertas se abrieron entró y agarró la botella. Con el
licor en la mano, se dirigió hacia la puerta de salida.
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Dejó la botella en el banco de la cocina cuando llegó a casa. No estaba muy
hambriento, pero se había saltado el almuerzo y sabía que tenía que comer. Había
queso y pan, encendió la cocina e hizo queso a la plancha sobre pan tostado, una
comida que no había disfrutado desde sus años en la Universidad de Trinity.
Mató al resto de la noche revisando los informes financieros y tomando notas antes
de caer en la cama. Estaba cansado hasta los huesos, pero su cerebro daba vueltas y
vueltas, rememorando la visita de Violet y las acusaciones que se habían lanzado el
uno al otro una y otra vez. Fue una buena cosa que ya no tuvieran que verse el uno
al otro. Ella le hacía decir y hacer cosas de las que no estaba orgulloso: como la
forma en que prácticamente la había echado de su oficina, acusándola de
regodearse y rechazar su regalo.
Sí, había sido un regalo de lástima, pero eso no venía al caso. Ella había atravesado
toda la ciudad en la fría noche de invierno para poder verlo. Se había salido de su
ruta. Y él le había lanzado acusaciones e insultos abiertamente. No es como si a ella
le importara lo que alguien como él le dijera. Ella no escondía el hecho de que lo
encontraba muy entretenido. Un pobre hombre entretenido preocupándose por
pequeñas cosas divertidas, cosas que ella había recibido en bandeja de plata el día
en que nació.
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segundo, sus ojos marrones dorados habían mirado de vuelta a los suyos y había
visto... ¿qué, exactamente?
¿Ofensa?
¿Dolor?
No puede ser. Sus ojos se abrieron y miró al techo. Violet Sutcliffe había sido
insultada por hombres mucho mejores que él. Estaba seguro de ello. Ella era una
chica fiestera endurecida, cínica, mundana y siempre dispuesta para pasar un buen
rato. Cualquier cosa que él le dijera le resbalaría. Le llevó otra recitación de la Ley
del Impuesto antes de caer dormido.
Había hablado brevemente con Edward cuando aterrizó hace dos días,
reportándose con el viejo hombre y dejándole saber que su visita a Australia había
sido inútil en términos de traer a casa a Elizabeth. Había sido una conversación
difícil, llena de corrientes subterráneas y arrepentimiento tácito, y cada reunión o
encuentro con Edward desde entonces había estado teñido con el mismo malestar
y moderación. El hecho de que Edward estuviera avergonzado en nombre de
Elizabeth era claro, pero Martin no tenía idea de cómo hacer frente a la brecha que
se había abierto entre ellos.
Por suerte siempre había más que suficiente trabajo para enterrarse de cabeza y
seguir adelante con su tarde, perdiéndose en un expediente complicado. Todavía
estaba metido en el expediente cuando su asistente asomó la cabeza en su oficina a
las cinco.
—No te olvides que van a venir a los hombres para limpiar a vapor las alfombras
ésta noche —dijo ella.
Vio que su bolso ya estaba en su hombro, claramente, estaba más que feliz de salir
temprano del trabajo para variar. Detrás de ella podía ver a los de la limpieza
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colocando sus equipos. Genial. Ahí se fue su posibilidad de conseguir trabajar en
silencio después de horas.
—Igualmente. Aunque es probable que estarás ocupado con las cosas de la boda,
¿eh? Tenía a Johnny corriendo como un pollo con la cabeza cortada a éstas alturas
cuando nos casamos.
La miró fijamente, muy consciente de que tenía que empezar a decirle a la gente
que las cosas habían terminado con Elizabeth. Abrió la boca para hacer la primera
de lo que sería sin duda muchas explicaciones.
—No estoy seguro de lo que está en la agenda para el fin de semana —se oyó decir.
—¡Tammy!
Ella se detuvo en seco, claramente sorprendida de que él gritara tras ella. Varias
cabezas se volvieron en el área abierta en el centro de la oficina. Martin se dirigió
hacia ella.
Se detuvo frente a ella, muy consciente de que nada de lo que iba a decir sería
escuchado por el personal cercano.
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La boca de Tammy cayó abierta.
—Oh, no. ¿Está todo bien? —Ella se sonrojó furiosamente—. Lo siento. Ésa por
mucho es la pregunta más estúpida jamás hecha. Olvida que pregunté.
—Si hay algo que necesitas... Ayuda con la cancelación, cualquier cosa, lo que sea...
—Gracias. Pero ya lo tengo bajo control. —Él tomó un paso hacia atrás—. Que
tengas un buen fin de semana.
—Tú también, Martin. —Ella le dio una leve sonrisa de simpatía antes de volver y
reanudar su caminata hacia el ascensor. Volvió a su oficina, consciente que más de
un par de ojos lo seguían con curiosidad.
Una vez que estuvo en la intimidad de su despacho, dejó escapar el aliento que
había estado conteniendo y se aflojó la corbata. Había afrontado preguntas y
negociaciones con algunos de los jugadores más duros de la fraternidad legal de
Londres, pero esos últimos cinco minutos sin duda contaban como uno de los
menos agradables de su vida.
59
calle. Ya estaba oscuro, y vio cómo caminaba la gente con pasos rápidos al pasar,
acurrucados en sus abrigos.
El segundo armario que abrió contenía tazas de mezcla para hornear y bandejas,
así como la botella de licor de durazno. Vaciló un momento, luego la agarró y
rompió el sello de plástico en un movimiento suave. Tomó un vaso y se sirvió tres
o cinco centímetros.
Calor dulce y fragante golpeó la parte trasera de su garganta. Cerró los ojos,
saboreando el líquido. No solía tener un gusto por lo dulce, pero cuando había
probado el licor por primera vez en un bar de West End el año pasado había
descubierto que había algo en la dulzura del melocotón y el calor del alcohol que le
gustó a su paladar. Levantó el vaso a su boca de nuevo, luego se detuvo cuando se
le ocurrió que Violet había estado allí esa noche, también, recostada contra la barra
en un vestido púrpura brillante que había sido demasiado corto, demasiado
60
estrecho y demasiado brillante. Y cuando ella había ido en busca de un regalo de
compasión para él, le había comprado licor de durazno, de entre todas las opciones
disponibles para ella en la licorería. Lo que significaba que era o bien una
coincidencia... o había recordado esa noche y lo mucho que le había gustado el
licor.
Probablemente fue una coincidencia. No había ninguna razón para que ella
recordara un detalle tan pequeño e insignificante de él. Ciertamente no había
habido nada especial en esa noche para marcarlo en su memoria… había sido una
noche como cualquier otra, una de las muchas veces que él había socializado con
Violet por amor a Elizabeth.
Razón por la cual puedes recordar exactamente lo que llevaba puesto, hasta sus tacones de
aguja púrpura brillante.
Todo en ella era diseñado para ser memorable: su perfume, su risa, las
barbaridades que decía. La forma en que caminaba, la forma en que sonreía.
Tomó la botella y se sirvió otra copa, casi llenando el vaso esta vez.
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—Mierda.
No una noche alocada, pero así era como había sido por estos días. Esto en cuanto
a su reputación de ser una salvaje amante de la fiesta. Martin St Clair estaría tan
decepcionado si supiera que lo más extravagante que había hecho recientemente
era llevar la misma camiseta dos días seguidos.
¡Escándalo!
2
Marmite: Pasta para untar en las tostadas y está elaborado exclusivamente con extracto de la
levadura obtenida como subproduct o del proceso de elaboración de la cerveza.
62
Hizo un ruido grosero cuando se dio cuenta que estaba pensando en Martin de
nuevo. Justo cuando pensaba que lo había expulsado de su psique, él surgía otra
vez. Lo cuál era molesto y posiblemente hasta un poco inquietante.
Tiró su abrigo sobre el respaldo del sofá una vez que estuvo arriba, quitándose los
zapatos mientras se movía en la cocina. Estaba a punto de poner dos rebanadas de
pan en la tostadora cuando el timbre sonó. Se quejó para sus adentros mientras
cruzaba hacia el intercomunicador. Si era alguien vendiendo algo, iba a estar muy
tentada a ser grosera.
—¿Sí?
—Violet.
—¿Qué quieres? —preguntó. Ruda, pero se figuró que los guantes estaban
definitivamente afuera después de su último encuentro.
—¿Puedo subir?
63
habitación, descartadas bufandas tendidas sobre el respaldo del sofá, el brazo de
su lámpara de pie, el radiador...
Oh, bueno. Le daría a Martin algo más por lo que estar horrorizado. Sin duda su
apartamento era lo suficientemente limpio para ser sede de cirugía.
—Seguro. ¿Por qué no? —dijo ella secamente y apretó el timbre para dejarlo entrar.
Escuchó sus pasos en los peldaños de las escaleras y un ridículo pequeño dardo de
nerviosismo retorció su camino a través de su vientre.
—¿Puedo entrar?
Su mirada bajó en picada hasta el cuello abierto de su camisa. Unos pocos rizos
oscuros eran visibles allí. Frunció el ceño, luego miró hacia otro lado, apartándose
a un lado y haciendo un amplio gesto con su mano.
—Por supuesto. Dado que estamos siendo tan educados el uno con el otro.
Él pasó rozándola en el pequeño espacio. Ella podía oler el aire frío de la noche en
su abrigo, junto con alguna otra cosa. Algo dulce y un poco afrutado.
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Licor Belga de durazno, si no erraba en su suposición.
—¿Estás borracho?
—Te dije por qué lo compré. Quería que supieras que lamentaba lo que había
pasado con E.
—No eso. ¿Por qué licor? ¿Por qué no brandy o whisky o... no sé, Chartreuse?
—¿Chartreuse? Es esa vil cosa verde que brilla en la oscuridad, ¿no? ¿Por qué
diablos habría de comprarte eso?
—No lo sé. Tenías algo de eso la vez que estuvimos en el teatro. Parecía que te
gustaba.
—¿Y?
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—Tal vez sólo tengo una buena memoria.
Estaba empezando a sentirse incómoda. O tal vez expuesta era la palabra más
adecuada.
—No, no lo hago.
—Sí, lo haces.
Había algo en la manera en que él estaba mirándola que la hacía sentir aún más
nerviosa.
—¿No lo es? Recuerdo que odias los caracoles. Y que te niegas a ver cualquier
película con Kate Beckinsale3 en ella. Y que tienes cada álbum de George Michael4
jamás hecho.
Ella parpadeó.
—No lo sé. Solía pensar que era porque me fastidiabas. —Dio un paso hacia ella—.
Solía pensar que era porque estabas siempre usando faldas cortas y blusas
escotadas y riendo muy fuerte. Solía pensar que era porque tu perfume se metía en
mi ropa y se queda conmigo durante varios días después, a pesar de que apenas
me acercaba a ti.
Dio otro paso hacia ella y algo poderoso e innegable retumbaba en la boca de su
estómago.
—Tú me odias —dijo ella, mirándolo fijamente, sabiendo que debería poner cierta
distancia entre ambos antes de que esto se convirtiera en algo que no debería
pasar.
66
—¿Lo hago?
Estaba tan cerca que podía ver la pequeña cicatriz en la esquina de su labio
superior. La miró por un momento. Siempre se había preguntado cómo consiguió
esa cicatriz.
—¿Por qué levantaste tu blusa la otra noche en mi oficina? ¿Por qué me mostraste
tus pechos así? —preguntó, su voz muy baja, sus ojos grises atentos en ella.
—No lo sé —susurró.
—Mentirosa —dijo él, y luego cerró la distancia entre ellos y sus manos estaban
ahuecando su cara, su boca estaba bajando hacia la de ella y su corazón estaba
latiendo tan fuerte y rápido que era un milagro que no explotara.
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Él hizo un ruido de animal desesperado y la siguiente cosa que supo es que estaba
de espaldas en el sofá, su falda alrededor de su cintura, sus bragas empujadas a un
lado mientras Martin deslizaba sus dedos en su calor húmedo.
—Violet, Violet. Estás tan caliente. Tan malditamente caliente —murmuró mientras
besaba su camino por su cuello a sus pechos.
—Lo siento, tengo que moverme. Tengo que hacerlo. Estás tan malditamente
apretada. Tan buena —gruñó, su cara distorsionada con necesidad.
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—Sí. Sí. —Ella jadeó.
Se deslizó del sofá y se dirigió al baño. Cerró la puerta, y luego empujó la tapa del
retrete y se sentó. Podía ver su frente y cabello en el espejo encima del lavabo, pero
no el resto de su cara.
Elizabeth era su mejor amiga. Había sido firme defensora de Violet a través de
todo. Había estado allí cuando Violet había sido enviada a casa desde la escuela en
desgracia. Había estado allí cuando sus padres la habían rechazado.
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Se sentía enferma. Se sentía como rompiendo algo. Quería retroceder el reloj.
Pero entonces no habrías acabado de tener el mejor, el más explosivo sexo de tu vida.
Entonces no habrías sabido a lo que todos esos años de animosidad y ataques verbales
estaban llevando.
Oyó una puerta cerrándose. Estaba casi segura de que era la puerta principal. No
era una enorme sorpresa. Conocía a Martin suficientemente bien para saber que
estaría castigándose a sí mismo por esto, también. Él se enorgullecía de su sentido
del honor, de su privado código moral.
Esperó otros diez minutos, sólo para estar segura que se había ido, sintiéndose
como una cobarde además de una irresponsable, desleal puta. Finalmente deslizó
sus brazos en su bata y abrió la puerta, caminando por el pasillo hasta la sala de
estar. Estaba vacía. El alivio la inundó, seguido por aún más culpa.
70
Violet escuchó la fresca, culta voz de su amiga.
Demasiado tarde se le ocurrió que no tenía idea de con lo que Elizabeth estaba
tratando en Australia. ¿Había hecho contacto con su padre aún? Y Martin parecía
convencido de que había otro hombre en la escena. Claramente, el plato de
Elizabeth estaba lleno. La última cosa que Elizabeth necesitaba era tener a Violet
volcando todo este lío encima de ella, también, sólo porque Violet anhelaba el
perdón y la absolución de su amiga.
Era casi tan egoísta como una persona podría llegar a convertirse.
Cuando sonó el bip, terminó la llamada sin decir una palabra. Luego se obligó a sí
misma a simplemente sentarse y experimentar todos los sucios, feos pensamientos
y emociones surgiendo a través de su cuerpo. Era lo menos que podía hacer. Lo
mínimo absoluto.
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Capítulo 5
Había tenido sexo con Violet Sutcliffe. No, era demasiada seca una sola palabra
para lo que habían hecho. Habían follado. Desesperadamente. Urgentemente.
Como si sus vidas dependieran de ello. Como si pensaran que habían esperado el
momento por mucho, mucho tiempo.
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Así que, ¿por qué lo había hecho? ¿Por venganza? ¿Porque Elizabeth le había
regresado su corazón y le había dicho que no podía usarlo? ¿Porque quería
probarse algo a sí mismo?
Qué tal porque tú siempre, siempre, siempre te lo preguntaste. Incluso cuando no debías.
Incluso cuando amabas a Elizabeth. Tú siempre te preguntaste…
Un autobús de dos pisos pasó rápidamente tan cerca, que hizo que su chaqueta
ondeará. Dio un paso hacia atrás en la acera. Parpadeó. Miró alrededor de nuevo.
Necesitaba encontrar el camino a casa. Mejor aún, necesitaba olvidar lo que había
pasado esa noche. Había sido un momento de locura. Un acto estúpido e
impetuoso, manejado por el ego, por el licor de durazno y por la innegable
curiosidad.
Las flores llegaron a media mañana, entregadas por un hombre de mediana edad
con una sonrisa animada.
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—Alguien está interesado —dijo él, ofreciéndole a Violet un guiño mientras le
daba un bouquet pesado de claveles rayados en rosa y amarillo con rosas de un
color rosa pálido.
—Gracias.
Esperó hasta que la campana de la puerta indicó que se había ido, para abrir el
pequeño sobre blanco que venía insertado dentro del bouquet.
Martin St Clair.
Una pequeña y afilada risa salió de su boca. Había incluido su apellido, por si tenía
problemas de recordar quién era. Como si alguna vez lo olvidaría.
Una parte de ella quería tirar las flores en la basura, como un absoluto rechazo de
lo que había pasado anoche. Aunque, era demasiado hermoso para ser destruido.
El florista había imaginado el bouquet antes de traerlo al mundo y todos los
pétalos de las rosas estaban brillantes por la humedad. Levantó las flores hacia su
nariz y olfateó profundamente. La esencia picante de los claveles se mezclaba con
la dulzura sentimental de las rosas y entonces recordó algo que sucedió hace diez
años atrás.
Había estado obsesionada con la era Victoriana en ese entonces. Lo social, la moda,
el lenguaje. Estuvo feliz un mes completo explorando la floriografía, el lenguaje
secreto de las flores que los Victorianos habían usado para transmitir sus
sentimientos que no podían expresar de otra manera. Los claveles tenían muchos
significados, pero los claveles rayados significaban rechazo.
Lo suficientemente apropiado.
Qué irónico que Martin (o el florista) habían escogido esas dos flores para que
lucieran en el bouquet.
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Irónico, pero sin importancia en ultima instancia. Como decidió la noche anterior
la única importante en todo esto era Elizabeth.
Llevó las flores a la habitación trasera, las puso en un jarrón de agua junto al
fregadero. No fue capaz de tirarlas, pero no iba a pasar todo el día viéndolas e
inhalando su fragancia. El teléfono empezó a sonar y regresó al piso de la tienda.
El identificador le decía que era Elizabeth. Su estómago cayó y se sentó
pesadamente.
—Vi. Dios. Es bueno escuchar tu voz. No tienes idea lo mucho que te he necesitado
los pasados días…
Elizabeth sonaba extraña. Como si no fuera ella. Le tomó unos segundos a Violet
reconocer que la extraña nota que recorría su voz era la emoción.
—Es tan complicado. Pero la versión corta es que conocí a este hombre. Este
hombre exasperante, testarudo y escandaloso… —El suspiro de Elizabeth sonaba
por la línea—. Sentí como si hubiera caminado en la neblina la mitad de mi vida,
Vi. Las cosas que me hace… La manera que me hace sentir…
Violet cerró sus ojos. Entonces, Martin había tenido razón. Había alguien más en la
foto. Alguien que Elizabeth había conocido unos cuantos días atrás, pero apenas
era capaz de contener su emoción, mientras hablaba de él.
—¿Cuál es su nombre?
—¿Qué hace?
75
Por primera vez había duda en la voz de su amiga.
—¿Qué tan malas son las heridas? —preguntó rápidamente Violet, preocupada por
su amiga. Elizabeth es generosa. Violet podía imaginarse que se atrapaba en los
problemas de este Nathan, haciéndolos propios.
