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Escatología Antiguo

Testamento

ESCATOLOGÍA ANTIGUO TESTAMENTO

La idea que Israel tiene de la muerte participa, en primer lugar, de las


concepciones comunes a un mundo arcaico, que se sentía seguro en el marco del
clan. Poco a poco se ven los cambios que van operando cara a la realidad y que
tienen que seguirse de la negación de los dioses míticos y de la fe en la unicidad
absoluta de Yahvé.

Es la normal realización de la vida morir, es decir, poder gustar la plenitud de la


vida terrena, ver a los hijos y a los hijos de éstos, para participar en ellos del fruto
de Israel y su promesa. El no tener hijos o la muerte demasiado temprana
aparecen únicamente como ataque de la muerte, no explicable naturalmente,
aparece como castigo contra el hombre, anulando su participación en la vida. La
explicación de tales acontecimientos parece posible a partir de la relación
existente entre el obrar y cómo le va al individuo, es decir, esos acontecimientos
se toman como consecuencia de pecado, de modo que, en realidad, la vida y el
concepto de su justicia permanecen intactos también aquí. En esta concepción no
aparece todavía lo característico de Israel y en ella se admite también que la
muerte no equivale simplemente a destrucción: el muerto baja al sheol, donde
lleva una existencia vacía como una sombra. Está separado del lugar de los
vivientes, del lugar de la vida, echado a una zona donde la comunicación es
imposible, zona que es destrucción de vida precisamente por la carencia de
relaciones. La profundidad de esa vaciedad aparece en toda su amplitud en el
hecho de que Yahvé no se encuentra allí, de que allí no se le alaba. La muerte es
prisión que jamás acaba, es ser y no-ser a un tiempo, un cierto ser-todavía y un no
vivir ya; no es la nada total, resulta de todo punto imposible el conformarse
sencillamente con la muerte como si de algo natural se tratara. La resurrección es
vista como fuerza de Dios.

Es por esto que se desarrollara una fenomenología de enfermedad y muerte, que


las interpreta como fenómenos espirituales, pone al descubierto su razón y
contenido espiritual más profundo, luchando, en consecuencia, con Yahvé y
situando así el sufrimiento del hombre ante Dios. La enfermedad se describe con
calificativos de muerte, y se mira, como destrucción de relaciones de vida,
excluido del círculo de amigos, de la comunidad que alaba a Dios. Se encuentra
en las garras de la muerte y separado del país de los vivientes.

No cualquier clase de existencia es vida, ya que en la vida existe abundancia en


plena realización, de amor, de comunidad, vida hay donde se contacta con Dios.
Se identifica vida con bendición, muerte equivale a maldición. Lo que se deduce
es que muerte y pecado se vean en relación mutua, la muerte depende de que se
vuelva la espalda a Yahvé.

Sin embargo parte de esta óptica cambiará con el paso del tiempo y los diferentes
sucesos históricos a que es sometido el pueblo; el Qohelet y Job es un ejemplo de
la teología retributiva que se manejaba en ese tiempo, textos que muestran la

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crisis y desmoronamiento de la sabiduría doctrinal y vital en vigor hasta entonces.


La piedad profética y algunos derivados de esta experiencia cultivaron la
permanencia de la fe a pesar de sucesos como el exilio; enfermedad, muerte y
rechazo se interpretan como sufrimiento en sustitución de otros. Esto conlleva a
un aspecto nuevo, positivo: muerte y hundimiento en la enfermedad no son de
suyo castigo por el pecado, sino que pueden representar un camino de
afianzamiento de la relación con Dios. El sufriente abre a los otros, a costa de su
sufrimiento, la puerta que da a la vida y en cuanto sufriente se convierte en su
salvador.

Enfermedad y muerte no son ya el límite en que el hombre comienza a ser inútil y


a carecer de sentido, inútil también respecto a Dios, al que no puede alabar.
Representan una nueva posibilidad para el hombre, en la que puede hacer y ser
más que en la guerra santa y en el servicio cultual del templo, pudiendo ejercitar
aquella misericordia que vale y es más que los sacrificios. La resurrección
planteada en Isaías 53,9-12, se vuelve secundaria: el sheol no retiene al que sufre
de esa manera, sino que su sufrimiento es el modo como la vida se abre paso a
través de una vida aparente. La resurrección no es pensada como la superación
de la muerte (cfr. Slm 16), se percibe la certeza de que Yahvé es más fuerte que
el sheol; el orante se sabe seguro en las manos de Dios, que es el indestructible
poder de la vida, la comunión con Dios es más fuerte incluso que la destrucción
del cuerpo.

Otra experiencia que labró camino a través del Antiguo Testamento, fue en la
literatura martirial. Hay certeza de la vida en la experiencia del martirio,
encontrando en el, un modo nuevo de superar la muerte; en Daniel 12,2, expresa
la esperanza de la vida para aquellos que se mantuvieron firmes, y el oprobio,
para el horror eterno. Esto está relacionado con las persecuciones helenísticas
contra los judíos.

Dentro de esta literatura encontramos el libro de la Sabiduría y el segundo libro de


los Macabeos. Se puede resumir en la alternativa entre preferir la justicia de
Yahvé o la vida, entre el derecho y el bios. Justicia y verdad de Dios no son
únicamente ideas o ideales, sino verdad en el sentido de realidad, y quien se
adentra en ella, no desaparece en la nada, sino que penetra en la vida. (cfr. Sab
3,1ss; 16,13)

En suma, la comunión con Dios es vida indestructible por encima de la muerte,


idea surgida de la pasión de la fe tiene un paralelo íntimo en la experiencia de
Sócrates que muere por la justicia.

BIBLIOGRAFIA

Ratzinger, J. Curso de teología dogmática. Escatología. Tomo IX. Editorial Herder.

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