Elizabeth no dijo nada más, pero había un mundo de posibilidades que florecían
en la mente de Violet.
Ese era el por qué Elizabeth había dejado todo lo que conocía y amaba atrás,
después de todo.
—¿Navidad?
—¿Qué está pasando de tu lado? Debes estar harta de escuchar todas mis cosas
—dijo Elizabeth.
76
Podía ver el bouquet que había enviado Martin junto al fregadero en la habitación
de atrás, como un reprendimiento floral.
Ella hizo una mueca. De las muchas maneras que conducían a lo que necesitaba
decir…
—¿Cómo está? Me sentí tan mal cuando me dejó ahí, Vi, pero era lo mejor para
ambos. Tal vez él no era consciente en ese momento, pero lo era. Se merece a
alguien que lo ame completamente. Alguien quien lo quiera por lo que es y no
porque cumple todos los requisitos.
—Escucha, E, hay algo que necesito decirte. Algo pasó con Martin la otra noche.
—Déjame adivinar… tuvieron una pelea. Ustedes dos son absolutamente inútiles,
y completamente predecibles. ¿Espero que ninguno tenga heridas?
Violet pensó en la marca del chupetón que había encontrado en su pecho la noche
anterior cuando se bañó la esencia de Martin en su piel. No era permanente, pero
el recuerdo de Martin devorando sus pechos estaría con ella hasta el día de su
muerte.
—Vi, eres un amor, pero no tienes que pelear mis batallas por mí, ¿está bien? —dijo
Elizabeth—. Ya he tomado mi decisión. Y Martin es un buen hombre. Realmente lo
es. Es un hombre encantador. —La voz de su amiga se quebró por la emoción.
Violet miró a la pintura negra maltratada del mostrador, sintiéndose como diez
diferentes tipos de mierda.
Pero las palabras no vinieron. Elizabeth siempre había creído en ella. Sin importar
nada.
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El pensamiento de perder su amor incondicional, su apoyo, la hizo sentir enferma
del corazón.
Elizabeth había estado envuelta en algodón por sus abuelos, casi su vida entera. Se
merecía el espacio para cometer sus propios errores y aprender sus propias
lecciones. Si esta persona, Nathan, la lastimaba como probablemente haría, si era
similar a la mayoría de los hombres que Violet había conocido en toda su vida,
Elizabeth tendría la reconocida lloradera, rechinada de dientes, luego se levantaría
y se quitaría el polvo ella misma.
De todas formas, sonaba como si E tuviera sus manos llenas con Nathan, el Dios
del sexo. Lo que Violet había hecho no la convertiría en nada mejor o peor en las
semanas intermedias antes de que Elizabeth llegara a casa. No había ninguna fecha
de vencimiento en la traición, después de todo.
78
Un argumento egoísta, tal vez, pero era lo que estaba pasando con Violet. Que Dios
la ayudara.
La decisión trajo una nueva calma, que la llevó hasta la hora del almuerzo.
Entonces fue atrás de la tienda para agarrar su sándwich de la nevera y vio las
flores de Martin y todo regreso de nuevo.
Su cuerpo bajo sus manos. La sensación de tenerlo dentro de ella. La ola de placer
estremecido que se había apoderado de su cuerpo.
Esta vez no dudó. Agarró las flores, salió a la calle y las arrojó en el bote de basura
público más cercano.
Cada vez que pensaba que lo había conseguido, durante un día completo o dos sin
un solo pensamiento orientado a Martin St Clair, se colaba de nuevo bajo su
guardia.
Tomó casi un mes para llegar al punto donde él no era más que un doloroso,
incómodo, y pasajero pensamiento que podía fácilmente descartar. Un mes
durante el cual tuvo varias llamadas telefónicas de Elizabeth consolidando aún
más, la creciente convicción en su corazón que su amiga había caído plenamente
por su amante Australiano. Facilitó su culpa un tanto saber que Elizabeth había
definitivamente avanzado, pero no lo suficiente.
79
habitación, donde vio a Martín allí de pie, oscuro e imponente, en un traje negro
como el carbón. Se congeló en el acto de despojarse de su abrigo, con un brazo
dentro, y el otro fuera. La sepulcral, tensa expresión en la cara de Martin le dijo que
no tenía ni idea de que estaría allí, tampoco.
Lo que hacía a ambos bastantes tontos, en retrospectiva. Bronwyn era una de las
varias amigas que Violet y Elizabeth compartían, Martin y Perry eran ambos
abogados, un terreno común que había alimentado una estrecha amistad con los
años. Si Violet se hubiera parado a pensar en ello, habría adivinado que podría
estar allí. Al igual que él podría haber adivinado que estaría, también, debido a su
amistad con Bronwyn.
Ella rápidamente apartó la mirada, riendo alegremente de algo que dijo Bronwyn
mientras entregaba su abrigo. Se encaminó directamente a la bandeja de cócteles
que Perry estaba pasando alrededor y sólo arriesgó una segunda mirada a Martin
cuando el primer ardiente trago de vodka en su Martini quemó su camino de la
garganta hasta su estómago.
Él se paró de perfil a ella cerca de la ventana, hablando con Melissa y Lewis, dos de
los muchos amigos casados de Bronwyn y Perry. Su cabello estaba más largo que
cuando lo había visto por última vez. Esperó a que echara un vistazo en su
dirección, pero no lo hizo, manteniendo firmemente su atención en lo que sea que
Melissa estaba diciendo.
No fue una enorme sorpresa. Después de todo, se había prometido a sí misma que
si alguna vez se topaba con él otra vez saldría corriendo en la dirección opuesta.
Claramente él se sentía de la misma forma, pero no era exactamente una opción
viable esta noche, para ninguno de ellos a menos que ella estuviera preparada para
fingir un ataque de apendicitis.
80
Jugó con la idea de acercarse a Martín e involucrarlo en una conversación educada,
simplemente para quitarse de encima ese primer momento incómodo y listo.
Después de todo, podía difícilmente evitarlo toda la noche. Sólo había una docena
de personas en la habitación, incluyendo sus anfitriones. Ellos estaban obligados a
enfrentarse cara a cara eventualmente y ser forzados a tratar el uno con el otro.
La siguiente hora probó su completo error. A pesar del hecho de que estuvo en
ascuas todo el tiempo, esperando a que Martin reconociera su presencia con una
mirada, una palabra o un gesto, él categóricamente la ignoró. Donde quiera que
ella estuviera, él no, siempre dando vueltas en la dirección opuesta, su espalda o
perfil siempre girado hacia ella. Dos veces se alejó cuando ella se introdujo en una
conversación que él estaba compartiendo con algunos de los amigos de Bronwyn y
Perry. Ambas veces sintió el calor precipitarse a su cara, segura de que alguien
debió notar su comportamiento, pero nadie siquiera levantó una ceja.
No dudaba que de algún modo él había replanteado lo que había pasado entre
ellos en su mente, etiquetándola como una puta desvergonzada que lo había
controlado con licor y luego lo atrajo a su tocador. No dudaba que le echara toda la
culpa cada segundo de que habían pasado juntos directamente a su puerta. Nunca
había sido un secreto cómo él la vio, después de todo. Sería tan, pero tan fácil hacer
del villano de la letra escarlata en la pieza.
Naturalmente, la habían colocado en el lado opuesto a Martin. Eran los únicos dos
solteros en la habitación. ¿En dónde más los sentarían? Esperó a que él la mirara
directamente a los ojos, finalmente, pero él dirigió su atención a Bronwyn, quien
estaba sentado a su derecha. Violet parpadeó, incrédula.
81
La empresa de catering comenzó a servir aperitivos. Violet fijó su mirada en
Martin, con los dientes apretados, desafiándolo a seguir negando su existencia. Su
indignación crecía con cada segundo que pasaba.
¿Cómo se atreve? ¿Quién se creía que era? Mejor aún, ¿quién se creía que ella era?
Si él pensó que simplemente se iba a quedar sentada allí y aceptar tal lamentable
comportamiento inmaduro, patético, tendría que reconsiderarlo.
Lewis seguía tratando de entablar conversación con ella a su izquierda, pero Violet
no pudo seguir el tema. En todo lo que podía pensar era en Martin y en lo mucho
que quería lastimarlo de una forma profundamente primitiva y física.
El impulso de golpearlo era tan profundo, tan poderoso que sentía los músculos de
sus pantorrillas tensos, preparados para una muy buena patada. Tenía sus
puntiagudos tacones Louboutin puestos. Si lanzaba un buen golpe, incluso podría
dejarle una cicatriz.
Necesitaba unos segundos de privacidad para poder aclarar las cosas en su cabeza.
Era eso, o ceder a la tentación de lanzarse al otro lado de la mesa y golpear la cara
de Martin. Ofreció una sonrisa cortes a sus anfitriones, y luego se dirigió a la
puerta.
No estaba segura de lo que la hizo mirar hacia atrás por encima del hombro
mientras salía de la habitación. Algún sexto sentido, tal vez. Cualquiera que sea la
razón, lo hizo, y se encontró bloqueando la mirada de Martin, mientras él miraba
por encima de su hombro hacia ella, viéndola claramente salir de la habitación.
82
Esperaba ver disgusto, condena o ira en su rostro. O, en el mejor de los casos, alivio
de que estuviera yéndose, aunque sólo temporalmente.
Oh, cielos.
Él la quería. Muchísimo.
Tanto que no confiaba en sí mismo para hacer contacto visual con ella.
Cuando cerró la puerta del baño detrás de ella, su cara estaba caliente, las axilas
húmedas, su respiración un poco entrecortada. Se apoyó contra la puerta cerrada,
tratando de contener la ola de excitación descarada disparándose a través de ella.
Martin la quería. Había estado pensando en ella, también. Había estado pensando
una y otra vez en lo que había pasado entre ellos.
Quería volver a hacerlo, también. Lo sabía sin él decir una palabra. Sabía que si
pudiera, la habría seguido hasta aquí ahora mismo y la habría follado contra la
pared.
Su sexo palpitó ante la idea. Deslizó una mano por su vientre, ahuecando su
montículo a través de la suave tela de su falda primaveral. Podía sentir la
83
humedad caliente formándose allí, y cuando presionó sus dedos suavemente en su
piel sensible, un deseo eléctrico recorrió por todo su cuerpo.
Pero eso sería como tener el postre antes de que hubiera terminado su cena, y ella
siempre había creído que esa anticipación era nueve décimos del placer.
En su lugar, se levantó la falda y deslizó sus bragas por sus piernas. Las dobló en
un pequeño paquete de seda discreto, nada más trascendental que un pañuelo de
mujer. Se estudió en el espejo, reconociendo el peligroso brillo temerario, excitado,
en sus ojos.
Bien, entonces.
84
Capítulo 6
No era como si cualquiera de los dos órganos necesitara la práctica. Había pensado
en Violet casi todos los días desde que la había lanzado en su sofá y salido con la
suya con ella. No voluntariamente, por supuesto. Pero ella tenía una manera de
deslizarse bajo sus defensas. En un minuto él estaría, por ejemplo, afeitándose,
preparándose para dirigirse a trabajar por el día, y al siguiente estaría perdido en
los recuerdos de esa noche, una erección creciente haciendo una carpa en su ropa
interior. Humillante como era admitir, que había renunciado a resistirse a la
tentación de esos recuerdos después de la primera semana. Violet había estado tan
caliente, el sexo demasiado bueno para borrarlo de su mente. Nunca había pasado
tanto tiempo en la ducha, alternando entre tratar de librarse de una erección y
dándose a la necesidad y ayudándose con la mano. Había tenido más orgasmos
solitarios con el nombre de Violet en ellos en el último mes de lo que quería contar.
85
Y ahora ella estaba sentada frente a él. O lo estaría cuando regresara del cuarto de
baño con ese vestido amarillo fluido, ceñido, que envolvía sus pechos y culo como
un abrazo.
Dios lo ayudara.
Los pelos de la nuca se le erizaron y supo que Violet había vuelto al comedor. El
impulso de darse la vuelta y mirarla caminar hacia su asiento era tan fuerte que
apretó sus manos alrededor de sus cubiertos. No iba a comérsela con los ojos como
un desesperado adolescente seductor. Iba a retener alguna apariencia de dignidad,
aunque la mitad inferior de su cuerpo había renunciado a la batalla hace mucho
tiempo.
Sin embargo, era consciente del suave roce de su falda cuando ella entró. Tenía que
pasar al lado de él para dar la vuelta al extremo de la mesa y llegar a su propio
asiento. Inhaló, en busca de un atisbo de su perfume. Aún podía recordar los
débiles rastros que había lamido de su piel aquella noche...
Una fracción de segundo y el encuentro terminó, toda la maniobra tan casual, tan
sutil que estaba casi seguro de que nadie en la mesa comprendió lo que había
sucedido.
86
—Gracias —dijo él mientras ella se alejaba, su voz sonó sorprendentemente
normal.
¿Una nota?
¿Su número?
Así que esperó. Vio como Violet se sentó de nuevo en su asiento, exclamando sobre
cuán agradablemente estaba presentada su comida, haciéndole un comentario a
Bronwyn de lo mucho que amaba los espárragos. La conversación se arremolinaba
a su alrededor mientras la miraba, esperando que ella levantara la mirada a la
suya.
Finalmente, después de unos minutos de tortura, ella miró al otro lado de la mesa.
Sus ojos color ámbar estaban dramáticamente ahumados con sombra de ojos, sus
pestañas largas y oscuras. El brillo en sus profundidades era pura provocación. Su
polla surgió entre sus piernas y comprendió que había leído su necesidad cuando
lo había atrapado observándola salir de la habitación.
Con sus ojos fijos sobre los de ella, deslizó su mano en el bolsillo.
87
No creía que fuera posible para él ponerse más duro, pero lo hizo. Se removió en
su asiento de nuevo, el sudor brotando en su frente.
Esto era una tortura, tortura pura, y nunca había estado más encendido en su vida.
Aflojó su apretón en su ropa interior, frotando el tejido blando entre el pulgar y el
índice, los ojos todavía fijos en los de ella. Sintió un rastro de humedad y se tragó
un gemido. La necesidad de levantar su mano a la cara y aspirar su olor era
primordial, casi innegable.
Finalmente los platos del postre habían sido eliminados y los cafés ofrecidos.
Martin tomó ventaja de la algarabía general para escapar de la mesa.
Afortunadamente su chaqueta cubrió la evidencia de su excitación, pero tomó la
precaución de recoger su abrigo del dormitorio principal antes de encaminarse de
nuevo hacia el comedor para despedirse.
—Me dirijo hacia el Norte como primera cosa mañana. Comienzo temprano
—mintió Martín.
Como excusa para irse, era bastante débil, pero las mejillas de Bronwyn estaban
rosadas de la bebida y ella no iba a interrogarlo.
88
Por el rabillo del ojo, Martin vio a Violet empujar su silla mientras él y Perry salían
de la habitación. Se esforzó por concentrarse en lo que su amigo estaba diciendo
mientras se alejaban hacia la puerta, algo acerca de jugar squash pronto, tal vez
ponerse al día para tomar una copa si Martin quería hablar. No fue hasta que había
salido del edificio que Martin entendió que Perry se había estado refiriendo oh-tan-
amable e indirectamente a Elizabeth y su compromiso roto.
En su propia, reservada y muy correcta manera, Perry estaba haciéndole saber que
si necesitaba descargarse, él estaba allí. Decente por parte de él, pero Martin tenía
muy poco qué decir acerca de Elizabeth. En el mes desde que ella había
suspendido la boda, había estado sorprendido por cuán poco había estado en sus
pensamientos. Había sentido una cierta vergüenza en torno al anuncio inicial,
cierta molestia con respecto a las cancelaciones y otras cosas y había una nueva
moderación entre él y Edward, pero no había estado acostado despierto en la
noche, meditando sobre los daños que le causó o lo mucho que extrañaba a
Elizabeth.
La única mujer por la que había estado rumiando era Violet, si se puede llamar
rumiar a fantasear de forma feroz y a la autosatisfacción. Estaba más inclinado a
verlo como una obsesión compulsiva. Una vez había estado seguro de que nunca
se contentaría, hasta que Violet había deslizado sus bragas en el bolsillo.
—Mi coche está por aquí —dije, haciendo un gesto con la cabeza.
89
Sus tacones hacían clic en el pavimento, mientras caminaban lado a lado. Sus
manos estaban metidas profundas en sus bolsillos, con la barbilla metida en el
cuello del abrigo. Su cabello rojo oscuro bajaba por su espalda.
Él la deseaba tanto que le dolía. Había estacionado en el callejón detrás del lugar
de Bronwyn y Perry, un espacio aislado y oscuro. El parpadeo de las luces de su
coche mientras lo desbloqueaba a distancia fue casi cegador.
Se sacó su propio abrigo, lanzándolo en el piso del coche, y luego siguió con la
chaqueta de su traje. Entonces y sólo entonces la siguió al interior.
Su perfume lo envolvió mientras llegaba a ella. Sus manos alisaron la tela suave
antes de encontrar el calor de su piel. Ella levantó la boca hacia la suya y lo besó
con avidez, avariciosamente.
Ella sabía tan bien. Como el pecado. Como cada sucio pensamiento que alguna vez
había tenido.
Quería que rogara por él. La quería jadeante y adolorida. Quería que ella lo
deseara tanto como él la deseaba. Quería compensar todas las veces que lo había
atormentado en sus fantasías.
90
Deslizó un dedo dentro de ella, su pulgar todavía jugando con su clítoris. Ella
levantó sus caderas, urgiéndolo. Él ahuecó su pecho con su mano libre,
deslizándolo dentro del corpiño de su vestido para encontrar el pezón. Ella agarró
su culo, tirando de sus caderas más cerca de las suyas.
Deslizó otro dedo dentro de ella y comenzó un ritmo constante, resbaladizo. Ella
dejó caer la cabeza hacia atrás y comenzó a jadear.
Su voz era entrecortada, indefensa. Sabía lo que quería, pero él había estado
pensando sobre esto durante semanas. Siguió dando vueltas a su clítoris, los dedos
resbaladizos con sus jugos, hasta que la sintió apretar a su alrededor. Su
respiración entrecortada, con la espalda arqueada. La besó mientras se estremecía
hasta el clímax, dejando salir un suspiro en su deseo. Al segundo en que ella había
terminado, él extendió su mano hacia su cinturón.
Los planes que tenía para alargarlo más salieron por la ventana. De repente sólo
estaban ella y él y el dolor exigente en su polla. Acarició dentro de ella, creando un
ritmo castigador. Ella sollozó su aprobación y cerró sus tobillos detrás de su
espalda, respondiendo a cada golpe con uno de los suyos.
Ella deslizó sus manos dentro de los pantalones de su traje para encontrar su culo,
las uñas cavando en éste, instándolo a que fuera más rápido, más duro. Él sintió su
clímax creciendo en su interior. Se enterró a sí mismo profundamente y dejó que lo
llevara, su cara pegada a la piel fragante y suave de su cuello.
91
Al regresar de nuevo a tierra, sintió la mano de Violet deslizándose entre sus
cuerpos a donde aún seguían unidos, sintió el feroz y rápido movimiento de su
mano mientras se tocaba a sí misma.
Entonces y sólo entonces comenzó a tomar conciencia de cuán estrecho era la parte
trasera de su coche, cómo su hombro estaba atascado contra el asiento delantero,
su cuello inclinado torpemente, su rodilla en peligro de caer fuera del cojín del
asiento.
—Violet…
—Iba a darte las gracias —dijo él—. Luego iba a decirte lo jodidamente sexy que
eres.
Ella parpadeó.
—Oh.
92
Él la había sorprendido. Eso le hizo preguntarse qué estaba acostumbrada a oír de
los hombres después de que se habían perdido a sí mismos dentro de ella.
¿Disculpas? ¿Excusas? ¿Insultos?
Ella tenía el ceño fruncido, una pequeña arruga entre las cejas. Después de una
larga pausa alcanzó la manija de la puerta y salió del coche. Él tomó su abrigo del
asiento antes de seguirla, sosteniéndolo para ella mientras deslizaba sus brazos en
las mangas.
—No, gracias.
93
iba a mendigar. Y tenía razón, ella tenía mucho más que perder en ésta situación
que él. Él podía justificarlo ante sí mismo como una aventura, una indulgencia que
se había permitido a raíz de su compromiso roto. Ella no tenía tal excusa para
acostarse con él.
—Violet, en serio. Sólo un completo imbécil te dejaría tomar un taxi a casa después
de lo que acaba de pasar.
Busqué paciencia.
—Violet…
—No, Martin. No voy a ser intimidada hasta la sumisión. No soy una flor delicada,
no soy una persona complaciente, y no necesito ni quiero tu protección. Que
nosotros tengamos sexo no te hace automáticamente responsable por mí. En caso
de que no te hayas dado cuenta, esa clase de pensamiento se fue con los sostenes
puntiagudos y las fajas.
No hace mucho tiempo, ese pequeño mentón levantado le había hecho querer
hacer un agujero en la pared.
Ahora, le dio ganas de acercarse lo suficiente para besar su llena y rosada boca, de
nuevo, un movimiento tectónico que le hizo sentir decididamente fuera de
equilibrio.
94
Ella hizo un sonido de indignación.
—¿En qué planeta dejaría que eso pasara? No soy una prostituta que necesitas
enviar de vuelta a su chulo.
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conducir lejos y abandonarla como si su encuentro hubiera sido tan casual como
un apretón de manos. Había sido intenso, alucinante, consumidor.
No fue hasta que se estaba desvistiendo media hora después que se dio cuenta que
todavía tenía las pantis de ella en su bolsillo. Las sacó, mirándolas por primera vez.
Seda negra, hermosa, de calidad. Las querría de vuelta, sin duda. La primera cosa
que haría el lunes sería ponerlas en el correo.
Incluso mientras lo pensaba sabía que era una mentira. Pero, por ahora, se permitió
a sí mismo creerlo, porque no estaba ni de cerca listo para siquiera intentar
conciliar su lujuria y necesidad por Violet con todo lo demás que quería en su vida.
Se había acostado con Martin, otra vez. En el asiento trasero de su auto, nada
menos.
Una locura. Una absoluta locura, del tipo que no se había permitido desde que era
una adolescente infeliz e imprudente, inclinada por la auto-destrucción.
96
Ésta noche no se había sentido auto-destructiva, sin embargo. Se había sentido
necesaria. Inevitable. Y se había sentido bien. La sensación de su piel contra la
suya. El sabor de su boca. La gruesa dureza de él moviéndose dentro de ella...
Quizá su madrastra había tenido razón todos esos años, tal vez había nacido como
una zorra. Sin moral, auto-indulgente, indisciplinada. Quizá era por eso que había
dejado de lado décadas de amistad con una maravillosa y adorable mujer en
intercambio por diez terriblemente calientes minutos en los brazos de Martin.
La verdad era que lo que había pasado con Martin había sido extraordinario. Una
tentación más allá de lo usual. No entendía por qué él tenía que ser quien
encendiera su mundo en llamas tan espectacularmente, pero el hecho permanecía
en que lo hacía. Una mirada y ella había estado lista para tenerlo en cualquier
parte, en cualquier momento. Un roce de su mano en su piel y había estado lista
para correrse.
Se tomó lo último de su vodka, luego se fue a la cama. Sólo cuando estaba cayendo
en el sueño se permitió a sí misma pensar de nuevo en aquellos momentos en la
parte trasera del auto de Martin.
97
La luz de la calle reflejándose en su cabello oscuro. La dura y urgente estocada de
su cuerpo dentro del suyo. La firme fuerza de sus músculos. La embriagadora
especia de su loción para después de la afeitada.
Todo fue mucho más claro al día siguiente. Ya no había duda en su mente de que
había cometido un terrible error al permitirse a sí misma ser sacudida en su deseo
por Martin de nuevo. No pasaría una tercera vez. De ahora en adelante, verificaría
si Martin estaba en la lista de invitados antes de acceder a asistir a un evento social.
Y si lo estaba, se excusaría. La gente se preguntaría, pero podría disculparse bajo la
premisa de que se sentía incómoda por la situación con Elizabeth.
Era dolorosamente cierto, pero no por las razones que la gente asumiría.
La navidad estaba a tan sólo cinco días de compras, y la tienda estuvo llena toda la
mañana con personas buscando regalos de último minuto. Normalmente no se
quedaba hasta más de las tres en las tardes los días domingo, pero en ésta época
del año valía hacer una excepción. Se saltó el almuerzo y, para las cuatro de la
tarde, se estaba sintiendo más que un poco famélica. Tomando ventaja de una
pausa, se metió en la habitación trasera. Había comprado una bolsa de mangos el
día anterior, una indulgencia para animarse en medio del invierno. Tomó uno
ahora, pelando la piel de él antes de cortarlo en un patrón cuadriculado y
comérselo con ávida prisa. Los dulces jugos se deslizaron por su barbilla y tuvo
que lavarse la cara en el lavabo cuando terminó. La campana sobre la puerta no
había sonado para señalar más clientes, así que se estiró por un segundo mango y
lo partió en dos. Estaba a punto de ensuciarse de nuevo cuando la campana sonó.
98
Bueno. Al menos había conseguido meter algo en su estómago vacío. Se secó las
manos con un pedazo de toalla de papel, luego la tiró en el bote mientras regresaba
al piso de ventas.
—No lo sé.
Ambos estaban mintiendo. Ella no había necesitado preguntar por qué estaba ahí,
y ambos sabían lo que él quería.
Mucho para enviarlo de vuelta. Mucho para ser una buena amiga.
—Entonces dime cómo hacer que se detenga. —Dio un paso hacia ella—. Tengo
que exponer mañana. Se supone que hable de declaraciones financieras, pero todo
en lo que puedo pensar es en ti. ¿Por qué es eso, Violet? ¿Cuando hace unas
cuantas semanas apenas podíamos estar junto al otro?
—No lo sé. —Tampoco lo sabía. No entendía cómo todas las cosas que alguna vez
la habían enojado de él ahora la excitaban tanto que dolía. Su cabello
cuidadosamente peinado. Su afeitado preciso. La frescura de su camisa azul
pálido. La calidad de su chaqueta de pana, completa con un parche de cuero en los
codos.
Una vez, su pulcritud la había vuelto loca. Ahora veía todo ese cuidadoso orden y
veía la necesidad apretadamente atada debajo de él. Veía los fuertes tendones en
su cuello y la llenura de su labio superior. Veía la amplitud de sus hombros y la
99
dureza firmemente moldeada en un gimnasio de sus músculos. Veía el apretado
deseo en sus ojos, estaba impotente para resistir su propia respuesta instintiva.
Él dudó por un momento, luego se dio vuelta y giró el seguro. Ella observó
mientras él volteaba el aviso de abierto a cerrado. Luego vio mientras caminaba
hacia ella. Su mirada cayó al bulto en sus pantalones. Tomó un profundo y
vigorizante aliento.
Él cerró los últimos metros de distancia entre ellos y siguió viniendo hasta que la
tenía presionada contra el mostrador.
Ella deslizó sus manos dentro de su chaqueta, suavizando sus manos sobre el
cálido y fino algodón.
—Cállate y bésame.
La puerta traqueteó. Ella rompió el beso, mirando sobre su hombro para ver a
alguien mirando a través del panel de cristal. La mano de Martin cayó de sus
pechos. Ella la agarró y la usó para arrastrarlo a la habitación trasera, cerrando la
puerta de una patada detrás de ellos. No había mucho aquí —una vieja mesa de
100
pino, un par de sillas de madera curvada, el lavabo, un microondas y un
refrigerador— pero eso no importaba. Lo importante era que Martin estaba aquí, y
nadie podía interrumpirlos.
—¿Quieres…?
—Todavía no —dijo.
Ella apoyó sus brazos detrás de sí en la mesa y se rindió ante su asalto sexual. Él
lamió, succionó y mordió sus pezones, derrochando su atención en ella. El calor
creció entre sus muslos, un latido doloroso que demandaba satisfacción.
Como si sintiera su necesidad, Martin deslizó una mano bajo su falda, posando su
palma sobre sus ligueros, deteniéndose brevemente cuando su mano se movió
desde la media hasta la cálida piel. Él levantó la cabeza de sus pechos, sus ojos
crudos y conocedores mientras miraban en los suyos. Luego, empujó su falda hacia
arriba e inspeccionó lo que sus manos acababan de descubrir.
Siguió su mirada y se vio a sí misma extendida ante él, el encaje negro de sus
ligueros enmarcando la pálida piel de sus muslos superiores. Su mirada se centró
directamente en la seda rosa pálido de sus pantis. Se mordió el labio mientras él se
estiraba y deslizaba su dedo índice ligeramente por el pliegue de su sexo. Su
aliento salió en un estremecimiento. Con su delicado toque, Martin deslizó sus
dedos bajo la cinturilla de su ropa interior y gentilmente la bajó por sus caderas.
101
No apartó su mirada de ella mientras levantaba su trasero para removerla por
completo. Un latido de corazón después estaba desnuda ante él.
Una vez más, se paró entre sus muslos, ampliándola con su cuerpo y sus manos.
Sus brazos se rindieron y ella cayó sobre su espalda mientras él enmarcaba su sexo
con ambas manos.
—He estado soñando con esto. Contigo —dijo él, su voz muy profunda.
Lo hizo regresar a lo que había estado a punto de hacer pero su mirada había caído
en algo detrás de ella en la mesa.
—Sí.
Hubo algo en la manera que lo dijo que hizo que su corazón golpeara contra sus
costillas con una repentina e intensificada emoción. Él se inclinó más allá de ella y
recogió la mitad del mango que ella había estado a punto de comer antes de que la
campana anunciara su presencia. Lo levantó hacia su boca y dio un mordisco.
102
momento, sus mejillas sonrojadas con deseo. Luego bajó su cabeza y reemplazo el
mango con su boca.
Ella cerró los ojos por un segundo, intentando recuperarse. Escuchó el sonido de
un condón siendo abierto. Cuando abrió los ojos de nuevo, él estaba deslizando el
condón por la gruesa longitud de su erección. La lenta y paciente manera en que
puso el látex en su lugar fue profundamente erótica. Se lo imaginó tocándose a sí
mismo así, en la privacidad de su dormitorio.
¿Pensaba él en ella cuando se tocaba? ¿Imaginaba que era la mano de ella en lugar
de la suya?
103
Él alisó sus palmas por su caja torácica hacia sus pechos mientras empezaba a
bombear dentro de ella. Envolvió sus piernas alrededor de él y se rindió al deslizar
de su cuerpo contra el suyo y la inminente necesidad dentro de sí.
Se apartó casi inmediatamente, dando la espalda para ocuparse del condón. Ella no
se molestó en sentarse y arreglarse decentemente ésta vez.
No era decente. Era controlada y estaba obsesionada por un hombre que solía ser
su enemigo. Un hombre que solía pertenecer a su mejor amiga. Si Elizabeth no
hubiera cancelado la boda, se estarían casando en sólo unas cuantas semanas.
El pensamiento hizo que Violet se estirara por su falda y la trajera de vuelta sobre
sus muslos. Martin se giró para enfrentarla y pudo ver su propia confusión
reflejarse en sus ojos. Él tampoco sabía qué era esto.
Lo peor era que no podía hacerse ilusiones de que esto no pasaría de nuevo jamás.
No podía negarse a él. Y él no podía permanecer lejos de ella, si hoy y la noche
anterior eran algo que la hiciera suponer aquello.
Con la expresión cerrada, Martin le pasó su suéter. Ella se lo puso, luego se bajó de
la mesa y recogió sus pantis del piso. Martin la siguió hacia la tienda, mirando
silenciosamente mientras ella vaciaba la registradora. Juntos subieron las escaleras
a su apartamento, todavía sin hablar.
—Necesito una ducha. —Él la había recorrido de principio a fin, pero todavía
estaba pegajosa por el jugo de mango.
—De acuerdo.
104
—¿No te me vas a unir?
Algo en su pecho quedó atrapado por esa sonrisa. Él lucía feliz. La noción que
pudiera tener la capacidad de traerle felicidad —distinta del placer— era una
revelación.
Luego empezó a desvestirla de nuevo, y ella dejó que todas sus dudas se
apartaran, como siempre lo hacía cuando él estaba tocándola.
105
Capítulo 7
Estaba de espaldas a él, con la parte trasera ajustada entre sus caderas. Deslizó su
brazo alrededor de su cuerpo, apoyándolo debajo de su caja torácica. Permaneció
durante largos minutos, sintiendo la subida y bajada de su respiración, dejando
que su calor se filtrara en él. Después de un rato se agitó, murmurando algo en su
sueño, su trasero empujándose más firmemente entre sus caderas.
Era más que suficiente para hacerlo ponerse completamente duro. Presionó su
erección contra la curva de su trasero, y luego deslizó una mano por su vientre y
entre sus muslos. Ella ya estaba caliente y húmeda allí. ¿Gracias a él? ¿Porque
estaba soñando con ellos de esta manera, juntos en la cama?
106
Él encontró el brote de su clítoris y lo acarició suavemente, dócilmente. El más leve
susurro de un toque. Su cuerpo parecía aflojar, como si hubiera estado anhelando
sus caricias. Mojó su dedo dentro de la delicada humedad entre sus muslos, luego
trazó su clítoris de nuevo. Se movió por segunda vez, con la cabeza ligeramente
levantada de la almohada.
—Martin.
Ella se ajustaba a él como un guante de suave terciopelo, pero aun así tan apretado.
Gruñó en lo profundo de su garganta y comenzó a moverse. Se había previsto que
esta sería una tranquila mañana de ocio, un lento despertar al día, pero debería
haber sabido que Violet tendría sus propias ideas. Antes de que hubieran pasado
muchos minutos, ella se estaba empujando hacia arriba sobre las rodillas,
arqueando la espalda, apoyándose en su penetración, llevándolo más profundo.
Luego se estaba agarrando al cabecero con las manos y él estaba azotando contra
ella, encendido más allá de toda razón por los globos gemelos redondos de su
trasero, su espalda curvada y su cabello rojo derramado sobre los hombros.
—Sí. Por favor. Sí. —Sus gritos llenaron la habitación, sin sentido y abandonados.
—Mierda. —Se perdió por unos segundos, el placer disparándose a través de él, tan
intenso que era casi doloroso.
107
Regresó a la tierra, consciente de que Violet aún tenía que encontrar su punto
máximo. Todavía estaba duro dentro de ella, por lo que deslizó una mano
alrededor de sus caderas y encontró su clítoris. Ella dejó caer la cabeza en la
almohada, todo su cuerpo temblaba de expectación mientras él acariciaba, jugaba y
la rondaba. No pasó mucho tiempo antes de que sintiera el ajustado apretar de sus
músculos internos mientras se inclinaba sobre el borde en el clímax. La mantuvo
colgada en el borde del deseo tanto como pudo antes de deslizar su mano
libremente. Ambos se derrumbaron sobre la cama, los cuerpos húmedos por el
sudor, las sábanas enredadas alrededor de sus pies.
Fue sólo cuando se agachó para hacerse cargo de los preservativos que se dio
cuenta de que no había usado uno.
A pesar de su metida de pata, no pudo evitar sonreír ante el hecho de que ella era
incapaz de levantar la cabeza. Es probable que eso lo convirtiera en un hombre de
las cavernas, pero le gustaba el hecho de que podía agotarla por completo.
Fue una sonrisa de corta duración. A ella no le iba a gustar lo que iba a decir.
Hubo un breve silencio, luego Violet se incorporó sobre los codos. Su cabello
estaba en su cara, por lo que lo empujó fuera del camino para que pudiera mirarlo
a los ojos.
—Estoy tomando la píldora, si es eso lo que te preocupa. Y no tengo nada más por
lo que tengas que sudar. Me hice la prueba el año pasado y no he estado con nadie
desde entonces.
Trató de ocultar su sorpresa, pero Violet debe haberse dado cuenta porque su boca
se inclinó hacia arriba en las esquinas, en una pequeña sonrisa cínica.
—Sorpresa, sorpresa, ¿eh? —dijo ella—. Violet puede mantener las piernas juntas.
108
Él sabía lo que ella estaba dando a entender: que la veía como una promiscua y
fácil. Demonios, había pasado suficiente tiempo dándole esa impresión a través de
los años, ¿por qué no iba a creer que era la forma en que la veía?
Frunció el ceño, odiando la idea de que le hubiera hecho daño. Sobre todo porque
entendía ahora que su animosidad hacia ella había surgido de una atracción
profunda y primitiva que se había negado a reconocer. Material escolar clásico, en
realidad: tirar del cabello de la chica que más quieres que te note.
Ella levantó la barbilla y miró por encima del hombro hacia él, sus ojos fríamente
críticos a medida que se deslizaban de arriba hacia abajo por su cuerpo.
109
—A riesgo de señalar lo condenadamente obvio, no eras exactamente mi mayor
fan, tampoco. Calzones Caídos. Estirado. ¿Te suena?
Ella se sonrojó, un delicado diluvio de color que se erigió desde sus senos hasta su
pecho en lo alto y en su cara.
—Bueno, sí lo quise decir. Pero sólo porque secretamente quería follarte hasta
dejarte sin sentido.
Todos esos años que había estado con Elizabeth, diciéndose a sí mismo y a ella que
eran la pareja perfecta… y todo el tiempo secretamente había querido arrojar a
Violet al suelo y salirse con la suya con ella, repetidamente y con gran detalle.
—Quiero que sepas, que nunca habría siquiera puesto un dedo meñique en ti si tú
y E se hubieran casado —dijo de repente, con una expresión muy feroz.
—Lo sé.
Así como él nunca la hubiera tocado. Ninguno de los dos estaba hecho de esa
manera.
Ella tenía una marca de pliegue en su mejilla por la almohada, y una marca roja
tenue debajo de su oreja que sospechaba que era de él. Sus labios estaban muy
rosas, incluso sin lápiz labial. Se inclinó hacia delante y la besó, sólo porque podía
hacerlo.
110
La besó de nuevo, luego se apartó y sacó las piernas por el borde de la cama.
Estaba muy consciente de que le observaba mientras se vestía, y le lanzó una
mirada cohibida.
—Lo sé.
Había un brillo diabólico en sus ojos cuando ella se recostó contra las almohadas.
La sábana se deslizó, dejando al descubierto un atisbo de su pezón rosado pálido.
—Sé justa. Me estás matando aquí —dijo, señalando el creciente bulto en sus
pantalones vaqueros que acababa de cerrar.
—¿Mejor?
Terminó de vestirse, tomó el teléfono y las llaves del auto, y volvió a la cama para
dejarle un último beso en los labios.
—Tú también.
No fue sino hasta que se empujaba en el tráfico ocupado de las mañanas que se dio
cuenta de que ninguno de los dos había mencionado cuándo se verían de nuevo, ni
dónde.
111
Sin embargo, no había duda en su mente que la volvería a ver. Ella estaba en su
sangre. Bajo su piel. De ninguna manera se alejaría de la forma en que ella le hacía
sentir. De ninguna manera.
112
experiencia que la firma legal de Martin tradicionalmente tenía un brindis después
del trabajo, un evento al que había ayudado a Elizabeth a planear varias veces
durante años. A pesar de que no lo habían discutido, sabía que no lo vería esta
noche. De hecho, con toda probabilidad pasarían algunos días antes de saber de él,
teniendo en cuenta la época del año. Un hecho que la hizo sentir ridículamente
vacía.
Era sólo sexo, después de todo. Había sobrevivido durante meses sin ello antes.
Podía soportar unos pocos días ahora.
Tenía que encontrar alguna manera de superar esto, por el bien de su amistad,
pero cada vez que pensaba en confesar lo que había pasado con Martin —lo que
estaba sucediendo aún— se sentía enferma y temblorosa.
Cuando estaba con él, el mundo se reducía a unos pocos metros cuadrados.
Estaban sólo sus ojos, su boca, sus manos, su pene y la forma en que la miraba, la
forma en que la tocaba, las cosas que le decía y su manera de moverse...
Se forzó a salir a Indian para la cena, y luego se acurrucó delante del televisor para
ver sensibleros especiales de Navidad. Como lo hacía todos los años, planeaba en
su mente salir al día siguiente. Algo decadente para el desayuno —ya que era
113
Navidad, después de todo— luego conduciría por el país para conseguir un poco
de aire fresco. Con un poco de suerte habría algunos niños con nuevas bicicletas y
patines para disfrutar a lo largo del camino, después volvería a casa y se abrigaría
cómodamente en el sofá. Tenía un par de películas que había estado guardando, y
haría su reconfortante comida favorita de macarrones con queso y comería un
montón de frutas, chocolate y nueces, mientras lloriqueara y riera de la TV. Luego
se iría a la cama temprano, y habría sobrevivido otro día de Navidad.
—¿Hola?
—Soy yo.
114
—Me escapé.
Ella sonrió, incapaz de reprimir el placer que sentía ante su confesión. Martin era
ferozmente ambicioso. Había pasado muchos, muchos años haciendo lo que se
necesitara para ser aceptado por los socios principales de la firma de abogados.
Hace unos meses, la idea de eludir una función de la empresa hubiera sido
impensable para él, estaba segura de ello.
Sin embargo esta noche, simplemente había hecho eso y había ido con ella.
Ella oyó el zumbido desde arriba, luego miró hacia su holgado pantalón de pijama
de franela. Estuvo tentada de hacer una carrera a su dormitorio y cambiarse con
algo más glamuroso, pero ya podía oír el roce de sus pisadas en los escalones.
—No.
Él la alcanzó, y su boca encontró la suya con precisión. Sabía a whisky y sus manos
se deslizaron hacia la parte baja de su espalda, encontrando rápidamente en su
camino la cinturilla de su pijama. Tranquilamente ahuecó su trasero desnudo,
levantando su cabeza para mirarla a los ojos.
—¿Esperándome?
115
—Recuérdame dar una fiesta de pijamas dentro de poco.
La acarició hasta que llegó dos veces al clímax antes de deslizarle dentro de ella y
empezar un viaje lento y moderado. Cuando puso su mano entre sus cuerpos para
encontrarla nuevamente, ella sacudió la cabeza, segura de que posiblemente no
podría llegar otra vez.
—Sí. Tenemos un gran caso de quiebra en este momento. Las pruebas por la
responsabilidad del embargo, millones de declaraciones… un seguimiento de todo
ello es casi imposible.
—Lo harás.
—Estás muy segura de mí, dado que incluso no tienes ni idea de si soy competente
o no.
—Claro que eres competente. Has ganado todo lo que tienes. Eres responsable,
meticuloso y honrado.
116
Él se quedó inmóvil. De repente se sintió muy tonta, como si hubiera hecho un
comentario sobre algo que no debería saber o se hubiera sobrepasado de alguna
manera.
Ella se estiró encima de él, cubriendo su cuerpo con el suyo, y presionó un beso en
la nuca de su cuello.
Ella pensó en sus parientes y la gran casa en Sussex que no había visitado en años.
—Lo intento.
Sabía que estaba tomándole el pelo, sin embargo, levantó su peso corporal hasta
que quedó a un lado de la cama y la volcó a su lado. Ella se rió, y suspiró cuando él
bajó la cabeza a sus pechos y rodeó un pezón con su boca.
117
No estaba segura de por qué estaba preguntando eso. No conocía a la Sra. St Clair.
No tendría ni idea de si el regalo sería apropiado o si lo apreciaría. Pero por alguna
razón quería saber más. Sobre él, sobre su vida, su mundo.
—Ella afirma que no necesita o quiere nada. Siempre lo hace. Así que le compré
una televisión nueva y entradas para "El Fantasma de la Ópera"'. Ya lo ha ido a ver
tres veces pero a ella le gusta la muerte, por lo que…
—Sí.
Sintió una repentina, casi abrumadora ola de cariño y simpatía por él cuando se lo
imaginó escoltando a su madre dentro de la ciudad en su gran noche y soportando
imperturbablemente durante más de dos horas de teatro musical.
Ella descansó la mano sobre su cabeza, con sus dedos enredándose en su cabello,
un poco cegada por la fuerza de su reacción.
—Lo creas o no, es posible dormir en medio del segundo acto si tienes los asientos
correctos —dijo él entre beso y beso por la pendiente de su pecho.
—Que tengas mañana una feliz Navidad. —Lo llamó mientras él descendía por las
escaleras.
118
—Tú, también, Violet.
Una vez más no habían discutido cuando se verían de nuevo. Ella reflexionó sobre
el significado de lo que definitivamente se fue convirtiendo en un hábito mientras
cerraba con llave.
¿Sería por qué ninguno de ellos quería concretar las reglas? Él acababa se salir de
una relación de seis años y un casi-matrimonio, después de todo. Y ella estaba
traicionando a su mejor amiga cada segundo que pasaba con él.
Se deslizó de vuelta entre las sábanas todavía tibias del cuerpo de Martin y durmió
profundamente, despertándose con el rotundo zumbido de su teléfono.
—Estoy escuchando.
—Estoy enamorada, y no voy a volver a casa. Esos son los dos grandes titulares.
—¿Qué?
—Lo siento sé que ha pasado mucho tiempo desde que te llamé, pero esto es tan
intenso, Vi. Nathan y yo… lo amo tanto. Él es dulce e inteligente, y gracioso e
irreverente, y tan amable. Y, sí, un poco desorganizado. Pero no creo que eso sea
119
irreparable. ¿Y sabes qué? Incluso si lo es, me quedo con lo que es, cualquier día.
Es el hombre con el que quiero pasar el resto de mi vida.
Violeta abrazó sus rodillas en su pecho, consciente que no iba a gustarle lo que
estaba a punto de oír.
—Él tiene un negocio aquí, Vi. Y tiene demasiadas cosas en su vida ahora mismo
para lidiar con un gran viaje. Además el clima es bastante sorprendente. La gente
mantiene la advertencia de que el invierno puede ser bastante desagradable, pero
no puede ser m{s feo que el de Londres, ¿no? Y mi padre est{ aquí… Esto se siente
como si necesitara estar aquí ahora mismo.
De repente sintió como si un vacío abismal se hubiera abierto entre ellas, un Gran
Cañón de distancia insuperable, tanto geográfico y emocional. E estaba al otro lado
del mundo, locamente enamorada de un australiano. Quería quedarse allí y
establecerse. Sin alguna duda se casarían y tendrían hijos algún día. El último mes
había sido claramente un punto crítico para ella… y había pasado por todo ello sin
necesidad de Violet.
120
Mientras tanto, Violet había estado en Inglaterra, cargando con un deshonesto y
confuso pensamiento, con relación a la aventura con el ex de Elizabeth. Mintiendo
a su mejor amiga. Aterrorizada de decirle la verdad.
Tantos años de amistad. Tanto amor. ¿Cómo demonios había llegado a esto?
Es tu culpa. Nunca debiste haberle llevado ese licor. Pero no podías resistirte, ¿podías? Y
pudiste abstenerte ahora.
—Te extrañaré —dijo Vi, con un nudo en la garganta. Las lágrimas llenaron sus
ojos y parpadeó rápidamente.
Debería estar contenta por su amiga. Feliz de que ella estuviera enamorada, de que
estuviera a punto de embarcarse en una nueva aventura emocionante. Pero al
parecer era demasiado egoísta para superar su propio sentido de pérdida.
—Lo siento. Estoy contenta por ti. Realmente, estoy emocionada por ti. Pero voy a
extrañarte como una loca, E. Eres mi mejor amiga.
—Tú eres mi mejor amiga, también, cariño. Te quiero mucho. Si no hubiera sido
por ti, nunca habría tenido el valor para dar este salto. Cada vez que tenía la
posibilidad de arriesgarme o jugar seguro, escuchaba tu voz en mi cabeza,
animándome a seguir adelante. Realmente, cuando pienso en ello, todo esto es tu
culpa.
121
—Vi, si estás llorando en este momento, voy saltar en un avión e iré a sacudirte
hasta que entres en razón. Podemos hablar por teléfono, Skype, correo electrónico
y visitarnos. No será lo mismo, lo sé. Pero no nos perderemos la una a la otra.
Violet utilizó la esquina de la sábana para secarse los ojos. Tomó una respiración
profunda y acercó el auricular de nuevo.
—Lo son. Muy sexys. Te encantará. Tal vez incluso te decides a emigrar, también.
—Había una nota nostálgica, de esperanza en la voz de Elizabeth.
Tal vez lo que E estaba haciendo era una cosa importante. Abandonando a sus
amigos, su familia, todo lo que conocía y amaba, asumiendo una nueva vida en un
nuevo país. Todo por amor. De repente una emoción afloró, inundando a Violet,
de orgullo y alegría por su amiga que había logrado encontrar con tanto éxito su
propio camino.
—E, eres excepcional —le dijo, incapaz de articular las emociones que llenaban su
pecho y vientre—. Si estuvieras aquí ahora mismo, te daría el beso más grande,
luego te sacaría a beber champán francés y bailar hasta quedar rendidas.
Ella inhaló con fuerza, aspirando nuevamente el resto de sus lágrimas. No haría
esto más difícil para Elizabeth de lo que ya era. Estaría contenta por ella.
E no iba a volver a casa. Y Violet todavía no le había dicho que mierda de amiga
había sido con ella.
122
Todas las excusas habituales se estaban quedando obsoletas: Elizabeth estaba
demasiado ocupada, sería bueno hacerlo cara a cara, Elizabeth necesitaba la
amistad y apoyo más que la honestidad, y una confesión egoísta.
Todo eso eran estupideces, fundamentalmente. Violet era una cobarde. Una
cobarde pusilánime y miedosa. Demasiado asustada para afrontar las
consecuencias de sus propias acciones.
Esta mañana, cedió ante el sentimiento y se permitió imaginar cómo sería su día.
Desayuno en la cocina mirando a su madrastra Diana, y el apreciado jardín de
rosas, luego la primera misa de la mañana en la iglesia del pueblo. El almuerzo se
serviría en el comedor de gala, con la mejor porcelana china, todos con sus mejores
galas. Sus dos hermanas, Isabel y Sophie, tenían quince y dieciocho años,
respectivamente, ahora. Sin duda recibirían algo bonito y lujoso de su padre, bajo
el árbol de Navidad. Él siempre había sido generoso con los regalos como también
con su atención, tiempo y afecto. Y aun cuando no lo fuera, Diana se aseguraría de
que sus chicas estuvieran atendidas. Siempre había sido muy persistente sobre eso,
excluyendo las malas influencias de sus vidas.
Se preguntó cómo se verían Bella y Sophie ahora. La última vez que las había visto
había sido hace cinco años, un encuentro accidental en el vestíbulo de la zona de
comidas en Harrod. Diana estaba con ellas, y Violet todavía podría recordar el
altivo desdén en sus ojos cuando dirigió su mirada al abrigo vintage de imitación
de piel de leopardo de Violet y el mini-vestido negro.
123
fácilmente? Había tenido tanta desaprobación en su vida, que no había sido capaz
de soportar ni un ápice más.
Y quería que Martin fuera simplemente un chico fantástico, el tipo sexy que se
había encontrado y no el ex-novio de Elizabeth.
124
Capítulo 8
El resultado fue una mesa llena de gente, una comida sobre-cocida, villancicos
demasiado estridente de la radio y un grupo de desconocidos que parecían
conocerse todos entre sí.
Él era el tercero en discordia, como siempre había sido, de hecho. Era el único del
puñado de sus compañeros que había ido a estudiar a la universidad después de la
secundaria. La mayoría de sus compañeros de colegio no entendían por qué
siempre había trabajado tan duro para sacar buenas calificaciones, por qué siempre
estaba planeando para el futuro. A decir verdad, Martin no estaba muy seguro de
qué lo llevó a hacerlo, tampoco, por qué estaba conectado de manera diferente de
ellos. Todos habían crecido en la pobreza, después de todo. La mayoría de ellos
provenían de hogares monoparentales, también. Sin embargo, siempre había
querido más.
125
Y hasta hace poco había tenido la perfecta compañera sofisticada y refinada para
compartirlo todo con ella.
Había pensado que Elizabeth era lo que quería, lo que necesitaba. Pero Elizabeth
nunca había llenado sus pensamientos como Violet lo hacía.
Nunca le había inspirado tanta frustración o dado una erección que duró tres
platos de comida porque se había quitado sus bragas y se las metió en el bolsillo.
Martin fue arrancado de sus pensamientos por un codazo en las costillas, por
cortesía de la Sra. Slater, una vecina de su madre.
Su conjetura era que se sentía aliviada de que se fuera así como él de irse. Ella
siempre había estado un poco desconcertada por él. No es que él dudara de su
amor o que no estuviera orgullosa de él. Pero ella no lo entendía. Su mundo se
126
define por lo que estaba en la televisión, quién ganó el fútbol el fin de semana y lo
que sus vecinos estaban haciendo y diciendo.
Cruzó pasando, mirando a la ventana de arriba. Una sombra pasó por detrás de la
cortina.
Puso el pie en el freno, con el ceño fruncido. Violet estaba en casa, entonces. Miró
su reloj. Eran apenas las tres. Era evidente que había tenido una rápida celebración
de la Navidad, como él.
O tal vez su familia tenía diferentes tradiciones. Tal vez hacían algo por las noches.
Se detuvo junto a la acera y apagó el motor. Aún frunciendo el ceño, cruzó la calle
y tocó la campana.
127
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Voy saliendo.
—No, no lo haces.
Esperó, con la mano en el picaporte. Él sabía que iba a dejarlo entrar. Si fuera ella
en su puerta, él no podría negárselo, y supo que, en sus entrañas, ella no se lo
podía negar, tampoco.
Se detuvo en el escalón más alto, evaluando su estado de ánimo. Sola y triste con
notas de fondo de desafío, decidió.
—Cambio de planes.
Claro.
128
Por supuesto, eso era lo que significaba ese momento de tensión anoche. Cómo no
descifrarlo antes.
Ella no se inmutó.
—¿Importa?
—Sí. Sin duda es importante que tuvieras toda la intención de pasar el día de
Navidad sola.
—No es una gran cosa. Lo hago todos los años. Esto es lo mío.
Llevaba seis años conociéndola, y sólo en las últimas semanas había comenzado a
entenderla y a saber cómo interpretarla.
—Toma una ducha —dijo, poniendo una mano en su hombro y dándole la vuelta
hacia el baño—. Te voy a llevar a salir.
—Te sorprenderías.
—Terca.
—Martin…
—Te llevaré hasta allí y te rociaré con agua como en la escena de la ducha de First
Blood si tengo que hacerlo.
—Diez.
129
Estuvo lista en veinte, saliendo de su dormitorio en unos jeans de bota estrecha,
bien ceñidos, un suéter rojo y esponjoso, y botas de charol rojas de tacón de aguja.
Olía bien, y su cabello caía suelto sobre sus hombros en suaves ondas.
—Si me llevas a McDonalds, voy a estar muy molesta contigo. Para que lo sepas.
—Entendido.
—Listo —dijo.
Luego la besó, con una mano ahuecando la curva de su mejilla. Sabía a dentífrico, y
ella se apoyó en él, con una mano apoyada en la tela de su suéter.
—Vamos.
130
Ella nunca había estado en su apartamento antes y él era consciente de sentirse
nervioso cuando lo siguió a través de la puerta. Por sus estándares el sofá de cuero
oscuro y sillones eran probablemente aburridos, al igual que las cortinas de
terciopelo de color óxido. Una pared estaba dedicada a un dispositivo de estantería
integrado, llena de libros y varias piezas de arte, y objetos de interés que había
seleccionado a lo largo de los años. Vio cómo su mirada se apoderó de todo,
deteniéndose aquí y allá.
—Oh, esto es genial —dijo ella cuando vio su comedor privado Birdseye Maple Art
Deco.
—Ya lo creo.
—Así es.
131
—¿Sabes cocinar? —preguntó mientras se deslizaba sobre uno de los taburetes en
el mostrador de la cocina.
Lanzó un silbido.
—Lo hice.
—Pensé que me convertiría en una mejor persona —dijo con sequedad por lo que
supo que estaba bromeando, pero inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿Lo hizo?
132
Se miraron el uno al otro por un largo minuto, en el que el único sonido era el tic-
tac del reloj de pared.
Él arqueó una ceja. Ella se encogió de hombros y abrió la nevera de vinos, sacando
la botella de Chateau Margaux de su cuna. Se la entregó con un brillo en sus ojos
que decía te-reto.
Él utilizó el cuchillo del saca corchos para romper el sello metálico. Ella hizo un
pequeño, angustiado sonido en el fondo de su garganta.
—¿Estás bien?
—No
Presionó la punta del sacacorchos contra el corcho para conseguir un buen agarre.
Comenzó a girarlo. Violet sacó una mano, agarrando su muñeca para detenerlo.
—Sí.
Destapó la botella y sirvió dos copas, deslizando una a través del mostrador hacia
ella.
133
—Feliz Navidad —dijo ella, con sus ojos marrones dorados de pronto solemnes.
—¿Por qué no estás con tu familia hoy? —preguntó él, incapaz de morder su
lengua por un momento más.
—Si crees que una copa de vino de 700 libras me va a volver una borracha
descuidada y habladora, quizás debas verter de nuevo el líquido en la botella
—dijo ella, ofreciéndole su copa de regreso.
Él la rechazó.
—Está bien. —Tomó un sorbo de su vino y luego comenzó a pelar una cebolla.
Violet lo miró con recelo, como si estuviera esperando que le tendiera una trampa.
—Siéntate y bebe tu vino, Violet —le dijo, sin levantar la vista de lo que estaba
haciendo.
Él se quedó quieto.
134
—¿Cómo?
— Mi madrastra piensa que soy una mala influencia. Es por eso que no paso las
navidades con mi familia. Tengo dos medias hermanas demasiado jóvenes, de 15 y
18, y no quiere que las tiente a mi camino demoníaco.
—Ha pasado cierto tiempo, no puedo recordar las palabras exactas. Pero ese era
básicamente su punto.
Lo dijo con facilidad, con soltura, pero él apostaba a que recordaba con exactitud lo
que su madrastra le había dicho hace todos esos años. Palabra por palabra.
—Mi padre es un hombre muy ocupado. No tiene tiempo para dirigir un negocio y
una familia.
Hizo un cálculo rápido. Ella era un año menor que Elizabeth, lo que significaba
que debía haber tenido apenas diecinueve cuando recibió la orden de marcharse.
—¿Qué pasó?
—No. ¿Qué pasó antes de eso? —Porque debía haber más en esa historia.
135
—Cuando tenía dieciséis años, me involucré con uno de los profesores de mi
escuela. Algunas de las otras chicas se enteraron. Me llamaron a la oficina del
director. Mi padre estaba en un viaje de negocios, así que Diana manejó todo. Fui
mandada lejos a un internado después de eso, pero se corrió la voz. Siempre lo
hace. —Se encogió de hombros.
La sangre de él se heló.
—No lo sé. Diana no quiso hablar de ello conmigo. Me dijo que ya había causado
suficientes problemas.
—Treinta y tantos, supongo. Era nuestro profesor de drama. Para ese momento,
pensaba que yo era algo bastante caliente porque me había notado. —Soltó una
carcajada sin sentido del humor.
—Tienes que entender, Martin, fui una chica precoz. Me desarrollé temprano, era
coqueta. Siempre interesada en chicos. Era una de esas chicas que buscan
problemas y los encuentran.
136
—Supongo que estaba demasiado ocupado para darse cuenta. Sin embargo, hice
mi mejor esfuerzo por corregir eso, no te preocupes. Durante los próximos tres
años me echaron de cuatro escuelas. Me decoloré el cabello, perforé mi labio, mi
nariz, mis orejas. Traje a casa todos los perdedores de cabello largo sobre los que
pude poner mis manos.
Él levantó su copa.
Ella había luchado con las únicas armas que tenía: su cuerpo y su espíritu.
—¿Qué dijo?
—Nada.
—Se negó a participar. Nos dijo que lo resolviéramos entre nosotras. Así lo
hicimos. Yo me fui. Y no he vuelto.
Había orgullo detrás de esas simples palabras y una profunda herida. Trató de
imaginarse cómo debió haber sido para ella; explotada por un mentor en quien
confiaba, abandonada por la persona que debía estar allí para protegerla.
—No fue genial por un tiempo. Pero Elizabeth se aseguró de que saliera adelante.
Sacó de mí todo el drama, el escándalo, las expulsiones, a pesar de que sus abuelos
querían que se distanciara de mí. Ella nunca retrocedió o me decepcionó. Ni una
vez.
137
Parpadeó y se dio cuenta de que estaba al borde de las lágrimas. Él rodeo el
mostrador para acercarse a ella, tratando de entender. Ella le había contado toda la
fealdad de sus diez años con los ojos secos, sin derramar ni una sola lágrima por su
yo más joven. Ahora que estaba hablando de Elizabeth, ¿se deshacía…?
Las lágrimas se extendieron, rodando por sus mejillas. Él la tomó en sus brazos,
consciente de que una opresión crecía en su pecho. No por lo que acababa de
contarle sobre Elizabeth, sino porque le dolía y no sabía cómo detenerlo.
—Lo sé.
Pensó en lo que acababa de decirle: llenar los espacios en blanco, uniendo los
puntos.
Fuera que ella lo supiera o no, su dolor por perder a Elizabeth estaba amarrado a
las heridas de su pasado. Había puesto todos sus huevos en la canasta de
Elizabeth porque no tenía otras canastas y ahora Elizabeth la abandonaba, como lo
habían hecho tantas otras personas en su vida.
Por un momento se llenó de una ira irracional hacia Elizabeth. Ella debía saber
cuánto significaba en la vida de Violet, lo importante que era. ¿Cómo en la tierra
podría alejarse de Violet, a sabiendas de su historia y de lo sola que estaba?
138
La parte racional de su cerebro sabía que Elizabeth tenía derecho a su propia vida.
Estaba juzgando un solo lado como para entender cuánto derecho se había ganado
a buscar su propia felicidad, en sus propios términos… incluso si eso significaba
mudarse al otro lado del mundo. Pero eso no detuvo sus ganas de sacudirla.
Se apartó de ella, su pecho haciéndose aún más pesado cuando vio cuán
angustiada estaba. Caminó por el pasillo a su dormitorio y tomó un puñado de
pañuelos de la cómoda, volviendo rápidamente a la cocina.
Violet estaba secándose las lágrimas de sus mejillas con la punta de sus dedos y
lucía vagamente avergonzada cuando él entró. Le entregó los pañuelos. Se limpió
la cara y se sonó la nariz. Por último, hizo contacto visual con él.
—Lamento volcar todo eso en ti. Buena manera de arruinar una costosa botella de
vino, ¿ah?
—Cállate —dijo y luego la besó, porque no había otro modo de transmitirle cómo
se sentía.
Protector, excitado, divertido y admirado eran sólo la punta del iceberg. Cada
minuto, cada segundo con Violet era una revelación. Era asombrosa… fuerte y
frágil, ardiente y dulce, tímida y atrevida. Una contradicción andante y hablante.
Un rompecabezas. Un misterio en el que un hombre puede pasar toda una gloriosa
vida desentrañando.
La idea le hizo romper el beso y dar un paso atrás. Los ojos de Violet estaban
cerrados y los abrió lentamente. Él miró en su profundidad de color ámbar y sintió
las piedras de su existencia desalineadas.
Desde sus primeros días, había tenido tantas ideas fijas sobre la forma en que había
querido que fuera su vida. Demasiadas cajas que quería marcar.
139
Nunca había tenido el coraje o la amplia imaginación para conjurar a Violet, a
imaginar una vida con ella a su lado.
Dio un paso más lejos de ella, una poco asustado por sus propios pensamientos.
—Será mejor que termine esta comida, o no vamos a comer hasta la medianoche.
140
Capítulo 9
Por otro lado difícilmente compartiría esa reacción con Violet, ¿no? Por lo menos
no cuando estaban durmiendo juntos.
Tragó más vino y trató que todo simplemente se fuera. No podía hacer nada sobre
el pasado, y no podía hacer nada con respecto a Elizabeth, y tampoco podía retirar
las cosas que le había contado.
141
Alzó la mirada y lo encontró mirándola fijamente. Tranquilizadoramente. Había
escuchado las mismas palabras cientos de veces en el transcurso de los años, pero
ganaron un nuevo poder cuando Martin las dijo. Estaba tan seguro. Tan sólido,
real y decidido.
Los vio y se dirigió hacia ellos. Rápidamente descubrió que su gusto era
sorprendentemente ecléctico. Bach y Beethoven, Springsteen y Simon Y Garfunkel,
Coldplay y Adele. Sus cejas se elevaron cuando vio un familiar CD amarillo
brillante.
—Desde que tenía 14 años y estaba rodeado por cabezas rapadas y una juventud
furiosa y despojada de sus derechos.
Era una invitación a una cena Equinoccio de Primavera en el Savage Club. Sonrió,
sabiendo lo duro que había trabajado Martin para posicionarse para la membrecía
en el exclusivo club. El padre de ella había sido miembro por años y había
escuchado suficiente acerca de los estirados tejemanejes de ahí para saber más allá
de cualquier duda que ella se aburriría sin sentido por todo ello, pero significaba
algo para Martin. Qué maravilloso que finalmente haya conseguido lo que quería.
142
Se preguntó indiferente con quién iría. Elizabeth iba a ser difícil de superar por
cualquier simple mujer mortal.
Su vientre se apretó cuando pensó en Martin llevando a otra mujer a una cena de
lujo. Se preguntó quién entre sus conocidos sería. ¿Alguien del trabajo, quizás? O
tal vez una amiga que podía intervenir para ayudarle.
La idea fue tan absurda que se burló en voz alta. Martin y ella habían tenido sexo
un par de veces, pero no tenían una relación. No era tonta o ingenua para disfrutar
de esa pequeña fantasía. La cena era a mediados de marzo, más de dos meses
faltaban. Él verdaderamente habría seguido hacia adelante para ese entonces.
Además, ella era la última persona a la que le gustaría llevar al Savage Club.
Quería a alguien que le diera mérito. Alguien elegante, sobria y adecuada. Podría
disfrutar follando a Violet, pero estaba como a un millón de kilómetros del tipo de
mujer que querría en su brazo en tal evento.
—Intentaré tragarlo.
Esbozó una sonrisa sobre su hombro hacia ella. Ella dejó que su mirada se
deslizara por su espalda hasta su trasero. Imposible mirar su cuerpo sin recordar
cómo se sentía tenerlo sobre ella, su bienvenido peso presionándola en la cama, su
cuerpo moviéndose dentro de ella…
6
Coq au vin: Pollo al vino.
143
Martin regresó a la encimera para recoger un tazón con algo picado, su mirada
encontrándose con la suya. Se quedó quieto por un segundo, entonces una
pequeña y conocedora sonrisa curvó su boca.
Que supiera lo que estaba pensando —lo que quería— simplemente por mirarla lo
único que hizo fue transformarlo en más. De alguna manera se las arregló para
atravesar el plato principal, pero cuando él fue a la cocina a servir el helado lo
siguió y lo llevó al dormitorio.
Esa noche marcó la pauta para las siguientes seis semanas. Si Martin estaba
ocupado con el trabajo, ella iba a su casa y se repantigaba en el sofá leyendo un
libro mientras él repasaba contratos o revisaba material. Cuando consideraba que
él ya había hecho suficiente por el día, lo distraía de la manera más provechosa.
Cuando no estaban en la casa de él estaban en la de ella, haciendo lo mismo, menos
lo del trabajo. Lo introdujo a los placeres del reality TV cuando descubrió que su
idea de relajarse era un vigoroso juego de squash. Él la introdujo a los placeres de
las buenas comidas, el buen vino y un impresionante sistema de estéreo.
144
Porque los días eran cortos y todavía hacía frío, fue fácil sentir como que estaban
viviendo en su propia burbuja. Hubo pocas interrupciones preciosas del mundo
real, y eso lo hacía engañosamente fácil para Violet fingir que lo que estaba
pasando entre Martin y ella era cerrado y privado. Le hablaba a Elizabeth al menos
una vez a la semana, y cada conversación estaba enfocada en Nathan y los planes
que él y Elizabeth habían hecho para el futuro. La habitual culpa y la auto
recriminación pesaban sobre Violet luego de colgar el teléfono, pero no contarle
sobre Martin se había convertido en su propio problema, ahora que había pasado
tanto tiempo. Una vez que el gato estuviera fuera de la bolsa, Elizabeth estaría
obligada a hacer preguntas y cuando Violet las respondiera sinceramente,
Elizabeth sabría que había ocultado su confesión por casi tres meses. Tres meses
durante los cuales había hablado varias veces con Elizabeth compartiendo todos
los detalles importantes y sin importancia de su vida, mientras Violet retenía el
hecho más significativo de la suya. Un hecho que tenía resonancia directa y
personal para Elizabeth.
145
milagro si la verdad no dañaba su amistad para siempre, o al menos
irrevocablemente. El pensamiento de Elizabeth siendo distante y recelosa con ella
fue casi más devastador para Violet que la noción de que su amiga podría
repudiarla totalmente una vez que supiera lo que había estado pasando.
Una parte de ella supo que la burbuja tenía que estallar en algún momento. Solo
había tiempo para meter la cabeza en la arena y fingir que lo que estaba
sucediendo no estaba pasando y que no significaba nada para ella misma,
Elizabeth o Martin.
Las cosas llegaron a un punto donde ella y Martin decidieron salir a comer para
variar un miércoles a la noche cuando febrero daba paso a marzo. Hasta ahora
habían limitado sus reuniones a la casa de él o a la de ella, sobre todo porque era
mucho más conveniente tener una puerta cerrada entre ellos y el resto del mundo
cuando las cosas se volvían cálidas, como inevitablemente lo hacían, siempre. Pero
éste miércoles Martin llegó tarde a casa de la oficina, y Violet tuvo que acurrucarse
en la entrada de su departamento por casi veinte minutos antes de que su coche se
detuviera en la acera.
—Lo siento. Tuve una llamada telefónica de uno de los socios senior justo cuando
me estaba dirigiendo a la puerta… —Se apresuró a subir las escaleras a donde ella
estaba parada y le tomó las manos, mirando su rostro con preocupación—. Pareces
muerta de frío. ¿Tengo qué meterte bajo una ducha caliente?
Se dio la vuelta hacia la entrada del edificio, asumiendo que irían adentro, pero él
siguió estando a su espalda.
146
Ella parpadeó, momentáneamente tomada desprevenida por la sugerencia. Como
si la idea de salir en público y comer juntos fuera una creación innovadora por la
que ella necesitara ser persuadida, en vez de algo que la gente hacía cada día.
—Hay un nuevo lugar Tai sobre la Calle Principal. No lo he probado todavía pero
supongo que es bueno.
—Suena perfecto.
Después de todo, la mayor parte de sus interacciones hasta la fecha habían sido
llevadas por una casi compulsiva química sexual, una necesidad de estar desnudos
que derrotaba la lógica y la fuerza de voluntad. Había descubierto que realmente él
le gustaba, y le hubiera gustado que acostarse con él hubiera sido un beneficio
agradable y secundario de todo ello, pero era innegable que el sexo era lo que los
había unido en primer lugar.
—¿Cómo estuvo tu día? —preguntó Martin mientras navegaba a través del tráfico
de la hora pico.
—Un poco lento. Pero siempre es así a principios de año. Tengo material nuevo
llegando al final de la semana y voy a rehacer el escaparate el siguiente lunes. Eso
debería generar un poco más de tráfico.
Lo miró, segura de que él estaba siendo tan solo cortés, pero parecía genuinamente
interesado. Así que le contó, describiendo los exhibidores que había estado
147
recogiendo. Continuaron hablando a través de su comida, de su día, del gran caso
que tenía por delante y la realidad que él tenía la esperanza de asistir a un
internacional simposio sobre el fraude fiscal a finales de año. Poco a poco ella se
relajó, sintiéndose tonta por su malestar anterior. Al final del día, era una comida.
Alimentos que compartirían en un lugar público. No algo importante. Ni siquiera
cerca de serlo.
Martin insistió en pagar y todavía estaban discutiendo sobre ello cuando salieron a
la calle.
La sonrisa que les dio fue tan amplia que le dolieron las mejillas.
Por el rabillo del ojo vio a Martin fruncir el ceño. Entonces él se adelantó para
estrecharle la mano a Lewis.
—Estaba diciéndola a Violet que evitara el curry rojo a menos que tuviera un
estómago blindado —dijo con facilidad.
148
—Respondiendo a tu pregunta, lamentablemente todas esas bufandas se
vendieron. Pero estoy esperando un nuevo pedido esta semana, junto con un
montón de otras cosas. Debes pasarte. Tengo algunos chales de cachemira de
origen italiano que creo que amarás —continuó hablando de moda con Melissa,
mientras Lewis y Martin hablaban de fútbol. Después de cinco minutos Lewis
atrapó la mirada de Melissa.
—Me tengo que ir también —dijo Violet—. Encantada de verlos. Tengan una gran
noche. —Levantó una mano en señal de despedida y comenzó a caminar. Oyó a
Martin despedirse también. No miró sobre su hombro y caminó directo a su coche,
se detuvo cuando se encontraba a salvo al doblar la esquina.
Soltó su aliento en una ráfaga, cerrando sus ojos. Que cerca habían estado.
Demasiado cerca. La idea de Elizabeth enterándose de lo que había ocurrido entre
Martin y ella a través de un tercero, la hacia sentir mareada y ansiosa. Abrió sus
ojos de nuevo justo cuando el auto de Martin cruzó la esquina. Se detuvo junto a
ella y lo miró a sus ojos, no se sorprendió de ver que tenía su cara de abogado,
totalmente inexpresivo. Caminó hasta el lado del pasajero y entró. Salió del tráfico.
Ninguno de los dos dijo alguna palabra por unos segundos.
—¿Supongo que todavía no le has dicho a Elizabeth de nosotros? —Su voz era
cuidadosamente neutral.
—No veo el punto. —No era totalmente cierto, pero solamente le daría un resumen
detallado de su pensamiento mezclado, cargado de culpa donde él y Elizabeth
estaban involucrados.
—¿No lo ves?
—Sé honesto. ¿Cuánto crees que va a durar esta cosa entre nosotros? ¿Un par de
meses?
149
—Sabes lo que quiero decir. Nosotros somos como agua y aceite, Martin. La única
cosa que tenemos en común es el buen sexo.
—Tenía la impresión que había un poco más que eso. Pero si es como tú vez las
cosas. Entonces estaba equivocado.
—¿Cómo ves las cosas entonces? —Las palabras se deslizaron sin su permiso. Su
estómago dio un lento, nervioso giro mientras esperaba que respondiera.
—¿Es importante? —Su expresión era dura y recordó que hacia poco, la mujer a la
que había preguntado casarse con él lo había rechazado en términos no muy
claros. De repente la forma en que lo negó, les negó, en el restaurante adquirió una
nueva luz.
La crudeza de su confesión trajo lágrimas a sus ojos. Era mucho más valiente que
ella.
150
—¿Cómo podría abandonarte, Martin? ¿En qué universo crees que sería capaz de
hacer eso? —dijo, con su voz quebrada.
Él desvió el auto a la acera y lo siguiente que supo era que se encontraba en sus
brazos, aplastada contra su pecho mientras la besaba con una salvaje, irresistible
intensidad. Se agarró de sus hombros con tanta fuerza que sus dedos dolían,
tratando de acercarse a él. Después de un montón de desesperados segundos se
separaron, mirándose dentro de los ojos del otro.
—Nunca fue sólo sexo. —Sé inclino hacia adelante y la besó de nuevo, una gentil,
tierna promesa.
—¿Eso significa que quieres que vaya a la cena del Club Savage contigo? —Las
palabras se deslizaron por su propia voluntad. Había estado pensando sobre esa
invitación, lo que significaba para él y lo mucho que quería que le preguntara ser
su pareja, desde que vio la condenada cosa en su camisa.
—Por supuesto.
Para su crédito, lo dijo sin vacilar, pero sabía que debía tener sus dudas. Una cosa
era reconocer que ellos de alguna manera habían caído dentro de una relación,
pero ella no había sido exactamente el mismo modelo de Elizabeth.
Lejos de ello.
—Lo creas o no, sé como jugar el juego. Incluso puedo ser buena en eso. Si te
preocupa, tu puedes… —Besó las palabras de sus labios.
—No estoy preocupado. Vamos a ir. Tendremos una buena noche, o no. No es un
trato que se pueda romper.
151
Se encogió de hombros ligeramente.
—Sería bueno. Pero no estoy preparado para vender mi alma por eso. —Había
ganado mucho conocimiento de sí mismo, en sus ojos se vio, además conoció y
entendió que él había estado revaluando su vida a causa de la ruptura de su
compromiso.
—Eso es exactamente el por qué. —La miró muy serio y un poco disgustado, como
si estuviera enojado consigo mismo por algunas de las decisiones que había
tomado y los caminos que había elegido. Alargó la mano e hizo desaparecer el
pequeño ceño entre sus cejas con su dedo índice.
Martin se sentía optimista, quizás incluso un poco eufórico, mientras iba a trabajar
a la mañana siguiente. Acababa de dejar a Violet desnuda en su cama y planeaba
llevar la imagen de su saciada y sensual sonrisa con él, durante el día.
Gracias Dios.
152
Sabía que se encontraba probablemente a un millón de kilómetros de la clase de
hombres con los que ella salía. No era salvaje. No era bohemio. No venía de la
clase correcta de familia, no se codeaba con la clase correcta de personas. Pero
también sabia que sacudía su mundo en el dormitorio, que apreciaba su mordaz,
seco sentido del humor y que parecía tan ansiosa de pasar tiempo junto igual él,
tanto adentro como afuera de la habitación.
Lo que no se enteró hasta la pasada noche, era si todo esto era suficiente para
Violet. Si él era suficiente.
Pero había contestado esa pregunta anoche. Por primera vez ambos reconocieron
que esta cosa los había tomado por sorpresa, era real y valía la pena aferrarse a
ella.
Cuando llegó a su oficina, Edward y uno de los otros antiguos socios, salieron de la
sala de juntas. Martin intercambio saludos con todos ellos, muy consiente de la
poca natural incomodidad en el comportamiento de Edward. Martin continuó a su
oficina, ubicando su maletín, abrigo y encendiendo su computador para el día. Sus
pensamientos todavía estaban en el pasillo, sin embargo, repasó la tensa y poco
moderada conversación que había tenido con Edward.
Era una situación incomoda. Martin entendió eso. Pero quería pensar que su
relación con Edward era más solida y más fuerte, que lo que había sucedido con
Elizabeth. Quería pensar que tenían su propia conexión, una que existía y superaba
el hecho que él, había estado una vez a punto de casarse con la nieta del otro
hombre. Pero había sido hace varios meses y en lugar de apaciguarse, las cosas
sólo se hicieron más incomodas entre ellos.
Martin examinó el papeleo sobre su escritorio, todo lo bastante urgente como para
necesitar ser tratado en la mañana. Se dirigió hacia la puerta.
153
—Estoy de regresó en veinte —dijo cuando Tammy levantó la vista de su
escritorio con sorpresa.
—Por supuesto. Entra. Toma asiento. —Martin lo hizo, frente a su mentor a través
de una amplia franja de caoba.
—Quiero aclara las cosas —dijo Martin con valentía—. Quiero que sepas que en lo
que a mí respecta, la cancelación de la boda fue algo bueno y no tengo
absolutamente ningún resentimiento hacia Elizabeth.
—Pensé que podría ser el caso. Que quizás estabas operando bajo la falsa creencia
en lo que a mí respecta.
Martin sonrió levemente. Cuando Edward le había dicho que el padre natural de
Elizabeth estaba vivo, no había dudado en asegurarle al hombre mayor que podría
154
mantener su secreto. Una de las muchas señales, si se hubiera tomado la molestia
de buscarlos, que su matrimonio había sido condenado antes de que comenzará.
—Absolutamente. Creo que con Elizabeth tomamos las decisiones con la cabeza,
Edward, no con el corazón, no sé si esto tiene sentido para ti o no. Todo lo que
puedo decirte es que siempre voy a respetar y admirar a Elizabeth. Ha sido una
verdadera y amada amiga para mí y le deseo toda la felicidad con Nathan. Pero no
tengo el corazón rotó. No por mucho tiempo. —Pensó en Violet y no pudo detener
la sonrisa que salió de la comisura de su boca.
Edward echó hacia atrás su silla y arregló su chaqueta, un pequeño tic molesto que
había tenido todo el tiempo desde que Martin lo conocía.
—Bueno. Tengo que decir que me siento aliviado. Y sé que Vera lo estará también,
cuando se lo cuente. Ha sido un momento incomodo, tratando con toda la caída. Y
ninguno de los dos puede olvidar el hecho que nosotros los empujamos a los dos
juntos.
—¿Puedo por lo menos ofrecerme a pagar cualquier gasto en el que pudiste haber
incurrido? Es algo que ha estado pasando por mi mente.
155
Edward puso sus manos sobre su rodilla y examinó la punta de sus zapatos
durante un largo momento. Cuando levantó la vista, sus ojos azules eran claros y
directos.
—Por si sirve de algo, tenía ganas de tenerte como mi yerno, Martin. Muchísimo.
Martin tragó un repentino nudo de emoción, este hombre había sido muy bueno
con él. Generoso más allá de las palabras, con su sabiduría, guía y soporte.
El paso de Martin era mas ligero mientras se dirigía a los ascensores. No era tan
tonto como para creer que él y Edward regresarían al mismo nivel de intimidad,
pero se sentía seguro ahora de que su amistad iba a sobrevivir de una forma u otra.
Sonrió para sus adentro mientras las puertas del elevador se abrían. No hace
mucho tiempo, Elizabeth le había dicho que un día podría darle las gracias por
suspender la boda. En ese tiempo, había dudado que ese día nunca llegara.
156
Capítulo 10
iolet pasó una mano para alisar su falda, luego se inclinó hacia el
espejo para revisar si la línea de su labial estaba derecha. La mano que
acercó a su boca estaba temblando y formó un puño con él.
Estúpida.
Sólo era una cena. Un puñado de gente que se sienta en la mesa, comiendo comida
mediocre. ¿Qué importaba si era en el Savage Club? Ella no daba dos bocinazos
por lo viejo, reverenciado y exclusivo que era el lugar.
Él trabajó mucho por esto, y ésta noche sería el empujoncito final que necesitaba
para ganar la entrada al club. Él diría las cosas correctas a la gente correcta, como
siempre lo hacía, y ella haría su mejor esfuerzo para no entrometerse y mantener
sus labios sellados.
Tenía nervios. Había pasado la mayor parte de su vida siendo escandalosa. Marcar
las líneas iba a llevarle un poco de concentración real.
El timbre del interfono sonó y se apresuró a la puerta principal para dejar entrar a
Martin.
—Pasa.
157
Los nervios en su estómago se intensificaron cuando lo escuchó subir las escaleras.
Miró su vestido, preguntándose por cincuentava vez si era lo suficientemente
conservador. En realidad, no tenía un récord impecable en esa dirección.
Si él lo odia, lo sabré, e iré a cambiarme. Debe haber algo en mi guardarropa que será
aceptable.
—Hola.
Ella sintió la calidez de su cuerpo mientras él se acercaba por detrás. Sus brazos la
rodearon, volando sobre la seda. Él dio un beso en su hombro, y otro detrás de su
oreja.
158
Ella sonrió, manteniendo el contacto se giró al mismo tiempo que él cerró.
—¿Lo es? Pensé que se suponía tener una red de amigos, platicar y cualquier otra
cosa que los hombres hacen en sus enclaves solo-para-hombres-con-olor-
permanente-a-humo-de-cigarro.
Ella sonrió con su broma y se relajó un poco, pero era imposible dejar de lado sus
nervios. Quería que esto fuera un éxito para él. Quería probarle que podía ser tan
refinada, con más valor de lo que fue Elizabeth. Se quedo quieta mientras
registraba ese pensamiento. Esto no era una competencia, Elizabeth se había
excusado a sí misma del campo hace tiempo. Pero incluso si lo fuera, Violet nunca
tendría una oportunidad. La discreción y la gracia nunca habían sido uno de sus
fuertes.
Sus nervios le dieron un infierno hasta el momento que caminaron hacia la puerta.
Entonces, miró al océano de cabezas de cabellos grises y se dio cuenta que la única
persona que importaba en todo esto era Martin, y ella ya tenía su aprobación. Su
ansiedad voló lejos como el polvo. Deslizó su mano en la de él y sonrió.
Ella era una del puñado de mujeres presentes que tenían menos de cuarenta, justo
como Martin era uno de los pocos hombres jóvenes. Sorprendentemente, reconoció
159
algunas caras de la infancia, hombres que visitaban la finca de su padre en Sussex
para cazar o alguna otra búsqueda masculina. De alguna manera, terminó
platicando con dos de ellos mientras Martin platicaba con el presidente del club y
con su esposa del otro lado de la habitación.
Del otro lado de la habitación, Martin miró hacia ella. Incluso desde esa distancia
ella podía ver la llama del deseo en sus ojos. Le dio una sonrisa lenta,
preguntándose qué diría él si le sugería que se fueran con disimulo a algún lugar.
Claro, no es que lo tentara ésta noche de esa forma. Pero era una bonita fantasía
para tener placer por unos segundos.
Una campanada sonó como señal de que era tiempo de que fueran al comedor y
tomaran sus asientos. Martin se dirigió hacia ella, presumiblemente para escoltarla
a su mesa. Un torbellino de actividad a la entrada hizo que dirigiera su mirada
hacia ahí, mientras unos cuantos comensales llegaban tarde.
Dejó caer su copa de vino cuando se encontró mirando directamente a los ojos azul
claro de su madrastra. Por un segundo parecía que se quedaron inmóviles
mientras se miraban la una a la otra. Entonces, Diana giró su hombro muy
deliberadamente. Violet miró a la gente que la rodeaba hasta que se encontró con
el perfil familiar de su padre.
Su cabello rojizo ahora era completamente gris, y miraba, que su cintura había
engordado. Él siempre había amado la comida y el vino un poco demasiado.
Mientras miraba, él subía una mano a su corbata y la giró a la izquierda, luego a la
derecha. Era un gesto familiar y trajo un montón de recuerdos.
—Violet.
160
Parpadeó. Martin estaba a su lado. No podía recordar que él llegara, pero tenía la
impresión que no era la primera vez que decía su nombre.
—¿Estás bien? —preguntó él, su tono era suave, su mano se posó en su espalda.
—Sí.
Asintió.
Él la miró.
—¿Quieres irte?
—Si tú quieres irte, nos iremos —dijo él, su mirada era firme.
Podía ver que lo decía de verdad. La gratitud la envolvió. Era increíblemente dulce
de su parte ofrecerlo, incluso cuando sabía lo mucho que esto significaba para él.
161
Como si la suerte estuviera de su lado, estaban sentados con el presidente del club,
justo a dos mesas de distancia de la mesa de su padre y su madrastra. Hizo lo
mejor que pudo para pretender que no estaban ahí, escuchando atentamente al
presidente mientras él le explicaba la historia del club. Él le estaba explicando
cómo fue nombrado el club cuando sintió que alguien la miraba.
Miró hacia arriba para ver a su padre observándola detenidamente. Era claro para
ella que él apenas se acababa de dar cuenta que estaba presente. Qué típico de su
madrastra no haberle advertido. La mano de Martin se deslizó hasta su rodilla
debajo de la mesa.
—Estoy bien.
Era una revelación poderosa, e hizo que tuviera su cabeza en alto todo el tiempo
que duró la comida. Estaba consciente de que Diana la miraba, pero Violet resistió
la urgencia de girarse y sacarle el dedo a su madrastra o de sacarle la lengua. Si
Diana quería decirle algo, podría venir e iniciar una conversación. Violet se negó a
invertir más energía en esa mujer.
Aun así, para el momento en que los platos de la comida principal estaban siendo
retirados, se sentía un poco cansada por todas las sonrisas y por no-dar-una-
sacudida a lo que había estado haciendo. Un trío de jazz empezó en la esquina más
lejana, una señal, aparentemente, para que la gente se levantara de la mesa. La
mujer que estaba a la izquierda de Martin desapareció para ir con un conocido,
mientras el presidente estaba atascado con gente que quería oprimir su carne.
Ella estaba considerando hacer una retirada a lo de las Damas cuando miró hacia
adelante y vio a su padre dirigiéndose a su mesa. Se tensó, sus manos curvándose
en su servilleta. Luego él caminó derecho frente a ella y se detuvo junto a la silla
162
del presidente, ofreciéndole al otro hombre su mano e iniciando una conversación
sin siquiera hacer contacto visual con ella.
Martin giró su cuerpo hacia ella, su brazo curvándose alrededor de la parte trasera
de su silla como si de alguna manera pudiera protegerla de la indiferencia de su
padre.
—Violet…
—Siempre es bueno ver un rostro nuevo en las habitaciones del club. Supongo que
estás bien, ¿Violet?
Abrió su boca para decir algo apropiadamente inocuo ahora que se había dignado
a reconocerla, pero de pronto Martin estaba de pie entre ellos, bloqueando a su
padre con su espalda.
Ella sacudió su cabeza, muy consciente de que este abrupto movimiento había
atraído la atención del presidente.
—¿Qué? No, no hemos comido postre todavía. —Intentó decirle con sus ojos que
no tenía que hacer esto por ella. Estaba más que feliz de tragárselo para que él
pudiera obtener lo que quería.
—Martin.
163
Él se giró y le clavó a su padre una mirada fría y dura.
—Eres un imbécil.
—¿Estás bien?
—Martin… desearía que no hubieras hecho eso. —Las lágrimas llenaron sus ojos
cuando pensaba cuánto él había codiciado la membrecía para este sagrado y
exclusivo club.
—¿Crees que quiero pertenecer a un club que aceptaría a un idiota como ese?
¿Crees que quiero codearme con alguien que podría hacerte eso a ti?
¿Cómo había sentido aversión por este hombre alguna vez? ¿Cómo lo encontró
viciado, aburrido o reprimido alguna vez? Era un caballero moderno —honorable,
devoto y apasionado—, y estaba perdidamente enamorada de él.
Abrumada y azorada, dejó que Martin la ayudara con su chaqueta y salieron hacia
la noche. Habían estacionado en un garaje multi-nivel en la siguiente cuadra y
caminaron en silencio por unos pocos minutos, sólo el sonido del click-click de sus
tacones.
—Creo que eso es la cosa más linda que alguien ha hecho por mí alguna vez.
164
—Quise decir cada palabra de eso. Si no fuera tan viejo habría roto su nariz,
también.
Amándolo a él.
—¿Sabes quién se vería bien con una nariz rota? Diana —dijo ella.
Ella también sabía que lo haría. Era un buen hombre. Un hombre real. El tipo que
honoraba sus compromisos y hacía lo correcto, y defendía lo que creía. Además
cocinaba como un sueño, follaba como un Dios, y la hacía sentir importante, sexy y
especial.
Una ola de amor y lujuria ondeó dentro de ella mientras él desbloqueaba el Jag y
sostenía la puerta abierta para ella. Se deslizó dentro, luego esperó
impacientemente para que él caminara hacia el otro lado del auto y se metiera en el
asiento del conductor.
Él deslizó la llave en ignición, pero ella se estiró y atrapó su brazo antes de que
pudiera encender el auto.
—No lo hagas.
165
—Pon tu asiento atrás —dijo ella.
Él miró por la ventana. Estaba oscuro y desierto en el garaje, pero había un montón
de otros coches alrededor.
Él tiró de la palanca y el asiento cayó hacia atrás. Ella alargó la mano hacia la
hebilla de su cinturón, deslizándolo libremente con sus impacientes manos. Podía
sentir cuán duro estaba él cuando bajó la cremallera. Él hizo un pequeño ruido
inarticulado mientras ella bajaba su cabeza y lo tomaba con su boca.
Sabía como el calor y piel limpia, y lo tomó hasta el final de su garganta, revelando
cuán grueso y largo era. Sus manos se deslizaron al cabello de ella mientras ésta
comenzaba a trabajarlo, su lengua atormentando la sensible cabeza de su polla.
Vació todo su querer y necesidad en el acto, haciendo todo para decirle a él con sus
manos y boca lo importante que era para ella, lo agradecida que estaba por todo lo
que él había hecho esta noche, lo mucho que su sacrificio significaba para ella.
Sintió la tensión creciendo en él y subió el ritmo, con ganas de darle tanto placer
como pudiera. Queriendo enloquecer su mundo.
Ella podía sentir lo cerca que él estaba, podía sentir sus caderas levantarse del
asiento mientras sentía la primitiva necesidad de bombear hacia algo. Entonces él
se estaba viniendo, su cuerpo estremeciéndose por mucho tiempo, acabándose en
segundos. Esperó hasta que él terminara antes de darle a la cabeza de su hermosa
polla una última pesarosa lamida. Levantó su cara para encontrar a Martin
mirándola con pesados párpados.
166
El levantó su mano y rozó con sus nudillos a lo largo de la curva de su pecho, su
expresión de repente muy seria.
Violet tomó su mano y volteó la palma hacia ella, presionando un beso en ésta.
Podía recordar su vida antes de que él se volviera una parte esencial de ella. No
quería ir de vuelta ahí.
—¿Qué harías si te dijera que te amo? —dijo ella en voz baja, su voz apenas arriba
de un susurro.
Se sentía como la cosa más valiente que había dicho, pero necesitaba saberlo.
Estaba obsesionada con este hombre, y razonablemente segura de que el
sentimiento era mutuo, pero era tanto lo que lo quería, tan perfecto, que no podía
creer en ello.
—Diría aleluya, porque soy un loco, loco mono por ti, Violet Sutcliffe.
—Te amo.
—Ven aquí.
—Te amo también. Estoy obsesionado contigo, y te admiro y adoro. Te amo, Violet.
167
—Es verdad, y lo digo en serio. No iré a ningún lado. No a menos que tú vengas
conmigo.
Ella cerró sus ojos, presionando su mejilla contra su toque, abrumada por la alegría
creciente en su interior. Se sentaron así por un largo rato, comunicándose
silenciosamente el uno con el otro, permitiendo que la verdad se hundiera en sus
huesos. Entonces un auto se puso en marcha y ella abrió sus ojos, tomando la
decisión que había estado retrasando durante mucho tiempo.
—Está bien.
—Necesito estar en la misma habitación que ella, para ver su cara. No quiero que
diga sólo lo cortés, y cosas razonables para suavizar las cosas cuando realmente me
quiere gritar. Quiero que me grite si tiene que hacerlo.
—No hemos hecho nada malo, Violet. Elizabeth no tiene ningún derecho sobre mí.
Violet asintió, pero ambos sabían que no era tan fácil como eso. Martin había
estado con Elizabeth por seis años.
Era la segunda vez que él le decía esas palabras y todavía tenían demasiado poder.
Pero incluso su amor y confianza no podían detener el dardo de temor que corría a
través de ella mientras contemplaba la posibilidad muy real de perder a su mejor
amiga.
168
Capítulo 11
Empacó esa noche, dejando su pequeña maleta junto a la puerta. Quería terminar
con esto ahora, y se lamentó no simplemente saltar en el primer vuelo. Aunque,
simplemente no habría sido práctico. Tenía que organizar quién la cubriera en la
tienda —una estudiante, Andie, que a veces ayudaba durante los períodos
ocupados— así como la entrega de un cargamento importante.
No fue sino hasta el día siguiente que se acordó de que tenía que añadir sus datos
del pasaporte a su reserva. Estaba en la tienda en ese momento, y dio la vuelta al
cartel de cerrado y corrió escaleras arriba para encontrar su pasaporte.
Tardíamente se le ocurrió que había pasado mucho tiempo desde que lo había
utilizado… sería muy frustrante si hubiera expirado.
169
Cerró el apartamento y comenzó a bajar las escaleras, sus pensamientos corriendo
por delante de ella en el vuelo de mañana y lo que pasaría cuando aterrizara en
Australia. Elizabeth había insistido en recogerla del aeropuerto.
Por un momento el dolor fue tan intenso que no podía respirar. Luego estaba
jadeando, con las lágrimas brotando de sus ojos cuando empezó a temblar en
reacción. Moviéndose lentamente, usó la barandilla para arrastrarse semi-
agachada, equilibrando sobre la pierna no lesionada. Trató de mover el tobillo y
lanzó un grito de dolor.
Le tomó un momento para recuperarse del esfuerzo. Las lágrimas rodaban por su
cara, se sentó en un escalón y sacó su celular del bolsillo de su falda.
Más tarde, cuando el mundo no estaba tan lleno de dolor, se tomaría el tiempo
para apreciar la urgente preocupación en su voz.
—Violet.
170
—Estoy bien.
—Más te vale que lo estés. —Ella sonrió ante su fiereza—. Estoy allí en diez
minutos. No te muevas.
—Jesús, Violet.
Se quedó con la cabeza inclinada hacia atrás, los puños cerrados sobre el regazo
mientras trataba de respirar a través del dolor. La cargó hasta la sala de
emergencia y la enfermera le echó un vistazo y le hizo pasar a través de un
cubículo. Los rayos X revelaron que se había, de hecho, roto el tobillo. Su rodilla
estaba simplemente golpeada.
Le dieron analgésicos y hielo para la rodilla, luego vino una enfermera para
estabilizar el tobillo con un yeso. Violet observó a la mujer trabajar, tratando de
contener la emoción creciente en su interior. Martin le apartó el cabello de la cara y
apretó su agarre en su mano.
171
Levantó la mirada hacia él, una sola lágrima deslizándose por su mejilla.
La enviaron a casa con un yeso de fibra de vidrio azul y muletas. Martin se la llevó
a su apartamento y la dejó en la cama. Esa noche, él recogió una maleta de cosas de
su apartamento e hizo espacio en su armario para su ropa.
—La gente va a pensar que lo hice a propósito, de modo que estarías obligado a
atenderme —dijo ella mientras lo observaba cuidadosamente colgar sus vestidos y
abrigos. Había algo increíblemente atractivo en la forma en que se aseguraba de
que estuviera colgando bien antes de ponerlos en el carril.
—La gente va a pensar que te empujé por las escaleras, de modo que no tendrías
más remedio que vivir conmigo.
Ella llamó a Elizabeth tarde esa noche para decirle las malas noticias. E estuvo muy
preocupada y se disculpó por no haber estado allí para consolar y compadecer a
Violet en persona.
Envió una cesta enorme de flores y bombones a la tienda al día siguiente y Andie
los dejó en casa de Martin en su camino a su casa. Violet estaba mirándolas con
aire taciturno cuando Martin llegó del trabajo esa noche. Su mirada pasó de ella a
las flores y de regreso.
—¿Elizabeth?
—Eres una gran amiga de Elizabeth. Incluso cuando estaba en mi más ridículo
momento en lo que se refiere, entendí eso.
172
—Una verdadera gran amiga ni siquiera habría olfateado en tu dirección.
Agachó la cabeza, odiando que pudiera ver a través de sus excusas a su corazón
cobarde. Su mano encontró su mejilla, su mano ahuecando su mandíbula.
—Fuiste suyo durante seis años, Martin. Iba a casarse contigo. No es como si
hubiera tomado prestado un par de sus zapatos sin permiso. Tomé prestada su
vida.
—Era mi vida, también. ¿No tengo nada que decir en todo esto? ¿Una parte de la
culpa? Yo soy el que vine hasta ti en primer lugar. Soy el que te besó y empujó
sobre el sofá.
173
Después, mientras Martin yacía dormido a su lado, trató de psicoanalizarse a sí
misma para llamar a Elizabeth.
Ella sabía que su postergación rayaba en lo patológico a este punto y que cada día
que pasaba sólo empeoraba las cosas. Realmente necesitaba zanjar el asunto.
—¿Culpable?
—Sí. Y débil.
174
Lo dijo como si fuera perfectamente obvio, más claro que la nariz en su cara.
—¿No puedes verlo? —preguntó, sus ojos grises suaves—. Ya habías perdido a
una familia, y Elizabeth llenó el vacío. Ella se convirtió en tu hermana, tu madre y
padre, todo en uno. Tú hiciste lo mismo por ella, en mi opinión. La ayudaste a
sobrevivir a sus abuelos. Ustedes se salvaron entre sí. Y ahora tienes miedo de que
la historia va a repetirse y que una vez que la verdad de lo que ha pasado entre
nosotros le sea revelado, Elizabeth te rechazará de la misma manera que lo hizo tu
padre.
Era tan simple, tan obvio. Violet yació conteniendo las lágrimas, ridículamente
ahogada durante el conciso resumen de Martin para asumir su situación.
Había estado tan segura de que había lidiado con todas esas cosas con su padre y
su madrastra, que lo tenía bajo control y sin embargo allí estaba, levantando su fea
cabeza otra vez.
—¿Algo de esto alguna vez desaparece? —preguntó ella después de una larga
pausa.
—En mi experiencia, no. Pero tienes que saber dónde están enterrados los cuerpos,
y aprender cómo evitarlos y cómo lidiar con ellos cuando no puedes evitarlos.
—De la manera más difícil. De la misma manera que te hiciste tan fuerte. Y tú eres
fuerte, Violet. Vas a sobrevivir a esto, pase lo que pase.
Ella lo amaba por no adornar las cosas, por no tratar de predecir la respuesta de
Elizabeth.
175
—¿Crees que debería llamarla?
—Creo que deberías dejar de cargar toda esta culpa alrededor y aceptar que se te
permite ser feliz. Y si hablar con Elizabeth va a lograr eso, entonces sí, llámala.
Las palabras apenas habían salido de su boca cuando sonó el teléfono. Martin se lo
pasó. Ella echó un vistazo al identificador de llamada y respiró hondo.
—Es E.
Había llegado el momento. Pasar más allá. Tenía que enfrentarse a las
consecuencias y seguir adelante. Incluso si eso le iba a doler como el infierno. Ella
y Martin no podían avanzar hasta que lidiara con esto. Él había sido muy
cuidadoso de no mencionar sus propios sentimientos en cualquiera de sus
discusiones hasta ahora, pero sabía que a él le irritaba que su relación no fuera
todavía pública.
—Violet. Gracias a Dios que est{s ahí. Quería que fueras la primero en saberlo…
Nathan me pidió que me casara con él, ¡y dije que sí!
Todo fue demasiado rápido, demasiado loco, incluso para una mujer que acababa
de darle vuelta a su vida.
176
—¿Violet? ¿Todavía estás ahí?
No importa lo que dijera, no importa que esté con ella ahora y que supiera en su
interior que él era feliz, la noticia de que Elizabeth se casaba con alguien tan pronto
después de romper con él, tendría que doler. No sería humano si no.
Estiró el brazo y tomó su mano, consiente que sus siguientes palabras iban muy
bien y realmente dar lío en cuanto a qué iba el tema de conversación con Elizabeth.
—Correcto.
—No será grande o lujoso, sólo nuestros amigos más cercanos y familia. Sé que
estás enclaustrada por tu tobillo en este momento, pero estará todo bien dentro de
ocho semanas, ¿no es así? —El tono de Elizabeth era persuasivo.
177
¿Qué otra cosa podía decir, después de todo? A pesar de haber decidido hace cinco
minutos que confesaría todo, sin importar qué, no había manera de ser la
aguafiestas que arruinara la emoción y felicidad de su mejor amiga.
Y Elizabeth estaba feliz. La irradiaba en cada palabra que decía. En cualquier otra
circunstancia, Violet estaría loca de alegría por su amiga, pero con Martin sentado
pensativamente a su lado y la culpa siempre presente haciendo su estómago
pesado, su propia reacción fue mucho más comprometida y complicada.
—Se feliz por mí, Vi —dijo Elizabeth en voz baja, obviamente, captando un poco
las confusiones de Violet, a pesar de la distancia entre ellas—. Nathan me hace
feliz. Esto es lo mejor que me ha pasado.
—Estoy muy contenta por ti, E. No tienes idea de cuánto. Sólo estoy tratando de
organizar las ideas en mi cabeza, eso es todo.
—Sé que es rápido. Pero es lo correcto. Lo sé en mis huesos. ¿Alguna vez has
tenido esa sensación, Vi? ¿La absoluta certeza instintiva?
—Te quiero mucho, lo sabes, ¿verdad? No puedo esperar a verte para que
conozcas a Nathan y mostrarte todo Melbourne. Te va a encantar aquí.
—Genial. Escucha. Tengo que seguir moviéndome, tengo que hacer un par de
llamadas más. Bebe una copa de champán en mi nombre, ¿de acuerdo?
—Lo haré.
178
—Estoy bien.
Era bueno. Pero por alguna razón todavía se sentía incómoda. Como si él no
estuviera diciéndole toda la verdad.
Se levantó de la cama, tratando de alcanzar sus bóxers. Vio como se los puso. ¿Era
solo ella, o estaban sus hombros rígidos? ¿Cómo si estuviera manteniéndose bajo
control de alguna manera?
—¿Seguro que est{s bien? Porque no me importa si tienes que hablar de eso…
Tiró de las sábanas un poco más alto, metiéndola debajo de sus axilas.
Él era abogado, siempre muy claro con las palabras, y no había otra explicación
para la forma en que había formulado su respuesta.
—No estoy molesto, en sí. Frustrado es una palabra mejor. —Había algo más que
un toque de desafío en su postura cuando la enfrentó—. ¿Cuándo vas a decirle,
Violet?
—¿Crees que debería haberle dicho hoy? ¿A pesar de que está en la luna por estar
comprometida?
Porque simplemente no se le había ocurrido confesar una vez que había oído la
noticia de Elizabeth, y estaba segura que Martin estaría en la misma página.
Después de todo, este era un gran día para E. Un inmenso día.
179
—Sí, lo creo. Creo que lo hemos aplazado por los sentimientos de Elizabeth más
que suficiente. ¿No crees?
Estaba enojado con ella. Decepcionado. Podía oírlo en su voz. Su estómago cayó
con consternación.
Lo miró fijamente. Nunca lo había mencionado otra vez, pero esa noche fuera del
restaurante tailandés había dejado obviamente un mal sabor en su boca. No le
había gustado mentir sobre estar con él, tampoco, pero había sido un mal
necesario. Elizabeth tenía que oír de ellos por Violet, no a través de alguien más.
Pensaba que él lo entendía.
—Sabes lo mucho que significa para mí. —Ellos habían acabado de tener una
conversación entera sobre ello. ¿Cómo pudo pasar de ser tan comprensivo y
empático hace diez minutos a esto?
—Lo hago. Sé que la quieres. Pero te amo, Violet, y no quiero sentir que nuestro
futuro está en espera mientras esperamos a que sea el momento perfecto para que
Elizabeth pueda oír de nosotros.
—Entonces, ¿qué? ¿La llamo de vuelta ahora mismo y sólo descargo esto en ella?
¿Mientras que está bebiendo champán con su nuevo prometido? —Su voz sonaba
alta y temblorosa por la emoción.
—Por supuesto. ¿Por qué no? ¿Crees que alguna vez va a ser el momento perfecto,
Violet? Porque puedo decirte ahora mismo, no lo habrá. La próxima vez va a estar
embarazada, o comenzando un nuevo trabajo, o su abuela estará mal, o algo va a
pasar con Nate. Si sigues buscando, siempre habrá una excusa para no decírselo.
180
—No voy a arruinar la boda de mi mejor amiga. No con una llamada telefónica
desde el otro lado del planeta de mierda.
Violet se quedó mirando fijamente el lugar donde había estado de pie. La bilis
quemaba en su garganta. Se llevó las palmas de las manos contra su pecho.
Había estado esperando que la burbuja estallara, ¿cierto? Sabía lo que venía a
continuación. El enojo. La culpa. Todas las formas en que se había equivocado.
Todas las formas en que lo había decepcionado.
Ahora mismo.
Martin maldijo para sus adentros mientras caminaba hacia la cocina. Maldita
Elizabeth. Por qué la mujer no podía haber aplazado el gran anuncio durante
treinta minutos m{s… Violet había estado a punto de llamar y purgar su
culpabilidad de una vez por todas, y ahora estaba de regreso al punto de partida.
O tal vez estaba engañándose a sí mismo en ese aspecto. Después de todo ella
había logrado encontrar cuatro meses de excusas hasta ahora. Tal vez habría
encontrado otra excusa aun si Elizabeth no hubiera anunciado su compromiso.
Agarró la sartén y la bajó de golpe sobre la estufa, luego asaltó en la despensa por
cebollas y ajo. Estaba cortando la parte superior de la segunda cebolla cuando
181
Violet apareció en el umbral. Se había vestido y recogido el cabello en una cola de
caballo apretada. Porque todavía estaba enojado con ella, no dijo nada de
inmediato, simplemente se mantuvo lejos picando la cebolla.
—El taxi llegará en diez minutos. Necesito que saques mi maleta del estante
superior del armario para que pueda empacar.
Su voz sonaba tan tranquila que por un momento pensó que le había oído mal.
—¿Qué?
La miró fijamente. ¿Quería empacar sus cosas? ¿Debido a que habían tenido una
pelea? ¿Porque la había empujado a decirle a Elizabeth, sin importar las
circunstancias?
Pero ésta era Violet, quien había sido tratada de niña como una sinvergüenza
insolente cuando había sido explotada y finalmente expulsada de su casa por ser
demasiado perturbadora.
En la experiencia de Violet, las peleas con sus seres queridos no eran vías para
comprometerse: eran rápidos caminos al alejamiento. Querían decir
recriminaciones, juicios y, en última instancia, ser enviada al mundo por su cuenta.
182
Frente a lo que ella creía que era inminente rechazo, Violet había optado por hacer
un ataque preventivo.
—Violet… —Se acercó a ella sin vacilación, envolviendo sus brazos alrededor de
ella, atrayéndola contra su cuerpo, con muletas y todo—. No quiero que te vayas a
ninguna parte, ¿de acuerdo? El hecho de que no estamos de acuerdo en algo no
significa que no te amo. Siempre te amaré, no importa lo que pase.
Estaba muy quieta e indiferente en sus brazos, pero él sabía en sus entrañas y
corazón que estaba en el camino correcto. Lo sabía, porque la conocía.
—Amor… ¿Crees que voy a dejarte ir ahora que te tengo en mis garras? ¿Crees que
quiero volver a la vida en blanco y negro ahora que sé como luce el tecnicolor?
Ella se estremeció, luego hundió la cara en su cuello y le echó los brazos alrededor.
Su agarre era fuerte, casi doloroso en su intensidad.
—Lo siento, soy un completo desastre. Lamento no saber cómo hacer esto. Por
favor créeme cuando digo que te amo, Martin, por favor, cree que esta cosa con E
no tiene nada que ver con lo mucho que significas para mí…
Tendría que haber roto la nariz de Howard Sutcliffe esa noche en el Club Savage.
Tendría que golpear al otro hombre claramente para mediados de la próxima
semana por el daño que había hecho a una joven chica vulnerable que sólo había
necesitado amor, protección y confort en vez de haber recibido nada más que
condenación. Para su crédito eterno, Violet había pasado por encima del trato que
se le había dado y mantuvo la cabeza en alto, sobrevivió, pero había habido un
precio por aquella supervivencia, y lo estaba pagando ahora.
183
Los dos lo estaban.
Ella se apartó de su abrazo para poder mirarlo a los ojos, los suyos nadando con
lágrimas. La incertidumbre en su rostro casi lo mata.
Ella no tenía ni idea de lo adorable que era. Cuán preciosa, valiente y especial.
Sin embargo, debe haber visto algo en sus ojos para tranquilizarla, porque parte de
la tensión abandonó su cuerpo. Arrastró una silla y se sentó, tirando de ella en su
regazo.
Él cerró los ojos, respiró el aroma de su perfume, y tomó una decisión. Dejaría que
Violet encontrara su propio camino y tiempo para decirle a Elizabeth. Mientras
tanto, él escucharía, tomaría su mano y ofrecería su consejo, pero no la presionaría.
Ahora comprendía la profundidad de las heridas que la recorrían. Lo difícil que
era para ella confiar en que podía cometer sus propios errores y todavía merecer el
amor.
Un día, lo sabría en su interior, ya que iba a ser su misión de vida para que así sea.
Pero por ahora…
184
Capítulo 12
Se había preparado para el impacto, segura de que los meses más felices de su vida
estaban a punto de colisionar... Pero habían sobrevivido.
Iba a tomarle algún tiempo conseguir hacer entrar en su cabeza el concepto, pero
estaba dispuesta a trabajar en ello. Es curioso, cuando consideraba la frecuencia
con la que ella y Martin habían estado enfrentados en el pasado. Pero incluso
cuando tenía el poder de hacerle daño en aquel entonces, ahora tenía su corazón y
su felicidad, en la palma de su mano.
185
aferraban a sus hombros. Lo había reprendido varias veces por su técnica de
secado descuidada, pero él afirmaba que prefería el “secado al aire”.
—Hola.
—Hola.
—Adelante.
—Sé que he hecho un desastre de todo esto. Debería haber hablado directamente
con Elizabeth desde el principio. Debería haberlo hecho, pero no lo hice, porque
soy una enorme gallina.
—Lo soy. Un cobarde, cobarde flan. Pero quiero hacerte una promesa. Iré a
Australia para la boda. Haré cualquier cosa que Elizabeth necesite para hacer su
día hermoso y perfecto, porque se lo merece. Pero entonces se lo diré. Cara a cara.
Sé que preferirías que sea más pronto...
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—Esto es porque me convertí en una completa psicópata anoche, ¿verdad? Has
decidido que no soy capaz de ser claramente racional sobre este tema y estás
optando por salirte.
—No estoy optando por salirme de ninguna cosa. Como he dicho, es tu decisión.
Pero si quieres mi opinión, después de la boda es un momento tan bueno como
cualquier otro.
Así que. En ocho semanas, más o menos, todo habría terminado. Elizabeth sabría.
Finalmente.
Dos semanas se convirtieron en tres antes de que fuera capaz de negociar su yeso
por el aumento de la movilidad de una bota médica. O lo que ella esperaba sería
una mayor movilidad, al menos.
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Sus expectativas bajaron brutalmente después de que pasó la primera media hora
cojeando. Sus huesos todavía-en-curación dolían, mientras se vinculaban
estrechamente y estaba sudorosa, temblorosa y más que un poco llorosa por el
tiempo que estuvo detrás del mostrador de su tienda.
—Esto es un desastre —le dijo a Martin cuando llamó para ver cómo había ido su
cita—. ¿Cómo voy a subir al avión? No voy a ser capaz de ir al baño. Voy a tener
que usar un maldito pañal de astronauta o algo para sobrevivir el viaje.
En ese momento fue suficiente para calmarla, pero no fue hasta que estuvo dos
días cerca de su fecha de salida que se enteró de lo que la versión de Martin de “lo
solucionaremos” implicaba.
—No puedo pedirte que hagas esto, Martin —dijo mientras miraba el billete de
avión que acababa de deslizar sobre la mesa entre ellos.
—No me lo pediste, me estoy ofreciendo. —Estaba recién llegado a casa del trabajo
y usando uno de los trajes de tres piezas que una vez había encontrado cargado y
aburrido. Ahora pensaba que eran los más sexy y más provocativos artículos de
ropa en la historia del mundo—. Te voy a subir al avión y te haré cruzar la aduana,
entonces desapareceré. Me quedaré en un hotel agradable, disfrutaré de algunas
galerías, echaré un vistazo a algunos canguros y koalas, y cuando la boda haya
terminado te veré en algún lugar y tendremos nuestra fiesta privada.
—Te amo por ofrecerte, pero no puedo dejar que lo hagas. Es demasiado.
—No lo es, Violet. Es mínimo en lo que a mí respecta. Quiero que seas feliz.
Necesito que estés a salvo.
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Ella no podía hablar porque las estúpidas lágrimas que habían estado presionando
en la parte posterior de sus ojos se deslizaban por su rostro.
—No te merezco.
—Sí lo haces, Violet. Y te merezco. Los dos hemos ganado con creces nuestra
oportunidad de ser felices. No voy a sentirme culpable por agarrarla con las dos
manos, y no voy a dejar que te sientas culpable, tampoco.
8 Tenzing Norgay: fue un alpinista nepalés Sherpa. Uno de los alpinistas más famosos de la
historia, fue uno de los primeros dos individuos conocidos por haber llegado a la cima de l Monte
Everest.
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pero al estar en el extremo receptor de su tierna, atenta, protectora y considerada
oferta le hizo preguntarse cómo alguna vez había sobrevivido sin él en su vida.
Al mismo tiempo, mientras más cerca estaba de Australia, más nerviosa y ansiosa
se sentía. Se dijo una y otra vez que no había nada de qué preocuparse —había
tomado ya la decisión de no arrojarse a merced de Elizabeth hasta después de la
boda— pero eso no detuvo el hecho que su estómago se revolviera y que su
corazón se acelerara mientras ella y Martin hacían su lento y laborioso camino a lo
largo del vestíbulo después de desembarcar del avión.
—¿Quieres sentarte por unos minutos? —preguntó Martin en voz baja una vez que
habían pasado la aduana.
Ella negó con la cabeza. Todavía tenía que recoger su equipaje y era muy
consciente de que Elizabeth estaría esperando en el otro lado de la puerta de
llegada.
—Sólo quiero superar esto y que se acabe. Y una vez que la vea todo va a estar
bien. —Sonaba más confiada de lo que se sentía. No estaba segura de una cosa
como tal. De hecho, una parte de ella estaba aterrorizada de que al momento en
que Elizabeth la mirara fuera capaz de percibir su secreta culpa.
—Te he traído algo para la suerte —dijo Martin—. Me han funcionado con un lujo
absoluto desde que las he tenido.
Ella frunció el ceño mientras él sacaba algo pequeño y negro del bolsillo de su
abrigo antes de inclinarse y deslizarlo a través del de ella.
—¿Qué es esto?
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Una carcajada brotó desde su interior.
—Llevabas esto a través de la Línea Horaria Internacional sólo por este momento,
¿verdad?
Alguien los empujó desde atrás y miró por encima del hombro, dándose cuenta de
que estaban bloqueando parcialmente el camino.
Se dejó barrer a lo largo del carrusel de equipaje, luego lo dejó dirigirla a través de
la comprobación de la cuarentena final. Sólo cuando estuvieron a la vista de las
puertas de cristal opaco que llevaban a la zona de espera —y a Elizabeth—
llegaron a una parada.
—Sí.
—No importa lo que pase, vamos a estar bien, Violet. Pase lo que pase. —Envolvió
sus dedos fríos y húmedos en torno a la empuñadura de su maleta con ruedas y
dio un paso atrás—. En cualquier momento, de día o de noche —repitió.
Se hizo a un lado para permitir que otros pasajeros pasaran. Lo miró, luego miró
hacia las puertas de cristal. Dio un paso, luego otro. Pero se sentía mal dejarlo atrás
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como un secreto sucio que tenía que ocultar. Se sentía mal a un nivel visceral,
primario, innegable.
Ella lo amaba. Él era su futuro, su corazón. Pudo haber mezclado, desordenado sus
sentimientos respecto al hecho de que una vez había pertenecido a su amiga, pero
no había duda en su corazón que él era el hombre con el que pasaría el resto de su
vida, con la bendición de Dios.
Cómo le gustaba que su primer pensamiento fuera para ella, por su felicidad y
bienestar.
—Ven conmigo.
—Violet…
—No quiero mentir sobre ti, sobre nosotros nunca más. Sé que es un horrible
momento por lo de la boda, pero es exactamente como dijiste, siempre habrá algo.
No quiero esconderte, Martin. Te amo. Y si lo que ha pasado entre nosotros es un
problema para Elizabeth, entonces que así sea.
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Sintió como si un enorme peso se hubiera levantado de su pecho mientras decía las
palabras. Como si hubiera dibujado su propia línea en la arena. Amaba a Martin.
No lo dejaría atrás, como si se avergonzara de él.
—Lo es.
—Entonces vamos.
Se tomó un momento para apilar su equipaje por encima del de él, luego se
dirigieron hacia la salida directamente, su brazo sosteniéndola todo el camino.
Hubo una fracción de segundo cuando llegaron a las puertas cuando su estómago
cayó tan dramáticamente que se sintió enferma. Entonces se abrieron paso y se
enfrentaron a un mar caótico de rostros esperanzados, expectantes.
Siguió su línea de visión más allá de un grupo de gente que se agolpaba contra la
barrera donde una pareja alta, morena estaban de pie lado a lado. Se encontró
mirando a los ojos azules de Elizabeth mientras ella apretaba los dedos contra su
boca en un gesto inequívoco de shock.
El hombre que estaba junto a Elizabeth le dijo algo y ésta desvió la mirada hacia él.
Violet notó por primera vez que había estado conteniendo el aliento y aspiró una
gran bocanada de aire. La mano de Martin presionó cálidamente contra su espalda.
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Violet apenas tuvo tiempo de asentir antes de que Elizabeth comenzara a abrirse
paso a empujones a través de la multitud para alcanzarlos. Violet arrastró los pies
hacia adelante, haciendo todo lo posible por pasar las barreras. Y entonces
Elizabeth estuvo frente a ella, con sus ojos llenos de preguntas.
—Intenté decírtelo una docena de veces, pero estaba demasiado asustada —dijo
Violet, la verdad escapando de ella—. Simplemente sucedió, no era mi intención,
pero lo amo, E. Lo amo tanto…
—Violet.
—¿Por qué no encontramos un lugar más privado, quitarnos un poco del medio?
—sugirió una profunda voz.
Sin que nadie dijera nada, ella y Elizabeth gravitaron hacia la mesa en la esquina
más alejada, mientras los hombres se retiraron al mostrador.
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Ambas estuvieron en silencio por un momento después de que se deslizaron en
sus asientos. Violet luchó contra el impulso de revolverse, presionando sus manos
planas sobre la mesa.
—Lo lamento. Esta no es la forma en la que quería decírtelo —dijo ella en voz baja,
obligándose a encontrar los ojos de Elizabeth.
—Casi seis meses. Más o menos desde que regresó de verte en Australia. Sentí
lástima por él y le llevé una botella de licor. Una especie de ofrenda de paz para
que él ahogara sus penas. Se negó a aceptarla, pero se la dejé de todas formas.
Luego se emborrachó y llamó a mi puerta, queriendo saber por qué le había
comprado una botella de licor y… las cosas se pusieron un poco locas.
—Porque a él le gusta. ¿Recuerdas esa vez que lo probamos después de que vimos
ese espect{culo en el Criterion…?
—Incluso entonces me daba cuenta de cosas sobre él, a pesar de que no quería
hacerlo. Supongo que por eso siempre me desagradaba tanto, porque lo tenía
metido bajo la piel. Incluso cuando era tuyo.
Miró directamente a los ojos de Elizabeth cuando lo dijo, queriendo ser valiente
sobre esta única cosa, al menos. Tentativamente, se estiró y tomó la mano de
Elizabeth. Esperó que su amiga se apartara o se tensara, pero los dedos de
Elizabeth se cerraron alrededor de los suyos en un cálido y firme agarre. Eso fue
un bálsamo para el corazón de Violet devastado por la culpa. Necesitaba
desesperadamente el perdón de su amiga.
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—La última cosa que quería era traicionarte, herirte o decepcionarte, E. Por favor
cree eso. Cuando comenzó, no creí que fuese real. Pensaba que era este loco asunto
del sexo, nada excepto una química extraña y aberrante. Pero luego siguió su
camino, y cuando caí en cuenta de que lo amaba, me sentí como si hubiese estado
mintiéndote a ti y a mí durante años. Pero no lo sabía, E, lo juro. Nunca lo supe
hasta esa noche en que él vino y nos besamos por primera vez.
Violet esperó que su amiga respondiera, con el cuerpo tan tenso y tan erguido en
su silla que le dolía.
—Sí.
—Él lo está.
La mano de Elizabeth se retorció en la suya de modo que era ella la que estaba
agarrando la mano de Violet.
Era una respuesta tan sencilla y generosa. Tan abierta y tolerante. Demasiado
buena para ser cierto.
—¿Por qué no, Vi? —preguntó Elizabeth, con la cabeza inclinada hacia un lado,
una pequeña sonrisa burlona en los labios.
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—Porque saliste con él. Dormiste con él. Fue tuyo una vez. Y te mentí. Elegí el sexo
con él por encima de mi lealtad hacia ti.
—Debe haber sido un sexo bastante asombroso, Vi, porque eres la persona más leal
que conozco.
Había una luz bailando en los ojos de Elizabeth, una invitación para que Violet se
relajara. Violet sacudió la cabeza, reacia —incapaz— de aceptar la reacción de su
amiga al pie de la letra. Elizabeth no podía ser tan tolerante, de mente tan abierta,
tan generosa. Simplemente no podía ser posible.
—Puede que no haya querido casarme con él, pero Martin todavía es una de mis
personas favoritas en todo el mundo, Vi —dijo Elizabeth—. Igual que tú. ¿Por qué
no estaría feliz por ustedes dos? ¿Qué clase de egoísta perra envidiosa sería si les
concediera de mala gana esa felicidad a ustedes dos cuando tengo a Nathan?
Todo era tan diferente a lo que Violet se había preparado para resistir. Sin rabia,
sin culpar a alguien, sin acusaciones. Sólo aceptación. Y confianza.
Porque ella no era una puta innata. No era irresponsable o atribulada ni intentaba
llamar la atención. No era un fastidio, una sinvergüenza, un lastre para ser
descartado lo más pronto posible.
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Respiró profunda y purificadoramente, y entonces dejó salir el aliento. Luego
levantó la mano de Elizabeth hasta sus labios y le besó el dorso con ternura,
amorosamente.
—Gracias.
—Gracias a ti, Violet. Por tanto a lo largo de los años. Por ser mi coraje. Por
mantenerme cuerda. Por ayudarme a encontrarme a mí misma.
Violet no estaba segura de cuál de las dos se levantó primero, ella o Elizabeth, pero
repentinamente ambas estaban de pie, con los brazos envueltos una alrededor de
la otra. Violet presionó su mejilla contra la de su amiga y dejó que la aceptación de
Elizabeth se filtrara en sus huesos.
Violet le echó un vistazo a Martin otra vez. Él estaba hablando con Nathan,
enfocado en el otro hombre. Su camisa estaba arrugada de horas de vuelo, su
cabello revuelto. Lucía cansado y hermoso, e increíblemente sexy.
Le tomó un momento a Elizabeth para entender. Luego su cabeza cayó hacia atrás
y soltó una encantada carcajada de sorpresa. Martin y Nathan echaron una mirada
al otro lado hacia ellas, con sorprendidas expresiones gemelas en sus rostros.
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—Bueno. Difícilmente puedo discutir con eso, ¿no es así? —dijo Elizabeth—. Pero
cenarás con nosotros esta noche, ¿no? ¿Ustedes dos?
Elizabeth les hizo señas a los hombres para que se unieran a ellas. Martin le lanzó
una sutil mirada interrogante y ella metió el brazo a través del suyo y le dedicó
una sonrisa tranquilizadora para hacerle saber que estaba bien.
Violet sonrió para sí misma, divertida por la muy seca respuesta de él. Por pensar
que una vez creyó que él no tenía sentido del humor.
Ella habló con una terrible aproximación al acento australiano. Nathan pasó un
brazo alrededor de sus hombros.
Este hombre amaba a Elizabeth. Sinceramente. Eso sólo podía ser algo bueno.
Elizabeth arrastró más cerca a Violet para un abrazo final antes de clavar a Martin
con una mirada.
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Martin alzó las cejas.
—¿Tu chica?
Al fin era libre. Libre para amar a Martin con todo su corazón. Libre para ser feliz,
sin reservas.
Martin esperó hasta que estuvieron en el auto alquilado antes de voltearse hacia
ella.
—Sí. Ella dijo que quiere que yo sea feliz. Y también tú.
—Ahí voy.
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—¿Qué hay de ti? ¿Estás bien? —preguntó ella.
Era una cosa tan sencilla y pequeña para decir. Eso curvó su boca en una sonrisa y
atravesó su cansancio y la hizo estar increíblemente feliz de que hubo una vez en la
que fue compelida por fuerzas más allá de su comprensión a enfrentar el glacial
frío del invierno de Londres para entregar una botella de licor de durazno en la
oficina de él.
Él parecía desconcertado.
—¿Por?
—Por todo. Por ser asombroso en la cama e infinitamente paciente, por sacrificar el
Club Savage por mí y llevarme todo el camino alrededor del mundo simplemente
porque estabas preocupado por mí, incluso a pesar de que eso significaba que
probablemente pasarías tus vacaciones solo. Por la forma en que siempre pones la
mano en la parte baja de mi espalda para guiarme a través de la calle y la forma en
que me dejas estar a cargo del control remoto del televisor, y la forma en que
nunca, ni una sola vez, me has juzgado o desconfiado de mí, o me has hecho sentir
pequeña o indeseada.
—Violet, cariño… —Él parpadeó y ella se dio cuenta de que estaba cercano a las
lágrimas.
Dios, ¿cómo una mujer puede estar tan condenadamente equivocada acerca de una
persona?
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—Nunca dejaré de quererte, ¿lo entiendes? Te amo. Te adoro. Te admiro. Te deseo.
Eres mi corazón. Mi sangre, mis huesos. Mi todo.
Era la declaración que había estado esperando toda una vida para escuchar, del
hombre que ella había estado esperando toda una vida para reconocer como suyo.
Pero por fin lo había visto claramente, al igual que él por fin la había visto.
Porque él la tenía, al igual que ella lo tenía, y algunas cosas estaban más allá de las
palabras.
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Sobre la Autora
Antes de ser publicado, trabajó como editora de una revista, así como guionista en
una de las series más famosas en Australia. Durante más de dos años trabajó para
la televisión y además escribió argumentos como free-lance.
Sarah vive con Chris, su pareja desde hace doce años. Él es un guionista con
mucho talento que no sólo la aconseja y le da soluciones a sus problemas con la
escritura, sino que además es guapo, divertido y sexy.
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Créditos
Moderadoras: LizC y Liseth Johanna
Traductores
Dianthe LizC Kuami
Flochi Shadowy Jo
Aldebarán Xhessii Lalaemk
Clau12345 Primula Vero
Naty Rihano Otravaga
Little Rose Liseth Johanna
Correctores
Nanis July Laurence 15
Flexi Samylinda LizC
Recopilación y Revisión
Nanis
Diseño
Kachii Andree
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http://bookzinga.foroactivo.mx/forum
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